LEYES SUPRAMAYORITARIAS Y REGLA DE MAYORÍA: ANÁLISIS DEL CASO CHILENO. AUTOR JUAN EDUARDO VEGA MORA Salamanca, 2014 Resumen Este trabajo propone un nuevo enfoque para abordar el debate sobre el cambio constitucional en Chile. Contiene un análisis general de las reglas supramayoritarias establecidas en la Constitución chilena, con especial atención en los motivos de su establecimiento, contenido y aplicación; la influencia de los modelos de Francia y España en el constituyente chileno, y las principales tesis críticas y de defensa desarrollados por la doctrina local referidas a la existencia de reglas supramayoritarias y un sistema electoral binominal, en tanto refuerzo institucional. Finalmente, se propone una modificación a las reglas supramayoritarias constitucionales basada en el principio democrático, en virtud del cual una regla de la mayoría absoluta encuentra justificación en el valor diverso que tienen ciertas decisiones públicas. Se apunta a simplificar la tipología legal y limitar los refuerzos institucionales establecidos en la Constitución chilena de 1980. Índice Introducción .......................................................................................................................... 5 Capítulo I. Aspectos Generales: Aproximaciones a la democracia desde la perspectiva constitucional ...................................................................................................................... 10 1.1. La democracia como principio ............................................................................... 10 1.2. Democracia deliberativa y la regla de la mayoría: Posiciones ............................. 16 1.3. Excurso: Aportes del constitucionalismo estadounidense en El Federalista ...... 23 1.4. Consideraciones generales acerca de la objeción democrática ............................ 26 Capítulo II. Sistema normativo de la Constitución Política de la República de Chile de 1980 ...................................................................................................................................... 29 2.1. Surgimiento de la Constitución Política de la República de Chile de 1980, objeciones y sus modificaciones ..................................................................................... 29 2.1.1. Chile: Breve contexto político-histórico 1970-1982 ...................................... 29 2.1.2. El proceso de la Nueva Constitución .............................................................. 40 2.1.3. Objeción: La falta de legitimidad formal y sustantiva de origen .................... 42 2.1.4. Enmiendas a la Constitución Política de la República de Chile de 1980 ....... 47 2.2. Tipología legal de la Constitución Política de la República de Chile de 1980 .... 51 2.2.1. Cuestiones Generales: El debate en la Comisión ........................................... 51 2.2.2. ¿La Constitución Francesa de 1958 como antecedente de la Constitución chilena de 1980? .............................................................................................. 54 2.2.3. Tipología legal establecida en la Constitución Política de la República de Chile de 1980 .................................................................................................. 58 2.2.3.1. Tipología legal: Parte general .................................................................... 58 2.2.3.2. Tipología legal: Parte especial ................................................................... 61 2.2.3.2.1. Leyes interpretativas de la Constitución ................................................... 61 2.2.3.2.2. Leyes orgánicas constitucionales .............................................................. 64 2.2.3.2.3. Leyes de quórum calificado ...................................................................... 72 2.2.3.2.4. Leyes ordinarias, simples o comunes ....................................................... 73 2.2.4. Conflictos entre normas .................................................................................. 74 Capítulo III. El caso de las leyes orgánicas en la Constitución Española de 1978 ....... 77 3.1. Cuestiones generales ................................................................................................ 77 3.2. La ley orgánica en la Constitución Española de 1978 .......................................... 80 3.2.1. Origen y razones de la incorporación de la ley orgánica en la Constitución Española de 1978 ............................................................................................ 80 3.2.2. Concepto de ley orgánica................................................................................ 82 3.2.2.1. Ámbito material ........................................................................................... 84 3.2.2.2. Ámbito formal: Posición de la ley orgánica en el sistema de fuentes ......... 87 3.3. La doctrina del Tribunal Constitucional de España sobre las leyes orgánicas .. 91 Capítulo IV. Posturas frente a la existencia de leyes supramayoritarias: El debate chileno .................................................................................................................................. 98 4.1. Frente a las supramayorías: El debate .................................................................. 98 4.1.1. Teorías defensoras del sistema vigente o de las supramayorías ..................... 99 4.1.2. Las tesis o posturas críticas........................................................................... 104 4.1.3. Las posturas moderadas o intermedias ......................................................... 114 4.2. El sistema electoral binominal: Un debate supramayoritario que confunde argumentos .................................................................................................................... 118 Capítulo V. Propuestas para el caso chileno: Posibles soluciones al problema constitucional .................................................................................................................... 135 5.1. Proyectos de ley cuyo objeto es modificar la tipología legal .............................. 135 5.2. Construyendo una nueva tipología legal .............................................................. 137 Conclusiones ...................................................................................................................... 143 Bibliografía ........................................................................................................................ 150 Anexo I. Cuadro comparativo del constitucionalismo chileno histórico: Ejercicio de la potestad legislativa y de la potestad constituyente ........................................................ 162 Anexo II. Ejercicio de la potestad legislativa y constituyente desde la entrada en vigencia de la Constitución Política de la República de Chile 1980 ............................. 163 Anexo III. Cuadro comparativo: La ley interpretativa de la Constitución y la reforma constitucional desde la entrada en vigor de la Constitución Política de la República de Chile de 1980 ..................................................................................................................... 164 Anexo IV. La ley orgánica en el derecho comparado .................................................... 165 Listado de Abreviaturas Binominal : Sistema electoral binominal de Chile. CC : Consejo Constitucional de la República Francesa. CE : Constitución Española de 1978 y sus modificaciones. CF : Constitución de Francia de 1958 y sus modificaciones. CPR : Constitución Política de la República de Chile de 1980 y sus modificaciones. DO : Diario Oficial de Chile. EEAA : Estatutos de Autonomías. EEUU : Estados Unidos de América. FFAA : Fuerzas Armadas de Chile. LIC : Ley interpretativa de la Constitución. LQC : Ley de quórum calificado. LO : Ley orgánica en la Constitución Española de 1978. LOC : Ley orgánica constitucional del sistema chileno. LOTC : Ley orgánica del Tribunal Constitucional Español, 2/1979, de 3 de octubre. TCCh : Tribunal Constitucional de Chile. TC : Tribunal Constitucional de España. UP : Unidad Popular. Servel : Servicio Electoral de Chile. STCCh : Sentencia del Tribunal Constitucional de Chile. STC : Sentencia del Tribunal Constitucional de España. “La democracia está justificada porque protege el derecho de cada persona al respeto y la consideración como un individuo; pero en la práctica la decisión de una mayoría democrática puede violar a menudo ese derecho”. Ronald Dworkin, Liberalism en S. Hampshire Public and prívate morality, Cambridge, 1979. Introducción La discusión sobre la necesidad de enmienda o cambio de la Constitución Política de la República de Chile de 1980 se ha instalado con renovado vigor en la agenda política, la sociedad y la academia, centrándose en la idea de que persistirían en la Constitución ciertos elementos que distorsionan el sistema democrático. Desde su entrada en vigor en 1981, algunos sectores han denunciado la falta de legitimidad de origen de la Constitución y la existencia en ella de ciertos cerrojos autoritarios. Parte de estos problemas fueron resueltos con motivo de la reforma constitucional aprobada el año 2005. No obstante los avances en Chile hacia una democracia cada vez más consolidada, existen importantes cuestionamientos que no han sido resueltos. Por ello, a partir de 2011, durante el gobierno del Presidente Piñera, el debate sobre la necesidad de reformar la Constitución volvió a adquirir fuerza. Algunos autores y sectores políticos, incluso han propuesto la necesidad de convocar una asamblea constituyente para la redacción y aprobación de un nuevo texto constitucional. Otros, desde una perspectiva más moderada, han sostenido que es necesario modificarla pero de conformidad al procedimiento establecido en la misma carta fundamental vigente (Capítulo XV, artículos 127 a 129). En todo caso, se debe tener presente que no existe una disposición constitucional que establezca la posibilidad de una reforma total o sustitución de la Constitución. A la luz de esta discusión, el programa de gobierno de la actual Presidenta de la República, Michelle Bachelet¸ se refirió a la posibilidad de modificar la Constitución, sugiriendo la elaboración de una nueva carta fundamental. En este sentido, la modificación de las leyes de quorum especial se han convertido en uno de los elementos fundamentales del debate. En efecto, el referido programa sostiene que la carta fundamental “(…) está sustentada en una desconfianza a la soberanía popular; de allí las diversas limitaciones a la voluntad popular mediante los mecanismos institucionales de contrapesos fuertes a dicha 5 voluntad, siendo el ejemplo más evidente el mecanismo de los quórum contra mayoritarios para la aprobación y modificación de las leyes importantes” (Bachelet, 2013, pág. 32). Este fenómeno no sería propio de una Constitución democrática moderna, pues contribuiría a la deslegitimación del sistema político. Para arribar a un consenso político sobre una nueva carta fundamental, según señala el programa, sería esencial tomar en consideración la tradición liberal, social y democrática del país. La Constitución Política de la República de Chile de 1980 establece un complejo sistema legal conformado por la existencia de leyes orgánicas constitucionales, leyes de quórum calificado, leyes interpretativas de la constitución y leyes ordinarias. Este diseño constitucional constituiría una ruptura del concepto unitario de ley. Con la sola excepción de las leyes ordinarias, las demás requieren de mayorías cualificadas para su aprobación, por lo que se debate la legitimidad de su existencia. Para una parte de la doctrina, corresponden a un cerrojo antidemocrático propio de la dictadura, incrustado dentro de una Constitución con pretensión democrática. Para otros, en todo caso, se trata de normas que ya cumplieron sus funciones estabilizadoras de la institucionalidad y, por lo tanto, deben ser modificadas. Por último, un tercer grupo estima necesario mantener la tipología normativa y sus quórums, aunque acepta la posibilidad de limitar el ámbito material de cada tipo de ley. En este debate nos adentraremos. El problema de las leyes supramayoritarias puede ser abordado desde dos niveles argumentativos diferentes. El primero se refiere a la justificación general de la existencia de este tipo de reglas, sin profundizar en las razones particulares que fundamentarían la reserva en favor de una determinada materia. En un segundo nivel discursivo, se establecen justificaciones específicas y contextualizadas en un sistema normativo, que habilitarían la exigencia de mayorías más altas para la elaboración, modificación y derogación de leyes de acuerdo a su materia. Este trabajo se enmarca dentro del primer supuesto señalado, ya que se concentra en las argumentaciones generales para la existencia de leyes supramayoritarias, a partir de las cuales se realiza un análisis crítico del sistema establecido en la Constitución y sus razones fundantes. La Constitución -entendida como norma jurídica suprema- cumple, al menos, dos funciones trascendentales: limita a los poderes constituidos, estableciendo frenos a su 6 ejercicio, y garantiza derechos fundamentales en favor de los particulares. El constitucionalismo moderno, basado en el principio democrático, instaura mecanismos de defensa de la democracia. En este contexto, el legislador democrático aparece como una figura central en cuanto representante del pueblo y legitimado directamente para cumplir con la función legislativa, cuyo producto principal es la ley. Por lo expuesto, la ley, en tanto expresión de la voluntad soberana, requiere para su creación, modificación o derogación, por regla general, del voto favorable de una simple mayoría de los miembros del parlamento. Esta premisa, que parece evidente, tiene excepciones en distintos sistemas jurídicos, donde se establece que ciertas normas, relativas a determinadas materias, deben ser aprobadas con un quórum superior al de una mayoría simple. La existencia de quórums especiales genera una serie de interrogantes. ¿Afecta la existencia de estos quórums a la democracia? La respuesta depende del concepto de democracia al que nos adscribamos. ¿Resulta razonable que una minoría pueda vetar las decisiones de la mayoría? Si respondemos afirmativamente, ¿qué fundamentaría este veto? ¿Estamos dispuestos a exigir al legislador una mayoría superior a la simple para regular ciertas materias? Sobre esta última cuestión, responderemos de manera afirmativa, básicamente porque estimamos que no todas las materias son igualmente relevantes en el escenario del constitucionalismo moderno. Por lo anterior, argumentaremos en favor de la posibilidad de establecer un quórum excepcional de aprobación en ciertos casos, consistente en la mayoría absoluta de los representantes. Con todo, estimamos que la exigencia de quórums superiores al de la mayoría absoluta resulta injustificada. Hecha esta precisión, la segunda cuestión que surge es determinar qué materias quedarán bajo este ámbito de reserva. Responderemos que, principalmente, aquellas que guarden relación con el establecimiento y defensa de la democracia y las que regulan los derechos fundamentales. La exigencia de la mayoría absoluta no es inaceptable ni afecta la democracia, en la medida que se establezca con carácter excepcional y se limite a estas. Bajo estas premisas nos introducimos en el actual debate constitucional chileno, intentando hacer un aporte concreto para su solución. En la primera parte de este trabajo se plantean las cuestiones generales que subyacen al debate, aproximándonos al concepto de democracia desde la perspectiva constitucional, 7 haciendo hincapié en su carácter de principio fundante y legitimador del constitucionalismo. Asimismo, se expone la manera en que el principio democrático se concretiza en el ejercicio de la función legislativa. Luego, analizaremos distintas posiciones doctrinales acerca de la democracia deliberativa y la regla de la mayoría, en cuyo tratamiento nos centraremos en las opiniones de aquellos autores que han ejercido una mayor influencia en el debate chileno. A continuación, nos referiremos a la discusión que tuvo lugar en la elaboración de la Constitución de los EEUU, en los ensayos federalistas, en virtud de la cual se adscribió a un concepto de democracia determinado, se definió el rol que se le asignó al legislador y a las mayorías dentro del poder legislativo. Por último, repasaremos la construcción general de la objeción democrática en lo que se refiere al ejercicio de la función legislativa y la regla de la mayoría para la adopción de decisiones. En el Capítulo II se profundizará en el sistema normativo establecido en la Constitución Política de la República de Chile de 1980. Para ello, procederemos en dos etapas. Primero, nos referiremos a los elementos que marcaron su origen y desarrollo. Partiremos analizando el contexto histórico-político en el que surgió la Constitución, para luego avanzar hacia la labor realizada por el constituyente de 1980 y las principales objeciones de forma y fondo que se han sostenido contra la Constitución. Todo ello resulta relevante para comprender el debate constitucional supramayoritario. En segundo lugar, ofreceremos una explicación respecto del origen y desarrollo de la tipología legal chilena (en general y en especial) considerando tanto el punto de vista de la doctrina como el de la principal jurisprudencia que ha desarrollado el Tribunal Constitucional de Chile. Para completar la exposición, realizaremos una sucinta remisión al sistema normativo de la Constitución de Francia de 1958, en la cual se habría basado el constituyente chileno de 1980. Finalmente, cerraremos este capítulo analizando los parámetros que se utilizan para resolver los conflictos entre normas legales en el derecho actual chileno. En el Capítulo III, se realizará un análisis general de la regulación de la ley orgánica en la Constitución Española de 1978, la cual también habría sido considerada para la creación y posterior evolución del sistema legal chileno. Mediante este análisis, se pretende identificar puntos de encuentro y divergencias entre el sistema normativo chileno y español. Así, en primer lugar, analizaremos el sistema de fuentes establecido por la Constitución, para luego 8 adentrarnos en el estudio de la ley orgánica considerando su origen, concepto y la doctrina desarrollada por el Tribunal Constitucional de España. En el Capítulo IV, nos concentraremos en esbozar sucintamente las principales tesis que se han construido en torno al sistema legal chileno, agrupadas conceptualmente bajo una clasificación que distingue entre posturas defensoras, opuestas y moderadas del sistema legal establecido en la Constitución chilena de 1980. En cada caso, haremos presente nuestras consideraciones críticas a las propuestas de los autores. A continuación, nos detendremos en la discusión relativa al sistema electoral binominal, mediante el cual se determinan las mayorías parlamentarias responsables de las decisiones legislativas. Esta discusión se ha visto afectada por la introducción de una serie de argumentos que consideramos tendenciosos, por las razones que expondremos en esta parte. Finalmente, propondremos una solución moderada a la cuestión constitucional planteada. Esta propuesta reconocerá la necesidad de simplificar del sistema y, al mismo tiempo, se mostrará crítica de las propuestas que hasta la fecha se han materializado en proyectos de ley presentados para discusión en el parlamento chileno. Este es nuestro punto de llegada: una solución concreta que contribuya a la solución del problema constitucional chileno. 9 Capítulo I. Aspectos Generales: Aproximaciones a la democracia desde la perspectiva constitucional 1.1. La democracia como principio Sea lo primero aproximarnos a aquello que entenderemos por principio. Para ello seguiremos a Dworkin, quien distingue entre reglas, fines y principios. En su comprensión, por reglas, al igual que gran parte de la doctrina, entiende aquellas que contienen disposiciones específicas en las que se tipifican supuestos de hecho y sus respectivas consecuencias jurídicas. Luego, los fines corresponden a los valores y mandatos cuyos destinatarios son los poderes públicos; y, por último, los principios son estándares o cláusulas genéricas que enuncian modos de ser del derecho (Dworkin, 1989, págs. 72-83). Por su parte, para Alexy se ha de distinguir entre principios y reglas, los cuales corresponden a normas que se pueden diferencian por razones cualitativas. Los principios son concebidos como “(…) normas que ordenan que algo sea realizado en la mayor medida posible, dentro de las posibilidades jurídicas y reales existentes” (Alexy, 2007, pág. 86). Por ello, corresponden a mandatos de optimización que admitirán distintos niveles de cumplimiento. Por su parte, las reglas corresponden a “(…) normas que sólo pueden ser cumplidas o no” (Alexy, 2007, pág. 86), por lo que una regla que ha sido válidamente aprobada exige hacer exactamente lo que ella mandata. Por lo tanto, las reglas “(…) contienen determinaciones en el ámbito de lo fáctica y jurídicamente posible” (Alexy, 2007, pág. 87). A partir de esta distinción cualitativa establece que una toda norma de un sistema jurídico puede ser calificada como un principio o una regla. La triple distinción elaborada por Dworkin ha sido también utilizada por Pérez Luño, para quien la diferencia reside en los distintos niveles de concreción. De esta manera, los principios serían normas de segundo grado respecto de las normas y los valores corresponderían a normas de segundo grado respecto de los principios y, en consecuencia, de tercer grado respecto de las normas. Por lo tanto, según su nivel de concreción lo más abstracto son los valores y lo más concreto las normas. En un nivel intermedio quedarían los principios1. Bajo estas consideraciones, surge un sistema que se estructura en distintos En los términos de Pérez Luño “[l]os valores no contienen especificaciones respecto a los supuestos en que deben ser aplicados, ni sobre las consecuencias jurídicas que deben seguirse de su aplicación; constituyen ideas 1 10 ámbitos de acción con esferas definidas y concatenadas unas a otras. Ello, resulta especialmente importante a la hora de construir las fuentes orientadoras de un sistema normativo, en el que cada eslabón de la cadena corresponde a una determinada concreción respecto de un elemento fundante. Luego, los principios jurídicos -en cuanto integrante de los sistemas normativos modernos- pasan a cumplir diversas funciones no sólo la concreción de valores sino también de ilustración de reglas creadas a su amparo. En este sentido, Aragón sostiene que “(…) además de servir para interpretar normas también pueden alcanzar proyección normativa tanto por obra del legislador como del juez” (Aragón, 1990, pág. 93). Luego, respecto de la función que desempeñan en relación al legislador, es necesario tener presente que posee mayor libertad para proyectar normativamente los valores que para proyectar normativamente los principios. Así, los principios enunciados en la Constitución vienen a reducir significativamente la posibilidad de creación de reglas, pues sólo serán válidas aquellas que se generan dentro de su ámbito. En cambio, respecto de los valores las posibilidades de acción del legislador para transformarlos en reglas son más amplias. En todo caso, el único actor capacitado para este ejercicio de concreción es el legislador por la legitimidad democrática que posee. Si un principio es el reflejo de una serie de valores, la regla que emana del legislador para el desarrollo de ciertas materias no hace otra cosa que afirmar su validez bajo un supuesto de hecho que la hace operativa. Asumido lo anterior, corresponde determinar ¿a qué nos referimos cuando hablamos del principio democrático? Al respecto, Aragón sostiene que este principio al pasar a formar parte de los textos constitucionales se transforma en un principio jurídico, que se caracteriza por tener una “(…) doble capacidad de operar como principio material y como principio estructural” (Aragón, 1990, pág. 101). Esta caracterización es la que le permite la directivas generales que (…) fundamentan, orientan y limitan críticamente la interpretación y aplicación de todas las restantes normas del ordenamiento jurídico. Los valores forman, por tanto, el contexto históricoespiritual de la interpretación (…). Los principios, por su parte, entrañan un mayor grado de concreción y especificación que los valores respecto a las situaciones a que pueden ser aplicados y a las consecuencias jurídicas de su aplicación, pero sin ser todavía normas (…). De otro lado, los principios (…) reciben su peculiar orientación de sentido de aquellos valores que especifican o concretan. Los valores funcionan, en suma, como metanormas respecto de los principios y como normas de tercer grado respecto de las reglas o disposiciones específicas (…). De igual modo que los valores tienden a concretarse en principios que explicitan su contenido, los principios, a su vez, se incorporan en disposiciones específicas o casuísticas en las que los supuestos de aplicación y las consecuencias jurídicas se hallan tipificadas en términos de mayor precisión” (Pérez Luño, 1984, págs. 291-292). 11 complementariedad entre la idea de democracia sustantiva y procedimental. El principio democrático -en su consideración general- posee un contenido dotado de una alto grado (inevitable) de abstracción determinado por la titularidad popular del poder, que se manifiesta en el ejercicio de soberanía popular. De tal manera que, “(…) la pretensión de la Constitución es (…) la de juridificar la democracia, la de unir democracia y estado de derecho. (…) El principio democrático, fuera de la Constitución, no tiene forma ni contenido jurídico, es decir, no cabe oponer, en buena teoría constitucional, democracia a Derecho” (Aragón, 1990, págs. 102-103). El principio democrático, por lo tanto, no es sólo un principio de validez de la Constitución sino que se transforma -además- en la causa de su legitimación. Esto implica que es el soporte de la validez constitucional y es el núcleo de comprensión de todo el texto constitucional y la directriz del ordenamiento en su conjunto (Aragón, 1990, pág. 104). Dicho en otros términos, una Constitución será válida si puede ser fundada en el principio democrático y se ha de aplicar basada en la misma razón permite justificar su desarrollo. Vamos un paso más adelante. La democracia entendida como organización y forma de ejercicio del poder se construye sobre la base de dos elementos: la libertad y la igualdad política. Respecto de la libertad, Böckenförde afirma que el concepto se vincula a la ausencia de condiciones, limitaciones o restricciones para la formación de la voluntad de un pueblo. No obstante ello, para que exista una autonomía de la voluntad de un pueblo ha de existir, previamente, la autonomía de la voluntad de los ciudadanos individualmente considerados. De tal manera que “la democracia aparece como un modelo que equilibra la calidad de ciudadano como destinatario del poder del Estado, pero que, al mismo tiempo, encuentra en la voluntad de los mismos que se encuentran sometidos a él, su fundamento y ejercicio” (Böckenförde, 2002, pág. 77). En segundo lugar, la igualdad política exige que el proceso político incluya a todos para la formación de la voluntad general, por lo que “[l]a libertad política debe ser asegurada a todos los integrantes del pueblo y debe serlo de igual manera” (Böckenförde, 2002, pág. 82). En una visión diversa, Schmitt afirma que la libertad e igualdad -en sentido políticohan de ser consideradas sólo en relación a la participación para la formación de la voluntad política, sin requerir especial consideración respecto de los demás ámbitos de la vida social (Schmitt, 1982, págs. 223-224). Este planteamiento deja fuera la necesidad de un discurso y 12 debate natural que ha de originarse en la esfera social, lo que restringe aspectos relevantes para la consecución de ideales que subyacen a la idea de democracia constitucional. El elemento distintivo para asegurar la libertad e igualdad política, reside en la atribución y definición que se haga respecto de la calidad formal de ciudadano, a los que se les deben asignar, a nivel constitucional, iguales derechos de participación2. Con ello, la democracia se vincula con el principio de soberanía popular en la medida en que se transforma el principio que determina quién detenta el ejercicio del poder del Estado que, mediante el principio de soberanía popular, recibe su fundamento en el pueblo. Lo que la democracia sostiene es que el poder del Estado proviene del pueblo, y debe ser ejercido por el mismo (Böckenförde, 2002, pág. 52). En otros términos, la justificación democrática exige imperativamente la necesidad de reconducir la adopción de una decisión al pueblo, el cual actúa de forma democrática por medio de sus ciudadanos titulares de iguales derechos de participación. A partir de lo ya apuntado, la consideración de la democracia como principio constitucional implica asumir que la forma de gobierno del Estado es la democrática, lo que exige que “(…) el poder del Estado ha de articularse de tal forma que tanto su organización como su ejercicio deriven siempre de la voluntad del pueblo o puedan ser atribuidos a él” (Böckenförde, 2002, pág. 47). Por ello, la autodeterminación y autogobierno del pueblo se constituyen como requisitos previos para que una entidad política actúe en condiciones de igualdad y libertad. En este contexto, si el principio democrático se constitucionaliza y, como consecuencia de ello, las principales decisiones que se adoptan tienen su origen en el legislador, se hace necesario definir el rol que le asignamos a éste en cuanto ejecutor del mismo. En una concepción amplia de la función legislativa, Kelsen afirma que ha de ser entendida como aquella a través de la cual el Estado establece reglas generales y abstractas, En términos de Böckenförde, “[l]os ciudadanos saben iguales y de acuerdo sobre cuestiones de principio del orden político; consideran la experiencia y la vivencia de sus conciudadanos como algo no existencialmente distinto o extraño, y están dispuestos sobre esta base a compromisos y a una aceptación leal de las decisiones de la mayoría” (Böckenförde, 2002, pág. 88). Luego, para el autor no se debe confundir la igualdad general con la igualdad política. La primera, exige la asignación de derechos que son reconocidos por la comunidad a todos, sin importar si son o no ciudadanos. En tanto, la segunda, exige la igual asignación de derechos de naturaleza política (Böckenförde, 2002, págs. 86-88). 2 13 por lo que la legislación ha de ser conceptualizada como “(…) la actividad de ciertos órganos especializados, encaminada conscientemente al establecimientos de normas jurídicas”. Para el autor, no se puede restringir el concepto al sólo ejercicio democrático de la función porque no siempre es ejercido de esta forma (Kelsen, 2002, págs. 384-385)3. Esta concepción, dada su excesiva amplitud, no se condice con el planteamiento acá defendido que exige justificar la función legislativa en la legitimidad democrática directa de los representantes elegidos por la ciudadanía en elecciones libres y abiertas. En una visión más cercana a la acá defendida, Waldron argumenta que “[e]l valor político que se asocia de forma más natural con el Parlamento moderno y con la autoridad de su producto (la legislación en tanto derecho positivo) es el de la legitimidad democrática”, de tal manera que “la exigencia de legitimidad democrática, es el mejor argumento que se puede dar en favor de la autoridad de una ley” (Waldron, 2005, págs. 66-67). Esta razón justificatoria, permite reconducir la decisión al titular de la soberanía legitimadora, cuya consecuencia es una afianzada validez basada en el principio democrático. Sobre el cimiento de la razón justificatoria fundamental ya apuntada, De Otto basado en los postulados de Laband, sostiene que “legislación, ejecución y justicia no son denominaciones que se aplican a órganos del Estado, sino que designan operaciones del Estado” (De Otto, 1987, pág. 171), por lo que son formas de actuaciones del Estado. Por ello, el error de la teoría tradicional de la separación de poderes reside en no considerar como punto de partida la diferencia del contenido o en la composición de los actos del Estado, sino sólo la distinta situación de los órganos encargados de cada uno de sus asuntos. La situación efectivamente es diversa, no sólo respecto de las funciones que se entregan a cada poder estatal, sino también en cuanto a la legitimación directa o indirecta que cada uno de ellos posee. Por ello, resulta pertinente referirse a la separación de poderes de los estados modernos en un sentido funcional, bajo el cual se observa una distribución de funciones estatales, tal y como el trabajo se distribuye en la técnica capitalista de productividad (Loewenstein, 1986, En sus términos, “[s]ería restringir demasiado el significado que el concepto de legislación posee en la teoría tradicional de los poderes, si bajo ese concepto no quisiera incluirse más que la actividad creadora de los órganos constituidos democráticamente, por ejemplo la Asamblea popular o un parlamento, (…) pues también el monarca absoluto dicta leyes” (Kelsen, 2002, págs. 384-385). 3 14 págs. 55-58). Por lo cual, si bien el poder es uno solo y emana de la soberanía popular, puede ser sintetizado en las tres clásicas funciones del liberalismo (ejecutivo, legislativo y judicial). Luego, ya en el área particular de la labor legislativa, Laband defiende la idea de que la función legislativa reside en la creación de enunciados bajo la fórmula de una regla jurídica abstracta con carácter imperativo. Basado en este planteamiento, De Otto va un paso más allá al sostener que “[l]egislar, es por tanto, regular las relaciones entre personas disponiendo imperativamente acerca de sus derechos y deberes mutuos, en la línea de la clásica concepción individualista y liberal de la ley” (De Otto, 1987, pág. 171). Nuevamente, aplicando el elemento fundamental, la capacidad de regulación o intromisión del legislador en las relaciones que se generan entre los individuos en el contexto de un Estado constitucional moderno, sólo puede ser válida si su decisión puede ser justificada en razones democráticas. Luego, se hace necesario sumar más elementos a la función legislativa, en este sentido Schmitt estima que “[e]l Parlamento representa a toda la nación como tal y emite por ello, en discusión y acuerdo político, leyes, es decir normas generales, razonables, justas, que determinan y regulan toda la vida estatal” (Schmitt, 1982, pág. 304). La razón previa es la democracia, pero a ella se le agregan razones de moral sustantiva que permiten asegurar una legitimidad integral de la decisión legislativa materializada en una norma. La que viene a ejecutar un principio que, total o parcialmente, es una manifestación de ciertos valores fundamentales. A partir de estas breves consideraciones recién expresadas, es posible afirmar que la función legislativa tiene su base en la legitimidad democrática. Por ello, rechazamos el concepto amplio planteado por Kelsen, el cual permite incluir ejercicios ilegítimos de la misma. Así, la razón central de la labor ejercida por los parlamentos reside en su fundamento democrático y cuya principal función, pero en ningún caso la única, es la creación, modificación y derogación de normas jurídicas. Lo anterior, ha de darse dentro de un escenario deliberativo con ciertas reglas que permitan el desarrollo y progresividad del ideal democrático en cuanto principio constitucional positivado. 15 1.2. Democracia deliberativa y la regla de la mayoría: Posiciones Las democracias constitucionales modernas operativizan simultáneamente distintas concepciones de la democracia (directa, semidirecta, representativa, deliberativa, Etc.). Para efectos de la comprensión de la problemática objeto de este trabajo consideraremos sólo algunas concreciones de la misma4. En primer término, por democracia representativa entenderemos aquella que se genera en virtud del acto de voluntad que realiza el ciudadano elector (voto), que unida a la de otros, tiene como consecuencia un elegido (representante), al cual se le traslada la facultad de ejercer -a nombre de los representados- determinadas funciones y potestades públicas (Garrorena Morales A. , 1991, págs. 92-93). Esta representación para que sea efectivamente respetuosa de la democracia, exige una exclusiva atención de los intereses del pueblo. Por ello, la implementación de una democracia representativa, no es concebible si no se estructuran órganos que posean esta naturaleza, cuya acción ha de estar destinada a la satisfacción de necesidades colectivas o del pueblo en su conjunto (Böckenförde, 2002). Este escenario se produce de manera plena en el parlamento, que se constituye como el espacio democrático en el que, por definición, los representantes se han de hacer cargo de estas cuestiones. Luego, asumido que la democracia constitucional moderna opera bajo la forma de democracia representativa, se debe ir un paso más adelante y conectar esta concepción con la de democracia deliberativa. En torno a esta última, se han construido distintas posiciones dentro de la abundante literatura que existe sobre la materia. Algunas de estas visiones, se han vinculado con una concepción conforme a la cual la democracia es sólo el gobierno de la mayoría en que quienes ganan, deben intentar hacer lo máximo que puedan para justificar su posición frente a la que poseen quienes perdieron (George, 1999, pág. 189). Para otros, la construcción democrática se refiere al papel que se otorga a las razones justificatorias que son ofrecidas en el contexto del debate político y su capacidad de formar mayorías. 4 Esto en ningún caso implica que no hayan otros tratamientos posibles, sino que nos centraremos en aquellos que nos permiten ir al fondo de la decisión parlamentaria, entendida como forma de deliberación de los asuntos públicos. Luego, a propósito de la posibilidad de combinación de concreciones democráticas, Marenghi y Alcántara apuntan que “(…) una democracia representativa puede contener más o menos mecanismos que permitan la participación ciudadana directa en la dinámica política de un país” (Marenghi & Alcántara Sáez, 2007, pág. 6). 16 Para Elster, el concepto de democracia deliberativa está vinculado a una determinada concepción de sus componentes. Así, el elemento democrático estaría dado por la exigencia de que la toma de decisiones considere la participación de todos quienes se verán afectados por la misma o sus representantes; en tanto, el elemento deliberativo estaría dado por el hecho de que los participantes han de ofrecer argumentos que estén basados en criterios de imparcialidad y racionalidad (Elster, 2002). Este planteamiento resulta adecuado, en cuanto su énfasis radica en la deliberación considerada como un acto de traspaso que lleva a los representantes a la adopción de mejores decisiones. No obstante lo anterior, es necesario avanzar hacia visiones que nos permitan explicar de manera integral el concepto de democracia deliberativa. En este sentido, en una compilación de fundamentos Moreno Rodríguez-Alcalá, sostiene que el concepto debe considerarse: (i) como teoría referida a la legitimidad de las decisiones colectivas, (ii) que ofrece un modelo específico respecto del modelo político como espacio propio para la formación de la voluntad política inclusiva, a través del diálogo, (iii) que otorga relevancia al papel de la razón en el ámbito de la política, y (iv) que aboga por una agenda pública amplia y democrática, en donde pueden discutirse abiertamente todos los problemas que la sociedad estime relevantes, sin limitaciones (Moreno Rodríguez-Alcalá, 2005, pág. 316). El planteamiento del autor -al igual que buena parte de la doctrina que ha tratado la cuestión- se funda en una observación del proceso político en el que la deliberación prima por sobre la negociación y votación, por estimarse que es la forma más legítima de adopción de decisiones (Moreno Rodríguez-Alcalá, 2005, pág. 317). Si el centro del debate radica en la deliberación en el modelo político se debería producir una necesaria transformación de intereses individuales o autointeresados en intereses comunes; lo cual exige que los miembros del parlamento se aboquen a un proceso de discusión y de diálogo “(…) basado en argumentos racionales e imparciales que conduzcan a la adopción de una decisión más o menos satisfactoria desde el punto del interés de todos los afectados, o cuando menos apoyados en reglas y estructuras procedimentales que aseguren una cierta dosis de racionalidad en el diálogo” (Moreno Rodríguez-Alcalá, 2005, pág. 317). La argumentación recién esbozada se hace cargo tanto de los aspectos procedimentales como sustantivos de la deliberación; un tratamiento que se centre sólo en 17 uno de los elementos tiene el riesgo de dejar el ideal democrático deliberativo desprovisto de sentido y, por lo tanto, inoperante. Ahora bien, la democracia deliberativa como forma de adopción de decisiones ha sido objeto de críticas, las cuales se han desarrollado a partir de una visión realista de la democracia, conforme a la cual ha de ser entendida como una cuestión de votos para la cual sólo el ámbito procedimental es relevante. En este sentido, se ha sostenido que “(…) la gente vota de acuerdo a sus intereses y no motivados por la búsqueda de una misteriosa entidad denominada bien común” (Moreno Rodríguez-Alcalá, 2005, pág. 319). Frente a este argumento, se plantean dos razones para superar la crítica, a saber: (i) para que las posiciones de interés individual sean preponderantes se requiere de una adhesión de los votantes, para lo cual es necesaria la existencia de justificaciones racionales; y (ii) en los temas morales, más que la existencia de posiciones individuales, lo que hay es una visión especial de la sociedad que se pretende construir. Luego, cabe preguntarse ¿cómo se han de entender los desacuerdos y las formas de decisiones colectivas en las democracias representativas modernas? Ante la interrogante, se han construido distintas justificaciones algunas de las cuales se han concentrado en evitar que una mayoría oprima a una minoría. En este sentido, Dworkin defiende esta idea bajo la justificación de que la Constitución “(…) está destinada a proteger a los ciudadanos, individualmente y en grupo, contra ciertas decisiones que podría querer tomar una mayoría de ciudadanos, aún cuando esta mayoría actúe siguiendo lo que para ella es el interés general o común” (Dworkin, 1989, pág. 211). Para el autor liberal, no es del todo cierto que los parlamentos y otras instituciones democráticas tengan justificaciones inobjetables para adoptar todo tipo de decisiones, por el contrario existen límites infranqueables e inherentes que subyacen a ellas. En este sentido, la simple consideración de que la mayoría puede adoptar todo tipo de medidas “pasa por alto el hecho de que las decisiones referentes a derechos en contra de la mayoría no son problemas que equitativamente deban quedar librados a la mayoría. (…) La teoría de la mayoría hay que restringirla para proteger los derechos individuales, hace que la mayoría sea juez y parte en su propia causa parece incongruente e injusto. Es decir que los planteamientos de equidad no hablan en favor del argumento de la democracia sino en su contra” (Dworkin, 1989, pág. 223). Este razonamiento 18 pone por encima del interés general, la protección de los derechos individuales. En la concepción del autor, la defensa de la democracia constitucional, radica en una noción de los derechos concebidos como “cartas de triunfo políticas en manos de los individuos”. Por lo tanto, si los derechos han de ser concebidos como cartas de triunfo, no existen razones justificatorias para generar una pérdida individual, ni siquiera bajo razones basadas en el interés general. Dicho en otros términos, la justificación del interés general no sólo tiene sentido en cuanto a una sumatoria de intereses individuales satisfechos, pues cuando la ganancia traducida en derechos individuales es muy alta, las razones que habilitan una decisión que afecte esta “carta de triunfo” son mínimas. En la misma lógica, para Kelsen la exigencia de mayorías reforzadas como justificación para evitar los abusos de la mayoría, implica que “(…) algunas cuestiones fundamentales no pueden resolverse más que de acuerdo con la minoría” (Kelsen, 1988, pág. 152) lo que implica una posibilidad constante de veto. El impedimento estaría justificado en la medida que la razón de relevancia conlleva la necesidad de un acuerdo amplio en ciertas materias. Desde una perspectiva más sofisticada, Ackermann hace un planteamiento matizado respecto de los fundamentos utilizados por Dworkin. El autor parte de la base de que “(…) la Constitución Americana está comprometida en primer lugar y fundamentalmente con (la) protección (de los derechos). Ciertamente todo el punto de tener derechos es que ellos triunfen sobre decisiones de instituciones democráticas que por otra parte tienen la autoridad legítima para definir el bienestar colectivo” (Ackerman, 1989, pág. 466). La propuesta de Ackerman, apunta a avanzar desde una concepción monista de la democracia, hacia una visión dualista conforme a la cual “la fijación de derechos fundamentales es también una decisión democrática, sólo que se trata de una decisión con requisitos más exigentes que los de una mayoría ocasional en un parlamento” (Ackerman, 1989, pág. 461), a lo cual le denomina decisiones del pueblo. Las referidas decisiones, ocurren en escasas ocasiones bajo condiciones constitucionales especiales. Por ello, antes de poder incluir sus propuestas fundamentales para una nación, un movimiento político debe: (i) convencer a un número extraordinario de sus conciudadanos de tomar la iniciativa propuesta con una mayor seriedad que la que le dan normalmente a sus opciones políticas; (ii) permitir a la oposición 19 oportunidades razonables y justas de organizar sus propias fuerzas (dar argumentos); y (iii) convencer a una mayoría de ciudadanos para que apoyen la iniciativa de transformación cuyos méritos han de ser discutidos en reiteradas oportunidades en los diferentes foros deliberativos provistos por el orden constitucional dualista (Ackerman, 1989, pág. 461). Con estas razones, el autor da cabida a la concepción de los derechos desarrollada por Dworkin, esta es, concebidos como cartas de triunfo que privilegian la democracia. Nuevamente, el criterio material aparece como razón justificatoria a la mayor exigencia; sin embargo, la cuestión a destacar es la necesidad de conectar el elemento ciudadano con el representativo, ninguno de los cuales puede ser excluido, pues actúan ordenada y sucesivamente para llevar a una deliberación que sea capaz de lograr la mayoría. En contraposición a la tesis de Dworkin, para Waldron el punto de partida es la constatación de que “(…) cuando se trata de organizar la vida política de una comunidad en la que reina el desacuerdo acerca de qué es lo justo, antes de la sustancia y después de ella son ineludibles los desacuerdos” (Waldrom, 1993, pág. 33). Así, para resolver tal cuestionamiento resulta fundamental la combinación de procedimientos que se decida establecer para zanjar el desacuerdo. Por lo que, para determinar la razonabilidad de la decisión que se materializa en una legislación, se ha de considerar que la decisión mayoritaria no es capaz de explicar por sí misma la autoridad de la legislación, ni mucho menos la imposición de límites. Por ello, una “explicación debe provenir primariamente de nuestro sentido de la urgencia moral y de la importancia de los problemas que necesitamos resolver, el tipo de cosas que (moralmente) necesitamos que se hagan, y que deberemos hacer nosotros conjuntamente, los varios millones de personas, si alguien tiene que hacerlas” (Waldron, 2005, pág. 141). Este producto de una asamblea formada por múltiples miembros, requiere de un procedimiento especificado que haga posible la toma de decisiones. Ante el complejo escenario planteado por Waldron, la regla procedimental que ha de ser adoptada para la toma de decisiones es la regla de la simple mayoría. Lo anterior, en razón de que el ideal para la consecución de los derechos es el de una comunidad de individuos que se reconozcan entre sí como agentes morales con igual dignidad. Para lo cual, la regla de la mayoría es la única que reconoce y toma en serio la igual capacidad de autogobierno de las personas, el derecho de todos y cada uno a que su voz cuente, en pie de igualdad con la de 20 cualquier otro en el proceso público de toma de decisiones (Waldrom, 1993, págs. 36-38). El planteamiento no puede asumirse como puramente procedimental, pues la aplicación de la regla de la mayoría posee un valor moral para la adopción de la decisión colectiva. Una posición intermedia entre Dworkin y Waldron, la encontramos en Böckënforde, quien considera que la decisión de la mayoría es una necesidad interna para la democracia que actúa como consecuencia de las exigencias de los principios de libertad, de autodeterminación y de igualdad democrática. A estos elementos, les da contenido en la medida que la libertad democrática de participación pasa a tener un valor para todos los ciudadanos. Luego, el contenido del ordenamiento vigente resulta necesario al menos, y justamente, con el asentimiento de la mayoría. Esto se funda en, al menos, dos premisas: (i) si se exige menos, se puede estar perjudicando a quienes se oponen a ese contenido; y (ii) por su parte, si se exige más se perjudica a quienes respaldan la decisión. La igualdad política contiene una necesidad de igual influencia y peso en la decisión de parte de todos los representantes. En su tratamiento de las mayorías calificadas, Böckenförde plantea que la existencia de mayorías cualificadas para tomar determinadas decisiones no es, por regla general, ni un reforzamiento ni un plus de democracia; sino que sirve para proteger a las minorías y para asegurar con un mayor nivel de intensidad el mantenimiento de determinadas materias que se sustraen de la mayoría (Böckenförde, 2002, págs. 93-94)5. En esta lógica inicial, el autor parece no salvar la posibilidad de existencia de leyes con quórum especial. Sin embargo, matiza su postura cuando argumenta que desde la lógica del principio del Estado de Derecho, las supermayorías pueden considerarse como algo natural que limita el poder democrático en determinados campos y ámbitos de la vida cotidiana, lo que se hace especialmente relevante respecto de los derechos que son concreciones de la libertad. Así, desde la perspectiva democrática “las mayorías cualificadas se justifican en todo casi allí donde pueda estar en peligro el contenido nuclear del ordenamiento democrático mismo, como pueden ser los derechos de libertad democrática o los desarrollos del principio de igualdad democrática” (Böckenförde, 2002, pág. 93). Pero no sólo se justifican en ese caso, pues también han de En sus términos, “(…) se sustraen al poder de decisión de mayorías cambiantes y escasas, y claro está, en la medida en que tal cosa ocurra, se consolidan al mismo tiempo como garantías de un statu quo o de quienes resulten favorecidos por ellas” (Böckenförde, 2002, págs. 93-94). 