TEMA 1 EL MARCO NORMATIVO REGULADOR DE LOS DERECHOS DE LOS RECLUSOS UN PRECEPTO SINGULAR: EL ARTÍCULO 25.2 CE Con independencia de que durante las reuniones de la Ponencia Constitucional se abordara la vigencia de los derechos fundamentales en el ámbito penitenciario1, lo cierto es que en el Anteproyecto de Constitución nada se contempló al respecto2. Se limitaba de forma parca a hacer mera referencia a la orientación reeducadora y reinsertora de las penas privativas de libertad, así como a la prohibición de trabajos forzados. Se establecía así, en el apartado cuarto del entonces artículo 24 que: “Las penas privativas de libertad tendrán una finalidad de reeducación y de reinserción social y no podrán suponer, en ningún caso, trabajos forzados”. Fueron ocho las enmiendas presentadas respecto de dicho apartado3; todas ellas de muy diferente tenor. Podemos encontrar así tanto enmiendas que propugnaban la supresión de toda reseña a esta materia al considerarse que carecía de contenido constitucional como otras que incidían en la necesidad de profundizar en el reconocimiento y protección de derechos, pasando por aquellas que pretendían únicamente precisiones terminológicas o la introducción de referencias expresas respecto de los propios centros penitenciarios. Veámoslas sumariamente. Las relativas a los derechos fundamentales de los reclusos, bien de forma genérica o específica, fueron las enmiendas nº 123 (GP Minoría Catalana), 476 (GP Mixto) y 604 (GP Vasco). La primera de ellas (nº 123) coincidía sustancialmente con la redacción final del artículo 25.3, disponiendo como redacción alternativa la siguiente: “Las penas privativas de libertad tendrán una finalidad de reeducación y de reinserción social, y no podrán suponer, en ningún caso, trabajos forzados. La redención de penas por el trabajo, comportará, en cualquier caso, el derecho a la Seguridad Social para el recluso y los beneficiarios del mismo. Los condenados a pena de prisión que estuvieren cumpliendo la misma, gozarán de todos los derechos fundamentales garantizados en este capítulo, con la única excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y las normas penitenciarias”. 1 “Artículo 24. 4. Las penas privativas de libertad no podrán consistir en trabajos forzados y estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social. El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma, gozara de todos los derechos fundamentales garantizados en este capitula con la única excepción de las que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y las normas penitenciarias” (Revista de las Cortes Generales, nº 2, 1984). 2 Boletín Oficial de las Cortes, nº 44, 5 de enero de 1978, pág. 673. 3 Enmiendas no 2, 63, 123, 253, 341, 451, 476 y 604. La justificación, más allá de la relativa a las previsiones sobre la Seguridad Social4, incidió en la idea de que las limitaciones a los derechos únicamente podía provenir de estrictas normas que permitan el funcionamiento de las instituciones penitenciarias más sin que en ningún caso permitan alargarse o extenderse gratuitamente a situaciones de represión que dificultan la finalidad de reinserción social que la pena se propone. De corte similar, aunque con una mayor amplitud, fue la segunda de las enmiendas apuntadas (nº 476): “El régimen penitenciario excluirá el principio retributivo de la pena, siendo su finalidad la de reeducación y reinserción social, debiendo salvaguardarse los derechos garantizados en este capítulo, con la única excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio y el sentido de la pena. En ningún caso podrá imponerse la pena de trabajos forzados. El Estado atenderá las necesidades familiares de los que, en consecuencia de un fallo condenatorio, se vean privados de libertad”. Pese a la amplitud de la justificación de esta enmienda, no se incidió en este específico punto. Por su parte, en la tercera de ellas (nº 604) se pretendía la inclusión de una concreta e interesante apelación a la dignidad del recluso así como a los derechos no afectados por la condena: “Las penas habrán de respetar la dignidad del reo y los derechos del mismo no afectados por la condena”. Su justificación se limitó a una mera reiteración de las previsiones de la enmienda. Otro grupo de enmiendas derivó hacia cuestiones conexas a principios penales, pero diversas al ámbito que ahora nos ocupa. Así, en las enmiendas nº 253 y 341 se abogaba por la inclusión expresa de la prohibición de prisión por deudas y la pena de privación de la nacionalidad. Mayor interés reviste, sin duda, la enmienda nº 451 al querer introducir una referencia al propio lugar de cumplimiento de la condena, los centros penitenciarios, no en vano, como así se apuntó acertadamente, la mayoría de los centros penitenciarios entonces existentes no reunían las condiciones adecuadas o necesarias para cumplir con los objetivos de reeducación y reinserción social: “Los establecimientos penitenciarios adecuarán su organización, estructura y funcionamiento al cumplimiento de las anteriores finalidades”. En esta cuestión relativa a la reeducación y reinserción incidió otra de las enmiendas (la nº 63) que quiso suprimir la referencia a esta última, reinserción, al entender que era una cuestión reiterativa que nada añadía, aunque por otro lado lo cierto es que se apuntaba que su inclusión “equivaldría a la supresión de la cadena perpetua”. 4 “Por un lado debe incorporarse a la redacción el reconocimiento de que la redención de penas por el trabajo comporta el derecho a la Seguridad social, poniendo así punto final a una larga trayectoria limitativa en este sentido que causaba y podría causar, de perpetuarse, graves perjuicios no únicamente a los reclusos, sino también a los terceros que de él llevan causa, completamente ajenos a la relación que entre la sociedad y el delincuente se establece para la represión del delito...”. 