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Hannah Arendt
Los orígenes del totalitarismo.
LA OBRA
Los orígenes del totalitarismo (LOT) consta de tres partes: antisemitismo,
imperialismo, y totalitarismo. En las dos primeras, analiza los fenómenos que a su
juicio cristalizaron en el totalitarismo. Dedica la tercera parte a una descripción del
fenómeno del totalitarismo como algo esencialmente distinto a cualquier otra forma
de dominación.
Según cuenta la propia Arendt, empezó el manuscrito de LOT en 1945, y lo terminó
en 1949. Se publicó por primera vez en 1951, con un prólogo firmado un año antes. En
1958 apareció una segunda edición donde se realizaron las siguientes correcciones:
1. Revisó la tercera parte y el último capítulo de la segunda parte, por la nueva
información obtenida a partir de los documentos de Nuremberg y, también,
por las nuevas informaciones que aparecieron sobre el régimen de Stalin
2. Eliminó por “inconclusas”, según sus propias palabras, las “Observaciones
concluyentes” finales, que sustituyó precisamente por el capítulo al que
pertenecen los textos que vamos a leer: “Ideología y terror”
3. Añadió un epílogo que analizaba la introducción del sistema ruso en los
países satélites de la Unión soviética y hacía un breve examen de la
revolución húngara de 1956.
La tercera edición de la obra, de 1966, eliminó el epílogo y añadió un prólogo
específico para la tercera parte. Finalmente, en 1967 escribió sendos prólogos para las
partes primera y segunda que se publicarían en la edición de 1968.
Cuando Arendt analiza los orígenes del totalitarismo lo hace con intención
genealógica, y no de determinación causal. Señalar el origen de un acontecimiento no
permite establecer lo que emergerá de ese origen; a diferencia de la causa, que va
ligada a su efecto, el origen no tiene sentido si no es vinculado al acontecimiento. La
explicación genealógica, que es la apropiada para los asuntos de la Historia, indaga en
los acontecimientos y se remonta a su origen como su germen, no como su causa
necesaria. Por eso la Historia no permite hacer predicciones, y no nos lleva a entender
las causas ni a evitar o provocar un nuevo acontecimiento, como sí ocurre con la
explicación científica. Y, por eso, el propósito de Arendt en LOT es sólo comprender.
Textos para el comentario.
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LOS ORÍGENES DEL
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Selección del capítulo 13.
«Ideología
gobierno»
y
terror:
una
nueva
forma
de
En los capítulos precedentes hemos recalcado repetidas veces que no sólo los
medios de dominación total son más drásticos, sino que el totalitarismo difiere
esencialmente de otras formas de opresión política que nos son conocidas, como el
despotismo, la tiranía y la dictadura. Allí donde se alzó con el poder desarrolló
instituciones políticas enteramente nuevas y destruyó todas las tradiciones sociales,
legales y políticas del país. Fuera cual fuera la tradición específicamente nacional o
la fuente espiritual específica de su ideología, el Gobierno totalitario siempre
transformó a las clases en masas, suplantó el sistema de partidos no por la
dictadura de un partido, sino por un movimiento de masas, desplazó el centro del
poder del Ejército a la Policía y estableció una política exterior abiertamente
encaminada a la dominación mundial. Los Gobiernos totalitarios conocidos se han
desarrollado a partir de un sistema unipartidista; allí donde estos sistemas se
tornaron verdaderamente totalitarios comenzaron a operar según un sistema de
valores tan radicalmente diferente de todos los demás que ninguna de nuestras
categorías tradicionales legales, morales o utilitarias conforme al sentido común
pueden ya ayudarnos a entendernos con ellos, o a juzgar o predecir el curso de sus
acciones.
Para Arendt el totalitarismo es una forma de dominación completamente distinta a
cualquier otra habida hasta el momento en la Historia; despotismo, tiranía y dictadura
son también formas de dominación política, pero el fenómeno totalitario es otra cosa.
Y la diferencia es esencial.
¿Qué es lo que hace al totalitarismo esencialmente distinto?
