Evaluación de la equidad y efectos distributivos

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VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002
Panel: Eficiencia, equidad y control democrático: un marco triangular para el análisis de las políticas públicas
Coordinador: Dr. Jesús Ruiz-Huerta
Evaluación de la equidad y efectos distributivos de las políticas públicas*
José Manuel Díaz Pulido
Universidad Complutense de Madrid
I. INTRODUCCIÓN: ¿EL CONCEPTO DE EQUIDAD ENTRA EN EL CAMPO DE LA
CIENCIA ECONÓMICA?
En la ponencia anterior se ha analizado el concepto de eficiencia desde la perspectiva del
análisis económico. La eficiencia – entendida como el mayor beneficio con el mínimo costo – es uno
de los componentes de la justicia: una sociedad que desperdicia recursos escasos mientras algunos
individuos no pueden cubrir sus necesidades básicas no es, desde luego, una sociedad justa1. La
eficiencia es el valor por excelencia del análisis económico, hasta el punto que ciertas escuelas de
pensamiento, han afirmado que la tarea del economista es ampliar al máximo el pastel, dejando a otros
la tarea de cómo ha de dividirse2. Esto es, pretenden que el análisis económico debe circunscribirse a
los problemas de maximizar la producción, prescindiendo de los de distribución, por considerarlos bien
metacientíficos o bien extraeconómicos. Esto es especialmente grave en ciertas ramas de la Economía,
–como el Análisis Económico del Derecho (AED)3 – donde se pretende analizar normas e instituciones
sociales con el objetivo de proponer mejoras. Una vez eliminada la posibilidad de estudiar la justicia, el
siguiente paso lógico es identificarla con la eficiencia. Así, por ejemplo, Posner4, perteneciente a la
escuela del AED de Chicago, afirma que: “la eficiencia, tal y como yo la defino, es un adecuado
concepto de Justicia”.
No obstante, la eficiencia no es el único ni el principal componente de la justicia. Naturalmente,
la equidad debe tomar en consideración otros valores, como la libertad, la dignidad humana, los
derechos individuales y la distribución de la renta. Puede que, en ciertas condiciones, la alternativa más
eficiente sea que el 30% de la población viva en condiciones de extrema pobreza. ¿Sería esto justo o
deseable socialmente? ¿Qué porcentaje de población en condiciones de pobreza severa sería tolerable
en aras de una mayor tasa de crecimiento del PIB?
Es claro, tal como afirma MUSGRAVE5, que casi todas las medidas políticas, incluso aquellas
no relacionadas inmediatamente con objetivos de distribución, tienen repercusiones distributivas. Por
ejemplo, una medida concreta de inversión pública, como puede ser la construcción de una determinada
carretera o bien de un ferrocarril del mismo trazado, favorecerá a unos grupos de población distintos.
Asimismo, cuando se trata de reducir la demanda agregada para evitar la inflación, esto tendrá efectos
distributivos diferentes si la reducción se consigue a través de un aumento en los impuestos directos,
indirectos o bien mediante una restricción monetaria.
(30/07/02 Versión provisional)
1 CASAMIGLIA (1993), pág. 30.
2 POLINSKY (1985), pág. 18.
3 En adelante, AED.
4 POSNER (1992).
5 MUSGRAVE (1981), pág. 128.
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Pues bien, es tarea del economista poner de relieve dichos cambios en el bienestar económico
de unos u otros grupos de población al analizar una concreta medida o situación económica. Así como
valorar éstos de acuerdo con ciertos criterios de justicia. Ignorar este aspecto solamente puede devenir
en darle un factor de ponderación cero que haga que predominen cualesquiera otros criterios
(especialmente la eficiencia) en la toma de decisiones sociales.
Naturalmente, la distribución tampoco es el único elemento de la equidad. Los economistas han
usado históricamente otros criterios como son la libertad, la igualdad de oportunidades, la justicia en
los procesos de producción y acumulación de riqueza, etc.
En esta conferencia analizaremos los distintos conceptos de equidad usados en la teoría
económica, así como sus implicaciones y dificultades.
II. LOS DISTINTOS CONCEPTOS DE EQUIDAD Y DISTRIBUCIÓN EN LA CIENCIA
ECONÓMICA.
Históricamente, la Ciencia Económica ha usado diversos criterios de justicia, que proceden de
distintas corrientes filosóficas. Podemos sistematizar los mismos según el momento del proceso
económico en que se centran:
A. Equidad en las condiciones de partida:
1. Igualdad formal de derechos (no discriminación).
2. Igualdad de oportunidades (acción positiva)6.
B. Equidad en los procesos de producción y asignación:
1. La asignación del mercado es justa.
2. Solamente la asignación del mercado competitivo es justa.
3. Solamente las rentas del factor trabajo son justas.
C. Equidad en los resultados:
1. La maximización de la utilidad total.
2. El criterio de Pareto y los neoparetianos.
3. La maximización de la utilidad de los menos favorecidos.
4. Criterios de equidad categórica o igualdad específica.
5. Criterios sobre la distribución de la renta.
Estos criterios no deben entenderse como categorías mutuamente excluyentes, al referirse a
distintos momentos del proceso económico. Por ejemplo, los defensores a ultranza de la igualdad
formal de derechos pueden también desear unas determinadas condiciones en el proceso de producción
y asignación e, incluso, una distribución final del producto compatible con las dos anteriores. No
obstante, sí existen ciertas incompatibilidades entre ellos, que analizaremos con detalle al referirnos a
cada uno.
La terminología sobre este concepto es variada, algunos autores prefieren hablar de discriminación positiva y, otros, como
ROEMER (1999), pág. 15 hablan de “igualdad en las reglas de juego”, para referirse a la obligación del Estado de tratar de
poner los medios necesarios para que los colectivos más desfavorecidos puedan competir en pie de igualdad con los demás.
Un ejemplo sería incrementar el gasto en educación para los niños de familias problemáticas.
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A. Equidad en las condiciones de partida:
1. Igualdad formal de derechos: Este es un criterio previo, que analiza las condiciones iniciales
de la actividad económica. Una sociedad sería justa si todos los individuos poseen los mismos derechos
y deberes7. Esta idea penetró en el pensamiento de los economistas clásicos a través de las principales
corrientes filosóficas dominantes en su época: el racionalismo, el iusnaturalismo, el liberalismo político
y el individualismo. Sobre todo en la versión de los mismos de Hume y Locke. Para este último autor la
sociedad constituye un conjunto de individuos con derechos naturales innatos, de modo que no existe
ningún tipo de bienestar social distinto al de la suma de los individuos que la componen. Ergo, el
Estado solamente se legitima en tanto es capaz de proteger los derechos de sus miembros.
Para el individualismo puro, es suficiente que se garanticen unos derechos originarios, no
siendo relevante la distribución de bienes que se alcance en la sociedad gracias a la libre interacción y
contratación por parte de sus miembros.