3 Aunque podría ser objeto de cierto debate, lo cierto es que no tiene demasiado interés extenderse ahora en la relación de la enmienda que pretendía la supresión de dicho apartado por carecer de contenido constitucional (nº 6). Su justificación se hizo, sin más, únicamente sobre tales previsiones: “Los párrafos 2º, 3º y 4º deben suprimirse por no ser materias propiamente constitucionales”. Tras las enmiendas presentadas, el apartado cuarto del entonces artículo 24 vino en recoger ya en el Informe de la Ponencia la referencia expresa a la pervivencia de los derechos fundamentales del recluso recogidos en el capítulo; ello, con la siguiente redacción: “Artículo 24 (..)Las penas privativas de libertad no podrán consistir en trabajos forzados y estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social. El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma, gozará de todos los derechos fundamentales garantizados en este capítulo, con la única excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y las normas penitenciarias. Las sanciones de la Administración civil no podrán consistir en privación de libertad”5. Una enmienda in voce incorporó con posterioridad la previsión de que “los privados de libertad, los que estén sufriendo condena” tendrían derecho a un “trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes a la Seguridad Social”, inclusión que fue criticada en las sesiones de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas apuntándose entre otras cuestiones los problemas derivados de la propia escasez de los puestos de trabajo existentes en los centros. López Rodo, por ejemplo, señaló en su intervención, a la par que criticaba la forma de aparición de dicha previsión hablando de prodigalidad en la admisión de enmiendas in voce, que no era partidario de tal inclusión, al entenderlo como un “derecho privilegiado” y apuntando que “habría que ver quién puede satisfacer este derecho, si tendrá que ser la propia institución penitenciaria la que tendrá que inventarse un trabajo, un puesto de trabajo para cada delincuente y también darle los beneficios de la Seguridad Social”6. Durante estas mismas sesiones de la Comisión cabe destacar la enmienda, finalmente rechazada, del representante de EE, Letamendía Belzunce, que pretendió incluir como mención expresa, tras la referencia a los derechos fundamentales garantizados en el Capítulo II del Título I, una mención un tanto sorprendente en uno de sus puntos: “especialmente los de acceso a la cultura y ejercicio de la sexualidad”7. En su argumentación justificativa apuntó: “El acceso a la cultura, efectivamente, está reconocido como tal derecho (..) por el contrario, el ejercicio libre de la sexualidad no aparece como tal derecho en este capítulo. Por tanto, la no inclusión de esta expresión significa, ni más ni menos, la continuación de la situación a la que se ve sometido el preso en los establecimientos penitenciarios: el hecho de no 5 Boletín Oficial de las Cortes, nº 82, 17 de abril 1978, pág. 1537 Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, nº 71, de 22 de mayo de 1978. 7 Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, nº 72, de 23 de mayo de 1978. 6 poder realizar una sexualidad normal”8. En la siguiente sesión, durante la votación de la enmienda, finalmente rechazada, se busco una redacción alternativa que tampoco logró el suficiente acuerdo: “La normativa penitenciaria asegurará a los reclusos el acceso a la cultura y al libre y normal ejercicio de la sexualidad”. Finalmente, el Dictamen de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas recogió estas cuestiones en su artículo 24 con una redacción que prácticamente no sufrió alteraciones durante el resto de la tramitación constituyente. Apenas una breve modificación de estilo en orden a dar mayor importancia a los principios de reeducación y reinserción social, junto a la inclusión específica del acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad. Se apuntaba, de esta manera, en el todavía artículo 24: “Artículo 24 (..) 4. Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad no podrán consistir en trabajos forzados y estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social. El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma, gozará de todos los derechos fundamentales garantizados en este capítulo, a excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y la ley penitenciaria. En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social. Las sanciones de la Administración civil no podrán consistir en privación de libertad”9. Durante el debate en el Pleno volvió a presentarse la enmienda de adición del Diputado Letamendía Belzunce, pretendiendo que la redacción definitiva en ese concreto punto quedara de la siguiente forma: “El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma gozará de los derechos fundamentales de este capítulo y, en especial, del acceso a la cultura y el ejercicio libre y normal de la sexualidad”. En el muy escaso debate suscitado por esta propuesta, los contrarios a la misma incidieron con acierto en lo llamativo de querer resaltar estas cuestiones y no hacerlo por el contrario con otros derechos como el derecho a la vida e integridad física, a la no discriminación, a la asistencia letrada o al honor, por ejemplo10. El resultado de la votación fue nuevamente negativo, 8 En su defensa se añadía igualmente que el “desarrollo de la libre sexualidad ha sido recogido en el dictamen emitido por la Comisión Especial de investigación sobre la situación de establecimientos penitenciarios y aprobado por tal Comisión (..) dictamen que contempla este derecho a la sexualidad, diciendo que la privación de libertad del individuo no implica necesariamente la prohibición de libre ejercicio y desarrollo de libertad de sexualidad, por lo que en el caso del régimen cerrado o de prisión, se cuidará de que los reclusos puedan mantener periódicas relaciones sexuales”, Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, nº 71, de 22 de mayo de 1978. 9 Boletín Oficial de las Cortes, nº 121, 1 de julio de 1978, pág. 2595 10 Véase así la intervención del Diputado GARCÍA-ROMANILLOS VALVERDE, donde se apuntó que “bastaría quizá este argumento de técnica jurídico-política o de corrección constitucional para impugnarla; pero es que, además, resulta superflua; por otra parte, no es correcto hablar de unos derechos para las personas que se encuentran en libertad, y otros para los que están privados de ella (..) aquellos que se encuentran en prisión podrán ver limitado el ejercicio de alguno o algunos de ellos como consecuencia de la pena”, Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, nº 106, de 7 de julio de 1978, págs. 2088/2089. 5 ciento veintisiete votos a favor, ciento cincuenta y siete en contra, contándose dieciséis abstenciones. El texto del proyecto aprobado por el Pleno del Congreso de los Diputados no se vio alterado durante este momento de la tramitación. “Artículo 24 (..) 4. Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad no podrán consistir en trabajos forzados y estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social. El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma, gozará de todos los derechos fundamentales garantizados en este capítulo, a excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y la ley penitenciaria. En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social. Las sanciones de la Administración civil no podrán consistir en privación de libertad”11. Durante su tramitación en el Senado fueron cinco las enmiendas presentadas a este apartado (nº 1, 22, 267, 459 y 991). De esas cinco, una de ellas se centró con exclusividad en la cuestión de las sanciones administrativas, dos incidieron en el punto relativo al trabajo del recluso (nº 22 y nº 267), una cuarta pretendió ampliar las referencias a la pervivencia de los derechos y su tutela (nº 459) mientras que la última retomó la cuestión del acceso a la cultura por parte del interno y al ejercicio de la sexualidad (nº 991). Veamos alguna de ellas con un poco más de detalle. La enmienda nº 22 junto a presuntas mejoras de redacción (la sustitución de los conceptos de “reeducación” y “reinserción” por los de “educación” y “rehabilitación”) pretendió especificar que la remuneración del recluso habría de hacer conforme “las reglas salariales aplicables a su actividad laboral”. La nº 267, en una perspectiva diversa, trató de atenuar las implicaciones de las previsiones laborales respecto del interno pretendiéndose que la redacción de dicho apartado recogiera no una obligación, sino una mera actuación de promoción: “se procurará su acceso a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social”. La justificación abundó de forma extensa en esa idea: “Resulta, quizá, excesivo imputar a los poderes públicos españoles al aseguramiento de un trabajo remunerado a todas las personas que sufran penas privativas de libertad, incluso no españoles. Se tratará, desde luego, de un objetivo deseable, pero en ocasiones, y no infrecuentes, representará una incompatibilidad, según la naturaleza del trabajo que se pretenda, si éste se entiende como un derecho inalienable del penado, análogo al del artículo 32, para todos los españoles. No se trata, por tanto, de ignorar la trascendencia e importancia del acceso de cualquier penado a un trabajo de esas características, sino de velar porque la Constitución conceda aquello que resulta formal y materialmente viable, dentro de una prioridad”. 11 Boletín Oficial de las Cortes, nº 135, 24 de julio de 1978, pág. 2949 La nº 45912 ampliaba en mucho las previsiones del artículo haciendo referencia a los derechos del privado de libertad, cuestiones atinentes a su trabajo, necesidades familiares u otras de muy diverso tenor: “El condenado a pena de prisión que la esté cumpliendo gozará de los derechos fundamentales de esta Constitución, y, en especial, el acceso a la cultura y al ejercicio de su sexualidad, excepto de los que se vean expresamente limitados por el contenido de la sentencia condenatoria, el sentido de la pena y la Ley penitenciaria. En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado dignamente y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social. Las sanciones de la Administración Civil no podrán consistir en privación de libertad. Los poderes públicos atenderán las necesidades familiares de aquellos que, en consecuencia de un fallo condenatorio, se vean privados de libertad y protegerán el derecho al trabajo del ex preso. La autoridad judicial controlará directamente, a través de los mecanismos que se arbitren por ley, todo el período de ejecución de la sentencia y cumplimiento de las penas, resolviendo cuantas incidencias pudieran surgir, regulando la concesión de beneficios y arbitrando sistemas de visitas periódicas a las prisiones, para revisión de las mismas y atención a las demandas y reclamaciones de reclusos y funcionarios. Los jueces, al establecer la sentencia condenatoria, tratarán de investigar la responsabilidad de las sociedad que envuelve al inculpado y determinar las correcciones correspondientes por vía adecuada”. La última de las enmiendas presentadas en el Senado en este punto (nº 991) insistió en la necesidad de explicitar la importancia del acceso a la cultura y al ejercicio de su sexualidad. Mantenía así el texto completo tras la referencia a los beneficios de la Seguridad Social incorporando la siguiente adenda: “así como el acceso a la cultura y el ejercicio de su sexualidad”. Durante el debate en la Comisión de Constitución del Senado, y en la defensa de la enmienda nº 459, el Senador Xirinacs Damians incidió en la idea de incluir nuevas especificaciones en materia de los derechos de las personas privadas de libertad abundando igualmente en la necesidad de suprimir la referencia a las medidas de seguridad, haciendo específica mención de la Ley de Peligrosidad Social. Por un lado apuntaba la importancia de que la referencia a los derechos fuera a todos los contenidos en el texto constitucional eliminando la reseña al Capítulo Segundo del Título Primero. Ello lo argumentaba de la siguiente forma “creo que hay que protegerle con todos los derechos constitucionales. Pongamos, por ejemplo, cómo en el artículo 39, que está fuera de este capítulo, se reconoce el derecho a la salud; o en el artículo 41, el derecho a disfrutar del medio ambiente. ¿Está el recluso privado de gozar de estos derechos?”. A esta especificación se añadía la referencia más concreta de la salvaguarda especial del acceso a la cultura y el ejercicio de su sexualidad así como a que la retribución tuviera un carácter digno. Todo ello 12 Por un error –que fue aclarado en la Comisión- esta enmienda parecía en principio que suprimía toda referencia a los derechos del interno manteniendo únicamente la referencia a la reeducación y reinserción social; así: “Las penas privativas de libertad no podrán consistir en trabajos forzados y serán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”. 7 sobre la base de que dichas incorporaciones recogerían a criterio del enmendante el espíritu del informe de la Comisión Especial de Investigación de Establecimientos Penitenciarios del Senado, aprobado por el Pleno. Con relación al trabajo ya en libertad apuntaba como eventual modelo a seguir la regulación alemana donde las empresas cuasi-familiares se podían beneficiar de exenciones tributarias. Y respecto de las obligaciones familiares argumentaba que con estas previsiones se pretendía “evitar marginaciones sociales para los familiares de aquellos que se han visto privados de libertad, y porque la responsabilidad de los delitos debe ser cargada a los autores y no a los que nada tienen que ver con el acto cometido, y a los autores mientras están cumpliendo la pena; una vez acabada de cumplir, ya no”; ello porque “una de las causas de la delincuencia y de marginación social es, precisamente, ésta”. Esta argumentación se completó con la referencia al carácter de última ratio de la privación de libertad y a la necesidad de proceder a sustituir ésta por medidas alternativas (la necesidad de investigar la forma de ir eliminando la pena de privación de libertad supra referida). En la defensa de la enmienda nº 991 del Senador Unzueta Uzcanga relativa a la adición de la previsión del reconocimiento expreso del “acceso a la cultura y al ejercicio de la sexualidad” se procedió a una corrección in voce de dicho texto (en aras de una redacción “más discreta”) de la forma que sigue: “así como el acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad”. La enmienda se fundamentó para su defensa en el Informe, tildado de idealista, elaborado por la Comisión especial de investigación apenas unos meses antes, en mayo de 197813. La enmienda nº 22, defendida por el Senador Villar Arregui, insistió con claridad en la problemática del reconocimiento indubitado de un derecho al trabajo, especialmente a la vista del “contexto de paro como el actual..” Se proponía así una alteración de la redacción del modo que sigue: “en todo caso, tendrá derecho a los beneficios de la Seguridad Social y su trabajo será remunerado conforme a las reglas salariales aplicables a su actividad laboral”14. Tras las correspondientes votaciones la redacción del artículo quedó de la siguiente forma: “Artículo 24 (..) 4. Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad no podrán consistir en trabajos forzados y estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social. El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma, gozará de todos los derechos fundamentales de este capítulo, a excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y la ley penitenciaria. En todo caso, tendrá 13 El enmendante recordó algunas de las apelaciones vertidas en dicho informe: Solamente y después de hombres son presos; los reclusos son personas no privadas de su derecho a la afectividad y a la sexualidad cuyo ejercicio y desarrollo debe quedar garantizado en todo caso; la pena tiene su fundamento en la educación y preparación del preso para la vida futura, sin que la fe en el hombre desaparezca en ningún caso, Diario de Sesiones del Senado. Comisión de Constitución, nº 44, 25 de agosto de 1978, págs. 3306/3307. 14 Se apuntaba aquí la necesidad de salir al paso de una viciosa y antigua práctica con arreglo a la cual quienes redimían penas por el trabajo vendían el producto elaborado mediante su esfuerzo a precios ínfimos. derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad”15. En el Dictamen de la Comisión esta redacción quedó encuadrada dentro del artículo 25, en su apartado segundo16. Respecto de dicho apartado se mantuvieron tres votos particulares (nº 101 y 102 y 103). El primero de ellos (Voto nº 101. Enmienda nº 459) pretendía para dicho apartado la presente formulación: “Las penas privativas de libertad no podrán consistir en trabajos forzados y serán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”. El segundo (Voto nº 102 . Enmienda nº 22 modificada in voce) tenía el siguiente contenido: “Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la educación y rehabilitación del condenado, y en ningún caso podrán consistir en trabajos forzados. El condenado que estuviere cumpliendo la pena de prisión gozará de los derechos que reconoce la Constitución, a excepción de los que se limiten expresamente por el fallo condenatorio, el sentido de la pena y la ley penitenciaria. En todo caso, tendrá derecho a los beneficios de la Seguridad Social y su trabajo será remunerado conforme a las reglas salariales aplicables a su actividad, así como el acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad”. El tercero y último (Voto nº 103. Enmienda nº 267) únicamente se refería a la última cuestión del apartado: “Se procurará su acceso a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes a la Seguridad Social”. Los tres votos fueron retirados en última instancia, aprobándose el artículo 25 del texto del dictamen de la Comisión por ciento ochenta votos a favor y ninguno en contra, contándose cuatro abstenciones. La Comisión Mixta Congreso-Senado alteró finalmente la redacción adelantando las previsiones referentes a la reeducación y reinserción social de las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad: “Artículo 25 (..) 2. Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados. El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma gozará de todos los derechos fundamentales de este Capítulo, a excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y la ley penitenciaria. En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad”17. El resultado final de la tramitación resulta en buena medida plausible por más que resulte evidente que mantiene algunos problemas de estructura o 15 Diario de Sesiones del Senado. Comisión de Constitución, nº 44, 25 de agosto de 1978, págs. 3309. 16 Boletín Oficial de las Cortes, nº 157, 6 de octubre de 1978, pág. 3419. 17 Boletín Oficial de las Cortes, nº 170, 28 de octubre de 1978, pág. 3706. 9 coherencia, contando con algunas deficiencias en su configuración subjetiva, cuestiones todas ellas que trataremos de ir desgranando más adelante18. Sin duda, como ya apuntamos al inicio de este trabajo, nos encontramos ante un precepto singular, innovador y casi sin parangón en el ámbito comparado. DE LA LEY PENITENCIARIA DE 1979, COMO ADAPTACIÓN A LOS MOVIMIENTOS REFORMISTAS MODERNOS, AL REGLAMENTO DE 1996 La Ley Orgánica General Penitenciaria se aprobó tempranamente19; se pretendía comenzar a dar sentido a los principios de reeducación y reinserción social hacia los que habían de orientarse las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad. Fue la primera norma de tal rango, Ley Orgánica, en ver la luz (LOGP 1/1979, de 26 de septiembre) y se elaboró teniendo muy presente no sólo las Reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos que habían sido elaboradas por las Naciones Unidas y el Consejo de Europa20 (revisadas posteriormente en diferentes ocasiones21) sino igualmente las leyes penitenciarias de los países más avanzados. 18 Con tono ciertamente crítico, COBO DEL ROSAL y BOIX REIG nos hablan de un “criticable precepto” de contenido confuso y que puede dar lugar a las más variadas y singulares interpretaciones, que achacan a las sucesivas modificaciones sufridas por el texto en su iter constituyente junto a la introducción de formulaciones amplias, resultado de controversias parlamentarias ante pretensiones concretas de difícil encajo constitucional, “Artículo 25. Garantía Penal”, Comentarios a las Leyes Políticas. Constitución Española de 1978, ALZAGA VILLAAMIL, O., (Dir.) Tomo III, Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1983, págs. 88 y ss. En una edición posterior de esta obra COBO DEL ROSAL y QUINTANAR DÍEZ destacan nuevamente el carácter confuso del precepto de defectuosa formulación, tanto en lo atinente al elemento subjetivo que en el mismo se refiere, como a las limitaciones o la propia reseña al sentido de la pena, “Artículo 25. Garantía Penal”, Comentarios a la Constitución Española de 1978, ALZAGA VILLAAMIL, O., (Dir.) Tomo III, Cortes Generales-Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1996, págs. 139 