introduccion - Repositorio de la Universidad de Oviedo

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INTRODUCCION
INTR
DUC
Consideramos las <creservas»como una de las instituciones más originales del Derecho sucesorio, por cuanto
por su virtud se altera el mecanismo general que rige Ia
transmisión de bienes por causa de muerte y se consignan
reglas que ha de tener presentes el profesional en el cumplimiento de Ias obligaciones que le impone el ejercicio
de su cargo.
El interés de esta materia lo acredita el hecho de verla
tratada con gran frecrrencia en Revistas y Anales profesionales, sin perjuicio de las obras generales de Derecho, donde, como es lógico, se aborda igualmente la cuestión, aunque no sea con la abundancia de detalles y pormenores
que caracterizan los trabajos especializados.
Pero no obstante esa frecuencia, o por razón, acaso,
de la misma, el tema sigue ofreciéndose obscuro a los cultivadores del Derecho, en gran parte porque muchas de
las teorías sostenidas sobre este punto se han visto superadas y desbordadas por otras más modernas, planteándo-
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REVISTA DE I,A.
se d e tal manera al profesional un problema que le sitúa al
borde de la perplejidad: ¿cuáles de esas doctrinas han conseguido perseverar, y cuáles han desaparecido como consecuencia de Ia evolución que representa todo progreso?
Especialmente preocupados por todo lo que sea sentid o práctico en el ejercicio de la Carrera (que no excluye,
evidentemente, el espíritu de investigación ni el amor al
Derecho abstracto), hemos pergeñado las páginas q u e hoy
ofrecemos a nuestros lectores, animados por el deseo d e
que en ellas encuentren la solución, o el medio para hallarla, cuando menos, en los problemas que a diario se presentan en nuestros Despachos y que deben ser resueltos
con la exactitud, claridad y precisión que requieren l o s intereses confiados a nuestra custodia.
La historia de la institución jurídica conocida con el
nombre de «reserva» en sus distintas variedades, es muy
antigua. Y antigua es también la literatura escrita sobre
ellas, puesto que el tema, aparte su importancia práctica,
se presta a la discusión y especuIación científica.
Prescindiendo d e antecedentes más antiguos, cuya referencia en este prólogo carecería de interés, sirviendo, a
lo sumo, de prueba de nuestra erudición y no de guía q u e
pudiera valer al lector para posteriores investigaciones, nos
hallamos con el trabajo suscrito por Valverde Maruri en
1897 bajo el título «De los bienes reservablesp, al que sigue en orden cronológico la obra de Lozano Sicilia, titulada «Interpretación del articulo 81 1», que vé la luz en
Córdoba en 1898.
Al mismo autor se debe la «Iristitución de las reservas»,
publicada en Madrid el año de 1 91 4, en la que, a la vez q u e
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aporta nuevos datos para el estudio de esta institución,
reitera el contenido de la obra primeramente citada.
A partir de la fecha, antedicha, y siempre con las pausas naturales en un tema que ha sido tratado por las plumas más autorizadas, se suceden los trabajos sobre el mismo, de entre los que pueden señalarse:
<<Perspectivas del artículo 8 1 1», trabajo firmado por
D. Antonio Maura en la <<Revista de Legislación y Jurisprudencia~,correspondiente al año de 1924.
<<Contribución al estudio d e la reserva tronca1 en el
Código civil,>, de la que es autor Riaza, editada en Santiago en 1925.
«El derecho de representación y la reserva llamada
troncal del articulo 8 1 1», de Clemente d e Diego, año de
1927.
«Sobre la reserva de los artículos 968 y 980», de Capó
Bañafús, año de 1928.
«La reserva llamada tradicional u ordinaria: su evolución», publicada por Marin Monroy en la «Revista Crítica
de Derecho Inmobiliario» el año 1930.
<<Laverdad sobre el artículo 8 11», de la Cueva y Donoso, publicada en Sevilla en 1934.
«El artículo 8 1 1 del Código civil», obra de Escobar,
editada en San Fernando en 1940.
«Sobre la naturaleza y disponibilidad del reservatorio~,
artículo de Azurza Oscoz, inserto en la «Revista General
de Legislación y Jurisprudencia», d e los meses julio-agosto de 1946.
«La desheredación y las reservas», artículo de Geno-
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REVISTA DE LA
vés Amorós, en la «Revista de Derecho Privado» de 1947.
Etc., etc.
También en la literatura extranjera se encuentran algunos trabajos sobre el particular, mereciendo destacarse
la obra de Bridey, «de la reserva hereditaria», (Caen, 1925),
y más particularmente los trabajos del Profesor de la Universidad d e Coimbra, Dr. Braga da Cruz, titulados: «El
problema de la sucesión de los ascendientes en el antiguo
Derecho griego» (Coimbra, 1947), y «El derecho de troncalidad» (Braga, 1947).
N o es extraño que el estudio de esta institución haya
merecido menos atención por parte de los extranjeros que
d e los autores españoles, porque algunas de las «reservas*
o variec'ades d e éstas que existen en nuestro Derecho son
desconocidas en los demás países, o se manifiestan bajo
formas y con efectos completamente distintos, siempre
más limitadas en aquellas legislaciones que en la española.
Incluso podemos decir que la «reserva» del articulo 812
del Código, que en su forma contemporánea aparece tomada del Código civil francés (artículo 747), es, sin embargo, típicamente nacional, como procedente del Derecho de las regiones de fuero, particularmente de las «Observancias~7 y 27 d e Aragón, aparte los preceptos que a
ella hacen referencia en el Fuero Juzgo y en el Fuero Real.
D e los tres tipos de «reserva» previstos respectivament e por los artículos 968, 8 1 1 y 812 del Código, ha sido el
segundo el que fué objeto de mayor número de trabajos
jurídicos, acaso por ser el más frecuente en la vida del Derecho, y acaso también por la obscuridad d-e términos con
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que la Ley se manifiesta a este respecto. La determinación
de los parientes en cuyo obsequio fué establecida esta <<reserva,, ha sido objeto de arduas discusiones, a las que contribuyó en parte la misma jurisprudencia por lo dudoso e
inlpreciso de sus fallos. Lo mismo ocurre con la posibilidad de que quepa o n o el derecho de representación en
cuanto a ella; teoría que aparece últimamente desenvuelta
por la Cueva y Castán en sentido afirmativo y que, caso
de prosperar, abrirá nuevos horizontes a 1a aplicación del
precepto legal.
N o hemos de comentar las razones que puedan o no
justificar la supervivencia de todos estos artículos en el
Derecho contemporáneo. Por muchas que sean las objecciones que quieran oponérseles, es indudable que responden a un sentido moral y económico del Derecho d e sucesiones, contando además a su favor con la inveterada
tradición d e su práctica, que tanto influye en la psicología
de los pueblos.
La «reserva» vidual forma parte, como veremos, d e
una serie de medidas adoptadas desde 10s tiempos más remotos con motivo del matrimonio del cónyuge supérstite.
Más aún: estas medidzs son también adoptadas por el D e recho romano y el histórico español con independencia
de que el nuevo matrimonio se contraiga o n o en el supuesto de que existan hijos de «consuno», por estimar,
probablemente, que la disolución del vínculo conyugal
por fallecimiento de uno de los esposos pone término a la
unidad de la familia, debiendo estimarse ésta para lo sucesivo como integrada por dos elementos independientes: el
cónyuge viudo por un lado, y los hijos del matrimonio,
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representantes del premuerto y, por consiguiente, sucesores en la posición jurídica que antes ocupaba éste, por
otro, siquiera con las salvedades y limitaciones que merece
la supervivencia d e uno d e los padres.
Este mismo sistema, esta idea matriz, es la que sirve
de soporte al reconocimiento y atribución de los derechos
legitimarios a los hijos, puesto que muerto uno de los padres la unidad económica antes existente se deshace y los
herederos forzosos tienen derecho a la adjudicación de
lo que en el acervo común correspondía al cónyuge difu nto, reemplazándole, conforme hemos dicho, en la posici ón económica y jurídica que antes ocupaba.
La «reserva> vidual tiene la ventaja d e que es impuesta por igual a los dos esposos, siendo así una de las pocas
instituciones en que la parcialidad del legislador no se ha
manifestado dictando y estatuyendo solo para la mujer.
Comparada esta disposición con las demás que regulan los
efectos d e las segundas nupcias, casi siempre deprimentes
para las hembras, vemos que la Ley ha dado aquí pruebas
d e una equidad e igualdad que no suele ser inspiración de
sus preceptos. La causa de ello se encuentra en que el propósito que se tuvo presente ha sido el de proteger los intereses de los hijos del anterior matrimonio, y estos intereses tan comprometidos pueden verse con el matrimonio
del viudo que con el d e la viuda, razón por la cual era lógico que frente a este evento se adoptasen las mismas previsiones.
Sin embargo, la justicia que observamos en este punto
se echa de menos cuando se trata del ejercicio de la patria potestad, de la que queda privada la madre, en tanto el
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marido la conservalacaso porque se parta de la supuesta debilidad del sexo femenino y se tema que la mujer pueda ser
víctima en el nuevo matrimonio d e sugestiones y coacciones por parte d e su esposo. Esta verdad, n o es exclusiva,
por desgracia, de la mujer binuba, y alcanza también a los
varones, o puede alcanzarles, ya que ningún privilegio de
inmunidad poseen frente al sexo contrario. Así, pues, estimamos que la fuerza de los hechos y el respeto debido a
la verdad obligarían a adoptar alternativamente una d e las
dos posturas siguientes: o respctar a ambos cónyuges en
las prerrogativas inherentes a la patria potestad, actitud
prevista por la Ley del matrimonio civil de 1870, o en
otro caso adoptar las mismas precauciones respecto a los
padres que contraigan segundo enlace, con indifencia de1
sexo, puesto que la experiencia nos demuestra, de acuerdo,
por otra parte, con la naturaleza, que los peligros e inconvenientes para los hijos del primer matrimonio son iguales o resultan tan semejantes que apenas merecen el trabajo de una discriminación, salvando el respeto debido a las
excepciones, que, por serlo, solo sirven para confirmar la
regla general.
La «reserva» del artículo 8 1 2 ha merecido menos comentarios por parte de los tratadistas, quizás, como decimos en el texto de esta monografía, por lo poco frecuente de su rrso. Esto no obstante, es seguramente la mejor
caracterizada y la que ofrece detalles de mayor interés,
principalmente porque desarrollada en el Derecho extranjero, los civilistas de estos países han hecho un estudio , f . '
más minucioso y completo de la materia. Su adaptación al '.
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Derecho español es evidente, por la inspiración común
que caracteriza los preceptos.
Además de esto, es interesante el artículo 81 2 por su
entronque con el Derecho indígena español, motivo por
el cual no nos explicamos el silencio adoptado por la mayor parte de los tratadistas patrios sobre esta «reserva».
La razón de haberse escrito poco, nos ha estimulado a ser
nosotros más extensos, calculando que mucho de lo que
decimos respecto a las demás variedades de la institución
reservataria puede encotitrarlo el lector en otras obras semejantes, pero no así 10 que afecta al referido artículo
812, omitido o pasado casi en silencio por muchos autores.
Observará el lector que entre la realidad y la actitud
de la jurisprudencia existe una flagrante contradicción,
obstiriado esta última en negar el carácter de reservas que
tienen algunas de las figuras jurídicas que vamos a estudiar. Diríase que es el horror a la tradición. Por ese motivo, la reserva es calificada como «esperanza o expectativa» de derecho, y no como derecho en sí mismo, aunque, en definitiva, produzca los mismos efectos que éstos.
Pero es que ha querido intefitarse una renovación de nuestro Derecho nacional en términos tan amplios, y sobre tod o tan modernos, que todo aquello que transcienda a
Leyes históricas tratadas de superar ha sido abolido en las
palabras, aún cuando, como es lógico, tenga que perseverar y mantenerse en los hechos.
Esta tendencia a la novedad, manifestada incluso en la
reproducción de preceptos extraños, siendo así que entre
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los nacionales se contaba coi1 manantial de inspiración suficiente, ha hecho que e1 Tribunal Supremo permaneciese
durante algún tiempo en situación confusa y como a la
deriva, no acabando d e encontrar la postura que realmente le correspondía en la interpretación y aplicación de los
artículos del Código. A ello se debe lo frecuente de sus incongruencias y contradicciones, en las que se ve pasar las
reservas de un concepto a otro, huérfanas de una unidad
d e criterio tan indispensable, empero, en los fallos que
dicte el Supremo, puesto que su contenido constituye jurisprudencia y puede ser alegada con éxito para obtener la
casación, de acuerdo con la Sentencia de 11 de mayo d e
1900.
De aquí-insistimos-que
al presente trabajo hayamos
procurado dotarle de aquellas cualidades prácticas que tan
útiles pueden ser al profesional, revisando y depurando la
doctrina de nuestros Tribunales para lIegar a lo que hoy
pueden tenerse por conclusiones vivas y operantes.
Como a todo buen empeño corresponde una actitud
recíproca por parte de las personas a quienes se dedica,
confiamos en que la de nuestros lectores ha de ser benévola al recibir y apreciar este trabajo, que de todo corazón
les dedicamos.
Salamanca, 1949.
I N D I C E DE MATERIAS
INDICE DE-MATERIAS
CAPITULO I
Acepciones de la palabra areserva». Sentido amplio y seritido restringido. La
«reservan en el Derecho d e sucesiones: legítima, substitución fideicomisaria, derechos eventuales del ausente, ejecucidn testamentaria, herederos y legatarios
bajo condición, etc., etc. Teorías d e Mucius, Petit, Pacchioni, Fada, Pinell6s, Girard, Czyiilard, Cluck, Merea. Anatemas contra las segundas nupcias: Tertuliano, Clemeiite d e Alejandría, Orígenes, etc. Teorías d e los niontanistas. Posición
d e la Iglesia: San Marcos, San Lucas y San Mateo. Epístola a los Corintos. «Año
d e luto». Preceptos del Fuero Juzgo, Fuero Real, Código d e Partidas y Novísima
Recopilación. Derecho extranjero: Código alemán, legislaciones hispano-americanas; Francia, Italia y Suiza. Efectos d e las segundas nupcias en estos Derechos.
Posición d e la mujer binuba: pérdida d e la patria potestad; sanciones de los artículos 50, 64, 206, 207, 211, 220 y 230 del Código civil. Efectos del segurido matrimonio eii cuanto a los dos cónyuges: art. 59 del Cúdigo; Ley d e 13 d e diciembre d e 1943. La *reserva.> vidual. Antecedentes. Leyes del Código, Novela 98;
Leyes del Fuero Juzgo, Fuero Real, Partidas, Leyes d e T o r o y Novísima Recopilación. Opiniones d e los tratadistas. ¿Estaba el viudo obligado a reservar en nuestro antiguo Derecho? Teorías d e la Serna y Falcón. Examen d e la Ley XXIII, Título XI d e la Partida IV, Ley XV d e T o r o y Ley VII, Título IV, Libro X d e la
Novísima Recopilación. Fundamento de la areserva». LESuna sanción'al cónyuge
binubo? El problema eii el Derecho romano y en la legislación histórica. Opiniones d e los tratadistas. ¿Supone una división del pleno dominio?¿Es una propiedad
sujeta a condición? Contradicciones del Supremo y opiniones d e los tratadistas:
F ~ l c ó n ,Valverde, Sánchez Román, Mucius, etc. Naturaleza d e la .reserva». Doc-
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trina y jurisprudencia. Fecha en que comienza y casos de extinción o de no nacimiento. Bienes que comprende. Mejoras: posibilidades y requisitos para establecerlas. Eficacia d e las enajenaciones de bienes reservables: resoluciones del
Supremo y de la Dirección General. Bienes muebles. Bienes inmuebles. Enaienaciones hechas antes y después del segundo matrimonio. Iiiventario de bienes reservables. Disposiciones de la Ley y Reglamento Hipotecarios para garantía de
dichos bienes.
