Bioética y avances tecnológicos: tres problemas actuales

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Bioética y avances tecnológicos: tres
problemas actuales
Dice el Prof. Alejandro Llano que en un ámbito académico universitario, la verdad como pasión, es el talante o
por decirlo de manera más rigurosa- el temple de quien piensa que el estudio, el aprendizaje, la conversación
racional, es el mejor camino para la resolución de los problemas, para la mejora del mundo y de la sociedad.
Estas palabras resumen de manera acertada el espíritu que impregnó el curso dictado por la Dra. Natalia
López Moratalla sobre “Bioética y avances tecnológicos”, del que brindamos un resumen.
La panorámica actual de los problemas bioéticos, con relación
al hombre, se puede resumir en tres campos. En primer lugar
las cuestiones que se refieren a la manipulación de la vida
humana naciente y la dignidad de la procreación. Otra área se
refiere al valor de la vida humana que decae, del ser humano
débil, o discapacitado, etc. Y un tercer aspecto, son las
manipulaciones de la corporalidad, como la esterilización, o la
posibilidad, más o menos remota, de intervenir en la identidad
genética con la clonación, o la ingeniería genética.
En general el avance tecnológico actual carece de orientación,
y en algunos aspectos se impone, por razones éticas, una
limitación de la investigación biomédica, o de la intervención
manipuladora. Se requiere una referencia clara para poder
llevar a cabo un juicio moral en las cuestiones que plantea la
manipulación de las personas y de la vida humana, más allá de
la mera utilidad.
La pura instrumentalización del embrión humano para
satisfacer el interés de terceros, sean los terceros los padres,
los científicos, o las empresas biotecnológicas, se deriva de la
falta de comprensión antropológica del carácter personal del
cuerpo humano y con ello la falta de comprensión, y a veces
falta de aceptación, de la moral acerca transmisión de la vida
humana: el rechazo de la gravedad que supone la sustitución
del engendrar de los padres por la producción del hijo.
CARÁCTER PERSONAL DEL CUERPO
HUMANO.
La clave de esta problemática está en la comprensión de que la
dimensión corporal es un elemento constitutivo de la persona
humana. La actitud ante el hombre depende de cómo se
conciba el entrelazamiento de la vida personal, la biografía de
cada uno, y la vida en su dimensión física y biológica. Cada
biografía tiene una trayectoria temporal de suyo creciente, y
que está llamada a ir alcanzando la plenitud. Esta dimensión
biológica tiene una trayectoria temporal del hacerse, madurar,
y empezar a deshacerse de su cuerpo. No son dos vidas
autónomas ni se trata de una doble vida. No existe
propiamente una vida animal del hombre; el cuerpo del
hombre es siempre un cuerpo humano. La decadencia, la
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limitación, el echarse encima de la muerte, no es perdida del
valor personal. De igual forma que la materialidad de una vida
incipiente no se puede equiparar con la dignidad que el
carácter personal le confiere.
Sin embargo, en la cultura dominante, de una parte, la
reducción de lo personal a lo biológico ha llevado a confundir
la dignidad y el valor de la persona humana, con el valor y la
dignidad de la vida en cuanto proceso orgánico. Y de otra, la
total separación o independencia lleva a considerar el cuerpo
como algo que se posee, no que se es, y que puede manipularse
a voluntad.
Desde ambos extremos reducción de lo personal a lo biológico
o total separación la visión del hombre conduce al mismo tipo
de posturas, que condicionan la respuesta a las cuestiones
bioéticas planteadas. De una parte, un utilitarismo que niega
valor a una vida que sufre, que está irreversiblemente limitada,
o que está en su fase terminal. De otra, una, injustificada e
injustificable, valoración de la importancia de los diferentes
ingredientes que componen la vida humana. Así aparece como
un sin-sentido lo que desagrada a los sentidos, el esfuerzo, la
aceptación serena del dolor, o la limitación física, etc.,
mientras cobra auge el higienismo, el derecho a la salud a
cualquier precio, los intentos frenéticos por estar en forma, el
encarnizamiento terapéutico, etc. Todas ellas formas variadas
de culto al cuerpo.
