Iglesia no es una racionalización permanente sino una

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Queridos hermanos y hermanas,
Pentecostés es una Solemnidad que a mí me gusta
mucho, me ayuda mucho, me hace mucho bien. Explico
el porqué; yo tengo una tendencia exterior a tenerlo
todo bien organizado, bien planificado, a controlarlo
todo, y esto va acompañado de una tendencia interior a
fundamentarme en mí mismo: soy yo quien piensa, yo
quien planifica, yo quien organiza. Yo, yo, yo... Y esta
fiesta me recuerda, y esto es lo que me hace mucho
bien, que este no es nuestro estilo de hacer. Me
recuerda que nosotros los cristianos funcionamos,
vivimos, de otra manera: vivimos movidos por el
Espíritu Santo.
Por tanto, veo como en mí luchan dos tendencias: hacer
las cosas partiendo de mí o hacer las cosas partiendo
del Espíritu Santo. Que son dos maneras de hacer
totalmente diferentes.
Aquí encaja muy bien aquella frase del Cardenal
Ratzinger que ya me habéis escuchado alguna vez: “La
Iglesia no es una racionalización permanente sino una
Pentecostés permanente”. Que no es sólo una frase que
suena bien, sino una frase que enuncia una realidad,
pienso yo, poco vivida por los cristianos: Hemos de
procurar ser dóciles al Espíritu Santo porqué
constantemente el Espíritu Santo nos quiere conducir
en nuestra vida.
A mí me ilusiona esta Solemnidad porqué año tras año
me sitúa, me vuelve a ubicar (espiritualmente
hablando), me recuerda aquello que es fundamental, y
me da un toque de atención a mi manera de hacer.
Quizás tenemos la Iglesia que tenemos, y tenemos la
parroquia que tenemos, porqué hemos funcionado
muchas veces con energías naturales y hemos olvidado
toda esta dimensión del Espíritu Santo.
Es que es de sentido común: si soy yo el que piensa, el
que organiza, el que planifica, saldrá poca cosa, por no
decir nada, saldrá una cosa muy humana y muy poco
divina, pero si yo actúo abierto al Espíritu Santo,
buscando ser dócil al Espíritu Santo, procurando
descubrir lo que Él quiere de mí, entonces no hay
límite, no hay nada imposible. Con el Espíritu Santo en
nuestros corazones todo es posible: que todos
sintamos anhelos de ser santos, que florezca el amor a
los pobres y necesitados con un montón de iniciativas a
favor suyo, que el deseo de comunicar la Buena Nueva
se concrete en nuestra vida, que en Cardedeu haya
numerosas conversiones, que cada día se incorporen
personas a la comunidad,... Si el Espíritu Santo habita
en nosotros pueden pasar cosas que no somos capaces
ni de imaginar...
Si vivimos movidos por el Espíritu Santo, entonces hay
esperanza.
Para que todo esto ocurra hace falta que el Espíritu
Santo deje de ser el gran desconocido.
Algunas cosas que ya he dicho alguna vez: Dios Padre
es el creador del mundo (Antiguo Testamento nos lo
revela progresivamente), Dios Hijo es el redentor, el
que hace la salvación (el evangelio) y Dios Espíritu
Santo es el que nos santifica a nosotros, el que actúa
en nosotros, el que nos mueve, el que nos empuja, para
que sigamos los pasos de Jesús (vemos su obra en los
Hechos de los Apóstoles). Dios Padre nos está
atrayendo hacia Él, porqué nos ama, porqué desea la
comunión con nosotros. Dios Hijo es el camino para ir al
Padre y el Espíritu Santo es el que nos mueve, nos
conduce por este camino.
Podemos conocer un poco mejor al Espíritu Santo a
través de los símbolos bíblicos que hay en el Antiguo
Testamento y en el Nuevo Testamento referidos a Él.
Estos símbolos son: la paloma, el agua, el fuego, el
aceite y el viento. Vamos a hablar un poco de cada uno
para poder conocer mejor el Espíritu Santo a partir de
sus símbolos.
El símbolo de la paloma nos habla del Espíritu Santo
como aquel que nos hace volar (volar no cansa, la vida
cristiana no cansa), nos da libertad, nuevos horizontes.
También nos habla del Espíritu Santo como fuente de
paz, serenidad, tranquilidad.
El símbolo del agua nos habla del Espíritu Santo como
fuente de vida, de nueva vida, de quitar la sed
(nuestros anhelos más profundos quedan saciados por
el Espíritu Santo). También nos habla del Espíritu
Santo como fuente de limpieza, purificación, de
pureza. Por esto hoy Jesús vincula el Espíritu Santo y
el perdón de los pecados: “Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis
perdonados...”
los
pecados,
les
quedan
El símbolo del fuego nos habla del Espíritu Santo como
fuente de transformación, de cambio en nuestras
vidas. También como una presencia que es en nosotros
luz, guía, calidez, ternura.
El símbolo del aceite nos habla del Espíritu Santo como
aquel que nos tonifica, nos fortalece, nos regenera, nos
cura (Unción de los enfermos). También como aquel que
nos marca, marcados por el Espíritu Santo, la mancha
de aceite no marcha.
El símbolo del viento nos habla del Espíritu Santo como
impulso, fuerza, energía, vida, aliento. También como
misterio: no sabes de donde viene ni a donde va. Hay
una película que define a Dios como viento: “No lo ves,
pero lo notas, esto es Dios.”
Si no tratamos al Espíritu Santo, si no lo conocemos, no
podemos entender el cristianismo, no podremos vivir
cristianamente.
Que esta eucaristía nos ayude a que el Espíritu Santo
sea una presencia viva en nuestras vidas, y no el gran
desconocido.
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