CAPITULO 11
De la aieserva, llamada troncal. Analogías y diferencias con la vidual. El artículo 81 1 del Código civil. Naturaleza y origen de este articulo. ¿Establece una
-reserva?» ¿Es una limitación a la legitima de los ascendentes. ¿Iiitegra una transmisión con cláusula resolutona? Opiniones de Alonso Martíiiez, Manresa, Riaza,
Gil y Berges, Cárdenas, Valverde, Aldecoa, de Diego, Sánchez Romári, Castáii,
etc., etc. Criterio de la jurisprudencia. El art. 81 1 en el Derecho foral y en la legislación histórica española. Sucesiones a que se aplica. Personas obligadas a la
reserva. Bienes reservables. Momento en que nace la areserva». Reiiuncia de derechos. Reservatarios. Naturaleza del parentesco y forma de coinputarle. ¿Cabe el
derecho de representación? Opiniones de la Cueva y Castán. Resoluciones de la
jurisprudencia. Resumen de lo expuesto y efectos del art. 811.
CAPITULO 111
De la areservan lineal.-Examen del art. 812 del Código civil. El art. 747 del
Código francés: <<retourlegal*. Diferencias. Sucesiones a que se aplican. Funda mento del Derecho de regresión: paises de Derecho escrito y de Derecho consuetudinario. Donación con condicidn resolutoria. Teorías y efectos. Ampliación
d e legitima. Opiniones de los tratadistas: Manresa, iMucius, Sánchez Roinán,
Baudry, Planiol, Colin el Capitant, Glasson, etc., etc. Reserva lineal. Exanien d e
la Ley VII, Título 11, Libro IV del Fuero Juzgo, y de la X, Titulo VI, Libro 1II
del Fuero Real. «El derecho de troncalidad» de Bragada Cruz. La regla «los propios no subenm y su interpretación a partir de Du Mulin. Alcance y requisitos
del art. 812. Título por el que e1 donante recupera los bienes. Sus obligaciones
en cuanto a la sucesión. Efectos de la enajenación, permuta o cambio de los bienes donados. Obligaciones del contador-partidor o de los herederos en su caso.
Problemas que se plantean con relación al metálico y a los bienes funpibles.
Opiniones de Alonso Martínez, Manresa, Mucius, Sánchez Románfy de la doctrina y jurisprudencia española y francesa. Hijos naturales e Iiijos adoptivos.
Resunien y consecuencias de todo lo expuesto.
LEYES QUE SE CITAN
LEVES QUE S E CITAN
DERECHO ROMANO
Ley 111, TítuIo IX, Libro V del Código; Novela 98; Const. ka, @debon.
matern.», VI, 60; Const. XIII, nde legit. nered.., VI, 58; Const. VI1 *de revoc.
doiiat.», VIII, 56; la 3-9, .de secund. nupt.,, V, 9; Novela 2. Cap. 111,68, 98, 127;
Novela 22, Capts. XXII, XXXlV y XXXV; Leyes Julia y Papia Poppea; Ulpiano,
XIV, 1; Ley VI, pr. D. «de iure dotn, XXIII, 3.
DERECHO CANONICO
Concilio Neo-Nezares. Concilio Laodicense. Concilio Niceno. Concilio de
Trento: Canon XVII; Sezión 24, Cánones 2, 4 y 7. Hinuario latino-visigótico. Breviario Mozárabe. Corpus iuris: Cánones 1.118, 1.142 y 1.143.
FUERO JUZGO
Ley 1, Titulo 11, Libro 111; Leyes XIII, XIV y XV, Título 11, Libro IV; Ley 11,
Titulo V, Libro 1V; Ley XI, Título 11, Libro In; Ley V11, Título 11, Libro IV.
FUERO REAL
Ley XIII, Título 1, Libro 111; Ley 1, Título 11, Libro 111; Ley VI, Título 11, y Leyes IV y SIII, Título V, Libro 111; Ley X, Título VI, Libro 111.
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CÓDICO DE PARTIDAS
Ley 111, Título XII, Partida VI; Ley 111, Título XIII, Partida IV; Ley 111, Título
111, Partida VI; Ley 111, Título V, Partida VlI; Ley XXIII, Título Xi, Partida IV;
Ley XXVI, Título XIII, Partida V.
LEYES DE T O R O
Leyes: VI, XV, Ll y LIV.
NOVISIMA RECOPILACION
Ley IV, Título 11, Libro I; Ley 1, Título X, Leyes II y 111, Titulo 111, Ley VII,
Título IV, y Ley 1, Título XXiI, todas del Libro X.
DERECHO FORAL
Cataluña: acontituciones catalanas», Capítulo VI, Título 11.
5Vni7arra: «Fuero General d e Navarran, Titulo IV, Libro 11, y Capítulo XVI de
de los mistnos Título y Libro. ~NovísiinaRecopilaciún de Navarra»:
Leyes VI y VII, Título XIII, Libro 111.
74zcaya: <<Fuerode Vizcaya.: Leyes XIV y XVI, Título XIV, y Ley VII, del
Título XXI.
dragón: «Fuero Unico de Aragóii», aobservancia VII», «ObservanciaXXVII».
DERECHO EXTRANJERO
Francia: «Grand Coutumier de France..
«Costumbres de París, Art. 313.
«Anteproyecto d e Código Civil d e L a u r e n t ~ Art.
.
798.
-Código Civil: artículos 390, 391, 395, 396, 1.098, 747 y 357.
Alemania: Código Civil: artículos 1.696 y 1.697.
Suiza:
Cbdigo Civil: artículo 288.
CODIGO CIVIL ESPANOL
Artículos: 808, 781, 790, 800, 801, 804, 195, 968, S 11, 812, 52, 45, 199, 154, 167,
168, 211, 50, 108, 110, 64, 220, 230, 206, 207, 211, 59, 127, 321, 980,969, 839, 976,
781, 783, 69 y siguientes, 823, 972, 973, 974, 978, 975, 976, 816, 938, 4, 29, 988,
938, 641, 1.125, y 991.
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
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LEYES
ESPANOLAS
Ley 25 d e marzo d e 1855, Ley de[ inatrimonio civil, Ley 4 d e julio d e 1939,
Ley 23 d e septiembre d e 1939 y Ley 13 d e diciembre d e 1943.
SENTENCIAS
Sentencias de: 13 d e noviembre d e 1914, 29 d e enero d e 19 16, 2 1 d e dicieinbre 1918, 27 septiembre 1930, 13 agosto 1884, 24 junio 1892, 20 diciembre 1892,
10 noviembre 1902,14 diciembre 1916, 13 marzo 1914, 16 junio 1852, 22 junio
1895, l o j u n i o 1918,2 julio 1921, 9 mayo 1859, 21 mayo 1861, 27 junio 1866, 16
junio 1872,26 enero 1874, 8 julio 1874, 18 junio 1880, 22 junio 1895, 16 junio
1862, 20 dicieinbre 1904, 8 octubre 1910, 4 julio 1896, 6 mayo 1905, G julio 1916,
8 noviembre 1906, 29 octubre 1907, 8 octubre 1909, 7 noviembre 1909, 12 marzo
1897, 10 julio 1918, 1 abril 1914, 6 julio 1919, 27 noviembre 1929, 22 junio 1891,
9 julio 1910, 9 abril 1928, 4 enero 1911,21 inarzo 1912, 7 noviembre 1912, 13 diciembre 1919, 14 diciembre 1933, 20 diciembre 1904, 21 enero 1922, 14 julio
1899, 29 noviembre 1907, 20 abril 1917, 6 octubre 1930, 8 abril 1931, 25 marzo
1933, 21 enero 1922, 3 noviembre 1931, 8 octubre 1923, 22 juiiio 1895, 12 tnarzo
1897, 30 diciembre 1897, 1 mayo 1901, 26 octubre 1907, 8 octubre 1912, 2 enero
1929, 25 marzo 1933, 12 diciembre 1945, 19 noviembre 1910, 4 diciembre 1933,
4 enero 1911, 21 marzo 1912,7 iioviembre 1912, 13 diciembre 1919, 6 enero 1919,
20 diciembre 1904, 8 octubre 1909, 7 noviembre 1912, 30 diciembre 1897, 23 octubre 1913, 14 julio 1899, 29 septiembre 1905, 30 abril 1906, 4 mayo 1910, 20
alxil 1917, 21 noviembre 1902, 16 dicieinbre 1892, 8 noviembre 1906, 30 diciembre 1912, 22 junio 1931, 16 enero 1901, 8 novieinbre 1906, 19mayo 1910, 8 noviembre 1894, 29 septiembre 1905, 8 octubre 1910, 3 diciembre 1897, 27 e n e r o
1909, 19 noviembre 1910, 2 enero 1929, 24 julio 1901, 2 julio 1903,30 abril 1904,
6 niayo 1879, 9 agosto 1854, 14 inarzo 1902, 13 novieinbre 1903, 24 abril 1871, 24
julio 1901, 2 julio 1902, 30 junio 1930, 30 abril 1904, 5 enero 1945.
RESOLUCIONES DE LA DIRECCION GENERAL
Resoluciones de: 27 d e septiembre 1921, 30 marzo 1925,25 diciembre 1862,
25 junio, 1892, 29 diciembre 1931, 23 julio 1910, 27 junio 1906, 27 octubre 1917,
12 junio 1930, 4 enero 1911 y 12 diciembre 1945.
CAPITULO 1
De la
reserva^
uidual.
Acepciones de la palabra «reserva». Sentido amplio y sentido
restringidos. La «reserva» en el Derecho de sucesiones: legítima,
substitución fideicomisaria, derechos eventuales del ausente, ejecución testamentaria, herederos y legatarios bajo condición, etcétera, etc. Teorías de Mucius, Petit, Pacchioni, Fadda, Pinellés, Girard, Czyhlard, Gluck, Merea. Anatemas contra las segundas nupcias: Tertuliano, Clemente de Alejandría, Orígenes, etc. Teorías d e
los montanistas. Posición de la Iglesia: San Marcos, San Lucas y
San Mateo. Epístola a los Corintos. «Año de luto». Preceptos del
Fuero Juzgo, Fuero Real, Código de Partidas y Novísima Recopilación. Derecho extranjero: Código alemán, legislaciones hispanoamericanas, Francia, Italia y Suiza. Efectos de las segundas nupcias
en estos Derechos. Posición de la mujer bitiuba: pérdida de la patria potestad; sanciones de los artículos 50, 64, 206, 207, 21 1, 220
y 230 del Código civil. Efectos del segundo matrimonio en cuanto
a los dos cónyuges: art. 50 del Código; Ley de 13 de diciembre de
1943. La «reserva» vidual. Antecedentes. Leyes del Código, Novela 98; Leyes del Fuero Juzgo, Fuero Real, Partidas, Leyes de T o r o
y Novisima Recopilación. Opiniones de los tratadistas. ¿Estaba el
viudo obligado a reservar en nuestro antiguo Derecl-io? Teorías
de la Serna y Falcón. Examen de la Ley XXIII, Título XI de la Partida IV, Ley XV de Toro y Ley VII, Título IV, Libro X de la No-
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REVISTA DE LA
vísima Recopilación. Fundamento de la «reserva». ¿Es una sanción
al cónyuge binubo? El problema en el Derecho romano y en Ia legislación histórica. Opiniones de los tratadistas. ¿Supone una división del pleno dominio?¿Es una propiedad sujeta a condición?Contradicciones del Supremo y opiniones de los tratadistas: Falcón,
Valverde, Sánchez Román, Muncius, etc. Naturaleza de la areserva». Doctrina y jurisprudencia. Fecha en que comienza y casos de
extinción y de no nacimiento. Bienes que comprende. Mejoras: posibilidades y requisitos para establecerlas. Eficacia de las enajenaciones d e bienes reservables. Resoluciones del Supremo y de la Dirección General. Bienes muebles. Bienes inmuebles. Enajenaciones
hechas antes y después del segundo matrimonio. Inventario de
bienes reservables. Disposiciones de la Ley y Reglamento Hipotecarios para garantía d e dichos bienes.
UNIVERSIDAD DE OVlEDO
DE LAS <<RESERVAS»EN EL DERECHO
Y EN EL COMPARADO
ESPAROL
Acepciones d e la palabra «reserva». Sentido amplio y sentido restringido. La
«reserva>, en el Derecho general y en el d e sucesiones. Analogías y diferencias
con otras instituciones. Teorías d e los tratadistas
La palabra «reserva» tiene distintas acepciones. Gramaticalmente significa «apartar y guardar- alguna cosa, o «dilatar y diferir algo para otro tiempo».
Partiendo de este concepto general puede decirse que existe
reserva en el Derecho siempre que una persona se ve obligada por
cualquier razón jurídica a conservar y retener para otra alguna cosa o algún derecho, ofreciéndosenos entonces la palabra «reserva»
con una amplitud de términos que por su propia generalidad impiden el conocimiento de la institución, ya que lo general es opuesto a 10 singular y en la singularidad se halla precisamente la nota
que permite establecer el diagnóstico diferencial entre institutos
jurídicos análogos.
En el concepto anterior, o sea en el de «apartar», «guardar» y
«conservar» algo para otro, la reserva tiene aplicaciones ilimitadas, y lo mismo es atribuible al usufructo que al arrendamiento o al depósito, y, en una palabra, a todos aquellos actos y co:--
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tratos, tan frecuentes en la vida d e relación, en que se retiene, posee, disfruta y «conserva» una cosa ajena para s u devolución en
tiempo y forma al verdadero titular.
Evidentemente, no es este el sentido que la Ley y la doctrina
han querido otorgar a la «reserva».
Si del campo del Derecho en general descendemos al de sucesiones, vemos que también en éste la palabra «reserva» tiene distintos significados. Reserva continúa siendo entonces la acción d e
conservar y trasnsmitir una cosa a tercero; pero este concepto,
que puede tenerse por aniplio dentro de 10 limitado del Derecho
srrcesorio, sufre a su vez una nueva limitación o circunscripción
cuando se trata d e las reservas propiamente dichas, en las que n o
basta que se dén las mencionadas circunstancias, sino que es preciso además, que los bienes hereditarios sean recibidos por una
determinada persona, tengan un cierto origen y existan corno expectantes otras personas también determiiiadas, con la concurrencia del resto d e las notas que serán objeto de estudio oportuno.
A falta d e los requisitos mencionados no hay «reserva» en sentido estricto, aunque sí la habrá en su concepto extenso o lato,
puesto que pueden perseverar las circunstancias d e fondo (conservación y transmisión a un tercero d e las cosas o derechos conservados), que singularizan la tan repetida reserva.
En este concepto puede hablarse d e que la «legítima» es una
«reserva», y así aparece definida no solo por algunos Códigos extranjeros, como expresamente consigna el francés, sino también
por el nuestro, según acredita el artículo 808 al decir que ~ L e g í t i ma es la parte de bienes d e que el testador no puede disponer por
haberla «reservado» la Ley a favor de determinados herederos.....>>
Y no solamente es aplicable esta teoría a la legítima, sino que
puede extenderse a otras instituciones mortis causa, como son la
sustitución fideicomisaria, a la que se refiere Mucius en s u estudio del artículo 968 del Código; las instituciones d e heredero o legatario hechas bajo condición; el caso de herederos ausentes, etcétera, etc.
