Sobre el socialismo utópico y los liberales desencantados

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Europa, Fin-de-Siècle: Pensamiento y Cultura
Título Propio de la Universidad Complutense
THEORIA | PROYECTO CRÍTICO DE CIENCIAS SOCIALES
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Sobre el socialismo utópico
y los liberales desencantados
Fernando de Lucas y Murillo e la Cueva
Universidad Complutense
Una buena muestra de que los primeros socialistas utópicos fueron liberales
desencantados la encontramos en el texto de Sismond de SISMONDI, autor que ya citaba el
mismo MARX. En las siguientes líneas comprobamos lo que fue la primera Revolución
Industrial y su papel como desencadenante del socialismo:
“La organización económica que prevalece hoy en día, ha quitado al pobre casi todo
medio de trabajar sin constituirse en la dependencia absoluta del rico; le ha quitado el apego a
la tierra, y roto todos los derechos perpetuos que en otro tiempo tenía a ella; ha permitido al
propietario del terreno despedir al cultivador con su familia al fenecer su arrendamiento
después de siete años, y también, lo que es más, todos los años, todas las semanas, aún
todos los días, como su nombre de jornalero lo indica. El cultivador a quien los propietarios no
dan trabajo, ofrece en vano el servicio de sus brazos y de su actividad, no puede ocuparse en
nada, y tiene que morir de miseria. Los oficiales que en los ciudades se reúnen en los grandes
talleres están, si es posible, en mayor dependencia de los dueños de las manufacturas. Allí se
ajustan por años, por piezas o por semanas; pero si los jefes de las manufacturas rehusan
recibirlos, absolutamente no pueden hallar trabajo. Por otra parte no están expuestos a ser
despedidos, como los labradores, sólo por falta de respeto o por su mala conducta; de un día a
otro se exponen a ser víctimas no sólo de cualquier revés sino también de las alternativas del
arte a que están dedicados. Si la manufactura decae, si la moda no pide sus productos, son
despedidos porque su amo no vende; si al contrario la aplicación de las ciencias a su arte ha
enseñado a hacer la obra con muchas menos manos, son despedidos también porque su amo
se reserva para sí solo el provecho de la venta. Jamás ha tenido el hombre un poder más
absoluto sobre otro hombre, ni jamás se ha ejercido con más dureza: de la vida o de la muerte
de millares de individuos, hombres, mujeres y niños, decide el jefe de cualquiera industria en su
despacho sumando números; y decide sin cólera como sin compasión, sin conocer sus
víctimas; sin verlas, sin saber aún el número de ellas. Su agente principal le presenta una
cuenta figurada: `vuestra manufactura de cristalería, le dice, o vuestra manufactura de
porcelana no tiene despacho; pero podéis destinar vuestros hornos a la preparación de
productos químicos; un adelanto de un millón, bastará para el consumo de toda la Francia.¿Cómo, a cuánto asciende el consumo de la Francia?- A tanto.- ¿Quién la abastece hoy?Tales y tales fábricas de tales y tales provincias.- ¿Seguirán con su industria?- No, podéis tener
un diez por ciento de ganancia- ¿Qué harán pues?- Perecerán.- ¿Y los obreros?- También.- Ea
pues, manos a la obra, contad con el millón.
En los tiempos de mayor opresión feudal, en los tiempos de la esclavitud, se han visto,
sin duda, de parte de los amos actos de ferocidad que hacen estremecer a la humanidad; pero
al menos algún motivo había excitado su cólera o crueldad; y quedaba al oprimido alguna
esperanza de evitar el volver a provocar a su opresor, y por otra parte los ejecutores de un acto
feroz podían mitigar la ejecución: la mujer, los hijos, el sacerdote, podían implorar gracia y
alguna vez la obtenían. Pero en la fría y abstracta opresión de la riqueza, no hay injuria, ni
cólera, ni ejecutor conocido, ni relación ninguna de hombre a hombre: muchas veces el tirano y
la víctima no se conocen ni hablan una misma lengua. El oprimido no sabe a quién acudir ni
con sus súplicas, ni con su resentimiento; el opresor lejos de ser de corazón duro, es quizás
generoso y sensible, no repara en el mal que hace, y cede a una especie de fatalidad que
parece regir hoy día el mundo industrial. Esta fatalidad es la que, a pesar de las promesas la
libertad y de la igualdad, atormenta con una espantosa opresión a millones de criaturas
humanas”. SISMONDI, Sismonde: Estudios sobre las Constituciones de los pueblos libres
(trad. de León José Serrano y Felipe Picón), Imprenta de la Amistad, Madrid 1843, pp.
211-213.
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