Otras posturas parten de un cierto determinismo genético que
concede un peso específico irreal al grado real en el que las
condiciones genéticas influyen en la conducta. A la vez que
emerge un eugenismo, que pretende la clasificación y
selección de individuos, y que establece una valoración de la
existencia humana en virtud de las características genéticas,
como puedan ser las que confieren predisposición a unas
enfermedades. E incluso un determinismo cerebral, incapaz
de percibir que, por grande que sea la limitación cerebral de
una persona discapacitada, su cuerpo no deja de ser un cuerpo
humano. De igual forma, que no deja de ser un cuerpo humano
el embrión o el feto porque no haya alcanzado aún el
desarrollo cerebral, ni pierde tal condición el nacido porque en
momentos o situaciones de la vida no esté capacitado para
actuar como persona.
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1. El cuerpo humano expresa la humanidad del
hombre.
La plena unidad materia-espíritu del ser humano, significa que
las dimensiones biológicas se integran en esa unidad de
sentido personal que es cada hombre. Esto es, las
características y las expresiones corporales son características
y expresiones de la persona. El cuerpo tiene un lenguaje
propio: expresa a la persona, muestra al hombre. La referencia
moral es precisamente esa: el sentido humano de los actos
corporales, su dimensión personal.
No todas las funciones fisiológicas, ni todos los procesos
corporales participan por igual en la humanidad del hombre.
Unas funciones, aunque asociadas a la corporalidad, son
radicalmente humanas: la actividad cerebral, el mundo de la
afectividad, los órganos o la actividad sexual, la identidad
biológica, la integridad física, el comienzo y final de la vida,
etc.; mientras que otras son más neutras desde el punto de vista
de la persona, o más cercanas a la mera corporalidad, como
respirar, digerir, etc. Los órganos no son homogéneos; no es
igual el riñón que filtra que los órganos sexuales que producen
las células que transmiten la vida. El cuerpo no es neutro,
autónomo o independiente. Por ello hacer justicia a cada
hombre implica también hacerla a su cuerpo. El juicio en las
cuestiones bioéticas referidas al hombre exige integrar en una
unidad de sentido y de fin aquellas dimensiones humanas, que,
a su vez, están asociadas a la corporalidad: son hechos
biológicos, con su propio significado natural, pero que no se
agotan en él. Tienen un significado natural y propio, que no
está sometido a la decisión de los hombres aunque la técnica
pueda intervenir en esos procesos biológicos.
Por ello, las ciencias positivas no pueden dar cuenta cabal del
carácter personal del cuerpo. Por ello la biología humana no es
simple zoología. Y al mismo tiempo, la antropología y la
bioética requieren un conocimiento riguroso de los procesos
naturales cognoscibles por las ciencias positivas. Cuando se
pretende conocer moralmente un acto no basta la descripción
mecánica, morfológica, fisiológica, técnica, o sociológica;
sino que es preciso conocer cómo implica, como afecta, a la
persona. La capacidad de establecer esa relación, en cada acto
concreto, es la racionalidad ético-moral. La fundamentación
de los juicios bioéticos requiere la integración de dos
conocimientos que se alcanzan desde dos modos de saber que
tiene sus propias exigencias metodológicas.
Ese es el reto: rigor de la fundamentación del juicio que
conlleva y requiere rigor en los dos aspectos. Por una parte,
conocer y precisar rigurosamente desde la ciencia cuál es el
hecho biológico natural. La capacidad de intervención en la
vida biológica del hombre, el desarrollo de la biotecnología,
conduce con frecuencia a hacer difusa o incluso borrar los
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limites de lo natural.
En segundo lugar, una vez establecido rigurosamente cual es
el hecho biológico, la valoración ética de las cuestiones
biomédicas, o de la biología humana, requiere establecer que
sentido personal tiene. La dimensión propiamente humana de
ese hecho biológico. Esta es una racionalidad antropológica,
ética. Los dos niveles de conocimiento han de integrarse
coherentemente, porque el hombre no tiene dos naturalezas o
dos vidas: una biológica y otra racional.
2. La doble condición del hombre: individuo de
la especie y persona.
Toda persona es capaz de percibir el misterio mismo del
hombre: la desproporción entre la acción que permite la fusión
de los gametos de sus progenitores y el fruto, que es nada
menos que un hombre dotado de inteligencia, libertad,
capacidad de amar, de relaciones personales. Por tanto, es ese
carácter personal la referencia sin la cuál las cuestiones éticas
no se resuelven y la bioética queda reducida a resolver
cuestiones humanas como meras cuestiones técnicas (con
parámetros de eficacia, o de las consecuencias que se deriven),
como valoraciones ponderables entre sí.
