rené descartes: discurso del método: cuarta parte

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RENÉ DESCARTES: DISCURSO DEL MÉTODO: CUARTA PARTE
III. LA FILOSOFÍA MODERNA.
Tema 3.
DESCARTES, Discurso del método, cuarta parte (trad. E. Bello Reguera, Madrid, Tecnos, 1994,
pp. 44-52).
No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones que allí he hecho, pues son tan metafísicas y
tan fuera de lo común que tal vez no sean del gusto de todos. Sin embargo, con el fin de que se pueda apreciar
si los fundamentos que he establecido son bastante firmes, me veo en cierto modo obligado a hablar de ellas.
Desde hace mucho tiempo había observado que, en lo que se refiere a las costumbres, es a veces necesario
seguir opiniones que tenemos por muy inciertas como si fueran indudables, según se ha dicho anteriormente;
pero, dado que en ese momento sólo pensaba dedicarme a la investigación de la verdad, pensé que era
preciso que hiciera lo contrario y rechazara como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar
la menor duda, con el fin de comprobar si, hecho esto, no quedaba en mi creencia algo que fuera enteramente
indudable. Así, puesto que nuestros sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había cosa
alguna que fuera tal como nos la hacen imaginar. Y como existen hombres que se equivocan al razonar, incluso
en las más sencillas cuestiones de geometría, y cometen paralogismos, juzgando que estaba expuesto a
equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsos todos los razonamientos que había tomado antes por
demostraciones. Y, en fin, considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos
pueden venirnos también cuando dormimos, sin que en tal estado haya alguno que sea verdadero, decidí
fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las
ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras quería pensar de ese modo que
todo es falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuera alguna cosa. Y observando que esta
verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las más extravagantes suposiciones de los
escépticos no eran capaces de socavarla, juzgué que podía admitirla como el primer principio de la filosofía
que buscaba.
Al examinar, después, atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo y que
no había mundo ni lugar alguno en el que me encontrase, pero que no podía fingir por ello que yo no existía,
sino que, al contrario, del hecho mismo de pensar en dudar de la verdad de otras cosas se seguían muy
evidente y ciertamente que yo era; mientras que, con sólo haber dejado de pensar, aunque todo lo demás que
alguna vez había imaginado existiera realmente, no tenía ninguna razón para creer que yo existiese, conocí por
ello que yo era una sustancia cuya esencia o naturaleza no es sino pensar, y que, para existir, no necesita de
lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De manera que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo
que soy, es enteramente distinta del cuerpo e incluso más fácil de conocer que él y, aunque el cuerpo no
existiese, el alma no dejaría de ser todo lo que es.
Después de esto, examiné lo que en general se requiere para que una proposición sea verdadera y
cierta; pues, ya que acababa de descubrir una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué
consiste esa certeza. Y habiendo observado que no hay absolutamente nada en pienso, luego soy que me
asegure que digo la verdad, a no ser que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía
admitir esta regla general: las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; si bien
sólo hay alguna dificultad en identificar exactamente cuáles son las que concebimos distintamente.
Reflexionando, a continuación, sobre el hecho de que yo dudaba y que, por lo tanto, mi ser no era
enteramente perfecto, pues veía con claridad que había mayor perfección en conocer que en dudar, se me
ocurrió indagar de qué modo había llegado a pensar en algo más perfecto que yo; y conocí con evidencia que
debía ser a partir de alguna naturaleza que, efectivamente, fuese más perfecta. Por lo que se refiere a los
pensamientos que tenía de algunas otras cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor, y otras
mil, no me preocupaba tanto por saber de dónde procedían, porque, no observando en tales pensamientos
nada que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía pensar que, si eran verdaderos, era por ser
dependientes de mi naturaleza en tanto que dotada de cierta perfección; y si no lo eran, que procedían de la
nada, es decir, que los tenía porque había en mí imperfección. Pero no podía suceder lo mismo con la idea de
un ser más perfecto que el mío; pues, que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible; y puesto
que no es menos contradictorio pensar que lo más perfecto sea consecuencia y esté en dependencia de lo
menos perfecto, que pensar que de la nada provenga algo, tampoco tal idea podía proceder de mí mismo. De
manera que sólo quedaba la posibilidad de que hubiera sido puesta en mí por una naturaleza que fuera
realmente más perfecta que la mía y que poseyera, incluso, todas las perfecciones de las que yo pudiera tener
alguna idea, esto es, para decirlo en una palabra, que fuera Dios (...)
Quise buscar, después, otras verdades y, habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que
concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o
profundidad, divisible en diversas partes, que podían tener diferentes figuras y tamaños, y ser movidas o
trasladadas de todas las maneras posibles, pues los geómetras suponen todo esto en su objeto, repasé algunas
de sus más simples demostraciones. Y habiendo advertido que la gran certeza que todo el mundo les atribuye
sólo está fundada en que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla antes formulada, advertí también que
no había en ellas absolutamente nada que me asegurase la existencia de su objeto. Porque, por ejemplo, veía
bien que, si suponemos un triángulo, sus tres ángulos tienen que ser necesariamente iguales a dos rectos, pero
en tal evidencia no apreciaba nada que me asegurase que haya existido triángulo alguno en el mundo. Al
contrario, volviendo a examinar la idea que tenía de un ser perfecto, encontraba que la existencia estaba
comprendida en ella del mismo modo que en la de un triángulo está comprendido el que sus tres ángulos son
iguales a dos rectos, o en la de una esfera, el que todas sus partes equidistan de su centro, e incluso con mayor
evidencia; y, en consecuencia, es al menos tan cierto que Dios, que es ese ser perfecto, es o existe, como
puede serlo cualquier demostración de la geometría.
1. Resumen:
Descartes se dispone a hablarnos de sus “meditaciones metafísicas” para comprobar si los
fundamentos de su “nuevo saber” son lo suficientemente firmes y seguros.
Primero reconoce que con respecto a las costumbres es necesario seguir las opiniones ajenas, aun
cuando sean dudosas o inciertas, pero cuando se trata de buscar la verdad es necesario lo contrario y no
aceptar como cierto nada en lo que pueda imaginarse la menor duda. Así si nuestros sentidos nos engañan
alguna vez, es preciso suponer que lo hacen siempre; si son muchos los que se equivocan en sus
razonamientos, por ejemplo en la geometría, también nos puede pasar a nosotros, debemos, por tanto, tener
por falsos cualquiera de esos razonamientos. Y, finalmente, si nuestros pensamientos también pueden
sobrevenirnos estando dormidos, y no acostumbramos a dar por verdaderos los contenidos de nuestros
sueños..., decide fingir que todos sus pensamientos no son más verdaderos que las ilusiones de sus sueños.
