TEMA 5. LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA SOBRE EL SER HUMANO.

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TEMA 5. LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA SOBRE EL SER HUMANO.
“Andan por ahí muchas cosas asombrosas, pero ninguna más
asombrosa que el hombre”.
SÓFOCLES. Antígona.
0. LA PREGUNTA POR EL HOMBRE.
Si la tarea del filósofo es preguntarse o asombrarse por lo que ocurre, lo
más inmediato que nos ocurre o de lo que se toma conciencia es de ser
humano. ¿Quiénes somos? Las ciencias han aportado valiosos datos acerca
de la compleja realidad del ser humano. Pero estos saberes siguen siendo
parciales o penúltimos. No van a la raíz del problema. Podemos conocer cómo
sentimos, nuestro genoma, nuestro origen; pero aún así, seguiremos siendo un
problema para nosotros mismos.
A lo largo de la historia de la filosofía, se han hecho diferentes
planteamientos para tratar etc problema, pero al principio ese asombro no era
acerca de la posibilidad de que nos pudiéramos hacer preguntas sobre
nosotros mismos, sino sobre el misterio del mundo. Para los primeros filósofos,
el hombre solo era una parte más de la naturaleza. La realidad humana se
convertirá en un problema específico a partir del siglo V a. C. con Sócrates y
los sofistas. A partir de ahí, surgieron los principales problemas o aspectos
filosóficos de esa “realidad extraña” que es el hombre, y que podemos englobar
en estos tres puntos:
1. El hombre como ser espiritual. Aquí hay que considerar la
problemática de conceptos como cuerpo y alma o en las versiones
modernas, cuerpo, mente, conciencia, sujeto y yo.
2. El hombre como ser racional. ¿Acaso no forman parte de nuestra
naturaleza elementos tales como los sentimientos y las pasiones? No
somos puramente racionales.
3. El hombre como ser libre. es necesario preguntarnos si realmente
somos libres o no, o bien la libertad pertenece al reino de las
quimeras y de las ilusiones del ser humano.
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1. EL HOMBRE COMO SER ESPIRITUAL.
Según esta idea, en el ser humano existen dos entidades o esencias,
(con diferentes formas de relación entre ellas), que forman la naturaleza
humana. Por un lado está la realidad material: el cuerpo; por otro, la realidad
“espiritual”: el alma, la mente, la conciencia. Lo que sí es cierto, es que la
concepción de la dualidad en el ser humano es más vieja que la propia
filosofía, y que recibió diferentes tratamientos a lo largo de la historia de las
ideas. Empezamos por el principio.
1.1. Alma y cuerpo en la Antigua Grecia.
Se desconocen cuáles fueron las creencias que moldearon las primeras
ideas del hombre sobre sí mismo, pero posiblemente fueron experiencias como
la muerte o los sueños. De esta manera, pudo aparecer la concepción que
considera al alma como una especie de sombra del cuerpo que puede
abandonarlo y viajar en sueños a otros mundos que no son éste. A partir de
ahí, comenzó a considerarse también al alma como “ánima”, es decir, como
aquello que anima a un cuerpo, lo que le permite tener vida.
En un principio, ni siquiera se consideró la idea de que la realidad
espiritual de ser humano pudiera corresponder con una conciencia, con un yo,
porque los griegos arcaicos no consideraban al individuo en cuanto alguien
independiente, sino que debía estar en función de la comunidad entera. El
todo es mayor y superior a las partes. Sólo cuando se cobra conciencia de
que cada uno es una entidad con vida propia, comienza a considerarse que
cada individuo es además persona, con una vida interior que puede ser
diferente a la de los demás.
