• Sobre Uteratura Universal • ••• •• • •• • •••••••••••••••••••••••••• REFUTACION DE CIERTOS LUGARES COMlJNES ACERCA DE •••••••••••••••••••••••••• • ••••••••••••••••••••••••• • ••••••••••••••••••••••••• • ••••••••••••••••••••••••• • •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •• GERMÁN ESPINOSA • (f) o z (f) No puedo certificar que sea la obra mayor de Flaubert, pero tendré que ocuparme, ante todo, de Madame Bovary. El lugar común, en su caso, consiste en afirmar, más o menos, que su lección se cifra en indicar el peligro de la literatura romántica, dada su capacidad de inducir a la miseria moral y espiritual a almas vulgares impresionadas por sus heroicas aspiraciones y por sus vagas exaltaciones líricas. De una cosa, empero, no debe cabemos duda: Flaubert quiso hacer de ese libro, con relación a la novela del romanticismo, algo equiva~ lente a lo que Cervantes había hecho con relación a la novela de caballería. Si ésta había sorbido el seso a Alonso Quijano, la otra había obrado análogamente en Emma Bovary. Ahora bien,¿era inevitable la catástrofe que sobrevino a la heroína flaubertiana? En este punto, discrepo de la inmensa mayoría de comentaristas. Un recorrido por la trama de la obra acaso favorezca una aclaración de lo anterior. En efecto, Emma, durante sus días de colegio, antes de su matrimonio con un médico provinciano, no sólo había frecuentado las páginas de Walter Scott, de Chateaubriand, de los más paroxísticos novelistas ro~ • 820 ©Biblioteca Nacional de Colombia GERMAN ESPINOSA Escritor, periooista y profesor. Obras suyas han sido traducidas al inglés, al francés, al alemán, al italiano, al chino y al coreano. Entre sus libros figuran Los cartejos del diablo, El magnicidio , Tres siglos y medio de poesía colombiana, La tejedora de coronas, Noticias de un convento frente al mar, La liebre en la luna y Los ojos del basilisco. ustave y DE ,, 1, ••• • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • mánticos, sino que admiraba a Juana de Arco, a Eloísa, a Inés Sorell, a la bel1e Ferraniere ya Clemencia Isaura; por lo demás, el mar le atraía únicamente a causa de sus tempestades, y los plácidos verdores tan sólo cuando brotaban entre ruinas. Se había librado a la ensoñación, al modo del Caballero de la Triste Figura, y aspiraba a una vida de heroína, en la cual, claro está, no se escatimasen los fulgurantes momentos eróticos. Charles Bovary, el hombre con quien se casó, no sólo había sido orbicularmente mediocre en sus estudios de medicina, sino que acababa de enviudar de un guiñapo de mujer melancólica, con quien se unió movido en forma exclusiva por sus caudales, escamoteados a la sazón por un notario fugitivo. En un comienzo, Emma creyó poder realizar a su lado sus borrosas aspiraciones, mas pronto se percató de que había contraído nupcias con un pobre diablo. Un azar, consistente en la invitación que reciben para asistir a una velada en el castillo de Vauleyessard, mansión del marqués d'Audervilliers, termina por convencerla de que merece un destino más suntuoso. Entretanto, residen en el puebluco normando de Tostes, y el abismo existente entre su opaca vida y los esplendores de la mansión desata en ella toda la carga contenida que habían incubado las maravillas trovadas por Lamartine, por los poetas de principios del XIX; todo ese acervo de cantos de cisnes, de arpas lacustres, de rotulantes fantasmagorías. El castillo de Vauleyessard es una magnífica construcción de estilo italiano, con dos cuerpos salientes y tres escalinatas, que se despliega al pie de una extensa pradera. La imaginación de Emma es herida restallantemente por el pavimento de mármol y por el muy elevado techo, por los retratos de antepasados con negras inscripciones, por la tibia atmósfera del comedor en la que se mezclan el perfume de las flores, de las manteleríasyde lastrufas;porsu enorme estufa de porcelana con filetes de cobre; y luego por las contradanzas y los valses que emprenden damas de brazaletes con medallón y caballeros con espumazones de encaje en las bocamangas, por los vinos de España y del Rin, por los pudines a la T rafalgar y, sobre todo, por la galanura del vizconde que la invita a valsar entre opresivos aromas y conatos de desvanecimiento. Al regresar a casa, no podrá ya nunca borrar de su mente aquellas imágenes. En forma por demás irracional, aspira ahora a esa lejana aristocracia que la ha deslumbrado y que la reclama desde lo hondo de sus lecturas de colegiala. • o a z Su vida empieza, pues, en forma casi insensible, a regirse por esa vaga inclinación hacia lo excelente. De • ©Biblioteca Nacional de Colombia 821 alguna manera, desea que su modesto hogar emule con los esplendores del castillo. El desprecio hacia el medicucho, su marido, crece como una marejada en su corazón. Charles Bovary, entretanto, alberga ideas propias acerca de su progreso personal. Aprovechando una coyuntura, se traslada con su mujer a otro pueblo normando, Yonville-L' Abbaye, más distinguido y más