Pero entonces advierte que para poder pensar necesita ser algo que piensa y en esta verdad, pienso,
luego soy, que ningún escéptico puede rechazar, encuentra el primer principio de la filosofía que buscaba.
Examina qué es, y se da cuenta de que, mientras puede fingir que no tiene cuerpo, hay, sin embargo,
algo de lo que no puede dudar, y es de su existencia como sustancia pensante. Considera a esta sustancia
como alma o espíritu y reconoce que es distinta del cuerpo y más fácil de conocer que éste.
Después analiza las condiciones para considerar como verdadera una proposición y admite esta ley
general: todo lo que conciba tan clara y distintamente como que piensa luego existe, será verdadero.
Descartes reconoce que hay más perfección en conocer que en dudar. Indaga cómo ha llegado a la
idea de perfección y conoce con evidencia que debía ser a causa de un ser más perfecto que él mismo. Pues si
bien, con respecto a las ideas de cosas exteriores a él, si son verdaderas, pueden proceder de él mismo (no
reconoce en ellas nada superior a él), mientras que si son falsas proceden de la nada; sin embargo, con
respecto a la idea de perfección, esta no puede proceder de la nada y puesto que lo menos perfecto no puede
ser causa de lo más perfecto, tampoco esta idea procede de él. Sólo queda una posibilidad, que haya sido
puesta en él por una naturaleza más perfecta que la suya, y ésta es Dios.
Descartes analiza ahora las ideas de los entes matemáticos y advierte su certeza, pero también que lo
que las hace evidentes es precisamente que su verdad es independiente de que existan o no los objetos que
las tales ideas representan (triángulo). Vuelve a examinar la idea de perfección y encuentra, sin embargo, que
en su propia definición o esencia está contenida la existencia de aquello que tal idea representa: Dios.
(Explicación):
En la cuarta parte del Discurso del Método, Descartes resume sus temas metafísicos, anticipando el
contenido de su obra Meditaciones Metafísicas. Comienza Descartes planteando su objetivo: buscar la verdad
en las ciencias. El método (que resume en la segunda parte) y la moral provisional (que resume en la tercera
parte), son el punto de partida para la aplicación de la duda metódica, que nos conducirá a la primera certeza:
la sustancia pensante (cogito), cuya existencia es independiente de la sustancia corporal. La aplicación del
método al contenido de la sustancia pensante y el análisis de la idea de perfección (Dios) tiene como resultado
la demostración de su existencia, al comparar la idea de un ser perfecto, con la idea de él mismo como ser
imperfecto. Continúa aplicando el método y analiza las ideas de los entes matemáticos y las compara,
nuevamente con la idea de Dios, lo que le conduce también a su demostración.
Si seguimos el argumento del texto vemos claramente que las nociones de duda y certeza se
corresponden con la primera parte, alma y cuerpo (res cogitans y res extensa) con la segunda, y pensamiento
e ideas con la tercera; a su vez los dos temas son un desarrollo del contenido de las nociones: así la primera y
segunda parte, con sus respectivas nociones, se relacionan con el tema: el cogito y el criterio de verdad, y la
tercera parte, con sus nociones, se relaciona con el tema: las demostraciones de la existencia de Dios.
2. Nociones:
Duda y certeza
En la tercera parte del Discurso, expone Descartes un código moral provisional, una habitación para
aguardar cómodamente, mientras reconstruye el edificio del conocimiento. Este código consta de “tres o
cuatro máximas”. En las primeras máximas, Descartes separa la “vida teórica” o contemplativa de la “vida
práctica” con sus exigencias que nos obligan a vivir en esta moral provisional. La duda solo debe ser aplicada a
la vida intelectual y en la vida práctica hay que seguir fielmente las proposiciones más dudosas o probables,
una vez que las hayamos aceptado. La cuarta máxima recomienda dedicar la vida al cultivo de la razón, esto es,
el conocimiento de lo verdadero siguiendo un método.
Y esto es precisamente a lo que nos invita el texto: la investigación de la verdad. Descartes es
consciente de que rompe con la época anterior y pretende fundar una filosofía sobre bases completamente
nuevas, y por tal motivo considera necesario un método para investigar la verdad de las cosas. Con ese
propósito se arma de cautela en esa investigación que habrá de llevarlo hasta las primeras verdades o
primeros principios evidentes. No quiere correr el riesgo de que se puedan mezclar con falsas verdades. De ahí
que use la "duda metódica" en busca de aquéllas verdades resistentes a la acción de la duda. Comienza por
dudar de todas las cosas y considerar como falso cuantas pueda poner en duda. Quiere eliminar de este modo
aquellas opiniones y falsas creencias que se habían apoderado de su espíritu y que amenazaban con ocultarle
la verdad. Su actitud es tan rigurosa que parece no dejar nada en pie.
La función del método es, por tanto, descubrir proposiciones cuya verdad no pueda ser puesta en
duda. El método implica, pues, la duda. No es una duda total que se cierra en sí misma, en el sentido
escéptico, sino una duda metódica, que nos lleva a verdades indubitables: consiste en someter a una crítica,
aparentemente total y destructiva, todas las certezas que tenemos y todo con el mayor grado de radicalidad,
puesto que buscamos una certeza absoluta.
En nuestro texto Descartes expone tres posibles motivos de duda: la desconfianza en los sentidos, la
posibilidad de equivocarse en los razonamientos matemáticos y el hecho de que el sueño nos presenta
pensamientos como si fueran verdaderos. Estos distintos niveles de duda anunciados en la 4ª parte del
Discurso, se desarrollan con más detalle en la obra Meditaciones metafísicas. Los argumentos se presentan
como sigue:
1º nivel de duda: desconfianza en el conocimiento sensible:
Los sentidos nos engañan a veces, quizás siempre. Descartes utiliza los viejos argumentos escépticos
contra el conocimiento sensible (por ejemplo, el remo introducido en el agua aparece como torcido a la vista y
recto al tacto, la torre que parece redonda en la lejanía y es cuadrada cuando estamos cerca, etc.) Esta duda es
relativa a un sujeto que siente. A esto se puede objetar que es imposible negar la verdad de una experiencia;
por ejemplo estoy aquí sentado escribiendo; ni siquiera esto es una garantía. La respuesta está en el siguiente
nivel:
2º nivel de duda: el argumento del sueño y la vigilia:
La imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia es un argumento muy a la usanza de la época, en
1635, Calderón de la Barca había estrenado La vida es sueño y acaso Descartes conocía el drama. ¿cómo sé
que no estoy dormido cuando creo estar despierto? es decir, cualquiera que sea el criterio que aplico será
siempre posible que sueño que aplico ese criterio.