y ss. 19 A. TÉLLEZ explica la premura de la aprobación de dicha ley tanto por el contexto de convulsión que vivían las prisiones de la época como por la firme voluntad del entonces Director General de Instituciones Penitenciarias, “Aproximación al Derecho Penitenciario de algunos países europeos”, Boletín de Información del Ministerio de Justicia, nº 1818, 1998, pág. 700. A esta rápida evolución de nuestro ordenamiento contrapondrá el autor la de otros países de nuestro entorno como el italiano por ejemplo, donde la adaptación a las modernas leyes penitenciarias fue fruto de un largo proceso en el que se suceden diferentes intentos de reforma. Véase, asimismo, GARCÍA VALDÉS, C., Estudios de Derecho Penitenciario, Tecnos, Madrid, 1982, especialmente las págs 109 y ss, y YUSTE CASTILLEJO, A., “Problemas de la Ley Orgánica General Penitenciaria en sus inicios”, Jornadas en homenaje al XXV aniversario de la Ley Orgánica General Penitenciaria, Ministerio del Interior, 2005, págs. 25 y ss. 20 El objeto de estas reglas sería establecer los principios y reglas de una buena organización penitenciaria y de la práctica relativa al tratamiento de los reclusos teniendo como principio rector el respeto a la dignidad del recluso. Como apuntó F. BUENO ARUS, cuatro décadas atrás, al abordar la consecuencia de la fijación de estas reglas mínimas, el derecho penitenciario de los diversos Estados parte, tiende hacia un ideal que es prácticamente el mismo en todas partes”, “Panorama comparativo de los modernos sistemas penitenciarios”, Problemas actuales de las Ciencias Penales y la Filosofía del Derecho, Pannedille, Buenos Aires, 1970, pág. 392. 21 En febrero de 2006 ha visto la luz la tercera versión de las Normas Penitenciarias Europeas; una reseña de las mismas puede verse en MAPELLI CAFFARENA, B., “Una nueva versión de Supuso nuestra incorporación a los modernos movimientos de reforma penitenciaria. Una tendencia que tenía como lógico y necesario referente la prevalencia de los derechos fundamentales y el respeto a la dignidad humana en este ámbito. Una adaptación que ya había sido iniciada poco tiempo atrás con la aprobación, a la par que comenzaban los trabajos de las Cortes Constituyentes, del Decreto 2273/1977, de 29 de julio22, que vino en modificar el Reglamento de los Servicios Penitenciarios de 195623. En la exposición de motivos de este cuerpo legal, curiosamente no recogida en el texto definitivo de la norma, se parte de la idea de la difícil sustitución de la pena de prisión por otra de distinta naturaleza que, evitando los males y defectos inherentes a la reclusión, pudiera servir en la misma o en mejor medida a las necesidades requeridas por la defensa social. Un cuarto de siglo después esta idea (la pena como mal necesario y su complejo reemplazo) sigue marcando la pauta de los debates en esta cuestión24. Se pretenden hacer así buenos los planteamientos que consideran la privación de libertad como ultima ratio de la ultima ratio25 (visto también ello, incluso, en clave de “generaciones de derechos”26); una idea que llega a encontrar adhesiones las normas penitenciarias europeas –traducción y comentarios-”, Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, nº 8, 2006. 22 Una valoración positiva de esta reforma -coetánea a la misma-, puede verse en GARRIDO GUZMÁN, L., “La reciente reforma del Reglamento de los servicios de Instituciones penitenciarias”, Cuadernos de Política Criminal, nº 3, 1977, págs. 218 y ss. 23 Las implicaciones de la aprobación de este reglamento son valoradas de forma desigual por la doctrina. Así, por ejemplo, a juicio de GARRIDO GUZMÁN o BUENO ARÚS, supuso un avance con relación al anterior de 1948, por su asunción de las Reglas Mínimas de Ginebra de 1955; en sentido contrario, RIVERA BEIRAS, por ejemplo, entiende que su “cierta recepción” obedece únicamente a una fachada hacia el exterior del régimen franquista (véase, de este último, “Los primeros sistemas penitenciarios”, La cárcel en el sistema penal, Bosch, Barcelona, 1996, pág. 97). Una exposición sobre la evolución del sistema penitenciario español desde los años 40 hasta la actualidad puede verse en MARÍN, J.A., “Sistema penitenciario español: evolución en los último 65 años, desafíos y retos de futuro”, www.cej.justicia.es. 24 A título de ejemplo, véase, TELLEZ AGUILERA, A., “Las alternativas a la prisión en el derecho español”, DE CASTRO ANTONIO, J.L., “Posibles causas que condujeron al fracaso de la pena de arresto fin de semana en el Derecho español”, GUDÍN RODRÍGUEZ MAGARIÑOS, F., “La cárcel electrónica. El modelo del derecho norteamericano” (todos ellos en el número monográfico de La Ley Penal. Revista de Derecho Procesal y Penitenciario, nº 21, 2005); de este último autor, véase también, Cárcel electrónica. Bases para la creación del sistema penitenciario del siglo XXI, Tirant lo Blanch, Valencia, 2007; del primero, Nuevas penas y medidas alternativas a la prisión, Edisofer, Madrid, 2005. Con mucha lejanía en el tiempo F. BUENO ARUS apuntaba ya certeramente que el ser humano no tiene al parecer todavía la suficiente imaginación como para construir un sustitutivo adecuado de la pena de privación de libertad de los delincuentes; a ello añadía “si es que acaso no resulta que la crisis es todavía mucho más radical y profunda y se refiere a la misma institución de la pena en general”, “Panorama comparativo de los modernos sistemas penitenciarios”, Problemas actuales de las Ciencias Penales y la Filosofía del Derecho, Pannedille, Buenos Aires, 1970, pág. 392. 25 LANDROVE DÍAZ, G., “Prisión y sustitutivos penales”, El nuevo Derecho Penal español. Estudios penales en Memoria del profesor José Manuel Valle Muñiz, Aranzadi, 2001, pág. 425. 26 A.E. PÉREZ LUÑO destaca que “la tercera generación de derechos humanos tiene como correlato en el terreno penitenciario las modernas tesis tendentes a un debilitamiento e incluso a una abolición del propio sistema penitenciario”, “Las generaciones de derechos humanos en 11 incluso desde criterios netamente economicistas que inciden en el menor coste de ciertas medidas alternativas27. Tras destacar esto, se apunta también con relación a la concepción resocializadora de la pena, que, al defender dicha finalidad, se pretende significar que “el penado no es un ser eliminado de la sociedad sino una persona que continúa formando parte de la misma, incluso como miembro activo, si bien sometido a un particular régimen jurídico, motivado por el comportamiento antisocial de aquél y encaminado a preparar su vuelta a la vida libre en las mejores condiciones para ejercitar socialmente su libertad”28. Esta es la idea de apertura del propio articulado de la Ley al apuntar la finalidad de las instituciones penitenciarias. La reeducación y reinserción social de