Groeschel – Sal de las tinieblas

Anuncio
¡Sal de las tinieblas!
Qué hacer cuando la vida pierde sentido
Benedict J. Groeschel. C.F.R.
1
Índice
- Agradecimientos
Capítulo 1: ¡Sal de las tinieblas!
Capítulo 2: Cuando fallan los amigos
Capítulo 3: Cuando nuestra seguridad se ve amenazada
Capítulo 4: Cuando la Iglesia nos ha defraudado
Capítulo 5: Cuando nos convertimos en nuestros peores enemigos
Capítulo 6: Cuando la muerte nos roba un ser querido
Capítulo 7: ¿Cómo actuar cuando todo se derrumba?
- Epílogo: El Remedio que siempre funciona
- Oraciones y pensamientos para los tiempos de oscuridad
- Lecturas aconsejadas
2
Agradecimientos
Agradezco mucho a quienes, en cierto modo, a lo largo de los años, me han ayudado a
escribir este libro, por el ejemplo de coraje y amor misericordioso cuando han debido afrontar
grandes dificultades. También agradezco a los autores espirituales quienes me han ayudado a
enfrentar los desafíos de la vida, a los cuales menciono en este libro.
Agradezco a un amigo por pasar en limpio el manuscrito, que ha preferido permanecer
anónimo, y a Bárbara Valenzuela del equipo de la Catedral de San Agustín de Tucson, Arizona,
quien me ayudó con los detalles finales. También estoy agradecido a Catherine Murphy, nuestra
secretaria en Trinidad, por su generosa ayuda y a John Lynch por la sugestiva pintura de la tapa del
libro. Vaya también mi agradecimiento a la Hna. Catherine Walsh del grupo de la librería del
Seminario de San José, Dunwoodie, y a David Burns, como así también a los correctores de San
José.
Agradezco además la gentileza de las editoriales Doubleday y Tan Publicaciones por
autorizarme a utilizar largas citas de los trabajos del P. Caussade, como también a las ediciones
Templegate por el permiso para usar las citas de los escritos de Julián de Norwich.
Finalmente, agradezco profundamente a todos los que rezan por mí y por el fruto de mi
trabajo, especialmente a la Hna. Mary de la Presentación de las hnas. del Santísimo Sacramento en
Yonkers, Nueva York, quien me tiene en el primer lugar de su lista de oraciones y quien a menudo,
en el pasado, me ha ayudado a levantarme de las tinieblas.
P. Benedict J. Groeschel. C.F.R.
Fraternidad San Crispín
Bronx, Nueva York
Domingo de Ramos, 1995.
3
CAPÍTULO 1: ¡SAL DE LAS TINIEBLAS!
Una joven mujer estaba sentada a escasa distancia de mí. Silenciosamente dejaba correr
lágrimas que indicaban un estado de indescriptible desolación interior. Una semana antes su esposo
había muerto en lo que normalmente se dice un “accidente estúpido”, dejándola con dos hijos
pequeños y un enorme vacío en su vida. Mientras caminaba a su trabajo en Wall Street, un trozo de
cemento que cayó inexplicablemente de un edificio bien mantenido, lo golpeó. Las compañías de
seguro a veces se refieren a estos hechos como “cosas de Dios”.
La pareja había logrado consolidar un buen matrimonio, a pesar de los innumerables
desafíos que implica comenzar una nueva familia. De hecho, eran “dos en una sola carne”. Por eso
ella, en un instante, perdió la mitad de su vida. Sus dos pequeños hijos -un niño de cinco y una niña
de tres- miraban sin comprender. Nunca volverían a ver nuevamente a su papito. Los amigos -tenían
muchos- intentaban decir algo que fuese consolador, aunque en verdad no sabían qué decir. Los
padres del esposo estaban sumergidos en su propio dolor, y la familia de ella observaba sin
esperanza, tratando de dar sentido a lo que no lo tenía. El sacerdote que predicó en el funeral hizo lo
mejor que pudo, tal como apareció en los diarios locales. Atrajo la atención de todos para que
reflexionasen sobre la promesa de Cristo: la vida eterna. Sus compañeros en el sacerdocio, al
enterarse del funeral, dieron gracias a Dios por no haber sido ellos los encargados de predicar.
Pasado el funeral, la mayoría de los conocidos, estaban realmente conmovidos y “se sentían
muy mal por lo ocurrido”, pero siguieron adelante con sus propias vidas. Muchos miembros
cercanos de la familia se comprometieron con distintos tipos de ayuda, pero sus vidas continuaron
como de costumbre. Mientras que la joven viuda quedó en la oscuridad. Cada rincón de la casa se
pobló de recuerdos. La alegría que antes reinaba, se convirtió en corona de espinas. Los objetos se
cargaron de contenido: la foto de bodas, su taza de café favorita, su agenda. El desayuno que solían
compartir muy temprano, antes de que él se dirigiera caminando a la estación de tren, se convirtió
en un constante revivir el último desayuno y la posterior llamada de la policía. Ni siquiera quería ir
a la iglesia pues le recordaba las escenas del funeral. No quería encontrarse con el sacerdote que fue
a su casa cuando supo la noticia y luego predicó en el funeral. Ella no podía recordar el sermón
porque en realidad ni siquiera le había prestado atención.
Tú que estás leyendo estas líneas, te conmueves al leerlas pues sabes bien que, cambiando
algunos detalles, podrían haber sido escritas para ti. Estas líneas están escritas para ti... y también
para mí. Están escritas para todos nosotros.
¿Por qué Dios lo permitió así?
Los sacerdotes y los ministros de cualquier denominación cristiana escuchan a menudo esta
pregunta. Y ciertamente no pueden dar una respuesta. La evitamos, pues ordinariamente no es una
pregunta, sino más bien un lamento de dolor en forma de súplica confusa y a menudo penetrada de
cierta rabia. Como veremos, este lamento mezclado con rabia dirigido al Dios misterioso, es
comúnmente la oración más sincera y atenta que muchos nunca antes habían elevado a Dios.
Mientras manejaba por un suburbio, algo me llamó la atención, y de hecho me detuve en una
casa en la que había policías, una ambulancia, y los vecinos agrupados mirando hacia la casa.
Pregunté a una mujer que llevaba un delantal qué había sucedido. Ella dijo entre sollozos: “Su
primer hijo está muerto en la cuna”. El apellido que se veía en el buzón de correo era italiano.
Pregunté si el sacerdote ya había venido. Ella me respondió que no. Estacioné el auto y entré en la
casa. En medio de una gran confusión, los familiares consolaban una mujer, mientras otra mujer
mayor la abrazaba y besaba. Cuando ella me vio con mi hábito de religioso, se precipitó sobre mí,
me agarró fuertemente del cuello, y tiró de mi hábito, mientras gritaba: “¿Por qué?” Esto no era una
pregunta. No tenía tampoco respuesta para darle. Sabía que ese horrible momento pasaría, que ella
se calmaría, y que muy probablemente podría tener aun más hijos. Pero la pregunta continuaría por
el resto de su vida: “¿Por qué?”
4
No intentaré responder esta pregunta. Creo que ninguna mente humana es capaz de dar una
respuesta satisfactoria a esta pregunta. ¿Por qué sucede el mal? ¿Por qué Dios, que hizo el mundo
tan hermoso, permite que alguien sea lastimado con tan terribles heridas? ¿Por qué Dios, que es
Luz, permite tales tinieblas?
Comenzó medio siglo atrás
La redacción de este libro comenzó hace más de medio siglo, cuando un pequeño niño tuvo
que enfrentar la primer gran tragedia de su vida. Su padre era constructor de defensas durante la II
Guerra Mundial. Por eso el niño tuvo que ir a más de una docena de escuelas en diferentes lugares.
Este niño, llamado Pedro, tenía dos fieles compañeros que lo acompañaban a todos los lugares
donde su padre fue transferido. Muchas veces esto implicaba cambiar de escuela dos veces al año,
dejando atrás los inicios de algunas amistades que no pudieron crecer en tan corto tiempo. Estos
leales compañeros eran dos perros escoceses, la madre y su cachorro, quienes murieron con pocos
meses de diferencia, dejando al niño en el más profundo lamento. No te rías. Muchas veces para las
personas que deben afrontar tales circunstancias, las mascotas se convierten en una compañía muy
importante para sus vidas. Para un niño, la muerte de sus mascotas, puede ser una herida profunda
similar a la muerte de un ser humano. Recuerdo haber rezado por esos perritos escoceses,
preguntando en mi soledad: “¿Por qué Dios me los quitó?”
Desde entonces, como todo niño que crece, he sufrido tragedias peores. Durante todo ese
tiempo, este libro ha ido madurando en mí, ya que un verdadero libro es una realidad viva, como un
árbol que da frutos a su debido tiempo. Como ya dije, creo que en este mundo no hay una respuesta
satisfactoria que sea capaz de responder a la pregunta “¿por qué?” Habrá una respuesta en la
eternidad cuando nuestras mentes sean iluminadas para entender el misterio del mal porque
entonces seremos transformados (1 Cor 15, 15).
Una guía-no una respuesta
Este libro, más que una respuesta, es una guía para quienes se encuentran en tinieblas. Se
trata de avanzar a pesar de las tinieblas, de sobrevivir, y de saber usar los ineludibles momentos de
tinieblas que hay en nuestras vidas, para crecer. En verdad no hay nada nuevo en lo que propongo.
La solución que intentaré dar, no la respuesta, ya está enunciada en los Evangelios y en la vida de
los grandes santos, héroes y heroínas, como también en la vida de las personas comunes que bien
conocemos. Muchos de estos textos se han escrito para quienes se encontraban en lucha con el
misterio del mal. Este es el tema de una gran parte de la literatura de la humanidad. Pero en cada
generación la pregunta retorna. Cada época tiene su propio trasfondo de tinieblas, en el cual, la
lucha por seguir adelante y encontrar un sentido debe ser conquistada de nuevo. En cada época,
hombres, mujeres y niños no sólo se preguntan “¿Por qué?” sino también “¿cómo puedo hacer para
salir de las tinieblas?” Este es el tema que trataré en mi libro.
El diseño que aparece en la tapa fue ideado por John Lynch, quien ha hecho varios diseños
para mis libros. Me dijo que esta pintura surgió casi espontáneamente, cuando estaba atravesando
un momento de oscuridad. Fue totalmente imprevista. Ilustra una mujer enceguecida por el dolor, la
destrucción y confusión. La imagen permanece de pie, signo de su determinación de avanzar, aún
cuando las razones para seguir viviendo permanecen oscuras, en la ceguera de ese momento. En el
corazón de la mujer hay una luz marcada por la Cruz, es la fe que la sostiene, la verdad que se
descubre en los dolores de Cristo. En el fondo hay una visión de la Ciudad Celestial. Como todas
esas visiones, es sólo un símbolo de una realidad que trasciende todas las imágenes humanas. John
también propuso el título para este libro tomado a partir de su pintura, ¡Sal de las Tinieblas! Eso es
lo que la figura está haciendo y aquello por lo que todos debemos luchar con la ayuda de la gracia
divina que brilla en lo más profundo de nuestro ser.
Como veremos, la respuesta cristiana al problema del mal y del sufrimiento comenzó con la
Cruz de Cristo. Un cristiano no puede encontrar respuesta fuera de la Cruz de Cristo, fuera del
encuentro personal de Cristo con el mal y su triunfo sobre él, su resurgir de las tinieblas. La
respuesta es la lucha por la esperanza. Pero ¿cómo? ¿dónde? ¿por qué? En estas reflexiones he
5
intentado evocar los más frecuentes sufrimientos y penas: la infidelidad de nuestros amigos, la
inseguridad económica y personal, las fallas de la Iglesia, nuestro comportamiento inconstante y
autodestructivo, la muerte de los seres queridos, y la inevitable pérdida que todos experimentamos
en este mundo, cuando todo aquello en lo que confiábamos se nos escapa de las manos. La
consideración de cada una de estas dolorosas experiencias nos brinda la oportunidad para
examinarlas a la luz de la fe en Cristo. Y lo que es más importante, podremos aprender, a partir de
la experiencia de otros, cómo han logrado resurgir de las tinieblas con la fuerza de la fe y la
esperanza.
Voy a esbozar estas lecciones a partir de la vida de las personas que he conocido o de
aquellas de quienes he escuchado hablar. Cuando sea necesario proteger su identidad alteraré
algunos detalles, pero sin cambiar la esencia de lo que les ha sucedido. Hago esto para proteger a
quienes no necesitan que les sean abiertas de nuevo sus heridas. En cambio otros me han dado
autorización para usar sus experiencias e incluso sus mismas palabras.
¿Quién debería leer este libro y quién no?
Alguno de mis lectores puede que se esté diciendo a sí mismo: “Esto es muy duro para mi en
este momento. Las cosas ahora van un poco mejor, y espero que sigan así”. Si piensas de este modo,
no leas por ahora este libro. Déjalo para el día en que tal vez lo necesites. Otros se dirán: “La cosas
van bien para mí en este momento, sin embargo, quisiera ser misericordioso con los demás,
compartir sus dolores, aún cuando mi vida esté bastante tranquila”. Quizás quieras compartir este
libro con quien se encuentra ahora en medio de tinieblas, tinieblas que al menos alguna vez a todos
nos cubren.
Este libro está escrito expresamente para quienes atraviesan un momento de tinieblas y
dolor. Traté de buscar, con cuidadosa atención, una solución adecuada a la pregunta “¿Por qué?”, y
encontré sólo respuestas parciales. Estoy convencido que los creyentes, que no temen hacer el
esfuerzo, sabrán qué hacer, aún cuando sean incapaces de comprender lo que les sucede. El qué
hacer es más fácil de encontrar que la respuesta al por qué. Ese qué no puede ser expresado en una
plegaria o en una frase. Se experimenta en una simple mirada a la Cruz, la contemplación del
Calvario y la Resurrección, pero esta mirada debe ser esbozada en palabras y aplicada a las
situaciones difíciles que originan tinieblas y dolor. Imagínate a ti mismo en un bosque, una noche
oscura. A lo lejos se percibe una luz. Todo lo demás es tiniebla. No hay duda sobre cuál es el
camino que se debe seguir, el que lleva directo a la luz. Pero entre ti y esa luz hay un terreno
desconocido, zanjas, obstáculos, una cerca que puede lastimarnos con sus alambres de púa. ¿Cómo
podrás encontrar el camino a la luz? Estás agotado, asustado, preferirías tan sólo quedarte sentado
allí, en las tinieblas, con la esperanza de que el cielo se iluminará. Podrías tan sólo esperar.
Pero si te sientes con valor de afrontar el desafío, de salir de las tinieblas, de seguir la luz, de
encontrar el camino, de aprovechar el precioso tiempo de tu vida, entonces este libro está escrito
para ti.
El primer paso: superar la Gran Mentira
Existe una increíble mentira en nuestro mundo tecnológicamente desarrollado, que se enseña
a los niños cuando crecen, y es esta: que la mayoría de las personas tiene grandes probabilidades de
vivir sin que haya en sus vidas tiempos de sufrimiento o dolor, tiempos de tinieblas. Esta es una
falsa ilusión creada por los medios, sobre todo por la publicidad (con su mundo de “finales
felices”), por la educación que se imparte en las escuelas, por las costumbres que forman los hábitos
sociales de nuestra gente, e incluso por un cierto tipo de pensamiento religioso. Se supone que la
vida de cada hombre estará llena de radiante sol. Y cuando no es así, la suerte cambiará, todo irá
bien, y volverán tiempos mejores... No hay por qué preocuparse, todo será color de rosa.
Esta falsedad no es una mentira deliberada, más bien es la total negación de la realidad de
las cosas. No es un engaño que debe condenarse, sino una falsa ilusión que debe ser disipada.
Debemos hacerlo si es que queremos llegar alguna vez a poseer un maduro sentido de relativa paz y
seguridad en este mundo. Quien lea estas líneas ya habrá tenido verdadera experiencia de tiempos
6
de tinieblas en su vida. Todos las tendrán que experimentar en un futuro, a menos que mueran
pronto. En este preciso instante, muchos están sumergidos en la oscuridad, y es por eso que están
leyendo este libro. Si uno no enfrenta este hecho evidente: que hay tiempos inevitables de dolor, de
sufrimiento y dificultad, uno tendrá que atravesar neuróticamente la vida como un animal asustado.
Es probable entonces que uno sufra una gran desilusión y una profunda depresión o que engendre
un gran rencor o rabia. Muy probablemente esta ira se dirigirá como un reproche contra Dios; Él
debería haber hecho del mundo un lugar mejor.
Si no escapamos de los problemas o no intentamos evitarlos completamente ¿qué se supone
que debamos hacer? Obviamente lo primero es tener la convicción, la aceptación mental de que los
problemas y el dolor son una parte inevitable de la vida. Les sobrevienen a todos, y especialmente a
quienes intentan desesperadamente protegerse del sufrimiento. Las personas que más se
desilusionan son aquellas que piensan que esta vida breve y frágil, iba a darles el gozo reservado a
los santos en el cielo.
Una vez que hayas rechazado esa falsa ilusión de que la vida es ciertamente deleitable para
la mayoría de las personas (y de que tú esperabas estar incluido entre ellas), entonces estarás
preparado para enfrentar los tiempos de tinieblas. Algunos deciden hacer esto con estoica
determinación, generalmente manteniendo un digno silencio, e intentando no involucrar a otros en
sus penas. Esta actitud puede ser causa de madurez, pero también puede llevar a cierta silenciosa
desesperación, a la falta de humor y a una fría actitud ante la vida. Un estoico amigo mío, describía
la vida como un viaje desde las tinieblas hacia el olvido. Este tipo de valoración omite algo
importante: la apreciación de nuestra propia vocación eterna, la cual nos permite superar las penas
de este mundo.
Esa actitud estoica está profundamente arraigada en los hábitos sociales de mucha gente de
Europa del Norte y de sus “parientes” a lo largo de América del Norte, Australia y Nueva Zelanda.
También se puede percibir en Japón y en la clase alta de la India. Para todos ellos, el progreso
tecnológico debería hacer innecesario el dolor, y al sufrimiento convertirlo en un absurdo. Por eso,
admitir el sufrimiento se convierte en algo socialmente inaceptable (“incorrecto”).
Poner “cara de pocos amigos” durante los períodos de dolor y desilusión, puede en
apariencia, convertir la relación con nuestros vecinos como más placentera. Sin embargo, vale la
pena observar que las naciones antes mencionadas, se caracterizan, no sólo por la negación del
dolor sino que también son lugares donde la neurosis y la psicoterapia que requiere, se han
convertido en algo muy común (ahora que la psicoterapia se ha transformado en una panacea). Leí
recientemente en alguna parte, que la psicoterapia solo lleva a la gente a pasar de una vida
miserable, a una vida infeliz. La apariencia, la negación y el resentimiento son las causas de las
neurosis que caracterizan al así llamado “primer mundo”. Los únicos países en el Oeste que parecen
evitar este estoicismo neurótico y la falsedad, son los países latinos. Recordarás, si ya tienes cierta
edad, a tus parientes inmigrantes que no fueron afectados por la falsedad del primer mundo. Cuando
se lo preguntes, ellos te dirán abiertamente como se sienten realmente.
Es un hecho evidente: todos sufren. Prácticamente todos deben atravesar por períodos de
profundo sufrimiento y tinieblas. Algunos, inexplicablemente, parecen experimentar más
sufrimiento que otros. Si estás viviendo en las tinieblas, admite el hecho que son muchos quienes en
esto te acompañan. Si antes no has admitido la experiencia universal del sufrimiento, el reconocerla
debería llevarte, al menos en un futuro, a tener más compasión y ser más sensible a los ocultos
sufrimientos de tanta gente. Si rechazas el peligroso engaño de pensar que “a todos les va mejor que
a mi”, te convertirás en un ser humano más abierto, más sensible a los sufrimientos de los demás, y
desearás escucharlos y ayudarlos. Pero, lo que es más importante, no verás esta forma cristiana de
actuar como un peso o una pura obligación. Aun cuando todo vaya bien, la compasión por los
demás te recordará constantemente que en la vida no siempre brilla el sol. En un mundo herido,
marcado por el misterio del pecado original de los hombres, la vida no puede ser siempre hermosa,
aunque pueda siempre estar llena de sentido.
Salir significa superar
7
No basta simplemente sobrevivir a las pruebas de la vida. Hay que superarlas. En momentos
de inesperado dolor (como el profundo y repentino sufrimiento de las dos mujeres que mencioné
más arriba), pensar en un crecimiento a través del dolor es totalmente incompresible. La mera
insinuación de tal pensamiento sólo puede causar rabia y rechazo. Pero la bronca intensa, que es una
reacción predecible ante una amenaza, abrirá el camino a la decisión de seguir adelante, de vivir con
ese dolor, e incluso, crecer a partir de él. Esto es lo que los santos quieren decir cuando hablan del
misterio de la Cruz, un misterio unido esencialmente a la Resurrección. Así como la Pascua es
incomprensible sin el Calvario, el Calvario es incomprensible sin la victoria de la tumba vacía.
Si estás leyendo este libro en un momento de intenso dolor, necesitas aprender a dominarte,
a soportar en silencio, aún sin comprender el por qué. Pero si el dolor ya se ha aliviado un poco, si
ya has convivido con él por un tiempo, y estás intentando cumplir tus deberes para con los demás, si
ya empiezas a poner las cosas en su lugar, necesitas reflexionar seriamente sobre el misterio de la
Cruz. El mensaje de la muerte y Resurrección de Cristo es éste: con fe podemos muchas veces
caminar por esta vida usando las mismas derrotas y fracasos como una oportunidad para atraer la
gracia de Dios que nos ayude a sobrevivir. En Génesis 32 se nos narra cómo Jacob luchó con un
ángel de Dios durante la noche. Aún cuando quedó herido y rengueando, recibió la bendición y
continuó su camino. San Pablo, que se jactaba en medio de sus sufrimientos y desilusiones, expresa
muy bien el misterio de la Cruz (2Cor 11,21-12,10). Algo de lo que todos debemos estar orgullosos,
proclamarlo como algo propio, son nuestras debilidades y fracasos, pero sólo podemos gloriarnos
“en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14). Cuando hemos sido golpeados y rechazados
por la vida, abandonados de los amigos, traicionados por aquellos en quienes creíamos que se podía
confiar, hastiados de nuestras propias estupideces, e incluso cuando enfrentamos la misma muerte,
es cuando podemos tomar la Cruz y aplicarla a ese dolor, a la tristeza, y a la muerte. Debemos estar
orgullosos de la Cruz. Me parece que es una actitud valiente decir, cuando nos enfrentamos a
aquello que podría vencernos: “Miren todos la Cruz, y sepan que no seré vencido, porque el Señor
de la Vida me acompaña y vive en mí, y me acompañará incluso a través del oscuro valle de la
muerte”.
Las palabras de Julián de Norwich, apacible místico inglés y santo de gran vigor, lo sintetiza
muy bien. Hablando de Cristo escribió:
Cuando estemos sumergidos en gran dolor, problemas y angustias, que nos parece que no
podemos pensar en otra cosa que no sea en cómo estamos y lo que sentimos, tan pronto como
podamos, debemos superarlo, y considerarlo como si nada hubiese pasado. ¿Por qué? Porque Dios
quiere que entendamos que, si lo conocemos y amamos y lo tememos con reverencia, encontraremos
reposo y estaremos en paz. Y nos alegraremos en todo lo que Él hace.
Entendí perfectamente que nuestra alma jamás alcanzará la paz en las cosas de aquí abajo, y aun
cuando en todas las cosas creadas lo encontremos a Él, nunca debemos quedarnos en ellas, sino
levantar la mirada al Creador de todas estas cosas, que habita en lo más íntimo de ellas.
Él no dijo: «Nunca enfrentarán una violenta tempestad, nunca estarán cargados de trabajos y
angustias, nunca vivirán descontentos». Sino que dijo: «nunca serán vencidos». Dios quiere que
conservemos estas palabras para que siempre permanezcamos firmes en la confianza, tanto en el dolor
como en la alegría.
Oración
Señor Jesucristo, hace tiempo, en el bautismo me hiciste tu hijo y discípulo. Muchas veces
renové mi decisión de seguirte lo mejor que pude, a pesar de todas mis falencias y mis
contradicciones. Soy muy débil y estoy confundido, y cuando las tinieblas me invaden, me siento
sin fuerzas, vencido, como si fuese rechazado por Ti. Me siento como un vagabundo a lo largo de
los caminos en ruinas de la vida. Olvidé que la mayoría de mis compañeros de viaje, si es que no
todos, algunas veces, experimentaron los mismos sentimientos, las mismas dolorosas pruebas.
Quédate conmigo en los momentos de tinieblas, y dame, te ruego, un signo, un indicio de tu
presencia. Cuando el camino se haga largo y difícil, y me sienta totalmente sólo, envíame un rayo
de esperanza. Envíame, al menos, tu Santo Espíritu para que de algún modo me de cuenta que aun
cuando todo esté en tinieblas, Tú estas conmigo. Amén.
8
CAPÍTULO 2: CUANDO FALLAN LOS AMIGOS
En el Evangelio de San Juan leemos estas dolorosas palabras de nuestro Señor en la Última
Cena: “Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado
y me dejaréis solo” (16, 32). Jesús habla a sus discípulos y les predice que, a pesar de sus
manifestaciones de fidelidad, todos lo dejarían solo. ¿Por qué Jesús experimentó la ausencia, la
traición, la falla de sus amigos? ¿Cómo pudieron fallarle? ¿Cómo pudieron hacerle esto
precisamente a quien fue tan bueno con ellos? Muchos autores cristianos han notado que Cristo en
su pasión soporta todo tipo de sufrimiento, todos los dolores, todas las humillaciones, todas las
penas que pueden aquejar la vida de los hombres. Y por eso Jesús debe sufrir también esto: la
traición de sus amigos, experimentar el abandono. Debió soportar todo esto para que nos diésemos
cuenta que Dios puso sobre Él todo el dolor y sufrimiento de los hombres.
La experiencia de que nos fallen los amigos, es algo qua a todos nos sucede. Ésta muy
dolorosa experiencia de la vida puede incluir la pérdida de la familia: padres, esposos, e hijos, así
como amigos queridos. De pronto nos hemos quedado solos. Con esto no quiero decir que nuestros
seres queridos nos fallen a propósito, o que necesariamente estén en falta. Muchas veces los amigos
fallan cuando deberían acompañarnos, simplemente porque son seres humanos. Tal vez han muerto.
Tenemos una desesperante necesidad de ellos, pero ellos ya no están porque la muerte se los llevó.
No existe ningún adulto que no sepa de lo que estoy hablando. Buscamos el apoyo en quienes
consideramos nuestros seres queridos, y ellos se han ido. Si tenemos una fe firme y fuerte podemos
decir: “Sí, ellos ahora están rezando por mi desde allá arriba”, y estaremos en lo cierto. Pero ya no
podrás sentarte a compartir un café con ellos. Ya no puedes llamarlos por teléfono y decirles: “¡Qué
día el de hoy!”.
Muchos nos fallan también por otras razones. En primer lugar, nuestros amigos cambian
como también cambiamos nosotros. ¿Te has puesto a pensar cuántos amigos has perdido ya,
simplemente porque ellos cambiaron o porque tú cambiaste? Muchas veces, en los encuentros de
AA (soy un “alcohólico honorario”), escuché decir: “Me sumé a AA, y de lo primero que me di
cuenta es que perdí a mis amigos alcohólicos”. Es por eso que AA rápidamente viene al rescate
(como en el resto del programa de los “doce pasos”) con un nuevo grupo de amigos.
En todas las circunstancias de la vida, los amigos cambian. No es culpa de nadie. Mi mejor
amigo de la secundaria se hizo también sacerdote. Pero él ha cambiado; ya no es sacerdote. Nos
encontramos casi todos los años, hablamos de muchas cosas, pero nuestras vidas son increíblemente
diferentes, nuestras metas y propósitos son muy distintos. Un día abrí un álbum de fotos. Estaba
mirando una foto de Madre Teresa, en nuestra casa de retiro. Era durante la bendición con el
Santísimo Sacramento. Arrodillado a mi lado estaba un joven sacerdote a quien había conocido muy
bien durante el seminario, un amigo; pero ha salido, ha cambiado. Todos cambiamos. Nuestros
intereses cambian. Nuestros deseos cambian. Nuestras energías cambian. Si vives todavía unos años
más, posiblemente pierdas un gran número de amigos, simplemente porque te estás volviendo viejo,
y ellos también irán envejeciendo. Nadie dice: “No te veré de nuevo hasta el más allá”, pero
sabemos que muchas veces puede ser nuestro último encuentro aquí sobre la tierra. Las cosas
cambian, la gente se muda, surgen circunstancias, y ocurren los cambios. Lo que una vez estuvo
lleno de sentido, ya ha pasado, arrastrado por las olas del tiempo.
A veces perdemos amigos y familiares por rivalidades o por sentimientos heridos.
Desgraciadamente vivimos en una sociedad muy competitiva. Como consecuencia hay un mundo
de celos, donde incluso ya a los niños se les enseña: “Tienes que progresar, tienes que triunfar”.
Siempre hay una competencia, una contienda, o algo semejante, aunque no se anuncie como una
competencia. A veces ganamos o perdemos amigos en el camino, a veces ellos nos ganan o nos
pierden. Generalmente nadie lo reconoce y nadie tiene la culpa, pero para todos significa una
pérdida.
La pérdida de amigos es más dolorosa en las relaciones familiares. Los niños crecen juntos.
Juntos disfrutan de todo; sufren, lloran, se ríen, y juegan juntos, y así pasan los años. En nuestra
9
época, hermanos y hermanas posiblemente vivan en continentes diferentes, en mundos separados.
Se encontrarán algunos años después y difícilmente se reconocerán. En cierto sentido, podemos
decir que alguna vez hubo una amistad, pero ahora ya no existe, quedando tan sólo una relación
biológica. Si agregas a esto las rivalidades por discusiones sobre herencias y propiedades o simples
celos, comprenderás cómo lo que alguna vez fue una familia se ha convertido en una herida
supurante. Lo que antes fue un manantial de amor se ha transformado en una cadena de odio.
También perdemos seres queridos por resentimiento. Todos pretendemos ser amados de una
manera especial, y a veces nuestros familiares, incluso los más cercanos, o nuestros mejores
amigos, no nos aman de esa manera especial que pensábamos necesitar. ¿Y por qué “necesitamos”
eso? Porque estamos centrados casi exclusivamente en nosotros mismos. No tenemos ningún
derecho a ser amados de modo tan especial como reclamamos, así cuando no recibimos esa atención
especial, huimos.
Perdemos amigos porque Dios nos llama a hacer algo diferente. Algunos han perdido
amigos y familiares porque han experimentado una profunda conversión religiosa, o al contrario,
porque han perdido su fe. La fe religiosa mantiene unidas las personas, pero también las separa.
Algunos creen haber sido llamados a emprender un camino distinto al de sus amigos y familiares.
Conocí una hermana que abandonó su comunidad religiosa después de haber estado en ella
por veinte años y se unió a otra a la cual se sintió llamada. Fue muy doloroso para ella y para su
comunidad. Le dije que sabía como se sentía ella. A mi me pasó lo mismo. Tuve hermanos que
fueron mis amigos casi la mitad de mi vida y ahora sienten que los he abandonado.
El día en que dejamos nuestra primera comunidad, leí un texto del Cardenal Newman
llamado “La partida de los amigos”. Newman escribió éste ensayo cuando abandonaba la Iglesia
Anglicana y se despedía de sus amigos más cercanos. Pertenecía a un grupo admirable, llamado “el
movimiento de Oxford”. Era un círculo de unos veinte amigos que de diverso modo cambiaron la
Iglesia Anglicana y la mayoría de las Iglesias Cristianas en el mundo anglo-parlante, incluyendo la
Iglesia Católica. Algunos de ellos se hicieron católicos, algunos no. El Dr. Pusey y John Keble eran
amigos íntimos de Newman pero siguieron siendo anglicanos. Y Newman era alguien que amaba la
amistad. Él dijo que consideraba el haber tenido buenos amigos como la mayor bendición de su
vida. Pero, al convertirse al catolicismo, perdió sus mejores amigos. El siguiente párrafo nos da una
visión del dolor interior de Newman y la pena de sus amigos. El “alguien” al que se refiere es él
mismo.
O mis queridos hermanos, o amables y queridos corazones, o amados amigos, deben saber que alguien
que ha tenido la suerte, sea por sus escritos, sea por sus palabras, de ayudarlos de algún modo a actuar;
si alguna vez les ha dicho lo que ya sabían sobre ustedes, o lo que no sabían; si les ha leído sus deseos
y sentimientos, y los ha reconfortado por esta simple mirada; les ha hecho sentir que hay una vida
superior a esta vida diaria, y un mundo más brillante que el que ahora ven; o los ha alentado, o
absorto, o abierto un camino a la búsqueda, o suavizado su perplejidad; si lo que ha dicho o hecho
alguna vez los ha llevado a interesarse por él, y sentir buenos afectos hacia él, recordadlo así en el
tiempo que se aproxima, a pesar de que ya no lo oigan, y recen por él, para que en todas las cosas
pueda conocer la voluntad de Dios y en todo tiempo esté listo para cumplirla1.
Darse cuenta de quien es un amigo
Muchas veces nos damos cuenta de quiénes son realmente nuestros amigos recién cuando se
están yendo o ya se han ido. Hace poco he tenido una experiencia amarga y dulce a la vez. Un buen
sacerdote de la arquidiócesis de Nueva York, P. James McGuire, párroco en la Iglesia de San Juan y
Santa María en Chappagua, se estaba muriendo. No éramos íntimos amigos, pero sí habíamos
tenido un trato amigable. Yo le había predicado un buen número de retiros. Su sobrenombre era
“Jim, el caballero”, porque siempre era muy gentil, algo reservado, pero afable y muy inteligente.
Siempre se mostraba agradecido por lo que hicieras por él. El diácono de la parroquia gentilmente
me llamó y me dijo: “A Jim le gustaría verlo, está cercano a la muerte”. Cuando llegué a la rectoría,
1
395.
10
JOHN HENRY NEWMAN, Sermons Bearing on subjects of the Day, Sermón 26. (New York: Longman, Green, 1902),
vi que tenía un cáncer muy extendido en una parte de su rostro. Su mandíbula se mantenía en su
lugar, por la ayuda de un soporte. Fue la más hermosa visita. La enfermedad lo había vuelto menos
reservado y más espontáneo. Cuando yo y el novicio que me acompañaba nos despedíamos, el
novicio pidió la bendición al padre, y Jim nos dio una hermosa, larga y cordial bendición. Cuando
nos detuvimos, nos dijo: “Saben, acaban de ver lo que el sufrimiento puede hacer. Les he dado una
bendición «Protestante»”. (para la bendición Católica solíamos decir “En el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo”; pero cuando hacíamos una bendición más espontánea para alguna
ocasión, la llamábamos la “bendición protestante” porque los ministros protestantes están
acostumbrados a dar este tipo de bendiciones). Jim fue muy franco y muy claro en manifestar sus
sentimientos. Me dijo algo que fue realmente hermoso. Él dijo: “¿Sabes, Ben?, he estado ya tres
veces a punto de morir con esto” (refiriéndose al cáncer), “y cada vez que me hundía, él estaba
conmigo. Y cada vez que me recuperaba, también él me acompañaba. Y sé que me acompañará
cuando me llegue el momento de partir”. Para un hombre muy reservado, esto fue revelador en
extremo. No había visto a Jim por años, pero en el crisol de sufrimientos compartidos, muchas
cosas se hicieron posibles. Las barreras se habían levantado. Nos volvimos sinceros y no meramente
gentiles.
¡Qué ocultos estamos los unos a los otros! “¿Cómo estás?”, “O, muy bien”. Aún cuando nos
estemos muriendo diríamos: “O, muy bien”. Cuando uno está con los pobres y preguntas a uno de
ellos: “¿Cómo estás?”, si se está muriendo, te dice: “me estoy muriendo, estoy asustado”. En los
suburbios cuando preguntas: “¿Cómo estás?”, te dirán: “Estoy bien, tengo un cáncer al cerebro,
pero estoy bien”. Tememos decir la verdad sobre nosotros mismos, incluso a nuestros amigos,
porque tenemos miedo de perderlos. Mi amigo Mons. Bob Brown murió hace ya algunos años, pero
él era diferente. Estaba muy enfermo y vivió seis años con cáncer. Si le preguntabas: “Bob, ¿cómo
estás?”, la respuesta hubiese sido: “Espectacular, para un tipo que se está muriendo de cáncer”. La
primera vez que me lo dijo quedé sin palabras. Tememos compartir aquellas cosas que acercarían
más a los otros y que nos acercarían más a ellos. Tenemos miedo de compartir nuestros
sufrimientos. Deberíamos recordar que nuestro Señor Jesucristo no tenía miedo de compartir sus
padecimientos. Todavía hoy los comparte. Eso es lo que nos enseña el crucifijo.
La pérdida del Hijo de Dios
La separación de los seres queridos y amigos es algo que experimentó el Hijo de Dios.
Piensa en el Hijo de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, en cuanto es Persona
divina, no tanto como el Hijo de María, sino simplemente como el Hijo de Dios. Él existe como
Hijo desde toda la eternidad. Antes de venir a este mundo, Él era llamado con un nombre indecible
que nosotros traducimos como “el Hijo de Dios, el Hijo Unigénito”. Él vivía en esa inefable,
inimaginable relación con su Padre celestial y con el Espíritu Santo. Nosotros tenemos sólo una
vaga idea de todo eso, pero lo que sí entendemos es que desde toda la eternidad existía una
intimísima relación. El Dios que Es, no estaba solo. No era una mente aislada que pensaba por sí
misma. Sino que había una Divina Inteligencia y Ser en tres Personas. Esto es un total misterio. La
gente a veces me dice: “¿Qué agrega la Trinidad?” Ella cambia todo en el mundo, sobre lo que tú
puedes pensar sobre las relaciones, porque existía una desde toda la eternidad. De alguna manera, el
Hijo deja oculta esa relación y viene a la tierra. El Evangelio de San Juan la dice en un griego muy
colorido: “puso su Morada (tienda) entre nosotros” (Jn 1, 14). (Poner su morada es una expresión
griega para decir que está viviendo cerca de alguien). Él vino para estar con nosotros. Experimentó
de algún modo la separación, aunque siempre estuvo misteriosamente unido con su Padre.
Sin intentar resumir los valiosos comentarios y escritos teológicos sobre su venida entre
nosotros, deberíamos detenernos en meditar por un momento en esas palabras y aprovechar algo
acerca de esa especie de “anodadamiento” del Hijo de Dios. Esta “humillación” tuvo lugar, cuando
el Hijo de Dios se encarnó, y como Hijo de María, vivió entre nosotros durante tres décadas de su
vida terrena.
Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición
divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando
11
condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y
se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2, 5-8).
La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el
mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos
no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los
que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de
Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn 1, 9-14).
Junto al “anodadamiento”, Jesús experimentó las falencias y limitaciones de sus amigos
humanos. Quienes lo conocían desde la niñez, y sus amigos de Nazaret, intentaron matarlo. Fueron
sus mismos vecinos de un pequeño y solitario pueblo. Muchos eran parientes suyos. Lo agarraron y
lo llevaron a lo alto de una colina para arrojarlo.
