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AUTORES CIENTÍFICO-TÉCNICOS Y ACADÉMICOS
Del quinto elemento
de Aristóteles
al elemento ciento
dieciocho de la química
Víctor Arenzana Hernández
E
l conocimiento racional ha perseguido desde siempre el discernimiento de los elementos básicos que componen el mundo que
nos rodea. La búsqueda de los elementos, desde Aristóteles a Curie,
pasando por los alquimistas y Mendeleiev, ha ido precedida por una
idea puramente racional que inspiraba la investigación experimental.
En el presente trabajo se presenta una historia de los elementos químicos destacando, sobre todo, el ambiente científico en el que se descubrieron.
à
1. La física griega y sus elementos
Aristóteles concebía la física como una ciencia subsidiaria de la
filosofía y más particularmente de la metafísica, a la que llama filosofía primera. En el pensamiento aristotélico la física estaba supeditada
a la especulación racional. Por esta razón, la física griega se construyó
al margen de la experimentación. El pensamiento aristotélico forzó a
que todas las observaciones que se realizaran en la naturaleza y todo
el conocimiento físico se ajustara a unos principios que, aunque establecidos racionalmente, no respondían a la experiencia y, en muchas
ocasiones, se olvidaban de ella. Por otra parte, la física griega no estaba fundamentada en la experimentación, en la repetición de experimentos y en la medición de sus resultados, sino en los datos cualitativos que se derivaban de la observación de la naturaleza con los
sentidos.
Aristóteles consideraba que para conocer un objeto o fenómeno
racionalmente era preciso averiguar las causas o principios que lo definían completamente. Las causas que había que conocer de un objeto
eran cuatro: la causa material (de qué están hechas las cosas), la causa
formal (aquello que le hace tomar tal o cual forma), la causa eficiente
(aquello que lo ha producido) y la causa final (la finalidad para la que
ha sido hecho). El trabajo del físico consistía, para Aristóteles, en estudiar la naturaleza y descubrir para cada objeto o fenómeno estudiado
las cuatro causas que determinaban su conocimiento racional. Res-
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ACTA
Del quinto elemento de Aristóteles al elemento ciento dieciocho de la química
ponderse adecuadamente a las cuatro causas sobre
un objeto era conocer ese objeto. Lo que para nuestra mentalidad supone dejar de conocer muchas
cosas y hacernos preguntas superfluas, como por la
finalidad de fenómenos. ¿Para qué llueve? ¿Para qué
entra un volcán en erupción?
El movimiento aristotélico
y el quinto elemento
Aristóteles pensaba que el movimiento que observamos en el mundo y la naturaleza no era un estado
permanente. El movimiento siempre termina en reposo y Aristóteles concluyó que estaba en la naturaleza
de las cosas alcanzar su estado de reposo. El elemento tierra logrará el reposo cuando llegue al centro del
universo, que era el punto más bajo que podía alcanzar; el fuego reposará cuando ascienda hasta cerca de
las estrellas fijas. Y el agua y el aire lograrán el reposo cuando ocupen las posiciones intermedias que les
corresponden por naturaleza. Sólo se observaba el
estado de movimiento permanente y eterno en el
mundo indestructible de los cielos1.
Aristóteles trataba de explicar el movimiento utilizando mucho la especulación racional y un poco las
observaciones realizadas en el mundo físico2. Además, consideraba el movimiento en un sentido
amplio, ya que en su pensamiento eran movimientos,
tanto el desplazamiento de un cuerpo como el crecimiento de una planta. Para el estagirita lo natural era
sinónimo de espontáneo. En su concepción no cabía
extraer conclusiones sobre la naturaleza a partir de
experimentos. Experimentar suponía estudiar fenómenos no espontáneos y analizar situaciones forzadas.
Experimentar era obrar contra la propia esencia de las
cosas, ir en contra de la normal evolución de la naturaleza. Pensaba que las observaciones experimentales
no llevaban al conocimiento de la naturaleza, ya que
se estudiaba en una situación alterada.
Para poder considerar los resultados de los experimentos como fenómenos de una naturaleza, Newton formuló el principio de inercia, que, en realidad,
1
2
era un principio oculto a la observación directa, que
permitía considerar el movimiento y el reposo como
situaciones permanentes. La experimentación permitía sentar unas premisas que no eran fáciles de establecer a partir de la observación de los fenómenos
espontáneos.
En la física griega se aceptó de forma generalizada que todo en la naturaleza estaba formado por los
cuatro elementos de Empédocles de Agrigento: tierra,
agua, aire y fuego. Aristóteles, en el capítulo segundo
de Acerca del cielo, realizó una de las demostraciones
más claras y elocuentes de su razonamiento en física
descubriendo sin otro recurso que el pensamiento
racional y sin necesidad de observación alguna un
quinto elemento, que luego se llamaría, éter, quinto
elemento o quintaesencia.
Aristóteles demostró que los cielos debían estar
formados por un quinto elemento, el éter3. Para probar la existencia de este elemento se basó en las
cualidades y características que racionalmente se atribuían al movimiento circular y en las propiedades
que debían tener los movimientos de los cuatro elementos de Empédocles. El quinto elemento debía ser
distinto de los cuatro de Empédocles y debía estar
dotado de movimiento circular. Además, a partir de
las propiedades de este elemento, demostró que los
cielos eran inmutables4.
Para descubrir el quinto elemento Aristóteles partió
de una serie de premisas, unas necesarias racional-
Aristóteles, Física, Libro II, cap. 7., Ed. Gredos, Madrid, 1995, p. 160.
