Empleo informal y salario mínimo

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Salario mínimo y empleo informal
Clara Jusidman
13 de diciembre 2012
Estas dos últimas semanas han sido muy intensas en
acontecimientos y en información: las tomas de posesión de
Enrique Peña Nieto y de Miguel Mancera, la presentación de su
respectivos gabinetes, lo ocurrido en las calles del centro de la
ciudad el primero de diciembre donde las protestas de jóvenes
fueron contaminadas por un vandalismo financiado por distintas
fuerzas políticas, la firma de un Pacto por México que intenta
mostrar una unidad en torno a una agenda de puntos de esas
mismas fuerzas políticas y la propuesta de reforma constitucional en
materia de educación.
Pero todo esto después de al menos un mes de activismo mediático
de Felipe Calderón en un cierre de Gobierno donde además de un
incontable número de obras inauguradas o reinauguradas, hizo
anuncios de yacimientos petroleros, repartió Aguilas Aztecas a
diestra y siniestra, nombró embajadores sin antecedentes
suficientes y dejó a dos nuevas embajadoras eméritas con gran
disgusto de los miembros del servicios exterior de carrera. En mi ya
larga historia en la vida pública, no recuerdo presidente alguno que
hubiera querido lavarse la cara antes de irse como quiso hacerlo
Calderón.
Calderón incluso obligó a su obscura y desconocida Secretaria del
Trabajo, Rosalinda Vélez Juárez, a utilizar el teatro llamado
Comisión Nacional de los Salarios Mínimos para generar un velado
aumento del salario mínimo legal promedio a fin de que su sexenio
no concluyera con una caída del salario mínimo real.
Más o menos desde el año de 1996 las fijaciones anuales del
salario mínimo legal habían conseguido mantener el valor real de
dicho salario al mismo bajísimo nivel. Ello debido a que finalmente
han sido el Banco de México y la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público los que iluminan a la Comisión Nacional sobre cuál es la
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expectativa de inflación para el año siguiente y por lo tanto, qué
aumento “autorizan” para el salario mínimo. La Comisión entonces
realiza la ceremonia en su Consejo, donde participan
representantes obreros y patronales y llevan a cabo el rito anual de
fijación de los salarios mínimos legales que estarán vigentes para el
siguiente año. Esta ceremonia se repite desde el año de 1977
cuando la Comisión perdió su autonomía y se convirtió en títere de
las autoridades hacendarias del país.
Ahora bien, en 1996 el salario mínimo legal real alcanzó su nivel
más bajo representando tan sólo la cuarta parte de lo que era en
1976. Ese bajísimo nivel se había mantenido con ligeras
fluctuaciones hasta mediados de 2012. Pues bien resulta que el
sexenio calderonista estaba en riesgo de quedar registrado en la
historia como aquel en donde el minisalario había tenido una nueva
caida en su valor real, debido a los espectaculares incrementos en
los precios internacionales de los alimentos en los últimos meses,
Entonces Don Felipe, llamó a la Sra. Vélez Juárez y le dijo que
hiciera todo lo que estuviera en sus manos para evitar que su
sexenio quedara en la historia como aquel donde el salario mínimo
tuvo una nueva baja, rompiendo la tendencia mantenida ya por más
de quince años.
Ese es realmente el origen de esa rara noticia donde nos enteramos
que el 27 de noviembre, tres días antes de que terminara el sexenio
de Calderón, la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos había
decidido integrar la Zona B de salarios a la A provocando un
aumento de 1.76 pesos al salario de esa zona B y convertir la
anterior zona C en B. Ese aumento de 1.76 pesos para algunas
regiones del país como las áreas metropolitanas de Monterrey y
Guadalajara resultó suficiente para que el promedio general del
salario mínimo en términos de su valor real, no mostrara una caída
al final del periodo calderonista.
Ni la Sra, Vélez, ni el presidente de la Comisión tuvieron el cuidado
de “planchar” como se dice en la jerga política, ese aumento con los
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representantes empresariales en el Consejo y eso originó una gran
protesta pública por parte de estos.
El resultado de este enredo es que hubo una fijación extraordinaria
de salarios que nos pasó como bola rápida, bajo engaños y
simulaciones y no como un acto de justicia social, sino para evitar
una mancha más en la roja capa de fin de sexenio.
Pero para cerrar este comentario, el INEGI nos acaba de regalar
con un nuevo cálculo de lo que ahora llama empleo informal de
acuerdo a nuevas definiciones aprobadas en octubre pasado por la
Oficina Internacional del Trabajo. Con esta nueva definición resulta
que 29.3 millones de personas, el 60.1 % de la población ocupada
el país, tiene un empleo informal, es decir, seis de cada 10.
Finalmente se reconoce ahora que de esos 29 millones, 6.7
millones trabajan en empresas, gobiernos e instituciones sin
protecciones de seguridad social y seguramente sin prestación
alguna, violando la Ley Federal del Trabajo. Sería el equivalente a
lo que en otros países se llama el empleo subterráneo o de la
economía sumergida. Son los trabajadores eventuales, a lista de
raya, o con contratos de honorarios que existen por miles en los
gobiernos y en las empresas para evitar generar derechos y pagos
por prestaciones. La pregunta es ¿Dónde ha estado la Secretaría
del Trabajo? ¿No es a ella a quién tocaría velar y proteger los
derechos humanos laborales de las personas? Un dato más para
evidenciar la cortedad de la recientemente aprobada reforma laboral
y la inutilidad de algunas instituciones de gobierno.
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