La política económica del régimen franquista

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La política económica del régimen franquista
Estancamiento y autarquía
La destrucción material tras la Guerra Civil y la política económica autárquica e intervencionista practicada
por el gobierno fueron los dos factores que provocaron el estancamiento económico español durante la década
de 1940.
Con las medidas autárquicas adoptadas se pretendía alcanzar el mayor grado de autoabastecimiento y
autosuficiencia sin depender del exterior, prescindiendo de artículos importados susceptibles de ser
producidos en España. Para conseguirlo se estableció, como hiciera años antes el dictador Primo de Rivera,
una fuerte intervención del Estado en la economía.
El conjunto de las actividades productivas paso a ser estrechamente controlado por el gobierno, que mediante
decretos y leyes tomaba las principales decisiones sobre distribución, consumo, salarios, precios, comercio e
inversión. Algunas de las medidas básicas emprendidas fueron:
- Limitación de las importaciones, restringiendo cuantitativamente las compras de productos
extranjeros, así se intentaba cerrar el mercado interno y reservarlo a la producción de las empresas
nacionales. Únicamente se facilitaron las importaciones mínimas imprescindibles e imposibles de
obtener en el interior (algodón, petróleo, caucho…). La protección a las industrias españolas se
completaba con la concesión de subvenciones y ventajas fiscales. Fue la etapa de la “achicoria”
- La política industrial. El fomento industrial fue otra de las medidas básicas, orientada al desarrollo de
actividades militares (eje fundamental para alcanzar la suficiencia e independencia militar). De hecho,
las primeras leyes de 1939 (protección y fomento de la industria nacional y ordenación y difusión de la
industria nacional) era leyes propias de una economía de guerra que pretendían lograr el
autoabastecimiento militar.
En 1941 se creó el Instituto Nacional de Industria (INI) (mismo año de la nacionalización de la red
de ferrocarril, naciendo RENFE) para impulsar la rápida industrialización del país, debido a la
insuficiencia del capital privado. El INI era un holding estatal impulsado por el ingeniero José Antonio
Suances, amigo personal de Franco, siguiendo el modelo del IRI de Mussolini. Se crearon numerosas
empresas públicas en sectores estratégicos como el energético (ENDESA, REPESA), siderurgia
(ENSIDESA), construcción naval (BAZÁN, Astilleros de Cádiz), transporte (PEGASO, SEAT,
CASA, ENASA), refinerías (Puertollano), comunicaciones (IBERIA, AVIACO) y otras muchas
industrias químicas, farmacéuticas, de metal, etc. Estas empresas recibían una constante ayuda estatal,
lo que generó enorme gasto público.
Sin embargo, la economía estaba estancada. La producción industrial era inferior a los niveles de 1935.
Los productos eran además poco competitivos y de mala calidad, debido a escasez de capitales y
tecnología. El INI cubría las deficiencias del sector industrial, haciéndose cargo de negocios poco
rentables. Se desaprovechó con esta política autárquica e intervencionista la favorable coyuntura
económica que vivía Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
- La política agraria. El régimen ensalza los valores rurales y la agricultura frente a los valores urbanos
y la industria. De hecho, la falta de alimento se debe, sobre todo, al abandono del campo.
Se inicia, así, un proceso de ruralización que parte de la devolución de las tierras anteriormente
expropiadas y trata de recuperar las índices de producción a través de una mayor tecnificación y
potenciación del trabajo agrario. Para impulsar esta política agraria se crearon distintos organismos:
o El Instituto Nacional de Colonización (1939) con el objetivo de aumentar los regadíos y
asentar nuevos colonos. Los resultados fueron limitados (1939-1962 45799 colonos).
o El Patrimonio forestal del Estado, para la repoblación de los bosques.
o El Servicio Nacional de Concentración Parcelaria y Ordenación Rural (1952), que pretendía
atacar el problema del minifundio y crear explotaciones más rentables.
- Organización de la producción y distribución de cereales y demás productos agrarios, obligando
a los cultivadores a vender toda su cosecha a un organismo oficial que fijaba los precios de compra.
