¿qué explicación tiene la postura de rusia ante la crisis en siria?

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¿QUÉ EXPLICACIÓN TIENE LA POSTURA DE RUSIA ANTE
LA CRISIS EN SIRIA?
Francisco J. Ruíz González
Comité Consultivo de Funciva
Analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE)
En las últimas semanas se ha recrudecido la crisis en Siria, dónde el gobierno de Bachar
al-Assad ha empleado grandes dosis de violencia para aplastar los movimientos de la
oposición. La “Liga Árabe” ha venido jugando un importante papel, primero
suspendiendo la participación de Siria en la organización, luego desplegando una
misión de observación sobre el terreno, y posteriormente promoviendo por medio de
Marruecos una Resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que
condenaba la violencia de Damasco, y pedía la renuncia al poder de al-Assad.
Ese proyecto de Resolución fue votado en pasado sábado 4 de febrero, y contó con el
rechazo de dos de los cinco miembros permanentes con derecho a veto: Rusia y China.
En este caso la comunidad internacional ha dado por hecho que Pekín simplemente ha
hecho seguidismo de Moscú, por lo que todas las críticas se han focalizado en el
Kremlin, al que se acusa de permitir las masacres de mujeres y niños (en palabras de
Hilary Clinton) en base a oscuros intereses comerciales y a políticas más propias de la
Guerra Fría. Sin embargo, la situación en la zona y las razones de fondo del conflicto
son mucho más complejas, y se resumen a continuación de un modo esquemático.
La crisis de Siria en el contexto regional
De entrada, lo que se está produciendo en Siria es el inicio de una auténtica guerra
civil, en este caso entre la minoría alauita (variante de la versión chiita del Islam), a la
que pertenece la propia familia al-Assad y muchos de los dirigentes del país, y la
mayoría suní, que siendo el 70% de la población tiene poca representación en las
estructuras de poder. A nivel de los países musulmanes, Siria es aliada de la otra gran
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potencia chií, Irán, y apoya a las milicias de Hizbullah en el sur del Líbano; por el
contrario, la oposición cuenta con el apoyo de las monarquías suníes del Golfo Pérsico,
y cada vez más con la de la vecina Turquía, también de confesión suní.
Como se comprueba, el interés une a curiosos compañeros de viaje en el Oriente
Medio, como el Irán ultra religioso de los ayatolas y la Siria laica del partido único
Baaz. Por otra parte, la pugna suní-chií no se circunscribe al territorio sirio, sino que
está en plena ebullición en Irak, dónde la mayoría chií domina el gobierno de Bagdad
tras la caída del suní Saddam Hussein, o en Bahréin, dónde las revueltas populares de
la mayoría chií fueron aplastadas por su gobierno suní, con el apoyo de las tropas de
las restantes monarquías del Golfo Pérsico (Arabia Saudita, Kuwait, Qatar y Omán),
acción por cierto ante la cual no hubo ninguna reacción de los que ahora claman por
intervenir en Siria.
Una primera reflexión sería el considerar si a Occidente le convienen más, en términos
estrictamente realistas de defensa de sus intereses, unos regímenes autoritarios pero
relativamente estables y con un peso muy limitado de la religión (como eran los casos
de Túnez, Egipto, Yemen, Libia o la propia Siria antes de la “primavera árabe”), o bien
unos regímenes inicialmente más democráticos pero dónde los procesos políticos
están dando lugar a gobiernos de ideología claramente islamista, movimientos que en
su versión más radical dieron lugar al terrorismo de alcance global contra el que
estamos luchando desde el 11-S de 2001.
Hay que ser por tanto prudentes para que la firme e ineludible defensa de los
principios no nos lleve a caer de la sartén al fuego. En ese sentido, en Siria la oposición
que busca una mayor democracia y respeto por los derechos humanos se entremezcla
con movimientos radicales que recurren al terrorismo puro y duro, y que infiltrados en
el autoproclamado “Ejército Libre Sirio” están jugando un importante papel en la lucha
armada contra las tropas gubernamentales.
La reacción de la comunidad internacional y la posición rusa
Más allá del mundo musulmán, la actuación de la comunidad internacional ante la
crisis de Libia en 2011 supuso un importante hito, al ser la primera vez que se aplicaba
el principio de la “responsabilidad de proteger” (R2P), por el cual en el caso de que un
gobierno no sea capaz de detener un genocidio o los graves abusos contra los
derechos humanos de su propia población, o directamente sea el responsable de los
mismos, la ONU puede promover una acción para restaurar la paz y seguridad en ese
país, sin respetar el cuasi sacrosanto derecho de los Estados-nación a la no-injerencia
en sus asuntos internos.