La justificación de la ausencia de privilegios y la igualdad de derechos en los economistas
clásicos no proviene solamente de una concepción de equidad. Los economistas clásicos, en su
búsqueda de las leyes naturales de funcionamiento de le economía, arremetieron contra todo tipo de
privilegios del antiguo régimen, puesto que la posibilidad de obtener rentas por status y no por esfuerzo
implicaba un desincentivo a la laboriosidad.
Hoy en día, existe un consenso sobre que la igualdad formal es un requisito previo y necesario
para considerar a una sociedad como justa. El debate se centra, por tanto, en si esta igualdad formal y
este conjunto de derechos son suficientes para calificar un sistema económico como justo o si, en
cambio, debemos fijarnos en los procesos de asignación y en los resultados del mismo.
2.- Igualdad de oportunidades: este criterio supone ir un paso más allá del anterior. El primer
principio significa tratar igual a todos los individuos; el segundo, tratar desigualmente (mejor) a los
que parten de condiciones inferiores. Pongamos un ejemplo, en cuanto al gasto en educación el primer
criterio implicaría un nivel de gasto por alumno igual para todos los ciudadanos. El segundo, que se
gastara más en aquellos individuos que tienen peores condiciones (p.e. minusválidos, niños de entornos
conflictivos, etc.). El fundamento es el siguiente: ya que en la sociedad no existe un adecuado nivel de
igualdad que permita el ejercicio de los derechos formales, el sector público debe tratar activamente de
promover la igualdad. Se trata de asignar los recursos de modo que el nivel alcanzado por una persona
refleje solamente su esfuerzo y no sus circunstancias8”.
Este criterio ha justificado multitud de intervenciones a favor de colectivos raciales, las mujeres,
los minusválidos, etc. Algunas propuestas niegan el derecho de herencia, como una violación de las
condiciones iniciales9. El problema que plantea la aplicación de este criterio es doble. En primer lugar:
¿cómo medir el esfuerzo realizado?. El esfuerzo es un concepto intangible, al cual solamente podemos
acercarnos a través de indicadores externos. Por ejemplo, el nivel de esfuerzo en educación podría ser
determinado a través del grado de asistencia a clase, el número de horas de estudio en casa, etc. Pero
cualquier indicador presenta distorsiones al tratar de reflejar la realidad. Todos los que hemos
Se establece un conjunto determinado de derechos y deberes individuales.
ROEMER (1999), pág. 22
9 Ya desde economistas clásicos como J. S. Mill aparecen este tipo de propuestas.
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impartido docencia sabemos que un alumno puede asistir a clase pensando en las musarañas10, o bien
estar atento a la explicación. En segundo lugar: ¿hasta que punto el esfuerzo realizado depende de la
libre voluntad del sujeto?. Sin entrar en disquisiciones filosóficas sobre el determinismo y el libre
albedrío, nuestra experiencia docente revela que un alumno puede estudiar más horas porque posee un
entorno adecuado de estudio (casa grande y/o silenciosa, padres que lo apoyan), que otro que posee un
entorno hostil al estudio (no disponibilidad de espacio adecuado, obligación de trabajar, padres que
consideran el estudio como una pérdida de tiempo). Esto, sin contar con que las distintas capacidades
de los individuos son difíciles de medir y determinan el esfuerzo. Nuevamente, todo el mundo ha
experimentado como le cuesta menos esfuerzo dedicar horas a estudiar un tema que se le da bien que
otro para el cual tiene menos aptitudes.
Los errores en la medición del esfuerzo y las diferentes condiciones iniciales pueden provocar
decisiones injustas. La mayor parte de los docentes terminamos optando por considerar el resultado
(examen) como un buen indicador del esfuerzo.
Otro aspecto importante es decidir el alcance del criterio de igualdad de oportunidades. El
ejemplo usado por Roemer es muy gráfico: ¿debe un equipo de baloncesto profesional contratar
jugadores bajitos que se esfuerzan mucho? ¿debe el legislador establecer una cuota de, digamos, tres
jugadores bajitos por equipo? En el fondo, la altura es una condición inicial independiente de la
voluntad y el esfuerzo de los candidatos. Para este autor, la respuesta es definitivamente negativa,
debido a que en un equipo de baloncesto debe tenerse en cuenta no solamente el bienestar de los
candidatos, sino el de los destinatarios de los productos, en este caso, los espectadores. Por tanto,
parece que el criterio de se encuentra con un límite en el beneficio de los consumidores. El problema es
que en las políticas públicas de gasto siempre encontraremos un criterio restrictivo similar. Podemos
gastar más dinero en educación en los individuos de peores condiciones, o en los que tienen mejores
condiciones. El criterio que estamos considerando se inclina definitivamente por los de la primera
opción. No obstante, si gastamos más en los que tienen mejores condiciones, es muy probable que el
dinero público tenga un mayor rendimiento. De modo que los que parten de la situación más ventajosa
aprovechen mejor los recursos y, por tanto, obtengan una cualificación educativa más alta, lo que
provocará una mejor productividad de la economía del país. Como se puede observar, el límite es
complejo y requiere una ponderación de criterios contradictorios.
B. Equidad en los procesos de asignación y distribución:
1. La asignación del mercado: el pensamiento anterior a la escuela económica clásica era, en
cierta medida, reticente al mercado. Se consideraba que la actividad mercantil no era virtuosa. A. Smith
consagró que la interacción de los individuos en el mercado, actuando en su propio interés egoísta,
producía unos resultados que beneficiaban a todos, en su famoso teorema de la mano invisible del
mercado, por el cual tan solo la interacción del interés privado de los individuos podría maximizar la
riqueza. Dicho principio fue demostrado analíticamente por la escuela marginalista, casi un siglo más
tarde, siempre que se cumplan unos determinados supuestos bastante restrictivos denominados
competencia perfecta.
La virtud moral del mercado proviene según esta teoría de que tiene mecanismos para premiar a
los laboriosos y los eficientes y para castigar a los vagos y los ineficientes11. Por lo tanto, la
desigualdad de distribución de la renta que produce el mercado debería considerarse justa, en virtud de
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Hecho que tiene una relación creciente con la cercanía de la primavera.
Esta es una de las tesis que defiende, por ejemplo, Hayek.
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un cierto darwinismo social.
La principal crítica a este argumento proviene de que las sociedades actuales distan mucho de
poseer las condiciones ideales de la competencia perfecta: existen monopolios, información imperfecta
y asimétrica, externalidades, costes de transacción, mercados segmentados e incompletos, etc. Por
tanto, la distribución desigual de la renta que observamos en todas las economías de mercado no se
debe tanto a diferencias en el esfuerzo o las capacidades innatas, sino en otros aspectos como las
distintas situaciones de partida, el poder negociador de las partes, etc.
