1 PARA LEER A DESCARTES El Discurso del método.

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PARA LEER A DESCARTES
El Discurso del método.- En el año 1637 el público francés conoce la primera obra de
Descartes. Estaba formada por una introducción metodológica y la aplicación práctica de las ideas
contenidas en esa introducción, ejemplificadas en los “Ensayos de este método”: propongo a tal
efecto un método general que, en verdad, no enseño, sino del que trato de dar pruebas por los tres
tratados siguientes. Estos tratados son la Dióptrica, los Meteoros y la Geometría, extraídos de su
Tratado del mundo.
La Introducción es lo que ha pasado a la posteridad filosófica como “Discurso del método”.
Está formada por seis discursos, poco relacionados entre sí, que recogen temas de sus
preocupaciones juveniles (aún en el paradigma renacentista) y las nuevas perspectivas adoptadas
después por Descartes: el mecanicismo y la nueva ciencia. Tras escribir el Tratado del mundo
(1633) y no darlo a conocer por temor a verse envuelto en los problemas con la Iglesia que Galileo
estaba teniendo en esos momentos, pues en esa obra también Descartes adoptaba la teoría de una
Tierra móvil, tiene muy claro qué hay de rechazable en sus ideales juveniles (temas típicamente
renacentistas como el alma del mundo, las fuerzas ocultas, etc.) y cuál ha de ser el camino a
emprender, distinguiendo claramente entre las “ciencias ordinarias” (subsumibles en el mecanicismo
y aptas para la utilización en ellas de la matemática) y las “ciencias curiosas”: “En cuanto a las
ciencias, que no son más que los juicios verdaderos que apoyamos sobre algún conocimiento que
los precede, unas derivan de las cosas comunes y de las que todo el mundo ha oído hablar, y otras
de experiencias extrañas y estudiadas. Y afirmo que sería imposible recorrer en particular estas
últimas, pues sería necesario, en primer lugar, haber buscado todas las hierbas y las piedras que
vienen de las Indias, haber visto a Fénix y, en breves palabras, sería necesario no ignorar nada de
todo lo que hay de más extraño en la naturaleza”. El Discurso del método es, en cierto modo, un
“texto publicitario” del programa mecanicista y de los ideales de la nueva ciencia, tal como en este
momento de su vida son concebidos por Descartes. En él cuenta el camino que le condujo hacia
ellos, un camino que no es sino su evolución intelectual, su propia biografía, eso sí,
convenientemente “retocada”: Estaré satisfecho con hacer ver, en este discurso, cuáles son los
caminos que he seguido, y con representar mi vida como en un cuadro, a fin de que cada uno pueda
juzgar. He subrayado la expresión “como en un cuadro” porque, al igual que en éste las pinceladas
posteriores eliminan, ocultan las anteriores, en este relato presuntamente autobiográfico Descartes
oculta sus búsquedas infructuosas, sus fracasos, sus caminos juveniles equivocados, transformando
este hecho en un principio metodológico fundamental: la absoluta necesidad, como primer paso, de
revisar y poner a prueba todos los conocimientos adquiridos; es decir: partir de cero, como él ha
hecho, según afirma.
La segunda prioridad del Discurso es dar a conocer el método por él empleado y los frutos
obtenidos de su empleo: el criterio de verdad (las ideas claras y distintas) y la demostración de las
tres sustancias: la infinita (Dios), la pensante (res cogitans – pensamiento) y la extensa (res extensa
– extensión).
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COMENTARIOS SOBRE LOS FRAGMENTOS PROPUESTOS
Primera parte: En ella “se hallarán diferentes consideraciones acerca de las ciencias”. Se
refiere a las ciencias de la tradición escolástica de su tiempo, algunas de las cuales había aprendido
en el colegio jesuita de La Flèche. Todas, excepto las matemáticas, le decepcionaron, según la
versión que nos ofrece.