La falencia de sus discípulos al fin de su vida es algo increíble. Casi supera toda
imaginación. ¿Cómo puede ser que aquellos hombres que vivieron con Él por tres años, lo
abandonaran completamente en la hora de más necesidad? Sí, cierto, Juan regresó después de huir,
pero no olvidemos que pasaron varias horas en las cuales todos habían huido. Totalmente
abandonado cuando fue juzgado, azotado, coronado de espinas, y condenado a muerte... totalmente
solo. Justo antes de su Pasión, Cristo les había dicho: a vosotros os he llamado amigos, porque todo
lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer (Jn 15, 15). En poco espacio de tiempo, estos
amigos ya no estarían con Él en sus dificultades. Lo abandonarían, y aun así Él rezaría por ellos: Os
he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí (Jn 16, 33). Rezó por ellos fervientemente (cfr. Jn
17). Predijo que lo abandonarían. Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis
cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo (Jn
16, 32). Estos hombres eran sus amigos, pero esa amistad tenía sus limitaciones. Él tuvo que pasar
todo solo, cuando más los necesitaba. Hay solo una admirable excepción al hecho de que Jesús fue
abandonado completamente. La excepción está constituida por las Santas Mujeres. Las mujeres
permanecieron con Él. De todas maneras, hay un hermoso detalle que pone ese apoyo de las
mujeres en una luz inusual. A una mujer judía no le estaba permitido hablar a ningún hombre
excepto a su padre, su esposo, sus hermanos, y los miembros más cercanos de su familia. Ella no
podía hablar con otros hombres. Por lo tanto, las mujeres que siguieron a Jesús, muy
probablemente, han tenido con Él conversaciones muy limitadas. Esto no lo podemos entender del
todo porque no hemos vivido en un ambiente Judío Ortodoxo. Los judíos ultra-ortodoxos aun
conservan esta separación tan rígida de los sexos. Tal vez no haya sido tan estricta en los tiempos de
Jesús, pero algo podemos entrever en la sorpresa de la mujer Samaritana cuando Jesús le habla en el
pozo de Jacob (cfr. Jn 4, 9. 27).
Esto significa que, las pocas personas que hubieran podido consolarlo, tan sólo pudieron
sollozar y lamentarse a la distancia. Ellas podían estar cerca, pero no habrían podido hablarle
directamente, salvo su Madre y la hermana de su Madre, María, la esposa de Cleofás.
Probablemente María Magdalena nunca haya tenido una conversación prolongada con el Señor. Las
costumbres sociales no lo permitían. Mientras Jesús estaba sufriendo, no había manera de que
alguna mujer, excepto su Madre y su tía, se le pudiesen acercar y tocarlo. Y por eso el Señor pudo
estar rodeado de fieles seguidoras que, sin embargo, poco podían hacer para consolarlo. Estas santas
mujeres reciben un importante reconocimiento en la Escritura, pero opino que hoy, en la Iglesia, no
se les da el suficiente reconocimiento. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de
su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena y la esposa de Zebedeo y Salomé y otras
mujeres que habían salido con Él desde Galilea (Mt 27, 55; cfr. Mc 15, 40; Jn 19, 25).
Las costumbres sociales de aquel tiempo pueden ayudar a explicar un pasaje extraño. Jesús
ha resucitado de la muerte. La pobre María Magdalena está conmovida. Se acerca al Resucitado,
pero Él le recuerda que no debe tocarlo. Cuando yo era seminarista, solía comer en un restaurante
que tenía un nombre poco común: “El 42 de la calle Glatt”. Glatt significa completamente “kosher”
(= puro). Esta palabra significa que incluso la leche que se servía no había sido ordeñada de las
vacas en día Sábado. Una vez pedí un “knish”. La mesera no podía hacerme ninguna pregunta pues
12
le estaba prohibido hablarme. Finalmente tomó el menú y me señaló las dos clases de “knishes” que
había. Conocer esta costumbre puede dar un idea de la soledad de Jesús en su muerte.
Jesús fue abandonado de sus discípulos, mientras que sus fieles seguidores, la mayoría
mujeres, no le podían brindar ningún consuelo debido a las costumbres sociales de su tiempo.
Estaba allí completamente solo. Su muerte solitaria siguió a la patética escena del Huerto donde es
abandonado por sus apóstoles, quienes se quedan dormidos justo cuando Él más los necesita.
Deberías leer este pasaje con mucha atención:
Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí,
mientras yo hago oración». Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y
angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad». Y
adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Y
decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo
quiero, sino lo que quieras tú». Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «Simón,
¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el
espíritu está pronto, pero la carne es débil». Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas
palabras. Volvió otra vez y los encontró dormidos... (Mc 14, 32-39).
Parte de la condición humana
¿Te ha pasado esto alguna vez? Ahora una pregunta incluso más dolorosa: ¿te “quedaste
dormido” justo cuando un amigo tuyo te necesitaba? Esta es una pregunta que nos turba. Puedo
fácilmente darme cuenta cuando un amigo me ha fallado, pero normalmente no cuando llegar a
darme cuenta cuando yo les he fallado. ¿Por qué Cristo pasó por todo esto? Lo hizo por ti y por mí,
para que pudiéramos tener un ejemplo que nos sirva de guía cuando seamos abandonados, una de
las situaciones más comunes y dolorosas de la vida. Nos ayuda saber que Jesús pasó por todo esto
antes que nosotros. Su ejemplo nos dará la sabiduría para preguntar con objetividad: “¿Por qué
fallan los amigos?” Porque somos humanos. Porque tenemos el pecado original. Porque crecemos
“viejos” y débiles, y estamos demasiado preocupados por nosotros mismos. ¿Por qué fallaron los
apóstoles? Porque todo eso era demasiado para ellos. Estaba más allá de sus fuerzas. Prepárate para
el momento en que te fallen tus amigos y también para el momento, aún más doloroso, en que un
amigo te diga: “Me fallaste”.
En este mundo hay almas extraordinarias que nunca han fallado a nadie, y Dios las ha
bendecido. Pero aun esas personas, un día morirán, y ya no estarán ahí para acompañar a sus
amigos. Esto es parte de la condición humana: que experimentemos las fallas de nuestros amigos,
de seres amados, de esposos, de padres, de hijos. Alguno de los que leen estas líneas ha
experimentado la falla de sus padres. Pienso que es el sufrimiento más grande que uno puede
experimentar en esta vida. He hablado con gente que ya están en sus 50 o 60 años, y que todavía
están espantados por cosas que les sucedieron medio siglo atrás, cuando sus padres les fallaron. La
gente suele ser lastimada por sus mismos hermanos y hermanas, por sus esposos, por sus hijos, y no
sólo de sus verdaderos hijos sino de todos aquellos para los cuales hayan sido verdaderos padres.
Mejor es amar y perder
¡Atención! Ama y serás herido. Pero es mejor para nosotros amar y perder, que no amar,
porque estamos en camino hacia una experiencia eterna de amor. Cuando la vida pierde sentido, el
creyente debe recordar que estamos de camino hacia una experiencia de amor mucho más real y sin
fin. ¿Te das cuenta que tú y yo somos parte de la extrema minoría de seremos humanos que aun
estamos vivos en este momento? Piensa en el gran número de personas que ya han muerto. Si
pudiéramos traer desde la eternidad a todas las personas que vivieron en Nueva York, difícilmente
podríamos movernos por la multitud inmensa que sería. Piensa en todos los que vivieron en Europa,
o en Asia. La gran mayoría de todos esos hombres ya han muerto. Tú y yo somos parte de esta
cómica minoría que se mueve de aquí para allá pensado que somos terriblemente importantes. Un
pensamiento que es aun más sorprendente, es el inmenso número de gente que no ha nacido aun y
viene en camino.
13
Caminaba por un sendero en Irlanda, y un primo mío, el padre Dohaney, me dijo: “¿Te diste
cuenta que nuestros antepasados han caminado por este sendero durante miles de años?” Pude
imaginar entonces todas esas generaciones de parientes encerradas es ese pequeño pueblo.
Cada año llevo a nuestros jóvenes religiosos a una expedición maravillosa. Vamos a la Isla
Ellis, al museo de la inmigración en el puerto de Nueva York. Encontré allí una foto de irlandeses
esperando abordar un barco hace 125 años atrás. Cada vez que miro esos hombres extraños con sus
barbas y las mujeres usando chales y ropa de lana, siempre me digo: “Son mis antecesores, mi
familia”. Una visita a este museo es una maravillosa experiencia espiritual. Cien millones de
americanos, casi la mitad de la población, son descendientes de gente que alguna vez pasó por la
Isla Ellis, o por el edificio que está delante. Hay un sinnúmero de fotos conmovedoras de una
inmensa multitud de gente, y todos ellos están ya muertos. Todos se han ido al otro mundo, a la
eterna felicidad o a la espantosa condenación. Casi la mayoría de ellos sufrieron la experiencia de
haber sido abandonados alguna vez en sus vidas. La mayoría de ellos, es lo que uno espera, viven
ahora en la paz eterna y en el gozo porque no tuvieron miedo de amar y perder.
Darse cuenta de dos verdades cruciales
No nos gusta pensar en el hecho inevitable de que la vida humana es una experiencia que
rápidamente pasa, un río que corre veloz. Reconocer este hecho es parte de la respuesta a la
pregunta: “¿Qué hacer cuando la vida pierde sentido?” Debemos morder la realidad, todas las cosas
que experimentamos pasan, incluso las más preciosas: el amor de la familia y amigos. Toda herida y
pena que provocan las fallas de nuestros seres queridos también pasan. Sin embargo, la vida
simplemente no pasa. Ella corre hacia algo mucho más hermoso o más horrible, la salvación o la
condenación eterna. Si somos verdaderamente creyentes, los propósitos que tengamos en la vida y
nuestra actitud frente a ella, deben estar claramente delimitados por estas verdades.
Lo segundo, de lo cual debemos darnos cuenta, es que Jesús ha soportado y santificado el
dolor, causado por las fallas de los amigos mediante su propia vida y por haberles perdonado sus
fallas. Los reprochó, pero no los abandonó. Durante la Última Cena, a la declaración de fidelidad
incondicional de s. Pedro, respondió así: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder
cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas
vuelto, confirma a tus hermanos». El dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la
muerte». Pero él dijo: «Te digo, Pedro: No cantará hoy el gallo antes que hayas negado tres veces
que me conoces» (Lc 22, 31-34).
¿Cómo se hace para unir estas dos cosas: lo pasajero de la experiencia humana y el perdón
ejemplar de Jesucristo? La respuesta, según los místicos, tiene un nombre: el misterio de la Cruz.
Este misterio no es una abstracta idea intelectual o un argumento, sino más bien una realidad que se
experimenta. De hecho uno puede entrar en la profundidad de este misterio sólo cuando está
sufriendo o ha sufrido. En nuestro caso estamos considerando la falla de nuestros amigos. Vemos
que Jesucristo soporta esas fallas y supera esa pena de dos modos: perdona anticipadamente a
Pedro, en la víspera de su Pasión, antes de que los hechos tengan lugar. Él abraza el dolor, pero
también muestra que, su Padre, de los males sacará bienes. Al final de la Última Cena,
inmediatamente después de la profecía de la negación de Pedro, Jesús dice: «Todos vosotros vais a
escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas
del rebaño”. Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea» (Mt 26, 31-32).
En la gran oración que eleva al inicio del capítulo 17 de san Juan, Jesús reafirma con más
fuerza aún, su confianza en que su Padre sacará bienes del mal: «Padre, ha llegado la hora;
glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre
toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado» (1-2).
Ya hemos mencionado al Cardenal Newman, un hombre capaz de profunda amistad y en
consecuencia familiarizado con el sufrimiento. Ambas realidades van juntas. Las siguientes frases
de Newman sintetizan muy bien la urgencia de utilizar, cuando se mira la vida, el prisma del
misterio de la Cruz. Cito estas frases para ayudar a tu meditación, a pesar de que Newman las usó
circunstancialmente hace ya más de un siglo:
14
Como comprender la vida
Mil cosas pasan ante nosotros en el transcurso de la vida, una después de otra, ¿y qué
pensamos de ellas? ¿Qué coloración les damos? ¿Acaso miramos todas las cosas de manera graciosa y
alegre? ¿o de modo melancólico? ¿desanimados o llenos de esperanza? ¿Ponemos luz a las cosas de la
vida, o tratamos seriamente todas las cosas? ¿Agrandamos las pequeñas cosas o empequeñecemos las
grandes? ¿Mantenemos nuestra mente fija solo en el pasado, o miramos solo al futuro, o estamos
totalmente absorbidos por el presente? ¿Cómo enfrentamos las cosas? [en un lenguaje más actualizado
deberíamos decir: “¿Cuál es nuestra actitud frente a la vida?”] Esta es la pregunta que toda persona
observadora se hace, y la responde cada una a su manera. Desean guiarse por normas; por algo que
tienen dentro, que pueda armonizar y ajustarse con lo que está fuera. Esa es la necesidad que sienten
quienes reflexionan. Pero permite que te pregunte: ¿cuál es la llave verdadera, cuál es el modo
cristiano de interpretar este mundo? ¿Qué se nos ha dado por la revelación para ponderar y medir este
mundo? El evento de este tiempo (litúrgico), la Crucifixión del Hijo de Dios.
Nuestra gran lección de cómo pensar y cómo hablar de este mundo, es la muerte de la Palabra
Eterna de Dios hecha carne. Su Cruz ha dado su justo valor a cada cosa que vemos: todas las fortunas,
las ventajas, los rangos, las dignidades, los placeres, la lujuria de la carne y de los ojos, y la soberbia
de la vida. Ha puesto un precio a las inquietudes, rivalidades, esperanzas, miedos, deseos, esfuerzos,
triunfos del hombre mortal. Ha dado sentido al variado y cambiante curso de la vida, a las pruebas, las
tentaciones, los sufrimientos. Ha unido y afianzado todo lo que parecía discordante y sin sentido. Ha
enseñado cómo vivir, cómo usar de este mundo, qué esperar, qué desear, en qué confiar. Es el tono en
el cual los discordantes sonidos de este mundo finalmente se armonizan... La doctrina de la Cruz de
Cristo no hace sino anticiparnos la experiencia del mundo. Es verdad, la cruz aún en medio de todas
las sonrisas y brillo que nos rodea, nos mueve al dolor de nuestros pecados. Y si no le prestamos
atención, al fin nos veremos forzados a llorar por ellos, sufriendo sus temibles castigos. Si no
reconocemos que este mundo se ha vuelto miserable por el pecado, a los ojos de Aquel sobre quien
fueron cargados nuestros pecados, ¡lo experimentaremos convirtiéndonos en miserables por el rechazo
de esos pecados contra nosotros mismos!2
Lo que dice el Cardenal Newman es: más allá de que seas creyente o no, más allá de que
aceptes la Cruz e intentes a través de ella vivir armonizando las penas, molestias, alegrías, y dolores
de la vida; o que rechaces la Cruz y des la espalda a la fe, de todas maneras llegarás a la misma
conclusión respecto al mundo. Esto es así porque la vida es como una persona absolutamente
honesta que debe pagar una deuda. Al fin, la vida paga justamente el salario que cada uno ha
ganado. Quienes vivieron haciendo el bien, a pesar de que hayan sido muy pobres y sujetos a
muchas injusticias, estarán preparados para el Reino de Dios. Quienes han vivido en el mal se
encontrarán también con el mensaje de la Cruz, pero será para su condena. ¡No lo dudes! Ricos y
pobres, justos e injustos, criminales y virtuosos, niños, toda la multitud, todos nosotros, los buenos
y los malos, pasaremos por el mismo juicio. Pero para los buenos, los inocentes, para quienes han
luchado, para quienes están arrepentidos, los sonidos discordantes y penosos de la vida, se
transformarán en música de eternidad. No amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y
herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo
(Mt 6, 19-20). No dudes ni por un momento que todas las cosas desfilarán bajo los brazos de la
Cruz. Hay muchos que sin culpa propia, no conocen el nombre de Jesucristo, o a quienes no se les
presentó de manera atrayente el mensaje cristiano. Hay quienes que, sin culpa propia, han buscado
honestamente a Dios, pero no han recibido la abundancia de gracias que tú y yo hemos recibido.
Nuestro Señor dice de ellos: También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas
las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor (Jn 10, 16).
Durante el tiempo en que he estado pensando en este libro, nos ha conmovido a todos los
espantosos sufrimientos de musulmanes y cristianos en Bosnia y los increíbles padecimientos de la
población de Ruanda. Algunas de estas personas no eran cristianas, pero estoy seguro de que
nuestro Salvador Crucificado estuvo en medio de ellos, y que sus tormentos, sus penurias, su
búsqueda de Dios, no serán desperdiciadas para la eternidad. Rezo para que ellos se salven. Muchos
2
JOHN HENRY NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, VI, Sermon 7 (San Francisco: Ignatius Press, 1987), 122930, 1232.
15
son cristianos de una fe muy simple. Ellos son bendecidos al unirse en sus padecimientos, de modo
bien conciente, con Cristo.
Pero del otro lado están quienes cargan sobre sí, casi estúpidamente, el terrible rol de ser los
enemigos de la Cruz. Aparecen en televisión todos los días. Entran en tu misma casa para enturbiar
las enseñanzas de Cristo y rebajar su Iglesia. Rezo por ellos, porque están en un peligro mucho
mayor que la gente de Ruanda y Bosnia. Están en un peligro eterno. Yo mismo, vivo como dice San
Pablo, con temor y temblor (1Cor 2, 3). Nuestro Señor enseña que aquellos a quienes se les ha dado
mucho, se les exigirá mucho. Miro mi vida, y veo momentos en los que fallé miserablemente. He
fallado a mis amigos, a mi familia. Fallé muchas veces. Por esto, cuando otros me fallan, digo:
“Bueno, esto es en penitencia por mis propias fallas”.
El Cardenal Newman termina su ensayo con estas luminosas palabras: “Solo aquellos que
comienzan a partir del mundo que no se ve, son verdaderamente capaces de disfrutar de este mundo.
Solo ellos disfrutan de lo que antes se han abstenido... Sólo lo heredan quienes toman las cosas
como sombras del mundo que viene, y que por ese mundo que se avecina, han abandonado el
mundo presente” (p. 1235).
El amigo que no cambia
Todos hemos experimentado la falla de nuestros amigos. De una manera u otra ellos no
estuvieron ahí cuando los necesitábamos. Sabemos que pase lo que pase, si nos volvemos a Él, hay
un Amigo que nunca falla, que siempre está ahí. Nuestra fe nos lleva constantemente a ese Amigo
que nunca cambia. En esto, la oración es esencial, ya que es la única manera de encontrar nuestro
Amigo. Él no cambia porque ya no camina más por este mundo que cambia. En Él también nos
ponemos en contacto con aquella multitud de amigos nuestros que han partido antes que nosotros a
ese mundo espléndido donde Él nos espera: la casa de su Padre. Aun si debes rezar en medio de tus
penas y agonía, como Él lo hizo en el Huerto, pronto lo encontrarás allí en las tinieblas. La oración,
una profunda oración personal que surge de lo más íntimo de nuestro ser, es la manera con la cual
podemos de abrazar y ser abrazados por el Amigo que no cambia.
Oración
O Señor Jesucristo, te doy gracias por haberme dado los ejemplos de tu dolor y de tu soledad en el
Huerto de los Olivos. Sin esos ejemplos me resultaría muchísimo más difícil seguir adelante cuando
no hay nadie que me acompañe. Te agradezco por todos aquellos a quienes has puesto en mi camino
como amigos queridos y también por la tarea que me has encomendado de ser un amigo para otros.
Tarde o temprano todos debemos caminar solos, y siempre queda un lugar en mi corazón donde
nadie puede entrar excepto Tú. Sin tu presencia, la soledad interior se vuelve opresiva, incluso
devastadora, como una tierra desierta de vientos aterradores y noches oscuras. Pero cuando Tú estás
ahí conmigo, y sólo Tú puedes estar allí, toda mi vida se llena de luz y puedo caminar aun en medio
de las grandísimas pruebas.
Quédate conmigo, Señor, en los tiempos de oscuridad, y permite que salga de las tinieblas
ya que Tú estás ahí. Sé ese amigo que me devuelve todo aquello que pueda haber perdido: el amor
de una madre y de un padre, de un hermano o hermana, de un amigo o maestro. Cuando las horas
finales de este viaje se acerquen y tenga que dejar todo atrás, ven conmigo por ese sendero que no
tiene escalones ni tiempo. Protégeme de los enemigos de mi alma y de la voz amenazante del
acusador. Dame tu mano y seré salvo.
Además, permite que sea un amigo fiel para quienes tengan que atravesar momentos
difíciles en sus vidas, y permíteme ser justo y capaz de perdonar a mis enemigos. Ayúdame a no
esperar más de mis amigos de lo que ellos puedan darme, pero concédeme darles más de lo que
ellos esperan. Concédeme no esperar demasiado de aquellos que, como yo, combaten bajo el peso
de la vida, y permite que llegue a ser lo mejor que pueda, un amigo que no falla. Haz que podamos
ser amigos en Ti, el Amigo que nunca falla.
16
CAPÍTULO 3: CUANDO NUESTRA SEGURIDAD SE VE AMENAZADA
¿Qué podemos hacer cuando nuestra vida pierde sentido porque nuestra seguridad
económica o personal es amenazada o incluso desaparece? Todos sabemos muy bien que nuestro
Señor Jesucristo tuvo muy poca o más bien ninguna seguridad en su vida. Ciertamente que desde el
principio no tuvo seguridad personal, tal como nosotros la entendemos. Después que ellos se
retiraron (los magos), el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma
contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va
a buscar al niño para matarle» (Mt 2, 13).
La vida de Cristo comenzó con un gran peligro y la inseguridad lo siguió paso a paso en su
camino. La inseguridad económica fue su constante compañera. Aún más, Él no hizo nada para
alentar a quienes tenían posesiones a sentirse seguros en este mundo. De hecho, lo que sí hizo, fue
desalentar sus sentimientos de seguridad. Por ejemplo, la parábola del granjero rico, habla de un
hombre que es llamado al Juicio Final justo después de construir nuevos graneros. El hombre se
dijo a sí mismo: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe,
banquetea. Pero escucha estas palabras: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma (Lc 12,
20). Esta parábola, como muchas otras, no hace nada para acrecentar el sentimiento de seguridad
basada en las riquezas. El mensaje, tanto de las parábolas de Cristo como de su vida, es el siguiente:
si intentas dar sentido a tu vida, es decisivo que no pongas tu seguridad en este mundo o en lo
material, porque es una falsa ilusión. Convéncete hoy mismo que si buscas seguridad y una
situación perfectamente segura en esta vida, estás buscando algo que en sí mismo es muy inseguro,
e incluso totalmente irreal.
Un falso sentimiento de seguridad
La inseguridad e incertidumbre son hechos de la vida. Obviamente, la gente tiene derecho a
cierta seguridad económica nacida de lo que gana con su trabajo y de lo que gasta prudentemente.
De todos modos, este derecho se ve más precisamente como una obligación de cuidar de nosotros
mismos, para no convertirse en una carga para los demás. Lo que ha pasado en las naciones ricas es
que la seguridad se ha convertido en un falso dios. Cuando estudié psicología, hace ya veinticinco
años, los encargados de personal me comentaron que los recién graduados estaban buscando trabajo
y averiguando los trámites de la jubilación. Sobre todo, tal sentimiento de seguridad se ha
convertido en una trampa. Ha hecho que la gente se olvide que los éxitos de este mundo ciertamente
pasan y son temporales. Nada es tan obvio como el hecho que no estaremos aquí para siempre. Si te
sientes seguro en este mundo, te sientes seguro de un modo insensato y apoyado en una sombra.
Nuestra superioridad económica sobre otras naciones nos causa esa falsa sensación de seguridad.
Recientemente los programas del gobierno de pensiones y seguros sociales pasaron por una
profunda crisis financiera. Dicen que es cerca de un trillón de dólares. Todos descansan sobre esos
fondos. Lo mismo sucede con los seguros de salud. Las expresiones “seguro de vida y de salud” son
parte del gran engaño existente respecto a la seguridad. En realidad son seguros de enfermos y
muertos. Sólo se cobran cuando estás enfermo o te mueres. Los seguros de trabajo solían ser el gran
tesoro en Estados Unidos. Hace poco hablé con un hombre que estaba retirando una canasta que se
da a los pobres. Me dijo: “He trabajado por veintinueve años para una gran empresa, y ahora estoy
buscando un trabajo. Nunca pensé que tendría que buscar trabajo en toda mi vida”.
Otro hecho doloroso es que Estados Unidos se está convirtiendo en un país relativamente
pobre. Eso es muy claro si viajas más allá del océano. Como predicador itinerante me di cuenta muy
rápido de eso. Recuerdo los días en que, si viajabas a otro país con dólares estadounidenses, podías
almorzar por un dólar y aun te quedaba dinero para dejar una linda propina. El dólar estadounidense
tenía gran poder adquisitivo. Cuando estuve en Londres, hace no mucho tiempo, me di cabalmente
cuenta que el dinero estadounidense ya no tiene el peso que antes tenía. Por tres días seguidos
almorcé en un lugar de comidas al paso al estilo americano. Todos los días comí lo mismo, un
sándwich de pollo gomoso y una taza de te al doble de lo que me hubiese costado en Nueva York.
17
En 1991 tuve que pasar por el aeropuerto de Narita de Tokyo, pero ya iba preparado de
antemano. Tenía una escala de 5 cinco horas, que incluía el mediodía, por lo que llevaba conmigo
mi almuerzo y una lata de gaseosa. Me senté allí, y mientras escribía los sermones, masticaba mis
sándwiches de atún, mirando atónito una propaganda de café cuyo precio era siete veces mayor al
de Estados Unidos. No hubiese podido ni siquiera solventar el pasar hambre en Japón.
Salvo contadas excepciones de quienes recuerdan la Crisis Económica de Estados Unidos,
los estadounidenses, en su gran mayoría, no están preparados para pensar en la inseguridad
económica. Esta falta de preparación y sano temor puede llegar a ser, tarde o temprano, para
muchos la ocasión de convertirse a Dios. Robert Bellah, quien a menudo aporta valores cristianos a
sus análisis de la vida estadounidense, observaba:
“Cualquiera haya sido el rol que una vez Estados Unidos asumió estando a la vanguardia,
poniendo su confianza en empleadores, o simplemente manteniendo los empleados, la realidad de
los ‘90 se ve cada vez más clara: se acabó el negocio. [Antiguamente] había un contrato implícito,
‘tú nos das tu fidelidad, y nosotros te damos seguridad’. [Ahora] como corporación, Estados Unidos
merma, se consolida y por otra parte paga los costos, está exprimiendo más gente con trabajo, y
exigiendo más trabajo de la gente, como nunca antes” 3.
Si estás leyendo estas páginas después que la crisis de 1990 haya pasado, quizás sean
tiempos de prosperidad como a fines de los ‘80, pero recuerda que lo que es verdad en física
también lo es en economía: “Todo lo que sube, baja”.
Aun si una persona parece tener un gran negocio que le da una aparente seguridad
económica, ¿qué se pude decir sobre su salud? ¿Qué decir de las particulares vicisitudes de su vida?
¿Qué decir de los cientos de posibles calamidades que pueden llegarle en cualquier momento y
hacer que uno pierda toda seguridad? Pérdida del empleo, de la propia casa, peligro de perder la
salud, el envejecimiento y, en los últimos años de la vida, las enfermedades crónicas, todas estas
cosas demuestran la mentira encubierta del falso sentido de seguridad. ¿Cuál es la verdadera
respuesta?
Serenidad en medio de la inseguridad
La respuesta obvia es la enseñanza de Cristo, no poner nuestra seguridad en las cosas que
uno posee. No está mal sentirse más cómodo cuando uno se encuentra más seguro de lo que estaba.
Eso está bien. Supongo que el niño Jesús se sintió más seguro y a gusto cuando José y María
regresaron a su casa en Nazaret después de la muerte de Herodes. De ninguna manera está mal
gozar de un poco de seguridad y tranquilidad mental, pero no pongas tu confianza última en las
cosas que pasan. No te sorprendas cuando tu seguridad terrena se pone a prueba, porque siempre es
algo muy tenue, aunque no siempre nos demos cuenta. Desde el momento en que la seguridad en
este mundo es puesta a prueba todos los días, sea por las enfermedades, los contratiempos,
accidentes, ¿qué debemos hacer? Debemos seguir el ejemplo de Cristo y confiar solo en Dios. Esto
nos permitirá tener paz y confianza en Dios aun cuando experimentemos la inseguridad, porque ya
sabemos que la sensación de seguridad en este mundo es una falsa ilusión.
Qué significa confiar realmente en Dios
Confiar en Dios no significa que todo va a salir como nosotros queremos, que todo será
color de rosa. Confiar en Dios no significa que Él vaya a restablecer el falso sentido de seguridad
que antes teníamos. Significa que, pase lo que pase, creemos que Dios está con nosotros, y si
estamos “colgamos” de Él, sacará bienes de los males, aun del mal que ha permitido que nos pase.
Debo preparar mi mente ahora para que, aun en los momentos más oscuros de la vida, crea que Dios
está conmigo. Y yo creo que Él estará contigo y con todos los que se conviertan a Él, y aun quienes
no sepan bien como convertirse a Él. Esta vida, con sus mejores y peores cosas, pasa rápido, pero
Dios siempre está ahí. Al final, los buenos y los malos caminan por el estrecho umbral de la muerte
ROBERT N. BELLAH, “Small Face-to-face Christian Communities in a Mean-Spiritied & Polarized Society”, New
Oxford Review 60 (June 1992), 17-18.
3
18
física. Pasan más allá de la apariencia física y se presentan ante Dios, donde cada uno debe rendir
cuentas y confiar en la misericordia de Dios.
Piensa en todo esto por un momento. Una persona anciana está muy enferma, enferma
terminal. Recuerdo una buena amiga, la Hna. Cuthbert de las Hermanas del Sagrado Corazón de
María en Tarrytown, Nueva York. Trabajó como secretaria y recepcionista en las oficinas de la
arquidiócesis hasta que se enfermó, pasados ya sus setenta años. Ahora estaba al borde de la muerte.
Cuando ya me estaba yendo de lo que, los dos bien sabíamos, sería mi última visita, al ver mis
lágrimas dijo: “No esté triste padre. Sé que nuestra Señora vendrá pronto a buscarme y me llevará a
casa”. ¡Qué hermosas palabras, que maravillosa confianza! Ella sabía con gran certeza que iba a
pasar por el estrecho corredor de la muerte, desde este lugar de dolor hasta las manos de Dios.
Había sido una religiosa devota de nuestra Señora durante medio siglo, obviamente la Madre de
Cristo la acompañaría. Estoy seguro de su salvación. Era del tipo de personas que trabajan por ser
amigos fieles de Dios y seguidores de Cristo, y Cristo no se olvida de sus amigos.
Piensa ahora en un mártir, en alguno que por la tortura se enfrenta con la muerte. Recuerdo
con frío estremecimiento cuando caminaba por el tumultuoso barrio bajo de Kyoto, Japón. La guía
turística mencionaba que en esas mismas calles, los mártires de Nagasaki (que eran católicos
conversos de Kyoto) habían sido condenados a muerte por un “shogun”. A pesar de que la Iglesia
haya trabajado abiertamente por un tiempo en Japón, los “shogun” se volvieron contra Ella.
Veintiséis personas, incluyendo sacerdotes, religiosos y laicos, fueron condenados a muerte por
tortura. Sus orejas fueron rebanadas, y hacia el fin del invierno fueron llevados en marcha forzada
casi por un mes, yendo de pueblo en pueblo en Japón, para infundir miedo en aquellos que
quisiesen unirse a la nueva religión. Ellos sabían qué suerte les esperaba al final del camino: muerte
por crucifixión. Esa helada marcha concluyó cuando fueron crucificados mirando hacia Nagasaki.
Era el 5 de febrero de 1597. Esos mártires permanecieron firmes a través de esa interminable
tortura. Con su último aliento, colgando de la cruz, se gritaban unos a otros, alentándose con
palabras de fe y confianza en Dios. No esperaban que Dios los librara de la muerte física. No
esperaban que el cielo se abriera y un ángel bajara hacia ellos para sacarlos de la Cruz. No, ellos
esperaban pasar de este mundo a la vida eterna. Cualquier oración que puedan haber hecho para que
se les mitigase el dolor, aparentemente no les fue concedida, pero murieron con una fe gigantesca y
dieron a los japoneses un maravilloso ejemplo de martirio y coraje. Ya sean los antiguos mártires
arrojados como alimento a las fieras, una muerte espantosa y horrible, ya sea alguno de los
asesinados en nuestros tiempos en un campo de concentración [San Maximiliano Kolbe, Santa
Edith Stein...], atravesaron la delgada pared de la muerte hacia la realidad donde no hay cambio, ni
dolor ni sufrimiento, ni tiempo tal como nosotros lo conocemos. Aun sin el dolor y la gloria del
martirio, nosotros seguiremos el mismo camino y pasaremos por la misma puerta de la muerte. Tal
vez primero debamos pasar por el Purgatorio (al cual los santos nos enseñan a no temer, porque allí
ya estaremos en las seguras manos de Dios) a fin de preparar nuestras almas a quedar totalmente
abiertas a la salvación de Cristo y a la gloriosa realidad de la vida eterna. Realidad de la cual ni
siquiera nuestro Señor pudo describirnos, porque va más allá de la capacidad de la mente humana.
Lo que verdaderamente se debería temer
Está también la otra cara sobre la cual también debemos pensar. Muy rara vez escribo sobre
este tema porque es muy doloroso. ¿Qué pasa con los malvados? Por algún motivo, tiempo atrás,
pretendíamos que nadie era realmente malvado. Se supone que todos son verdaderamente amables,
gentiles, y todos pretendemos serlo. Pero no, hay gente malvada a nuestro alrededor. En algunos es
obvio, como los asesinos contumaces que no se arrepienten. Pero pensemos también en todos
aquellos que han privado a millones de personas de sus ahorros mediante el chantaje, el robo, y la
industria de los préstamos y la usura. La Biblia nos dice que privar a la gente normal o a los pobres
de su jornal es un crimen que clama al cielo por venganza (cfr. Dt 24, 14-15). Una buena mujer me
decía hace poco con lágrimas en sus ojos: “Trabajé por veinticinco años para tal y tal empresa, y se
declararon en bancarrota, y fueron absueltos, y todos los fieles empleados nos quedamos sin trabajo
y secos... Sí, ellos se declararon en bancarrota, pero muchas personas de rango sacaron grandes
19
ventajas, mientras la mayoría quedó en la calle”. Este tipo de cosas claman a Dios por venganza,
incluso cuando en ocasiones se lleguen a hacer maniobras legales para cubrir un terrible crimen. De
hecho, en vez de sentir rencor hacia tales personas que hacen eso, uno debería más bien sentir
compasión porque deberán rendir cuentas de eso en el Día del Juicio.
Las Escrituras nos advierten acerca de nuestra actitud hacia aquellos que se enriquecen
injustamente. Estas son las palabras del Salmo 37, que transcribo libremente:
No se preocupen por lo malvados. No envidien a los que hacen el mal, pues ellos
desaparecerán pronto como el pasto y como hojas secas. Confía en el Señor y haz el bien, y así
vivirás en la tierra gozando de seguridad. Regocíjate en el Señor, y Él colmará los deseos de tu
corazón. Ponte en las manos del Señor, confía en Él, y Él actuará. Te dará justicia en la luz, y tus
derechos brillarán como el sol al mediodía. Preséntate en silencio ante el Señor y espera
pacientemente por Él. No te amargues por los que prosperan en su camino, y llevan a cabo malos
planes. No te angusties y te dejes vencer por la rabia. Los malvados serán destruidos pero quienes
esperan en el Señor poseerán la tierra. Un poco de tiempo y los malvados ya no estarán. Aunque
los veas a salvo en su casa, ya no la habitarán. Los mansos poseerán la tierra y se deleitarán en
abundante prosperidad. El Señor conoce los caminos de los inocentes, y su herencia durará por
siempre. No serán humillados en el tiempo malo. En tiempo de hambre serán alimentados hasta
saciarse, pero los malvados perecerán.
Esta es una enseñanza extremadamente importante, de la que parece, nos hemos olvidado.
De un modo o de otro, la gente de nuestro tiempo ha olvidado que Dios promete equilibrar la
balanza al final, pero sólo cuando esta vida que fluye haya pasado. Permite que lo diga de este
modo: Si un ángel se te aparece, y tu has sido víctima de injusticias sociales y financieras, y te dice:
“¿Quieres tus derechos ahora, o los quieres en la eternidad?” Por Dios, no digas que los quieres
ahora; pues alguien vendrá la semana próxima y te los robará. ¿Para qué los quieres ahora en este
valle de lágrimas? La eternidad dura para siempre. Es lo que aprendemos de la vida de Cristo, de
Nuestra Señora y de los apóstoles. Nuestro Señor Jesucristo confió en Dios. Sus enemigos lo
atormentaron en la Cruz. A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje
ahora de la cruz, y creeremos en él (Mt 27, 42).
Jesús confió en que su Padre lo salvaría. Murió y fue sepultado. Su divinidad no necesitaba
la resurrección. Nosotros necesitábamos la Resurrección. Nosotros necesitábamos la Gloriosa
Resurrección de nuestro Señor Jesucristo para que pudiésemos saber con certeza que los malvados
no triunfarán, para que aprendamos bien a no poner nuestra confianza en los poderes de este mundo.
Los que somos seguidores de Cristo no deberíamos confiar en la seguridad de este mundo, porque
estaríamos construyendo castillos sobre arena. Jesús como bebé, como niño y como adulto, tuvo
gente que complotó contra su vida. Se podría decir que pasó toda su vida como un fugitivo y que
casi nunca conoció la seguridad de la que casi la mayoría de nosotros gozamos. Pero a Él se le
otorgó la victoria sobre todo mal.
Seguridad verdadera en el Mundo Real
Necesitamos creer que, del otro lado de la delgada pared material del mundo que percibimos
con nuestros sentidos, hay un mundo sin tiempo ni ambigüedad. Es un mundo que no está sometido
al proceso de la muerte. En este mundo estamos temporalmente en un lugar temporal de
insatisfacción, de aventura, de ilusiones parciales. A pesar de que sea incomprensible, las
posibilidades del mundo venidero son muy claras. Hay o una vida eterna o una perdición eterna. No
se tú, pero yo no quiero condenarme eternamente. Y sospecho que tú como yo, querrás ver a tus
seres queridos en la vida eterna del mundo futuro. Estoy seguro, que como todos los demás, tú no
quieres que las cosas buenas que has tenido en este mundo desaparezcan para siempre. El mensaje
de la Gloriosa Resurrección de Jesucristo es que aquello que hemos amado no desaparecerá, que las
cosas buenas durarán para siempre. Esa esperanza es el sentido de la confianza en Dios. Muchos
cristianos a lo largo de los siglos, incluyendo muchos miembros del clero y de órdenes religiosas,
han confiado en este mundo y al mismo tiempo han intentado confiar en la eternidad. Tienen un pie
de ambos lados. Es un error. El Cardenal Wolsey, que sirvió al Rey Enrique VIII tan fielmente,
20
cuando murió sin el favor del Rey, seguramente se habrá dicho: “He servido a mi Dios tan bien
como a mi rey, el cual no me abandonará en mi ancianidad, indefenso ante mis enemigos”. Si, él,
como muchos otros, intentaron [inútilmente] apostar en ambos mundos.