1.2. La concepción dualista del alma en Platón.
Según Platón, el alma es una entidad de origen divino que preexiste y
sobrevive al cuerpo. Aunque es el principio de vida y movimiento del cuerpo y
permanece unido a él, no se confunde con él. Es como el piloto y la nave. Sin
piloto, la nave (el cuerpo), no puede gobernarse o dirigirse, pero el piloto (el
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alma), no forma parte de la nave. Además, el alma no es de este mundo, sino
que pertenece a otro que Platón llama mundo inteligible o mundo de las
ideas. Este mundo es perfecto, no sufre cambios, no está sujeto a la corrupción
que si afecta al mundo sensible en el que todos habitamos. Sólo una falta o
caída (que luego será interpretada por el cristianismo como pecado), hace que
el alma se encarne. Y se seguirá reencarnando mientras no se purifique,
mediante el ejercicio de la virtud, de todas las cosas sensibles.
Sin embargo, el problema para Platón es poder explicar cuál es la forma
de relación entre ambas entidades que conviven juntas durante un tiempo.
Para eso establece una teoría según la cual existe una división tripartita en el
alma, de manera que cada una de las partes se define por su mayor
acercamiento o separación a lo corporal o lo sensible. Estas parte son: el alma
concupiscible, el alma irascible y el alma racional, que dicho sea es la única
que es puramente inmortal. Además sitúa cada una de las partes del alma en
una parte el cuerpo.
El alma concupiscible es la más unida al cuerpo. La fuente de las
pasiones innobles, los instintos animales. Y se sitúa en el bajo vientre. El alma
irascible es la fuente de las pasiones nobles: la valentía, el coraje. Se sitúa en
el pecho, cerca del corazón. El alma racional es la fuente del pensamiento, la
reflexión. Se sitúa, como no podía ser de otra manera, en la cabeza. Es la que
gobierna a las otras dos. Como el auriga que debe gobernar a los dos caballos
(el negro y el blanco), en el famoso mito del carro alado que Platón utiliza
como metáfora para explicar su teoría.
1.3. El alma como forma del cuerpo.
Para Aristóteles, alma y cuerpo están intrínsecamente unidos. Eso
implica que si desaparece una parte, desaparece el conjunto. Por tanto el alma
es mortal. La explicación es sencilla. Todas las sustancias, los seres vivos,
están formados de una materia (el cuerpo) y una forma (el alma). Esto es lo
que se conoce como teoría hilemórfica. El alma es la “entelequia”, es decir,
aquello que da forma al cuerpo y además lo dota de vida. Por tanto, el alma es
para Aristóteles interpretado como ánima, lo que anima al cuerpo y le permite
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vivir. Si esto es así, no sólo el ser humano tiene alma, sino que la tienen todos
los seres vivos. Las plantas tienen la llamada alma vegetativa, que se encarga
de las funciones de reproducción, alimentación y crecimiento, indispensables
para la vida. Los animales no racionales, tienen además de la vegetativa, el
alma sensitiva, que les dota de sensación y de movimiento local. Por último, el
hombre tiene además de estas dos, el alma racional, que les aporta la
capacidad de pensar, la inteligencia y la voluntad.
Para entenderlo, la relación entre alma y cuerpo sería la misma que
entre vista como facultad de ver y el ojo como órgano de la visión. Sin facultad
de ver no sirve de nada tener ojos en la cara, pero si se tienen ojos en la cara y
no se tiene facultad de ver, esos ojos también son inútiles.
1.4. El alma y el hombre según el Cristianismo.
El hombre según el Cristianismo es una criatura creada por Dios a su
imagen y semejanza, que es lo que le diferencia del resto de las criaturas.
Esto hace que el hombre se mantenga en una posición intermedia entre
la nada o la pura contingencia, y lo absolutamente todo que es Dios. Además
depende de él en su libertad el camino que sigue. Si sigue la vía de la carne, se
corromperá y morirá para siempre. Si sigue la vía del espíritu, se acercará a
Dios y vivirá para siempre.
San Agustín por ejemplo, dirá que Dios, la verdad, se encuentra en el
alma humana que puede ser iluminada por Dios. La vocación, o la llamada de
Dios que sienten algunas personas y que deciden consagrar su vida a la
religión, explica que esto es posible. Pero el hombre no es alma sola ni cuerpo
solo, sino un conjunto en el que es necesario que la parte superior (el alma),
venza a la inferior, (el cuerpo), para que pueda conseguirse el objetivo último
de la salvación.