los sentenciados a penas y medidas penales privativas de libertad se configura así como su fin primordial, con la necesaria reseña a la retención y custodia de los detenidos, presos y penados. No parece de más destacar que, en este mismo punto, se realizaba una referencia a la labor asistencial y de ayuda para internos y liberados29. La primera referencia a los derechos del recluso se hace ya en el propio Título Preliminar, concretamente en su artículo tercero, cuando se establece que la actividad penitenciaria deberá hacerse respetando la personalidad humana de los mismos así como los “derechos e intereses jurídicos de los mismos no afectados por la condena”. A ello añade una prohibición de discriminación en la que se incorpora una relación de categorías sospechosas de discriminación al estilo de las previsiones del artículo 14 de nuestra norma suprema (raza, opiniones políticas, creencias religiosas, condición social30) así como una cláusula genérica respecto de cualesquiera circunstancias de análoga naturaleza. En ese mismo Título, tras aquél primer acercamiento, se hace una genérica relación de los derechos que podrán ser ejercitados por los internos, así: derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales, sin el ámbito penitenciario”, Derecho Penitenciario y Democracia, Fundación El Monte, Sevilla, 1994, págs. 57 y ss. 27 C. BENEDI ANDRÉS apunta como un sector de la doctrina se ha apoyado en datos economicistas que ponen el énfasis en el alto coste que las prisiones tienen para el Estado. Desde esta perspectiva, se dice, es más barato para el estado proveer mecanismos alternativos que el encierro de los condenados. Lo que en ningún caso cabe desconocer es que el aumento de la población reclusa y la masificación de las prisiones, reduce las posibilidades de actuación en el marco de un tratamiento individualizado, “Alternativas a las penas de prisión en el Derecho español y modelos existentes en el Derecho Comparado”, Estudios jurídicos. Cuerpo de Secretarios Judiciales, II, 2000, págs. 225 a 284. 28 Boletín Oficial de las Cortes, nº 148, 15 de septiembre de 1978. 29 Es interesante apuntar que en el Título III y al abordar el tratamiento penitenciario lo vincula de manera inmediata con esta cuestión al establecer que “el tratamiento penitenciario consiste en el conjunto de actividades directamente dirigidas a la consecución de la reeducación y reinserción social de los penados”; a ello añade que “el tratamiento pretende hacer del interno una persona con la intención y la capacidad de vivir respetando la ley penal, así como de subvenir a sus necesidades. A tal fin, se procurará, en la medida de lo posible, desarrollar en ellos una actitud de respeto a sí mismos y de responsabilidad individual y social con respecto a su familia, al prójimo y a la sociedad en general” (artículo 59). 30 El Reglamento Penitenciario del 81 añadió a la enumeración una referencia al “nacimiento”; con posterioridad, el Reglamento del 96 incorporó otra nueva reseña, en este caso, la no discriminación “por razón de sexo”. exclusión del derecho de sufragio, salvo que fuesen incompatibles con el objeto de su detención o el cumplimiento de la condena. Junto a ello, a la par que una relación más específica al derecho del mismo a ser designado por su propio nombre, se señala que la Administración penitenciaria velará por la vida, integridad y salud de los internos, apuntando igualmente que ningún interno será corregido a malos tratos de palabra u obra. No eran estas las únicas previsiones contenidas en la Ley; puesto que, por ejemplo, se abordaba con cierto detalle el régimen de comunicaciones y visitas, cuestiones atinentes al derecho a la intimidad como el principio celular, referencias al derecho del trabajo, etc. En todo caso no profundizaremos en este momento en su estudio pues consideramos que resulta preferible hacerlo más adelante cuando analicemos los diferentes derechos. Ahora únicamente creemos necesario apuntar la importancia de la creación por este cuerpo legal de la figura del Juez de Vigilancia Penitenciaria31 que, entre otras competencias, estará encargado de “salvaguardar los derechos de los internos”, debiendo corregir así “los abusos y desviaciones que en el cumplimiento de los preceptos del régimen penitenciario puedan producirse”32. A estos efectos deberán acordar lo procedente respecto de todas aquellas peticiones o quejas que los internos pudieran formular respecto del régimen y tratamiento penitenciario “en cuanto afecte a los derechos fundamentales o a los derechos y regímenes penitenciarios de aquellos”. En esta función garante no tienen importancia menor las visitas que de manera periódica giran a los diferentes centros penitenciarios33. Sus dos décadas de actuación como juez natural de los 31 La propia exposición de motivos del Proyecto resaltó su creación como uno de los rasgos más sobresalientes del cuerpo legal; se apostaba así por la judicialización del sistema. En una reflexión de conjunto sobre esta cuestión J.L. ALBIÑANA, ha destacado que nuestro sistema se encuentra actualmente a la vanguardia de los restantes ordenamientos del derecho comparado europeo continental, al menos en dar ese protagonismo al Juez de Vigilancia al que se le confían decisiones que en otros países todavía están en poder de la Administración o en manos de Jueces no miembros de la carrera judicial, si bien acompaña esta reflexión de una más negativa, al destacar que “esta diferencia no puede alimentar unas consecuencias falsamente progresistas para nuestro marco legal. Porque al margen de la incidencia real que los nuevos Juzgados de Vigilancia Penitenciaria han tenido en estos veinticinco últimos años, nuestra principal Ley Orgánica General Penitenciaria viene muy influida por los criterios antagónicas que continua e históricamente vienen lastrando la posible modernización del sistema penitenciario. Pues si nuestra Constitución ha sancionado como mandato-deber para los Poderes Públicos, una orientación progresista y humanista para las penas de privación de libertad, el cumplimiento de este tipo de condenas viene tradicionalmente conducido con el acompañamiento de las "necesarias medidas de seguridad y contención" de la persona interna en la que todos son sospechosos de pretender quebrantar la condena”, “El control jurisdiccional del régimen penitenciario”, Jornadas sobre Ejecución Penal. Funciones de los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria, Centro de Estudios Jurídicos, págs. 7/8. 