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Por la sustitución fideicomisaria, en efecto, el instituído en
primer término o fiduciario, está obligado a conservar y transmitir
a un tercero, o fideicomisario, el todo o parte de la herencia, conforme previene el artículo 781 del Código, ratificado, entre otras,
por las Sentencias de 13 de noviembre de 1914, 29 de enero de
1916, 21 de diciembre de 1918 y 27 de septiembre de 1930, dándose en el caso en cuestión, pues, los dos requisitos que se señalan como propios de la reserva. Mas adelante, empero, señalaremos las diferencias que existen entre ambas situaciones jurídicas.
En el caso de institución condicional, regulada por los articulos 790 y siguientes del Código Civil, cuando la condición, siendo
potestativa, fuese negativa o d e no hacer o no dar (artículo 800),
o se trata de condición suspensiva, los bienes de la herencia se ponen en administración hasta que la condición se realice o haya certeza de que no podrá cumplirse (art. 801), cuya administración es
confiada al heredero o al legatario sin condición, si entre ellos y el
heredero condicional existe derecho de acrecer, al presunto heredero o a la persona que designen los Tribunales, según los casos,
constituyendo obligación en todos ellos del administrador la d e
cumplir los deberes que corresponden a los que lo son de bienes
ajenos (artículo 804), integrados, en su esencia, por la conservación
y entrega posterior del patrimonio a su verdadero dueño.
Es este, pues, otro supuesto de «reserva» en el amplio sentido
que admite esta palabra, ya que el administrador solo actúa como
intermediario entre el causante y el adjudicatario de los bienes d e
la sucesión, limitándose sus funciones a facilitar y asegurar ese
tránsito, en una posición semejante, ya que no igual, a la del tenido por «reservista» con arreglo a la técnica del Código Civil.
La misma consideración jurídica merecerá el ejecutor testamentario en cuanto a éste, conforme a las teorías de Petit («Tratado
elemental de Derecho Romano», página 515); Pacchioni («Curso
de Derecho Romanon, página 421); Fadda («Derecho Hereditario
Romano», páginas 330 y siguientes, Tomo 11); Pinellés («Tratado
d e Derecho Romano», páginas 103 y siguientes); Girard («Manual
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REVISTA DE LA
de Derecho Romanon página 803, Tomo 11); Czyhlard (~Instituciones», página 288); etc., etc., se le relacione con el ~familiaeemptorm
y se suponga que en su origen-como dice Fadda-no tué más que
una persona de la confianza del testador, encargada por éste de
recibir primero y distribuir más tarde los bienes entre los herederos, a cuyo favor debía «conservarlos» bajo la garantía de la buena fé o fiducia que por sus cualidades inspiraba al causante de la
sucesión.
La tesis es todavía más cierta si aceptamos las doctrinas d e
Gluck («Comentarios a las Pandectasm, páginas 649 y siguientes,
Libro 29) y de Merea («El ejecutor testamentario», Lisboa, 1940),
por cuya virtud existe en la historia de esta institución un tipo de
ejecutor «autónomo» que adquiere para sí los bienes de la herencia, si bien con la obligación posterior de entregarlos a los herederos, lo cual constituye una verdadera «reserva» a favor de éstos.
En fin, un nuevo caso del mismo género le hallamos en los artículos 195 y siguientes del Código Civil, hoy sustituídos por la
Ley de 4 de julio de 1939, relativos a los derechos eventuales del
ausente, particularmente en lo que se refiere a las sucesiones a que
fueren llamados, tema de que trata Ignacio Serrano en «La ausencia en el Derecho español» y de que nos ocupamos en nuestra
obra «El ejecutor testamentario en el Derecho comparado».
Ahora bien; aun tenidas como reservas todas estas instituciones, al igual que existe reserva, según hemos dicho, siempre que
alguien esté obligado a conservar y transmitir a un tercero alguna
cosa o derecho, tratándose de la materia de sucesiones-única que
nos interesa en este estudio-la tan repetida palabra tiene un sentido singular, sui géneri, no atreviéndonos a decir que sea propio,
porque lo propio es lo exclusivo y dudamos bastante de que las
notas que se señalan como características de la «reserva» se dén
únicamente en ésta, ya que hemos visto como acompañan a otras
instituciones que con ella guardan puntos de analogía más o menos próximos.
Empero, por «reserva» se tiene para los efectos de la Ley las
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reguladas por los artículos 968, 811 y 812 del Código Civil, Y a
ellas hace relación el lenguaje jurídico, que, aun suponiéndole convencional, es el que prevalece en nuestras relaciones.
Acometeremos, pues, en las líneas que siguen al estudio d e las
«reservas,> según su significado en uso, tratando por separado d e
cada una de eltas, porque ni su origen, ni su naturaleza, ni sus efectos son los mismos, motivos por los cuales ni aprobamos el métod o de algunos autores que se ocupan simultáneamente de todas
estas figuras jurídicas, ni aplaudimos en su integridad el texto d e
la Base XVIII de la Ley de 11 de mayo de 1888, donde, incidiendo
en análoga confusión, se dice: «Respecto de las reservas....:, con lo
que parece quedan todas equiparadas e identificadas entre sí.
Esto repetimos, no es cierto. La del art. 968, en efecto, procede del Derecho romano, de donde la recogieron nuestras leyes
históricas, y tiene por finalidad, según veremos, evitar perjuicios a
los hijos del primero o anterior matrimonio, en el caso d e que el
cónyuge viudo contraiga nuevas nupcias.
La del art. 811 trae causa de la legislación foral, particularment e de las «Constituciones Catalanas», «Fuero» y ~NovísimaRecopilación de Navarra», y «Fuero de Vizcaya,, aparte los antecedentes que de ellas se encuentran en los Fueros n~unicipales, como el
d e Sepúlveda, integrando una verdadera reserva troncal en obsequio de los parientes que estén dentro del tercer grado y pertenezcan a la línea de donde los bienes procedan.
Y la «reserva» del art. 8 1 5 está tomada del Derecho francés,
donde se la designa con el nombre de «retour legal,,, y supone la
apertura de dos sucesiones: una normal o sujeta a los términos
comunes del Derecho sucesorio, y otra normal o «anómala», como dice la doctrina francesa, circunscrita a los bienes objeto del
«retour».
En definitiva, puede tenérsela por una reserva «incompleta»,
«especial» o «singular», según estiman nuestros tratadistas, o como una reserva «lineal», de donde resultarán los tres tipos que nos
proponemos analizar en este trabajo: la teserva vidual, la troncal y/--
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REVISTA DE LA
la lineal, o derecho de reversión, reguladas respectivamente, por
los artículos de nuestro Código que quedan reseñados.
Pero el carácter de reserva en este último caso, según aparece
regulada en el Derecho positivo, que ha querido desarraigarla de
nuestro Derecho histórico, es tan precario que ni siquiera se halla
amparada por el mecanismo previsto por la Ley Hipotecaria y por
su Reglamento para la protección de los bienes de esa clase. Sin
embargo, que constituye una auténtica reserva lo veremos al estudiar en particular el referido artículo del Código civil.
Empezaremos ahora por la reserva vidual, no solo por ser la
más frecuente en la vida del Derecho, sino también por constituir modelo a la que se han querido ajustar las demás, con las excepciones derivadas de la especial naturaleza, como hemos dicho, del
repetido art. 812.
Reserva vidual
La reserva vidual está íntimamente ligada a la historia de las
segundas nupcias y forma parte de un sistema general de cautelas
y previsiones, ya que no de sanciones, adoptadas por el legislador
con tal motivo. Por esta razón consideramos de utilidad algunas
referencias al tema tomado en su conjunto, antes de entrar en el
estudio específico de la supradicha areservan.
Anatemas contra las segundas nupcias
El segundo matrimonio contraído por el cónyuge viudo no es
ya objeto de los anatemas que en su día se fulminaron contra él
por los titulados montanistas, quienes le estimaban como verdadero adulterio.
La oposición a las segundas nupcias sostenida por Tertuliano,
Clemente de Alejandría, Orígenes, etc., etc., no prosperó en la
doctrina Católica, y si bien los Cánones apostólicos formularon
determinadas salvedades contra ellas (como la de prohibir la investidura sacerdotal a quien hubiese contraído dos veces matrimo-
nio, de acuerdo con el Canon XVII), y el Concilio Neo-Nezares
imponía una penitencia al Sacerdote que lo autorizase, ya a partir
del Laodicense quedaron reconocidos y aprobados los matrimonios que los viudos contrajeran.
Es esta la doctrina auténticamente Cristiana, pues si la Ley del
Nuevo Evangelio declara el matrimonio «uno» (San iMarcos XII), e
«indisoluble» (San Marcos, X, 2-12; San Lucas XVI, 18; San Mateo
XIX, lo), el Apostol declara en su Rom. VJI, que: «La mujer casada está ligada por la ley del matrimonio a su marido mientras éste
vive, más en muriendo aquél queda libre de la ley que al mismo la
ligaba. Por cuya razón será tenida por adúltera si, viviendo su marido, se junta con otro hombre; pero si el marido muere, queda libre el
víuculo y puede casarse con otro bombre sin ser adúltera-. (Rom. VII, 2-3).
En análogos términos está redactada la Epístola a los Corintos
(versiculos X-XI-XV), siendo este el criterio sustentado por el Concilio de Trento enI sus Cáriones 2, 4 y 7 de la Sesión XXIV.
En la actualid ad, coi] hallarse, por lo demás, históricamente
..
bien comprobada ia iicitrxd
de las segundas nupcias, quedan éstas
autorizadas tanto por disposición (:xpresa del Codex Iuris en sus
Cánones 1.142 y 1.143, como poIr deduc:ción lógica del Canon
1.118, en el que se declara que el niatrimonio rato y consumado
(o sea el habido entre cristianos con cópula), se disuelve por muerte
de irno de los aposos.
Es esta también la regla de derecho que establece el art. 52 de
nuestro Código Civil.
1
1.
Pero aún autorizadas las segundas nupcias, tanto la Iglesia como las legislaciones positivas han establecido respecto d e ellas determinadas particularidades, procedentes unas veces del recelo que
inspira la falta de continencia que las mismas denuncia, y dimanadas otras de la protección que merecen los hijos del primero o anterior matrimonio, cuando se considera que para lo sucesivo han
d e quedar sometidos a una potestad extraña.
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REVISTA DE LA
De tal manera, si nuestros Concilios no manifestaron oposición
alguna al segundo enlace, en el Hinrrario latino visigótico y en el
Breviario mozárabe (así como en las Capitulares de Carlomagno)
se encuentran reglas para el caso de que uno d e los contrayentes
sea viudo, con tendencia todas ellas a procurar que el nuevo vínculo tenga el mismo valor e idéntica eficacia que el contraido la
primera vez. A este temperamento parece responder el precepto
del Codex que prohibe a la mujer recibir dos veces la bendición
nupcial.
El problema en nuestra legislación histórica
La primera cautela que se observa en este sentido en nuestra
legislación corresponde al titulado «año de luto», procedente del
Derecho romano, y por cuya virtud, conforme al art. 45 del Código Civil, la viuda no puede contraer segundo matrimonio durante los 301 días siguientes a la muerte de su marido, o antes de su
alumbramiento si hubiese quedado en-cinta.
Esta prohibición aparece unánimemente reconocida por todos
nuestros antiguos Cuerpos legales.
La Ley 1, Título 11, Libro III del Fuero Juzgo equipara la inobservancia de tales preceptos al delito de adulterio y castiga a la
esposa infractora con pérdida de la mitad de la fortuna.
En los mismos térnlinos está redactada la Ley XIII, Título 1,
Libro 111 del Fuero Real.
El Código de Partidas, en su Ley 111, Título XII, Partida VI,
autoriza a la viuda para que contraiga segundo n~atrimonio,por
ser esta, dice, la doctrina de la Iglesia, de acuerdo con lo expuesto
por San Pablo; pero cuando no respeta el año de luto es «considerada de mala fama e debe perder las arras e la donación que le
fizo el marido, e las otras cosas que la hoviese dexado en testamento, e débenlas haber los fijos que quedaren dél, e si fijos non
dexare, los parientes que hovieren de heredar lo suyo,).
Se exceptúan de estas penalidades la desposada cuyo esposo
hubiese muerto antes de consumado el matrimonio y la casada
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que hubiera obtenido licencia del Rey para n o dejar transcurrir el
término o plazo previsto.
Sobre el mismo a articular pueden verse: la Ley 111, Título XIII
de la Partida 1V; la 111, Título 111 de la Partida VI, y la 111, Título V
d e la Partida VII, ratificadoras todas de los mismos principios jurídicos.
En cambio d e esto, la Ley JV, Título 11, Libro 1 d e la Novísima Recopilación, con un amplio espíritu liberal pero con muy escaso sentido práctico, autoriza el matrimonio d e la viuda en cualquier inomento, eximiéndola. d e toda responsabilidad.
Es más; en sus últimos párrafos prohibe sea tramitada denuncia alguna contra aquélla o contra su cónyuge con fulidamento en
que los esposos n o dejaron transcurrir el término legal, bajo pena
d e multa d e dos mil maravedis que pagarán Ion infractores a la
Cámara Real.
Aparte la excepción que representa esta Ley, todas las demás,
tanto nacionales como extranjeras, se hallan inspiradas en el mismo criterio de limitación o restricción de las segundas nupcias, si
bien debe advertirse que todas ellas, al igual que ocurre en nuest r o Derecho histórico, son más celosas en cuanto a las precauciones que deben adoptarse con las viudas que con los viudos, en
parte, por haber siempre sido dictadas las leyes por los hombres,
y en parte también, por los problemas a que puede dar lugar el
matrimonio prematuro de la mujer en razón a la legitimidad d e
los hijos.
Estas afirmaciones pueden verse en el resumen siguiente:
Disposiciones del Derecho alemán
Siguiendo el criterio expuesto, el Código alemán, por ejemplo,
sanciona con perdida d e la patria potestad a la viuda que contrae
nuevo matrimonio (artículos 1.696, y 1.697) negándola el derecho a
representar a sus hijos, aún cuando continúa sujeta al deber d e
atenderles y cuidarles.
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El viudo, en cambio, conserva todos los derechos inherentes a
la patria potestad, sin más que notificar al Tribunal de Tutelas e!
propósito que tiene de contraer segundas nupcias, presentando el
inventario de los bienes propios del hijo, previa liquidación de los
que haya tenido en comunidad con él.
Legislaciones hispano-americanas
La mayoría de las legislaciones hispano-americanas (Méjico,
Uruguay, Argentina, etc.), estiman perjudicial para la prole la celebración de segundo matrimonio por parte de la viuda, y adoptan
a este respecto y en beneficio de los hijos las medidas oportunas.
Francia
En Francia se sigue un sistema especial, que procuraremos resumir:
De acuerdo con lo previsto en el artículo 390 de SU Código civil, después de la disolución del matrimonio por muerte de uno de
los cónyuges se abre la tutela de los hijos menores, que es encomendada al padre o madre supérstite.
Este precepto es esencialmente distinto al contenido en el artículo 199 del Código civil español, en relación con el 154, puesto
que entre nosotros Id tutela no surge sino en defecto de la patria
potestad, y ésta solo desaparece por muerte de ambos padres, según el número primero del artículo 167.
