El lago ausente - Itaca Escuela de Escritura

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EL LAGO AUSENTE
Por Isoba o desde el Puerto de San Isidro, qué más dará, al
resguardo de Peña del Viento y Pico Toneo, ligera y heladoramente
por encima de los dos mil metros, regreso a un lugar, del que tal vez
nunca me haya ido, al encuentro de un lago de hermoso nombre
imposible: el lago Ausente, rodeado por austeros canchales de granito
eterno, embalse de susurros con forma de arroyos, mar de nieves
hondas, refugio del invierno en primavera y de la primavera en
verano, siempre con algo –un algo admirable- de otoño del alma.
Y vuelvo de nuevo de la mano de Unamuno, vascosalmantino
de las verdades en puntas, para salirme con él del tiempo, sin
negarlo, en la quietud de sus aguas, espejo de la noche, alba de la
mañana y sepulcro del día, a esa hora incierta, tan de mi gusto,
donde lo que comienza se junta con cuanto acaba, solo en medio de
la penumbra a través del frío, cuando la vida se gesta en el horno de
vidrio de un aire entrecano, guijarro el rocío, la tierra escarcha, lunar
el murmullo de los pájaros ateridos, sigiloso el lobo. Vengo, como
escribió Cervantes, dispuesto “otra vez a volar la ribera”. Cansado de
la actualidad, hastiado de sus ruidos, fatigado de sus enredos, retorno
para alagarme.
Aún pesaba la oscuridad cuando rompí a caminar, andaba a
merced de mis pasos, familiarmente inseguros y un mucho a tientas,
vacilante la llama del carburero, siempre a punto de apagarse.
Buscaba eso, precisamente eso: saberme nadie en la noche, escapar
de las seguridades falsas, sentirme tierra, reconocerme alheñado por
el azogue, con ojos de tinieblas y con los oídos atronados de silencio.
Cuando empecé la subida me despedí de esas anécdotas que
más
abajo
llaman
verdades
y
dije
adiós
a
los
empeños,
desesperadamente cotidianos, por elevar al desconcierto a la
categoría de norma. Bajo ese designio atravesé la noche para
buscarme cómo fui “cuando no empezó mi conciencia, cómo estaré
cuando me acabe”. Al modo de aquel personaje del San Manuel de
Unamuno, formando parte “con las roca, las nubes, los árboles, las
aguas, de la naturaleza y no de la historia”. Así, desde ese estado,
quisiera escribir.
Gonzalo Santonja Gómez-Agero
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