Cuerpos mudos y mujeres que resisten en Tiempo de

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Hay que recordar, hay que evocar, no hay arte más temporal que la literatura.
Podemos enfermar con el recuerdo, pero, al final del largo y lento proceso de la
escritura, descubriremos que hay algo, que hay alguien, al otro lado, que todavía
late, que todavía existe. (Roig, 1992: 12)
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(…) la memoria colectiva ha constituido un hito importante en la lucha por el
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poder conducidas por las fuerzas sociales. Apoderarse de la memoria y del
olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de los grupos, de
los individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas. Los
olvidos, los silencios de la historia son reveladores de estos mecanismos de
manipulación de la memoria colectiva. (Le Goff, 1991: 134)
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Natalia acabó confesándole a Arcadi que se había ido porque tenía miedo. Pero
no era miedo de su padre, de su autoridad –entonces sólo le faltaba una año para
emanciparse- sino que Emilio Sandoval le había enseñado cómo rascar con la
uña toda la porquería de su país y le dio miedo seguir rascando… (103)
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¿Cómo van las cosas por aquí? Más o menos, tal como las dejaste. He visto
grandes carteles que anunciaban fascículos sobre la revolución… Y también
encontrarás libros marxistas en los quioscos, dijo Arcadi, pero, ¿qué más da, si
todo sigue igual? (…) Ninguno de nosotros se atreve a confesar nuestra
impotencia. Son muchos años y nosotros nos hacemos viejos, no ha cambiado
nada. (101-102)
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(…) Silvia estaba orgullosa de parecerse a su padre y de tener los mismos ojos
que él: estrechos y alargados como los de una china. Silvia hubiera querido ser
como su padre, que siempre hacía lo que le gustaba, que jugaba bien al tenis y
que era tan decidido. Joan Claret había salido de la nada y ahora tenía dinero,
mucho dinero. Es un hombre poderoso, explicaba Silvia a sus amigas. (43)
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‘Con frecuencia las manos no son más que unas extremidades articuladas con
un valor funcional: sirven para coger objetos, para rascarse, para abrocharse,
para señalar o para acariciar. Si te das cuenta que una persona tiene manos es
que las tiene bonitas. Y por eso a ti todo el mundo te mira las manos.’ (70)
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(…) Pensó que ya no volvería más allí, ahora que iba a ser una señora casada.
Contestó, pues, que quería las uñas de color verde como Liza Minelli en Caberet,
y ya está. Al terminar volvió a casa y se encontró allí el vestido envuelto en papel
fino y sujeto con alfileres. Le habían ensanchado las costuras un buen trozo, y le
habían cosido, por delante, una tira de encajes que le había regalado Patricia.
(188)
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El poder que, así, toma a cargo a la sexualidad, se impone el deber rozar los
cuerpos; los acaricia con la mirada; intensifica sus regiones; electriza
superficies; dramatiza momentos turbados. Abraza con fuerza al cuerpo.
Acrecentamiento de las eficacias –sin duda- y extensión del dominio controlado.