2.- La asignación del mercado en competencia perfecta: este criterio trataría de eliminar las
restricciones que existen en los mercados, siempre que sea posible. Si no es posible se pretende que los
individuos solamente puedan mantener los recursos que habrían obtenido en dichas condiciones. Un
ejemplo de esto son las políticas de precios máximos e impuestos para los monopolistas. La dificultad
de aplicar este criterio consiste en tener que comparar la situación real del mercado con una hipotética
situación ideal de competencia perfecta.
3.- Las rentas del factor trabajo: esta teoría fue sistematizada por Marx, en su famoso concepto
de plusvalía, a partir del concepto de valor trabajo de David Ricardo, así como en diversos
condicionamientos éticos que afirmaban la superioridad moral del factor trabajo12. De este modo, se
niega la justicia de obtener rentas del capital, que se consideran como la apropiación de parte del
trabajo ajeno.
Según esta teoría, los medios de producción deben pertenecer a los propios trabajadores (o bien
al Estado, en una fase intermedia), así como sería ilícito cobrar intereses por el préstamo.
La crítica a esta teoría proviene de dos ámbitos. En primer lugar se afirma que el capital es
producto de un ahorro en algún momento anterior, bien por parte del propio individuo, bien por parte
de su familia. De modo que sería justo que dicha renuncia al consumo presente a favor del ahorro
tuviera una retribución. Por otro lado, se afirma la ineficiencia económica de la propiedad colectiva13 de
los medios de producción, al no ofrecer incentivos para la mejora de la productividad. El ejemplo
clásico es el cerramiento de campos producido en Gran Bretaña justo antes de la revolución industrial,
que si bien fue una tragedia social para muchísimos habitantes que obtenían sus medios de subsistencia
de esos terrenos comunales, no obstante, incrementó su productividad.
C. Equidad en los resultados
1. La maximización de la utilidad total: esta idea proviene del utilitarismo, el segundo gran
punto de referencia (después del individualismo) en el origen del pensamiento económico actual, sobre
todo en la interpretación del mismo por Hume y Bentham. Esta teoría, que hunde sus raíces en el
hedonismo, afirma que el único valor que persiguen los individuos es la búsqueda de la utilidad o
felicidad, lo que sirvió a los economistas clásicos y neoclásicos para el desarrollo de su tesis del homo
economicus. En cuanto a la teoría normativa, esta doctrina sostiene que el objetivo máximo de
cualquier sociedad es crear la mayor felicidad para el mayor número. El utilitarismo se diferencia del
individualismo en que, esta vez, no se pone el acento en las condiciones iniciales (derechos), sino en
Por ejemplo, del pensamiento cristiano primitivo y católico, en su negación de los intereses. Más adelante, ya en el marco
del liberalismo político, Russeau, en el discurso sobre los orígenes de la desigualdad, afirma que el primer hombre que
ocupó una tierra y estableció su propiedad privada sobre ella cometió el primer robo.
13 La propiedad colectiva de los medios de producción es la única manera de que los trabajadores de procesos de producción
que necesitan más de un individuo sean dueños del equipo capital necesario.
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los resultados: la felicidad. De este modo, Bentham llegó a considerar la existencia de unos derechos
naturales como un disparate, subordinando su existencia a la consecución de la felicidad.
La consecuencia distributiva principal de un utilitarismo es la igualdad económica. Esta
conclusión se deduce racionalmente de dos supuestos: que todos los individuos tienen la misma
capacidad de disfrute14 (transformar bienes materiales en utilidad); que la utilidad marginal de la renta
es decreciente (un rico recibe menos felicidad extra al ver aumentada su renta en una unidad monetaria
que un pobre). De modo que para maximizar la utilidad total (la mayor felicidad para el mayor número)
sería necesario quitar renta a los ricos para otorgársela a los pobres. No obstante, los economistas
clásicos negaron la deseabilidad de dicha distribución igualitaria por considerar que anulaba los
incentivos al esfuerzo individual y, por tanto, al crecimiento económico. Este es el comienzo de la
famosa relación inversa (trade-off) entre equidad y eficiencia.
Esta contradicción de la igualdad en la distribución de la renta con el crecimiento se manifestó
en las famosas polémicas sobre las leyes de pobres. La mayoría de los clásicos consideraba que las
ayudas debían ser abolidas porque incentivaban a los desfavorecidos a no esforzarse y eternizarse en su
percepción15. Incluso J. S. Mill, el economista clásico que defendía en mayor medida la igualdad,
afirmaba que el auxilio a los indigentes debería ser de tal naturaleza que no conduzca a estos a
confiarse únicamente a la caridad pública.
La medida del bienestar económico o utilidad total puede consistir en los agregados de la
producción, como sería el PIB real de una economía. Otros autores destacan que lo importante sería
hacer máximo no el bienestar total, sino el medio, atendiendo a consideraciones del número de la
población.
Las críticas a este concepto de “maximización de la utilidad total” son varias. Por un lado,
implica que las utilidades de distintos individuos pueden ser agregadas (mediante una suma simple o
ponderada). Irónicamente, A. Sen sugiere que quizás la felicidad (utilidad) de Nerón al ver Roma
incendiarse era superior a la tristeza (desutilidad) de los perjudicados. De modo que dicho incendio
maximizaría la utilidad total. Otros problemas provienen de la dificultad de medir la intensidad de las
preferencias, bien cardinalmente (darles un valor numérico) o bien ordinalmente (ser capaz de
establecer prioridades estables, transitivas y homogéneas)16. La crítica más definitiva provino de Arrow,
el cual demostró que es imposible encontrar una función de bienestar social consistente exclusivamente
a partir de las funciones de bienestar individuales.
2.- El criterio de Pareto y los neoparetianos: Vilfredo Pareto ofreció un nuevo criterio que
permitía evitar las comparaciones interpersonales de utilidad. Una situación es preferible a otra si y
solo si todos los individuos la prefieren y ninguno se encuentra en una situación peor. Este criterio,
influyó enormemente en la ciencia económica, por su congruencia con el individualismo y su
capacidad de trasposición analítica.
Naturalmente, si no se acepta que los individuos tienen la misma capacidad de disfrute, el resultado sería distinto: se
otorgaría más cantidad de renta a aquellos que tuvieran una función de utilidad marginal de la renta más alta. Hasta igualar
las utilidades marginales de la última unidad de renta otorgada a cada individuo. Bentham, Hume, Jevons, Pigou y los
primeros utilitaristas aceptaban el supuesto de la misma capacidad de disfrute no tanto como una adecuada descripción de la
realidad, sino más bien como un presupuesto operativo necesario, ante la imposibilidad de medir la misma. En este sentido,
véase BANDRÉS (1993), pág. 31 y ss.
15 Lo que hoy denominamos como trampa de la pobreza.
16 Excede del ámbito de este trabajo explicar el interesante debate científico sobre la posibilidad de agregar y cuantificar las
preferencias.