Es evidente que considerar que todo en la naturaleza era mezcla de los cuatro elementos no es producto de la observación, sino de
una elucubración racional.
3 La prueba de la existencia de un quinto elemento como modelo del razonamiento aristotélico ha sido tomada como ejemplo de
prueba aristotélica por Jean Piaget y Rolando García en Psicogénesis e historia de la ciencia, Ed. Siglo XXI, 1982, México.
4Que en los cielos sucedían fenómenos que perturbaban el eterno movimiento de los astros no se admitió hasta el siglo XVII. La
existencia del éter como materia sutil que lo llena todo y que sirve de soporte para la propagación de las ondas luminosas y electromagnéticas fue una idea que duró hasta el siglo XX, lo que pone de manifiesto, la importancia de los temas tratados por el estagirita
y la validez de sus razonamientos.
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Del quinto elemento de
Aristóteles al elemento ciento
dieciocho de la química
mente, otras derivadas de la observación y otras justificadas con un debe ser que imponía estrictas limitaciones y que han prevalecido durante siglos. Las premisas y las cursivas que aparecen a continuación están
extraídas del capítulo segundo de Acerca del cielo5.
Premisa 1. Todo movimiento con respecto al lugar,
que llamamos traslación, ha de ser rectilíneo, circular
o mezcla de ambos.
Aristóteles, inspirado, seguramente, en la práctica
geométrica de la época, que afirmaba que las únicas
líneas que se podían trazar por métodos geométricos
eran la recta y la circunferencia, afirmaba que el
movimiento rectilíneo y el movimiento circular eran
los únicos movimientos simples. La idea de que todo
movimiento debía ser composición de movimientos
circulares y rectilíneos duró hasta el siglo XVI, como se
puede comprobar en la obra de N. Tartaglia (150057), que, en su libro La nueva ciencia (1537), estudió
el tiro parabólico como composición del movimiento
rectilíneo y el circular.
Premisa 2. Toda traslación simple ha de darse
desde el centro [rectilíneo ascendente], hacia el centro [rectilíneo descendente] o en torno al centro [circular].
Aristóteles destacaba en esta premisa que los
movimientos ascendentes y descendentes son contrarios por seguir direcciones opuestas.
Premisa 3. Un cuerpo es simple si tiene por naturaleza un principio de movimiento, como el fuego la
tierra..., y sus movimientos serán simples. El movimiento de los cuerpos compuestos será mixto,
moviéndose según el elemento dominante.
En este apartado Aristóteles sólo tenía en cuenta
los elementos inanimados. Además, que solamente
nombre al fuego y la tierra, ha hecho pensar que Aristóteles sólo consideraba a estos dos elementos como
básicos y calificaba al aire y al agua de elementos
mixtos.
Premisa 4. Dado que existe el movimiento simple,
que el movimiento circular es simple y el movimiento
simple lo es de un cuerpo simple..., es necesario que
haya un cuerpo simple al que corresponda desplazarse
con movimiento circular según su propia naturaleza.
Aquí, el razonamiento aristotélico se basaba en
dos premisas, la primera era que el movimiento antinatural era contrario al natural y la segunda que lo
contrario de algo es único. Y argumentaba así: si
alguno de los cuerpos simples existentes, como el
fuego, se desplazara de forma contraria a su naturaleza, por ejemplo, en movimiento circular, entonces,
este movimiento sería contrario al rectilíneo. Como
cada movimiento tiene único contrario y el contrario
del movimiento ascendente es el descendente, el
fuego no se puede mover en movimiento circular.
Premisa 5, ...la traslación circular ha de ser necesariamente primaria. Puesto que lo perfecto es anterior por naturaleza a lo imperfecto, y el círculo está
entre las cosas perfectas, mientras que no lo está ninguna línea recta, en efecto ni lo está la indefinida,
pues tendría entonces un límite y un final, ni ninguna
de las limitadas, pues algo queda fuera de ellas: en
efecto es posible alargarlas indefinidamente.
El razonamiento que hizo Aristóteles fue el
siguiente: como un movimiento primario ha de pertenecer a uno de los elementos y como el movimiento
circular es, por naturaleza, anterior al rectilíneo, dado
que el movimiento en línea recta es propio de los
cuerpos simples (tierra y fuego), el movimiento circular debe ser propio de un elemento simple. Ya que
Aristóteles suponía que la traslación de los cuerpos
mixtos seguía la del elemento simple que predomine
en la mezcla 6.
Por lo tanto, debía existir algún cuerpo simple que
poseyera, de forma natural, el movimiento circular.
Como la tierra, el agua, el aire o el fuego no lo
poseían debía haber otro elemento que poseyera de
forma natural movimiento circular. Ese elemento
debía ser más perfecto y anterior a los otros elementos del mundo que nos rodea y tenía que poseer una
naturaleza más pura. A ese elemento puro y perfecto
que Aristóteles descubrió sólo con la razón sin ningún
apoyo experimental lo llamó éter.
El éter por naturaleza no debe tener peso ni tampoco capacidad de elevarse, pues ni por movimiento
natural ni por movimiento antinatural puede moverse hacia el centro o alejándose de él. Como el éter,
según el argumento aristotélico, no podía moverse ni
de forma natural ni de forma antinatural más que de
forma circular, concluyó que el movimiento circular
no era susceptible de aumento ni de disminución y,
5
6
Aristóteles, Acerca del cielo, Libro I, cap. 2, Ed. Gredos, Madrid, 1996, pp. 44-49.
