el mapa de la guerra civil en siria

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SIRIA
Ilustración: Joaquín Bourdieu
EL MAPA DE LA GUERRA
CIVIL EN SIRIA
CLAUDIA CINATTI
Staff revista Estrategia Internacional.
La guerra civil en Siria, que ya cursa su sexto
año, se ha transformado en uno de los centros
de gravitación de la geopolítica mundial, un
campo magnético para diversas potencias imperialistas y regionales que a través del apoyo a
distintas fracciones de los bandos en pugna dirimen sus rivalidades y pujan por sus intereses.
Esta internacionalización del conflicto significa que tanto su dinámica como su eventual
resolución en alguna negociación diplomática exceden con creces las relaciones de fuerzas internas y dependen del accionar de los
múltiples actores que intervienen, en particular de Estados Unidos y Rusia.
La dimensión internacional no solo está
presente en las batallas de Alepo o Kobane.
Como suele suceder es un camino de doble
vía. La crisis de refugiados que sacude a la
UE y la instalación en la escena mundial de
un nuevo tipo de terrorismo, reaccionario e
imprevisible, que ha extendido su radio de
acción desde los suburbios del mundo árabe
y musulmán hacia las capitales de Occidente, guardan estrecha relación con la situación creada en el Medio Oriente a partir de
las guerras de Irak y Afganistán y, en particular, con la situación en Siria. Francia hasta ahora se ha mostrado como el país más
vulnerable a esta nueva oleada de ataques inorgánicos, perpetrados por individuos “autorradicalizados” más inspirados que dirigidos
por el Estado Islámico u otras organizaciones terroristas. En menos de dos años sufrió
tres atentados de gran repercusión por la cantidad de víctimas y el alto valor simbólico de
los blancos elegidos. Las consecuencias políticas, securitarias e incluso militares de estos
fenómenos probablemente se harán sentir en
los próximos años. En lo inmediato, el efecto que tienen es aumentar el guerrerismo imperialista, como hemos visto en las repetidas
escaladas militares de Francia en Siria, y las
I dZ
Septiembre
políticas de persecución y criminalización de
las comunidades musulmanas1 en Occidente.
También alimentan el ascenso de la extrema
derecha xenófoba.
El teatro de operaciones
La guerra civil siria evolucionó hacia un conflicto prolongado, para el que no se vislumbra
una salida sencilla ni militar ni diplomática.
Está claro que ninguno de los contendientes
puede ganar pero tampoco ser derrotado. En
esta situación dramática de “empate infinito”,
el país quedó dividido en esferas de influencia que periódicamente caen bajo sitio enemigo, con un costo terriblemente oneroso para
la población civil.
Aunque es imposible trazar con detalle la
cartografía de esta guerra multifacética, grosso modo, hay cuatro actores fundamentales.
El régimen de Assad con apoyo de Rusia,
Irán, Hezbollah y milicias chiitas de Irak, se
atalonó en Damasco y la zona costera, un territorio de importancia estratégica, donde
vive la mitad de la población que aún permanece en el país. Está claro que no puede recuperar el control total de Siria pero desde
sus bastiones lanza incursiones sobre zonas
opositoras para hacer retroceder a sus rivales,
cortarles las vías de abastecimiento o recuperar posiciones de importancia vital.
Hemos visto esto en el brutal “sitio gemelo”
(opositor y oficialista) de Alepo, con cientos
de miles de civiles atrapados en ambos lados.
Y más recientemente en la ciudad de Daraya.
Este suburbio rebelde de Damasco, que fue
un símbolo del levantamiento contra Assad y
un caso testigo de la brutal represión del régimen, soportó un sitio de cuatro años hasta
que a fines de agosto, las milicias del Ejército Libre Sirio acordaron su rendición frente
al Ejército sirio y aceptaron ser trasladadas a
la provincia de Idlib, mientras que los pocos
miles de civiles que aún permanecían en la
ciudad fueron evacuados con destino incierto
probablemente muchos de ellos acabarán en
prisiones del régimen. A pesar de ser una ciudad en ruinas y vacía, su valor militar surge
de eliminar un foco de insurgencia a escasos
kilómetros del palacio presidencial.