Coexisten, en cambio, en Francia ambas instituciones, pues si
el cónyuge que ha sobrevivido continúa ejerciendo la patria potestad en cuanto a las personas de los hijos, por lo que se refiere
al caudal que éstos han heredado de su madre desempeña el papel de tutor o administrador.
Y no solo en el caso de disolución de matrimonio, sino también en el de Sentencia de divorcio quedan los hijos menores sometidos a la tutela que ejerce aquel de los esposos a cuya cus-
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todia hubieran sido encomendados, d e acuerdo con las Sentencias
en Casación de 13 de agosto de 1884 y de París de 24 de junio de
1892.
Abierta la tutela y conferida ésta a la mujer por muerte del marido, puede aquél, a tenor de lo previsto en el artículo 391 del Código, designar un Consejo especial sin cuya aprobación no podrá
la mujer realizar ninguno de los actos relativos a la tutela que se
le ha conferido, salvo que el padre consigne especialmente en el
nombramiento los actos que su viuda puede ejecutar sin necesidad
de intervención.
La facultad de designar tal organismo, concedida al marido y
negada a la mujer, por estimar el nombramiento como manifestación póstuma de la autoridad marital, coloca a los cónyu,=es en
posiciones distintas, estableciendo respecto de la madre medidas
restrictivas, no ya en cuanto al ejercicio de la patria potestad, que
se considera caducada, sino también respecto a la institución tutelar que ja sustituye.
Pero existen otras medidas, todavía más concretas, para el caso de que la viuda pretenda contraer nuevas nupcias; y así, conforme a lo dispuesto en los artículos 395 y 396, tiene que ser sometida a una especie de reelección en su cargo de tutora por parte del Consejo de familia, a cuyos efectos, convocará el Consejo
de referencia, dándole cuenta de sus designios y decidiendo aquél
si la madre habrá o no de conservar la tutela que en su día se le
confió.
No cumplido este deber por la viuda, se la considera declinada
en el cargo recibido y solidariamente responsable con su nuevo
marido de la tutela que indebidamente traten de desempeñar (artículo 395).
El Consejo de familia, por su parte, podrá acordar lo que al
caso converiga, según queda dicho; pero cuando decida la continuación de la mujer en concepto de tutora de los hijos del anterior matrimonio, su nuevo esposo desempeñará el cargo de pro-
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REVISTA DE LA
tutor (artículo 396), quedando afecto a las responsabilidades correspondientes.
Sin perjuicio de esto, adóptanse también por aquella legislación diversas garantías respecto a los bienes de los hijos, estableciéndose hipoteca lega! sobre los de los padres para asegurar los
derechos patrimoniales del menor, que queda convertido para lo
sucesivo en pupilo de sus progenitores.
Así lo consignan Colín y Capitat en su «Cours Elementaire d e
Droit civil francais~,de acuerdo con lo previsto en el Código civil y en el artículo octavo de la Ley de 23 de marzo de 1855.
Sistema análogo al expuesto es el establecido por el Código civil italiano, en el que si bien es cierto que el cónyuge superstite
conserva la patria potestad sobre los hijos menores, en lrrgar de
abrirse la tutela como sucede en Francia, en cambio, al intentar
contraer la viuda segundo matrimoiiio, el Coiisejo de familia d e
los hijos determinará si aquélla debe o no continuar en el ejercicio
de las facultades que como madre la corresponden sobre ellos.
Suiza
Y es el mismo procedimiento que aparece impuesto por el articulo 288 del Código suizo, si bién con aplicación a los dos cónyuges (no solo a la mujer), y siendo reservado únicamente para el
caso de que las circunstancias lo exijan. En tales hipótesis, podrá
i~ombrarseun tutor para los menores, supuesto que el padre viudo haya contraido segundo matrimonio.
Resumen de lo expuesto
Vemos, pues, como las legislaciones positivas han juzgado riecesaria la adopción de medidas precautorias para estos casos.
El Código civil español no podía sustraerse a esa influencia de
carácter general, tnucho más, cuando en nuestro derecho histórico
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y Iiasta en la legislación de la Iglesia, que tanto ha influido en la
nuestra, se encuentra una tradición tan abundante a su favor.
El estudio de esta materia con referencia al Código requiere su
clasificación bajo dos epígrafes distintos: el uno, comprensivo de
los efectos particulares que producen las segundas nupcias respecto a la viuda, y el otro referente a esos mismos efectos cualquiera
que sea el cónyuge que las contraiga.
No entra en nuestro propósito ocuparnos d e estas materias
con toda la extensión que merecen, porque, aparte su impropiedad en este trabajo, de ellas tratamos en nuestra obra «LA MUJER EN LA HISTORIA Y EN LA LEGISLACJON» con el detalle
necesario, remitiendo al lector para estos efectos a lo que entonces consignamos; pero una breve referencia puede ser útil a todos, singularmente cuando ha sido siempre norma nuestra el aprovechar cuantas oportunidades se nos ofrecen para obtener la mayor divulgación del Derecho de familia.
Efectos de las segundas nupcias con relación a la mujer
En el orden político-social no deja de ser uno de los efectos.
del matrimonio de la viuda la pérdida de su derecho a la percepción del subsidio familiar, impuesta por la Ley de 23 de Septiembre de 1939, como en otro orden de cosas es de recordar una vez
mas el Canón 1,143 del Corpus luris que prohibe a la mujer recibir más de una vez la bendición nupcial, según hemos dicho.
Pero el primero, más grave y característico de todos esos efectos es el señalado en el art. 168 del Código: la pérdida d e la patria
potestad (que en ocasiones no es más que suspensión) sobre sus
hijos menores, a menos que el marido difunto, padre de éstos, haya previsto el nuevo matrimonio y disponga para tal caso que la
viuda conserve aquella autoridad.
La regla es, pues, general; la excepción limitadísima, y la forma
de consignarla circunscrita al testamento.
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REVISTA DE LA
Nadie, que no sea el marido, puede autorizar a la viuda a contraer segundas nupcias con reserva de la patria potestad, y el mismo marido solo puede conceder esa autorización por medio d e
testamento.
La discrepancia entre el precepto que nos ocupa y la Ley de1
matrimonio civil es absoluta, puesto que por el art. 64 de esta última Ley la madre conserva la patria potestad sobre sus hijos aun
en el caso de que contraiga segundo matrimonio.
El criterio del Código aparece ratificado y aun extendido en su
aplicación por la doctrina del Supremo. A este temperamento responden las .Sentencias de 20 de diciembre de 1892 y 10 de noviembre de 1902, en las que se declara aplicable el art. 168 incluso
a las mujeres que quedaron viudas antes de regir el Código civil,
si el segundo matrimonio se contrajo después de la publicacidn d e
aquel Cuerpo legal, declarando extensibles los preceptos de la legislación común a las regiones rorales, conforme reitera la sentencia de 14 de ciciembre de 1916.
La perdida de la patria potestad, cuando tenga lugar, supone,
como es Iógico, la apertura de la tutela respecto de los hijos menores, según establece el art. 199, siendo conferido el cargo a las
personas y por el orden que señala el art. 21 1. A la formación d e
la tutela acompañará todo el mecanismo de protutor y Consejo
d e familia, con arreglo a las disposiciones generales que rigen esta materia.
Otros efectos de las segundas nupcias con referencia a la mujer
Se relacionan algunos de estos efectos con el plazo previsto
por el Código para que la viuda pueda contraer nuevo matrirnonio, al cual hemos hecho referencia bajo la expresión del <cañod e
luto» tomado del Derecho romano, conforme hemos dicho.
De la materia trata el art. 45, en el que se señala un minimum
d e 300 días siguientes a la muerte de su marido o antes del alumbramiento si hubiera quedado encinta, sancionándose el incumpli-
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miento de estos preceptos, salvo que haya mediado dispensa, con
Ias penalidades que se consignan en el art. 50 del referido Cuerpo
legal.
El fundamento de estas sanciones se encuentra en la necesidad
de evitar dudas e incertidumbres en cuanto a la filiación de los hijos, puesto que presumiéndose legítimos los nacidos en los 299
días siguientes a la disolución del matrimonio o a la separación d e
los cónyuges, cuando la viuda se casa sin dejar transcurrir el plazo
determinado por la Ley el problema de la filiación puede ofrecerse insoluble, si es que el hijo nace después de los 180 días siguientes a la celebración del nuevo enlace, o si nacido dentro de ellos,
el marido le reconoce como propio.
En ambos casos, en efecto, la imputación de paternidad es
punto menos que imposible, pues por los artículos 108 y 110 del
Código resulta simultáneamente hijo legítimo del primer marido
(como nacido antes de transcurrir los 300 días después de su
muerte), y del segundo, por haber pasado ya los 180 días siguientes a la fecha del nuevo matrimonio, existiendo, pues, a favor d e
los dos padres la misma presunción legal.
Como estos inconvenientes no acompañan al matrimonio del
viudo se comprende que en esta materia hayan adoptado las legislaciones diversa actitud según se trate de su matrimonio o del d e
la viuda.
Finalmente, son también efectos de las segundas nupcias el
previsto en el art. 64, donde se dice que: «La mujer gozará de los
honores de su marido, excepto los que fueren estricta y exclusivamente personales, y los conservará mientras no contraiga matrimonio»; y el que resulta de la aplicación de lo estatuido en el número 4.O del art. 21 1 y en los artículos 220 y 230 del repetido Código
civil, porque es indudable que si el segundo de estos artículos solo autoriza a las «solteras» para que sean tutoras de sus hermanos
locos, dementes, o sordo-mudos (regla aplicable a los condenados
a penas que lleven consigo la de interdición, por virtud de lo dispuesto en el art. 230), la tutela decaerá al contraer matrimonio las
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solteras, volviendo a recuperarla cuando queden viudas, para perderla de nuevo en el caso de otro matrimonio posterior.
Y ya en este punto, no podemos olvidar el precepto del artículo 206,párrafo 2 . O , en el que se sitúa a la viuda vuelta a casar no
solo por debajo del varón que se halle en las mismas condiciones,
sino también de las personas ajenas a la famiiia. De tal manera, si
los extraños pueden nombrar tutores para los menores a quien hayan instituido herederos o dejádoles manda de importancia (artículo 207), en cambio, la designación que haga la madre que contrajo segundas nupcias no surtirá efecto sin la aprobación del Consejo de familia.
Las prevenciones que el legislador adopta respecto a la viuda,
son inagotables. Como índice de ellas bastará tener presente la
Sentencia de 1 3 de marzo de 1914, en la que se declara que cuand o ha contraido segundo matrimonio no puede compIetar la capacidad del hijo menor de 18 años; requisito exigido, según sabemos, por los párrafos 2." y 3 . O del art. 59 del Código. La misma
doctrina se consigna en la Resolución de 27 de septiembre de 1921.
Efectos de las segundas nupcias con relación a ambos cónyuges
Los artículos 157 y 321 del Código civil español establecen
ciertas limitaciones respecto a los derechos que corresponden a los
padres, es decir, a ambos esposos sin distinción de sexos, en el caso d e que contraigan nuevo niatrirnonio.
En el primero de dichos artículos se dispone que cuando los
padres casados en segundas nupcias se propogan corregir o castigar
a los hijos del primer matrimonio, manifestarán al Juez los motivos en que fundan la corrección, oyendo éste a los hijos en comparecencia personal y. decretando o denegando la autarización sin
ulterior recurso.
A su vez, el art. 321 establece una excepción al principio general que prohibe a las hijas de familia mayores de edad, pero menores de 25 años (hoy 23, por aplicación de lo dispuesto en la Ley
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de 13 de diciembre de 1943), dejar la casa paterna sin consentimiento del padre o de la madre en cuya compañía vivan, puesto
que el precepto queda en suspenso cuando la hija se propone tomar estado, o cuando, sin mediar esta circunstancia, el padre o la
madre han contraído «ulteriores bodas», como dice el Código.
Como d e estos particulares tratamos con la necesaria extensión
en nuestra obra «LA POSICION JURIDICA DEL MENOR EN EL
DERECHO COMPARADO», nos permitimos recomendar su contenido al lector, en el deseo de no extendernos más sobre temas adjetivos y en la necesidad de analizar lo que específicamente es objeto verdadero de este trabajo: la reserva vidual, que, estimada o
no como sanción, constituye uno de los efectos típicos de las segundas nupcias, cualquiera que sea el cónyuge que las contrae.
Antecedentes de la reserva vidual
Encontramos los antecedentes remotos de esta reserva en la
Ley 111, Título IX, Libro V del Código, correspondiente a la época
de las Constituciones, estableciéndose en aquella Ley la obligación
de reservar determinados bienes a favor de los hijos para el caso
de segundo matrimonio. Justiniano amplió esta obligación, haciéndola extensiva aún al caso de que el segundo matrimonio no fuera contraido.
Las dos primeras Leyes del Título IX, Libro V del Código referido, se ocupan de la prohibición impuesta a la mujer para celebrar segundo enlace dentro del «año de luto», y la tercera designa específicamente los bienes que los viudos deben reservar para
sus hijos en el supuesto de que el referido matrimonio se contraiga.
En un principio quedaba afecto a tal obligación cuanto la mujer hubiera recibido de su esposo por cualquier título lucrativo,
fuese intervivos o mortis causa; pero Justiniano, en la Novela 98,
modificó, según hemos dicho, el derecho anterior e impuso la
obligación de reserva a los dos padres con relación a los bienesk:
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46
REVISTA! DE LA
dotales y a las donaciones propter-nupcias, manteniendo a favor
d e aquellos únicamente el usufructo, contrajeran o no nuevo matrimonio.
De la misma materia se ocupa el Título 11, Libro IV del Fuero
Juzgo, en cuyas Leyes XIII, XIV y XV se establecen determinadas
limitaciones, que, aunque no idénticas a las reservas que hoy conocemos, pueden considerarse como precedentes de las mismas, o
en todo caso, como prueba de la preocupación constante que el
legislador ha sentido por los hijos del primer matrimonio y por los
bienes que a los mismos pertenecen.
La única Ley, sin embargo, en que puede hallarse analogía directa con las disposiciones del Derecho positivo que rigen la inateria, es la segunda del Título V, Libro IV del Fuero, en la que se
impone a la mujer la obligación de reservar las arras que recibió
d e su marido para los hijos que de éste hubiera tenido, en el supuesto de que contraiga dos o más matrimonios.
La Ley 1, Título 11, Libro 111 del Fuero Real, se limita poco más
que a copiar el precepto anterior, disponiendo que cada uno de
los hijos de diversos o sucesivos matrimor,ios sucedan en las arras
dadas por el padre a su esposa.
El Código de Partidas se ocupa de la reserva d e la Ley XXIII,
Título XI d e la Partida IV, según reconoce la Sentencia de 16 de
junio d e 1862, encontrando las concordancias de aquel precepto
en la Ley XI, Título 11, Libro 111 del Fuero Juzgo; en la Ley VI, Título 11, en las IV y XIII, Título V, y en la IX, Título VI, todas ellas
del Libro 111 de1 Fuero Real; en las Leyes XV, LI y LIV de Toro; en
la Ley 1, Título 1, en las 11 y 111, Título 111, en la VII, Título IV, y
en la 1, Título XXII, Libro X de la Novísima Recopilación.
La referida Ley del Código Alfonsino trata de «Por cuales razones gana el marido la dote que le fizo la mujer, e ella la donación que la fizo el marido por razón del casamiento», rozando o
aludiendo, más bien que resolviendo expresamente, el tema de los
derechos de los hijos a la reserva de los bienes que integraron
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
47
aquellas donaciones en la hipótesis de la muerte de uno de los padres.