EMBRIONES HUMANOS IN VITRO.
La magnitud de la manipulación de los seres humanos, en fase
embrionaria, ha alcanzado cotas impensables hace 25 años,
cuando comenzó la práctica clínica de transmisión artificial de
la vida. Práctica que surgió en el ámbito de la medicina como
un medio de “asistir”, de solucionar, aunque sin curar, algunas
formas de esterilidad. Aquellas en que existe un obstáculo
para que los gametos de los progenitores se encuentren y
puedan fecundarse.
El legitimo deseo de hijos de un matrimonio estéril -legítimo
sólo en cuanto deseo-, se ha convertido en un falso derecho a la
felicidad que conlleva la paternidad (y a la satisfacción de
gestar una criatura), sin reparar en lo que supone negarle al
hijo el tener su origen en la expresión del amor de sus
progenitores, sin tener en cuenta lo que significa no ser
concebido y acogido en su madre. Y sin tener en cuenta el
riesgo que corre la vida y la integridad física del hijo por la
situación biológica no natural de su origen y falta de acogida,
congelación que detiene arbitrariamente su proceso vital, etc.
La manipulación de la reproducción humana debe ayudar a
que la unión corporal permita el fruto natural potencial de
concebir el hijo. Es un límite razonable y comprensible para
todas las personas, que da respuesta profundamente humana a
cual de los dos derechos humanos en conflicto debe
prevalecer: si el derecho del hijo a tener su origen en el
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engendrar de sus padres, con su biología no programada, ni
elegida “desde fuera”, y el derecho a ser acogido en el seno
materno en una plena unidad de concepción, nacimiento y
crianza y sin un riesgo añadido para su vida; o, por el contrario,
el derecho a un hijo, el derecho a tener en propiedad y gestar
una criatura, o incluso el derecho a tener la opción a elegir,
frente a la procreación natural, incluso de mujeres solas.
La gama actual de situaciones aceptadas en la práctica real
(tales como donantes de gametos, madres de hijos sin padre,
madres ancianas, madres de alquiler, hijos a la carta, donación
de embriones, uso de las técnicas para selección de los
embriones que no porten una tara genética heredable con
eliminación de los portadores, etc.) excedió los limites
clínicos planteados en los inicios, para convertirse en una
“medicina del deseo” y en una eugenesia prenatal que elige “el
mejor” y destruye, o abandona en el congelador, al resto de los
hermanos.
PRODUCCIÓN DE EMBRIONES EN
EXCESO.
Con la lógica propia de un proceso de producción, los
embriones humanos se han obtenido durante años en exceso,
para elegir los biológicamente mejores, y que los demás se
conviertan en sobrantes: la mayoría de ellos, los
biológicamente peores, no son acogidos en el seno materno y
por tanto no pueden tener la posibilidad de desarrollarse y
nacer. Son vidas recién iniciadas y de manera injustificada,
abandonadas a una muerte lenta pero inexorable.
Inexplicablemente tales abusos -protegidos por una
legislación injusta- están ampliamente aceptados; a veces, por
la simple vía de querer ignorar qué está pasando en la realidad.
En parte, se pacta porque no se quiere pensar en la situación,
ya que no se está dispuesto a renunciar a las posibilidades que
ofrece la técnica; y en parte, existe un cierto desánimo acerca
de que se pueda cambiar. Muy pocas voces se han oído a lo
largo de estos largos años, no ya denunciando la situación,
sino incluso recordando las razones que fundamentan la
gravedad moral de sustituir el acto humano de engendrar por el
de producir el hijo. Esa es la razón de fondo de la ilicitud del
proceso, a la que se añade las perdidas de vidas humanas en su
fase embrionaria, injustificables desde todo ángulo y sin
embargo, toleradas y consentidas.
El nivel de desprecio a la vida naciente es incomprensible,
máxime si se presenta como medicina. Si una mujer tiene
problemas para la implantación del embrión, o para
gestarlo, se trataría de curarla y no de producir diez o más
hijos para que alguno salga adelante. A esto no puede
llamarse medicina. Tampoco puede llamarse medicina a la
selección eugenésica, que busca conseguir un hijo sano sobre
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la base de abandonar a la muerte a los otros que pudieran
portar alguna tara. Más aún, el deseo de un hijo se ha
transformado en exigencia de un hijo sano y de ahí a la
exigencia de un hijo útil, por sus características, para ser
donante de sangre para un hermano ya nacido y enfermo.