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No obstante, la exigencia de la unanimidad también ha suscitado importantes críticas. La
primera es que es un criterio inmovilista. Sin analizar la justicia del status quo inicial, se consagra su
defensa, al otorgarle a cualquier sujeto el derecho de veto. Por ejemplo, una pequeña comunidad
feudal, donde solamente un individuo (el noble) disfrutara de todos los derechos y los recursos y todos
los demás fueran sus vasallos (viviendo en situación de pobreza) no se podría cambiar bajo el criterio
de Pareto, ya que el noble se opondría. Otra crítica proviene de que es un criterio poco aplicable. En el
mundo real y más aún en las políticas públicas, en la gran mayoría de las ocasiones existen individuos
que salen perjudicados de alguna manera (aunque sea leve) con los cambios. Incluso una sociedad que
se encontrara por debajo y bastante lejos de su Frontera de Posibilidades de Producción tendría
dificultades en avanzar sin que nadie saliera perjudicado en ningún momento. De modo que, bajo el
criterio de Pareto, estaría condenada al subdesarrollo.
Para vencer estas críticas, algunos autores trataron de flexibilizar el criterio de Pareto. Kaldor
afirmó que una situación sería superior a otra siempre que las ganancias de los ganadores fueran
superiores a las pérdidas de los perdedores. De modo que éstos últimos fueran capaces de compensar a
los primeros. Hicks propuso un criterio muy parecido, pero no basado en la compensación, sino en el
caso contrario: que los perdedores no fueran capaces de sobornar a los ganadores.
El exigir meramente una compensación potencial ha sido criticado porque en el fondo significa
prácticamente realizar una comparación y agregación interpersonal de utilidades, con lo cual no se aleja
demasiado del utilitarismo clásico.
3.- La maximización de la utilidad de los menos favorecidos: este criterio, denominado
comúnmente maximin17, proviene del pensamiento de Rawls. Este autor establece un experimento
mental de carácter contractualista. Dicho experimento consiste en preguntar a los sujetos por la
distribución de la renta que desearían si no conocieran ni sus capacidades ni cuál es la posición inicial
que van a ocupar. Este es un intento de abstraer las opiniones de los individuos de su propio interés
egoísta, al colocarlos detrás de un velo de la ignorancia. Rawls afirma que los individuos preferirían
hacer máximo el beneficio de los que están peor situados en la escala social. Esto implica que una
decisión es justa, si eleva el bienestar de los más pobres.
En el fondo, el criterio de Rawls puede ser interpretado como una completa aversión al riesgo.
Los individuos solamente considerarían la posibilidad de que les tocara estar peor, dando un
coeficiente de ponderación infinito al bienestar de los más pobres.
A. Sen propone un criterio parecido pero menos radical18: el llamado axioma de la equidad
débil, por el cual Sen propone que se de un peso mayor, pero finito, al bienestar de los individuos
situados en peor situación.
4.- Criterios de equidad categórica: bajo esta amplia rúbrica incluimos a todos los criterios que
admiten que existe algún valor abstracto de validez moral independiente a la voluntad de todos los
sujetos de la sociedad. De este modo, se considera que es posible aislar principios morales de validez
universal, bien provenientes de la naturaleza del hombre (iusnaturalismo), o bien de algún tipo de
consideración religiosa.
Por ejemplo, existe cierto consenso en que todos los seres humanos tienen derecho a alcanzar un
17
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Hacer máxima la utilidad de los que la tienen mínima.
para una buena comparación de los criterios de Arrow y Sen, puede verse Bandrés (1999), págs. 24 y ss.
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nivel de vida digno, lo que significa el acceso a determinados bienes considerados preferentes
(educación, sanidad, vivienda, etc.). Esto ha quedado reflejado en la Carta de Derechos Humanos de la
ONU, así como en las constituciones de los estados sociales, denominándose derechos de tercera
generación o de prestación. Los estados que pretendieron garantizar dichos derechos fueron
denominados Estados del Bienestar y surgieron como una confluencia de numerosos factores e
ideologías: la socialdemocracia, el pensamiento keynesiano, el fordismo, la crisis económica de 1929,
las dos guerras mundiales, etc.
En esta línea también hay que encuadrar las medidas de pobreza absoluta que tratan de
establecer cuál es el mínimo de ingresos necesario para vivir con dignidad.
El problema de las consideraciones de equidad categórica es que otorgan un poder excesivo a
los individuos capaces de fijar las reglas morales de validez universal. Una vez que algo se fija como
moralmente válido per se, se acaba la posibilidad de discusión; aunque la inmensa mayoría de los
individuos se muestre contraria a dichos principios.
5.- Criterios sobre la distribución de la renta: la justificación de la preferencia por situaciones
donde los recursos estén repartidos de un modo más igualitario puede provenir tanto de razones de
equidad categórica, como utilitaristas19, e incluso de eficiencia (mantenimiento de la demanda
agregada, en línea con el pensamiento keynesiano20). Un ejemplo de estos criterios es del de Little21,
que establece que un cambio será deseable si mejora la distribución de la renta y los perjudicados no
son capaces de compensar a los beneficiados. De hecho, en diferentes indicadores sobre el desarrollo
económico están incorporando condiciones sobre la distribución. La pregunta a nivel teórico consiste
en averiguar cuál es el grado máximo de desigualdad tolerable por una sociedad. Así como las posibles
relaciones (directas o inversas) entre la distribución y la eficiencia económica.
III. EVALUACIÓN DE LA EQUIDAD Y LA DISTRIBUCIÓN EN LAS POLÍTICAS
PÚBLICAS.
Cada uno de los conceptos de equidad anteriormente descritos precisa sus propios instrumentos
de medición y valoración. En este trabajo no entraremos a analizar los mecanismos de valoración de las
dos primeras categorías (equidad en las condiciones de partida y equidad en los procesos de
producción), para centrarnos en los distintos mecanismos de medición de la equidad en los resultados,
que centran el tema de nuestra ponencia.
Tan solo daremos unos breves apuntes sobre las dos primeras categorías. En cuanto al grado de
cumplimiento de los derechos, no basta con comprobar su reconocimiento en los textos legales, sino
que es necesario analizar con detalle las garantías de su mantenimiento, tanto formales, como
materiales. Así como los medios que el Estado dota para su consecución. Por ejemplo, una
Constitución puede garantizar el derecho a la propiedad, pero el índice de delitos contra ésta puede ser
tan alto que impida su verdadero ejercicio. Para realizar este análisis es necesario la cooperación entre
varias disciplinas (juristas, economistas, sociólogos y politólogos) en la elaboración de indicadores que
permitan apreciar el grado de respeto por los derechos. De la misma forma, los distintos programas de
acción positiva necesitan indicadores para analizar su resultado. A este respecto es importante destacar
que el Sector Público no puede producir el bien final (p.e. disminuir la mortalidad infantil en los barrios
por la utilidad marginal decreciente de la renta.
debido principalmente a la mayor propensión marginal al consumo de los individuos de menores recursos.
