sobre los institutos religiosos

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MAGISTERIO CONCILIAR Y POSTCONCILIAR
SOBRE LOS INSTITUTOS RELIGIOSOS
Dos inquietudes salen al paso a la hora de hacer este tema de FORMACIÓN PARA LAS
COMUNIDADES conmemorando los 50 años del concilio Vaticano II:
1) Seguir sucesivamente los textos conciliares y postconciliares que han iluminado,
alentado y propuesto nuevos caminos a los institutos de vida apostólica.
2) Subrayar los núcleos en los que se ha centrado el Magisterio conciliar y
postconciliar con relación a la vida religiosa.
Voy a seguir esta segunda vía, si bien hay que advertir que el Magisterio conciliar y
postconciliar no es reductible a los documentos en los que se habla o se trata
directamente sobre la vida religiosa. Todo lo que dijo el Concilio y todo lo que han
dicho los Pontífices y las distintas Congregaciones de la Sede Apostólica han tenido
influencia en los Institutos religiosos y ha contribuido a que las personas consagradas
adquiriesen una nueva conciencia y mayor responsabilidad en la vida y misión de la
Iglesia, Pueblo de Dios. Bajo el impulso del Espíritu y bajo la guía de la Iglesia los
Institutos y las personas consagradas se han renovado espiritual y apostólicamente,
intentando crecer en caridad y en prolongación de la misión en la Iglesia.
Señalo DIEZ PUNTOS que hacen síntesis del Magisterio conciliar y postconciliar. Van
todos entrelazados. El Concilio los afirmó y el Magisterio posterior los explicitó y
amplió saliendo al paso de los desafíos y oportunidades en cada tiempo y alentando las
respuestas a las grandes crisis de identidad, pertenencia y disponibilidad misionera.
1. CONFIRMACIÓN Y REAFIRMACIÓN DE LA VIDA CONSAGRADA
En los años previos al Concilio no faltaron ni cesaron las voces de quienes se
preguntaban si era oportuno en nuestro tiempo el estado religioso y hasta llegaban a
ponerlo seriamente en duda. Mientras se escribía la Lumen gentium (LG), Pablo VI
habló a un grupo de capitulares generales en estos términos: “Nos pareció oportuno
recordar el valor imponderable de la vida religiosa, su necesidad, ya que este estado,
que recibe su índole propia por la profesión de los consejos evangélicos, es, según el
ejemplo y las enseñanzas de Jesucristo, una perfecta norma de vida, en la que
corresponde que la caridad florezca y llegue a la perfección; los fines, las utilidades y
los oficios temporales, legítimos de por sí, se proponen a los demás géneros de vida”.
Poco tiempo después, la Lumen gentium dirá que los que profesan los consejos
evangélicos en el estado religioso forman un orden constitutivo del Pueblo de Dios (LG
13, c); son llamados por Dios para poseer un don particular en la vida de la Iglesia y
para que contribuyan a la misión salvífica de ésta, cada uno según su modo” (LG 43 b)
y que este estado, “aunque no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia,
pertenece, sin embargo de manera indiscutible, a su vida y santidad” (LG 44, d). El
Decreto Perfectae caritatis (PC) da por supuesta la legitimidad de este estado de vida
en la Iglesia, reconoce ser signo clarísimo del reino de los cielos, ensalza su eminente
valor, resalta su carácter carismático y le incita a la adecuada renovación (PC 1).
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Pío XII, ante la celebración del Congreso de vida religiosa celebrado en Roma en 1950,
escribió al Cardenal Prefecto: “Es preciso reanimar y reavivar el espíritu para hacer
frente a las nuevas formas de vida de nuestra época” (12-XI-1950). Al clausurar el
Congreso (8-XII-1950) pide que los Institutos se preocupen de mantener vivo el
patrimonio de sus fundadores porque ellos idearon sus obras para responder a las
necesidades nuevas de la Iglesia. A partir de este Congreso, insiste en el tema de la
acomodada renovación de la vida religiosa. Los Institutos de vida apostólica forman
parte de un designio de amor que procede del Padre en los que actúa el Espíritu Santo
para representar el estilo de vida de Jesús en este mundo.
2. PROPUESTA DE UNA ADECUADA RENOVACIÓN
Con la celebración del Concilio la Iglesia inaugura una inesperada primavera. Todo
suena a nuevo en un mundo en continuo movimiento. “El género humano se halla hoy
en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados,
que progresivamente se extienden al universo entero” (Gaudium et spes 4). “Las
circunstancias de vida del hombre moderno en el aspecto social y cultural han
cambiado profundamente, tanto que se puede hablar con razón de una nueva época de
la historia humana” (Gaudium et spes 54). La Iglesia toma conciencia de la misión que
se le ha confiado en el mundo, intenta la conversión al designio de salvación y se pone
incondicionalmente al servicio del Evangelio. Quiere ser luz de las gentes y esperanza
de los pueblos.
En este intento hay que enmarcar la adecuada renovación de la vida religiosa que
“comprende, a la vez, el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la
primigenia inspiración de los Institutos y una adaptación de éstos a las cambiadas
condiciones de los tiempos” (PC 2). El Decreto conciliar sobre la Vida Religiosa señala
que esta renovación se ha de promover bajo la guía del Espíritu Santo y con la guía de
la Iglesia. Luego señala los principios, los criterios, los agentes, los puntos centrales
sobre los que fijar la atención y subraya que el alma de la renovación es la vida
espiritual.