•
Desarrolla instituciones políticas nuevas y destruye todas las tradiciones
sociales, legales y políticas
•
Transforma las clases en masas
•
No sustituye un sistema de partidos por una dictadura de partido único, sino
por un movimiento de masas
•
El centro del poder deja de estar en el ejército y pasa a manos de la policía
(las SS son servicios de inteligencia, no son un órgano militar sino policial)
•
La política exterior tiene por objeto la dominación mundial
Finalmente Arendt señala que los totalitarismos han surgido siempre de sistemas de
partido único, y que el sistema de valores de un modelo totalitario es tan diferente a
cualquier otro que haya existido nunca, que nos resulta imposible comprenderlo desde
nuestros conceptos morales, legales o utilitarios; el sentido común no puede
ayudarnos a entenderlo, ni a juzgarlo, ni a predecir a dónde conducirá.
Es precisamente porque se trata de un fenómeno que escapa a la comprensión por
lo que Arendt va a intentar "comprender", en el sentido de reconciliarnos con un
mundo donde estas cosas son posibles, el fenómeno.
Si es cierto que pueden hallarse elementos de totalitarismo remontándose en la
Historia y analizando las implicaciones políticas de lo que habitualmente
denominamos la crisis de nuestro siglo, entonces es inevitable la conclusión de que
esta crisis no es una simple amenaza del exterior, no simplemente el resultado de
una agresiva política exterior, bien de Alemania o de Rusia, y que no desaparecerá
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con la muerte de Stalin más de lo que desapareció con la caída de la Alemania nazi.
Puede ser incluso que los verdaderos predicamentos de nuestro tiempo asuman su
forma auténtica – aunque no necesariamente la más cruel- sólo cuando el
totalitarismo se haya convertido en algo del pasado.
Es en la línea de tales reflexiones donde cabe suscitar la cuestión de si el
Gobierno totalitario, nacido de esta crisis y, al mismo tiempo, su más claro y único
síntoma inequívoco, es simplemente un arreglo temporal que toma sus métodos de
intimidación, sus medios de organización y sus instrumentos de violencia del bien
conocido arsenal político de la tiranía, el despotismo y las dictaduras, y debe su
existencia sólo al fallo deplorable, pero quizás accidental, de las fuerzas políticas
tradicionales -liberales o conservadoras, nacionales o socialistas, republicanas o
monárquicas, autoritarias o democráticas. O si, por el contrario, existe algo tal como
la naturaleza del Gobierno totalitario, si posee su propia esencia y puede ser
comparado con otras formas de Gobierno, que el pensamiento occidental ha
conocido y reconocido desde los tiempos de la filosofía antigua, y definido como
ellas. Si esto es cierto, entonces las formas enteramente nuevas y sin precedentes
de la organización totalitaria y su curso de acción deben descansar en una de las
pocas experiencias básicas que los hombres pueden tener allí donde viven juntos y
se hallan ocupados por los asuntos públicos. Si existe una experiencia básica que
halla su expresión política en la dominación totalitaria, entonces, a la vista de la
novedad de la forma totalitaria del Gobierno, debe ser ésta una experiencia que,
por la razón que fuere, nunca ha servido anteriormente para la fundación de un
cuerpo político y cuyo talante general -aunque pueda resultar familiar en cualquier
otro aspecto- nunca ha penetrado y dirigido el tratamiento de los asuntos públicos.
[...]
Aunque podemos remontarnos a la Historia para encontrar elementos del
totalitarismo, el gobierno totalitario ha nacido de la llamada crisis de nuestro siglo, de
hecho, el totalitarismo es la propia crisis de nuestro siglo. Pero habría dos formas de
interpretarlo:
a) Como algo coyuntural, algo que debe su existencia a que han fallado nuestras
formas tradicionales de organización política, y a que ese fallo ha provocado
que hayamos vuelto a utilizar instrumentos de violencia que ya se conocían
históricamente (porque ha habido antes tiranías, gobiernos despóticos y
dictaduras)
b) el gobierno totalitario es algo completamente distinto, no es una forma
exacerbada de esas anteriores formas de intimidación etc, sino algo con una
esencia propia...
La política para Arendt, como vida activa, se hace allí donde los hombres viven
juntos y están ocupados en asuntos públicos, y descansa en las experiencias básicas
de esos hombres. De modo que el totalitarismo, como algo enteramente nuevo (Arend
es partidaria de la segunda de las opciones citadas), debe de descansar sin duda
sobre alguna experiencia enteramente nueva y sin precedentes, una experiencia que
nunca antes ha dado lugar a un cuerpo político.
En lugar de decir que el Gobierno totalitario carece de precedentes, podríamos
decir también que ha explotado la alternativa misma sobre la que se han basado en
filosofía política todas las definiciones de la esencia de los Gobiernos, es decir, la
alternativa entre el Gobierno legal y el Ilegal, entre el poder arbitrario y el legítimo.