Mas claro es en este sentido el texto de la Ley XXVI, Título
XIII, de la Partida V, cuyo epígrafe es: «Cuando los bienes de la
madre son obligados a los hijos...>, estableciendo que: «Marido de
alguna mujer finando, si casase ella después con otro, las arras e
las donaciones que el marido finado le hubiese dado «en saluo fincan a sus hijos del primer marido»; «e devenlas cobrar, e haber después de la muerte de su madre; e para seguros destos los hijos,
fincarles porende obligados e empeñados calladamente los bienes
de la madre%,etc., etc.
Esta disposición aparece reiterada por la Ley XV de Toro, y
es recogida a su vez por la VI1 del Título IV, Libro X de la Novísima Recopilación, siendo en aquella, o sea en la Ley de Toro,
donde primeramente y de un modo claro se regula en nuestro Derecho la institución de la reserva.
Dice así la mencionada Ley «En todos casos en que las mujeres casando segunda vez son obligadas a reservar a los hijos
del primer matrimonio la propiedad d e los bienes que hubieran
de. primer marido o heredaren de los hijos del primer matrimonio, en los mismos casos el varón que casare segunda o tercera
vez sea obligado a reservar la propiedad de ellos a los hijos del
primer matrimonio, de manera que lo establecido acerca de este caso con las mujeres que casaren segunda vez, tenga lugar con
10s varones que pasaren a segundo o tercer matrimonio-.
La Serna, comentando este precepto, dice que parte de un supuesto poco acreditado en nuestro Derecho: el de que las reservas se hallaban impuestas respecto a la viuda, y partiendo de tal
base, las extiende al viudo que contraiga nuevas nupcias. Nada
autoriza-afirma el autor-a sostener esa opinión, aunque es muy
posible, añade, que al margen de la Ley figurase el deber de reservar entre las prácticas de nuestros antepasados.
FaIcón, por lo contrario, en la página 401 de SLI obra «Derecho
civil», en oposición al criterio que le atribuye Castán en la página
48
REVISTA DE LA
175 de su «Derecho civil español, común y foral», sostiene que
«las reservas son de todos los tiempos y de todas las legislacioness;
dotándolas esta universalidad de un sentido necesario que se opone a las pretendidas repulsas que contra ellas pudiera formular el
clásico autor español.
La obligación de reservar, en efecto, se halla consignada en las
disposiciones de nuestro Derecho que dejamos reproducida. Y n o
solo respecto a las viudas, sino también, y en cierto modo, con relación a los viudos, conforme acredita la Ley XXIII, Título XI d e
la Partida IV, al establecer: «E lo que se dice en esta Ley, de ganar
el marido o la mujer, la dote, o la donación que es fecha por el casamiento, por alguna de las tres razones sobredichas (por pleito,
adulterio y costumbre) entiéndese sino hubiese hijos comunes. Ca
si los hubiese, entonces deben haber los hijos la propiedad de la
donación o de la dote; e el padre, o la madre, el que fincare viudo,
o el que non entrare en Orden, o que non ficiere adulterio, debe
haber en su vida el fruto della».
La frase «el que quedare viudo», aplicable a los dos cónyuges
indistintamente, es lo bastante expresiva para relevarnos de comentarios: la propiedad de los bienes contenido de la dote o de la
donación pertenece a los hijos comunes o habidos de «consuno»,
como dice la Ley, a cuyo favor quedan práctica y jurídicamente
reservados, no teniendo respecto de ellos el esposo supervivieiite
más derechos que los que corresponden al usufructuario.
Precisamente este sistema de dividir el dominio de los bienes
entre el usufructo y Ia nuda propiedad, adjudicando cada uno de
estos derechos a los respectivos interesados, ha servido de fundamento a parte de la doctrina, según luego veremos, para sostener
que la reserva se halla integrada por dos derechos distintos e independientes: la referida propiedad de los bienes, atribuída desde
el primer momento a los reservatarios, y el mencionado usufructo,
que retiene el reservista en tanto dure la institución.
Mas adelante nos ocuparemos de esto
UNIVEXSIDAD DE OVIEDO
49
En 1805 se inserta en la Novísima Recopilación, con el número
7 del Título IV del Libro X, la precitada Ley XV de Toro, bajo el
epígrafe de «Casos en que los padres que pasan a segundo matrimonio deben reservar a los hijos del primero la propiedad de los
bienes del difunto.»
Esta Ley, al igual que la repetida XV de Toro, que reproduce,
se diferencia de la legislación anterior en que si bien concreta la
reserva al caso de segundas nupcias, por cuyo motivo resulta más
limitada en su alcance que los preceptos anteriores, en cambio, es
de mayor contenido económico, ya que se aplica a toda clase de
bienes, con independencia de la dote y de las donaciones matrimoniales, y se extiende a los que el cónyuge binubo adquiere d e
sris hijos por I~erencia,sin precisar la clase de ésta, razón por la
cual se aplica el precepto indistintamente a la sucesión testamentaria y a la intestada.
El Código civil, como veremos en su punto, aún amplía más la
base de la reserva, imponiendo su aplicación a los bienes que el
esposo vuelto a casar «haya recibido d e los parientes del difunto
en consideración a éste», y no solo tratándose de segundo matrimonio, sino también en el caso de hijo natural reconocido o declarado judicialmente durante la viudez, conforme estatuye el art.980.
De lo expuesto se deducen las siguientes diferencias entre el
Derecho nacional y el romano, según nos demuestra la comparación de los distintos Cuerpos legales y destaca Lozano Sicilia en
su obra «Institución de la reserva»:
a). En Roma no se conocieron las reservas hasta los últimos
tiempos, según nos prueba la Novela 98 de Justiniano, mientras
que en España aparecen unidas a su legislación desde el primer
momento, acaso porque el Derecho propio de España empieza
donde concluye el romano.
b). Una vez aceptada la reserva en Roma se aplica a los dos
padres, en tanto que el Fuero Juzgo y el Fuero Real limitan es-
50
REVISTA DE LA
ta obligación a la madre, siendo las Partidas y las Leyes de Toro
las que extienden el misnlo deber a los cónyuges varones, las primeras por su inspiración romana y las segundas por encontrarse ya
con este antecedente en el Derecho patrio.
c). Roma comenzó por comprender en la reserva todos los
bienes adquiridos por uno de los cónyuges del otro por título lucrativo, circunscribiéndola luego a las donaciones hechas por razón
d e matrimonio. Nuestro Derecho siguió camino distinto, limitando
primero la reserva a estos bienes y aplicándola más tarde a todos
los recibidos por el mencionado título.
d). Finalmente, el Derecho romano concretó en su origen la
tan repetida obligación al caso de segundas nupcias, imponiendo
luego el mismo deber aun cuando no se contrajeran, en tanto que
el Derecho histórico español procedió al revés, pues la generalidad
de la reserva, impuesta al principio en términos absolutos, vino a
concretarse en la hipótesis de segundos o posteriores matrimonios.
A estas diferencias podemos añadir las derivadas de las tan repetidas Leyes XV de Toro y VI1 del Título IV, Libro X de la Novísima, donde la reserva alcanza a los bienes que el cónyuge binub o herede de sus hijos, y a los que reciba de los parientes del difunto en consideración a éste, según ordena el art. 969 del Código, ccn lo que el mencionado deber alcanzó límites cada vez más
amplios.
Además, conforme dejamos dicho, la reserva es exigle no solo
en el caso de nupcias posteriores, sino en el de hijo natural, con lo
que se propugna y obtiene una mayor eficacia en la protección de
los intereses económicos de los hijos procedentes de anteriores
matrimonios.
Fundamento de la reserva
Las consideraciones hechas hasta ahora nos permiten determinar el fundamento de la reserva, íntimamente relacionado con el
deseo del legislador de evitar perjuicios a los hijos del primer ma-
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
51
trimonio, en el caso de que el cónyuge viudo contraiga nuevas
nupcias.
Así se explica que las 1,eyes que tratan de la materia en nuestro antiguo Derecho limiten la obligación de reserva a los bienes
que proceden del primer marido, suponiendo que no podía ser
propósito de éste el instituir como herederos a personas que no
fuesen sus propios hijos.
No se trata, por consiguiente, de una sanción impuesta al cónyuge binubo, como algunos quieren creer, sino d e una garantía establecida en favor de los herederos y continuadores legítimos del
premuerto; hallándose este requisito de la legitimidad exigido por
el mismo art. 968, al que sirven d e aclaración o ratificación las Sentencias de 22 de junio de 1895 y 10 de junio de 1918.
Que la reserva vidual no integra una sanción, aunque sí pueda
representar una limitación en los derechos correspondientes al c6nyege viudo, es tesis que sostiene el mencionado Lozano Sicilia al
afirmar que la institución se funda en la voluntad presunta del
causante, padre de los hijos en cuyo obsequio se haya establecido
dicho derecho, y en que en la aludida Novela 98 de Justiniano,
Capítulo 1 (cuya eficacia como antecedente de la reserva está reconocida por la jurisprudencia), la aplica lo mismo al viudo que
contraiga que al que no contraiga segundo matrimonio, lo cual
la despoja de ese carácter de penalidad que pretenden atribuirle
algunos tratadistas.
Sin embargo, que en el Derecho ramano tuvieron este carácter
las medidas adoptadas para el caso, nos lo dice Shom en la págino 485 de sus «Instituciones», y de ahí-dice el autor-el nombre
de «poenae secumdarum nuptiarumm con que se las designaba, figurando entre ellas la transmisión inmediata a los hijos del primer
matrimonio de la propiedad de los bienes recibidos por el superstite del cónyuge difunto por título Irrcrativo.
La misma opinión sostiene Serafini, con cita en apoyo d e su tesis de la Const. 4, «de bon. matern.,>, vr. 60; la 13, «de legit. hered.», vr. 58; la 7, «de revoc. d o n a t . ~ ,VIII, 56; la 3-9, «de secund.
,
52
REVISTA DE LA
nupt.», vr. 9; Ia Novela 2, Cap. 111, 68, 98, 127, y la 22, Cpts. XXIJ,
XXXIV y xxxv.
E igual es el parecer, compartido también por el resto de los
tratadistas, de Eusebio Díaz y Juan Iglesias en su obra «Instituciones de derecho romano» (páginas 388 y siguientes), donde recuerdan la serie de vicisitudes sufridas por las segundas nupcias desde
la secta de los catliavos, que las repudiaban, hasta las Leyes Julia
y Papia Poppaea, que estimularon el matrimonio de las viudas,
sancionando a éstas con las penas previstas para el celibato si no
se casaban antes de los dos años, o del año y medio si se trataba de
divorciadas (Ulpiano, XIV, l), con el criterio intermedio representado por la legislación de espíritu cristiano, donde, sin condenar
el nuevo matrimonio, antes bien propulsándole, según nos prueba
el Concilio Niceno celebrado en tiempos de Constantino, adoptaron diversas medidas en defensa, principalmente, de los intereses
d e los hijos.
Así, Teodosio el Grande dispuso la pérdida a favor de los descendientes de los «lucros» o ganancias obtenidas durante el anterior matrimonio por la madre binuba; medida extendida al padre
en iguales circunstancias por Teodosio IJ y Valeritiniamo III, y aplicada por Justiniano incluso al caso de divorcio, que quedó equiparado para estos efectos al de la disolución por muerte del
vínculo conyugal.
En fin, estos mismos autores nos recuerdan Ias disposiciones
d e León y Arthemio, por cuya virtud la madre viuda y vuelta a
casar no podía donar a los hijos del segundo enlace más de lo
que diese a los primeros, disposiciones que tienen su reproducción
en el Derecho contemporáneo, ya de un rriodo implícito, como
ocurre con nuestro art. 839, o ya de maqera más específica y concreta, según acredita el art. 1.098 del Código civil francés, calificad o de orden piiblico por la Sentencia de 2 de julio de 1891.
Con estos antecedentes no es difícil comprender como algunos
tratadistas patrios, tales conlo Febrero, Escrich, etc., han pretendido atribuir el mismo carácter de sanción a la reserva vidual im-
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
53
puesta por nuestro Derecho. A tales fines suele citarse la Ley XV,
título JI, Libro IV del Fuero Juzgo, ya acotada anteriormente, donde se dice: «E si la madre se casare después de la muerte de su
marido, desde aquel día deben haber sus hijos la parte que ella debía haber de la buena de su marido si no casaren. Pero fácilmente
se advierte que esta sanción se refiere a la pérdida de la «buenar>
y no al establecimiento de la reserva, que es cosa distinta y se halla prevista y regulada por otras Leyes, particularn~entepor la 11,
Título V, del Libro IV, en cuyo último inciso se preceptúa: «E si la
mujer hubo dos maridos o más, e hubo hijos dellos, las arras que
hubo del un marido no puede dejar a los hijos del otro; más cada
hijo o hija, o nieto o nieta debe haber las arras que le di5 su padre o su abuelo a su madre después de.la muerte de su padre».
Esto se entiende, como dice la misma ley y se deduciría en
otro caso de su espíritu, para las hipótesis de que, en efecto, existan hijos o nietos vivos, pues, faltando éstos, la madre podía disponer libremente de las arras, así como podía hacerlo de una cuarta
parte de ellas en el supuesto de que hubiese descendientes, pero
sin contraer nuevo matrimonio.
En suma; tenemos aquí, pues, una cautela, una previsión o precaución respecto a las mujeres en general, a quienes la Ley acusa
d e disponer de las arras en beneficio de extraños aún teniendo
descendientes, motivo por el cual el legislador ordena que solo en
cuanto a la cuarta parte pueda manifestarse ese poder de disposición. Y tenemos también establecida la institución de la reserva
para el caso de que existan hijos del primer matrimonio; pero esta
reserva impuesta con independencia de que la viuda celebre o n o
ese segundo enlace, acotando para cada grupo de hijos o nietos
las arras procedentes del respectivo marido o padre.
Por lo tanto, la sanción no aparece por ninguna parte, toda vez
que la reserva queda impuesta con independencia del nuevo matrimonio. Y si se quiere ver esa sanción, será solo con referencia a
la limitación o prohibición de caráter genera1 que la Ley establece
en cuanto a las arras, al disponer en los párrafos primeros de la ci-
54
,
REVISTA DE
LA
tada Ley 11: «Porque a las mujeres era mandado que hiciesen de
sus arras lo que quisiesen, las unas dejaban sus hijos e sus nietos,
e dabanlas a otros extraños. Por ende menester es que aquellos ende hallan algún provecho por crianza de los cuales fué hecho el casamiento. Onde nos establecemos que la mujer que ha
hijos o nietos, no pueda dar más de la cuarta parte de sus arras ni
a la Iglesia .....m
Naturaleza de la reserva. Criterio de la jurisprudencia
La natui-aleza de la reserva ha sido objeto de amplia discusión,
sin que parezca haberse llegado a un resultado positivo entre los
tratadistas.
La jurisprudencia por su parte, singularmente la dictada antes
de la publicación del Código civil, más contribuye a obscurecer
que a aclarar el problema con sus resoluciones francamente contradictorias. En ecte sentido son de anotar las Sentencias de 9 de
mayo de 1859,21 de mayo de 1861, 27 de junio de 1866, 16 de
junio de 1872,26 de enero' de 1874, 8 de julio del mismo año y 18
de junio de 1880.
En todas estas Sentencias, el Tribunal Supremo se manifiesta
indeciso y vacilante, tanto respecto al carácter de la institución
como al alcance de la misma y a las personas que debe comprender.