Por la trascendencia que han tenido hago mención de los cinco grandes principios de
renovación:
a) Seguimiento de Cristo, tal como lo propone el Evangelio
b) Fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores
c) Participación en la vida y actividades de la Iglesia
d) Conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las
necesidades de la Iglesia
e) Renovación espiritual, a la que, incluso se ha de dar prioridad al promover las obras
externas. Probablemente el principio más motivador y eficaz ha sido el segundo –la
fidelidad a los fundadores-, pues en él se dan cita los otros cuatro.
Ha sido sabia la pedagogía seguida por el Magisterio en el postconcilio: recuerda las
enseñanzas del Concilio sobre los elementos irrenunciables de la vida religiosa,
advierte sobre los riesgos y abre ventanas para discernir los signos de los tiempos y
comprometerse con las causas de los más pobres y necesitados. La Iglesia ha estado al
lado de los religiosos en los momentos de crisis de identidad, de pertenencia y de
disponibilidad, que a lo largo de estos cincuenta años han ido apareciendo por
diversas causas culturales, sociales, políticas y eclesiales. De una u otra forma los
religiosos han ido percatándose de que, ante todo, se trataba de renovarse, de volver a
las fuentes y dejarse guiar por quien ha tomado la iniciativa.
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Fue el maestro Pablo VI a quien le debemos la hermosa y determinante exhortación
Evangélica testificatio (1971), tan llena de amor, tan esclarecedora y tan estimulante.
Juan Pablo II pide en la exhortación Vita consecrata que “continúe la reflexión para
profundizar en el gran don de la vida consagrada en su triple dimensión de la
consagración, la comunión y la misión” (VC 13)
Los documentos e intervenciones para apoyar y encauzar la renovación de la vida y
misión de los religiosos han sido abundantes. Fijando la atención en el Magisterio
específico sobre la vida y misión de los Institutos, vemos que se han ocupado de la
clarificación doctrinal, del aspecto litúrgico, del ordenamiento jurídico, de la pastoral
vocacional, de la formación, del gobierno, de la acción pastoral y de la espiritualidad.
La renovación ha ido teniendo diversos nombres, según preocupaciones del momento.
Animación, Revitalización carismática, refundación, reorganización, reestructuración,
entre otras palabras, se inspiran en los principios y criterios de renovación del
(Perfectae caritatis 2 y 3).
La vida sinodal desde 1985 ha sido uno de los factores más influyentes en la
renovación. El estudio de las vocaciones en la Iglesia (laicos, sacerdotes, religiosos y
obispos) y el tema de evangelización en los distintos continentes han fomentado la
afirmación de los dones y clarificación en la misión, ha potenciado la correlación y el
intercambio hacia la espiritualidad de comunión eclesial. Estos sínodos han
contribuido al desplazamiento geográfico de los consagrados y a sumir compromisos
serios de evangelización. Más tarde los Sínodos sobre la Eucaristía y la Palabra de
Dios han avivado la espiritualidad en esta doble dimensión.
Examinando el proceso seguido por los Institutos religiosos en estos CINCUENTA AÑOS,
son notas sobresalientes el esfuerzo por la investigación en los orígenes y la historia
de los Institutos buscando sus señas de identidad y el empeño por una formación más
firme en la Palabra de Dios, en el carisma fundacional, en la teología de la misión y en
la especialización del servicio que se había de ejercer en la sociedad.
La vida consagrada es fermento de la renovación de la Iglesia. Es una constatación
histórica y es lógico que así sea pues es signo del reino futuro y es memoria del poder
de Jesús resucitado. Y lo hace estando dentro del Pueblo de Dios que peregrina
buscando el rostro de Dios y manteniéndose en la vanguardia del Evangelio donde los
pobres y necesitados reclaman corazones misericordiosos y compasivos.
3. RAÍZ Y DINAMISMO TRINITARIOS
Cuando se publicó la exhortación postsinodal Vita consecrata, al ver que se acentuaba
la identidad de la vida consagrada en referencia a la Trinidad, hubo quien llegó a
pensar que ésta quedaba vaporizada. Olvidaba, sin duda, que la vida consagrada
hunde sus raíces y alarga su mirada hacia el futuro escatológico, como todos los
miembros de la Iglesia, en el misterio de la Trinidad. No se puede leer el capítulo VI
de la LG al margen de todo el texto de esta Constitución, sobre todo, de los capítulos
dedicados al misterio de la Iglesia y al Pueblo de Dios. Tampoco se puede entender el
Decreto Perfectae caritatis sin contar con esta esencial referencia y sin tener en cuenta
las Constituciones Sacrosanctum concilium, Dei verbum, Gaudium et spes y el decreto
Ad gentes. En el Perfectae caritatis queda claro que la vida religiosa es un don divino,
es acontecimiento eclesial, histórico y teológico. Es un hecho de vida en la Iglesia y
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para la Iglesia por designio del Padre; es suscitada y promovida por el Espíritu y tiene
como raíz viva y fundamento la persona de Jesucristo en su modo de existir.