1.5. El alma como conciencia y subjetividad.
A finales de la Edad Media y durante el Renacimiento, la visión
teocéntrica de la época anterior, se derrumba. Los hombres apartan a Dios
como entidad alrededor de la que gira todo y comienzan a pensar en sí
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mismos. Este hombre desengañado de la religión, se vuelve introvertido y
desconfiado. Solo queda algo en lo que poder confiar: Nuestro propio yo,
nuestra conciencia.
Aún se sigue manteniendo la naturaleza dual del ser humano, pero ya no
se considera que el alma sea una entidad superior que Dios añade al ser
humano para distinguirle del resto de los mortales. Ahora es algo que dota al
individuo de identidad personal, de yo. Es la fuente de sus ideas de sus
pensamientos, de su conciencia. Este camino lo abre sobre todo René
Descartes, al plantear que el alma es la llamada res cogitans, mientras que el
cuerpo es la res extensa. ¿Qué significan esos dos términos? Bien: como la
concepción anterior sobre el mundo, (que giraba en torno a Dios), se ha
derrumbado, es necesario buscar otra forma de interpretar la realidad, es decir,
nuevas ideas, nuevos caminos de saber. Eso es lo que pretende Descartes.
Pero para ello, lo primero es encontrar nuevas verdades, cimientos sólidos que
permitan construir de nuevo el edificio del saber. ¿Cómo encontrar esas
verdades? Lo primero es tratar de buscarlas en los saberes ya conocidos y
buscar si hay en ellos algo indudable. ¿Podemos fiarnos de los sentidos como
fuente de saber y verdad? Para nada. Son engañosos. Nos muestran solo
realidades aparentes y cambiantes. ¿Y las matemáticas? ¿Son un saber
seguro? Parece a priori que sí, pero Descartes para dudar de ellas introduce la
hipótesis del genio maligno. Esta entidad pone todos sus esfuerzos en
engañarnos para que tomemos lo falso como absolutamente verdadero. ¿Y la
existencia de mi propio cuerpo? ¿Es esa la verdad indudable? Parece absurdo
pensar que yo mismo no estoy ahora escribiendo con un teclado delante de la
pantalla de un ordenador. Si me pellizco me duele. Si escribo “c”, aparece esa
letra en la pantalla. Sin embargo: ¿quién me garantiza que no formo parte una
realidad onírica, de un sueño? ¿Qué criterio me permite distinguir el sueño de
la vigilia?
Sin embargo, hay algo indudable. Si dudo, existo, si el genio maligno
puede engañarme, debo existir. Si pienso, existo. Luego puedo decir que soy
una cosa que piensa, es decir una res cogitans. Además puede plantearse
que existe “junto a mí” una realidad material que tiene una extensión, un cuerpo
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que ocupa un espacio: la res extensa. Eso sin embargo, hay que demostrarlo y
no podemos detenernos más.
Lo fundamental es que Descartes convierte la realidad, (las cosas) en
ideas, es decir: las cosas existen en tanto que pensadas o ideadas por una
mente o una conciencia. Solo hay un “algo”, un “yo” encerrado en una
conciencia.
El principal problema para Descartes fue explicar el modo en que ambas
realidades se relacionan. “Inventó” para ello que ambas entidades se unen en
la llamada “glándula pineal”, que está situada en la parte trasera del cerebro.
La reina Cristina de Suecia, contrató sus servicios y le hizo ir a Estocolmo para
explicárselo. Eso le costó la vida. No el hecho de que la reina no lo entendiera,
sino la obligación de tener que levantarse a las cinco de la mañana y pasear
por los fríos pasillos del palacio real. La falta de costumbre le hizo contraer una
pulmonía. Murió literalmente de frío.