No tiene en cuenta la regla del paralelogramo que permite generar movimientos con cualquier trayectoria mediante la composición
de dos movimientos rectilíneos.
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ACTA
Del quinto elemento de Aristóteles al elemento ciento dieciocho de la química
por lo tanto, el cuerpo que de forma natural tuviera
ese movimiento debía ser ingenerable e indestructible. Como los cielos estaban hechos de ese material
los cielos eran indestructibles. El cambio, la generación y la destrucción sólo existía de cielos abajo,
donde vivimos los hombres.
à
2. Los elementos de la química
2.1. La alquimia
Las teorías aristotélicas se mezclaron con los
conocimientos prácticos de los pueblos por donde
se extendió el helenismo y más tarde, con la cultura
latina, dio lugar a un nuevo enfoque para estudiar
los elementos que componían la naturaleza. Este
nuevo enfoque estuvo representado por la alquimia.
Los alquimistas medievales habían observado que el
elemento griego tierra estaba formado por varias
sustancias minerales, ya que habían comprobado
que, cuando se fundían algunos minerales, que formaban el elemento tierra, aparecían metales. Así
descubrieron el plomo, el cobre o el hierro. También
por fundición encontraron que cuando fundía la
arena (sílice) con calizas se obtenía el vidrio. También observaron que los diferentes vapores y humos
que producían sus experimentos pasaban a formar
parte del aire, lo que les hacía suponer que el elemento griego aire debía estar compuesto por
muchas sustancias.
La constatación experimental de que unas sustancias se trasformaban en otras, unida al convencimiento racional que proporcionaba la teoría aristotélica de que todas las cosas naturales estaban
fabricadas con los cuatro elementos básicos de
Empédocles, hizo que los alquimistas se lanzaran a
investigar la naturaleza con el pensamiento siguiente: dado que cualquier sustancia debía ser mezcla de
los cuatro elementos básicos se podría conseguir
92
cualquier sustancia cambiando las proporciones de
los mismos. Pronto surgió la idea de que mutatis
mutandi, a cualquier sustancia se le podía añadir
otra que la transformara en oro, el más valioso de
los metales. Durante siglos el trabajo de los alquimistas fue encontrar esa sustancia que trasformara
plomo en oro; trataron de encontrar la llamada piedra filosofal.
A la piedra filosofal se le atribuían propiedades
mágicas y maravillosas, con ella se podría conseguir
la sabiduría absoluta o producir cualquier encantamiento. Los alquimistas creían en un mundo en el
que los conocimientos del hombre sabio podían provocar las más profundas transformaciones, lo que les
llevó a pensar que vivíamos en un mundo mágico en
el que eran posibles los hechizos, las adivinaciones y
los conjuros.
La magia, los sortilegios y los prodigios que se
podían esperar de los alquimistas están detrás de
muchas obras de la literatura universal; se encuentran
en el mago Merlín de la literatura artúrica, están
detrás de los encantamientos y elixires de Don Quijote y se localizan en la magia de Próspero en la Tempestad de Shakespeare, así como en el trasfondo de
la novela gótica actual.
La piedra filosofal era considerada por unos
alquimistas como el elixir de la eterna juventud, por
otros como la panacea que curaba todas las enfermedades y por los más técnicos como el disolvente
universal que permitiría que en él se pudieran amalgamar todos los metales. La piedra filosofal era la
quintaesencia aristotélica, ese quinto elemento perfecto, el éter del mundo de las estrellas que la sabiduría del hombre podía traer al mundo material y
corruptible.
Los árabes, en su expansión en los siglos VII y VIII,
propagaron la cultura clásica, pero también difundieron las ideas alquímicas egipcias y griegas. El
alquimista árabe Jabir ibn Hayyan (760-815), más
conocido como Geber, añadió a la lista de elementos conocidos el mercurio y el azufre y mantenía la
hipótesis de que con la mezcla de mercurio y azufre
en distintas proporciones podía producir cualquier
metal.
Los alquimistas no consiguieron su objetivo, puesto que no lograron encontrar la piedra filosofal, pero
descubrieron muchos elementos químicos y otros
cuerpos compuestos. A mediados del siglo XVI habían
descubierto el mercurio, el azufre, el arsénico, el antimonio, el bismuto, el zinc, el ácido acético, el ácido
sulfúrico y varios ácidos y bases y cientos de compuestos químicos.
Del quinto elemento de
Aristóteles al elemento ciento
dieciocho de la química
La mayor parte de los descubrimientos técnicos
y químicos de los alquimistas sobre los metales se
recogieron en la obra de Georg Bauer (1494-1555)
De re metalica. En el libro describe el modo de obtener los metales conocidos desde su obtención en la
mina hasta los tratamientos en el laboratorio para
purificarlos. Otro gran alquimista fue el suizo Teofrastus B. von Hohenheim (1493-1591), conocido
como Paracelso, que practicó la alquimia, no para
encontrar la piedra filosofal, sino con la intención de
descubrir nuevas sustancias y compuestos para
curar enfermedades.
griegos, las sustancias de las que está fabricado el
mundo material. Esta idea suponía que un elemento
debía ser una sustancia básica que se combinara con
otros elementos para formar otras sustancias compuestas, además, un elemento no se debía poder descomponer en otros más simples. La manera de averiguar si un elemento era simple o compuesto era
intentar descomponerlo o bien intentar componerlo
con otros y observar si se generaban subproductos.
