CLAUDIA EN PADOVA

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CLAUDIA EN PADOVA
La tarde era cálida, pero no asfixiante para el verano, había salido a dar un paseo después de
impartir las clases extras, eran cursos de verano que normalmente y en los diez años que llevaba
de profesora titular de química orgánica en la Universidad de Padova siempre me había negado a
dar. El verano normalmente lo dedicaba a mi familia y a recordar viejas amistades de mis
tiempos de estudiante en mi Bilbao natal, me olvidaba del laboratorio, de los estudiantes y de
cualquier cosa que oliera a trabajo. Paseando por la plaza Prato Della Valle, seguramente la más
grande de Europa, ensimismada en la contemplación de la gran variedad de estatuas que la
circundan, pensaba en los cambios que habían tenido lugar en mi vida en los dos últimos años y
al mismo tiempo en la falta de noticias de mi madre. Por causa de una fallida relación amorosa
llevaba más de un año sin ver a mi madre, aunque telefónicamente estábamos siempre en
contacto. La muerte, no por esperada, menos dolorosa de mi hermano Andoni, con un brillante
futuro de abogado como mi padre, castigado en plena madurez por el sida. Mis padres, ambos de
carácter fuerte y rígido, les había costado ímprobos esfuerzos asimilar su homosexualidad, la
habían podido superar, gracias a que ambos contaban con una educación libre y abierta. Yo,
como más cercana y receptora de sus intimidades, era dos años mas joven, conocía desde
siempre sus inclinaciones sexuales, que un día de confidencias, sentados en una cafetería de la
Gran Vía bilbaína me había confirmado; en aquella ocasión me había presentado a Espen, un
noruego con el que compartía su vida y que le fue fiel hasta la muerte, a lo largo de su
enfermedad siempre contó con su compañía y cariño, era difícil verlos separados, éste
compañero de mi hermano del que guardo un recuerdo imborrable, consiguió que su muerte
fuera dulce y que hasta el último momento la sonrisa no le abandonara.
La muerte de mi hermano, me dejó en estado traumático, pero quienes sufrieron más la crudeza
de la pérdida fueron mis padres, mi madre parecía estar en otro planeta y mi padre que por su
intenso trabajo ya había sufrido un infarto sin consecuencias, a los tres meses sufrió una recaída
que no pudo superar. Esta muerte repentina e inesperada tuvo consecuencias importantes, a mi
me dejó hundida y sin ganas de volver a Italia a continuar mi vida laboral con normalidad; ante
mi deplorable estado, mi madre reaccionó, se convirtió en mi soporte, sin pensar en su
sufrimiento, consiguió con un esfuerzo encomiable hacerme salir del pozo en el que había caído;
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una vez superados los peores momentos me convenció de que lo mejor que podía hacer era
volver a mi vida cotidiana, tuve tentaciones de quedarme en Bilbao y solicitar una plaza en la
universidad, opción que deseché, persuadida por mi madre para que volviera a Padova a
proseguir mis investigaciones en aquella Universidad. Arreglamos la documentación para que mi
madre percibiera su pensión de viudedad, un buen seguro de vida que tenía mi padre, el
despacho de abogados donde trabajaba y del cual era socio, le ofreció comprarle su parte o
percibir una importante cantidad mensual, optó por lo último; pusimos los dos pisos a su
nombre, el que vivía la familia y el de mi hermano, y después de dejarlo todo solucionado, con
muchas dudas por dejar a mi madre sola, ya que de ninguna manera quiso venir conmigo, me
volví a mis trabajos de docencia e investigación, que según decía mi madre, me harían olvidar
los trágicos momentos vividos; entonces pensé que tenía toda la razón.