“El buen sentido es la cosa que mejor repartida (…), halle en esto un nuevo modo de
instruirme, que añadiré a los que acostumbro a emplear”.
De la razón, que se define como”la facultad de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo
falso”, se afirma que es igual en todos los seres humanos, aunque es evidente que pensamos de
modos distintos, lo que no puede deberse sino al hecho de que la usamos de modo diferente.
Solamente el empleo de un método, posible por la unicidad de la razón, garantizará su buen uso. Se
advierte desde el principio la opción cartesiana por la razón como fuente fiable de conocimiento,
quizá la única fuente. La razón es nuestra esencia humana, lo que nos distingue de los animales, y
de esa esencia no se puede tener más o menos (se es o no se es humano). Aunque expresándolo
en terminología aristotélica (si la razón es forma, el cuerpo será materia), Descartes no concibe al
ser humano como Aristóteles: para Descartes la unión del cuerpo y el alma no es sustancial; el ser
humano está formado por dos sustancias distintas, el cuerpo (res extensa) y el alma (res cogitans).
Termina afirmando que, a pesar de no ser especialmente inteligente, el empleo del método
hallado por él le ha permitido conducir su razón hacia un conocimiento firme.
“No es, pues, mi propósito enseñar aquÍ (…) sin ser nocivo para nadie y que todos
agradecerán mi franqueza”.
Sin embargo, no quiere imponer su método, sino exponerlo por si pudiera ser de provecho a
otros, aunque tiene la esperanza de que su aplicación produzca grandes resultados en el futuro.
“Me eduqué en las letras (…) que no había en el mundo doctrina alguna como la que
se me había prometido”.
Tiene la impresión de que los estudios realizados no le han servido para saber nada con
seguridad, a pesar de haberlos realizado en uno de los mejores colegios, con los mejores profesores
y de haberlos superado con éxito; la decepción fundamental proviene del hecho de que, frente a lo
que le habían prometido, el estudio de las letras no producía un conocimiento firme y seguro de
aquello que pudiera resultar útil para la vida. (De nuevo se advierte la “reinterpretación” de su vida:
Descartes aceptó muchos de los presupuestos del paradigma renacentista, incluido el de la
existencia de una “sabiduría universal”; el fracaso en su búsqueda es presentado aquí como falta de
solidez de los estudios realizados. Pero todo esto lo dice después de haber hallado lo que él cree un
procedimiento seguro: su método).
No dejaba por eso de estimar en mucho los ejercicios (…), ni por los artificios o la
presunción de los que profesan saber más de lo que realmente saben”.
Hace un repaso de las principales tareas de que se ocupó en el colegio: lenguas (latín y
griego), fábulas, historia, lecturas, oratoria, poesía, matemáticas, escritos sobre costumbres,
teología, filosofía, jurisprudencia, medicina, ciencias y pseudociencias. Algo bueno encuentra en
cada una de ellas, valorando positivamente incluso conocer las “ciencias curiosas” (supersticiosas y
falsas), pues así estaremos prevenidos frente a sus engaños. Sin embargo, en los párrafos
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siguientes vuelve a analizarlas una por una, resaltando ahora sus inconvenientes, razón por la que
decidió no continuar estudiándolas y “aprender del libro del mundo”. Destaca en esos párrafos el
valor que da a las matemáticas, muy diferente del que más tarde les otorgará: ahora solamente le
parecen útiles por su aplicación práctica; puede subrayarse, además, su convencimiento de que la
salvación (en sentido cristiano) no depende de los conocimientos y de que los temas religiosos
quedan muy por encima de la capacidad humana de comprensión (esto ayuda a entender el
diferente papel de Dios en la obra de Descartes frente al que desempeñaba en todo el pensamiento
medieval).
“Por ello, tan pronto mi edad me permitió (…), según creo, que el que pude obtener
alejándome de mi país y de mis libros”.