Pero debes saber que hay mucha gente normal que tiene muy en claro donde han puesto su
seguridad. Tiempo atrás estaba revisando una enorme cantidad de correspondencia y me encontré
con esta carta. Es una carta asombrosa. Hay una línea aguda hacia el final que me golpeó cuando la
leí. Llamé a la mujer y le pregunté si podía usar su carta. Me dio permiso para citar su carta
textualmente. Decía:
“Estoy muy contenta de escucharlo hablar sobre la vida y lo que ella significa. Es una
vergüenza que el mundo no lo vea, no importa cuan joven o viejo uno sea. Ud. verá, yo también creo
muy firmemente en la vida. Teníamos dos hijos con una parálisis total. Perdimos uno hace ya seis
años, cuando tenía 24 años de edad, justo un mes antes de que cumpliera 25. Nuestro otro hijo va a
cumplir 29 el próximo agosto. Damos gracias a Dios, no importa lo que pase. Entiendo que los
médicos me preguntaran si queríamos tratarlos médicamente o dejarlos morir. Esos que se llaman
expertos. Sin alimentación e hidratación hubieran simplemente muerto. Verá, mi hijo está conectado a
una máquina que lo alimenta. Tiene dos tubos en su estómago, uno para alimentarlo y otro para drenar.
Además recibe 12 diferentes tipos de medicación, y muy a menudo necesita sangre. Está postrado.
Como Ud. se dará cuenta parece un vegetal. Pero todavía hay vida, no importa cómo. No está en
nuestras manos eliminar una vida. Cuando el Señor lo llame, será el momento de que vaya a casa. Sé
que se supone no me tengo que enojar, pues es un pecado, pero sé que no lo puedo remediar cuando
escucho que ellos quieren quitarle la vida, y no alimentarlos a través de un tubo de alimentación.
Dicen esto porque quieren darles algo de dignidad. Es una sarta de disparates. Y todo porque no
quieren cuidarlos, y ellos se preocupan más del ‘todopoderoso dinero’ que de la vida en sí misma.
¿Por qué no son capaces de ver la belleza de la manera en que lo hizo nuestro Señor cuando caminaba
entre nosotros? Como Jesús nos cuidó y nos amó. Jesús dijo: ‘No juzguéis si no quieres ser juzgado’.
¿Cómo puedo juzgar, sabiendo que ellos se equivocan respecto a la vida? Vea Ud., yo cuido de mi hijo
en mi casa, y también de mi madre. Yo sigo adelante porque como ud. sabe, se que Jesús siempre está
en mi corazón y en mi alma no importa lo que pase. Y Jesús me da su fuerza para hacer lo que debo
hacer. Mi esposo aun se encuentra trabajando en otra provincia. Y a pesar que estos dos hijos no son
hijos nuestros, sino adoptados, los siento como míos. He estado cuidando de este chico por diez años,
y con la ayuda del Señor, siempre lo haré. Aunque sea un trabajo duro, nunca pondré a mi hijo ni a mi
madre en una casa orfanato o geriátrico”.
Esta es una carta sorprendente, ¿o no? Estos niños inválidos no son sus hijos. Esta mujer
sabe lo que es importante, y tiene un sentido muy real de la seguridad. Su seguridad no está puesta
en este mundo, sino en el mundo que vendrá, la verdadera seguridad. No estoy intentando
promocionar la inseguridad, sino que intento señalar que hay una falsa seguridad en este mundo,
una seguridad que se desvanece, no importa cuan rico, cuan poderoso, cuan joven, cuan talentoso,
cuan sana pueda ser una persona. “Esta noche se te pedirá tu alma”. Estas palabras las puede oír
cualquiera, y en cualquier momento.
Vivimos en Nueva York, en una ciudad con extremos increíbles, es un lugar apocalíptico.
Sólo me quedo acá porque creo que es donde Dios quiere que esté, y después de sesenta años he
aprendido a vivir con sus locuras y con sus asombrosas místicas atracciones. La noche de Navidad
paso siempre este momento especial con gente que no tiene nada más que aquello que trae en unas
pequeñas bolsas de plástico. Todo lo que tienen es el asilo “Padre Pío”. Ellos están muy
desprotegidos. Sin embargo tienen una serena paz y tranquilidad capaz de hacerles pasar una gran
fiesta de Navidad. Y al mismo tiempo tenemos gente en esta misma ciudad que tiene millones y
frecuentemente están tristes y encerrados en sí mismos. Se sienten miserables, rodeados de
comodidad pero no de felicidad.
Joseph Fitzpatrick, S.J., fue un famoso sociólogo, un sacerdote modelo, un verdadero
nioyorquino. El único alarde que hizo fue cuando una vez fue elegido el “Puertoriquense del año”
por su trabajo con la comunidad hispana. Habló a los religiosos de un interesante evento de la vida
Benjamin L. Massey, S. J., de su gran trabajo con los obreros.
En los días cruciales del movimiento obrero, el padre Massey era llamado frecuentemente
para negociar las huelgas. Estaba afuera, en las minas de carbón, cuando John L. Lewis y la Unión
21
de Mineros estaban enfrentándose a los propietarios de las minas. El mismo Lewis estuvo allí con
su rostro áspero y con su gran cabeza cubierta de cabellos blancos, se veía como un profeta. A la
izquierda estaban los mineros, a la derecha los propietarios, todos hombres muy saludables. Y en el
medio estaba el padre Massey y un par de hombres del clero que intentaban negociar. John L. Lewis
se levantó y dijo, mirando a los mineros: “Amigos”; luego miró a los clérigos y dijo: “Romanos”, y
finalmente miró a los propietarios y dijo: “Millonarios”.
Amigos, romanos y millonarios. En Nueva York tenemos muchos millonarios. Muchos son
muy generosos. Nueva York tiene muchos hospitales, servicios públicos, museos, y servicios que
esa gente rica prácticamente donó y sostiene. De hecho hay una Iglesia en Nueva York que la
llaman “El escape del Fuego”. Dicen que el hombre que la hizo construir estaba intentando escapar
del infierno cuando la donó.
Puedo dar testimonio de que hay mucha gente que ayuda muy generosamente nuestro
trabajo con los carenciados sin presumir ni pedir a cambio otra cosa que las oraciones de los frailes,
de las hermanas y de los pobres. Los frailes estaban intentando recuperar una muy antigua escuela
para convertirla en un centro de educación religiosa en una zona muy pobre del Bronx. Cuando
mostraba este proyecto a un abogado muy exitoso, le mencioné que iba a intentar transformar el
viejo auditorio en un gimnasio. El preguntó: “¿Cuánto cree que costará hacer eso?” Le expliqué que
había que construir además los vestuarios y conseguir otros equipos, por lo que estimaba que serían
unos 50.000 dólares. Me dijo: “Espere un minuto”, y en el mismo momento hizo un cheque por esa
suma. Por supuesto, tuvo que llamar una ambulancia para llevarme al hospital porque me dejó en
estado de shock.
Otra muy fina mujer no tenía idea de que estábamos intentando amueblar este centro cuando
me escribió sobre su hija. Nunca había oído de esta mujer, pero le escribí una pequeña nota sobre
una despareja butaca de avión adaptada donde habitualmente escribo mi correspondencia. Le
aseguré mis plegarias. Me respondió, “estamos celebrando con mi esposo nuestro 45 aniversario de
casados, por lo que aquí tiene un cheque por $45.000”. Estos son ejemplos de gente que está bien y
relativamente bastante seguros, pero que también son muy generosos. Debería haberlos y los hay. A
nosotros nos encanta ayudarlos a ellos así como lo hacemos con los pobres. Es una ayuda para
todos.
Donde sea que trabajes, sea en un supermercado, sea en un jardín, recuerda que no estás
seguro. Todos estamos viviendo en el límite, y nos aproximamos hacia la eternidad siempre a la
misma velocidad: 24 horas al día, 7 días a la semana. A continuación doy algunas sugerencias de
como vivir esa necesidad de seguridad en armonía con el Evangelio.
Algunas sugerencias
En primer lugar, pon en orden tus prioridades. Sé que la mayoría de los lectores están
preocupados por esta seguridad económica. Otros se preocupan por su salud física. Lo importante es
poner el tesoro donde debe estar. Repítanse a Uds. mismos las palabras de Jesús: Amontonad más
bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y
roben (Mt 6, 20). Es una deuda con nosotros mismos, y lo necesitamos para dar ejemplo a nuestros
familiares y amigos, de los cuales la mayoría se ha convertido increíblemente en materialistas.
Debemos recordárselo a través de nuestra frugalidad en el uso de las cosas, la modestia en lo que
vestimos, y por la simplicidad de las cosas que usamos. Si eres cristiano, debes vivir como alguien
convencido que aquí no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos el Reino de Dios.
En segundo lugar, debemos vencer nuestros sentimientos de inseguridad financiera con la
generosidad. Hay que ser generosos cuando estás seguro e incluso cuando tu seguridad es puesta a
prueba. Si tienes poco para dar, dalo alegremente. Recuerda a la viuda, a quien el Señor alabó
porque dio todo lo que tenía al tesoro del templo.
Lo tercero, es que debemos dar ejemplo de generosidad. Un anciano sacerdote, que no está
ya muy bien, hace sus compras de Navidad en pocos minutos y a su vez da un gran ejemplo a toda
su familia. Suele enviarme recuerdos de todos sus familiares y amigos, y me da dinero para comprar
la comida de los pobres con el nombre de cada uno de de sus familiares. Sus parientes a su vez
22
reciben una nota en la que les avisa que p. Eduardo arregló pagar con sus nombres una comida para
los pobres en Navidad. Estas notas no sólo les consiguen las oraciones de los pobres y de nuestra
comunidad por ellos, sino también que les dan un gran ejemplo. El Cardenal Cooke solía decir: “El
mejor regalo que un amigo puede dar a otro es la oración”. Tan sólo piensa en toda la basura, los
juguetes tan caros (no me refiero a los juguete de los niños sino a los de los adultos), la basura que
se compra en Navidad y se regala a gente que no la necesita o ni la quieren o no saben qué hacer
con ella. Nosotros queremos dar cosas pequeñas que son atractivas, tal vez un poco inusuales. Eso
es laudable. Pero si miras los precios de las cosas que se publican en las listas de propaganda para
“la gente que lo tiene todo”, te das cuenta que no lo tienen todo; no tienen quienes hagan una
oración por ellos. Algunas de las personas que lo tienen todo, no tienen alguien que rece por ellos, y
solo acostumbran decir muy pocas oraciones.
No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y
ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo... (Mt 6, 19-20). Estas no
son las palabras de San Pablo, o San Juan, o San Pedro. Son las palabras de Jesucristo. Son palabras
sugestivas y sorprendentes. Quienes hayan seguido esas palabras alcanzarán una seguridad que
nadie se las podrá quitar. Saben donde están parados, y hacia donde van, mientras el mundo no sabe
donde se encuentra o hacia donde va. Estamos parados justo en frente a una pared invisible. Y al
otro lado de esta pared invisible esta la realidad eterna. El poeta místico William Blake observó
muy bien que en el otro mundo hay una puerta. De un lado de esta puerta está la puerta del Cielo.
Del otro lado la puerta del Infierno. La realidad de Dios no cambia ni puede ser cambiada, es una
realidad increíblemente tan hermosa e incapaz de ser explicada con palabras, como la recompensa
para quienes siguen a Dios. Hay una realidad tan terrible y tan horrible que es imposible de ser
expresada con palabras, para quienes no siguen a Dios. El hombre moderno se preocupa de su
propia seguridad. Más bien ellos deberían temer, porque su mundo se dirige rápidamente hacia el
paganismo, y el paganismo provoca la ceguera sobre el verdadero sentido de la vida.
Lo que deberíamos temer
Necesitamos sentirnos inseguros sobre las cosas “correctas”. Yo me siento muy inseguro
ante la realidad de que no he hablado suficientemente contra el mal. Me siento inseguro por las
veces que he colaborado con el mal de una manera pasiva en algunas oportunidades. Se que en el
Día del Juicio se me pedirá cuenta de estas cosas. Pero no estoy inseguro sobre las cosas de este
mundo. Es más difícil para un laico que para mí. Soy un fraile. Si algún día se me hace un agujero
en mis calcetines, alguien me dará algunos dólares para comprar uno nuevo. Nuestra pequeña
comunidad intenta seguir seriamente a San Francisco. No ahorramos. No tenemos ninguna
propiedad real. Y a pesar de eso estamos seguros. No nos preocupamos. El Señor proveerá. Si
alguna vez los frailes llegáramos a decidir invertir y empezar a ahorrar dinero, me asustaría; pero
por ahora no tengo ningún miedo, porque estamos confiados en el Señor.
En tu vida, especialmente como laico, o como sacerdote diocesano, o como miembro de una
comunidad religiosa que dirige alguna institución, no puedes confiar en el Señor de la misma
manera. Pero tú, personalmente, debes confiar sólo en Él. Si tú confías en las riquezas de este
mundo, en las posesiones mundanas, te decepcionarás. Serás estafado. Aun cuando tengas enormes
posesiones terrenas, cuando mueras, todas ellas te engañarán. Tus propiedades te defraudarán. Ellas
constituyen el engaño más grande de todos. Son ídolos de oro. Rico o pobre, un buen cristiano es
generoso y, sobre todo, confía en Dios. San Pablo, quien no tenía nada cuando viajaba por el
mundo, ganando su pan diario como fabricante de tiendas, predicando y mendigando un poco,
escribió: Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo
presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom 8, 38-39). La
seguridad consiste en esto, y en nada más.
Oración
23
O Dios, Padre nuestro, Tú nos das nuestro pan de cada día. Nos das lo que necesitamos y muchas
veces mucho más de lo que necesitamos. Nos dices en las Palabras de tu Divino Hijo que confiemos
en Ti, y nos fiemos de Ti en todas las cosas. Muchas veces nos llenamos de miedo. Tememos
perder nuestra seguridad, nuestra posición en la vida, nuestra salud, nuestra reputación, lo que
nosotros consideramos “importante”. Tememos vivir y aún más tememos morir. Danos tu Espíritu
Santo para que podamos encontrar paz en Ti. Fortalécenos en los momentos de necesidad. Sobre
todo, tu Santo Espíritu nos enseñé a ver lo que es verdaderamente importante y a renunciar a lo que
no es verdaderamente importante y que quizás sea un obstáculo en nuestro camino hacia Ti. Señor
Nuestro Jesucristo, el pobre carpintero de Nazaret, el predicador ambulante sin techo que lo
cobijara, el hombre condenado a muerte y privado de las cosas de esta tierra, incluyendo la vida, sea
nuestro modelo. Haz que no deseemos estar más seguros de lo que Él estuvo. Y que cuando las
cosas nos sean quitadas y nuestra seguridad se desvanezca, sea su ejemplo y vida, una luz que nos
guíe por el breve viaje de esta vida. Padre Celestial, sólo tú tienes riquezas que el tiempo no puede
arrebatar. Sólo Tú puedes darnos el Reino que no perece. Pedimos, Señor, que por el ejemplo de tu
Hijo y la gracia de tu Espíritu Santo, nosotros y todos nuestros seres queridos tengamos la
verdadera seguridad basada en la aceptación de Tu Divina Voluntad. Que tengamos ojos para ver
más allá de este mundo y corazones para amar aquello que no pasa, sino que permanece para
siempre. Amén.
24
CAPÍTULO 4: CUANDO LA IGLESIA NOS HA DEFRAUDADO
Difícilmente pasa una semana en la cual alguna persona no me diga que la Iglesia o algún
representante suyo lo ha decepcionado o lastimado gravemente. Algunas veces estos cristianos
heridos están tristes, pero es más frecuente que estén muy enojados. A veces, ni siquiera recuerdan
que ni yo ni ningún otro sacerdote u obispo representan a toda la Iglesia. Es doloroso para ellos y
para nosotros. A decir verdad, es muy probable que cuando uno más cercano está a la Iglesia, más
veces se sienta herido por Ella. Sospecho que quien más a menudo es lastimado por la Iglesia en
este mundo, es el mismo Papa, porque constantemente cae bajo las críticas de todos, no sólo ataques
de quienes están fuera de la Iglesia, sino también por las quejas que siembran descontento de
quienes están dentro de Ella. La pregunta que a todos surge, ya sea Papa o párroco, es la siguiente:
“¿Cómo puede la Iglesia causarnos daño tan frecuentemente y seguir siendo aun el Cuerpo Místico
de Cristo?”. Seguramente tenemos razón en esperar una mejor atención por parte de la representante
histórica del Amable Salvador del mundo.
Parte de nuestro problema es que usamos la expresión: “la Iglesia” para describir un
sinnúmero de cosas relacionadas, pero que según diversos grados, son muy distintas unas de otras.
La palabra “iglesia” adquiere diversos significados. Así, puede indicar un edificio material. Puede
también significar una denominación cristiana particular, como por ejemplo la “Iglesia Luterana”.
Puede aludir a una determinada parroquia o una diócesis. Así si alguien dice: “Tengo problemas con
la iglesia local”, esto puede significar que tiene problemas con cualquier cristiano del mundo, o con
algún católico, es decir, un miembro de “la Iglesia Católica”. La palabra “católico” significa
“universal”, derivado del griego kata holos, que significa “de todo el universo”.
Otra fuente de confusión es qué se entiende cuando hablamos de “miembro de la Iglesia
Católica”. Por ejemplo, cuando hablamos de los “católicos de Estados Unidos”, se suele decir en los
periódicos que el 54 por ciento de los católicos, para dar un ejemplo corriente, no están de acuerdo
con los obispos en tal cosa o en tal otra. ¿Quiénes forman ese 54 por ciento? ¿Son un porcentaje de
qué cosa? Quienes hacen las encuestas, simplemente preguntan a la gente: “¿eres católico?”. Una
vez, cuando era capellán de un hogar de niños, tuve en mis clases de catecismo un niño que decía
ser católico y que preparamos para el Bautismo y la Primera Comunión. Después, descubrimos que
se decía “católico” porque su primo jugaba al básquet en el gimnasio de un centro juvenil católico
en Harlem. Ese era el único tipo de relación que toda la familia tenía, y por eso pensaban que eran
“católicos”. Los estudiantes contratados para hacer encuestas llaman por el teléfono y preguntan:
“¿Eres católico?”, si respondes “sí”, preguntan: “¿Estás de acuerdo con el Papa sobre el control de
la natalidad?”, algunos responden: “No”. Y así esta parte de “disidentes” se suma al porcentaje de
los que están en desacuerdo con el Papa. En realidad no tenemos idea si estos son católicos sinceros
que defienden a la Iglesia, ni si participan alguna vez de la Misa.
A una joven de mi familia que iba a una escuela católica no sólo le enseñaron que Dios es
mujer sino que también Jesucristo era mujer. Sus maestros necesitan terapia, una prolongada
terapia. ¿Qué se entiende cuando uno dice: “Soy miembro de la Iglesia Católica”? ¿Qué significa
cuando Phil Donahue o algún otro periodista dice: “Yo soy católico”, o cuando Madonna u otra
actriz blasfema dice: “Yo soy católica”? Están abusando de la Iglesia Católica y pretendiendo tener
una participación activa en ella, mayor de la que alguna vez han tenido. Por sus obras, mas bien
están ciertamente atacando a la Iglesia Católica y blasfemando tanto contra ella como contra su
Fundador. ¿Qué se entiende entonces por “Iglesia”?
¿Qué significa “Iglesia”?
En primer lugar significa el “Cuerpo Místico de Cristo”, expresión fuerte usada por San
Pablo: Porque nadie aborrece su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo
mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo (Ef 5, 29-30). Él es también la
Cabeza del Cuerpo, la Iglesia (Col 1, 18). Existe una realidad espiritual escondida en la Iglesia
25
visible, es el Cuerpo Místico unido profundamente de manera espiritual con todos sus miembros4.
Lo que vivifica al Cuerpo Místico es la gracia de Dios. Es más, la misma Iglesia enseña que sus
miembros no se restringen tan sólo a quienes están actualmente en estado de gracia. Eso fue
definido en el momento de la Reforma. Algunos de los reformadores decían que sólo son miembros
de la Iglesia aquellos que actualmente se encuentran en gracia. Los obispos de la Iglesia Católica
negaron esta concepción de una “Iglesia de Santos”. Los que están en pecado no reciben ningún
beneficio del ser miembros de la Iglesia, pero aun son sus miembros. Son miembros enfermos. Son
miembros en problemas. Uno no queda excomulgado de la Iglesia si peca simplemente y por tanto
no está en estado de gracia5.
La mayoría de las veces, cuando decimos “Iglesia”, nos referimos a su aspecto visible,
externo, guiado por los obispos y el Papa, e incluso personas que tienen alguna responsabilidad: el
clero, los religiosos, los laicos activos, el consejo parroquial, la sociedad de San Vicente de Paul,
etc. Algunos dicen: “yo trabajo para la Iglesia”. “¿En qué trabajas?” Y responden: “En el Hospital
de Santa María”. Eso es, para estas personas, la “Iglesia”. “Yo trabajo para la Iglesia”. ¿Eso
significa en el obispado, en una oficina de la diócesis, o en una parroquia? Esta es una serie de
preguntas que uno debería tener en mente cuando alguien le dice que la Iglesia lo decepcionó. En
realidad, cuando la gente dice que la Iglesia le falló, se refieren a sus parroquias, o a su diócesis, o a
un obispo diocesano. Se refieren también a la Iglesia Católica en los Estados Unidos, o a la “la
Iglesia Estadounidense”, por emplear una expresión corriente pero totalmente inaceptable. (No se
tú, pero yo no pertenezco a “la Iglesia Estadounidense”. Pertenezco a la Iglesia Católica peregrina
en los Estados Unidos. ¿Quién es la cabeza de esta “Iglesia Estadounidense”?).
Ciertamente que podrás encontrar una “Iglesia Estadounidense”, pues hay gente tonta que
por su propia cuenta inicia pequeñas iglesias independientes. Solía haber una iglesia en Harlem
llamada “Iglesia Católica Independiente de la Rosa Mística de María”. Era la gestión empresarial de
un hombre del clero que decidió seguir siendo católico, pero metiendo sus manos directamente en el
asunto, y sin ningún contacto con el Vaticano, la Guardia Suiza, etc. Cada tanto alguien lanza y
4
N. del tr. Con posterioridad a la redacción de este libro, se publicó el Compendio del Catecismo de la Iglesia
Católica, que por su brevedad, claridad e integridad, se dirige también a toda persona que quiera conocer el Camino
entregado por Dios a la Iglesia de su Hijo. En el Compendio se enseña: “¿Dónde subsiste la única Iglesia de Cristo? La
única Iglesia de Cristo, como sociedad constituida y organizada en el mundo, subsiste (subsistit in) en la Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sólo por medio de ella se puede
obtener la plenitud de los medios de salvación, puesto que el Señor ha confiado todos los bienes de la Nueva Alianza
únicamente al colegio apostólico, cuya cabeza es Pedro” (162); y más adelante: “¿Por qué decimos que la Iglesia es
católica? La Iglesia es católica, es decir universal, en cuanto en ella Cristo está presente: «Allí donde está Cristo Jesús,
está la Iglesia Católica» (San Ignacio de Antioquía). La Iglesia anuncia la totalidad y la integridad de la fe; lleva en sí y
administra la plenitud de los medios de salvación; es enviada en misión a todos los pueblos, pertenecientes a cualquier
tiempo o cultura” (168).
N. de tr. Un texto de Santo Tomás de Aquino presenta sencillamente esta verdad: “Los miembros del cuerpo
natural coexisten todos al mismo tiempo, no así los del Cuerpo místico, y ésta es la diferencia entre el cuerpo natural y
el Cuerpo místico de la Iglesia. La no-coexistencia al mismo tiempo la podemos considerar, ya por relación a su ser
natural –la Iglesia, en efecto, se constituye por los hombres que existieron desde el principio hasta el fin del mundo–; ya
por relación al ser de la gracia; y así entre los miembros de la Iglesia, aun entre los que viven en un mismo tiempo, hay
quienes no poseen la gracia, pero que la poseerán, y hay quienes están privados de gracia, habiéndola antes poseído Así,
pues, se ha de considerar como miembros del Cuerpo místico no sólo quienes lo son en acto, sino también aquellos que
lo son en potencia. Entre estos últimos hay quienes jamás han de pertenecer en acto al Cuerpo místico; pero hay otros
que pertenecerán en un momento dado, según un triple grado: por la fe, por la caridad en ésta vida, por la
bienaventuranza en el cielo. - Considerando en general todas las épocas del mundo, Cristo es cabeza de todos los
hombres, pero en grado diverso. En primer lugar y principalmente, es cabeza de quienes actualmente están unidos a Él
en la gloria; en segundo lugar, es cabeza de aquellos que están actualmente unidos a Él por la caridad; en tercer lugar,
es cabeza de todos aquellos que están unidos a Él por la fe; en cuarto lugar, es cabeza de quienes están unidos a Él sólo
en potencia y que, según los designios de la predestinación divina, han de pertenecer en acto en un determinado
momento. Por último, es cabeza de todos los que están unidos a Él en potencia y jamás lo han de estar en acto, y tales
son los hombres que viven en este mundo y que no están predestinados. Cuanto a estos últimos, desde el momento en
que abandonen este mundo, ya no serán miembros del cuerpo de Cristo, pues ya no estarán en potencia para serle
unidos” (STh 3, q. 8, a 3).
5
26
comienza una “Iglesia Católica Ortodoxa”, o “la Antigua Iglesia Católica”. Si alguien me hubiera
dicho tiempo atrás que se venia un cisma en la Iglesia Católica de Estados Unidos y que la
llamarían así: “la Iglesia Católica de Estados Unidos”, no me hubiese asombrado en lo más mismo.
Algunas personas parece que ya han iniciado ese camino. Y todo terminará en nada.
Más allá de los distintos significados que puede tener la palabra “iglesia”, quienes leen este
libro pueden decir: “la Iglesia me ha defraudado”. Pudo haber sido la parroquia, la diócesis, una
escuela Católica, una institución perteneciente a la Iglesia, una publicación Católica, o algún
Obispo. Cualquiera podría presentar una queja semejante. Más o menos casi todos los sacerdotes o
religiosos pueden decir lo mismo, y tendrían quejas legítimas o reproches, pues en su larga vida de
servicio a la Iglesia hubo alguna vez o hubo algún lugar, donde fue dejado de lado, despreciado o
incomprendido. Llevo ya 45 años como religioso, y te puedo decir que a menudo me encuentro
molesto con cierto sector de la Iglesia. Las posibilidades de ser herido son enormes, y son mayores
cuanto más comprometido está uno. Por ejemplo, gente muy generosa se acerca a la Iglesia
buscando una posibilidad de poder servir, dar de su tiempo y energías. Tal vez den sus vidas en la
vocación religiosa. Por años las cosas van bien, son apreciados o en última instancia se les da la
oportunidad de trabajar duro y poder hacer algo. Pero en un cierto momento se produce un cambio.
Aparecen nuevos dirigentes, y los de la “vieja línea” se van. Se les da un mínimo o casi ningún
reconocimiento por todo el trabajo que han hecho. Y les viene el sentimiento que Dios mismo no
tiene en cuenta lo que ellos han hecho. Así ellos, comprensible pero equivocadamente, se enojan
con Dios, o con toda la Iglesia Católica, desde el Papa hasta el último fiel. Es un sentimiento
tremendo. Lo sé. En menor escala eso puede sucederle a cualquier fiel parroquiano o miembro de la
Iglesia. Han sido generosos hasta el punto del sacrificio. Han dado aún hasta que les dolía, pero
viene un nuevo párroco o administrador, y quedan completamente olvidados. Saben que Dios no
hizo eso, pero emocionalmente sienten que han sido rechazados. Ecos de esos sentimientos se
pueden entrever en las palabras de los profetas contra los hebreos, y en los escritos de San Pablo y
San Juan.
Tal vez la peor de todas estas experiencias sea cuando a alguno de nuestros seres queridos se
los ha corrompido y se les enseñó el error por parte de quienes representan a la Iglesia. He oído esta
amarga queja de padres que se han esforzado por dar a sus hijos una educación religiosa y
descubren que fue sumamente deficiente o más aun claramente contraria a las enseñanzas del
Evangelio y de la Iglesia. Y se agrega la ofensa a la herida, cuando ante las quejas legítimas, se da
una respuesta inadecuada de parte de las autoridades eclesiásticas. Debemos reconocer, que las
autoridades muchas veces están limitadas en lo que puede hacer, mucho más limitadas de lo que la
gente normalmente piensa. Pero aun así, el sentimiento es: “la Iglesia nos ha fallado”.
Por qué falla la Iglesia
Cuando podemos pensar claramente, vemos que si los líderes de la Iglesia nos fallan no es el
Cuerpo Místico o Cristo quien nos falla. No es nuestro Divino Salvador quien nos falla. Recuerda
esto, porque sino te enojarás con Dios. “No estoy yendo más a la Iglesia. Dios me falló”. Dios no te
falló, fulano o mengano te fallaron. Ellos son quienes te defraudaron, ellos defraudaron también a
Dios.
La razón por la cual la Iglesia nos falla es porque está hecha de seres humanos. La Iglesia es
una unidad de seres humanos con pecado original y su consiguiente inclinación al mal. No hablo de
la Iglesia Celestial de los santos o de aquello en lo que la Iglesia permanece intocable en su
integridad que son los sacramentos, porque es así como Dios los ha instituido (si recibes el
sacramento de un sacerdote indigno de todas maneras recibes el sacramento). No me estoy
refiriendo a la Iglesia que nos da la Biblia, la Iglesia que certificó el Antiguo Testamento e
identificó los libros del Nuevo Testamento. No me estoy refiriendo a la enseñanza Apostólica de la
Iglesia, entregada por Cristo y conducida por la guía del Espíritu Santo.
Es el lado humano de la Iglesia que puede herir a cualquiera, es más, esta parte de la Iglesia
es la misma que hace un bien inestimable. Al mismo tiempo, este lado humano puede romper tu
corazón. He trabajado para la Iglesia toda mi vida. Unos años atrás, celebré mi 50 aniversario como
27
monaguillo. Fui herido cuando era monaguillo: fui corregido cuando no lo merecía. Concurrí a
colegios católicos por 25 años, y he sido herido por algunos de mis profesores. Pero he sido mucho
más ayudado que herido. Lo mismo puede decirse de sacerdotes y obispos que he conocido. He sido
herido por algunos, pero ayudado por muchos más. He sido herido por comunidades religiosas pero
mucho más ayudado por ellas. El problema es que cuando estos representantes de la Iglesia me han
herido, tuve la misma reacción que tienen las personas que sienten que Dios les ha fallado. Nos pasa
a todos.
Déjenme que les de ejemplos de gente de nuestros tiempos que han sido gravemente heridos
por la Iglesia. Se sorprenderán notablemente. El Padre Pío, el maravilloso sacerdote estigmatizado,
permaneció prácticamente en arresto domiciliario por décadas por orden de la Santa Sede. Desde
que recibió los estigmas hasta su muerte, el Padre Pío nunca dejó el pequeño pueblito donde vivía,
San Giovanni Rotondo. Nunca. Por años incluso le fue prohibido celebrar la Misa en público.
El sacerdote capuchino Solano Casey, ha quien actualmente se lo ha propuesto para la causa
de canonización, nunca oyó una confesión en su vida. Sólo una o dos veces predicó un verdadero
sermón. Eso fue porque las autoridades de su congregación pensaron que no era suficientemente
brillante. Por la misma razón nunca pudo votar en las elecciones de su orden. Tal vez el más grande
sacerdote capuchino que haya habido en los Estados Unidos no pudo predicar ni confesar. No puedo
decir que alguna vez lo haya visto angustiado por este gran desprecio, que era totalmente
inmerecido. Tal vez por eso sea declarado santo.
Volviendo a la historia de la Iglesia, encontramos que San Alfonso de Ligorio, ahora
honrado como Doctor de la Iglesia, fue obligado a salir de la orden que él mismo fundó, los
Redentoristas, para que de esta manera no fuera suprimida. Y a él no se le permitía celebrar Misa en
los Estados Pontificios más allá de que era obispo. ¡Increíble! Santa Juana de Arco fue quemada en
la hoguera por sentencia del Obispo de Beauvais y 11 teólogos; ahora, del otro lado de la torre, se
encuentra el decreto papal que, 20 años después, la exoneraba y condenaba a los jueces por su modo
de obrar. A pesar de que ella apeló al Papa, el obispo no dio lugar a su pedido, y el mismo incurrió
en una censura.
No se sorprendan que incluso los papas sean lastimados por la Iglesia. Un amigo personal
del Papa Pablo VI dijo que él esperaba su propia muerte. Sus años como Papa fueron
increíblemente difíciles, en tiempos de gran tempestad en la Iglesia. Un obispo que celebró una de
las Misas de responso por el alma de Pablo VI en el momento de su muerte dijo en su sermón,
“Pablo, nosotros no te amábamos”.
Una historia increíble
Permítanme que les cuente una historia increíble, de un obispo que fue terriblemente
lastimado por la Iglesia durante treinta años. Era un obispo que vivió en Nueva York, Bonaventure
Brodrick. Trabajó como vicario de los religiosos en la arquidiócesis de Nueva York desde 1940 a
1943. El obispo Brodrick se ganó gran parte de su vida administrando una estación de gasolina.
Hasta que aparecieron las nuevas y súper modernas estaciones de gasolina, solía haber un pequeño
y simpático artefacto al final del surtidor que provocaba la detención automática cuando el tanque
estaba lleno. Este artefacto fue inventado y patentado por el obispo Bonaventure Brodrick. Vivió en
parte de lo que ganó gracias a este invento.
He sido capaz de reconstruir esta historia increíble, que se remonta a los tiempos posteriores
a la guerra hispano – americana durante la cual Estados Unidos ocupó Cuba. Por algún motivo se
decidió hacer obispo auxiliar de La Habana a un sacerdote estadounidense, el padre Brodrick. El
obispo Brodrick fue a Cuba, y poco después los cubanos decidieron que no querían un obispo
estadounidense. Lo enviaron de regreso a Nueva York, pero nadie necesitaba un Obispo Auxiliar.
Por lo que la arquidiócesis debía encontrarle un trabajo. Lo pusieron a cargo de la colecta anual para
la Santa Sede, pero nadie quería un obispo en ese cargo, así que se quedó sin trabajo. Después de un
largo tiempo escribió una carta sugiriendo que podría resultar escandaloso para un obispo
permanecer mucho tiempo sin trabajo. Le llegó la respuesta: “Espere”. Y él esperó. Para ganarse la
vida abrió una estación de gasolina.
28
Décadas después, el arzobispo Francis Spellman fue enviado a Nueva York. Como cuenta la
historia, el Papa Pío XII le pidió que averigüe lo que había pasado con el obispo Brodrick. Nadie en
la arquidiócesis sabía lo que había sucedido con él, pero encontraron una antigua dirección en un
pueblo al norte de Nueva York. El arzobispo Spellman condujo él mismo hasta esa dirección. Era
una estación de gasolina. Según sigue la historia, se bajó y preguntó al que atendía la estación:
¿Quién es el dueño de esta gasolinera? El joven contestó “Doc Brodrick”. El arzobispo preguntó
dónde vivía. El joven le indicó una pequeña casa cerca de allí. Quien pronto sería “Cardenal”
Spellman fue allí y llamó a la puerta, y salió un hombre anciano vestido con un overall. “¿Obispo
Brodrick?” El hombre respondió: “Si”. Él dijo, “Yo soy el arzobispo Spellman, y vengo a ver si
puedo hacer algo por Ud.” La respuesta fue: “Pase, lo he estado esperando durante treinta años”. El
arzobispo Spellman lo hizo obispo auxiliar de Nueva York y vicario para los religiosos. No conozco
ninguna otra persona que haya sido tan lastimada por la Iglesia. Me pregunto si alguien debería
introducir la causa de canonización de Mons. Brodrick y nombrarlo santo patrono de la paciencia. Y
en vez de ser retratado con un lirio o algo parecido en las manos podría ser retratado sosteniendo
una manguera de combustible con el pequeño artefacto en su extremo que él mismo había
inventado.
¿Cómo puede ser que la Iglesia de Cristo nos defraude?
La pregunta es obvia, ¿cómo puede suceder esto en una Iglesia que ha sido fundada por
Cristo? La respuesta la encontraremos en los Evangelios. ¿Qué se dice en ellos de los Apóstoles?
¿Cómo se comportaron? ¿Acaso no le fallaron a Jesús cuando él más los necesitaba? En el mismo
día en que lo hizo sus sagrados representantes suyos, el día en el cual les dijo: “haced esto en
memoria mía”, en ese mismo día lo abandonaron. Cada año los sacerdotes celebran el Jueves Santo
como el aniversario del sacerdocio católico. También es el día en que los primeros sacerdotes le
fallaron terriblemente a Nuestro Señor. Aquella tarde habían sido consagrados como sacerdotes del
Nuevo Testamento. Pero después esa misma noche, huyeron. ¿Te dice esto algo sobre la Iglesia?
¿Es esa la verdadera Iglesia? Sí. Pero en este mundo es un conjunto de pobres pecadores. Será una
Iglesia sin mancha y sin arrugas o inmaculada, tal como dice San Pablo, pero en la vida eterna, no
en este mundo. Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla,
purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a
sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada (Ef 5,
25-27).
La Iglesia está construida por cerca de casi mil millones de personas que llevamos las
consecuencias del pecado original6. Son muchos males originados por este pecado. Y esta inmensa
cantidad de gente hace cosas extraordinariamente buenas, y algunos de ellos cosas
extraordinariamente malas. Si la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia de Cristo, debes esperar ver
en ella los más grandes santos y los peores pecadores en la misma Iglesia. Esto es lo que sucedió en
el tiempo de Cristo. Algunas iglesias fundamentalistas tienen la idea que ellos serán la Iglesia de los
Santos. Tenemos, por ejemplo, los Mormones, que se proclaman a sí mismos “la Iglesia de los
Santos de los Últimos Días”.
Volaba hacia Salt Lake City, y a mi lado estaba sentado un hombre que leía el Libro del
Mormón. Estaba muy bien vestido, todo un caballero. Pidió un whisky escocés con hielo para el
almuerzo, lo que está absolutamente prohibido si eres mormón. Alguna vez alguien me dijo que a
6
N. del tr. La Iglesia es santa, pero posee miembros pecadores, necesitados de conversión. En el Compendio se
sintetiza muy bien esta verdad: “¿En qué sentido la Iglesia es santa? La Iglesia es santa porque Dios santísimo es su
autor; Cristo se ha entregado a sí mismo por ella, para santificarla y hacerla santificante; el Espíritu Santo la vivifica con
la caridad. En la Iglesia se encuentra la plenitud de los medios de salvación. La santidad es la vocación de cada uno de
sus miembros y el fin de toda su actividad. Cuenta en su seno con la Virgen María e innumerables santos, como
modelos e intercesores. La santidad de la Iglesia es la fuente de la santificación de sus hijos, los cuales, aquí en la tierra,
se reconocen todos pecadores, siempre necesitados de conversión y de purificación” (166).
29
esta gente la llaman “Jack mormón”7. Es un apodo interesante. Nosotros deberíamos tomarlo
prestado porque hay muchísimos “Jack catholics” dando vueltas. Nadie vive la vida cristiana
perfectamente. Este mundo está lleno de absurdos. Un mundo de creyentes y no creyentes al mismo
tiempo. Durante mi larga vida he conocido jesuitas tontos, dominicos confusos, capuchinos
orgullosos, franciscanos ricos, y salesianos que no podían soportar los niños. He conocido
inmisericordes hermanas de la Misericordia y hermanas de la Caridad sin caridad e Hijas de la
Sabiduría idiotas. Lamentablemente soy un Franciscano de la Renovación que debe recorrer un
largo camino para llegar a renovarse. Alguien me preguntó una vez: “¿Qué es lo renovado en
usted?” No tuve respuesta. Vayan y visiten Roma. Se dice que es la ciudad donde los comunistas
rezan y los sacerdotes no. Todo en este mundo está un poco mezclado, y a menudo es mucho mejor
reír que llorar. Cuando creas que en tu vida ya todo está en su lugar, seguramente es porque te
habrás pasado por alto algunas de las piezas más importantes del rompecabezas. La vida es un
misterio.