Al volver hacia mi casa en El Portello, y como quería que pasara el tiempo, para olvidarme de la
falta de noticias de mi madre, di un rodeo, recorriendo la gran cantidad de soportales que hay en
la ciudad y que tanto le gustaban a mi padre, recuerdo que decía que las ciudades porticadas
tienen un encanto especial, me dirigí a la vía de San Nicolo, donde está situada la iglesia del
mismo nombre, en ese momento me apetecía sentarme en la iglesia y en soledad, meditar y pedir
consejo a Dios, si me quería escuchar, pues últimamente lo tenía muy abandonado; al principio
de llegar a Padova todos los domingos, aunque estaba un poco lejos de mi casa, me acercaba a
esta iglesia a cumplir con mi obligación semanal de la misa, es una iglesia muy intima, pero
llena de arte la mires por donde la mires, es una de las mas antiguas de la ciudad, data del
año1.087; al entrar, la tenue oscuridad me produjo un agradable sosiego, me senté frente al altar
mayor, miré al fresco situado en la concavidad del ábside, en bastante mal estado de
conservación, que representa el Padre Eterno con la Virgen y Cristo, instintivamente me
arrodille y en intima comunicación con ellos les pedí ayuda y consejo, creo que me escucharon,
porque la imagen que apareció en mi mente, fue un avión volando dirección Bilbao.
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Al salir de la iglesia, me entraron las prisas, hice nuevos intentos de hablar con mi madre, y el
teléfono como siempre, me respondía, apagado o fuera de cobertura; a través de Internet busqué
un vuelo Venecia-Bilbao, como no había vuelo directo, opté por un Venecia-Madrid-Bilbao que
salía en pocas horas; preparé una maleta con las cosas mas imprescindibles y me fui para el
aeropuerto. Mientras esperaba la tarjeta de embarque, llamé a la Universidad y pude solucionar
mi ausencia, simplemente explicando la verdad de lo que me sucedía. Durante los vuelos, traté
de pensar en la situación en la que me encontraba y poner un poco en orden mis ideas, pero
cuanto mas vueltas le daba, mi sexto sentido me avisaba de que me preparara para afrontar
situaciones anómalas. ¡Qué razón tenía mi sexto sentido!
Al llegar a la Terminal de Bilbao, cogí un taxi hasta la casa de mis padres, como no llevaba
llaves, llamé al timbre sucesivas veces sin recibir contestación; como era muy tarde y no quería
llamar la atención, decidí pasar la noche en un pequeño hotel que hay al lado del campo de
fútbol de San Mames y que está a doscientos metros de la casa de mis padres. Que mi madre no
estuviera en casa no me alarmó excesivamente, quería hacerme creer a mi misma que se habría
ido de viaje, y que también por ese motivo no me contestaba al teléfono. Aunque el Hotel era
cómodo y limpio, apenas pude pegar ojo en toda la noche. A la mañana siguiente, dejé mis cosas
en el Hotel y fui de nuevo a casa, mis llamadas no obtuvieron ninguna respuesta, así que llamé al
timbre de la vecina, le dije que era la hija de Carmen, la vecina de su casa, me abrió y subí al
segundo piso, me estaba esperando en la puerta, no la conocía, según me explicó, llevaba solo un
año viviendo en la casa y apenas conocía a mi madre, las temidas sorpresas empezaban a
producirse, me dijo que ya no vivía allí, que hacía aproximadamente un año que había vendido el
piso, mi palidez la hizo temer algún desmayo por mi parte, pues me hizo pasar, me sentó en un
sofá y me hizo tomar un café, que logró que me recuperara ligeramente, a pesar de su amabilidad
y sus atenciones, poco mas me pudo contar sobre mi madre.