En resumen, para determinar si una sustancia era o
no un elemento químico, se debía experimentar con
ella. El libro de Boyle marcó la separación entre la
química y la alquimia y transformó la química y la
medicina en ciencias independientes de la filosofía
convirtiéndolas en ciencias experimentales.
2.2. La química y la nueva
noción de elemento
Los primeros químicos fueron alquimistas. Robert
Boyle (1627-1691), al que se le considera uno de los
padres de la química, tuvo mucho de alquimista.
Creía en la posibilidad de obtener oro a partir del
plomo, hasta el punto de que en 1689 trató de convencer al gobierno británico para que aboliera la ley
que penaba la fabricación de oro por métodos alquimistas. Su petición no se debía a que fuera partidario
de la libertad en la investigación ni porque no sirviera de nada prohibir lo imposible, sino porque pensaba que el Gobierno debía obtener ingresos por
impuestos del oro que se fabricara.
A pesar de todo, en 1661 había publicado El químico escéptico, obra en la que abandonó la creencia
griega de que todos los cuerpos estaban formados
por los cuatro elementos clásicos y, en ese libro, dio la
definición moderna de elemento químico. Los elementos químicos eran para Boyle, igual que para los
Aunque estaba definido el concepto de elemento
químico no estaba claro qué sustancias eran elementos químicos y cuáles eran compuestos. Boyle estaba
convencido de que el oro no era un elemento simple
y que, por lo tanto, podía formarse a partir de otros
metales. Esta misma idea era compartida por su compatriota y contemporáneo Isaac Newton (16421727), que dedicó buena parte de su vida a estudios
sobre la alquimia7.
Muchos químicos siguieron trabajando con el criterio de elemento químico dado por Boyle. En el siglo
que separa a Boyle de Antoine Lavoisier (1743-1794)
desapareció la física griega de los cuatro elementos.
Henry Cavendish (1731-1810) descubrió el hidrógeno al hacer reaccionar ácido clorhídrico con hierro.
Observó que se desprendía un gas más ligero que el
aire y que ardía fácilmente con una llama azul.
7
Hay historiadores que afirman que la larga enfermedad que tuvo Newton poco después de publicar los Principia (1687) se debió a
una intoxicación por mercurio en sus experimentos alquímicos.
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ACTA
Del quinto elemento de Aristóteles al elemento ciento dieciocho de la química
Cavendish creyó que había aislado el flogisto8, pero
no supo identificar el hidrógeno que había descubierto. Por otro lado, Joseph Priestley (1733-1804) descubrió el oxígeno con un curioso experimento que consistió en calentar mercurio con ayuda de una lupa
hasta que la superficie quedó cubierta con una capa
de polvo rojizo (óxido de mercurio). Después quitó el
polvo que se había formado sobre el mercurio y lo
calentó en un tubo de ensayo. El polvo se evaporó y
una parte condensó en bolitas de mercurio y el gas
desprendido lo recogió en un matraz en el que había
depositado trozos de madera calentados. El gas hizo
arder aquellos trozos de madera con una llama viva.
Luego comprobó que con ese gas las velas encendidas ardían más vivamente y que los ratones, al respirar en este gas, se movían con mayor rapidez. Priestley pensó que este era un aire desflogistazado, pero,
en realidad, había descubierto el oxígeno.
Estos dos descubrimientos fueron repetidos e interpretados por Lavoisier, que tuvo especial cuidado en
pesar los ingredientes iniciales y los resultados obtenidos tras la reacción. Los químicos anteriores a Lavoisier no prestaban casi ninguna atención al aspecto
cuantitativo y mucho menos a las pesadas precisas,
que iban a ser la metodología fundamental de la química moderna. No pesaban las mezclas, ni les preocupaba si en las reacciones químicas se ganaba o perdía
peso. Lavoisier convirtió la medida en lo más importante de la experimentación química.
mente. Al poco tiempo apareció sobre el estaño un
residuo del metal (óxido de estaño). Cuando pesó el
recipiente y el contenido comprobó que el peso del
conjunto no había aumentado, lo que le indujo a
pensar que el residuo que había aparecido sobre el
estaño se había formado a partir de alguna sustancia
que estuviera en el recipiente. Cuando abrió el recipiente que contenía el estaño el aire del exterior entró
dentro del recipiente y entonces el sistema aumentó
de peso. Después comprobó que el aumento de peso
era igual al aumento de peso del óxido de estaño.
Lavoisier dedujo que el residuo había tomado alguna
sustancia del aire que había inicialmente en el recipiente y formuló la hipótesis de que cuando una sustancia está en contacto con el aire gana el peso que
toma de éste.
Con el experimento demostró que el aire estaba
compuesto por dos gases: el aire desflogistazado de
Priestley, que Lavoisier llamó oxígeno, y una sustancia
que los químicos venían llamando azoe (nitrógeno).
Lavoisier presentó una nueva teoría de la combustión
que desplazaba a la teoría del flogisto. El principio era
que cuando una sustancia arde se combina con el oxígeno para formar un óxido y el peso que gana el
material oxidado es igual al peso del oxígeno.
Lavoisier consideró elementos a la luz y al calórico, seguramente esperando que alguien diseñara
algún dispositivo para poder medir el peso de la luz o
del fluido calórico. Medio siglo después, se colocó el
hidrógeno como el elemento más ligero en el sistema
periódico y la luz y el calórico dejaron de ser considerados elementos químicos.
A la luz de la teoría de la combustión Lavoisier
interpretó el experimento en el que Cavendish obtuvo hidrógeno y comprobó que cuando ardía el hidrógeno en una atmósfera de oxígeno y se recogía el gas
obtenido, el vapor se condensaba en un líquido que
comprobó que era agua.