La Iglesia de los pecadores de los últimos días
Pienso que se podría dar a la Iglesia Católica el nombre de “Iglesia de los pecadores de los
últimos días”. Eso es todo lo que podemos pretender. Hay algunas iglesias cristianas que se sienten
perfectas. Me dan lástima. Jimmy Swaggart tuvo por un tiempo una de esas iglesias, pero no
perduró. Quizás fue para su bien espiritual, el engaño apareció. Los miembros de esa iglesia se
creían santos, pero es buena cosa saber que no lo eran. Jesucristo no vino a salvar a los justos. Él
vino a salvar a los pecadores. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mt 9, 13).
Jimmy se proclamó un penitente desde el momento en que cayó en desgracia. Eso fue muy sabio.
Debería haberlo hecho antes, todo el tiempo. Todos los seguidores de Cristo son pobres, y si son
sabios se confiesan pecadores. He tenido el privilegio de conocer personas que tal vez algún día
sean canonizados como santos, y todos pensaron que eran pobres pecadores.
Es de esperar que esos pobres pecadores, que forman parte de la Iglesia, recibirán heridas y
se herirán unos a otros. Haber sido defraudado por algunos hombres de Iglesia no es una razón para
abandonarla, es como haber sido lastimado por algún miembro de la propia familia, lo cual no es
una razón para abandonarla y huir a una isla desierta. ¿Acaso existe alguien que no haya sido herido
por algún miembro de su familia? En su “Ciudad de Dios”, San Agustín señala sabiamente que
rompe el corazón de cualquier persona buena el ver que incluso, aun en su propia casa, no hay un
lugar seguro y que allí puede ser atacada por un enemigo que se hace pasar por amigo, o por algún
enemigo que en otro tiempo fue un ser querido8. Si cada uno de nosotros renunciara a la raza
humana porque hemos sido lastimados por algún ser humano, deberíamos trasladarnos cada uno a
planetas distintos.
¿Qué hacer?
Todos hemos sido heridos por algunas personas de la Iglesia, quizás incluso por sus
autoridades. Cuando esto ocurre, lo primero que hay que hacer es serenarse. De hecho, es una buena
medida cuando has sido lastimado por quien sea. Sal a caminar y cálmate. Los irlandeses tienen un
dicho: “Consúltalo con tu almohada”, lo cual quiere decir: descansa bien. Luego pregúntate, cuando
estés calmo: “¿Es este un verdadero problema?” “¿Acaso no esperé demasiado de un hombre
mortal?” “¿Busco acaso en la Iglesia algo que legítimamente pueda esperar?” La respuesta
probablemente sea: “Sí”. Y parece razonable e incluso justo. Pero no puedo exigir un trato
absolutamente amable y de confianza, ya que Jesucristo mismo no lo encontró en muchos de los
La expresión “Jack Mormom” es un término acuñado en el siglo XIX para describir a alguien que, sin pertenecer
oficialmente a los Mormones, era simpatizante de ellos, y tenía cierto interés en sus creencias. Aplicando la idea,
quienes tienen algún interés en la Iglesia católica, pero que no viven como la Iglesia católica enseña, o no terminan de
aceptar todas sus enseñanzas, se los podría llamar “Jack católicos”, o en expresión de nuestro p. Castellani: “católicos
mistongos”.
7
8
30
SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, libro XIX, cap. 5.
miembros de la Iglesia que Él mismo fundó. Como hemos visto, la Iglesia siempre se edifica con
personas débiles. Cuando somos heridos por algún miembro de la Iglesia, debemos reconocer que el
problema es que “la Iglesia” puede ser incoherente. La personas en la Iglesia puede ser agradables
un día y malvadas al día siguiente. Más aún, durante el mismo día y en la misma parroquia, viven
quienes son extremadamente caritativos junto con quienes son casi brutales en el trato con los
demás.
Entonces me tengo que preguntar: “¿No me apoyo demasiado en los hombres de Iglesia?”
“¿Acaso ese exagerado apoyo en los hombres no afectó mi abandono y confianza en Dios y en su
Hijo?” Lo sabes muy bien, hay muchas personas que tienen experiencias muy positivas en la
Iglesia. Fueron a una escuela católica, aprendieron muchísimo. Fueron parte de algún grupo o
movimiento de Iglesia, y eso fue lo más positivo que han hecho en toda su vida. Piensan que eso va
a durar para siempre. Es lo que se llama la “luna de miel”, pero no dura para siempre. Todo pasa.
No te apoyes demasiado en un grupo particular de la Iglesia. Confía en Dios.
El Santo que no quería nada
La vida de San Juan de la Cruz, el místico carmelita, es un caso modelo de lo que acabamos
de decir. Este buen hombre estuvo siempre en problemas. Era muy brillante, un hombre
extremadamente piadoso y espiritual. Bajo la dirección de Santa Teresa de Ávila, construyó en una
oportunidad un noviciado para los frailes carmelitas de la reforma. Cuando ella fue a verlo, había
cruces por todas partes. Ella dijo: “Demasiadas cruces. Saquen algunas”. Era muy directa y mucho
mayor que San Juan de la Cruz. Él ya había sufrido mucho por la reforma que ella quería llevar
adelante. Juan de la Cruz, porque observaba la antigua regla de los Carmelitas, fue arrestado,
encarcelado en el monasterio, y golpeado tan duramente en el refectorio que llevó las cicatrices a su
tumba. Inició la nueva comunidad bajo la guía de Santa Teresa, y después de la muerte de Santa
Teresa, sus propios frailes lo intentaron echar de la comunidad. Santa Teresa no pudo venir en su
rescate. ¿Te lo puedes imaginar?
San Juan de la Cruz da este consejo a los religiosos: vive en el mundo como si vivieras allí
sólo tú con Dios. No busques nada. No te involucres en los negocios del mundo que van y vienen.
No tengas grandes expectativas. Tan sólo haz lo que debes hacer y di tus oraciones9. Suena un poco
severo, ¿no? De todas maneras hay mucha verdad en sus palabras. Siempre nos lastiman las
personas queridas. Las personas que no amamos no nos pueden lastimar mucho.
San Juan de la Cruz no murió como un amargado, aunque sus hermanos intentaron
expulsarlo de la orden acusándolo de idiota, precisamente a quien se convirtió en un gran Doctor de
la Iglesia. No se cuando decidieron expulsar a alguien por ser estúpido. Nadie defendió a San Juan
de la Cruz. Eran todos frailes, a quienes él como maestro de novicios, había educado. Les había
enseñado lo necesario para la vida espiritual, y aun así ninguno lo defendió. Pienso que podrías
afirmar que “la Iglesia”, o una parte de la Iglesia que para él era la más importante, le falló. Sin
embargo él permaneció sereno y en paz. Ocupó esos momentos finales en escribir sus magníficos
libros y aconsejando a laicos en dirección espiritual, ya que ninguno de los frailes lo hubiese
escuchado.
El Hombre Menos Comprendido
Y llegamos a San Francisco de Asís. Todos estamos familiarizados con sus imágenes y la de
sus frailes. A decir verdad, San Francisco de Asís vivió los últimos años de su vida en el exilio.
Tenía pocos compañeros, y su orden era gobernada por un hombre, Elías de Cortona, quien
ciertamente fue su peor enemigo. Elías ni siquiera murió como franciscano.
San Francisco sufrió porque muy pocas personas compartían su visión de las cosas. Algunos
de sus seguidores, incapaces de vivir según su increíble ejemplo, se desviaron hacia estúpidas
interpretaciones. Otros se desviaron hacia el fanatismo. Algunos eligieron un aspecto, otros otro,
como la parte de su mensaje a la cual querían dar más énfasis. Al final casi todos lo abandonaron, y
9
Cfr. SAN JUAN DE LA CRUZ, Puntos de amor, en Obras completas de San Juan de la Cruz, La Plata 1944, 423-429.
31
sin embargo todos lloraron en su funeral. Paralizados entre una actitud indulgente y la arrogancia,
entre sentimentalismo y fanatismo, jamás entendieron a este hombre santo, que se consideraba a sí
mismo como un simple. Al final de su vida fue herido por quienes de hecho lo amaban, pero que no
lo comprendieron. Aprendamos tanto de San Juan de la Cruz como de San Francisco a no depender
demasiado de ninguna persona particular de la Iglesia, sino a poner nuestra confianza en Dios.
Si la Iglesia te hiere, siéntate y pregúntate: “¿No me habré olvidado que la Iglesia está
compuesta por seres humanos marcados con las huellas del pecado original?” “¿No me habré
olvidado que ella es como una gran red que fue arrojada al mar?” “¿Me habré olvidado que en
cualquier momento puedo encontrar en la Iglesia algunas de las mejores personas y también algunas
de las peores?” Empieza a mirar la Iglesia de otro modo. San Francisco, hablando sobre la
posibilidad de ser perseguido por el clero, escribió:
“Después me dio el Señor, y da tanta fe en los sacerdotes que viven según la forma de la
Iglesia Romana, por el orden que tienen, que si me persiguieran quiero recurrir a ellos. Y si yo tuviese
tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo y hallase a los pobrecillos sacerdotes de este mundo en las
parroquias donde moran, no quiero predicar contra su voluntad. Y a ellos y a todos los otros quiero
temer, amar y honrar como mis señores; y no quiero en ellos considerar pecado, porque al Hijo de
Dios discierno en ellos y son mis señores. Y por esto lo hago, porque no veo ninguna cosa
corporalmente en este mundo de aquel altísimo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo y sangre, que
ellos reciben y sólo ellos administran a los otros”10.
Cuando hay que cambiar
En algunas oportunidades vienen a mí personas que me dicen: “No soporto más mi
parroquia. Los sermones realmente no son una enseñanza auténtica de la fe católica”. Tristemente,
esto puede ocurrir en nuestros días. Ya ha ocurrido antes en la historia de la Iglesia. Basta
considerar que sólo uno de treinta obispos en Inglaterra permaneció fiel a la Iglesia en tiempos de
Enrique VIII, por lo tanto es muy probable que vayas a una iglesia católica y escuches una
enseñanza que no es auténticamente católica. Y por eso me preguntan: “¿Qué hago?” Si tienes un
auto, maneja un poco más lejos. Si no tienes uno, consíguete una bicicleta, o un caballo, o lo que
sea o ve con un amigo. Cambia de lugar, o compra boletos de ómnibus. Ve a alguna otra parte.
Estamos en un mundo donde abundan los transportes. Si estás en una parroquia donde te encuentras
incómodo porque piensas que quienes están a cargo no son fieles entusiastas de la enseñanza de la
Iglesia Católica, tal como es interpretada por el Obispo de Roma, cambia de lugar. La gente me
pregunta: “¿Qué debo hacer?” Muévete a otra parte.
Hazte oír
Si las cosas no están tan mal, pero son algo inquietantes, haz ruido inteligentemente.
Lamentablemente, la mayoría de las veces, las manifestaciones que la gente hace, no son muy
inteligentes. Lo aprendí porque muchas veces tuve que oír las quejas de la gente, y al fin y al cabo,
la mitad de las quejas no tenían sentido. Son tontas o triviales o desproporcionadas. A veces las
quejas son justificadas, pero quien se queja llega con un hacha en mano. Mientras tú haces todo lo
posible por ayudar a la Iglesia local, intentando representar el Cuerpo Místico de Cristo en este
mundo estropeado en el cual vivimos, aparece alguno molesto porque un sacerdote usa ornamentos
azules en tiempo de adviento o algo parecido. Muchos católicos devotos pero confundidos, no saben
como distinguir entre algo herético y algo simplemente ridículo.
La vez que rompí una regla
A veces la gente se angustia por pequeñas cosas. Si eres sacerdote, tarde o temprano tendrás
que romper alguna regla por el bien de las almas. Quebrantar una ley no siempre es un pecado. De
hecho, puede ser un pecado no romper una regla. Las reglas de la Iglesia, incluso los cánones, a
menudo admiten excepciones. Les daré un ejemplo de haber roto una regla bastante importante. Al
mismo tiempo, de haber cometido una pequeña falta legal. Estaba a punto de celebrar la misa de
10
32
Testamento de San Francisco de Asís, en Escritos Completos de San Francisco de Asís, Madrid 1965, 34.
cincuenta aniversario de un matrimonio muy devoto portorriquense. Tenían hijos, nietos y bisnietos,
todos bautizados y confirmados, una familia maravillosa. Los visité el día anterior, y les pregunté:
“¿Es mañana el día exacto del aniversario?” Silencio sepulcral. Había unos doce parientes en la
habitación. Dije: “Bueno, ¿cuándo es la fecha exacta? ¿Se acuerdan del día en que se casaron, así lo
puedo mencionar mañana en el sermón?” Finalmente una de las hijas habló y dijo: “Padre, ellos se
casaron ante Dios”. Bueno, ¿quién soy yo para mejorar lo que Dios hizo? Ellos eran pobres y nunca
pudieron asistir a una ceremonia, por eso en lugar de ser un simple aniversario, tuve que celebrar
una boda. Es una ley de la Iglesia y también del Estado que un sacerdote no puede hacer un
matrimonio sin la autorización civil. Hacerlo es un delito menor. Por lo tanto, con cincuenta años de
retraso, llame a la cancillería de la curia y dije: “Escuche, son aproximadamente las tres de la tarde
aquí, y vendrán unas cien personas mañana; si quiere que lleve esta anciana pareja al registro civil y
que los obligue a hacer los análisis médicos correspondientes… ¡Habría que pensar en otra
solución!” El canciller, actualmente obispo, simplemente me dijo: “Asegúrese de recibir la
delegación del párroco para que sea un matrimonio canónicamente válido”. Hice el matrimonio sin
la licencia civil. Pueden venir a buscarme. Si esto se descubre, nunca llegaré a ser un abogado. He
confesado públicamente el único delito menor que recuerdo haber cometido.
Los cristianos no deben ser fariseos
No debemos ser fariseos. Los fariseos no obraron bien. Gastaron todo el tiempo y energías
observando la ley, pero no reconocieron al Hijo de Dios. Estuvieron en el Calvario, pero del lado
equivocado.
Al contrario, debemos ser honestos e íntegros. Es necesario saber distinguir entre un dogma
y una costumbre. Si vas a objetar algo que está fuera de lugar, debes primero discernir cuan
importante es realmente. En los años ’60 fui castigado siendo un joven sacerdote, por haber
predicado, con autorización escrita del Obispo, en sinagogas e Iglesias Protestantes. La gente me
ridiculizó, criticó, escribió a la cancillería en mi contra, aun cuando siempre tuve la autorización del
Cardenal Spellman. Años más tarde pude ver al Papa Juan Pablo II predicando en la sinagoga de
Roma. Fui criticado por algo que, veinte años después, haría el Papa.
Son tiempos difíciles, tiempos de cambio. Debemos mantener las prioridades en su correcto
orden. Si disientes o te quejas, hazlo sabiamente, con caridad, y bien. Es inteligente y caritativo
hacer una distinción entre un abuso, una excepción, y un resentimiento personal. Algunas personas
“devotas” deberían recordar que Cristo no existe para la Iglesia, sino que la Iglesia existe para
Cristo y con Cristo. Él es el Supremo Pastor de la Iglesia. El Santo Padre no es el Supremo Pastor
de la Iglesia, sino que es el Vicario de Cristo. Él lo representa en este mundo. Cristo es el Supremo
Pastor, no sólo en los días en que Él caminó sobre la tierra, sino que por Divina Providencia e
inspiración del Espíritu Santo, también lo es hoy. Él guía su Iglesia. Hay personas en la Iglesia que
estropean las cosas. Los apóstoles fallaron incluso cuando Cristo estaba vivo. Ellos dudaron y
cometieron errores cuando Él aún estaba con ellos. Y así continuará hasta el fin del mundo. Sugiero
que seas paciente con quienes guían la Iglesia, porque estamos en tiempos extremadamente
difíciles, confusos y paganos. Es necesario no perturbar innecesariamente la paz de la Iglesia.
He predicado retiros a cientos de obispos. Ellos tienen una misión muy difícil. Como tú y
como yo, ellos, en su mayoría, no estaban preparados para los tiempos en que vivimos. Ellos
crecieron en tiempos en que la religión era muy positiva y aceptada como parte de la vida
estadounidense. La religión era popular y tenía gran influencia en la cultura.
Estamos viviendo en tiempos totalmente inesperados y tenemos que ver cosas que nunca nos
hubiéramos imaginado. He visto como arrestaban religiosas ya ancianas (de unos setenta u ochenta
años) por protestar frente a lugares donde se asesinan a los niños. Y me preguntaba para mis
adentros: “¿Es esto Estados Unidos?” He visitado en la cárcel a obispos y sacerdotes. Mis amigos,
el obispo Austin Vaughn y el obispo George Lynch, fueron ambos a la cárcel por varios días. En el
caso del obispo Lynch, estuvo por varias semanas. De nuevo me pregunté: “¿Está pasando esto
realmente en los Estados Unidos?” Ellos y otros miembros del clero fueron arrestados por protestar
contra lo que, pocas décadas atrás, era un crimen muy serio en Estados Unidos. Veinticinco años
33
atrás una persona que cometía un aborto era considerado un criminal. La Asociación Americana de
Medicina los consideraba como criminales de baja categoría por quitar la vida a niños todavía no
nacidos, pero de pronto esto no sólo es actualmente aceptado, sino incluso pagado con los
impuestos que el Estado recauda de los bolsillos de todos los ciudadanos.
Sé fiel, aun cuando te hayan herido
Actualmente hay grandes peligros que se ciernen sobre la Iglesia. Lo que lo fieles necesitan
es ver las cosas en su real perspectiva. Quienes se quejan por la música mientras la Iglesia enfrenta
un huracán que la sacude por todos lados, me hacen acordar a los pasajeros que jugaban sobre la
cubierta del Titanic mientras éste se hundía. Es un tiempo en el cual hay que ser fiel a la Iglesia.
Trabajé para el Cardenal Terence Cooke, un hombre que amó la Iglesia Católica. Como su
predecesor el cardenal Spellman, y su sucesor, el Cardenal O’Connor, trabajó por ella
incansablemente, trabajo y fatiga; noches sin dormir (2Cor 11, 26-27). Actuó por encima de toda
expectativa humana, incluso cuando estaba muriendo. Amaba a todo el pueblo de Dios, no sólo a
los católicos, sino también a los cristianos ortodoxos, a los protestantes, a los judíos, y a los
musulmanes. Cuando fue nombrado arzobispo dijo, “reconozco mi responsabilidad como obispo
sobre todas las personas de esta ciudad, incluso sobre aquellas que no creen en Dios. Las serviré lo
mejor que pueda en la medida en que ellas me permitan servirlas”. Es más, le oí decir en la Catedral
de San Patricio estas palabras: “Déjennos amar nuestra Iglesia. Trabajemos por la Iglesia. Suframos
por la Iglesia y defendamos a la Iglesia”.
Quizás la Iglesia te ha lastimado. La Iglesia me ha herido a mí. Ha herido a mucha gente
cercana a ella por largo tiempo, pero no ha sido toda la Iglesia, sino una parte de ella. Te aseguro
que tú y yo veremos, al final de nuestros días, a la gran Iglesia que es el Cuerpo Místico de Cristo
cuando llegue a su plenitud. Es decir, la vida eterna, cuando todos los que se hayan salvado de
cualquier nación, raza y condición, se reúnan en el Cuerpo Místico de Cristo. Ahora nos preparamos
para la Iglesia Celestial, pero nuestra vida espiritual será muy floja y mezquina si no combatimos en
este mundo fielmente por la Iglesia y nos esforzamos por ser fieles a Ella, aun cuando otros no lo
sean. En el día del Juicio Final nadie te preguntará qué han hecho los demás por la Iglesia, sino sólo
lo que tú y yo hemos hecho personalmente, como miembros de la Iglesia de Cristo en este mundo
herido. San Pablo, quien amó a la Iglesia y sufrió por ella, escribió: Ahora me alegro por los
padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de
Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro, conforme a la
misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al
Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios
quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo
entre vosotros, la esperanza de la gloria, al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo
a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo (Col 1,
24-28).
Oración
O Señor Jesús, cuando caminaste por este mundo experimentaste mucho rechazo... el rechazo de tus
familiares en Nazaret y el de las personas que encontraste en Israel, e incluso la traición de tus
propios Apóstoles. Esto no te detuvo, a pesar de que lloraste por Jerusalén y te lamentaste
profundamente por la defección de tus amigos. Los amaste hasta el fin. Nos diste también la Iglesia
y la llamaste tu Iglesia. Sufriste y moriste por la realidad mística que llamamos tu cuerpo, la unión
de quienes en la vida eterna estarán salvados y unidos a Ti. Ayúdanos, Señor, cuando algún
miembro de la Iglesia nos hiera. Ayúdanos a no vivir amargados, a no rebelarnos, a no esperar
demasiado de los hombres, sino que siguiendo tu propio ejemplo y el de tus santos, permítenos
amar sin rebelarnos. Ayúdanos a aceptar y a corregir sin amargura. Ayúdanos a servir sin esperar
una recompensa a cambio. En este tiempo difícil, derrama tu gracia sobre los hijos de tu Iglesia para
que podamos enfrentar de pie los ataques y escándalos de nuestros tiempos. Por tu gracia llama a
quienes son enemigos de tu Iglesia a convertirse en sus amigos y miembros, así como en otro
34
tiempo llamaste a Pablo para ser siervo de tu Iglesia. Ayúdanos, Señor, en medio de toda esta
confusión, a creer en tus palabras enseñadas por medio de tus Apóstoles a toda la Iglesia. “He aquí
que yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Amén.
35
CAPÍTULO 5: CUANDO NOS CONVERTIMOS EN NUESTROS PEORES ENEMIGOS
Hemos considerado los problemas que podemos tener con otros y nuestras dificultades con
la Iglesia. Ahora debemos fijar nuestra atención en los problemas que tenemos con nosotros
mismos. Si miras dentro de tu propia vida (especialmente cuando te vuelves viejo) podrás descubrir
que una de las cosas más importantes de las cuales nos damos cuenta en el proceso de maduración,
es que la causa de muchos, si es que no de la mayoría de nuestros problemas, somos nosotros
mismos. Cuando las cosas van perdiendo sentido, a menudo es porque nosotros no le dimos sentido
a las cosas. Puede ser un consuelo saber que esta es una experiencia común a todo ser humano. Uno
encuentra, aun en las vidas de los santos, la tendencia a crearse problemas a uno mismo. Aún los
santos, esas personas tan especiales, al igual que nosotros, causaron muchos de sus propios
problemas. Pocos hay exceptuados de haber sido sus propios enemigos, al menos por un tiempo.
Los santos, los pecadores, los personajes bíblicos, incluso las celebridades modernas, todos podrían
reunirse bajo un gran estandarte que diga: “Hundamos nuestro propio barco”. Este es uno de los
más obvios y universales signos del pecado original, que con una serie de movimientos
premeditados, considerados atentamente, prudentemente estudiados, y llevados a la práctica con
gran solicitud e incluso habiendo rezado, hundimos nuestro propio barco, santos y pecadores por
igual.
En muchos casos, basta con ser un poquito pecador para convertirse en el peor enemigo de
uno mismo. Aunque esto no es absolutamente necesario. Puedes hacerlo aún en el caso que seas
devoto, entonces lo harás un poquito más piadosamente. Todos podemos decir con bastante
convicción que “hemos encontrado al enemigo: nosotros mismos”.
Caminar en la fe
Tan sólo piensa en alguna de las formas en que una persona puede complicarse. La más
obvia es el obrar precipitado, tan sólo darle para adelante y hacer cosas sin considerar sus
implicancias y todas las cosas que se seguirán como consecuencia. Mucha gente devota dice: “No lo
puedo resolver, así que voy a dar un gran salto en pura fe y arrojarme... en una piscina vacía”. He
oído decir: “¡Voy a dar un paso en la pura fe!” ¿Por qué no das, al mismo tiempo, un paso en el
sentido común? No culpes a Dios si estás caminando al borde de un precipicio.
El error opuesto consiste en pensar las cosas tan detalladamente y ser tan cautos que
dejamos de hacer lo que se supone debemos hacer. Como cristianos se supone que caminemos
guiados por la fe, pero a menudo nos quedamos sentados en la confusión. Algunos, por no saber qué
hacer, simplemente no hacen nada. A esta peligrosa actitud la llamo: “el fenómeno Titanic”. En el
Titanic, la tranquila noche de invierno, cuando el mar estaba muy calmo, el gran buque chocó
contra un iceberg, mucha gente prudente no se subió a los botes salvavidas. Se dijeron a sí mismos:
“Este es una gran barco, no puede hundirse”. A pesar de que no había suficientes botes salvavidas
para todos, sobraron al menos doscientos lugares sin ocupar cuando el Titanic se hundió. Supongo
que algunos de los que sí subieron a los botes salvavidas, se habrán dicho a si mismos: “voy a
aparecer totalmente ridículo cuando vuelvan a subir del mar este botecito al barco, dentro de unas
seis horas, y yo haya estado esperando aquí en el mar”. Sin embargo, esas personas vieron cómo el
gran barco se hundió. Es difícil saber qué hacer. Puedes rezar muy fervorosamente y aun así
cometer grandes errores. Lo más misterioso es que aun cuando cometemos grandes errores, de todas
maneras, ocurren cosas buenas. No es fácil ser un hombre responsable. La razón para explicar todo
esto, muchas veces la olvidamos, y es el pecado original.
Negar la realidad
Otra forma efectiva de hundir el propio barco es negar el peligro evidente y caminar hacia
él. En psicología hablamos de mecanismos de defensa, modos inconscientes de deformar las
realidades con las cuales creemos no poder lidiar. Considera al profesional exitoso que fuma dos
paquetes de cigarrillos por día. Le han dicho miles de veces: “Eso es muy peligroso para tu salud”.
Y él responderá: “Sabes, Golda Meir solía fumar dos paquetes diarios y vivió hasta los setenta”.
36
Este fumador empedernido ignora el ejército de personas que fumaron dos paquetes diarios y ni si
quiera llegaron a los cincuenta. Todos negamos los peligros evidentes. En este mismo momento hay
resquebrajamientos aterradores y grietas en la Iglesia, muchos signos de desunión. Sin embargo,
muchos de los responsables niegan estos peligros. Fingen que no están allí. Lo mismo podría
decirse del estilo de las democracias del Oeste cuando ignoran los reclamos y necesidades del
Tercer Mundo.
Hace algunos años, se hizo un estudio sobre el modo de promover vocaciones en las
comunidades religiosas de Estados Unidos. Escribí a la conocida agencia que financió este estudio.
El sacerdote que dirigió este estudio era bastante objetivo y, en consecuencia, muy crítico respecto a
los programas vocacionales. La persona de esa oficina que respondió a mi llamado sostenía que ese
estudio nunca se había hecho. Sin embargo lo leí en varios periódicos a la vez. El autor comenzaba
su artículo diciendo que había una sola palabra para describir el trabajo vocacional actual:
“catastrófico”. ¡Todas las congregaciones que estudió le dijeron que tenían la mejor propaganda
vocacional! Esto se llama negar la realidad. El mecanismo de defensa de la negación es una de las
formas más peligrosas del comportamiento humano. Fue Neville Chamberlain, el primer ministro
inglés, quien volvió a su casa después de su encuentro con Hitler y dijo: “habrá paz en nuestros
tiempos”. Negó la evidencia de sus sentidos.
Hay quienes dicen que la Iglesia está obrando espléndidamente. Están todos muy contentos.
Mira desde el puerto. La sustancia azul que ves no es cielo. Es agua. Las cubiertas están a flor de
agua. Hemos perdido prácticamente el 50 por ciento de los católicos practicantes en treinta años. Lo
que sea esté sucediendo, la dirección no es buena. Muchas de las órdenes religiosas que nos
formaron, están en vías de extinción. Sin embargo piensan que les está yendo de maravillas.
Como evitar convertirnos en nuestros peores enemigos
La falla en ordenar nuestro comportamiento respecto a nuestra meta eterna y lo que nuestro
Dios ha señalado como propósito para nuestra vida, nos convierte en los necios de los que Cristo
habla en sus parábolas. Deberíamos ordenar nuestras vidas en vistas a la eternidad, para evitar la
auto-destrucción. No digo que todos deban entran en un monasterio. Es una vocación particular.
Pero digo que, en cualquier cosa que hagamos, no importa lo que otras personas puedan decir,
deberíamos vivir cada día conscientemente y con un propósito que ayude a nuestra salvación eterna.
Un ejemplo puede servir. He escrito las cartas de dispensa para más de 180 sacerdotes. Debo tener
el récord mundial al respecto, es parte de mi trabajo. Algunas veces estos hombres tenían que irse.
Era el único camino que quedaba para ellos que resultara honesto y bueno moralmente. Pero
siempre les decía a estos sacerdotes cuando terminábamos nuestras entrevistas: “cualquier cosa que
hagas, hazlo para tu salvación eterna. Tal vez nadie más lo pueda entender, pero deja para tu
salvación. Trabaja en tu vida espiritual”. Muchos me miraban sorprendidos cuando les decía esto,
porque en nuestra sociedad, en el orden de importancia, la salvación está entre las últimas noventa y
nueve cosas. Aun cuando es la única tarea que se presenta ante nosotros que durará para siempre.
Nuestro Señor lo dice muy claramente: Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si
arruina su vida? (Mc 8, 36). Claramente, uno de los caminos más rápidos hacia la auto-destrucción
es fallar en la estructurar la vida en orden a la salvación eterna.
Otro camino cuesta abajo: Ir en contra de Dios
Otro camino muy popular hacia la auto-destrucción consiste en la auto-indulgencia en cosas
que están prohibidas. Conocí a muchos que decían que realmente quisieran cumplir con la voluntad
de Dios y ser tenidos por cristianos, pero... y entonces venía la excusa. Por supuesto que todos
pecamos, y a menudo, sea por nuestra debilidad, sea por la concupiscencia, sea por falta de fuerzas,
y la confusión. Podemos incluso, en un momento de estupidez, pecar con deliberada voluntad. Pero,
permanecer en un estado que uno sabe es contrario a la ley de Dios, consciente y deliberadamente,
es abrir las puertas al desastre. Eso no es otra cosa que el propósito de seguir pecando. Muchos
autores, desde San Pablo a Shakespeare y el novelista Flannery O’Connor, han dicho la misma
cosa: “benditos son los que caminan de acuerdo a la ley del Señor y malditos los que no”.
37
Incluso algunos creyentes en nuestros tiempos no quieren oír esta verdad. Conozco un
sacerdote que fue amonestado por la autoridad del lugar por decirles a la gente que, ciertas cosas,
son pecado, actos que la Iglesia enseña que son pecaminosos. Las autoridades le dijeron que era
muy negativo en sus sermones. ¡Basta de estas estupideces! Es extremadamente auto-destructivo
para los cristianos negar, ir en contra, cambiar, o alterar la ley de Dios, sea directamente, diciendo
“Dios no quiso decir eso”, o indirectamente, interpretando la ley de Dios de tal modo que quede sin
ningún sentido.
La Iglesia Católica se ha convertido, en los Estados Unidos, en una religión que está en
contradicción con la cultura imperante. Un periódico que habitualmente culpa a los “católicos
críticos” publicó recientemente una editorial en contra de los “católicos críticos”. El editor los llamó
críticos católicos bellacos. Permite que te diga que él debería mirarse al espejo. Él anunció que el
único grupo en los Estados Unidos contra el cual uno puede tener respetuosamente prejuicios es
contra los católicos. Yo lo hubiera hecho extensivo a los Protestantes Evangelistas y a los Judíos
Ortodoxos. Estamos todos en el mismo barco. Y podemos recibir fácilmente gran presión si nos
pronunciamos contra el aborto o la conducta homosexual como si fuese equivalente al matrimonio y
si nos quedamos callados respecto a la eutanasia. No tenemos que estar de acuerdo con los
secularistas. Según ello tendríamos que quedarnos quietitos, dar la vuelta para no ver lo que pasa, y
hacernos la gallina distraída.
Quedé sorprendido recientemente por la controversia anual por la marcha de San Patricio en
Nueva York, pues se le permitía a los manifestantes gay participar y no precisamente para honrar a
San Patricio. En respuesta a esta contradicción, un grupo de Judíos Ortodoxos anunció que si a los
militantes gay se les permitía caminar en la marcha por el día de San Patricio, los Judíos Ortodoxos
participarían durante la marcha gay por la liberación, llevando grandes pancartas en las que se
leyera: “la sodomía es pecado”. Este es un ejemplo de actuar en positivo en vez de ser autodestructivos.
Muchos dirigentes y agitadores en la Iglesia están asumiendo una postura de prudente
aceptación de la equivocada dirección que los Estados Unidos ha tomado en las últimas décadas.
Recuerdo un antiguo dicho de los filósofos paganos: “Los graneros de los dioses trituran
lentamente, pero lo hacen extraordinariamente bien”. Hay también una sentencia en la Sagrada
Escritura: Dichosos los que van por camino perfecto, los que caminan en la ley del Señor (Sal 119,
1). Y en el Nuevo Testamento están las palabras de nuestro Salvador: Porque todo aquel que se
declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los
cielos (Mt 10, 32).
Hay otras admoniciones en el Nuevo Testamento, especialmente las de Nuestro Señor y las
de San Pablo, aconsejándonos a no conformarnos con el espíritu del mundo. Conformarse con el
mundo en desintegración es el mensaje contenido en muchos de los medios de comunicación del
sector secular e incluso de instituciones religiosas. No os acomodéis, dice San Pablo, al mundo
presente (Rom 12, 1), porque el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción (Gal 6,
8). Si hay algo obvio en el Nuevo Testamento es que, comprometerse con los principios del mundo,
no sólo es traicionar a Dios, sino renunciar a la propia causa, y atraer sobre uno mismo toda clase de
desastres, no por parte de Dios sino de uno mismo.
Los cristianos deben leer la historia de lo que hicieron las Iglesias en Alemania al tiempo
que surgió Hitler. Muchos de ellos permanecieron callados, asumiendo que un loco no podría
permanecer mucho tiempo en el poder. Incluso el Papa Pío XI, creyendo que Hitler pronto caería,
firmó un concordato con Alemania, pero luego reconoció haberse equivocado. Jamás digan que, en
este tipo de cosas, los Papas no pueden equivocarse. En 1937, el Papa Pío XI escribió una encíclica
en contra de Hitler, cuyas primeras palabras indicaban que había juzgado mal la situación. Comenzó
así: “Es con profunda ansiedad y creciente sorpresa que Nosotros hemos estado siguiendo las
dolorosas pruebas de la Iglesia y las crecientes vejaciones que afligen a los que permanecieron
38
leales en sus corazones y sus acciones...”11. El Papa Pío XI lamentó lo que hizo al inicio, después de
eso no se quedó cayado. Condenó con muy claras expresiones a los Nazis y a su antisemitismo.
Fiestas lamentables y reuniones de resentimiento
Otra manera muy eficaz de destruirse a uno mismo es mantener vivo todo tipo de
sentimientos de rencor. Los Faraones Egipcios solían recolectar sus lágrimas y mantenerlas
guardadas en lugares sagrados. Eran enterrados en las pirámides con sus lágrimas. Los faraones no
son los únicos. Si quieres vivir de los resentimientos y sentimientos de rencor, tendrás una dieta
muy anti-saludable por el resto de tu vida, puro colesterol psicológico. ¿Cuánta gente gasta gran
parte de sus energías en lamentarse, llorar, estar tristes o volviéndose literalmente locos por vivir
con resentimientos hacia quienes de algún modo les han fallado? Sí, la gente nos falla. Algunos ni
siquiera saben que nos fallaron; otros no les importa el habernos fallado. Algunos están tan
preocupados con sus propios problemas, que ni siquiera saben lo que hacen. Y a alguno ni les
interesa. El lema de los seguidores de Cristo debe ser: “Sigue adelante. No mires atrás”. Si nuestro
Señor Jesucristo hubiera sido de los que se preocupaban por sus propios sentimientos heridos,
ninguno de nosotros hubiese sido salvado. Misericordiosamente, Dios no nutre ningún sentimiento
de rencor. Para nuestro bien espiritual, como también psicológico, debemos perdonar a aquellos que
nos han ofendido.
Hacer la guerra contra uno mismo
Todos alguna vez nos vemos involucrados en algo que, en psicología tiene un nombre
peculiar: “la agresión pasiva”. Es muy insidiosa. No nos damos cuenta que está trabajando dentro
nuestro, pero nos disponemos inconscientemente a nosotros mismos para el desastre. Nos
involucramos en algo bueno o malo que no conduce a ninguna parte. Hay gente que parece hace
toda una carrera para ser “agresores pasivos”. Así, si les prestas tu auto, ya sabes que lo destrozarán,
y así sucede. Necesitas alguien que vaya a buscar más helado para tu fiesta, y una de estas personas
es la más cercana que encuentras. Le das el dinero diciendo: “ve, consigue algunos kilos de helado
barato”. El vuelve con escabeche porque estaban en oferta. ¿De quién fue el error? ¡Tuyo!
Todos podemos ser autodestructivos por las más eficaces razones. He aquí un ejemplo. Por
las condiciones de mi corazón tomo un anticoagulante. Si recibo un golpe, rápidamente se convierte
en un hematoma. Son muy incómodos. Se inflaman y duran semanas. Me recomendaron poner
calor sobre uno que me hice no mucho tiempo atrás. Pero como me gusta hacer las cosas
eficazmente y rápido, fui a una farmacia y descubrí las nuevas bolsas para dar calor que se calientan
en el micro hondas. Estas bolsas tienen todo tipo de advertencias: “Sea cuidadoso, o tenga cuidado
con... Asegúrese que haya alguien cerca. No las use por muy largo tiempo”. Cuando saqué la bolsa
del micro hondas no sentí mucho calor. Me la coloqué, y me hice una quemadura de segundo grado.
Dicen que lo mejor que hay que hacer con una quemadura es dejarla expuesta al aire. Así que la
quemadura se me infectó. Fui seis veces al médico y tuve que usar antibióticos. ¿Por qué me hice
esto a mi mismo? Para ahorrar tiempo. Realmente no me gusta tomar medicamentos, ni ir a las
farmacias. Ni me importa el pensamiento de la muerte, sólo quiero que no dure mucho (tan sólo lo
suficiente para preparar unos videos más con conferencias y prepararme a la muerte). Porque quería
ahorrar tiempo, terminé visitando todos esos simpáticos doctores en diferentes ciudades. Lo que
finalmente más me ayudó fue el siempre leal hidrógeno de peróxido. Es más barato que una botella
de agua mineral. No tengo dudas. Escondido detrás de esta tonta experiencia, había una cierta cuota
de auto-destrucción. Estaba todo bien planeado para que sea un accidente. Decía para mis adentros:
“He sido enfermero por años. Sé hacer vendajes. Sé todo sobre infecciones. Conozco sobre
microbios”. ¿Cómo hice esto? Me lo hice porque generalmente no me preocupo por mi propia
salud.
11
Papa PÍO XI, Mit brennender Sorge (Sobre la presente posición de la Iglesia Católica sobre el Imperio de
Alemania), Marzo de 1937.
39
Miseria, masoquismo, no te engañes a ti mismo. Cuando te encuentras justo detrás del punto
del problema, siéntate y examina el plan inconsciente que hiciste para realizarlo tan eficazmente.
Este tipo de auto-destrucción se ve con frecuencia en la Biblia. Moisés, el gran varón santo, termina
de hacer sumo sacerdote a su hermano Aarón. Aarón debe haber sido un idiota. Moisés sube al
monte Sinaí para encontrarse con Dios. El lugar temblaba, rayos, relámpagos, terremotos, ¿y qué
está haciendo su hermano Aarón? Está construyendo un becerro de oro con colgantes fundidos.