32 Una breve reseña sobre los orígenes del control judicial de la ejecución de la pena de prisión que, nominalmente, se retrotraería incluso a la época de los Reyes Católicos, puede verse en TELLEZ AGUILERA, A., Nuevas penas y medidas alternativas a la prisión, Edisofer, Madrid, 2005, págs. 191 y ss. 33 En la Disposición Transitoria Primera de la Ley se estableció que hasta que se dictaren las normas correspondientes, el Juez de Vigilancia Penitenciaria habría de atenerse a lo dispuesto en los artículos 526, 985, 987, 990 y ss. de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. 13 derechos34, precedidas de una implantación práctica ciertamente improvisada35, no han impedido que se haga referencia a esta figura como la “gran desconocida de la planta jurisdiccional española”, el “hermano pobre de entre los que tienen competencias”, consecuencia de la propia dinámica del sistema procesal penal36. Su importancia la ha destacado en repetidas ocasiones el Tribunal Constitucional al suponer su función una potenciación del momento jurisdiccional en la ejecución de las penas, en particular en materia de protección de derechos37. Desde su aprobación han sido cuatro las reformas que este cuerpo legal ha sufrido; una en 1995, las otras tres en 200338. La primera de las reformas (Ley Orgánica 13/1995, de 18 de diciembre) redujo la edad hasta la cual podrían permanecer en prisión, junto con ellas, los hijos de las internas (de seis a tres años). Su justificación se revelaba evidente y se plasmó con claridad en su exposición de motivos: las graves disfuncionalidades que pueden producirse en su desarrollo emocional y psicológico, “dado que se hace consciente de la privación de libertad que afecta a su madre y vincula la conformación de su personalidad inicial a tal hecho”39. De otro lado, se articularon puntuales cambios en la protección por maternidad relativos a los períodos de descanso. Las otras tres reformas (Ley Orgánica 5/2003, de 27 de mayo; Ley Orgánica 6/2003, de 30 de junio; Ley Orgánica 7/2003, de 30 de junio) incidieron en temas de muy diverso calado: creación del Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria y modificación del sistema de recursos en el ámbito penitenciario (con el objetivo de conseguir una unificación de criterios en el marco del control de las penas en el ámbito de los delitos instruidos y enjuiciados por la Audiencia Nacional), cuestiones atinentes a la educación universitaria (las denuncias relativas a los estudios de miembros de la banda terrorista ETA estaban en el fondo de esta reforma) o al principio de 34 Véase, LÓPEZ GUERRA, L., “Jurisdicción ordinaria y jurisdicción constitucional”, La aplicación jurisdiccional de la Constitución, RUÍZ-RICO, G., (Ed.), Tirant lo Blanch, Valencia, 1997. 35 Como apunta MARTÍN DIZ con los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria se produjo una atípica puesta en funcionamiento improvisándose una solución, sin planificación o estructuración inicial, que determinó la reconversión de diecisiete integrantes de la carrera judicial –doce lo eran de los antiguos Juzgados de Peligrosidad y Rehabilitación Social y cinco de los Juzgados de Primera Instancia e Instrucción- en Jueces de Vigilancia Penitenciaria que asumieron tales funciones junto con las que ya tenían atribuidas (salvo uno que las asumiría en exclusiva), El Juez de Vigilancia Penitenciaria. Garante de los derechos de los reclusos, Comares, Granada, 2002, pág. 60. 36 MARTÍN DIZ, F., El Juez de Vigilancia Penitenciaria, Comares, Granada, 2002, pág. 29 37 Ver, por todas, la STC 2/1987, de 21 de enero, caso “Disciplina penitenciaria”. 38 Una valoración de las reformas puede verse en TÉLLEZ AGUILERA, A., “La Ley Orgánica General Penitenciaria: Reformas habidas y debidas”, LANDROVE DÍAZ, G., “Las reformas de la Ley Orgánica General Penitenciaria”; ambos artículos fueron publicados en el volumen Jornadas en homenaje al XXV aniversario de la Ley Orgánica General Penitenciaria, VVAA, Ministerio del Interior, Madrid, 2005. 39 En aquel momento eran doscientos veintiuno los niños que permanecían junto con su madre en prisión, el diecisiete por ciento de los cuales tenía una edad superior a los tres años. Cabe destacar aquí que en la Recomendación del Comité de Ministros del Consejo de Europea sobre las Reglas Penitenciarias Europeas adoptadas en enero de 2006 se establece que “Los niños de poca edad pueden estar en prisión con un pariente recluso únicamente si ello resulta de interés para el menor” debiendo establecerse una infraestructura especial con el fin de protegerse el bienestar de los mismos. individualización científica (exigencias en la clasificación o progresión al tercer grado de tratamiento). *** Dicho esto, debemos destacar que no hubo que aguardar mucho tiempo hasta que se procedió al desarrollo reglamentario de este cuerpo legal mediante la aprobación del Real Decreto 1201/1981, de 8 de mayo40. Un reglamento extenso (417 artículos) que tenía como pórtico, en mimetismo con la ley, un fin primordial de las instituciones penitenciarias, esto es, la reeducación y reinserción social de los sentenciados a penas y medidas de seguridad privativas de libertad; y, claro está, como también se reflejaba necesariamente en la ley, la retención y custodia de los detenidos, presos y penados. La primera referencia expresa a los derechos fundamentales del recluso se plasmaba en su artículo tercero al determinar que “La actividad penitenciaria se ejercerá respetando, en todo caso, la personalidad y dignidad humana de los recluidos. Los condenados a penas de prisión gozarán de los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución Española, a excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y la Ley penitenciaria”, no estableciéndose diferencia alguna “por razón de nacimiento, raza, opiniones políticas, creencias religiosas, condición social o cualesquiera otras circunstancias de análoga naturaleza”. Las eventuales limitaciones que pudieren imponerse así en el disfrute de sus derechos “no conllevan menosprecio para la estima que, en cuanto ser humano, merece la persona”, pues “la dignidad ha de permanecer inalterada cualquiera que sea la situación en que la persona se encuentre –también, qué duda cabe, durante el cumplimiento de una pena privativa de libertad”41. Recogerá el Reglamento inmediatamente a continuación una idea ya reflejada con acierto la Exposición de Motivos del Proyecto de Ley General Penitenciaria. El principio inspirador del cumplimiento de las penas así como de las medidas de seguridad de privación de libertad no es otro que la consideración de que “el interno es sujeto de derecho y no se haya excluido de la sociedad, sino que continúa formando parte de la misma”. A continuación de aquí y dentro de las propias Disposiciones Generales de la Ley (Título I) encontramos diferentes referencias a los derechos y su pervivencia y protección. Se establece así que “Se garantiza la libertad ideológica y religiosa de los internos, y su derecho al honor, a ser designados por su propio nombre, a la intimidad personal, a la información, a la educación y al acceso a la cultura, al desarrollo integral de su personalidad, 40 Una relación de la evolución histórica de la normativa penitenciaria en nuestro país puede verse en TÉLLEZ, A., Seguridad y disciplina penitenciaria. Un estudio jurídico, Edisofer, Madrid, 1998, págs. 172 y ss; así, antes del Reglamento Penitenciario de 1981: Real Ordenanza para el gobierno de los presidios de arsenales de marina de 1804; Reglamento del presidio militar de Cádiz de 1805; Ordenanza General de presidios peninsulares de 1807; Ordenanza General de los presidios del reino de 1834; Reglamento de desarrollo de 1844; Reglamento de cárceles de capitales de provincia de 1847; Real Decreto de 3 de junio de 1901; Real Decreto de 5 de mayo de 1913; Reglamento Penitenciario de 1928; Reglamento Penitenciario de 1930; Reglamento Penitenciario de 1948; Reglamento Penitenciario de 1956. 