Lavoisier realizó un experimento crucial: colocó
un poco de estaño en un recipiente cerrado herméticamente y pesó el estaño y el recipiente conjunta-
Tras los experimentos de Lavoisier quedó patente
que los elementos clásicos griegos, tierra, agua, aire y
fuego, no eran elementos químicos. El fuego era un
brillo que desprendían los cuerpos al arder, la tierra se
conocía desde el principio que estaba formada por
muchas sustancias distintas, pero, a finales del siglo
XVIII, se demostró experimentalmente que el aire era
la mezcla de dos elementos simples, el oxígeno y el
nitrógeno, y que el agua estaba formada por oxígeno
e hidrógeno.
8 Antes de que Lavoisier explicara que la combustión de una sustancia era la reacción de la sustancia con el oxígeno, se creía que algu-
nos cuerpos tenían la cualidad de arder porque tenían una sustancia hipotética llamada flogisto que expulsaban en la combustión.
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Del quinto elemento de
Aristóteles al elemento ciento
dieciocho de la química
elemento que forma parte de una sustancia compuesta toma solamente una serie de valores simples puede
explicarse fácilmente suponiendo que cada elemento
está formado por átomos idénticos entre sí, que cada
elemento tiene su propio tipo de átomo y que cada
átomo tiene un peso fijo.
2.3. La teoría atómica de nuevo
Algunos filósofos griegos especularon con la idea
de que la materia estaba formada por átomos y vacío.
Una teoría atómica de la materia de ese tipo fue formulada por Demócrito de Abdera (s. IV a.C), pero la
gran influencia del pensamiento aristotélico la hizo
perder influencia y hasta caer en el olvido. Con el
nacimiento de la ciencia moderna, la teoría atómica
surgió de nuevo como una hipótesis plausible de la
constitución de la materia. Boyle descubrió en 1662
que el aire era compresible y que, además, la compresibilidad del aire era inversamente proporcional a la
presión que se ejercía sobre él. Boyle supuso que la
razón de que el aire fuera compresible era porque
estaba formado por pequeñas partículas separadas
por un espacio vacío. Por esa razón, aumentar la presión sobre un gas sólo suponía dejar menos espacio
entre las partículas que lo componían y la fuerza que
ejercía la presión se debía a que las partículas tendían a recuperar su situación primitiva. Boyle extendió el razonamiento al vapor de agua y pensó que, si
el vapor de agua estaba formado por átomos y espacio vacío, también el agua líquida y el hielo debían
estar formados por átomos y espacio vacío. Boyle
concluyó que, del mismo modo que los gases están
formados por átomos, los líquidos y los sólidos también lo estarán y, en consecuencia, toda la materia
debería tener estructura atómica.
En 1797 el químico francés J. L. Proust (17541826) realizó un importante descubrimiento. Comprobó que los elementos químicos siempre se combinan en proporciones definidas según sus pesos. Esta
ley venía a reforzar los presupuestos de la teoría atómica, puesto que, como argumentaba J. Dalton
(1766-1844), el hecho de que la proporción de un
Dalton reconoció como algo de vital importancia
para el desarrollo de la química la noción de peso
atómico de un elemento. El peso atómico era un atributo que los átomos no podían cambiar ni esconder.
Dalton mantenía que los átomos aportaban a los diferentes compuestos su peso, mientras que otras características propias del átomo, como color o sabor, desaparecían en el compuesto. Fue Dalton el químico
que dio la primera tabla de pesos atómicos tomando
como unidad el peso del más ligero de ellos: el del
hidrógeno. Los pesos de todos los elementos serían
múltiplos del peso del hidrógeno. La tabla de pesos
atómicos de Dalton hizo que la luz y el fluido calórico
dejaran de considerarse elementos químicos, como
los había considerado Lavoisier. La definición de los
elementos por su peso supuso la ruptura definitiva de
la ciencia con los elementos aristotélicos.
A comienzos del siglo XIX el número de elementos
descubiertos había aumentado notablemente. En los
descubrimientos de nuevos elementos tuvo mucha
importancia la invención de la pila eléctrica de Alejandro Volta (1745-1827). Volta presentó su descubrimiento en la Royal Society de Londres a comienzos del siglo XIX y despertó el interés de Humphry
Davy (1778-1829) y de J. J. Berzelius (1779-1848),
los cuales pronto descubrieron que una de las características de los elementos químicos era la de poseer
carga eléctrica y, por electrolisis, se encontraron
muchos elementos. Davy descubrió el potasio y el
sodio, más tarde Davy y Berzelius obtuvieron el calcio, el bario, el magnesio y el estroncio. En 1826 Berzelius preparó una tabla de elementos con sus pesos
atómicos.
2.4. La tabla periódica
Hemos visto que en el siglo XVIII se descubrieron
muchos elementos: algunos gases, como el oxígeno,
el nitrógeno, el hidrógeno y el cloro; muchos metales,
como el cobalto, el níquel, el platino, el manganeso,
el wolframio, molibdeno, titanio y cromo. A principios
del siglo XIX la lista se amplió, gracias a la electrolisis,
Davy descubrió el potasio, el sodio, el magnesio, el
estroncio, el bario y el calcio. Gay Lussac (17781850) descubrió el boro. Hacia 1830 se conocían cincuenta y cinco elementos. La química era demasiado
compleja, los elementos eran diferentes y tenían pro-
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ACTA
Del quinto elemento de Aristóteles al elemento ciento dieciocho de la química
piedades muy dispares. Por otra parte, no había un
orden entre los elementos y, además, no se tenía ninguna certeza sobre el número de elementos que podían seguir apareciendo.