Rusia y China siempre han sido activas defensoras de ese principio de no-injerencia, y
cuando posibilitaron con su abstención en el Consejo de Seguridad la aprobación en
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marzo de 2011 de la Resolución 1973, que autorizaba a usar todos los medios
necesarios para proteger a la población civil en Libia, lo hicieron en respuesta a la
masacre que Gadafi iba a provocar en Bengasi. Sin embargo, los temores de Moscú de
que esa Resolución iba a ser aprovechada por Occidente para intervenir en apoyo
directo a uno de los bandos de la guerra civil pronto se vieron confirmados, ya que la
operación de la OTAN prosiguió hasta la captura y linchamiento de Gadafi en Sirte en
octubre de 2011.
La Federación Rusa tiene una visión muy clara de cuáles son sus intereses nacionales,
por lo que era previsible que ese, si se nos permite la expresión, gol que Occidente y
las monarquías del Golfo Pérsico le metieron en Libia habría de tener consecuencias en
el futuro. La primera ha sido su postura de fuerza en el caso de Siria, ya que los
dirigentes del Kremlin (el presidente Medvedev, el primer ministro Putin, el ministro
de exteriores Lavrov) son muy reticentes a dar su visto bueno a una Resolución que
pudiera reproducir el modelo libio. En ese sentido, el mencionado veto ruso es una
clara revancha por lo ocurrido en 2011 y en contra de la doctrina de la R2P.
Por otra parte, no cabe duda de que hay un interés nacional claro en el caso de Siria,
ya que se trata del único aliado que le queda a Moscú en la región desde la retirada
geopolítica de la URSS al finalizar la Guerra Fría. Rusia conserva en el puerto sirio de
Tartus, aunque apenas las utilice, unas instalaciones de apoyo logístico que le
permiten desplegar sus unidades navales en el Mediterráneo. Además, las inversiones
de empresas rusas en el sector sirio de la energía son mil millonarias, y Damasco es
uno de los principales clientes de la industria de defensa de la Federación, un sector
estratégico de un valor casi igual que el de la energía para el Kremlin. Un desplome del
régimen de al-Assad liquidaría todos esos activos.
No se deben olvidar las implicaciones de seguridad para la propia Federación Rusa. Así
como Siria patrocinó el terrorismo antioccidental durante la Guerra Fría, y en la
actualidad mantiene fuertes vínculos con organizaciones que atacan a Israel (como la
mencionada Hizbullah en el Líbano o Hamas en Palestina), el terrorismo que golpea a
Rusia en el Cáucaso Norte ha recibido apoyos del radicalismo con origen en los países
suníes, en la línea del califato universal de Al-Qaeda, por lo que no conviene a Moscú
el surgimiento de un gobierno islamista relativamente cerca del Cáucaso.
Por todo ello, Rusia insiste en que una Resolución de la ONU sobre Siria debe condenar
por igual la violencia del régimen y la de los extremistas de la oposición, que no debe
contener una exigencia de renuncia de al-Assad, y que debe favorecer un acuerdo
negociado, de modo que no se cree un vacío de poder perjudicial para la estabilidad
regional. En ese sentido, Lavrov acaba de visitar Damasco, y ha propuesto la
celebración de negociaciones en Moscú entre gobierno y oposición sirios, opción que
los rebeldes han rechazado si no hay una dimisión previa de al-Assad.
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Conclusión
La contemplación diaria de la violencia en Siria remueve las conciencias de la
comunidad internacional y llama a la protección de los civiles frente a la violencia de su
propio gobierno, lo que a su vez genera incomprensión y rabia ante lo que se percibe
como connivencia de Rusia con el régimen represor de Bachar al-Assad. Sin embargo,
toda intervención armada supone un riesgo de empeorar incluso más la situación, y de
desestabilizar una región que es clave para los intereses de Occidente, por lo que debe
ser siempre la solución de último recurso.
De entrada, y como ha quedado acreditado en otros conflictos, la visión que se
presenta al público general tiende a ser muy simplista (en términos de buenos y malos)
y de consumo inmediato para las masas desinformadas sobre la realidad internacional.
Las cifras de muertos se inflan por ambos bandos sin que haya un modo de
contrastarlas desde la neutralidad, y se obvian las causas polemológicas profundas que
subyacen en todo enfrentamiento como el que se está desarrollando en Siria, lo que
puede llevar a la comunidad internacional a violar con demasiada alegría la soberanía
nacional de los Estados, en una peligrosa espiral trazada en función de intereses
coyunturales de determinados actores.
Por ello, corresponde apurar hasta el último momento las opciones diplomáticas de
resolución de los conflictos, en la seguridad de que una solución de compromiso entre
las partes siempre será preferible a un cambio súbito de régimen o a echar más leña al
fuego con un apoyo militar decidido a uno de los bandos. Eso es lo que está intentando
de momento Rusia en el caso de Siria, aunque está por ver si se ha superado el punto
de no-retorno y si la represión violenta del gobierno no ha cerrado definitivamente la
puerta a un acuerdo.
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