próximo a Ruán, la capital provincial. Allí las ambiciones de Emma, aunque recatadas todavía en una suerte de semiconciencia, hacen crisis, primero ante el tenue asedio de un abogado en cierne , el joven y rubio Léo Dupuis, que termina (frustrado por el convencional dique impuesto aún a esas alturas por los rezagos burgueses de ella) yéndose a proseguir su carrera en París, y luego por el firme acoso que le implanta un aristócrata, Rodolphe Boulanger, en cuyos brazos acaba rindiéndose. Los remordimientos que perduran en el alma de la adúltera son disueltos finalmente por un triste episodio: acicateado por el boticario Homais, Charles Bovary se decide a practicar, en el pie de un tullido, una operación de alta cirugía, incompatible del todo con su mediocridad galénica. Al pobre hombre lo devora la gangrena y un experto cirujano debe, al cabo, amputarle toda la pierna. En ese instante, Emma -pese a tener de él una pequeña hija- resuelve abandonar a Charles y largarse para reinos lantanos con Rodolphe. Pero éste, aunque la ama,juzga una enormidad la aventura y la deja con un palmo de narices. • o z Tras una crisis que se prolonga por largos meses y que está a punto de robarle la vida, durante la cual cree aproximarse, por el arrepentimiento, a Dios, Emma Bovary topa casualmente en Ruán con Léo Dupuis y, esta vez, accede a sus reclamos. Tiene, pues, otro amante y, de contera, su marido ha colocado en manos suyas el manejo de la herencia de su padre. Es éste el momento en que se desboca definitivamente. Urgida por el lujo y ebria por las caricias del joven abogado, marcha sin remisión hacia el desastre. Asediada por los acreedores y despreciada, a la postre, por Léo, Emma se introduce en casa del boticario Homais y se atiborra de arsénico. Su larga agonía es como una injusta expiación para Charles, que la adora. Sólo años después de su trágica muerte (que la crónica loca, para guardar las apariencias, atribuye a un desdichado accidente), el médico descubre su apasionada correspondencia con Rodolphe y con Léo y comprende que la amada mujer lo engañaba. Ello lo induce a una crisis de melancolía, que culmina con su fulminante fallecimiento. La peripecia de Madame Bovary encierra, a mi ver, facetas y perplejidades múltiples. Por una parte, es indudable (el narrador nos lo impone así) que su propensión hacia el fasto y hacia la sensualidad termina arruinándola y matándola. Pero, por otra, lo es también que la incuestionable mediocridad de su marido y del medio que la rodea son los motores rápidos que la empujan hacia el abismo, ya que, aunque desprovista acaso de un alma grande, se le ha revelado, en cambio, la existencia de lo mediocre y no logra, a partir de entonces, tolerarlo. Aunque sus alas fuesen cortas, algo en ella tendía a la excelencia y es ésta una faceta que haríamos mal-me parece- en reprocharle. Tampoco es posible arrojarle en cara su deslealtad hacia Charles: es éste un buen hombre, en el peor sentido: terriblemente limitado desde el punto de vista intelectual y, aunque Flaubert se abstenga de tocar ese aspecto, también acaso desde el punto de vista amatorio. De allí el desprecio que su hija, por igual, despierta en Emma: es la hija de Charles, y todo lo que con el Linde se encuentra contaminado de medianía. Por lo demás, el médico ha hecho del farmacéutico Homais su mejor amigo, y Homais es justamente el epítome de lo mediocre. Imbuido de las ideas racionalistas y anticlericales en boga, su discurso es una continua repetición de conceptos volterianos, enciclopedistas, positivistas, algunos mal aprendidos. Flaubert se atarea asaz en el tratamiento de ese personaje: sin opinar jamás, infiltra con suavidad en el lector el aborrecimiento hacia ese ser hipócrita y taimado que, para disimular su incapacidad de curar las llagas de un ciego, espuriamente lo denuncia por presunto asalto caminero y consigue dar con él en prisión. La espesa banalidad que ahoga a Yonville-L'Abbaye es patéticamente presentada por Flaubert usando como pretexto unos comicios provinciales que tienen como escenario el puebluco normando. Una vez que ha redoblado el tambor, que ha retumbado la lombarda y que los enfilados señores han subido a la plataforma y se han arrellanado en sendos sillones de rojo terciopelo de Utrecht prestados por la esposa del alcalde, un consej ero llamado Lieuvain descarga sobre la multitud un discurso infestado de cuanto lugar común haya pasado por su cabeza. Lisonjas al rey, alusiones obtusas y desorientadas a la conducción de la "nave del Estado", un panegírico del comercio y de la agricultura y otras lindezas son pronunciadas con engolado tono en momentos mismos en que Rodolphe Boulanger se declara, con palabras que intentan ser poéticas, a Emma. La circunstancia esta- • 822 ©Biblioteca Nacional de Colombia en sus inclinaciones otro peligro que el inagotable, corrido por el alma que aspira a ciertas elaciones de ser aplastada por el entorno social, por ese monstruo amorfo que engendra lo moral