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Sin estar muy segura de lo que hacer, lo primero que se me ocurrió, fue ir al despacho donde
había trabajado mi padre, Enrique, uno de los socios era su mejor amigo, tenía que tener alguna
información que pudiera aclararme la situación. Mi visita no le produjo sorpresa, eso a mi
entender significaba que algo sabía, me dijo que llevaba esperando mi visita hacía tiempo, que
había intentado ponerse en contacto conmigo, y no lo había conseguido, me dijo que mi padre
nunca le había explicado muy bien ni que hacía ni donde me encontraba, después de la
conversación que tuve con él, pude entender la opacidad de mi padre a dar noticias mías. Nos
sentamos en una salita del despacho, aunque mi temor por lo que pudiera contarme era grande, el
relato de los hechos superó todas mis elucubraciones. Parece ser que mis padres habían tenido
serios problemas en su relación debido a la adicción al juego de mi madre; según me contó,
había comenzado jugando al bingo de manera esporádica, para pasar en poco tiempo a pasar
largas horas seguidas en la sala del bingo, parece que mi padre no tardo en descubrirlo por los
movimientos inusuales de sus cuentas del banco, así empezaron los primeros problemas, el
asunto se fue complicando cuando empezó a ir de vez en cuando al casino, las pérdidas
aumentaron de manera importante; mi padre, antes de tomar ningún tipo de medida económica,
habló con ella y consiguió a regañadientes que fueran a la consulta de un psicólogo, compañero
de colegio de mi padre, después de cuatro sesiones, recibió su llamada, el diagnostico era muy
claro, mi madre no quería dejar de jugar, y si ella no quería, no veía forma de quitárselo de la
cabeza, le aconsejó que le cortara el acceso al dinero; antes de tomar ninguna decisión le dio el
primer aviso el corazón, y sin llegar apenas a recuperarse, mi hermano entró en la fase de
deterioro que le llevaría a la muerte. El tiempo que transcurrió entre las dos muertes, parece que
mi madre no jugó de una manera notoria, pues según cuenta Enrique mi padre no notó nada que
pudiera hacerle pensar en una recaída, pero según su amigo, mi padre sufría intensamente, tanto
por la muerte del hijo, como por las extrañas desviaciones de su mujer, que por la información
del psicólogo, sabía que volverían de nuevo. Enrique le había aconsejado que me lo dijera, pero
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su contestación había sido, que con uno que sufriera ya era suficiente. Así que por este cúmulo
de circunstancias, su corazón no aguantó. Me dijo que mi madre llevaba prácticamente año y
medio desaparecida, las noticias que tenía, es que se movía entre los casinos de San Sebastián,
Biarritz, y alguna visita esporádica a Mónaco, todo esto lo había averiguado, a través de un
mando de la policía amigo suyo, al enterarse que había vendido los dos pisos y sobretodo cuando
había intentado que le dieran toda su parte en la sociedad del despacho de abogados, a lo que se
negó, ese día había intentado hablar con ella, pero no solo no le había escuchado, sino que se
marchó dando un portazo ante su negativa. Los tres mil euros mensuales se los seguían
ingresando. Enrique le dijo que no tenía noticias de que hubiera vendido el piso de la Rioja
donde veraneaban; en ese momento me di cuenta que ese piso no lo habíamos puesto a su
nombre y como es lógico no lo podía vender sin mi firma, el comentario de Enrique fue, algo se
ha salvado. El relato parecía sacado de una novela de ciencia-ficción, imposible de creer si me
lo hubiera contado otra persona; sin acabar de asimilarlo, le pedí consejo, lo mas importante era
localizarla y si todavía era posible, ayudarla y evitar el desastre; Enrique dijo que la mejor
manera de localizarla era, a través del policía y por los movimientos de la cuenta del banco, hizo
dos rápidas llamadas y quedó citado a la una con el director del banco y a las cinco con su amigo
policía. Teníamos una hora por delante hasta la primera cita, la conversación derivo a como era
posible que mi madre, una mujer licenciada en historia medieval, hablando perfectamente
francés e inglés y con amplios conocimientos de latín y griego, que se pasaba horas leyendo,
hubiera podido caer en el absurdo pozo del juego, recordaba de sus conversaciones
confidenciales con su amigo haberle oído comentar de ciertas actitudes compulsivas de mi
madre por cosas nimias, me dijo que el psicólogo le había dicho que esa actitud compulsiva
incontrolable no era la que la había llevado a jugar, pero que una vez metida en esa espiral, era la
que le impedía salir; mi padre se echaba en parte la culpa por dejarla demasiado tiempo sola; me
horrorizó pensar lo poco que conocía a mis padres, sobretodo a mi madre y empecé a llorar de
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manera desconsolada, creo que la llorera me libero de la tensión acumulada en los dos últimos
días y me jure a mi misma que la encontrara en la situación que la encontrara, nunca mas la
volvería a dejar sola.