A partir de las ideas de Descartes aparecen formas de pensamiento
conocidas como idealismo, que llevan diferentes apellidos tales como
“transcendental”, (representado por Kant), o “absoluto”, (cuyos representantes
son Hegel, Fichte o Husserl). Todos lo plantean del mismo modo: solo se
puede hablar de la existencia de las cosas en tanto que pensadas por una
mente. Pero el problema fundamental es cómo establecer la relación entre
alma (mente) y cuerpo. El mismo problema que tuvo Descartes. Es decir, cómo
relacionar la herida con el dolor. Para eso hay una solución sencilla: “cargarse”
una de las dos. Eso da pie a la aparición de los monismos. A partir de ahora,
el ser humano no está formado de dos entidades, sino solo de una. Ahora bien:
esos monismos pueden plantear que esa única realidad es mente = monismo
idealista. O bien que es solo materia o reacciones físico – químicas =
monismo materialista.
1.6. Teorías monistas.
Berkeley plantea un monismo idealista. El bolígrafo, la silla, la mesa, no
son más que las ideas que cada uno de nosotros en cuanto mente, tenemos de
ellos en nuestra mente.
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Hobbes, por el contario, plantea un monismo materialista, porque para él
lo único que existe son los cuerpos, en tanto que estos son los únicos que
pueden realizar o sufrir las acciones. No se puede pasear sin dar un paseo, sin
mover los pies. La “idea” de dar un paseo no aportará los beneficios del paseo
real. Más concreto: no adelgazo, no muevo mi riego sanguíneo si pienso
tumbado en la cama, que “doy un paseo”.
Una versión contemporánea del monismo materialista, plantea que la
mente es el cerebro y sus procesos físicos - químicos. De manera que, los
sentimientos, las emociones, los recuerdos no son más que actividades
realizadas por las hormonas, los neurotransmisores etc.
Además, la propia idea de identidad personal, de sujeto o de yo, fue
puesta en duda poco después del camino abierto por Descartes por otro gran
filósofo de la filosofía moderna: David Hume.
1.7. Crisis de la noción de sujeto.
Hume analiza las diversas vivencias o impresiones que tenemos de
nosotros mismos. No encuentra en ellas nada parecido al alma o la mente.
Sólo un conjunto de recuerdos o impresiones unidas entre sí por la memoria y
la imaginación. De lo que resulta, que la identidad personal no es más que un
“teatro de impresiones”. Lo que nos permite saber que somos los mismos que
ayer y anticipar que seremos los mismos mañana, no es más que nuestra
memoria y la capacidad de asociar el pasado con el presente. Si no tuviéramos
memoria para recordar el pasado (remoto o reciente), e imaginación para
aventurar el futuro, no sabríamos que “somos nosotros”. No tendríamos
identidad. De hecho, (esto lo digo yo y no Hume, pero sirve para entenderlo),
¿Alguno tiene alguna idea de quién era cuanto tenía 3 días, un mes o dos
meses de vida que provenga de vosotros mismos y no de fotos que os hayan
enseñado de cuando erais bebés? Solo los tenéis cuando empezáis a tener
memoria. No hay algo así como un “yo”.
Además, a eso hay que añadir otro problema: el ser humano no es
alguien “encerrado en una mente o conciencia”, sino alguien que “está” en el
mundo, que “es” en el mundo, que es “arrojado” al mundo y que tiene que vivir
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“con” otros. Eso es lo que plantea la filosofía conocida como existencialismo,
cuyo principal representante es Martin Heidegger, junto a Sartre, Camus,
Merleau – Ponty etc.
1.8. El hombre como “ser en el mundo”.
De hecho, el hombre no es más que eso. Alguien que “de repente” se
encuentra en el mundo, con las cosas y con otros y tiene que elegir su modo de
ser. Tiene que construir lo que “va a ser”. Es decir, su vida es un proyecto, un
“quehacer vital”. Para eso cuenta con las cosas que le rodean como
posibilidades entre las que tiene que elegir. Y por supuesto, con su razón. Los
animales no tiene que pensar lo que van a hacer, porque su naturaleza les
determina a actuar tal y como dictan los instintos programados en su especie.