De sus viajes esperaba obtener lo que no le habían proporcionado los estudios: claridad,
seguridad en los conocimientos. En ellos encuentra, sin embargo, disparidad, diversidad de
costumbres y opiniones. Acuciado por la necesidad de conocimientos ciertos desde los que dirigir su
vida (esta vertiente práctica del conocimiento es constante en Descartes) y no hallándolos ni en los
libros ni en los viajes, Descartes se refugia en sí mismo, en su interior (ya San Agustín había
afirmado que la verdad habita en el interior del hombre) para buscarlos allí.
Segunda parte: En ella expone los primeros resultados de sus meditaciones: el problema
de las ciencias, del que proviene su incapacidad, es la carencia de un método que las fundamente.
Propone, pues, un método que esencialmente, consiste en las cuatro reglas que enuncia: evidencia,
análisis, síntesis y enumeración completa. (El éxito que en 1620 había obtenido en la aplicación del
álgebra a la geometría, dando lugar a la geometría analítica, impulsó a Descartes en una nueva
dirección: renunció a la idea renacentista de una “ciencia universal”, sustituyéndola por la de la
mathesis universalis, es decir, la aplicación del modelo matemático a toda la realidad. Para ello se
propuso reunir en una obra cuantos pasos había dado para obtener ese éxito, en el convencimiento
de que ahí se encontraba el procedimiento que permitiría obtener conocimientos claros y seguros.
La obra, en cuya redacción estuvo ocupado durante ocho años y cuya redacción, finalmente, quedó
sin terminar, pues Descartes advirtió su inviabilidad, se titula Reglas para la dirección del ingenio.
Las cuatro reglas que aparecen aquí en el Discurso son los “restos fundamentales” de ese proyecto).
“Encontrábame por entonces en Alemania (…) como lo serían si desde el momento de
nacer hubiéramos dispuesto por completo de nuestra razón y ella únicamente nos hubiera
dirigido”.
Descartes cree que, muchas veces, es mejor lo realizado por una sola persona que aquello
en cuya elaboración han participado muchas. Para hacerlo entender, propone tres ejemplos: 1) la
construcción de edificios; 2) la construcción de ciudades; 3) la elaboración de las leyes. En todos
estos casos le parece mejor el resultado cuando han sido fruto de la intervención de una sola
persona (un solo arquitecto, un solo urbanista, un solo legislador). Está convencido de que la
situación en la que se encuentra el conocimiento de su época es semejante a estas construcciones
cuando en ellas han intervenido varios: confusión y desorganización. Por tanto, Descartes decide
guiarse exclusivamente por su propia razón.
“Es cierto que no vemos que se derriben (…), deben contentarse con seguir las
opiniones de esas personas antes de buscar por sí mismos otras mejores”.
Declara, sin embargo, que su pretensión no es ni cambiar las leyes de los Estados ni
sustituir las ciencias. Lo que desea es juzgar cuanto ha aprendido para decidir qué vale la pena
mantener y qué es necesario abandonar, pues su único objetivo es obtener un conocimiento basado
en firmes cimientos. (Descartes muestra aquí el mismo temor que le llevó a no publicar el Tratado
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del mundo: de ningún modo quiere ser confundido con un revolucionario o, visto de otro modo, de
ningún modo quiere tener problemas con la Inquisición). Por eso, aun cuando deja claro que el uso
del método que va a proponer a él le dio resultado, advierte que no tiene por qué ser así para los
demás; concretamente, dos tipos de personas no deben emplearlo: los impacientes, porque se
consideran más capaces de lo que en realidad son, y los inseguros, porque es mejor para ellos
dejarse guiar por la opinión de otros. Trata, pues, de dejar clara su intención: reformar sus propios
pensamientos y edificar sobre un terreno enteramente suyo.
“Pertenecería yo sin duda a estos últimos si no hubiera tenido (…) una persona cuyas
opiniones me pareciesen preferibles a las de los demás y me hallaba obligado, en cierto
modo, a tratar de dirigirme yo mismo”.