Nunca se ha puesto en tela de juicio que el Gobierno legal y el poder legítimo, por
una parte, y la ilegalidad y el poder arbitrario, por otra, se correspondían y eran
inseparables. Sin embargo, la dominación totalitaria nos enfrenta con un tipo de
Gobierno completamente diferente. Es cierto que desafía todas las leyes positivas,
incluso hasta el extremo de desafiar aquellas que él mismo ha establecido (como en
el caso de la Constitución soviética de 1936, por citar sólo el ejemplo más
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sobresaliente) o de no preocuparse de abolirlas (como en el caso de la Constitución
de Weimar, que el Gobierno nazi jamás revocó). Pero no opera sin la guía del
derecho ni es arbitrario porque afirma que obedece estrictamente a aquellas leyes
de la Naturaleza o de la Historia de las que, supuestamente, proceden todas las
leyes positivas.
Arendt entiende que el gobierno totalitario carece de precedentes en el sentido de
que es algo enteramente nuevo; pero esto se puede decir también de otra manera: ha
hecho saltar en pedazos lo que hasta ahora se entendía como la esencia de cualquier
cuerpo político: la diferencia entre lo legal y lo ilegal, el poder arbitrario y el legítimo.
Lo legal es lo legítimo, y lo arbitrario y lo ilegal ilegítimo.
Pensemos por ejemplo en el modo en que de Locke para acá hemos entendido la
esencia de un gobierno legítimo: aquel en que los ciudadanos renuncian a usar su
poder arbitrariamente (como mejor convenga a su interés y juicio particular) y
aceptan que el poder sólo se ejerza bajo el imperio de leyes aceptadas por la mayoría.
Es pues la legalidad lo que distingue un gobierno legítimo; sabemos que un gobierno
es ilegítimo cuando se sitúa al margen de la ley.
Pues bien, señala Arendt que esta diferencia entre lo legal y lo ilegal que nos
permite tener un criterio sobre lo legítimo y lo que no lo es, salta en pedazos en un
gobierno totalitario.
El gobierno totalitario desafía todas las leyes positivas, incluso las que él mismo
crea. Menciona como ejemplo la constitución soviética del 36, también llamada la
constitución de Stalin1, en cuyo texto se defendían los derechos humanos; el régimen
estalinista, sin embargo, ejerció el poder al margen de sus propias leyes. Otro ejemplo
es el de la constitución de Weimar (que también reconocía derechos de los
trabajadores y estaba en la línea del llamado estado del bienestar) que los nazis ni
siquiera se tomaron la molestia de abolir
El hecho es que aquí no importa la ley positiva, porque en los totalitarismos se
sigue una ley superior, una ley de la Naturaleza o de la Historia: la superioridad de la
raza aria en el caso del nazismo, y la de una sociedad sin clases en el caso del
estalinismo, y en ambos casos se entiende como algo inexorable.
Esta es la monstruosa y sin embargo aparentemente incontestable reivindicación
de la dominación totalitaria, que, lejos de ser «ilegal», se remonta a las fuentes de
la autoridad de las que las leyes positivas reciben su legitimación última, que, lejos
de ser arbitraria, es más obediente a esas fuerzas suprahumanas de lo que
cualquier Gobierno lo fue antes y que, lejos de manejar su poder en interés de un
solo hombre, está completamente dispuesta a sacrificar los vitales intereses
inmediatos de cualquiera a la ejecución de lo que considera ser la ley de la Historia
o la ley de la Naturaleza. Su desafío a las leyes positivas afirma ser una forma más
elevada de legitimidad, dado que, inspirada por las mismas fuentes, puede dejar a
un lado esa insignificante legalidad. La ilegalidad totalitaria pretende haber hallado
un camino para establecer la justicia en la Tierra -algo que, reconocidamente, jamás
podría alcanzar la legalidad del derecho positivo. La discrepancia entre la legalidad
y la justicia jamás puede ser salvada, porque las normas de lo justo y lo injusto en
las que el derecho positivo traduce su propia fuente de autoridad -«el derecho
natural» que gobierna a todo el Universo o ley divina revelada en la historia
humana, o costumbres y tradiciones que expresan el derecho común a los
sentimientos de todos los hombres- son necesariamente generales y deben ser
1 Al parecer, esta constitución otorgaba muchos más derechos que la legislación anterior, y desde luego
muchos más que los de cualquier otra constitución del mundo: elección directa de todos los órganos
de gobierno por sufragio universal, colectivización de los medios de producción, derecho al trabajo y al
descanso, jornada de laboral en función de la penosidad del trabajo: siete, seis y cuatro horas,
vacaciones anuales pagadas, derechos económicos en la vejez y si se pierde el empleo, derecho a la
educación gratuita y la sanidad, etc...