Pero el ser humano al nacer no es nada. Lo tiene que hacer todo. Por eso
puede vivir de muchas maneras y ser muchas cosas. Es pura posibilidad de ser
que tiene que convertir en realidad. El hombre es “apertura al mundo”. Ese
mundo que le rodea está ahí para que el hombre aproveche las posibilidades
que se le ofrecen. No tiene cerrado desde su nacimiento el modo de ser, sino
que lo tiene que construir él mismo. Por eso ya no tiene sentido preguntarse
qué somos. Si alma o cuerpo o las dos. Sólo somos alguien que debe construir
su vida con las posibilidades que tiene. Con las piezas del “lego del mundo”,
podemos construir una nave espacial o una casa. Es decir, una forma de vida u
otra. Los demás nos pueden ayudar a hacerlo, pero en último término, lo que
terminemos construyendo, depende de nosotros.
El existencialismo terminó por dividirse en dos tendencias. Una
radicalmente pesimista que considera que el proyecto de vida termina en la
muerte. No hay nada más allá de la muerte física. Somos “un ser para la
muerte”, con lo cual la vida y nuestros proyectos son un “sinsentido”. La otra si
cree en la transcendencia, en la posibilidad de que haya algo más allá. Todo lo
que hagamos tendrá un fin. Que cada uno elija la que le parezca más oportuna.
2. EL HOMBRE COMO SER RACIONAL.
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Desde Aristóteles se ha entendido que lo que define al hombre
esencialmente es su capacidad racional. Es decir, el hombre es hombre si y
solo si, es racional. De esta manera la filosofía tradicional ha tendido a olvidar
su dimensión afectiva, sentimental o pasional. O cuando la ha tratado, lo ha
hecho de una manera negativa. Las pasiones o los sentimientos solo perturban
o confunden a la razón, al juicio y a las decisiones de la voluntad. Es decir, se
entiende que si uno actúa de manera impulsiva, o pasional y no piensa lo que
hace, normalmente terminará equivocándose.
Sin embargo, es innegable que somos un animal con sentimientos.
Hombre es el que construye edificios, teorías científicas o sistemas
axiomáticos utilizando su capacidad racional. Hombre es también el que se
enamora o el que se envilece con la guerra.
Pertenece a la misma especie humana el hombre que con su pasión
escribe un bello poema y el hombre que utilizando su razón fría y calculadora
crea campos de exterminio para eliminar a miles de personas en el menor
tiempo y con el menor coste posible.
Por tanto, no debe establecerse una división tan radical entre una
dimensión y otra. Ambas son humanas y pueden relacionarse.
2.1.
Las pasiones de la razón.
La razón ha llegado a determinar nuestra manera de de estar en el
mundo y de relacionarnos con las cosas. Además, en ella se han fundado
todos nuestros valores estéticos, políticos y morales. De hecho, los más
acérrimos defensores de la razón no se dan cuenta de que se entregan a ella y
la defienden con pasión.
Sin embargo, lo difícil es llegar a definir qué se entiende por razón.
Existen diversas formas de entender qué es eso de la razón.
a. Como facultad o capacidad de pensar y expresar con palabras el
pensamiento.
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b. Como un método con reglas claras y coherentes que nos permite
identificar y resolver problemas.
c. Como fundamento o prueba de lo que afirmamos o descubrimos.
Sería dar razones de por qué decimos lo que decimos.
d. Como instrumento para la vida. Es decir, como herramienta que nos
permite saber qué hacer y qué nos pasa en cada momento.
2.2.
Las razones de la pasión.
La pasión es originariamente lo contrario a la acción. Es decir, es una
forma de estar afectado padecer algo. De manera que el sujeto es paciente o
pasivo. Desde este punto de vista, el hombre siempre es “victima” de las
pasiones porque las sufre. En otro sentido, puede entenderse como: “cualquier
perturbación o afecto desordenado del espíritu”.