El Servicio Nacional del Trigo y la Comisaría de Abastecimiento y Transportes se encargaron de la
comercialización de los productos agrarios. Posteriormente, era la propia administración la única que
podía vender los productos a los consumidores a un precio único también regulado.
Como la fijación de los precios de venta se hacía por debajo de su valor comercial, muchos
productores escondían sus producciones, declarando menos de lo producido y lo vendían en el
mercado negro, a precios que duplicaban y triplicaban el valor del mercado oficial. Es el estraperlo.
Lo anterior, condujo a un desabastecimiento de alimentos y a la generalización de las colas, lo que
obligo en marzo de 1939 a la implantación de un sistema de racionamiento de los productos de
consumo de primera necesidad para evitar el hambre y garantizar el abastecimiento mínimo de
alimentos a la población. Las cartillas de racionamiento (primeras necesidades, carne, ropa)
funcionaron desde el fin de la Guerra Civil hasta 1952.
Debido a que los impuestos directos eran inexistentes y a la falta de divisas, el Estado financiaba este enorme
gasto público con la emisión de Deuda Pública, adquirida por los bancos de forma obligatoria, lo que originó
una inflación o subida de precios.
Pero mientras los precios no dejaban de subir, los salarios permanecieron muy bajos, debido a la represión del
movimiento obrero por el régimen, lo que originó una renta per cápita muy débil, inferior a la de los años
treinta, y mal distribuida.
La política autárquica del régimen fue un rotundo fracaso: no satisfacía las necesidades básicas de la
población, derrochaba recursos y sólo beneficiaba a una minoría (latifundistas, alta burguesía industrial y
financiera) que amasaba enormes fortunas a costa de la miseria y el hambre de la mayoría durante estos años
de posguerra.
En 1947 la situación internacional cambió al salir España de su aislamiento gracias al acercamiento con
Estados Unidos. En 1953 se firman acuerdos con este país, que va a conceder ayuda económica, créditos y
armamento.
Esta circunstancia, junto al agotamiento de la autarquía y al descontento social (huelgas en Cataluña, Madrid,
Asturias y País Vasco,) impulsa en los años cincuenta una cierta liberalización económica, con el fin del
racionamiento, control de la inflación y tímidas reformas en la agricultura (Concentración Parcelaria, de
1952).
Pero la economía seguía estancada y las protestas sociales arreciaban contra la subida del coste de la vida. Por
eso Franco aceptó un cambio en la política económica impulsado por los tecnócratas, ligados al Opus Dei,
como Ullastres y Navarro Rubio que condujo al Plan de Estabilización de 1959 que liberalizó la economía
para atraer capital extranjero, devaluando la peseta. Se da paso así al desarrollo económico de los años
sesenta.
La estabilización y crecimiento económico (1959-1973)
El nuevo gobierno, formado en febrero de 1957, cambió radicalmente la política económica del régimen con
la entrada de dos miembros tecnócratas: Alberto Ullastres, en Comercio, y Mariano Navarro rubio, en
Hacienda. Con ellos empiezan a adoptarse una serie de medidas liberalizadoras que prepararán el Plan de
Estabilización de 1959. Estas medidas, preestabilizadoras, fueron:
1) Supresión del sistema de cambios múltiples en el comercio exterior, lo que facilitaría el ingreso en el
FMI y la OECE (1958)
2) Congelación salarial
3) Reducción de los créditos
4) Reforma fiscal que permitió una reducción del déficit público.
La estabilización se prepara en julio de 1959 cuando el gobierno español remite al FMI y a la OECE un
memorándum sobre las medidas que debían adoptarse en España. El visto bueno y la ayuda financiera de
ambas instituciones permitió la aparición de un decreto-ley de Nueva Organización Económica (oct-1959) con
dos objetivos básicos: establecer las bases para un desarrollo económico equilibrado y mayor integración de la
economía española con la de otros países. Para ello había que alcanzar un equilibrio interno a través de
medidas fiscales (limitación del gasto público) y medidas monetarias (limitación créditos al sector privado,
mayor flexibilidad de los tipos de interés) con lo que se buscaba frenar la demanda, estabilizar los precios y
reducir las importaciones; y un equilibrio externo mediante la liberalización del comercio exterior y
disminución del control estatal sobre este, la fijación de un tipo de cambio y la liberalización de las
importaciones de capital, permitiendo la entrada de la inversión extranjera.