21 Véase Casahuga (1985), pág. 83 y siguientes.
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pobres), sino los medios para conseguirlo (campañas de vacunación, construcción de hospitales, etc.).
Los mecanismos de medición, por tanto, deben fijarse tanto en el objetivo perseguido (p.e. tasa de
mortalidad infantil), como en los medios producidos (p.e. número de individuos vacunados, número de
camas hospitalarias), así como en los recursos usados (p.e. gasto total, gasto por paciente).
En cuanto a los criterios de equidad en los procesos, su medición vuelve a ser una vez más tan
importante como compleja. El análisis económico ofrece un amplio arsenal conceptual para delimitar el
auténtico grado de libre competencia de un mercado, que influye en el poder negociador de las partes y
en la posibilidad de obtener beneficios extraordinarios. Los defensores de la teoría del valor trabajo
pueden analizar la composición funcional de la Renta Nacional (sueldos y salarios, intereses, beneficios
empresariales y rentas), con el objeto de realizar comparaciones entre varias sociedades.
Mecanismos de medición del bienestar económico (utilidad).
1.- La renta monetaria: este fue el primer instrumento usado por los economistas para medir el
grado de bienestar de una nación (renta nacional) o de un individuo (renta personal). Medir el grado de
utilidad de un conjunto de individuos basándose en la renta monetaria significa hacer un gran número
de asunciones que no siempre se hacen explícitas. A saber, que se puede medir cardinalmente el
bienestar total, que cada unidad monetaria contribuye igual al bienestar total (independientemente de
quién la posea y cual sea su uso), que se pueden realizar comparaciones y agregaciones personales de
utilidad sin ningún tipo de ponderación, que no existen externalidades ni aspectos no monetarios que
influyan en el bienestar. No obstante, este tipo de indicadores son los más usados para comparar el
grado de desarrollo de los distintos países, debido a la disponibilidad de series de datos largas, bien
consolidadas y homogéneas. En ese sentido, se defiende que el nivel y la evolución de la Renta
Nacional permite hacerse una idea de los flujos económicos que se generan en cada sociedad en un
momento determinado e, indirectamente, de las condiciones de vida de la población. En el mismo
sentido la renta personal es el indicador más usado para determinar el bienestar de un individuo.
No obstante, aún cuando aceptásemos todos los supuestos anteriores, la utilización de meros
indicadores monetarios como el producto o la renta genera otros problemas. El primero es el periodo
temporal utilizado: ¿para medir el bienestar de una persona cuánto tiempo es suficiente, los ingresos
mensuales, anuales, quinquenales o los de toda la vida?. Este es un tema espinoso, puesto que los
individuos presentan distintos niveles de ingresos dependiendo del momento del ciclo vital en que se
encuentren, así como de circunstancias coyunturales como el ciclo económico o la situación personal
en un momento. El periodo de tiempo más usado es un año, tal como afirman Ruiz-Huerta y otros22,
“cabría preguntarse hasta qué punto las cantidades ingresadas durante un período tan breve
constituyen un buen indicador del nivel de recursos y de las condiciones de vida en el momento
presente. Por una parte, las pautas de ahorro o desahorro en los periodos previos pueden condicionar
de forma importante la capacidad de consumo asociada a un determinado nivel de ingresos corrientes.
Por otro, es preciso tener en cuenta que las rentas de determinados grupos – agricultores, pequeños
empresarios, profesionales que trabajan por cuenta propia – sufren alteraciones mucho más frecuentes
y marcadas que las del conjunto de la población. En general, la observación de los ingresos obtenidos
en un momento del tiempo no permite evaluar de forma correcta las anteriores situaciones ni analizar
los factores dinámicos que condicional el bienestar de la los individuos”.
No obstante, con el desarrollo de las encuestas tipo panel, que siguen al mismo hogar durante
un cierto número de años, empieza a ser posible analizar tramos más largos en la corriente de flujos de
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MARTÍNEZ, RUIZ-HUERTA y AYALA (1998)
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ingreso de una unidad económica.
Un segundo problema, sería cuál es la magnitud monetaria más adecuada para representar el
bienestar de los individuos. Como hemos dicho, la renta es el concepto más usado, si bien se ha
discutido con detalle por la literatura, la validez de la renta como aproximación al bienestar depende en
buena medida de la forma más o menos amplia en que la renta se defina y la metodología seguida para
medir sus componentes a partir de los datos disponibles. Por lo general, la información existente en la
práctica impone algunas limitaciones en la medición de la renta individual. Así, determinados
componentes de las definiciones más amplias y extensivas de la renta –como, por ejemplo, la ofrecida
por Simons en el ámbito de la Hacienda Pública, que identifica la renta con el flujo de consumo
monetario y no monetario que un individuo puede mantener sin modificar el nivel de su riqueza, son
muy difíciles de medir en la práctica, especialmente en un contexto internacional. El ocio, las
ganancias de capital no realizadas o los componentes no monetarios del consumo son algunos
ejemplos. En el ámbito internacional, las diferencias derivadas de la extensión y generosidad de las
prestaciones públicas en especie (sanidad, educación, servicios sociales, etc.) son, a nuestro juicio, las
que pueden resultar más relevantes23. Por ejemplo, supongamos dos individuos con la misma cantidad
de renta monetaria (después de impuestos) en términos reales en dos países diferentes: el primero vive
en un Estado que le suministra sanidad y educación de calidad gratuitas; el segundo ha de adquirir
dichos bienes en el mercado. Como es de esperar, el primer individuo disfrutará de un bienestar mayor.
Igualmente, consideraciones como los tipos de interés, la facilidad o dificultad para acceder a un
crédito que permita la compra de viviendas, etc. son magnitudes que influyen tanto como el nivel de
precios en la cantidad de bienestar que puede aportar una determinada renta monetaria expresada en
términos reales. Debido a esto, algunos autores como Osberg y Sharpe proponen que el consumo es una
mejor aproximación al bienestar que la renta. El consumo es la cantidad de renta que se transforma
directamente en bienes y servicios, por tanto, la que proporciona utilidad. Igualmente, el consumo
puede ser un indicador más estable que la renta, debido a la existencia de un nivel de consumo
autónomo, a la propensión marginal decreciente del consumo y a la posibilidad de endeudarse. Esto a
llevado a algunos autores como Friedaman o Modigliani a afirmar que el consumo actual supone una
mejor aproximación a la renta a largo plazo que los ingresos corrientes, más afectados por variaciones
transitorias o relacionadas con el momento del período vital en que está el individuo. Otra ventaja de la
elección del consumo como magnitud relevante es que presenta un menor grado de subestimación en
las encuestas que la renta.