Descartes conoce, por sus estudios, por sus viajes, por el cambiar de las modas, muchas
ideas y opiniones: ¿de quién fiarse? De sí mismo, obligándose a reconstruir personalmente todo el
conocimiento.
“Pero como hombre que tiene que andar solo (…) y revisiones tan generales que
estuviera seguro de no omitir nada”.
Esta tarea de reconstrucción no puede realizarse alocadamente. Es preciso utilizar un
método fiable, cuyas cuatro reglas fundamentales va a presentar. Antes, afirma que proceden de la
lógica, de la geometría y del álgebra (es decir, de la filosofía y de las matemáticas). Sin embargo,
como el estado en el que se encontraban estas ciencias no le satisfacía, afirma que tuvo que
elaborar su método utilizando lo que le parecía más positivo de las tres (de nuevo, su vida “como en
un cuadro”: lo que presenta como reglas originales del método, ya lo hemos dicho, no es sino el
resultado de la “criba” de sus éxitos y fracasos anteriores). A continuación, presenta las cuatro reglas
ya conocidas y comentadas en clase.
“Esas largas cadenas de trabadas razones muy simples y fáciles (…) todas las
circunstancias de lo que se busca contiene todo lo que confiere certeza a las reglas de la
aritmética”.
Descartes manifiesta el influjo de las matemáticas en su concepción del método: de la
misma manera que la geometría consiste en el encadenamiento de razones demostradas, el
conocimiento en general alcanzará la certeza, la verdad, si se abstiene de admitir proposiciones
dudosas y sigue ordenadamente el método.
A modo de “precalentamiento”, comenzará a emplear su método en las matemáticas, con el
único objetivo de acostumbrarse a buscar y encontrar verdades y rechazar las opiniones sin
fundamento. No pretende, por tanto, un análisis exhaustivo de ellas, sin extraer lo esencial para
poder aplicarlo en otros campos. El procedimiento que describe es el que empleó en su estudio de
las proporciones o series numéricas y en la aplicación posterior a la geometría de las ecuaciones
algebraicas obtenidas en aquél, lo que dio lugar al nacimiento de la geometría analítica.
“Pero lo que más me satisfacía de este método (…), y ejercitándome constantemente
en el método que me había prescrito para afirmarme más y más en él”.
Lo más satisfactorio del empleo del método es que garantiza el mejor uso posible de la
razón: sirve para conocer clara y distintamente. Además, su uso no se reduce a una ciencia
concreta, sino que es general. Aplicarlo a cualquier disciplina es lo que Descartes se propone hacer
a continuación, empezando por la filosofía, fundamento de todas las demás ciencias. Sin embargo,
como cuando “descubrió” todo esto que ha contado era aún demasiado joven (tenía 23 años),
decidió dedicarse, mientras maduraba, a eliminar los conocimientos falsos y reunir experiencias,
entrenándose así en su empleo.
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Cuarta parte: Tras una tercera parte que Descartes dedica al establecimiento de unas
normas de “moral provisional” (mientras no se construya una moral fundamentada en la metafísica y
en la física, según la estructura del “árbol de la ciencia”), porque, como afirma, el hecho de dudar de
todo, como impone la primera regla, no impide “tener que vivir”, en la cuarta parte muestra los
primeros resultados del método: la aparición de la primera verdad tras la duda (pienso, luego existo),
la demostración de la existencia de Dios (sustancia infinita), segunda verdad, y la demostración de la
tercera: la existencia del mundo (sustancia extensa).
“No sé si debo hablaros de las primeras meditaciones que hice (…), juzgué que podía
aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que buscaba”.
Comentado en clase, no merece la pena añadir más.
“Al examinar después atentamente lo que yo era (…), y aunque el cuerpo no fuese, el
alma no dejaría de ser cuanto es”.