En el siglo XVIII se elaboraron las grandes taxonomías de los seres vivos. C. Linneo (1707-78) y Bufón
(1707-88) clasificaron las plantas y los animales
según familias, géneros y especies. En el siglo XIX se
abordó otra gran tarea clasificatoria: la de ordenar,
según sus características, la enorme cantidad de elementos químicos con los que estaba hecha la naturaleza. Algunos químicos observaron ciertas regularidades, propiedades comunes y diferencias graduales
entre elementos distintos y, estudiando ciertas características, trataron de llegar a una clasificación.
J. W. Döbereiner (1780-1849) encontró grupos de
tres elementos que tenían una clara progresión en sus
propiedades: una terna la formaban el calcio, el
estroncio y el bario y otra la constituían el azufre, el
selenio y el teluro. Observó que en ambos casos el
peso atómico del segundo elemento estaba entre los
pesos de los otros dos. Pero no consiguió ordenar en
tríadas el resto de los elementos químicos y, por lo
tanto, el método de las tríadas se desestimó.
Por otra parte, los químicos apreciaban la clara
utilidad del peso atómico para hacer cálculos, pero
no veían ningún motivo para confeccionar listas de
elementos por su peso, puesto que no creían que el
peso influyera en las propiedades de los elementos
químicos. Ni siquiera consideraban plausible la idea
de que el peso atómico sirviera para obtener conclusiones teóricas, ya que no distinguían entre peso atómico, peso molecular y peso equivalente. Estos conceptos los manejaban indistintamente. Así, el peso
molecular del oxígeno es 32 (que es como se encuentra en la naturaleza), el peso atómico 16 (que es como
actúa en las reacciones químicas) y el peso equivalente 8 (por tener valencia 2 necesita dos átomos de
hidrógeno). El peso equivalente era el más utilizado
en los cálculos químicos; entonces, ¿por qué utilizar el
número 16 para ubicar el oxígeno en la lista de los
elementos?
En el año 1864, J. A. Newlands (1837-98) presentó a la Chemical Society de Londres una ordenación
de los elementos químicos según su peso atómico en
orden creciente. Observó que cada uno de ellos presentaba analogías con los que se encontraban siete
lugares antes o siete lugares después o un múltiplo de
siete. Al colocarlos en columnas verticales de siete, los
que eran semejantes debían quedar en la misma línea
horizontal. Así, el potasio quedaba cerca del sodio, el
selenio en la misma línea que el azufre, el calcio cerca
96
del manganeso…; las tríadas de Döbereiner estaban
en la misma fila. Pero la clasificación no despertó en
la Chemical Society ningún interés y a algunos les
pareció ridícula, hasta el punto que un miembro del
auditorio le preguntó a Newlands si no se le había
ocurrido colocar los elementos por orden alfabético.
Pero en 1869 el químico ruso D. I. Mendeleiev
(1834-1907) publicó la ordenación completa de los
elementos químicos que hoy se conoce como sistema
periódico de elementos. Mendeleiev abordó el problema de la clasificación teniendo en cuenta la noción
de valencia. Observó que la valencia de los primeros
elementos aumentaba y luego disminuía. Después de
colocar el hidrógeno observó que el litio, el berilio, el
boro, el carbono, el nitrógeno, el azufre, el flúor, el
sodio, el magnesio, el aluminio, el silicio, el fósforo, el
oxígeno y el cloro tienen de valencias respectivas 1, 2,
3, 4, 3, 2, 1, 1, 2, 3, 4, 3, 2, 1.
Con estas observaciones hizo una tabla por filas
en la que colocaba al hidrógeno solo, después dos
períodos de siete elementos cada uno y a continuación períodos que contenían más de siete elementos.
Con el fin de que los elementos de la misma columna tuviesen la misma valencia, se vio obligado a no
seguir el orden de los pesos atómicos, como le ocurrió con el teluro, de peso atómico 127,6, que por
tener valencia 2, lo colocó delante del yodo, de peso
atómico 126,9 y valencia uno.
Mendeleiev consideró oportuno dejar huecos en
la tabla, pero no pensó que los huecos de la misma
fueran defectos de su clasificación, sino que interpretó los espaciós vacíos como los lugares que vendrían
a ocupar en el futuro nuevos elementos químicos
todavía no conocidos. Dejó espacios libres para elementos desconocidos que llamó eka-boro, eka-alumi-
Del quinto elemento de
Aristóteles al elemento ciento
dieciocho de la química
nio y eka-silicio. El hueco del eka-boro lo ocupó el
escandio, el de eka-aluminio el galio y el del eka-silicio el germanio. El galio lo descubrieron con una tecnología naciente: la espectroscopía.
à
3. El sueño de los alquimistas
Una vez comprobada la utilidad de la ordenación
metódica de los elementos químicos en el sistema
periódico de Mendeleiev por predecir la existencia del
escandio, del galio y del germanio, se acabó el período de clasificación taxonómica de los elementos químicos por el análisis de sus propiedades. Se podían
predecir las propiedades de los elementos desconocidos por su colocación en la tabla. Faltaba dar una
explicación a por qué los elementos químicos se comportaban de esa forma periódica y caprichosa. Sólo
con la mecánica cuántica y el estudio del núcleo atómico se han podido explicar las características del sistema periódico de elementos. La explicación se ha
logrado con las nociones de número atómico, con el
estudio de la estructura electrónica de los átomos, y
con el estudio de la estructura del núcleo atómico.