ambiente y, por consiguiente, el convencionalismo. Es éste, es la sociedad quien aniquila a su heroína. Si en lugar de habitar en Yonville o en Ruán, Emma lo hubiese hecho en la desentendida París, y -naturalmente- en el seno de una aristocracia tolerante, su destino habría sido tal vez otro. blece un contrapunto un tanto vomlCO. la mediocridad de las parrafadas patrióticas de Lieuvain llega a inspirar en el lector un sentimiento de repugnancia. Nunca como en ese instante se nos pone tan de presente la mezquindad del marco en que la Bovary debe moverse, ni nos resulta tan imperioso, por lo demás, que triunfe el asedio de Boulanger, como si en ese amor adúltero se hallase la redención de la pobre soñadora. No pretendo poner en tela de juicio el que Gustave Flaubert La imparse hubiese procialidad con que puesto, a través de MADAME BOVARY. A CUARELAS y DIBUJOS DE Flaubert presenta a sus persu personaje femenino, señalar HERMINE DAV ID. EDICIONES NACIONALES, 1950. sonajes, la lejanía que toma el riesgo de las lecturas románticon respecto a la acción ("el cas, pero implacablemente se artista hará creer a la posteme impone la idea de que, a lo ridad que no ha existido nunca", predicó en alguna de largo del relato, el autor llegó a solidarizarse en algunos sus cartas), pueden mover a ciertos equívocos. Emma instantes con Emma. Se trata de una solidaridad Bovary no cae jamás hundida por la infidelidad conyurecóndita. Nadie ignora que el novelista declaró alguna vez ser él mismo la señora Bovary. ¿En qué sentido? No gal, que nadie sino su marido descubre y muy a la postre, veo otro que en el de aquel odio incesante por lo vulgar sino por su manía de derrochar. Esta, a su tumo, es engendrada por el deseo de escapar a la realidad que la y aquella propensión a lo más espiritual y materialmente oprime. Lo que, en verdad, pierde a la desdichada mujer encumbrado. Para aceptarlo así, sería necesario convees la mediocridad de su marido, de ese pobre diablo nir en la existencia real de un sentido aristocrático de la incapaz ni siquiera de leer en los indicios innumerables vida, de un impulso hacia la excelencia. Pero no es otro, que el azar coloca frente a sus ojos. A la luz de la en mi concepto, el que mueve al artista, ansioso de psicología, la necesidad que Emma siente de suicidarse perfección. En ese sentido, Emma Bovary es, de algún no sería del todo irrebatible. Resulta obvio que odia a modo, una parábola del alma creadora. Pese a su trágico Charles y, sin embargo, se quita la vida ante la certidumfin, no me queda sino dudar, pues, que Flaubert indicase • o o z • 823 ©Biblioteca Nacional de Colombia bre de haberlo arruinado económicamente. ¿Por qué, en cambio, no emprendió la fuga, como estuvo a punto de hacerlo con Rodolphe Boulanger? ¿O acaso el suicidio fue motivado, más bien, por el hecho de no recibir socorro, en tan desesperada ocasión, ni de Rodolphe ni de Léo, caso en el cual habría que achacarlo a una atroz fatalidad, ya que el primero de ellos, de haber tenido dinero, se lo habría dado todo? ¿Podemos, en últimas, barruntar en la novela un reproche auténtico (o eficaz) a la literatura romántica, a la exaltación de los heroico y de lo lírico? No, quizás, puesto que no ha sido la propensión de la mujer hacia esos valores lo que estraga su vida, sino la no propensión a ellos de la sociedad burguesa, que le hace intolerable lo cotidiano. • en o z en Me parece que tropezamos aquí con un segundo lugar común relativo a Flaubert. Aludo a su pretendida condición antirromántica. La cuestión merece unas cuantas vueltas, dado que Flaubert, sin duda, arrancó a la novela francesa de las operaciones del romanticismo para acercarla un poco más al orbe de 10 real, principalmente en el plano psicológico. Ello no implica, sin embargo, que abandonase la vieja querencia de lo lírico. Es sus descripciones, Flaubert extremadamente minucioso, lo cual le valió el calificativo de naturalista. Mas no por ello resulta menos poético que sus antecesores románticos. En cierta forma, aprovecha tendencias imaginistas románticas, aunque puestas al servicio de un modo diferente de contemplar a los hombres y a la vida. Aconsejaba "observar a fondo hasta lo más insignificante y describir con minucia hasta lo más íntimo". En ello, no pcx:lría alejarse mucho de un Balzac o de un Charles Dickens. Sólo que la observación psicológica es en flaubert más penetrante, sus resultados más afines con la sensibilidad actual. A nadie se le ha ocurrido, por ejemplo, que uno de los efectos más elocuentes del arte Flaubertiano fuese la novelística de Marcel Proust, a la cual no osaríamos llamar naturalista. Pero hay en común la prolijidad, la musicalidad de las cláusulas, la incesante comparación poética y hasta la metáfora. Flaubert, en tal sentido, se halla lejanísimo del naturalismo (a veces el feísmo) descamado de Zola. y mucho más próximo, guardadas las proporciones entre novela y verso, al arte de los simbolistas. En Le tentation ... , Antonio, el