El director del banco nos dijo que los datos bancarios eran confidenciales, pero que dadas las
circunstancias y las relaciones bancarias con el despacho de Enrique nos podía decir que mi
madre había gastado o traspasado a otros bancos alrededor de ciento cincuenta millones de las
antiguas pesetas y como favor especial nos dijo que los movimientos de los últimos tres meses
procedían de Niza, que los ingresos de viudedad y el del despacho seguía manteniéndolos en la
misma cuenta. Comimos juntos y llegamos a la conclusión de que la ayuda de la policía iba a ser
fundamental para su localización. A las cinco en punto de la tarde, nos recibió Julio, así se
llamaba el comisario de la policía nacional amigo de Enrique, nos dijo que no procedía una
denuncia por desaparición, y que a la vista de los datos proporcionados por el director del banco,
lo mas rápido y seguro era pedir ayuda a la policía francesa de Niza, y que con los datos de mi
madre y suponiendo que se hospedara en algún hotel, por las listas de entradas y salidas, no seria
difícil encontrarla; llamó a una compañera y le explicó el problema, le dijo que se pusiera en
contacto con la policía de Niza y que le informara cuando tuviera alguna noticia; fuimos a tomar
un café para hacer tiempo y transcurrida media hora sonó el móvil de Julio, después de la
conversación telefónica nos comentó que en dos horas tendría noticias de mi madre, quedamos
en volver a las dos horas. Cuando volvimos ya tenía todos los datos encima de la mesa, llevaba
tres meses en Francia y había estado en tres hoteles diferentes, nos dijo los nombres, hacía una
semana que había abonado la cuenta del último y no tenían mas datos, de momento estábamos
en un callejón sin salida; Julio, como policía que era, barajó la idea, de que si se había quedado
sin dinero es posible que hubiera vuelto a Bilbao, nos dijo que fuéramos a casa, que si estaba en
Bilbao al día siguiente sabríamos donde se hospedaba.
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A las diez sonó mi móvil, era Enrique, el director del banco le había llamado diciéndole que mi
madre había estado en la sucursal a sacar quinientos euros de la cuenta, y que Julio también le
había llamado para decirle que se hospedaba en el hotel Arana de la calle Bidebarrieta, las piezas
encajaban, quizá la resolución era demasiado rápida y no me encontraba preparada, le dije a
Enrique si no le importaba que pasara por el despacho, en diez minutos estaba con él, mis
nervios estaban a punto de estallar, fuí serenándome poco a poco, y una vez tranquila llamamos
al Arana y nos dijeron que efectivamente, allí se hospedaba, pero que salía por la mañana y no
solía regresar hasta la noche; haciendo memoria de las costumbres de mi madre le dije a Enrique
que si no la encontraba paseando por Bilbao, estaba segura que al atardecer la encontraría en la
cafetería del quiosco del Arenal, sentada en su mesa preferida y leyendo, mi corazón me decía
que a poco que mi madre hubiera recuperado el sentido de las cosas, allí estaría; me despedí de
Enrique y le dije que le tendría al corriente y que de mi parte diera las gracias a Julio y al
director del banco.
El día se me hizo eterno, apostada en el puente del Arenal, a las siete, la vi llegar, no pude evitar
unas lágrimas, que aunque son saladas a mi me supieron dulces al llegar a la comisura de mis
labios, la alegría me recorría todo el cuerpo; tuve que hacer un esfuerzo para esperar un cuarto
de hora, quería tener el mejor aspecto. Bajé las angostas escaleras que llevaban a la cafetería,
estaba en su mesa de siempre, con una cerveza delante y leyendo un libro, me acerqué y levantó
la cabeza, le dije, hola mamá, me contestó, te estaba esperando, le di un beso en la frente y le
dije al oído, “he decidido no volver a Padova y quedarme contigo”.
NAIARA
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