No obstante, la elección del consumo como variable clave para analizar el bienestar no está
exenta de problemas y críticas. De hecho, se argumenta que las anteriores afirmaciones pueden
responder más o menos adecuadamente al comportamiento de la clase media, no al de la clase alta,
cuyo patrimonio procede de generaciones anteriores y se perpetúa en las anteriores, ni los de clase baja,
con poca capacidad de ahorro y endeudamiento, y cuyo consumo está mucho más constreñido que la
renta. Igualmente, la compra de bienes duraderos puede distorsionar las cifras de consumo si no se
toma un periodo de referencia suficientemente amplio.
Otro problema de los indicadores monetarios es que los hogares no son homogéneos. Pongamos
el caso de dos hogares con la misma renta real. Uno constituido por una persona sola y soltera y el otro
por un matrimonio con un hijo. Naturalmente, el nivel de bienestar que se obtiene con la misma renta
es diferente. La pregunta es la siguiente: cómo ponderar el nivel de renta extra que es necesario por
cada nueva persona del hogar para mantener el bienestar constante. En una primera aproximación se
podría pensar que para mantener el mismo nivel de bienestar del hogar unipersonal, la pareja con niño
23
RUIZ-HUERTA (2001), pág. 31
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debería ganar tres veces más. No obstante, existen economías de escala asociadas al consumo. De
modo que el gasto extra causado por una persona más en el hogar es menor que si dicha persona
viviera en un hogar independiente. Dichas economías de escala se centran sobre todo en la vivienda, en
la existencia de bienes cuyo uso puede ser compartido (lavadora, nevera, etc.) y en la posibilidad de
obtener mejores precios al comprar mayor cantidad de productos, etc. Una posible solución a este tema
es el uso de distintas escalas de equivalencia, que permiten convertir la renta del hogar en renta
personal equivalente. Las distintas escalas de equivalencia tienen en cuenta criterios como el tamaño
del hogar, las edades de los miembros, etc. Una alternativa a las escalas de equivalencia es el enfoque
propuesto por ATKINSON y BOURGUIGNON (1987), denominado la dominancia secuencial de
Lorenz, por el que se divide a la población por subgrupos de necesidades, de manera que se suponen
diferentes utilidades de las rentas para los diferentes grupos. El problema de este criterio, tal como
afirma SALAS, es que excluye cualquier cardinalidad cuando los individuos difieren en necesidades,
de modo que casi no se permiten comparaciones24.
Un problema añadido de los indicadores monetarios es su incapacidad de valorar los bienes y
servicios extramercado. Podemos dividir el trabajo humano en dos categorías25. El trabajo productivo
(que se vende en los mercados) y el trabajo reproductivo (que se desarrolla en el hogar). De este modo,
tal como afirma BECKER existen bienes intensivos en dinero y bienes intensivos en tiempo. Pongamos
un ejemplo, ir a un restaurante a comer es un bien intensivo en dinero, mientras que ir al mercado y
cocinar en casa es un bien intensivo en tiempo (trabajo reproductivo). Los indicadores monetarios no
son capaces de reflejar la utilidad obtenida por el consumo del trabajo reproductivo. Por ejemplo,
imaginemos dos hogares de la misma composición (dos adultos y un bebé) y la misma renta monetaria
en términos reales. En el primero de ellos trabajan ambos adultos. En el segundo, tan solo trabaja uno
de ellos. Naturalmente, el primer hogar necesitará contratar los servicios de una canguro para cuidar al
bebé, mientras que el segundo podrá aprovecharse del trabajo reproductivo del progenitor que no tiene
actividad remunerada. En un nivel más general, la cantidad y calidad de los bienes prestados por las
redes informales de solidaridad (principalmente familias) escapan a los indicadores monetarios.
Dentro de los bienes que no se comercian en el mercado, existen muchísimos de vital relevancia
en el bienestar de los individuos (grado de ausencia de contaminación, seguridad ciudadana, existencia
de parajes de ocio y esparcimiento, etc.). No siempre es fácil valorar dichos bienes en términos
monetarios, con el fin de realizar un análisis coste-beneficio o, meramente, agregarlos a una función de
bienestar. Existen varias técnicas de valoración monetaria: la primera es la denominada valoración
contingente, que implica la encuesta directa a los individuos sobre su valoración de dichos bienes; otra
técnica es la de los precios hedónicos, que consiste en tratar de aislar el efecto que dichos bienes
extramercado producen en los precios de otros bienes relacionados que sí se comercian. Por ejemplo,
puede valorarse la seguridad ciudadana, atendiendo al distinto valor que toman los apartamentos en un
barrio seguro frente a otros de un barrio inseguro, siempre que las viviendas en ambos tengan
características similares. En el ámbito de la economía del medio ambiente se han desarrollado técnicas
muy sofisticadas de medición monetaria, a la vez que se han puesto de relieve las dificultades y
debilidades de cada una (p.e., las disonancias cognoscitivas, los valores intrínsecos, etc.). Nuevamente,
excede del ámbito de este trabajo entrar en un análisis detallado de las mismas.
2.- Mecanismos de medición de bienestar no meramente monetarios: debido a los anteriores
problemas, una parte de la doctrina comenzó a buscar aproximaciones al bienestar que no incluyeran
únicamente términos monetarios. Así, desde la Teoría Económica del Desarrollo, se trataron de buscar
24
25
Véase SALAS (2001), pág. 24
Véase RECIO (1999)
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mejores medidas para el bienestar económico que la producción y la renta. Galindo y Malginesi26
afirmaron que dicho concepto debía adquirir “una mayor dimensión humana”. En otras palabras, para
que exista desarrollo no basta un mero crecimiento de la actividad económica, sino que es necesario
que se produzca un avance en la satisfacción de las necesidades básicas de la población, como la salud,
la educación y la libertad, esto es, un aumento del nivel de vida. Podríamos afirmar que cuando una
economía crece, aumenta cuantitativamente, mientras que cuando se desarrolla, mejora
cualitativamente. Por ejemplo, J. K. Galbraith en 1962 publicó su excelente Economic Development27,
donde delimitaba el concepto de desarrollo económico y David A. Morse, antiguo director general de
la OIT, propuso incluso el “derrocamiento del PNB”¸ expresión que adquiriría fortuna como bandera
de las nuevas propuestas.
Esta línea de pensamiento es la que ha inspirado algunos indicadores de desarrollo como el
Índice de Desarrollo Humano propuesto por el PNUD, que se utiliza para realizar comparaciones entre
países en una escala mundial. El IDH se basa en tres indicadores: longevidad (medida a través de la
esperanza de vida al nacer); nivel educativo (integrado en el IDH a partir de los datos sobre
alfabetización de adultos – con una ponderación de dos tercios –y de matriculación de alumnos en las
diferentes etapas educativas) y nivel de vida (medido por el PIB per cápita real contabilizado en
paridades de poder de compra). La justificación de la presencia de estas variables adicionales ha de
encontrase en la importancia intrínseca de la salud y la educación para la evaluación del bienestar en un
ámbito mundial, unida a su imperfecta correlación con la renta per cápita de los distintos países28.