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válidas para un incontable e imprevisible número de casos, de forma tal que cada
uno individual concreto con su irrepetible grupo de circunstancias se escapa a esas
normas de alguna manera.
Los estados totalitarios no se tienen a sí mismos por ilegales, sino que pretenden
obedecer una legalidad suprahumana (Ver el comentario al párrafo anterior.)
El totalitarismo no utiliza el poder en beneficio de un sólo hombre (como podría
hacer una dictadura, despotismo o tiranía) sino que es capaz de sacrificarlo TODO por
una ley de la Naturaleza o de la Historia (lo primero describiría el nazismo según
Arendt, lo segundo el estalinismo)
El derecho positivo es una legalidad insignificante frente a la ley de la Naturaleza y
de la Historia que los totalitarismos consagran.
Se parte de que no es posible un derecho positivo que consiga la justicia en la tierra
utilizando el siguiente razonamiento:
a) Las leyes han de ser necesariamente generales, para que resulten aplicables a
un incontable número de casos.
b) Cada caso y cada persona son diferentes.
c) Resulta entonces que, al aplicar la ley general al caso particular, la injusticia es
inevitable.
Así que parece mucho mejor interpretar directamente las leyes naturales y de la
historia para cada caso, que pretender una ley positiva que a la hora de ser aplicada
se muestra a menudo ineficaz para el caso particular... El derecho positivo no tiene
ningún sentido.
La ilegalidad totalitaria, desafiando la legitimidad y pretendiendo establecer el
reinado directo de la justicia en la Tierra, ejecuta la ley de la Historia o de la
Naturaleza sin traducirla en normas de lo justo y lo injusto para el comportamiento
individual. Aplica directamente la ley a la Humanidad sin preocuparse del
comportamiento de los hombres. Se espera que la ley de la Naturaleza o la ley de la
Historia, si son adecuadamente ejecutadas, produzcan a la Humanidad como su
producto final; y esta esperanza alienta tras la reivindicación de dominación global
por parte de todos los Gobiernos totalitarios. La política totalitaria afirma
transformar a la especie humana en portadora activa e infalible de una ley, a la que
de otra manera los seres humanos sólo estarían sometidos pasivamente y de mala
gana. Si es cierto que el lazo entre los países totalitarios y el mundo civilizado
quedó roto a través de los monstruosos crímenes de sus regímenes, también es
cierto que esta criminalidad no fue debida a la simple agresividad, a la
insensibilidad, a la guerra y a la traición, sino a una consciente ruptura de ese
consensus iuris que, según Cicerón, constituye a un «pueblo» y que, como derecho
internacional, ha constituido en los tiempos modernos al mundo civilizado en tanto
permanezca como piedra fundamental de las relaciones internacionales, incluso
bajo las condiciones bélicas. Tanto el juicio moral como el castigo legal presuponen
este asentimiento básico; el criminal puede ser juzgado justamente sólo porque
participa en el consensus iuris, e incluso la ley revelada por Dios puede funcionar en
los hombres sólo cuando la escuchan y la aceptan.
Así, la "legalidad totalitaria" pretende establecer el reinado de la justicia en la tierra
sin intermedio de leyes positivas que resultan ser injustas, inapropiadas al caso...
porque no se puede hacer una traducción general que luego sirva para cada caso.
El objetivo es que la ley de la Naturaleza o de la Historia, si se ejecutan
correctamente, acabarán por producir la verdadera humanidad (raza superior,
humanidad sin clases), y de ahí el ansia de dominación global
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Según Cicerón, el pueblo, la posibilidad misma de la vida política, nace del
consensus iuris, de un acuerdo básico en relación con lo que se considera justo, y el
objetivo de este acuerdo es el bien común. El consensus iuris tendría su origen en la
idea fundamental de la ética según la cual, como decía Sócrates, "es mejor sufrir una
injusticia que causarla". Según Arendt, incluso en situación de guerra, la sociedad
civilizada es posible porque existe la posibilidad de ese consensus iuris, de ese
acuerdo en relación con lo que es justo. Tal es la base de las organizaciones políticas y
sociales.