5 21 tener sentido para dar protección de las minorías que carecen de la homogeneidad que posee la mayoría, lo que se constituye en un presupuesto material de la igualdad democrática” (Böckenförde, 2002, pág. 93). De esta manera, el autor plantea que en dos supuestos se justificaría la existencia de quórum especiales para la toma de decisiones, a saber: (i) cuando pueda estar en peligro el contenido nuclear del ordenamiento democrático, lo cual se vincula al ejercicio de determinados derechos; y (ii) cuando permite la protección de una minoría que se puede ver afectada por la decisión de una mayoría. En nuestra concepción, coincidimos con Waldron en cuanto a que la regla de mayoría cumple, en mejor medida, con la necesidad de respeto de la equidad moral que corresponde a cada individuo. Sin embargo, no toda decisión tiene igual peso de cara al sistema democrático, ya que una serie de acuerdos sobre materias de mayor importancia no pueden quedar entregadas a la regla de una simple mayoría. La democracia exige una protección frente a posibles atentados que pueden tener su origen en las mismas instituciones democráticas: como el parlamento. Por lo anterior, compartimos la tesis de una mayor necesidad de protección sostenida por Dworkin y la corrección funcional planteada por Ackerman. Sin embargo, consideramos que el ámbito material reservado no puede quedar restringido sólo a los derechos fundamentales, pues para que ellos puedan ser ejercidos existen otros elementos que encuentran su fundamento en la protección de la democracia que permite el ejercicio de los derechos. Bajo este argumento, la necesidad de un mayor quórum no tiene por objeto petrificar el sistema, sino más bien pone de presente la exigencia de un acuerdo que sea sostenible argumentativa y políticamente (no sólo procedimentalmente), considerando la importancia de la materia que se estaría regulando, modificando o derogando. Luego, la necesidad de protección democrática ha de ser considerada sólo respecto de aquellas cuestiones en las que exista una razón suficiente para romper con la regla de la mayoría simple, que ha de ser considerada la regla general para la adopción de decisión, pero no la única. 22 1.3. Excurso: Aportes del constitucionalismo estadounidense en El Federalista Desde los orígenes del debate constitucional norteamericano se planteó la necesidad de generar controles respecto del ejercicio del poder legislativo. Por ello, el concepto de democracia que habría de ser consagrado como principio a nivel constitucional posee matices propios. El constitucionalismo americano, a diferencia del europeo, parte de una base de desconfianza hacia los poderes constituidos6. La Constitución de los Estados Unidos estableció un esquema de separación de poderes basada en que: de un lado, atribuye a órganos diferentes cada una de las tres grandes funciones del Estado (legislativas, ejecutiva y judicial) y, de otro, establece una serie de excepciones a ese principio de especialización funcional, tendentes a garantizar un verdadero equilibrio y contrapeso de poderes (también denominado “checks and balances”) (Blanco Valdés, 1994, pág. 90). Esto puede ser entendido como un sistema que tuvo una especial consideración por el planteamiento de Montesquieu, en cuanto a la necesidad de coordinar los poderes con controles recíprocos entre ellos. La lógica detrás del debate americano, en torno a esta cuestión, fue la de garantizar la libertad y evitar el despotismo de cualquier poder por encima de los otros. Ahora bien, en el debate constitucional se intentaron hacer cargo de algunas situaciones que se consideraron peligrosas para la democracia, a saber: primero, evitar una extensión desmesurada del poder legislativo que podía pasar a llevar la separación de poderes y funciones (Berger, 1969, págs. 8-16); y, segundo, disminuir al mínimo la posibilidad de abuso de una mayoría parlamentaria por sobre una minoría. Bajo estas premisas, Madison planteaba que “en todos los casos en que la mayoría esté unida por un interés o por una pasión común, los derechos de la minoría están en peligro” (Ketcham, 1986, pág. 52). Este planteamiento crítico, según indica la literatura, habría surgido a propósito de la aprobación por parte de la Legislatura de los Estados Unidos de algunas leyes que el autor consideraba injustas, en el período inmediatamente anterior a la Convención. 6 En la lógica del constitucionalismo europeo, es el legislador quien generó la ganancia de derechos individuales limitando el poder del monarca que era, en principio, absoluto. En este sentido, véase el tratamiento de Bobbio quien resalta la lógica del sabio legislador y la manera en que va evolucionando (Bobbio, 1985). 23 La idea de desconfianza hacia la mayoría sería, posteriormente, profundizada por Madison en distintos pasajes del ensayo Federalista X, en el que sostuvo que “(…) frecuentemente se adoptan decisiones, no según las reglas de la justicia y los derechos de la minoría, sino por la superior fuerza numérica de una mayoría interesada y prepotente”. Lo anterior, resulta central en el contexto de un Estado representativo pues permite a un grupo minoritario contralar a la mayoría frustrando sus proyectos injustos. Los riesgos mayores no estarían en la minoría, sino en la mayoría. Sobre la cuestión, sostiene que “[u]na facción podrá entorpecer la administración, trastornar a la sociedad; pero no podrá poner en práctica su violencia ni enmascararla bajo las formas de la Constitución. En cambio, cuando un bando abarca la mayoría, la forma del gobierno popular le permite sacrificar a su pasión dominante y a su interés, tanto el bien público como los derechos de los demás ciudadanos” (Hamilton, Madison, & Jay, 1957, pág. 38)7. El objetivo entonces era poner el bien público y los derechos privados a salvo del peligro de una facción y, al mismo tiempo, de la lógica de un gobierno popular. Hasta aquí parece que Madison bajo el temor de que la mayoría oprimiera a una minoría, estaba dispuesto a entregar demasiado poder a la minoría. Sus ideas las desarrolló nuevamente en el ensayo Federalista LI, donde volvió sobre la cuestión, argumentando que “[s]i una mayoría se une por obra de un interés común, los derechos de la minoría estarán en peligro. Sólo hay dos maneras de precaverse contra estos males: primero, creando en la comunidad una voluntad independiente de la mayoría, esto es, la sociedad misma; segundo, incluyendo en la sociedad tantas categorías diferentes de ciudadanos que los proyectos injustos de la mayoría resulten no sólo muy improbables sino irrealizables” (Hamilton, Madison, & Jay, 1957, pág. 222). El planteamiento rompe con la idea que subyace al principio democrático en su concreción de igualdad. No sería aceptable, bajo la óptica del constitucionalismo moderno, realizar distinciones entre las calidades de ciudadano. La única forma realmente democrática que resulta admisible es un igual tratamiento de los ciudadanos, con derechos políticos y libertades para la participación equivalentes. No obstante lo anterior, no es posible sostener que la idea de desconfianza a la mayoría fuera absoluta. La propuesta de Hamilton contenida en El Federalista LVIII, apunta En la concepción de Madison por facción ha de entenderse “(…) cierto número de ciudadanos, estén en mayoría o en minoría, que actúan movidos por el impulso de una pasión común, o por un interés adverso a los derechos de los demás ciudadanos o a los intereses permanentes de la comunidad considerada en su conjunto” (Hamilton, Madison, & Jay, 1957, pág. 36). 7 24 a que si bien es cierto que las mayorías tienen ventajas para adoptar decisiones, especialmente, respecto de la defensa de ciertos intereses y para evitar la toma de decisiones apresuradas marcadas por la parcialidad; no es menos cierto, que estas ventajas se encuentran contrarrestadas por sus inconvenientes. De tal manera que, en los casos en que la justicia o el bien general hicieran necesaria la aprobación de nuevas leyes, se afectaría el principio fundamental del gobierno libre. Con lo que, como advierte Hamilton, ya no gobernaría la mayoría: el poder estaría transferido a una minoría y, por lo tanto, “una minoría interesada podría aprovecharse de él para eludir algún justo sacrificio en bien general o para arrancar favores indebidos en caso de emergencias especiales” (Hamilton, Madison, & Jay, 1957, pág. 250). La argumentación de Hamilton buscó centrarse en un punto de equilibrio, entre la posibilidad de abusos de la mayoría y los riesgos de un veto por parte de la minoría. Así, se matizó la desconfianza extrema a las mayorías que había sostenido Madison. Un buen reflejo de esta lógica, lo encontramos en la célebre expresión de Hamilton citada por Gargarella- cuando sostuvo “Dadle todo el poder a la mayoría, ella oprimirá a la minoría. Dadle todo el poder a la minoría, ella oprimirá a la mayoría. Ambas fracciones, por lo tanto, deben tener poder, de modo tal que cada una de ellas pueda defenderse contra la otra” (Gargarella, 1999, pág. 220). La búsqueda de un punto medio no implica que pueda sostenerse que Hamilton no haya desconfiado del legislador. Lo hacía sólo que de otra forma, más sutil si se quiere. En este sentido, en El Federalista LXXI refiriéndose a la necesidad de que los poderes del Estado estuvieran contrapesados entre sí, argumentó que el mayor de los riesgos surgía cuando los representantes se asumían titulares de falsos intereses en representación del pueblo8. Los argumentos esgrimidos por Madison y Hamilton, aunque con distintos matices, nos permiten resaltar algunos elementos que están presentes en el constitucionalismo estadounidense: (i) existía una clara desconfianza hacia el poder legislativo, el cual se consideraba que podía expandir en demasía su ámbito de acción respecto de los demás poderes y, asimismo, era capaz de adoptar decisiones que fueren el reflejo de una tiranía de En sus términos, “[e]n una asamblea popular, los representantes del pueblo parecen imaginarse en ciertas ocasiones que son el pueblo mismo y dan muestras violentas de impaciencia y enfado a la menor señal de oposición que proceda de otro sector; como si el ejercicio por el poder ejecutivo o el judicial de los derechos que les competen fuera un ataque a los privilegios del legislativo o un ultraje a su dignidad” (Hamilton, Madison, & Jay, 1957, pág. 305), a su juicio, se honra al pueblo cuando se rechaza un proyecto malévolo. 8 25 una mayoría parlamentaria. Lo que, entre otros males, podía llevar a la aprobación de normas injustas; (ii) la democracia fue comprendida como un gobierno ejercido por la mayoría, pero que ha de actuar con respeto hacia la minoría. En tal sentido, estimaron necesario proteger a la minoría frente a un eventual abuso democrático del poder de representación (Blanco Valdés, 1994, págs. 101-102). Para hacer frente a esta cuestión, la solución que se elaboró consideró la necesidad de establecer arreglos institucionales en la Constitución, como por ejemplo la descentralizar el poder; y (iii) no se hizo una defensa irrestricta de la protección hacia una minoría parlamentaria; más bien, la consideración central fue la necesidad de equilibrio no sólo entre los poderes del Estado, sino también al interior de ellos. Esto se manifestó en el tratamiento que se hizo del poder legislativo. 1.4. Consideraciones generales acerca de la objeción democrática La legitimidad democrática de las decisiones adoptadas por los entes públicos basadas en el principio de separación de poderes- pueden ser objeto de cuestionamiento por su imposibilidad de ser reconducidas directamente a soberanía popular que reside en el pueblo. En atención a lo anterior, la objeción democrática o contramayoritaria, puede adoptar dos formas: la primera, vinculada a la idea de primacía constitucional, pues si la democracia es el método de toma de decisiones por mayoría, la primacía constitucional implica precisamente restricciones a lo que la mayoría puede decidir. En este supuesto, las restricciones a las decisiones adoptadas por entes con legitimación democrática directa, se establecen a nivel constitucional. Estas restricciones, se traducen en reglas que exigen más de una mayoría simple para la adopción de una decisión. En segundo lugar, se puede dar en el ámbito constitucional jurisdiccional donde implica preguntarse respecto de la legitimidad que poseen los jueces, quienes no son representativos ni políticamente responsables para invalidar decisiones que han sido tomadas de un legislador democrático (Bayón, 2003, pág. 214). En este caso, se produce una entrega de las decisiones fundamentales a organismos carentes de legitimidad democrática directa (Vgr. un tribunal constitucional). Respecto de la objeción contramayoritaria que se produce en el parlamento, esbozada en el primer supuesto, merece la pena hacer algunas precisiones. Una primera consideración, 26 puede ser planteada en los términos de Jefferson, a quien se le atribuye ser el padre de esta objeción, cuando sostenía que “[c]ada generación es tan independiente de la anterior como lo fue ésta de las que la procedieron. Por eso tiene, como ellas, el derecho a elegir por sí misma la forma de gobierno que considere que promoverá mejor su propia felicidad (…) Los muertos no tienen derechos”. Bajo esta razón, ya clásica, se esbozaba la inconveniencia de establecer cualquier quórum que pudiere afectar la capacidad de modificar una Constitución y, por lo tanto, con mayor razón la ley. En un sentido inverso, Madison argumentaba que si se adoptaba la solución recién planteada resurgirían “las luchas más violentas (…) entre las partes interesadas en revivir el anterior estado de la propiedad y aquellas interesadas en reformarlo” (Sunstein, 1999, pág. 344). La cuestión en este argumento, era evitar debatir aquello ya resuelto para obligar que el debate público se centrase en cuestiones de cara al futuro. Podríamos acotar el argumento a la expresión “lo ya resuelto, resuelto está”. Este debate ha ido adquiriendo nueva vigencia en distintos sistemas constitucionales. La razón de su aplicación actual puede ser explicada por la existencia de una fuerte tensión entre los conceptos de democracia y constitucionalismo. Ella, se manifestaría en la existencia de espacios que estarían vetados a las simples mayorías para el cumplimiento de ciertos fines espacialmente valorados. En este sentido, Sunstein afirma que la “protección de ciertos derechos está arraigada en el deseo de proteger la democracia” (Sunstein, 1999, pág. 345). En esta visión, que puede ser considerada continuadora de la idea de Dworkin, la objeción se ve matizada por la existencia de valores o bienes superiores que están fuera del juego tradicional de la política y de una simple mayoría parlamentaria. Para lograr tal objetivo, la distinción entre lo público y lo privado, puede permitir una compatibilidad entre la democracia y el constitucionalismo. En esta dirección, Sunstein se hace cargo de la propuesta de Holmes, quien sostiene que “cuando las constituciones eliminan temas de la esfera pública, esa separación puede ser justificada no como medio de protección de los “derechos”, sino más bien como objeto de aseguración del funcionamiento adecuado del proceso democrático” (Sunstein, 1999, pág. 355). Esto implica adoptar, en parte, la idea de Madison, bajo la pretensión de evitar que se generen disputas que conlleven a una incapacidad de funcionamiento de la democracia. La adopción de estas medidas en la normativa, corresponden a una decisión de inmunizar una disposición institucional lo que conduciría a que futuras generaciones sean más libres para centrarse en otros asuntos (Sunstein, 1999, 27 pág. 355), lo que puede ser visto como beneficioso en la medida que evita volver a debatir cuestiones complejas para la sociedad. No obstante los efectos positivos, trae aparejado algunos problemas pues, en primer término, retira del debate público (petrifica) la posibilidad de que una determinada materia pueda ser revisada y discutida públicamente, con su respectiva decisión en favor de algunas de las posiciones en disputa; y, en segundo lugar, en vez de disminuir la pugna entre grupos puede aumentarla9. Por lo expuesto, estimamos necesaria una clara definición de los fines protegidos por las mayorías, para evitar de antemano los efectos nocivos de los temas que son resguardados de la decisión de la mayoría. Por su parte, un segundo punto crítico a considerar, es la visión conforme a la cual por democracia se ha de entender sólo la regla de decisión por mayoría. De plantearse así, cabe advertir que “hay un conflicto entre ella y la primacía de la Constitución” (Bayón, 2003, pág. 214). La concepción de la democracia moderna tiende a vincularse a acepciones más complejas y ricas en contenido que la definición sólo a partir de la regla de la simple mayoría. El objetivo democrático se vincula con una protección de ciertos valores fundamentales que son concordados por una sociedad. Por ello, se recurre a reglas que pueden ser formuladas como se describe a continuación: la decisión será adoptada conforme a lo que decida una mayoría simple –regla general- siempre que no afecte a la democracia ni vulnere los derechos básicos, pues en tal caso se requiere recurrir a una mayoría cualificada o reforzada para asegurar el consenso en la decisión fundamental. La forma de enunciación de este tipo de reglas procedimentales con consecuencias sustantivas, ha de ser parte del diseño constitucional que juega un rol determinante para la definición material. Sobre la cuestión Sunstein apunta que “[s]i la resolución por medio de procesos políticos es inviable, el pueblo podrá ejercer mayor presión y, tal vez, se valdrá menos de los remedios políticos generales, perderá la fe en el sistema y recurrirá a medios extralegales” (Sunstein, 1999, pág. 357). 9 28 Capítulo II. Sistema normativo de la Constitución Política de la República de Chile de 1980 2.1. Surgimiento de la Constitución Política de la República de Chile de 1980, objeciones y sus modificaciones 2.1.1. Chile: Breve contexto político-histórico 1970-1982 El constitucionalismo chileno actual no puede ser entendido sin considerar las circunstancias históricas que lo condicionan y que determinan sus formas. Esta cuestión exige revisar sucintamente el contexto político-histórico del cual surge la CPR y que nos permite una mayor comprensión de los argumentos críticos que actualmente se plantean en el debate. Siguiendo el camino recién trazado, nos detendremos en la década de los setenta y principios de los ochenta. Durante los años setenta Chile fue objeto de múltiples cambios; la mayoría abruptos y traumáticos. De un extremo a otro del espectro ideológico, se intentaron modelos completamente dicotómicos para solucionar los problemas que se habían generado y acentuado durante gran parte del siglo XX en el país. Si se tuviese que categorizar el período comprendido entre los años 1970 y 1982, podríamos observar tres etapas: la primera, con el intento de gobierno marxista de Salvador Allende (1970-1973); la segunda, que se corresponde con una primera fase de la dictadura, en que se intentó ordenar y “refundar” el país (1973-1976) 10; y por último, la etapa del neoliberalismo (1976-1982), impuesta por la dictadura. Como aclaración previa, es del caso precisar que en Chile se ha producido un fuerte debate respecto a si lo ocurrido entre 1973-1990 fue una dictadura, un gobierno militar o, incluso para posturas más extremas, una tiranía. Sobre el particular, Atria ha sostenido que el término dictadura se opone al de tiranía, ya que en el primer caso hay una sujeción a un derecho difuso, esto es, sin límites bien definidos del poder y con una defensa parcial de los derechos. En tanto, en el segundo no hay sujeción a derecho alguno (Centro de Estudio Públicos, Chile, 2013). Luego, a su juicio, en Chile se habría producido una dictadura porque existía un derecho autoritario y poco definido. Por su parte, los adherentes o simpatizantes al Se suele hablar de 1976, pese a que los primeros cambios para un nuevo sistema económico –que marcaría el nuevo paradigma chileno- se dan a partir de 1975. 10 29 régimen le han llamado “gobierno militar”, para resaltar que pese a su naturaleza autoritaria fue un gobierno. Luego, en Chile es de común uso referirse al período usando, indistintamente, los términos “dictadura” y “gobierno militar” considerándolos símiles en el lenguaje coloquial. Pese a ello, utilizaremos el término “dictadura” bajo la consideración que corresponde a un régimen de facto o, más bien, a una negación de un régimen democrático. Volviendo al tema, la década del setenta se inauguró con una fuerte inequidad social; la cual había estado presente durante toda la historia de Chile, pero se recrudeció con la revolución industrial y los enormes cambios que ésta significó para la sociedad (Heise González, 1974, pág. 404). En los años anteriores a la elección de Allende como presidente, esta desigualdad social se había profundizado cada vez más y las soluciones implementadas por los diversos gobiernos no habían sido efectivas a la hora de resolver los problemas que vivía la población. Los políticos tradicionales no daban respuestas, “(…) no es casualidad, pues, que crecientemente se haya hecho uso de expedientes de acción directa, tales como huelgas, tomas, marchas y concentraciones, las que proliferaron producto de la deslegitimización e ineficiencia de mecanismos convencionales más dialogantes” (Correa Sutil, 2001, pág. 256). No es extraño entonces, el éxito que tuvieron las nuevas ideas más radicales. Así, el marxismo logró gran simpatía en la ciudadanía, pues muchos lo veían como una solución real a los problemas del país. A lo anterior, se sumó un malestar económico generalizado por “(…) el aumento paulatino del ritmo inflacionario que en 1967 alcanzó a un 19 por ciento, en 1968 a un 28 por ciento, en 1969 a un 32 por ciento, y en 1970 a un 34 por ciento, junto a la desaceleración del crecimiento industrial que disminuyó de un 7,3 por ciento en la primera mitad de la década a un 3,6 por ciento en su segunda mitad” (Correa Sutil, 2001, pág. 254). Además, no puede dejarse de lado el contexto internacional, en el cual la “Guerra Fría” mantenía al mundo en un constante enfrentamiento ideológico, lo cual no dio espacio a un “tercer mundo”11. En este sentido, “Chile en 1964, se había convertido en un campo de batalla de la guerra fría” (Whelam, 1993, pág. 141). La polarización mundial afectó Se utiliza el término “tercer mundo” en su sentido original, esto es, “(…) después de la descolonización comenzaron a existir nuevos países que no pertenecían a ninguno de los dos bloques (...) Por los años sesenta, quedaba en el mundo otro inmenso grupo de naciones que no pertenecían al bloque occidental ni al comunista, con indiferencia de que en ellos se practicara la democracia o no. Fue así como empezó a hablarse del “Tercer Mundo”, en el sentido de conjunto de países independientes respecto de los dos bloques anteriores” (Comellas, 2010, pág. 69). 11 30 directamente el acontecer nacional de los chilenos, haciendo que se formaran bandos políticos que se embanderaron con alguna de las grandes potencias de entonces (Estados Unidos y la Unión Soviética). Por ello, las elecciones y sus respectivas campañas políticas se fueron recrudeciendo y polarizando cada vez más. En este contexto, la decisión respecto de por quién votar como futuro Presidente de la República pasó a ser un voto por un sistema y visión de mundo12. A finales de la década de los sesenta, se acentuó cada vez más la polarización: “(…) la sucesión de hechos se volvió cada vez más vertiginosa; las movilizaciones promovidas por los jóvenes, los partidos políticos, la prensa, los sacerdotes, e incluso por el propio gobierno, devinieron en un desbocamiento del proceso revolucionario en curso” (Correa Sutil, 2001, pág. 253). Esta década entonces, terminó con Chile convertido en uno de los tantos campos de batalla que tuvo la Guerra Fría. En este contexto, a la elección presidencial de 1970 se presentaron tres candidatos con posturas y visiones muy diversas: Jorge Alessandri Rodríguez13, quien representaba a la derecha conservadora y ponía énfasis en lo tecnócrata por sobre los aspectos políticos; Radomiro Tomic14, quien buscaba mantener y profundizar el modelo democratacristiano o democristiano; y Salvador Allende15, quien buscaba realizar cambios de corte marxista, encabezando una nueva coalición a la que se le denominó “Unidad Popular”. La elección se llevó a efecto el 4 de septiembre de 1970, con un triunfo para Salvador Allende16 lo que no ayudó a disminuir los altos niveles de polarización política existentes en el país, sino por el contrario éstos se vieron incrementados. El escasísimo margen de victoria El Informe Rettig lo da a entender, en el siguiente sentido “[c]asi simultáneamente, pero en forma irrelacionada -aunque vinculada a fenómenos del intelecto también mundiales-, la polarización recibió un segundo impulso, al ideologizarse los partidos y movimientos. Es decir, al propiciar ellos –en mayor o menor grado- modelos completos de sociedad, tocante a los cuales no admitían modificaciones, postergaciones ni transacciones, si no fuesen mínimas. Pero como de hecho esos movimientos y partidos carecían de fuerza política bastante para imponer dichos modelos, el resultado práctico de ideologizarse aquéllos fue que se agudizara aún más la polarización” (Rettig Guissen, 1996, pág. 28). 13 Había sido Presidente de la República entre los años 1958 y 1964. 14 Modelo que había sido desarrollado por el gobierno anterior, encabezado por el Presidente Eduardo Frei Montalva (1964-1970). 15 Allende ya había sido candidato en las elecciones presidenciales de 1952, 1958 y 1964, con derrotas en las tres oportunidades. 16 Allende (Unidad Popular) obtuvo 1.070.334 votos equivalente al 36,62% de los votos, seguido de Alessandri (Partido Nacional) quien obtuvo 1.031.159 votos equivalentes a un 35,27% de los votos; y, en tercer lugar, Tomic (Partido Demócrata Cristiano) quien obtuvo 821.801 votos correspondientes al 28,11% de los votos válidamente emitidos. Dado que ningún candidato llegó al cincuenta por ciento de los votos, correspondía al Congreso Nacional elegir entre las dos primeras mayoría al Presidente de Chile. 12 31 que obtuvo en las urnas, hizo que la oposición se cuestionara el que un tercio del país pudiera hacer reformas tan profundas como lo era la llamada “revolución con olor a vino tinto y empanadas”17 (Amar Díaz, 2008, pág. 88) que proponía Allende. Así, considerando el procedimiento de elección para el cargo de presidente establecido por la Constitución Política de la República de 1925, vigente en ese momento, luego de una tensa negociación18 con los parlamentarios, Allende fue ratificado como Presidente de la República de Chile por el Congreso en pleno19. El plan de Allende era generar un cambio en todos los aspectos de la sociedad: económico, político y social, esto era posible de observar en su programa de gobierno que señalaba: “[l]as profundas transformaciones que se emprenderán requieren de un pueblo socialmente consciente y solidario, educado para ejercer y defender su poder político, apto científica y técnicamente para desarrollar la economía de transición al socialismo, y abierto masivamente a la creación y foco de las más variadas manifestaciones del arte y del intelecto” (Unidad Popular, 1970, pág. 20). Lo que se buscaba, era hacer de Chile un país socialista. Sin embargo, en un país conservador como lo era Chile, se consideró necesario por parte de algunos jerarcas de la UP, mantener las formas tradicionales. Es por esto que “(…) la política 17 Este fue el nombre que se le dio al programa de gobierno de la UP. Para ganar la elección Allende negoció con el Partido Demócrata Cristiano el denominado “Estatuto de Garantías Constitucionales”, a través del cual el gobierno se comprometía a realizar una serie de transformaciones dentro del total respeto a la Constitución y a las instituciones democráticas. Por esto, Allende obtuvo los votos de los parlamentarios para ser elegido presidente. 19 La Constitución Política de 1925, no establecía un ballotage o segunda vuelta para el caso en que un candidato presidencial no alcanzara el cincuenta por ciento de los votos. Por tanto, en caso de no ser elegido el presidente con mayoría absoluta, sería elegido por el congreso. En este sentido, la Constitución establecía: (i) artículo 64 “[l]as dos ramas del Congreso, reunidas en sesión pública, cincuenta días después de la votación, con asistencia de la mayoría del total de sus miembros y bajo la dirección del Presidente del Senado, tomarán conocimiento del escrutinio general practicado por el Tribunal Calificador, y procederán a proclamar Presidente de la República al ciudadano que hubiere obtenido más de la mitad de los sufragios válidamente emitidos. Si del escrutinio no resultare esa mayoría, el Congreso Pleno, entre los ciudadanos que hubieren obtenido las dos más altas mayorías relativas; pero, si dos o más ciudadanos hubieren obtenido en empate la más alta mayoría relativa, la elección se hará sólo entre ellos. Si en el día señalado en este artículo no se reuniere la mayoría del total de los miembros del Congreso, la sesión se verificará al día siguiente, con los Diputados y Senadores que asistan”; y (ii) artículo 65 “[l]a elección que corresponda al Congreso Pleno se hará por más de la mitad de los sufragios, en votación secreta. Si verificada la primera votación no resultare esa mayoría absoluta, se votará por segunda vez, y entonces la votación se concretará a las dos personas que en la primera hubieren obtenido mayor número de sufragios, y los votos en blanco se agregarán a la que haya obtenido la más alta mayoría relativa. En caso de empate, se votará por tercera vez al día siguiente, en la misma forma. Si resultare nuevo empate, decidirá en el acto el Presidente del Senado.” En la práctica para la aplicación de estas reglas, siempre había sido elegido Presidente de la República que había obtenido la primera mayoría relativa. No obstante lo anterior, en esta elección el temor que tenía la derecha a que gobernara Allende la llevó a negociar con la DC la posible elección de Alessandri, pese a ser segunda mayoría, para que luego renunciara y se llamara a nuevos comicios. 18 32 dirigida hacia el socialismo no abordó, sin embargo, una posición inmediatamente destructora de las empresas capitalistas, sino solamente antimonopólica y antiimperialista, y ello dentro del Estado y la Constitución burguesa” (Góngora del Campo, 1994, pág. 255). Lo anterior, causó cierta incomodidad en algunos de los sectores del gobierno, ya que no todos estaban de acuerdo con dicha postura. “Dentro de la coalición, [UP] los comunistas y los radicales estaban a favor de la moderación y del enfoque general del presidente. A diferencia de ellos, los propios socialistas de Allende (…) presionaban por sacar adelante su propio programa, obligando al presidente, a veces, contra su instintiva sabiduría política, a adherirse a las orientaciones políticas que llevaron al desastre final” (Valenzuela A. , 1989, pág. 286). Comenzó a marcarse cada vez más una división dentro del oficialismo: los partidarios de los cambios más abruptos concordarían con las facciones más extremas20, en las ocupaciones ilegales de predios e industrias. El gobierno de Allende acrecentó el poder del Estado, para distribuir sus bienes entre el proletariado. Por ello, “[l]a redistribución del ingreso, la ampliación de los programas y servicios gubernamentales, el control estatal sobre las industrias claves y la expansión de la reforma agraria” (Valenzuela A. , 1989, pág. 144), fueron elementos claves de su programa. Tanto la industria privada, como los enormes campos empezaron a ser expropiados por el Estado, sin que mediare indemnización alguna, o tomados en forma ilegal por entusiastas partidarios del nuevo gobierno. En ocasiones, las tomas fueron consideradas ilegales por parte de los tribunales (Correa Sutil, 2001, pág. 266), pero el gobierno no hizo mucho por revertir la situación. Esto demostraba el escaso poder que tuvo el gobierno para controlar a sus propios agentes, lo que aumentó la desconfianza de distintos sectores políticos hacia éste. En materia económica, el primer año pareció bueno: subieron los sueldos de los funcionarios del Estado y la cesantía disminuyó drásticamente, lo que llevó a que las cifras económicas fuesen positivas (Correa Sutil, 2001, pág. 266). Sin embargo, esta situación no perduró: para el segundo año “(…) comenzaron a manifestarse seriamente signos negativos de la economía, derivados tanto de las acciones conspirativas internas y externas, como de la caída del precio del cobre y el descenso de la producción en general dado el estado de movilización social que abarcaba a todos los sectores, incluidos por cierto a los trabajadores” (Correa Sutil, 2001, pág. 268). Con el paso de los meses, la economía continuó empeorando: 20 Entre otros el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, también llamado “MIR”. 33 la carestía se hizo más aguda, y la inflación empezó a ser imparable, llegando a un 323,2 por ciento en 1973 (Góngora del Campo, 1994, pág. 259). La falta de bienes y alimentos básicos se fue incrementando a través de los meses, no sólo por “(…) las expropiaciones ilegales, sino a la toma de fundos, el aislamiento y ataques a las casas de hacienda, la inseguridad rural trajo consigo la caída vertical de la producción, subieron los precios internos, y hubo que importar bienes de consumo agrícola y ganadero (…)” (Góngora del Campo, 1994, pág. 258). Lo anterior, causó un grave malestar en la sociedad chilena por lo que surgieron manifestaciones –tanto a favor como en contra del gobierno- que terminaban muchas veces en graves disturbios, con serios enfrentamientos, que eran cada vez más violentos. Allende intentó evitar esto, incorporando militares en su gabinete para dar garantía a la oposición; sin embargo, su estrategia no tuvo frutos21. El gobierno de la UP se caracterizó por su caos en todo ámbito del quehacer nacional. Al caos económico, político y social que se agudizó con el paso de los años, se sumó el institucional: el terreno legal que había bajo Allende se estaba derrumbando tan rápidamente como la apariencia de legalidad y orden que existía en el país. El 26 de mayo de 1973, en un comunicado sin precedentes firmado por los catorce Ministros de la Corte Suprema, se advirtió un “(…) abierto desafío, a propósito contra las resoluciones judiciales (por parte del Ejecutivo)”, lo que era calificado como “(…) una actitud que no solo constituye una crisis del Estado de Derecho (…) sino la perentoria o inminente quiebra de la juridicidad” (Whelam, 1993, pág. 399). La crisis del Estado siguió incrementándose, pese a las advertencias que fueron a la par de la recién mencionada declaración. Es posible observar en titulares de diarios de la época, expresiones como “Promulgación parcial de la Reforma es Inconstitucional” (Centro de Estudios Públicos, 1997, pág. 655), o -de un periódico partidario del gobierno- “Actos ilegítimos del Congreso, justicia y contraloría no pueden maniatar al gobierno” (Centro de Estudios Públicos, 1997, pág. 716). El último titular es contundente, en cuanto apuntó una idea conforme a la cual estar contra el gobierno -por mucho que se ajuste a la constitución y las instituciones- era estar contra la legalidad. Además, otra manifestación Sobre el particular, Merino sostuvo: “[e]l presidente de la República, ante la crisis que vive (…), presionado por los gremios y la oposición a dar una solución integral a los problemas planteados, ante la intransigencia de muchos de sus partidarios para buscar una fórmula de transacción y seguramente por el consejo de los altos mandos de las FFAA. de que una prolongación de la situación podría desembocar en un enfrentamiento y hasta guerra civil, ha buscado como fórmula de solución un cambio de Gabinete, utilizando la posibilidad cuarta, es decir, un Gabinete Cívico Militar” (Merino Castro, 1998, pág. 163). 21 34 de la crisis institucional fueron los constantes cambios de gabinete. La rotación de los ministros alcanzó niveles jamás antes vistos en el país, en tan sólo tres años (mil días) hubo: nueve ministros del Interior22; dos ministros de Relaciones Exteriores23; cinco de Economía, Fomento y Reconstrucción24; cinco de Hacienda25; cinco ministros de Educación Pública26; cuatro de Justicia27; cinco de Defensa Nacional28; seis de Obras Públicas y Transporte29; cinco ministros de Agricultura30; tres de Tierras y Colonización31; cuatro del Trabajo y Previsión Social32; cuatro ministros de Salud Pública33; siete ministros de Minería34; seis ministros de Vivienda y Urbanismo35; y cuatro en la Secretaría General de Gobierno36 (Fundación Salvador Allende, 2014). Estos cambios, en ocasiones respondieron, a constantes interpelaciones de parte del Congreso que no aprobaba la gestión del ejecutivo. El señalado clima de inestabilidad y carestía llevó a que se empezara a considerar la posibilidad de terminar el gobierno de la UP, con todas las consecuencias que esto significaba. La situación crítica por la que pasaba el país en 1973, puede ser descrita como 22 José Tohá (1970-1972); Alejandro Ríos Valdivia (1972); Hernán del Canto (1972); Jaime Suárez (1972); Carlos Prats (1972-1973); Gerardo Espinoza (1973); Carlos Briones (1973); Orlando Letelier (1973); y Carlos Briones (1973). 23 Clodomiro Almeyda Medina (1970-1973); Orlando Letelier del Solar (1973); y Clodomiro Almeyda Medina (1973). 24 Pedro Vuskovic Bravo (1970-1972); Carlos Matus (1972); Fernando Flores Labra (1972); Orlando Millas Correa (1972-1973); y José Cademártori (1973). 25 Américo Zorrillas Rojas (1970-1972); Orlando Millas (1972); Fernando Flores (1972-1973); Raúl Montero (1973); y Daniel Arellano (1973). 26 Mario Astorga Gutiérrez (1970-1972); Alejandro Ríos Valdivia (1972); Aníbal Palma Fourcade (1972); Jorge Tapia Valdés (1972-1973); y Edgardo Enríquez Frodden (1973). 27 Lisandro Cruz Ponce (1970-1972); Manuel Sanhueza (1972); Jorge Tapia Valdés (1972); y Sergio Insunza (1972). 28 Alejandro Ríos Valdivia (1970-1972); José Tohá González (1972-1973); Clodomiro Almeyda Medina (1973); Carlos Prats González (1973); y Orlando Letelier del Solar (1973). 29 Pascual Barraza Barraza (1970-1972); Ismael Huerta (1972-1973); Daniel Arellano (1973); Humberto Martones Morales (1973); César Ruiz (1973); y Humberto Maglochetti (1973). 30 Jacques Chonchol Chait (1970-1972); Rolando Calderón Aránguiz (1972-1973); Pedro Hidalgo (1973) Ernesto Torrealba (1973); y Jaime Tohá González (1973). 31 Humberto Martones Morales (1970-1973); Roberto Cuélar (1973); y José María Sepúlveda Galindo (1973). 32 José Oyarce Jara (1970-1972); Mireya Baltra Cortés (1972); Luis Figueroa Mazuela (1972-1973); y Jorge Godoy Godoy (1973). 33 Oscar Jiménez Pinochet (1970-1971); Juan Carlos Concha Gutiérrez (1971); Arturo Jirón Vargas (1972); y Mario Lagos (1973). 34 Orlando Cantuarias Zepeda (1970-1972); Mauricio Yungk (1972); Pedro Palacios (1972); Alfonso David Lebon (1972); Claudio Sepúlveda Donoso (1972-1973); Sergio Bitar Chacra (1973); y Pedro Felipe Ramírez (1973). 35 Carlos Cortés Díaz (1970-1971); Julio Benítez Castillo (1971-1972); Orlando Cantuarias Zepeda (1972); Luis Matte Valdés (1972-1973); Aníbal Palma Fourcade (1973); y Pedro Felipe Ramírez Ceballos (1973). 36 Jaime Suárez Bastidas (1970-1972); Hernán del Canto (1972-1973); Aníbal Palma (1973); y Fernando Flores Labra (1973). 35 “(…) una aguda polarización a dos bandos -gubernativos y opositores- en las posturas políticas del mundo civil. Ninguno de estos bandos logró (ni probablemente quiso) transigir con el otro, y en cada uno de ellos hubo incluso sectores que estimaban preferible, a cualquier transacción, el enfrentamiento armado” (Rettig Guissen, 1996). En razón de lo anterior, el 11 de Septiembre de 1973, se produjo el golpe de Estado, que terminaría con la UP, así como con la vida de Allende, quien se suicidó, y algunos de sus cercanos37. Pese a la imagen actual que se tiene de la dictadura, en el momento mismo del golpe, por las razones brevemente esbozadas, muchos lo veían como la única alternativa para el país. Este era el caso del ex presidente democristiano Eduardo Frei Montalva, quien “(…) defendió la revolución como un hecho necesario. Y más aún, declararía que la democracia en Chile no había muerto por obra de los generales, sino por obra del gobierno marxista leninista de Salvador Allende” (Whelam, 1993, pág. 15). Sobre esta cuestión el Almirante Merino, uno de los principales gestores del golpe, sostenía que “(…) tal vez sea triste que se haya quebrado una tradición democrática que en este continente era larga. Pero cuando el Estado pierde sus calidades, vienen aquellos que por mandato deben mantener su vigencia a asumir ese cargo. Hoy lo hacemos” (Merino Castro, 1998, pág. 258). En esto se observa la visión que tuvieron los militares frente a lo acaecido: el sentido de misión que tomaron. A propósito de esta crisis de institucionalidad y su resolución dictatorial, vale la pena traer a colación algunas apreciaciones con respecto al presidencialismo y sus vicios connaturales. En este sentido, para Linz el presidencialismo responde de mala manera a las situaciones de crisis, ya que es muy rígido. Al establecer períodos fijos de duración de los mandatos y no permitir salidas institucionalizadas ante situaciones que pueden llevar al quiebre de la democracia38. El presidencialismo obliga, frente a escenarios de crisis institucionales, a la necesidad de mantener a la autoridad por toda la duración del mandato. 37 Correspondieron, en ese momento, a quienes formaban parte de grupos de izquierda armada y al círculo más cercano del presidente que se denominaba “Grupo de Amigos Personales”, más conocido como “GAP”. 38 Linz destaca que, a diferencia de los regímenes parlamentarios donde se puede hacer un voto de censura por parte del parlamento, en los regímenes presidenciales una “(...) característica institucional importante (…) es el hecho de que los presidentes son elegidos por un período de tiempo que, bajo circunstancias normales, no se puede modificar: no puede acotarse y, debido a disposiciones que impiden la reelección, algunas veces no puede prolongarse. El proceso político se divide así en períodos discontinuos, rígidamente determinados, sin la posibilidad de introducir continuos ajustes según lo requieran los acontecimientos políticos sociales y económicos. La duración del mandato de un presidente se convierte en un factor político esencial al que todos los actores en el proceso político tienen que adaptarse, algo que tiene muchas e importantes consecuencias” (Linz & Valenzuela, 1997, pág. 37). 36 Precisamente, la crisis chilena de 1973, llevó a la adopción de la solución más traumática, esta fue, el uso de la vía armada39. El que Allende se hubiese negado a entregar el poder y convocar a nuevas elecciones (Centro de Estudios Públicos, 1997), aceleró el desenlace final. Después del golpe, el gobierno comenzó a ser ejercido por una Junta Militar de Gobierno. De los cuatro miembros que conformaron esta Junta de Gobierno -Augusto Pinochet, Gustavo Leigh, José Toribio Merino y César Mendoza- fue Pinochet quien pasó a tomar el rol principal, asumiendo el título de Capitán General del Ejército. La refundación planteada implicó eliminar todo elemento que fuera contrario a esta idea, para crear una mística de unidad nacional. Se tuvo una visión casi mesiánica, que se usó para mantener en el poder por años a la dictadura, pues ellos se mostraron como los salvadores de la Nación40. En ese sentido, se consideró la muerte de algunos como un sacrificio necesario. Esto era un corolario de “la declaración de principios del Gobierno de 1974, [que] condenaba explícitamente el marxismo y el estatismo en general, proclamaba el respeto por el cristianismo y su concepción del hombre y de la sociedad, acentuaba la “tradición cristiana e hispánica”, el nacionalismo más como una actitud que como una ideología; marcaba la afirmación de comunidades tales como la familia y los cuerpos intermedios” (Góngora del Campo, 1994, pág. 216). La dictadura de Pinochet no planeaba entregar el poder de inmediato. Buscó la refundación del país, de sus ideales y construcción como tal. Se puede observar en el Acta de Constitución de la Junta de Gobierno41, que sostenía: “2° Que, de consiguiente, su misión suprema es la de asegurar, por sobre toda otra consideración, la supervivencia de dichas realidades y valores, que son los superiores y permanentes de la nacionalidad chilena, y 3° Que, Chile se encuentra en un proceso de destrucción sistemática e integral de estos elementos constitutivos de su ser, por efecto de la intromisión de una ideología dogmática y excluyente, inspirada en los principios foráneos del marxismo-leninismo” (Merino Castro, 39 Sobre la cuestión, el Colegio de Abogados de Chile de la época sostenía la ilegalidad del accionar del gobierno de Allende lo que llevaba a que “(…) el propósito o plan de gobierno se encuentra en pugna con la sistemática vigente, en términos que hace imposible su realización dentro de los marcos institucionales. De igual modo ha quedado demostrado que el señor Presidente se encuentra impedido de cumplir su pensamiento de gobernante que trata de conciliar el respeto a la Constitución y leyes con el tránsito al socialismo” (Centro de Estudios Públicos, 1997, pág. 811). 40 En esto se ha sostenido que “(…) por consiguiente, quienes presidieron la dictadura militar se presentaron a sí mismos como líderes de una cruzada salvífica y purgatoria. La de ellos era concebido como una lucha para defender la civilización en peligro” (Correa Sutil, 2001, pág. 284). 41 Decreto Ley N°1, de fecha 11 de Septiembre de 1973. 37 1998, págs. 256-257). El plan de la Junta era volver al antiguo ideal republicano chileno, que se había visto carcomido por el marxismo. Para esto, se utilizó la visión de Portales que se basaba en un gobierno autoritario y firme. La idea entonces, era volver a las llamadas raíces tradicionales de la nación, “ante Dios y la historia”. Para ello, se ordenó la disolución de los partidos políticos (Rettig Guissen, 1996, pág. 50), que habrían llevado al caos políticoinstitucional. Sin embargo, la desaparición, tortura y exilio de miles de chilenos que significó cumplir con la “misión”, creó una herida en el país que todavía no se ha cerrado. El número de muertos fue alrededor de 3.000 y los exiliados se cree fueron entre 20.000 a 30.000 personas (Correa Sutil, 2001, pág. 281); sin contar los torturados políticos que hubo. Todo órgano de la administración pública quedó en manos de los militares, quienes iniciaron una severa purga a todo quien no fuese proclive al régimen, además de censurar a la prensa y las comunicaciones, instaurando un estado de sitio desde el mismo día del golpe. Por lo que, “[l]a intervención militar del 11 de Septiembre de 1973 configuró en el país, de inmediato y durante todo el período, un cuadro permanente de violaciones a los derechos humanos esenciales (principalmente al derecho a la libertad personal, a un juicio justo, a la integridad física y a la vida) de muchas personas pertenecientes o simpatizantes, real o supuestamente, al régimen depuesto” (Rettig Guissen, 1996, pág. 431). Los crímenes de Estado fueron una constante durante la dictadura. En este escenario, la justicia brillaría por su silencio y el único organismo que mantuvo una viva voz de defensa ante los derechos humanos sería la Iglesia Católica (Rettig Guissen, 1996, pág. 431), vacilante en un principio, pero que se fue haciendo escuchar su voz cada vez más fuerte con el paso de la década. Toda esta propuesta moralizante que tenían en mente los militares no serviría de mucho si el país no lograba el saneamiento de su economía. Lo anterior, debido a que “(…) los problemas económicos heredados de la administración pasada que debieron encararse en una primera etapa, eran dramáticos: déficit fiscal, brusca caída del producto, nula inversión, inflación galopante (según algunos llegó al mil por ciento), crédito internacional congelado, endeudamiento externo elevado en impago, área social- empresas estatales e intervenidascon rendimiento bajísimo e insuficientes, demandas salariales cada vez más fuertes, paralización de faenas a causa de escalonadas huelgas tanto patronales como de trabajadores, grave desabastecimiento de productos básicos” (Correa Sutil, 2001, pág. 290). En un primer 38 momento, los resultados de la dictadura no fueron particularmente buenos, a causa del caos existente y la poca claridad que existía sobre qué rumbo seguir. Después de muchas discusiones y dudas, empezaron lentamente a adoptarse medidas de corte neoliberal, encabezadas por un grupo de profesionales de la Universidad Católica de Chile que habían estudiado en la Universidad de Chicago (razón por la cual se les denominaba “Chicago Boys”). Así, “[d]espués del 11 de Septiembre, bajo el patrocinio naval, ganaron algunas posiciones claves -pero no todas las que tenían este carácter- en la administración económica del Estado, y comenzaron a difundir y defender en el interior del régimen, a menudo con grandes dificultades y oposiciones, las ideas de su plan” (Rettig Guissen, 1996, pág. 43). Este cambio de paradigma en materia económica daría inicio a la tercera etapa de esta década, el período neoliberal. El cambio económico fue enorme: Chile durante gran parte del siglo XX tuvo una industria protegida, en que el Estado manejaba las variantes de los precios. Con las bajas de los aranceles aduaneros, una serie de nuevos productos comenzaron a entrar y muchas veces a afectar la producción de la industria nacional. Pese a ello, la recuperación económica del país fue inimaginable: “[e]ste equipo logró la gran hazaña de reducir la hiperinflación de aproximadamente 600 por ciento en 1973 a un 31,2 por ciento en 1980” (Góngora del Campo, 1994, pág. 262). Chile tomó los principios elaborados por Milton Friedman, convirtiéndose en una especie de laboratorio neoliberal para el resto del mundo en el siglo XX, dando comienzo a lo que se ha denominado el “milagro chileno”. La mezcla de la búsqueda fundacional, sumada al éxito económico que provocarían los cambios neoliberales, se verán marcados a fuego en la sociedad chilena, hasta el día de hoy42. Desde una posición más de centro, a la que adherimos, consideramos justo valorar los avances en materia económica y las reformas estructurales hechas durante la dictadura que han traído estabilidad al país; sin embargo, reprochamos las gravísimas y sistemáticas violaciones de los derechos fundamentales que no puede ser justificadas, en ningún caso, por De hecho, “[f]orman parte de una estrategia de exaltación, destinada a suscitar el “orgullo patriótico”, la idea de que somos triunfadores. Efectivamente esa campaña buscó y busca un efecto externo, para el consumo de inversionistas y decidores. Pero también pretende crear efectos internos, que consoliden el modelo, en este caso, que generen identificación con él a través de una idea fuera, “Chile admirado”. O sea, Chile en la boca de todo el mundo, Chile envidiado. ¿Qué mejor posicionamiento para una sociedad obsesionada por la grandeza, para un país de un inconfesado nacionalismo, competitivo y elitista?” (Moulian Emparanza, 1998, pág. 16). 42 39 un avance en materia económica. De hecho, el año 2013 -con motivo del cumplimiento de los cuarenta años del golpe militar en Chile- importantes actores políticos de izquierda y derecha fueron capaces de pedir perdón por la responsabilidad que a ellos les correspondía respecto de los lamentables acontecimientos que quebraron la democracia, dividieron a la sociedad chilena y llevaron a la comisión de los peores delitos de los que se tenga recuerdo43. 2.1.2. El proceso de la Nueva Constitución La nueva Constitución tuvo su origen en el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973. En ese momento, todavía regía la Constitución de 1925 la que, como apunta Fernández González, con el transcurrir del tiempo “(…) de hecho o de derecho, había ido quedando derogada, sin aplicación o en desuso, siendo superada por las circunstancias desde el mismo 11 de septiembre” (Fernández González, 2001). Otros como Valenzuela, han sostenido que en la Junta existía la ferviente creencia conforme a la cual Constitución de 1925 no había servido para proteger y mantener la democracia chilena frente marxismo y a los políticos populistas (Valenzuela S. , 1997, pág. 4)44. Desde el inicio de la dictadura, la Junta de Gobierno se manifestó abiertamente contraria a utilizar el mecanismo para la reforma de la Constitución que establecía la carta de 192545. Así, se encargó la redacción de una nueva Constitución a la denominada “Comisión 43 En este sentido, el ex presidente del Partido Socialista y ex Senador Camilo Escalona se disculpó por su eventual responsabilidad en la polarización del país. En concreto sostuvo, “[p]ido disculpas (…) por la conducta que yo pude tener de ser parte de la polarización y de una confrontación que nos llevaba a enfrentarnos a miles de estudiantes en las calles a peñascazos y de manera enteramente descontrolada" (La Tercera, 2013). Por su parte, el ex presidente de la Unión Demócrata Independiente y actual Senador Hernán Larraín¸ quien había respaldado la gestión de Pinochet, sostuvo “[p]ido perdón, es mi voz para la reconciliación” (La Tercera, 2013). 