Así, por ejemplo, las sentencias de 21 de mayo de 1861 y 18
d e junio de 1880, con antecedentes en el Derecho histórico, consideran la institucióii integrada por dos facultades diferentes: la
nuda propiedad, perteneciente a los hijos desde el momento en
que el padre contrae segundas nupcias, y el usufracto que aquél
conserva mientras viva; teoría esta que reitera el Supremo en su
fallo de 22 de junio de 1895, o sea después de la vigencia del Código civil.
En cambio, la Sentencia de 16 de junio de 1862, tratando de
cohonestar la afirmación de las Sentencias precedentes, en las que
UNlVERSlDAD DE OVIEDO
55
se dice que s610 pertenece a los hijos la propiedad de los bienes
desde el moniento del segundo enlace, con la nulidad de las enajenaciones hechas por el padre durante el período de viudez, considera que el dominio que a éste corresponde antes de pasar a segundas nupcias es condicional y reservable, motivo por el cual los
hijos del primer lecho pueden interesar y obtener la nulidad de las
operaciones verificadas durante aquel plazo por su progenitor, si
es que éste llega a contraer segundo matrimonio.
Contradictorias son también las Sentencias d e 11 d e marzo d e
1861 y 22 de junio de 1895 (dictada esta última con fundamento
en la legislación del Código), pues si en la prirera se declara que
los nietos están exceptuados del beneficio de la reserva, por la segunda se les incluye en ella, y, lo que más es curioso, partiendo d e
los mismos principios legales.
Igual ocurre con las Sentencias de 8 de noviembre de 1906, 29
d e octubre de 1907, 8 de octubre y 7 de noviembre de 1909, en
las que se considera la reserva como un «derecho personalísimo», y
la de 12 de marzo de 1897, que proclama su transmisibilidad a los
herederos del reservatario «en virtud del derecho de representación», que es absoluto, añade, en la línea recta descendente, aunque Únicamente en la legítima y no en la nutural, según aclara la
Sentencia de 10 de julio d e 1918.
Por último el Tribunal Supremo vuelve a insistir sobre Ia eventualidad del derecho a la reserva, en sus fallos de 1.O de abril d e
1914 y 6 de julio de 1919. Y aun cuando, en su deseo d e moderar
y suavizar los conceptos, añade que el tal derecho «es expectante,
condicionado y además incierto», continúa siendo un problema
jurídico la coexistencia de esa expectativa con las facultades que
se otorgan al cónyuge viudo para que pueda disponer libremente
de los bienes, como luego veremos.
Opiniones de los tratadistas
//
Las opiniones de los tratadistas se han dividido es esta matefia
en tres grupos distintos:
..
7
56
REVISTA DE LA
Para unos, siguiendo en este sentido la doctrina establecida
por la jurisprudencia anterior al Código civil (aunque tampoco esa
doctrina es unánime), consideran la reserva formada por los derechos de referencia: la nuda propiedad, que reciben los hijos directamente d e su padre, y el usufructo que conserva sobre los bienes
el cónyuge viudo, según nos dice Falcón en las páginas 406 y siguientes de su obra «Derecho Civil», hallando fundamento para
ello en la Sentencia referida de 1861, a la que pueden añadirse todas las dernás que quedan citadas.
Esta solución, aparte argumentos más persuasivos, de los que
no hemos de ocuparnos, pugna con el contenido de los artículos
974 a 976 del Código civil, toda vez que sería imposible pudiese
el cónyuge viudo enajenar con plena eficacia los bienes objeto d e
la reserva si hubiese en ellos reconocida participación a favor de
persona distinta. Así lo confirman la Sentencia de 6 de julio de
1916, en la que se niega toda analogía entre el reservista y el usufructuario, y la de 27 de noviembre de 1929, en la que se califican
las reservas como instituciones peculiares o sui géneris, afectas a
fines determinados.
Valverde estima que el viudo es dueño absoluto de los bienes
antes del segundo matrimonio, considerando que después de celebrado éste contrae una obligación: la de reservar.
La explicación de Valverde adolece de lo que pudiéramos llamar petición de principio, ya que no se trata en nuestro caso de
saber si el viudo está sujeto o no a la reserva (hecho, por otra parte, demasiado conocido), sino de determinar en qué consiste, cótno surge y qué alcance tiene aquella obligación.
Hay también quien la considera como una legítima o como una
ampliación d e ella, a lo que se oponen las Sentencias de 22 de junio d e 1895 y 1.O de abril de 1914, en tanto Sánchez Román dice
que se trata de una institución jurídica «nueva», lo cual ni es muy
exacto, puesto que como queda demostrado en el estudio anterior y dice Falcón «las reservas son de todos los tiempos y de todas las legislaciones», ni resulta tampoco muy expresivo, porque
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
57
lo que interesa no es calificar la novedad o no do la reserva, sino
señalar sus caracteres, s u naturaleza y efectos, en una labor q u e
será útil en cuanto esté bien perfilada con independencia d e la antigüedad que se le atribuya.
Para Mucius Scevola la reserva ofrece s u mayor ~ a r e c i d ocon
la substitución fideicomisaria, teoría que no deja d e ser cierta en
parte, como hemos dicho, ya que la substitución d e ese tipo, con
arreglo al art. 781 de nuestro Código, semejante a los demás extranjeros, obliga al heredero a q u e «conserve y transmita a un tercero el t o d o o parte d e la herencia.>, siendo esta obligación la característica de la reserva según se desprende de la Ley y d e las rcsoluciones de la jurisprudencia, particularmente d e la Sentencia d e
16 de junio de 1862, ratificada por las de 26 d e enero d e 1874, 18
d e junio d e 1880 y 22 d e junio de 1891, esta última, por consiguiente, dictada después d e la publicación del Código civil.
Sin embargo, aunque la reserva tenga anaIogías con la sustitución fideicornisaria en un concepto amplio o general, y esta última puede reputarse como una especie de reserva, la posición d e
las partes es distinta en uno y otro caso, más rígida !a del fiduciario que la del reservista, puesto que el primero se ve constriñido
por preceptos terminantes que le obligan a la entrega d e la herencia al fideicomisario (art. 783), cuyo derecho, por otra parte, nace desde la muerte del testador, (salvo que se trate d e un fideicomiso condicional, segun disponen las Sentencias d e 9 d e julio de
1910 y 9 d e abril de 1928), mientras que en el d e la reserva los derechos del reservatario surgen cuando quedan cumplidos los requisitos señalados por la Ley (hijos del primer matrimonio; segundas
nupcias; hijo natural; supervivencia d e los primeros al fallecimiento
del cónyuge binubo, etc., etc.), actuando mientras tanto el reservista como propietario d e los bienes, si bien con las salvedades
derivadas d e la realización o no en su día d e aquel evento.
Por t o d o esto, parece que la tesis más aceptable es la d e considerar la reserva como una propiedad a favor del cónyuge supers-
58
REVISTA DE LA
tite sujeta al cumplinliento de cocdiciones que, una vez c~rmplidas, producen efectos retroactivos. Tales condiciones son: que el
viudo contraiga o no ulterior matrimonio o tenga un hijo natural
en estado de viudez, y que a su muerte sobrevivan los hijos del
primer enlace.
No cumplidas estas condiciones carece la reserva de aplicación,
y ni los hijos podrán alegar nada contra los actos de disposición
verificados por el padre que se ha mantenido en estado de viudez,
ni la alegación hallará oportunidad para manifestarse, por haber fallecido los descendientes que tenían derecho a la consei-vación de
los bienes reservados a su favor.
Así opina Morell y así resulta de la conjunción de diversas Sentencias del Supremo, especialmente las de 4 de enero de 1911, 21
de marzo y 7 de noviembre de 1912, todas ellas contextes en que
el reservatario solo adquiere derecho a los bienes al fallecimiento
del reservista, criterio confirmado por la de 13 de diciembre de
1919.
Y por su parte, la de 14 de diciembre de 1933, más explícita
que las anteriores, determina que por virtud de la reserva se
crea «una propiedad sujeta a condición resolutoria».
Fecha e n que comienza la reserva
Surgida la obligación de reservar desde el día en que se repite
el matrimonio, o nace o se reconoce el hijo natural, conforme los
artículos 968 y 980 del Código, termina la misma por cualquiera
de los hechos que a continuación se señalan:
Que al morir el padre o la madre viudos no existan hijos
1.O
o descendientes del primer matrimonio, o éstos no sean legítimos,
puesto que solo en obsequio de la descendencia legítima ha sido establecida la reserva, según preceptúa la Sentencia de 10 de junio
d e 1918, ratificadora de la de 22 de junio de 1895, ya citadas.
Esto no obstante, debe tenerse presente la doctrina derivada
d e los artículos 69 y siguientes del Código para los casos de nuli-
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
59
dad de matrimonio y de divorcio, puesto que en ambas hipótesis
el enlace produce todos sus efectos civiles respecto a los hijos, con
independencia de la buena o mala fé de los cónyuges, perseverando la obligación de reservar, como dice De Buen.
2.O Que los hijos de dicho matrimonio renuncien al derecho
que les asiste por reserva, siendo mayores de edad, según dice la
Sentencia de 20 de diciembre de 1904, reiterada por la Resolución
de 30 de marzo de 1925.
3." Que se trate de bienes dados o dejados por alguno de los
hijos del primer matrimonio sabiendo que el padre o la madre estaban casados por segunda vez, aunque no cuando los bienes fueron heredados o recibidos por ministerio de la Ley, esto es, en sucesión legítima, puesto que en este caso no tuvo ocasión de manifestarse la voluntad del hijo y su deseo de excluir los bienes de la
reserva, conforme se deduce de la Sentencia de 21 de enero de
1922.
Fuera de estas hipótesis, la reserva subsiste siempre, sin que
sea capaz a enervarla la autorización tácita o expresa concedida
por los cónyuges para el segundo enlace, porque no se halla establecida en provecho de ellos, sino de sus descendientes.
En tal sentido, aun cuando el marido hubiese previsto y consentido el segundo matrimonio de la viuda, y aún cuando este matrimonio sea aprobado por los hijos del primero, sigue aquélla sujeta a la obligación de reservar.
Bienes que comprende
Dos grupos de bienes comprende la institución:
1.O Los que el viudo o viuda hubiese adquirido por herencia,
donación o por cualquier otro título gratuito de su esposo difunto
o de los parientes del mismo en considaración a él, ya sea como
heredero forzoso (Sentencia de 7 de noviembre de 1912), o ya co1110 sucesor abintestato. (Sentencia de 14 de julio de 1899, ratificada por la de 29 de noviembre de 1907), y
60
REVISTA DE LA
2.O Los que hubiese adquirido de los hijos del otro cónyuge
por cualquier título lucrativo o heredado de ellos.
Todos estos bienes (con las excepciones señaladas anteriormente), han de pasar a los hijos del primero o anterior matrimonio,
una vez fallecido el cónyuge binubo; pero solamente los bienes
mismos o su importe, y no el mayor producto que adquieran por
virtud de negocios posteriores o actos de la vida contractual ejecutados por el reservista. Está así dispuesto por la Sentencia de 20
de abril de 1917, y de ello nos ocuparemos nuevamente al tratar
d e la reserva prevista por el art. 81 1.
A su vez, no es preceptivo que los hijos reciban dichos bienes
por partes iguales, sino que el padre puede disponer de ellos a favor de sus descendientes en forma de mejora, de acuerdo con lo
dispuesto en los artículos 823 y 972 del Código, aunque sobre la
interpretación de tales preceptos deben tenerse en cuenta las Sentencias de 8 de octubre de 1930 y 8 de abril de 1931, que contradicen la de 25 de marzo de 1933. Aceptando la doctrina de esta
última como más correcta, insistimos en que el viudo, haya o no
celebrado nuevo matrimonio, puede mejorar a los hijos con los
bienes que integran la reserva, siempre que la supradicha mejora
sea expresa, como dice la sentencia de 21 de enero de 1922; y esto,
aun cuando hubiesen sido instituídos desigrralmente en la herencia
del causante de donde aquellos bienes procedan o hubiesen renunciado o repudiado la misma (art. 973).
Eficacia en las enajenaciones de bienes reservables
Pero siendo todo esto de interés, donde propiamente se halla
la originalidad de las reservas es en la eficacia jurídica de las enajenaciones hechas por el cónyuge viudo antes y aún después de
contraido el segundo matrimonio.
La jurisprudencia del Supremo anterior a la publicación d e
Código civil, y más concretamente la Sentencia de 16 de junio d e
1872, declaró que «los padres no podían disponer eficaz e irrevo-
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
61
cablernense de dichos bienes sino por testamenton, o antes «si hubiesen fallecido las personas en cuyo favor se hallaba estatuida la
reserva».
Tomaba esta Sentencia como fundamento la tesis establecida
por otro fallo precedente, en el que se dice que «a la abligación
de reservar va unida íntimamente la de no enajenar los bienes objeto de la reserva, porque sería absurdo que las Leyes constitutivas de aquella obligación proporcionaran a la persona a quien se
impone los medios necesarios para eludirla».
Tales medios, explica, «consistirían en que el viudo pudiese
enajenar los bienes reservables la víspera del segundo matrimonio».
Con análogo espíritu está redactada la Sentencia de 26 de enero de 1874, donde se consideran válidas las enajenaciones «cuando
al fallecimiento del cónyuge obligado a reservar no queden hijos
del primer matrimoniov.
Fué, en cambio, la Dirección de los Registros, quien, en Resolución de 25 de diciembre de 1862 (mucho antes, por consiguiente, de que el Tribunal Supremo aceptase este criterio), estableció
que el viudo podía disponer por venta o gravamen de los bienes
reservables como poseedor que era de los mismos, siquiera su dominio estuviese pendiente de condición resolutoria.
La Resolución de 25 de junio de 1892 ratifica la misma doctrina, advirtiendo que «no es obtdculo para la enajenación de los bienes e inscripción en el Registro d e la escritura el que aquellos estén srrjetos a reserva, siempre que se exprese tal circunstancia en
la inscripción».
Aceptada y generalizada la doctrina de la Dirección General,
estudiaremos en los párrafos siguientes las hipótesis que pueden
presentarse, habida cuenta de la clase de bienes de que se trate.
Bienes inmuebles
Con referencia a los inrnuebles el Gódigo civil distingue en su
articulado dos supuestos: enajenaciones hechas antes y enajenaciones hechas después de celebrado el segundo matrimonio.
í
:
-'
62
REVISTA DE
LA
Las primeras son válidas sin condición ni reserva de ningún tipo, pues no puede considerarse como tal (al menos en lo que afecta a la validez de la operación) el hecho de que el viudo deba asegurar el importe de lo enajenado a favor de los hijos del primer
matrimonio, una vez contraido el segundo, por medio de hipoteca (art. 974 y núm. 4.O del 978), puesto que tales preceptos solo
engendran obligaciones directas entre el reservista y el reservatario, pero no con relación al tercer adquirente de los bienes reservables, a no ser que en el Registro conste la cualidad que acompaña a dichos bienes (Sentencia de 20 de diciembre de 1904 y Resolución de 29 de diciembre de 1931).
Lo mismo preceptúa la Sentencia de 8 de octubre de 1910, en
la que se declara que no puede prosperar la acción reivindicatoria
de los hijos contra el tercer adquirente de buena fe y a título oneroso que ignora la condición reservable de los bienes.
Así, pues, los actos jurídicos realizados por el viudo o viuda en
esta situación, son siempre válidos y prevalecen aún cuando queden hijos o descendientes de las primeras nupcias al fallecin~iento
del esposo binubo, sin que aquellos puedan pedir su nulidad, de
acuerdo con las Sentencias de 4 de julio de 1896 y 6 de mayo de
1905.