Quien no admite esto, no admite la regla básica de la justicia y la moralidad.
En este punto surge a la luz la diferencia fundamental entre el concepto totalitario
del derecho y todos los otros conceptos. La política totalitaria no reemplaza a un
grupo de leyes por otro, no establece su propio consensus iuris, no crea, mediante
una revolución, una nueva forma de legalidad. Su desafío a todo, incluso a sus
propias leyes positivas, implica que cree que puede imponerse sin ningún
consensus iuris y que, sin embargo, no se resigna al estado tiránico de ilegalidad,
arbitrariedad y temor. Puede imponerse sin el consensus iuris, porque promete
liberar a la realización de la ley de toda acción y voluntad humana; y promete la
justicia en la tierra porque promete hacer de la Humanidad misma la encarnación
de la ley. [...]
Precisamente el totalitarismo se impone sin ningún consensus iuris, y en ese sentido
es la negación misma de la posibilidad de una vida política tal como la entiende
Arendt. El totalitarismo desafía incluso sus propias leyes, no se entiende la justicia
como el resultado de un acuerdo plural, porque la ley no procede de la voluntad
humana, sino de la propia lógica de la naturaleza y de la historia (La ideología
entendida como la lógica de una idea), y la justicia no consiste en establecer consenso
alguno sino en hacer de la humanidad la encarnación misma de esa ley suprema.
En la interpretación del totalitarismo, todas las leyes se convierten en leyes de
movimiento. Cuando los nazis hablaban sobre la ley de la Naturaleza o cuando los
bolcheviques hablan sobre la ley de la Historia, ni la Naturaleza ni la Historia son ya
la fuente estabilizadora de la autoridad para las acciones de los hombres mortales;
son movimientos en sí mismas. Subyacente a la creencia de los nazis en las leyes
raciales como expresión de la ley de la Naturaleza en el hombre, se halla la idea
darwiniana del hombre como producto de una evolución natural que no se detiene
necesariamente en la especie actual de seres humanos, de la misma manera que la
creencia de los bolcheviques en la lucha de clases como expresión de la ley de la
Historia se basa en la noción marxista de la sociedad como producto de un
gigantesco movimiento histórico que corre según su propia ley de desplazamiento
hasta el fin de los tiempos históricos, cuando llegará a abolirse por sí mismo.
Aparece en este fragmento la idea de las leyes como movimiento, no como marco
estabilizador de la sociedad. Las concepciones clásicas del derecho que entendían que
el derecho positivo deriva de un derecho natural o divino, admitían que las leyes
positivas son cambiantes según las circunstancias históricas concretas en que se
promulgan, pero que constituyen factores estabilizadores de las sociedades humanas,
su objetivo es conseguir sociedades equilibradas en las que reine la seguridad
jurídica2, en las que los individuos sepan a qué atenerse con la ley.
2 La seguridad jurídica es un principio del Derecho universalmente reconocido que de algún
modo representa la garantía dada a los individuos por el Estado. Consiste en la seguridad
que el estado proporciona en relación con que el sistema jurídico establece claramente lo
que está prohibido, mandado o permitido, de modo que en cualquier momento la ciudadanía
tiene un modo de saber si será o no perseguida por sus actos. La garantía de la seguridad
jurídica tiene que ver con la claridad y certeza de las leyes, y también con su publicidad. Los
totalitarismos no garantizan ninguna clase de seguridad jurídica.
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La concepción totalitaria de las ley no es esa. La ley, como ley de la naturaleza en
permanente cambio y evolución, o como ley de la Historia también cambiante, es ella
misma ley del movimiento. Por eso en los totalitarismos no se da seguridad jurídica
alguna.
La diferencia entre el enfoque histórico de Marx y el enfoque naturalista de
Darwin ha sido frecuentemente señalada, usual y certeramente en favor de Marx.