(Foucault, 2003: 58)
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(…) porque la chica se ha empeñado en saber cómo se llama el hombre, y eso, a
él, se ve que le saca de quicio, la tira al suelo y la maltrata, la trata como un
animal, como a una esclava (…) y él se le pone encima y entra por detrás (…)
pero como no puede se unta de mantequilla como si fuera un canapé… y ella, la
chica llora y grita, eso no se lo esperaba, pero él se ha vuelto un animal y no le
hace caso y entra.(185)
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Patricia se desnudó en otra habitación y apareció con los ojos bajos y con el
camisón blanco que le llegaba hasta los pies. Desnuda por debajo y en bajo
vientre, justo a la altura del pubis, un agujerito (…). Esteve en un principio se
quedó perplejo, después se enfureció y finalmente e echó a reír (…). Mientras se
reía, Esteve le rasgaba el camisón, le apretaba los hombros y la echaba sobre la
cama. (…) él ya estaba encima, con el codo le apretaba la garganta y con la
rodilla, clavada en el pubis, trataba de abrirles las piernas (…) La boca de Esteve
la mordía por todas partes y le decía pubilla, pubilleta, te haré mía. (…) La colcha
de satén estampado con flores azules se enroscó entre las piernas de ella
mientras notaba un líquido tibio que le mojaba el bajo vientre. (77)
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(…) hay dos ideas básicas y los hombres giran alrededor de ellas como los
animales en torno a la noria, me refiero al sexo y a la muerte. Te olvidas de una,
decía Gonçal. ¿Cuál? Te olvidas del poder. Esteve, consideraba, el poder, tienes
razón el poder domina el sexo y tiene miedo a la muerte. Pero el poder sólo es
deseado por una parte reducida de la Humanidad, y ésos creen que controlan la
muerte. (92)
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Natalia quiso saber qué métodos había, el ginecólogo contestó que el coitus
interruptus, el ogino, lavarse…, el médico notó su decepción, sí ya sé que esos
métodos no sirven y yo nunca los recomiendo. Pero ya están llegando los
diafragmas de América y de Inglaterra, añadió, y yo los puedo conseguir.
(136-137)
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(…) ¿por qué abortaste? ¿A ti que te perece?, ¿crees que estaba en condiciones
de tener un hijo? (…) ¿por qué no me ayudaste tú sola cuando aborté? Tenía
miedo, ya te lo he dicho. El maldito miedo, pensó Natalia, el miedo de aquel
tiempo helado y sombrío, el miedo que parecía un viento inmóvil. (187)
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El amorcillo no tenía boca, le han hecho añicos la boca, decía tía Patricia a
Natalia cuando ésta era pequeña. Natalia miraba la boca rota, ¿y por qué se la
han roto?, preguntaba, para que no pueda hablar, respondía tía Patricia con voz
triste. (27)
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(…) la madre Socorro besaba los labios de Silvia, la consolaba, le desabrochaba
el sostén roto y le acariciaba los pechos (…) Merche hacía de demonio, con
cuernos, rabo y cara de sátiro, un monstruo a derecha e izquierda mientras
sacaba a bailar a Teresa, bailaron así y el demonio disfrazado de hombre le
acarició la espalda desnuda, el demonio desabrochaba la blusa de la muchacha
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impúdica (…). Merche besaba los labios de Teresa, ¡vete, vete, diablo, no me
hagas pecar!, quiero conservar mi pureza, Teresa cruzaba las manos por delante
del pecho, pero el demonio, con cuernos y rabo, se había lanzado ahora sobre la
muchacha y aullando la arañaba. La besaba y la mordisqueaba por todo el
cuerpo. En un rincón Dolors acariciaba a Silvia. De pronto, Merche se levantó y
dijo, niñas, niñas, ¿qué hacéis? ¡Estáis pecando!, y separaba con furia a Dolors y
Silvia, que lanzaba aullidos de sorpresa. (210)
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(…) me he pasado doce años intentando aprender de nuevo todas las cosas,
incluidas la lástima, el amor, el placer; cuando me marché, me consideraba una
niña y quise quitarme de encima todos los preceptos y principios que me habían
enseñado. (187)
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“Los policías sacudían con furia una y otra vez, siempre delante del mismo
punto, justo frente a ellos. Tenían los ojos desorbitados, el rostro color ceniza, tal
vez reflejo del uniforme, las pupilas enrojecidas, los dientes apretados, la mirada
extraviada, y golpeaban a ciegas, como animales enfurecidos o perros a los que
se les deja sueltos después de haber estado mucho tiempo encadenados” (115)
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(…) el garrote consta de un corbatín de hierro, un asiento y un palo también de
hierro. Atan la víctima al asiento, que está adosado al palo. Colocan el corbatín
alrededor de su cuello y el verdugo aprieta muy fuerte el corbatín haciendo dar
vueltas a un tornillo que rompe la médula espinal. (19)
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