41 Sobre esta cuestión, STC 120/1990, de 27 de junio, caso “Huelga de hambre I”. 15 a elevar peticiones a las autoridades y a participar en los asuntos públicos por medio del sufragio, en las condiciones legalmente establecidas. La Administración Penitenciaria velará por la vida, integridad y salud de los internos, y les facilitará el ejercicio de sus derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales, sin exclusión del derecho de sufragio, salvo que sean incompatibles con el objeto de su detención o el cumplimiento de la condena. Asimismo velará por el ejercicio del derecho al trabajo y a la seguridad social”. Y, junto a ello, que: “Los internos, en defensa de sus derechos e intereses, podrán dirigirse a las autoridades competentes y utilizar los recursos legales en relación con las reclamaciones y peticiones que formulen. En consecuencia, podrán también presentar a las autoridades penitenciarias peticiones y quejas relativas a su tratamiento o al régimen del establecimiento (..) Los internos tienen derecho a conocer los derechos y deberes integrantes de su situación jurídico penitenciaria”. Este Reglamento fue derogado tres décadas después, con excepción del catálogo de faltas disciplinarias42, por el ahora vigente Real Decreto 190/1996 de 9 de febrero. Muchas fueron las reformas introducidas por este Reglamento, aunque destaca (como de forma expresa se indicó en la propia exposición de motivos) la incorporación de la importante exégesis jurisprudencial en la materia, especialmente la determinada por el Tribunal Constitucional en el tema que aquí nos ocupa. En lo referente al estatuto jurídico de los reclusos se procede a una extensa regulación de sus derechos, cuidándose con especial detalle lo relativo al derecho a la intimidad de aquéllos, tanto en el ámbito de sus comunicaciones o en la forma de realizar los eventuales cacheos (la doctrina del Tribunal Constitucional se plasma de forma clara en estos puntos) como en la vertiente de la protección de los datos de carácter personal contenidos en archivos penitenciarios. La enumeración de derechos (Capítulo II del Título I) viene precedida del dibujo del marco en el que se ejercerá la actividad penitenciaria, que no es otro que el respeto de “la personalidad de los internos y los derechos e intereses legítimos de los mismos no afectados por la condena, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de raza, sexo, religión, opinión, nacionalidad o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. De esta manera, el interno tendrá: (a) “Derecho a que la Administración penitenciaria vele por sus vidas, su integridad y su salud, sin que puedan, en ningún caso, ser sometidos 42 La justificación de la vigencia de estos artículos no es otra que “el prurito de respeto al principio de legalidad”, pues la no inclusión de estas cuestiones (y por ende tal vigencia) en el reglamento del 96 obedece a que los redactores de este último entendieron que resultaba preciso que el catálogo de faltas disciplinarias se recogiera en la Ley y que era posible aprovechar que en aquel mismo momento se estaba reformando la Ley Penitenciaria para reformar los artículos 29 y 38, por más que finalmente la enmienda de ampliación fue rechazada; véase TÉLLEZ AGUILERA, A., “La Ley Orgánica General Penitenciaria: Reformas habidas y debidas”, Jornadas en homenaje al XXV aniversario de la Ley Orgánica General Penitenciaria, VVAA, Ministerio del Interior, Madrid, 2005, pág. 230. Sobre esa necesaria inclusión en orden a evitar los problemas de la hipotética estimación de un amparo que impugne una sanción impuesta por vulneración del derecho a la legalidad sancionadora, véase, SÁNCHEZ TOMÁS, J.M., “Derechos fundamentales y prisión: Relación penitenciaria y reserva de ley sancionadora”, El Juez de Vigilancia Penitenciaria y el tratamiento penitenciario, Consejo General del Poder Judicial, Madrid, 2005, págs. 239 y ss. a torturas, a malos tratos de palabra o de obra, ni ser objeto de un rigor innecesario en la aplicación de las normas”; (b) “Derecho a que se preserve su dignidad, así como su intimidad, sin perjuicio de las medidas exigidas por la ordenada vida en prisión. En este sentido, tienen derecho a ser designados por su propio nombre y a que su condición sea reservada frente a terceros”; (c) “Derecho al ejercicio de los derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales, salvo cuando fuesen incompatibles con el objeto de su detención o el cumplimiento de la condena”; (d) Derecho de los penados al tratamiento penitenciario y a las medidas que se les programen con el fin de asegurar el éxito del mismo”, (e) “Derecho a las relaciones con el exterior previstas en la legislación”; (f) “Derecho a un trabajo remunerado, dentro de las disponibilidades de la Administración penitenciaria”; (g) “Derecho a acceder y disfrutar de las prestaciones públicas que pudieran corresponderles”; (h) “Derecho a los beneficios penitenciarios previstos en la legislación”; (i) “Derecho a participar en las actividades del centro”; (j) “Derecho a formular peticiones y quejas ante las autoridades penitenciarias, judiciales, Defensor del Pueblo y Ministerio Fiscal, así como a dirigirse a las autoridades competentes y a utilizar los medios de defensa de sus derechos e intereses legítimos a que se refiere el Capítulo V del Título II de este Reglamento”; (k) “Derecho a recibir información personal y actualizada de su situación procesal y penitenciaria”. Reseñar por último, que más allá de la estricta normativa penitenciaria y de la nueva filosofía introducida tiene interés destacar que la importante reforma del Código Penal del año 83 ayudó a reducir la población de nuestros masificados centros penitenciarios, cuestión que per se tiene una indudable relación con la afección de determinados derechos del interno, la intimidad por ejemplo.