44 También habría manifestado en el hecho que “[l]a Junta Militar se constituyó en un poder constituyente permanente pero implícito, ya que un decreto-ley del 4 de diciembre de 1973 estipuló sencillamente que si alguna de las iniciativas legales violase la Constitución de 1925 esta se consideraría enmendada automáticamente” (Valenzuela S. , 1997, pág. 4). 45 La referida carta establecía en su Capítulo X, titulado “Reforma de la Constitución” (artículos 108-110), el procedimiento para la reforma de la Constitución. Entre las normas para el ejercicio del poder constituyente derivado destacan: (i) el proyecto de reforma constitucional debería ser aprobado por el voto conforme de la mayoría de los Senadores y Diputados en ejercicio (artículo 108); y, (ii) el proyecto sólo podría ser observado por el Presidente de la República para proponer modificaciones o correcciones a las reformas acordadas por el Congreso pleno (artículo 109), las cuales debían ser nuevamente tramitadas ante el Congreso Pleno, el que podía aprobarlas o rechazarlas. 40 de Estudios de la Nueva Constitución” o “Comisión Ortúzar” (por su Presidente, don Enrique Ortúzar Escobar) 46. El objetivo único de la comisión era la elaboración, sujeta a revisión, de un anteproyecto de Constitución. La comisión no era titular de la potestad constituyente, ya que se había dictado el Decreto Ley N°527 en 1974, el que en su artículo primero establecía: “[l]a Junta de Gobierno, integrada por los comandantes en Jefe del Ejército, de la Armada y la Fuerza Aérea y Carabineros de Chile, ha asumido los poderes Constituyente, Legislativo y Ejecutivo”47. Con ello, el texto de una nueva Constitución sólo podía ser aprobado por la Junta que encabezaba la dictadura. Luego de 417 sesiones (entre 1973 y 1978) cuyos debates -en su mayoría- constan en las denominadas “Actas de la Comisión Constituyente”, que han servido para darle sentido a los preceptos constitucionales, el “resultado del trabajo se plasmó en un anteproyecto, el cual fue entregado en 1978 para su revisión” (Biblioteca del Congreso Nacional, 2014) acompañado por un informe explicativo. Recibido el anteproyecto por el auto designado “Presidente de la República”, fue entregado al Consejo de Estado que era presidido por el ex Presidente de la República Alessandri Rodríguez48. Este órgano, luego de cincuenta sesiones, evacuó un proyecto de nueva Constitución y un informe explicativo. 46 La Comisión era además integrada, en su conformación original, por doña Alicia Romo Salas, don Enrique Evans de la Cuadra, don Gustavo Lorca Rojas, don Jaime Guzmán Errázuriz, don Alejandro Silva Bascuñán, don Jorge Ovalle Quiroz y don Sergio Diez Urzúa. Todos reconocidos abogados y, algunos, profesores de la cátedra de Derecho Constitucional. Luego, el 12 de marzo de 1977 se publicó en el DO el Decreto Ley N°1.697, por el cual se declararon disueltos todos aquellos partidos políticos que habían sobrevivido al anterior Decreto Ley N°77 de 1973 que había disuelto a los partidos que eran parte de la UP. A partir de este hecho, renunciaron los comisionados don Enrique Evans de la Cuadra y don Alejandro Silva Bascuñán. Y luego de un par de meses, se le pidió la renuncia a don Jorge Ovalle Quiroz. Los tres comisionado fueron reemplazados por doña Luz Bulnes Aldunate, don Raúl Bertelsen Repetto y don Juan de Dios Carmona Peralta (Fernández González, 2001, pág. 324). 47 El referido Decreto fue publicado en el DO el 26 de junio de 1974. 48 Tal y como resalta Fernández González “[e]ste órgano, creado en virtud del Acta Constitucional Nº 1, tenía carácter consultivo del Presidente de la República en asuntos de gobierno y administración civil, al tenor del artículo 1º de dicha Acta. En su artículo 2º se señalaba la integración: Por derecho propio, los ex Presidentes de la República; y, en seguida, por un ex presidente de la Corte Suprema, un ex Contralor General de la República, un ex Comandante en Jefe del Ejército, de la Armada, de la Fuerza Aérea y un ex General Director de Carabineros, un ex Ministro de Estado, un ex diplomático con rango de embajador, un ex rector de universidad estatal o reconocida por el Estado, un profesor o ex profesor de una Facultad de Ciencias Jurídicas y un profesor o ex profesor de una Facultad de Ciencias Económicas, ambas de una universidad estatal o reconocida por el Estado, una persona representativa de actividades profesionales colegiadas, de la actividad empresarial, de la actividad laboral, de una organización femenina y un representante de la juventud, todos designados por el Presidente de la República” (Fernández González, 2001, pág. 324). 41 Las visiones existentes en la Comisión y en el Consejo eran distintas, pues este último era un órgano menos técnico. Por ello, el Consejo le introdujo una serie de modificaciones al texto aprobado por la Comisión. Sobre el particular, se ha debatido respecto a la importancia de las enmiendas. Para Fernández González, los cambios introducidos por el Consejo no eran significativos sustantivamente ya que mantenían la misma lógica del texto originalmente enviado por la comisión (Fernández González, 2001, pág. 325). Por su parte, otros como Valenzuela estiman que se alteró significativamente el texto preparado por la Comisión de Estudio, manteniendo más de lo esperado dentro de la tradición constitucional chilena (Valenzuela S. , 1997, pág. 10). Finalmente, para cerrar el proceso de elaboración de la CPR intervino el auto designado poder constituyente, es decir, la Junta de Gobierno a través del denominado grupo del Edificio Diego Portales, que procedió a redactar el texto definitivo y a aprobarlo49. Luego de ello, el texto constitucional fue publicado en el Diario Oficial con fecha 11 de agosto de 1980, y posteriormente “sometido a plebiscito, el 11 de septiembre de 1980, encontrándose el país en estado de sitio” (Biblioteca del Congreso Nacional, 2014). Aprobado el texto en el plebiscito, se promulgó la nueva Constitución Política de la República con fecha 21 de octubre de 1980 y, tres días después, se publicó en el DO. Sin embargo, sólo entró en vigor seis meses después de su aprobación plebiscitaria (11 de marzo de 1981). La primera época de vigencia de la CPR, estuvo marcada por la sola aplicación de sus disposiciones transitorias, y no las permanentes, lo que aseguró altas cuotas de poder al General Pinochet. 2.1.3. Objeción: La falta de legitimidad formal y sustantiva de origen Desde antes de su entrada en vigencia (1981), ya se hacían ver fuertes cuestionamientos al nuevo texto constitucional50. Se criticaba desde lo formal que: (i) no había sido dictada de conformidad con el procedimiento establecido en la carta vigente de 49 El grupo del Edificio Diego Portales correspondía a un grupo de asesores directos de los miembros de la Junta (Sierra I. & Mac Clure, 2001). 50 Respecto a la forma en que han surgido las constituciones en Chile, Salazar ha sostenido que “(…) si se observa la historia constitucional de Chile del siglo XX se puede llegar a una dramática conclusión: en Chile la Constitución no ha sido nunca producto de la deliberación popular, sino más bien la imposición de una elite o el acuerdo entre partes de ella, siempre con el apoyo o tras la intervención militar. Este es ciertamente el caso de las tres principales constituciones de nuestra historia, la de 1833, 1925 y la de 1980” (Salazar & Pinto, 1999, pág. 72). 42 1925; (ii) los organismos que intervinieron en su elaboración -Comisión, Consejo y Junta de Gobierno- tenían una integración sesgada y cerrada; y (iii) el plebiscito por el cual se había dado aprobación al texto constitucional era ilegítimo, ya que no existían registros electorales que permitieran individualizar a cada ciudadano participante en el mismo y, además, se había realizado bajo un estado de excepción constitucional lo que no permitió generar un verdadero debate sobre los temas y procedimientos (Fernández González, 2001, pág. 326)51. Las objeciones no eran sólo formales, sino también materiales respecto del contenido de la CPR. En este sentido, se estimaba que una serie de normas resultaban contrarias a un orden democrático constitucional, entre ellas destacan: (i) la proscripción de ciertas ideologías políticas (artículo 8)52, (ii) la conformación parcialmente designada del Senado (artículo 45) 53, (iii) el rol tutelar que se le otorgaba a la Fuerzas Armadas y a Carabineros de Sobre el particular, la Directiva del partido Demócrata Cristiano (opositora a la dictadura) señaló “(…) en estas circunstancias, el supuesto plebiscito carece de toda validez, en consecuencia, el texto que se vote, como todos los futuros actos que se ejecuten en el ejercicio de los poderes emanados de aquel, son igualmente ilegítimos y sin valor” (Carvallo, Salazar, & Sepúlveda, 1997, pág. 276). 52 El artículo 8º original de la CPR, establecía “Todo acto de persona o grupo destinado a propagar doctrinas que atenten contra la familia, propugnen la violencia o una concepción de la sociedad, del Estado o del orden jurídico, de carácter totalitario o fundada en la lucha de clases, es ilícito y contrario al ordenamiento institucional de la República./ Las organizaciones y los movimientos o partidos políticos que por sus fines o por la actividad de sus adherentes tiendan a esos objetivos, son inconstitucionales. Corresponderá al Tribunal Constitucional conocer de las infracciones a lo dispuesto en los incisos anteriores. Sin perjuicio de las demás sanciones establecidas en la Constitución o en la ley, las personas que incurran o hayan incurrido en las contravenciones señaladas precedentemente no podrán optar a funciones o cargos públicos, sean o no de elección popular, por el término de diez años contado desde la fecha de la resolución del Tribunal. Tampoco podrán ser rectores o directores de establecimientos de educación ni ejercer en ellos funciones de enseñanza, ni explotar un medio de comunicación social o ser directores o administradores del mismo, ni desempeñar en él funciones relacionadas con la emisión o difusión de opiniones o informaciones; ni podrán ser dirigentes de organizaciones políticas o relacionadas con la educación o de carácter vecinal, profesional, empresarial, sindical, estudiantil o gremial en general, durante dicho plazo./ Si las personas referidas anteriormente estuvieren a la fecha de la declaración del Tribunal, en posesión de un empleo o cargo público, sea o no de elección popular, lo perderán, además, de pleno derecho./ Las personas sancionadas en virtud de este precepto, no podrán ser objeto de rehabilitación durante el plazo señalado en el inciso cuarto./ La duración de las inhabilidades contempladas en este artículo se elevará al doble en caso de reincidencia”. 53 El inciso tercero y siguientes del artículo 45 de la CPR establecía: “El Senado estará integrado también por: a) Los ex Presidentes de la República que hayan desempeñado el cargo durante seis años en forma continua, salvo que hubiese tenido lugar lo previsto en el inciso tercero del número 1º. del artículo 49 de esta Constitución. Estos senadores lo serán por derecho propio y con carácter vitalicio, sin perjuicio de que les sean aplicables las incompatibilidades, incapacidades y causales de cesación en el cargo contempladas en los artículos 55, 56 y 57 de esta Constitución; b) Dos ex Ministros de la Corte Suprema, elegidos por ésta en votaciones sucesivas, que hayan desempeñado el cargo a lo menos por dos años continuos; c) Un ex Contralor General de la República, que haya desempeñado el cargo a lo menos por dos años continuos, elegido también por la Corte Suprema; d) Un ex Comandante en Jefe del Ejército, uno de la Armada, otro de la Fuerza Aérea, y un ex General Director de Carabineros que hayan desempeñado el cargo a lo menos por dos años, elegidos por el Consejo de Seguridad Nacional; e) Un ex rector de universidad estatal o reconocida por el Estado, que haya desempeñado el cargo por un período no inferior a dos años continuos, designado por el Presidente de la República, y f) Un ex Ministro de Estado, que haya ejercido el cargo por más de dos años continuos, en períodos presidenciales anteriores a 51 43 Chile; y (iv) la integración del Consejo de Seguridad Nacional (artículos 95 y 96) y el Tribunal Constitucional (artículos 81, 82 y 83) que serían absolutamente dependientes del Poder Ejecutivo (Fernández González, 2001, pág. 327 y 328). Las objeciones de forma y de fondo a la CPR, por más que fueron alegadas oportunamente por la oposición, sus argumentos no tuvieron ningún impacto en la Junta. Por ello, la oposición decidió intentar modificar la normativa constitucional desde el propio sistema que esta proponía54. Los fundamentos de la crítica de la legitimidad de origen de la CPR, se mantienen vigentes hasta nuestros días en el debate constitucional chileno. En este sentido Atria, uno de los mayores detractores del texto constitucional vigente, ha sostenido que el procedimiento utilizado para la creación de la Constitución chilena fue ilegítimo por basarse en un plebiscito fraudulento, lo que no sólo afectaría la existencia sino la validez de la CPR55. En sus propios términos, “(…) sea que estemos discutiendo esto en 1982 (…), o que lo hagamos ahora en 2013, la cuestión no cambia: la Constitución es ilegítima. Y esta ilegitimidad implica la necesidad de una nueva constitución” (Atria, 2013, pág. 58). Por ello, lo que denomina el “pecado de origen” constitucional, no es saneable. La crítica que se puede hacer a su planteamiento la podemos encontrar en sus propios argumentos, cuando sostiene que “[e]l poder constituyente no es un poder normativo, aquel en el cual se realiza el nombramiento, designado también por el Presidente de la República./ Los senadores a que se refieren las letras b), c), d), e) y f) de este artículo durarán en sus cargos ocho años. Si sólo existieren tres o menos personas que reúnan las calidades y requisitos exigidos por las letras b) a f) de este artículo, la designación correspondiente podrá recaer en ciudadanos que hayan desempeñado otras funciones relevantes en los organismos, instituciones o servicios mencionados en cada una de las citadas letras./ La designación de éstos senadores se efectuará cada ocho años dentro de los quince días siguientes a la elección de senadores que corresponda. Las vacantes se proveerán en el mismo plazo, contado desde que se produjeren”. Esto perduró hasta la reforma de 2005. 54 Patricio Aylwin, posteriormente Presidente de la República entre 1990-1994, sobre el particular sostenía: “[p]uestos a la tarea de buscar una solución, lo primero es dejar de lado la famosa disputa sobre la legitimidad del régimen y su Constitución. Personalmente yo soy de los que considera ilegítima la Constitución de 1980. Pero así como exijo que se me respete mi opinión, respeto a los que opinan de otro modo. Ni yo puedo pretender que el General Pinochet reconozca que su Constitución es ilegítima, ni él puede exigirme que yo la reconozca como legítima. La única ventaja que él tiene, es que esa Constitución, me guste o no, está rigiendo. Este es un hecho que forma parte de la realidad y yo acato. ¿Cómo superar este impasse sin que nadie sufra humillación? Sólo hay una manera: Eludir deliberadamente el tema de la legitimidad” (Otano, 1995, págs. 18, 19 y 20). Por su parte, Francisco Bulnes, uno de los líderes de la derecha de la época sostenía “[n]o se trata de que reconozcan la Constitución por ser legítima, sino que la reconozcan por ser” (Fernández González, 2001, pág. 331). 55 Fernando Atria desarrollando su argumento de la falta de validez de la CPR, señala que “[c]uando el poder normativo se ejerce con infracción a las reglas que lo confieren, la norma que se intenta crear es nula. Esas reglas establecen lo que puede llamarse “condiciones de existencia y validez” de las normas creadas en virtud de esos poderes normativos, y vale para todo poder normativo” (Atria, 2013, págs. 58-59). 44 conferido por una norma anterior. Es obvio por qué no puede ser entendido de ese modo: porque no hay (¡por definición!) ninguna norma anterior en que el poder constituyente se funde. Si hubiera tal norma no se trataría de un poder constituyente sino constituido (por esa norma)” (Atria, 2013, pág. 27). He aquí la paradoja. Si, tal y como se ha sostenido, la Junta Militar se hizo del poder constituyente al no observar las normas de la Constitución de 1925, al establecerlo expresamente en el precitado Decreto Ley y al actuar en los hechos como un poder constituyente, resulta ilógico pensar que tendría normas que rigieran su actuar. No las podía tener. Así, efectuar o no un plebiscito y observar más o menos lo propuesto por la Comisión Ortúzar y el Consejo de Estado, era sólo parte de una decisión tomada por el auto designado poder constituyente. Por lo tanto, resulta inconsistente el planteamiento de Atria, en la medida que se basa en que no hay reglas para el ejercicio del poder constituyente pero luego agrega requisitos (reglas) de existencia y validez de la Constitución. La decisión es binaria, hay reglas o no las hay. Por aplicación del principio democrático, que permite justificar el surgimiento de una Constitución, al poder constituyente originario se le pueden hacer exigencias democráticas. Por lo que, si bien no hay reglas escritas sobre este poder, y tal y como resalta Böckënforde, éste ha de actuar en situaciones excepcionales cuando el poder constituyente es sobrepasado o insuficiente, su modo de actuación ha de respetar valores fundantes que emanan del principio democrático. En una opinión distinta, Fernández González ha sostenido que aunque la CPR ha sido “[c]uestionada desde el comienzo, por carecer de legitimidad formal y sustantiva, no se puede controvertir, en una apreciación que me parece más seria y exenta de apasionamientos, que la Constitución de 1980 ha ido encontrando el camino de su legitimación como instrumento democrático de ordenación del Estado de Derecho en Chile” (Fernández González, 2001, pág. 339). Lo anterior, abre una necesidad hacia el futuro de seguir avanzando hacia la completa legitimación material de la carta fundamental. Luego, cabe preguntarse ¿qué relación tiene la legitimidad de origen con la existencia de leyes supramayoritarias? Por el momento, será suficiente advertir que a partir de la calificación de ilegítima que algunos le han atribuido a la CPR, los autores han desprendido la falta de validez del sistema normativo que contiene. Razón que no compartimos, ya que aun cuando se acepte que era originalmente ilegítima, sus múltiples modificaciones y su cumplimiento en los hechos, son argumentos válidos para defender su legitimidad actual 45 (surgida de manera tácita). A reglón seguido, surge una nueva interrogante ¿es hoy materialmente legítima la CPR? Sobre el particular, cabe hacer algunas precisiones: (i) en la CPR rige el principio de separación, formal y material, de poderes; el cual, se ha afianzado aún más a partir de la reformas de 1989 y 2005. Pese al hiperpresidencialismo chileno, caracterizado por un ejecutivo fuerte con amplias facultades que, en principio y formalmente, son preponderantes a las de los otros poderes del Estado y con atribuciones co-legislativas56, las facultades excesivas que afectaban la separación de poderes han sido eliminadas de ella; (ii) existe en la CPR un catálogo de derechos (artículo 19) con recursos que los hacen justiciables ante los tribunales de justicia (TCCh, Cortes de Apelaciones y Corte Suprema) 57 ; (iii) el poder es democráticamente constituido58 y limitado en su ejercicio59. Si bien hasta antes de la reforma de 2005 esto era muy discutible, pero con la eliminación de los senadores designados de la CPR es posible hablar de una verdadera democracia. Por las razones antedichas, si bien la CPR puede ser considerada que no cumplía en su origen con los elementos materiales que debe contener una Constitución, como consecuencias de un largo proceso de modificaciones ha adquirido estos rasgos. Por lo que, 56 Estas se materializan en su iniciativa exclusiva de ley en algunas materias, la declaración de urgencia en la tramitación de los proyectos de ley, la participación en el debate parlamentario de la ley a través de los Ministros de Estado, el veto parcial, entre otras. Cea Egaña sostiene sobre el presidencialismo chileno que “[c]ierto es que la comentada tendencia instituida en la Carta fundamental de 1833, invertida mediante las reformas de 1874 y años siguientes, aunque establecida en la Constitución de 1925 y sus modificaciones de 1943 y 1970. Pero, aun así, y reconociendo todo ese proceso, nunca las constituciones chilenas habían llegado a la hegemonía, formal al menos, del Jefe de Estado en los términos que traza el actual Código Político”. Por su parte, Nogueira Alcalá sostiene que “En la medida que la Constitución hace omisión de este principio de independencia jurídica recíproca entre el Ejecutivo y Legislativo, el régimen chileno solo podría ser clasificado en una especie patológica de las formas de gobierno que se ha denominado presidencialismo autoritarios” (Fermandois Vöhringer & García García, 2009). 57 El sistema recursivo chileno contempla la posibilidad de recurrir de inaplicabilidad por inconstitucionalidad de la ley ante el TC y la de presentar los recursos de protección y amparo ante las respectivas cortes de apelaciones, en primera instancia, y ante la Corte Suprema, en segunda instancia, por apelación a la sentencia pronunciada por la respectiva Corte de Apelaciones (artículos 12, 20, 21 y 93 número seis). Además, del recurso de reclamación por pérdida de nacionalidad (artículo 12 CPR). 58 En este sentido el artículo 4° de la CPR establece: “Chile es una república democrática”. 59 Sobre el tema algunos pasajes de la constitución reflejan la cuestión: (i) el inciso segundo del artículo 5°, que establece “El ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana. Es deber de los órganos del Estado respetar y promover tales derechos, garantizados por esta Constitución, así como por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes”; (ii) el inciso primero del artículo 6º, que dispone “Los órganos del Estado deben someter su acción a la Constitución y a las normas dictadas conforme a ella, y garantizar el orden institucional de la República”; y (iii) el artículo 7, que en sus incisos primero y segundo, dispone: “Los órganos del Estado actúan válidamente previa investidura regular de sus integrantes, dentro de su competencia y en la forma que prescriba la ley./ Ninguna magistratura, ninguna persona ni grupo de personas pueden atribuirse, ni aun a pretexto de circunstancias extraordinarias, otra autoridad o derechos que los que expresamente se les hayan conferido en virtud de la Constitución o las leyes”. 46 es posible hoy afirmar que Chile se organiza bajo la lógica de un Estado constitucional y democrático de derecho. Esto no quiere decir que la CPR no sea perfectible; por el contrario, hay elementos que aún mantiene que pueden ser considerados como “refuerzos institucionales” innecesarios, propios de un “sistema democrático controlado” o matizado en su ejercicio, como por ejemplo lo es el sistema normativo con leyes supramayoritarias objeto de este trabajo. 2.1.4. Enmiendas a la Constitución Política de la República de Chile de 1980 A esta fecha la CPR ha sido enmendada en treinta y tres oportunidades60. Respecto de ellas, sólo nos detendremos en las más importantes para el objeto de este trabajo. En razón de lo anterior, nos bastará con resaltar las siguientes modificaciones a la CPR, a saber: 60 Las modificaciones han sido a través de la: (i) Ley Nº 18.825, publicada en el DO con fecha 17 de agosto de 1989; (ii) Ley Nº 19.055, publicada en el DO con fecha 1 de abril de 1991; (iii) Ley Nº 19.097, publicada en el DO con fecha 12 de noviembre de 1991; (iv) Ley Nº 19.295, publicada en el DO con fecha 4 de marzo de 1994; (v) Ley Nº 19.519, publicada en el DO con fecha 16 de septiembre de 1997; (vi) Ley Nº 19.526, publicada en el DO con fecha 17 de noviembre de 1997; (vii) Ley N.º 19.541, publicada en el DO con fecha 22 de diciembre de 1997; (viii) Ley Nº 19.597, publicada en el DO con fecha 14 de enero de 1999; (ix) Ley Nº 19.611, publicada en el DO con fecha 16 de junio de 1999; (x) Ley Nº 19.634, publicada en el DO con fecha 2 de octubre de 1999; (xi) Ley Nº 19.643, publicada en el DO con fecha 5 de noviembre de 1999; (xii) Ley Nº 19.671, publicada en el DO con fecha 29 de abril de 2000; (xiii) Ley Nº 19.672, publicada en el DO con fecha 28 de abril de 2000; (xiv) Ley Nº 19.742, publicada en el DO con fecha 25 de agosto de 2001; (xv) Ley Nº 19.876, publicada en el DO con fecha 22 de mayo de 2003; (xvi) Ley Nº 20.050, publicada en el DO con fecha 26 de agosto de 2005; (xvii) Ley N.º 20.162, publicada en el DO con fecha 16 de febrero de 2007; (xviii) Ley Nº 20.193, publicada en el DO con fecha 30 de julio de 2007; (xix) Ley Nº 20.245, publicada en el DO con fecha 10 de enero de 2008; (xx) Ley Nº 20.337, publicada en el DO con fecha 4 de abril de 2009; (xxi) Ley N.º 20346, publicada en el DO con fecha 14 de mayo de 2009; (xxii) Ley Nº 20.352, publicada en el DO con fecha 30 de mayo de 2009; (xxiii) Ley Nº 20.354, publicada en el DO con fecha del 12 de junio de 2009; (xxiv) Ley Nº 20.390, publicada en el DO con fecha 28 de octubre de 2009; (xxv) Ley Nº 20.414, publicada en el DO con fecha 4 de enero de 2010; (xxvi) Ley Nº 20.503, publicada en el DO con fecha 27 de abril de 2011; (xxvii) Ley Nº 20.515, publicada en el DO con fecha 28 de junio de 2011; (xxviii) Ley Nº 20.516, publicada en el D.O. con fecha 24 de junio de 2011; (xxix) Ley Nº 20.573, publicada en el D.O. con fecha 6 de marzo de 2012; (xxx) Ley Nº 20.644, publicada en el DO con fecha 15 de diciembre de 2012; (xxxi) Ley Nº 20.710, publicada en el DO con fecha 11 de diciembre de 2013; (xxxii) Ley Nº 20.725, publicada en el DO con fecha 15 de febrero de 2014; y (xxxiii) Ley Nº 20.748, publicada en el DO con fecha 3 de mayo de 2014. 47 (i) En 1989, la Ley N°18.82561 que “Modifica la Constitución Política de la República”62, realizó las siguientes modificaciones: (a) consagró el pluralismo político, al eliminar la prohibición de ciertos partidos políticos (contenida en el artículo 8°, que se derogó), manteniéndose la prohibición sólo para aquellos movimientos que no respeten los principios democráticos y constitucionales; (b) afianzó la protección de los derechos y garantía constitucionales, limitando las restricciones que pueden imponerse respecto de ellos en los estados de excepción constitucional y permitiendo que en dichos estados sean procedentes los recursos judiciales de amparo y protección; (c) extendió la participación política, limitando las incompatibilidades de los dirigentes de los grupos intermedios; (d) robusteció la representación política, aumentando el número de senadores elegidos democráticamente. Además, se suprimió la facultad del Ejecutivo de disolver las cámaras y se sistematizaron los quórums legislativos para la aprobación de leyes; (e) se estableció que las normas que regulan las FFAA y las de Orden y Seguridad, deberían ser reguladas en una LOC y no en la CPR; (f) se amplió la composición del Consejo de Seguridad, integrando al Contralor General de la República con derecho a voto; y (g) se fijó en cuatro años el mandato presidencial siguiente, sin posibilidad de reelección (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1989, pág. 23 y 24). Si bien la reforma no tenía demasiado valor jurídico (con excepción de la reforma al artículo 5 inciso segundo) 63, sí tuvo un alto impacto en la ciudadanía que la aprobó por medio de un plebiscito64. La reforma fue el resultado de un acuerdo político entre la Junta de Gobierno, Renovación Nacional y los partidos políticos de la oposición. No obstante ello, 61 Existen pocos antecedentes respecto de la tramitación de este proyecto, ya que se hizo conforme al procedimiento de reforma de la Constitución contemplado en la disposición decimoctava transitoria que establecía que “la Junta de Gobierno ejercerá, por la unanimidad de sus miembros, las siguientes atribuciones exclusivas: (a) Ejercer el Poder Constituyente sujeto siempre a aprobación plebiscitaria, la que se llevara a efecto conforme a las reglas que señale la ley”. Por ello, fue necesario un amplio acuerdo político entre los distintos sectores políticos que serían relevantes al momento del regreso a la democracia en 1990. 62 Algunos han sostenido que “[l]a reforma de 1989 tuvo por objeto intentar habilitar el mínimo espacio constitucional y democrático imprescindible, en un texto no constitucional, para permitir que la democracia pudiese florecer, tras el letargo dictatorial y sin la activación de un poder constituyente democrático” (Martínez Sierra & Ferrer, 2014, pág. 2). 63 En el cual se estableció: “El ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana. Es deber de los órganos del Estado respetar y promover tales derechos, garantizados por esta Constitución, así como por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes”. 64 Bertelsen Repetto, ex miembro de la Comisión, refiriéndose a la reforma sostenía que “(…) la vigencia de las Constituciones no depende tanto de su aceptación formal y entusiasta como de su aplicación afectiva, la cual se ve favorecida con la reforma” (Bertelsen Repetto, 1989, pág. 600). 48 “(…) el Pacto (…) no puso término a las disputas en torno a los cambios constitucionales” (Fernández González, 2001, pág. 334), los que se siguieron materializando en sucesivas reformas. (ii) En 1991, mediante la Ley N°19.055 se modificó la CPR estableciendo un quórum especial, de dos tercios, para la aprobación de leyes de amnistías o indultos generales respecto de delitos terroristas. El objetivo era que se tuviera un amplio consenso a la hora de legislar sobre la materia, pues considerando los hechos ocurridos durante la dictadura resultaba relevante establecer frenos a la posibilidad de aprobar leyes de amnistía. Por ello, se hizo una reserva elevando su quórum. (iii) En 2005, la Ley N°20.05065 titulada “Reforma Constitucional que introduce diversas modificaciones a la Constitución Política de la República”66. Esta reforma aprobada durante el gobierno del Presidente Lagos Escobar y es, sin dudas, la más importante que se ha realizado a la CPR pues vino a culminar el proceso de democratización chileno, rompiendo el denominado “cerrojo constitucional” establecido por la dictadura de Pinochet. La reforma: (a) eliminó la existencia de senadores designados y vitalicios (haciendo al Senado completamente democrático); (b) redujo el mandato presidencial de seis a cuatro años; (c) estableció la facultad del Presidente de la República de remover a los Comandantes en Jefe de las FFAA y de Carabineros de Chile; (d) redujo el poder de seguridad de las Fuerzas Armadas; (e) modificó la integración, atribuciones y sistema de nombramiento de los miembros del TCCh; y (f) modificó, parcialmente, la integración del Senado y el sistema electoral binominal, por la vía de los mecanismos de reemplazo (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 2005). 65 Publicada en el DO el 26 de agosto de 2005. Desde la discutida aprobación de la CPR, se venían gestando exigencias para consolidar la democracia, lo que sumó cada vez más apoyos en los distintos sectores políticos y ciudadanos, hasta que logró madurez. El conceso (Alianza por Chile, centro derecha, y Concertación de Partidos por la Democracia, centro izquierda) se expresó en la presentación de dos proyectos de reforma constitucional (Proyectos de Ley Boletines N°252607 y 2534, presentados con fecha 4 de julio de 2000 y 6 de julio de 2000, respectivamente); los que, en su diagnóstico, coincidían en la necesidad de consolidar la democracia a veinte años de su regreso. El tema adquirió altos niveles de seriedad, y las mayorías parlamentarias que exigía la CP para la reforma. La ciudadanía, desde el primer momento, exigió mayores espacios de participación y transparencia e hizo del tema un problema nacional. Así, ante la tensión de la democracia surgió una mayoría transversal que representó la reforma generando un verdadero proceso reconstituyente que reestableció los equilibrios, y permitió la reforma de 2005. 66 49 A partir de la reforma recién descrita, se empezó a hablar en Chile de un verdadero estatuto constitucional plenamente democrático, que podía ser considerado como un “piso político común” compartido por los distintos sectores políticos67. No obstante lo anterior, el tema ha sido objeto de críticas de parte de la doctrina constitucional. En este sentido, Atria ha sostenido que dado el pecado de origen de la CPR “(…) hay una conexión política entre proceso y producto (…) en el caso de la reforma constitucional de 2005. Esa reforma fue obtenida a través del mecanismo de reforma establecido en el capítulo XV de la Constitución, y pagó un precio por eso: el precio de dejar intacto el problema constitucional” (Atria, 2013, pág. 83). Recordemos que para Atria el problema no es saneable68. El autor no reparara en que la falta de legitimidad de origen puede ser saneable a través de aquellas enmiendas que alteran su contenido no coincidente con los principios democráticos modernos (como el de representación, por ejemplo). Por su parte, Correa González ha sostenido que las modificaciones constitucionales de 2005, no han hecho desaparecer la desconfianza del constituyente por las mayorías parlamentarias, cuya principal expresión estaría en la LOC. Éstas asegurarían a la oposición parlamentaria la posibilidad de vetar muchas decisiones gubernamentales. De esta forma, sostiene que la CPR sigue mostrando una preferencia por la democracia de los acuerdos, lo que no sería más que un signo de que la comunidad política ha perdido confianza en sí misma (Centro de Derechos Humanos- Facultad de Derecho- Universidad de Chile, 2006). Algunos han ido incluso más ella, y han propuesto denominar a la CPR como “Constitución Gatopardo”, a fin de graficar que mientras más se reforma, acrecentadamente retiene más rasgos autoritarios (Ruiz-Tagle & Cristi, 2006, pág. 433). No compartimos estas apreciaciones, pues si bien las reformas han sido graduales nos parece que el legislador ha ido eliminando crecientemente los cerrojos autoritarios. Ello, no significa que no queden reformas pendientes pero si implica que se ha tomado el camino correcto. 67 En este sentido, al momento de firmar la promulgación de la reforma, el 17 de septiembre de 2005, el en ese momento Presidente de la República, Ricardo Lagos Escobar declaró “Este es un día muy grande para Chile. Tenemos razones para celebrar. Tenemos hoy por fin una Constitución democrática, acorde con el espíritu de Chile, del alma permanente de Chile, es nuestro mejor homenaje a la independencia, a las glorias patrias, a la gloria y a la fuerza de nuestro entendimiento nacional” (El Mercurio, 2005). 68 Además, para Atria “(…) en 1980 no hubo una dictación de una nueva constitución, de una nueva decisión del pueblo sobre su identidad y forma política, porque no puede dictarse una constitución por un dictador que puede escribir el texto a su voluntad; en 2005 no hubo una nueva decisión, porque no puede darse una nueva decisión a través de procedimientos que reconocen límites y condiciones impuestas por normas anteriores” (Atria, 2013, pág. 70) 50 Ahora bien, más allá de los fundados debates sobre el punto, cabe afianzar una idea: la ilegitimidad de origen, formal y sustantiva de la CPR, se encuentra casi del todo atenuada a partir de las distintas reformas que se le han hecho al texto constitucional. Por lo que las razones ideológicas que se tengan sobre la cuestión, han de ceder frente a la facticidad de los hechos que nos demuestran: un cumplimiento de la normativa contenida en la CPR, tanto por parte de los organismos públicos como de los particulares, y un especial compromiso del legislador por afianzar la democracia en Chile. Además, en relación a la existencia de leyes supramayoritarias, cabe hacer presente que en las distintas reformas realizadas por el legislador constitucional democrático se ha generado una tendencia a recurrir a leyes supramayoritarias para regular materias que considera relevantes69. Por lo que, la práctica constitucional del constituyente derivado no permite demostrar que la valoración de los representantes del pueblo hacia las leyes acá estudiadas, pueda ser considerada negativa. Si lo fuera, dejaría con mayor frecuencia las materias que son especialmente valoradas para ser reguladas por leyes ordinarias (que requieren de la simple mayoría para su aprobación, derogación o enmienda) pero no ha ocurrido así. 2.2. Tipología legal de la Constitución Política de la República de Chile de 1980 2.2.1. Cuestiones Generales: El debate en la Comisión El debate en la Comisión Ortúzar estuvo marcado por las circunstancias de inestabilidad política e institucional que habían llevado al golpe militar. Por ello, se buscaba generar un sistema normativo que exigiera amplios acuerdos entre los distintos sectores 69 En este sentido, tal y como resalta Verdugo Ramírez, refiriéndose a la LOC, este sería caso: (i) de las atribuciones de los Consejos Regionales y de la regulación del Consejo económico y social, provincial y comunal en los primitivos artículos 102, 105 y 107 (Ley N° 19.097, de 1991); (ii) de la reforma constitucional que ordena la creación de una ley orgánica constitucional para el Ministerio Público en el artículo 84; (Ley N° 19.519, de 1997); (iii) de la regulación de los territorios de Isla de Pascua y el Archipiélago Juan Fernández en el artículo 126 bis (Ley N° 20.193, de 2007); (iv) de la regulación del registro electoral en el artículo 18 (Ley N° 20.337, de 2009); (v) de la constitución de asociaciones de municipalidades en el artículo 118 (Ley N° 20.346, de 2009); (vi) de la regulación de la elección directa de los Consejeros Regionales en el artículo 113 (Ley N° 20.390, de 2009); (vii) de la enumeración de funcionarios que deberán declarar sus intereses y patrimonio en el artículo 8 inciso 3° (Ley N° 20.414, de 2010); y (viii) de la regulación de las elecciones primarias en el artículo 19, N° 15 (Ley 20.414, de 2010) (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 398 y 399). 51 políticos a fin de evitar turbulencias institucionales futuras. En las actas que contienen la discusión de los comisionados, no es posible encontrar fuertes contradicciones argumentativas sobre las leyes supramayoritarias por la falta de pluralismo ideológico de sus miembros. La verdadera lucha de los comisionados era contra las situaciones que habían motivado el golpe de estado. En razón de lo anterior, respecto de la tipología normativa de la nueva constitución no existe constancia de mayores desacuerdos respecto a la inclusión de leyes supramayoritarias. Ahora bien, se ha sostenido que durante la discusión de la nueva constitución en el seno de la Comisión, existió una desconfianza hacia las mayorías70. La cual, habría llevado a asumir que la voluntad era cambiante y voluble. Esta desconfianza al juego de la democracia, según Sierra, se manifestó al establecer mecanismos destinados a contrarrestar la voluntad de la mayoría. En base a esta razón, habría surgido: (i) la revisión judicial, dada por el control de constitucionalidad del proyecto aprobado y el respectivo recurso de inaplicabilidad; y (ii) un concepto de democracia protegida (artículo 8 de la CPR) (Sierra I. & Mac Clure, 2001, págs. 21, 22 y 23). A juicio del autor, a través de estos mecanismos la CPR estableció un sistema sospechoso de la mayoría y receloso de los desvaríos del sufragio universal. Sierra parece estar en lo cierto respecto de la visión que se tenía en la Comisión Constituyente; sin embargo, omite algunos elementos relevantes para explicar su tesis ya que: (i) no explicita las circunstancias político-históricas presentes en ese momento en Chile (arriba tratadas); (ii) no ahonda en la justificación que se tenía para desconfiar de las mayorías simples en los temas fundamentales; y (iii) no observa el sistema constitucional francés que habría sido considerado por el constituyente, en el que existe un control de constitucionalidad previo y obligatorio de la ley orgánica. Luego, resulta importante considerar que la democracia y la institucionalidad chilena habían sido arrasadas por las circunstancias políticas de la época, por lo que se estimó necesario adoptar todos los refuerzos institucionales para asegurar que el retorno a ella fuese sustentable a través de un “proceso Desconfianza que se materializó no sólo en los quórums de aprobación de leyes, sino también en “(…) tratar de regular todo lo que fuera posible en la propia Constitución, de constitucionalizar lo máximo posible el sistema jurídico. Esto, para darle fijeza, estabilidad, ante el cambiante vaivén de la mayoría. Pero luego, la Comisión Ortúzar se dio cuenta que en la Constitución no podía regularse todo. Entonces surgieron las LOC (…)” (Sierra I. & Mac Clure, 2001, pág. 23). 70 52 controlado” desde la institucionalidad. Para lo anterior, se crearon entre otras instituciones, las leyes supramayoritarias. Con lo dicho, no se pretende sostener que existan razones que permitan justificar el que Augusto Pinochet se haya mantenido por alrededor de diecisiete años en el gobierno. Precisamente, creemos que no existen tales razones, pero nos parece que la CPR es el resultado de un combate contra el pasado político-institucional del país. Ahora bien ¿qué se consideró en la Comisión? Desde los inicios de sus trabajos constituyentes, los comisionados se manifestaban favorablemente a la idea de establecer un sistema normativo con quórums reforzados para ciertas materias. En este sentido, el comisionado Diez Urzúa, durante la sesión N°9, celebrada en octubre de 1973, argumentó la necesidad de crear normas que se ubicaran entre la constitución y la ley, cuyo objetivo fuera el desarrollo directo del texto constitucional71. Además, a las distintas sesiones fueron invitados profesores de Derecho Constitucional de destacada trayectoria y bastante afines al régimen, quienes hicieron presente sus puntos de vista respecto del sistema normativo que la CPR debía incluir. En este sentido, para efectos del resultado, destacó la exposición de Guzmán Dinator, quien en la sesión N° 22, celebrada en marzo de 1974, resaltó la necesidad de establecer una clasificación legal basada en la CF que complementara la constitución con mayor jerarquía que la de una ley simple, por lo que debían tener un quórum de aprobación superior a ésta72. Fueron ésta y otras exposiciones, las que dieron fuerza a la idea de establecer quórums especiales de ley a ciertas materias73. En sus términos, sostuvo que “(…) la nueva Constitución Política debe contener las normas básicas en que se debe sustentar nuestro régimen institucional, dejando entregada a la ley complementaria -de carácter intermedio entre la Carta Fundamental y la ley ordinaria- el desarrollo de las materias que harán posible la aplicación de las disposiciones propiamente constitucionales. Estas tendrán relación, por ejemplo, con los principios básicos del sistema económico, de los medios de información y comunicación, de la formación de la ley, y con el de aprobación y aplicación de los tratados” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1973). 72 En su discurso sostuvo que la “(…) clasificación de la norma legal, tomando como referencia la Constitución de De Gaulle del año 1958, en la que se llama leyes orgánicas a las que el profesor llamaría más bien leyes constitucionales. Como consecuencia, la ley complementaria de la Constitución, fuente de derecho constitucional, no debería estar al mismo nivel de la ley ordinaria, sino que debería hacerse una clasificación de las normas jurídicas de acuerdo con su importancia y jerarquía real”; y agregó que “(…) ciertas materias debieran ser desarrolladas en leyes complementarias de un carácter jurídico superior al de las leyes ordinarias o comunes. Como es natural, esto significaría que tal clase de leyes debería ser tramitada de una manera especial, y aprobada o derogada con un quórum también especial” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1974). 73 Destaca en el ámbito material, la exposición del profesor Gustavo Cuevas, en la Sesión N°26 celebrada en de marzo de 1974, en la que sostuvo que la ley debía quedar reservada para aquellas materias o cuestiones fundamentales y, para cumplir con tal objetivo, estimó necesaria la existencia de mecanismos que fueren lo suficientemente robustos (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1974). 71 53 No obstante lo expuesto, el debate sobre la tipología normativa que debía incluir la nueva Constitución, se ventiló en sesión N°357, celebrada en abril de 1978. En ella, el comisionado Bertelsen Repetto habría propuesto la creación de leyes con quórum especiales, para lo cual habría resaltado la necesidad de complemento de la Constitución a través de nomas, que debían –tal como en el sistema constitucional francés- tener una jerarquía intermedia entre la ley y la constitución y estar sujetas a control de constitucionalidad por parte de un tribunal74. Este es el planteamiento de fondo se materializó en la CPR y que, en gran medida, se mantiene vigente hasta la actualidad. Esta argumentación, como veremos, tendrá importantes consecuencias para la primera jurisprudencia del TCCh respecto de la interpretación que se hará de la LOC75. 2.2.2. ¿La Constitución Francesa de 1958 como antecedente de la Constitución chilena de 1980? Durante el debate constituyente de la CPR se consideró como modelo normativo el contenido en la CF. Por ello, nos detendremos a exponer brevemente los principales elementos del sistema en ella establecidos respecto de la ley orgánica. Lo anterior, nos permitirá una mayor comprensión de algunas instituciones presentes en la CPR. En el sistema normativo francés la ley tiene que cumplir con requisitos de generalidad y abstracción. Desde la Revolución Francesa la ley adquirió una posición superior respecto del resto de las decisiones de gobierno, debido a su origen en la “voluntad general”. De hecho, la Declaración de 1789 proclama que la loi est l´expressión de la volonté générale. Luego, si el pueblo actúa a través de sus representantes o en términos de Sieyés “el pueblo habla, 74 Sobre el punto, autores como Verdugo Ramírez han atribuido al comisionado don Raúl Bertelsen Reppeto la autoría de la inserción de este tipo de normas al ordenamiento chileno, al momento de hacer su intervención sobre el régimen del Congreso Nacional (Verdugo Ramírez, 2009, pág. 604). 75 El comisionado sostuvo su argumentación, en los siguientes términos: “(…) la distinción que aquí se ha hecho entre normas constitucionales y leyes complementarias o leyes constitucionales (…) esta distinción existe en algunas constituciones modernas, como la francesa de 1958, constitución que, aunque latina, es breve. Esta constitución francesa -que en algunos aspectos cree que pudiera tomarse como modelo- es sintética, y hace referencia a varias leyes que acá son leyes orgánicas. Entonces, adopta algunas precauciones para verificar en forma preventiva su constitucionalidad, como es un examen previo por el Consejo Constitucional Francés. Luego, cree que, en estas leyes complementarias, leyes de rango intermedio entre la Constitución y las leyes ordinarias, no sólo habría que fijarse, para lo futuro, en el aspecto quórum con el cual se van a aprobar, sino en otras exigencias que consigan una especial y cuidadosa elaboración, como podría ser la consulta obligatoria al Consejo de Estado sobre el texto de esas leyes y un examen preventivo de la constitucionalidad por el organismo competente” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1978). 54 actúa por sus representantes” el fruto de la actividad de esos representantes en ejercicio de la soberanía popular es la ley. La tipología normativa de la CF distingue entre la ley y la ley orgánica. Esta última, desde una perspectiva histórica ha sido tratada por la doctrina francesa como “(…) una ley así declarada por la Constitución ya conocida durante la III y IV República, la ley orgánica no tenía ningún estatus particular dentro de la jerarquía de normas. Simplemente, una ley denominada ley orgánica quería remarcar su solemnidad en razón de su contenido” (Debbasch, Bourdon, Pontier, & Ricci, 1983, pág. 437). El origen de esta fuente normativa es anterior a la CF, se remonta a la Constitución Francesa de 1948 que en su artículo 115 hacía una expresa referencia a la misma (Le Mire, 1980, pág. 598). Ahora bien, en la Constitución de 1958, la ley orgánica se distingue de la ley ordinaria, porque tiene por finalidad complementar la Constitución. Por ello, es asimilada a una norma con valor constitucional lo que la transforma en parámetro de control de constitucionalidad por parte del CC, al momento de controlar las leyes ordinarias. En el mismo sentido, la jurisprudencia constitucional ha sostenido que la labor del CC, es verificar la conformidad de la ley ordinaria no sólo al texto de la Constitución, sino también con las leyes orgánicas relativas a ese texto de la Constitución (CC 11 de agosto de 1960, tax radiofonic) (Debbasch, Bourdon, Pontier, & Ricci, 1983, pág. 437). A partir de estos elementos podemos empezar a comprender algunas cuestiones que son parte de la CPR, a saber: (i) el intento de constituyente chileno de establecer normas con un valor normativo cercano al de las normas constitucionales, y (ii) el establecimiento de un control previo y obligatorio de este tipo de normas por parte de un tribunal especializado. Luego, la ley orgánica en Francia tiene un régimen jurídico particular con un procedimiento y quórum especial de aprobación. De conformidad con el artículo 46 de la CF, que la consagra, se debe distinguir entre su ámbito formal y material76. En primer término, “Las leyes a las cuales la Constitución confiere el carácter de orgánicas serán votadas y modificadas en las siguientes condiciones./ El proyecto o la proposición no podrá, en primera lectura, ser sometido a la deliberación y la votación de las Cámaras, sino después del vencimiento de los plazos fijados en el tercer párrafo del artículo 42. Sin embargo, si el procedimiento acelerado ha sido iniciado en las condiciones previstas por el artículo 45, el proyecto o la proposición no podrá ser sometido a la deliberación de la primera Cámara que lo haya recibido, sino después de quince días de su presentación./ Se aplicará el procedimiento del artículo 45. No obstante, si no hubiere acuerdo entre ambas Cámaras, el texto no podrá ser aprobado por la Asamblea Nacional en última lectura sino por mayoría absoluta de sus miembros./ Las leyes orgánicas relativas al Senado deberán ser votadas en los mismos términos por ambas Cámaras./ Las leyes orgánicas no podrán ser promulgadas sino después de declarada por el Consejo Constitucional su conformidad con la Constitución”. 