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Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo
y no en el resultado (Mahatma Gandhi)
Inglaterra, Diciembre de 1.263
Tomás ansiaba volver a su querida Italia en donde había nacido y predicado en
los últimos años Se había embarcado en un buque que cruzaría en breve el
canal de la Mancha. Su salida del puerto natural de Plymouth, situado en el
condado de Devon al sudeste de Londres, era inminente.
Deseaba alejarse de aquella Inglaterra, a la que había llegado hacia un par de
meses para asistir a uno de los Capítulos Generales de la Orden de
Predicadores a la que pertenecía.
El tiempo no era agradable, muy distinto al de su añorada Nápoles. Diciembre
era un mes lluvioso y si bien la temperatura no era extremadamente fría en esa
zona, el clima político si era muy inestable. Los continuos enfrentamientos
entre el débil Rey Enrique III y los barones dirigidos por Simón de Montford
aconsejaban distanciarse lo más rápido posible de la vieja Albión.
Sin embargo, volver a emprender el largo viaje hacia Orvieto atravesando toda
Francia y la mitad de Italia, le deprimía. Eran muchas millas, cientos de millas
a recorrer y malos caminos para caminar, pero no podía evitarlo. El Papa
Urbano IV le había enviado mensajeros pidiéndole, casi ordenándole, que
volviera a la Umbría. Necesitaba ver a Tomás con suma urgencia.
Las relaciones entre el napolitano y el Papa habían sido simplemente
diplomáticas. Existía un respeto mutuo pero procuraban eludirse. Esta vez el
encuentro iba a ser inevitable.
Tomás, hijo de Landolfo conde de Aquino y Teodora condesa de Teano, había
gozado de una posición social privilegiada, a pesar de la tensión familiar
sostenida veinte años atrás con sus padres, hermanos y hermanas, que habían
hecho todo lo posible para destruir su vocación, intentando que no tomara los
hábitos de la orden de Santo Domingo de Guzmán.
En contra Jacques Pantaleón de Court-Palais, elegido Papa en 1.261 con el
nombre de Urbano IV, era hijo de un zapatero francés, y aunque ambos
pertenecían a la Iglesia de Cristo, su origen procedía de ambientes bien
distintos.
Pero lo que más les diferenciaba era el aspecto doctrinal. El Papa había
prohibido, aunque sin ninguna consecuencia práctica, la traducción y el
estudio de los escritos de Aristóteles. Tomás era seguidor del pensamiento
aristotélico y defendía que este era preferible al platonismo como fundamento
de la filosofía cristiana.
Perugía (Región de Umbría), Marzo de 1.264
Cuando apenas contaba treinta y seis años, la Orden Franciscana o frailes
menores reunida en Capitulo en Roma, le eligió por su ministerio general en
1.257.
Sin embargo, Buenaventura, hombre de gran espiritualidad y con una intensa
vida contemplativa, seguía la línea marcada por Francisco de Asís: alegría,
pobreza y humildad.
Cuando el legado pontificio llegó al convento franciscano, Buenaventura,
ministro general de su orden, estaba lavando los platos. Como tenía las manos
sucias rogó al legado que se pasease un poco por el huerto hasta que
terminase su tarea.
Solo entonces Buenaventura presentó al legado los honores debidos,
recibiendo de este la petición del Papa Urbano IV de que se presentara en
Orvieto. Necesitaba verlo a la mayor brevedad posible.
Esta vez el camino era corto ya que la ciudad en la que residía el Papa estaba
en la misma región, a pocas jornadas, y la llegada de la primavera haría más
agradable el viaje
Orvieto (Región de Umbría), Abril de 1.264
Urbano IV había sido elegido Papa, después de tres meses de deliberaciones,
y durante los tres años que llevaba de pontificado nunca había residido en
Roma debido al enfrentamiento entre gúelfos y gibelinos, repartiendo su
estancia entre las ciudades de Viterbo, Orvieto y Perusa.
Su salud se iba debilitando. En 1.264 ya tenía 69 años y sentía que su Papado
iba a ser muy corto. Quería dejar su impronta en el aspecto doctrinal
instaurando la fiesta del Corpus Christi.
Para conmemorarlo, nada mejor que solicitarle a Buenaventura y a Tomás una
oración o himno grandioso para esta festividad. Ambos habían recibido el
mismo día el doctorado en teología e impartido clases en la universidad de
Paris. Eran, sin duda alguna, las personas indicadas
redacción de un documento que exaltara la eucaristía.
para confiarles la
Los había recibido en una audiencia privada, explicado cuales eran sus
intenciones y rogado encarecidamente se tomaran un tiempo prudencial para
componer el himno eucarístico que sirviera de adoración y alabanza a este
sacramento.
Orvieto, residencia Papal. Mayo de 1.264
El trabajo encomendado por Urbano IV estaba terminado. Los doctores habían
seguido distintos caminos para su redacción:
Buenaventura, por su forma de ser, humilde y que solo veía en él
imperfecciones, era ante todo un místico, persona acostumbrada a contemplar
y meditar y esa había sido la base de su trabajo, alabar las delicias del cielo y
sus esfuerzos por despertar en los cristianos el mismo deseo de gloria que a
él le animaba.
Los sermones de Tomás se caracterizaban por su fuerza, piedad y abundantes
referencias bíblicas, de ahí que eligiera la biblioteca de su convento de Orvieto
intentando encontrar alguna cita o referencia que le abriera el camino a seguir
para elaborar un buen texto litúrgico. Y allí encontró unos versos de un obispo
de Poitiers, Venatius Fortunatus, fallecido en el año 610, que le sirvieron de
inspiración para desarrollar lo que le habían propuesto.
Y llegado el momento, Tomás empezó a recitar:
Pange lingua gloriosi , corporis mysterium…...... siendo las estrofas finales las
correspondientes a Tantum ergo sacramentum, venerémur cérnui………………
La composición era de una perfección y profundidad tan admirable que el Papa
quedó impresionado.
Mientras tanto, Buenaventura, emocionado, percibía y sentía las palabras de
Fray Angélico, a la vez que rompía el documento que llevaba dentro de esa
ancha manga que llevan los frailes.
Cuando Tomás terminó su lectura y le tocó al franciscano leer la suya, este
puso su brazo paralelo al cuerpo, dejando caer al suelo los trocitos del
pergamino. Un gesto sin palabras, digna atmósfera el silencio de su alma
gigante, propia del Santo Seráfico.
“El secreto de la sabiduría y del conocimiento es la humildad.”
(E.Hemingway)
Nota del autor: Cuando tenía doce años un fraile dominico nos reunió a un
grupo de chicos para darnos una charla acerca de las virtudes de la Orden de
Predicadores. Todo fueron alabanzas, contándonos una historia que se me
quedó grabada y la he ido recordando con frecuencia.
El hecho es que el Papa de la época pidió a Santo Tomás de Aquino y a San
Buenaventura que hicieran un texto litúrgico para instituir la fiesta del Corpus
Christi en 1.264
A Santo Tomás se le atribuye la composición del Tantum Ergo que son en
realidad las dos ultimas estrofas del Pange Lingua.Según el fraile que nos dio la charla, mientras Santo Tomás leía el texto, San
Buenaventura rompía el suyo porque “no estaba a la altura del dominico”.-?
Existieron todos los personajes de este relato, así como en los años que se
indican. El autor se ha limitado en hacerlos coincidir y contar la historia “a su
manera”.
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