Un indicador como el IDH ofrece sin duda una información más rica sobre la situación de los
países objeto de comparación y, en este sentido, asume explícitamente una noción más amplia del
bienestar que la implícita en la renta per cápita. Sin embargo, además de los problemas señalados desde
diversas posiciones críticas, presenta a nuestro juicio dos limitaciones principales. Por un lado, el
índice no incorpora directamente la distribución de la renta, aunque tienen en cuenta los aspectos
distributivos de forma parcial e indirecta, al incluir indicadores sobre la esperanza de vida y el acceso a
la educación, condicionados previsiblemente tanto por el nivel de renta como por la equidad en su
reparto. Por otro lado, al haber sido concebido para medir el grado de desarrollo socioeconómico en un
contexto mundial, las variables incluidas pueden no ser la más relevantes cuando el contexto de
comparación es el de los países desarrollados o pertenecientes al ámbito de la OCDE. Junto a
iniciativas de organismos internacionales como la comentada, varias investigaciones recientes han
desarrollado y aplicado índices basados en diversos indicadores, cuya selección trata de reflejar las
distintas dimensiones implícitas en el concepto de bienestar social. Osberg y Sharpe (2000), por
ejemplo, proponen un índice basado en cuatro elementos: el consumo (como expresión más directa del
nivel de vida corriente), la acumulación de capital, la desigualdad (con un especial énfasis en las
situaciones de pobreza) y la inseguridad. Cada uno de estos elementos se mide, a su vez, a través de un
vector de indicadores parciales específicos. En cuanto a las ponderaciones aplicadas a los distintos
indicadores, los autores señalan de forma explícita que la decisión dependerá decisivamente de las
opiniones y valores de cada observador que pretenda medir el bienestar: “La medición del bienestar
económico de una sociedad compleja requiere inevitablemente la aplicación de juicios éticos y
estadísticos”29.
Galindo y Malginesi (1994). pág. IX
J.K. GALBRAITH (1962)
28 PNUD (1996), pág. 123 y ss.
29 OSBERG y SHARPE (2000) (2).
26
27
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A pesar del indudable interés de este tipo de índices multidimensionales, su aplicación a un
análisis comparativo de bienestar en un marco internacional plantea serias dificultades, debido a la
inexistencia de bases de datos homogéneas que aporten la ingente cantidad de información necesaria.
El índice propuesto por Osberg y Sharpe tienen, en cambio, la ventaja de introducir de forma explícita
la desigualdad en el análisis del bienestar. Con ello, el índice se sitúa en la línea de los desarrollados en
el ámbito del análisis de la distribución de la renta, de los que nos ocupamos a continuación.
Aunque en el momento actual este tipo de indicadores no son aplicables a gran escala en las
comparaciones internacionales, es necesario reconocer que el concepto de bienestar social va más allá
de una perspectiva estrictamente económica, y en el futuro habría que insistir en la puesta a punto de
los datos necesarios para calcular índices multidimensionales en la línea del anteriormente mencionado.
Mecanismos de medición de la desigualdad
Tradicionalmente los análisis económicos sobre desigualdad se limitaban a ofrecer un mero
ejercicio estadístico de aplicación de una serie de medidas unidimensionales de concentración y
dispersión. Durante el último cuarto de siglo ha aparecido un nuevo enfoque de la medición de la
desigualdad, de mano de varios autores muy relevantes: Dalton, Kolm, Atkinson, Sen, etc30. El
paradigma de este nuevo análisis es hacer explícitas las condiciones estadísticas y éticas que han de
tener las medidas de desigualdad, de modo que permitan realizar comparaciones normativas entre
distintas distribuciones de la renta. En este apartado no pretendemos desarrollar con detalle los métodos
de cálculo y las condiciones de validez de las medidas de desigualdad que se aplican actualmente,
simplemente trataremos de exponer de forma clara y sucinta las principales características y problemas
de las tendencias actuales.
La medición tradicional, como hemos dicho, usaba indicadores unidimensionales, tales como el
rango, la varianza, la desviación típica, la división entre decilas, etc. Estas medidas tienen la ventaja de
proporcionar la información sintéticamente, en un solo número. No obstante, ofrecen problemas
importantes a la hora de su uso para comparar distribuciones de renta complejas. Por ejemplo, el rango
valora únicamente la diferencia entre el máximo y el mínimo valor, de modo que se ignora todo lo que
sucede en medio de dichos valores. Problemas parecidos a los del rango crean algunas medidas usuales,
como la comparación de la renta del 20% más rico con la del 20% más pobre. Es claro que dos
distribuciones con el mismo rango pueden reflejar situaciones muy diferentes con respecto a la
igualdad. En el mismo sentido, la varianza crea problemas de comparación debido a ser un índice
homogéneo de grado 2. Esto es, si multiplicamos todas las rentas por una constante, el índice queda
multiplicado por esa constante al cuadrado, lo que no permite realizar comparaciones entre países con
distintos niveles de renta media.
Una forma gráfica y sencilla de medir la desigualdad es la construcción de curvas de Lorenz, a
través de la función agregada de renta, ordenada en orden creciente (desde los más pobres a los más
ricos). Esta curva permite comparaciones gráficas respecto a la recta de equidistribución y a varias
distribuciones de renta. La recta de distribución es aquella que reflejaría una sociedad perfectamente
igualitaria, donde cada decila de población tuviera una decila de renta (por lo que la curva tendría una
pendiente constante de 45 grados).
El problema proviene de los cambios en la pendiente de la curva de Lorenz. ¿Cómo apreciar
cuál es más igualitaria entre dos curvas que se cortan una o varias veces? Pueden haber curvas que
Para una buena revisión técnica de las medidas actuales de desigualdad véase SALAS (2001). En cuanto a los problemas
introducidos por un entorno dinámico, RUIZ CASTILLO (1999).
30
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comiencen con una pendiente más plana (de modo que las primeras decilas de individuos sean más
pobres relativamente), pero luego tengan una mayor tendencia a la igualdad. Por el contrario, pueden
darse distribuciones con una pendiente más o menos constante hasta las dos últimas decilas, donde se
dispare la renta. Igualmente, es posible que en una distribución de la renta dada se produzcan
transferencias simultáneas regresivas en el tramo bajo y progresivas en el tramo alto que dejen la media
y la varianza constante. De modo que este indicador no afirmará nada sobre la desigualdad, aunque el
nivel de vida de los más pobres (y su desigualdad relativa) haya bajado, ya que esto se compensa con la
reducción de la desigualdad en las rentas altas. Intuitivamente, no parece que esto sea aceptable desde
un punto de vista filosófico (al menos en la línea del criterio de la equidad débil de Sen, o de
argumentos sobre la necesidad categórica de garantizar un nivel de vida mínimo a todos los
ciudadanos).