Estos dos motivos de duda nos llevan nada menos que a suspender el juicio acerca de la existencia del
mundo exterior. Conclusión: ninguna proposición basada en la experiencia puede superar la duda metódica,
es posible que sean falsas o es posible que soñemos que son verdaderas; por lo que toda afirmación sobre
objetos externos, incluyendo el propio cuerpo, está bajo sospecha. Esta sospecha alcanza a todas las ciencias
naturales: física, astronomía y medicina, pero no a las matemáticas pues sus objetos no es relevante para su
verdad si existen o no en la naturaleza. Únicamente Descartes plantea la posibilidad de equivocarnos en
nuestros razonamientos, pero... ¿y si nos equivocamos siempre? Descartes pretende ahora radicalizar la duda,
y ello aunque no lo plantea en el Discurso, sí lo hará posteriormente en las Meditaciones, introduciendo otro
nivel de duda:
3º nivel de duda: el dios engañador o genio maligno:
Si consideramos que no podemos, aún en las cosas que creemos saber con mayor certeza fiarnos,
dado que nos podemos equivocar, podría ocurrir que Dios haya querido hacernos de tal suerte que nos
engañemos siempre; pues si concebimos a Dios como omnipotente podemos pensar en la posibilidad de que
nos engañe no sólo con respecto a lo que percibimos por los sentidos sino incluso aquellas verdades y
razonamientos que no dependen de éstos. Desde luego esto no significa que Descartes este de acuerdo con la
idea de un Dios engañador, pues, la omnipotencia es una perfección y el engaño es una imperfección, un no
ser; por lo tanto no está afirmando que el tal Dios exista, sino solo como hipótesis para llevarnos a una duda
universal y radical que alcanzaría todos los conocimientos y a todos los seres racionales.
Descartes introduce entonces la hipótesis del “genio maligno” para llevar la duda al mismo nivel que el
Dios engañador (es consciente de que el tema de Dios le puede traer problemas teológicos).
Pero ¿qué pone en duda esta hipótesis?: a la propia razón, pues con ella no podemos estar seguros ni
de nuestros propios razonamientos porque Dios o un genio podía estar haciendo que creyéramos cierto lo que
es falso.
Conclusión: Ninguna proposición que esté basada ni en la experiencia ni en la razón puede superar la
duda metódica.
Es preciso recordar que la duda cartesiana no es real; si lo fuera su duda sería escéptica y su filosofía
terminaría aquí. No puede ser una duda escéptica pues nos va a llevar a una verdad, por lo que es hipotético
metodológica. Un paso para llegar a la certeza.
La duda ha alcanzado su punto culminante: ahora todo es incierto. Pero en este punto Descartes da un
giro y empieza el camino de vuelta: hay una proposición de la que no puedo dudar, pues toda duda implica
que existe un ser que duda (o pensante), y esto no puede dudarse: “yo soy, yo existo” es la primera certeza,
es una afirmación verdadera; ningún dios engañador o genio maligno podría hacerme dudar de esto, pues ni
siquiera él puede engañar sin haber alguien al que engañar. Ese alguien puede dudar de lo que piensa, pero no
del hecho mismo de pensar: “cogito ergo sum” (pienso, luego existo), es pues la primera verdad indudable y la
primera certeza y, además es el prototipo de toda verdad y toda certeza, hemos llegado a él directa,
intuitivamente, “por la sola luz de la razón”, no de forma deductiva. Esta verdad es percibida con claridad y
distinción y no ofrece la más mínima duda.
Una de las funciones del “cogito” será señalar el tipo ejemplar de proposición verdadera. La verdad es
para Descartes la certeza. La certeza es la imposibilidad de dudar, por tanto, la verdad es algo que acontece en
la mente; es adecuación de la mente a mente misma, a su propia ley absoluta. Las verdades que no admiten
duda son verdades que no dependen de la experiencia, verdades que el entendimiento ha de construir por sí
mismo. Pero ¿Qué es lo que hace que la proposición “pienso, luego existo” sea verdadera? Nada sino la
claridad y distinción con que se ve que para pensar es preciso ser. Y de ahí extraerá Descartes la regla general
que le guiará en los sucesivos pasos de la investigación de la verdad. La regla dice: “Las cosas que concebimos
muy clara y distintamente son todas verdaderas”. La evidencia racional es desde entonces el criterio de
verdad. Lo claro y distinto y lo evidente son la misma cosa: lo claro es aquello que está presente y es
manifiesto para una mente atenta; lo distinto es aquello que siendo claro está tan separado de lo demás que
no contiene en sí mismo nada más que aquello que es claro.
Alma y cuerpo (res cogitans y res extensa)
El “cogito” prepara también la radical distinción entre el alma y el cuerpo. Sólo sé que soy –dirá
Descartes– pero aún no sé qué cosa soy. En el segundo párrafo de nuestro texto el autor declara que puede
fingir que no tuviera cuerpo, y que no hubiera mundo ni lugar alguno en el que se encontrase, pero que no
podía fingir por ello que no existía... “yo soy una sustancia cuya esencia o naturaleza no es sino pensar y que,
para existir, no necesita de lugar alguno ni depende de cosa alguna material”. Por lo tanto, el alma es
enteramente distinta del cuerpo y más fácil de conocer que él. Y en las Meditaciones metafísicas, a la pregunta
¿qué soy? responderá: “una cosa que piensa”, esto es “una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega,
quiere y, también imagina y siente”. El término “pensamiento” no tiene en Descartes el sentido restringido
que tiene en la actualidad, sino que comprende también la vida emocional, sentimental y volitiva.
Al preguntarse Descartes por la esencia, la naturaleza de la cosa que piensa, introduce una teoría
nueva del yo como sustancia esencialmente espiritual; con esto ataca la visión aristotélica del alma según la
cual alma y cuerpo formaban una única sustancia. La tradición aristotélico-tomista consideraba al alma como
el principio de la vida biológica, sensitiva y espiritual, aceptando con ello la existencia de almas en los
vegetales y en los animales. Descartes se separa de esta tradición limitando las capacidades del alma a la vida
psíquica, entendida como conjunto de actividades conscientes o que pueden hacerse conscientes a voluntad.
De ese modo para él el alma se identifica con la mente, cuyo rasgo principal es precisamente el pensamiento o
“ser consciente de”. Descartes considerará que los procesos biológicos y la vida biológica en general pueden
explicarse en términos puramente corporales y mecánicos. De este modo las plantas y los animales no tienen
alma o mente en sentido propio, ya que la totalidad de su conducta puede entenderse en términos mecánicos.