Esto nos ha llevado a olvidar el gran interés positivo que tuvo Marx por las teorías
de Darwin; Engels no pudo concebir mejor elogio para los logros investigadores de
Marx que el de llamarle el «Darwin de la Historia» . Si se consideran, no los
auténticos logros, sino las filosofías básicas de ambos hombres, resulta que, en
definitiva, el movimiento de la Naturaleza y el movimiento de la Historia son uno y
el mismo. La introducción de Darwin al concepto de la evolución en la Naturaleza,
su insistencia en que, al menos en el campo de la Biología, el movimiento natural
no es circular, sino unilineal, desplazándose en una dirección indefinidamente
progresiva, significa en realidad que la Naturaleza, como si dijéramos, está siendo
arrastrada en la Historia, que a la vida natural se la considera histórica. La ley
«natural» de la supervivencia de los más aptos es, pues, una ley histórica, y puede
ser utilizada tanto por el racismo como por la ley marxista de las clases más
progresistas. La lucha de clases de Marx, por otra parte, como fuerza impulsora de
la Historia es sólo la expresión exterior de la evolución de las fuerzas productivas,
que a su vez tienen su origen en el «poder de trabajo» de los hombres. El trabajo,
según Marx, no es una fuerza histórica, sino una fuerza natural -biológica- liberada a
través del «metabolismo del hombre con la Naturaleza», por la que conserva su
vida individual y reproduce la especie. Engels advirtió muy claramente la afinidad
entre las concepciones básicas de los dos hombres, porque comprendió el papel
decisivo que desempeñaba en ambas teorías el concepto de la evolución [...]
El propio Engels, en su discurso frente a la tumba de Marx, comparó a éste con
Darwin. Engels se refería a la importancia de sus descubrimientos: después de Darwin
se comprende la lógica interna de la evolución de las especies; Marx nos hace
comprender la lógica interna de la evolución histórica humana. 3
En la interpretación arendtiana de este "darwinismo de Marx", lo que la autora hace
es señalar el peligro de considerar la evolución natural o la evolución histórica como
leyes inexorables. Porque entonces se convierten en ideología que sustituye todo
pensamiento y toda acción política, y ahí encontraríamos el origen del totalitarismo.
Podríamos hacer del darwinismo una interpretación diferente a la arendtiana.
Darwin planteaba efectivamente el carácter lineal de la evolución, pero eso no implica
necesariamente que se encamine hacia un fin; de hecho, la crítica que suele recibir el
evolucionismo por quienes quieren negar su carácter científico es su incapacidad de
hacer predicciones. Y eso mismo es lo que le sucede a la Historia. Un historiador,
3 Este es un fragmento del discurso que Engels pronunció en el cementerio londinense de
Highgate el 17 de marzo de 1883: Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la
naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho,
tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer
lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte,
religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y
por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una
época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las
concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y
con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se
había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que
mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él . El
descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las
investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos
socialistas, habían vagado en las tinieblas.
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gracias a sus conocimientos de los hechos pasados, y con el auxilio de otras ciencias
sociales como la sociología la antropología y hasta la psicología, puede conocer los
mecanismos de la historia y puede comprender el pasado, y a menudo los
historiadores son consultados sobre qué creen que ocurrirá en tal o cual conflicto
actual, pero la Historia no es una ciencia exacta, es una ciencia social que depende de
las decisiones que la humanidad adopta. Tenía razón Marx al apuntar que esas
decisiones se toman en unas circunstancias materiales concretas, como la evolución
de las especies responde a mecanismos que funcionan en circunstancias concretas,
pero son tan complejas y están además tan mediatizadas por la capacidad de acción
humana, que son impredecibles con exactitud.
Con todo, es cierto que el marxismo ofrece una concepción determinista de la
Historia y reivindica un carácter científico para sus predicciones. Y eso es lo que critica
Arendt.
Por Gobierno legal entendemos un cuerpo político en el que se necesitan leyes
positivas para traducir y realizar el inmutable ius naturale o los mandamientos
eternos de Dios en normas de lo justo y lo injusto. Sólo en estas normas, en el
cuerpo de leyes positivas de cada país, pueden lograr su realidad política el ius
naturale o los mandamientos de Dios. En el cuerpo político del Gobierno totalitario
este lugar de las leyes positivas queda ocupado por el terror total, que es concebido
para traducir a la realidad la ley del movimiento de la Historia o de la Naturaleza.