Debe haber sido realmente estúpido. Y Moisés, por supuesto, no era un agresor pasivo contra sí
mismo, así que cuando bajó de la montaña, rompió el becerro, lo quemó e hizo que Aarón y sus
hijos bebieran las cenizas en agua amarga (cfr. Ex c. 32). Esto no fue agresión pasiva, sino una
agresión activa. ¿Cómo pudo estar involucrado con este idiota?
Otro santo del Antiguo Testamento estaba siempre preparándose para el desastre, Jonás, el
profeta. Dios finalmente le dice que termine con su dolor de estómago: “Por favor Jonás, tu ni
siquiera has plantado el ricino que murió, te estás lamentando por ti mismo” (Jon 4, 10; traducido
libremente).
En ocasiones predico retiros a los obispos. Solía predicar mucho más, pero en la medida que
avanzo en edad, me estoy volviendo un poco más honesto, así que ya no recibo tantas invitaciones.
Los obispos, cosa que uds. no deben saber, son un grupo muy sacudido y golpeado. Cuando doy un
retiro para obispos, debo ser muy educado porque ellos saben mejor que nadie cuan miserables son
realmente las cosas. Años atrás, los obispos nunca escuchaban la verdad. Ahora nunca escuchan
nada bueno ni agradable. Siempre que predico un retiro a los obispos, trato de recordarles que ellos
son los sucesores de los apóstoles. Pero recuerden lo que les pasó a los apóstoles. Los doce
apóstoles estuvieron allí durante la Gran Pascua del Nuevo Testamento, y todos huyeron. ¡Huyeron!
¿Esto no les dice nada? San Agustín siempre recordaba a sus hermanos obispos que ellos no se
vuelven impecables por el sólo hecho de ser ordenados obispos. Los obispos deben estar vigilantes
mucho más que cualquiera, porque a quien más se ha dado, más se espera.
En el Nuevo Testamento encontramos muchos ejemplos de gente que hunde su propio bote,
San Pedro, Judas, los sumos sacerdotes. Los sumos sacerdotes se equivocaron respecto al Mesías,
por ser muy expeditivos. ¿No somos los seres humanos unas creaturas muy peculiares? Creo que
tanto Pedro como Judas por un lado, y los sumos sacerdotes por otro, obraban por resentimiento.
Pedro y Judas estaban resentidos con el Señor por no haberse instaurado como un Mesías temporal,
político. Jesús no vino a Jerusalén y no convirtió en oro sus puertas, ni en manteca las armas de los
soldados romanos. Permaneció en Galilea, curando a los leprosos y los siro-fenicios y predicando
en lugares como Nahim, que hasta el día de hoy, ni siquiera tiene una calle principal. Pedro y Judas
dijeron: “¿Por qué no bajas a Jerusalén? ¿Qué estás haciendo aquí?” Y cuando finalmente decidió
bajar a Jerusalén era en el momento equivocado, según lo que ellos pensaban. Ellos estaban
resentidos con Jesús porque fue a Jerusalén aun cuando sabía que iba a ser asesinado.
El no creyente podría hacer una interesante pregunta. ¿Fue Jesús auto-destructivo? Hay
formas de piedad y devoción que parecen sugerir que lo fue. Yo creo que mucha gente proyecta su
propia poderosa auto-destrucción sobre nuestro Señor. Lo hacen aparecer auto-destructivo, pero
esto es bíblica y teológicamente absurdo. ¿Acaso nuestro Señor no argumentó con la gente para que
lo aceptasen? Trató de convertirlos, y si Él hubiera tenido éxito en convertir el mundo, entonces
hubiésemos sido salvados por su vida y no por su muerte. Pero sabía cómo iba a terminar su vida
humana (siempre lo supo con su inteligencia divina, pero misteriosamente también con su ciencia
humana12). Sabía que no lo iban a aceptar, y enfrentó firmemente lo inevitable, lo que los apóstoles
12
N. del tr. Sobre la auto-consciencia que Jesús tenía de sí y de su misión de Salvador, conviene recordar un reciente
documento del Magisterio: “Jesús, el Hijo de Dios hecho carne, goza de un conocimiento íntimo e inmediato de su
Padre, de una “visión”, que ciertamente va más allá de la fe. La unión hipostática y su misión de revelación y redención
requieren la visión del Padre y el conocimiento de su plan de salvación. Es lo que indican los textos evangélicos ya
citados (cfr. Mt 11,25-27; Lc 10,21-22). - Esta doctrina ha sido expresada en diversos textos magisteriales de los
últimos tiempos: “Aquel amorosísimo conocimiento que desde el primer momento de su encarnación tuvo de nosotros
el Redentor divino, está por encima de todo el alcance escrutador de la mente humana; toda vez que, en virtud de
aquella visión beatífica de que gozó apenas acogido en el seno de la madre de Dios” [Pío XII, Carta Enc. Mystici
Corporis, 75: AAS 35 (1943) 230; DH 3812]. - Con una terminología algo diversa insiste también en la visión del Padre
40
no pudieron enfrentar. Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los
sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse
de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará (Mt 20, 18-19). Nunca olviden estás últimas
frases, porque fue a través de las más terribles torturas y muerte que Él dio todo.
Hay autores que pretenden interpretar a Jesús como si fuese meramente un ser humano,
olvidando su divinidad, y entonces les parece auto-destructivo. Nuestro Señor no experimentó las
patologías que los seres humanos caídos experimentamos. El quería ser aceptado en orden a
convertir el mundo. Desde que eso no fue posible, aceptó la herencia de todos los seres humanos
buenos que fallan. No buscó librarse de lo que era inevitable, que debía padecer y ser asesinado. La
raza humana, en su estado de naturaleza caída, siempre odia y mata a dos tipos de personas: a los
muy malos y a los muy buenos. Esos son los más vulnerables.
La figura más trágica
Probablemente la figura más triste de todas es la de Judas. Olvidamos que Judas era uno de
los apóstoles. Con sinceridad y entusiasmo una vez decidió seguir al Mesías. Podríamos pensar que
malinterpretó a Cristo, pero lo mismo les pasó a todos. Judas tuvo una maravillosa oportunidad, de
volverse atrás justo en el umbral del desastre. Cuando Cristo le dijo: “¿Entregas al Hijo del Hombre
con un beso?”, él podría haber dicho: “¡No!”. Él se podría haber dado vuelta y haber gritado a los
soldados: “Váyanse a sus casas, todos ustedes están locos”. Entonces, en vez de tirar el dinero en el
templo lo hubiese tirado a los sacerdotes. Pudo haber ido con Jesús al Sanedrín y ante Poncio
Pilatos y decir: “Entregué a un hombre inocente. No ha hecho las cosas de las cuales lo acusan”.
Nuestro Señor podría haber sido liberado por Pilatos. Sus enemigos hubieran tenido que prenderlo
en otra oportunidad. Hubiéramos tenido algunas parábolas más, algunos milagros más, algunas
hermosas páginas más en los Evangelios. Pero Judas permaneció siendo su peor enemigo hasta el
fin, yendo más allá del lugar de la crucifixión y colgándose. Tuvo que caminar cerca del Calvario,
ya que esa zona no es muy extensa. Habiendo destruido su reputación, el compromiso de toda su
vida, él hubiese podido volverse e ir al calvario, arrodillarse a los pies del Señor y haber pedido
perdón. Todos los artistas del mundo hubieran pintado la escena. Habría pinturas de esta escena en
casi todas la Iglesias del mundo, San Judas Iscariote arrodillándose cerca de Juan a los pies de la
Cruz. En cada gran ciudad habría una Iglesia llamada “San Judas el Penitente”. Su fama sería el
tema de muchas obras de literatura. Su conversión es la página que no se escribió, porque Judas se
destruyó a sí mismo, lleno de odio contra sí mismo, lleno de resentimiento, lleno de desesperación.
A lo largo de la historia de la Iglesia puedes encontrar mucha gente bien intencionada, que
muchas veces obró con los mejores motivos, pero que terminan traicionando la causa a la cual
consagraron sus mejores energías. En general son personas muy bien intencionadas y están muy
cerca de Dios, pero los santos también pueden cometer errores. Por ejemplo, San Francisco cometió
un gran error en su vida. Lo hizo con total buena intención e inocencia. Aceptó cualquier Fulano,
Mengano y Sultano que se le acercaba y quería unirse a su orden. Hacia el fin de su vida había
cinco mil hombres en su orden, de los cuales quizás la mitad de ellos debería haber regresado a sus
casas. Ellos traicionaron a San Francisco. Eligieron a Elías, su peor enemigo, para ocupar su lugar
como superior de la orden. Admitió que entrasen muy fácilmente en su orden demasiados hombres.
No piensen que sólo los pecadores comenten errores.
el Papa Juan Pablo II: “Fija [Jesús] sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo él
tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él,
que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor” [ Carta
Apost. Novo Millennio Ineunte, 26: AAS 93 (2001), 266-309]. - También el Catecismo de la Iglesia Católica habla del
conocimiento inmediato que Jesús tiene del Padre: “Es ante todo el caso del conocimiento íntimo e inmediato que el
Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre” [473]. “El conocimiento humano de Cristo, por su unión con la Sabiduría
divina en la persona del Verbo encarnado gozaba de la plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a
revelar”[474]. - La relación de Jesús con Dios no se expresa correctamente diciendo que era un creyente como nosotros.
Al contrario, es precisamente la intimidad y el conocimiento directo e inmediato que él tiene del Padre lo que le permite
revelar a los hombres el misterio del amor divino. Sólo así nos puede introducir en él” (SCDF, Notificación sobre las
obras del P. Jon SOBRINO S. J., 26.11.2006, n. 8).
41
El santo Papa Pío V excomulgó a la reina Elizabet I de Inglaterra. Ella nunca había sido
educada como católica, aunque fue bautizada católica. Excomulgándola, Pío V absolvió a los
católicos ingleses de sus deberes de fidelidad a la Reina, poniéndolos en el riesgo de caer en la
traición. Al principio Elizabet no tuvo sentimientos anticatólicos muy fuertes. Pero fue puesta en
una situación política por un papa muy santo, pero que muchos piensan, se equivocó. Los católicos
ingleses podrían decir que provocó muchos martirios innecesariamente.
La historia de la Iglesia Católica en Estados Unidos está llena de acciones torpes. Un siglo
atrás, miles de inmigrantes de Ucrania y de Carpathia vinieron a los Estados Unidos. Pertenecían al
rito ucraniano y ruteno de la Iglesia Católica. Por antiguas costumbres, a sus sacerdotes diocesanos,
se les permitía casarse y tener una familia. En aquellos tiempos no había diócesis de rito oriental,
por lo cual estos devotos inmigrantes estaban bajo el cuidado del Obispo de Rito Latino. Algunos
de los obispos más conservadores, la mayoría de ellos inmigrantes irlandeses y alemanes, siguieron
adelante y aceptaron aquella tradición por más que la encontraron extraña a sus costumbres. Sin
embargo, el líder del movimiento americanizador de la Iglesia, el arzobispo John Ireland de San
Pablo (considerado entonces como un gran progresista), trató tan mal a los católicos del rito oriental
que cientos de miles de ellos dejaron la Iglesia y se volvieron ortodoxos. He oído muchas veces que
el arzobispo Ireland es llamado el fundador de la Iglesia Ortodoxa en Estados Unidos, porque le
faltó una visión más amplia de la Iglesia.
Conocí una vez a un gran cardenal que sería el primero en el mundo en reconocer que
cometió errores. Sus dos frases favoritas eran: “Gracias”, y, “Lo siento”. El Cardenal Cooke no
tenía ningún problema en admitir sus errores. Sabía reírse de sí mismo. Prácticamente las últimas
palabras que me dirigió en este mundo fueron: “Fue mi culpa, no fui lo suficientemente claro en
explicar mi posición”. Reconocer que uno comete errores, incluso aceptando que los podría haber
evitado, es en definitiva aceptar que uno es un ser humano. Este es inicio del camino para salir de la
auto-destrucción.
Hacer frente a nuestras tendencias auto-destructivas
¿Qué hacer con nuestros propias tendencias auto-destructivas? Lo primero y obvio es
admitir que ciertamente somos auto-destructivos. Si piensas que no puedes convertirte en tu peor
enemigo, te engañas muy fácilmente. Pensar que no puedes estar engañado, es ya estar engañado,
como sabiamente lo señaló San Juan de la Cruz.
La primer cosa que tienes que hacer es intentar reconocer esas tendencias en ti mismo y
hacerles frente. Tratar de desenredar la maraña de todas esas tendencias auto-destructivas puede
resultar una pérdida de tiempo. Pero intentar de reordenarlas y controlarlas, es una forma eficaz de
combatir contra ellas. Desafortunadamente, cuando tratamos de reordenar nuestras tendencias de
auto-engaño, corremos el riesgo de caer en la oposición bien intencionada de nuestros amigos. Soy
un anticuado, siempre adicto al trabajo. Pero hago ciertas cosas para moderar este vicio. Me tomo
una o dos horas para hacer algo interesante o educativo. Salgo y doy un retiro de modo que pueda
recobrar algo la calma y dormir normalmente. Inevitablemente siempre aparece quien dice: “no
deberías hacer eso”, o incluso sugiere o exige algunas actividades que serían contraproducentes.
Muchas veces veo esa actitud con los padres y los hijos. Los padres intentando hacer lo mejor que
pueden, muchas veces tienen alguna tendencia auto-destructiva, y los hijos, sin darse cuenta,
refuerzan esas tendencias. La madre está agotada, y necesita algunos minutos de descanso.
Seguramente alguno de los niños dirá: “no estabas cuando te necesité”. Elijo el rol de la madre para
ilustrar este punto, porque realmente es el rol más exigente de todos. Pero podemos elegir cualquier
otro, el del padre, del doctor, del maestro, del párroco. Cierto que siempre tiene que haber alguien
disponible en determinadas situaciones, pero no siempre tiene por qué ser la misma persona. Incluso
las madres desean y necesitan algún momento libre. Una vez, en una clase de psicología, nos
dijeron que las madres siempre deberían estar prontas para asistir a sus hijos. Pensé para mis
adentros: “Si la madre siempre tiene que estar pronta, pronto desfallecerá”.
Dios trabaja con nosotros
42
Dios es infinitamente bueno y trabaja contra nuestras tendencias auto-destructivas. Él de
ninguna manera las favorece, a pesar de que sus representantes puedan hacerlo accidentalmente.
Cristo dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, lo que implica que tú no debes odiarte a ti mismo
y no debes auto-destruirte. A pesar de eso, por otra parte, si después de algunos intentos bien
planeados ves que igual te estás cayendo, Dios estará allí para ayudarte. Él nunca, nunca abandona a
quienes se dejan ayudar por Él. Él permanece allí para ayudarnos incluso si (equivocadamente) lo
culpamos a Él de nuestros problemas. Solemos hacer nuestra propia voluntad y nos convencemos a
nosotros mismo que es la voluntad de Dios. No era la voluntad de Dios. Somos como los ladrones
cuando oyen que la policía está afuera y se arrodillan para rezar para que no los atrapen. No
podemos esperar que Dios nos salve cuando nosotros hacemos cosas estúpidas, pero podemos
esperar en Él cuando reconocemos lo que hemos hecho. Él estará allí. Nuestro Padre Celestial sabe
mucho mejor que nosotros que tenemos impulsos neuróticos y auto-destructivos. Tendrá piedad de
nuestra inmadurez. Estará ahí, a nuestro lado. Nunca esperes hacer algo a la perfección, excepto el
ser perfectamente estúpido, pero sí, espera que quienquiera invoque el nombre del Señor, lo
encontrará. El Señor dijo a Moisés cuando condujo a los israelitas fuera de Egipto: No tengas miedo
ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas... He aquí que yo voy
a enviar un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino... Si escuchas atentamente su voz y
haces todo lo que yo diga, tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios mis adversarios (Jos
1,9; Ex 23, 20. 22). Pero Moisés cometió sus errores. ¿Lo abandonó Dios? No. San Pedro cometió
sus errores. ¿Lo abandonó Dios? No. No importa lo que hagamos, Dios estará con nosotros. Él es
inmensamente misericordioso y bondadoso.
Nuestro Padre se apiadará de nuestra inmadurez
Llamamos a Dios “Padre nuestro” porque Él reveló este título. Nuestro Señor lo usa con
mucha frecuencia. Es algo absolutamente cierto que nuestro Padre celestial no es un ser humano
masculino. Y es igualmente cierto que abarca igualmente las cualidades de un padre y de una
madre. Lo llamamos Padre, pero tenemos miedo de dejar que sea nuestro Padre. No logramos
comprender que como cualquier verdadero padre, Él se hará cargo con misericordia de nuestros
errores, de nuestra inmadurez, incluso de nuestras locuras. Existe un poema que muy hermosamente
ilustra el amor bondadoso de Dios Padre. Fue escrito por un poeta católico devoto hacia el final del
siglo XIX, Coventry Patmore, cuya esposa había muerto recientemente, dejándolo solo para educar
su familia, incluyendo su pequeño hijo, que constituye el tema de su poema. Creo que de este
poema aprenderás mucho acerca de Dios.
Los juguetes
Mi pequeño hijo, que miró con sus ojos pensativos
y que se movió y habló con crecida sabiduría,
habiendo desobedecido mis órdenes siete veces,
lo reprendí, e lo hice subir a su habitación,
con duras palabras y sin besarlo.
Su madre, que era paciente, estaba muerta.
Pero, temiendo que su pena no lo dejara dormir,
lo fui a ver a su cama.
Pero lo encontré profundamente dormido,
con sus cejas oscurecidas y sus pestañas
aun humedecidas por sus últimos sollozos.
Y yo, con pena,
besando sus lágrimas, deje caer otras de mis ojos;
A su lado, sobre una mesita a la altura de su cabecita,
había colocado, entre sus cosas,
un caja con piedritas y pequeñas rocas rojas,
un trozo de vidrio recogido en la playa,
y seis o siete ostras,
un botella con campanitas azules,
43
dos monedas francesas, colocadas allí
con cuidadoso arte,
para confortar su triste corazón.
Entonces en la noche
cuando recé a Dios, lloré y dije:
Ah, cuando finalmente estemos tendidos en nuestro último aliento,
no Te disgustes en la muerte,
y Tú nos recuerdes los juguetes
con que hicimos nuestros juegos,
cuan débilmente comprendimos,
tu mandamiento grande y bueno,
entonces, no menos paternalmente
que yo, Tú que nos has modelado del barro,
Tú dejarás de lado tu justa ira, y dirás:
“Tendré piedad de sus chiquilinadas”.13
Si lo buscamos sinceramente y deseamos agradarle en todas las cosas, Dios nos aceptará y
trabajará con los errores que cada uno de nosotros, santos o pecadores, cometemos. Frecuentemente
esto requiere perdonar; y su misericordia está siempre ahí para abrazarnos, aun en los peores
momentos. Conozco gente que arruinaron completamente sus vidas, pero después, encontraron a
Dios en la cárcel. Dios estaba allí para abrazarlos. Y por eso este extraño tema de la autodestrucción, tantas veces experimentado, discutido tan frecuentemente, termina con esta aclaración:
No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas...
(Jos 1, 9). Si todavía no es lo suficientemente clara, Jesús lo dijo a sus confundidos y autodestructivos apóstoles: No se turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14, 27). Yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). No importa lo que pase, cree que esto es
verdad.
Oración
Padre Celestial, no suelo rezarte con mis propias palabras, uso en cambio la oración que nos
enseñó tu Hijo. Ahora, reconociendo mi propia auto-destructividad, mi propia tendencia a cometer
verdaderos errores que intento evitar, me vuelvo hacia Ti en busca de ayuda. Tu sabiduría sabe, más
allá de lo que podamos pensar, que somos los hijos de una raza caída, que llevamos heridas
misteriosas que nos causan daño o incluso destruyen las cosas que realmente nos traerían paz y
gozo. Tú nos enviaste a tu Hijo Único para salvarnos a todos, aun a aquellos que conspiraron para
destruirlo. A pesar de que lo amo y confío en Él, me pregunto qué hubiera hecho yo si hubiese
estado entre aquellos que el desafió y llamó a ir más allá de sus estrechos, egoístas asuntos. Nada en
mi vida me convence de que yo hubiese estado entre los pocos que permanecieron de pie a su lado.
Y por lo tanto, reconozco, que muchas veces le fallo aun ahora, y dejo sin usar y desaprovecho las
oportunidades que me da para servir mejor a Él y a quienes lo necesitan, y que lo representan tan
bien. Padre, quédate conmigo cuando fallo y les fallo a quienes me han sido dados para servirles.
Corrige mis errores. Ilumina mi oscuridad. Endereza mis caminos. Y sé paciente con mis
necedades. No te pido que impidas mis errores, pero sí que me ayudes a ser paciente con los demás,
como Tú eres paciente conmigo. Amén.
COVENTRY PATMORE, “The Toys”, Anthology of Catholic Poets, ed. Joyce Kilmer (Garden City, N.Y.:
Doubleday, Image Books, 1955), 195.
13
44
CAPÍTULO 6: CUANDO LA MUERTE NOS ROBA UN SER QUERIDO
Llegamos inevitablemente al tema más doloroso de este libro, que en cierto modo hace
tambalear un poco a los creyentes en la firmeza en su fe, y provoca que muchos débiles en la fe,
tropiecen. La muerte de aquellos seres muy queridos, en quienes nos hemos apoyado, es la peor
pena de la vida. Debemos considerar, al mismo tiempo, lo inevitable de la muerte – la muerte de
quienes amamos y nuestra propia muerte. Lo primero que hay que decir es que es algo totalmente
inútil pretender huir de la muerte. No existe lugar donde se pueda huir de ella. Cada uno de
nosotros, del más joven al más anciano, está muriendo exactamente a la misma velocidad:
veinticuatro horas por día, siete días a la semana. Nos movemos en la vida acompañados por el ticktack de los relojes. Huir de la muerte, pretender por un momento que no existe, es un engaño
totalmente inútil, la decepción más grande. La muerte debe ser enfrentada cara a cara muy
directamente y con firmeza, donde sea que estés y seas quien seas.
No es una tarea fácil. Prácticamente todo en nuestra cultura pretende fingidamente que las
cosas deben funcionar bien y que no hay misterios o problemas insolubles. Todo en nuestra cultura
nos dice engañosamente que la muerte no nos alcanzará, a pesar de que, paradójicamente, los
medios están siempre preocupados, en relatarnos un sin número de asesinatos, guerras, y muertes
violentas. Ernest Becker en su libro La negación de la muerte14, analizó las actitudes modernas de
los habitantes de Estados Unidos respecto a la muerte y concluyó que, gran parte de nuestra cultura,
es simplemente una falsa pretensión de que todos, excepto uno mismo, van a morir. De una manera
u otra, tú y yo, no estaríamos incluidos, ese es el engaño.
Un amigo mío que es encargado de una empresa fúnebre me contó que la gente, ya sea
sencilla o sofisticada, han solicitado que sus muertos sean vestidos con los pijamas con que han
muerto y que inmediatamente se los lleven pronto al crematorio, y que las cenizas sean llevadas al
cementerio sin ningún rito funeral. Simplemente que desaparezcan. Como si nunca hubiesen
existido. Este es el tipo de funeral “que está de moda”. ¿No es algo tremendo?
Algo casi tan malo, consiste en ir a un funeral religioso que se parece más a una fiesta de
bodas. Todos están felices, Aleluyas por todas partes, vestimentas blancas, incienso y flores. Esto
también es una negación de la muerte, y mucho peor, priva a quienes se encuentran apenados, de la
oportunidad de manifestar su dolor por los seres queridos. (He advertido a mis frailes: “cuando
muera, recuéstenme con mi hábito de fraile con una estola morada; y si alguien canta ‘Aleluya’,
volveré. Volveré en medio de la noche, arrastrando cadenas”). No sólo las celebraciones de
funerales “felices” constituyen un insulto hacia el difunto, sino que dejan a los deudos reales con
una gran carga de dolor en sus corazones, que permanece sin poder expresarse. En el momento de la
muerte, todos debemos enfrentarnos con el dolor. Esto significa que todos tenemos que considerar
la muerte como una realidad de nuestra vida, antes de que repentinamente nos debamos enfrentar
con ella.
Lo que se pierde con la muerte
La muerte tiene muchos aspectos oscuros. El primero es nuestro dolor por el ser querido que
se está muriendo o ya ha muerto. Esto es especialmente cierto, si la muerte llega a causa de alguna
complicada y dolorosa enfermedad o por algún horrible suceso repentino, como un accidente o un
incendio. Sufrimos con aquellos que amamos y nos sentimos profundamente frustrados porque no
fuimos capaces de hacer algo por ellos. En nuestras lágrimas, pesar, dolor, y frustración, decimos a
Dios: “¿Qué sentido tiene todo este sufrimiento? ¿Por qué a esta persona inocente? ¿Por qué a este
niño?” Esto ciertamente es parte de lo que San Pablo llama el aguijón de la muerte (1Cor 15, 56).
El poderoso ejemplo de este sufrimiento es la Madre dolorosa de Cristo, que nos conmueve tanto en
la escultura de Miguel Ángel llamada “La Piedad”, una imagen del dolor por alguien amado.
14
ERNEST BECKER, The denail of Death [La negación de la muerte (Nueva York, Prensa Libre, 1973)].
45
El siguiente poema fue escrito por Coventry Patmore después de la muerte de su hija
pequeña. Expresa en modo conmovedor el dolor que hace a uno prorrumpir en un grito de angustia
a Dios, a quien uno ama pero que pareciera no tener misericordia.
“Si hubiese muerto yo”
Si yo hubiese muerto, tú alguna vez dirías, ¡Pobre Niña!
Los queridos labios, temblando mientras hablabas,
Y las lágrimas brotan
de los ojos, que, para no apesadumbrarme, sonríen brillantemente.
¡Pobre Niña, Pobre Niña!
Me parece oír tu risa, tu conversación, tu canto.
No es cierto que el amor no haga daño.
¡Pobre Niña!
¿Y pensaste, que cuando así llorabas y reías,
como yo, en las noches solitarias, permaneceré despierto,
y con esas palabras consumar tu plena venganza?
¡Pobre niña, pobre niña!
Y ahora, inútil será
que esos dulces reproches por tres veces repetidos lleguen a ti,
¡O Dios, no has tenido misericordia conmigo!
¡Pobre niña!15
El oscuro valle
Otra fuente de dolor es la misteriosa y oscura puerta de la muerte, la sombra de la muerte, el
entierro del cuerpo, el silencio de la tumba, la ausencia de respuesta por parte del ser querido que ha
muerto, el hecho que incluso entre creyentes devotos haya muy pocos casos conocidos de
comunicación de los muertos con este mundo. Aunque estos casos no sean tan extraños como uno
puede pensar, sí son raros; y a menudo, cuando suceden, hay un natural escepticismo por el hecho
que, la gente experimenta a menudo aquello que necesita experimentar, especialmente cuando están
sufriendo. Algunas personas sanas, educadas, con los pies sobre la tierra, me han contado de alguna
experiencia o clara impresión acompañada de algún signo de confirmación, que provenía
aparentemente del ser amado muerto. Sería un prejuicio sin fundamento el desechar simplemente
estas advertencias como si fuesen producto de la lucha desesperada de la mente para consolarse. Por
otra parte, ninguna de estas experiencias ha sido algo que podamos utilizar como una prueba de la
inmortalidad del alma. Carecen de la claridad de los relatos de la Resurrección de Cristo, y además
casi nunca fueron percibidos por otras personas al momento en que ocurrieron. Para la mayoría de
los vivos, la muerte es un oscuro camino por el cual el ser querido ha pasado al silencio. La fe es la
única luz que ilumina ese camino, como una pequeña lámpara que señala un largo túnel, que revela
muy tenuemente la realidad que está del otro lado.
Llorar por los vivos
Probablemente constituye un dolor mayor, la pérdida de quien ha sido un gran apoyo,
incluso parte integrante de la vida de una persona. Obviamente, participamos en funerales de
muchas personas que hemos conocido y admirado, pero rara vez nos encontrábamos con ellas, y
nunca fueron una parte integral de nuestras luchas diarias. En cualquier funeral, puedes distinguir
fácilmente el gran grupo de quienes se lamentan y han llegado para dar sus respetuosas
condolencias, o incluso a pagar una deuda de gratitud; estos son quienes experimentan
profundamente la pérdida de esta persona que ejerció una particular influencia en sus vidas. Para el
grupo más reducido de los profundamente dolidos, el dolor es dolor de la pérdida. Puede ser un
padre que llora la perdida de un hijo pequeño, o un hijo por su padre, un esposo por su esposa o un
amigo íntimo que ha sido parte de otro, durante toda la vida. Hay unos pocos que no experimentan
la muerte como algo que les ha robado, como alguien que llega sin ningún derecho y nos priva de lo
CONVENTRY PATMORE, “If I Were Dead”, Anthology of Catholic Poets, ed. Joyce Kilmer (Garden City, N.Y.,
Doubleday, Image Books, 1955), 197.
15
46
que, quizás, desesperadamente necesitamos. Ese fue el profundo pesar que llevó a San Agustín a
realizar el siguiente comentario: “Lloren por los vivos; no lloren por los muertos”. Es la pérdida
dolorosa de los que amamos, la que nos hace considerar la muerte como un ladrón, porque, sin una
razón aparente, nos quita a alguien que necesitamos. Podemos enojarnos con Dios que ha llamado a
alguien que nosotros necesitábamos tanto. Teniendo en cuenta todas estas cosas, intentemos buscar
algún sentido a la muerte para que sepamos qué hacer cuando se nos acerque “como un ladrón en la
noche”.
El aguijón de la muerte
Repetidas veces, San Pablo, especialmente en la Epístola a los Romanos, afirma que la
muerte es una consecuencia del pecado. Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el
mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos
pecaron (Rom 5, 12). Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, es la
vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom 6, 23).
Una enseñanza extraña, ¿no es cierto? ¿Significa esto que si el mundo no hubiera caído, si
nuestros primeros padres no hubiesen pecado, no habría tales cosas como la muerte, y viviríamos
sin fin en este mundo? Esa es una idea desagradable. ¿O significa que alguna grandiosa carroza
descendería alguna vez ocasionalmente, y aquellos que estuviesen listos para partir a la vida más
allá de esta, podrían subirse, y los familiares y amigos podrían estar allí para despedirse, algo así
como los barcos para turistas de los primeros tiempos? Consecuentemente, el proceso biológico de
la vida en este mundo, hubiese tomado su costo. Pero en un mundo que no hubiese caído, todos se
darían cuenta que los que irían al más allá, entrarían inmediatamente en el Reino de Dios. Sería
motivo para festejar. En tal mundo, la gente no estaría tan dependiente emocionalmente y en
consecuencia no quedarían heridos por sus seres queridos. El pasaje de un ciudadano del mundo no
caído sería muy semejante a una graduación. Todos sabrían hacia donde va, y que simplemente hizo
falta una pequeña prueba para llegar allí. También habría lágrimas como las de aquellos que se
despiden en el puerto de sus familiares que parten en un crucero de diez días para festejar sus bodas
de oro.
Una muerte festejada
Aun en este mundo caído, muy de vez en cuando, asistirás a la muerte de alguien que estaba
completamente preparado para partir. Este es el único tipo de funerales al cual podrías asistir al
menos un poco contento. Recuerdo el funeral de mi querida amiga, la Madre María de Jesús, de las
hermanas del Santísimo Sacramento en Yonkers. Ella tenía noventa y cuatro años y estuvo en el
claustro desde 1916. Obtuve autorización para ingresar al claustro y visitarla poco tiempo antes de
su muerte. Estaba recostada en cama, ciega, débil, y maravillosamente cuidada por sus hermanas en
religión. Anuncié mi llegada preguntando: “Madre, ¿cómo está usted?” Ella respondió: “Bueno
padre, tú sabes lo que Benjamín Franklin solía decir”. (Esta mujer estaba llena de sorpresas.
¿Cuántas religiosas de claustro podrían citar a Benjamín Franklin?). Prudentemente respondí: “En
verdad no”. Con un guiño de sus ciegos ojos, respondió con esta acotación: “Él solía decir cuando
estaba viejo, «Todavía vivo en la casa, aunque el techo ya se haya caído»”. Esta era una mujer que
estaba lista para partir. ¿Irías llorando al funeral de una persona como esta? Tal vez si la extrañases
como parte de tu vida. Pero esta monja estaba lista para irse. Frecuentemente, gente anciana devota
están ya listos para dejar este mundo. El funeral de semejantes personas no debería ser ocasión de
gran dolor. Sin embargo, si hay quienes dependen profundamente de esa alma, sentirán el dolor de
la pérdida, a pesar de la edad de sus seres queridos que mueren.
Fuera de esta rara excepción de las almas santas, me desagradan los funerales que son una
especie de canonización, especialmente de quien, con mi mayor estima, va a pasar un largo tiempo
en el Purgatorio comiendo migajas y bebiendo calor, goma de mascar con sabor a gaseosa. ¡Por
favor! Cuando me vaya, por favor lloren un poco. Si vienes a mi funeral, llora, aun cuando tengas
que fingir un poco. Al menos muéstrate un poco triste. Cualquier cosa que hagas, por favor no
cantes “Aleluya”. No quiero ir y venir del purgatorio para perseguir gente.
47
Preparándose para el Cielo
Es el momento de decir algo acerca de la doctrina sobre el Purgatorio, que ha sido muy mal
entendida e incluso negada, y que los Ortodoxos orientales llaman: el lugar de expiación.
Desafortunadamente, al Purgatorio se le ha dado muy mala prensa. Mucha gente ha crecido con una
imagen del Purgatorio como si fuese hediondas piscinas de fuego en las cuales las almas santas
desnudas suben y bajan como papas fritas en una casa de comidas rápidas al paso. El Concilio de
Trento condenó el transformar el castigo temporal del Purgatorio en algo horroroso. (“La Iglesia da
el nombre de Purgatorio a aquella purificación final de los elegidos, que es completamente diferente
al castigo de los condenados”16). Santa Catalina de Génova, quien escribió un maravilloso libro
sobre el Purgatorio, mantuvo sobre la base de sus experiencias místicas que consiste en un gran
avance sobre la condición de ésta vida, y que las almas santas no tienen más lamentos que el de aún
no haber llegado finalmente a su lugar en el cielo.
“Así como con el paraíso, Dios no le ha puesto puertas. Quien quiere puede entrar allí. Dios
sumamente misericordioso nos espera allí con sus brazos abiertos para recibirnos en su Gloria.
También veo, sin embargo, que la divina esencia es tan pura y llena de luz, mucho más de lo que
podemos imaginar, que el alma que tenga la mínima imperfección se arrojaría a mil infiernos antes
que presentarse de esa manera ante la presencia divina. La lengua no puede expresar ni el corazón
comprender, el significado pleno del Purgatorio que el alma acepta voluntariamente como un acto de
misericordia, sabiendo que el sufrimiento que allí padece no tiene importancia comparado con la
remoción del impedimento que le dejó el pecado. El mayor sufrimiento de las almas en el Purgatorio,
así me parece a mí, es el conocimiento de que algo en ellas desagrada a Dios, que han ido
deliberadamente en contra de su grandiosa bondad. En estado de gracia, estas almas captan
perfectamente el sentido de lo que les impide llegar hasta Dios. Esta convicción es tan fuerte, de lo que
he comprendido hasta este momento en mi vida, que por comparación toda palabra, sentimiento,
imagen, idea sobre la justicia o la verdad, me parece completamente falsa. Estoy más confundida que
satisfecha con las palabras que he usado para expresarme, pero no encontré nada mejor para expresar
lo que he experimentado. Todo lo que he dicho es nada en comparación con lo que siento en mi
interior, el testimonio de la correspondencia del amor entre Dios y el alma; cuando Dios ve al alma tan
pura como cuando estaba en sus orígenes, se acerca a ella con una mirada, la toma y la une a Él con
tan fuerte amor que podría aniquilar al alma inmortal. Actuando así, Dios transforma al alma en sí
mismo, que ya no conoce otra cosa sino a Dios, y Dios continúa atrayendo al alma hacia su fuerte
amor, hasta que Él la restituye en un estado tan puro como en el que fue creada originalmente.
Mientras Dios va atrayendo al alma hacia sí, ella se siente como derretirse en el fuego de ese amor de
este Dios tan dulce, que Él no cesará hasta que lleve al alma a su perfección. Esta es la razón por la
cual el alma busca erradicar cualquier tipo y todo género de impedimento, para poder ser elevada hasta
Dios; y estos impedimentos son la causa de los sufrimientos de las almas del Purgatorio. Estas almas
no se detienen en sus sufrimientos, sino que más bien en la resistencia que sienten en sí mismas contra
la voluntad de Dios, contra su intenso y puro amor determinado totalmente a atraer hacia sí al alma. Y
veo rayos de luz partiendo del amor divino hacia la creatura, tan intensos y fuertes como para aniquilar
no sólo el cuerpo, sino también, si esto fuese posible, al alma. Estos rayos purifican y por eso en
cierto modo aniquilan. El alma se transforma como el oro que se vuelve cada vez más puro cuando
más se lo somete al fuego, y se le quita toda impureza”17.
Cambiaría a Nueva York en cualquier día de la semana por el Purgatorio. Es claramente
superior a Nueva Jersey, donde comencé mi vida. Y en verdad lo busco con esperanza, porque me
gusta viajar y conocer nuevos lugares, y tengo ya muchos amigos en el Purgatorio. Una vez allí,
estás seguro de la vida eterna, lo cual lo convierte en algo mucho más gozoso que nuestro terrorífico
viaje aquí, al cual, de acuerdo a San Pablo, deberíamos realizarlo con temor y temblor.
Los Protestantes siempre han malinterpretado el sentido del Purgatorio, a pesar de que hoy
en día pareciera oírseles rezando por los muertos en los funerales. (No tiene sentido rezar por las
16
17
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1030-1031.
Catherine of Genoa: Purgation and Purgatory, The Spiritual Dialogue (Catalina de Génova, Purgación y
Purgatorio, Diálogo Espiritual), ed. Serge Hughes and Benedict j. Groeschel (Nueva York, Pualist Press, 1979), 78-79.
48
almas si no hay Purgatorio, porque entonces el alma o estaría en el cielo o en el infierno). La Iglesia
siempre ha enseñado que sólo Cristo nos salva y merece nuestra salvación. Nosotros ciertamente no
hacemos eso en el Purgatorio. Nunca nadie enseñó que así fuera. El argumento más sucinto que he
oído una vez sobre el Purgatorio provenía de un caballero Protestante, el Dr. Samuel Johnson. En
una de sus numerosas discusiones con Boswell, le dijo en respuesta a una pregunta:
“¿Qué piensa usted sobre el Purgatorio, tal como lo consideran los Católicos Romanos?”
Johnson: “¿Por qué pregunta eso? es una doctrina inofensiva. Existe la opinión que, gran parte de la
humanidad, no es tan obstinadamente malvada como para merecer el castigo eterno, ni que es tan
buena como para merecer ser admitidos en la sociedad de los espíritus bienaventurados; y por eso es
que Dios es tan bondadoso de permitir un estado intermedio, donde puedan ser purificados por
ciertos grados de sufrimiento. Como usted verá, no hay nada de irrazonable en esto”. Boswell:
“Pero, entonces, ¿las misas por los muertos?” Johnson: “¿Porqué lo pregunta? Si una vez se ha
establecido que hay almas en el Purgatorio, es propio rezar por ellas, como lo hacemos por nuestros
hermanos que aun están en esta vida”.