De esta manera, filosofías como la de los estoicos, tendieron a ver las
pasiones como algo negativo. Son algo asociado a la carencia de
entendimiento o de raciocinio. Mientras que la razón nos hace libres, las
pasiones no esclavizan porque nos arrastran. Por eso la razón debe dominar o
someter a las pasiones. Autores posteriores como Espinoza siguieron esta
línea planteando que las pasiones, (reducidas por él a tres: Alegría, tristeza y
deseo), enturbian la razón y generan las disputas.
Sin embargo, esto no ha sido siempre así, ya que filósofos cristianos
como San Agustín o filósofos muy racionalista como Kant no tuvieron problema
en asignar a las pasiones un papel en la vida del hombre. El primero entendía
que el amor (que es un sentimiento o una pasión), es fundamental para la
convivencia entre los seres humanos. De hecho, el gran mandamiento de la
doctrina de Jesucristo es el amor entre todos los hombres. El segundo, aún
negando la existencia del mundo metafísico, deja un espacio para la fe. La fe
es creencia ciega, creencia con pasión. Nadie puede dar pruebas racionales
para creer.
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Posteriormente, teorías como las del moral sense, representadas por
pensadores como Hutchenson o Hume, señalan la importancia de las pasiones
en el ámbito de la ética y de la moral. Cuando realizamos acciones
consideradas morales o emitimos juicios de valor para decir que tal o cual cosa
es buena o mala, no lo hacemos porque pensemos en qué es lo bueno o lo
malo. De hecho, no tenemos ninguna impresión de bondad o maldad. Vemos o
percibimos cualidades: Colores, olores, sabores, gustos. Pero no percibimos la
bondad o maldad. Si algo nos parece bueno o malo, lo es por el sentimiento de
agrado o desagrado que nos produce. Luego, la razón no tiene nada que ver
aquí. Lo que convierte a algo en moral y en última instancia en “racional”, a
partido de un sentimiento o una pasión. Por tanto: La razón es esclava de las
pasiones.
Otros movimientos como el romanticismo alemán destacarán el
importante papel de la pasión y el sentimiento a través de la poesía. De ahí se
ha vulgarizado la idea de lo romántico como aquello “afectado” o “cursi”. ¿Qué
hay de racional en cerrar candados en los puentes de una ciudad? ¿Acaso nos
ponemos a pensar cuando escribimos cartas de amor, en que lo escrito puede
llegar a ser ridículo? Pero lo escribimos.
Pero quizás el filósofo que más empeño puso en destruir esta
concepción de ser humano como única y exclusivamente racional fue F.
Nietzsche.
Según él, el mundo no es nada ordenado ni determinado. Sino algo cruel
satisfactorio, incierto, lleno de imprevistos, azaroso. En el que no podemos
anticipar cómo van a ir las cosas. Unas veces van bien, otras mal. ¿Qué orden
siguen? ¿Alguien lo sabe? Pero esto es algo que nos desconcierta. Y para eso,
lo que ha hecho el hombre ha sido “inventar” la existencia de un mundo
ordenado, ha inventado la razón, ha inventado los valores, que en muchos
casos son profundamente anti - vitales. Eso es lo que Nietzsche critica
duramente en el cristianismo. El haber rechazado todo lo instintivo que hay en
el ser humano para poder conseguir un objetivo (la salvación), la vida en otro
mundo, que según él sólo existe en el pensamiento y la razón humana. Que a
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su vez es otra invención. Un mundo perfecto que no es más que invención de
otra invención. Sin embargo, el principal culpable de todo no es el cristianismo,
sino las ideas de Platón que heredó. Él fue quien creó ese mundo perfecto que
no cambia, que permanece inmutable, el mundo de las ideas del que ya hemos
hablado.
Frente a eso, hay que aceptar la vida en la tierra tal y como viene.