El hombre tiene mente, y ésta es radicalmente distinta al cuerpo. De algún modo Descartes vuelve a la
tradicional separación del cuerpo y el alma del platonismo y el judeocristianismo, pero con argumentos
mecanicistas del siglo XVII.
Descartes llama sustancia a algo que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para
existir; aquello respecto de lo cual son inherentes las propiedades. Las propiedades de la sustancia pueden ser
esenciales (atributos) o accidentales (modos). Las esenciales son pensables sin las accidentales, pero éstas no
pueden pensarse sin aquéllas. En los cuerpos es esencial la extensión y accidental la posición, figura y
movimiento, anchura, profundidad, etc. En el alma es esencial la conciencia, el pensamiento, y accidental el
amar, el odiar, el querer, y el imaginar, etc.
Queda entonces establecido un rígido dualismo entre pensamiento y extensión en la teoría cartesiana.
La existencia de la res extensa, y por tanto del cuerpo, quedará demostrada para Descartes cuando por mor de
la demostración de la existencia de Dios, en éste descansen las garantías de la existencia del mundo exterior.
Ahora bien, si todo es cuerpo o espíritu y nunca ambas cosas a la vez, ¿qué es, entonces, el
hombre? Descartes propone una respuesta audaz para su época: una máquina acoplada a un espíritu. El
cuerpo humano, en efecto funciona de modo mecánico a través de un fuego sin luz que, del corazón, sube por
la sangre al cerebro, donde está ubicada la glándula pineal y desde allí, con los nervios y músculos opera los
movimientos. El alma humana, por tanto, no dota de vida al cuerpo; se limita a dirigir sus movimientos,
previamente dados antes de unirse a él. El hombre muere porque las maquina corporal se estropea y deja de
funcionar; entonces el alma se separa del cuerpo, pues es inmortal. Alma y cuerpo constituyen sólo una unión
de composición o adicción en la que los sumandos permanecen como magnitudes no fundidas y diversas entre
sí. El hombre es la única criatura donde están unidas ambas sustancias, aunque son independientes entre sí.
Los animales son concebidos como puras máquinas, res extensa, carecen de alma, son meros autómatas cuyas
reacciones son puramente físico-químicas y mecánicas.
En resumen: soy un hombre que posee y un alma y un cuerpo. Aunque solo el alma me pertenece
indubitablemente, pues puedo concebirme a mí mismo como una sustancia pensante y no corporal. El
pensamiento es enteramente distinto del cuerpo y además puede existir sin él. La distinción real entre el alma
y el cuerpo, se fundamenta en que podemos concebir clara y distintamente uno de ellos sin pensar en el otro.
No debe confundirnos el hecho de que los sentidos nos hagan concebir el alma y el cuerpo como la misma
cosa, al familiarizarnos con la idea de la unión de ambas sustancias, pero el entendimiento nos hace conocer el
alma y sus modos de manera absolutamente distinta al cuerpo, precisamente de esta distinción se sigue que
no perece naturalmente con él y que, de tal modo, es inmortal.
Pensamiento e ideas.
Descartes, en la Parte cuarta del Discurso ha superado la duda y ha llegado a la demostración de que
existe como ser pensante. Será el “cogito”, el punto de partida de la investigación sobre la existencia de una
realidad exterior, ésta sólo puede partir del análisis de su propia mente, de los pensamientos de esa “cosa
que piensa”. En Descartes “pensamiento” no tiene el sentido restringido que tiene en la actualidad, sino que
su amplitud comprende también la vida emocional, sentimental y volitiva; viene a abarcar todos los estados
psíquicos. Del cogito dice Descartes que “es una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere y,
también, imagina y siente”. Todos estos estados son inmediatamente conocidos por la conciencia. Se da
identidad entre pensamiento y conciencia.
Se cuenta con dos elementos: el pensamiento como actividad (res cogitans) y las ideas que piensa el
yo. Debe entenderse que el pensamiento piensa siempre ideas, esto es, las ideas son el objeto del
pensamiento; el concepto de “idea” cambia en Descartes respecto a la filosofía anterior; para ésta el
pensamiento recaía directamente sobre las cosas (realismo), para Descartes, en cambio, el pensamiento recae
sobre las ideas (idealismo). Descartes entiende por idea aquella forma de cualquier pensamiento por cuya
percepción inmediata se es consciente de ese mismo pensamiento. Son, entonces, las ideas imágenes de las
cosas que se caracterizan por ser modos o formas del pensamiento, inmediatamente percibidas y
representativas a modo de “cuadro” de los objetos a que se refieren. Para Descartes yo pienso no en el
mundo, sino en la idea de mundo (la idea no es una lente transparente por la que se miran las cosas –
realismo–, sino una representación o fotografía que contemplamos –idealismo–).
Las ideas consideradas en sí mismas, esto es, sin referencia a los objetos por ellos representados, no
pueden ser falsas. Nuestros errores provienen de considerar que las ideas que están en nosotros son
semejantes a cosas que están fuera de nuestra mente; erramos, pues al juzgar sin poseer la suficiente claridad
y distinción al dejarnos llevar por la precipitación o prevención. En conclusión, no hay posibilidad de errar
cuando tomamos las ideas sólo como modos de pensamiento.
Descartes plantea dos criterios para analizar y clasificar las ideas: según su evidencia, según su grado
de perfección o contenido representativo o según su origen:
a) Las ideas, según su evidencia, se representan, o bien claras y distintas o bien oscuras y confusas.
Recordemos que una idea es clara cuando manifiesta o trasparenta las cosas, si las encubre u oculta es oscura;
de igual modo es distinta cuando está separada de cualquier otra idea, si mezcla lo claro con lo oscuro es
confusa. La claridad y distinción de las ideas constituye el criterio general de verdad, es decir, la norma para
identificar o reconocer la verdad como tal: “todo lo que veo con claridad y distinción es verdadero”. Descartes
identifica las ideas claras y distintas con los conceptos matemáticos y con algunas nociones básicas de la
filosofía, como la noción de sustancia y de extensión. Existen otras dos ideas claras y distintas y por tanto
evidentes a la razón: la idea de sustancia pensante, y la idea de Dios, la más clara y distinta de todas las ideas
pues posee el mayor contenido representativo, dado que representa a un ser infinito y perfecto.
b) según su perfección. Para Descartes las ideas que representan sustancias son sin duda algo más, y
contienen, por así decirlo, más realidad objetiva que las que presentan modos o accidentes. Del mismo modo
la idea que representa una sustancia infinita posee más realidad objetiva o contenido representativo que la
idea que representa a una sustancia finita. El contenido objetivo de una idea es de hecho lo que representa.