proverbial asceta de la tebaida, es asediado por apariciones de teologal misterio pero varía prosapia. Una de ellas, la del diablo en persona, quien le anuncia que el sol no se pone jamás. Entonces, la tierra va tomando la forma de una bola y Antonio la ve en medio del azul, girando sobre sus polos y dando la vuelta alrededor del sol. Satanás se solaza indicándole cómo el planeta no es el centro del mundo, para humillación del presuntuoso. El santo apenas si lo distingue ahora, se confunde con otros fuegos, el firmamento parece un tej ido de estrellas. Se asoma para escuchar la armonía de los mundos, más el diablo le revela la inanidad de su propósito: no la oirá, ni verá tampoco la antíctona de Platón, ni el foco de Filolao, ni las esferas de Aristóteles, ni los siete cielos de los judíos con las grandes aguas encima de la bóveda de cristal. Su visitante le hace notar, en cambio, cómo los cuerpos se atraen y repelen al mismo tiempo. Antonio siente que su inteligencia se abrasa y experimenta un goce superior a los placeres de la ternura. Satanás le ha hecho jadear estupefacto ante la enormidad de Dios Otras apariciones le hacen morder como una pulpa dulce o amarga los arcanos del universo. La muerte le recuerda cómo hay convulsiones de placer en los funerales de los reyes y se hace la guerra con música, penachos, banderas, arneses de oro. La lujuria le señala cómo brama, cómo muerde, cómo tiene sudores de agonizante, aspectos de cadáver. El desfile prosigue y Antonio, al final, siente latir con tanta fuerza la sangre en sus venas, que amenaza con romperlas. Siente deseos de volar, de ladrar, de bailar, de aullar. Quisiera tener alas, un carapacho, una corteza, exhalar humo, poseer un trompa, retorcer su cuerpo, seccionarse en todos sus miembros, mezclarse a todo, emanarse con los olores, correr como el agua, vibrar como el sonido, desarrollarse como las plantas, brillar como la luz , moldearse en todas las formas, penetrar cada átomo, descender hasta el fondo de la materia, ser la materia misma. Sólo entonces lo visita Dios. Así, pues, como en Sade, como en Rimbaud, existe en Flaubert el pálpito de que al Señor, a la santidad, se llega por las vías de lo sensual. Sin mencionarlo, Claudel había de vislumbrar en esa revelación parte de la esencia del simbolismo. La crítica ha querido desembarazarse de esa inquietante imprevisión inventando dos Flauberts disparejos: el de Madame Bovary y L' EducacatiOT1 sentimentale, por una parte, y el de Salambo y Le tentation de Saint-Antoine, por la otra. En el primero delatan al naturalista; acerca del segundo se abstienen casi siempre los comentaristas de emitir opiniones comprometedoras. No obstante, Flaubert mismo confesó haber hallado másfácilescribirLetentatiandeSaint-AntoinequeMadame Bovary, por la tensión realista que la segunda le exigía. "Lo que en mí es natural-escribía-, es lo no natural para los demás ... Saint-Antoine no me ha reclamado ni la • 824 ©Biblioteca Nacional de Colombia cionales, pero que despoj an a sus obras del carácter cientificista que ha querido reco~ nocérseles. A lo largo de los amo~ res ilícitos de Emma Bovary chomesesqueuti~ con Rodolphe y licé en sus qui~ con Léo, ignora~ nientas páginas mas por comple~ han sido para mí to si continúa sos~ los más profunda~ teniendo relacio~ mente voluptuo~ nes sexuales con sos de mi vida". su esposo. En la También J.B. crisis que subsigue Priestley, muchos al abandono de años más tarde, Rodolphe, recibe la santa había de confesar lo arduos MADAME BOVARY. ACUARELAS y DIBUJOS DE eucaristía, pero el padre HERMINE DAVID. EDICIONES NACIONALES, 1950. que le resultaban sus dramas Boumisien sigue ignorante, acerca de la vida cotidiana, si hasta el final, de sus pecados eróticos, lo cual implica los comparaba con el menor esfuerzo exigido por sus que, en un pueblo donde sólo existe un cura, logró dramas fantásticos. comulgar sin el previo sacramento de la confesión, esto es, sacrílegamente. En toda la extensión de Madame Seguir, pues, encasillando a Flaubert en la noción Bovary, Flaubert nos conduce a fuerza de vigorosas de fundador de una cosa llamada naturalismo, no podría pinceladas, mas con saltos abruptos en el tiempo, que resultar sino trivial. Triviales son, en términos genera~ dejan numerosos acontecimientos a la imaginación del les, esas categorías reputadas escuelas literarias, útiles lector. Estas súbitas elipsis estructurales no sólo no sólo para allanar los caminos del crítico. Si conviniéra~ serían concebibles en el prolijo Zola, sino tampoco en mas, haciendo de lado sus descripciones casi o total~ el dispendioso Balzac. Hay en ellas una veneración por mente líricas, en clasificar como naturalista a Madame lo sugerente, que se antoja reveladora. Bovary, tendríamos que retroceder de todos modos, no sólo ante Le tentation de Saint~Antoine, sino ante Salamrnbo. El naturalismo, es por cierto, algo que no ha Salammbó, como por supuesto Herodiade y el breve podido ser definido. Pero