Ya comentado también, quizá deba subrayarse que ya aparece aquí la distinción entre res
cogitans (yo) y res extensa (mi cuerpo), distinción que, en este momento del proceso, solamente
puede asegurar la existencia del “yo”.
“Después de esto consideré, en general (…), pero que sólo hay alguna dificultad en
advertir cuáles son las que concebimos distintamente”.
Acompañando a la primera verdad aparece el criterio por el que podemos estar seguros de
que lo es: la claridad y distinción con la que dicha verdad se nos presenta.
“Reflexioné después que, puesto que yo dudaba, (…), de tal manera que sin él no
podrían subsistir ni un solo momento”.
Demostrada la existencia del “yo” (sujeto, alma), pasa Descartes a demostrar la existencia
de Dios (en las Meditaciones Metafísicas, concretamente en la Tercera, antes de pasar a esta
demostración se pregunta si el “yo” puede ser el autor de todas sus ideas, llegando a la conclusión
de que si la respuesta fuera afirmativa, entonces estaría solo en el mundo; luego pasa a la
demostración propiamente dicha, dejando para la Quinta meditación la utilización del argumento
ontológico). La primera prueba que expone aquí, en el Discurso, parte de la idea de un ser perfecto:
yo, que soy imperfecto, pues dudo, soy inconstante, etc., no puedo ser el autor de la idea en mí de
un ser tal (a diferencia de otras ideas, la del cielo, de la tierra, etc., de las que sí puedo ser autor), ni
esta idea puede provenir de la nada, por lo que concluye que ha de provenir “de una naturaleza que
fuera verdaderamente más perfecta que yo y que poseyera todas las perfecciones de las que yo
pudiera tener alguna idea, o lo que es igual, para decirlo en una palabra, que fuese Dios”
Como segunda prueba, que corrobora la primera, aduce Descartes ésta: si yo fuera la causa
de mí mismo, me habría hecho perfecto. Es evidente que no lo soy, por lo que debo deducir que no
soy mi propia causa, sino que tengo que haber sido creado por otro ser: Dios.
Además de su existencia, ¿podemos saber algo sobre la naturaleza de Dios? Descartes dice
que sí; basta para ello preguntarnos de cada característica si es una perfección o no: si es una
perfección (bondad, sabiduría, etc.), Dios la posee; si es una imperfección (ser compuesto de alma
y cuerpo, porque eso implica que una parte depende de otra, y depender es manifiestamente un
defecto), no está en Dios (Dios no es compuesto, por lo que la existencia de cuerpos, o de
naturalezas no perfectas indica que su ser depende del poder de Dios).
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“Quise indagar luego otras verdades (…), como lo pueda ser cualquier demostración
de geometría”.
Aparentemente, Descartes abandona el razonamiento que estaba siguiendo para pasar a
hablar de geometría. No lo hace: parte de un ejemplo geométrico para ilustrar con más claridad la
tercera prueba de la existencia de Dios que ofrece y que no es otra que el argumento ontológico: de
la idea de “triángulo” se deduce que sus ángulos suman 180º, pero no se deduce que existan los
triángulos. Sin embargo, de la idea de “Ser perfecto” se sigue necesariamente que existe, pues la
existencia es una perfección (añadida, esta última idea, al argumento de San Anselmo).►Vimos
cómo el monje Gaunilón ya objetaba a San Anselmo el dar un “salto” ilegítimo desde el pensamiento
a la realidad, argumento que también emplearía Tomás de Aquino para rechazar la validez de la
prueba. Descartes, consciente de esta dificultad, la aborda en la Quinta Meditación: parece evidente,
dice, que del hecho de que no pueda concebir una montaña sin valle lo único que se sigue es que
montaña y valle no pueden separarse unos del otro, pero no que existan montañas y valles;
parecería, por tanto, que del hecho de no poder concebir un Dios sin existencia no se deduce que
haya Dios que exista. Descartes piensa, sin embargo, que hay una diferencia fundamental entre los
dos ejemplos y que hacerlos equivalentes es un sofisma: es cierta la conclusión en el caso del valle
y la montaña. Pero en el caso de Dios, del hecho de que no pueda concebirlo sin existencia “se
sigue que la existencia es inseparable de Él, y, por tanto, que verdaderamente existe. Y no se trata
de que mi pensamiento pueda hacer que ello sea así, ni de que imponga a las cosas necesidad
alguna; sino que, al contrario, es la necesidad de la cosa misma –a saber, la existencia de Dios- la
que determina a mi pensamiento para que piense eso”.