76 55 respecto del ámbito formal de la ley orgánica, destacan los siguientes elementos: (i) sólo pueden ser votadas luego de quince días contados desde su depósito, lo que implica un período mínimo de reflexión para su aprobación; (ii) requieren para su aprobación, modificación o derogación del voto conforme de la mayoría absoluta de los miembros de la Asamblea. Pero, cuando se refieren a materias relativas al Senado, la ley orgánica debe ser aprobada por éste, de tal manera que la Asamblea no tiene la última palabra; y (iii) requieren de un control de constitucionalidad preventivo y obligatorio por parte del CC, el cual debe pronunciarse dentro del plazo de un mes (artículo 61 de la CF)77. El objetivo de este control es determinar que la regulación contenida en la ley orgánica controlada es conforme a la CF. No obstante lo anterior, la doctrina ha apuntado dos casos de excepción respecto del control previo de constitucionalidad, a saber: primero, cuando la ley orgánica proviene de un referéndum (como lo fue el caso del referéndum para la elección del Presidente, realizado con fecha 6 de noviembre de 1962); y, en segundo lugar, como ocurrió históricamente el 8 de abril de 1962, cuando en virtud de un referéndum se le confirieron poderes al General De Gaulle para emitir una ordenanza que pusiera fin al mandato parlamentario de los miembros de la Asamblea y del Senado elegidos por el departamento de Argelia. La referida ordenanza, que correspondía a una materia reservada a la ley orgánica no fue objeto de control por parte del CC (artículo 25 de la CF) (Debbasch, Bourdon, Pontier, & Ricci, 1983, págs. 439-440). Por su parte, el criterio material de la ley orgánica se desprende del citado artículo 46, cuando dispone: “[l]as leyes a las cuales la Constitución confiere el carácter de orgánicas”. Sobre este elemento, la doctrina ha sostenido que la ley orgánica se caracteriza por la existencia de un ámbito material que le es reservado y asignado por la CF (Le Mire, 1980, pág. 601)78. El inciso primero del artículo 61 de la CF establece que “[l]as leyes orgánicas, antes de su promulgación, las proposiciones de ley mencionadas en el artículo 11 antes de que sean sometidas a referéndum, y los reglamentos de las Cámaras parlamentarias, antes de su aplicación, deberán ser sometidos al Consejo Constitucional, el cual se pronunciará sobre su conformidad con la Constitución”. 78 En este sentido, entre las materias de regulación reservada a ley orgánica encontramos: (i) las modalidades de elección del Jefe de Estado (artículo 6); (ii) los cargos y funciones de los empleados del Consejo de Ministros (artículo 13); (iii) sustitución de los parlamentarios, las funciones y empleos incompatibles con el ejercicio de las funciones de gobierno (artículo 23); (iv) la duración de los poderes de cada cámara, el número de sus miembros, su retribución, las condiciones de elegibilidad y los regímenes de inelegibilidad e incompatibilidad (artículo 25); (v) la delegación del voto de los miembros del Parlamento (artículo 27); (vi) las precisiones y complementos de las materias de ley (artículo 34); (vii) las condiciones de voto de la ley de presupuestos (artículo 47); (viii) la regulación de las incompatibilidades de las funciones de los miembros del CC (artículo 57); (ix) las reglas de organización y funcionamiento del CC (artículo 63); (x) el estatuto de los magistrados 77 56 El CC ha sostenido que no es constitucional una disposición que entrega a los reglamentos de las Asambleas la regulación de una materia que ha sido reservada a la ley orgánica (Régime des inélegibilités et incompatibilités parlamentaires, 1972). Luego, más importantes para estos efectos, resultan las decisiones en las que el CC se ha pronunciado respecto de la relación entre la ley orgánica y la ley ordinaria. En ellas, ha hecho aplicación del principio de jerarquía afirmando que la ley orgánica tiene una superioridad jerárquica dentro del sistema de fuentes respecto de la ley ordinaria. En este sentido, el CC ha impuesto al legislador el respeto de las leyes orgánicas aun cuando ninguna disposición lo autorice expresamente. En igual sentido, la jurisprudencia del CC de fecha 16 de julio de 1971, estableció en la decisión que una ley ordinaria que no es conforme de la ley orgánica, no es respetuosa a la norma constitucional que prevé la reserva de ley orgánica para una determinada materia y, por lo tanto, es inconstitucional (Loi complétant les dispositions des articles 5 et 7 de la loi du 1er juillet 1901 relative au contrat d'association, 1971). De aquí que se afirme la existencia de un bloque de constitucionalidad, integrado no sólo por la CF sino también, entre otras fuentes, por la ley orgánica. Por último -en atención al objeto de este trabajo- es del caso destacar que el procedimiento agravado (especialmente respecto del quórum), el ámbito material reservado y la consideración de una jerarquía superior a la ley e inferior a la Constitución, son elementos que tomó en cuenta e introdujo, con matices, el constituyente chileno de 1980. (artículo 64); (xi) la regulación de la aplicación de las normas relativas al Consejo Superior de la Magistratura (artículo 65); (xii) la composición, funcionamiento y reglas de procedimiento de la Alta Corte de Justicia (artículo 67); (xiii) la composición y funcionamiento del Consejo Económico, Social y Medioambiental (artículo 71); (xiv) la regulación y funcionamiento del Defensor de los Derechos (artículo 71-1); (xv) la regulación de los entidades territoriales (artículos 72, 72-1, 72-1,72-4, 73 y 74); y (xvi) ejercicio del derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones municipales a los ciudadanos de la Unión Europea residentes en Francia (artículo 88-3). 57 2.2.3. Tipología legal establecida en la Constitución Política de la República de Chile de 1980 2.2.3.1. Tipología legal: Parte general La CPR estableció un nuevo sistema sin precedentes en los Reglamentos Constitucionales de 1812 y 1814, como tampoco en las Constituciones de 1818, 1822, 1823, 1828, 1833 y 1925, ninguna de las cuales contemplaba normas de quórum reforzado (Sierra I. & Mac Clure, 2001, pág. 18) 79. Este nuevo modelo impone a la ley el deber de regular las materias estableciendo normas de carácter general y obligatorio que estatuyan las bases esenciales de un ordenamiento jurídico (artículo 63 Nº 20 de la CPR). Bajo esta nueva perspectiva, se modificaron los tipos de leyes rompiéndose la idea unitaria de ley que existía en Chile. Con ello, se pasó a una pluralidad de tipos legales, formado por: leyes interpretativas de la constitución, leyes orgánicas constitucionales, leyes de quórum calificado y leyes ordinarias. Para lo anterior, el constituyente agrupó un conjunto de materias que deben ser objeto de regulación legal, para luego diversificarla, en base a un criterio de importancia relativa. Además, estableció un procedimiento para la aprobación, modificación y derogación más agravado según la valoración que hizo de las materias (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 127). La finalidad del establecimiento de un sistema de esta naturaleza, habría apuntado a resolver dos problemas que tenía el constituyente: (i) evitar que la Constitución estuviese demasiado recargada en la regulación de materias y contenidos de detalle, aunque fuesen de una importancia político-institucional innegable; y (ii) establecer un sistema en que las materias fueran desarrolladas por normas infraconstitucionales, pero con diferenciación en cuanto a los procedimientos para su elaboración y aprobación. De tal manera que, fueran distintos a los que se sujeta una ley simple u ordinaria, por la importancia material que poseen (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 128). La nueva lógica impuesta por la CPR se vincula a la idea de “reserva de ley” o “principio de reserva de ley” el cual, tradicionalmente, ha sido concebido como una garantía normativa cuya finalidad es resguardar los límites en torno a materias cruciales, tales como la libertad y propiedad, o también expresadas a través de la cláusula del libre desarrollo de la 79 Para mayor detalle, véase Anexo I. 58 personalidad, las que sólo pueden ser objeto de regulación mediante una ley (Cazor & Guillof, 2011, pág. 479). Así, uno de sus efectos es limitar las posibilidades de expedición de normativa reglamentaria por parte de los órganos ejecutivos, por lo que aparece como una garantía que juega en favor del legislador democrático y, por lo tanto, de los ciudadanos. Sobre el tema, cabe hacer presente algunos pasajes del debate en la comisión que elaboró la CPR: en primer término, la intervención del comisionado Ortúzar Escobar quien en la sesión N°355, celebrada en abril de 1978, argumentó que durante muchos años el legislador penetró abusivamente en el campo de la potestad reglamentaria, lo que refuerza la necesidad de incluir la reserva de ley en la nueva Constitución (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1978, pág. 2.279); y, en segundo lugar, el planteamiento del comisionado Bertelsen Repetto quien resaltó el paso de la CPR de un sistema basado en el dominio legal mínimo hacia el dominio legal máximo, de tal manera que queda a la potestad reglamentaria lo que no le ha de corresponder al legislador80. Existió una mayor desconfianza del constituyente hacia la figura ejecutiva que a la legislativa, en razón del ámbito material que se reservó. El objetivo era que las fuentes normativas (ley-reglamento) no fueran un campo en el que se pudieren producir enfrentamientos entre los poderes del Estado, por ello su necesidad de deslinde. Ahora bien, desde una perspectiva doctrinaria la idea de reserva exige al legislador enmarcar la actuación de los órganos administrativos delimitando, de manera previa, la competencia de dichos órganos y las bases del procedimiento que han de seguir para ejercerlas. En lo demás, sólo se le debe dejar aquello que les ha habilitado el poder constituyente, a fin de ejecutar lo establecido en las leyes realizando su complemento en lo En concreto sostuvo “(…) que habría que referirse a la potestad reglamentaria, donde debe figurar una innovación tan importante como lo es el cambio en la distribución de las materias propias de ley y de reglamento. Añade que en la constitución chilena, como en la mayor parte de las Constituciones, se ha seguido el sistema del llamado "dominio mínimo legal", conforme al cual se enumeran una serie de materias que necesariamente deben ser reguladas por ley. Dice que en el resto de las materias es posible tanto la intervención de la ley como de la potestad reglamentaria, campo concurrente donde prevalece, por cierto, la disposición de mayor jerarquía, que es ley. Estima que con ello el campo de actividad del Poder Legislativo llega hasta donde lo desean los legisladores ya que se puede producir una verdadera "elefantiasis" legislativa cuando por vía legislativa se regule todo, sistema que en su juicio debe cambiar, como sucedió en Francia, y establecerse que el dominio legislativo es máximo y no mínimo, debiendo ser objeto de ley sólo aquellas materias que figuren en una lista taxativa o cerrada. Dice que el resto caería dentro del campo de la potestad reglamentaria, la cual sale fortalecida al limitarse la actividad legislativa únicamente a las materias que, por su importancia para el país y por su carácter general, deban resolverse con acuerdo del Congreso” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1978, pág. 2278). 80 59 que resulte pertinente dentro de las bases materiales contenidas en ellas (Cea Egaña, 1998, pág. 71). Luego, el diseño constitucional trazado por el constituyente en la CPR, ha trazado una prohibición (no hacer imperativo) cuyo destinatario es doble: por una parte, en relación a la ley exige una actitud abstencionista del legislador respecto a la regulación de materias no previstas en la norma que efectúa la reserva; y por otra, en relación a las demás normas jurídicas, esto es, aquellas que son diversas de la ley e inferiores a ésta en jerarquía, exige que los órganos respectivos no se ocupen de materias que han sido reservadas a aquella. Para Cea Egaña el sistema constitucional de la CPR asegura la reserva de la regulación de ciertas materias al dominio de la ley, en sentido sustantivo. Para ello, exige una habilitación previa y expresa de la CPR o de la ley, en su caso, pero nunca de otra clase de precepto jurídico. Por lo tanto, sólo cuando exista la fuente habilitante los órganos públicos subordinados pueden obrar válidamente al llevar a la práctica su ejercicio. Entonces, la reserva exige una actuación previa del legislador dentro de los parámetros constitucionales, para que luego sea ejercida válidamente la potestad reglamentaria (Cea Egaña, 1984)81. Por último, la doctrina mayoritaria en Chile ha sostenido que la reserva de ley no puede ser entendida en ningún caso en términos absolutos, pues admite distintos niveles de intensidad (reserva absoluta o relativa) para generar una distribución normativa entre la ley y el ejercicio de la potestad reglamentaria. Este criterio también ha sido recogido en la jurisprudencia del TCCh82. Para Cea Egaña “[l]a reserva consiste, por ende, en que el legislador intervenga con antelación al órgano encargado de ejecutar su obra; como asimismo, que lo haga con respecto a las materias que, por su importancia, el Poder Constituyente ha incluido en el catálogo respectivo; y, por último, que desempeñe el mandato constitucional formulando principios y normas expresas, caracterizados por la claridad y densidad sustantiva, suficientes como para cumplir las exigencias de la certeza o seguridad jurídica, encuadrando o demarcando, ojalá de modo inequívoco, la intervención que cabe desempeñar a la potestad reglamentaria” (Cea Egaña, 1984, págs. 68-69). 82 Vgr. El criterio de la flexibilidad en el tratamiento de la legalidad lo encontramos representado en tres sentencias del TCCh: (i) en materia tributaria, STCCh N°183, pronunciada con fecha 17 de mayo de 1994 (considerandos segundo y tercero); (ii) a propósito de la regulación de los planos reguladores, STCCh N°253, pronunciada con fecha 15 de abril de 1997 (considerandos séptimo y noveno); y (iii) a propósito del tratamiento de la ley de la ley de presupuestos, STCCh N°254, pronunciada con fecha 22 de abril de 1997 (considerandos décimo octavo y décimo noveno), disponibles en www.tribunalconstitucional.cl y consultadas con fecha 6 de junio de 2014. 81 60 2.2.3.2. Tipología legal: Parte especial En este apartado analizaremos las principales fuentes normativas de carácter legal establecidas en la CPR. La tipología legal contenida en la CPR, distingue entre: 2.2.3.2.1. Leyes interpretativas de la Constitución Este tipo de normas tienen su origen en el sistema constitucional de 1928, y alcanzan mayor importancia en las cartas fundamentales de 1833 y 1925. Sin embargo, la regulación a nivel constitucional sólo aparece en la CPR (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 128) 83. Por lo que, a su respecto no es posible sostener un carácter sui generis en el sistema chileno, pese a su curiosa función. La STCCh Rol N°12, de fecha 16 de julio de 1982, definió las LIC como “aquellas que tienen por objeto aclarar o determinar el sentido dudoso, oscuro o controvertido de un precepto constitucional” (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley que interpreta la garantía constitucional sobre derecho de propiedad en relación con reajustabilidad de pensiones, 1982). Por su parte, Silva Bascuñan ha sostenido que las LIC “(…) han de representar, en efecto, una forma de precisar o esclarecer el alcance de un determinado precepto de la carta” (Silva Bascuñan, 2000, pág. 41). Los rasgos característicos de este tipo de leyes son: (i) su objetivo único es darle un sentido y alcance determinado a un precepto constitucional específico; (ii) deben ser aprobadas, modificadas o derogadas por las tres quintas partes de los diputados y senadores en ejercicio (inciso segundo del artículo 66 CPR)84; y (iii) requieren para entrar en vigor de un control obligatorio y preventivo de constitucionalidad por parte del TC (artículo 93 N°1 de la CPR). El problemático contenido de la LIC puede ser planteado bajo la consideración de Zúñiga Urbina, para quien este tipo de leyes están insertas en un sistema de fuentes (legislación) que las sitúa subordinadas a la Constitución, pero al mismo tiempo actúan fijando el alcance de la voluntad del constituyente al interpretar un precepto constitucional 83 Para un análisis comparativo entre la LIC y el ejercicio de la potestad de reforma de la CPR véase Anexo III. Dado su alto quórum de aprobación y el control previo de constitucionalidad por parte del TC, se puede sostener que son casi tanto o más exigentes que una reforma constitucional, por ello no son de uso común. 84 61 (Zúñiga Urbina, 2009, pág. 274). La curiosidad de esta fuente normativa reside en que toda ley es, de alguna manera, una forma de desarrollo de la constitución. Por lo que afirmar que una determinada ley tiene sólo por objeto determinar el específico alcance de una disposición constitucional, puede llevar a una compresión errada, conforme a la cual las demás leyes no serían de desarrollo de la CPR. Desde la doctrina, se habla de este tipo de leyes como una forma de específica de interpretación de la Constitución, denominada “auténtica”85 (a diferencia de la interpretación usual86 y doctrinal87) (Zúñiga Urbina, 2009, pág. 268). La interpretación por la vía legal resultaría ser excepcional frente a las demás formas posibles, empleándose sólo para rectificar discretamente la mala redacción de una ley, poner coto a una interpretación equivocada o indeseable de los tribunales o simplemente estrechar el ámbito de libertad dejado al intérprete, y que se ha develado excesivo o peligroso (Ducci Claro, 2006, págs. 3943). La solución es curiosa, pues si existe una ley que ha sido mal redactada o se produce una interpretación que a juicio del legislador es errada, lo correcto es modificar lo errado o agregar en la norma constitucional el elemento que evite una incorrecta interpretación. En ningún caso es deseable para un sistema normativo, que busca ser interpretado de manera integral, la existencia de normas constitucionales con manifiestos errores. En relación a los efectos de las LIC, como en alguna medida hemos sostenido, se produce una especie de integración entre la norma constitucional interpretada y la ley interpretativa. Esto implica que “(…) debe entenderse que dicha disposición siempre ha tenido el sentido y alcance que le fije esta ley, con toda la fuerza y vinculación que irradia una norma constitucional”. Luego, si bien corresponden a un tipo de ley establecido en la CPR, respecto de sus efectos se altera su relación con fuentes legales, pues “(…) su contenido proyecta las consecuencias propias de una norma constitucional, esto es, supremacía o, derechamente, jerarquía” (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 129). La LIC ha de ser entendida como un complemento natural e indispensable para el entendimiento de una norma 85 Para Nogueira Alcalá se entienden incluidas bajo el concepto de interpretación auténtica: las leyes de reforma constitucional del constituyente derivado, la leyes interpretativas de la Constitución y las sentencias del TCCh (Nogueira Alcalá, 2006, pág. 81 y 82). 86 Entendida como aquella que realizan los tribunales y que es resguardada por un tribunal supremo. En el caso de la constitución, esta sería realizada por el Tribunal Constitucional respectivo. 87 Corresponde a aquella que realizan los juristas en sus estudios y trabajos de investigación sobre el ordenamiento jurídico positivo. 62 constitucional, ya que determina su específico alcance; por ello, estas normas poseen efectos retroactivos al entenderse que siempre fueron parte de la norma constitucional interpretada, lo que eventualmente puede traer problemas aparejados, como por ejemplo, una afectación a los derechos adquiridos por un particular. Dado que las materias sobre las que puede versar una LIC no se encuentran establecidas expresamente en un listado en la CPR, resulta fundamental la interpretación que ha realizado el TCCh de sus límites. En todo caso, el referido límite estará dado por la materia de la norma a interpretar y la asignación de un contenido específico no afecte ese núcleo establecido en la norma interpretada. Lo anterior es una operación compleja, especialmente, si se considera que las normas y principios constitucionales tienen un contenido amplio y dinámico, lo que hace dificultosa su concreción88. Así, la estabilidad que es un aspecto que forma parte de la certeza jurídica, deja de ser una característica de los actuales sistemas jurídicos. El déficit de certeza que de ello deriva no es posible de ser remediado con una teoría de la interpretación más adecuada (Zagrebelsky, 2003, pág. 146). Bajo el carácter abierto de la norma constitucional siempre han de existir problemas para su concreción, ya que establecer un determinado sentido a una disposición fundamental implica preterir otras concreciones posibles de la norma de antemano. La jurisprudencia del TCCh sobre la materia, en la STCCh Rol N°158, de fecha 22 de octubre de 1992, estableció que la LIC no pueden agregar nuevos elementos a las disposiciones de la CPR, sino que sólo deben aportar claridad y precisión89. En términos de Zagrebelsky “(…) si se tienen en cuenta algunos hechos -que hoy los principios que contienen valores de justicia se han convertido en derecho positivo integrado en la Constitución; que, por consiguiente, la apelación a la justicia, junto o frente a las reglas jurídicas, ya no puede verse como un gesto subversivo y destructor del derecho (a diferencia de lo que sucedía en la época del positivismo jurídico), sino que es algo previsto y admitido; que tales principios consisten fundamentalmente en nociones de “contenido variable” y por tanto cumplen una función esencialmente dinámica- se comprenderá entonces que se ha introducido en el ordenamiento una fuerza permanente orientada al cambio” (Zagrebelsky, 2003, pág. 146). En el mismo sentido, para Ehmke, “(…) el carácter abierto de la norma constitucional cuyo significado se va definiendo en función de la aplicación de la norma al caso concreto (…)” (Ehmke, 1963, pág. 71). 89 En su considerando sexto de la sentencia se estableció que: “[n]o corresponde, por medio de una ley interpretativa de una norma constitucional agregar nuevos elementos a lo que ésta indica e introducir conceptos que no han sido siquiera insinuados por la Carta fundamental. Ello implicaría una modificación de la disposición constitucional. Por medio de una ley interpretativa sólo cabe proporcionar claridad o precisión a la redacción de una norma constitucional, cuando su propio texto sea susceptible de originar confusión o desentendimiento, para asegurar con esa interpretación su correcta, uniforme y armónica y general aplicación” (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley que Establece la Fecha de la Primera Elección de los Miembros de los Consejos Regionales, 1992). 88 63 Finalmente, cabe hacer presente que dado su procedimiento y las complejidades sustantivas que supone recurrir a este tipo de fuente han sido escasamente utilizadas por el legislador democrático, pues las exigencias formales la asimilan a una reforma constitucional90. 2.2.3.2.2. Leyes orgánicas constitucionales Bulnes las define como “aquella norma que, estando prevista como tal en la Constitución Política, para la aprobación de ciertas materias, necesita, para ser aprobada, modificada o derogada del quorum de tres quintos (hoy, cuatro séptimos) de los Diputados y Senadores en ejercicio, o de la unanimidad de la honorable Junta de Gobierno, en el período de transición; que no procede a su respecto, la delegación de facultades legislativas en el Presidente de la República y que es obligatorio su control previo de constitucionalidad por el Tribunal Constitucional, antes de su promulgación” (Bulnes, 1984, pág. 229). En un concepto más amplio, también han sido conceptualizadas como “normas complementarias de la Constitución relativas a ciertas materias expresamente previstas en el texto constitucional” (Biblioteca del Congreso Nacional, 2014). Respecto del quórum de aprobación de la LOC cabe hacer presente que, en su origen era el mismo de las LQC, esto es, mayoría absoluta de los diputados y senadores en ejercicio. Luego, al momento de la entrada en vigencia de la CPR, su quórum de aprobación era el de las tres quintas partes de los diputados y senadores en ejercicio. Sobre la cuestión, como sostiene Sierra “[n]o se ha encontrado en las Actas de la Comisión Ortúzar explicación alguna de este cambio, ya que el quórum de 3/5 para las LOC fue aprobado en la sesión 389 de junio de ese mismo año 1978” (Sierra I. & Mac Clure, 2001, pág. 25). Luego, el quórum habría sido cambiado por el denominado grupo de trabajo del Edificio Diego Portales (Sierra I. & Mac Clure, 2001, pág. 29). Ante la falta de documentación que nos permita explicar el cambio, creemos que el aumento de quórum se hizo para generar más control y hacer menos probable la posibilidad de cambios futuros en las materias objeto de reserva de LOC. Luego, 90 Sólo por señalar algunas de las escasas LIC: (i) Ley N°18.152, publicada en el DO con fecha 2 de agosto de 1982, que interpreta el derecho de propiedad sobre reajustabilidad de las pensiones; (ii) Ley N°19.799, publicada en el DO con fecha 26 de mayo de 1989, que interpretó las disposiciones vigésima primera y vigésima novena transitorias de la CPR sobre residencia de los candidatos a parlamentarios; y (iii) Ley N° 19.174, publicada en el DO con fecha 12 de noviembre de 1992, que interpretó la disposición vigésimo tercera transitoria sobre elección de Consejeros Regionales. 64 este quórum fue modificado por el de cuatro séptimo, a través de la Ley N°18.825 publicada en el DO con fecha 17 de agosto de 1989. Las principales características de este tipo de normas, pueden ser extractadas bajo los siguientes enunciados: (i) son de jerarquía legal; (ii) regulan sólo aquellas materias específicas determinadas por el constituyente91; (iii) sólo el constituyente puede ordenar la creación de una LOC, y cuando existe dicha orden, esta resulta ser un mandato dirigido al legislador, quien tiene el deber de legislar; (iv) están sujetas a control preventivo y obligatorio (o forzoso) de constitucionalidad por parte del TCCh (artículo 93 N°1 de la CPR); (v) el Congreso no puede autorizar al Presidente de la República a dictar decretos con fuerza de ley en materias de LOC (inciso segundo del artículo 64 de la CPR) y (vi) para aprobarlas, modificarlas o derogarlas se requiere de cuatro séptimas partes de los diputados y senadores en ejercicio (inciso segundo del artículo 66 de la CPR) (Verdugo Ramírez, 2009). Luego, respecto del ámbito reservado a la LOC, surge la pregunta ¿cuáles son las razones que justifican estas reservas? En primer término, es necesario tener presente que para el comisionado Guzmán Errázuriz los quórums reforzados dentro de sistema normativo se justificaban bajo la lógica de que “la exigencia aumenta a medida que se acentúa la importancia de las normas respectivas” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1978). Incluso quienes son críticos de la existencia de las LOC, han reconocido esta razón; así, por ejemplo, Ríos Alvarez sostiene que “(…) regulan importantes instituciones jurídico políticas” (Ríos Alvarez, 1983, pág. 40) y, por su parte, Muñoz León quien también argumenta que el criterio utilizado es el de la relevancia material (Muñoz León, 2006, págs. 123-126). 91 De acuerdo a la CPR las materias que han de ser reguladas por medio de LOC, son las siguientes: (i) organización y funcionamiento sistema electoral (artículos 18, 47, 49 y décimo tercera transitoria); (ii) estatuto de los partidos políticos (artículo 19 N°15); (iii) sistema educacional (artículo 19 N°11); (iv) concesiones mineras (artículo 19 N°24); (v) organización básica de la administración pública (artículo 38); (vi) regulación de los estados de excepción (artículo 39); (vii) Congreso Nacional (artículos 52, 74 y 128); (viii) organización y atribuciones de los tribunales de justicia (artículo 77); (ix) Ministerio Público (artículo 84); (x) organización y funcionamiento del Tribunal Constitucional (artículo 92 inciso final); (xi) organización y funcionamiento del Tribunal Calificador de elecciones (artículo 95 inciso final); (xii) organización, funcionamiento y atribuciones de la Contraloría General de la República (artículos 98 y 99); (xiii) carrera profesional, previsión mando y presupuesto de las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile (artículo 105); (xiv) composición, organización, funciones y atribuciones del Banco Central (artículo 108); (xv) Gobierno y administración regional (artículos 110, 112, 113, 114 y 125); (xvi) municipalidades (artículos 118, 119, 120, 121, 122 y 125); (xvii) territorio especial de Isla de Pascua (artículo 126 bis); y (xviii) territorio especial del Archipiélago de Juan Fernández (artículo 126 bis). 65 No obstante las escasas razones que aparecen en la historia de la CPR para la determinación de las materias objeto de reserva de LOC, podríamos establecer algunos criterios que subyacen a ellas: (i) como criterio general, dicen relación con la estructura y funcionamiento de las principales instituciones del Estado; (ii) regulan a instituciones que por sus atribuciones suelen estar en tensión con las facultades del Presidente de la República y el Congreso, y que, sin embargo, tienen poca influencia en el diseño regulatorio de estructuras (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 418). Así, por ejemplo, la Contraloría General de la República, el poder judicial y el TCCh. Además, se ha argumentado que esto beneficia la separación de poderes y su efectiva posibilidad de actuar como contrapesos recíprocos (Cea Egaña, 1988, pág. 272); (iii) protegen la democracia, evitando que quede entregada a una mayoría que puede ser esporádica. Luego, en el caso del sistema electoral se persigue que “(…) entregue ciertas garantías democráticas a los actores políticos relevantes” (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 422); (iv) dicen relación con la independencia y autonomía de ciertos órganos (Banco Central y Ministerio Público); y (v) buscan no entregar la regulación al mismo órgano que va a ejercer la competencia sin resguardos adicionales, como ocurre respecto del Congreso y las normas relativas al proceso legislativo. Ahora bien, en cuanto a la aplicación de la LOC, la interpretación del TCCh ha ido evolucionando. En un primer momento, a principios de los ochenta, la interpretación de estas normas “(…) se movió entre un concepto procedimental y sustancial de ley orgánica”. Otros han calificado la primera actitud del TCCh como de autocontención, en el sentido que no fue capaz de dotarlas de un contenido cierto pese a que tuvo oportunidades para ello (Sierra I. & Mac Clure, 2001, pág. 34). El primer pronunciamiento del TCCh sobre las LOC, se dio en la STCCh Rol N°4, de fecha 26 de noviembre de 1981, en la cual sostuvo que “(…) formalmente tales leyes se caracterizan por versar sobre determinadas materias que la constitución ha señalado de un modo explícito dada la importancia que les atribuye; necesitarán para su aprobación, modificación o derogación de los tres quintos de los diputados y senadores en ejercicio; las materias reservadas a ellas no pueden ser objeto de delegación de facultades legislativas y deben ser sometidas antes de su promulgación al Tribunal Constitucional para su control de constitucionalidad” (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley que modifica el Código de Comercio en materia de letra de cambio y pagarés en relación al nuevo sistema 66 de protesto de estos documentos. Ley N°18.092, 1981). Luego, en la misma sentencia se estableció un criterio conforme al cual corresponde, en cada caso, distinguir esta fuente legal de las otras establecidas en la CPR, lo que implica la determinación de los elementos que forman parte de su contenido imprescindible y sus elementos indispensables, los que son objeto de la reserva y, por lo tanto, tienen rango de LOC92. Con estas razones, el TCCh afianzaba dos cuestiones que serían fundamentales de esta primera época: (i) el análisis de la LOC debe ser casuístico, esto es, frente a cada norma se han de establecer sus razones y justificaciones; y (ii) la LOC actúa como un complemento indispensable de la CPR. Poco tiempo después, en la STCCh N° 7, de fecha 22 de diciembre de 1981, se incorporó otro elemento interpretativo: la necesidad de recurrir al espíritu del constituyente al incluir la materia que debía ser regulada por LOC lo que se reflejaba en su objetivo (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley que deroga el artículo 18 de la Ley N° 16.437, referente a la distribución de los exhortos en la jurisdicción de la Corte de Apelaciones del Departamento Presidente Aguirre Cerda, 1981). Por ello, definió el objetivo de la LOC indicando que les corresponde “(…) desarrollar en un texto armónico y sistemático los preceptos constitucionales en aquellas materias que el constituyente ha reservado a dichas leyes”. Tras esta consideración, encontramos nuevamente la idea de complemento indispensable. Ahora bien, sobre esta primera jurisprudencia del TCCh -a la que podríamos denominar “de aplicación del principio tesis de jerarquía”- destacan algunas ideas fundamentales: (i) la LOC se identificaba con textos armónicos y sistemáticos, lo que deriva de la organicidad del cuerpo normativo; (ii) existe una obligación de extender las materias de LOC a: (a) aquellas que derivan del contexto de la norma constitucional y de una interpretación armónica; y (b) aquellas que constituyen un “complemento indispensable”, a fin de no frustrar el objetivo del constituyente (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 132). Además, en esta etapa jurisprudencial, los autores coinciden en que el criterio que se usó para explicar las relaciones dentro del sistema legal fue el principio de jerarquía. Lo anterior, tiene En los términos del TCCh que corresponde “(…) al intérprete determinar en cada caso su contenido específico diferenciándola, por una parte, de los preceptos constitucionales y sus leyes interpretativas y, por la otra, de la ley común. Esa tarea permitirá establecer tanto dicho contenido imprescindible como sus elementos complementarios indispensables, esto es, aquellos elementos que, lógicamente, deben entenderse incorporados en el rango propio de esa determinada ley orgánica constitucional”. 92 67 su origen en la misma discusión en la Comisión Constituyente cuando en la, ya citada, sesión N°357 el comisionado Bertelsen Repetto sostuvo que “(…) en estas leyes complementarias, leyes de rango intermedio entre la Constitución y las leyes ordinarias”. Esta comprensión, se manifestó también a nivel jurisprudencial en las primeras sentencias en las que “[s]egún la filosofía matriz, puede decirse que esta nueva categoría de leyes está llamada a ocupar un lugar intermedio entre la Constitución y la ley común” (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley que deroga el artículo 18 de la Ley N° 16.437, referente a la distribución de los exhortos en la jurisdicción de la Corte de Apelaciones del Departamento Presidente Aguirre Cerda, 1981). De tal manera que, el objetivo del TCCh fue evitar la extensión terminológica de las fuentes normativas. He aquí la razón de la autocontención, fundada en la necesidad de evitar una ampliación de ámbitos sustantivos que han de ser tratados como una excepción a la ley ordinaria que actúa en el sistema como elemento supletorio. En la siguiente etapa, intermedia si se quiere, la jurisprudencia del TCCh empezó a avanzar hacia la “tesis competencial”. Esta fase estuvo marcada por la apertura de la posibilidad que una LOC podía estar fuera de las normas que se titulaban formalmente leyes orgánicas constitucionales, estando permitido hacer distinciones respecto de los preceptos que se podían calificar como LOC y los que debían ser calificados como ley ordinaria dentro de un mismo cuerpo legal. A este respecto, fueron contundentes los pronunciamientos sobre el Código de Aeronáutica (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley que aprueba Código Aeronáutico, 1989), Código Orgánico de Tribunales (Requerimiento respecto del proyecto de ley que Modifica la Ley N° 18.892, General de Pesca y Acuicultura, 1990) y la Ley Orgánica de Concesiones Mineras (Requerimiento de constitucionalidad formulado por la Junta de Gobierno en virtud del artículo 82 Nº 2 de la Constitución, respecto de determinados artículos del proyecto de ley sobre el nuevo Código de Minería, 1983). En estos casos, los elementos comunes usados por el TCCh fueron la distinción material de las fuentes normativas y la consideración de aplicación restrictiva para la calificación de una LOC respecto de una ley ordinaria, lo que en el primer período no estaba del todo claro. La jurisprudencia sobre la materia siguió evolucionando y adoptó un criterio que rompió con la idea de “(…) texto único, sistemático y unitario que cede frente a lo procedimental” (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 133). Así, se llegó a la aplicación de la 68 “tesis competencial plena”. En este sentido, en la STCCh Rol N°1.145, pronunciada con fecha 17 de marzo de 2009, se estableció que “(…) se trata de determinar si una modificación legal tiene el rango propio de una ley orgánica constitucional, hay que buscar la respuesta atendiendo al ámbito específico que el Constituyente ha reservado a este tipo de leyes, las que, por lo demás, son taxativas” (Requerimiento de inaplicabilidad de la Municipalidad de Arauco respecto del artículo 238 del Código de Procedimiento Civil y acción de inaplicabilidad por inconstitucionalidad del mismo precepto legal, 2009)93. Con esta nueva jurisprudencia, se explicitó que no toda reforma a una norma que lleve el título de LOC será necesariamente una norma de esta naturaleza. Por lo que cabe distinguir entre las disposiciones contenidas en un proyecto de ley, que va a ser objeto de control de constitucionalidad obligatorio. Asimismo, se deja definitivamente de lado el criterio original que recurría al principio de jerarquía de las LOC por sobre la ley ordinaria, pasando a la consideración de que “(…) no constituye una categoría sustancialmente diversa a la ley, en la medida que los elementos que la configuran no tienen por objeto alterar su naturaleza, sino establecer reglas de procedimiento más rigurosas para su elaboración” (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 134). Así, la nueva interpretación procedimental se funda en el principio de competencia. Finalmente, refiriéndose a la calificación de LOC que se realiza durante el trámite legislativo de un proyecto de ley que contiene disposiciones sujetas a reservas de esta naturaleza, Buchheister y Soto, hacen un importante aporte a la doctrina chilena estableciendo los criterios generales para la calificación de una LOC (Buchheister & y Soto, 2005, págs. 261-275). En este sentido, sostienen que los criterios son los siguientes: (i) La sustancialidad, que emanaría del mandato constitucional mismo, es decir, del listado de materias reservadas. La validez de este criterio estaría reflejado en las STCCh, cuando utilizan expresiones, tales como “[e]sto permitirá establecer su contenido imprescindible” 93 Se cita por ser representativa de la jurisprudencia no por ser el primero de la línea. De hecho, sus orígenes puede estar en la STC Rol N° 14, de fecha 14 de octubre de 1982, que con escasos fundamentos estableció que: “las modificaciones que se introducen al Código Orgánico de Tribunales relativas al régimen notarial no quedan comprendidas dentro del marco de la ley orgánica constitucional referente a la organización y atribuciones de los tribunales a que se refiere el artículo 74 de la Constitución y, en cambio, son materias de ley común en virtud de lo prescrito en el artículo 60, N° 3 (hoy 63 N°3), de la Constitución” (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley que modifica disposiciones que indica del Código Orgánico de Tribunales, del Código de Procedimiento Civil y del Código Tributario, 1982). 69 (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley que modifica el Código de Comercio en materia de letra de cambio y pagarés en relación al nuevo sistema de protesto de estos documentos. Ley N°18.092, 1981), confiado “específica y directamente a una ley de esa naturaleza jurídica” por la Constitución. En otros casos, ha denominado a la sustancia de la disposición el “núcleo esencial” (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley orgánica constitucional sobre sistema de inscripciones electorales y Servicio Electoral, 1986) o “el aspecto sustantivo (que es) el determinante para la correspondiente calificación” (Requerimiento de inconstitucionalidad formulado por doce señores Senadores respecto del proyecto de ley que modifica el Decreto con Fuerza de Ley Nº 458, de 1975, Ley General de Urbanismo y Construcciones, 2005). (ii) El criterio interpretativo, permite la exégesis de las disposiciones de la CPR basándose en su contexto para efectos de calificar una determinada norma como orgánica constitucional. Su consecuencia natural, es una ampliación del criterio sustantivo. Sobre el particular el TCCh ha sostenido que “(…) el sentido de una norma de la Constitución no deriva de la simple consideración aislada de un artículo o parte de él, sino del conjunto de prescripciones que se refieren a una misma institución, regla que, por lo demás, constituye una simple aplicación de un principio elemental de hermenéutica” (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley orgánica constitucional de partidos políticos, 1987). (iii) El complemento indispensable, tiene su origen en el debate de la Comisión Ortúzar, donde el comisionado Bertelsen Repetto lo argumentó, en los términos ya expresadas en este trabajo. Nos bastará con recordar que su argumentación apuntó a que la LOC se insertaba en el sistema de fuentes como un complemento indispensable de la norma constitucional. Por lo que, no basta con remitirse a lo que sostuvo el constituyente para definir cuando estamos frente a una LOC, debemos ir “(…) hacia aquellas áreas vecinas que están lógicamente ligadas al aspecto sustancial porque de no estarlo este perdería autonomía en su concreción” (Buchheister & y Soto, 2005, pág. 268). Sobre este criterio, el TCCh ha sostenido reiteradamente que la calificación debe considerar la estructura básica, el contenido substancial de la institución que están llamadas a regular, como también sus elementos 70 complementarios indispensables, esto es, aquellos que lógicamente deben entenderse incorporados en ellas94. (iv) Criterio indirecto, de acuerdo al cual cada vez que un artículo de algún proyecto de ley modifique indirectamente alguna figura establecida en LOC, el precepto debe ser aprobado con el quórum respectivo. La idea que subyace a este criterio, es el aforismo conforme al cual “las cosas se deshacen tal y como se hacen”, por lo que si para aprobar una disposición se requirió de una determinada mayoría para modificarla o derogarla se requiere de la misma. La utilización de este elemento, ha sido común respecto de órganos colegiados que ejercen potestades públicas95. (v) Criterio sistemático, sirve “para dilucidar si al clasificar con rango orgánico constitucional determinados incisos, se debe hacer lo mismo con el resto del artículo” (Buchheister & y Soto, 2005, pág. 273). Luego, se pueden declarar con rango de LOC sólo determinados incisos dentro de un artículo, lo que implica que sólo respecto de ellos son exigibles los quórum supramayoritarios, para luego ser objeto de control de constitucionalidad. Este criterio se aplica cuando se produce una conexión sistemática y orgánica entre el inciso y el resto del precepto, cuya consecuencia será que toda la disposición habrá de ser votada con quórum de LOC. Finalmente, se debe hacer presente que la aplicación de un criterio puramente formal para la calificación de una LOC, ha sido rechazado tanto por la doctrina como por la jurisprudencia actual del TCCh96. 94 Sobre el particular véanse las STCCh: Rol N° 255, de 20 de mayo de 1997; Rol N° 277, de 4 de agosto de 1998 y Rol N° 293, de 28 de septiembre de 1999. Todas disponibles en www.tribunalconstitucional.cl y consultadas con fecha 27 de junio de 2014. 95 Vgr. Siguiendo a los mismos autores, respecto del proyecto de ley que estableció beneficios tributarios a las donaciones con fines políticos y sociales, el TCCh dispuso que la creación del Consejo que administrará el Fondo Mixto de Apoyo Social debía ser aprobada con rango orgánico constitucional. Sostuvo que, en efecto este organismo colegiado “no es un órgano que forma parte de la estructura básica de los ministerios o servicios públicos que se encuentra regulada” en la ley de Bases Generales de la Administración del Estado. Por esta razón el precepto no es propio de ella y debe ser aprobado con rango orgánico constitucional” (Control de constitucionalidad respecto del proyecto de ley que norma el buen uso de donaciones de personas jurídicas que dan origen a beneficios tributarios y los extiende a otros fines sociales y públicos, 2003). 96 Sobre el particular, Buchheister y Soto sostienen que “El Tribunal Constitucional (…) no ha adherido a este criterio y por ello es normal que considere que son de quórum orgánico normas que no están incluidas 71 2.2.3.2.3. Leyes de quórum calificado Esta categoría existe de manera original o sui generis en el ordenamiento de la CPR97. Por ello, se argumenta que “[s]u consagración no responde a una decisión consciente o deliberada por parte de los redactores de la Carta Fundamental” (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 134). La clave para comprenderlas reside, simplemente, en la consideración de que corresponden a ciertas materias que requieren de mayorías cualificadas para ser aprobadas. Luego, las principales características de este tipo de normas son que: (i) requieren para su aprobación, modificación o derogación de la mayoría absoluta de los diputados y senadores en ejercicio; y (ii) poseen un ámbito material determinado a nivel constitucional98. Respecto a las materias que deben ser reguladas por LQC, podemos sostener que a ellas subyace cuestiones vinculadas al ejercicio de ciertos derechos fundamentales que se consideran especialmente valorados (propiedad, libertad de desplazamiento, libertad de expresión y libertad económica) e incluyen elementos relativos a materias penales consideradas especialmente relevantes (regulación de control de armas e indultos y amnistías). formalmente en una ley de tal rango y, en el otro sentido, que califique como de rango común disposiciones que modifican alguna de las leyes denominadas orgánico constitucionales” (Buchheister & y Soto, 2005, pág. 274). 97 Se ha apuntado que no se tuvo a la vista el ordenamiento comparado para su creación (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 134). Además, en el debate de la Sesión N°389 de la Comisión Ortúzar, celebrada el 27 de junio de 1978, se planteó “(…) el problema de las leyes comunes que requieren quórum especiales en ambas Cámaras, pero que no son leyes orgánicas constitucionales”. Luego, como apunta Cordero Quizacara, “(…) las leyes de quórum especial se correspondían a casos concretos o particulares que, debiendo ser objeto de ley común, el Constituyente exigía un quórum más alto de aprobación…la expresión quórum calificado (…) sólo se refería a un elemento formal que se debía respetar al momento de aprobar determinados cuerpos legales” (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 135). Luego, se dice que fue la Junta de Gobierno la que separó entre LOC y LIC, respecto de las LQC. Por último, en la reforma a la CPR de 1989, se hizo la separación tripartita que culminó estableciendo el sistema actualmente vigente. 98 Las materias que han de ser reguladas por medio de este tipo de ley de acuerdo a la CPR son: (i) conductas terroristas y su penalidad (inciso segundo del artículo 9); (ii) establecimiento de la pena de muerte (inciso tercero del artículo19 N°1); (iii) abusos de publicidad (inciso décimo primero del 19 N°12); (iv) Consejo Nacional de Radio y Televisión (inciso penúltimo 19 N°12); (v) Seguridad social (inciso segundo del artículo 19 N°18); (vi) actividades empresariales del Estado y situación de excepción de las mismas (artículo 19 N°21); (vii) limitaciones y requisitos para la adquisición del dominio de ciertos bienes (artículo 19 N°23); (viii) autorización para contratar empréstitos más allá del respectivo período presidencial (artículo 63 N°7); y (ix) indultos generales y amnistías (artículo 63 N°16); y (j) sobre control de armas (artículo 103). 72 2.2.3.2.4. Leyes ordinarias, simples o comunes Desde los primeros debates de la Comisión, sus miembros dejaron constancia que la ley debe ser una norma de carácter general dirigida al bien común, no que puede invadir el campo de la potestad reglamentaria del Presidente de la República” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1973)99. Uno de los grandes cambios que introdujo la CPR respecto de la ley fue que “(…) se habría pasado desde un sistema de dominio legal mínimo, que rigió tradicionalmente en nuestras Cartas constitucionales, a un sistema de dominio legal máximo” (Cea Egaña, 1984, pág. 417), este cambio se produjo bajo la lógica de un concepto de ley material. Por lo anterior, sólo se puede regular por ley aquellas materias que señala la CPR100. La doctrina ha sostenido, que la ley simple se define por dos elementos básicos (i) le corresponde regular todas aquellas materias que no son objeto de reserva de LOC o de LQC101; y, (ii) se encuentra sometida a un procedimiento común que regula la iniciativa, Asimismo, sostuvieron que el objetivo de la ley era que se conformara como“(…) una norma de carácter general dirigida al bien común, es decir que se limite a contener sólo las bases esenciales del ordenamiento sobre el cual estatuye, sin penetrar en el campo de la potestad reglamentaria, que es propio del Poder Ejecutivo” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1973). 100 En este sentido, el artículo 63 de la CPR luego de hacer un listado enunciativo de materias, establece la siguiente regla de clausura: “Sólo son materias de ley: N°20 Toda otra norma de carácter general y obligatoria que estatuya las bases esenciales de un ordenamiento jurídico”. 101 Respecto a su ámbito material reservado, amplio por cierto, el artículo 63 de la CPR establece que sólo serán reguladas por medio de una ley: (i) las que en virtud de la Constitución deben ser objeto de leyes orgánicas constitucionales; (ii) las que la Constitución exija que sean reguladas por una ley; (iii) las que son objeto de codificación, sea civil, comercial, procesal, penal u otra; (iv) las materias básicas relativas al régimen jurídico laboral, sindical, previsional y de seguridad social; (v) las que regulen honores públicos a los grandes servidores; (vi) las que modifiquen la forma o características de los emblemas nacionales; (vii) las que autoricen al Estado, a sus organismos y a las municipalidades, para contratar empréstitos, los que deberán estar destinados a financiar proyectos específicos; (viii) las que autoricen la celebración de cualquier clase de operaciones que puedan comprometer en forma directa o indirecta el crédito o la responsabilidad financiera del Estado, sus organismos y de las municipalidades; (ix) las que fijen las normas con arreglo a las cuales las empresas del Estado y aquellas en que éste tenga participación puedan contratar empréstitos, los que en ningún caso, podrán efectuarse con el Estado, sus organismos o empresas; (x) las que fijen las normas sobre enajenación de bienes del Estado o de las municipalidades y sobre su arrendamiento o concesión; (xi) las que establezcan o modifiquen la división política y administrativa del país; (xii) las que señalen el valor, tipo y denominación de las monedas y el sistema de pesos y medidas; (xiii) las que fijen las fuerzas de aire, mar y tierra que han de mantenerse en pie en tiempo de paz o de guerra, y las normas para permitir la entrada de tropas extranjeras en el territorio de la República, como, asimismo, la salida de tropas nacionales fuera de él; (xiv) las demás que la Constitución señale como leyes de iniciativa exclusiva del Presidente de la República; (xv) Las que autoricen la declaración de guerra, a propuesta del Presidente de la República; (xvi) las que concedan indultos generales y amnistías y las que fijen las normas generales con arreglo a las cuales debe ejercerse la facultad del Presidente de la República para conceder indultos particulares y pensiones de gracia; (xvii) las que señalen la ciudad en que debe residir el Presidente de la República, celebrar sus sesiones el Congreso Nacional y funcionar la Corte Suprema y el Tribunal Constitucional; (xviii) las que fijen las bases de los procedimientos que rigen los actos 99 73 tramitación y aprobación de las mismas, en los términos establecidos en la CPR y su legislación complementaria (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 136). Luego, este tipo de normas para ser aprobada, modificada o derogada requieren de la mayoría simple de los diputados y senadores en ejercicio; por lo tanto, en la CPR la ley ordinaria aparece como una regla de clausura o recogida respecto de las demás con quórum especial (inciso final del artículo 66). La amplitud de muchas de las materias de ley, han llevado a constantes dudas interpretativas para la verificación del límite entre el ejercicio de la potestad reglamentaria por parte del Presidente de la República y la regulación por la vía legal. Por ello, la jurisprudencia ha establecido exigencias para el legislador respecto del contenido de este tipo de normas. En concreto, en la STCCh Rol N°370, pronunciada con fecha 9 de abril de 2003, estableció que “(…) el legislador tiene que llegar al desarrollo de los principios y normas que dicta con un nivel de minuciosidad mayor que tratándose de materias en que la reserva legal es común u ordinaria. Respetando los criterios de generalidad, abstracción, igualdad, carácter innovador y cualidad básica que singularizan a la ley en el sistema jurídico, al legislador le corresponde normar, con amplitud y profundidad, todo cuanto la certeza o seguridad jurídica exige en relación con el establecimiento y configuración de las obligaciones que se imponen al dominio con motivo de la función social que ha de servir” (Requerimiento de inconstitucionalidad presentado por doce señores Senadores respecto del Decreto Supremo Nº 1, del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, 2003). En este caso el TCCh se refería a la regulación del derecho de propiedad, el cual exige un mayor nivel de detalle para su desarrollo. No obstante ello, las primeras cuestiones que plantea el razonamiento del tribunal poseen una aplicación general en cuanto a los criterios que subyacen a la actividad legislativa. 