Santa Catalina de Génova, siendo una mística y no una literata como el Dr. Johnson, nos dio
una visión más profunda. Para ella, el Purgatorio, es un don de la misericordia de Dios que nos
permite cooperar con su gracia para remover todos los obstáculos que ponemos entre nosotros y su
amor. En las siguientes frases de su libro, Catalina nos da la explicación a aquellas imágenes
distorsionadas que parecen contradictorias con las palabras de la Sagrada Escritura que afirma que:
las almas de los justos están en las manos de Dios (Sab 3, 1).
“Veo que los sufrimientos de las almas en el Purgatorio, pueden ser soportadas por dos motivos.
El primero es la voluntad de sufrir, la certeza que Dios ha sido más misericordioso con ellas a la luz de
lo que merecían y lo que Dios les ofrece. Si la misericordia de Dios no atempera su justicia, la justicia
que fue satisfecha por la Sangre de Jesucristo, un solo pecado hubiese merecido mil infiernos eternos.
Entonces, sabiendo que sufren justamente, estas almas aceptan el orden establecido por Dios y no se
les ocurriría hacerlo de otra manera. El otro motivo que sostiene a estas almas es un cierto gozo que
siempre es deficiente, pero que de todas maneras, aumenta cada vez más en la medida que se acercan a
Dios. Se regocijan por lo que Dios ha ordenado, por su amor y su misericordia, en la cual cada alma ve
según su capacidad. Estas visiones no son esfuerzos propios de las mismas almas. Son vistas en Dios,
en quien están más absorbidas que en sus propios sufrimientos, pues la breve visión de Dios sobrepasa
por mucho todo gozo o padecimiento humano”18.
Difícilmente podemos pintar una imagen horrible del Purgatorio y, al mismo tiempo,
sostener que las almas de los muertos que están en su viaje hacia la realidad eterna, están seguras en
las manos de Dios. Un hecho interesante tuvo lugar en la vida de la Fundadora de las Hermanas del
Cenáculo, Santa Marie Thérèse Couderc. Pocos días antes de su muerte, sus oídos se llenaron con
cantos de hermosos coros celestiales. Lo describió así:
“No se lo que está pasando... Uno podría pensar que la enfermedad me ha sacado de mis cabales.
Desde ayer, me encuentro rodeada de una multitud que incesantemente reza y reza, con tonos
penetrantes, y una reverencia tal como jamás he conocido. Cantan también himnos con tonos
solemnes, salmos, y oraciones litúrgicas. Suplican, se lamentan con dolor, adoran a la Divina
Majestad. Adoran a la Majestad con una unidad, armonía, fe, esperanza y amor inefables. Creo que
son las almas del Purgatorio. Alguna vez por horas fui elevada junto a ellas, pues a pesar de mi misma,
estoy como obligada a unirme a ellas. Por momentos tengo miedo, pero ellas me envuelven, se
avecinan muy cerca de mí. Están sufriendo y ellas se ven con un corazón rendido. Preferiría ser librada
de esto, se lo he pedido a nuestro Señor, pero Él no me oye”19.
Cuando la santa, que estaba muriendo, le dijo esto a su Superiora General, esta le aconsejó
que hablara de esos cantos con su director espiritual. La Superiora General escribe:
“Cuando la visité de nuevo, me miró con una sonrisa y me dijo: «El padre me dijo que no
temiera. Él cree que son las almas del Purgatorio. Ellas son amigas de Dios, porque lo aman y Él las
ama, están ante Sus Ojos como una sociedad bendita. No he dormido esta noche. No me lo
18
Catherine of Genoa, 84.
19
HENRY PERROY, A great and Humble Soul: Mother Thérèse Couderc, Foundress of the Society of Our Lady of the
Retreat in the Cenacle (1803-01885), trad. John J. Burke (Nueva York, Prensa Paulina, 1933), 220-21.
49
permitieron. He visto entre ellas a varias de las nuestras. He visto también muchos sacerdotes y
religiosos. Cuando esta mañana recibí la Santa Hostia, ellas entonaron el Te Deum. En el cuarto verso,
a pesar de mi esfuerzo de estar atenta como siempre a mi Señor, me vi forzada a seguirlas y a cantar
con ellas: Santo, Santo, Santo, el Señor Dios de Sabaoth.
Fue algo muy hermoso. Tendría que vivir muchos, pero muchos años, antes de poder olvidar
aquella armonía, esos acentos, esa reverencia con la cual nada en la tierra puede dar ni siquiera una
pequeña insinuación. Cada verso era cantado con un sentimiento adecuado a la adoración o para
significar lo que se expresaba. Cuando llegaron al último verso -En Ti, Señor, he esperado, no
permitas que sea confundido eternamente- la cantaron por lo menos diez veces, con tal humildad y
ardor, y una confianza desbordante de amor. Están allí todo el tiempo. No puedo entender porque
ustedes no las oyen. ¿Acaso no las escuchan ahora?»
De nuevo me dijo: «Son una multitud. Entre ellas hay voces de hombres, voces de mujeres, voces
de niños... ¡O, como rezan: como cantan! ¡Si pudiéramos rezar como ellas lo hacen! Que bajo, que
inferior en comparación es nuestro modo de rezar. ¿Dónde está nuestra reverencia?»”20
Si uno piensa en la muerte, es útil pensar en lo que viene después de ella. En el argumento
del Dr. Johnson, señala, que la mayoría de nosotros seremos llevados al Purgatorio, así que no es
una mala idea gastar un poco de tiempo en pensar en la maravillosa preparación para nuestra
entrada final en el Reino de Dios. Si tú fueses un santo canonizable, no te hará falta, pero si no lo
eres, pienso que es un tiempo bien empleado.
La muerte es asombrosa
A pesar de la seguridad que nos da la fe y que nuestro Divino Salvador dio a los Apóstoles,
la muerte permanece un evento asombroso. Asusta. Tengo amigas, aquí en Nueva York, las
hermanas Dominicas de Hawthorne, quienes literalmente viven con la muerte. Su comunidad se
hace cargo sólo de quienes se están muriendo de cáncer, especialmente la gente pobre que no puede
afrontar los gastos. Piensa en eso. Si enseñas en una escuela, tus alumnos vivirán más de lo que tú
lo harás, y, tú esperas que alguno de ellos recordará algo de lo que le has enseñaste. Para estas
hermanas, el éxito final en su apostolado es ver a una persona morir en paz, y santamente. Es una
vocación maravillosa, pero sumamente desafiante, porque incluso para estas hermanas, la muerte es
un ladrón de las personas que han conocido y con las cuales han trabajado. Sin embargo, si uno
visita una de sus varias casas para moribundos, uno no saldrá con un terrible miedo a la muerte. Las
hermanas deben enfrentar constantemente las mismas preguntas que tú y yo debemos afrontar: ¿Por
qué? ¿Por qué una joven madre muere de cáncer? ¿Por qué gente que ha vivido una vida tan útil
debe morir de manera tan dolorosa?
Esto nos lleva a las sorprendentes preguntas sobre la muerte. Frecuentemente la muerte llega
de una manera terrible, completamente imprevisible y para quienes son totalmente inocentes.
Cuando por primera vez escribía estos artículos, un conductor de camión llevando un gran tanque
de gasolina ingresó en el cruce del ferrocarril y se encontró con un gran tapón de tránsito delante de
él. De repente la campana comenzó a sonar, avisándole que el tren se aproximaba. No pudo quitar el
camión de las vías lo suficientemente rápido. Intento ir hacia atrás, pero las barreras habían bajado
sobre el camión. El maquinista lo vio, y puso el motor en reversa, pero el tren no se pudo detener
tan rápidamente y golpeó al camión de gasolina a una velocidad de más de 55 Km. por hora. El
conductor murió quemado junto con otras cinco personas que esperaban en el cruce. Un hombre
anciano fue arrojado del auto, y se lo vio corriendo en llamas por la calle, mientras que su amada
esposa nunca pudo salir del auto. ¿Por qué? No lo sé.
La muerte nos enfrenta a un elemento misterioso en la vida. En la sociedad contemporánea,
negamos la existencia de lo misterioso. Hay muchas cosas misteriosas – la vida, el amor, las
tinieblas- pero ¿qué más misterioso que la eternidad? Si no puedes afrontar el misterio, esta vida te
volverá loco, o te hará cínico, o te llevará a una terrible depresión. La vida está llena de preguntas
sin respuesta. Para ser honestos, si no buscamos respuestas a estas preguntas, seríamos todos
corderos. El misterio da al sufrimiento humano su gran dignidad. La muerte nos lleva directa e
20
50
Ibid., 221.
inevitablemente a confrontarnos con lo misterioso de la vida. Esto es verdad, ya sea la muerte
previsible o inesperada, sea que se la reciba bien como la muerte de una persona muy enferma que
desea ir a su casa, o sea que se la mire como la peor cosa posible – como la enfermedad de un
pequeño niño o una persona que tiene toda la vida por delante. Por eso la muerte, casi siempre, es
algo misterioso. Pero ¿qué debemos hacer en el caso de este misterio? Personas de cualquier
religión y en todo el mundo, cada grupo racial, toda cultura, ¿qué hacen cuando llega la muerte?
Rezan. Aún los no creyentes rezan. Puede que no recen en ningún otro momento, pero rezan ante la
presencia de la muerte, porque la muerte le da a la vida ciertas dimensiones, su misterio y su
significado. La muerte es el marco de la vida. Mientras transitamos por la vida necesitamos
aprender las lecciones que la muerte nos pueda enseñar. Para los cristianos, el acercarse de la
muerte contiene un gran mensaje: Jesucristo quiso identificarse con nosotros hasta tal punto que
estuvo dispuesto no sólo a morir, sino también a soportar una muerte terrible y dolorosa.
La muerte de una estrella
Descubrí un hermoso testimonio que nos revela el sentido de la muerte, y estaba, entre todos
los lugares posibles, en la sección deportiva del New York Times. Arthur Ashe, la estrella del tenis
que contrajo Sida por una transfusión de sangre, en un artículo escrito después de su muerte, se
testifica lo que dijo a un grupo de estudiantes de una escuela en su período terminal:
“Poseo la fe religiosa. He crecido en el sur, entre familias de color y teniendo a la Iglesia como
punto central de mi vida... Y recordé algo que Jesús dijo en la Cruz: «Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?» Recuerda, Jesús fue pobre, humilde, de una minoría marginada... Y Jesús de hecho hizo
esta pregunta, por qué el inocente debe sufrir. Yo no soy inocente, quiero decir que estoy lejos de ser
un ser humano perfecto. Pero ustedes se preguntarán: «¿Por qué yo?», y entonces yo pienso: «¿Por qué
no yo?».
¿Por qué no tendría que sufrir lo que otros también han sufrido? Y debo pensar todas las cosas
buenas que han sucedido en mi vida: el tener un esposa maravillosa, una hija, una familia y amigos, de
haber ganado Wimblendon y el Abierto de los Estados Unidos, y haber jugado y dirigido el equipo de
la Copa Davis, haber recibido una beca para la UCLA, todo tipo de cosas buenas. Se preguntarán:
«¿por qué yo?» A veces no hay explicación para las cosas, sobre todo las que son malas”.21
Arthur Ashe no era un líder religioso, pero era un hombre de fe. Estoy tan agradecido que un
laico y una estrella tan respetable, haya hablado sobre el tema para los cristianos. Hay que
concentrar la atención en la muerte, el hecho de que el Hijo de Dios vino y no murió de una muerte
cómoda, rodeado de sus santos discípulos como San Francisco o Gautama Buddha, o incluso p.
Damián rodeado de sus queridos leprosos, los santos frecuentemente han tenido una hermosa
muerte rodeados de discípulos que cantaban y rezaban al Señor. Sin embargo Jesús murió rodeado
de sus enemigos y soportó por nosotros la muerte más difícil. Eso fue una verdad consoladora para
Arthur Ashe, y también puede serlo para ti.
La muerte no es para siempre
Cuando pienses en la muerte de tus seres queridos, ten presente que la muerte no te los roba
para siempre. Nos roba ahora alguien que amamos y necesitamos mucho. Podemos estar muy
enojados contra la muerte y contra Dios quien permite que ella nos los robe. Recuerda que Dios
mismo vino y tomó sobre sí la pesada carga de una dolorosa, miserable y horrible muerte por
tortura. Mientras nos quejamos, sabemos que Él lo sufrió antes que nosotros. Esto no responde
todas las preguntas, pero la Cruz pone estas preguntas en su justa perspectiva.
Aprendiendo de la muerte
La muerte es una influyente maestra y tiene muchas lecciones para darnos. Aprende de la
muerte que nada en este mundo dura para siempre, que en esta vida todo pasa. Aprende de la muerte
a no apegarte a nada de tal manera que no puedas irte sin eso. En cambio, aprende a dirigir todas tus
“The changing Faces of Arthur Ashe: From Private Pain to Public Servicio”, en New York Times, Sección
Deportiva, Domingo 25 de Octubre de 1992.
21
51
cosas a la eternidad. No te sientas tan cómodo con nada en este mundo, porque no estarás preparado
para dejarlo. La fe nos da el inmenso consuelo de saber que todas las cosas buenas, cosas que
tuvimos en esta vida, nos serán restituidas al otro lado de la tumba pero de un modo inmensamente
más hermoso. Es natural que le tengamos miedo. No sabemos cómo es la muerte. Ni el ojo vio, ni el
oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman (1Cor 2, 9).
Pero sabemos, pues Cristo nos dice: En la casa de mi Padre hay muchas mansiones (Jn 14, 2).
Deseo tanto, en atención a los creyentes y a los que buscan saber sobre esto, al punto que he
suplicado por una prolongada enfermedad terminal. Espero que el Señor me de tiempo para grabar
algunas reflexiones sobre la actitud cristiana ante la muerte mientras me esté muriendo. Ese tipo de
testimonios deberían ser convincentes. Ya hablé con las hermanas de San Pablo, que publican
videos, y con las Dominicas de Hawthorne, que cuidan a los moribundos, y tal vez podamos llegar a
un acuerdo. Ellas traerían las cámaras, mientras me reciben en la casa del Rosario. Veremos si para
entonces estoy lúcido como ahora. Debería contraer cáncer lo más pronto posible, si es que voy a
contraer algo, para poder ir a la casa del Rosario. Quisiera dar este mensaje: «No huyas de la
muerte. No luches contra la muerte. Y cuando la muerte te esté robando algún ser cercano, por
Dios, reza. Reza prolongadamente, reza bien, reza incluso desesperadamente, reza desde lo más
profundo de tu corazón. Es patético asistir a funerales en los cuales nadie reza».
Dolor bien asumido
Cuando Santa Mónica estaba muriendo, sus dos hijos, Agustín y Navigius, dijeron algo al
respecto: “Madre, soporta. Tomaremos un barco y te llevaremos de regreso a África así podrás ser
sepultada en tu tierra natal”. Mónica no estaba interesada en los funerales, estaba interesada más
bien en las oraciones y especialmente en que ofrecieran el sacrificio del Cuerpo y Sangre de Cristo
por su alma. Agustín recuerda:
“Porque ella cuando sintió la muerte no pensó en que su cuerpo fuera suntuosamente sepultado ni
embalsamado con aromas; no deseó que se le alzara ni se preocupó de ser inhumada en su tierra natal.
Nada de eso nos mandó, y su único deseo fue que la recordáramos ante tu altar, en el que ella sirvió
sin faltar una vez cuando sabía que en alguna parte se iba a ofrecer la víctima santa por cuya
inmolación fue anulado el decreto que nos era contrario (Col 2, 14) y fue dominado el enemigo que
lleva cuenta de nuestros pecados para enrostrarnos con ellos, pero nada puede en aquel por quien lo
vencemos... A este sacramento de redención ligó su alma tu sierva con el vínculo de la fe. Que nadie le
quite tu protección; que no se interpongan el león ni el dragón, ni por la fuerza ni por la insidia; porque
ella no va a responder que nada te debe, ya que si tal dijere refutaría y la tendría consigo mañoso
acusador. Dirá, en cambio, que sus pecados le han sido perdonados por aquel Señor, al que nadie
puede devolver lo que pagó por nosotros sin obligación.
Que descanse pues en paz, con su marido único, pues ni antes ni después de él se casó con otro;
con el marido a quien sirvió y a quien como fruto de su paciencia ganó para ti. Y tú, Señor y Dios mío,
inspira mis hermanos, hijos tuyos y señores míos a quien sirvo con la voz, con la pluma y con todo el
corazón; inspira a quienes esto leyeren que se acuerden ante tu altar de su sierva Mónica y de Patricio,
el que fue su esposo; pues por la obra de carne de los dos me trajiste a esta vida de un modo que no
conozco. Que se acuerden los que fueron mis padres en esta vida transitoria de los que son mis
hermanos en la Santa Madre, la Iglesia Católica, siendo tú nuestro Padre común; y también mis
compatriotas en la Jerusalén eterna por la cual suspira tu pueblo peregrino desde la partida hasta el
retorno; para que lo que mi madre me pidió en su último deseo le sea dado con creces por la oración
de muchos, lo mismo que por estas mis confesiones y mis asiduas plegarias”22.
Que cosa más amable y benéfica puede uno hacer por un difunto que ofrecer el Sacrificio de
Cristo por él. Que hermoso y consolador es rezar por el difunto en su viaje. No tenemos idea como
será ese viaje. No sabemos si ya serán santos en la maravillosa realidad mística del cielo, por eso
recemos con ellos. Los Santos viven en la celebración del Misterio Pascual del cual la Liturgia de la
Misa en este mundo es sólo su reflejo sustancial. En la liturgia, en que ellos participan, Cristo es el
Sumo Sacerdote. Aquí, en este mundo, nosotros pobres hombres llamados sacerdotes estamos en su
lugar, siguiendo su mandato.
22
52
SAN AGUSTÍN, Confesiones, L. IX, c. 13.
Acomoda tu mente para considerar la muerte como se supone que lo hagamos. Ella puede
elevar tus ojos hacia la eternidad. Y cuando se trata de una muerte dolorosa, una muerte que puede
hacerte enojar, que parezca injusta e inmerecida –por ejemplo, una persona inocente asesinada por
malicia- lo más importante es rezar. Debemos recordar entonces que este inocente ha recorrido un
muy corto pasaje hacia la luz de Dios. A pesar de cuan dolorosa pueda ser su muerte, no importa
cuan atormentados sean sus cuerpos con el sufrimiento, los muertos pasan a través de un muy corto
pasillo. Si están preparados, entran inmediatamente en la vida eterna. Rezamos por nuestros
queridos difuntos en su viaje, para que ya puedan estar en paz con Dios. E incluso nos dice la
hermana Faustina, la mística de la Divina Misericordia, que ella cree que Cristo dialoga con el alma
en su camino hacia la perdición. Ella escribe que le fue revelado que cuando ninguna voz humana
puede hablar con el moribundo, Cristo mismo viene y llama esa alma23. Yo lo creo. Cristo no murió
en la Cruz, no soportó lo que soportó en su vida, para que las personas se pierdan. Si yo estuviera en
camino de perderme [y San Pablo dice que deberíamos “trabajar” por nuestra salvación con temor y
temblor (Fil 2, 12)], podría mirar a los ojos misericordiosos de Cristo y decir: “¿No?” La respuesta
es que no me puedo salvarme a mí mismo, pero debo dar mi consentimiento a mi propia salvación.
De qué modo Dios llama a dar este consentimiento es algo muy misterioso. Deberíamos estar
esperanzados incluso por los que han llevado una vida de pecado. No estés celoso de ellos. Nosotros
hemos recibido mucho más que ellos. Muchos aparentemente no han recibido mucho. Tal vez
fueron ricos, tal vez sus vidas estuvieron llenas de placer, pero era tan sólo una hueca burbuja. Tú y
yo somos las personas verdaderamente ricas. Si tenemos la fe y los sacramentos, somos
verdaderamente ricos, con un tesoro que no perece.
San Juan de la Cruz enseña que el sol, la luna, las estrellas, la tierra, el mar, el tiempo, la
eternidad y la Madre de Dios, todo nos pertenece. No podemos ser pobres. No podemos ser
completamente desafortunados. Tenemos a los ángeles y santos por amigos. ¿Quién posee la tierra?
Nuestro Padre Celestial. Nosotros no somos pobres. Los mundanos, los no creyentes, los
manipuladores, los que usurpan, ellos sí son pobres. Han invertido sus vidas en basura. Invierte tu
vida en la eternidad si eres un creyente. Fíjate que los que tienen salud y son verdaderamente
creyentes actúan de la misma manera que los otros creyentes. Son generosos con lo que tienen.
Tienen ante sus ojos muy claro que sólo se llevarán con ellos lo que hayan dado.
La muerte nos llega a todos
Este capítulo ha sido dedicado al dolor que experimentamos cuando la muerte nos arrebata a
aquellos que amamos y necesitamos, pero finalmente la muerte nos llega a todos. Si quieres puedes
mirarlo no como un robo sino como un envío. La muerte nos llega a todos. Es nuestro pastor, tanto
tuyo como mío. En esto debemos tener esperanza. Jesucristo nos muestra que los más pobres de los
pobres pueden ser salvados. El salvó un ladrón en el momento que moría en la Cruz. Este sólo
hecho debería darnos una gran esperanza. Quizás algún lector haya sido estafado. El tío de alguna
persona puede haber sido un embaucador. Alguien en nuestra familia fue un borracho... No pierdas
la esperanza. Recuerda al buen ladrón; él estaba colgando en la Cruz cuando fue salvado. Santa
Ángela de Folingno, la mística franciscana, escribe que ella cree que hay personas que a algunos
podría parecerles que se han perdido en el infierno pero fueron elevadas al cielo.
¿Y qué decir sobre tu muerte, mi muerte? Asusta. Nunca hemos estado allí antes. Los
efectos físicos de la muerte son desastrosos. Una vez llevé a un niño pequeño de la Villa de los
Niños al funeral de su hermano, que había sido asesinado. Él me preguntó: “Cuándo él esté aquí en
el cajón ¿me podrá hablar?”. Me resultó tan triste que le tuve que explicar que su hermano ya no
podía hablar.
Hace no mucho tiempo atrás, celebré un funeral en el barrio de Harlem, para una anciana
mujer llamada Vivian. Era una mujer muy devota, amable, gentil y vivía en un pequeño negocio
frente a la Iglesia. En su avanzada edad estuvo verdaderamente muy enferma como para poder salir.
23
Rev. George Kosicki, C.S.B.; Now is time for Mercy (Ahora es tiempo para la Misericordia) (Steubenville, Ohio;
Universidad de Prensa Franciscana, 1991), 8-11.
53
Su familia estaba anotada en nuestra lista de familias para distribuir canastas de alimento, y por eso
me llamaron para hacerle el funeral. Fui caminando hacia el lugar del funeral con su esposo, un
digno y amigable caballero. Yo no sabía el primer nombre de amabas personas porque estaba
acostumbrado a llamarles “abuelo” o “abuela”. Tenían suficientes años como para que pudiera
decirles así. Entonces el “abuelo” y yo entramos juntos en la casa funeraria, y nos detuvimos al lado
del féretro. “Ella era la mujer más fina del mundo... la mujer más fina del mundo”. Él repetía y
repetía eso. Al final de la breve ceremonia, los invité a rezar por la “abuela” en su viaje. Ellos
pensaron que era algo razonable que debíamos hacer. El “abuelo” se acercó al ataúd antes de que
nos fuéramos. Permaneció allí parado con gran simplicidad con sus manos sobre el ataúd repitiendo
una y otra vez: “te amo”. Fue hermoso y solemne. No olviden esto: algún día será tu funeral.
Asegúrate entonces de vivir de tal modo que sea a la vez dolorosa y hermosa para quienes dejes
atrás.
Hace poco un hombre se me acercó después de una conferencia y me susurró: “mi esposa no
sabe esto, pero me estoy muriendo de cáncer”. Le respondí: “Yo me estoy muriendo de vivir, así
que recemos el uno por el otro”. Todo tenemos una enfermedad terminal. Se llama vida.
La muerte aparece delante de nosotros como una gran puerta. Es asombrosa porque es
mucho mayor que cualquier otra realidad que alguna vez hayamos tenido que enfrentar. Resume
todo lo que ha sucedido y lleva a su fin todo lo que podría haber sucedido. Es una puerta grande y
silenciosa. Pero para la persona de fe, se convierte en un misterio atrayente. Cuando pasan los años,
uno se cansa de los conflictos y dolores. Uno desea fuertemente la realización de los más profundos
anhelos del corazón humano, la paz para los conflictos de fuera y de dentro, un lugar libre de
peligros y decepciones, relaciones no disturbadas por cambios y libres del egoísmo. Uno espera ver,
al fin, la belleza de Dios, que nos ha convocado a lo largo de la vida, brillando aquí y allí. Las
palabras del Salmo adquieren, mientras uno se va poniendo viejo, un gran significado: amo, Yahveh,
la belleza de tu Casa, el lugar donde reside tu gloria (Sal 26, 8). Uno quisiera abrazar de nuevo
seres queridos que se han ido hace ya tiempo, desde la niñez y la adolescencia. La muerte se vuelve
una posibilidad de regresar a la casa de nuestro Padre. Para los creyentes, empieza a perder el sabor
amargo y punzante del cual San Pablo habló, y comienza a asemejarse a lo que la muerte debió
haber sido antes de la Caída, el paso a un lugar mejor, un llegar a casa después de un muy largo
viaje.
El Cardenal Newman, quien vivió hasta sus noventa años, escribía con frecuencia acerca de
la muerte. En esta oración, llamada “Dios, el único que permanece para siempre”, nos muestra un
gran trato con Dio y con la eternidad.
“Oh mi Dios, eres siempre tan nuevo, a pesar de que eres también el más antiguo. Sólo Tú eres el
alimento para la eternidad. Yo he de vivir para siempre, no por un breve tiempo, y no tengo poder
sobre mi propio ser; no puedo destruirme, incluso si estuviera tan fuera de mi que quisiese hacerlo.
Debo seguir viviendo, con inteligencia y conscientemente por siempre, a pesar de mi. Sin Ti, la
eternidad sería otro nombre de la eterna miseria. Solo en Ti puedo tener aquello capaz de sostenerme
para siempre; sólo Tú eres el alimento de mi alma. Sólo Tú eres inextinguible y siempre me ofreces
algo nuevo por conocer, algo nuevo para amar. Al final de millones de años podré conocerte un poco,
que me parecerá estar recién comenzando. Al final de millones de años encontraré en Ti la misma, o
mejor, mayor ternura que al inicio, y me parecerá entonces sólo el principio del gozar de Ti; y así por
toda la eternidad me parecerá ser un niño pequeño a quien siempre se le enseña los rudimentos de tu
Infinita Naturaleza Divina. Porque Tú mismo eres la sede y centro de todo lo que es bueno, la única
sustancia en este universo de tinieblas, y el cielo en el cual los espíritus bienaventurados viven y se
gozan.
Mi Dios, te elegí como mi heredad, mi porción. Por simple prudencia doy las espaldas al mundo
para dirigirme a Ti; lo dejo por Ti. Renuncio a lo que él promete por Aquel que lo formó. ¿A quién
más debería ir? Quiero encontrarte aquí y alimentarme de Ti; deseo alimentarme en Ti, Jesús, mi
Señor, que has resucitado, ascendido a lo alto, y que aun permaneces con los tuyos en la tierra. Miro
hacia Ti, miro al Pan Vivo que está en el cielo; que viene del cielo. Dame siempre de este Pan.
54
Destruye esta vida, que pronto perecerá; a pesar de que Tú no la destruyas, y cólmame de la vida
sobrenatural que nunca muere”24.
Esto es algo como para pensar cuando vayas a un funeral. Mira al cadáver y di: “¿Dónde
está tu alma?”. Tal vez el difunto ha entrado, como los santos, inmediatamente en su lugar para
siempre; recuerda, uno debe ser completamente puro e inocente para ir al lugar de la absoluta
inocencia y pureza. Por eso, si piensas evitar el Purgatorio, puedes llevarte una gran desilusión. Nos
esforzamos por aceptar completamente la salvación cuando estamos en la tierra, pero la mayoría de
nosotros nunca hemos abierto el corazón completamente a la salvación. Esto es lo que sucede en el
Purgatorio. Dios no cambia mientras nosotros estamos en el Purgatorio. Somos nosotros quienes
cambiamos.
¿A qué se parece?
Puede que sean algunos, o muy pocos, o incluso que, ninguno de los que nosotros queremos,
entre en la vida eterna. Es realmente demasiado terrible escribir algo sobre eso. Es una realidad tan
estremecedora como el que Jesucristo haya muerto para que seamos salvados del infierno. Prefiero
más bien dirigir la atención hacia nuestra meta eterna. Frank Sheed solía decirme: “He oído una
docena de buenos sermones sobre el infierno, pero nunca escuché un buen sermón sobre el cielo”. Y
el Señor sabe, que yo no podría predicar uno. Ese antiguo gran apologista católico decía: “Todos los
predicadores me parecen capaces de celebrar una liturgia eclesial eterna, que no resulta muy
atractiva. (He estado en liturgias eclesiales que me parecían interminables). Puedes imaginarte un
sin número de monaguillos llevando incienso en una procesión o el Coro Mormón en una grabación
interminable. Ninguna de estas cosas es algo terriblemente atractivo”. ¿A qué se parece el cielo? No
te lo puedo decir, pero tenemos un indicio y está precisamente en la Biblia. Estas palabras son,
lamentablemente, poco familiares a la gente. Recientemente estuve presente en las exequias de un
hombre que murió de Sida pero que había sido un carismático muy activo. Fue un hombre muy
devoto desde que volvió a la Iglesia y aun no sabía que ya tenía Sida por su vida anterior. Estaba
bien preparado. Cuando leí estas palabras, había otros carismáticos presentes, y nadie parecía saber
en que parte de la Biblia se encontraban estas palabras. Inclusive los Protestantes Evangélicos que
estuvieron presentes no parecían estar familiarizados con estas palabras. Yo estaba sorprendido. Yo
las leo seguido. Están en las últimas palabras de la Biblia. Nos dicen algo sobre a que se parece el
Reino de Dios.
Luego vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él. El cielo y la tierra huyeron
de su presencia sin dejar rastro. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono;
fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro libro, que es el de la vida; y los muertos fueron
juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras. Y el mar devolvió los muertos que
guardaba, la Muerte y el Hades devolvieron los muertos que guardaban, y cada uno fue juzgado
según sus obras. La Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego - este lago de fuego es la
muerte segunda - y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.
Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva - porque el primer cielo y la primera tierra
desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo,
de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía
desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos
serán su pueblo y él Dios - con - ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá
ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado». Entonces dijo el que
está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo». Y añadió: «Escribe: Estas son palabras
ciertas y verdaderas». Me dijo también: «Hecho está: yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin;
al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis. Esta será la herencia del
vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para mi (Ap 20, 11-; 21, 1-7).
¡Yo creo esto! Yo lo creo completa y absolutamente, a pesar de las palabras mismas, porque
son palabras humanas, incapaces de comunicar o contener la realidad completa. Pero cuando la vida
24
John Henry Newman, Meditations on Christian Doctrine, XXIII, Prayers, Verses and Devotions, XXIII, (San
Francisco 1989), 443-44.
55
pierde su sentido, cuando las cosas parecen totalmente imposibles, y todo está perdido, y
experimento una de esas pequeñas muertes que nos preparan a todos para la gran muerte, cuando
esto sucede, pienso en esas palabras. Y digo: Yo sé que mi Redentor vive, y que en el último día,
resucitaré del polvo (cfr. Job 19, 25). Amen.
Oración
Oh Santo Espíritu, ilumina mi mente para que la muerte no sea mi enemiga, que no la tema
de una manera no conveniente para un cristiano, que no huya de la muerte, para que cuando la
muerte llegue y se lleve a mis seres queridos, pueda recibirla bien, como una liberación de esos
seres de este valle de lágrimas, a pesar que yo mismo quede profundamente conmovido, e incluso
privado, por su partida de este mundo. Permíteme saber que la muerte nos recuerda a cada uno de
nosotros la infinita realidad de la vida junto a ti. Permíteme ver todas las cosas en la perspectiva de
la muerte y de la vida eterna. Y no dejes que me llene de temor ante la previsión de mi muerte o la
experiencia de la muerte de mis seres queridos. Más bien, fortalece mi fe, para que en medio de este
mundo que cambia yo pueda estar siempre más cerca de Ti, que nunca cambias y que me esperas a
mí, y a mis seres queridos junto con el Padre y el Hijo en la vida sin fin. Amén.
56
CAPÍTULO 7: ¿CÓMO ACTUAR CUANDO TODO SE DERRUMBA?
¿Qué hacer cuando todo se viene abajo? Esto pasa al menos una vez en la vida de casi todas
las personas. Experimentamos un mes, o un año, o un período de tiempo cuando nada cobra sentido.
Las cosas por las cuales hemos trabajado duramente para proveer de lo necesario a otros, se
destruyen en una noche.
Puede que existan algunas personas a las cuales parece que se les ha ahorrado esta
experiencia. Parecería que en sus vidas todo está en su lugar, todo tiene sentido, todo es placentero,
o casi maravilloso. Pero, como hemos visto, esto es una falsa ilusión, porque en verdad no ocurre en
la vida de nadie. Forma parte de antiguas costumbres inglesas, que definen nuestras costumbres, el
no compartir los dolores y sufrimientos con otros. Así vivimos con la ilusión de que los demás están
viviendo un tiempo magnífico. Pregunta a los demás cómo se sienten, y te dirán: “Bien”. Y ellos te
preguntarán a ti: “¿y tú?”, y tú les dirás: “Bien”. Ninguno de nosotros está completamente bien.
Trabajar con los pobres es una bendición, ellos no dicen: “Bien”. Pregúntale cómo andan sus cosas,
y te dirán: “¡Horrible!”.
Ocurre con frecuencia que quienes han hecho lo mejor, pueden encontrarse arruinados en
sus vidas por un colapso económico, por un fracaso familiar –tal vez un matrimonio en el cual, al
inicio, dieron todo para toda la vida, pero ahora se derrumba; o alguien en quien confiaban les falla
completamente. Algunos entraron en la vida religiosa y tan sólo alcanzaron a ver cómo se arruina la
comunidad a la cual sirvieron. Uno vive rodeado por gente que ha sido castigada por la vida, de un
modo que no tiene ningún sentido. Tal vez exista por allí aquella extraña persona (estadísticamente
esto puede suceder) cuya vida se desarrolle estupendamente y que finalmente tenga una buena
jubilación. Pero también él morirá. A todos algo les falla, ¿o no? Los que hemos experimentado
momentos duros en nuestras vidas decimos: “Oh, sólo falta una muerte más: la mía”. Estamos
preparados para eso. Pero alguien para el cual la vida ha sido gentil y plácida (de los cuales hay
muy, pero muy pocos) la muerte será tan conmovedora, tan aterradora que apenas sabrá qué hacer.
En las notas del Cardenal Cooke encontré una breve línea que decía: “El hombre que ha sufrido no
temerá la muerte”.
Un tiempo para creer
Cuando se pierde todo y todo parece haber quedado en ruinas, cuando la terrible pregunta:
“¿Qué hacer cuando nada tiene sentido?” entra en tu casa, la respuesta es: ha llegado el moemnto de
madurar. Es tiempo para la fe. En el sentido más fuerte que esa palabra tiene en el Nuevo
Testamento, uno debe creer. Uno debe aferrarse a Dios. No es algo abstracto como decir: “Creo que
tiene que haber un Dios porque hay árboles hermosos y estrellas. ¿De dónde proviene todo esto?”
No, no es de este modo. Es algo muy fuerte. Es algo que quema: “Dios, tu estás ahí y yo no tengo
nada más de donde colgarme”. Uno tendría que ser capaz de poder decir: “Creo que la bondad de
Dios sacará algún bien mas grande de este terrible momento. No puede haber un bien mayor para
mi en este mundo, pero habrá un bien mayor en alguna parte, en algún lugar, tal vez para aquellos
que amo y ya están en el mundo futuro”.
Mi principal trabajo en la vida me pone en contacto con cierto número de personas cuyas
vidas se ha arruinado. Tenía la expectativa de trabajar como sacerdote-psicólogo con jóvenes
delincuentes. ¡Oh si volviesen aquellos días fáciles! Tuve que enfrentarme con problemas sencillos
como jóvenes ladrones de autos y bancos. También fui director espiritual teniendo que enfrentar
bellos y agradables problemas, tales como escrúpulos y aridez en la oración, o sacerdotes que no se
llevaban del todo bien con sus párrocos. Esos son problemas sencillos. En los años más recientes,
con los ataques de los medios contra la Iglesia y el fenómeno de los abusos sexuales y otras formas
de desastres morales, mi vida como psicólogo se ha convertido en un extraordinario desafío. Hace
poco, estuve con un grupo de psicólogos, muchos de ellos con más experiencia que yo. Todos
coincidimos que una década atrás, uno hubiera podido trabajar como psicólogo por cinco años sin
escuchar nunca un caso de abuso sexual. Ahora lo oímos por todas partes. Se estima que una
décima parte de las mujeres adultas de los Estados Unidos pueden recordar algún episodio de abuso
57
en su niñez, por parte de algún familiar, o vecino o amigo. Los terapeutas se preguntan: “¿Cómo es
que nadie habló sobre esto antes?” Diez años atrás no conocí a nadie que me haya mencionado
algún abuso sexual.
Un área en la cual no estaba advertido, era el de las fallas sexuales de algunos clérigos,
fallas en la observancia del celibato. Supe que muchos sacerdotes querían la dispensa para casarse,
pero de repente oí hablar de malos comportamientos sexuales con adolescentes. La mayoría de las
veces, cuando esto ocurre esto, incluso las mismas personas responsables se horrorizan.
Generalmente se sienten destruidos, aún cuando nadie lo sepa. Pero la experiencia más angustiante
de todas fue trabajar con las víctimas. ¿Qué puede uno decir para mitigar sus sufrimientos?
Me encontraba en medio de tales sufrimientos y desastres, cuando comencé a pensar en las
experiencias que tantos han tenido, de que se les ha destruido la vida. Sea por enfermedades
terminales o por la muerte de un ser querido, o una tragedia personal, incluso si no podemos
responder a la pregunta, “¿Por qué?”, debemos preguntarnos, “¿Qué hacer?” Tiene que haber algo
que uno pueda hacer para ayudar.
La Divina Providencia
En cualquier ocasión en que llegan hasta mi, personas que se les ha arruinado la vida,
siempre recurro a uno de mis libros favoritos: Abandono a la Divina Providencia, de Jean-Pierre de
Caussade, S.J.25
Te recomiendo vivamente que consigas este libro y medites en él, si estas en cualquier
situación desesperada. El padre de Caussade (+1751) dejó escritas una serie de conferencias a
religiosas de clausura sobre la total confianza en Dios durante los tiempos de conmoción y
escándalos morales en la Francia del siglo XVIII. Estas conferencias y algunas cartas han sido
publicadas. Soy uno de los cientos de miles que, a lo largo de los años, se han beneficiado
inmensamente de sus conferencias y cartas. Su enseñanza se encuentra resumida en la siguiente
carta a una religiosa.
“Experimento aquí el constante cuidado de la Divina Providencia, tan pronto como sacrifico
todo a Dios, que Él encuentra un remedio para todo y me hace encontrar lo que necesito. Cuando me
encuentro sin recursos, me pongo completamente en manos de la Divina Providencia. Espero todo de
Ella, he recurrido a Ella en todo y para todo; agradezco a Dios incesantemente por todo, recibiendo
todo de su divina mano. Y nunca nos falla, siempre que pongamos toda nuestra confianza en su
protección. Pero ¿qué hace la gente comúnmente? Intentan sustituir con su propia ceguera e impotente
previsión la infinitamente sabia y bondadosa providencia de Dios; se apoyan en sus propios esfuerzos,
y haciendo esto se ponen ellos mismos fuera del orden del amor divino y pierden toda la ayuda que
hubieran tenido de haber seguido ese orden. ¡Qué necedad! ¿Cómo podemos dudar de que Dios
entienda nuestros intereses mucho mejor que nosotros mismos, y que sus disposiciones de los hechos
con respecto a nosotros sea mucho más ventajosas, aun cuando no las entendamos? ¿No bastaría un
poco de sabiduría para decidirnos a permitir ser guiados con docilidad por su Providencia, más allá de
que no alcancemos a entender todos las secretas fuentes que Dios pone en acción, o los fines
particulares que Él tiene en mente?”26.