Esta consideración de las ideas, servirá de fundamento para la demostración de la existencia de Dios.
c) Según su origen, Descartes distingue entre ideas innatas (nacidas con nosotros, el pensamiento ya
las posee), ideas facticias o ficticias (aquellas fruto de la imaginación o fantasía) y las ideas adventicias
(aquellas que parecen provenir de cosas exteriores).
Descartes identifica las ideas claras y distintas con ideas innatas, aquellas que “nacidas conmigo”,
(como Dios, mente, cuerpo, triángulo, etc.) representan esencias verdaderas, inmutables, eternas, y que están
presentes en el alma desde su nacimiento. No pueden provenir de la experiencia externa ni tampoco son
construidas a partir de otras, ¿cuál es, pues, su origen? La única respuesta posible es que el pensamiento las
posee en sí mismo.
Descartes distingue también las ideas facticias, que son las que forma la imaginación, puras
invenciones arbitrarias de la mente; ésta las construye a partir de otras ideas (la idea de un caballo con alas, de
sirena, etc.). Y, por último, las adventicias que parecen provenir de cosas exteriores (como la idea de cera, de
hombre, de árbol, etc.).
Tras esta clasificación, podemos concluir que para Descartes toda idea innata es al mismo tiempo clara
y distinta. De las tres ideas innatas: idea de sustancia infinita o idea de Dios, idea de sustancia finita pensante o
idea de yo, e idea de sustancia finita extensa o idea de cuerpo, la que contiene mayor realidad objetiva, mayor
grado de perfección, es, sin duda, la idea de Dios, pues es la que mayor contenido representativo posee.
3. Temas
El cogito y el criterio de verdad.
Descartes está firmemente convencido de que la ciencia es posible porque existe la verdad y la razón
humana es capaz de encontrarla, el problema reside en que ésta razón está muchas veces expuesta al error, y
si se engaña a veces, ¿por qué no siempre? La solución que muchas veces nos propone Descartes para echar
por tierra todos los argumentos de los escépticos es la utilización de su propia estrategia, la práctica de la
duda. No hay, por tanto, otro recurso para descubrir la verdad que la duda universal, lo cual significa que es
menester efectuar una revisión de todos nuestros conocimientos. La propuesta cartesiana es no admitir nada
que no pueda ser justificado racionalmente, que no pueda fundarse en unos principios tan ciertos como los
matemáticos, que no pueda ser conocido de modo claro y distinto. Ello no será posible sin una revisión previa
de todo contenido mental. La duda metódica deberá poner en cuestión todo objeto de conocimiento desde los
datos que nos ofrecen los sentidos hasta la verdad matemática siendo éste el único camino a partir del cual
pueda ofrecerse a la propia conciencia un criterio de cereza firme y sólido del que se pueda deducir toda
realidad. La duda se convierte en Descartes en el único camino para descubrir la verdad.
En definitiva, de todo se puede dudar, pero del hecho de pensar no se puede dudar, porque ya la duda
es pensamiento. En efecto, quien duda, piensa, y quien piensa existe. Ésta es la primera evidencia, la primera
verdad que desvanece todos los motivos de la duda: “pienso, luego existo” (cogito, ergo sum), es una verdad
conceptual, “conceptual” en el sentido etimológico: concipio = concebir verdad engendrada por la propia
mente.
Lo primero que llama la atención es su estructura: hay un luego o ergo, una cláusula lógica que parece
indicar un razonamiento deductivo o silogismo, es decir, que el existo se deduce lógicamente del pienso.
Recordemos no obstante que Descartes rechazaba la lógica antigua y el silogismo como único método de
razonamiento, por lo tanto rechaza que sea un silogismo o inferencia deductiva pues, en “pienso luego existo
no hay derivación de una premisa mayor (“todo lo que piensa existe”) y una premisa menor (“yo pienso”),
hacia la conclusión (“yo existo”). La percepción de que somos “cosas pensantes” no se extrae de ningún
silogismo, sino de una experiencia particular, intuitiva, inmediata que es lo que la convierte precisamente en
indubitable: el ser un acto individual del pensamiento. El cogito es, por lo tanto, una verdad que sale de la
propia mente, es el principio y el punto de partida que estaba buscando: la certeza indubitable y prototipo de
toda certeza. Llegamos a él directamente, intuitivamente, “por la sola luz de la razón, por ello mismo esta
primera certeza no es una verdad objetiva, sino subjetiva.
Si lo claro y lo distinto lo es para una mente, entonces estamos ante una evidencia subjetiva. Pero
¿cómo llegamos a la evidencia? A la evidencia llegamos intuitivamente. Descartes dice que hay dos
operaciones fundamentales de la mente con las que podemos llegar al conocimiento de las cosas: la intuición y
la deducción. Por intuición entiende algo así como una visión o percepción intelectual de un objeto por una
mente atenta; una visión libre de cualquier dato de los sentidos, un poder innato de captar directamente las
verdades que hay en nuestra mente. La deducción sería la derivación de consecuencias necesarias de los
principios captados por la intuición. Intuición y deducción no constituyen el método, no son reglas, pero la
finalidad del método es posibilitar el ejercicio de la intuición, y señalar la manera adecuada de realizar
deducciones.
¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa cuya esencia es pensar. Cosa (res) significa lo mismo que
sustancia. Estamos, pues, ante la doctrina tradicional de la sustancia para explicar lo que soy y lo que son las
cosas materiales (incluido mi propio cuerpo) en el caso de que existan.
Para comprenderlo lo primero es aceptar la clásica distinción entre sustancia y accidentes: la sustancia
es la cosa lo que no cambia y los accidentes lo que acompaña a la sustancia pero no es esencial y no
permanece. Esto hay que precisarlo más: las propiedades de la sustancia son de dos tipos. Esenciales y
accidentales; las esenciales son los atributos. En el alma es esencial el pensamiento (atributo) y son
accidentales el querer, el juzgar, el amar, el odiar, etc., estos son los modos. Entonces a efectos prácticos, el
atributo es lo mismo que la sustancia. La distinción entre atributo y sustancia es de razón o lógica, pero no es
una distinción real, dado que yo existo, soy, en tanto que pienso, pero siempre existiendo una prioridad,
también lógica o de razón, de la sustancia con respecto al atributo. La esencia de una sustancia es algo que
tiene la sustancia, pero no es la sustancia misma. No son equivalentes.