Para comprender la naturaleza, la gradual variación
de las propiedades de los átomos y el comportamiento
periódico de las propiedades de los elementos fue
necesario salir del mundo de la investigación química.
Fueron los físicos los que observaron en la materia ciertas manifestaciones que, debidamente interpretadas,
iban a explicar el sistema periódico. Sin ánimo de
hacer una exposición exhaustiva de los estudios experimentales que se hicieron a finales del siglo XIX y
comienzos de XX, señalaremos los que condujeron al
descubrimiento del electrón, del protón y del neutrón.
En 1879 el físico inglés W. Crookes (1832-1919)
descubrió los rayos catódicos. Estos rayos se producían en el interior de un tubo de vidrio en el que se
había hecho el vacío e introducido en su interior unos
electrodos entre los que se establecía una diferencia
de potencial de varios miles de voltios. Los rayos
salían del cátodo y se propagaban perpendicularmente al cátodo a lo largo del tubo. En 1897, J. J. Tomsom (1856-1940) demostró que los rayos catódicos
eran cargas eléctricas negativas, ya que eran desviados por campos eléctricos y magnéticos y los llamó
electrones9. Los electrones también se habían observado en 1896 en la radiación (β) que emitía la radiactividad natural descubierta por Becquerel.
El descubrimiento del protón se produjo con un
experimento parecido al de los rayos catódicos realizado por Goldstein en 1886. Introduciendo hidrógeno en un tubo de rayos catódicos y estableciendo
entre los electrodos una diferencia de potencial alta,
las moléculas gaseosas se disocian, los átomos se
ionizan y se produce en el tubo una corriente de cargas positivas dirigida hacia el cátodo. Esas cargas
positivas son los núcleos de los átomos de hidrógeno,
que están formados por un protón.
Pero el hallazgo de la partícula subatómica que
produjo mayores repercusiones fue el del neutrón,
que fue descubierto por J. Chadwick (1891-1974) en
el año 1932 al bombardear Berilio con partículas alfa.
Se puede observar que en la reacción anterior se
produce una transmutación de elementos; a partir del
berilio se obtuvo carbono. Algunos químicos pensaron, ¿a qué distancia estamos de obtener oro en el
laboratorio a partir de algún otro elemento químico?
La colección de partículas subatómicas es muy
grande y con su estudio se conocerá cada vez mejor
la naturaleza de los elementos, que ya no se les puede
considerar elementos simples, puesto que de su interior surgen partículas numerosas y diferentes. Dado
que los átomos de los elementos químicos no son
indivisibles podemos hacernos muchas preguntas.
¿Qué partículas tenemos que quitar a un elemento
químico para transformarlo en otro elemento distinto? Por otra parte, como lo que caracteriza a un
átomo en el sistema periódico es su peso atómico, si
fuéramos capaces de dividir el átomo de un elemento en dos partes, ¿obtendríamos los átomos de dos
elementos distintos? Y si uniéramos dos átomos,
¿podríamos obtener otro distinto mucho más pesado?
3.1. ¿Qué hará un alquimista con
un acelerador de partículas?
Los transuranidos
Recordemos que el núcleo de un átomo está formado por neutrones y protones. Los protones son
unas partículas con carga positiva y los neutrones
tienen la misma masa que los protones, pero no tienen carga eléctrica. Los electrones son unas partículas que están fuera del núcleo y tienen la misma
9
La emisión de electrones ya había sido observada por H. R. Hertz (1857-94) en el efecto fotoeléctrico: una placa metálica de ciertos elementos emite cargas negativas al ser iluminada. El efecto fotoeléctrico fue explicado por Einstein, usando la teoría de Plank,
como la emisión de electrones de la última capa del átomo por la acción de la luz.
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ACTA
Del quinto elemento de Aristóteles al elemento ciento dieciocho de la química
carga que los protones. La masa del electrón es
prácticamente despreciable con relación a la del protón. Al número de protones se le llama número atómico y a la suma de protones y neutrones se le
conoce como masa atómica.
con el núcleo de un elemento y lo alteraba. En 1919
observó la siguiente reacción:
Como los elementos químicos se caracterizan por
su número atómico, si al núcleo de un átomo le
pudiéramos añadir un protón obtendremos el elemento siguiente de la tabla periódica. Si le pudiéramos cambiar únicamente el número de neutrones
lograríamos un isótopo, que sería el mismo elemento,
pero con distinto peso atómico. En la actualidad se
conocen 118 elementos químicos, pero de ellos sólo
se encuentran en la naturaleza de forma natural
desde el hidrógeno hasta el uranio, que tiene un
número atómico de 92. El resto de los elementos se
han producido artificialmente en el laboratorio bombardeando núcleos de átomos con partículas subatómicas o con núcleos de otros átomos.
Esta reacción era un auténtico ejemplo de transmutación: el nitrógeno, por la acción de las partículas
alfa, se transformaba en oxígeno. El nitrógeno, al ser
bombardeado por una partícula alfa, la absorbía, pero
se convertía en un elemento inestable y, para lograr la
estabilidad, debía emitir un protón transformándose
en un átomo de oxígeno de peso atómico 17.
En los comienzos de la química se buscaban los
elementos químicos pensando que eran los distintos
tipos de ladrillos inmutables de los que estaba hecho
el universo. Para los primeros químicos el plomo y el
mercurio seguirían siendo siempre plomo y mercurio.