La atención prestada por los teólogos al misterio de la Santísima Trinidad en el
postconcilio y, sobre todo, la preparación a la celebración del gran Jubileo del año
2000 han contribuido a que en nuestros días el Misterio Trinitario sea punto de origen
y fundamento de identidad. Recordemos las tres grandes encíclicas de Juan Pablo II:
Redemptor hominis, Dives in misercordia, Dominum et vivificantem. Por otro lado, las
vocaciones de los laicos, de los sacerdotes, de los consagrados y de los obispos, tienen
en sus respectivas exhortaciones postsinodales un número dedicado a los orígenes
trinitarios (cf. Chritifidelis laici 18-25, Pastores dabo vobis 12, Vita consecrata 14)
La Exhortación Apostólica Vita consecrata ha sabido expresar con claridad y
profundidad la dimensión cristológica y eclesial de la vida consagrada en una
perspectiva teológica trinitaria, que ilumina con nueva luz la teología del seguimiento
y de la consagración, de la vida fraterna en comunidad y de la misión; ha contribuido
a crear una nueva mentalidad acerca de su misión en el pueblo de Dios; ha ayudado a
las mismas personas consagradas a tomar mayor conciencia de la gracia de la propia
vocación.
La primera parte, “confessio trinitatis”, ilumina la segunda: “signum fraternitatis” y
la tercera: “servitium caritatis”. Queda reafirmado el sentido trinitario de la vida
consagrada en todas sus dimensiones. “La referencia de los consejos evangélicos a la
Trinidad santa y santificante revela su sentido más profundo. En efecto, son expresión
del amor del Hijo al Padre en la unidad del Espíritu Santo. Al practicarlos, la persona
consagrada vive con particular intensidad el carácter trinitario y cristológico que
caracteriza toda la vida cristiana” (VC 21).
Si el Concilio puso interés en colocar la vida religiosa en la Iglesia, la Vita consecrata
subraya su carácter trinitario. En esta perspectiva y apoyándose en el Caminar desde
Cristo (2002), ofrece un buen programa de formación permanente y de espiritualidad
de comunión, con otros carismas, con los laicos y ministros ordenados.
La antropología personalista, que insiste en la persona como ser-en-relación, y que
tanto énfasis pone en la apertura, el intercambio, la reciprocidad y la
complementariedad ha ayudado a crear mayor sensibilidad para la comunión. Los
religiosos se han sentido tocados por esta corriente de comunión. Han apostado por la
espiritualidad de comunión y la misión compartida. Son llamados a ser “expertos en
comunión” (Religiosos y promoción humana 24). La expresión espiritualidad de
comunión la acuñó el Sínodo sobre la vida consagrada en la proposición 28. Se halla
incluida en la exhortación VC, donde se indica que “promueve un nuevo modo de
pensar, decir y obrar que hace crecer la Iglesia en hondura y extensión. La vida de
comunión será así un signo para el mundo y una fuerza atractiva que conduce a creer
en Cristo (…). De este modo la comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma
misión. Más aún ‘la comunión genera comunión y se configura esencialmente como
comunión misionera” (VC 46).
“La comunión operativa entre los diversos carismas asegurará, además de un
enriquecimiento recíproco, una eficacia más incisiva en la misión” (VC 74). Más
explícito se halla en la instrucción: “Las personas consagradas y su misión en la
escuela” (2002). Jesús, el hijo del Padre y el ungido por el Espíritu Santo, inaugura un
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estilo de vida que abrazó su madre (cf. Lumen gentium 46). “En efecto, su forma de
vida casta, pobre y obediente, aparece como el modo más radical de vivir el Evangelio
en esta tierra, un modo —se puede decir— divino, porque es abrazado por Él,
Hombre-Dios, como expresión de su relación de Hijo Unigénito con el Padre y con el
Espíritu Santo” (VC 18) (cf. Lumen gentium 44, Perfectae caritatis 5, Renovationis
causam 2, Evangelica testificatio 7, Elementos Esenciales de la vida consagrada 5).
4. SEGUIMIENTO DE JESÚS, CONSAGRACIÓN Y CONSEJOS EVANGÉLICOS
Estos puntos se hallan en conexión con el anterior. Jesús nos revela al Padre, nos
envía su Espíritu y nos adentra en la vida trinitaria. Es en el misterio de la Trinidad
donde cobra vigencia la persona de Jesús, que se convierte en centro, horizonte y
quehacer para quienes han sido llamados a seguirle, donde cobra todo su valor la
consagración, la fraternidad, la praxis de los consejos evangélicos de pobreza, castidad
y obediencia, y la misión evangelizadora.
La “Sequela Christi” es la norma suprema de la vida religiosa, tal como lo propone el
Evangelio (cf. Perfectae caritatis 2, 5, 8, 13; Lumen gentium 42, 43, 44, 46). El
Magisterio postconciliar lo ha recordado y ampliado en estos documentos: (Evangelica
testificatio 1, 4, 17, 23) (Mutuae relationes, 10) (Redemptionis donum 5,10,13,16)
(Religiosos y promoción humana 24) (Elementos esenciales, 7, 14, 19 3) (Vida fraterna
en comunidad 10, 44). Sobre todo, lo ha resaltado de manera más integradora en la
exhortación postsinodal Vita consecrata. Remito a los nn. del 14 al 22 y el 36, en los
que se pone de manifiesto:
1) cómo la forma de vida de Jesús revela su condición de Hijo de Dios
2) cómo la vida consagrada sólo es posible desde el don del Espíritu
3) cómo ésta recibe sentido y alcance desde la forma externa de vida de Jesús que
exige, a su vez, una vida íntima con cada una de las tres personas divinas
4) cómo los religiosos –los consagrados- son personas cristiformes, prolongadoras en la
historia de una especial presencia del Señor resucitado (VC 19)
5) cómo la vida consagrada comporta una existencia de discípulos transfigurados
6) cómo la vida consagrada es entrega total, sir reserva en la amistad, en la comunión
y en el servicio.