En tu vida, cuando las cosas comienzan a derrumbarse, aparentemente hechos que suceden
fortuitamente, tal vez por mala voluntad de algunos, o por una enfermedad terminal, o la muerte, o
la inseguridad económica, o la pérdida de una posición, cuando las cosas comienzan a
desmoronarse, ¡por Dios, reza! Pero no la oración que te sirva para decirle a Dios lo que Él debe
hacer. Esa no es una oración que ayude mucho. Dios ya sabe lo que tiene que hacer. Sino reza la
oración que te de la confianza de que estás en las manos de Dios.
En una Semana Santa, oí confesiones en la isla Riker, la penitenciaria de Nueva York.
Estaba en la sección que llamada “el Bing”, que es la sección para gente que ha sido rechazada
incluso de la zona de máxima seguridad. Los internos pasan 23 horas diarias en sus celdas. Sin
25
26
JEAN-PIERRE DE CAUSADE, S.J., Tratado del Santo abandono a la Divina Providencia, .
JEAN-PIERRE DE CAUSSADE, SJ, Self Abandonment to Divine Providence and Letters, (Autoabandono a la Divina
Providencia y Cartas) trad. Algar Thorold (Rockford, III.: Tan Books, 1959), 115.
58
radio, nada, tan sólo una celda. La mayoría de estos pobres hombres estaban en camino hacia “el
Bing” antes de haber puesto un pie sobre la tierra. Casi todos provienen de las más difíciles
circunstancias, y aun así algunos saben como rezar. Debo admitir que sus oraciones parecen como
si quisieran involucrar a Dios en algo. Rezan como estafadores, porque es el modo en el cual hacen
todo. Muchos están cumpliendo sentencia de por vida, en plazos ahora de cinco años, luego de diez.
Mi sermón fue muy simple: “Mantengan sus ojos abiertos, sus bocas cerradas, sus manos en sus
bolsillos, y caminen, no se escapen de los coches de la policía; y recen”. De algún modo,
misteriosamente, aun estos hombres desesperados saben cómo rezar. Tú sabes cómo rezar.
Ciertamente el rezar, es algo que todos llevamos dentro. No me refiero a las bonitas oraciones o
meditaciones, sino a la oración nacida de una fe desesperada. Tú, yo, todos sabemos cómo rezar en
los momentos de tinieblas.
Uno de mis autores espirituales favoritos, el beato Julián de Norwich, resume hermosamente
este pensamiento:
“Cuando el alma esta agitada por la tempestad, atribulada y desgarrada por las
preocupaciones, entonces es tiempo de rezar. De tal manera que vuelve al alma deseosa y capaz de
responder al llamado de Dios. Pero no existe ningún tipo de oración que pueda hacer a Dios más
atento para ayudar al alma, porque Dios esta siempre atento a socorrernos. Y por eso he visto que
siempre que sentimos la necesidad de rezar, el Buen Dios nos continúa sosteniendo en nuestro deseo.
Y cuando por una especial gracia suya, lo vemos claramente, sabiendo que no necesitamos nada más,
entonces lo seguimos y Él nos atrae hacia sí por el amor. Ya lo tengo visto, este es el incesante y
maravilloso trabajo de Dios en todo, que así sucede, que lo hace bien, que su trabajo lo realiza tan
sabiamente y con tal poder que está más allá de lo que podemos imaginar, o sospechar, o pensar”.27
Recuerdo un hombre con quien he estado trabajando, en una situación devastadora, me
mencionó la situación en la que se encontraba cuando renunció a su trabajo. Un hombre de
profunda oración y penitencia, dijo: “Es mejor perder una posición que perder el alma”. Es
importante hacer lo que ese hombre hizo cuando la vida se derrumba. Es sumamente importante
creer que aun en las situaciones más espantosas, Dios está trabajando por nuestra salvación. Por
medio de la oración, las buenas obras, de una vida de entrega, cargando la Cruz, uno puede dar a
Dios la posibilidad de sacar bienes del mal. Es tan sólo por un mal uso del misterioso poder de la
voluntad humana, que podemos detener a Dios para que no saque bienes de los males. ¿No es eso lo
que la Pasión y Muerte de Jesucristo nos dicen?
Estamos todos preocupados por la Iglesia de nuestros tiempos. Créanme, hubo un tiempo en
que estuvo peor. El peor día para la Iglesia Católica fue el primer Jueves Santo. En ese día Judas
Iscariote traicionó a Jesús por treinta piezas de plata. Los otros apóstoles huyeron. Sólo las santas
mujeres, empezando por Nuestra Señora, permanecieron fieles a Cristo. ¿Qué hicieron?
Permanecieron en vigilia orante cerca de Cristo. Parecían impotentes, pero fueron fieles. Tuvieron
fe.
Que insondables sus caminos
Déjame compartir contigo un hecho que demuestra cómo Dios esta allí en los peores
momentos. Voy a usar la historia de este hombre como un ejemplo porque fue deshonrado
públicamente por la televisión. Este sacerdote era conocido por ser muy amable, siempre dispuesto
a ayudar, y servicial, haciendo cosas de extraordinaria cortesía, más allá de sus posibilidades,
exigiéndose a sí mismo. Sucedió en una solitaria parroquia de campo que una mujer, anteriormente
casada, quedó deslumbrada con él y le insistió repetidamente, con intentos de suicidio, que se casara
con él. Este sacerdote no sabía como decir “No”. Esto lo llevó al borde de un quiebre mental. Llegó
a mi puerta en un estado de extremo agotamiento y fatiga emocional. Se había casado con esa
mujer, días atrás, ante un juez de paz, incluso sin haber avisado a nadie que iba a abandonar el
sacerdocio, porque el día anterior a que esto pase, él no tenía intención de hacerlo. Pareció que
había sido automáticamente expulsado del sacerdocio, suspendido de todas sus funciones
27
Daily Readings with Julian of Norwich, ed. Robert Llewelyn, trad. Sheila Upjohn (Springfield, III.: Templegate,
1985), cap. 43, n. 14.
59
eclesiásticas, y expulsado de su orden religiosa. Estuvo con esta mujer sólo un día. La dejó y fue
inmediatamente a ver un amigo, quien me llamó y me pidió que lo ayudara. Hablé con algunos
canonistas, poniendo atención en que todo había ocurrido bajo coacción. El matrimonio era moral,
canónicamente, e incluso probablemente, también civilmente inválido. Este matrimonio aparente se
había realizado bajo una extrema presión psicológica. Él no tenía intención alguna de regresar con
esta mujer. No creo que haya tenido intención de estar con ella desde el principio, pero temió que
ella llevara a cabo sus amenazas de suicidio.
Hizo un retiro con nosotros. Porque el matrimonio era tan dudoso, con el consejo de un par
de canonistas, acepté que concelebrara en las Misas durante ese retiro. Tuve ciertos escrúpulos en
permitir esto, pero como verán, fue la cosa justa que había que hacer. En el último día del retiro,
hablé a los sacerdotes sobre las postrimerías –juicio, infierno y cielo. (No tengo fama de ser el
“Doctor que hace sentir bien”). Hablé sobre la vida y la muerte. El día anterior, este hombre estuvo
todo el día sentado en la capilla llorando. Sus años como sacerdote, al menos como un sacerdote
activo, probablemente habían terminado. Cuando por la tarde volví de dar clases, una ambulancia se
estaba alejando de la casa de retiro. La presión de todo esto lo llevó a la muerte. Sufrió un fatal
ataque al corazón, sobrevivió tan sólo lo suficiente para que otro sacerdote le diera los últimos
sacramentos. Literalmente, su vida no sólo había sido arruinada; sino que había sido destruida.
Había rezado desconsoladamente con muchas lágrimas de arrepentimiento. En sus misteriosos
caminos, Dios lo libró de lo que tal vez la Iglesia no lo hubiera podido librar. Hay cosas peores que
la muerte.
En este preciso momento, alguno de mis lectores estará luchando con cargas
extraordinariamente pesadas, como consecuencia de sus errores, errores que pueden haber sido muy
pequeños a los ojos de Dios. Hay una antigua expresión irlandesa: “a los ojos de Dios”. “No están
casados a los ojos de Dios... No es correcto a los ojos de Dios”. ¿Quién sabe lo que hay en los ojos
de Dios? Yo nunca pretendí ver algo con los ojos divinos. Los ojos de la Iglesia son algo más, como
bifocales. Nosotros pobres y simples hombres a quienes se nos dejó el encargo de continuar la
misión de los apóstoles –obispos, sacerdotes y diáconos-, no podemos ver las cosas con los ojos de
Dios. En una oportunidad cuando estaba dirigiendo un encuentro, dije: “Saben, no estoy del todo
seguro lo que debemos hacer en este caso”. Alguien me miró e me hizo notar que nuestro Señor
siempre estaba seguro de lo que Él debía hacer. Yo le contesté que nuestro Señor caminó sobre el
mar, convirtió el agua en vino, y resucitó muertos. Yo soy más bien como la Iglesia: camino
titubeante. Voy adelante con muchas dificultades.
En tu vida llegarán tiempos de tinieblas. Si son muy oscuros y amargos, debes saber que
tienes muchos compañeros. Imagínate que un ángel se me apareciera y me dijera: “Benedict, ya has
tenido suficientes problemas hasta ahora, por lo tanto de ahora en más tendrás un vida encantadora,
como en la película «Sound of Music». De ahora en más todo será fácil y feliz. No se convertirá
todo en oro, pero será llevadero. Ya no tendrás más grandes problemas, desde ahora hasta tu fatal
ataque al corazón. ¡Todo será maravilloso! ¿Aceptarás esto?” Yo diría: “¡No! ¡Oh Dios, líbrame de
eso!” No lo aceptaría ni siquiera por un minuto. Tomaría agua bendita y la arrojaría sobre el ángel,
gritando: “Tu vienes de parte del demonio. ¡Fuera! ¡Largo de aquí!”. No quisiera separarme de los
dolores y sufrimientos de los demás. Rechazaría absolutamente esa horrible tentación “recubierta de
chocolate”. El Señor ya ha oído mi oración, porque de hecho, cuando eres sacerdote, difícilmente
tienes tiempo para tus propios problemas. No puedo arreglarlos. Estoy buscando el día en que pueda
poner el siguiente mensaje en mi contestadora automática: “Este es el padre Benedict. No vuelva a
llamar, porque acabo de morir. Espero estar rezando por usted en el Purgatorio”.
Los mártires, testigos del bien sacado del mal
¿Qué puede sernos más penoso sino la muerte de los inocentes? Ya sea un cristiano en la
antigua Roma, o los judíos en Auschwitz, o la víctimas de las bombas de Londres o Hiroshima, sin
mirar a quien lo haya provocado y por qué lo ha hecho, la muerte de un inocente es la extrema
abominación. Y para la gente esto es tan común, tan normal. La inanición, el aborto, maquinaciones
60
políticas, todo eso está gritando que hay algo que anda terriblemente mal. Esto es especialmente
cierto cuando la víctima es un niño, una Santa María Goretti o una Ana Frank.
Un grupo de víctimas, los mártires, proclaman el mensaje que los creyentes deben
permanecer de pie aun en las peores situaciones. A menudo pensamos en ellos como testigos de la
fe, y ciertamente que dan un poderoso testimonio de la vida después de la muerte. Pero también nos
recuerdan que Dios saca bienes de los males. Incontables personas inocentes han muerto porque
estaban en el camino y parecían inútiles, o por la codicia, o por la perversidad del hombre. Los
mártires enseñan que la pérdida de la vida no es el peor desastre. Necesitamos escucharlos para
poner nuestras experiencias de la vida en su correcta perspectiva. Los mártires nos siguen
recordando que Dios continúa sacando inmensos bienes de los males. En años recientes, hemos sido
horrorizados por tremendos crímenes contra apóstoles generosos, por ejemplo, en América Central,
el asesinato del Arzobispo Romero, el asesinato de sacerdotes jesuitas, el asesinato de religiosas,
una hermana de Maryknoll, de la cual fui su profesor. Han existido tantos en este siglo. Fueron
hechos horribles, tremendos, sangrientos, horrendos. Pero a partir de estas cosas, que tan sólo
fueron permitidas por Dios y llevadas a cabo por la libre voluntad del hombre, Él puede sacar
inmensos bienes. Como dice la Escritura: “Su sangre clama”.
Como alguien apenado y horrorizado por el holocausto del aborto en nuestro país, estoy
obligado a creer que de esta tremenda realidad Dios sacará algún bien. No puedo decir cómo. Tengo
un rabino amigo que perdió su familia a manos de los nazis en Auschwitz, y él me solía decir: “No
lo entiendo, pero el Todopoderoso traerá algún bien de eso”.
Un hecho sin sentido
He decidido culminar este libro con una descripción de un asesinato absurdo, llevado a cabo
por un gobierno. Es algo que no tiene sentido. Una de las cosas más peculiares en los tiempos
modernos ha sido la persecución a la Iglesia Católica y a la religión en general en México. La
República de México fue fundada por un sacerdote católico, el padre Hidalgo. Él es su George
Washington. México de muchas maneras se fue asentando y creciendo en el mundo moderno
gracias a la Iglesia Católica. El mayor número de personas convertidas en un solo evento fue la
conversión de los aztecas por la aparición de nuestra Señora de Guadalupe. En un período de veinte
años, ocho millones de personas entraron en la Iglesia. Pero de algún modo, el gobierno de México,
una tierra en la que el 95 por ciento es católica, por cien años llevó acabo la más depravada y cruel
persecución contra la Iglesia Católica, incitada, siento tener que decirlo, por el gobierno de los
Estados Unidos. Los Estados Unidos fueron de muchos modos cómplice de esta persecución, que
fue guiada por una forma de masonería particularmente violenta anti-católica y anti-religiosa, que
fue introducida en México por un embajador estadounidense en el siglo pasado.
En el siglo XX la persecución a la Iglesia en México se volvió más violenta y depravada. En
1925 todas las propiedades de la Iglesia fueron confiscadas; todas las ceremonias religiosas, incluso
las realizadas en privado, fueron prohibidas como si fuesen actos criminales. Sacerdotes y obispos
fueron exiliados del país, y algunos de los que se negaron a irse fueron fusilados.
En medio de todo esto, un joven Jesuita, el padre Miguel Pro, regresó después de sus
estudios en Europa, y disfrazado, ingresó inadvertido a la Ciudad de México. Pasó sus siguientes
dos años, en un apostolado fantástico, combinando celo y coraje con un humor admirable en
despistar la policía. Como era joven y vital y aparentemente ya sentenciado a muerte, pienso que
decidió ir al cielo en primera clase. Hizo bautismos y matrimonios en la plaza delante del palacio de
gobierno, casa de uno de los enemigos más encarnizados de la Iglesia, Plutarco Calles. El presidente
mirando por la ventana, estaba asombrado por el picnic que estaban haciendo en la plaza. En
realidad era el padre Pro haciendo un bautismo en un recipiente de ponche. Usaba muchos
disfraces, incluyendo aquellos de los inspectores de policía o de un borracho. En una oportunidad,
habiendo apenas escapado de la casa en que había ofrecido Misa, regresó a la casa disfrazado de
inspector de policía y reprendió a los oficiales por no haber capturado al padre Pro, ¡un total
atrevimiento! En 1927, finalmente fue capturado, y junto con su hermano, fusilado por un
escuadrón en el cuartel de la policía. Rechazando la venda que le taparía los ojos, enfrentó al
61
escuadrón de fusilamiento con un crucifijo en la mano y un rosario en la otra, con sus brazos
extendidos en forma de cruz. Cuando le preguntaron cuál era su ultimo deseo, dijo: “Dios tenga
misericordia de todos ustedes. Dios los bendiga. Señor, Tú sabes que soy inocente. De todo corazón
perdono a mis enemigos”. En el momento que los soldados levantaron sus fusiles dijo con su último
aliento: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey por siempre!”.
¿Fue este el final trágico de un joven generoso o la victoria de un mártir? Se dice que la obra
de un mártir comienza, no termina, el día en que muere. Hace poco me sentí profundamente
conmovido al ofrecer la misa en la tumba del Padre Miguel Pro en la Ciudad de México. Tal vez
pocas personas en México puedan explicarte quien fue Plutarco Calles. La gran mayoría,
especialmente los granjeros y campesinos, puede que ni siquiera haya escuchado su nombre. Pero
sin dudas ellos saben quien fue el padre Pro. Ahora es el beato Miguel Pro, y espero pronto será
declarado santo. Y si el mundo sigue por mil años más (si nos arreglamos como para no hacer volar
todo antes), son muchas las posibilidades de que no sólo en México, sino en todo el mundo, el padre
Pro se lo siga conociendo, y su nombre sea puesto entre aquellos de los mártires antiguos y los que
habrán de venir. Inés, Cecilia, Edith Stein, Maximiliano Kolbe, Miguel Pro, cada uno de ellos
representa un sin número de otras personas. La beata Edith Stein y San Maximiliano Kolbe
representan los millones de inocentes que murieron en la Segunda Guerra Mundial.
En las afueras del aeropuerto de Seúl, Corea, hay una gran iglesia construida en honor de los
mártires coreanos. Está ubicada en un risco del mar donde diez mil hombres, mujeres y niños fueron
arrojados a la muerte en un mismo instante por su fe católica. Este gran santuario nos recuerda “que
la sangre de los mártires es la simiente de la Iglesia”. Nos recuerda también que Dios saca bienes de
los males.
Tú y yo, probablemente, no seamos martirizados. No hemos ganado tan glorioso destino.
Pero probablemente moriremos de lo que ordinariamente toda la gente muere, golpes, ataques al
corazón, cáncer, ser atropellados por un automóvil o incluso, en este mundo loco, por una bala
perdida. Pero moriremos, y la mayoría de nosotros sabremos que estamos muriendo cuando estemos
muriendo. Eso nos dará la misma oportunidad que han tenido los mártires, de ofrecernos libremente
a Dios. El último mal natural de esta vida es la muerte, termina nuestra existencia biológica. Es
también la oportunidad de la victoria final, que es la vida eterna. San Pablo lo dice muy bien,
¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? (1Cor 15, 55). El último
mal lleva al mayor bien. Sí, la puerta a la eternidad es una baja y oscura puerta llamada muerte. El
túnel hacia el otro lado es aparentemente muy corto, en verdad tan breve que los más santos a
menudo describen la llegada de su muerte con las siguientes palabras: “El Señor viene por mi”.
Mi Redentor Vive
Hablé con una querida alma santa, una hermana de clausura que es muy viejita y está
muriendo de cáncer. Ella dijo: “Estoy lista para irme. Estoy ansiosa por encontrarme con nuestro
Señor”. Esta es la respuesta que necesitamos recordar cuando todo se derrumba. Y todo se
derrumbará. ¡La respuesta se llama Fe! Se que mi redentor vive y lo veré en el último día (Job 19,
25). La mayoría de la veces no hay como explicar o comprender los problemas o padecimientos de
esta vida. La vida es un misterio. Pero Jesucristo, por su venida al mundo, ha traído la respuesta al
misterio de la vida. Es una respuesta práctica, no teórica. ¿Por qué la vida es así? No lo sé. Cuando
finalmente pase más allá de mi Purgatorio y tenga ante mis ojos aquella realidad que Cristo llamó la
casa de su Padre, entonces lo sabré. Por ahora la respuesta práctica es que creo y sé que mi
Redentor vive. O en las poderosas palabras del Cardenal Newman:
“El creador del hombre, la Sabiduría de Dios, ha venido, no recubierto de fortaleza sino de
debilidad... En vez de rico, se hizo pobre; en vez de honrado, soportó la ignominia; en vez de la
felicidad, vino a sufrir... Él... ha derramado toda su sangre en satisfacción [por nuestros pecados]
cuando una sola gota hubiera bastado”.
Y luego el Cardenal suplica:
“O Jesús,... Tú eres aun un misterio... a pesar de Tu [asombrosa] naturaleza, y las nubes y oscuridad
que la rodean, Tú puedes pensar en mí con un afecto particular. Tú has muerto para que yo pueda
62
vivir... [Ahora] como os adoro, oh Amador de las almas, en tu humillación, podré entonces admirarte y
abrazarte en tu infinito y eterno poder”28
Mi Redentor –tu Redentor- tiene el derecho de ser llamado así porque sufrió con nosotros
como también por nosotros. Dios nos podría haber salvado de una manera más simple, menos
terrible que sujetándose a lo peor que los seres humanos podrían hacer, pero Él quiso que
conocieras cuanto nos ama cuando estamos en medio del dolor y del sufrimiento. Seguramente la
salvación no necesitaba llegar por medio de la muerte del Mesías. Pero es así como llegó, para que
supiéramos, en todos los sufrimientos y penas de esta vida, que nuestro Creador es también nuestro
Redentor, que sacará alegría de las penas, esperanza de la desesperación, amor del odio, vida de la
muerte, eternidad del tiempo. Esa es nuestra esperanza. Sólo esto tiene sentido.
28
JOHN HENRY NEWMAN, Discourses to Mixed Congregations, nn. 302-4, 315; en The Heart of Newman, ed.
Przywara (Londres: Burns and Oates, 1968), 156-58.
63
EPÍLOGO
El Remedio que siempre funciona
En la experiencia humana hay muy pocos remedios que siempre dan buenos resultados. En
caso de una grave desilusión e intenso sufrimiento, hay un remedio que funciona infaliblemente,
cuando este remedio es aplicado cuidadosa y constantemente. Consiste en salir de si mismo y
ayudar a alguien más. Hace poco mencioné una frase que encontré en algún lugar: “Salva el alma de
otra persona, y eso salvará la tuya”. Pienso que este cuidarse a si mismo, implícito en esa frase
armoniza muy bien con la advertencia del Señor: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Las obras
de misericordia son como una especie de dosis medicinal para el corazón herido.
Cuando hemos perdido a nuestros seres queridos o los fracasos desvanecen nuestros
esfuerzos, encontramos que todo nos incita a replegarnos en la caverna de la auto-compasión y a
relamer nuestras heridas. “¿Por qué tenemos que pensar en los demás? Nadie piensa en nosotros.
Nadie me ama, por eso me amaré a mi mismo, y el mundo puede continuar por su camino”.
Tal comportamiento parece muy apropiado cuando uno ha sido profundamente herido, pero
es totalmente inútil y se opone al ejemplo y a las palabras de Cristo. El mensaje del Evangelio es
que Dios nos amó aun cuando nosotros no lo amábamos. Cristo dio su vida por sus amigos aun
cuando sabía que ellos lo iban a abandonar. Su profecía de la Pasión y su sentido para la salvación
del mundo -“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mi” -, significó su misericordia
incondicional ardiendo en medio de las oscuras tinieblas. Su oración desde la Cruz pidiendo el
perdón: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, es la expresión más perfecta de lo que
te estoy diciendo, el remedio para el sufrimiento y los fracasos es el amor misericordioso.
Tú puedes muy bien creer (y puedes estar acertado) que las heridas causadas por la falta de
alguno de tus seres queridos nunca sanarán. Tendrás que luchar para poder perdonar un mal que te
hicieron y sabes que nunca serás capaz de olvidarlo, pero el ejemplo de Cristo te puede arrancar de
ti mismo. El magnífico consejo de San Juan de la Cruz lo dice de modo muy eficaz: “Donde no hay
amor, pon amor, y sacarás amor”.
El primer paso en tiempos de desolación es volver a tus tareas, cuidar de quienes dependen
de ti. A veces se hace casi con repugnancia. La depresión hunde nuestros pasos y sumerge todo lo
que está a nuestro alrededor. Una voz desde adentro, la voz del amor propio herido, grita, “Déjenme
solo, déjenme llorar y enojarme”. ¡No prestes atención a esa voz!
El paso siguiente es responder a las especiales necesidades de quienes están
desesperanzados o apesadumbrados. Si es el caso de alguien que haya muerto en tu familia, uno es
verdaderamente sabio si se preocupa de los demás, si tiene cuidado de que todas las cosas salgan
bien. Descubrí esto cuando estaba con un gran desánimo, encontré uno que estaba peor que yo, solo,
rechazado, enfermo, y muriéndose. Resistí al impulso de preocuparme de mi mismo e intenté
ayudar a la otra persona. Probablemente no le fui de mucha utilidad, y me hice un bien más grande
a mí que a él, si bien la otra persona lo agradeció, o al menos lo aceptó.
Generosidad, misericordia, gentileza, preocupación por los demás, incluso la paciencia son
modos de poner en práctica el consejo de Jesús de amar al prójimo como a nosotros mismos y de
ser misericordiosos como Dios es misericordioso. En un momento así nuestros nervios estarán
destrozados, y podemos irritarnos contra alguien. Entonces debemos estar dispuestos a pedir
disculpas, lo cual es gran acto de caridad y atención con los demás, y en lo cual pensamos muy
poco. ¡Que noble es ver a alguien agobiado por un gran peso que lleva también el peso de los
demás! ¿Qué puede ser más admirable que la compasión y misericordia de los que perdonan a los
demás mientras que ellos no reciben consolación ni nadie se apiada de ellos?
Un ejemplo iluminador
Al estar por concluir este pequeño libro, pienso en el gran ejemplo de un amigo, el Cardenal
Terence Cooke, quien luchó silenciosamente con un cáncer por casi una década. Se agolpan en mi
memoria un calidoscopio de escenas: él parado debajo de la lluvia para saludar a la gente que salía
de la Misa pocas semanas después que recibió la noticia de su enfermedad terminall (desconocida
64
para todos nosotros), su paciencia ante las críticas, su misericordioso perdón para sus enemigos, su
libertad frente a todo deseo de venganza, su preocupación por el bien de quienes estaban
atribulados. El último período de su enfermedad debió ser más corto de lo que fue, sus últimos
meses deberían haber sido un tiempo de deterioro gradual, sin embargo continuó trabajando
duramente por el bien de la Iglesia y de todos quienes vivían en su esfera de influencia. Durante las
últimas semanas de vida dividió su tiempo entre largos ratos de oración y el escribir cartas
importantes sobre cuestiones relevantes, tales como la vida y la paz en el mundo. Incluso escribió
una carta de consuelo para la archidiócesis de Boston en ocasión de la muerte del Cardenal
Madeiros.29
Había un gran olvido de sí en este hombre de verdadera sensibilidad. Uno no podía notar su
sensibilidad por alguna queja suya, sino por su habilidad para percibir los sentimientos de los
demás, para anticiparse a sus necesidades, y para intentar evitar todo lo que hubiese sido ofensivo
para ellos. Muy pocas veces habló de sus dolores y heridas, pero inmediatamente y por costumbre
ponía su atención en las necesidades de los demás. Recuerdo esto, en mi última visita cuando él
yacía moribundo en su residencia. Fue el más tierno y cariñoso encuentro, y él olvidó tanto sus
sufrimientos presentes como las heridas del pasado. Al día siguiente me internaron en el hospital
para una operación del corazón, y él pidió a su hermana y a un sacerdote amigo suyo que me
visitaran y me trajesen un regalo. Mientras tanto el Cardenal mismo estaba cercano a la muerte.
Toda su vida trató de vivir las bienaventuranzas, especialmente el amor misericordioso:
“Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”.
El ejemplo de la vida de Terence Cooke, como tantos otros siervos de Dios, nos enseña el
hecho de que la caridad es la mejor de las medicinas. Es la medicina del alma. El amor
misericordioso no sólo vence todo, sino que cura todo. Para quienes quieran intentarlo, aun cuando
sea con resistencia y rechazo interior, sus efectos serán duraderos y muy beneficiosos.
Otro gran obispo tuvo que enfrentar por dos veces la muerte: una siendo arrollado por un
camión enemigo y dejado al costado de la ruta; y en otra ocasión habiendo sido herido por una bala
asesina. Él escribió acerca del sentido del amor misericordioso. Juan Pablo, Papa, en su encíclica
“Dives in Misericordia”, escribe: “Jesucristo nos enseñó que el hombre no sólo recibe y
experimenta la misericordia de Dios, sino también que está llamado a practicar la misericordia hacia
los demás... Todas las bienaventuranzas... indican el camino de la conversión y la reforma de la
vida, pero la que se refiere particularmente a la misericordia es sumamente elocuente en este tema.
El hombre alcanza la misericordia del amor de Dios, su Misericordia, en cierto punto para que
también se muestre transformado interiormente en el amor hacia los demás”.30
29
Ver B. GROESCHEL Y T. WEBER, Thy Will Be Done: A spiritual Portrait of Terence Cardinal Cooke, (Nueva
York,: Alba House, 1991).
30
Papa JUAN PABLO II, Dives in Misericordia, 41-42.
65
ORACIONES Y PENSAMIENTOS PARA TIEMPOS DE OSCURIDAD
Cuando uno está atravesando tiempos de oscuridad y tribulación, suele ser muy útil
aferrarse a la oración o a un buen pensamiento. Estamos demasiado absorbidos como para pensar
en algo complicado. Necesitamos más bien algo simple que vaya a lo esencial. Las siguientes
oraciones y pensamientos, ordenadas de acuerdo de acuerdo a los temas de los cuales hemos
hablado, pueden ser de ayuda.
DIOS ESTÁ CONMIGO
Sólo en Dios, Sal 62, 6-9
En Dios sólo descansa, oh alma mía,
de él viene mi esperanza;
sólo él mi roca, mi salvación,
mi ciudadela, no he de vacilar;
en Dios mi salvación y mi gloria,
la roca de mi fuerza.
En Dios mi refugio;
confiad en él,
oh pueblo, en todo tiempo;
derramad ante él vuestro corazón,
¡Dios es nuestro refugio!
Desde lo más profundo, Sal 130
Desde lo más profundos grito a ti, Yahveh:
¡Señor, escucha mi clamor!
¡Estén atentos tus oídos
a la voz de mis súplicas!
Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh,
¿quién, Señor, resistirá?
Mas el perdón se halla junto a ti,
para que seas temido.
Yo espero en Yahveh, mi alma
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor
más que los centinelas la aurora;
mas que los centinelas la aurora,
aguarde Israel a Yahveh.
Porque con Yahveh está el amor,
junto a él abundancia de rescate;
él rescatará a Israel
de todas sus culpas.
No tengas miedo, Is 41, 10-13
No temas, que contigo estoy yo; no receles, que yo soy tu Dios. Yo te he robustecido y te he
ayudado, y te tengo asido con mi diestra justiciera. ¡Oh! Se avergonzarán y confundirán todos los
abrasados en ira contra ti. Serán como nada y perecerán los que buscan querella. Los buscarás y
no los hallarás a los que disputaban contigo. Serán como nada y nulidad los que te hacen la
guerra. Porque yo, Yahveh tu Dios, te tengo asido por la diestra. Soy yo quien te digo: «No temas,
yo te ayudo».
66
No te preocupes, Mt 6, 25-34
«Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro
cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede,
por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué
preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo
que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que
hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres
de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?,
¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro
Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas
esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se
preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.
67
CUANDO TODO PARECE TINIEBLAS
Altísimo y buen Dios
Altísimo y glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame una fe recta,
una esperanza cierta
una y caridad perfecta,
y sabiduría,
para que pueda cumplir
tu mandamiento santo y verdadero.
-SAN FRANCISCO DE ASÍSY Job dijo... Job 3, 2-6; 20-26.
Perezca el día en que nací, y la noche que dijo: «Un varón ha sido concebido!» El día aquel
hágase tinieblas, no lo requiera Dios desde lo alto, ni brille sobre él la luz. Lo reclamen tinieblas y
sombras, un nublado se cierna sobre él, lo estremezca un eclipse. Sí, la oscuridad de él se apodere,
no se añada a los días del año, ni entre en la cuenta de los meses.
¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que tienen amargada el alma, a los que
ansían la muerte que no llega y excavan en su búsqueda más que por un tesoro, a los que se
alegran ante el túmulo exultan cuando alcanzan la tumba, a un hombre que ve cerrado su camino,
a quien Dios tiene cercado? Como alimento viene mi suspiro, como el agua se derraman mis
lamentos. Porque si de algo tengo miedo, me acaece, y me sucede lo que temo. No hay para mí
tranquilidad ni calma, no hay reposo: turbación es lo que llega.
Oración de una persona muy enferma
Señor, el día declina, y como todos los demás días, me deja con el sabor de una completa
derrota. No hice nada por Ti: ni siquiera he podido decir una oración consciente, no hice ninguna
obra de caridad, ninguna trabajo, el trabajo que es sagrado para todo cristiano que comprende su
significado. Ni siquiera he sido capaz de controlar mi infantil impaciencia y todos mis estúpidos
rencores que frecuentemente ocupan el lugar que debería ser el tuyo en “esa tierra de nadie” que son
mis sentimientos. Es inútil que te prometa obrar mejor. Mañana no será diferente, ni tampoco
pasado mañana.
Cuando repaso el curso de mi vida, me sobreviene la misma impresión de estar desubicada.
Te he buscado en la oración, y en el servicio de mis hermanos porque no podemos separarte de
nuestros hermanos como no podemos separar nuestro cuerpo de nuestra alma. Pero buscándote a Ti,
¿no me busqué a mi misma? ¿No he deseado dar satisfacción a mi misma? Estas tareas que
secretamente terminé bien y santamente, desparecen a la luz de la eternidad que se acerca, y ya no
me atrevo a confiarme en esos apoyos que ya han perdido su estabilidad.
Incluso los sufrimientos actuales no me dan alegría porque los soporto mal. Tal vez todos
somos así: incapaces de discernir nada excepto nuestra propia miseria y nuestra desesperada
cobardía ante la luz del más allá que va creciendo en nuestro horizonte.
Pero, puede ser, oh Señor, que esta impresión de vacío sea parte de un plan divino. Tal vez
ante tus ojos, la autocomplacencia es la más odiosa de todas las vanidades, y debemos llegar a Ti
desnudos de manera que Tú, solamente Tú, nos cubras.31
–MARGUERITE TEILHARD DE CHARDIN.
31
The Soul Afire, ed. H. A. Reinhold (Nueva York, Doubleday, Image Books, 1973), 109. Margarita de Chardin fue
la fundadora de la Unión de los Enfermos en Francia durante los años 1930s.
68
CONFIANDO EN DIOS
La Roca de Refugio
La anchura, la solidez y la firmeza de la piedra, sólo se encuentran en la vasta extensión de
la voluntad divina, que se presenta sin cesar bajo el velo de las cruces y acciones más ordinarias. Es
en la sombra de éstas donde Dios esconde su mano para sostenernos y conducirnos. Esta convicción
debe bastar a un alma para llevarla al más sublime abandono. Y en el momento en que así lo hace,
queda ya a cubierto de la contradicción de las lenguas, pues el alma no tiene nada que decir ni hacer
en su defensa, puesto que su obra es la obra de Dios, y no en otra parte puede hallarse su
justificación. Además, sus efectos y consecuencias le justificarán suficientemente, y bastará con
dejar que todo vaya adelante. «El día al día le pasa el mensaje» [Sal 18,3].
[Impulso continuo de gracia]. Cuando uno no se gobierna por sus propias ideas, no necesita
defenderse con palabras. Nuestras palabras no pueden expresar más que las ideas que concebimos;
y si no existen estas ideas, tampoco hay palabras, porque ¿para qué servirían? ¿Para dar razón de lo
que se hace? Pero si es que el ama no conoce esa razón, que permanece oculta en el principio que le
hace actuar, y del que sólo siente el impulso de una manera inefable. Es preciso, pues, dejar que
cada momento sostenga la causa del momento siguiente; y todo se sostiene en este encadenamiento
divino, todo resulta firme y sólido, y la razón de lo que precede se ve por el efecto de lo que le
sigue.
Quedó atrás una vida de pensamientos, imaginaciones, una vida de palabras múltiples. Ya
no es todo eso lo que ocupa al alma, lo que la alimenta y entretiene. Ya ella no se mueve ni se
sostiene con esas cosas. El alma no ve ni prevé ya por dónde habrá de avanzar. No se ayuda ya con
reflexiones para animarse al trabajo y aguantar las incomodidades del camino, y va pasando por
todo en el sentimiento más íntimo de su debilidad. El camino se va abriendo a su paso, entra en él, y
por él marcha sin ninguna vacilación. Esta alma es pura y santa, simple y verdadera: camina por la
línea recta de los mandamientos de Dios, en una continua adhesión al mismo Dios, que
incesantemente encuentra en todos los puntos de esta línea.32
-JEAN PIERRE DE CAUSSADE, S. J.
El Guía Silencioso
El alma es empujada hacia adelante sin ver el camino abierto ante sus ojos. No va ni por
donde ella ha visto, ni según lo que ha leído. Así es como va la acción propia, y no puede ir de otro
modo, ni asumir otros riesgos. Pero la acción divina es siempre nueva, no vuelve nunca sobre sus
antiguos pasos, y va abriendo siempre caminos nuevos. Las almas que ella conduce no saben dónde
van, y sus senderos no están ni en los libros ni en sus reflexiones. La acción divina les va abriendo
camino continuamente y entran en él empujadas por su impulso.
[Un guía amigo nos guía en la noche]. Cuando uno es conducido por un guía a través de un
país desconocido, de noche, por los campos, sin camino, según su instinto, sin tomar consejo de
nadie, y sin querer descubrir sus planes, ¿puede tomarse otra actitud que la del abandono? ¿Sirve de
algo mirar dónde está uno, interrogar a los que pasan, consultar el mapa o a otros viajeros? El plan
y, por decirlo así, el capricho del guía, que quiere que se confíe en él, se verían contrariados por
todo eso. Le agrada poner a prueba la inquietud y la desconfianza del que es conducido, pues lo que
pretende es que se confíe totalmente a él; y si se asegura de que es bien guiado, ya no habría ahí ni
fe ni abandono.
La acción divina es esencialmente buena, y no quiere en absoluto ser cambiada o controlada.
Comenzó a obrar desde la creación del mundo y, desde entonces, fecunda e inagotable, obra sin
limitación alguna, dando cada día y momento nuevas pruebas de su poder. Hacía esto ayer, y hoy
32
El abandono en la divina Providencia, c. 4. (ed. M. Olphe-Galliard, trad. J. M. Iraburu - B. Aguerrea, en
Fundación GRATIS DATE, Pamplona 1999). Existen varias traducciones: Tratado del santo abandono a la
providencia divina, Apostolado de la Oración, Buenos Aires 1983; Apostolado Mariano, Sevilla 1998; todas estas
ediciones traducen la obra de Caussade en la versión de Ramière.
69
hace esto otro. Es la misma acción que se va aplicando a todos los momentos por medio de efectos
siempre nuevos, y así se irá desplegando eternamente.
[Dios conduce en la noche a sus santos]. Esa acción divina es la que ha hecho a Abel, Noé,
Abraham, bajo modelos diferentes. Isaac es un original suyo, y Jacob no es una copia ni de José ni
de él. Moisés no ha tenido a nadie semejante entre sus antepasados. David y los profetas son todos
distintos de los patriarcas. San Juan Bautista es más grande que todos ellos.