En cambio, cuando después de verificado el segundo matrimonio se enajenan bienes inmuebles, estas enajenaciones solo prevalecerán, dice la Ley en su art. 975, cuando a la muerte del enajenante no queden personas con derecho a la reserva.
Tanto en este caso como en el anterior, el padre que en segundas nupcias enajene bienes inmuebles está obligado a asegurar por
medio de hipoteca constituida sobre los suyos el importe o precio
que recibió (art. 978, reiterado por la Sentencia de 3 de noviembre de 1931), sin perjuicio de que si a su fallecimiento quedan reservatarios la enajenación resulte nula, salvo que los interesados en la
reserva hayan renunciado a los derechos que la Ley les otorga,
conforme a la Sentencia de 8 de octubre de 1923.
UNIVERSIDAD. DE OVIEDO
63
Bienes muebles
Pero si se trata de bienes muebles (entendida esta palabra en
su acepción más universal y como contrapuesta al concepto de inmuebles), las operaciones que sobre ellos verifique el viudo antes
o después del segundo enlace son válidas e irrevocables (art. 976),
quedando a salvo el derecho de los hijos para ser indemnizados
del precio que por ellos recibió el enajenante o del valor que tenían al tiempo de disponer de los mismos si la transmisión se hubiese realizado por título gratuito, y debiendo constituir hipoteca
para asegurar el cumplimiento de tales preceptos, una vez contraidas las segundas nupcias, como si se tratase de bienes inmuebles.
(Sentencia de 6 de julio de 1916).
Inventario de bienes. Disposiciones de
la Ley Hipotecaria sobre los reservables
A los efectos de las reglas que preceden, llegado el caso de que
el viudo pretenda casarse, y solo en este caso, conforme a la Sentencia ya aludida de 3 de diciembre de 1931, deberá inventariar
todos los bienes sujetos a reserva, tasar los muebles y hacer constar en e1 Registro de la propiedad la calidad de reservables que tienen los inmuebles, bien en el «fondo» de la inscripción, si fueren
objeto de ésta, o bien en la nota que al margen de ella se consigne, caso de que los referidos bienes estuviesen inscritos con anterioridad en el mencionado Registro.
La Resolución de 23 de julio de 1910 impone como obligación
de los herederos o del ejecutor testamentario que realice la partición, la de inscribir los bienes reservables que haya en el Registro
y garantizar con hipoteca los bienes fungibles.
Así lo determina también el art. 265 del Reglamento, pero advirtiendo que si los reservistas no lo hacen espontáneamente, el
Registrador se abstendrá de calificar la naturaleza reservable de los
bienes por muy vehementes que sean para tal apreciación los documentos que los interesados presenten en el Registro.
64
REVISTA DE LA
El inventario que a tales fines debe formarse se podrá elaborar
judicial o extrajudicialmente, y en este último supuesto por medio
de Notario, incluyéndose en la relación todos los bienes que debieran reservarse, se conserven o se hallan enajenado con anterioridad, apreciándose su valor por medio de tasaciones periciales o
por la capitalización que se obtenga, según el tipo de interés que
se acostumbre a pagar en cada lugar.
Resulta así de lo previsto en el art. 134 del antiguo Reglamento
Hipotecario en relación con el 192 de la Ley, y más tarde e11 e1 22
del primero y 191 de la última, rigiéndose en la actualidad la materia por el párrafo último de la Regla 11 del art. 260 del vigente
Reglamento, en el que se dice que si de los documentos presentados no resultase el valor de los bienes, se presentarán otros fehacientes que acrediten diclio valor.
Conjuntamente con el Reglamento (artículos 259 y siguientes),
están los preceptos de la Ley Hipotecaria, que en los artículos 184
y siguientes establece las normas que deben observarse en la constitución de hipoteca por bienes reservables.
La facultad d e exigirla compete a los reservatarios que sean
ciertos y mayores de edad, en cuyo caso solamente a elíos corresponde dicho derecho. Cuando se trate de menores o incapaces la
exigirán en su nombre las personas que deban representarles legalmente, sin perjuicio, como es natural, de que el interesado, o sea
el reservista, pueda constituirla sin excitación ni exhortación de
nadie.
El plazo para los fines expresados es el de ciento ochenta días a
coritar desde que se repita el matrimonio, se reconozca al hijo natural o se acepte la herencia de la cual resulte la obligación a reservar, según previene el art. 187 de la I,ey en relación con el 261 de
su Reglamento. Si transcurrido este plazo no hubiera cumplido el
1-eservistalos deberes que pesan sobre él, podrá ser requerido al
mismo por los reservatarios, por cualquiera de sus parientes, por
el albacea del cónyuge premuerto y, en su defecto, por el ministerio fiscal.
UNIVERSIDAD DE OVlEDO
65
Así consigna el precitado art. 187 de la Ley, pero como el 185
atribuye exclusivamente a los reservatarios conocidos y mayores
de edad el ejercicio de tal derecho, creemos que cuando son éstos
los únicos interesados en la reserva no podrán ser subrogados o
sustituidos por nadie, y mucho menos por el Ministerio Fiscal, a
quien solo compete la representación de los ausentes, menores o
incapaces, pudiendo los interesados hacer ineficaz sus derechos a la
reserva, o por lo menos las garantías que a tales fines les otorga la
Ley, sin más que renunciarlas tácitamente mediante el no ejercicio
de las acciones oportunas, como a mayor abnndamiento previene
y autoriza la jurisprudencia del Supremo, principalmente la Sentencia, ya anotada, de 8 de octubre de 1923, confirmada en cierto
modo por la Resolución de 30 de marzo de 1925.
La tramitación del oportuno expediente para hacer constar en
el Registro la calidad de reservables de Ins inmuebles y constituir
hipoteca especial para asegurar las restituciones e indemnizaciones
determinadas por la Ley, se ajustará, a falta de escritura pública
otorgada por las partes o por sus representantes legales, a lo previsto en las seis Reglas contenidas en el art. 260 del Reglamento
Hipotecario de 14 de febrero de 1947.
En síntesis, el interesado comparecerá ante el Juez de primera
Instancia presentando el inventario y tasación pericia1 de los bienes que deba asegurar, con una relación de los que ofrezca en h-ipoteca, acompañada de los títulos que prueben su dominio y d e
los dccumentos que acrediten su valor y libertad de cargas o gravámenes a que estén afectos, atendiéndose en cuanto al valor a las
reglas que queden predeterminadas.
Examinados los antecedentes, el Juez podrá estimar la suficiencia o no de la garantía ofrecida, exigiendo en este último caso que
se extienda a otros bienes, y caso de no existir, consignando la
obligación que adquiere el reservista de hacerlo en su día.
Aprobada el acta er. que se declara el carácter de reservables
66
REVISTA DE LA
de los bienes inmuebles y se acepta la hipoteca, incluso con la nota d e insuficiencia, se darán al reservista dos copias autorizadas d e
la misma y del auto de aprobación, con el fin d e que, presentadas
ambas en el Registro, se practiquen las inscripciones o notas niarginales que procedan. Si el reservista se negare a recibir dichas copias o a re sentarles en el Registro, el Juez las remitirá de oficio.
El acta de constitución de hipoteca expresará las circunstancias
propias de las hipotecas voluntarias y, además, las previstas especialmente para este caso en el art. 263 del Reglamento, relacionadas esencialmente con la naturaleza de la hipoteca que se constituye y los antecedentes formales y materiales de la misma.
Garantizará la subsodicha hipoteca la devolución en su día d e
los bienes reservables, o la del precio o estimación de los enajenados o realizados por cualquier título por el cónyuge superstite, sin
perjuicio d e la validez d e los actos d e dominio que realizó en vida: validez absoluta, en cuanto se trate de bienes muebles o inmuebles vendidos antes del matrimonio o del nacimiento o reconocimiento del hijo natural, y sujeta a condición resolutoria respecto a la última clase d e bienes cuando su venta tuvo lugar después de contraido el segundo enlace o de cumplirse cualesquiera
de los otros supuestos, siempre que a su fallecimiento queden hijos del primer matrimonio o descencientes d e ellos, según consignan las Sentencias de 22 de junio de 1895 y 12 de marzo de 1897.
Con lo que antecede damos por terminado el estudio de la reserva vidual. Acaso pueda advertirse la ausencia de alguno de sus
caracteres, pero estos los hallará el lector en el análisis del art, 81 1,
cuyos preceptos, según disposiciones de la jurisprudencia,son aplicables a los 968 y siguientes del Código civil.
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
CAPITULO 11
De la «reserva» llamada troncal. Analogías y diferencias con la
vidual. El art. 811 del Código Civil. Naturaleza y origen de este
articulo. ¿Establece una «reserva»? ¿Es una limitación de la legítima
de los ascendientes? ¿Integra una transmisión con cláusula resolutoria? Opiniones de Alonso Martínez, Manresa, Riaza, Gil y Berges,
Cárdenas, Valverde, Aldecoa, de Diego, Sánchez Román, Castán,
etc., etc. Criterio de la jurisprudencia. El art. 81 1 en el Derecho foral y en la legislación histórica espaiíola. Sucesiones a que se aplica.
Personas obligadas a la «reserva». Bienes reservables. Momento en
que nace la «reserva». Renuncia de derechos. Reservatarios. Naturaleza del parentesco y forma de computarle. ¿Cabe el derecho d e
representación? Opiniones de la Cueva y Castán. Resoluciones de
la jurisprudencia. Resumen de lo expuesto y efectos del art. 81 1.
DE LA LLAMADA RESERVA TRONCAL
Analogías y diferencias con la vidual. El art. 81 1 del Código Civil. Naturaleza y
origen de este artículo. ¿Establece una reserva? tEs una limitación de la legítima
d e los ascendientes? ¿Integra una transmisión con cláusula resolutoria? Opiniones de Alonso Martínez, Manresa, Riaza, Gil y Berges, Cárdenas, Valverde, d e
Diego, Sánchez Román, Aldecoa, Castán, etc. etc. Resoluciones d e la jurisprudencia
Llainainos a la institución contenida en el art. 81 1 del Código
Civil reserva troncal por ser este el carácter que corrientemente
se la atribuye, sin perjuicio de las salvedades que algunos autores
oponen a esta afirmación y de las que nos ocuparemos oportunamente.
La jurisprudencia tiene reiteradamente declarado que a la reserva del art. 81 1 son aplicables las disposiciones dictadas para la interpretación del 968, no obstante la distinta naturaleza que media
entre una y otra reserva, así cómo la diferencia d e origen que ambas ofrecen y las finalidades, también distintas, que se persiguen
con los artículos en cuestión.
La reserva del art. 968 procede, como hemos dicho, del Derecho romano, incorporada a nuestra legislación a través del
Derecho histórico. La del 81 1, en cainbio, tiene su origen, se-
'
70
REVISTA DE LA
gún veremos, en el Derecho nacional, y más propiamente en el foral, de donde están tomados sus preceptos.
La primera, o sea la reserva vidual, se establece en beneficio de
los hijos del primero o anteriores matrimonios, en el caso de que
el cónyuge superstite contraiga nuevas nupcias. La segunda trata
de asegurar los bienes al tronco de donde procedan, y con ella se
benefician lo mismo los descendientes que el resto d e los familiares, cualquiera que sea su parentesco, siempre que estén dentro
del tercer grado y formen parte de la línea de donde aquellos bienes traigan su origen.
Finalmeiite, la reserva del art. 968, siquiera con bastantes salvedades, puede estimarse como una sanción impuesta al cónyuge
binubo, y, en todo caso, se aplica únicamente a la hipótesis d e
segundas nupcias, en tanto que la prevista en el repetido art. 81 1
n o se relaciona para nada con este suceso de familia, ni siquiera
tiene que ver con él, puesto que, conforme al texto de la Ley, queda impuesta al ascendiente que hereda bienes de su descendiente
que éste adquirió por título lucrativo de otro ascendiente o de un
hermano, siendo indiferente para tales efectos que el obligado a la
reserva esté soltero, se case, enviude y se vuelva a casar, ya que
su obligación es independiente del «status» familiae en que se encuentre.
Con todo, cómo la jurisprudencia, conforme queda dicho, hace extensivas las conclusiones dictadas para el art. 968, y la Ley Hipotecaria aplica en sus artículos 184 y siguientes, en relación con
los 259 y sucesivos de su Reglamento, el mismo sistema o criterio
de seguridad, parte de las consideraciones que hemos hecho acerca del artículo de referencia deberán ser tenidas en cuenta al interpretar y aplicar el 811, de que vamos a ocuparnos.
Este artículo determina que: «El ascendiente que herede d e
su descendiente bienes que &te haya adquirido por título lucrativo d e otro ascendiente o de un hermano, está obligado a
reservar los que hubiese adquirido por ministerio de la Ley en fa-
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
71
vor de los parientes que estén dentro del tercer grado y pertenezcan a la línea de donde los bienes proceden».
Como reconocen los tratadistas, en especial Manresa, cuya
opinión tiene un valor destacado como vocal que fué de la Subcomisión de Códigos encargada de la redacción de este artículo,
su contenido es nuevo en el Derecho castellano, aunque tenga
precedentes en el Foral, tales como el Capítulo VI, Título 11 de las
«Constituciones Catalanas», donde se trata del llamamiento lineal
a la sucesión de un irnpuber, poseyendo el mismo valor de antecedentes el Título IV del Libro 11 del «Fuero General de Navarra»;
el Capítulo XVI, Título IV del Libro 11 del mismo Fuero; la Ley VI,
Título XIII del Libro III de la «Novísima Recopilación de Navárra~;
las Leves XIV y XVI del Título XIV del «Fuero de Vizcayan, y la
VI1 del Título XXI del mismo Fuero, así como numerosos Fueros
Municipales, entre ellos el de Sepútveda.
El principio de troncalidad aparece igualmente reconocido en
la Ley VI, Título IJ, Libro IV del Fuero Juzgo, y en la Ley X, Título VI, Libro 111 del Fuero Real; pero las Partidas suprimieron toda distinción en cuanto al origen de los bienes, siendo éste el criterio que, confirmado por la Ley VI de Toro, continuó imperando
hasta la publicación del art. 81 1 del Código civil.
En general, este artículo ha sido censurado por los tratadistas,
particularmente a causa de su obscuridad, la que ha dado ocasión
a numerosos litigios.
Lo hispotecaristas, por su parte, entre ellos nuestro ilustre
compañero de Gijón, Sr. Ríos Mosquera, miran con prevención el
precepto legal, estimando que constituye una seria dificultad para
la transmisión por actos intervivos de los bienes que integran la
reserva, pese a las facilidades que a tales efectos otorga la Juris/
prudencia. En todo caso, este compañero considera que tales fac?
72
REVISTA DE LA
lidades debían formar parte del texto de IaLey, añadiendo al artículo 81 1 dos párrafos más: el primero destinado al indicado fin y el
segundo con criterio semejante al que se deduce del artículo 15 en
relación con los 185 y siguientes de la Ley Hipotecaria.
El mecanismo obedece al deseo d e limitar lo más posible las
consecuencias jurídicas y económicas del precitado artículo delCódigo, removiendo las abstenciones contractuales que por su virtud
se producen, y en tal concepto o respondiendo a tal fin, es muy
estimable; pero esperamos ver mejor desenvuelto el pensamiento
del Sr. Ríos para emitir sobre él (siempre con las salvedades debidas a nuestra imperfección) un juicio más completo.