Juan Pablo II definió al religioso: “Es un hombre consagrado a Dios por Jesucristo en
el amor del Espíritu Santo. Este es un dato ontológico, que debe aflorar a la conciencia
y orientar la vida” (24, noviembre, 1978). La consagración de los religiosos se halla
vinculada al bautismo y, por lo tanto, a la consagración de Jesucristo en quien se
resumen todas las consagraciones. El “religiosus consecratur” ha de entenderse en
pasivo. Es Dios quien le consagra y el religioso se entrega libre y totalmente
profesando los consejos evangélicos. Por su consagración el religioso queda
configurado plenamente con Cristo pobre, virgen y obediente. María, la madre de
Jesús, es su modelo de consagración y seguimiento (VC 28).
5. EL ESPÍRITU DE LOS FUNDADORES
Las referencias claves de Magisterio conciliar en torno a la índole propia de los
Institutos y sobre los Fundadores se hallan en: (Lumen gentium 44 y 45), (Perfectae
caritatis 2, b), (Ecclesiae sanctae, 14 y 25), (Evangelica testificatio 11) (Mutuae
relationes 11). Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI han invitado y urgido
reiteradamente a los religiosos y religiosas a vivir la fidelidad dinámica y creativa a
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los fundadores y a continuar las intuiciones y propuestas de vida evangélica y
evangelizadora que ofrecieron a sus familias respectivas para bien de la Iglesia y del
mundo. En esta línea se han mantenido todas las Instrucciones de la SCRIS o
CIVCSVA y otros muchos documentos que han aludido a la vida consagrada1.
Juan Pablo II dice: “Es difícil describir, más aún enumerar, de qué modos tan diversos
las personas consagradas realizan, a través del apostolado, su amor a la Iglesia. Este
amor ha nacido siempre de aquel don particular de vuestros Fundadores, que recibido
de Dios y aprobado por la Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad.
Ese don corresponde a las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada
momento de la historia, y a su vez se prolonga y consolida en la vida de las
comunidades religiosas como uno de los elementos duraderos de la vida y del
apostolado de la Iglesia” (Redemptionis donum 15). Otras indicaciones se encuentran
en (Religiosos promoción humana, 24) (Elementos Esenciales 40,41 y ss) (Potissimum
institutionis 16 y17) y la Instrucción Vida fraterna en comunidad sobre todo en el
n.45.
Pablo VI incorporó al Magisterio de la Iglesia la expresión “carisma de los fundadores,
suscitados por Dios en su Iglesia”. Unos años más tarde, aún en su pontificado, la
Instrucción Mutuae relationes (MR) dejó este párrafo que ha sido punto de apoyo e
impulso para comprender las exigencias que comporta el patrimonio espiritual de un
Instituto: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del
Espíritu (Evangelica testificatio 11), transmitida a los propios discípulos para ser por
ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con
el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la
índole propia de los diversos Institutos religiosos (LG 44). La índole propia lleva
además consigo, un estilo particular de santificación y apostolado que va creando una
tradición típica cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados. Es
necesario por lo tanto que en las actuales circunstancias de evolución cultural y de
renovación eclesial, la identidad de cada Instituto sea asegurada de tal manera que
pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos sin tener
suficientemente en cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la
vida de la Iglesia de manera vaga y ambigua (cf. MR 11)
El Sínodo sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia evoca con frecuencia a los
fundadores como hombres y mujeres del Espíritu. La exhortación postsinodal recoge
oportunas reflexiones (cf. VC 5, 9, 36, 37, 46, 48, 52, 60, 61, 62, 64, 71, 79, 80, 82, 83,
93, 94). La Iglesia sabe lo que se juegan los Institutos religiosos apostólicos si la
transmisión de la gracia del Fundador no se hace en fidelidad. Benedicto XVI habla
de la misión como epifanía del misterio de amor, que es la vida de la Trinidad. El
Instrumentum laboris, del Sínodo de 1994 ofrece una amplia descripción sobre el
testimonio profético ante los grandes retos (cf. nn. 84-95)
El haber puesto tanto énfasis en los fundadores y fundadoras ha llevado a los
Institutos a un estudio más cuidado de sus orígenes, de su historia y de la
autenticidad de sus tradiciones; a configurar la vida de los religiosos con la persona de
Jesús pobre, casto y obediente; a revivir su espiritualidad a la luz de la Palabra de
Dios, de la Eucaristía y de las interpelaciones de los más pobres; a incrementar la
inventiva, la creatividad y la audacia en los diversos escenarios evangelizadores; a
1
El Código de Derecho Canónico recoge esta doctrina en los cc.576 y 578.