El diagnóstico genético pre-implantatorio es presentado como
una alternativa al diagnóstico prenatal en parejas, fértiles o no,
con riesgo de transmitir enfermedades hereditarias a su
descendencia. Para aplicar tal diagnostico, se producen
embriones en un número elevado, se analizan (en el análisis
mueren o quedan dañados algunos) y solo los embriones no
afectados se transfieren al útero. El resto de embriones vivos, y
viables pero enfermos, son descartados. Esto no es curar, sino
simplemente eliminar los hijos con alguna tara; y para
facilitar la selección de los mejores, se producen en un buen
exceso.
La capacidad técnica de elegir los embriones en mejor estado,
permitió reducir el número de embriones en cada
transferencia. En efecto, habían empezado a parecer con
frecuencia embarazos múltiples, con el riesgo que suponen
para ellos, para la madre y cómo no decirlo, el riesgo de
demanda por mala praxis. Con una lógica poco comprensible,
las clínicas de Fivet tomaron como procedimiento la llamada
reducción embrionaria; es decir, un aborto selectivo que
reduce el número de hijos en gestación al número aceptable en
el proyecto procreador de los progenitores.
Comenzó entonces el almacenamiento de embriones
congelados. La congelación de embriones también tiene
efectos adversos; la crio-conservación se asocia a una tasa alta
de agotamiento de forma que, tras la descongelación, algunos
embriones presentan perdida de la capacidad de desarrollo.
Sin embargo, el uso sistemático de protocolos de estimulación
ovárica hace que en la mayoría de ciclos de fecundación in
vitro se disponga de un número de embriones, aptos para ser
transferidos a la madre, superior al que finalmente se va a
implantar. Demostración inequívoca de la falta de rigor de la
práctica: es inexplicable que sobren sin más, y que la
producción en exceso de embriones exija una congelación que
les daña. Sin embargo se han seguido acumulando embriones,
en su mayoría condenados a una muerte lenta, años después de
sólo haber cumplido su día uno, o tres, o hasta día cinco de su
vida (previos a la crio-conservación).
El problema ético creado por los embriones crio-preservados
empieza a adquirir carácter de urgencia más de 10 años
después del inicio de la técnica, cuando se descubre una
“utilidad” para esos embriones que sobran y que ya no es
aquella para la que fueron producidos. Una utilidad con el fin
bueno de curar enfermedades graves, pero que supone nada
menos que reanimar los embriones congelados, y los que
sobrevivan a este proceso, madurar en el laboratorio hasta que
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alcance el desarrollo suficiente (una semana
aproximadamente) para destruirlos y poseer un tipo de
células: las codiciadas células madre embrionarias.
¿Cuál fue el pistoletazo de salida hacia esa cuesta abajo moral
(pendientes resbaladizas como se han llamado), imparable, no
tanto porque el progreso tecnológico de suyo es bastante
limitado, sino por falta de recursos morales para afrontarla?.
¿Porqué en pocos años una solución tecnológica a
matrimonios estériles, que deseaban ardientemente ser padres,
se ha convertido en un error de ese nivel? El reto para la
comunidad científica es esencialmente comprender y hacer
comprensible la raíz de esa gravísima pendiente resbaladiza
que lleva a despreciar la vida incipiente de un ser humano.
Hasta tal punto ha llevado la instrumentalización de la vida
precoz que el debate se centra, no en si es lícito producir y
destruir embriones humanos, sino en si el embrión humano
tiene, o no tiene, carácter personal y por tanto si merece el
reconocimiento, o no, de la dignidad inviolable de la persona
en sus primeros días de vida embrionaria. Se construye una
nueva filosofía en torno a la “diferencia ontológica” del
embrión precoz frente al feto, que tiene ya un sistema nervioso
incipiente. O en torno a una supuesta diferencia entre el
embrión en la madre, concebido de forma natural, o el
producido en el laboratorio y mantenido fuera de ella. Y
cuando, como ocurre hoy, la biología no puede ser más
contundente en su afirmación de que la vida individualizada se
inicia con la concepción, con la constitución de un cigoto, se
hace necesario buscar otros parámetros, ajenos a la biología.
Entonces, se esgrimen otros conceptos para intentar demostrar
que una vida humana precoz no alcanza, y no lo hará hasta
pasado el tiempo, el carácter de persona. La carencia de
autonomía del embrión según estos postulados- hace que un
embrión tenga valor como individuo biológico de la especie
humana, pero no el valor intrínseco propio de la persona, sino
un valor relativo y ponderable frente a otros valores, cómo la
salud de terceros.