2.2.4. Conflictos entre normas En primer término, cabe preguntarse ¿cómo se resuelven los conflictos normativos entre las distintas fuentes o antinomias en el sistema chileno? Sobre el particular, en un primer momento (tal y como se sostuvo a propósito de las LOC) el criterio imperante fue el de la administración pública; (xix) las que regulen el funcionamiento de loterías, hipódromos y apuestas en general, y (xx) toda otra norma de carácter general y obligatoria que estatuya las bases esenciales de un ordenamiento jurídico. 74 principio de jerarquía normativa. En tal sentido, se sostenía que al tratarse “(…) de normas complementarias de la Constitución, (…) gozan de una suerte de “superlegalidad” expresada en un procedimiento de elaboración más estricto que el exigido para las leyes ordinarias o comunes” (Pantoja Bauzá, 1987, págs. 12-13). Sin embargo, al poco tiempo se produjo un cambio de paradigma para pasar a la aplicación del principio de competencia en las relaciones entre las distintas fuentes legales102. En este sentido, es posible que dentro de un sistema de normas surjan un conjunto de subsistemas normativos debidamente delimitados, de tal manera que las normas que lo integran no pueden ser objeto de modificación o derogación por parte de normas que pertenezcan a otro subsistema (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 140). Sobre el particular, Bascuñán Rodríguez refiriéndose a la situación de la CPR ha sostenido que el principio de jerarquía mantiene vigencia respecto de los conflictos que se susciten entre normas constitucionales y legales (Bascuñan Rodríguez, 1998, pág. 34). En los casos de conflictos entre fuentes legales se ha de aplicar el principio de competencia103. A fin de operativizar la utilización de este principio se ha de distinguir si la atribución de competencia es conclusiva o exclusiva. En el primer caso, “la regla que confiere taxativamente la competencia normativa a un órgano público, sin pronunciarse acerca de la concurrencia de otra potestad normativa pública a la regulación de la misma materia” (Bascuñan Rodríguez, 1998, pág. 36); en tanto, en la segunda situación “(…) la regla que confiere a un órgano o procedimiento la competencia para regular una determinada materia, con exclusión de cualquier otro órgano” (Bascuñan Rodríguez, 1998, pág. 36). Bajo este planteamiento se encontrarían la reserva de ley y la distinción de tipos de leyes, por lo que su aplicación ha de ser de recurrente uso por parte del intérprete para determinar los terrenos reservados a cada fuente. 102 Cordero Quinzacara sostiene que el principio de competencia no resolvería dos cuestiones o mantendría dos problemas, a saber: (i) el titular de las competencias dentro de las distintas fuentes es el mismo órgano: el Congreso. Así, el titular al ejercer sus competencias las encontraría sobrepuestas. El principio de competencia exigiría que exista más de un órgano cuyos productos entran en conflicto, lo que no sucede con las normas de la CPR que siempre tienen un mismo autor; y (ii) no se resuelve cómo articular las relaciones entre los distintos tipos de leyes, especialmente, cuando es la LOC la que trata materias de ley ordinaria o común (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 141). 103 “La Constitución (…) estableció -al menos en principio- límites al ámbito de competencia de la potestad legislativa, y además identificó materias especiales al interior del ámbito de competencia de la potestad legislativa, cuya regulación requiere satisfacer requisitos procedimentales especiales (materias de ley de quórum especial, de ley Orgánica constitucional y ley de quórum calificado)” (Bascuñan Rodríguez, 1998, pág. 34). 75 La jurisprudencia del TCCh sobre la cuestión, aplicando el principio de competencia ha señalado que “(…) si bien es efectivo que el constituyente ha entregado diversas materias a la regulación de la ley orgánica constitucional, ello no implica que estas leyes tengan una jerarquía superior a otras leyes y mucho menos que puedan asimilarse a la Ley Fundamental” (Requerimiento de Diputados acerca de los preceptos que se señalan del proyecto de ley modificatorio del Código de Aguas, 1997) con lo cual se elimina toda posibilidad de uso entre fuentes del criterio jerárquico104. Por lo expuesto, la doctrina y la jurisprudencia están de acuerdo en que la diferenciación de normas no radica en una cuestión de jerarquía, sino más bien una distribución material de competencias regulada en la Constitución (Correa González, 2004, pág. 489). Así en el sistema normativo chileno y las interacciones entre los distintos tipos de fuentes legales, se estructura a partir del principio de competencia. En este tema vemos como el sistema constitucional chileno se aleja de los planteamientos franceses y se acerca a los de la doctrina y jurisprudencia española que a continuación trataremos. Además, afianzado este razonamiento, agrega que “[s]i se ha sostenido que las leyes orgánicas constitucionales tienen una jerarquía intermedia entre la Constitución y la ley ello es sólo porque la propia Constitución les ha exigido mayores requisitos de forma, lo que en la doctrina se denomina superlegalidad de forma, pero no porque se haya querido privar a la ley orgánica de su jerarquía normativa de ley frente a la ley superior que es la Constitución. De aquí que el problema respecto de los distintos tipos de leyes sea de competencia y no de jerarquía” (Requerimiento de Diputados acerca de los preceptos que se señalan del proyecto de ley modificatorio del Código de Aguas, 1997). Citada por Cordero Quinzacara (Cordero Quinzacara, 2010, pág. 140) y consultada en www.tribunalconstitucional.cl, con fecha 28 de mayo de 2014. 104 76 Capítulo III. El caso de las leyes orgánicas en la Constitución Española de 1978 El análisis del modelo de fuentes normativas establecido por la CE porque en los antecedentes de la CPR existe constancia de que se habría considerado como una referencia para la creación de la tipología legal chilena, especialmente, en lo que respecta a la LOC. Por ello, el desarrollo normativo y jurisprudencial de la LO y LOC poseen elementos comunes que, con distintos matices, pueden ser comparados. 3.1. Cuestiones generales El Preámbulo de la CE señala que la Nación española aprueba el texto “deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien en cuantos la integran”, cuya voluntad es “establecer una sociedad democrática avanzada” declarando éstos como sus objetivos políticos. Para cumplimiento de los objetivos, se ha sostenido la necesidad y existencia de una Constitución normativa105. La determinación de esta naturaleza implica, ante todo, su condición de fuente del Derecho. Con ello, se resalta que la Constitución ha de ser el soporte de las normas que se incorporan al ordenamiento jurídico. En este supuesto propio del constitucionalismo moderno, se enmarca la Constitución Española de 1978; la cual realiza “respecto del sistema de fuentes del Derecho, una transformación esencial en relación con nuestras constituciones históricas: la propia Constitución se configura ahora como Derecho, situándose en el centro mismo del ordenamiento jurídico” (Balaguer Callejón, Cámara Villar, López Aguilar, Balaguer Callejón, & Montilla Martos, 2008, pág. 109). En la misma lógica, De Otto afirma esta naturaleza pero va un paso más allá al afirmar que “[l]a Constitución se juridifica y judicializa, por decirlo así. Y ese fenómeno exige que se diferencie netamente 105 En términos de García Pelayo, la adopción de un concepto racional normativo de constitución implica concebirla “(…) como un complejo normativo establecido de una sola vez y en que de una manera total exhaustiva y sistemática se establecen las funciones fundamentales del Estado y se regulan los órganos, el ámbito de sus competencias y las relaciones entre ellos”. La constitución es acá un sistema de normas (García Pelayo, 1984, pág. 34). 77 entre la teoría política de la Constitución y el Derecho Constitucional y su dogmática” (De Otto, 1987, pág. 36)106. Junto con el carácter normativo, recién reseñado, y la supremacía de la CE sobre la ley, se ha previsto de una diversidad de tipos legales, que hacen más compleja la formulación de un concepto unitario de ley. A esta situación, la doctrina española le ha denominado “pluralismo legal o “pluralismo de tipos legales”; que puede ser conceptualizada como la ruptura de la concepción unitaria de la ley propia -que había sido fundamental en el primer constitucionalismo- lo que implica una imposibilidad de recuperar, para el sistema jurídico, la unidad de un ámbito de poder normativo falto ya de sus presupuestos sociales y políticos. Para Balaguer, la situación pluralista actual se manifiesta en “[e]l pluralismo de los tipos legales, la determinación de los límites a los mismos, la sujeción al orden constitucional, en suma, no son sino la plasmación jurídica de una sociedad plural cuyo poder normativo se expresa también por medio de una diversidad de cauces” (Balaguer Callejón, Cámara Villar, López Aguilar, Balaguer Callejón, & Montilla Martos, 2008, pág. 144). Para Álvarez Conde, es imposible no reconocer la situación plural que se manifiesta, principalmente, en la existencia de distintos tipos de leyes. No obstante ello, estima que la situación en ningún caso “debe impedirnos (…), mantener un concepto unitario de ley” (Álvarez Conde, 1999, pág. 227). Finalmente -refiriéndose a las fuentes normativas- Alonso de Antonio y Alonso de Antonio, reconocen la alteración del sistema tradicional de fuentes, al cual califican como más complejo y plural. La mayor complejidad se produce porque la Constitución pasa a ponerse por sobre el resto del ordenamiento y configura los poderes y las funciones del Estado107. Luego, viene a ser plural, básicamente, por dos razones: (i) la configuración que hace la CE de un Estado autonómico supone que a las normas emanadas de los órganos centrales del Estado se suman a las normas de la Comunidades Autónomas, generándose una En sus propios términos: “(…) la Constitución aparece como una norma jurídica, que regula jurídicamente los poderes que constituye, incluido el del legislador democrático, y que la eficacia jurídica de esa norma se concreta a través de la jurisdicción constitucional” (De Otto, 1987, pág. 36). 107 En sus términos, es “[m]ás complejo porque la Constitución ha dejado de ser una simple norma hueca y sin contenido normativo vinculante como tradicionalmente lo había sido en el Derecho Público español, para pasar a tener la consideración de instrumento jurídico superior a todos los demás grupos normativos, configuradora de los poderes del Estado que ella misma diseña y delimita en sus funciones; estableciendo el ámbito y límites de los ejercicios de los derechos fundamentales y libertades públicas, así como las prestaciones que lo poderes públicos han de cumplir en beneficio de la comunidad” (Alonso de Antonio & Alonso de Antonio, 2006, pág. 66). 106 78 complementariedad normativa en el ámbito interno; y (ii) al permitir el artículo 93 CE la celebración de tratados internacionales por los que se atribuye a una organización o institución internacional el ejercicio de competencias derivadas de la Constitución se ha incorporado al ordenamiento interno español el Derecho Comunitario Europeo, cuya consecuencia es la complementariedad normativa con derecho foráneo (Alonso de Antonio & Alonso de Antonio, 2006, pág. 66)108. Ahora bien, siguiendo con el análisis de la tipología normativa contenida la CE, para De Otto el “régimen constitucional de las fuentes es bien patente en la Constitución Española de 1978, sin duda la más rica de nuestra historia en este aspecto y una de las más complejas de Europa” (De Otto, 1987, pág. 84). Esta riqueza se manifiesta en la compleja tipología normativa española, que distingue entre diversos de leyes, a saber: (i) aquellas que proceden de órganos parlamentarios distintos de las Cortes Generales como son las leyes autonómicas; (ii) aquellas intermedias entre el ordenamiento general del Estado y los ordenamientos autonómicos, esto es, los EEAA; (iii) la ley ordinaria es el modelo genérico y residual de ley, que surge del poder general del Estado; (iv) las leyes que poseen procedimientos y quórums especiales como son las leyes orgánicas y las leyes de armonización; y (v) aquellas que provienen de los órganos de Gobierno, con la intervención de los órganos parlamentarios abriéndolo o concentrándolo, como es el caso de los decretos legislativos o sólo concentrándolo como sería el caso de los Decretos-Leyes109. De Otto ha sido crítico de la forma tradicional en que la doctrina ha establecido el carácter multidimensional de ley y de las fuentes jurídicas. Por ello, luego de hacer un diagnóstico de la doctrina tradicional española, conforme a la cual se afirman los diversos tipos de leyes, procede a argumentar su profunda discrepancia en el tratamiento que se hace de la ley orgánica y los EEAA110. Para sustentar su crítica, argumenta que respecto de ellos El referido artículo 93 de la CE dispone: “[m]ediante ley orgánica se podrá autorizar la celebración de tratados por los que se atribuya a una organización o institución internacional el ejercicio de competencias derivadas de la Constitución. Corresponde a las Cortes Generales o al Gobierno, según los casos, la garantía del cumplimiento de estos tratados y de las resoluciones emanadas de los organismos internacionales o supranacionales titulares de la cesión.” 109 Para una descripción más detallada del punto, véase la descripción propuesta por Balaguer y otros (Balaguer Callejón, Cámara Villar, López Aguilar, Balaguer Callejón, & Montilla Martos, 2008, pág. 148). 110 En sus términos, de De Otto sostiene que “(…) en la Constitución Española la ley no es una categoría unitaria, sino que ella se compone de diversas clases de leyes: la ordinaria, la orgánica y dentro de éstas la subclase de los Estatutos de Autonomía, división a la que en ocasiones se añaden como nuevas clases las leyes que integran el llamado bloque de la constitucionalidad”. 108 79 “(…) no se está creando una nueva forma, porque para ello sería preciso que la ley con ese nombre, tuviera por el solo hecho de llevarlo un status específico en el sistema de fuentes. (…) Pero esto no es lo que la Constitución dispone” (De Otto, 1987, pág. 112). Acá el planteamiento crítico es sustantivo, pues intenta descartar la mera legalidad y jerarquía. Planteado en términos generales el modelo normativo, considerando la complejidad del mismo, en este trabajo nos centraremos sólo en el tratamiento de la LO y su relación con las leyes ordinarias, ya que son éstas las que poseen quórums superiores de aprobación al de la simple mayoría de los representantes. Para el análisis del tema, nos bastará con entender respecto de la ley ordinaria que en el sistema español, corresponde a “la norma aprobada con ese nombre por la Cortes Generales por el procedimiento establecido en el Título III, Capítulo II de la Constitución Española, así como las aprobadas también con ese nombre por las Asambleas legislativas de las Comunidades Autónomas” (De Otto, 1987, pág. 103)111. Para la aprobación de la ley por las Cortes Generales, requiere de la mayoría simple de los diputados y senadores. 3.2. La ley orgánica en la Constitución Española de 1978 3.2.1. Origen y razones de la incorporación de la ley orgánica en la Constitución Española de 1978 La explicación tradicional respecto del origen de la LO en la CE ha sido que corresponde a una fuente normativa proveniente de la Constitución Francesa de la Quinta República, de 4 de octubre de 1958. En este sentido, lo apunta Linde Paniagua quien sostiene que su “adopción se debe, sin duda a la Constitución francesa vigente” (Linde Paniagua, 1990, pág. 14), en igual sentido, Barceló i Serramalera sostiene que su inserción “(…) responde, como bien es sabido, a la recepción del modelo de la Constitución francesa de 1958 en materia de fuentes normativas” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 18)112. Título “De la elaboración de las leyes” artículos 81 a 92 de la CE. Existe constancia de que el Senador Martín-Retortillo, perteneciente al grupo parlamentario Progresistas y Socialistas Independientes, habría propuesto “(…) reducir la definición de las leyes orgánicas en los mismos términos que el artículo 46 de la Constitución francesa de 1958” (Congreso de los Diputados, 1980, págs. 255298). 111 112 80 Pese a la categórica afirmación del origen francés de la LO que realiza buena parte de la doctrina, hay otras explicaciones posibles. En este sentido, Alzaga Villaamil -uno de los constituyentes de 1978- ha sostenido que la ley orgánica de la CF, no puede ser considerada como la única razón del establecimiento LO en la CE113. Para el autor existe otra explicación del origen de este tipo normativo, la cual se funda en el derecho político-histórico español. En este sentido, argumenta que los precedentes históricos permiten acreditar que la doctrina científica decimonónica utilizaba la expresión ley orgánica para adjetivar “la ley que integra o desarrolla secundum constitutionem, la Ley Fundamental” (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 117). Para fundar su tesis, el autor aporta pruebas de que esta acepción se empleó en numerosos textos normativos a partir del período 1845-1857, y aún antes, en diferentes proyectos de ley, todos los que son anteriores a que la CF previese la existencia de leyes orgánicas. Para reforzar su argumento, recurre a la doctrina establecida por Ortega DíazAmbrona, quien sostiene que “las leyes orgánicas tenían una indudable relevancia constitucional, si bien su estabilidad y permanencia debía ser, lógicamente, menor que la de la Constitución” (Ortega Díaz-Ambrona, 1980, pág. 14). Por su parte, respecto de las razones que habrían existido para la inclusión de leyes orgánicas en la CE Alzaga Villaamil estima que fueron las siguientes: (i) dotar de estabilidad a la legislación sobre derechos fundamentales e instituciones básicas del Estado, que no debían quedar al albur de las mayorías relativas, tras cada una de las elecciones generales; (ii) asegurar a los grandes partidos constituyentes que en aquellas materias en que no lograron un consenso pleno en el poder constituyente, tendría que lograrse más tarde en la Cámara de Diputados por una mayoría cualificada (la absoluta); (iii) proteger un cierto espíritu de consenso en materias trascendentes, sobre las que los preceptos constitucionales establecían criterios que precisaban de un desarrollo legislativo; (iv) respecto del régimen electoral general, como del mismo depende en buena parte el sistema de partidos y las primas o infrarepresentaciones que les aporta el interés de las organizaciones partidarias por asegurarse que en el futuro las posibles modificaciones serían objeto de cierto consenso; (v) En sus palabras, “(…) nuestra experiencia constituyente y desde el cotejo del artículo 81 de la CE con el artículo 46 de la constitución francesa de 1958 -que evidencia la entidad y el alcance verdaderamente dispar de ambos preceptos-, hemos de sostener que ese precedente aunque fue tomado en consideración por la ponencia y la Comisión del Congreso no tuvo un peso verdaderamente significativo en la construcción del concepto de ley orgánica en nuestra Ley de leyes vigente (…)” (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 117). 113 81 poner a cubierto el desarrollo de los derechos y libertades fundamentales, que habían sido olvidados durante cuarenta años; (vi) asegurar que ciertas materias habrían de regirse por leyes aprobadas por las Cortes Generales, con lo cual los constituyentes procuraban enervar toda pretensión de las futuras Asambleas Legislativas Autonómicas de regularlas mediante sus normas dotadas de rango de ley; y (vii) precisar la naturaleza de las leyes por las que se aprueban los EEAA estableciendo que se hace por medio de una ley orgánica (Alzaga Villaamil, 2005, págs. 121-122). Desde una visión crítica de la LO, De Otto resalta que la introducción de este tipo de normas no es común ni en el ordenamiento español, como tampoco en el derecho comparado y genera dificultades tanto desde el punto de vista técnico como de la distorsión que producen en el sistema. Por lo anterior, señala que “[p]osiblemente la ley orgánica se introdujo para aplazar la solución de múltiples cuestiones sujetándolas, sin embargo, a la necesidad de que en ellas se produjera un acuerdo casi tan amplio como el que fue preciso para aprobar la Constitución” (De Otto, 1987, pág. 115); y como consecuencia de lo anterior, se habría producido lo que denomina una “retención del poder constituyente”, la que define como una “(…) alteración de los mecanismos normales de la democracia, en la cual la mayoría simple del momento debe disponer de la potestad de decidir mediante ley sin más límite que la Constitución misma” (De Otto, 1987, pág. 115), por lo que las LO serían una limitación adicional a las establecidas en la CE por su quórum reforzado. En el mismo sentido crítico, para Álvarez Conde este tipo normativo “plantea más problemas que los que intenta resolver” (Álvarez Conde, 1999, pág. 231). Estas posturas críticas, encuentran especial valor a la hora de intentar definir la LO. 3.2.2. Concepto de ley orgánica El artículo 81 de la CE establece que “1. Son leyes orgánicas las relativas al desarrollo de los derechos fundamentales y de las libertades públicas, las que aprueben los Estatutos de Autonomía y el régimen electoral general y las demás previstas en la Constitución. 2. La aprobación, modificación o derogación de las leyes orgánicas exigirá mayoría absoluta del Congreso, en una votación final sobre el conjunto del proyecto”. Esta disposición constitucional, debe ser analizada considerando la existencia de otros preceptos 82 constitucionales que la complementan para su funcionamiento en el sistema de fuentes. En este sentido, considera necesario observar el artículo 75.3 que prohíbe que la Cámaras puedan delegar en las comisiones legislativas Permanentes las leyes orgánicas; el artículo 82.1, que exceptúa de la delegación legislativa las materias referidas en el artículo 81; el artículo 87.3, que no permite la iniciativa popular en materias de LO; y el artículo 86.1, relativo a los Decretos-leyes y limitador de su ámbito de aplicación. A lo que se sumaría la reserva de autoría que se hace de las LO a las Cortes Generales, que implica una exclusión de que este tipo de normas pudieran emanar de las Asambleas Legislativas de la Comunidades Autónomas (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 123). Estas instituciones constitucionales, tal como lo denominamos para el caso chileno, corresponden a refuerzos institucionales contenidas en el diseño de la CE. Respecto del artículo 81 de la CE, existen diversas posiciones en la doctrina. Álvarez Conde sostiene que la norma “(…) más que dar un concepto de ley orgánica, lo que efectúa es una descripción de las mismas, tanto del punto de vista material como formal. Desde el primero, reservando una serie de materias a esta categoría de normas. Y, desde el punto de vista formal, estableciendo un procedimiento distinto para su aprobación, modificación o derogación” (Álvarez Conde, 1999, pág. 232). Así las cosas, más que definir a la LO lo que hace la disposición constitucional es describir los elementos que le son propios. Por su parte, De Otto desde una perspectiva material sostiene que de la disposición resulta claro que la CE acotado un conjunto de materias cuya regulación requiere una mayoría cualificada, necesaria para aprobar la ley de que se trate y para modificarla o derogarla en el futuro, a lo que se denomina reserva de ley orgánica (De Otto, 1987, pág. 113). Rivero Ysern y Cascajo Castro, desde otro punto de vista, sostienen que las LO gozan de una posición particular por ser una fuente atípica dentro del catálogo de fuentes que prevé la CE, lo que da pie a diferentes concepciones sobre la naturaleza jurídica de las mismas (Rivero Ysern & Cascajo Castro, 1979). Ahora bien, desde los orígenes se debatía respecto de la LO “entre ser el partícipe del halo constitucional y ser emanación especial de la legalidad” (Bastida Freijedo, 1981, pág. 288). En torno a la cuestión, surgieron dos posturas: la primera (consideró preponderante el numeral dos del artículo 81) desde concepción formal, estableció que las leyes orgánicas se configuran como un peldaño intermedio entre la CE y la ley ordinaria, por lo que existiría 83 una relación de superioridad jerárquica de aquéllas por sobre las ordinarias. Sus fundamentos, según Barceló i Serramalera, se basan en “la mayor rigidez del procedimiento establecido para la aprobación, modificación o derogación de la ley orgánica” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 26)114. Por su parte, la otra postura centrada en el numeral primero del artículo 81, a la cual adherimos, establece que las relaciones entre ambos tipos de leyes se funda en el principio de competencia, por lo que aun cuando poseen el mismo rango, el de ley, se distingue la función del ámbito material sobre el que operan115. Sobre la cuestión Álvarez Conde, se manifiesta más cercano a la utilización del principio de competencia, pero advierte respecto a las consecuencias de usar uno u otro principio, pues “[s]i se admite su superioridad jerárquica, el desarrollo de las leyes orgánicas puede efectuarse por ley ordinaria, cosa que no puede admitirse si nos situamos en el ámbito del principio de competencia” (Álvarez Conde, 1999, pág. 233). En un intento de interpretación de la decisión armónica con la voluntad del constituyente de 1978, Alzaga Villaamil sostiene que la doble naturaleza del concepto se debe a razones políticas, por ello se construyó sobre la base de un elemento material y uno formal116. Pese a lo cual, siempre ha de primar el primero. A la luz de estos planteamientos, se hace necesario analizar la cuestión desde el punto de vista material y formal. 3.2.2.1. Ámbito material Este ámbito está previsto en el numeral primero del artículo 81, conforme al cual las materias reservadas a la LO son: (i) el desarrollo de los derechos fundamentales y las libertades públicas; (ii) los EEAA; (iii) el régimen electoral general; y (iv) las demás previstas en la CE117. 114 Entre los autores que siguen esta tesis, destacan Garrido Falla, Diez Picazo, Pérez Royo y Carretero Pérez. 115 En favor de esta tesis encontramos a autores como: Santamaría Pastor, García de Enterría y Fernández, Gálvez Montes, Linde Paniagua y Entrena Cuesta. 116 En sus términos, “(…) el concepto híbrido de la ley orgánica que el constituyente había acuñado -desde preocupaciones, como ya sabemos, más políticas que técnico jurídicas- se había construido sobre dos elementos uno material y otro formal” (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 124). 117 Entre las que quedan comprendidas: las bases de la organización militar (artículo 8), el Defensor del Pueblo (artículo 54), la suspensión de derechos (artículo 55.2), el régimen electoral de los senadores (artículo 69.2), el orden sucesorio de la Corona (artículo 57.5), la iniciativa popular (artículo 87.3), condiciones y el procedimiento 84 La doctrina coincide en que la complejidad de la LO desde el punto de vista material, reside en delimitar su ámbito de aplicación, considerando la pluralidad de materias que el constituyente ha reservado a su regulación. En este sentido, según resalta Ortega DíazAmbrona, el problema no radica en el establecimiento de las materias objeto de la reserva sino en la necesidad de establecer sus límites que viene a ser la verdadera cuestión problemática118. Lo anterior, es sólo el planteamiento fundante del problema, pues lo que se intenta evitar es que la LO pueda llegar a tratar materias que no le son propias, lo cual no sólo es un síntoma de inconstitucionalidad sino también una desmesurada utilización de fuentes que han de ser excepcionales por definición119. Una segunda cuestión a considerar, es la intensidad del poder normativo que el legislador orgánico puede utilizar respecto de cada materia y la forma en que ha de dar espacio al legislador ordinario y a la regulación reglamentaria. Sobre esta cuestión, se debe hacer presente que el legislador orgánico no necesariamente agotará toda la materia, por lo que se produce una apertura de espacios materiales a la intervención del legislador ordinario y a la regulación reglamentaria. Por lo anterior, para Balaguer Callejón existen dos vías de apertura de la ley orgánica a otras fuentes, estas son: (i) la remisión que hace la LO a otras fuentes; y (ii) más compleja que la anterior, la incorporación de materias que corresponden a otras fuentes (conexión) y que deben someterse, al régimen jurídico de ellas, pese a estar incluida en una LO (Balaguer Callejón, Cámara Villar, López Aguilar, Balaguer Callejón, & Montilla Martos, 2008, pág. 151). En este segundo supuesto, es necesario tener en cuenta que si la distinción es material su análisis implica una búsqueda de los elementos fundamentales que permiten restringir su ámbito; por lo que, no toda conexión es suficiente para justificar calificación de una norma como LO, dado su carácter excepcional. de las distintas modalidades de referéndum (artículo 92.3), la autorización para la celebración de tratados internacionales para la atribución de competencias (artículo 93), funciones, principios básicos de actuación y estatutos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad (artículo 104.2), el Consejo de Estado (artículo 107), los estados de excepción y sitio (artículo 116), el Poder Judicial (artículo 122), el Tribunal de Cuentas (artículo 136.4), la alteración de los límites provinciales (artículo 141.1), autorizar la constitución de una Comunidad Autónoma (artículo 144), delegación de facultades del estado a las Comunidades autónomas (artículo 150.2), la legitimación activa para recurrir ante el TC (artículo 162) y el TC (artículo 165). 118 Por ello, sostiene que “[l]a constitución señala esas materias, que serán materias reservadas a la Ley Orgánica (…). Las señala, pero no las acota totalmente” (Ortega Díaz-Ambrona, 1980, pág. 25). 119 En este sentido, Alzaga Villaamil sostiene que “(…) el criterio material es un elemento necesario para delimitar conceptualmente la Ley Orgánica, pues no debe haber una Ley orgánica que no verse sobre las materias señaladas en el artículo 81.1 o que no esté prevista en la misma Constitución” (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 125). 85 El tratamiento que hace Barceló i Serramalera del ámbito material distingue entre: (i) una perspectiva formal donde el objetivo de la LO es perfeccionar un acuerdo normativo preexistente; este perfeccionamiento “consiste en otorgar a una determinada regulación material, elaborada a través de un procedimiento autónomo, la fuerza de obligar” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 37). Así entendida, la ley orgánica viene a ser la forma que requiere una determinada regulación concebida materialmente para integrarse al ordenamiento jurídico; y (ii) desde un enfoque sustantivo, implica distinguir entre las reservas que se hacen a favor de la LO, las cuales cumplen distintas funciones para desarrollo del texto constitucional. Por lo anterior, corresponde hacer una distinción ulterior de las funciones entre las que exigen el respaldo de una mayoría cualificada, por cuanto realizan un desarrollo inmediato de la constitución de aspectos básicos y fundamentales del orden constitucional y, por lo tanto, pasan a ser el complemento indispensable o necesario de la CE; y aquellas en las que la LO no desarrolla regulaciones constitucionales sino que las genera o instaura. En este caso, la LO viene a crear contenido constitucional donde sólo existía una Constitución procedimental. En base a estas consideraciones, afirma que “la ley orgánica no resulta ser una norma de desarrollo de la Constitución sino que deviene funcionalmente en Constitución” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 37). Pese a los diversos enfoques, los autores coinciden en la necesidad de restringir el ámbito de la LO y construir explicaciones que permitan la coordinación del sistema de fuentes establecido en la CE. Para lo anterior, se hace necesario comprender la reserva de LO. Sobre esta cuestión, De Otto considera que respecto de una materia exista una reserva no implica una afectación a todas las demás que inciden en ella; por lo que, es necesario determinar qué parte de la materia estaría sujeta a la reserva, y por qué respecto del resto existiría una apertura a la regulación por otras fuentes jurídicas (De Otto, 1987, pág. 232). Este planteamiento, con el cual coincidimos, intenta resaltar que el ámbito material resulta fundamental para sostener el carácter excepcional de la LO. La doctrina más reciente, ha dado un mayor desarrollo a la cuestión, afirmando que “(…) si la remisión efectuada por la ley orgánica a la ley ordinaria o al reglamento es lícita, sólo puede deberse a que el sector de la disciplina normativa que va a regularse no está constitucionalmente sujeto a reserva” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 43). En otros, términos existiendo una reserva de LO no puede ser desarrollada la materia en fuentes infralegales, como tampoco es válida un 86 remisión de la LO a otras fuentes, aun cuando la remisión establezca parámetros normativos120. Finalmente, en un tratamiento ilustrador de los parámetros materiales necesarios para hacer un análisis material para cada reserva, Barceló i Serramalera sostiene que se ha de tener en cuenta que: (i) la reserva de LO no se proyecta sobre una materia sino sobre el sector de la misma que precisa su tratamiento, por lo que en cada caso se ha de conocer el objeto de la reserva; (ii) el objeto de la reserva debe ser agotado por el legislador orgánico, porque no puede deferir su tratamiento a otras fuentes; y (iii) la ley ordinaria también ha de agotar su materia en todo lo no reservado a la LO (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 45). Por último, sólo hacer presente que las justificaciones materiales dan una mejor respuesta a la necesidad de restringir los ámbitos materiales de la LO, pues su expansión afecta la decisión del constituyente basado en un principio democrático consensuado. 3.2.2.2. Ámbito formal: Posición de la ley orgánica en el sistema de fuentes Cuando se hace alusión a este ámbito se pone el acento en el numeral segundo del artículo 81, que recordemos dispone: “La aprobación, modificación o derogación de las leyes orgánicas exigirá mayoría absoluta del Congreso, en una votación final sobre el conjunto del proyecto”121. Para alguna doctrina, sólo este criterio explicita que el poder constituyente incorporase a la CE, junto con las leyes ordinarias, el tipo de las leyes orgánicas se definen primariamente mediante el criterio material (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 127); otros, desde una posición intermedia, han sostenido que el concepto es material pero se resguarda en una serie de aspectos formales122. En términos de Barceló i Serramalera “(…) no cabe desde luego cuando la reserva de ley orgánica exista, una deslegalización de la materia, pero tampoco una mera remisión a la ley ordinaria o al reglamento para el tratamiento normativo de sectores objeto de reserva de ley orgánica, por más que ésta establezca las coordenadas o directrices que aquéllos deberían seguir” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 37). 121 Para Alzaga Villaamil, considerando las razones que motivaron su inserción en la CE respecto de la LO “(…) sobre las materias a consensuar debía legislarse mediante un tipo de ley con unas características formales que garantizase mínimamente el espíritu de concordia que había presidido el proceso constituyente” (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 127). 122 En este sentido para Bastida Freijedo “(…) el artículo 81 de la Constitución contiene una definición de ley orgánica esencialmente material a la que se rodea de especiales garantías procedimentales (…)” (Bastida Freijedo, 1981, pág. 295). 120 87 En los primeros años de vigencia de la CE, los autores hicieron un tratamiento formal de la LO vinculado a la jerarquía, basándose en su origen francés donde se aplica este principio123. Este período inicial, sería seguido por una segunda fase marcada por la utilización del principio de competencia, conforme al cual las relaciones entre ley orgánica y ley ordinaria tienen un mismo rango de ley. Lo se distingue una y otra de norma es el ámbito material sobre el que puedan operar, de tal manera que “no sólo existen materias reservadas a la ley orgánica, sino que está última está también reservada a estos ámbitos, lo que implica negar que por ley orgánica puedan disciplinarse cualesquiera materias, y por tanto, que la relación entre ley orgánica y ley ordinaria sea de orden jerárquico” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 115). A la existencia de las dos tesis recién descritas se sumó, como suele ocurrir, una tercera posición ecléctica conforme a la que “en el ámbito de las leyes orgánicas debía producirse una coactuación de los principios de jerarquía y competencia en función de los distintos supuestos” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 115). En esta posición intermedia encontramos a Garrorena, para quién si no existieren dudas en la separación de materias que han de ser reguladas por LO o por otras fuentes se aplicaría, en todo caso, el principio de competencia. Así, ante conflictos de invasión es el citado principio el llamado a resolver. No obstante lo anterior, considera que hay cuatro supuestos en los que ha de emplearse el principio de jerarquía, a saber: (i) en las zonas o franjas de deslinde no decididas constitucionalmente, en las que es la propia LO la llamada a decidir respecto de su competencia; (ii) aquellas relaciones entre LO y ley ordinaria que se producen en su prolongación o ejecución; (iii) los casos de conflictos tendenciales en los que las leyes ordinarias afectan incidental e indirectamente a materias de LO; y (iv) las situaciones en las que la LO opera como norma de atribución o de disciplina de la potestad del legislador (como ocurre respecto de los EEAA), (Garrorena Morales, 1980, págs. 169-174). Esta visión es criticada por Bastida, para el cual el supuesto basal es errado pues asume que la ley orgánica poseería una mayor posición lo que le permitiría determinar su competencia (Bastida Freijedo, 1981, pág. 293). Tal y como resalta Santamaría Pastor “(…) la explicación era predecible, dada la fuente francesa en la que se inspiraba esta figura, cuya doctrina, aunque no de forma unánime, mantiene la tesis de la superioridad jerárquica de la ley orgánica sobre la ordinaria” (Santamaría Pastor, 1988, pág. 575). 123 88 Luego, en este escenario de dudas interpretativas con diversidad de posiciones doctrinarias frente al tema, se aprobó la primera LO que correspondió a la LOTC a través de la reforma efectuada por la Ley Orgánica 4/1985, de 7 de junio 124, que estableció en el artículo 28.2 lo siguiente: “[a]simismo el Tribunal podrá declarar inconstitucionales por infracción del artículo 81 de la Constitución los preceptos de un Decreto-ley, Decreto legislativo, Ley que no haya sido aprobada con el carácter de orgánica o norma legislativa de una Comunidad Autónoma en el caso de que dichas disposiciones hubieran regulado materias reservadas a Ley Orgánica o impliquen modificación o derogación de una ley aprobada con tal carácter, cualquiera que sea su contenido”. Respecto de la última parte de la norma, se generó un fuerte debate respecto de su constitucionalidad. Álvarez Conde sistematiza el debate señalando que existieron dos tendencias: la primera, que argumentó la inconstitucionalidad del precepto (García de Enterría), basado en la idea de que se habría dado un carácter formal LO, sin observar cuál sea su contenido específico. La segunda, en contra de la primera, que defendió la constitucionalidad del mismo, ya que la expresión controvertida no se referiría a cualquier tipo de contenido, sino sólo a aquellos establecidos en el artículo 81 de la Constitución, pues la inconstitucionalidad de las normas enumeradas en el artículo 28.2 de la LOTC no resulta de la infracción del principio de jerarquía, sino de la invasión del principio de competencia (Linde) (Álvarez Conde, 1999, pág. 233). Nuevamente, las consideraciones formales y materiales llevaban a soluciones diversas, una de las cuales afirmaba la inconstitucionalidad del precepto. Ante los fundados cuestionamientos al precepto los planteamientos de Rubio Llorente y Aragón Reyes fueron claves para zanjar la cuestión. En este sentido, los referidos autores sostuvieron una interpretación que podemos simplificar expresándola de la siguiente manera: la primera parte del artículo 28.2 de la LOTC, se refiere a la regulación por medio de una norma de rango legal ordinario cuando el supuesto no sido regulado por la LO. En tanto, el segundo enunciado, trata de una situación distinta y realmente conflictiva, esta es, el que una materia que ha sido regulada mediante una norma de rango legal ordinario trata una situación que ya se encuentra tratada de manera distinta en una LO. Por lo que, si nos situamos en este “En efecto, estamos ante la única Ley de desarrollo de la Constitución, cuyo anteproyecto se elaboró en el Ministerio de Justicia durante el proceso constituyente en base a un dictamen elaborado por el prestigioso administrativista, Profesor García de Enterría, que aludía la problemática del rango de las Leyes Orgánicas” (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 129). 124 89 segundo supuesto, la expresión “cualquiera sea su contenido” estaría haciendo referencia a las LO que no han sido mencionadas en el apartado primero, por lo que su contenido se referiría a las materias señaladas en el artículo 81 o directamente conectadas con ellas (Rubio Llorente & Aragón Reyes, 1980, pág. 814). Bajo esta exégesis del precepto era posible no sólo concebirlo como constitucional, sino también hacerlo aplicable (operativo) para el juez constitucional125. Como consecuencia de la exégesis de la norma comentada, Barceló i Serramalera, sostiene que la forzada interpretación que se hizo era necesaria para eliminar cualquier cuestión formalista pero introdujo un problema al “(…) considerar la posibilidad de que junto al núcleo material esencial de la ley orgánica pudieren coexistir otras materias, llamadas en ocasiones materias conexas o en otras “complemento necesario indispensable”, que con aquél debían formar un solo bloque, el regulado por la ley orgánica, y todo él tendría carácter orgánico” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 121). Así, desde su perspectiva la interpretación produce un efecto indeseado por la apertura de los supuestos de LO, lo cual afecta su carácter excepcional. La doctrina más reciente ha destacado la necesidad de superar los principios de jerarquía y competencia, los que serían insuficientes para explicar la posición de la LO en el ordenamiento. Así, se introduciría un nuevo criterio de relación interna entre las distintas fuentes que implica complementar los criterios clásicos con el principio de la “Función constitucional” que cumplen las normas en el marco del dinamismo de la CE (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 145). La referida “Función constitucional” consiste en establecer los ámbitos que el constituyente le dio a cada fuente, tal que cada una cumple una misión propia ya sea su materia, circunstancia o procedimiento (De Asís Roig, 1991, pág. 217)126. 125 En una interpretación menos clara, Santamaría Pastor sostuvo que la debatida expresión final del precepto, debe ser interpretada dejando de lado la posibilidad que la norma incluya nuevos contenidos al artículo 81 de la CE, sino más bien como su complemento (Santamaría Pastor, 1979, págs. 51-52). Además, “en el sentido de que tales contenidos si bien, en sí mismos, no constituyen ninguna de las materias a que se refiere el artículo 81 son, en cambio, contenidos intrínsecamente complementarios con el objetivo de la ley” (Santamaría Pastor, 1979, págs. 51-52). Para De Asís Roig “(…) la diversidad de formas legislativas se debe a que la Constitución les ha otorgado funciones o misiones diferentes dentro del ordenamiento, de lo que, naturalmente, se deben deducir regímenes diversos. Cada forma de ley tiene, pues, una misión específica determinada, bien por razón de la materia, de las circunstancias, del procedimiento. Jerarquía -es que se puede establecer este principio entre los tipos de leyes-, competencia, procedimiento o valor constitucional no sino manifestaciones o síntomas de esta misión” (De Asís Roig, 1991, pág. 217). 126 90 Por lo anterior, este concepto corresponde a una redefinición de los principios tradicionales que viene a explicar las relaciones entre diversas leyes estatales, a fin de contribuir a la resolución de los problemas que se generan por la existencia de un complejo sistema de fuentes. La solución conforme al nuevo principio, permite determinar la función que le corresponde a cada tipo de ley en el sistema jurídico, y, por lo tanto, determinar el valor relativo de cada uno de ellos en relación con los demás. Por lo expuesto, resulta viable, una concepción armónica de los principios de competencia y de jerarquía como una proyección técnica de la función constitucional, la cual pasa ser un mecanismo de “(…) aplicación directa para solucionar problemas de relaciones entre leyes que emanan de un mismo órgano y que no pueden explicarse en virtud de aquellos otros principios” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 146). Conforme a esta nueva consideración, se pueden compatibilizar las posiciones de la doctrinas haciendo operativas, en un mismo tiempo, los principios de jerarquía y competencia. Sin embargo, aún no ha sido recogida por los operadores del sistema (TC). Finalmente, la tendencia mayoritaria a nivel doctrinario da un valor preponderante al principio de competencia sobre el de jerarquía, pese a que para algunos una vez aplicado el primero, se debe recurrir al segundo si la duda interpretativa persiste. 3.3. La doctrina del Tribunal Constitucional de España sobre las leyes orgánicas La jurisprudencia del TC ha estado marcada por su falta de claridad respecto de las problemáticas fundamentales que subyacen a la LO. En esta lógica, Alzaga Villaamil -en lo que califica como difusa doctrina del TC- sostiene que “(…) si la doctrina académica ha lanzado tanto humo sobre las leyes orgánicas la doctrina del Tribunal Constitucional no haya (ha) podido desvincularse por entero de la confusión reinante” (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 135). Con todo, el tratamiento que se ha hecho de la LO parte de un supuesto compartido por la jurisprudencia y doctrina, conforme al cual la regulación por medio de una LO es excepcional y, por lo tanto, se ha de dar una interpretación restrictiva a sus supuestos 91 materiales127. En este sentido, el TC en la STC 6/1982, sostuvo que ampliar el ámbito material de las leyes orgánicas convierte a las Cortes en constituyente permanente, por lo que “(…) no puede extremarse, con los importantes problemas de consenso interno que conlleva, al punto de convertir el ordenamiento jurídico entero en una mayoría de Leyes Orgánicas, ya que es difícil concebir una norma que no tenga una conexión, al menos remota, con un derecho fundamental” (Real Decreto 480/1981, Funcionamiento en el País Vasco y Cataluña de la Alta Inspección del Estado en materia de enseñanza no universitaria, 1982). Esta jurisprudencia sería posteriormente reiterada por el Tribunal en la STC 160/1987128 (Ley 48/1984, Servicio Militar: Regulación de la objeción de conciencia y la prestación social sustitutoria, 1987), como también en la STC 127/1994129 (Ley 10/1988, Televisión privada, 1994). Además, esta jurisprudencia se complementa con aquella que se refiere a la rigidez que genera la LO en el ordenamiento jurídico español. En este sentido, en la STC 76/1983, el TC sostuvo que “(…) dada la congelación de rango que éstas suponen, la rigidez del Barceló i Serramalera, estima que para caracterizar jurisprudencialmente a la LO se ha de partir “(…) de su fundamentación en la excepcionalidad de los supuestos en los que puede utilizarse (…), como ya había advertido un importante sector doctrinal” (Barceló i Serramalera, 2005, pág. 28). 127 En el fundamento jurídico segundo, el TC sostuvo: “[n]uestro constituyente, al configurar la denominada Ley Orgánica (art. 81 C.E.), lo ha hecho, y así lo ha interpretado este Tribunal Constitucional de modo restrictivo y excepcional en cuanto excepcional es también la exigencia de mayoría absoluta y no la simple para su votación y decisión parlamentaria. Ello supone que sólo habrán de revestir la forma de Ley Orgánica aquellas materias previstas de manera expresa por el constituyente, sin que el alcance de la interpretación pueda ser extensivo, al tiempo que, por lo mismo, dichas materias deberán recibir una interpretación restrictiva. Ese deslinde, aparte del hecho ya por la Constitución, podrá ser realizado por la propia Ley Orgánica, determinando cuáles son propias de su normativa y cuáles las dejadas a la Ley ordinaria, sin perjuicio de la última y definitiva interpretación de este Tribunal”. 