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sentir con la Iglesia y colaborar con ella, tanto a nivel universal como local; a formarse
adecuadamente para salir al paso de los desafíos del momento y de relanzar el
espíritu misionero; a vivir con intensidad la fraternidad y “hacer congregación” para
la misión. Todos estos aspectos están incluidos en las Constituciones renovadas que
tienen como hilo conductor el espíritu del Fundador o de la Fundadora.
6. EN EL CORAZÓN DE LA VIDA Y MISIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA
Los Padres conciliares tuvieron gran interés por la relación entre Iglesia y vida
religiosa. Puede ser que algunos prestaran atención al tema por el deseo de integrar a
los religiosos y religiosas en sus diócesis. Pero, poco a poco, todos fueron viendo la
intrínseca eclesialidad de la vida religiosa. En una Iglesia toda de Cristo, en Cristo y
para Cristo y toda ella entre los hombres y para los hombres, los religiosos
manifiestan más libremente la propia índole de la Iglesia. La vida consagrada es,
pues, una realidad en la Iglesia y para la Iglesia. Así queda constatado en la Lumen
gentium y el Perfectae caritatis. Juan Pablo II lo expresa así: “La vida consagrada está
en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que
‘indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana (VC 3).
Los focos potentes para iluminar el tema de la misión se hallan, en primer lugar en las
cuatro constituciones conciliares y en el decreto “Ad gentes” (AG). Abrió nuevos
horizontes para la misión la Evangelii nuntiandi (1975). Posteriormente la encíclica
Redemptoris misio (1990). En la década de los 90, los Sínodos continentales,
conscientes de los desafíos culturales y sociales, han ensanchado la comprensión de la
misión en la que se destacan como elementos esenciales: la gratuidad, la acogida, la
contemplación, la oración, el sufrimiento y la compasión orientados, a su vez, a la
gloria de la Trinidad. En el centro de la misión está Jesús, el Hijo, el ungido por el
Espíritu, que proclamó el Reino de Dios y aparece la Iglesia como sacramento y
servidora de este Reino. El protagonismo lo lleva el Espíritu Santo, la misión adquiere
otros nombres correlacionados entre sí, como anuncio, conversión, testimonio, diálogo,
justicia, liberación, inculturación y solidaridad.
“La vida consagrada es memoria de las enseñanzas y del ejemplo de Cristo y de los
valores evangélicos vividos por los santos en el camino histórico del pueblo de Dios; es
testimonio del empeño en el seguimiento de Cristo; es profecía del destino escatológico
de la historia”. A estas palabras se puede añadir que la aportación específica de la
vida religiosa a la misión de la Iglesia se condensan en las tres partes de la
Exhortación apostólica Vita consecrata: “confessio trinitatis”, “signum fraternitatis” y
“sevitium caritatis”. Esta tercera parte, dedicada a la vida consagrada como epifanía
del amor de Dios en el mundo, hace ver el alcance de la consagración para la misión:
amar con el corazón de Cristo y, por lo tanto, hasta el extremo en los grandes
areópagos de misión (VC 96-99) y comprometidos en el diálogo con todos (VC 100-103).
Los religiosos, en su servicio de la caridad, son invitados a actuar la imaginación de la
caridad (cf. Caminar desde Cristo 33 y 36), a aportar lo mejor de sí mismos para la
nueva evangelización y a generar comunión, haciendo de la Iglesia casa y escuela de
comunión (Novo millennio ineunte 43 y 45). En las iglesias particulares es donde ha
nacido, crece y desde donde se expande la vida religiosa; es donde se da testimonio y
presta el servicio; es y se hace Iglesia, comunidad de fe y de vida, y se hace misión
universal.
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7. EN EL MUNDO SIN SER DEL MUNDO: PRESENCIA TRANSFORMADORA
La condición humana evidencia que somos seres-en-el mundo y para-el-mundo. Nos
movemos en el espacio, en el tiempo, dentro de una cultura y conviviendo esta
humanidad secular. La Gaudium et spes, las encíclicas sociales (Populorum
progressio, Octogesima adveniens y la Evangelica testificatio obligaron a los institutos
religiosos, en el inmediato postconcilio, a plantearse su relación con el mundo y sus
desafíos y asumir las angustias y esperanzas de los hombres. Surgió una situación
dialéctica entre las posibilidades y los riesgos. El mismo Jesús, hablando del mundo,
designa realidades contrapuestas. “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo
único” (Jn 3, 16). “Si el mundo os odia, sabed que a mi me ha odiado antes que a
vosotros” (Jn 15,18). Con Jesús comienza el juicio de este mundo (“crisis”) y la tiene
que continuar, de forma dramática, el cristiano viviendo en el mundo sin ser del
mundo, siendo testigos de la misericordia de Dios, luchando contra el pecado y la
injusticia y haciendo prevalecer los valores del Reino: la paz, la verdad y el amor.
¿Cuál es la condición de los religiosos en este mundo? “En virtud de su estado,
proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser
transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas” (LG 31). Un
poco más adelante añade la Constitución: “Y nadie piense que los religiosos, por su
consagración, se hacen extraños a los hombres o inútiles para la sociedad terrena”.