De la misma manera que las leyes positivas, aunque definen transgresiones, son
independientes de ellas – la ausencia de delitos en cualquier sociedad no torna
superfluas a las leyes, sino que, al contrario, significa su más perfecto gobierno-, así
el terror en el Gobierno totalitario ha dejado de ser un simple medio para la
supresión de la oposición, aunque es también utilizado para semejantes fines. El
terror se convierte en total cuando se torna independiente de toda oposición;
domina de forma suprema cuando ya nadie se alza en su camino. Si la legalidad es
la esencia del Gobierno no tiránico y la ilegalidad es la esencia de la tiranía,
entonces el terror es la esencia de la dominación totalitaria.
Se suele entender que un gobierno legal es un gobierno en el que son necesarias
leyes positivas para traducir las supuestas leyes naturales (de lo que es naturalmente
justo o injusto, o de lo ordenado por Dios... aunque hay que recordar que Arendt no es
iusnaturalista, pues tiene una concepción de la vida humana más parecida a la
existencialista, pero orientada por la idea de la necesidad de alcanzar consensos
desde la propia libertad, haciendo un mundo común, construyendo un sentido común
sin renunciar a las ideas particulares...)
Pues bien, los totalitarismos, ni siquiera necesitan esas leyes positivas. Su lugar lo
ocupa el terror total, y con él se traducen las leyes de la naturaleza y de la historia. El
terror totalitario se usa para acabar con la oposición, pero es algo más que un medio
para ello, es absoluto, independiente de que haya o no oposición. Eso distingue el
totalitarismo de las tiranías: en un gobierno legal impera la legalidad, en una tiranía la
ilegalidad, en el totalitarismo el terror.
El terror es la realización de la ley del movimiento; su objetivo principal es hacer
posible que la fuerza de la Naturaleza o la Historia corra libremente a través de la
Humanidad sin tropezar con ninguna acción espontánea. Como tal, el terror trata de
«estabilizar» a los hombres para liberar a las fuerzas de la Naturaleza o de la
Historia. Es este movimiento el que singulariza a los enemigos de la Humanidad
contra los cuales se desata el terror, y no puede permitirse que ninguna acción u
oposición libres puedan obstaculizar la eliminación del «enemigo objetivo» de la
Historia o de la Naturaleza, de la clase o de la raza. La culpa y la inocencia se
convierten en nociones sin sentido; «culpable» es quien se alza en el camino del
proceso natural o histórico que ha formulado ya un juicio sobre las «razas
inferiores», sobre los «individuos incapaces de vivir», Sobre las «clases moribundas
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y los pueblos decadentes». El terror ejecuta estos juicios, y ante su tribunal todos
los implicados son subjetivamente inocentes; ‘los asesinados porque nada hicieron
contra el sistema, y los asesinos porque realmente no asesinan, sino que ejecutan
una sentencia de muerte pronunciada por algún tribunal superior. Los mismos
dominadores no afirman ser justos o sabios, sino sólo que ejecutan leyes históricas
o naturales; no aplican leyes, sino que ejecutan un movimiento conforme a su ley
inherente. El terror es legalidad si la ley es la ley del movimiento de alguna fuerza
supranatural, la Naturaleza o la Historia.
Para Arendt, el terror es el principio de los gobiernos totalitarios. El terror sustituye
a la ley porque los totalitarismos no son formas de organización política que persigan
un fin, son movimiento permanente, pretenden ser la realización continua de la ley de
la Naturaleza o de la Historia. En un contexto de los sistemas democráticos en los que
la distinción entre legalidad y legitimidad tiene sentido, las leyes son un instrumento
de estabilización. Pero en el totalitarismo no se persigue estabilización alguna, y el
gobierno de la ley es por ello sustituido por el gobierno del terror. El terror, además,
tiene un efecto devastador: la desolación. Aisla a los individuos y destruye las
posibilidades de ejercicio de la acción política.
El dictador es alguien que tiene el poder de hacer lo que quiera. El gobernante
totalitario afirma obedecer leyes que están por encima incluso de él mismo, se
considera la encarnación de esa ley superior, de esa fuerza suprahumana que es la
naturaleza o la historia; y su medio es el terror.
El terror, como ejecución de una ley de un movimiento cuyo objetivo último no es
el bienestar de los hombres o el interés de un solo hombre, sino la fabricación de la
Humanidad, elimina a los individuos en favor de la especie, sacrifica a las «partes»
en favor del «todo». La fuerza supranatural de la Naturaleza o de la Historia tiene su
propio comienzo y su propio final, de forma tal que sólo puede ser obstaculizada por
el nuevo comienzo y el final individual que constituyen en realidad la vida de cada
individuo.
