“La dama del encaje” y José María Chacón y Calvo María del Rosario Díaz Investigadora C uando en 1913 José María Chacón y Calvo da a luz su ensayo Los orígenes de la poesía en Cuba, ya era considerado en los círculos habaneros de la época como una joven promesa de las letras. Casi un niño, había comenzado a investigar temas fundamentales de la cultura cubana y ello lo había llevado a adentrarse en la indagación de los componentes hispánicos que a lo largo de los años ayudaron a forjar la identidad cultural de la isla, siguiendo los preceptos de maestros como Marcelino Menéndez y Pelayo. Chacón viajó a España por primera vez en el verano de 1918, en calidad de Secretario de la entonces Legación de Cuba en Madrid. Por indicaciones de su amigo, el escritor mexicano Alfonso Reyes, diplomático también destacado en la capital española por entonces, se aloja en la Residencia de Estudiantes que ya tenía prestigio, aunque todavía no contaba con el aura mágica otorgada por los jóvenes escritores y artistas de la Generación del 27. De la mano de Reyes, se adentrará en la vida inte- lectual madrileña de esos años que irá ampliando con el tiempo, hasta convertirse no sólo en una figura de las letras cubanas, sino además en un fecundo investigador y animador de la propia cultura española, de la cual no pudo prescindir en las décadas del veinte, del treinta y aun después, hasta su muerte, ocurrida en La Habana el 8 de noviembre de 1969. A lo largo de su estancia en España (1918-1936, 1955-1957), Chacón dejará innumerables cartas, fotografías, originales de investigaciones, artículos y otros trabajos realizados por él que irán conformando su archivo personal español, atesorado en la Biblioteca Hispánica de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) en Madrid. Allí se encuentra un original del propio autor, un borrador de un artículo escrito para la sección “Hechos y Comentarios” del Diario de la Marina, en la cual Chacón colaboró con asiduidad; tiene asignado el número 294 de la colección y se ubica dentro del grupo “Correspondencia” junto a otros borradores de artículos escritos para la misma sección periodística. El artículo que nos ocupa lleva por título “La dama del encaje”, está manuscrito y aunque todo parece indicar que fue escrito, como se ha dicho anteriormente, para ser publicado en el Diario de la Marina, no vio la luz allí y al parecer tampoco en ninguna otra publicación. Sus páginas constituyen un bello homenaje a una ilustre parienta suya, doña Catalina Fernández de Hinestrosa y Chacón, inmortalizada por el pintor Raimundo Madrazo en un hermoso lienzo que puede ver quien visite 102 la Agencia de Cooperación Internacional, pues el cuadro forma parte del “Legado Chacón” conjuntamente con la papelería, la biblioteca y otros objetos que la institución conserva. Cuentan quienes conocieron el piso madrileño que tuvo en la calle General Pardiñas # 62 del barrio de Salamanca, que tanto el cuadro de Catalinita firmado por Madrazo, como el piano Pleyel, donde Manuel de Falla y Eduardo Martínez Torner dieron a conocer piezas importantes de la música española, así como los preciados libros y papeles chaconianos son joyas del patrimonio de España, y poseen una muy honda huella de la Perla de las Antillas que resulta indispensable conservar para bien de ambas naciones y de toda Iberoamérica. Hoy, a más de cuarenta años de la escritura de “La dama del encaje” en el verano de 1956, como homenaje a esta figura de las letras hispánicas se publica este artículo, pues resulta ser además una bella muestra de la prosa de su autor, un conmovedor homenaje familiar. HECHOS Y COMENTARIOS (Por José M. Chacón y Calvo) La dama del encaje En los días de mi niñez oía mucho de ella. Era una historia muy triste, que tenía un comienzo deslumbrador. Se llamaba Catalinita. Cuando el gran pintor Raimundo Madrazo le dio vida imperecedera en el óleo que tengo frente a mí. No había cumplido los veinte años. Estaba entonces recién casada. Su marido, Javier Gómez del Castaño, era argentino de mucha distinción, una gran fortuna. Era en la década de 1880 a 1890. El retrato tiene la fecha después de la clarísima firma de Madrazo, pero el gran marco dorado no deja ver sino una cifra: un 8 pero así ya debía haberse pintado en el año 80 y tantos del pasado siglo. Catalina Fernández de Hinestrosa y Chacón, casada con el General Fernández Hinestrosa. El conde de las Navas, en un interesantísimo discurso de recepción en la Academia Española que versó sobre la conversación, cita a