Estos dos textos del Magisterio conciliar nos remiten al seguimiento de Jesús. Los
religiosos están llamados a revivir de forma clara y convincente el misterio de
anonadamiento de Jesús. Nuestra suerte, nuestro estilo, nuestro destino es el de
Jesús en el mundo (cf. Perfectae caritatis 5, Evangelica testificatio 2). Esto no significa
“huída”, ni “desprecio”. Asumen el itinerario de la encarnación. Es una presencia
amorosa y transformadora que, a la vez, implica renuncia, distanciamiento,
“separación” de lo que no nos es propio ni adecuado. Los consejos evangélicos llevan a
la plenitud humana, son terapia para la humanidad, pero requieren una adhesión fiel
al don recibido para vivirlos. Hacen compatible la separación y la comunión. Presencia
testimoniante y profética y servicio evangelizador son los valores que tejen el proyecto
de vida de los institutos de vida apostólica en el misterio de comunión y misión de la
Iglesia. El verdadero religioso “sabe acercarse a la gente, insertarse en medio del
pueblo, sin poner en cuestión la propia identidad.
La vida religiosa es una parte vital de la Iglesia y vive en el mundo. Los valores y
contravalores propios de una época o de un ámbito cultural, y las estructuras sociales
que los manifiestan, afectan a la vida de todos, incluida la Iglesia y sus comunidades
religiosas” (Vida fraterna en comunidad 1,b). En un discurso se había afirmado: “Si el
corazón de los hombres no cambia, las estructuras del mundo no podrán cambiar de
una forma eficaz. El ministerio de los religiosos se ordena principalmente a obtener la
conversión de los corazones a Dios, la creación de hombres nuevos y a señalar esos
campos donde los seculares, consagrados o simples cristianos, pueden y deben actuar
para cambiar las estructuras del mundo” (cf. Evangelii nuntiandi 18).
En el inicio de 1980 la Congregación para los religiosos e Institutos seculares (SCRIS)
ilumina y discierne sobre el alcance de esta presencia y este servicio propios de los
Institutos religiosos apostólicos. Ofreció a la vez dos grandes documentos, que siguen
siendo actuales: “Religiosos y promoción humana” (RPH) y “Dimensión contemplativa
de la vida religiosa” (DCVR). Los problemas que recogía el primero de ellos eran:
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1) La opción por los pobres y la justicia
2) Las actividades y obras sociales de los religiosos
3) La inserción en el mundo del trabajo
4) La participación directa en la praxis política.
El discernimiento sobre estos problemas se fijaron en:
1) Fidelidad al hombre de nuestro tiempo
2) Fidelidad a Cristo y al Evangelio
3) Fidelidad a la Iglesia y a su misión en el mundo
4) Fidelidad a la vida religiosa y al carisma propio del Instituto.
En la segunda instrucción “Dimensión contemplativa...” (DCVR) se hace una
descripción de la dimensión contemplativa y se ofrecen orientaciones para los
Institutos de vida activa partiendo de la primacía que hay que dar a la relación con
Dios, en la que Él tiene la iniciativa.
La pedagogía propositiva de Juan Pablo II le llevó a insistir sobre la consagración y la
profesión de los consejos evangélicos para prevenir cualquier riesgo de secularismo:
“En la economía de la Redención los consejos evangélicos de castidad, pobreza y
obediencia constituyen los medios más radicales para transformar en el corazón del
hombre tal relación con ‘el mundo’; con el mundo exterior y con el propio ‘yo’, el cual
en cierto modo es la parte central ‘del mundo’ en el sentido bíblico, si en él se enraíza
lo que ‘no viene del Padre’” (Redemptionis donum 9).
El Magisterio postconciliar no solo ha legitimado las actividades de los institutos de
vida apostólica en la sociedad, sino que ha impulsado los modos de proceder o los
procesos que llevan como nombres: inculturación, testimonio, profecía, promoción
humana, diálogo en todas sus formas, interculturalidad, fraternidad, solidaridad.
Remito a documentos como las encíclicas Sollicitudo rei sociales y Redemptoris Missio;
las exhortaciones postsinodales sobre los estados de vida y de los continentes, de
manera especial la Vita consecrata, y las Instrucciones de la CVCSVA: Vida Fraterna
en comunidad y Caminar desde Cristo.
Desde el Concilio venimos constatando un cambio de época y, por los profundos y
decisivos cambios que experimentamos, vamos renovando nuestra visión del mundo
haciéndonos cargo de cuanto de bueno y bello hay en él y de las fuerzas disgregadoras
y perversas que nos acosan. Nos es obligado el discernimiento y potenciar el
compromiso para transformar el mundo según el designio de Dios en Cristo.
8. LA PERSONA Y LA VIDA FRATERNA EN COMUNIDAD
El Concilio ofreció una comprensión integral de la persona y de la comunidad. Dos
temas de capital importancia. Los Institutos religiosos si no tienen personas libres y
responsables, maduras, acaban desapareciendo. Y cuando no hay personas, no hay
comunidad. Tampoco hay misión. De ahí la necesidad de comprender adecuadamente
a la persona, a la que Dios ama por razón de sí misma (Gaudium et spes 24). “La
persona humana es y debe ser el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones
sociales” (Gaudium et spes 25). No es de extrañar que el PC aconseje a los superiores
religiosos: “Gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios y con respeto a la persona
humana” (n. 14, d).