vagamente supone una relato en que narra la leyenda de San Julián el Hospita~ concordancia absoluta con la naturaleza. Y ésta no sería lario, nos transportan a una dimensión, si no mágica, posible hallarla en una obra de marcada tendencia por lo menos difusa en Flaubert. En Le tentation ... , nos poemática como Le tentation ... , por la cual atraviesan, hace visitar un mundo de la pura fantasía teológica, pero impertérritos, personajes tan poco espontáneos como los en las narraciones citadas el escenario ~a despecho de las arcónticos, con sus cilicios de crin; los tatianianos, con sus precisiones históricas~ es el de un pretérito indefinido. cilicios de jlIDCO; los circonceliónidos; la muerte y la lujuria La acción de Salammbó tiene ocurrencia en la antigua corporizadas; la quimera, la esfinge, el no menos quimérico Cartago y toma comienzo cuando los mercenarios de licornio, el grifón (que es un un león con pico de buitre), el Amílcar Barca conmemoran el ani versario de la batalla catoblepas (que es un negro búfalo con cabeza de cerdo) yel de Eryx. No obstante, parece como diluida en el tiempo. Nadie logra vincular con lo histórico esos inquietos basilisco. Y la cual desemboca en un arrebato panteísta, amores que se inician cuando la protagonista, hija del muy alejado del positivismo, posible fundamento de caudillo,tiende a Matho su copa, ni ponderar la índole una escuela naturalista. de ese zaimph o velo de T ánit en que, al envolverse, No deben dejar de advertirse, por lo demás, Matho semeja un dios sideral rodeado del firmamento. T ánit es una representación de Astarté, una enigmática ciertos descuidos de Flaubert, posiblemente inten~ cuarta parte de tensión de espíri~ tuqueBovary. Ha sido una válvula de escape; sólo he experimentado placer escribién~ dolo, y los diecio~ • U) o z U) • 825 ©Biblioteca Nacional de Colombia diosa lunar,y el velo su atributo esencial. Salammbé'> muere tan sólo por haberlo tocado, hecho sobrenatural, contagiado de magia y superstición, que no apunta hacia ese Flaubert naturalista de los críticos. De allí que la novela no haya sido felizmente, catalogada entre aquéllas que suelen denominarse históricas. La historia está, en ella, demasiado desdibujada. Se la clasifica, desde hace tiempos, como novela arqueológica, especie que adoptó asimismo Blasco lbañez para con su Sánnica, la cortesana. Desde esa perspectiva, hay que anotar que, por otra parte, la Cartago Jevivida por Flaubert es una minuciosa reconstrucción, en usos, viandas, costumbres, de aquélla en cuyo arrabal de Megara se encontraban los jardines de Amílcar. Flaubert, según relata Caroline Commanville, la sobrina que lo acompañó hasta el fin de sus días, era un cruce hercúleo de normando y champañesa, hombre a la vez expansivo y envuelto en una melancolía borrosa. Aunque amaba la bufonada, una turbia inquietud se advertía en el fondo de su alma. Nunca logró mucha popularidad entre el público de su tiempo (pese al proceso judicial que padeció Madarne Bovary), pero sí el respeto de los círculos intelectuales, debido principalmente a su natural irritable. Era, como Emma Bovary, "un perseguidor incansable de lo exquisito". Al visitar el santuario de Eleusis, lo embriagaron las rojas montañas, los vertiginosos precipicios dibujados entre picachos cubiertos de nieve. En su soledad de Croisset, solía combinar las evocaciones clásicas (había en él a la vez creo yo, un clásico indoblegable y un saudoso romántico) con las fuertes impresiones de la vida de todos los días. Siendo un burgués, odiaba lo burgués, y es ahí donde hay que buscar las raíces profundas de su obra. ''La tontería -se lee en su Correspondance- penetra por mis poros. Lo grotesco triste tiene para mí un encanto inaudito; corresponde a las necesidades íntimas de mi naturaleza, histriónicamente amarga. No me hace reír, sino soñar. Allí donde esté, lo encuentro, y hasta en mí mismo. He aquí por qué me seduce analizarlo ... " Aludía, por supuesto, a la mediocridad, de la cual le irritaba sentirse partícipe. Odiaba a los Homais, que al tiempo le subyugaban. De esa oposición nació, seguramente, la postrera e inconclusa de sus obras, Bouvard et Pécuchet, que a algunos ha parecido un despropósito, pero que refleja como agua transparente el dilema flaubertiano. • o z En el Convivio (I, XI), Dante Alighieri refiere cómo, alguna vez en su vida, vio a muchas ovejas lanzarse a un pozo porque una había saltado dentro de él creyendo acaso saltar una pared. Concluía de allí que los hombres imitativos deberían llamarse borregos y no hombres, "porque si una oveja se arrojase desde una altura de mil pasos, todas las demás se irían tras ella, y si una oveja, por cualquier causa, salta al atravesar un camino, todas las demás saltan aunque no vean nada que saltar". Intuía Flaubert, sin duda, de qué modo en los entresijos del más exigente de los artistas creadores se agita, a ratos, un hombre convencional y mediocre. Ello, al parecer, lo desasosegaba. No hay alma excelente -supongo que llegaría a decirse- que no se haya sorprendido pensando que cada día trae su afán o que nadie muere la víspera o cualquier generalidad de esa catadura. Tampoco dej ará de sorprenderse en secretos consentimientos con lo trivial, en irritantes guardas de la apariencia. Bouvard et Pécuchet pudiera haber cifrado, en esa dirección, una especie de ademán catártico. Flaubert aspiraba a algo así como un martirio por la excelencia, por la perfecta hombría de letras. Le repugnaba parecerse al montón. Jacques Suffel ha señalado cómo el sentido real de la obra póstuma del normando ha permanecido controvertido a lo largo de los decenios. Anota asimismo cómo, desde los dieciséis años, Flaubert había publicado, en la revista Le Colibrí, un cuento titulado Une lecon d' histoire naturelle, genre commis, en el cual un primer esbozo del personaje inclinado sobre un pupitre, con la pluma sobre la oreja izquierda, que saborea el olor de la tinta, prefigura tanto a Pécuchet como a Bouvard. De cualquier forma, Suffel condesciende a preguntarse si estos dos copistas que representan al hombre medio francés son en verdad necios o, ante todo, víctimas de la necedad humana ("la sotisse . ") . humazne Denota Bouvard et Pécuchet un descuido deliberado en el tratamiento del tiempo. Los protagonistas, cuya edad es de aproximadamente cincuenta años al iniciarse la novela, no envejecen ya, pese a largos transcursos. Una herencia les permite abandonar su trabajo y dedicarse a intrincados estudios de todas las disciplinas humanas. En cada una de ellas les aguarda un fracaso, ya que no entienden lo que leen. Descubren, pues la platitud y llegan a aborrecerla, mas no consiguen librarse de ella. Como (de mal talante) lo apuntaba Emile Faguet, Pécuchet y Bouvard llegan a ser obtusos por cuenta propia. Acaso también la Bovary, añado yo, llegase a ser mediocre por cuenta propia. Acaso Flaubert ... Pero cortemos aquí. Bouvard et Pécuchet es la prueba • 826 ©Biblioteca Nacional de Colombia sostuvo trato in, cesante en pro' longadas veladas y tertulias. A Alfredescribió,el dos de abril de 1845, una carta en la cual concep' tuaba que "sería un auténtico error separarnos, olvidar nuestra vacación y nues, tra simpatía; cuantas veces lo intentamos, ad, vertimos disgus, to". Laure, laher, mana, había ca' sado con el acau, dalado Gustave de Maupassant, señor del Castillo de Miromesnil, y se había separado de él en acongo' jadas circunstan, cias. En 1850, había tenido de él un hijo, Guy, que desde niño inspiró, por la fi, nura del talento que en él apuntaba, las sim' patías de Flaubert. consumada de que, en el novelis, ta nonnando, ha, bía más, mucho más que un natu, ralista. Al pare' cer, la historia de los dos copistas tontos no sólo de, bió ser coronada por ese Dictionaire des ¡dées recues, cuya materia (los lugares comunes) obsedía a Gustave Flaubert, sino también por un Cathalogue des idées chic, que de haber sido escrito habría resultado muy útil a la pobre Emma de Yonville' L'Abbaye. Recor, demos, por puro diver,timento, cómo el primero delosdiccionarios prescribe la indig, nación contra Talleyrand, el creer que toda per, MAoAME BovARY. ACUARELAS y DIBUJOS DE sana es sifilítica, el tomar a HERMINE DAVID. EDICIONES NACIONALES, 1950. la religión por base la sacie' dad, el imaginar que plan' Emile Zola refiere tear una pregunta equivale a resolverla, lo imperioso de encogerse de hombros cómo, en su juventud, Guy de Maupassant escribía poemas reservados estrictamente para varones que di, cuando se menciona la cuadratura del círculo, el creer en la inutilidad de las pirámides, al pensar que el Corán vertían mucho a Flaubert, "mas no bastaban para juzgar no es apto para mujeres, etc. el mérito literario de su autor", que era veintinueve años menor que el artífice de L'Education Sentimentale. Pasa, A propósito de estas últimas, es fama que Flaubert da ya, sin embargo, la guerra francoprusiana, el joven rehuyó, durante la mayor parte de su vida, toda relación Maupassant, que luchó como soldado en la defensa de demasiado intensa, que pudiese entorpecer su trabajo París, publicó en Les Soirées de Médan un relato breve que a todos sorprendió. Se trataba, claro, de Boule de literario. Respecto a su vínculo con Louise Colet, llegó a decir, en su Correspondance, que le había dejado "el Suif, narración juzgada, aun hoy, como pequeña obra maestra. Como se recordará, es la historia de una recuerdo de una larguísima irritación". No obstante, en prostituta gordinflona que debe viaj ar en una diligencia la amistad era pródigo y asiduo. Con una amiga de su con un grupo de burgueses por entre las trincheras niñez, Laure de Le Poittevin, y con su hennano Alfred, • o z • 827 ©Biblioteca Nacional de Colombia bélicas. La mujer se sacrificasexualmente a un prusiano para salvar a sus compa~ ñeros de viaje, pero ello tan sólo le acarrea el desprecio de los así fa~ vorecidos. OJmopuede inferirse, Maupassant había heredado ya de Flal.1bert la irritación