129 En el fundamento jurídico tercero, A, letra b, el TC no sólo fundamentó su consideración en base a razones jurídicas, sino también en una larga jurisprudencia previa. En concreto argumentó: “ [m]as no sólo las materias objeto de la reserva de Ley Orgánica sino también la expresión "desarrollo" que la Constitución emplea para delimitar en este extremo el objeto de las Leyes Orgánicas ha de recibir una interpretación restrictiva. Así, tal expresión se refiere al desarrollo "directo" de los derechos fundamentales (STC 6/1982, fundamento jurídico 6º), puesto que el instrumento de la Ley Orgánica "no puede extremarse" hasta el punto "de convertir el ordenamiento jurídico entero en una mayoría de Leyes Orgánicas, ya que es difícil concebir una norma que no tenga una conexión, al menos remota, con un derecho fundamental", habida cuenta, además, de que el instrumento de la Ley Orgánica "convierte a las Cortes en constituyente permanente" (Ibídem). Es por ello, por lo que hemos precisado que "el desarrollo legislativo de un derecho proclamado en abstracto en la Constitución consiste, precisamente, en la determinación de su alcance y límites en relación con otros derechos y con su ejercicio por las demás personas" (STC 140/1986, fundamento jurídico 5º); siendo, no obstante, cierto que el dato de que la Constitución requiera que una norma se contenga en una Ley Orgánica, con un procedimiento específico de elaboración y aprobación, "añade una garantía frente al mismo legislador a las demás constitucionalmente previstas para proteger el derecho a la libertad" (Ibídem). Todavía con mayor concreción en la STC 93/1988 (fundamento jurídico 5º) pusimos de manifiesto que no es posible equiparar "el ámbito negativo de exclusión de Decreto-Ley del art. 86.1 de la CE con el positivo de exigencia de Ley Orgánica del art. 81.1 CE. Este último es por fuerza más restringido, pues tan sólo cubre el desarrollo general de un derecho o, en todo caso, la regulación de aspectos esenciales de dicho desarrollo, aunque se produzca en Leyes sectoriales" (en el mismo sentido, STC 140/1986, F.J. 5º)”. 128 92 ordenamiento jurídico no puede llevarse más allá de los supuestos específicamente tasados (…) en un sistema democrático como el instaurado por nuestra Constitución, basado en el juego de las mayorías parlamentarias, por lo que la exigencia de que éstas sean cualificadas o reforzadas sólo puede tener carácter excepcional y ha de ser explícitamente prevista en la Constitución” (Proyecto de Ley Orgánica de armonización del proceso autonómico, 1983). El TC reconoce a la regla de la mayoría simple como la regla general democrática, por ello los supuestos de LO que requieren más que esa mayoría deben interpretarse restrictivamente. De no ser así, se produce el efecto nocivo, este es, la congelación del rango respecto de materias que no fueron especialmente valoradas por el constituyente. El TC se pronunció por primera vez respecto de la naturaleza y ámbito general de la LO en la STC 5/1981, de fecha 13 de febrero (Ley Orgánica 5/1980, Estatuto de centros escolares, 1981)130. La sentencia ha motivado múltiples comentarios de parte de los autores. En este sentido, Alzaga Villaamil sostiene que de ella se desprendería una básica inclinación del órgano interpretativo por la concepción material de la LO, que “si es cierto que existen materias reservadas a Leyes Orgánicas, también lo es que las Leyes Orgánicas están reservadas a estas materias y que, por tanto, sería disconforme con la Constitución la Ley orgánica que invadiera materias reservadas a la Ley ordinaria”. Para justificar su tesis el autor sostiene que ante situaciones de conflicto normativo LO y ley ordinaria, de acuerdo al fundamento jurídico vigésimo, sólo se planteará “(…) si ambas leyes inciden sobre una misma materia, en cuya hipótesis la Ley orgánica habrá de prevalecer sobre la ordinaria, ya que no puede ser modificada por ésta (art. 81.2 de la CE)”. Por lo expuesto, para Alzaga Villaamil la antinomia no puede ser considerada como una mera colisión entre normas de diferente rango, sino como “una contravención de la Constitución por vulneración de la reserva de ley orgánica que establece el citado artículo 81.1” (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 136). La contravención se produciría por la intervención de la ley en el ámbito reservado a la LO, lo cual genera el vicio de inconstitucionalidad ya que lo vulnerado es la CE. La vulneración también puede ser expresada en términos más simples y amplios toda incursión de una norma cualquiera fuere su naturaleza en el terreno reservado por la Constitución a la LO, genera una negación de la distribución material establecida por el constituyente. Frente 130 Esta jurisprudencia se reitera en la STC 76/1983 y STC 127/1994. Además, cabe hacer presente que esta sentencia ha sido abundantemente comentada por la doctrina jurídica española, entre otros por Alzaga Villamil, De Otto, Fernández, Bastidas y, más recientemente, por Barceló i Serramalera. 93 a esta invasión, el sistema constitucional ha de reaccionar expulsando la norma infractora fuera del ordenamiento jurídico por medio de la declaración de inconstitucionalidad de la misma. Sobre los mismo fundamentos transcritos, Fernández sostiene que el acierto inicial de rechazar la concepción formal de la LO, no tiene una consecuencia lógica en los siguientes argumentos que terminan aceptando elementos que dicen relación con el principio formal de la LO, pues implícitamente el TC justifica afirmaciones en base al principio de jerarquía (Fernández, 1981, págs. 91-92)131. A su respecto, De Otto sostiene que el tribunal construye un “(…) concepto material con el que rompe la unidad del concepto de ley y establece un compartimento estanco para la ley orgánica con arreglo al criterio de competencia”. Bajo esta idea de compartimento cerrado, no es del todo claro su conexión con otras fuentes. Así, la única manera que explicar los conflictos normativos es en base al criterio de competencia. De acuerdo a De Otto, la LO ha de ser entendida como una reserva material que exige una forma especial de producción normativa, por lo que el énfasis siempre ha de estar primero en lo sustantivo. Lo formal sólo actúa como mecanismo que otorga mayor rigidez132. Así, la LO es una fuente que al igual que la ley, posee una fuerza pasiva, pero diversa. Lo que implica que la norma tendrá fuerza pasiva frente a la ley ordinaria, tal y como ésta la tiene frente a fuentes inferiores del ordenamiento. Por lo anterior, “[l]a ley deja de ser una fórmula única y se escinde en dos compartimentos estancos, el de la ley orgánica, que no puede regular materias no orgánicas y el de la ley ordinaria, que no puede regular materias reservadas a la ley orgánica” (De Otto, 1987, pág. 115). De lo expuesto, nos parece apropiado para el análisis resaltar dos cuestiones: (i) una correcta lectura conceptual de la LO, debe poner por sobre el criterio formal el material. No es dable centrarse en los elementos procedimentales como razón primera para justificar la existencia de este tipo de normas, pues la clave siempre ha de estar en la materia reservada; En este sentido, la sentencia argumenta que “[e]n el primer caso, dada la existencia de ámbitos reservados a cada tipo de Ley, sólo se planteará el conflicto si ambas leyes inciden sobre una misma materia, en cuya hipótesis la Ley orgánica habrá de prevalecer sobre la ordinaria, ya que no puede ser modificada por ésta (art. 81.2 de la C.E.)”. Asimismo, en el tratamiento que hace la sentencia de las materias conexas, las que culminan ampliando el ámbito material de la LO. 132 En sus propios términos sostiene que “[s]i se considera así que el artículo 81.1 establece no una reserva en favor de un procedimiento, sino una competencia para una forma, que por sí misma produce el efecto de rigidez y que, precisamente por eso, no podrá utilizarse más que para la materia reservada del artículo 81.1” (De Otto, 1987, págs. 114-115). 131 94 y (ii) la solución de antinomias entre la ley y la LO, implica establecer los deslindes que vienen dados por la regla de distribución de competencias que se encuentra contenida en la Constitución. La mera resolución en base a la jerarquía implica resolver anticipadamente el conflicto en favor de la LO, sin hacer uso de ningún criterio justificatorio sustantivo. Ahora bien, un segundo aspecto a resaltar de esta temprana jurisprudencia, dice relación con el tratamiento de las denominadas “materias conexas”, respecto a las que el TC ha aceptado la posibilidad de una conexión débil entre ellas y la materia reservada a LO, lo que resulta riesgoso para el funcionamiento democrático del sistema jurídico. Sobre la cuestión, el TC ha sostenido que “el legislador, al elaborar una ley orgánica, podrá sentirse inclinado a incluir en ella el tratamiento de cuestiones regulables también por vía reglamentaria, pero que en atención a razones de conexión temática o de sistematicidad o de buena política legislativa considere oportuno incluir junto a las materias estrictamente reservadas a la Ley orgánica”, de tal manera que en la misma LO tendremos presentes materias estrictas y conexas, las cuales -en principio- también estarían sujetas al régimen señalado en el art. 81.2 de la CE. Lo anterior, para el TC ha de ser así, en razón de la “defensa de la seguridad jurídica” (artículo 9.3 de la C.E.). Estos fundamentos del TC han sido comentados por Alzaga Villaamil, para quien esta tesis implica un reconocimiento del mayor rango de la LO por sobre la ley (Alzaga Villaamil, 2005, pág. 136). Por su parte, para Fernández el tratamiento que hace el TC de las materias conexas lleva a una innecesaria congelación del rango. Por lo anterior, el carácter excepcional se ve matizado por la posibilidad que la interpretación abre para referirse a materias que de manera indirecta (conexa) hacen parte de la materia que es objeto de la reserva (Fernández, 1981, págs. 9192). El tratamiento de las materias conexas que hace el TC produce el efecto inverso al de la excepcionalidad de la LO, pues en tanto este último restringe la aplicación de la LO el criterio de conexión amplía su ámbito. Así, parece necesaria una definición más precisa de parte del TC respecto de lo que es una materia conexa a fin de limitar, en la mayor medida posible, el ámbito material de la LO. Más tarde en la STC 76/1983, de 5 de agosto, el TC desarrolló la idea de complementariedad entre la LO y la ley ordinaria indicando que la “ley orgánica sólo puede incluir preceptos que excedan del ámbito estricto de la reserva cuando su contenido desarrolle el núcleo orgánico y siempre que constituyan un complemento necesario para su mejor 95 inteligencia, debiendo en todo caso el legislador concretar los preceptos que tienen tal carácter” (Proyecto de Ley Orgánica de armonización del proceso autonómico, 1983). Bajo esta formulación, se restringe el ámbito de acción de la LO, que había sido excesivamente ampliado en su jurisprudencia anterior. Por último, respecto a las principales materias objeto de reserva de LO el TC ha realizado un importante desarrollo. Así, sobre derechos fundamentales y libertades públicas que han de ser desarrollos vía LO, ha sostenido que: (i) la reserva de LO se refiere al desarrollo directo de derechos y libertades públicas, pues no hay un derecho al rango de LO (Ley 40/1979 Régimen jurídico de control de cambios, 1986); (ii) puede que las leyes ordinarias incidan en la regulación de los derechos, que como con las normas procesales no son normas de desarrollo de la tutela judicial efectiva (Ley 40/1980, Inspección y recaudación de la Seguridad Social, 1986); y (iii) la expresión “relativa al desarrollo de derechos fundamentales” hay que entenderla como regulación de las formas y condiciones del ejercicio de esos derechos y también de los límites de éstos, no comprendiendo la afectación en algún aspecto del derecho o régimen de su ejercicio o disfrute (Álvarez Conde, 1999, pág. 237). Luego, el sentido de la interpretación restrictiva que hace el juez constitucional se confirma en la STC 70/1983, en la que sostiene que la remisión del artículo 81.1 a los derechos y libertades se refiere exclusivamente a aquellos contenidos en la Sección Primera del Capitulo Segundo de la CPE (artículos 15 a 29) que se titula “De los derechos fundamentales y libertades públicas”. Así, el criterio fijado por el TC es puramente formal respecto de la determinación del supuesto material objeto de regulación vía LO. En último término, a propósito de la reserva de LO respecto del régimen electoral la pregunta que subyace al debate puede ser enunciada en los siguientes términos: ¿incluye la reserva de LO a todo el régimen electoral o sólo al aplicable para las elecciones de las Cortes Generales? El TC sostuvo en la STC 38/1983, de 16 de mayo, que “[e]l régimen electoral general está compuesto por las normas electorales válidas para la generalidad de las instituciones representativas del Estado en su conjunto y en el de las entidades territoriales en que se organiza, a tenor del artículo 137 de la CE, salvo las excepciones que se hallen establecidas en la Constitución o en los Estatutos” (Ley Orgánica 6/1983. Modificación de determinados artículos de la Ley 39/1978, de elecciones locales, 1983). Con lo cual, se afianza la idea de que el régimen electoral general no es equivalente al de las elecciones 96 generales. En los términos de la explicación elaborada por Álvarez Conde, se parte de la imposibilidad de equiparar las expresiones “régimen electoral general” y “elecciones generales”. Luego, el adjetivo “general” no se refiere a las elecciones sino al régimen electoral; por lo tanto, las elecciones generales no deben ser consideradas sino un aspecto o elemento del régimen electoral general, dentro del cual -también- van a existir otros regímenes electorales especiales y particulares, como por ejemplo los regímenes electorales autonómicos y el procedimiento de designación de los senadores comunitarios (Álvarez Conde, 1999, pág. 238). Finalmente, conforme a lo que hemos repasado, podemos ver que la jurisprudencia del TC ha sido, en buena medida, recogida por el TCCh especialmente en lo relativo a: (i) la excepcionalidad que tienen las leyes mayorías reforzadas para su aprobación; (ii) la aplicación del criterio de competencia para resolver los conflictos entre normas; y (iii) la interpretación restrictiva de las materias reservadas. 97 Capítulo IV. Posturas frente a la existencia de leyes supramayoritarias: El debate chileno 4.1. Frente a las supramayorías: El debate Hasta la fecha no se ha desarrollado una abundante doctrina que sistematice y tome posiciones frente a la existencia de leyes supramayoritarias dentro del sistema chileno133. Pese a ello, el debate ha puesto en el centro del conflicto a las leyes orgánicas constitucionales, por las materias y el quórum supramayoritario que exigen para su aprobación, derogación o enmienda. Así, los argumentos que se utilizan para este tipo de leyes se han aplicado, en general, a toda aquella parte de la tipología normativa de la CPR que es supramayoritaria. La discusión sobre el tema se inició poco después de la entrada en vigor de la CPR, momento en el que, los autores no profundizaron en las razones que justificaban las LOC (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 400). En este primera etapa, primaba la idea de que “(…) eran el desarrollo complementario de nuestra breve Constitución, y que su contenido correspondía a cuestiones fundamentales que debían ser adoptadas de una manera lo más cercana posible a la “voluntad general”, de manera de darle legitimidad a aspectos relevantes de nuestro sistema político y jurídico” (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 400). En este sentido, se consideraba que un conjunto de materias exigía de un mayor nivel de legitimidad institucional, por lo que eran protegidas a través de un sistema con quórums especiales, básicamente, por razones de estabilidad (Cruz-Coke, 2005, pág. 159). El debate, desde sus orígenes, consideró tres elementos básicos: primero, la idea de que el control obligatorio de constitucionalidad por parte del TC era un refuerzo institucional innecesario; en segundo lugar, la adherencia de los autores a conceptos específicos de democracia que, por supuesto, son diferentes a los que se plantearon en el seno de la comisión redactora de la nueva constitución; y, por último, el tratamiento que ha de darse a las minorías parlamentarias. En la actualidad, el debate ha evolucionado hacia visiones más completas del 133 Probablemente los trabajos más completos sobre el particular sean, desde un punto de vista crítico, el de Lucas Sierra y Lucas Mac Clure, titulado “Frente a la mayoría: Leyes supramayoritarias y Tribunal Constitucional en Chile”; y, desde una defensa, el de Sergio Verdugo Ramírez titulado “Las justificaciones de la regla supra-mayoritaria de las leyes orgánicas constitucionales”, ambos citados y utilizados para la elaboración de este trabajo. 98 sistema constitucional con planteamientos que consideran todo el diseño institucional creado en la CPR, incluido el sistema electoral, y no sólo una parte del mismo. Los enfoques tradicionales diferencian entre las posturas críticas y defensoras de la existencia de leyes supramayoritaria. En una visión distinta, a fin de sistematizar las posiciones de los autores distinguiremos tres grupos de posturas frente al sistema vigente: críticas, las moderadas o intermedias y las defensoras. A continuación desarrollaremos los principales argumentos que subyacen a cada una de ellas134. 4.1.1. Teorías defensoras del sistema vigente o de las supramayorías A los argumentos que se utilizan para defender la existencia de leyes supramayoritarias, subyacen tres consideraciones relevantes: (i) el objetivo evitar una “tiranía de la mayoría”, para lo cual se recurre a una protección de las minorías. Por ello, a nivel procedimental se establecen una serie de refuerzos institucionales para lograr la protección, lo que es más bien propio de la lógica del constitucionalismo liberal cuyo objetivo es establecer contrapesos al poder; (ii) la estabilidad es un segundo objetivo fundamental, por lo que corresponde al diseño constitucional hacer una distribución y concreción de refuerzos institucionales suficientes para que sea posible; y (iii) buena parte de sus fundamentos doctrinarios los podemos encontrar en distintos pasajes de El Federalista, donde bajo una desconfianza hacia el legislador se debatía respecto de la necesidad de limitar a la mayoría para cumplir objetivos superiores del Estado de Derecho (o en sus términos, de la federación). En una lectura más bien política, observando las relaciones transaccionales que se dan entre los poderes Ejecutivo y Legislativo en Chile, Aninat sostiene que la existencia de quórum especiales exige al gobierno alcanzar acuerdos más amplios para la aprobación de proyectos de ley con materias afectas a dicho quórum. Ello se produce “[a]l empoderar al 134 Dentro de cada una de las tesis es posible distinguir distintas variantes argumentativas, por lo que se debe tener en cuenta que existe un núcleo duro de razones compartidas y otras que son sostenidas sólo por algunos autores. 99 Congreso frente al Ejecutivo, esta circunstancia constituye una instancia adicional de cooperación entre ambos poderes del Estado” (Aninat, 2006, pág. 140)135. Uno los defensores de la existencia de las leyes supramayoritarias en Chile es Verdugo Remírez, para el cual la conveniencia de la existencia de leyes supermayoritarias se debe a tres razones: en primer lugar, aceptando que las mayorías pueden optar por decisiones favorables y convenientes, establece que las condiciones para que ello se dé son difíciles136. En segundo lugar, estimando que la regla de la mayoría simple es un mecanismo instrumental, en ningún caso un dogma necesario para la deliberación democrática, ya que el ideal democrático es la unanimidad ya que el acuerdo es total. Y, por último, el establecimiento de una regla de mayoría que sea intermedia entre la unanimidad y la simple mayoría viene a expandir los beneficios políticos que traen las leyes a los distintos grupos políticos con representación parlamentaria (Verdugo Ramírez, 2009, págs. 626-627). Ahora bien, la construcción de esta teoría defensora de las leyes supramayoritarias toma como punto de partida el diseño constitucional. Así, “[s]i la opción es la adopción de una democracia fundada en una constitución escrita que limite y estructure los poderes estatales y reconozca derechos fundamentales con carácter justiciable, normalmente los mínimos absolutos quedarán entregados al constituyente” (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 408). Para lo anterior, tradicionalmente, las constituciones prefieren utilizar la rigidez sólo para la protección de los mínimos, sin prohibir las modificaciones. Por su parte, las constituciones que son menos rígidas entregan mayores posibilidades (espacio) para que existan otros elementos de protección del sistema político. De tal manera que, “[u]na constitución más breve, entregará más posibilidades racionales para que su contenido sea complementado mediante el legislador o la jurisprudencia” (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 409). Para el autor, las justificaciones siempre han de considerar las opciones que el 135 Un importante desarrollo sobre el tema de las relaciones entre los miembros del Congreso chileno y los miembros del Ejecutivo, lo encontramos en los estudios realizados por Ferraro en los que se resalta la existencia de una serie de reglas informales que permiten una relación de apoyo, complemento y transacción constante entre ambos. Entre otras reglas, el autor resalta: el patrocinio del legislativo para puestos públicos, la existencia de redes de contacto informales, la reuniones frecuentes, los protocolos que se han elaborado para la tramitación de la ley de presupuesto, la profesionalización de la carrera legislativa y el cueteo político (Ferraro, 2006) (Ferraro, 2008). 136 El autor distingue entre las razones generales y aquellas que permiten justificar el quórum reforzado en cada materia. Considerando el objeto del presente, nos bastará con tratar las razones generales que desarrolla. 100 constituyente haya adoptado; luego, las leyes orgánicas constitucionales se fundan en la lógica de complementar el contenido de la CPR137. En razón de lo anterior, Verdugo Ramírez sostiene que este tipo de normas al desarrollar un contenido “constitucional”, se encuentran justificadas por las mismas razones que permiten la rigidez constitucional. Por ello, el debate sobre la conveniencia de tener LOC, exige debatir previamente sobre la necesidad de darle rigidez a una materia en particular (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 410). Concordamos en este último punto con el autor, respecto de la necesidad de establecer razones espaciales para cada materia, pero como hemos anticipado, en este trabajo no entraremos con mayor detalle en cada una de ellas. Establecido el diseño constitucional y debatidas las materias que eventualmente se deben proteger en mayor medida -para Verdugo Ramírez- se hace necesario analizar “interrelación de aquellas instituciones que producen arreglos contramayoritarios y que en algunos casos generan un actor con veto presente en el proceso legislativo” (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 411)138. Dado que el proceso político es dinámico por definición, estos elementos interactúan de tal manera que contribuyendo a la existencia de obstáculos para modificar el estatus quo, haciendo más difícil la acción de lobistas (que deben intentar capturar varias instituciones relacionadas) y disminuyendo -aunque sin eliminar- las posibilidades de generar reformas políticas profundas (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 412). Conforme a lo recién expuesto, para completar su argumento el tratadista, recurre a la lógica de los frenos y contrapesos del poder político, bajo la cual no es posible sostener que una democracia mayoritaria sea siempre la mejor solución. Así, no puede afirmar que la existencia de leyes supramayoritarias afecte a la democracia; ya que eso dependerá del En este sentido, se ha sostenido que pasarían a formar casi una especia de “Constitución material”, lo que generaría una especie de expansión constitucional. Sobre el punto, Couso y Coddou han sostenido que las LOC representan una especie de “Constitución en las sombras” (Couso & Coddou, 2010, pág. 199). 138 Se sostienen como refuerzos, los siguientes (i) existen dos cámaras legislativas; (ii) posibilidad de paralizar un proyecto de ley por no ejercerse la facultad de darles urgencia; (iii) el veto presidencial y la posibilidad de insistencia por parte el Congreso sólo cuando se reúne una súper-mayoría; (iv) el control constitucional del Tribunal Constitucional en sus diferentes formas; (v) las cuestiones de iniciativa exclusiva (unido al régimen de ideas matrices) que quitan capacidad legislativa a los parlamentarios; (vi) las cuestiones reguladas directamente en la constitución; y vii) las leyes con exigencia de quórum súper-mayoritario (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 411). La existencia de refuerzos institucionales es muy común. En el caso del senado estadounidense, existe la figura del “filibuster” que es una forma en que el derecho a voz de los parlamentarios antes de someter a votación un proyecto de ley sirve para bloquear dicho proyecto. El parlamentario filibustero se extiende en su discurso de manera excesiva, y la única forma de obligarlo a terminar con su intervención y someter el proyecto de ley a votación, es mediante una super-mayoría (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 411). 137 101 concepto de democracia al que se adhiera. Si democracia la entendemos como la sola expresión de la mayoría, toda afectación de la misma es antidemocrática; pero, si la entendemos como el gobierno de las mayorías con respeto por las minorías, entonces es admisible que la inclusión representativa de las minorías en el parlamento posea algún efecto. Si las minorías no tienen efectos, ¿para qué existen? Justamente, las minorías existen para realizar un control político (Verdugo Ramírez, 2009, pág. 624). En esta lógica, para Kelsen “el catálogo de los derechos políticos pasa, de protección al individuo contra el Estado, a ser protección para una minoría, para una minoría cualificada contra una mayoría simplemente absoluta (…) sólo pueden dictarse normas con el asentimiento de una minoría cualificada y no en contra de su voluntad, es decir, que solamente son posible mediante un acuerdo entre mayoría y minoría” (Kelsen, 2002, pág. 73). La lógica que subyace a estos planteamientos resalta el que la minoría no sólo controla a la mayoría, sino además permite la generación de ciertas concesiones necesarias para el desarrollo de las materias fundamentales. Esto lleva implícita la idea de una necesaria aceptación general en ciertas materias. El jurista para su defensa de las reglas con quórum reforzado, puntualiza los siguientes argumentos: (i) su existencia fortalece la separación de funciones frente al gobierno de los partidos. Esto se da en la medida que se refuerza el sistema de pesos y contrapesos al interior del Estado. La formación de amplias mayorías lleva a que el Congreso se vea fortalecido frente al Ejecutivo; (ii) privilegian la función de las minorías para controlar el ejercicio del poder por parte de las mayorías. En los sistemas de democracia constitucional, las minorías actúan como control cuando existen quórum supramayoritarios “las minorías podrán bloquear aquellas decisiones mayoritarias relevantes que estimen convenientes, produciendo la necesidad de la coalición gobernante de buscar los acuerdos necesarios para obtener los votos faltantes con un sector (minoritario, ya que la regla de supermayoría no es tan exigente) de la minoría” (Verdugo Ramírez, 2009, pág. 625); y (iii) en el derecho comparado existen buenos ejemplos de sistemas que establecen normas con quórums tan altos como las LOC respecto de normas diversas a la constitución. Así, la Constitución de los EEUU exige de los dos tercios de los senadores para aprobar un tratado internacional (Constitución de EEUU, artículo II, § 2, cl. 2); las “leyes constitucionales federales” austríacas requieren de las dos terceras partes con la presencia obligatoria mínima de la mitad de los miembros para ser reformadas (artículo 44); la Constitución danesa exige el alto 102 quórum de cinco sextos para entregar poder político a autoridades internacionales (Parte III, § 20); la Constitución de Uruguay requiere de dos tercios para la regulación del sufragio y las elecciones (artículo 77, N° 7) y para “conceder monopolios” (artículo 85, N° 17); la Constitución de Costa Rica exige dos tercios para aprobar proyectos de ley sobre el Poder Judicial apartándose de la opinión de la Corte Suprema (artículo 167), para el financiamiento previo de las actividades electorales de los partidos políticos (artículo 96, letra e) y para establecer limitaciones al derecho de propiedad (artículo 45); y, finalmente, la Constitución de Bélgica dispone de un sistema de supramayoritario cuyo objeto es proteger los intereses de las diversas comunidades existentes (artículos 4, 5, 35, 39), para delegar materias de las comunidades a las autoridades locales autónomas, establecer las atribuciones de los municipios (artículo 24) y para el sistema electoral (artículo 68) (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 405). Pese a su férrea defensa al status quo chileno, Verdugo Ramírez no se cierra a la posibilidad de hacer reformas al sistema normativo chileno, eliminando algunas materias que actualmente son objeto de regulación por medio de LOC. Pero para ello aboga por lo que denomina “el equilibrio de argumentos en el plano de las justificaciones generales”, para lo cual es necesario que en el debate se ponderen “i) la necesidad de mantener el statu quo mediante obstáculos a la reforma de estatutos concretos; ii) la institución llamada a velar por ese statu quo (el Tribunal Constitucional, las minorías políticas u otros); iii) la posibilidad de que la rigidización origine conflictos políticos y sociales de mayor envergadura; iv) la técnica más apropiada para conseguir los fines específicos que se dice perseguir” (Verdugo Ramírez, 2012, págs. 415-416). La defensa de Verdugo Ramírez, no está del todo cerrada a la posibilidad de cambios; sin embargo, esta propuesta es suficiente. La construcción de un proceso democrático aún controlado por razones de estabilidad e importancia material, dejan de ser determinantes, en la medida que la democracia chilena se ha ido consolidando. No es suficiente eliminar algunas materias, lo necesario es replantear el esquema constitucional con una tipología más simple que sea un reflejo de la situación democrática chilena. 103 4.1.2. Las tesis o posturas críticas Se parte de la idea de ilegitimidad o legitimidad parcial de la CPR, cuyo principio no sería democrático. Al actuar bajo una apariencia de cumplimiento de procedimientos constitucionales democráticos, permite, un uso desproporcionado de mecanismos contramayoritarios, para limitar el espacio propio del ejercicio de la política y del derecho (Suárez Crothers, 2009, pág. 250). Luego, este funcionamiento antidemocrático se manifestaría en una serie de instituciones que conspiran con la conformación de una democracia más profunda. Para ello, los distintos autores mencionan los quórums de supramayorías para la aprobación de ciertas normas, el sistema hiperpresidencialista, la ausencia de mecanismos de democracia semidirecta, el sistema electoral binominal y la existencia de instituciones contramayoritarias como el Banco Central y el Tribunal Constitucional. Respecto de estas últimas, se critica la inexistencia de responsabilidad política de sus miembros y su pretendido carácter técnico, destinado a cautelar la voluntad del constituyente autoritario (Busch Venthur & Quezada Rodríguez, 2013, pág. 144). Luego, el sustrato material de la crítica es la “objeción democrática”, ya explicada en su vertiente legislativa, que al ser aplicada a las leyes supramayoritarias implica que a mayor quórum para la aprobación o enmienda mayor se considerará su afectación al principio democrático, pues mayor es la desconfianza hacia la mayoría. De tal manera, para el caso de las LOC el cuestionamiento democrático se hace más fuerte por dos razones: porque los quórums exceden por mucho al de la mayoría simple de los parlamentarios (cuatro séptimos de los diputados y senadores en ejercicio), y por el refuerzo institucional que posee bajo el control preventivo forzoso de constitucionalidad que desarrolla el TCCh. Sobre estas cuestiones, basado en las ideas de Bockënforde, Sierra sostiene que sólo se justifica un quórum supramayoritario respecto de aquellas materias que pertenecen a la Constitución, esto es, las que dicen relación con el contenido nuclear de la democracia, los derechos de libertad y la protección de las minorías. En ningún caso respecto de la legislación ya que “el quórum supramayoritario para el ejercicio de la potestad legislativa (…) sugiere una anomalía democrática. Además, en Chile este quórum está asociado a un mecanismo que también echa una sombra de duda sobre la fortaleza de la democracia mayoritaria: un control de constitucionalidad preventivo obligatorio por parte de un órgano no mayoritario como el 104 Tribunal Constitucional” (Sierra I. & Mac Clure, 2001, pág. 16). En esta misma lógica, Zapata Larraín agrega que el mecanismo supramayoritario, la existencia de un control preventivo obligatorio de las leyes y un sistema electoral binominal, subsidian de manera excesiva a las fuerzas políticas que pierden las elecciones (Zapata Larraín, 2008, pág. 403). En términos generales, cuando se abordan las leyes con quórum reforzado, especialmente las LOC, desde el punto de vista de la estructura de la democracia, se sostiene que su objetivo originario fue limitar las posibilidades de reforma de sistema constitucional chileno, buscando una desmedida protección de la idea de “democracia protegida” planteada por Guzmán Errázuriz (Atria, 2010, pág. 176) (Couso & Coddou, 2010, págs. 192-199). Además, se argumenta que con ellas una minoría con frecuencia puede vetar a la mayoría, lo que no permite el cumplimiento del principio democrático e impide al Gobierno avanzar en sus prioridades legislativas (Correa González, 2005)139. Y, por último, se señala que afectan la igualdad del voto parlamentario, que sería un requisito de la democracia representativa, pues vale más el voto de la minoría que el de la mayoría para la adopción de la decisión legislativa. Profundizando estos argumentos generales, se ha sostenido que140: (i) Son leyes contrarias a la democracia, entendida como la expresión de una mayoría que ejerce el gobierno. Este argumento se funda en el concepto de democracia de Rousseau, conforme al que “(…) cada cual, al dar su voto, emite su opinión, y del cómputo de ellas se deduce la realidad de la voluntad general. Si prevalece, pues, una opinión contraria a la mía, ello no prueba más que yo estaba sencillamente equivocado (…). Después de tal suposición, es evidente que el carácter esencial de la voluntad general está en la pluralidad o mayoría” (Rousseau, 1983, pág. 164). Con ello, una vez formada la voluntad general todo ejercicio de la misma se transforma en una ejecución soberana que se funde con la idea de voluntad general. Por lo que, se da al principio mayoritario un tratamiento que no admite excepciones, Sobre el punto, Verdugo Ramírez apunta que “(…) este argumento es otra forma de ver la idea de que las súper-mayorías persiguen la estabilidad política-institucional del órgano que regulan. En otras palabras, donde algunos ven falta de flexibilidad y defensa del status quo (algo normalmente peyorativo) otros ven estabilidad (algo normalmente positivo). En efecto, la mayoría calificada incrementa los niveles de estabilidad justamente porque introduce un jugador con veto (“veto player”)” (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 402). 140 La sistematización de los argumentos es desarrollada por Verdugo Ramírez, cuyo propósito es refutar cada una de la criticas que se formulan (Verdugo Ramírez, 2009, págs. 611- 621). 139 105 de tal manera que cualquier afectación al mismo ha de ser tildada de contraria a la democracia. Asumir este argumento, implica una definición formulada en términos absolutos respecto del concepto de democracia. Lo anterior encierra una falacia, pues conlleva la idea de que toda decisión adoptada por el parlamento es igualmente valiosa. Ello, es incorrecto materialmente, ya que pasa por alto la existencia de elementos del sistema cuya regulación tiene mayores consecuencias para el sistema democrático, como lo son las normas relativas al ejercicio democrático mismo y regulación de los derechos fundamentales. (ii) Se altera el principio “un hombre, un voto”. Böckenförde sostiene que la democracia se vincula a un procedimiento que ha de otorgar a los ciudadanos igualdad de oportunidades para participar con voz y voto en la aprobación de decisiones colectivas. Así, los ciudadanos -con la regla de mayoría- son tratados como iguales y se produce una neutralidad respecto a las materias que se debaten141. Luego, hay un valor intrínseco en el sistema en la medida que permite contar todos los votos como iguales, sin que se privilegien opiniones o unos resultados frente a otros. A partir de ello, la regla de la mayoría resguarda el valor sustantivo de la igualdad política, por lo que romperla implica negar la idea de que cada miembro de la comunidad es igualmente valioso a los demás (Böckenförde, 2000, págs. 82- 99). En Chile, se ha construido este argumento bajo la lógica que los ciudadanos -producto de la existencia de leyes supramayoritarias- ven frustradas sus expectativas al ver que pueden formar mayorías legislativas por su voto, pero luego su opinión es anulada por las exigencias especiales para la aprobación de ciertos proyectos de ley142. La lógica es: un tratamiento igualitario del voto (sistema electoral), debe tener su correlato en un tratamiento similar de la representación (decisiones por mayoría)143. 141 Este punto ha sido tratado con mayor detalle, a propósito de la fundamentación de la democracia como principio. 142 En este sentido, se argumentó en la moción de los senadores Zaldívar y Moreno, Boletín N°4028-07, que se encuentra archivada desde el 29 de julio de 2008. El proyecto fue consultado en la página www.camara.cl, con fecha 3 de junio de 2014. 143 Contrario a esta posición se manifiesta Verdugo Ramírez para quien el principio de igualdad del voto, una persona un voto, no implica que la representación que se genera sea igualitaria en el parlamento. Lo anterior es imposible: ningún sistema electoral es capaz de proporcionar una representatividad exacta. Ello sólo sería 106 Esta fundamentación incurre en el siguiente error: al basarse en las ideas de Bockënforde, debe admitir, tal y como lo hace el autor, que la regla admite excepciones. Si la regla de mayoría se quiere establecer de manera irrestricta, puede ser mejor fundada la crítica en la lógica procedimental que propone Waldron. (iii) Bloquean el proceso legislativo y dificultan el desarrollo. Se sostiene que la existencia de leyes de quorum especial, frenaría la capacidad de avance del país a la hora de tomar decisiones sobre cuestiones relevantes, pues las posibilidades de decidir estarían bloqueadas144. Este argumento no ha podido ser demostrado fehacientemente, ya que no existe un estudio sistemático que contabilice el resultado de la votación de los permita ver cuantos proyectos de esta naturaleza. El único estudio riguroso que se conoce es el elaborado por Buschheister y Soto, quienes contrastaron aquellos tramitados en la Cámara de Diputados durante la legislatura ordinaria 2003-2004, identificando que aproximadamente un 34 por ciento de ellos contenía normas que eran materia de LOC (Buchheister & y Soto, 2005, págs. 257-258). El período de estudio, sin embargo, es demasiado breve, y omite los proyectos de ley que se tramitaron en el Senado. Luego, a continuación se presentan los datos que constan en las cuentas públicas del TCCh respecto al control preventivo y obligatorio de constitucionalidad de las LIC, las LOC y los tratados internacionales aprobados por el Congreso145. Como se verá no permiten justificar el argumento crítico que se ha esbozado, en el sentido de que existiría una falta de producción normativa, pues si la hay pero se requiere conocer el contenido de cada proyecto controlado para determinar la veracidad del argumento crítico. practicable en un sistema de democracia directa. Sostener que esto no afecta la representatividad- y, por lo tanto, la democracia- puede llevar a que se pueda modificar la ley fundamental por medio de una ley simple, lo que quiebra las bases de la democracia moderna (Verdugo Ramírez, 2009, pág. 615). 144 En este sentido se manifiestan los senadores Záldivar y Moreno en el proyecto de ley Boletín N°4028-07, actualmente archivado, pero disponible en www.camara.cl y consultado con fecha 3 de junio de 2014. 145 Este control previo y obligatorio lo hace el TCCh, de acuerdo a la atribución que se establece en el número 1 del artículo 93 de la CPR que dispone: “[s]on atribuciones del Tribunal Constitucional: 1º Ejercer el control de constitucionalidad de las leyes que interpreten algún precepto de la Constitución, de las leyes orgánicas constitucionales y de las normas de un tratado que versen sobre materias propias de estas últimas, antes de su promulgación”. 107 Tabla I: Proyectos de ley controlados de manera previa y obligatoria por el Tribunal Constitucional de Chile Año Número de controles 2006 15 2007 24 2008 28 2009 30 2010 22 2011 24 2012 23 Fuente: Cuentas Públicas del Presidente del TCCh de los años respectivos. Respecto de la Tabla I, es necesario hacer algunas precisiones generales. Primero, estos datos son públicos sólo desde el año 2006 porque la obligación del Presidente del TCCh de rendir cuentas de su gestión tiene su origen en la reforma constitucional de 2005146. Además, sólo se dispone de la información hasta 2012. Segundo, el número de proyectos que son objeto de control previo y obligatorio por parte del TCCh no se encuentra debidamente desglosado, ya que incluye no sólo a las LOC y las LIC, sino también a los tratados internacionales. Tercero y último, resulta muy complejo comparar estas cifras con el total de proyectos en trámite en el Congreso para cada año, lo que dificulta testear la idea del bloqueo al desarrollo. Para probar la afirmación, se requiere conocer las materias sobre las que versa cada proyecto a fin de determinar sus implicancias en el desarrollo. Estos datos reflejan la producción normativa del Congreso, respecto de las materias objeto de control previo y obligatorio de constitucionalidad. Pero para determinar si efectivamente se produce -como consecuencia del quórum- un freno al desarrollo, se debería conocer la cantidad de proyectos ingresados que corresponden a materias de quórum 146 Esta información está disponible sólo desde el año 2006 y hasta 2012, en la página: www.tribunalconstitucional.cl. Además, sobre el particular tal y como se apunta en la Memoria del año 2010: “[e]ntre las modificaciones introducidas en octubre de 2009 a la Ley Orgánica Constitucional del Tribunal Constitucional para adecuarla a la reforma de 2005, se estableció el deber de su Presidente de rendir una cuenta pública en el mes de marzo de cada año, que incluya una reseña de las actividades institucionales de orden jurisdiccional y administrativo desarrolladas por el Tribunal en el año anterior, la cuenta de su gestión financiera, los informes de auditoría y todo otro antecedente e información que considere necesario”. 108 supramayoritario y los aspectos específicos a los que se refieren147. Sobre el particular, compartimos el argumento de Verdugo Ramírez quien sostiene que es necesario que se demuestre la concurrencia de distintos elementos: “en primer lugar, que hay proyectos importantes para el desarrollo del país que se han presentado en el Congreso; en segundo lugar, que esos proyectos son materias de LOC; en tercer lugar, que quienes presenten el proyecto no tengan, dentro de su propia coalición política, el quórum para aprobar una ley simple; y finalmente, que una parte muy significativa de la oposición haya votado en contra de dicho proyecto, de tal manera que no se alcanzó a reunir el quórum respectivo” (Verdugo Ramírez, 2009, pág. 620). Así, el argumento crítico a las leyes supramayoritarias, no se encuentra lo suficientemente justificado empíricamente, y resulta una materia de investigación pendiente. La posición crítica más extrema y poco tradicional sobre el tema ha sido desarrollada Atria quien argumenta a partir de la ilegitimidad de origen de la CPR148, para luego sostener que existen reglas ilegítimas dentro de ella. En su obra, denominada “La constitución tramposa”, basado en la formulación hecha por Schmitt, parte por distinguir entre la Constitución y las leyes constitucionales149. En la primera150, se han de encontrar aquellas normas que definen una determinada identidad y forma política, por lo que el sentido de que sea difícilmente modificada, es que no será modifica; en tanto, las leyes constitucionales tienen sentido en la medida que sean difíciles de modificar, esto es, establecer todo lo que sea necesario para que la minoría que tiene veto esté de acuerdo (Atria, 2013, págs. 35-36)151. Sobre el particular, precisa que “[e]sto no quiere decir que la constitución no puede ser reformada, porque los “cambios” constitucionales o son modificaciones al texto (…), que en 147 Un estudio empírico sobre la cuestión, debe considerar variables cuantitativas y cualitativas para determinar si efectivamente frenan el desarrollo. Además, se hace necesario observar la tramitación de los proyectos considerando si son aprobados o rechazados por cada cámara y con qué porcentaje de los votos de los parlamentarios se produce la aprobación o rechazo. Por último, se debe incluir el origen de la iniciativa, del ejecutivo (mensaje) o de los parlamentarios (moción), para determinar si existen mayores posibilidades de éxito en un caso u otro. 148 Este punto fue desarrollado a propósito de la crítica de la legitimidad de origen de la CPR. 149 El trabajo es referido a un tema más amplio, ya que intenta justificar la necesidad imperiosa de reemplazar la CPR. En este contexto, se refiere a elementos que son objeto de tratamiento en este trabajo. 150 El autor entiende que Constitución corresponde a la decisión fundante y “fundamental sobre la identidad y forma de existencia de una unidad política, es decir, la que hace posible que una comunidad política sea un agente político” (Atria, La Constitución tramposa, 2013, pág. 38). 151 Sobre estas cuestiones véanse los planteamientos de Schmitt sobre la distinción entre constitución y leyes constitucionales (Schmitt, 1982, págs. 37-44), que nos permiten demostrar que el trabajo de Atria no son más que una aplicación de los fundamentos elaborados por Schmitt. 109 rigor hacen explícito lo que antes era implícito, o no son reformas, sino destrucción de la constitución y reemplazo por otra (como la de 1980 destruyó la de 1925)” (Atria, 2013, pág. 36). Entonces, la CPR estaría realzada de leyes constitucionales y no de decisiones fundamentales, que serían consecuencia de un abuso de la forma constitucional establecida por el constituyente de 1980, la que entiende como “(…) la estrategia de insertar ciertas normas en el texto de la constitución (y sujetarlas entonces a su quórum de reformas) no porque sean en algún sentido fundamentales o constitucionales, sino solo porque son importantes para alguien que tiene poder en ese momento y que quiere asegurarse de su vigencia cuando haya perdido ese poder” (Atria, 2013, pág. 41). Es un abuso porque la CPR tendría por objeto neutralizar la agencia del pueblo. Tras este argumento, más que una fundamentación real de un abuso, con el que podríamos coincidir, subyace una incomodidad política con el origen de la CPR. Con todo, si bien en un inicio la forma del sistema constitucional puede haber sido útil al cumplimiento de los fines de estabilidad buscados, éstos ya no están presentes y, por lo tanto no son un buen fundamento para la mantención de la situación constitucional chilena actual. En la lógica de “La Constitución tramposa”, sólo es posible entender la CPR como un contrato pues se requiere de la voluntad de todas las partes para modificar las leyes constitucionales. Esta compresión de la CPR, a la que se ve forzado su intérprete, lleva a un razonamiento errado por dos razones: (i) la Constitución no constituye nada, sino que regula relaciones entre sujetos preexistentes, de tal manera que no se puede entender el concepto de constitución de la tradición democrática (Atria, 2013, pág. 43); y (ii) si la Constitución es un contrato, entonces la política no es posible. En un contrato no se ve involucrado el interés común -el estándar que debe regir- sino sólo los intereses de cada uno que el contrato hace coincidir. Así, “[s]in derecho de contratos, esta no existe y solo hay explotación del débil por el fuerte” y, en consecuencia, la Constitución sería un engaño pues “[n]o hay política, solo guerra (aunque a veces fría)” (Atria, 2013, pág. 44). Además, se sostiene que la CPR tiene una lógica elaborada por Jaime Guzmán cuya característica es ser una “democracia protegida” o en sus términos “¿Pero protegida de qué? La respuesta es: protegida del pueblo” (Atria, 2013, pág. 45). Así, la CPR viene a negar la 110 agencia política del pueblo, por lo que nunca puede ser considerada como una decisión del pueblo sobre su forma política, sino sólo como una imposición. A partir de esto, la CPR sería “antidemocrática o, lo que es lo mismo, que no es una constitución” (Atria, 2013, pág. 45). Luego, para generar este efecto la CPR contendría tres cerrojos y un metacerrojo antidemocrático, a saber: primero, las leyes orgánicas constitucionales y sus quórums de aprobación; segundo, el sistema binominal (que trataremos a continuación); tercero, el control preventivo del TCCh; y, por último, el metacerrojo, de los quórums de reforma constitucional. Sobre estos temas, nos centraremos sólo en el primero de estos elementos; sin embargo, es necesario dejar constancia que, para el jurista crítico, ellos configuran un esquema que hace imposible el desarrollo de una democracia constitucional en Chile152. El primer cerrojo -las LOC y sus quórums- lo que hace es que “cualquier reforma a una ley orgánica constitucional requiere una mayoría que solo puede obtenerse con la concurrencia de los votos de la derecha. Esto le da, de hecho, poder de veto” (Atria, 2013, pág. 46). Luego, de deben considerar hay tres argumentos , ya que se han usado para justificar la existencia de la LOC, a saber: (i) se debe considerar que es un quórum para la reforma de la ley y no de la Constitución; sus cuestionamiento no apuntan a la reforma constitucional, sino a la de la ley; (ii) no se refieren a quórums superiores a la mayoría que apuntarían a otras razones (como los para vencer el veto presidencial, por ejemplo); y (iii) no es dable utilizar argumentos de su origen en el derecho comparado (Francia y España), porque las leyes orgánicas en esos países tienen un quórum considerablemente inferior que las previstas en la CPR (Atria, 2013, págs. 46-47). En este último punto, se intenta asentar la idea que no hay otros sistemas constitucionales que recurran a supermayorías como el chileno y, por lo tanto, el derecho comparado no permite justificar la naturaleza democrática de las LOC. Finalmente, todo sistema que requiere de mayorías calificadas para la aprobación, modificación o derogación de una ley no sería aceptable. Por lo que “(…) la regla de mayoría es la única regla de decisión que se toma en serio la igualdad de todos los ciudadanos” (Atria, 2013, pág. 50). 152 Curiosamente, se estima que si no se eliminan los tres de manera completa no hay democracia. Con ello, surgen dudas respecto de si los países que poseen un sistema de justicia constitucional concentrada en un tribunal constitucional son o no democráticos para el autor. 