Olvidar falsas ilusiones que solo son propias de hombres débiles. Saber
aprovechar lo bueno de la vida y oponerse a todos los valores que niegan la
vida en la tierra. Eso solo puede hacerlo quien toma conciencia de ello, quien
no desprecia lo instintivo, lo pasional, lo terreno. Es lo que Nietzsche define
como superhombre. La vida tiene riesgos y el superhombre los afronta. No se
resigna a vivir según unos ideales que le son impuestos. No vale “esconder la
cabeza en la arena de las cosas celestiales”.
Por último, hay que tener en cuenta que solo el afecto, solo los
sentimientos de pertenencia a un grupo, solo la valoración pasional de que los
demás son importantes para nosotros y nosotros para ellos, son los que dan
origen a que existan normas que permitan la convivencia. Luego la pasión o el
sentimiento no son tan despreciables. Lo negativo es no encauzarlos hacia el
bien, sino utilizar las pasiones negativas que todos tenemos para destruir al
otro.
3. EL HOMBRE COMO SER LIBRE.
Ora de las ideas generales sobre el hombre es que su naturaleza es
esencialmente libre. La autonomía o la dignidad del hombre radica
precisamente en ser libre frente al determinismo del resto de la naturaleza. Los
animales no pueden actuar de otra manera y las leyes de la naturaleza son las
que son, pero el hombre puede elegir cómo actuar.
La
libertad
puede
ser
entendida
de
diversas
formas:
como
autodeterminación, como posibilidad de elegir, como acto voluntario, como
liberación frente a algo o para hacer algo, como realización de una
necesidad.
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Estos diferentes modos dan pie a diferentes formas de libertad: privada o
personal, pública, política, social, de acción de palabra, de idea, moral etc.
Sin embargo, para poder tener o ejercer los diferentes tipos de libertad,
hay que tener cierto grado de conciencia individual o de a madurez. Nadie diría
que un niño de cinco años es libre en todos los sentidos.
A pesar de eso, ha habido a lo largo de la historia formas filosóficas que
han negado la libertad. Reciben el nombre de determinismos.
3.1.
El determinismo y sus clases.
De modo general, los determinismos sostienen que todo lo que en el
mundo ha sucedido, sucede y sucederá está fijado o establecido de antemano.
Es decir, que nada de eso puede suceder o acontecer de modo distinto a como
sucede.
Vamos a ver las distintas formas para detenernos luego en las dos que
filosóficamente son más importantes:
-
Determinismo cosmológico. Se basa en la creencia en un destino o
hado que ni siquiera los dioses pueden evitar o modificar. Al hombre
solo le queda acertarlo tal y como venga, aunque puede descubrirlo
recurriendo a la adivinación o a la magia.
-
Determinismo
religioso.
Tiene
su
origen
en
la
idea
de
predestinación según la cual una persona está condenada o salvada
de antemano. Es afirmado por el calvinismo porque si Dios es
omnipotente y omnipresente, conoce nuestro futuro. Si es así, sabe
lo que vamos a hacer y no somos libres porque no podemos
cambiarlo.
-
Económico. según Marx, nuestras circunstancias económicas
determinan lo que podemos hacer o no. Es evidente que una persona
que viva en un país desarrollado, tendrá más posibilidades que
alguien que vive en un país con hambruna.
3.2.
El determinismo psicológico.
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Este determinismo sostiene que todas nuestras acciones están
determinadas por motivos y por lo tanto nunca somos libres de querer o de
hacer lo que queremos y hacemos. Sin preferencia no hay elección. La
paradoja del asno de Buridán lo demuestra. Esta historia narra cómo el asno
murió de hambre porque no supo elegir entre dos montones de heno
exactamente iguales. Pero también, sin motivo no hay preferencia. Nosotros no
somos libres de ir al cine o al teatro, porque siempre hay un motivo más fuerte
para elegir uno u otro. La libertad es por tanto una ilusión. Spinoza dice que es
así porque la libertad no es más que el nombre que damos a aquellas acciones
que hacemos desconociendo los motivos por los que los hacemos, o en todo
caso, guiados por ellos. Para él, todo en la naturaleza es Dios, incluido el
comportamiento humano. Luego todo procede necesariamente de Dios. Y si
hay necesidad no hay libertad.