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Las comunidades religiosas “o son un verdadero fermento evangélico en la sociedad,
anuncio de la Buena Nueva en medio del mundo y proclamación en el tiempo de la
Jerusalén celeste, o sucumben con una agonía más o menos prolongada, simplemente
porque se han acomodado al mundo” (Vida fraterna en comunidad 1,b). Igualmente,
en el (Perfectae caritaris 12, c y 14, b).
La consagración y la profesión de los consejos evangélicos potencian la realización de
la persona. Humanizan al hombre y a la mujer. “La profesión de los consejos
evangélicos, aunque lleva consigo la renuncia de bienes que indudablemente son de
mucho valor, sin embargo, no es un impedimento para el verdadero progreso de la
persona humana, sino que, por su misma naturaleza, lo favorece grandemente.
Porque los consejos evangélicos, aceptados voluntariamente según la vocación
personal de cada uno, contribuyen no poco a la purificación del corazón y a la libertad
espiritual, excitan continuamente el fervor de la caridad y, sobre todo, como se
demuestra con el ejemplo de tantos santos fundadores, son capaces de asemejar más
la vida del hombre cristiano a la vida virginal y pobre que para sí escogió Cristo
Nuestro Señor y abrazó su Madre, la Virgen” (Lumen gentium 46).
Juan Pablo II, al comenzar su pontificado, pedía: “El testimonio, ante todo, de la
coherencia seria con los valores evangélicos y con el propio carisma... El testimonio,
luego, de una personalidad humanamente realizada y madura, que sabe establecer
relación con los demás, sin prevenciones injustificadas, ni imprudencias ingenuas,
sino con apertura cordial y sereno equilibrio. El testimonio, por último, de la alegría”.
Al inicio de los años 90 hubo una gran preocupación por la vida comunitaria. La
CIVCSVA se apresuró a estudiar el asunto y publicó el documento “La vida fraterna
en comunidad” (1994). En dicha Instrucción, a parte de otras razones, se dice: “Una
nueva concepción de la persona ha surgido en el inmediato postconcilio, con una fuerte
recuperación del valor de cada individuo particular y de sus iniciativas.
Inmediatamente después se ha acentuado un agudo sentido de la comunidad
entendida como vida fraterna, que se construye más sobre la calidad de las relaciones
interpersonales que sobre aspectos formales de la observancia regular” (Vida fraterna
en comunidad 5, d). La comunidad es verdaderamente tal cuando es comunidad de
personas, cuando se experimenta la gratuidad en la convocación, en la convivencia y
en el compromiso. Posteriormente se han publicado dos Instrucciones valiosas que
rebosan sintonía con el pensamiento contemporáneo sobre la persona como ser-enrelación y su dimensión comunitaria en la convivencia y en la misión. Me refiero a:
“Las personas consagradas y su misión en la escuela” (2002) y “Autoridad y
obediencia” (2009).
Hablar de la persona exige tener en consideración la diferencia de sexo y, por lo
mismo, la condición de la mujer. Juan Pablo II, al iniciar la Mulieris dignitatem
(1988) hace mención del pensamiento conciliar y postconciliar sobre la mujer hasta
ese momento. En 1995 escribió la Carta a las mujeres. En Vita consecrata se dice: “La
Iglesia confía mucho en las mujeres consagradas, de las que espera una aportación
original para promover la doctrina y las costumbres de la vida familiar y social,
especialmente en lo que se refiere a la dignidad de la mujer y al respeto de la vida
humana”. (…) “Hay motivos para esperar que un reconocimiento más hondo de la
misión de la mujer provocará cada vez más en la vida consagrada femenina una
mayor conciencia del propio papel, y una creciente dedicación a la causa del Reino de
Dios” (Ib 58).
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Quiere esto decir que la mujer piensa, siente y actúa en femenino. Pone un
contrapunto y complemento en el enfoque y la manera de proceder en la formación, en
la misión educativa y sanitaria, en la catequesis y en la promoción humana (cf. VC 5758; CdC 9). Por supuesto, también en la convivencia fraterna (cf. VFC 4) y en el
ejercicio del gobierno. La mujer es siempre expresión de ternura, de delicadeza y de
alegría.
9. ESPIRITUALIDAD DE LA ALIANZA Y DE LA SOLIDARIDAD
El Concilio Vaticano II supuso la apertura de una nueva época en la espiritualidad.
Su forma de concebir al hombre en el mundo y en la historia, el relieve dado a la
Palabra de Dios y a la Liturgia, la consideración de la Iglesia como icono de la
Trinidad, el protagonismo dado al Espíritu Santo, el acento puesto en las perspectivas
eclesial y ecuménica, el impulso de las dimensiones misionera y pastoral, etc, son
elementos que han hecho pendular sobre una espiritualidad más humana, trinitaria,
cristocéntrica, eclesial y de compromiso social y evangelizador.
La espiritualidad de los Institutos está marcada en el Concilio, primero en el n. 44 de
la Lumen gentium, evocando el bautismo, la caridad perfecta en el seguimiento de
Jesús, la vivencia de los consejos evangélicos y la consagración especial. Luego queda
ratificada, de modo especial, en el Perfectae caritatis (nn 1, 2, 5 y 6). Pablo VI escribe
la carta Evangelica testificatio que es primordialmente una carta de espiritualidad en
un momento de desconcierto. Ya se ha destacado la importancia del número 11 sobre
el carisma de los Fundadores. Juan Pablo II pone el acento en la vocación, la
consagración y vivencia de los votos enclave de alianza esponsal. En distintos estudios
se ha proclamado la Vida Consagrada como guía de espiritualidad integral. La
instrucción Caminar desde Cristo (CdC) dedica la tercera parte a la espiritualidad. La
espiritualidad ha cobrado un primer plano. Todo tiene su explicación: “La
consagración será tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y más estables,
represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia” (LG 44).