Los efectos del plan fueron inmediatos y positivos: reducción de la demanda interna y de la inflación,
estabilidad de los precios. Pero a cambio se produjo una restricción de la actividad económica y un notable
aumento del paro (emigración).
Fueron los años de los Planes de Desarrollo, siguiendo el modelo de planificación económica indicativa,
dirigidos por el ministro de Industria López Rodó. Consistían en tres planes cuatrienales, iniciados en 1964 aunque el tercero quedó parado por la crisis de 1973- que coordinaban el crecimiento económico del país. Se
fomentó la implantación industrial con ayudas e inversiones estatales en infraestructuras en siete polos de
desarrollo (Burgos, Vigo, La Coruña, Huelva, Sevilla, Valladolid y Zaragoza), zonas atrasadas pero con
posibilidades económicas. Los planes estimularon la industria pero raramente cumplieron sus previsiones y
acentuaron los desequilibrios sectoriales y regionales. Frente al desarrollo de las zonas industriales (Cataluña,
País Vasco, Madrid y los nuevos polos de desarrollo) otros territorios quedaron atrasados (Galicia, las dos
Castillas, Andalucía, Extremadura).
Desde 1959 la industria y los servicios se consolidaron como las actividades fundamentales de la economía
española, lo que se tradujo en un aumento de la renta per cápita española (300$ en 1960 (la más baja de
Europa), a 1000 $ en 1970). El crecimiento industrial estuvo impulsado por el uso de técnicas de producción
avanzada, mejorando la productividad que se traduce en una bajada de los precios de los productos
(exportación), y por la acumulación de capital debido a un aumento de los salarios, que junto a la compra a
plazos condujeron a un aumento de la demanda de productos de consumo, alterándose la estructura de
consumo (reducción alimentos y aumento de bienes de consumo duradero: coche, electrodomésticos).
El régimen usó como propaganda la industrialización presentándola como el "milagro económico español".
España se convirtió en la décima potencia industrial del mundo. La tasa de crecimiento fue muy alta, 8,6%
anual. Pero para este cambio estructural fue imprescindible la migración de la población: cuatro millones de
personas realizaron un éxodo rural desde las zonas deprimidas del campo español hacia las regiones
industriales (País Vasco, Cataluña, Madrid y los polos industriales) o atraídas por las zonas turísticas de la
costa. Dos millones se marcharon a Europa Occidental en pleno crecimiento industrial debido a la favorable
coyuntura internacional (Alemania, Suiza y Francia), ya que el modelo español de crecimiento no generaba
empleo suficiente para la creciente población activa.
El éxodo rural y el cambio en la estructura del consumo provoco la reconversión de la agricultura, iniciándose
una modernización de las técnicas agrarias (mecanización, utilización de abonos, intensificación de cultivos,
…) y un cambio de los productos demandados (dieta tradicional por alimentos de mayor riqueza alimenticia).
La importancia del exterior queda clara. La balanza de pagos, deficitaria permanentemente y que casi
enjugó su déficit gracias a tres fuentes de ingresos: las inversiones extranjeras, las divisas que enviaban los
emigrantes y los ingresos de los turistas extranjeros. Las inversiones extranjeras suplieron en parte la
carencia de capital pero originaron una excesiva dependencia de los países más desarrollados. El boom del
turismo con 6 millones de visitantes (franceses, ingleses y alemanes, principalmente) en 1960, que pasarían a
más de 30 en 1973 convirtió a España en el segundo destino turístico de Europa, por detrás de Italia. Los
emigrantes en Europa enviaban sus ahorros a España en divisas, muy importantes para el crecimiento. Sin los
ingresos por el turismo, las remesas de los emigrantes y la inversión extranjera, no hubiera existido el milagro
español.
El desarrollo económico quedó estancado a partir de la crisis general de la economía capitalista de 1973.
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