El objetivo no es satisfacer a un hombre (el dictador o el déspota) sino fabricar una
humanidad nueva conforma a las leyes de la naturaleza o de la historia. Por eso
elimina a los individuos (en los campos de concentración se deshumaniza, se impide
incluso el espacio vital necesario para construir un mundo común, se hace a cada uno
sentir que ha perdido su yo, se le hace especimen, porque la individualidad, la
diversidad, pone en peligro, obstaculiza la fuerza supranatural de la Naturaleza o de la
Historia. Por eso el teror es útil.
Para dominar a los individuos, es necesario despojarlos de su condición humana,
reducirlos al estado de cosa o instrumento, negarles la capacidad de juzgar, y eso
exige una preparación que los haga igualmente aptos para ser ejecutores que para ser
víctimas: esta doble preparación es lo que Arendt denomina LA IDEOLOGÍA.
Señala Victoria Camps en su conferencia "Hannah Arendt: la moral como
integridad", que la ética arendtiana habla precisamente de la necesidad de juzgar, de
salirse fuera del engranaje, de decir "yo no puedo hacer esto ni vivir con quienes lo
hacen", de seguir siendo persona. Lo que no significa que sea fácil.
En el Gobierno constitucional las leyes positivas están concebidas para erigir
fronteras y establecer canales de comunicación entre hombres cuya comunidad
resulta constantemente amenazada por los nuevos hombres que nacen dentro de
ella. Con cada nuevo nacimiento nace un nuevo comienzo, surge a la existencia
potencialmente un nuevo mundo. La estabilidad de las leyes corresponde al
constante movimiento de todos los asuntos humanos, un movimiento que nunca
puede tener final mientras los hombres nazcan y mueran. Las leyes cercan a cada
nuevo comienzo y al mismo tiempo aseguran su libertad de movimientos, la
potencialidad de algo enteramente nuevo e imprevisible; las fronteras de las leyes
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TOTALITARISMO
LOS ORÍGENES DEL
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positivas son para la existencia política del hombre lo que la memoria es para su
existencia histórica: garantizan la preexistencia de un mundo común, la realidad de
una continuidad que trasciende al espacio de vida individual de cada generación,
absorbe todos los nuevos orígenes y se nutre de ellos [...]
En cambio, en un gobierno constitucional, las leyes positivas -nacidas del consensus
iuris, del sentido común, del mundo común, del acuerdo entre los individuosestablecen canales de comunicación entre los hombres. Pero no es fácil, porque no
hay nada establecido por naturaleza, y cada nuevo nacimiento es potencialmente un
nuevo mundo, de modo que las leyes deben ser de tal manera que a la vez que
aseguren la libertad de movimientos de cada nuevo ser que nace, establezcan ciertos
límites. Porque sólo así es posible la existencia de ese mundo común. Necesitamos
leyes para existir políticamente del mismo modo que necesitamos la memoria para
existir históricamente.
Arendt es en eso conservadora; lo expresa claramente en un escrito titulado "la
crisis de la educación" en el que sostiene que la educación debe ser conservadora
porque debe ser capaz de conservar de la tradición lo que ha de ser conservado. El
adulto que piensa que todo está mal se pone en la situación del joven rebelde, en
lugar de asumir su papel de adulto que ha de saber distinguir entre lo que merece ser
conservado y lo que no. Eso es signo de responsabilidad y amor al mundo. (El mundo
es lo construido por nosotros, algo más que la tierra natural, y necesitamos un mundo
en el que asentar nuestra libertad, un mundo en el que nacer)
Tal como señala Fina Birulés en "Los Orígenes del totalitarismo, una realidad que
escapa a la comprensión", para el totalitarismo es preferible la incredulidad a la fe: el
sujeto ideal para el totalitarismo no es el nazi convencido, sino el individuo para el que
ya no existe la realidad de la experiencia ni distingue entre hecho y ficción.
Esta idea se refleja espléndidamente en la novela "1984" de G. Orwell, cuando el
protagonista acaba reconociendo que el enunciado 2+2=5 es verdadero porque la
verdad no es lo que el intelecto dice, ni lo que perciben los sentidos, sino lo que el
partido dice, y no se puede saber qué es lo que va a decir en cada momento. No hay
que creer nada, hay que dejar de creer para obedecer, hay que dejar de
pensar. El propósito de la educación totalitaria no es inculcar convicciones sino
destruir la capacidad de crear alguna.
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