111 “La Constitución tramposa”, parte de un argumento peligroso para la democracia: la idea amigo-enemigo elaborada por Schmitt. En ella, las decisiones políticas son tomadas por un acuerdo entre quienes poseen la calidad de amigos políticos y en contra de quienes tienen las calidades de enemigos. Por ello, el concepto decisionista de Schmitt implica aceptar que “las decisiones relevantes para la vida práctica, sea que consistan en la aceptación de valores, en la elección de un proyecto histórico de vida, o la elección de un enemigo, no son accesibles a una deliberación racional ni son capaces de suscitar un consenso motivado racionalmente” (Negretto, 1994, pág. 64). Este concepto aplicado al caso chileno, tuvo sentido en los momentos en que gobernó Allende bajo un esquema democrático y, luego, con mayor fuerza todavía durante la dictadura de Pinochet. Sus resultados están a la vista: polarización, quiebre de la democracia y violación de derechos fundamentales. Por ello, para avanzar hay que abandonar estos fundamentos e ir hacia una lógica de acuerdos políticos, tal como operó en Chile durante los gobiernos de los presidentes Aylwin Azócar, Frei Ruiz-Tagle y Lagos Escobar. No hay nada nuevo en utilizar los acuerdos y la argumentación (democracia deliberativa) como forma de adopción de decisiones153. Así, volver a la distinción amigoenemigo puede traer, como efecto, nuevamente la polarización de un país que recién se empieza a reconciliar con su historia. Una segunda crítica a este planteamiento, reside en el concepto de Constitución que propone el autor, el cual se aleja bastante de la posibilidad de ser considerada en sentido normativo. Vamos por partes. En primer lugar, concordamos en que una Constitución es una norma fundamental; sin embargo, definirla sólo basándose en el elemento de la identidad de un pueblo, es problemático. En este sentido, Atria nuevamente recurre a los planteamientos de Schmitt quien, en su sentido positivo, la define como una decisión consciente que una unidad política adoptada y se da a sí misma por medio del titular del poder constituyente. Éste último, corresponde a una unidad política con una visión determinada. Así, la validez de la Constitución está dada por la voluntad del poder político del cual surge. Por lo tanto, es el producto del poder constituyente, que se materializa en un acto del pueblo que define su identidad (Schmitt, 1982, págs. 45-57). Bajo esta consideración, al igual que con la aplicación 153 Vgr. El acuerdo político celebrado, con fecha 17 de enero de 2003, entre el líder de la Unión Demócrata Independiente Pablo Longueira y el Presidente Lagos Escobar que llevó a una modernización del Estado, en momentos en que los casos de corrupción afectaban fuertemente al gobierno de época. 112 que de ella hace Atria, nunca es posible separar lo jurídico de lo político. El riesgo es evidente: la Constitución puede ser sólo un elemento político carente de eficacia jurídica. Además, para aplicar este concepto se requiere realizar un cambio de paradigma: la carta fundamental necesariamente debe dejar de ser una regla de mínimos y pasar a ser una norma, que entendida en su conjunto, es de máximos: todo lo debe incluir y regular para lograr definir la identidad del pueblo. En base a estas consideraciones, la consecuencia es que el texto fundamental va a transformarse en una Constitución “sociológica”. Es decir, aquella que se fundamenta en “una concepción científica y una actitud mental que de manera más o menos intensa y extensa relativiza la política, el Derecho y la cultura a situaciones sociales” (García Pelayo, 1984, pág. 46). En este estado de cosas, el ser y el deber ser han de coincidir pues si no lo hacen, el texto constitucional debe modificarse. Esta es la única manera de mantener una definición de identidad de un pueblo. Luego, el riesgo es el mismo que ha sido el objeto de la crítica de la legitimidad de origen de la CPR, es decir, como no va a ser el fruto de un consenso y, peor todavía, va a ser hecha por un nuevo grupo de “amigos”, en uso de los términos de Schmitt, no puede llegar a ser una verdadera Constitución normativa pues no necesariamente va a ser del todo racional. Finalmente, la tesis no repara en el hecho de que hay decisiones más importantes que otras. La lógica del argumento en Atria es completa pero errada. Es completa porque si todo lo que define a un pueblo ha de estar en la Constitución, no hay razones para tener leyes que desarrollen lo importante, ya que la carta fundamental se hará cargo de ello. Por lo que, sólo valen las supramayorías para el ejercicio del poder constituyente derivado y no para el ejercicio de la labor legislativa. La Constitución debe ser concebida como norma suprema y ha de regular sólo los aspectos mínimos esenciales, los demás deben quedar entregados al desarrollo por medio de una ley (Comanducci, 2002). Luego, si estos aspectos a desarrollar tienen relación con el ejercicio de derechos fundamentales o la democracia, que es condición previa al ejercicio de los derechos, corresponde a la mayoría absoluta de los parlamentarios la decisión. 113 4.1.3. Las posturas moderadas o intermedias Bajo esta perspectiva, intermedia si se quiere, encontramos justificaciones que si bien son criticas del sistema vigente, estiman necesaria la existencia de la regla de mayoría absoluta para logar a un debido equilibrio democrático-institucional. Buena parte de los argumentos que se proponen se basan, en alguna medida, en las consideraciones Böckenförde que ya hemos esbozado. En primer término, Busch Venthur y Quezada Rodríguez abogan por lo que denominan “un sistema mayoritario razonable” que busca, al menos teóricamente, hacerse cargo los riesgos de la tiranía de la mayoría y aquellos que son consecuencia de la excesiva rigidización normativa154. Para ello sostienen que “(…) cualquier sistema que se diseñe debe respetar la regla de la mayoría como exigencia de la igualdad política, y que dicha regla y la deliberación democrática pueden conjugarse” (Busch Venthur & Quezada Rodríguez, 2013, pág. 150). De tal manera, estiman posible construir una organización política que honre a la mayoría, sin abandonar el objetivo de adoptar decisiones deliberativas y controles sobre los representantes155. Bajo estas premisas los autores sostienen que el lugar para implementar un sistema “mayoritario-deliberativo” ha de considerar que su lugar principal es el parlamento. Lo anterior, entre otras razones, porque “(…) es ahí donde se encuentra la condición igualitaria basal de la democracia: el voto, forma privilegiada de expresión de la mayoría” (Busch Venthur & Quezada Rodríguez, 2013, pág. 151). Ello se produce en dos niveles: primero, mediante el voto, que permite tratar a todos los ciudadanos como iguales, se eligen representantes; y segundo, a través del voto de los representantes quienes se igualan en el ejercicio de la labor que se les encomienda. De tal manera que, tanto los “representados y representantes son tratados como iguales” (Busch Venthur & Quezada Rodríguez, 2013, pág. 151). Para lo anterior, estiman necesaria la existencia de frenos que sigan respetando la regla de la mayoría e incorporen puntos de vista en las decisiones, de tal manera que una 154 Hay tres elementos: (i) existe una incomodidad constitucional que debe ser superada por la vía de un rediseño de la institucionalidad democrática; (ii) la CPR es contramayoritaria que contiene elementos que conspiran contra la democracia; y (iii) se requiere dar fuerza al principio mayoritario. 155 Es decir, “(…) sin abandonar el ideal de un proceso de toma de decisiones que piense las cosas cuidadosamente” (Busch Venthur & Quezada Rodríguez, 2013, pág. 150). 114 democracia mayoritaria se beneficia de los frenos y límites que enriquecen el proceso político, pues se abre a todos los interesados y a las mejores razones, evitando el riesgo de las pasiones irracionales. En todo caso, “(…) éstos no pueden ser de naturaleza tal que signifiquen un subsidio a la minoría que importe que la mayoría se vea imposibilitada de expresar su voluntad y tener la última palabra del proceso político” (Busch Venthur & Quezada Rodríguez, 2013, pág. 151). En base a estas razones, el quórum de las leyes no puede ser, en ningún caso, superior a la mayoría absoluta de los diputados y senadores en ejercicio, y sólo respecto de un número acotado de materias. En concreto la propuesta de estos autores se traduce en: (i) evaluar el bicameralismo; (ii) modificar el sistema de urgencias, el cual en la CPR es controlado sólo por el Presidente de la República, sin que los parlamentarios puedan fijar su agenda legislativa; (iii) eliminar el sistema supramayoritario de leyes, estableciendo uno que restrinja sólo las decisiones a la mayoría absoluta, para casos excepcionales; y (iv) eliminar la facultad de control previo y obligatorio de constitucionalidad que realiza el TCCh. Sobre estos planteamientos, coincidimos en la necesidad de disminuir los quórums y eliminar las facultades del TCCH; sin embargo, la tesis carece de dos elementos. Primero, carece de concreción, pues no hay una propuesta de tipología normativa que sea un reflejo de los argumentos que sostiene; y, segundo, no se hace cargo de las críticas que podría despertar un sistema que mantuviese la mayoría absoluta para algunas decisiones. No se esboza, ni siquiera de manera ilustrativa general, los presupuestos normativos y las razones que justificarían el mayor quórum. Luego, una segunda postura intermedia la encontramos en la postura de García García156, quien aboga por lo que denomina un “Minimalismo Constitucional”. El autor reconoce que las normas que requieren de un quórum especial son aquellas que se refieren a materias fundamentales que regulan instituciones relevantes en un sistema democrático. Por ello, argumenta que las “(…) instituciones percibidas como esenciales en un Estado de Derecho requieren para su modificación de la concurrencia de algo más que una simple 156 Algunos como Bush Venthur y Quezada Rodríguez, han considerado que la tesis de este autor hace una defensa del sistema (Busch Venthur & Quezada Rodríguez, 2013, pág. 145). Discrepamos con estos planteamientos, ya que nos parece que hay dos temas que son explícitos en García García: (i) el reconocimiento de la incómoda existencia de las leyes de supramayoritarias (especialmente la LOC); y (ii) una necesidad de reformular el sistema acercándose más hacia una democracia mayoritaria. 115 mayoría” (García García & Soto Velasco, 2009, pág. 366)157. No obstante lo anterior, se reconoce la necesidad de un cambio constitucional, especialmente respecto del diseño contenido en la CPR158. Para explicar la necesidad de cambio, diagnostica la existencia de dos problemas. El primero, es el exceso de mecanismos contramayoritarios en la CPR; y, en segundo lugar, la búsqueda de algunos de establecer un sistema maximalista (como la propuesta contenida en “La Constitución tramposa”), por considerarse que el modelo actual sería neoliberal159. Luego, para cumplir con el ideal de una Constitución minimalista, estima necesario establecer un equilibrio entre la regla democrática -el gobierno de la mayoría- y el ideal regulativo del constitucionalismo -limitar el poder estatal para preservar los derechos y libertades individuales. Esto obligaría a “(…) ir al debate constitucional con “goma”-si seguimos a Jorge Correa- en materia de leyes orgánicas constitucionales, control preventivo obligatorio del Tribunal Constitucional o potestades legislativas del Presidente, aunque también, con lápiz, a establecer un sistema de elección parlamentaria de orientación claramente mayoritaria -que reemplace el binominal y compatible con nuestro presidencialismo- o un avance radical en descentralización política, administrativa y fiscal” (García García, 2013). Lo recién expuesto, apunta en el recto sentido de la solución que acá se defiende, pues el problema es que la CPR actual es sobreabundante en materias que no están justificadas. Al mismo tiempo, siguiendo el planteamiento del autor, la solución no es 157 Sin embargo, los autores recalcan como una curiosidad que las reglas relativas a la creación de impuestos sean reglas de mayoría simple en el sistema chileno (García García & Soto Velasco, 2009, pág. 366). 158 Destaca el autor que “(…) una errada compresión de la frase del ex Presidente Ricardo Lagos en torno a partir el debate sobre una “hoja en blanco” sería una mala noticia: después de 200 años de tradición constitucional, el desafío de esta generación es encontrar un pequeño espacio donde poder escribir algo interesante y políticamente relevante en un papel ya latamente escrito” (García García, 2013). Por lo que defiende, la necesidad de realizar cambios al diseño pero bajo el procedimiento que se encuentra en la CPR, de lo contrario “se votan a la basura las reformas incrementales y acumulativas que le han cambiado la cara a la constitución chilena” (Centro de Estudio Públicos, Chile, 2013). En igual sentido, sostiene que “A diferencia de quienes ven en la Asamblea Constituyente un bautizo o refundación de una nueva democracia representativa, sólo veo una estocada final y letal, de la cual el Congreso podría no recuperarse” (García García, 2013). 159 En sus términos, “(…) por un lado, sabemos Constitución cuenta con un exceso de mecanismos contramayoritarios -hemos echado mano a demasiados de los disponibles en el derecho comparado y además aplicado en dosis altas-; por el otro, llama la atención –no tanto en realidad- que quienes han sido históricamente críticos del uso “maximalista” de principios lejanos a la tradición constitucional chilena, por ejemplo el de subsidiariedad -lo que, junto a otras reglas los lleva a catalogar a la Constitución como “neoliberal”-, buscan incluir en una nueva Constitución principios maximalistas de signo contrario asociados al Estado de Bienestar (Estado Social de Derecho) o un frondoso listado de derechos económicos y sociales. ¡Vaya paradoja!” (García García, 2013). 116 completa si no se corrige (con “lápiz”) el binominal, asumiendo el componente presidencial existente en la CPR. García García no sólo ha reconocido los defectos de la CPR, sino también sus virtudes pues ha sostenido que las reglas de supramayoritarias sirvieron, en su momento, para elevar los costos de captura de los parlamentarios y asegurar estabilidad160. La postura reconoce la necesidad de avanzar hacia un sistema más respetuoso de la mayoría, que mantenga sólo leyes que tengan quórum de la mayoría absoluta para casos excepcionales y en supuestos restringidos161. La dirección de los argumentos parece acertada, pero se extraña su concreción en una solución al problema constitucional correctamente diagnosticado. Para otros, como Muñoz León las supermayorías sólo pueden justificarse para la regulación de los derechos fundamentales. Basándose erradamente en el sistema español, sostiene que la posibilidad de regulación por la vía de leyes con quórum reforzado ha de ser excepcional, y sólo se encuentra legitimada en el caso de la regulación de los derechos fundamentales, pero no todos sino sólo aquellos que son en sentido duro (Muñoz León, 2006, pág. 124)162. La crítica del autor al excesivo ámbito material de la LOC, se encuentra matizada en la medida que sólo se podrían regular a través de un quórum mayoritario aquellas materias que digan relación con derechos fundamentales. Por lo cual, considera justificada la mayor exigencia procedimental, para el caso chileno, respecto del derecho a la vida (artículo 19, número 1, inciso tercero), la determinación de las conductas terroristas y su penalidad (artículo 9°), nacionalidad (artículo 11, número 3), libertad de emitir opinión (artículo 19, número 12 inciso sexto), libertad económica (artículo 19, número 21 inciso segundo), En sus términos, se debe mirar “(…) el diseño constitucional y el del proceso legislativo chileno, en particular las cortapisas que nuestra institucionalidad ha establecido para hacer más difícil el proceso de captura a los parlamentarios y más costoso conseguir aquellos acuerdos de mero beneficio especial o privado, o en donde no se considere el interés público o no se busque la provisión de bienes públicos” (García García & Soto Velasco, 2009, pág. 353). 161 En este sentido se manifestó García García, durante el debate organizado por el Centro de Estudios Públicos, titulado “La Constitución fortalezas y debilidades” realizado con fecha 25 octubre de 2013 y disponible en http://www.youtube.com/user/webmasterCEP (Centro de Estudio Públicos, Chile, 2013). 162 En sus términos, “(…) si bien todos los derechos merecen ser protegidos y recibir una fundamentación o reconocimiento constitucional, los derechos en sentido duro, los derechos en serio, claman por un tratamiento más cuidadoso. Estos derechos son, entonces, un buen motivo para generar una categoría de ley más exigente que los proteja más intensamente” (Muñoz León, 2006, pág. 124). 160 117 derecho de propiedad (artículo 19, número 23 inciso segundo) e indultos y amnistías (artículo 63, número 16). Muñoz León estima imperativo avanzar hacia un proceso de “normalización democrática” el que exige que “(…) las disposiciones anormales o extraordinarias deban justificarse” (Muñoz León, 2006, pág. 128). Para lo cual es necesario asumir que el constitucionalismo democrático, exige que las distorsiones a la voluntad democrática no son ni pueden ser azarosas. Deben responder a una convicción compartida por todos los sectores de la sociedad, respecto de la necesidad de limitar la democracia en favor de ciertos valores más importantes para la comunidad política. El sistema español, al cual ya hemos hecho referencia, no sólo asegura una protección mayor a través de la LO de la regulación de los derechos fundamentales. El ámbito material establecido en la CE es más amplio que lo acá propuesto e incluye una serie de materias distintas de los derechos. Coincidimos con Muñoz León, en la necesidad de mayor protección de los derechos pero su tesis es demasiado restringida, al excluir una especial consideración por la democracia como elemento digno de mayor protección. Si sólo se protegen los derechos y la democracia queda entregada a una mayoría relativa circunstancial, pudiendo perderse el sentido de los derechos fundamentales. 4.2. El sistema electoral binominal: Un debate supramayoritario que confunde argumentos Antes de entrar en materia, surge la necesidad de explicar por qué hablar del sistema binominal, cuando estamos tratando las leyes supramayoritarias en su aspecto general. Es que es un caso de reserva de LOC pero no radica ahí la razón de su ineludible tratamiento en este trabajo. El análisis se debe a que si hablamos de diseño constitucional este no puede dejar fuera el sistema electoral. La conformación de los parlamentos responde a un sistema electoral determinado, el cual no es inocuo frente a los resultados pues tiene objetivos específicos. Por ello, la argumentación que se ha realizado de las leyes supramayoritarias en Chile considera que el sistema electoral es parte del ámbito de los fundamentos generales de su existencia y no de las justificaciones específicas de una determinada reserva. 118 Si hay un tema que se ha debatido desde la vuelta de la democracia en 1990, es el sistema electoral binominal. Para comprender el debate, se deben distinguir dos cuestiones que tienden a confundirse: la primera, es la determinación de los objetivos del sistema electoral y la forma en que en torno a él se ha desarrollado la democracia 163; y, la segunda, es si el sistema electoral debe o no estar contenido en normas que para su aprobación requieren de una mayoría reforzada. El sistema electoral se encuentra en debate continuo en todos los países (Nohlen, 2006, pág. 192). Chile no es la excepción, y da un debate permanente respecto del binominal como forma para traducir votos en los cargos de diputados y senadores. La tensión ha estado marcada por la existencia “(…) en el ámbito académico y político, (de) fuertes discrepancias en el análisis de los efectos especialmente en su valoración” (Nohlen, 2006, pág. 193). Como consecuencia de la complejidad del tema, se han formado comisiones de estudio164 para emitir informes sobre la cuestión y, asimismo, se han presentado algunos proyectos de ley que han intentado modificar el sistema electoral, sin éxito hasta la fecha165. Al parecer en un Por sistema electoral entendemos “[l]a forma en que los votos son traducidos en escaños en el proceso de selección de cargos políticos” (Farell, 2001, pág. 5). 164 Vgr. la Comisión Boeninger formada durante el anterior gobierno de la Presidenta Bachelet y que elaboró un informe con propuestas sobre la materia, las que finalmente no prosperaron. 165 Sólo por enunciar algunos de los proyectos, actualmente se encuentran en trámite en el Congreso Nacional de Chile podemos enunciar los siguientes: (i) Proyecto de ley que modifica la Ley N°18.700, Orgánica Constitucional sobre votaciones populares y escrutinios, para corregir el sistema de elección binominal de Diputados y Senadores (Boletín Nº 3976-06), presentado a tramitación con fecha 13 de septiembre de 2005. Esta iniciativa propone propone modificar la Ley 18.700, Orgánica Constitucional sobre votaciones y escrutinios, en el siguiente sentido: (a) se incluye la elección de treinta Diputados adicionales (hoy son 120), los que se determinarán en relación a la proporción de votos que cada lista haya obtenido en la elección respectiva; (b) se elegirán diez Senadores que se determinarán en relación a la proporción de votos que cada lista haya obtenido en la respectiva elección a nivel electoral, cinco de los nuevos Senadores corresponderán a las regiones pares y cinco a las impares; (c) respecto de los Diputados y Senadores adicionales se establece un sistema de representación proporcional. Así, el tribunal proclamará como electos a aquellos candidatos que obtengan la votación proporcional más alta de su lista ordenada porcentualmente a nivel nacional; y (d) Finalmente, se incluye una disposición transitoria que establece que se elegirán cinco Senadores electos, bajo la nueva fórmula, desde la primera elección de Senadores que se realice desde la publicación de la ley. (ii) Proyecto de ley que sustituye el sistema electoral binominal por uno de representación proporcional (Boletín N° 8343-07), presentado a tramitación con fecha 6 de junio de 2012. La moción propone: (a) la creación de veintiocho nuevos distritos que se construyen a partir de los sesenta actuales, de tal manera que ninguno de los actuales es fraccionado. Se propone que, en vez de elegir dos Diputados como ocurre actualmente, se pase a elegir cuatro o seis. En otros casos se propone que se agrupen dos o tres distritos para formar uno nuevo que elija a cinco, seis, siete u ocho Diputados, a fin de mejorar la representación. La propuesta apunta a que se aumente el número de Diputados a 150; (b) en el caso de los Senadores se propone aumentar su número de los 38 actuales a 50, también bajo un sistema más proporcional; y (c) para la determinación de los candidatos electos se establece un sistema de listas que considera las más altas mayorías. (iii) Proyecto de reforma constitucional que regula la elección de Diputados y Senadores, determina la forma de fijar distritos y circunscripciones electorales y el sistema electoral (Boletín N° 8429-07), presentado con fecha 10 de julio de 2012. Ninguno de los cuales ha sido objeto de votación en sala, hasta esta fecha. El proyecto propone modificar 163 119 período de tiempo cercano se podría modificar el sistema, al existir un relativo acuerdo entre los distintos sectores políticos de reemplazarlo por un sistema proporcional 166. Este planteamiento no es compartido por todos los autores, García García sostiene que un sistema de esta naturaleza no se condice con la lógica del presidencialismo fuerte existente en Chile, por lo que cree más adecuado avanzar hacia un sistema mayoritario (Centro de Estudio Públicos, Chile, 2013). En términos generales, el binominal puede ser caracterizado de la siguiente manera: (i) es mayoritario atenuado, ya que no produce los efectos propios de un sistema de esta naturaleza; (ii) es de magnitud dos; (iii) distingue entre territorios: para los diputados se denominan distritos electorales y para senadores de llaman circunscripciones electorales; (iv) es plurinominal y local; (v) es de listas abiertas; y (vi) los escaños se reparten conforme al método D´Hondt. La CPR desde su entrada en vigencia y hasta 2005 establecía el sistema binominal en su propio texto. Luego, con la reforma de 2005 se construyó una solución intermedia esta es: la Constitución para establecer que: (a) la Cámara de Diputado estará integrada por miembros elegidos en votación directa por los distritos electorales que establezca la ley orgánica constitucional, la que determinará el número de diputados, los distritos electorales y la forma de su elección; (b) el quórum de aprobación de las leyes orgánicas constitucionales o ley de quórum calificado las que requerirán para su aprobación, modificación o derogación, de la mayoría de los diputados y senadores en ejercicio; y (c) modifica la disposición transitoria decimotercera estableciendo que mientras no se modifique la ley orgánica Constitucional de Votaciones Populares y Escrutinios, la Cámara de Diputados y el Senado estarán integradas por el número de diputados y senadores elegidos conforme a los distritos y circunscripciones que fijan dicha ley. 166 Con fecha 6 de mayo de 2014, el ejecutivo actual presentó un proyecto de ley que Sustituye sistema electoral binominal por uno de carácter proporcional inclusivo y fortalece la representatividad del Congreso Nacional (Boletín N°9326-07). El mensaje presidencial del proyecto establece como diagnóstico que el sistema binominal afecta negativamente la representatividad. Por ello, los objetivos del nuevo sistema que se propone apuntan a: (i) reducir la desigualdad del voto, respecto del valor que tiene en las distintas zonas del país en las que se ejerce; (ii) permitir la representación e inclusión de todas las corrientes políticas significativas; (iii) aumentar la competitividad y la incertidumbre respecto de quienes resulten elegidos; (iv) facilitar la expresión de la mayoría y representación de la minoría; (v) promover que el congreso refleje la diversidad de la sociedad; y (vi) evitar que queden fuera del Congreso candidatos con grandes votaciones. Sobre estas ideas matrices han opinado senadores de los distintos sectores mostrándose favorables a modificar el sistema (Senado de la República de Chile, 2014). 120 parte del sistema está en la CPR (artículos 18 inciso primero167, 26168, 47169, 49170, 113 y 119171) y el desarrollo del mismo se deja a una ley orgánica constitucional. El desarrollo de esta materia lo encontramos en la Ley Orgánica Constitucional sobre Votaciones Populares y Escrutinios, Ley N°18.700, que establece en el artículo 109 bis el sistema binominal, en los siguientes términos: “En el caso de elecciones de Parlamentarios, el Tribunal proclamará elegidos Senadores o Diputados a los dos candidatos de una misma lista, cuando ésta alcanzare el mayor número de sufragios y tuviere un total de votos que excediere el doble de los que alcanzare la lista o nómina que le siguiere en número de sufragios. Si ninguna lista obtuviere los dos cargos, elegirá un cargo cada una de las listas o nóminas que obtengan las dos más altas mayorías de votos totales de lista o nómina, debiendo el Tribunal proclamar elegidos Senadores o Diputados a aquellos candidatos que, dentro de cada lista o nómina, hubieren obtenido las más altas mayorías. Si el segundo cargo por llenar correspondiere con igual derecho a dos o más listas o nóminas, el Tribunal proclamará electo al candidato que hubiere reunido mayor cantidad de preferencias individuales”. El inciso primero del artículo 18 dispone: “[h]abrá un sistema electoral público. Una ley orgánica constitucional determinará su organización y funcionamiento, regulará la forma en que se realizarán los procesos electorales y plebiscitarios, en todo lo no previsto por esta Constitución y garantizará siempre la plena igualdad entre los independientes y los miembros de partidos políticos tanto en la presentación de candidaturas como en su participación en los señalados procesos. Dicha ley establecerá también un sistema de financiamiento, transparencia, límite y control del gasto electoral”. 168 El artículo 26, en lo pertinente, dispone: “[e]l Presidente de la República será elegido en votación directa y por mayoría absoluta de los sufragios válidamente emitidos. La elección se efectuará conjuntamente con la de parlamentarios, en la forma que determine la ley orgánica constitucional respectiva, el tercer domingo de noviembre del año anterior a aquel en que deba cesar en el cargo el que esté en funciones.” 169 El artículo 47 ha sido modificado recientemente por la Ley N°20.725, publicada en el DO con fecha 15 de febrero de 2014. La modificación eliminó el establecimiento del número de diputados de la CPR, estableciendo que corresponde a la LOC respectiva determinar su número, con ello se abrió la puerta a la modificación del sistema binominal por un, al parecer, de tipo proporcional. En concreto el precepto constitucional quedó de la siguiente: “Artículo 47. La Cámara de Diputados está integrada por miembros elegidos en votación directa por distritos electorales. La ley orgánica constitucional respectiva determinará el número de diputados, los distritos electorales y la forma de su elección./ La Cámara de Diputados se renovará en su totalidad cada cuatro años”. 170 En lo pertinente la disposición establece “La ley orgánica constitucional respectiva determinará el número de Senadores, las circunscripciones senatoriales y la forma de su elección” y en su inciso final agrega “Los senadores durarán ocho años en su cargo y se renovarán alternadamente cada cuatro años, en la forma que determine la ley orgánica constitucional respectiva”. 171 La disposición constitucional le encarga a la LOC, la determinación del número de concejales electos en cada comuna y la forma de elegir a los alcaldes. 167 121 Si consideramos que no existe un sistema electoral perfecto se debe observar, siguiendo a Nohlen, “que la medida de valoración del sistema electoral es el grado en que el sistema cumple con el modelo esperado” (Nohlen, 1995, pág. 37). En este sentido, considerando como elemento central del binominal su magnitud dos (Von Baer Jahn, 2006, págs. 181-190), se debe tener presente que los objetivos del sistema electoral, al momento de su establecimiento, fueron: (i) Disminuir la fragmentación y polarización que caracterizaba al sistema de partidos políticos chileno hasta el año 1973. Se buscaba reducir su número y un entorno bipartidista172. Sobre el particular, Valenzuela sostiene que el efecto del sistema es que obliga a los partidos afines a aglutinarse en dos grandes coaliciones. De tal manera que “(…) las terceras listas electorales no eligen a nadie, y si son formadas por un partido o varios con votaciones importantes lo único que hacen es aumentar las probabilidades de que la primeras lista ganadora doble los votos de la segunda. (…) En consecuencia la organización actual del sistema de partidos (…) Es también el producto de este sistema electoral que opera como camisa de fuerza transformando el multipartidismo chileno en un sistema que se organiza en dos grandes coaliciones” (Valenzuela S. , 2005, pág. 54). En una visión distinta, Siavelis estima que el efecto del sistema sobre el gobierno se demuestra en el modo en que ha transformado los incentivos para la formación y posterior mantenimiento de las coaliciones que se formaron desde la vuelta de la democracia (Siavelis, 2005, pág. 17). Finalmente, para Von Baer el objetivo de disminución de la fragmentación no se cumplió respecto de los partidos políticos, pero respecto de las coaliciones el sistema ha cumplido con el objetivo de ordenar el sistema de partidos chilenos en dos grandes coaliciones (Von Baer Jahn, 2006, pág. 187). En la historia de la ley existe evidencia en este sentido, ya que se sostuvo que “(…) un sistema que asegure por una parte, la gobernabilidad del país, la eficiencia del poder legislativo y, por la otra, la representación de las minorías sin peligro multipartidista. La Comisión Conjunta estima que el sistema mayoritario en su modalidad binominal lograría tales objetivos, con el consiguiente beneficio para la Nación” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1987, pág. 267). Además, señaló que “(…) a través del binominalismo se garantizaría en general la existencia de una minoría y se procuraría, además, la formación de no más de tres o cuatro corrientes políticas, con gran respaldo popular, lo que facilitaría la unión en torno a grandes planteamientos doctrinarios o programas políticos (…) Se consideró un parlamento en el que estén representados pocos y grandes partidos” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1987, pág. 268). 172 122 (ii) Sustentar la eficiencia del funcionamiento del sistema político en el marco de un régimen presidencial173. En la práctica el sistema, dado su diseño, tiende a generar empate entre los dos alianzas políticas más grandes, porque es difícil alcanzar la supermayoría necesaria para doblar en un distrito o en una circunscripción electoral (Von Baer Jahn, 2006, pág. 188). Este objetivo se ha trasformado en una de las críticas, ya que fuerza a un empate permanente. Navia ha planteado que “[m]ás que buscar dañar a los partidos de izquierda o sobrerepresentar a partidos de derecha, el diseñador electoral buscó hacer particularmente difícil la posibilidad de transformar una mayoría electoral en un control mayoritario en el número de escaños en cada distrito. Así el sistema fue diseñado como un seguro contra mayorías” (Navia & Priscila, 2005, pág. 110). No obstante la crítica, el binominal ha permitido la formación de las mayorías necesarias para que los presidentes puedan cumplir con sus prioridades legislativas. Por último, es necesario tener presente que el sistema binominal no busca obtener resultados proporcionales, pues no es un sistema proporcional. Precisamente, los autores manifiestan que “(…) tiene un efecto mayoritario respecto de los partidos pequeños que no entran en las dos coaliciones. Sin embargo, como consecuencia de la negociación entre líderes partidarios, los resultados de los partidos que son parte de las alianzas más grandes, son proporcionales” (Von Baer Jahn, 2006, pág. 193). (iii) Moderar a los actores políticos, es decir, hacer que se compita por el votante medio y que se produzca negociación al interior de las coaliciones. Sobre el punto Nohlen señala que “(…) sería ingenuo negar el efecto bipolar y centripetal que ha ejercido el sistema binominal sobre la estructura del sistema de partidos chileno. Y por su parte, este efecto ha contribuido a la gobernabilidad del país” (Nohlen, 2006, pág. 194). Por lo anterior, se dice que la moderación -como efecto- se logra gracias a la formación de dos grandes conglomerados. Luego, los cuestionamientos tradicionales al binominal son: (i) que sus resultados no son proporcionales, lo que genera la exclusión de los pequeños; (ii) que es un sistema diseñado para favorecer a la derecha, porque sobrerrepresentaría a la minoría; y (iii) que genera un alto nivel de competencia pero sólo entre los candidatos de una misma lista, pues Según consta en la historia de la ley, la idea era “(…) por una parte la gobernabilidad del país y la eficiencia del poder legislativo y, por la otra, la representación de las minorías, sin el peligro del multipartidismo” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 1987, pág. 267). 173 123 la posibilidad de doblar es baja. Subyace a estas críticas la idea de que sólo puede ser democrático un sistema que represente de manera fidedigna a las mayorías. Para evitar que esto ocurriera, la dictadura habría decidido establecer el sistema resguardado al amparo de una ley orgánica constitucional, estableciendo un cerrojo autoritario. Por lo anterior, el sistema habría sido diseñado para beneficiar o subsidiar a la derecha (en la obtención de escaños de senadores y diputados) y para no permitir que se desarrollara una verdadera democracia. Con todo, cabe hacer presente que el sistema ha sido fiel a los objetivos que se planteó. Respecto del beneficio o subsidio que daría el sistema a la derecha se ha demostrado que por su efecto mayoritario, beneficia a los dos grandes conglomerados políticos, los realmente desfavorecidos son los partidos y coaliciones pequeñas (Von Baer Jahn, 2006, pág. 193). En este sentido, Carey comprobó que en las elecciones legislativas de 1989, 1993, 1997, 2001 y 2005 “la Alianza (centro derecha), ha estado más sobrerrepresentada que cualquier otro sector político en las elecciones legislativas obteniendo un promedio de número de escaños un 4,6% superior a la cuota de sufragio. Sin embargo, la Concertación ha obtenido un promedio de número de escaños de un 4,4% mayor que su propia cuota de sufragios” (Carey, 2006, pág. 230). En igual sentido, Navia ha resaltado que la sobrerrepresentación se da en la Alianza y la Concertación, quedando los partidos minoritarios sistemáticamente marginados (Navia & Garrido, 2005). Ahora bien, si observamos los resultados de las elecciones respecto de las dos coaliciones más votadas veremos como ambas han sido subsidiadas por el sistema. 124 Tabla II: Elecciones Senado Elección 14 de Diciembre de 1989 11 de Diciembre de 1993 11 de Diciembre de 1997 16 de Diciembre de 2001 11 de Diciembre de 2005 Lista Concertación por la democracia Democracia y Progreso Unidad para la Democracia Liberal-Socialista Chileno Alianza de Centro Partido del Sur Partido Nacional Independientes Concertación de Partidos por la Democracia Unión por el Progreso de Chile Alternativa Democrática de Izquierda Independientes (Fuera de Pacto) La Nueva Izquierda Concertación de Partidos por la Democracia Unión por Chile La Izquierda Chile 2000 Partido Humanista Concertación de Partidos por la Democracia Alianza por Chile Partido Comunista de Chile Independientes (Fuera de Pacto) Partido Humanista Partido Liberal Concertación Democrática Alianza Independientes (Fuera de Pacto) Juntos Podemos Más Fuerza Regional Independiente Votos 3.714.989 Porcentaje 54,6 Escaños 22 Porcentaje 57,89 2.370.009 388.397 34,9 4,2 16 0 42,10 0 214.001 3,1 0 0 91.407 45.584 43.741 32.282 1.039.831 1,3 0,7 0,6 0,5 55,5 0 0 0 0 9 0 0 0 0 50 699.414 37,3 9 50 81.381 4,3 0 0 41.233 2,2 0 0 12.268 2.114.654 0,7 49,9 0 11 0 55 1.553.192 366.231 111.173 94.116 888.993 36,6 8,6 2,6 2,2 51,3 9 0 0 0 9 45 0 0 0 50 762.719 45.735 44 2.6 9 0 50 0 27.096 1,6 0 0 6.465 1.407 2.658.998 0,4 0,1 55,7 0 0 11 0 0 55 1.777.290 18.275 37,3 0,4 8 1 40 5 286.074 30.344 6,0 0,6 0 0 0 0 Coalición por el Cambio 856.593 45,2 9 50 125 13 de Diciembre de 2009 17 de Noviembre de 2013 Concertación y Juntos Podemos por más Democracia Chile Limpio Vote Feliz 820.147 43,3 9 50 122.041 6,4 0 0 Nueva Mayoría para Chile Independientes (Fuera de Pacto) Nueva Mayoría Alianza Independientes (Fuera de Pacto) Nueva Constitución para Chile Partido Humanista Si Tú Quieres, Chile Cambia 92.240 4,9 0 0 4.461 0,2 0 0 2.282.754 1.715.701 68.706 50,6 38 1,5 12 7 1 60 35 5 175.915 3,9 0 0 156.336 109.702 3,5 2,4 0 0 0 0 Fuente: Elaboración propia de acuerdo a datos Servel La Tabla II, nos muestra los resultados de las elecciones de Senadores desde la primera de ellas a partir del retorno a la democracia, en diciembre de 1989. Los colores identifican los principales efectos del sistema binominal. En celeste resaltamos los resultados de la centro-derecha cuyo nombre ha cambiado en las distintas elecciones. Actualmente, se denomina pacto “Alianza”174. En amarillo, resaltamos a la actual “Nueva Mayoría” que surgió para el plebiscito de 1988, bajo el nombre de “Concertación de Partidos por la Democracia”. Y, finalmente, en rojo se muestra aquél pacto que habiendo obtenido una tercera mayoría se ve mayormente afectado por la aplicación del sistema binominal quedando sub representado en el Senado. Además, es necesario tener presente otros dos elementos para comprender correctamente la Tabla II, a saber: (i) desde 1989 y hasta 2005, existían nueve senadores designados175, por lo que la tabla muestra los resultados sólo respecto de los 38 senadores democráticamente elegidos y los porcentajes se calculan respecto de los escaños disputables en cada elección. A partir de 2005, con la reforma a la CPR se elimina la existencia de estos 174 La coalición a lo largo de su historia ha tenido distintos nombres de cara a los distintos procesos eleccionarios. Así, se denominó “Democracia y Progreso” en 1989, “Alianza por Chile” el 2000, “Coalición por el Cambio” entre 2009 y 2012 y, por último, a partir de 2013 “Alianza”. 175 Los senadores designados, también eran llamados senadores institucionales, eran nueve. Su nombramiento dependía tres instituciones: el Consejo de Seguridad Nacional, la Corte Suprema y el Presidente de la República. Originalmente, la CPR establecía que los senadores democráticamente elegidos serían sólo 26, pero la reforma a la CPR de 1989 aumentó su número a 38. Sobre la cuestión, véase el artículo 45 original de la CPR. 126 senadores resultando en un total de 38 miembros, todos democráticamente elegidos; y (ii) el cargo de Senador tiene un período de duración de ocho años, pero se renueva parcialmente cada cuatro años, correspondiendo a mitad de las circunscripciones del país en cada oportunidad176. Sólo en la elección de 1989 encontramos la elección de 38 senadores, ya que durante la dictadura las cámaras fueron disueltas. Ahora bien, el efecto del binominal en la elección a senadores ha sido que las dos coaliciones políticas más votadas del país (centro-derecha y centro-izquierda), se ven constantemente sobrerrepresentadas. Para ilustrar lo anterior, analizaremos los resultados electorales por coaliciones considerando la diferencia porcentual entre los votos obtenidos y el porcentaje de los escaños en que se tradujeron. Entendemos que se produjo sobrerrepresentación en una elección, cuando el porcentaje de escaños es superior al porcentaje de votos obtenidos por la coalición; y, por su parte, que hubo subrrepresentación cuando la traducción en escaños es inferior al porcentaje de votos obtenidos por la respectiva coalición. El mayor efecto se ha dado respecto de la centro-derecha, quien ha sido más beneficiada por el sistema en las siguientes elecciones: (i) en la de 1989, el pacto Democracia y Progreso se benefició del sistema en un 7,2 por ciento respecto de los votos obtenidos, respecto de igual efecto en 3,29 por ciento de la Concertación; (ii) en 1993, donde la desviación del sistema fue mayor que en cualquier otra elección, pues la Unión por el Progreso se vio sobrerrepresentada en un 12,7 por ciento respecto de la Concertación, cuyos resultados electorales se tradujeron en un subrrepresentación en un 5,5 por ciento; (iii) en la elección de 1997, donde la Unión por Chile obtuvo un beneficio porcentual por aplicación del sistema de un 8,4 por ciento, en tanto la Concertación en un 5,1 por ciento; (iv) en la elección de 2001, el sistema binominal benefició los resultados electorales porcentuales obtenidos por la Alianza por Chile en un 6 por ciento, en tanto la Concertación fue afectada en un 1,3 por ciento; y, por ultimo (v) en la elección de 2005, la Alianza fue beneficiada en un 2,7 por ciento de escaños, mientras que la Concertación se vio perjudicada en la traducción de votos en escaños en un 0,7 por ciento. 176 Así, la distribución se hace por un criterio regional (circunscripción), de tal manera que corresponde renovar en una elección a los senadores de las regiones impares y, cuatro años más tarde, a los representantes de las regiones pares. 127 Por su parte, la coalición de centro-izquierda ha sido mayormente beneficiada por el sistema electoral: (i) en las elecciones de 2009, donde se benefició en un 6,7 por ciento mientras que la Coalición por el Cambio lo fue en un 4,8 por ciento; y (ii) en la elección senatorial de 2013, la Nueva Mayoría, continuadora de la Concertación, se benefició del sistema en un 9,4 por ciento, en tanto la Alianza -por primera vez- se vio perjudicada en un 3 por ciento en la traducción de votos en escaños. Luego, tal y como se ha sostenido conceptualmente, el binominal en las elecciones a senadores ha generado un tercero excluido. Las coaliciones distintas de las dos más votadas quedan fuera del Congreso o son representados en una proporción muy baja (destacado en rojo). El caso más claro de esta exclusión, lo encontramos en la elección de 1997 donde el pacto denominado “La Izquierda” obtiene el 8,6 por ciento de los votos pero ello no se traduce en ningún escaño senatorial, generando su exclusión total del sistema representativo. He aquí, el verdadero efecto del binominal excluir a cualquiera que no sea parte de las dos grandes coaliciones políticas, a estas alturas, tradicionales del sistema de partidos chileno. 128 Tabla III: Elecciones Cámara de Diputados Elección 14 de Diciembre de 1989 11 de Diciembre de 1993 11 de Diciembre de 1997 16 de Diciembre de 2001 11 de Diciembre de 2005 Lista Concertación por la democracia Democracia y Progreso Unidad para la Democracia Independientes (Fuera de Pacto) Liberal-Socialista Chileno Alianza de Centro Partido Nacional Partido del Sur Concertación de Partidos por la Democracia Unión por el Progreso de Chile Alternativa Democrática de Izquierda La Nueva Izquierda Votos 3.499.713 Porcentaje 51,5 Escaños 69 Porcentaje 57,5 2.323.581 360.601 34,2 5,3 48 2 40 1,66 127.941 1,9 1 0,83 206.138 3,0 0 0 177.942 53.819 47.387 3.733.276 2,6 0,8 0,7 55,4 0 0 0 70 0 0 0 58,33 2.471.789 36,7 50 41,66 430.495 6,4 0 0 96.195 1,4 0 0 Independientes (Fuera de Pacto) Concertación de Partidos por la Democracia Unión por Chile Chile 2000 Independientes (Fuera de Pacto) La Izquierda Partido Humanista Concertación de Partidos por la Democracia Alianza por Chile Partido Comunista de Chile Partido Humanista 7.104 0,1 0 0 2.927.692 50,5 69 57,5 2.101.392 123.922 40.002 36,3 2,1 0,7 47 2 2 39,16 1,66 1,66 434.148 168.597 2.942.989 7,5 2,9 47,9 0 0 62 0 0 51,66 2.720.195 320.688 44,3 5,2 57 0 47,5 0 69.692 1,1 0 0 3.475 86.964 0,1 1,4 0 1 0 0,83 3.417.207 51,8 65 54,16 2.556.386 77.213 38,7 1,2 54 1 45 0,83 488.618 7,4 0 0 Partido Liberal Independientes (Fuera de Pacto) Concertación Democrática Alianza Fuerza Regional Independiente Juntos Podemos Más 129 13 de Diciembre de 2009 17 de Noviembre de 2013 Independientes (Fuera de Pacto) 62.387 0,9 0 0 Coalición por el Cambio 2.874.674 43,5 58 48,33 Concertación y Juntos Podemos por más Democracia Chile Limpio Vote Feliz Independientes (Fuera de Pacto) Nueva Mayoría para Chile Nueva Mayoría Alianza Independientes (Fuera de Pacto) Si Tú Quieres, Chile Cambia Partido Humanista Nueva Constitución para Chile Partido Regionalista de los Independientes 2.934.378 44,4 57 47,5 356.798 147.379 5,4 2,2 3 2 2,5 1,66 302.627 4,6 0 0 2.967.896 2.253.781 206.634 47,7 36,2 3,3 67 49 3 55,83 40,83 2,5 337.823 5,4 1 0,83 208.879 172.903 3,4 2,8 0 0 0 0 72.306 1,2 0 0 Fuente: Elaboración propia de acuerdo a datos Servel. Se mantiene la simbología por colores y se destaca además en verde un caso curioso ocurrido en la elección de 1997. Ahora bien, la Tabla III nos muestra los resultados electorales porcentuales por coalición respecto de las elecciones a diputados celebradas desde 1989. Se debe tener presente que en cada elección se renueva la totalidad de los 120 miembros de la cámara baja, la cual siempre ha mantenido una integración plenamente democrática. Luego, los resultados nos muestran como -al igual que en las elecciones senatorialesel binominal ha subsidiado a las dos grandes coaliciones a lo largo de las distintas elecciones y ha disminuido y casi anulado por completo las posibilidades de otras coaliciones menos votadas de verse representadas. En este sentido, la centro-derecha o, actual Alianza, se ha visto sobrerrepresentada y por lo tanto beneficiada por la aplicación del binominal, en las siguientes elecciones: (i) en la de 1993, en la que en la traducción de votos en escaños fue beneficiada en un 4,96 por ciento, en tanto la Concertación en un 2,93 por ciento; (ii) en la de 2005, fue sobrerrepresentada en un 6,3 por ciento mientras que la Concertación lo fue en un 2,36 por ciento; y, por último (iii) en la de 2009, la Coalición por el Cambio fue 130 sobrerrepresentada en un 4,83 por ciento, mientras que centro izquierda lo fue en un 3,1 por ciento. Por su parte, la centro-izquierda se benefició del binominal en las otras elecciones a diputados, a saber: (i) en la de 1989, de manera mínimamente superior al Pacto Democracia y Progreso, pues se benefició en un 6 por ciento mientras que éste último en un 5,8 por ciento; (ii) en la de 1997, la Concertación se benefició del sistema en un 7 por ciento, en tanto la Unión por Chile en un 2,86 por ciento; (iii) en la elección de 2001, la Concertación se benefició de la aplicación del binominal en un 3,76 por ciento, levemente mayor que el obtenido por la Alianza por Chile que fue sobrerrepresentada en un 3,2 por ciento de los escaños; y, por último, en la última elección de 2013, la Nueva Mayoría se vio beneficiada por el sistema en un 8,13 por ciento, mientras que la Alianza en un 4,63 por ciento. Nuevamente vemos, como las dos coaliciones más grandes han sido constantemente bonificadas por el sistema en desmedro de las terceras coaliciones. Respecto éstas, nos basta con resaltar los casos más extremos de subrrepresentación que han ocurrido en 1997 y 2005. En el primero, el pacto “La Izquierda” obtuvo un 7,5 por ciento de los votos pero la aplicación del binominal no le permitió ningún tipo de representación; por su parte, en 2005 el pacto “Juntos Podemos Más” obtuvo un 7,4 por ciento de las preferencias y ningún escaño. Con claridad hay una tercera coalición excluida de la Cámara de Diputados en ambos casos. Finalmente, un caso curioso de sobrerrepresentación lo encontramos en la elección de 1997 en la que el pacto Independientes (fuera de pacto) obtuvo un 0,7 por ciento de las preferencias y ello se tradujo en dos escaños de diputados. Este tipo de distorsiones, no previstas por el binominal, se producen en zonas en que los localismos priman por sobre la lógica partidista. En general, el análisis de las elecciones a senadores y diputados, desde el retorno a la democracia en Chile nos muestra como en distintos momentos y con distintas intensidades el sistema siempre ha beneficiado a las dos coaliciones más votadas. El verdadero efecto del sistema, es generar que las terceras coaliciones en la gran mayoría de los casos queden fuera del parlamento o muy subrrepresentadas, aun cuando alcancen un umbral significativo de votos. Luego, el binominal tiende a generar un constate empate en la conformación de la cámaras lo que hace difícil, al menos teóricamente, el logro de las supramayorías para 131 aprobar ciertas leyes. La ventaja de esta particularidad es la necesidad de negociación permanente, pero su perjuicio, es la existencia de una posibilidad de veto permanente. Ahora bien, ya analizados los objetivos y los resultados corresponde revisar los argumentos jurídicos que han confundido el debate. Sobre esta cuestión, Atria ha planteado que el sistema electoral es una trampa constitucional, un cerrojo autoritario, que “(…) existe para asegurar a la derecha los cincuenta y un diputados que necesita para vetar la modificación o derogación de una ley orgánica constitucional” (Atria, 2013, pág. 51)177. No coincidimos en esta apreciación, carente de suficiente fundamento. Si bien es cierto que el binominal ha beneficiado a la centro-derecha, no es menos cierto que también ha sobrerrepresentado a la centro izquierda. La pregunta del real afectado por el sistema, se hace especialmente importante respecto de la tercera coalición excluida, y acá la respuesta política es una sola: el sistema electoral surgido en la dictadura quiso excluir al Partido Comunista, y en general la izquierda menos moderada, de cualquier posibilidad de representación parlamentaria, pues era previsible que no serían parte de la Concertación. Luego, Atria argumenta que el sentido de una elección es, desde una perspectiva democrática, “una manifestación del pueblo entorno a decidir un programa de acción entre varias opciones disponibles” o “una manifestación de la diversidad política del pueblo” (Atria, 2013, pág. 52), de tal manera que el sistema electoral chileno no sería un reflejo de la elección entendida en alguno de los dos sentidos. Luego, el binominal –a su juicio- tomaría lo peor de los sistemas proporcionales, al dificultar la configuración de mayorías, como también de los mayoritarios, al excluir la diversidad. Por lo anterior, el punto central de esta crítica se basa en que el sistema neutraliza los resultados contingentes de la elección, haciendo que esta no sea justa porque ya no es posible que cualquiera de los competidores pueda ganar la competencia, con lo cual asegura que la composición del parlamento mantendrá el estatus quo, incluso contra la voluntad de la mayoría (Atria, 2013, pág. 54). La crítica recién expuesta, no se hace cargo del contexto en el que se da el sistema como tampoco de las consecuencias que de su aplicación se han generado. Le basta con sostener que es un cerrojo autoritario, al regularse por LOC y tener efectos antidemocráticos, cuyo único objetivo sería afectar la posibilidad de formación de mayorías. Esto es lo que fundamenta el Para el autor, “[n]o es respuesta a esta observación, no elimina el carácter tramposo del sistema binominal, el hecho que favorezca también a la Concertación, porque es respecto de la derecha donde adquiere relevancia, garantizando ese poder de veto” (Atria, 2013, pág. 51). 