“Pero si hay muchos que están persuadidos de que es difícil (…) pueden asegurarnos
de que sea cierta cosa alguna si el entendimiento no ha intervenido”.
Convencido de que la existencia de Dios y del “yo” es algo evidente a la razón, aunque
ambas verdades no puedan conocerse por los sentidos, Descartes lanza una dura crítica a cuantos
pensaron (Aristóteles, Tomás de Aquino) y pensarán después (Locke, Hume) que “nada hay en el
entendimiento que previamente no haya pasado por los sentidos”: la existencia de algo sólo puede
probarse mediante la razón y es absurdo apoyarse en los sentidos o la imaginación.
“Finalmente, si aún hay hombres a quienes las razones (…), no habría razón alguna
que nos asegurase que tienen la perfección de ser verdaderas”.
Quienes no creen en la existencia de Dios pueden pensar que es mucho más segura la
existencia de su cuerpo, de los astros, etc. (la de las sustancias corpóreas). Sin embargo, Descartes
afirma que si no creemos en Dios no podemos estar seguros de nada, tener certeza racional de
nada: sólo Dios puede garantizarnos esta certeza, sólo Él, debido a su bondad, garantiza que las
ideas claras y distintas que percibimos son verdaderas (Pascal, por ejemplo, le reprochaba que
hubiera reducido el papel de Dios a mero garante de la verdad). Descartes, hombre precavido, no
está afirmando aquí que las cosas no existen; trata de evitar que admitamos juicios dudosos, no
fundamentados, y él piensa que el fundamento de toda verdad es Dios.
“Después que el conocimiento de Dios y del alma (…) en los que pensamos cuando
estamos despiertos que en los que tenemos durante el sueño”.
Descartes insiste en ideas ya dichas: la existencia de Dios garantiza que todo lo que se nos
aparece como claro y distinto es verdadero, lo que nos permite superar los argumentos expuestos
en la “duda metódica”: que los sentidos nos engañan, que confundimos el sueño y la vigilia, etc.
Concluye afirmando que como nuestros razonamientos son más evidentes y completos cuando
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estamos despiertos que cuando soñamos, el mundo real es el que percibimos cuando estamos
despiertos.
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El Discurso del Método contiene aún dos partes más, no propuestas para comentar. Basta,
pues, una breve nota sobre su contenido:
Quinta parte: Es un resumen de los resultados de la aplicación del método a la Física,
resultados contenidos en el Tratado del mundo que no se atrevió a publicar.
Sexta parte: La dedica a justificar el retraso en la publicación del Discurso y de los tratados
científicos que le acompañaban, achacándolo a su temor a ser censurado y a su deseo de no entrar
en polémicas que perturbaran su trabajo. Expone, además, las razones para publicarlo: poner al
alcance de los demás los resultados de sus investigaciones para que así pudieran ser continuados y
ampliados, de tal modo que las ciencias pudieran situar a los hombres “como dueños y poseedores
de la naturaleza”. Se trata no tanto de “esclavizar” a la naturaleza, sino de conseguir que nuestro
dominio sobre ella se traduzca en una mejora de la vida humana: Descartes quiere una ciencia para
el hombre, no un hombre para la ciencia. Por ello termina el Discurso realizando un llamamiento
para la creación de una comunidad científica universal.
IES “Fco. GINER DE LOS RÍOS”
SEGOVIA
DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA
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