¿Cómo es posible que, con datos científicos tan precisos del
comienzo de cada vida y de la biología del desarrollo, no se
pueda llegar a un acuerdo acerca de sí es, o no, persona
humana un embrión, o cuándo llega a serlo? La grandeza que
encierra la transmisión de la vida humana, ha sido
desmitificada por las tecnologías anticonceptivas primero, y
de fecundación artificial después. Esta grandeza no es
comprensible si no se percibe una inseparabilidad natural, una
intrínseca unidad de sentido entre el acto de unión corporal
que permite engendrar y el significado humano de ese acto
como entrega personal al otro y aceptación de la otra persona.
Si la biología no deja resquicio de duda sobre el inicio de la
vida se hace inevitable argumentar que una cosa es el hecho
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biológico necesario el inicio de un nuevo individuo de la
especie humana, y otra el desarrollo temporal suficiente para
alcanzar el carácter de persona.
La coincidencia entre el acto de unión corporal, que permite la
generación del hijo (en un proceso ordenado con etapas que se
suceden en el tiempo), y el acto que expresa (propiamente y de
suyo) la entrega amorosa personal, muestra el carácter
personal del engendrar humano. El conocimiento racional de
los ciclos de fecundidad permite una paternidad responsable.
La anticoncepción rompe la unidad de sentido de la
transmisión de la vida.
El freno de las pendientes resbaladizas y la recuperación de
saber ético pasa necesariamente por una labor de
investigación seria y honesta que permita la asimilación de la
verdad del hombre. No es infrecuente que la necesidad de
ejercer objeción de conciencia en el ámbito del ejercicio
profesional, la exigencia moral de no cooperar al mal y el reto
moral de impedir leyes injustas, o tratar de hacer que las
vigentes sean menos injustas, se presente como dura,
cansadora, o incluso se viva demasiado en soledad. La verdad
es lo que libera. La verdad del hombre debe ser recordada con
más frecuencia, incluso con más pasión.
4. NO A LA INVESTIGACIÓN
DESTRUCTIVA CON EMBRIONES.
Sobre la base de rehuir la perspectiva del carácter personal de
la realidad humana embrionaria se cedió a los falsos
imperativos morales: de la compasión por las parejas a las que
se hace difícil la continencia periódica, se pasó a la compasión
de las parejas sin hijos que, supuestamente, obligaría -no a
curar la esterilidad- sino a producirles embriones. Y de ahí se
pretende pasar a otro imperativo moral: la compasión a los
enfermos que, también supuestamente, obligaría a la
investigación destructiva y consumidora de embriones.
Si los padres no están dispuestos a acoger los hijos excedentes
de su proyecto reproductivo, y tampoco existe quien pueda o
quiera acogerlos, miles de seres humanos en fase embrionaria
están, de hecho, condenados a morir en el día uno, o dos, o
cinco como máximo, de su vida. Vida que alcanzaron en el
laboratorio y que fue parada para congelarles y
conservarles sin un destino cierto. A esta injusticia (sin
otro precedente en la historia de la humanidad que el
aborto), se ha pretendido insistentemente sumar otra
(cuyo precedente próximo es la experimentación en vivo,
legalizada por los nazis, en pro del progreso científico):
usar los embriones sobrantes vivos para una investigación
con unos fines terapéuticos, mas o menos ambiguos.
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Lo que se pide, bajo la justificación del fin humanitario de
aliviar el dolor, es nada menos que reanimar los embriones
crio-conservados sobrantes (los que no puedan ser
transferidos a una mujer), para que vivan y se desarrollen in
vitro durante unos días hasta alcanzar el tamaño suficiente
para poder obtener las llamadas células madre embrionarias,
diseccionando el embrión en su fase de blastocisto (embrión
de cinco días), y por tanto matándole.
Esta aberración es legal en diversos países, y se discute en la
UE si se financia o no con los fondos comunitarios ese uso de
embriones humanos. Se alega que está justificado (dada la
situación de abandono en la que se han puesto con
imposibilidad de desarrollarse y nacer) descongelarles,
reanimarles y mantenerles con vida hasta que su tamaño les
haga útiles y utilizables vivos. Es una destrucción directa,
después de haberles reanimado de la congelación y
alimentado hasta que alcanzar el tamaño en que son útiles para
investigar, ejecutando así la condena a muerte que supone su
abandono en el frío.