por la hipocresía social y por el convencionalismo. El breve re~ lato, que en español suele publicarse por separado, encabezó y dio título, en cambio, a un volumen en que le acompañan vein~ te historias más, entre ellas algunas de propensión fantástica, nada rea~ Lista ni mucho menos naturalis~ ta, tales como La chevelure, en la cual un desdichado se enamora ardorosamente de la preservada madeja de cabellos de una mujer fallecida hace siglos. • o z Acerca de la obra de Maupassant, así como de su condición de discípulo de Flaubert, habría mucho qué discutir. El haberlo ya inexorablemente encasillado dentro del concepto de naturalismo constituye otra comodidad crítica y, por desdicha, otro lugar común. Yo diría, por mi parte, que algo va de ser alumno de un maestro a continuar siendo, de por vida, su disápulo. Esta última palabra se me antoja definitiva en exceso, sobre todo en el caso de Maupassant. Cierto es que Flaubert le transmitió el sentido del vocablo justo, que él veneraba, y la fina observación del detalle. Mas, en momento alguno, al menos para mi modo de contemplar los desenvolvimientos literarios, el menor imitó al mayor. En buena parte de su obra, Maupassant acusa el influjo de las Fantasías a la manera de CaIlot y de El elíxir del diablo, de Hoffmann, muy populares en Francia, y de las narraciones de misterio y horror de Poe, divulgadas allá por Baudelaire. Para muestra, su cuento L' auberge, indudable joya de lo espeluznante. Maupassant poseía por otra parte, un espíritu más apiadado que el de Flaubertj y por otra más, un ritmo o, para expresarlo con mayor justeza, un tempo diferente. Bastaría, para demostrar lo primero, traer a colación dos narraciones de idéntico título: Clair de lune, que aparecen la una en su colección Le pere Milon y la otra en una segunda a la cual da título el relato en referencia. La primera concluye con énfasis: "En ocasiones no es al hombre a quien amamos, sino al amor. Y aquella noche, tu verdadero amante fue el claro de luna". La segunda es más deliberada~ mente sugerente. Al padre Marignan (cuyo nombre entraña ya una ironía, pues la palabra traduce vulgarmente berenjena en francés) le subleva el que cierta sobrina suya prefiera los placeres del mundo a la profesión piadosa de hermana de la caridad. Una lengua viperina lo pone al co~ rriente de los amores que la chica sostiene con un galán y de los paseos nocturnos que emprende con él a la orilla del río. Hervido en cóle~ ra, el cura decide sorprenderlos y se lanza a la noche, en que la madreselva exhala hondos perfumes y lejanos ruiseñores entonan una desgranada música. El paisaje comienza a derramar sobre él su magia y, de repente, se pregunta para qué ha hecho Dios toda esa belleza. La respuesta le llega precisamente bajo la especie de la pareja que se aproxima, bajo las copas de los árboles empapados de bruma. Piensa entonces: "Es creíble que Dios haya creado estas noches para revestir los amores humanos con un velo de ideal " Y huye, frenético y casi avergonzado. En ambas narraciones se paga un tributo estético a la condición ideal del universo, premisa de la escuela simbolista que prevalecía en Francia en aquellos instan~ tes (al menos en el orbe del verso), pero a la cual nunca ha sido Maupassant asimilado. Entre las consecuencias inmediatas que dicha escuela desató en Hispanoamérica no sería difícil citar el cuento Francesca, del argentino Leopoldo Lugones, en el cual los amores de Paolo con la esposa de su giboso hermano no tienen otra razón que el influjo de la luna, que desde el firmamento se atarea en su obra de blancura y de redención. Recalcar la similitud resultaría mero pleonasmo. En La bécasse, de Maupassant, figura un relato titulado La peur, en el cual el espectro de un hombre asesinado regresa para vengar ~ se de su victimario. Lo curioso es que el fantasma -acaso mera ilusión del remordimiento~ no se materializa en momento alguno, sino que es percibido por un perro que se eriza y se pone a aullar. La conciencia del asesino concluye por impulsarlo a matar al perro, seguro de que dispara por segunda vez al visitante de ultratumba. La operación de sugerencia parece típica del simbolismo. • 828 ©Biblioteca Nacional de Colombia acercamiento a las costumPrefiero, claro, dejar lo bres estructurales del autor, anterior en un terreno de harto alej adas de las pura hipótesis, dados los flaubertianas. La nouveUe no rapapolvos que podría granes una novela breve, sino un jearme ante quienes invocarelato divergente, habida sen el poder realista de obras cuenta de su estructura, tancomo Pierre et lean o como to de la novela como del ese divertimento titulado Le cuento. docteur Gloss. Al fin y al cabo, Maupassant dejó tamNo quiero hacerme eco bién una veintena de obras aquí de quienes declaran que en verso, que por su inclinael nouveUiste no alcanza nunción narrativa, de pequeñas ca el rango de romaniste, y estampas, en nada se compaviceversa. En ambos génedecen con el arte simbolista. ros (y también