Desde el Concilio, hemos asistido, en una primera época, a muchos vaivenes en los
acentos de la teología: secularización y muerte de Dios, teología de la esperanza,
realidades terrenas y compromiso sociopolítico, liberación, pentecostalismo,
comunitarismo y religiosidad popular. Hacia los años 80, aunque han estado muy
presentes la postmodernidad y el pensamiento débil (con todo lo que comporta de
invitación a educarse en lo provisional, en el límite, en el fragmento, en lo imprevisto),
fue cobrando fuerza el intento por recomponer y estructurar el pensamiento y la
espiritualidad, articulando las ciencias humanas y teológicas. Al inicio del Sínodo, el
cardenal B. Hume, relator, dijo: “El primer gran desafío de la vida consagrada se
refiere a la espiritualidad, corazón de la vida consagrada, índice de su contribución
prioritaria a la Iglesia, fuente del seguimiento del dinamismo apostólico. Con ella se
indica la relación personal con Cristo a través de la secuela, el primado dado a Dios a
través de la consagración, a la disponibilidad a la acción del Espíritu. Se expresa en la
contemplación, en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios, en la unión con
Dios, en la integración de las distintas dimensiones de la vida personal y comunitaria,
en la observancia fiel y alegre de los votos”.
Benedicto XVI en las exhortaciones postsinodales: Sacramentum caritatis (2007) y
Verbum domini (2010) nos ha centrado en la espiritualidad cristiana y, en los
discursos dirigidos a los religiosos, ha subrayado el tema de la espiritualidad desde la
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búsqueda; desde el ser testigos de la presencia transfigurante de Dios y la fidelidad al
espíritu de los Fundadores.
La espiritualidad en el Magisterio de la Iglesia se escribe con mayúscula. El
protagonista es el Espíritu que nos configura con Cristo y relanza al servicio de los
hombres. Las presencias de mediación son los Fundadores. Todo se inscribe en una
llamada respuesta, en una alianza de amor y una plena solidaridad. La espiritualidad
es hoy espiritualidad de diálogo, de intercambio de dones, de comunión, de
compromiso con los predilectos del Señor y de trabajar por la paz, la justicia y la
salvaguarda de la creación.
10. LAS RELACIONES EN EL PUEBLO DE DIOS
Todo el Concilio y el Magisterio postconciliar ha tenido como divisa el bien de la
Iglesia y la salvación de los hombres: “In bonum Ecclesiae et pro mundi vita”. El
espinoso tema de las relaciones mutuas entre Obispos y Superiores Mayores fue
aparcado en el Concilio y se reanudó a los 10 años de su clausura. El trabajo concluyó
con el documento Mutuae relaciones (MR) (1978), que ha dado sus buenos frutos. En la
Vita consecrata (VC) se habla de que sería conveniente revisarlo, pero en el Sínodo
sobre los Obispos, se dijo que tenía actual validez. Es bueno recordar que el Concilio
puso el capítulo sobre el Pueblo de Dios antes de hablar de la Jerarquía. Entre otras,
se aducían estas razones: “Una buena estructura interna de la constitución pide que
se trate primero de todo el Pueblo y de todas sus personas, para sólo después venir a
declarar las diversas categorías existentes en este Pueblo, como jerarquía, religiosos y
seglares. Surge un enfoque más apto para declarar la unidad de la Iglesia dentro de
una católica multiplicidad, por ejemplo, entre clérigos, religiosos y seglares, todos en
camino hacia una misma meta escatológica; entre la Iglesia universal e Iglesias
particulares; entre la diversidad de cultura y carácter de los pueblos, con los cuales la
Iglesia se siente ligada y admite en su seno”.
Juan Pablo II convocó Sínodos sobre los laicos, los sacerdotes, los religiosos y los
obispos. Al comienzo del año 2000 hizo la gran propuesta de caminar desde Cristo y
vivir la espiritualidad de comunión. Esta espiritualidad de comunión está esperando
el reconocimiento y la reciprocidad dinámica de dones y servicio; la reconciliación y el
mutuo estímulo en la solidaridad; y, sobre todo, la celebración de la fe en el misterio
de la Eucaristía2.
Todas estamos llamadas a la santidad, todas estamos urgidas a hacer de la Iglesia la
casa y la escuela de la comunión, donde todos aprenden a ser discípulos de Cristo y
hermanos universales; donde cuenta menos el color, la raza, la nación; donde los
dinamismos de la convivencia y del compromiso evangelizador son las obras de
misericordia. En esa casa y escuela María es la Madre de todas las vocaciones, la
maestra de todos los discípulos, el modelo de los que siguen de cerca de Jesús y de los
que se desviven por los pobres y necesitados.
Isabel Candela Davó OP
Delegada General de Formación Inicial y Permanente
2
Tres grandes documentos hablan de la espiritualidad de comunión: VC 46; NMI 43-45; PG22-24.
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BIBLIOGRAFIA.
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