Jesucristo es el primogénito: los apóstoles obran más por la moción de su espíritu que por la
imitación de sus obras. Y Jesucristo no se ha imitado a sí mismo, ni ha seguido a la letra sus propias
doctrinas. El Espíritu divino inspira siempre su santa alma, y él, abandonado siempre a su
inspiración, no tiene necesidad de consultar al momento precedente para dar forma al siguiente. La
moción de la gracia da forma a todos sus instantes siguiendo el modelo de las verdades eternas, que
la Santísima Trinidad guarda en su invisible e impenetrable sabiduría. El alma de Jesucristo recibe
en cada momento las órdenes y las realiza, haciéndolas visibles. El Evangelio nos va mostrando la
continuidad de estas verdades en la vida de Jesucristo, y Él mismo, siempre vivo y operante, vive y
obra continuamente, también hoy, nuevas cosas en las almas santas.
[Abandono perfecto de Jesucristo]. Así pues, si queréis vivir evangélicamente, vivid en
pleno y puro abandono a la acción de Dios. Jesucristo es la fuente de este abandono, y «Él era ayer,
es hoy mismo y lo será eternamente» [Heb 13,8], para continuar siempre su vida y no para
recomenzarla. Lo que Él hizo, hecho está, y lo que resta, lo va haciendo en todo momento. Cada
santo recibe una parte de esta vida divina. Jesucristo es siempre el mismo, aunque sea diferente en
cada uno de sus santos. La vida de cada santo es la misma vida de Jesucristo, es un Evangelio
nuevo.33
- JEAN PIERRE DE CAUSSADE, S.J.No puedo ser abandonado
1. Dios era totalmente completo y santo en sí mismo, pero fue su voluntad crear el mundo
para su gloria. Él es Todopoderoso, y podría haber hecho todas las cosas por si mismo, pero fue su
voluntad llevar adelante sus propósitos por medio de los seres que él creó. Todos fuimos creados
para su gloria, fuimos creados para hacer su voluntad. Yo soy creado para hacer algo o ser algo para
quien ningún otro ser es creado; yo tengo un lugar en el plan de Dios, en el mundo de Dios, que
nadie más tiene; sea pobre o rico, despreciado o estimado por los hombres, Dios me conoce y me
llama por mi nombre.
2. Dios me ha creado para hacerle algún servicio bien preciso; me ha encomendado algún
trabajo que no le ha encomendado a ningún otro. Tengo mi misión, puede que no la conozca en esta
vida, pero que me será revelada en la futura. En cierto modo soy necesario para su plan, tan
necesario en mi lugar como un Arcángel en el suyo; si en efecto fallo, él puede hacer aparecer otro
así como puede hacer de las piedras hijos de Abrahán. Si tengo parte en esta gran obra; soy un
eslabón en una cadena, un nudo de conexiones entre personas. No me ha creado en vano. Haré el
bien, haré su obra; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en mi propio lugar, aun cuando
no me lo proponga, pero si lo hago observaré sus mandamientos y lo serviré en mi llamada.
3. Por eso confiaré en Él. Sea lo que sea, esté donde esté, jamás seré abandonado. Si estoy
en la enfermedad, mi enfermedad puedo servirlo; si en la perplejidad, mi perplejidad puede servirlo;
si estoy en el dolor, mi dolor puede servirlo. Mi enfermedad o perplejidad, mi dolor puede ser la
causa de un gran fin, que está muy por encima de nosotros. Él no hace nada en vano; Él puede
prolongar mi vida, o la puede acortar; Él sabe lo que quiere. Puede quitarme mis amigos, puede
dejarme entre extraños, me puede hacer sentir desolado, hacer que mi espíritu se hunda, ocultarme
el futuro, aun así sabe lo que quiere.
Oh Adonai, oh Señor de Israel, Tú que guiaste a José como un rebaño, oh Emmanuel, oh
Sabiduría, me entrego a Ti. Confío en ti plenamente. Pues Tú eres más sabio que yo, me amas más
de lo que yo a mi mismo. Dígnate llevar a su plenitud en mi tus elevados planes, cualquiera que
33
70
El abandono en la divina Providencia, c. 11.
sean, obra en y a través de mi. He nacido para servirte, para ser Tuyo, para ser tu instrumento.
Permíteme ser un instrumento ciego. No te pido ver, no te pido saber, sólo te pido ser usado. 34
- CARDENAL JOHN HENRY NEWMAN
34
Meditations on Christian Doctrine, I, en Prayers, Verses, and Devotions, (San Francisco: Ignatius Press, 1989),
338-39. Esta oración fue escrita en 1848, cuando Newman experimentaba algunos fracasos y malos entendidos.
71
ORACIONES PARA TIEMPOS DE ENFERMEDAD
Pronto debo ir hacia Dios
Carta escrita tiempo atrás
No rezo para que seas librado de tus dolores, sino que rezo a Dios seriamente para que Él te
de fortaleza y paciencia para soportarlos tanto cuanto a Él le plazca. Consuélate a ti mismo con Él
que te mantiene sujeto a la cruz. Él te dejará ir cuando lo crea conveniente. Felices los que sufren
con Él. Acostúmbrate a sufrir de esta manera, y busca en Él la fuerza para soportar tanto, y por el
tiempo que Él juzgue necesario para ti. Los hombres del mundo no comprenden estas verdades, ni
siquiera hay que asombrarse de esto, ya que sufren como lo que son y no como cristianos.
Consideran la enfermedad como una pena para la naturaleza, y no como un favor de Dios; y
viéndolo sólo bajo esta luz, no encuentran nada sino dolor y aflicción. Pero aquellos que consideran
la enfermedad como proveniente de la mano de Dios, como efecto de su misericordia, y como
medios que Él emplea para su salvación, estos encuentra en ella gran dulzura y apreciable
consolación.
Desearía que tu pudieras convencerte que Dios es frecuentemente (en cierto sentido) más
cercano a nosotros, y más eficazmente presente junto a nosotros, en la enfermedad que en la salud.
No confíes en otro médico; ya que, según mi modo de entender, Él se reserva tu curación para sí
mismo. Pon, entonces, toda tu confianza en Él, y pronto encontrarás los efectos en tu recuperación,
que comúnmente retrasamos poniendo más nuestra confianza en los médicos que en Dios.
Cualquiera sean los remedios que uses, tendrán éxito tan sólo en la medida que Él lo
permita. Cuando nos vienen penas de parte de Dios, tan sólo Él puede curarlas. A veces manda
enfermedades corporales para curar las espirituales. Confórtate con el Médico Soberano del cuerpo
y del alma.
Confórmate con la condición en la que Dios te coloque: aunque puedas considerarme feliz,
te envidio. Los dolores y sufrimientos serían un paraíso para mi mientras deba sufrirlos con mi
Dios, y los mayores placeres serían un infierno para mi si pudiera gozarlos sin Él. Todo mi consuelo
sería sufrir algo por Él.
En poco tiempo debo ir a Dios. Lo que me consuela en esta vida es que ahora Lo veo en la
fe; y Lo veo de tal manera que a veces me puede hacer decir: “ya no creo más, sino que veo”.
Siento lo que la fe nos enseña, y en tal seguridad y tal acto de fe viviré y moriré con Él.
Continúa entonces, siempre con Dios; es el único sostén y alivio para tus aflicciones. Le
rogaré para que esté contigo. Ofrezco mi servicio. 35
-HERMANO LAWRENCE-
35
The Practice of the Presence of God, carta 11, (Old Tappan, N.J.; Fleming H. Revell, Spire Book, n.d.), 55-57.
Hay muchas ediciones disponibles. El hermano Lawrence, un carmelita laico francés del Siglo XVII, nos ofrece muchas
hermosas palabras sobre la confianza en Dios, muy apreciadas en la literatura espiritual.
72
ORACIONES DE UN PASTOR DE ALMAS36
Por una persona Enferma
Omnipotente Dios, dador de la salud y sanador, concede a tu siervo una experiencia palpable
de tu presencia y una perfecta confianza en Ti. En el sufrimiento pueda él poner en Ti su cuidado,
de tal modo que, envuelto en tu amor y poder, pueda recibir la salud y la salvación de acuerdo a tu
generosa voluntad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Por uno mismo cuando está enfermo
Amado Señor, Tú eres el mejor médico. Me vuelvo a Ti en mi enfermedad y te pido me
ayudes. Pon Tu mano sobre mi como lo hiciste por tu pueblo hace ya muchos años y permite que de
Ti me vengan la salud y la integridad. Me pongo bajo tu cuidado y reafirmo mi fe que incluso ahora
tu maravillosa gracia sanadora me está de nuevo volviendo bueno y fuerte.
Se que te pido más de lo que merezco, pero Tú nunca mides nuestros beneficios de esta
manera. Tan solo por tu amor nos devuelves la salud. Haz eso conmigo. Lo pido insistentemente y
trataré de servirte más fielmente. Lo prometo por Cristo nuestro Señor. Amen.
Oración para cuando se está preocupado
Amado Señor, estoy preocupado y lleno de temor. Ansiedad y recelo llenan mi mente.
¿Puede ser que mi amor por Ti sea débil e imperfecto y como resultado esté lleno de
preocupaciones?
He intentado convencerme que no hay nada por lo cual preocuparse. Pero tal
convencimiento no parece serme útil. Se que debería abandonarme confiadamente en Tu guía y
cuidado amorosos. Pero estaba demasiado turbado incluso para rezar. Hazme sentir, amado Señor,
tu paz, y ayuda mi alma atribulada a saber que Tú eres Dios y no debo temer ningún mal.
Antes de una intervención quirúrgica
Padre amoroso, me confío a Tu cuidado en este día; guía con sabiduría y habilidad las
mentes y manos de aquellos que curan en Tu nombre. Concédeme que con cada mal que causa mi
enfermedad que me sea removido, pueda yo volver a la salud y aprenda a vivir en mejor armonía
contigo y con mi prójimo. Por Jesucristo. Amén.
Después de una intervención quirúrgica
Amado Salvador, Te agradezco haber pasado esta operación. Y ahora descanso en tu
presencia que inhabita dentro de mi, relajando cualquier tensión, abandonando toda preocupación y
ansiedad, recibiendo más y más tu vida sanadora en cada parte de mi ser. En momentos de dolor,
me vuelva a Ti para obtener fuerzas; en momentos de soledad, sienta Tu amable cercanía. Concede
que Tu vida, Tu amor y Tu alegría, puedan brotar de í para sanar a otros en Tu nombre. Amen.
Por un paciente aprensivo
Cristo dijo a sus amados: “Yo estoy con vosotros, no teman, no estén ansiosos”. Pueda yo
confiar, que en las pruebas y cruces de mi vida, Tu, Oh Señor, serás mi constante compañero.
Cuando no pueda levantarme, Tú me llevarás amablemente en tus brazos.
Que no tema lo que pueda pasar mañana. Que el mismo Padre eterno que cuida de mi hoy,
me cuidará mañana y así por el resto de mis días. Tú, Oh Señor, me protegerás del sufrimiento o me
darás la fuerza para soportarlo pacientemente. Pueda yo estar en paz, y dejar de lado todos los
pensamientos inútiles, todas las ansiedades y preocupaciones. Amen.
36
Atribuidas al Cardenal Terence Cooke, Prayers for today, 2da ed. (Nueva York, Alba House, 1991), 55ss. Estás
oraciones fueron halladas en una antología que el Cardenal publicó, y como no se le atribuyen a nadie más, se asume
que le pertenecen a él.
73
Por los pacientes depresivos
¡Alabanzas a Ti, Oh Cristo, honor y gloria! En el momento que Tu Pasión se acercaba,
comenzaste a experimentar ansiedad y depresión. Así tomaste sobre Ti mismo las debilidades de la
naturaleza humana de manera que Tú pudieras fortalecer y consolar a quienes temen a las graves
enfermedades. Te pido que me liberes de todo desaliento y ansiedad. Concede que todo lo que
soporte sea para tu Gloria y para el perdón de mis pecados. Líbrame del desfallecimiento y los
temores infundados, y une mi corazón firme y resueltamente a Ti. Amen.
74
EL AMIGO QUE NO CAMBIA
La amistad de Jesús
Estándome sola, sin tener una persona con quien descansar, ni podía rezar ni leer, sino come
persona espantada de tanta tribulación y temor de si me había de engañar el demonio, toda
alborotada y fatigada, sin saber qué hacer de mí. En esta aflicción me vi algunas y muchas veces,
aunque no me parece ninguna en tanto extremo. Estuve así cuatro o cinco horas que consuelo del
cielo ni de la tierra no había para mí, sino que me dejó el Señor padecer temiendo mil peligros.
¡Oh, Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero, y como poderoso, cuando queréis
podéis, y nunca dejáis de querer si os quieren! ¡Alaben os todas las cosas, Señor del mundo! ¡Oh,
quién diese voces por él para decir cuán fiel sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan; Vos,
Señor de todas ellas, nunca faltáis. Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama. ¡Oh, Señor mío,
qué delicada y pulida y sabrosamente los sabéis tratar! ¡Oh, quién nunca se hubiera detenido en
amar a nadie sino a Vos! Parece, Señor, que probáis con rigor a quien os ama, para que en el
extremo del trabajo se entienda el extremo de vuestro amor37.
-SANTA TERESA DE ÁVILAEl pequeño sendero del amor
En el tiempo de la ley del temor, antes de la venida de nuestro Señor, el profeta Isaías, decía
ya, hablando en nombre del Rey de los Cielos: “¿Puede una madre olvidar a su hijo? Pues bien,
aun cuando una madre olvidara a su hijo, Yo no os olvidaré jamás” [Is 49, 15]. ¡Que encantadora
promesa! ¡Ah! ¿Cómo no aprovecharnos de los amorosos anticipos que nos da nuestro Esposo,
nosotras, que vivimos en la ley del amor? ¿Cómo temer a Quien “se deja prender en uno de los
cabello que vuelan sobre nuestro cuello”? [Cant. 4,9]. Sepamos, pues, retener prisionero a este Dios
que se hace mendigo de nuestro amor. Al decirnos que es un cabello lo que puede obrar este
prodigio, nos manifiesta que las más pequeñas acciones, hechas pro amor, son las que cautivan su
corazón. ¡Ah, si hubiese que hacer grandes cosas, cuánto se nos debiera compadecer!... ¡Pero qué
felices somos, puesto que Jesús se deja encadenar pro las más pequeñas!38.
Con las manos vacías
Una oración a Cristo Crucificado
Llego ante Ti con las manos vacías, todos los secretos tesoros de gracia que derramo en los
corazones necesitados, llorando en las amargas noches de miedo y soledad. Pródigos de Tu amor,
pongo ante mi Tus Manos vacías, desgarradas por gruesos clavos de cuyos huecos surgieron ríos de
misericordia, hasta que toda Tu sustancia fue derramada. Así, yo, mi Jesús, con manos vacías por tu
amor, estoy de pie, confiada ante Tu Cruz, emblema vivo de tu amor. Es el vacío lo que es llenado:
aquellos que se han convertido en pródigos sólo por Ti, llena a la última de tus hermanas mientras
somos saciadas por Tu amor, que cuanto más y más vacías más se llenarán de Ti39.
–SANTA TERESA DE LISIEUXUna parábola sobre la Cruz
Todas las personas que han vivido fueron reunidas ante el trono de Dios. Entristecidos por
su herencia. Todos tenías quejas, y comenzaron a murmurar entre sí: “¿Quién se cree acaso que es
Dios?”
37
Libro de la Vida, c. 25, 17, en Obras Completas, Burgos 2006, 252-253.
38
Obras completas de Teresa de Lisieux, Burgos 1980, 579, carta del 12 de julio de 1896. Santa Teresa, una santa
del Siglo XIX, religiosa carmelita, informalmente enseñó “El pequeño sendero del amor” como un camino a Dios. Ella
escribió esta carta a su hermana Leonia.
Tarjeta de oración: Santa Teresa de la Trinidad, “Meditations based on Writings of St. Thérèse of Lisieux”
(Carmel of Terre Hauste, Ind.).
39
75
Uno de los grupos estaba compuesto por judíos que habían sufrido persecuciones. Algunos
habían muerto en cámaras de gas y campos de concentración, y se quejaban, ¿cómo puede conocer
Dios el sufrimiento por el que han pasado? Otro grupo era de esclavos, hombres y mujeres negros
con marcas en sus frentes, una gran multitud de ellos, que sufrieron degradaciones de manos de
aquellos que se llamaban a sí mismos “Los dioses de las personas”, ¿Qué puede saber Dios de su
condición? Había largas filas de refugiados exiliados de sus tierras, gente sin hogar, que no tenían
donde reclinar sus cabezas. Y había gente pobre que nunca sobre esta tierra fueron capaces de
encontrar una satisfacción plena. Había enfermos y quienes habían sufrido todo tipo de dolores,
cientos de grupos, cada uno con una queja contra Dios. ¿Qué puede Él saber lo que los seres
humanos han tenido que soportar?
De cada grupo se eligió un líder y se formó una comisión para llevar el caso contra el
Todopoderoso mismo. En vez de Dios juzgarlos a ellos, ellos comenzaron a juzgarlo. Y el veredicto
fue que Dios debía ser sentenciado a vivir en la tierra como un ser humano, sin protección a su
Divinidad. Y escribieron un testamento con puntos particulares a cumplirse:
Que nazca judío. Que soporte la pobreza en su nacimiento. Que la legitimidad de su
nacimiento sea también puesta en duda. Que realice trabajos forzosos y sufra la pobreza para que
conozca su aguijón. Permítase que su propia gente lo rechace. Que tenga por amigos sólo aquellos
que se mantienen en el desprecio. Que sea traicionado por uno de sus amigos. Que sea acusado de
falsos cargos, juzgado por un jurado prejuicioso, condenado por un juez cobarde. Que sea
abandonado por sus amigos y experimente lo que es encontrarse terriblemente solo. Que sea
torturado, y que muera en manos de sus enemigos.
Mientras cada grupo anunciaba la sentencia contra Dios, rugidos de aprobación vinieron
desde las multitudes. Cuando el último terminó, el ruido ronco se volvió casi ensordecedor... y cada
uno se volvió hacia el trono. Y de repente el cielo se llenó de un conmovedor silencio penitencial.
Pues allí donde había un trono, ahora se podía ver una Cruz.40
–ANDREW ARMSTRONGEncontrar reposo en Cristo
Hemos de reposar en Cristo sobre todo bien y don.
Discípulo: Alma mía, descansa sobre todas y en todas las cosas siempre en Dios, que es el
eterno descanso de los Santos. Concédeme Tú, dulcísimo y amantísimo Jesús, que descanse en Ti
sobre todas las cosas criadas; sobre toda salud y hermosura; sobre toda gloria y honra; sobre todo
poder y dignidad; sobre toda la ciencia y sutileza; sobre todas las riquezas y artes; sobre toda alegría
y gozo; sobre toda la fama y alabanza; sobre toda suavidad y consolación; sobre toda esperanza y
promesa; sobre todo merecimiento y deseo; sobre todos los dones y regalos que puedes dar y enviar;
sobre todo gozo y dulzura que el alma puede recibir y sentir; y en fin, sobre todos los ángeles y
arcángeles, sobre todo ejercito celestial; sobre todo lo visible e invisible; y sobre todo lo que no es
lo que eres Tú, Dios mío.
Porque Tú, Señor, Dios mío, eres bueno sobre todo; Tú solo potentísimo; Tú solo
suficientísimo y llenísimo; Tú solo suavísimo y agradabilísimo. Tú solo hermosísimo y amantísimo;
Tú solo nobilísimo y gloriosísimo sobre todas las cosas, en quien están, estuvieron y estarán todos
los bienes junta y perfectamente. Por eso es poco e insuficiente cualquier cosa que me das o
prometes, o me descubres de Ti mismo, no viéndote ni poseyéndote cumplidamente. Porque no
puede mi corazón descansar del todo y contentarse verdaderamente, si no descansa en Ti
trascendiendo todos los dones y todo lo criado.
¡Oh esposo mío amantísimo Jesucristo, amador purísimo, Señor de todas las criaturas!
¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y descansar en Ti? ¡Oh! ¿Cuando me será
concedido ocuparme en Ti cumplidamente, y ver cuán suave eres, Señor Dios mío? ¿Cuándo me
recogeré del todo en Ti, que ni me sienta a mí por tu amor, sino a Ti solo sobre todo sentido y
40
No he podido encontrar ninguna información sobre el autor, pero seguramente que un cristiano capaz de escribir
algo así se regocijará de compartirlo. BJG.
76
modo, y de un modo manifiesto a todos? Pero ahora muchas veces gimo y llevo mi infelicidad con
dolor. Porque en este valle de miserias acaecen muchos males que me turban a menudo, me
entristecen y anublan; muchas veces me impiden y distraen, halagan y embarazan para que no tenga
libre entrada a Ti y no goce de tus suaves abrazos, los cuales sin impedimento gozan los espíritus
bienaventurados. Muévate mis suspiros, y la grande desolación que hay en la tierra.
¡Oh Jesús, resplandor de la eterna gloria, consolación del alma que anda peregrinando!
Delante de Ti está mi boca muda, y mi silencio te habla. ¿Hasta cuándo tarda en venir mi Señor?
Venga a mí, pobrecito tuyo, lléneme de alegría. Extienda su mano, y libre a este miserable de toda
angustia. Ven, ven; pues sin Ti ningún día ni hora será alegre; porque Tú eres mi gozo, y sin Ti está
vacía mi mesa. Miserable soy, y como encarcelado y preso con grillos, hasta que Tú me recrees con
la luz de tu presencia, y me pongas en libertad, y muestres tu amigable rostro.
Busquen otros lo que quisieren en lugar de Ti, que a mí ninguna otra cosa me agrada, ni
agradará, sino Tú, Dios mío, esperanza mía, salud eterna. No callaré, ni cesaré de clamar hasta que
tu gracia vuelva y me hables interiormente.
Jesucristo: Aquí estoy, a ti he venido, pues me llamaste. Tus lágrimas, y el deseo de tu alma, y tu
humildad, y la contrición de tu corazón me han inclinado y traído a ti.
Discípulo: Y dije: Señor, yo te llamé, y deseé gozar de Ti, dispuesto a menospreciarlo todo por Ti.
Pero Tú primero me despertaste para que te buscase. Seas, pues, bendito, Señor, que hiciste con tu
siervo este beneficio, según la muchedumbre de tu misericordia. ¿Qué tiene más que decir tu siervo
delante de Ti, sino humillarse mucho en tu acatamiento, acordándose siempre de su propia maldad y
vileza? Porque no hay semejante a Ti en todas las maravillas del cielo y de la tierra. Tus obras son
perfectísimas, tus juicios verdaderos, y por tu providencia se rige el universo. Por eso alabanza y
gloria a Ti, ¡oh sabiduría del Padre! Alábete y bendígate mi boca, mi alma, y juntamente todo lo
creado. 41
- TOMÁS DE KEMPIS-
41
Imitación de Cristo, L III, c 21. Tomás de Kempis. Hay muchas versiones disponibles. Este gran clásico espiritual
ha caído en desgracia por su estilo y su espiritualidad intransigente. Tanto bien puede aun encontrarse en él.
77
LA MISERICORDIA DE DIOS
Salmo 57, 2-4
Tenme piedad, oh Dios, tenme piedad,
que en ti se cobija mi alma;
a la sombra de tus alas me cobijo
hasta que pase el infortunio.
Invoco al Dios Altísimo,
al Dios que tanto hace por mí.
Mande desde los cielos y me salve,
confunda a quien me pisa,
envíe Dios su amor y su verdad.
Salmo 143, 1-8
Yahveh, escucha mi oración,
presta oído a mis súplicas,
por tu lealtad respóndeme, por tu justicia;
no entres en juicio con tu siervo,
pues no es justo ante ti ningún viviente.
Persigue mi alma el enemigo,
mi vida estrella contra el suelo;
me hace morar en las tinieblas,
como los que han muerto para siempre;
se apaga en mí el aliento,
mi corazón dentro de mí enmudece.
Me acuerdo de los días de antaño,
medito en todas tus acciones,
pondero las obras de tus manos;
hacia ti mis manos tiendo,
mi alma es como una tierra que tiene sed de ti.
¡Oh, pronto, respóndeme, Yahveh,
el aliento me falta;
no escondas lejos de mí tu rostro,
pues sería yo como los que bajan a la fosa!
Haz que sienta tu amor a la mañana,
porque confío en ti;
hazme saber el camino a seguir,
porque hacia ti levanto mi alma.
Sabiduría 15, 1-3
Mas tú, Dios nuestro, eres bueno y verdadero, paciente y que con misericordia gobiernas el
universo. Aunque pequemos, tuyos somos, porque conocemos tu poder; pero no pecaremos, porque
sabemos que somos contados por tuyos. Pues el conocerte a ti es la perfecta justicia y conocer tu
poder, la raíz de la inmortalidad.
Una oración de confianza
Vuelo hacia Tu misericordia, Dios compasivo, ya que sólo Tú eres bueno. A pesar de que mi
miseria es grande, y mis ofensas muchas, confío en Tu misericordia, porque Tú eres el Dios de la
Misericordia; y desde tiempos inmemoriales, nunca se ha oído que, ni lo recuerden el cielo ni la
tierra, un alma que en Ti confía se haya visto desilusionada.
78
Oh Dios de compasión, solo Tú puedes justificarme, y nunca me rechazarás, cuando
contrita, me acerco a Tu corazón misericordioso, donde nunca nadie ha sido rechazado a pesar de
que haya sido el peor de los pecadores.42
-BEATA FAUSTINA KOWALSKANo sabemos lo que es bueno para nosotros
Oh, Señor, no sabemos lo que es bueno para nosotros, ni lo que es malo. No podemos
predecir el futuro, no sabemos cuando nos vienes a visitar, en que forma vendrás. Por eso, ponemos
todo en Ti. Haz lo que te agrada con nosotros y en nosotros. Haz que siempre te miremos a ti, y Tú
míranos a nosotros, y danos las gracias de tu amarga Pasión y Cruz, y consuélanos en el modo que
Tú quieras y en el tiempo que Tú quieras.43
–CARDENAL JOHN HENRY NEWMAN-
42
Jesus, I Trust in You, (Cracovia, Polonia; Basílica de la Divina Misericordia, 1994), 62. La Beata Faustina
Kowalska (S. XX) fue una religiosa y mística polaca.
43
Citado en Erich Przywara, S.J., The heart of Newman k, (Londres, Burns and Oates, 1963), 197.
79
EN EL MOMENTO DE LA MUERTE DE LOS SERES QUERIDOS
Ellos no nos olvidan
Poco después, empero, de nuestra conversión y regeneración por vuestro santo Bautismo, se
hizo también él católico cristiano y, vuelto al África, vivió entre sus parientes, observando
continencia y castidad perfecta, habiendo hecho cristianos a todos los de su casa, cuando fuisteis
servido de sacarle de esta vida, y ahora vive en el seno de Abraham.
Sea lo que fuere lo que se entiende y significa por aquel seno, en él vive mi Nebridio, allí
vive mi dulce amigo, a quien Vos, Señor, primeramente sacasteis de la sujeción de esclavo y
después le hicisteis hijo adoptivo vuestro. Porque ¿qué otro lugar correspondía a un alma como la
suya? Ahora, pues, vive él en aquel seno, acerca del cual solía él preguntarme muchas cosas siendo
yo un hombrecillo ignorante y sin experiencia de ellas. Ya no aplica sus oídos a mi boca para
escuchar mis respuestas, sino que, como eternamente bienaventurado, pone la boca de su alma a la
fuente inagotable de la vida, que sois Vos, y bebe cuanto quiere y cuanto puede de vuestra infinita
sabiduría. Pero juzgo que por mucho que se embriague bebiendo sin cesar de ella, no se ha de
olvidar de mí, cuando Vos, Señor, que sois esa misma fuente de que él bebe, os acordáis de mí.44
–SAN AGUSTÍNMirando adelante
Muchos siglos antes de Cristo, miles tal vez, tal era el modo de mirar las cosas, sobrevivir a
la miseria de solo existir. Así lo sintieron los judíos del Antiguo Testamento; así lo sintieron los
grandes griegos.
Pero yo no. Cristo nos dijo que se ha ido a prepararnos un lugar para que donde Él está
podamos estar nosotros. Su palabra de bienvenida cuando lleguemos allí será: “Entra en el gozo de
mi Padre”. ¿Este gozo está más allá de lo que puedo ahora comprender? Así lo espero, no quiero
quedarme en mi nivel actual.
Pero Dios estará allí, finalmente visto con una visión directa; Cristo estará allí y su Madre y
todos quienes no lo han rechazado. Para quienes he amado aquí tendré un amor sin manchas, el
gozo que he sentido en ellos lo tendré allí, radiante.
Hay un pequeño asunto que me resulta peculiar. He escrito tanto sobre la Santísima
Trinidad: la visión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo ¿hará que desee regresar a la tierra y
llorar por lo que escribí? Siento también cierta incertidumbre acerca de encontrarme con San
Agustín cuyas “Confesiones” traduje. Solo puedo esperar que él piense mejor que yo acerca de mis
traducciones. Pero tal vez, ahora él piense que su propio libro es bastante malo, y mi traducción no
mucho peor.
Se, porque lo he visto, que cuando se acerca la muerte, hay una disminución del flujo de
energía del alma al cuerpo, una pérdida del lazo entre ellos, una ansiedad que puede producir una
verdadera angustia. Espero que cuando ese tiempo llegue un sacerdote esté allí para escuchar mis
pecados y absolverme en el nombre de Cristo y darme la santa Eucaristía (la cual la Iglesia
amablemente llama viaticum – viático, provisiones para el viaje) y me unja especialmente los
sentidos a través de los cuales, desde el inicio de mi vida, el mundo me ha inundado.
Pero con todo esto, no puedo concebir una vida futura sin la posibilidad de una purificación
(lo cual se significa con la palabra purgatorio), no porque yo lo he merecido, sino porque lo
necesito. Me repugna el pensamiento de entrar a la presencia del Dios totalmente puro siendo yo un
objeto manchado. Hay elementos de mi mismo aun no dominados, como el hecho de que yo quiera
lo que quiero tan sólo porque yo lo quiero. Sanar es una palabra más acorde que purificarse. Mi
voluntad necesita ser rectificada; y esto no puede hacerse sin dolor, no el dolor del castigo, pena de
separar la voluntad del hábito que creció como una segunda naturaleza. Aquí o allí, con la ayuda de
44
80
Confesiones, L. IX, c. 3.
Dios debo querer rectificar mi propia voluntad. Él me ayudará a hacerlo. Pero Él no lo quiere hacer
por mi.
Difícilmente haya conocido a alguien que quiera ir al Cielo. Yo sí. Pero no ya. No hoy. Tal
vez la próxima semana.
Hay por lo tanto una evasión. Claramente soy un rompecabezas que no he sido aún
plenamente resuelto.45
–FRANK SHEEDLa despedida de la Comunidad Cristiana
Querido hermano (hermana), te encomiendo a Dios todopoderoso, y te dejo al cuidado de
quien te ha creado, para que, cuando por tu muerte hayas pagado el débito al cual todo hombre está
sujeto, puedas retornar a tu hacedor, a Aquel que te formó del barro de la tierra. Entonces cuando tu
alma se aleje de tu cuerpo, se acerque a ti la radiante compañía de los ángeles. Que la asamblea de
los apóstoles, nuestros jueces, te reciba. Que el ejército victorioso vestido con vestiduras blancas de
los mártires te encuentren en tu camino. Que la brillante multitud de confesores, resplandecientes
como lirios, se unan a ti. Que te reciba el coro glorioso de las vírgenes. Que los patriarcas te
envuelvan en la paz abrazadora de aquel lugar. Que san José, amado patrono de los moribundos, te
aumente la esperanza, y que la Santísima Madre de Dios, la Virgen María, vuelva sus ojos
amorosos hacia ti. Entonces, manso y glorioso, aparezca nuestro Señor Jesucristo ante ti, y te asigne
un lugar entre aquellos que permanecen en su presencia para siempre. Que Cristo, que fue
crucificado por tu salvación, te salve del dolor insoportable, te libere de la muerte que nunca acaba.
Que Cristo, Hijo de Dios Padre Amoroso, te ubique en el siempre fresco amor de su paraíso, y que
Él, el verdadero Pastor, te reconozca como uno de los tuyos. Te libre de todos tus pecados y te
indique un lugar a su derecha en la compañía de sus elegidos. Que puedas ver a tu Redentor cara a
cara, permaneciendo en su presencia para siempre, y puedas ver con ojos llenos de gozo la Verdad
revelada en su plenitud. Y así, habiendo tomado un lugar en las filas de los santos, puedas disfrutar
del gozo de la contemplación divina por la eternidad. Amén.46
-RITUAL ROMANOOración por un alma que se despide
Oh Señor Jesucristo, tu dijiste a través de la boca del Profeta, “Te he amado con amor
eterno, por lo tanto con compasión te he atraído hacia Mi”. Dígnate, te lo imploro, de ofrecerte y
presentarte a Dios, Padre Todopoderoso, en nombre de tu siervo, N.N., que Tu amor te condujo a
bajar del cielo a la tierra para soportar todos Tus amargos padecimientos. Líbralo (la) de todos los
dolores que él(ella) teme y merece por sus pecados, y concédele la salvación de su alma en el
momento que tenga que partir. Ábrele las puertas de la vida, y dale el gozo junto a tus santos en la
gloria sin fin. Y Tú, amantísimo Señor Jesucristo, que nos has redimido por tu preciosa sangre,
apiádate de Tu siervo(a), N.N., y guíalo(la) a los amables lugares del paraíso siempre nuevos para
que pueda vivir contigo con amor indiviso, y nunca se separe de Ti y de quienes Tú eliges. Tú, que
con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
-RITUAL ROMANOOración por quien se ha quitado su propia vida
Salvador Crucificado, no hay otro lugar para mi para ir que a los pies de Tu Cruz. Siento la
desolación, el fracaso, los engaños, los rechazos. Lo intenté. Intenté detener la marea, calmar el
terremoto, de encender la alarma de incendios. No sabía ni siquiera cuan desesperado estaba. No
hay consuelo, no hay respuestas, ni alivio a mis dolores. Estoy en completas tinieblas. Suplico por
mi querido amigo (o familiar), por lo que fue y por lo que pudo haber sido. ¿Es la vida tan tremenda
que toda batalla debe terminar, que el fracaso era inevitable? No hay más que silencio en derredor y
45
Death into life (Nueva York, Arena Letters, 1977), 132-134. Frank Sheed (+ 1981) fue un gran apologista.
46
Ritual Romano, (Nueva York, Benziger Brothers, 1946) 204.
81
lágrimas en el interior. Sé que la herida sanará, pero ahora ni siquiera lo quiero. Sé que habrá una
gran cicatriz en su lugar. Esa cicatriz será todo lo que me quede.
Estoy lleno de terror por uno a quien amé y cuidé. Salvación. Si tan sólo yo estuviera seguro
de la salvación de la persona que se ha ido, vencido por esta vida. No hay nadie a quien pueda ir
sino a Ti, el Crucificado. Tu oración de abandono, que siempre me ha intrigado, es ahora la única
cosa que tiene sentido para mi. Ponto en tus manos, a mi ser querido, cuyo cuerpo ha sido destruido.
Desciende de la Cruz y abraza a esta alma herida y despedazada. Tú descendiste al infierno. Busca a
nuestro amigo que está al borde y rescátalo. No tenemos lugar donde ir en el mundo, en todo el
universo sino a Ti, a Tu cruz, es nuestra única esperanza. En tus manos, Oh Señor, encomendamos
su espíritu. Amen.47
Oraciones para los que están junto a la tumba
Oremos
Concede, Oh Señor, te pedimos, que mientras lamentamos la partida de nuestro hermano(a),
Tu siervo, de esta vida, podamos tener presente en nuestras mentes que seguiremos su mismo
camino. Dadnos la gracia de estar listos para aquel último momento por medio de una vida devota,
y protégenos de una repentina e imprevista muerte. Enséñanos como velar y orar, para que cuando
llegue tu llamada, podamos dirigirnos al encuentro del Novio y permítenos entrar con Él en la vida
eterna. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
II
Padre todopoderoso y misericordioso, tu conoces la debilidad de nuestra naturaleza. Inclina
tu oído con compasión por tus siervos, sobre quienes has dejado la pesada carga del dolor. Quita de
sus almas el espíritu de rebelión, y enséñales a ver tus buenos propósitos actuando en todas las
pruebas que les envías. Concede que no desfallezcan en infructíferos e inútiles lamentos, ni dolor
como aquellos que no tienen esperanza, sino que con sus lágrimas miren dócilmente a Ti, el Señor
de la Consolación. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
–RITUAL ROMANOEn el Paraíso
Que los ángeles te conduzcan al paraíso; que los mártires se adelanten a darte la bienvenida
en tu camino, y te guíen hacia la ciudad santa, Jerusalén. Que el coro de los ángeles te reciba y que
descanses con Lázaro para siempre, que una vez fue pobre.
–RITUAL ROMANO-
47
El suicidio de un ser querido es uno de los dolores más grandes a los cuales uno pueda enfrentarse. Se
experimente una angustia que sólo pueden comprenderla quienes lo han vivido. He experimentado un suicidio tiempo
atrás, escribo esta oración por aquellos que conozco. A pesar de que este perturbado joven se quito la vida varios años
atrás, cuando su novia lo abandonó, el disparo aun resuena en mi mente. BJG.
82
LECTURAS SUGERIDAS
Se han escrito muchos libros para las personas que atraviesan arduos momentos de prueba.
Junto con los libros ya mencionados en este libro, los siguientes me parecen que pueden serles muy
útiles.
Una hermosa y estimulante enseñanza sobre el sentido del dolor es la Carta Apostólica del
Papa Juan Pablo II, Salvifici Doloris, publicada en febrero de 1984. Mi amigo Peter Kreeft ha
escrito sobre este penetrante asunto en sus libro: Making sense Out Suffering (sobre el sentido del
sufrimiento).
El libro The Humility and Suffering in God (L'humilité de Dieu; La souffrance de Dieu) de
François Varillon nos explica mucho como para aprender sobre la visión de Dios sobre la historia.
Siempre me ha parecido muy iluminador y conmovedor el libro de Romano Guardini, El Señor. La
Tristeza de Cristo de Santo Tomás Moro es una grandiosa meditación, como un gran número de
libros y cassettes del Obispo Fulton J. Sheen.
Uno de los libros más comunes sobre este punto es Cuando a La Gente Buena Le Pasan
Cosas Malas (Vintage 2006)) escrito por el rabino Harold S. Kushner. Este sensible libro de un
hombre compasivo nos trae la experiencia de las Escrituras Judías, a pesar de que también el
Rabino Kushner menciona la perspectiva única que los sufrimientos de Cristo deben dar a los
padecimientos de los cristianos. Algo sobre el mismo tema es el libro de Bartholomew Gottemoller,
monje trapense, titulado Why Good People Suffer (Por qué sufre la gente buena) (Nueva York,
Vantage Press, 1987). Otro libro, Where is God when you need Him? (¿Dónde está Dios cuando lo
necesitas?) (Nueva York: Alba House, 1992), por Karl Schultz, une la historia de Job con las
enseñanzas de Cristo en una manera muy útil y meditada.48
Cuando todo está dicho y hecho, las más poderosas enseñanzas alguna vez escritas sobre el
dolor y la muerte están en las Sagradas Escrituras. Es por esto que cada año durante Semana Santa
la Iglesia nos conduce a través de la solemne conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección
de nuestro Señor Jesucristo.
48
N. tr. a modo de sugerencia nos permitimos agregar: P. Miguel Fuentes, El dolor salvífico - Acompañando a
nuestros enfermos y ancianos con la reflexión y la plegaria (2ª Ed.); el film de Mel Gibson, La Pasión; y el sitio web
sobre la Sábana Santa: www.sindone.org.
83
Descargar