en el cuento) Reclamaría, en cambio, la se movió a sus anchas un atención sobre un posible escri tor como Thom'a s parentesco suyo con la pintura impresionista, al menos Mann, cuyas espléndidas en el dominio de la descripnouveUes tituladas Der Tod in VenedigoDerHerrundsein ción de paisajes, tan frecuenfIund no excluyen las ante en él y de indudable prosaBEb4M1. ILUSTRACIONES DE FERDlNAND BAC. churas de Der Zauberbeg, de piaflaubertiana. T antornaesPARÍS,OLLENDORFF, 1895. tro como alumno (insisto en loseph und seine Bruder o de no escribir disdpulo) no se Doktar Faustus. Pero hay, privaban de aparecer de tiempo en tiempo por el café desde luego, en Guy de Maupassant un nouveUiste Taranne, en donde alternaban, según John Rewald, temperamental, más que un romaniste. Y acaso, ante pintores de todas las tendencias, los realistas y los todo, un cuentista, si se examinan las zonas proporciofantasistas, los ingristas y los coloristas. El poeta Fernand nales de su obra. Ello podría indicar, en cierto modo, Desnoyers predicaba allí que los únicos principios del una propensión más imaginativa e, incluso, más poétiarte eran la independencia, la sinceridad y el individuaca, si se piensa que, en sus cuentos, no escasea el acercamiento a lo lírico, en el sentido menos lato del lismo. vocablo. Y, sobre todo, si se recuerda con qué fuertes y El grado sumo individual es, sin duda, el tempo en rápidos trazos psicológicos construye sus relatos, cuyo Guy de Maupassant. Aludo, por supuesto, a un compás vigor y penetración harían pensar en algún retratista estructural que envuelve el diverso concepto que, en expresionista. lengua francesa, suponen las voces roman ynouveUe. Por nouveUe se entiende en Francia eso que vagamente A todo ello habría que sumar el hecho (azaroso o denominan los españoles novela breve y que comporta, hereditario de haber sido Maupassant, como Poe, un en realidad, otro género, distinto del roman o novela perturbado mental.Según el doctor Axel Munthe, en su propiamente dicha. Entre nosotros, se ha ensayado sin famosa Histoire de Saint-Michele, desde joven el hijo de fortuna el término noveleta que, aparte su fealdad Laure de Le Poittevin acusaba una inclinación a lo irrefragable, no propicia desde ningún punto de vista la morboso (terror constante, obsesión por morir en brazos distinción genérica. Los ingleses distinguen entre novel de una mujer, visiones horripilantes, incontinencia en (roman) , stary (mouveUe) y tale (comte), La deficiencia todo género de vicios) que lo aproxima extraordinariaes, pues, muy española, y de allí que nuestras obras de mente a los poetas malditos. En 1890, perdió todo uso consulta sigan definiendo como novelista, es decir, de razón y debió ser internado en un manicomio tras dos como romaniste, a Maupassant, cuando en verdad su intentos de suicidio. Murió tres años después sumido en única obra con proporciones de novela sea, quizás, Mont un espanto delirio, en muchos aspectos similar al que Oriol. El problema es trivial, pero impide un adecuado padece el personaje de su relato Le Horla, en el cual la • o o z (f) • 829 ©Biblioteca Nacional de Colombia destrucción prematura es el origen de nuestro es~ panto. ''No tengo fuerza, ni energía ~escribe el per~ sonaje en su diario~, ni el menor dominio sobre mí. No tengo ni voluntad para moverme. No soy dueño de mi voluntad. Alguien me impulsa, me contie~ ne, me domina, y me veo forzado a obedecer" absoluto, ni sirven para otra cosa que para suscitar discusiones entre tempe~ ramentos opuestos". Más adelante: "¿Por qué restringirse? El natura~ lismoes tan limitado como lo fantástico". En filosofía, la voz naturalismo propone redu~ cir lo moral, lo social y lo histórico a lo biológico, Trece años antes con prescindencia del es~ que él, Flaubert había píritu. Literariamente, muerto de una apoplejía ello equivaldría a soslayar fulminante. De él había toda idealización del uni~ verso. El presente texto escrito Maupassant que ) era, ante todo, un artista, pretende librar de tales "es decir, un autor imper~ cargos tanto al melancóli~ sonal". "En él ~afirmaba~, co Flaubert como al la forma es la obra mis~ alucinado Maupassant. BEb~M1. ILUSTRACIONES DE FERDINAND BAC. ma". En carta, escasamen~ Idealización del mundo hay PARÍS,OLLENOORFF,1895. te conocida, dirigida el die~ en ambos, sin que ello alte~ cisiete de enero de 1877 a rase la perspicacia con que PaulAlexis, uno de los au~ observaron el comporta~ miento humano. Acaso el único servicio que presten los tores de Les Soirées de Médan, y asiduo, por lo demás, de anteriores párrafos radique en distanciar un poco al las reuniones de Flaubert, Maupassant había, en forma lector, por simple prudencia, de los motes y clasificacio~ por demás elocuente, declarado: ''No creo más en el nes caprichosos que suele adoptar la poltronería crítica. naturalismo ni en el realismo que en el romanticismo. En mi opinión, esas palabras no significan nada en • o z • 830 ©Biblioteca Nacional de Colombia