Los “rebeldes” que luchan contra Assad se
hicieron fuertes en las provincias de Idlib y
Alepo. En este bando milita un amplio arco
de organizaciones y milicias laicas, islamistas
moderadas y salafistas, apoyados por los Estados árabes del Golfo, principalmente Arabia Saudita y Qatar, Turquía, Estados Unidos
y otras potencias occidentales. La fragmentación interna y los intereses divergentes de
sus patrocinadores externos hacen que prime
el enfrentamiento y la rivalidad por el control del territorio y la disputa por cuotas de
poder en una eventual negociación de posguerra. Las organizaciones más importantes son el Ejército Libre Sirio, formado por
desertores del Ejército de Assad e islamistas
“moderados” con apoyo de Turquía y Estados
Unidos. Y por fuera del sostén de Occidente –aunque no necesariamente de otros Estados– Al Nusra, la filial siria de Al Qaeda
que rompió públicamente su adhesión a esta red y se cambió el nombre por Frente de
la Conquista de Siria para eludir el estigma
de terrorismo2. Este cambio estético no está
exento de consecuencias tácticas. A diferencia del Estado Islámico, Al Qaeda parece haber comprendido que es necesario al menos
ser tolerado por la población civil. Esto se vio
en la batalla de Alepo donde sus milicias buscan capitalizar políticamente la popularidad
lograda por el rol que jugaron para quebrar el
sitio oficialista.
El Estado Islámico, excluido sin ambigüedades del bando rebelde, perdió según analistas
militares, un 20 % del territorio sirio incorporado al califato (y un 40 % en Irak) entre ellas
la ciudad de Palmyra, aunque conserva aún
su capital en la ciudad de Raqqa. El modus
operandi del ISIS fue mayormente conquistar
zonas bajo dominio opositor y evitar el enfrentamiento directo con el Ejército sirio.
El ISIS y el ex Al Nusra son consideradas
blancos legítimos tanto de la coalición anti
ISIS dirigida por Estados Unidos como del
bando que comanda Rusia. Aunque, como es
conocido, Turquía mantuvo una política doble, o como mínimo de cierta tolerancia hacia el ISIS, ya que era funcional a su objetivo
primordial en la guerra que es evitar que surja
una entidad autónoma kurda en su frontera.
El cuarto actor local de peso son los kurdos, dirigidos por el radicalizado Partido de
la Unión Democrática (PYD) y su ala armada
las Unidades de Protección Popular que controlan el noreste del país. La región conocida
como Rojava comprende tres cantones autónomos (Cizre, Kobane y Afrin) gobernados
bajo el sistema del “confederalismo democrático”3. El PYD se benefició de una alianza militar ad hoc con Estados Unidos en su
combate contra el ISIS, que le dio una cuasi
legitimación internacional, y también de una
cierta tolerancia tácita del régimen de Assad.
Sin embargo, sería impresionismo otorgarles una fortaleza propia que en principio parecen no tener. Un solo hecho muestra que
en el sistema de alianzas norteamericano, los
kurdos (y sobre todo sus alas más radicales)
siguen siendo moneda de cambio y que Estados Unidos no está por rifar un aliado estratégico como Turquía, que es miembro de la
OTAN desde 1952. A fines de agosto Turquía
lanzó su primera intervención militar directa
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en la ciudad de Jarablus, al norte de Siria,
con el doble objetivo de combatir al ISIS y a
las milicias del PYD, que en el revuelo creado por la batalla de Alepo, aprovechando para avanzar en la extensión del territorio bajo
su control. Estados Unidos no dudó en avalar
la ofensiva turca. Internamente, su posición
también es endeble y la gobernabilidad de las
zonas autónomas depende en última instancia de mantener alianzas con otros sectores
principalmente árabes sunitas con quienes
conforman las Fuerzas Democráticas Sirias,
el paraguas bajo el cual reciben la asistencia
de Estados Unidos.
Está claro que sus alianzas tanto internacionales como locales tienen un carácter táctico
y circunstancial, relacionadas con las necesidades surgidas del combate contra el ISIS
más que de convergencia de intereses de largo plazo. Menos aún podría tomarse como un
apoyo político para establecer un Kurdistán
autónomo.