Descartes define la sustancia como aquello que existe sin que necesite otra cosa que ella misma para
existir. El problema que se deriva de esta definición es que en sentido estricto la única sustancia sería Dios,
dado que como demostrara más adelante, todo lo creado existe por el concurso de Dios, de modo que
Descartes empleará el término sustancia tanto para las cosas que subsisten por sí mismas (Dios) como para las
que subsisten gracias al concurso de Dios (res cogitans y res extensa).
¿Qué es el pensamiento? Atributo esencial de la sustancia pensante o res cogitans, es entendido en
sentido amplio, pues alcanza todo acto cognitivo, volitivo o afectivo: hay actividades intelectuales como dudar
o entender, actividades volitivas como querer, no querer, afirmar o negar y afectivas como amar, odiar,
desear. Todos son tipos particulares del pensamiento o modos.
En definitiva, el cogito proporciona una afirmación de la propia existencia; además, el cogito,
proporciona un criterio de verdad y certeza más seguro incluso que la lógica y las matemáticas, y por supuesto,
con mayor claridad y distinción que la que puede ofrecernos el conocimiento de los objetos externos, los
cuerpos.
Pero este criterio de certeza es subjetivo, la existencia de la cosa que piensa, la claridad y la distinción
de su evidencia, es el producto de una intuición subjetiva de la mente, la certeza es una conciencia subjetiva
de la posesión de la verdad, y, de momento, la certeza de la propia existencia no garantiza la existencia de
ninguna otra cosa, salvo de la cosa que piensa. La radicalidad de la duda cartesiana ha dejado al cogito solo
frente a la duda acerca de la existencia de cualquier otra realidad al margen de éste (solipsismo); incluso el
propio criterio de certeza sólo se justifica ante la evidencia de la cosa que piensa, todos los demás
pensamientos, por muy claros y distintos que parezcan pueden ser puestos en duda mientras se mantenga la
hipótesis del genio maligno o dios engañador. La primera dificultad, pues, es como salir del pensamiento, es
decir, como demostrar que existe el mundo material. Otra dificultad es que Dios en su omnipotencia, me haya
creado de tal manera que me engañe en lo más evidente. El pensamiento no contiene nunca ninguna garantía
de que el objeto pensado corresponde a una realidad fuera del pensamiento. Si la filosofía de Descartes no
puede salir de aquí sería un solipsismo. Existo yo y mis pensamientos, y nada más; existo yo, como sujeto que
piensa, y las ideas que yo pienso. Se hace pues, necesario demostrar la existencia de un ser perfecto e infinito
que no sea engañador: Dios
Las demostraciones de la existencia de Dios
Se hace necesario probar la existencia de un ser perfecto e infinito que sea engañador, si queremos
salir del solipsismo, es decir saber si Dios existe.
Descartes establece tres pruebas de la existencia de Dios:
La primera prueba comienza analizando la idea de perfección y lo hace reflexionando sobre el hecho
de dudar: hay mayor perfección en conocer que en dudar, y, puesto que dudo, soy un ser imperfecto. La duda
expresa la finitud, la limitación e imperfección del conocer y del ser del hombre. En efecto, un ser perfecto no
duda, así la existencia del “yo” resultará una existencia finita, imperfecta. A partir de esa conciencia de su
imperfección surge en él la idea de perfección, de un ser más perfecto que él.
La causa de esta idea no puede venir de él, tiene que venir de fuera. A esto se suman dos argumentos
provenientes de la tradición escolástica: el conocido “de la nada nada sale” y “lo más perfecto no puede
provenir de lo menos perfecto”: la idea de perfección no puede proceder de la idea de imperfección.
La estructura de la prueba esquemáticamente queda así:
Existo yo, sustancia pensante, teniendo en mí la idea de Dios con todas sus perfecciones, y me
reconozco imperfecto (no tengo las perfecciones divinas).
Un ser que carece de perfecciones no puede ser causa de tal idea, pues “lo menos perfecto no puede
ser causa de lo más perfecto”.
Si yo fuera causa de tal idea, me habría dado a mí mismo todas las perfecciones que concibo en esa
idea, y es manifiesto que yo no las poseo.
Conclusión: existe Dios como causa de la idea que hay en mí de perfección y tiene por sí todas las
perfecciones que yo concibo en esa idea.
La segunda prueba es un complemento de la primera: este argumento desarrollado con más
profundidad en la Meditación III de su obra Meditaciones Metafísicas, se fundamenta en la aplicación del
criterio de evidencia a las ideas: mientras las ideas de cosas exteriores a él se presentan tan oscuras y
confusas, incluso materialmente falsas (es decir proceden de la nada. Están en él como expresión de algún
defecto de su naturaleza) no representan nada tan grande que él no pueda ser su causa, por imperfecto que
sea; sin embargo, la idea de perfección es clara y distinta, es la más verdadera y la que menos se presta a la
duda o falsedad, por ello exige una causa adecuada a su realidad. En definitiva, Dios es perfecto, luego existe.
Descartes ha procedido de manera inversa a como ha hecho anteriormente con el cogito; para saber si
Dios existe es necesario saber antes que es. Si de Dios no se supiera lo que es, jamás se podría demostrar que
existe. La naturaleza de Dios se obtiene con solo aplicar la intuición racional a la idea clara y distinta de
perfección (infinitud) que representa fielmente la idea de Dios. Así entiende por Dios: “una sustancia infinita,
eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente y por la que yo y todas las demás cosas que
existen (si es verdad que existe alguna) fueron creadas y producidas” (Meditación III).
La tercera prueba es la más famosa de Descartes:
La demostración implica un argumento a priori o desde su esencia: de la idea de Dios, como ser
perfecto (infinito) en el seno de una conciencia imperfecta (finita) se deduce la existencia de ese ser perfecto.
Vuelve Descartes a examinar la idea de Dios, de perfección, y al contrario que las ideas claras y distintas de las
cosas corporales, encuentra que en su propia definición, en su propio contenido representativo, si está
contenida la existencia de aquello que tal idea presenta.
En definitiva una versión del “argumento ontológico” de San Anselmo (llamado así a partir de Kant) y
que se expone en la parte VI del Discurso. La diferencia está en que Descartes no define a Dios como un “ente
mayor que el cual nada puede ser pensado”, sino simplemente como un ser “sumamente perfecto” que no
puede no existir, porque de lo contrario no sería un ser supremamente perfecto. Como la existencia está en su
esencia, no es posible conocer la esencia de Dios sin admitir a la vez su existencia: percibo con claridad y
distinción que la existencia pertenece a la esencia o naturaleza de un ser supremamente perfecto, luego ese
ser existe, y sólo porque existe ha podido poner su idea en una naturaleza imperfecta, finita, que la piensa.