La vida de estos embriones está detenida en el día en que
fueron congelados. Se desconoce el efecto del tiempo de
permanencia en el frío, pero no es inocua como ocurre para
todo ser vivo. Aunque los procesos biológicos están
enlentecidos por efecto de las bajas temperaturas, la vida y la
integridad física esta sometida a un desgaste lento pero
irreversible. Dejarles indefinidamente en esa situación no es
un bien, es también un mal. Es dejarles morir a cámara lenta,
por mantenerles en una situación una temperatura donde la
vida está casi paralizada.
Alargar indefinidamente esa situación injusta de la crioconservación no es, en sí misma, un bien. Solamente la
esperanza de que aparecieran adoptantes de esas vidas, entre
las parejas “en lista de espera de un embrión” en los centros de
Reproducción humana asistida, justificaría prolongar la
situación de mantenerles congelados sin poder desarrollarse y
seguir su ciclo vital. Pero esa esperanza no es real. Se sabe que
los embriones sobrantes, son precisamente los más débiles y a
los que más les afecta el proceso de congelacióndescongelación. La sospecha de la mayor debilidad que
presentan estos embriones es una de las causas para que
aquellos donables y donados por los padres biológicos no sean
fácilmente acogidos por otras parejas. De hecho a quienes
esperan un embrión se les ofrece uno recién producido, y no
uno abandonado y almacenado. Para los abandonados no hay
ninguna solución valida que dé una salida justa a la injusticia
cometida. Antes o después hay que proceder a dejarles morir,
de forma natural, sacándoles del frío. Tener que dejarles morir,
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porque no hay posibilidad real de permitirles desarrollarse y
nacer, es un mal menor, pero un mal. No deben caber prisas,
pero tampoco desidias que facilite que el olvido haga perder
conciencia de la gravedad de la situación creada.
1. Vida y muerte de los embriones humanos crioconservados.
En el contexto del debate creado acerca del destino de esos
embriones irremediablemente "sobrantes" es importante la
comprensión biológica de la concepción, del comienzo de la
vida e inicio del desarrollo unitario como individuo. La tarea
de impedir que el carácter personal sea considerado algo
otorgable a un individuo perteneciente a la especie humana; y
otorgable graciosamente en un momento diferente -o con
independencia- de cuando es biológicamente un ser humano,
se acompaña a veces del riesgo de aferrarse a explicaciones
científicas poco exactas acerca de cómo es y cuándo comienza
y cuándo acaba el proceso vital de cada individuo.
Dicho de otro modo, es obvio que la persona humana no es
demostrable desde las ciencias positivas; pero las cuestiones
acerca de qué es y qué no es un individuo de una especie;
cuándo y cómo se inicia el arranque de la vida y se pone en
marcha el proceso unitario de la vida; cómo afectan a los
procesos vitales incipientes el entorno materno o el entorno
artificial de la situación in vitro; cuándo y cómo acaba una
vida recién empezada; son cuestiones a responder desde la
ciencia y los conocimientos científicos avanzan. Sólo desde el
más pleno rigor científico, alcanzado en un momento
concreto, acerca de qué es, y por tanto qué sentido tiene, un
determinado proceso biológico puede valorarse como afecta a
la dignidad personal la manipulación de tal proceso. Y con ello
alcanzar el juicio moral.
La cuestión acerca de sí un individuo perteneciente a la
especie humana sea persona, o pudiera ser otra cosa, no es
alcanzable desde la ciencia. No se trata de demostrar
científicamente lo que se considera éticamente correcto por
otras vías: el respeto a la vida desde la concepción. Desde la
ciencia se trata sólo de alcanzar una visión acertada, lo mas
verdadera posible, de la realidad viva. Y la ciencia biológica
ha conquistado en los últimos años un conocimiento más
preciso del proceso por el que se constituye un individuo y del
proceso por el que se va desarrollando en los primeros días de
vida.
El punto clave es que la concepción es más que la fusión de los
gametos, tanto si la fecundación es natural o artificial. Un
nuevo individuo es más que el resultado de la mera fusión de
los gametos que permite reunión, la creación de un nuevo
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patrimonio genético, mitad del padre y mitad de la madre. Esa
materia aportada por los progenitores se constituye en
individuo, ser humano cigoto en fase de una célula, por un
proceso, que dura horas en el caso humano, y durante el cual se
reorganizan los materiales, de tal forma que se expresa la
información genética hasta entonces silenciada y silenciosa.