La dimensión geopolítica
A partir de 2014, con la aparición en escena del Estado Islámico y su autoproclamado
califato, se profundizó el carácter reaccionario de la guerra con la intervención de Rusia y Estados Unidos. El solapamiento entre
una guerra civil a varias bandas con una guerra internacional “contra el terrorismo” pone
a prueba las teorías militares tradicionales4.
No es para menos: un entramado de alianzas cruzadas, contradictorias y cambiantes
hace que los mismos actores se enfrenten en
un campo de batalla y colaboren tácticamente en otro. Pero como en toda locura, en este
rompecabezas también hay un método. Y este se explica por los tres conflictos fundamentales, dos regionales y una internacional, que
sobredeterminan la guerra en Siria.
El primero es la “guerra fría” regional entre
Arabia Saudita e Irán, que luego del acuerdo nuclear firmado con Estados Unidos fue
readmitida como una potencia regional de
derecho con aspiraciones hegemónicas. Este
enfrentamiento, que remite en última instancia al conflicto intraislámico entre chiitas y
sunitas5, no es de carácter religioso, aunque
puede revestir estas formas, sino sobre todo
político y de poder, y se extiende desde Siria e
Irak hasta la guerra civil en Yemen.
El segundo es la guerra de Turquía contra la
minoría kurda, tanto al interior de sus fronteras como en Siria. Esto llevó a un agudo
enfrentamiento con Rusia, que derivó en el
derribo de un avión ruso en noviembre del
año pasado. Sus opciones en política exterior y el fracaso de capitalizar los procesos
de la “Primavera árabe” dejaron a Turquía en
una situación de aislamiento internacional. El »
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SIRIA
reacercamiento a Rusia e Irán y la recomposición de la relación con Estados Unidos luego
del intento fallido de golpe contra el presidente Erdogan en julio pasado es parte de
una estrategia más amplia de recuperar terreno como potencia regional.
El tercer elemento determinante es el conflicto estratégico entre Estados Unidos (y
“Occidente”) con Rusia que con su intervención en Siria se ha ubicado como el artífice
de cualquier salida negociada. La administración Obama6 enfrenta un dilema porque, por
un lado, necesita de la colaboración de Rusia
para cualquier acuerdo de paz en Siria, y es
esto lo que intenta hasta ahora infructuosamente en las sucesivas cumbres en Ginebra,
pero quiere hacer esto sin otorgarle a Putin
una victoria, lo que parece casi inevitable. Las
próximas elecciones en Estados Unidos agregan más incertidumbre ya que Hillary Clinton, que milita en el ala de los halcones del
establishment norteamericano, ya ha anunciado una política más intervencionista que
esté más acorde con la política de hostigamiento hacia Rusia.
La guerra civil y el debate en la izquierda
La situación en Siria ha dividido a la izquierda internacional, que ha tendido a apoyar a
uno de los dos campos: un sector minoritario
aún defiende al régimen dictatorial de Assad
(e incluso a la intervención de Rusia), al que
ven como una resistencia a la ofensiva norteamericana y al avance de fuerzas reaccionarias del islamismo salafistas; mientras que
el sector mayoritario, ya sea con argumentos
democráticos o humanitarios, ha optado por
apoyar al campo “rebelde” o a sus versiones
“laicas” como el Ejército Libre Sirio, independientemente de su carácter de clase y su
estrategia. En ambos casos los “campos” han
reemplazado a las clases.
La tragedia de Siria fue que las tendencias
que apuntaban al desarrollo de un proceso revolucionario a partir de la lucha contra Assad, como las movilizaciones democráticas de
masas o el establecimiento de concejos populares locales, fueron estranguladas en una operación de pinzas entre la brutal represión del
régimen y la emergencia de fracciones armadas con objetivos abiertamente reaccionarios,
a excepción de las milicias kurdas, que responden más a sus patrocinadores externos que a
alguna base de apoyo popular en la población.