Así nace el primer sistema metafísico de la modernidad: habrá una sustancia infinita o Dios y dos
sustancias finitas creadas por Dios y que necesitan de su “concurso” para existir: la sustancia finita pensante,
pero no extensa, res cogitans cuyo atributo o esencia es el pensamiento; y una sustancia finita extensa, no
pensante cuyo atributo o esencia es la extensión: res extensa.
Según Descartes la demostración de la existencia de Dios es la superación del solipsismo de la
conciencia y el paso al reconocimiento de la realidad y consistencia de todo lo objetivo. Dios es la garantía de
la veracidad de las ideas y el fundamento de la existencia del mundo externo. Afirma que Dios no me puede
engañar, puesto que es sumamente bondadoso y perfecto, así su existencia se convierte en garantía de que las
cosas materiales (el mundo) existen efectivamente, que tienen realidad.
4. Contextualización
1. La obra
EL DISCURSO DEL MÉTODO “para conducir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias”; escrito
como prólogo a unos ensayos científicos: Dióptrica, Meteoros y Geometría. Salió de la imprenta en Leiden en
1637 es la primera obra publicada por Descartes y fue escrita en francés, pues Descartes intentaba, como
Galileo lo hizo en italiano, que su obra llegara a todo tipo de lectores, incluso los no especializados, de los que
esperaba obtener un juicio favorable. En 1644 se publicó, en Amsterdam, la traducción latina.
El Discurso es la parte más conocida, mucho más que los tres ensayos que la siguen. Lo escribió como
un prefacio, con la intención de que fuera u na historia, una narración de su vida intelectual. Consta de seis
partes: la primera, la más autobiográfica aprovecha para, al contar qué ha estudiado, hacer un repaso de las
ciencias; en la segunda habla de su estancia en Alemania y expone su método; en la tercera, relatando su
etapa viajera, se refiere a su moral provisional; en la cuarta (que es la que nos compete) expone los temas
metafísicos: el cogito, el alma y Dios, en la quinta hace un resumen de EL MUNDO Y EL TRATADO DEL
HOMBRE, con temas de física, autómatas, animales máquina y la circulación de la sangre; la sexta, a modo de
conclusión, es una recapitulación y razones del Discurso como prólogo a los tres ensayos.
El Discurso, desde el punto de vista intencional, puede ser considerado como el manifiesto
programático o la carta fundacional de la nueva filosofía. Una filosofía que se sirve constantemente de los
conceptos y términos de la escolástica cuando quiere explicitar o hacer comprensible su pensamiento; que se
sirve del escepticismo cuando pretende rechazar por falsas todas aquellas doctrinas opuestas a la razón y a la
verdad; que se sirve de las matemáticas cuando quiere dotar a la ciencia moderna de un método firme y
seguro, y que se deja influenciar del espíritu innovador de la nueva ciencia cuando nos habla del carácter
práctico y progresista del quehacer científico. Desde este punto de vista el Discurso gira entorno a tres
coordenadas esenciales. La escolástica, el escepticismo y el espíritu de rigor de la ciencia moderna.
La evolución intelectual de Descartes puede dividirse en los siguientes períodos:
Si prescindimos de sus estudios en La Fleche y los de Derecho en la Universidad de Poitiers, su vida
está marcada por varios períodos de evolución en su pensamiento: En el primero, de 1618 a 1637 (año de la
publicación del Discurso9 nos encontramos a un Descartes predominantemente científico, ocupado en la
descripción física del mundo en el hombre considerado en cuanto máquina corporal. Es la etapa por un lado,
de 1616 a 1629 de viajero entregado a buscar una “ciencia prodigiosa” y de su larga estancia en Holanda entre
1629 y 1637, donde se concentra en el estudio y la preparación de sus obras científicas, acentuándose sus
preocupaciones metafísicas, como se plasma en la cuarta parte el Discurso. En el segundo período (de 1638 a
1642) tenemos un Descartes que, aunque no abandona los experimentos, está más dedicado a problemas
filosóficos como el de la verdad, la naturaleza del alma y la relación del hombre con Dios, la obra clave es.
Meditaciones Metafísicas. El tercer y último período (de 1643 a 1650) quiere completar su sistema escribiendo
los principios de la Filosofía, que no es más que una recapitulación de su filosofía anterior; además reflexiona
sobre el hombre concreto, sus pasiones, su moral. La obra más importante es Las Pasiones del alma.
2. Descartes y la tradición filosófica.
El primer elemento que configura el horizonte en que se mueve y desarrolla el pensamiento cartesiano
fue la filosofía escolástica. Es sabido que la escolástica medieval, base teórica de los cursos de filosofía que se
impartían en las universidades y colegios de Europa del siglo XVII, la conoció Descartes como alumno en el
prestigioso colegio de los jesuitas de La Flèche. Se trata de una filosofía renovada por los maestros Juan de
Santo Tomás, Pedro de Fonseca y Francisco Suárez, que intentaron revitalizar la vieja escolástica y, así poder
enfrentar los problemas propios del Renacimiento. A pesar de esta puesta al día, Descartes la consideró como
un pseudo-saber basado en un método verbalista, estéril e ineficaz. El silogismo escolástico es un método
ineficaz e inadecuado porque sus principios están basados en la fe o la autoridad, no son aceptados por
motivos racionales, sino extrafilosóficos.
Descartes rechaza el criterio de autoridad, siente la necesidad de romper con lo anterior y construir un
nuevo edificio sobre bases nuevas, que comience con la propia razón y dotado de una lógica totalmente
nueva, superadora del caduco modo de argumentar de los escolásticos.
El segundo elemento del pensamiento cartesiano lo constituyen dos posturas restauradas en el
Renacimiento. El escepticismo y el estoicismo. El escepticismo es una actitud mental que se limita a la práctica
de la duda universal, del rechazo de toda verdad universal y necesaria, de la consideración de que la mente no
puede conocer la verdad ni hablar, esto es, afirmar o negar nada de una pr0posición. Para el escéptico no hay
certezas, evidencias, afirmaciones, sino todo lo contrario, suposiciones, dudas, incertidumbres y, en
definitiva, apariencias. En esta línea de pensamiento destacaron Miguel de Montaigne, Pierre Charron y
Francisco Sánchez.
Frente a esta actitud Descartes se mostrará, comprensivo y crítico a la vez. Comprensivo al tomar la
duda universal como punto de partida para erradicar de su filosofía todos los prejuicios y errores debidos a las
malas inclinaciones naturales o educación acrítica de la época de formación intelectual. Pero la duda no es un
objetivo a alcanzar, sino un obstáculo a superar, obstáculo que la razón necesita como medio para eliminar de
la filosofía toda verdad o certeza que no se halle fundada en la misma razón.