Es decir, el mensaje genético escrito en el material aportado
por los padres, ha de prepararse para que el contenido se pueda
empezar a leer por el principio. Y puedan, desde esa primera
página, ir saliendo de forma ordenada las instrucciones
precisas par construir el cuerpo, madurar y envejecer y morir.
Es necesario, pero no es suficiente, que estén los cromosomas
paternos y maternos reunidos en una unidad celular para que
arranque una vida. Todo proceso de generar un individuo (sea
por fecundación natural o artificial o sea por clonación)
requiere actualización de la información genética de partida,
de manera que comience el programa constituido por
mensajes sucesivos. Sólo la actualización de la información de
forma desde el punto cero genera un nuevo individuo.
Comenzar a existir, como miembro de la especie
correspondiente, y con las características individuales
propias, exige que pase a acto la potencia de la fusión de los
gametos. La constitución de un individuo es un proceso
temporal. Mientras no se constituye, a partir de los materiales
heredados y comience la emisión del mensaje genético, no hay
un principio de vida capaz de regir, como tal principio de
unidad vital o alma, el crecimiento unitario y armónico de un
viviente.
La Biología ha pasado de una concepción estática del inicio y
desarrollo de la vida a una concepción dinámica en que la
información genética solo se expresa si le van llegando las
señales adecuadas. En el genotipo, o estado inicial del
genoma, hay sólo potencialidad de multitud de operaciones;
sólo al adquirir el fenotipo de inicio de la existencia fase de
cigoto, se actualizan todas las potencialidades. Y solo la
interacción de los genes con moléculas del ambiente celular, o
extracelular, o externo al individuo, permite ir manteniendo
actualizada la información. Esta visión o explicación se acerca
mucho más a realidad viva y permite por tanto conocer mejor
su inicio, desarrollo y su terminación. Cuando ese principio
unitario de vida desaparece, deja de estar actualizado,
acontece la muerte, aunque sigan funcionales, durante algún
tiempo, algunas de las partes integrantes del todo.
Los datos de la ciencia son contundentes al mostrar que el
embrión tiene ya desde su primer día de vida una organización
perfecta. El embrión pre-implantatorio, o embrión de menos
de 14 días, (lo que aparece con frecuencia con el confuso
término de pre-embrión) muy lejos de ser un cúmulo de
células, es un organismo que crece y se configura como una
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unidad vital, con ritmo propio y armónico de crecimiento. La
unidad vital y la consistencia propia del embrión por sí mismo
son hechos innegables, y difíciles de ocultar aún cuando se
intenta a toda costa, también a costa de la ciencia, desacralizar
al ser humano en su fase embrionaria, convirtiendo el valor
absoluto, que por si mismo posee, en un valor relativo y
ponderable frente a otros valores. Y sobre todo nos permite
comprender las situaciones creadas por la biotecnología y
valorarlas éticamente.
Por ello, es posible afirmar algunas cuestiones. En primer
lugar, que de un embrión que está creciendo en el laboratorio
se puede determinar, por observación directa, si tiene una
vitalidad excelente, o simplemente buena, o problemas
definidos y no severos, o problemas severos, o está
degenerando, o muerto. El ritmo de crecimiento y la forma que
va adquiriendo su cuerpo indica su situación.
En segundo lugar, un embrión que haya sido congelado tiene
detenido artificialmente el proceso vital: no esta viviendo sino
paralizado en un momento concreto de su ciclo vital. Está
parado en acto. Lentamente a causa de las bajas temperaturas,
su vida empieza a degradarse. No puede actualizar las fases
siguientes por carecer de señales ni las condiciones para
continuar desarrollándose. Podemos afirmar que para que se
reanude la vida de los embriones detenida por la congelación,
no basta la simple descongelación: se requiere un proceso de
cultivo. O al menos que la descongelación ocurra, o acabe, en
un medio adecuado que le aporte los factores que necesita para
reactualizar su proceso vital. Requiere un proceso de
reanimación en presencia de factores que pueden ser
aportados por la madre si se transfiere a su útero, o que han de
ser aportados al medio de cultivo y desarrollo en el laboratorio
in vitro.