Esta definición de la guerra civil en curso
no niega la necesidad de luchar contra la dictadura de Assad, ni tampoco el carácter genuino del levantamiento popular contra este
régimen despótico que estalló en 2011 como
parte de la oleada de la “Primavera árabe”.
Sin embargo, el problema es que lo que podía ser correcto a los inicios del conflicto resulta completamente insuficiente a la hora de
dar cuenta de una situación actual que tiene todas las características de una guerra por
procuración más que de una lucha popular,
aunque pueden persistir bolsones de resistencia. Y que es producto de la derrota más general de esos levantamientos.
La necesidad de una posición independiente está planteada de forma actual en la lucha
contra la guerra imperialista, contra la dictadura de Assad y la intervención de Rusia y
contra la reacción islamista y su “neoterrorismo”, que no tiene nada que ver con el terrorismo individual de anarquistas o populistas
contra el que discutía el marxismo clásico, sino que emula en sus métodos contra la población civil al imperialismo y sus guerras.
1. La causa de los atentados terroristas en Francia
desató una durísima polémica académica entre los
especialistas en islamismo que suelen informar algunas políticas de Estado. Por un lado, Gilles Kepel sostiene que la clave es la introducción del salafismo en las banlieues francesas, un fenómeno de
las últimas dos décadas. Con una tesis enfrentada,
Olivier Roy plantea que se trata de una islamización de la radicalización y no de una radicalización
del islamismo, aunque pone el eje en cuestiones generacionales e individuales antes que sociales. Ante estas dos tendencias, parece ser más acertada la
explicación de F. Burgat y otros intelectuales, a los
que con cierto desprecio se los llama “tercemundistas”, que ponen el foco en el pasado colonial de
Francia en el mundo árabe y musulmán y en su actual política exterior. Ver por ejemplo, C. Daumas,
“Olivier Roy et Gilles Kepel, Querelle française sur
le jihadisme”, Liberation, 16/04/2016.
2. La ruptura acordada entre ambas organizaciones se anunció el 28 de julio. Lo primero que se conoció fue un video con declaraciones del segundo
líder de Al Qaeda y luego del líder público del actual Frente para la Conquista de Siria, donde precisaba que la ruptura estaba en función de proteger
la “jihad” en Siria. Según varios analistas el artífice
de este movimiento táctico es Qatar.
3. Esta es la nueva base ideológica del Partido de
Trabajadores del Kurdistán de Turquía y sus organizaciones afines, proclamada por A. Ocälan en
2005. Este nuevo programa inspirado en una suerte de municipalismo libertario ya no busca la constitución de un Estado kurdo sino la realización
parcial de la autonomía dentro de las fronteras de
los Estados existentes.
4. M. Fisher, “Syria’s paradox: Why the war
only ever seems to get worse”, New York Times,
26/08/2016. En este extenso trabajo, el periodista y exeditor de vox.com analiza diversos estudios
académicos y discusiones sobre el carácter y las
perspectivas de la guerra civil en Siria; su objetivo es encontrar las razones que hacen de la guerra
civil en Siria un conflicto prolongado, extremadamente violento y difícil de resolver.
5. La amplia mayoría de los más de 1.600 millones
de musulmanes son sunitas. Los chiitas son alrededor de 225 millones pero están más concentrados
desde el punto de vista geográfico en lo que se conoce como la medialuna chiita que abarca: Irán y
sus vecinos próximos: Irak, Afganistán, Pakistán,
Azerbaiján y Turquía, donde se concentra el 70%
de los chiitas.
6. El gabinete de Obama ha tenido sucesivas divisiones en torno a la política hacia Siria. En una extensa nota publicada en London Review of Books,
el periodista de investigación Seymour Hersh, que
tiene la credibilidad de haber denunciado la masacre de My Lai en 1968 y las torturas de la cárcel de
Abu Ghraib en Irak, dice que el Pentágono propició un acuerdo militar con Rusia y Assad, llevando
adelante de hecho una orientación opuesta a la del
gobierno y la CIA, que era armar a los grupos rebeldes, y que eso llevó a la caída del jefe del Estado mayor, el general Martin Dempsey. Ver S. Hersh, “Military to Military”, London Review of Books
1, vol. 38, enero de 2016.
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