3.3.
El determinismo social.
Este
determinismo
mantiene
que
nuestro
comportamiento
está
determinado por la sociedad. Es decir, que hacemos lo que los demás hacen.
Los individuos aceptan las reglas del juego social y representan a lo largo de su
vida unos roles o papeles sociales que les exigen unas formas de
comportamiento, unas formas de hablar, unas formas de vestir, etc que
corresponden con el papel que le ha tocado representar en el teatro de su
sociedad. De hecho, ciertos científicos sociales sostienen que hay leyes para
predecir el comportamiento de un grupo social en el futuro analizando el
comportamiento de esa sociedad en el pasado y en el presente. Emile
Durhkeim demostró por ejemplo que es posible anticipar cosas como que los
católicos se suicidan menos que los protestantes, los casados menos que los
solteros etc. Y eso sigue pasando desde que él lo propuso en una obra
publicada en 1960.
3.4.
El desafío de la libertad.
Como posición intermedia entre la libertad absoluta y el absoluto determinismo,
está la que sostiene que la libertad es finita, pero es libertad a pesar de todo. Y
además estamos obligados a elegir porque como no tenemos la vida hecha, tenemos
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que elegir a cada momento. Incluso no elegir, la inacción, es ya una elección, la de
elegir no hacer nada. Además, no somos libres a la hora de elegir muchas cosas, pero
sí de responder de una manera u otra a lo que nos pasa. Además, lo peor de todo es
que si lo hacemos de manera libre, también somos responsables de las
consecuencias buenas o malas que se deriven de nuestros actos.
EJERCICIOS:
Lee detenidamente el siguiente texto y contesta las preguntas:
Los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que
son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que los determinan. Y por tanto,
su idea de libertad se reduce la desconocimiento de las causas de sus acciones; pues todo
esto que dicen de que las acciones humanas dependen de la voluntad, no son más que
palabras que no responden a idea alguna.
1. ¿No pueden mis acciones tener una causa y seguir siendo libres?
2. ¿Qué es la voluntad? ¿Puede mi voluntad ser la causa de mi conducta?
Contesta o realiza las siguientes cuestiones:
a. ¿tienen los animales vida interior o son pura exterioridad?
b. Elabora una lista de acciones supuestamente racionales y otra de acciones
supuestamente pasionales.
c. ¿Crees que la pasión debe estar sometida a la razón?
d. ¿qué entiendes tú por libertad?
e. ¿Una persona es también responsable de sus actos pasionales?
Explica que significan para ti las siguientes frases:
El sueño de la razón produce monstruos.
Es el corazón quien siente a Dios y no la razón. La fe es eso. Sentir a Dios en el
corazón.
El conocimiento nos hace libres y la ignorancia nos esclaviza.
Ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio. Contigo porque me matas y sin ti porque
me muero.
El amor es ciego.
Y así abrazando noble desengaño, vengo a juzgar que tengo tantas vidas como tiene
momentos cada año.
Lee detenidamente el siguiente texto:
Cuando cualquiera se empeñe en negarte que los hombres somos seres libres, te
aconsejo que te apliques la prueba del filósofo romano. En la antigüedad, un filósofo romano
discutía con un amigo que le negaba la libertad humana y aseguraba que todos los hombres no
tienen más remedio que hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle
estacazos por todo el cuerpo con toda su fuerza. El otro dijo: ¡para ya. No me pegues más! El
filósofo, sin dejar de pegarle contestó. ¿No dices que no soy libre y que lo que hago ahora no
tengo más remedio que hacerlo?
¿Te parece este argumento una prueba contundente de que existe libertad humana?
¿Por qué?
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