Olor, color y sonido: imaginarios urbanos Fernando Carrión M. [email protected] Publicado en: Diario Hoy Fecha: 13 de marzo de 2004 La ciudad es mucho más que un espacio físico construido. La ciudad también es su gente y lo que ellos perciben, generan e imaginan. En definitiva, una de las formas de ser ciudad está en las percepciones que tiene la población de si misma y de otras ciudades, a través del proceso de producción de imaginarios urbanos. Por eso las ciudades tienen olores, colores y sonidos típicos que las particularizan del resto de urbes. Todas las ciudades tienen un olor que es propio y que les caracteriza. Así tenemos, por ejemplo, que Buenos Aires huele permanentemente a carne, que la Ciudad de México a la contaminación, que Miami a vainilla o que Lima-Callao al pescado. Pero, además, hay que tener en cuenta que son olores que cambian con el tiempo, por que las ciudades mutan. Si ello es así, ¿Quito a qué huele? Unos dicen que a orines o a basura o a la contaminación del Machángara; pero también los hay que, según el lugar, dicen que huele a la comida callejera de la venta de “tripamishqui”, a eucaliptos en los parques o al diesel expulsado por los vehículos automotores en las calles. Es decir, que puede haber varios y simultáneos olores de y en una ciudad Las ciudades –además- se caracterizan por la existencia de un color predominante además de como la gente percibe la cromática urbana. La ciudad de Bogotá es una ciudad en la que el color principal es el anaranjado del ladrillo visto de sus edificios y construcciones. Curitiba en Brasil es considerada a partir del color verde que sobre sale por su nivel de arborización y parques. Ibarra se define así misma como una ciudad blanca. Quito, en cambio, hoy es vista como una ciudad gris. La hegemonía de este color proviene del uso predominante del hormigón, de la profusión en los techos de asbesto o de su peso en la pintura de los edificios. Pero también gris por el pesimismo que ronda y por el peso que tiene la sombra en una ciudad equinoccial. Sin embargo, no siempre fue así, porque antes hubo el peso del color blanco, característico del centro histórico. Las urbes también suenan. Así como las ciudades industriales rugen, las comerciantes gritan. En La Habana Vieja y en Cali hay un predominio del sonido musical, pero mientras en la primera viene de su producción en vivo en la segunda es a través de la radio con alto volumen. En Salvador de Bahía el sonido de las olas del mar penetran por las calles y las plazas de la ciudad. En nuestras ciudades ecuatorianas y en Quito en particular hay una hegemonía de los sonidos ambulantes que producen los vehículos. Allí están el uso indiscriminado del pito contra el peatón u otros automotores, el ronquido permanente de los escapes abiertos de los carros, las sirenas de las ambulancias y carros policiales, así como los parlantes que anuncian la venta de productos. En definitiva, la ciudad no es solo una sucesión de componentes visuales, sino -como dice Armando Silva- también es una que literalmente no se observa, que es imaginada por la población.