Por tanto, la no reanimación (y el no cultivo in vitro) de un
embrión, cuya vida estaba detenida por la congelación,
permite constatar que ha muerto el individuo, sin que incluso
haya ocurrido ni la desorganización de su estructura ni la
destrucción de todas y cada una de sus células. Se constata la
muerte por el hecho de que no reinicia el ciclo vital. La
perdida, o no recuperación, de la función vital unitaria como
organismo es signo de que la muerte ha acaecido.
La constatación de que ha sucedido el paso de la vida a la
muerte no es ambigua en la etapa embrionaria; sin embargo,
hasta ahora no había sido necesario plantearse tal cuestión y
por tanto nos falta un criterio unánimemente pensado y
aceptado en la comunidad científica. Pero desde el punto de
vista de la biología del embrión se puede afirmar claramente la
distinción entre la muerte del embrión y la permanencia con
vida de algunas de sus células, de forma semejante a como se
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BIOMEDICINA, 2005, 1 (1)
ISSN: 1510-9747
distingue entre muerte del individuo y órganos (por ejemplo,
el corazón latiendo) funcionando después. El individuo
humano embrión de varios días está vivo, o está muerto. Las
células que componen la masa celular interna darán lugar a
todos los órganos y tejidos sólo, y siempre y cuando, estén
formando parte de la unidad orgánica viva que es esa persona,
y sólo entonces. La supervivencia de algunas células en el
embrión cadáver no es supervivencia del individuo.
Para que una de las células sacadas de un embrión (o de un
cadáver embrionario) de lugar a otro ser humano, hace falta
todo un proceso preciso y complejo. No basta un mero cultivo.
Estas células en cultivo, solo se multiplican; no adquieren la
actualización propia que permite que arranque una nueva vida.
Nunca surge espontáneamente un hermano gemelo de un
simple cultivo de las células sacadas de un embrión. La
posibilidad de manipular y producir un nuevo ser a partir de tal
material biológico no implica falta de definición de la
situación de vida o muerte del embrión. Está muerto, si se le ha
dejado morir, aunque sobrevivan algunas de sus células.
Hay que tener en cuenta, que mientras un embrión permanezca
en estado de congelación no es posible constatar si ha muerto o
no, puesto que justamente el proceso vital está detenido. Sin
embargo, se puede afirmar, que detenida la vida por
congelación cesa rápidamente la función vital si tras la
descongelación el embrión no tiene las condiciones requeridas
para volver a iniciar el proceso vital de desarrollo.
Bioética y avances tecnológicos:
tres problemas actuales.
Natalia López Moratalla
principio sí; y depende de la pericia de los científicos que
cultiven las células procedentes de ellos. La viabilidad de estas
células no es la viabilidad del embrión. Sólo el cadáver de
embrión, como el cadáver del nacido, puede donarse para
transplante o para investigación. Ciertamente las células del
embrión muerto no estarán en situación exactamente igual que
si está vivo, como los órganos de un hombre muerto empiezan
a deteriorarse en el tiempo que media la muerte y el
transplante. Pero no usar como material biológico un
embrión humano vivo es el mínimo de exigencia moral.
Esto no es una cuestión de matiz y tampoco es una
precisión hipócrita: investigar con embriones vivos,
aunque su destino sea morir al habérseles negado la
gestación, es una cosa y otra muy diferente usar las células
procedentes de embriones que han muerto; o si se quiere
que han cumplido una injusta condena a muerte.
Dejar morir un embrión (que no tiene ninguna posibilidad de
desarrollarse y vivir) exige una descongelación cuidadosa a
fin de que la causa de la muerte no sea este proceso, sino la
carencia de las condiciones imprescindibles para reanudar su
ciclo vital y desarrollarse a que ha sido condenado, al no haber
sido acogido en el seno materno. Este proceso de dejar morir
ha de tener las mismas características y condiciones si el
cadáver va a ser enterrado o si va a ser usado para obtener de él
material de investigación.
Tras una descongelación, sin reanimación, en breves minutos
el embrión muere con la “edad” y el tamaño que tenía en el
momento de la congelación. Por tanto sólo de aquellos que
estuvieran en su día 5 de vida tienen la organización conocida
como blastocisto, y con ella masa celular interna de la que
sería factible obtener células madre embrionarias. Los demás
embriones, de menor edad, no se han desarrollado hasta
alcanzar este grado.
Una cuestión que se plantea es si servirá el material biológico
de las células de los blastocistos descongelados, sin posterior
reanimación, para obtener células madre embrionarias. En
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