Catalina Chacón como una de las grandes “conversadoras” de su tiempo. Recuerda sus tertulias de los jueves, que comenzaban a las salidas de los teatros. Eran asiduos a la misma Don Juan Valera y Don Marcelino Menéndez y Pelayo, que fue llevado por Don Juan y de quien otra tía abuela mía, Leonor Chacón, me ha contado anécdotas muy sugestivas de aquellos años y que no se han incorporado aún a ninguna de las biografías del gran polígrafo de Don Marcelino. Quiero recordar que en vísperas de su centenario –nació el 3 de noviembre de 1856– ha leído mi buen amigo el Dr. Francisco Sabín Romero en la Universidad del Aire en una conferencia-diálogo que me parece una de las síntesis más luminosas y certeras que se han hecho de la obra de este genuino varón del Renacimiento, que fue tan entrañable español. Aunque pienso dedicar a la importante lección de Sabín Romero un comentario, quiero señalar la alta significación de ese excelente estudio en los días de esplendor de aquella tertulia. 103 Ya probablemente había pintado su magnífico lienzo Don Raimundo Madrazo. Sobre un fondo oscuro, en el que se percibe la sombra de un mueble antiguo, aparece la figura de la joven dama. Tiene un gran vestido blanco, de tul en la parte del busto y de amplios encajes en la parte baja. Una gran banda rosada la ciñe y cae como una cascada de pliegues, a sus pies. La tez es sonrosada. Un collar de diamantes y un pendentif hacen resaltar más la tersura del níveo cuello. La mirada melancólica contrasta con la natural sonrisa, que hace que todo el que vea este bellísimo retrato no diga que parece que va a hablar sino que está hablando. Las manos suavemente cruzadas acentúan la naturalidad, el fino realismo de un retrato de belleza resplandeciente. ¿Cuánto sobrevivió Catalina a los días que pintó su retrato Madrazo? ¿Un año? ¿Dos años? Tengo una información muy imprecisa. Si tuviera cerca de mí la obra admirable, desgraciadamente inconclusa, de nuestro gran genealogista el Conde de Jaruco acerca de las familias cubanas (Historia de familias cubanas se titula el muy vasto repertorio genealógico) no tendría las dudas que ahora me asaltan. Mas recuerdo que siempre oí en la tradición familiar que la muerte de Catalina ocurrió no mucho después de sus bodas. Fue en circunstancias trágicas. Era la madrina en la inauguración de la calle. Un barreno estalló antes de tiempo y una piedra vino a herirla en una pierna. Fueron largos meses de sufrimiento. Al fin, en la flor de la edad, tendría unos 23 años, murió la joven dama. En nuestro tiempo, la herida no habría tenido consecuencias: los modernos antibióticos han hecho prácticamente imposible estas consecuencias mortales de las pequeñas o de las grandes heridas. Yo vi el retrato de Don Raimundo Madrazo por primera vez en Madrid, en la casa de mi tía Leonor. Estaba junto a un bargueño, un mueble que era una obra de arte, de más de un siglo, que en nuestro clima húmedo dura pocos años y fue pasto de la polilla voraz. Entonces parecía uno de esos muebles con firmes notas de perennidad. No lejos estaba un Pleyel –del año 60– que la joven del encaje tocaba, según me cuentan, con mucha delicadeza. Mi tía Leonor me dijo que desde la temprana muerte de Catalina nadie había vuelto a tocar en ese piano (En mi casa de General Pardiñas, una tarde invierno, volvió a oírse el Pleyel centenario: el maestro Manuel de Falla, el gran músico, me hizo la inapreciable dádiva de darme a conocer en el piano vetusto algunas de sus últimas composiciones. Antes, el musicólogo Torner había dado a conocer la música de algunas Cantigas de Don Alfonso el Sabio cubano cuando no circulaba todavía la edición académica de ese aspecto del gran todavía gallego del Rey de Castilla. “Parece que va a hablar”, dicen mis amigos cuando ven el bello óleo de Don Raimundo Madrazo. Mucho 104 tiempo estuve sin verlo. En mi ausencia unas cortinas verdes lo cubrían. Aunque la pieza es oscura, hay un momento del mediodía en que una luz fugaz penetra en ella. Los colores lucen más frescos. La sinfonía del encaje, la suave caída de la gran banda rosada dan la sensación de movimiento. Acaba de llegar a la pieza oscura la dama resplandeciente. Todo se ilumina a su paso y al cabo de largos años, en este mediodía estival en que escribo estas líneas, algo de la suave luz del bello lienzo llega hasta mí como una afirmación de vida. Una afirmación que vence el inexorable poder del tiempo y que veo con claridad perfecta que tiene una firme nota de perennidad. [firmado] José María Chacón y Calvo 105