El enfoque moderno sobre la desigualdad pretende dar solución a estos problemas mediante
medidas que sean coherentes con ciertos criterios éticos tomados a priori y hechos explícitos en el
análisis. Cada unidad de medida de la desigualdad incorpora implícitmante juicios éticos, que deben ser
expuestos explícitamente. Para ellos, los criterios éticos se incorporan a una función social de bienestar
(por ejemplo, la función rawlsiana del maximin), y se dice que una unidad de medida de la desigualdad
es consistente con una función de bienestar cuando dado un cambio en la distribución se refleja
adecuadamente en dicha medida. Clarifiquemos esto con un ejemplo: si tomamos como función de
bienestar el criterio maximin de Rawls, deberíamos establecer una medida que tan solo variara cuando
creciera la renta de los más pobres. Si usamos, por ejemplo, la varianza, el rango o la renta media, y se
produce un incremento de renta de los hogares más ricos, dichas medidas variarán, por lo que el
resultado de esa medida no será consistente con la función de bienestar utilizada (que debía permanecer
constante, ya que no ha aumentado el bienestar de los más pobres).
Los test clásicos de dominancia estocástica incorporan progresivamente restricciones a la
función de bienestar social. Por ejemplo, el Principio de transferencias o de desplazamientos que
mantienen la media constante Pigou-Dalton impone que la medida de desigualdad sea consistente ante
un cambio de la distribución mediante una transferencia de rentas de los hogares ricos a los hogares
pobres que deje la media constante. En términos técnicos, decimos que la función de bienestar social
de dominancia estocástica de segundo grado es S-cóncava y los índices de desigualdad consistentes son
todos los S-convexos. Por tanto, dadas dos distribuciones X e Y con la misma renta media, la
distribución X domina estocásticamente en segundo grado si y solo si la curva de Lorenz de X no va
nunca por debajo de la de Y. El problema de este test es que implica que todas las curvas de Lorenz que
se cortan no son comparables bajo dicho criterio. Otros tests van introduciendo criterios que permitan
ampliar el dominio de situaciones comparables, como es el caso de Shorrocks y Kakwani. El test de
dominancia estocástica de tercer grado, o principio de las transferencias decrecientes (Kolm) pretende
entre que dos transferencias progresivas de igual magnitud, una producida en el tramo alto y otra en el
tramo bajo de la distribución, tenga más peso como reductor de la desigualdad la del tramo bajo.
En la literatura encontramos varias familias de índices de desigualdad consistentes en el sentido
anteriormente expresado, como son la clase de índices de Atkinson, los coeficientes de Gini
generalizados, o la clase de índices de entropía generaliza de Theil. 31
Para una explicación breve pero detallada de los mismos véase SALAS (2001), para una más amplia, LAMBERT (1989),
caps. 3, 4 y 5.
31
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IV. CONCLUSIÓN
“Supongamos que la naturaleza hubiera concedido a la raza humana una
abundancia tan plena de todas las conveniencias externas que, sin ninguna
incertidumbre, cuidado o trabajo de nuestra parte, todo individuo se encontrara
completamente provisto de todas las cosas que sus apetitos más voraces pudieran
querer o anhelar. (...) Parece evidente que en un estado tan feliz florecerían todas
las demás virtudes (...) excepto la justicia. ¿Para qué instituir un reparto de bienes
cuando todo el mundo tiene lo que ya quiere? ¿Por qué llamar mío a este objeto,
cuando , si lo coge otro, sólo necesito alargar mi mano para poseer algo del mismo
valor?.
Hume (1751), págs. 47-48
El objetivo de este trabajo ha sido presentar a una audiencia de otras disciplinas humanísticas el
estado actual de los estudios sobre la equidad y la distribución de la renta en la Ciencia Económica.
Algunas corrientes de pensamiento han tratado de ignorar las consecuencias que sobre la justicia y la
distribución tiene cualquier decisión económica, como si se encontraran en el mundo ideal de
abundancia máxima descrito por Hume, con la paradoja de que la definición más aceptada de
Economía es la de Robbins, que la considera la ciencia de la elección en condiciones de escasez. En
algunos casos se argumentaba que el ámbito del conocimiento económico incluía solamente la
producción. En otros, que es imposible llegar a un conocimiento científico sobre la distribución. Por el
contrario, nuestro punto de vista es que las consecuencias sobre la justicia, la distribución de la renta y
la cobertura de las necesidades básicas por parte de los individuos es un campo de estudio fundamental
para la Ciencia Económica, del que no puede prescindirse sin pérdida de rigor
Es cierto que es imposible enunciar postulados normativos sobre la justicia desde una perfecta
racionalidad objetiva científica, siendo necesario acudir a principios éticos y filosóficos. No obstante, la
Economía puede y debe jugar un papel fundamental en la construcción de sociedades más justas. En
primer lugar, es necesario prestar atención y tratar de medir con el máximo rigor los cambios generados
en la distribución de la renta, haciendo explícitos los planteamientos éticos que subyacen en cada
medida. Solamente la Ciencia Económica puede desarrollar este trabajo cuantitativo de extrema
importancia, puesto que lo que no es medible, a duras penas es cambiable. La renuncia a medir los
efectos sobre la Justicia y juzgar la bondad de las decisiones económicas solamente a partir de la
eficiencia económica equivale, en el fondo, a adoptar un planteamiento sobre la Justicia, afirmando que
no tiene importancia en absoluto.
En segundo lugar, no se trata de renunciar a los principios éticos, ni a las aportaciones de otras
ciencias humanas como la Filosofía, la Sociología, el Derecho y la Ciencia Política. Sino que la tarea
de los economistas es realizar una aportación complementaria a las anteriores, desde el respeto riguroso
a su propio ámbito disciplinar.
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CURRICULUM VITAE DE JOSÉ MANUEL DÍAZ PULIDO
José Manuel Díaz Pulido es investigador del Departamento de Economía Aplicada IV en la
Universidad Complutense de Madrid, y Licenciado en Derecho por la misma. Ha colaborado en el
Proyecto SEC 98-1090 de la CICYT sobre Análisis económico de las transferencias monetarias del
Estado del Bienestar, bajo la dirección del Dr. D. Jesús Ruiz-Huerta Carbonell y en el informe
España:2001 de la Fundación Encuentro. En la actualidad colabora en la redacción del informe
España:2002 de dicha Fundación, sobre “Descentralización de la Seguridad Social” y se encuentra
redactando su tesis doctoral sobre Análisis económico de las pensiones de jubilación.
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