El tercero de los elementos es la “nueva ciencia”, que no sólo elabora hipótesis y las contrasta con la
experiencia sino que, además, está convencida de que la naturaleza es un gran libro escrito en lenguaje
matemático. Las demostraciones matemáticas y las deducciones lógico-deductivas constituyeron el método
idóneo de la ciencia renacentista.
Descartes ha cultivado las matemáticas, pero considera que la experiencia no es camino seguro para
fundamentar verdades universales y necesarias. Por ello acude al reino de las matemáticas o de la razón,
porque sus enunciados verdaderos son siempre ciertos e indubitables. En este sentido Descartes se enfrenta a
los pensadores de la nueva ciencia, se opone a ellos por servirse de la experiencia. A pesar de ello Descartes
incorpora algunos conceptos e ideas de la ciencia renacentista que, por innovadores, muchas veces rozaron el
límite de la ortodoxia oficial; prueba de ello fueron sus dudas y titubeos en publicar el Tratado del mundo una
vez conocida la condena a Galileo.
Descartes, fundador del Racionalismo y precursor, junto con el empirismo, del idealismo.
¿ Para Descartes: la “razón es la única facultad que puede conducir al ser humano al conocimiento de
la verdad? Descartes, como buen racionalista, da primacía a la razón frente a la experiencia sensible. La razón
se opone no a la fe, sino a los sentidos, la imaginación y la pasión que son consideradas como engañosos. El
poder de la razón radica en la capacidad de sacar de sí misma las verdades primeras y fundamentales,
llamadas ideas innatas, a partir de las cuales construir un “sistema” del mundo. No quiere decir esto que no
existan ideas originadas por los sentidos, simplemente que éstas no son válidas.
Los empiristas (Locke, Hume, etc.) por el contrario, otorgan primacía a la experiencia sensible frente a
la razón; pues si bien las verdades racionales no son puestas en cuestión, porque son necesarias y evidentes,
las que proporcionan información de las cosas que nos rodean son las que provienen de los sentidos.
Lo cierto es que tanto racionalistas como empiristas inauguran un nuevo modo de hacer filosofía. EL
IDEALISMO, al darse cuenta de que antes de conocer las cosas hay que analizar en qué consiste el
conocimiento y esto implica no preguntar por las cosas directamente, sino por las ideas que tenemos de esas
cosas: ¿cómo se originan en nuestra mente?, ¿qué validez tienen? Esta actitud implica dejar de lado la
“realidad” de las cosas en tanto no hayamos aclarado el origen de las ideas que tenemos de esas cosas así la
filosofía moderna se convierte en Teoría del conocimiento: el ser humano es un ser Vuelto sobre sí mismo y no
conoce directamente sino su propio pensamiento (subjetivismo), las cosas son sólo conocidas en las ideas, no
directamente en sí mismas, por ello es posible dudar de su existencia, todo podría ser un sueño. La realidad
del mundo ya no es evidente (realismo), ha de ser deducida a partir de las ideas (idealismo).
3. Descartes y su época:
La época que le tocó vivir a Descartes, la primera mitad del siglo XVII, coincide con el inicio y
desarrollo de la modernidad. La Edad Moderna no es una etapa que surge de forma espontánea; desde que se
inicia la crisis de la Escolástica, allá en el siglo XIV, hasta la aparición de la filosofía moderna transcurren unos
trescientos años. Durante todo este tiempo, una crisis profunda va minando paulatinamente el edificio de la
doctrina escolástica.
Esto se debe, fundamentalmente, a tres hechos históricos:
-Se pierde la unidad religiosa. La Reforma y las guerras de religión hacen que ya no haya una única
verdad religiosa en Occidente.
- Se descubren nuevos mundos, y nacen nuevas necesidades tecnológicas y científicas.
-La revolución científica que tuvo su origen en Copérnico y continuó con Kepler y Galileo conmueve los
cimientos de toda la física aristotélica.
Estos factores, y otros muchos, conforman la mentalidad moderna. Por todos lados surge la duda y el
escepticismo tiene un resurgimiento en autores como Michel de Montaigne y Francisco Sánchez, alentado por
estos cambios científicos.
Descartes (1596-1650) inaugura filosóficamente hablando la Edad Moderna caracterizada por ser el
resultado de una “crisis”. La realidad parecía desmentir la doctrina escolástica, nuevos descubrimientos, nueva
observación de la naturaleza. La revolución científica de Copérnico, Galileo y Kepler no sólo sustituyo la
imagen aristotélico-Ptoloméica del mundo, sino que trajo consigo una nueva concepción de la ciencia, una
nueva metodología científica (método hipotético-deductivo). Las universidades han entrado en decadencia,
controladas por católicos o protestantes no tienen autonomía ni libertad de pensamiento, y solo el peso de la
autoridad las mantiene en pie, esta es la causa de que no recojan las nuevas corrientes científicas y filosóficas.
De ahí que la filosofía escolástica sea a la vez fuente de formación de Descartes y obstáculo a superar a
la hora de crear una nueva filosofía. Su recelo y temprano abandono de la escolástica parece estar relacionado
con su conocimiento de la física de Galileo. De igual modo el que obras científicas tales como El Mundo o
Tratado de la Luz, así como el Tratado del Hombre, no fueran publicadas en vida de Descartes, se debe a que
él las retiró de la imprenta cuando se enteró de la condena por la inquisición romano de la obra de Galileo.
Descartes tuvo miedo de enfrentarse a las autoridades eclesiásticas, por ello preparó la publicación anónima
de los tres ensayos que siguen al Discurso, en los que sus afirmaciones astronómicas son más prudentes; aun
así, no logró satisfacer a los eclesiásticos que veían en el Discurso contenidos sospechosos de herejía. Fueron
numerosas ocasiones en que Descartes entró en conflicto con religiosos y teólogos de la época entre ellos
cabe citar a Plempius, médico y profesor de la universidad de Lovaina, que le había enseñado a Descartes
anatomía y técnicas de disección, que le atacó sobre el tema de la circulación de la sangre al recibir el discurso.
O su mayor enemigo, Gisbert Voetius, rector de la Universidad de Utrecht y profesor de teología que
pretendió convencer al consejo de la ciudad de que Descartes, además de papista, era un ateo. Descartes con
fina ironía, dijo después, que le llamaba ateo porque demostraba la existencia de Dios, y que le llamaba
escéptico por combatir el escepticismo.
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