177 132 título bajo el cual nos encontramos, un debate que confunde argumentos, porque los resultados no son los que el autor indica y el establecimiento de una mayoría respecto del sistema electoral se justifica en una necesidad de dar estabilidad a la democracia. No se quiere decir con esto, que deba mantenerse tal cual está hoy respecto de su protección, sino que las reglas que determinan las formas de selección democrática, fueren las que fueren, requieren un nivel de protección mayor que las materias comunes que han de ser tratadas por una ley. En el sentido inverso, Verdugo Ramírez defiende la idea de que el objetivo de estas normas de quórum es producir un sistema electoral que entregue ciertas garantías democráticas a los actores políticos. Lo anterior se hace necesario para que el “(…) régimen de elecciones no quede a disposición de las mayorías que tienen incentivos para incrementar su propio poder alterando las reglas del juego político” (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 422). Por ello, a juicio del tratadista, la reserva se hace especialmente importante respecto de los incumbentes, es decir, quienes actualmente ejercen cargos públicos y que tienen interés en permanecer en él (por reelección) o en que otros de un mismo grupo lo ejerzan. Es ahí, donde la regla de quórum reforzado evitaría que se realicen modificaciones al sistema que pueden tener estos objetivos. Luego, si la crítica de la protección del sistema electoral por la vía de reglas reforzadas se basa en la cuestionada legitimidad de origen del binominal, para Verdugo Ramírez, aun cuando se decidiera reemplazar el sistema, siempre estaría presente el problema de posibilidad de abuso de la mayoría (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 424). Por lo anterior, su defensa del status quo en esta materia, no implica generar la mayor protección posible del sistema sino “(…) una posición intermedia entre la rigidez más alta (la de la Constitución) y la más baja (la de la ley)” (Verdugo Ramírez, 2012, pág. 424). Sólo en este estado intermedio de rigidez es posible asegurar un consenso amplio, que garantice la menor cantidad de perdedores posibles y maximice la cantidad de ganadores. Por ello, para el autor, las críticas al sistema binominal no deben contaminar la existencia de una regla de quórum súper mayoritario. Ahora bien, desde esta perspectiva se niega la posibilidad de que el binominal pueda actuar como un cerrojo autoritario, ya que es necesario distinguir entre el momento de las elecciones y el momento de aprobación de leyes orgánicas. Por ello, “(…) el momento determinante para la formación de una LOC tiene lugar con posterioridad, esto es, una vez que se está tramitando el proyecto de LOC respectivo y, en consecuencia, se aleja del 133 momento en que los representantes compiten electoralmente" (Verdugo Ramírez, 2009, pág. 619). La conclusión a la que arriba Verdugo Ramírez es que si se sostiene que son las elecciones las que determinan la aparición de las mayorías, se estaría estableciendo que la supermayoría esté constituida de antemano. Ello, niega la lógica del poder legislativo el que actúa buscando acuerdos con las minorías, por razones de sana democracia, no necesariamente porque estos acuerdos sean necesarios. De tal manera, rechaza tajantemente el argumento conforme al cual el resultado de las elecciones determina que las mayorías impondrán sin necesidad de buscar votos en la oposición. Cree que esto aplicado a las leyes supramayoritarias, implica romper “(…) la lógica y el fin de existencia de la LOC, cual es el control de las minorías ya formadas sobre las mayorías ya elegidas” (Verdugo Ramírez, 2009, pág. 619). Compartimos con Verdugo Ramírez, la necesidad de separar los debates, esto es, una cosa es el sistema electoral y sus efectos y otra es la existencia de una regla supramayoritaria en la materia, pero estimamos necesario restringir los refuerzos institucionales que se construyeron para dar estabilidad al sistema político. El excesivo reforzamiento de una materia, cuando es de forma y fondo, puede petrificarla lo hace que se transforme en una verdadera “camisa de fuerza”. O, en términos de Dworkin, en un coto vedado infranqueable a la hora de pretender configurar un sistema electoral en base a nuevos objetivos, como la proporcionalidad por ejemplo. Así, si el binominal es entendido como un refuerzo institucional, bajo la situación democrática actual de Chile, no tiene sentido. Finalmente, estimamos que el sistema electoral, sea cual fuere, ha de adecuarse a los objetivos establecidos en la Constitución pero, especialmente, debe fomentar y propiciar la igualdad de oportunidades para que exista una verdadera competencia electoral y debe, asimismo, ser eficaz a la hora de lograr estabilidad. A la luz de lo anterior, el binominal si bien ha sido efectivo respecto del objetivo de estabilidad, no lo ha sido a la hora de ofrecer igualdad de oportunidades en la competencia, pues genera la exclusión de líneas de pensamiento que requieren de una representación efectiva en el parlamento. 134 Capítulo V. Propuestas para el caso chileno: Posibles soluciones al problema constitucional Corresponde analizar las propuestas que se han planteado para mejorar la tipología normativa contenida en la CPR. Se procederá en dos etapas: primero, presentaremos algunas de las soluciones que se han propuesto a través de proyectos de ley en el Congreso; y, segundo, elaboraremos una propuesta que recoge los planteamientos teóricos esbozados en este trabajo, respondiendo a las objeciones que de antemano han sido argumentadas por la doctrina. 5.1. Proyectos de ley cuyo objeto es modificar la tipología legal El Congreso no ha sido impermeable a los planteamientos críticos de la doctrina a las leyes supramayoritarias, en sus distintas visiones. Numerosas iniciativas legislativas han intentado abordar la problemática existencia de leyes supramayoritarias del sistema normativo de chileno. No es el objetivo de este análisis tratarlas in extenso, sino centrarse en aquellos proyectos recientes y que tienen su origen en los sectores políticos que históricamente han sido más críticos de la Constitución chilena. En general, las propuestas han resaltado la necesidad de disminuir los quórums de aprobación, modificación y derogación que tienen las leyes supramayoritarias. Por supuesto, a efectos de este análisis el punto más relevante es la forma en que se hacen cargo de la LOC. En este sentido, en el “Proyecto de reforma constitucional, en materia de quórum” (Boletín N°4028-07), presentado en octubre de 2005, por los senadores Moreno y Zaldívar, ambos del Partido Demócrata Cristiano, se argumentó que el Congreso tiene la responsabilidad de dictar disposiciones de conformidad a la mayoría de los parlamentarios. Por ello, los autores estiman que no resulta apropiado exigir un quórum superior al de la mayoría absoluta de los senadores y diputados en ejercicio para la aprobación de una ley (Moreno Rojas & Záldivar Larraín, 2005)178. En concreto, el proyecto disminuye el quórum de las leyes orgánicas al de la mayoría absoluta, sin eliminar las LQC como tampoco las LIC. En sus términos, sostienen que “[e]xigir un quórum más elevado que esta mayoría (la absoluta) se traduciría, en rigor, en una distorsión de la voluntad popular, ya que de hecho se ha dado el caso de que la mayoría de la ciudadanía aspire a modificar un determinado cuerpo legal pero no se puede concretar dicho anhelo al no contarse con el quórum dispuesto en el actual orden constitucional” (Moreno Rojas & Záldivar Larraín, 2005). 178 135 Cabe hacer presente que no se hace cargo del ámbito material reservado a las LOC, el que se mantiene en los mismos términos que ya establece la CPR. Una segunda moción relevante corresponde al proyecto titulado “Reforma Constitucional que modifica el quórum de Leyes Orgánicas Constitucionales” (Boletín N° 7876-07), presentado en agosto de 2011 por un grupo de diputados pertenecientes a los partidos que integraban la, en ese momento, Concertación, hoy Nueva Mayoría179. En la referida iniciativa se argumenta la necesidad de acercarse a los regímenes contenidos en las constituciones de España y Francia, disminuyendo los quórums de aprobación para la LOC. No obstante lo anterior, la propuesta resulta ser restringida, pues se limita a reducir los quórums existentes para: (i) la LIC, de tres quintos a cuatro séptimos: (ii) la modificación del sistema electoral, a tres quintos de los senadores y diputados en ejercicio; y (iii) la LOC, al de la mayoría absoluta de los diputados y senadores en ejercicio (Burgos, y otros, 2011). Al igual que el primer proyecto, acá reseñado, no se hace cargo del ámbito reservado a este tipo de leyes. En tercer lugar, y más reciente aún, es el proyecto de ley que surge de los sectores políticos que han sido más críticos de la tipología normativa contenida en la CPR. En este sentido, con fecha 30 de julio de 2013, los senadores Lagos Weber (Partido por la Democracia), Letelier (Partido Socialista) y Quintana (Partido por la Democracia) presentaron un proyecto de reforma a la CPR que apunta a: (i) modificar el sistema electoral; (ii) disminuir los quórums de reforma de la CPR; y (iii) rebajar los quórums necesarios para la aprobación, modificación o derogación de LIC y las LOC. Respecto de las primeras, proponen disminuirlo a cuatro séptimos de los diputados y senadores en ejercicio, esto es, el quórum actual que tiene la LOC. En relación a las segundas, a la mayoría absoluta de los diputados y senadores en ejercicio. Con esta última propuesta, pese a igualar los quórums de la LOC al de la LQC, no se elimina este tipo de leyes. Es positivo que el debate constitucional ha sido integrado a la agenda parlamentaria de los últimos tiempos y, por lo tanto, empieza a utilizar los cauces institucionales para lograr la reforma. Es también favorable que los diagnósticos coincidan en la necesidad de afianzar 179 Los diputados autores de la moción fueron Jorge Burgos (Democracia Cristiana); Guillermo Ceroni (Partidos por la Democracia), Fuad Chaín (Democracia Cristiana), Marcelo Díaz (Partido Socialista), Felipe Harboe (Partido por la Democracia), Juan Carlos Latorre (Democracia Cristiana), Carlos Montes (Partido Socialista), María Antonieta Saa (Partido por la Democracia) y Matías Walker (Democracia Cristiana). 136 aún más la democracia por la vía institucional, dejando de lado el concepto de “democracia controlada”. Pero también hay problemas en las cuestiones políticas y aquellas relativas al sistema jurídico constitucional. Respecto de las primeras, los proyectos han carecido de un verdadero impulso político de parte de los gobiernos, lo que ha obstaculizado su tramitación sin llegar a ser discutidos por las respectivas comisiones parlamentarias. Desde el plano jurídico, las propuestas se centran sólo en la disminución de los quórums, elemento necesario pero no suficiente. Las soluciones que se proponen no resultan ser integrales, ya que no se hacen cargo del ámbito material reservado a las leyes reforzadas que no se propone restringir. Además, no responden a la evidente necesidad de simplificar la tipología normativa de la CPR, pasando por alto la poco oficiosa distinción entre LOC y LQC. Si se considera que al igualar la mayoría parlamentaria necesaria para aprobar una LOC y LQC, dejan de existir razones suficientes -las que ya hoy son discutibles- para mantener esta compleja tipología normativa. Lo razonable es, por lo tanto, reunificar las fuentes y redefinir el ámbito material que ha de quedar reservado a esta única categoría normativa. 5.2. Construyendo una nueva tipología legal El debate constitucional respecto a la tipología normativa de la CPR, es capaz de demostrar la existencia de una necesidad de reforma constitucional. Sobre la cuestión, si bien se han dado buenas razones teóricas, algunas de ellas esbozadas cuando tratamos el debate en Chile, no han sido capaces de hacer propuestas concretas de reforma a partir de sus críticas al sistema actual. La existencia del principio democrático en la CPR exige la defensa de la democracia. Esta exigencia se hace más fuerte si consideramos que uno de los objetivos que le asignamos a la Constitución es el de limitar el poder, no sólo aquel que posee un fundamento democrático más débil sino también el plenamente legitimado democráticamente. Limitarlo no implica dejarlo atado de manos o inoperante, sino más bien asumir que es necesario el establecimiento de ciertas restricciones que han de estar justificadas para proteger los bienes esenciales de un Estado democrático constitucional de derecho. 137 En dicho contexto, la democracia no puede ser concebida como un fin en sí mismo, ya que resulta un elemento previo y necesario para el goce de los derechos fundamentales por parte de los particulares, así como para el funcionamiento adecuado de las principales instituciones del Estado. Una Constitución para responder adecuadamente a esta necesidad de limitar el poder, debe establecer frenos institucionales, impidiendo que toda decisión queda supeditada a una simple mayoría circunstancial. Lo anterior es una exigencia que subyace a las reservas materiales de las leyes que se construyen para proteger estas instituciones que permiten el desarrollo de la sociedad. La regla de la mayoría simple para la toma de decisiones en el ámbito de la democracia deliberativa es, en mayor medida, respetuosa de los principios de igualdad y libertad política. Ello no implica que esta regla sea absoluta. Si así fuera, la minoría no cumpliría una función más que discursiva dentro de la institución representativa. El tratamiento de la minoría en el contexto democrático ha de asumir dos cuestiones respecto de ella: primero, que actúa como un fiscalizador constante de la mayoría, a fin de evitar que ésta incurra en arbitrariedades que afecten el correcto funcionamiento del Estado democrático; y, en segundo lugar, ha de servir de contrapeso en el marco del procedimiento decisorio, evitando que se adopten acuerdos cuyo contenido afecte los derechos fundamentales de los particulares. Por lo anterior, el constitucionalismo debe intentar frenar institucionalmente a esta posibilidad con un procedimiento que exija la mayoría absoluta y, también, a través del establecimiento de límites sustantivos, como la protección de la democracia y de los derechos fundamentales. Lo expuesto, no permite defender en ningún caso la tipología normativa establecida en la CPR, respecto de la cual podemos resaltar tres aspectos, a saber: (i) es peculiar, pues su origen es poco claro y dice basarse en la CF y en la CE, pero se aleja considerablemente de estos modelos; (ii) establece quórums demasiado altos, que se justificaron en su momento en razones de estabilidad pero que hoy no son admisibles, considerando la consolidación democrática; y (iii) poseen un ámbito material amplio que restringe no sólo decisiones fundamentales, sino también otras que no lo son. Para que las reglas constitucionales permitan, en mayor medida, el desarrollo del principio democrático, se debe considerar que la regla general para la toma de decisiones respecto de la ley es la mayoría simple. La excepción ha de recaer sólo en dos tipos de 138 materias: las relativas al desarrollo de los derechos fundamentales y aquellas que permiten el funcionamiento democrático del Estado. Sólo respecto de éstas está justificada la mayor exigencia de quórum, el cual no puede ser, en ningún caso, superior al de la mayoría absoluta de los diputados y senadores en ejercicio para la aprobación de una ley. Un sistema así planteado, asume que es distinto desconfiar de la mayoría (lo que no hace) respecto a desconfiar de una mayoría circunstancial que se forma para una votación determinada dentro de un período legislativo. Si consideramos que las obligaciones fundamentales de los legisladores, en tanto representantes del pueblo, son las de asistir a las sesiones, argumentar (persuadiendo y dejándose persuadir) y votar, no resulta una exigencia superior ni una carga adicional al cumplimiento de sus funciones el que respecto de las cuestiones fundamentales se exija una mayoría absoluta. Con todo, la clave sigue siendo la determinación, lo más exhaustiva posible, de las materias que van a ser objeto de reservas pues al ser excepcionales siempre han de ser interpretadas restrictivamente. El sistema que se propone en términos abstractos se ha de concretar en una modificación constitucional a través del Congreso, no de una asamblea constituyente, cuyos objetivos son simplificar la tipología normativa y asegurar una mayor igualdad y participación política. Para ello se requiere: (i) Eliminar la categoría de LIC. Este tipo de fuente legal no se justifica por, al menos, tres razones: primero, porque posee escasa operatividad, ya que para su aprobación requiere de las tres quintas partes de los diputados y senadores en ejercicio, ello es equivalente a lo que se exige para la reforma de ciertos capítulos de la CPR. Además, requiere de control previo y obligatorio de constitucionalidad. En segundo lugar, genera una anomalía en el sistema de fuentes porque una ley pasa a tener, en la práctica, un rango constitucional. Asimismo, por definición, toda ley que se aprueba al amparo de la CPR -es decir todas las leyes- de un modo u otro cumplen también el rol de concretar y desarrollar su contenido. La interpretación de una norma constitucional corresponde primero al legislador y en último término, frente a un caso concreto, al organismo jurisdiccional al cual precisamente la Constitución le ha entregado esa función: el TCCh. Por último, más de fondo, no es aceptable desde el punto de vista democrático que una ley requiera de un quórum de aprobación tan alto como el de la LIC. 139 (ii) Reconsiderar la LOC y LQC. Escasas razones hemos podido encontrar para justificar su existencia diferenciada. Lo adecuado es reunificar estas fuentes en una sola, si se quiere con el nombre de ley orgánica, para mantener la categoría que se utiliza en el sistema francés y español. Esta nueva fuente, ha de poder ser aprobada, modificada o derogada por un quórum equivalente al de la mayoría absoluta de los diputados y senadores en ejercicio, el único estándar que se condice con el principio democrático aplicado a la ley. Además, se ha de restringir su ámbito material, reservándolo sólo para las instituciones fundamentales que hacen posible la democracia y la regulación, limitación o restricción de aspectos acotados de los derechos fundamentales, especialmente, respecto de los derechos civiles y políticos o de primera generación que resultan básicos para el desarrollo de una democracia 180. Aumentar el quórum a otras materias, más que generar estabilidad, puede limitar en demasía la reacción ante la necesidad de un cambio exigido por una mayoría de la sociedad. Con todo, la mayoría simple, es y debe ser la regla general de un sistema constitucional democrático. No resulta correcto, a partir de los elementos contenidos en este trabajo, aventurar un listado de materias que, dentro de los dos parámetros establecido, han ser objeto de las reservas de mayoría absoluta. Para ello, se requiere hacer un estudio pormenorizado de cada una de las actualmente reservadas que incluya el aspecto histórico, sus razones jurídicopolíticas y sus efectos, para determinar si se requiere o no tal carácter. Ese análisis debe tener presente una regla, conforme a la cual, resulta injustificado incluir dentro de la nueva categoría de ley materias respecto de las cuales la CPR exige una regulación por medio de una ley ordinaria (vgr. limitaciones al derecho de propiedad han de ser establecidas por ley ordinaria). La lógica es que el listado de materias reservadas sea lo más acotado posible y, que su interpretación por parte del TCCh sea como reglas excepcionales, cuya relación con la ley ordinaria es en el mismo rango legal. Es decir, aplicando el principio de competencia. (iii) Limitar la existencia de refuerzos institucionales. La CPR establece una serie de refuerzos institucionales, tales como: el bicameralismo, la iniciativa exclusiva del Presidente de la República para presentar a tramitación proyectos de ley al Congreso respecto de ciertas 180 Estos derechos protegen la libertad y tienen por objeto limitar el poder y garantizar la participación política de los ciudadanos (Comanducci, 2002). 140 materias de ley181, la posibilidad de veto que posee el Presidente de la República una vez aprobado un proyecto de ley182, las limitaciones de los parlamentarios en la tramitación del proyecto de ley de presupuestos, entre otros. Éstos no deben ser modificados, pues su vigencia se hace más clara prescindencia de leyes con quórum supramayoritarios en una democracia consolidada. Ahora bien, surge la pregunta ¿Cuáles de los refuerzos institucionales han de ser eliminados o modificados? Dos. Primero, el binominal, entendido como un refuerzo institucional pensado para lograr una estabilidad parlamentaria entre las coaliciones más votadas, se ha transformado en un freno institucional para las minorías en la medida que las excluye de la posibilidad de verse representadas o bien las obliga a hacerse parte de coaliciones que no confluyen con sus ideales. Si la lógica es que “lo que afecta a todos ha de ser debatido y decidido por todos”, no hay razones para excluir líneas de pensamiento político de la posibilidad de verse representadas en el parlamento. Segundo, la nueva categoría de ley con Los incisos tercero y siguientes del artículo 65 de la CPR establecen que: “[c]orresponderá al Presidente de la República la iniciativa exclusiva de los proyectos de ley que tengan relación con la alteración de la división política o administrativa del país, o con la administración financiera o presupuestaria del Estado, incluyendo las modificaciones de la Ley de Presupuestos, y con las materias señaladas en los números 10 (enajenación de bienes del Estado) y 13 del artículo 63 (relativas a las FFAA)./ Corresponderá, asimismo, al Presidente de la República la iniciativa exclusiva para: 1º Imponer, suprimir, reducir o condonar tributos de cualquier clase o naturaleza, establecer exenciones o modificar las existentes, y determinar su forma, proporcionalidad o progresión; 2° Crear nuevos servicios públicos o empleos rentados, sean fiscales, semifiscales, autónomos o de las empresas del Estado; suprimirlos y determinar sus funciones o atribuciones; 3º Contratar empréstitos o celebrar cualquiera otra clase de operaciones que puedan comprometer el crédito o la responsabilidad financiera del Estado, de las entidades semifiscales, autónomas, de los gobiernos regionales o de las municipalidades, y condonar, reducir o modificar obligaciones, intereses u otras cargas financieras de cualquier naturaleza establecidas en favor del Fisco o de los organismos o entidades referidos; 4º Fijar, modificar, conceder o aumentar remuneraciones, jubilaciones, pensiones, montepíos, rentas y cualquiera otra clase de emolumentos, préstamos o beneficios al personal en servicio o en retiro y a los beneficiarios de montepío, en su caso, de la Administración Pública y demás organismos y entidades anteriormente señalados, como asimismo fijar las remuneraciones mínimas de los trabajadores del sector privado, aumentar obligatoriamente sus remuneraciones y demás beneficios económicos o alterar las bases que sirvan para determinarlos; todo ello sin perjuicio de lo dispuesto en los números siguientes; 5º Establecer las modalidades y procedimientos de la negociación colectiva y determinar los casos en que no se podrá negociar, y 6º Establecer o modificar las normas sobre seguridad social o que incidan en ella, tanto del sector público como del sector privado./ El Congreso Nacional sólo podrá aceptar, disminuir o rechazar los servicios, empleos, emolumentos, préstamos, beneficios, gastos y demás iniciativas sobre la materia que proponga el Presidente de la República”. 182 Sobre la cuestión el artículo 73 de la CPR dispone: “[s]i el Presidente de la República desaprueba el proyecto, lo devolverá a la Cámara de su origen con las observaciones convenientes, dentro del término de treinta días./ En ningún caso se admitirán las observaciones que no tengan relación directa con las ideas matrices o fundamentales del proyecto, a menos que hubieran sido consideradas en el mensaje respectivo./ Si las dos Cámaras aprobaren las observaciones, el proyecto tendrá fuerza de ley y se devolverá al Presidente para su promulgación./ Si las dos Cámaras desecharen todas o algunas de las observaciones e insistieren por los dos tercios de sus miembros presentes en la totalidad o parte del proyecto aprobado por ellas, se devolverá al Presidente para su promulgación”. 181 141 quórum de mayoría absoluta no requiere de un control previo y obligatorio de constitucional. Basta con asegurar que ante el surgimiento de una duda de constitucionalidad respecto de una de las materias que ha sido aprobada por el parlamento, pueda ser recurrida y revisada por el TCCh. 142 Conclusiones En este trabajo hemos intentado abordar el debate acerca de las leyes supramayoritarias establecidas por la Constitución Política de la República de Chile de 1980 desde una perspectiva general. Así, desde el Derecho Constitucional hemos enfrentado el problema desde distintos niveles de análisis a fin de lograr una conexión argumentativa que va desde lo abstracto a lo concreto. Como ha quedado de manifiesto a lo largo de la investigación, los trabajos doctrinales elaborados sobre esta cuestión, en su mayoría, han eludido el problema en los distintos enfoques acá presentados. Por ello, hemos realizado un largo recorrido cuyo objetivo, como se planteó al principio de este estudio, no ha sido sólo dar cuenta del debate, sino también contribuir a su solución. El problema de las leyes supramayoritarias no puede ser entendido cabalmente sin considerar los elementos que condicionaron el surgimiento de la Constitución chilena. El contexto histórico-político nos muestra una serie de razones, buenas y malas, que explican el contenido de la carta fundamental. Las circunstancias que llevaron al quiebre de la democracia en 1973, el golpe de estado y la dictadura de los años posteriores tuvieron su correlato en un texto constitucional que es sin duda una Constitución “reactiva”. Su principal objetivo fue generar una estabilidad política a través de la limitación de los supuestos y probabilidades de producir con facilidad grandes cambios institucionales. El debate al interior de la Comisión de Estudios de la Nueva Constitución estuvo marcado por las circunstancias ocurridas durante el gobierno del Presidente Allende, a las que se intentó dar respuestas institucionales que, en algunos casos, han afectado el principio democrático. Como consecuencia de lo anterior, la Constitución asumió un concepto de democracia que algunos han denominado como “democracia protegida”: una especie de “democracia controlada” que entrega escasas herramientas a los actores políticos para modificar el estatus quo. Los fundados cuestionamientos a la legitimidad de origen de la Constitución chilena se han ido atenuando través de un largo proceso de reformas que se ha llevado a cabo desde antes de la vuelta a la democracia en 1989 hasta nuestros días. Estas reformas han ido eliminando paulatinamente cerrojos antidemocráticos o frenos institucionales que fueron 143 implementados con el objetivo de asegurar la estabilidad del sistema; necesidad surgida de la desconfianza que sentían los miembros del poder constituyente hacia los demás poderes estatales. El estado constitucional actual, aun cuando es significativamente más democrático que el existente al momento de la entrada en vigor de la Constitución en 1981, sigue teniendo debilidades democráticas. Los cambios constitucionales sustantivos demuestran que la Constitución ha avanzado en el cumplimiento del objetivo de afianzar la democracia y establecer un Estado constitucional de derecho en Chile. No obstante lo anterior, este problema constitucional no se puede entender resuelto sino hasta modificar la carta fundamental eliminando las leyes supramayoritarias de ella, para lograr un mayor desarrollo del principio democrático. Ahora bien, la compleja tipología legal de la carta chilena que establece la existencia de leyes interpretativas de la Constitución, leyes orgánicas constitucionales, leyes de quórum calificados y leyes simples u ordinarias, sólo puede ser entendida a la luz de la intención deliberada de eliminar la posibilidad de acción de las simples mayorías que pudieran afectar el objetivo de estabilidad que tenía el constituyente de 1980. El origen de la tipología legal establecida en la Constitución Política de la República de Chile de 1980, según consta en las actas del debate de la Comisión de Estudios de la Nueva Constitución, habría sido tomada de la Constitución de Francia de 1958 y la Constitución Española de 1978. Sin embargo, a partir de estos textos sólo es posible explicar parcialmente su conformación. Primero, respecto de la Constitución francesa se asemeja en el control preventivo y obligatorio que hace el Tribunal Constitucional de Chile y el Consejo Constitucional de la República de Francia, respectivamente, de algunas de las fuentes legales. No obstante lo anterior, hay diferencias: (i) la ley orgánica constitucional tiene un ámbito reservado más acotado que el de la ley orgánica francesa, su equivalente más cercano en Chile sería la suma de las materias reservadas a la ley orgánica constitucional y a la ley de quórum calificado; (ii) respecto de los quórums, la LOC exige para su aprobación un quórum significativamente mayor al de la ley orgánica en Francia; y, por último, (iii) los conflictos entre las distintas fuentes legales se resuelven en Chile mediante el criterio de competencia, en tanto que en Francia, por el de jerarquía, que pone a la ley orgánica por sobre la ley ordinaria y bajo la Constitución, transformándola en parámetro de control de 144 constitucionalidad. Por otra parte, en relación a la Constitución española, la Constitución chilena se asemeja en la aplicación por parte de los respectivos tribunales constitucionales del principio de competencia para la solución de los conflictos entre fuentes legales. Sin embargo, se distinguen en los quórums de aprobación de la ley orgánica y la ley orgánica constitucional, que en el caso español llega sólo al de la mayoría absoluta, y en el control preventivo obligatorio de constitucionalidad, el cual no es contemplado en España. Por lo expuesto, podemos concluir que el sistema chileno puede ser calificado como un híbrido entre los sistemas establecidos en la Constitución francesa y en la Constitución española. No obstante, hay dos elementos que no tienen explicación en el derecho comparado, estos son: la exigencia de una supramayoría para la aprobación de la ley orgánica constitucional, equivalente a los cuatro séptimos de los diputados y senadores en ejercicio, que sólo se encuentra en la Constitución chilena; y la existencia de leyes interpretativas de la Constitución y leyes de quórum calificado que no tienen precedentes en el derecho comparado. Ambos sólo se pueden explicar por la búsqueda de estabilidad política que fue el objetivo principal de constituyente de 1980. El debate constitucional chileno acerca de las normas que poseen un quórum de aprobación superior al de la mayoría ha sido planteado desde tres vertientes. En cada una de ellas subyacen consideraciones ya elaboradas por la Teoría Constitucional. En primer término, las posturas defensoras de las supramayorías legales, se basan en una desconfianza desmesurada hacia las mayorías, fundada en la consideración de que ellas actuarán sólo oprimiendo a las minorías y, por lo tanto, pueden tomar decisiones fundamentales en su propio beneficio. Para estos autores, la democracia es entendida como el gobierno de las mayorías con respeto por las minorías, las cuales deben tener amplias posibilidades para controlar y vetar las decisiones de la mayoría. Los elementos teóricos que subyacen a estas posturas son: (i) el procedimiento deliberativo ha de buscar los máximos consensos posibles, ya que su ideal se entiende cumplido sólo cuando se aprueba una decisión por una unanimidad; (ii) no todas las decisiones son igualmente relevantes, pero hay muchas que han de ser consideradas más importantes, por lo que se justifica que sean protegidas por medio de soluciones institucionales que frenen a las mayorías restringiendo su poder; (iii) la Constitución es entendida como una regla de mínimos que ha de ser complementada por una 145 serie de normas que, referidas a cuestiones fundamentales de desarrollo por parte del legislador, deben tener un quórum de aprobación superior al de la mayoría simple e inferior al existente para el ejercicio del poder constituyente derivado; (iv) el valor de la decisión está determinado por la importancia que le ha dado el poder constituyente al momento de constituir los poderes. Por ello, a este poder le corresponde establecer un listado de materias que han de ser reservadas a exigencias adicionales para modificar el estatus quo; y (v) el objetivo que se protege es la estabilidad democrática, que es posible de lograr -entre otras maneras- a través de mayores quórums. Desde el otro extremo, las posiciones críticas del sistema argumentan la necesidad de que todas las leyes, cualquiera sea su materia, han de ser aprobadas por la mayoría simple de los diputados y senadores. Estas tesis se han fundado, sobre todo, en el argumento conforme al cual la democracia debe ser entendida sólo como el gobierno de la mayoría, por lo que cualquier regla distinta a la esbozada sería una afectación de la misma. Las consideraciones teóricas que subyacen a estas posiciones, pueden ser extractadas bajo los siguientes enunciados: (i) el valor del procedimiento deliberativo, como sustrato moral, sólo tiene sentido si se produce bajo un esquema que trate como absolutamente equivalentes a los agentes que adoptan decisiones; (ii) todas las decisiones son igualmente relevantes para una comunidad política; (iii) la Constitución debe recoger estos principios democráticos, en tanto decisión fundamental que refleja la identidad de un pueblo; por lo que, puede y debe ser revisada constantemente para mantener su relación con la identidad de ese pueblo; (iv) si el texto constitucional ha de contener todas las materias fundamentales que determinan la identidad del pueblo, la Constitución debe ser entendida como una regla de máximos que no requiere de mayor desarrollo por parte del legislador, por lo que la existencia de quórums superiores al de la mayoría simple para la ley es injustificada e ilegítima; y (v) el objetivo no es la estabilidad, sino la apertura de la democracia a la posibilidad de un cambio constante que ha de ser determinado por la simple mayoría. Por último, las posturas intermedias han defendido la necesidad de restringir los ámbitos materiales de leyes que requieren para su aprobación de un quórum superior al de la mayoría simple. Con todo, bajo esta posición no se considera válido establecer un quórum superior al de la mayoría absoluta, pues se afectan los valores esenciales que subyacen al principio democrático, vale decir, el de la libertad y la igualdad política, considerados 146 exigencias morales del sistema constitucional democrático. En lo demás, se ha de confiar la estabilidad y buen el funcionamiento democrático a refuerzos institucionales moderados. La postura acá defendida se corresponde con estas posturas intermedias, básicamente, por las siguientes razones: (i) se admite la objeción a la legitimidad de origen de la Constitución de Chile, pero en atención a su contenido actual (consecuencia de las reformas), se considera que ella se encuentra aunque atenuada no del todo superada; (ii) el ideal deliberativo asume la posibilidad de que frente a los temas más complejos siempre existirán discrepancias en la argumentación y decisión que adopte el legislador, lo cual no es sino el reflejo del pluralismo de la sociedad moderna; (iii) no todas las decisiones adoptadas por el parlamento tienen igual valor. Por ello, se requiere de una protección especial, a través de quórum de la mayoría absoluta de los representantes en ejercicio, de las decisiones relativas a la democracia que es requisito previo para el desarrollo de los derechos fundamentales que también requieren para su regulación de una idéntica protección; y (iv) el objetivo es una estabilidad que no cierre las puertas a las posibilidades de cambios futuros, es decir, que no petrifique las decisiones adoptadas por una generación haciéndolas imposibles de perfeccionar por la siguiente. Un debate conexo al de las supramayorías es el relativo al sistema electoral binominal. Éste ha sido caracterizado como un refuerzo institucional creado para generar estabilidad política en la conformación del poder legislativo. El sistema binominal ha cumplido con este objetivo, pero a su vez ha generado un efecto de exclusión de coaliciones distintas a las dos más votadas. La democracia constitucional exige una representación amplia de los miembros de una sociedad, para lo cual requiere de la creación de espacios en que las distintas ideas políticas puedan optar de manera igualitaria por un acceso al parlamento. Desde la perspectiva constitucional, un sistema electoral debe cumplir con al menos dos objetivos: generar estabilidad y posibilidades para que los ciudadanos puedan acceder a un puesto parlamentario en condiciones de igualdad. Debido al efecto de exclusión que genera el sistema electoral se trasforma en un refuerzo innecesario que tiene un efecto directo en la conformación de las cámaras representativas; por ello, debe ser reformado. En el contexto de las democracias representativas modernas, el principio democrático exige que las decisiones parlamentarias sean adoptadas por agentes políticos democráticamente elegidos, quienes participan del proceso legislativo en condiciones de igualdad, promoviendo el debate fundado y de buena fe entre sus pares. Un sistema 147 supramayoritario no genera condiciones mínimas de igualdad entre agentes políticos y perjudica el desarrollo del principio democrático, toda vez que sujeta ciertas decisiones a un consenso que puede resultar excesivo e infundado (en el caso chileno, tres quintos o cuatro séptimos de los diputados y senadores en ejercicio). Por otra parte, observamos que la democracia chilena ha mostrado un cierto nivel de madurez en el planteamiento de sus debates, por lo que se hace innecesaria una protección constitucional de esta naturaleza. Toda Constitución es una decisión soberana fundamental que, en adición a establecer los poderes del estado y sus funciones, así como los derechos individuales de las personas, debe implementar un sistema normativo que sea adecuado a sus fines. La Constitución debe instaurar mecanismos de defensa de la democracia, pero no debe sobreprotegerla. Las reglas constitucionales supramayoritarias generan una protección excesiva, situación que debe ser corregida por la vía institucional, esto es, por medio de reformas a través del parlamento. Sobre la base de lo anterior, hemos propuesto una nueva tipología legal, fundada en un sistema de toma de decisiones legislativas que contiene una regla general y ciertas excepciones. La regla general es la aprobación, modificación o derogación de una ley por medio de un quórum equivalente al de la mayoría simple de los parlamentarios. La excepción se da respecto de aquellas normas que establecen derechos fundamentales y aquellas relativas a materias que hacen posible la democracia, para cuya aprobación, modificación o enmienda se ha de exigir una mayoría absoluta. Toda exigencia de mayores quórums afecta el principio democrático de manera injustificada, por lo que debe de ser eliminada. Una solución que no se haga cargo de estas cuestiones, no resulta adecuada para resolver el problema constitucional chileno. La existencia de leyes de quórums especiales es, sin duda, un problema de relevancia constitucional. El debate planteado y la tesis propuesta no deben ser entendidos como una cuestión meramente formal, cuya solución radica en sistematizar de otra manera la tipología legal, modernizando y haciendo más eficaz el sistema constitucional chileno. No es una cuestión de mera legalidad. Esta no es la manera de enfocar el asunto. Lo adecuado es entender que el problema es constitucional, y que corresponde a una exigencia sustantiva de mejora del sistema que permita el perfeccionamiento de la Constitución Política de la 148 República de Chile de 1980, la consolidación sin más de la democracia. Hablamos de Democracia. 149 Bibliografía Ackerman, B. (1989). Constitutional Politics/Constitutional Law, en Yale Law Journal, Volumen 99. Yale Law Journal, 453-547. Alexy, R. (2007). Teoría de los derechos fundamentales. Madrid, España: Centro de Estudios Constitucionales. Alonso de Antonio, Á. L., & Alonso de Antonio, J. A. (2006). Derecho Constitucional Español, Cuarta Edición. Madrid, España: Editorial Universitas. Álvarez Conde, E. (1999). Curso de Derecho Constitucional, Volumen I. Madrid, España: Tecnos. Álvarez Conde, E. (1999). Curso de Derecho Constitucional. Volumen I. Madrid, España: Tecnos. Alzaga Villaamil, Ó. (2005). En torno al concepto de ley orgánica en la Constitución. 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Requerimiento de Diputados acerca de los preceptos que se señalan del proyecto de ley modificatorio del Código de Aguas, Rol N°260 (Tribunal Constitucional de Chile 13 de Octubre de 1997). Requerimiento de inaplicabilidad de la Municipalidad de Arauco respecto del artículo 238 del Código de Procedimiento Civil y acción de inaplicabilidad por inconstitucionalidad del mismo precepto legal, Rol N°1.145 (Tribunal Constitucional de Chile 17 de Marzo de 2009). Requerimiento de inconstitucionalidad formulado por doce señores Senadores respecto del proyecto de ley que modifica el Decreto con Fuerza de Ley Nº 458, de 1975, Ley General de Urbanismo y Construcciones, Rol N°437 (Tribunal Constitucional de Chile 21 de Abril de 2005). Requerimiento de inconstitucionalidad presentado por doce señores Senadores respecto del Decreto Supremo Nº 1, del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, Rol N°370 (Tribunal Constitucional de Chile 9 de Abril de 2003). 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Cuadro comparativo del constitucionalismo chileno histórico: Ejercicio de la potestad legislativa y de la potestad constituyente Potestad Legislativa Potestad constituyente Quórum de asistencia 3/7 Quórum de aprobación No lo determina Quórum de aprobación No lo determina 3/7 No lo determina No lo determina Constitución de 1818 No lo determina No lo determina Lo remite al Senado Constitución de 1822 No lo determina No lo determina Lo remite al pueblo Constitución de 1823 Cámara de Diputados: 2/5 Senado: No lo determina Mayoría absoluta No lo determina No contempla procedimientos de reforma No lo determina Lo remite a una ley Constitución de 1833 Mayoría absoluta No lo determina 2/3 Constitución de 1925 Cámara de Diputados: 1/5 Senado: 1/4 No lo determina Mayoría absoluta Reglamento de 1812 Reglamento de 1814 Constitución de 1828 Fuente: Sierra, Lucas &Mac-clure, Lucas: “Frente a la mayoría: Leyes supramayoritarias y Tribunal Constitucional en Chile”, Centro de Estudios Públicos, Santiago, Chile, 2001, pp. 18 y 19. 162 Anexo II. Ejercicio de la potestad legislativa y constituyente desde la entrada en vigencia de la Constitución Política de la República de Chile 1980 Potestad Legislativa Constitución de 1980 DL3464 (texto original) Quórum de asistencia 1/3 Constitución de 1980 Ley N° 18.825 (Reforma de 1989) 1/3 Constitución de 1980 (texto vigente) 1/3 Quórum de aprobación Leyes orgánicas constitucionales: 3/5 Leyes de quórum calificado: Mayoría absoluta Leyes comunes: No lo determina Leyes orgánicas constitucionales: 4/7 Leyes de quórum calificado: Mayoría absoluta Leyes comunes: Mayoría simple Leyes orgánicas constitucionales: 4/7 Leyes de quórum calificado: Mayoría absoluta Leyes comunes: Mayoría simple Potestad Constituyente Quórum de aprobación 3/5 ó 2/3 Según la materia 3/5 ó 2/3 Según la materia 3/5 ó 2/3 Según la materia Fuente: Sierra, Lucas &Mac-clure, Lucas: “Frente a la mayoría: Leyes supramayoritarias y Tribunal Constitucional en Chile”, Centro de Estudios Públicos, Santiago, Chile, 2001, pp. 31. 163 Anexo III. Cuadro comparativo: La ley interpretativa de la Constitución y la reforma constitucional desde la entrada en vigor de la Constitución Política de la República de Chile de 1980 Leyes interpretativas Constitución 3/5 partes de los de 1980 diputados y senadores en ejercicio, más control previo obligatorio de constitucionalidad. Reforma constitucional (Regla general) 3/5 partes de los diputados y senadores en ejercicio, más Congreso Pleno. Reforma constitucional (Regla especial) 2/3 partes de los diputados y senadores en ejercicio, más Congreso Pleno. (inciso 1° artículo 118) 2/3 partes, más Congreso Pleno, más ratificación en el período parlamentario siguiente. Reforma Ley N°18.825, de 1989 (artículos 63 y 82 N°1) 3/5 partes de los diputados y senadores en ejercicio, más control precio obligatorio de constitucionalidad. (artículos 116 y 117) 3/5 partes de los senadores y diputados en ejercicio, más Congreso Pleno. (inciso 2° artículo 118) 2/3 partes de los diputados y senadores en ejercicio, más Congreso Pleno, respecto de los capítulos I, III, VII, X, XI o XIV. Reforma Ley N° 20.050, de 2005 (artículos 66 y 93 N°1) 3/5 partes de los diputados y senadores en ejercicio, más control previo obligatorio de constitucionalidad. (inciso 2° artículo 116) 3/5 partes de los senadores y diputados en ejercicio. (inciso 2° artículo 116) 2/3 partes de los diputados y senadores en ejercicio, respecto de los Capítulos I, III, VI, X, XI o XIV. (artículos 66 y 93 N°1) (inciso 2° artículo 127) (inciso 2° artículo 127) Fuente: Cordero Quinzacara, Eduardo: “La potestad legislativa, lo tipos de ley y sus relaciones internas en el derecho nacional” en Revista de Derecho, Volumen XXIII, N° 1, 2010, pp. 130 164 Anexo IV. La ley orgánica en el derecho comparado Quórum de aprobación Francesa de 1958 Mayoría absoluta (artículo 46) Española de Mayoría 1978 Absoluta (artículo 81) Materias reservadas Control de constitucionalidad Forzoso y previo por parte del Consejo Constitucional de Francia (artículo 61) (i) las modalidades de elección del Jefe de Estado (artículo 6); (ii) los cargos y funciones de los empleados del Consejo de Ministros (artículo 13); (iii) sustitución de los parlamentarios, las funciones y empleos incompatibles con el ejercicio de las funciones de gobierno (artículo 23); (iv) la duración de los poderes de cada cámara, el número de sus miembros, su retribución, las condiciones de elegibilidad y los regímenes de inelegibilidad e incompatibilidad (artículo 25); (v) la delegación del voto de los miembros del Parlamento (artículo 27); (vi) las precisiones y complementos de las materias de ley (artículo 34); (vii) las condiciones de voto de la ley de presupuestos (artículo 47); (viii) la regulación de las incompatibilidades de las funciones de los miembros del CC (artículo 57); (ix) las reglas de organización y funcionamiento del CC (artículo 63); (x) el estatuto de los magistrados (artículo 64); (xi) la regulación de la aplicación de las normas relativas al Consejo Superior de la Magistratura (artículo 65); (xii) la composición, funcionamiento y reglas de procedimiento de la Alta Corte de Justicia (artículo 67); (xiii) la composición y funcionamiento del Consejo Económico, Social y Medioambiental (artículo 71); (xiv) la regulación y funcionamiento del Defensor de los Derechos (artículo 71-1); (xv) la regulación de los entidades territoriales (artículos 72, 72-1, 72-1,72-4, 73 y 74); y (xvi) ejercicio del derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones municipales a los ciudadanos de la Unión residentes en Francia (artículo 88-3). (i) desarrollo de los derechos fundamentales Facultativo, se y las libertades públicas; (ii) EEAA; (iii) realiza a petición de régimen electoral general; y (iv) las demás parte ante el previstas en la CE (artículo 81), entre las que Tribunal quedan comprendidas: las bases de la Constitucional de organización militar (artículo 8), el Defensor España del Pueblo (artículo 54), la suspensión de (artículos 161 y ss.) 165 derechos (artículo 55.2), el régimen electoral de los senadores (artículo 69.2), el orden sucesorio de la Corona (artículo 57.5), la iniciativa popular (artículo 87.3), condiciones y el procedimiento de las distintas modalidades de referéndum (artículo 92.3), la autorización para la celebración de tratados internacionales para la atribución de competencias (artículo 93), funciones, principios básicos de actuación y estatutos de las Fuerzas y Cuerpos de seguridad (artículo 104.2), el Consejo de Estado (artículo 107), los estados de excepción y sitio (artículo 116), el Poder Judicial (artículo 122), el Tribunal de Cuentas (artículo 136.4), la alteración de los límites provinciales (artículo 141.1), autorizar la constitución de una Comunidad Autónoma (artículo 144), delegación de facultades del estado a las Comunidades autónomas (artículo 150.2), la legitimación activa para recurrir ante el TC (artículo 162) y el TC (artículo 165). Chilena 1980 de 4/7 de los diputados y senadores en ejercicio (artículo 66) Obligatorio y (i) organización y funcionamiento sistema electoral (artículos 18, 47, 49 y previo por parte del TCCh décimo tercera transitoria); (ii) estatuto (artículo 93 N°1) de los partidos políticos (artículo 19 N°15); (iii) sistema educacional (artículo 19 N°11); (iv) concesiones mineras (artículo 19 N°24); (v) organización básica de la administración pública (artículo 38); (vi) regulación de los estados de excepción (artículo 39); (vii) Congreso Nacional (artículos 52, 74 y 128); (viii) organización y atribuciones de los tribunales de justicia (artículo 77); (ix) Ministerio Público (artículo 84); (x) organización y funcionamiento Tribunal Constitucional (artículo 92 inciso final); (xi) organización y funcionamiento del Tribunal Calificador de elecciones (artículo 95 inciso final); (xii) organización, funcionamiento y atribuciones de la Contraloría General de la República (artículos 98 y 99); (xiii) carrera profesional, previsión mando y presupuesto de las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile (artículo 105); 166 (xiv) composición, organización, funciones y atribuciones del Banco Central (artículo 108); (xv) Gobierno y administración regional (artículos 110, 112, 113, 114 y 125); (xvi) municipalidades (artículos 118, 119, 120, 121, 122 y 125); (xvii) territorio especial de Isla de Pascua (artículo 126 bis); y (xviii) territorio especial del Archipiélago de Juan Fernández (artículo 126 bis). Fuente: Elaboración propia, en base a la CF, CE y la CPR. 167