Los físicos pusieron de manifiesto que las características químicas de un elemento químico dependían del
número de protones y de neutrones que poseía su
núcleo y comprobaron que los cambios que acompañaban a los fenómenos radiactivos modificaban el
núcleo de los elementos. Muchos físicos concibieron
la idea fascinante de que, como los átomos no eran
tan estables como se pensaba al principio, el hombre
podía alterar la naturaleza de un átomo estable y convertirlo en un elemento diferente.
Fue E. Rutherford (1871-1937) el que dio el primer paso para transformar un átomo en otro diferente. Rutherford bombardeó diferentes gases con partículas alfa que venían de un elemento radiactivo.
Observó que, en ocasiones, la partícula alfa chocaba
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Las primeras partículas que se utilizaron para
bombardear núcleos atómicos fueron las partículas
alfa, pero en cuanto J. Chadwick (1891-1974) descubrió el neutrón se comprendió que esta partícula era
idónea para bombardear núcleos atómicos, ya que,
por no tener carga eléctrica, su trayectoria no se vería
afectada por la carga de los electrones que rodean al
núcleo y le resultaría más fácil acercarse a un núcleo
lleno de protones positivos.
El primero en experimentar las consecuencias del
bombardeo del átomo con neutrones fue E. Fermi
(1901-54). Los experimentos de Fermi mostraron que
los núcleos activados por neutrones se transformaban
en isótopos radiactivos y obtuvo isótopos de casi
todos los elementos conocidos. Fermi también comprobó que eran especialmente aptos para la preparación de isótopos los neutrones lentos, a los que había
ralentizado haciéndoles atravesar materiales ricos en
carbono o hidrógeno, como el agua o la parafina. Los
neutrones lentos permanecían durante más tiempo
en las proximidades del núcleo y tenían mayor probabilidad de ser absorbidos por la fuerza gravitatoria de
éste.
Del quinto elemento de
Aristóteles al elemento ciento
dieciocho de la química
Fermi concibió la idea de hacer ensayos con el
último elemento conocido hasta entonces: el uranio.
Pensaba que el átomo de uranio, de número atómico
92 y masa atómica 238, al absorber varios neutrones
se convertiría en el elemento desconocido 93 ó 94
después de emitir varias partículas beta. Observó que
al bombardear uranio con neutrones lentos las radiaciones eran muy intensas y no se producía un isótopo radiactivo, sino una mezcla de ellos.
había llevado al descubrimiento de una fuente de
energía, la energía de fisión, pero no a la obtención
de elementos transuránicos. Lo que sí se había puesto de manifiesto fue que de un elemento se podía
obtener otro; el nitrógeno se podía transformar en
oxígeno, el berilio transformarse en carbono, el uranio
producir lantano. Estos descubrimientos habrían despertado la imaginación de los alquimistas medievales.
El estudio de las radiaciones del uranio provocó
numerosas investigaciones en los principales centros
científicos de Francia, Alemania e Italia. Los resultados fueron abundantes, pero el desconcierto entre los
científicos iba en aumento. La esperanza de encontrar, mediante bombardeo por neutrones, nuevos elementos, como esperaba Fermi, fue desapareciendo.
En Francia el matrimonio F. Joliot (1900-58) e I.
Curie (1897-1956) y sus colaboradores descubrieron
como producto del bombardeo del uranio el lantano,
de número atómico 40, lo que parecía sugerir que el
uranio se había partido por la mitad.
3.2. La transmutación de los átomos
El experimento de Joliot-Curie fue repetido en
Alemania por Oto Hahn (1879-1968) y Lisa Meitner
(1878-1968), que encontraron en la desintegración
del uranio algunos isótopos como el bario y el argón
y también lantano. En 1939 dieron la interpretación
correcta del problema y era que un isótopo del uranio, el 235, se rompía al ser bombardeado por neutrones lentos y producía dos elementos ligeros, generalmente radiactivos. A este fenómeno se le llamó
fisión nuclear. La fisión del uranio no sólo generaba
otros elementos, también desprendía una cantidad de
energía.
Con el descubrimiento del fenómeno de la fisión
del uranio se comprobó que elementos más pesados
que el uranio no se podían obtener mediante el bombardeo con neutrones lentos. La intuición de Fermi
Con la fisión nuclear se ha conseguido el sueño de
los alquimistas. Que un elemento se pueda transformar en otro. La intuición de los alquimistas fue notable, ya que intentaron obtener oro, de número atómico 79, a partir de los dos metales más parecidos entre
los conocidos en su momento, es decir, del plomo,
cuyo número atómico es 82, y del mercurio, de número atómico 80. Pero conseguir un elemento a partir de
otro elemento se pudo lograr a partir del descubrimiento de la radiactividad y de la fisión nuclear.
Los elementos transuránicos no se formaron
bombardeando núcleos atómicos con neutrones lentos, como sospechaba Fermi, sino bombardeando
núcleos atómicos con otros núcleos. Con la ayuda de
potentes aceleradores de partículas. El elemento 118
se ha conseguido bombardeando núcleos de californio, de número atómico 98, con núcleos de calcio
20. En este bombardeo se produjo el elemento 118,
que luego decayó al 116 y luego al 114. El elemento se descubrió en octubre de 2006. Los elementos
transuránicos tienen una vida muy corta, pero los
investigadores esperan encontrar una proporción
adecuada entre el número de neutrones y el de protones que proporcione a los pesados elementos transuránicos mayor estabilidad y conseguir lo que han
dado en llamar una isla de estabilidad para estos elementos.
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