En opinión de Narciso Riaza, según puede leerse en su «Contribución al estudio de la reserva troncal en el Código civil», el artículo 81 1 establece una reserva de este tipo, fundándose el autor
para ello en las mismas palabras de la Ley, donde se habla de «reserva» y se constituye en beneficio de los parientes de la línea de
donde los bienes proceden, lo cual supone-añade Riaza - «una
reversión del patrimonio al tronco», por muchas que sean las salvedades con que quiere interpretarse el texto legal.
En apoyo de su tesis alega argumentos tomados de Alonso
Martínez, de Joaquín Gil y Berges en su obra «Los mostrencos en
el Tribunal Supremo»; de Francisco Cárdenas en su «Introducción
a los Comentarios» de Manresa; de Antonio L. Valverde y Maruri, en su trabajo sobre «Bienes reservables~,etc., etc.; pero todos
estos autores se limitan, como es natural, a exponer un criterio
propio, que, aun teniéndole por muy respetable, carece d e fuerza
para obligar y deja subsistentes los problemas relativos a la calificación jurídica que merece el art. 81 1 de nuestro Código civil.
Sin embargo, la idea de que envuelve una reserva prevalece en
Ia mente de nuestros tratadistas, aunque sin atreverse a determinar su alcance por lo delicado y obscuro que resulta el tema. Así
110s lo demuestra Castán, al decir que «se la puede considerar co-
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
73
mo una reserva troncal, lineal o familiar», pues el uso indistinto d e
estas palabras, que no corresponden, sin embargo, a los mismos
conceptos, revela por parte de su autor la inseguridad de ánimo
en que se encuentra para hacer una verdadera definición.
Por otra parte, la idea de Castán, que es rechazada por varios
tratadi~tas~tales
como de Diego, Sánchez Román, Aldecoa, etc., etcétera, se halla, a la vez, en oposición con la doctrina del Supremo en sus Sentencias de 30 de diciembre de 1897, 1 de junio d e
1901,26 de octubre de 1907, 8 de octubre de 1912, 2 de enero de
1929, 25 de marzo de 1933 y 12 de diciembre de 1945, en las que
se declara, como expresión más moderna del problema, que «el
art. 81 1 del Código civil no arranca de principio alguno de verdadera troncalidadn.
Manresa le estima como una «limitación» impuesta a la legítima de los ascendientes, a la que proporciona o atribuye en la hipótesis que nos ocupa «un especialísimo carácter», en cuyo sentido está redactada la Sentencia de 19 de noviembre de 1910.
Crea, efectivamente, «una reserva a favor de determinados parientes~,pero-añade el autor-«no representa el triunfo del derecho de troncalidad sobre el de la proximidad de grado, sino una
transacción entre una y otra doctrinan.
Así lo considera igualmente Valverde, quien la califica de «reserva especial o incompleta, con apariencias de troncalidad*.
Mucius Scevola critica la institución, porque, a su juicio, convierte a los ascendientes en usufructuarios de los bienes a que se
refiere el art. 81 1, contra e1 crite1,io general de la Comisión de Códigos que estimó que la legítima de aquellos debía serles adjudicada en plena propiedad.
La idea del usufructo es recogida por Manresa, pero para rechazarla, porque considera que el obligado a la reserva tiene más
derechos que los correspondiefites al usufructuario (y así lo prueban, en efecto, los artículos 968 y siguientes del Código, aplicables
a esta iristitrrción, como se sabe), estimando que la situación es análoga a la del «poseedor de biene sujetos a condición resolutoria»,
74
REVISTA DE LA
como, por otra parte, establece la Sentencia de 4 de diciembre de
1933, cuyo criterio tiene precedentes en las de 4 de enero de 1911,
21 de marzo y 7 de noviembre de 1912 y 13 de diciembre de 1919.
Esta condición estribará en que a la muerte del reservista queden o no personas con derecho a la reserva: hasta ese momento
-añade Manresa-«solo existe una esperanzan que «podrán ver
realizada únicamente los que vivan a la fecha del fallecimiento del
ascendientes.
El Tribunal Supremo tiene resuelta así la cuestión en sus Sentencias de 4 de enero de 1911, 21 de marzo de 1912 y 6 de julio
de 1916, donde se llama a la institución creada por el art. 81 1 «esperanza o expectación de derecho,. Lo mismo preceptiran la Resolución de 27 de junio de 1906 y la Sentencia de 6 de enero de 1919,
en la que se reitera que la reserva es un «derecho expectante, condicionado y, además, incierto», según afirma igualmente De Buen
y vuelve a ratificar la Dirección General en la Resolución de 30 d e
marzo de 1925.
Es igualmente la opinión de Azurza y Oscoz en su separata
«Sobre la naturaleza y disponibilidad de la posición del reservatario», trabajo que aparece inserto en la «Revista de Legislación y
Jurisprudencia» de 1946.
En opinión de otros tratadistas, Mucius entre ellos, el art. 81 1
constituye una legítima a favor de los colaterales en cuyo obsequio se establece la reserva; pero esta tesis tiene su réplica en la
Sentencia de 20 de diciembre de 1904, en la que se declaran renunciables los derechos concedidos por dicho artículo a los reservatarios, como lo son también los derivados del art. 968, de acuerdo
con las Sentencias de 20 de diciembre de 1904, ya referida, y la d e
6 de julio de 1916. Este mecanismo es absolutamente opuesto al
que preceptúa el art. 816, donde se declara la nulidad de la renuncia o transacción que se convenga sobre la legítima futura. Igual
doctrina se deduce de la Sentencia de 1.O de abril de 1914, ratifícada por la Resolución de 27 de octubre de 1917, que modifica el
criterio de las de 20 de julio de 1911 y 6 de abril de 1912.
En síntesis, podemos decir que el repetido artículo del Código
establece, en efecto, una reserva que pudiéramos llamar especial O
singular, pero no troncal, como disponen las Sentencias de 26 d e
octubre de 1907 y 8 de1 mismo mes de 1909, creada en contraposición a la ordinaria que previene el art. 968, e integrando una particularidad del Derecho de srrcesiones, conforme estima Sánchez
Román y ratifica la Resolución de 27 de julio de 1906, o una limitación impuesta a la legítima de los ascendientes, según asegura
Manresa, reitera Valverde y confirma el Supremo en sus Sentencias de 19 de noviembre de 1910, 4 de enero de 1911 y 7 de noviembre de 1912.
T o d o esto de alto valor especulativo, ofrece, sin embargo, un
interés muy secundario para el contador-partidor o los herederos
a quienes lo que propiamente les conviene saber es cuando tiene
lugar la reserva del precitado art. 81 1, a que clase de sucesiones se
aplica, qué bienes comprende, en favor de quiénes se halla establecida y cuales son sus deberes en el caso en cuestión. Para ello
habrán de recurrir muchas veces a los comentarios de Alonso Martínez, cuyos estudios sobre la materia han formado escuela, siend o repetidos sus argumentos y reflexiones aun por los comentaristas más modernos.
LA qué sucesiones se aplica? Personas obligadas a la reserva
Según aquel autor, a quien sigue Manresa, la reservo que nos
ocupa se aplica a los dos tipos de sucesión (testada e intestada),
contra el sistema previsto por nuestras Leyes históricas que hacen
referencia al último tipo, entendiéndose que las mismas razones
existen en uno que otro caso para establecer la reserva, como
aclara la Sentencia de 30 de diciembre de 1897, cuales son el propósito de evitar que los bienes heredados por los ascendientes d e
su descendiente y que éste, a su vez, recibió de otro ascendiente
o de un herrnano, pasen al fallecer el heredero a línea distinta d e
donde procedan.
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REVISTA DE LA
La reserva en las dos clases de sucesión, según decimos, aparece impuesta por los artículos 81 1 y 938 del Código civil, y su
ratificación se encuentra en la Sentencia de 14 de julio de 1899,
confirmada por la Resolución de 20 de marzo de 1905 y vuelta a
reiterar por el Supremo en sus Sentencias de 4 de noviembre de
1912 y 23 de septiembre de 1913.
Como la institución comprende todos los bienes que se reciben por ministerio de la Ley, en las sucesiones testadas queda sujeta a reserva la legítima de los ascendientes, y en las intestadas
todo el conjunto de bienes, conforme a la Sentencia de 14 de julio de 1899, siendo indiferente la naturaleza de estos bienes, pues
10 mismo alcanza a los muebles que a los ininuebles y al metelico
o valores que integren la sucesión, según preceptúa la Sentencia
de 7 de noviembre de 1912. En este concepto existe la posibilidad
de promover la contienda judicial oportuna en el caso de que el
reservista fallezca sin haber expresado crrales eran los bienes sujetos a reserva, de acuerdo con la Sentencia de 29 de septiembre de
1905, y existiendo la obligación de sustituir unos por otros si aquellos desaparecen, al decir de la Sentencia de 30 de abril de 1906, o
se presentan inezclados y conf~indidosen la sucesión, de conformidad con lo previsto en la Sentencia de 4 de mayo de 1910. En
tal caso procederá practicar una nueva liquidación de los bienes
del descendiente, una vez fallecido el ascendiente reservista, dand o intervención en estas operaciones a los reservatarios, de acuerdo con lo ordenado en la Sentencia de 7 de noviembre de 1912.
La reserva se limitará a los bienes mismos o a su valor efectivo
y «no al mayor ~ r o d u c t oo precio que alcancen mediante especulaciones o actos de la vida contractual realizados por el reservista». (Sentencia de 20 de abril de 1917), pudiendo ser reclamados
d e quien los retenga, de conformidad con la Sentencia de 21 d e
novien-ibre de 1902.
Como personas obligadas a la reserva están los ascendientes
que heredan de sus descendientes bienes que tengan la procedencia indicada, pero no todos los ascendientes, sino únicamente los
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
77
legítitnos, no los naturales, de acuerdo con las Sentencias de 16 de
diciembre de 1892, 8 de noviembre de 1906, 29 de octubre d e
1907 y 30 de diciembre de 1912, ratificadas, en cierto modo, por
la de 10 de julio de 1918.
Los tratadistas sostienen la misma opinión fundándose en que
el patrimonio que se pretende conservar por la aplicación del artículo 81 1 es el de la familia legítima; en que la organización de este
tipo de familia es la normal dentro del Código civil, presentándosenos la iligítima como una excepción dentro de nuestro régimen,
aunque otra cosa declare la Sentencia de 22 de junio de 1931; y
en que el lugar que ocupa el art. de referencia en la sistemática
de aquel Cuerpo de Leyes, acredita que el pensamiento del legislador es el que queda expuesto y aparece sancionado por la jurisprudencia.
Lo mismo puede deducirse de las Sentencias de 16 de octubre
de 1892, 16 de enero de 1901,8 de noviembre de 1906, 4 de mayo
de 1910, 19 de mayo del mismo año, 7 de novienlbre de 1912 y
20 de abril de 1917, en todas las cuales se impone el sistema restrictivo en la interpretación del art. 81 1, inclinando el ánimo del jurista, por consiguiente, del lado de su aplicación exclusiva a la familia legítima.
E igual criterio nos impone la semejanza que existe entre esta
reserva y la prevista en los artículos 968 y siguientes del Código
civil, cuyos preceptos son aplicables a la primera según dispone el
Supreno en sus Sentencias 4 de enero de 1911 y 6 de julio de 1916,
puesto que hablándose en dicho artículo de la viuda que contraiga
segundo matrimonio y siendo éste el procedimiento mediante el
cual se constituye la familia legítima, parece que es a ella a la que
ha querido referirse al legislador, aunque otra cosa pudiera deducirse del art. 980 donde se extiende la repetida obligación de reservar el caso del hijo natural en estado de viudez, puesto que el
hecho de consignar expresamente esta hipótesis revela por deducción a la inversa, que el pensamiento de la Ley ha sido el de referirse a la familia legítima, siquiera con la excepción que dentro d e
su espíritu supone al art. 980.
78
REVISTA DE LA
Bienes reservables
Son bienes reservables, conforme hemos dicho, todos los que
el ascendiente hereda de su descendiente en las expresadas circunstancias o con el origen y procedencia que señala el tan repetido
art
bmprendiéndose los bienes mismos (Sentencias de 8 de
no
de 1894 y 29 de septiembre de 1905), o «el haber efectivo y originario» que el descendiente heredó de su ascendiente,
pero no el mayor producto que obtenga emj-,leando aquel capital
«en negociaciones ulteriores o en actos propios de la vida contractual», según previene Ia Sentencia de abril de 1917, ya aludida.
Hemos consignado igualmente que la obligación de reserva no
afecta a la naturaleza de los bienes (mrrebles, inmuebles, valores,
metálico), de acuerdo con lo que estatuye la mencionada Sentencia de 7 de noviembre de 1912 y la de 21 de noviembre de 1902,
ratificadoras, por otra parte, del precepto legai, ya que en éste no
se distingue la clase de bienes de que se trate para establecer respecto a todos ellos el referido deber.
Dichos bienes har. de proceder inmediatamente del descendient e muerto, habiéndolos éste recibido a su vez de un ascendiente o
de un hermano. El texto de la Ley es terminante, y tanto por el carácter restrictivoolimitativo que tiene el precepto,como por disposición expresa del Supremo(Sentencias de 30 de diciembre de 1897
y 8 de octubre de 1909) la naturaleza de la reserva «no requiere*
(mejor diría no permite), que se indague el origen de los bienes
más allá de la persona de quien los hubo el descendiente, de acwrd o con la doctrina de la Kesolución de 12 de junio de 1930 y la
Sentencia de 12 de diciembre de 1945.
El parentesco que ligue a unos con otros ha de ser legítimo, según hemos razonado, pero resultando indiferente que el heredero
de quien haya el descendiente recibido los bienes sea de doble vínculo o de vínculo sencillo, pues en ambas hipótesis se tratará de
un hermano legítimo.
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
79
¿Cuándo nace la reserva? Renuncia de derechos
La reserva nace el mismo día en que el ascendiente hereda al
descendiente, pero su efectividad se aplaza hasta el momento en
que fallezca aquél, o sea el ascendiente reservista, no teniendo hasta entonces los reservatarios más que una «esperanza o expectativa de derecho», conforme a la Sentencia de 8 de noviembre d e
1894, y a las antedichas de 26 de octuble de 1907,4 de enero d e
1911, 21 de marzo, 7 de noviembre y 30 de diciembre de 1912, 13
de diciembre de 1919 y 14 del mismo mes de 1933, donde se declara o se considera la reserva, según hemos dicho, como «una
propiedad sujeta a condición resolutorian. Esa condición está en la
supervivencia al fallecimiento del reservista de alguno de los reservatarios.
e 27 de junio de 1906, en la que
Así lo consigna la Resa
se dice que «así como aquel aerecho puede desaparecer por prernorir los herederos al reservista, puede ser absoluto cuando éste
f
con lo que se confirma la doctrina que sobre el mismo
partrcuiar estableció la Sentencia de 3 de diciembre de 1897.
En razón a esta circunstancia y tambiét1 a la pos;ibilidad de que
el derecho sea renunciado o tran sigido en vida, (:omo para ello
autorizan las Sentencias d e 16 d e enero de 1901 y 19 de noviembre de 1910, juntamente con la Resolución de 30 de marzo de 1925
y el art. 4.' del Código civil, no es posible la determinación nominal de las personas que tienen derecho a la reserva hasta que sobrevenga la muerte del reservista, según establece la Resolución
referida de 1906 y la de 4 de enero de 1911.
Reservatarios. Legislación foral. Naturaleza
del parentesco. Póstumos. Modo de computar el parentesco. &Cabeel derecho de representación?
¿Quiénes tienen derecho a la reserva? Parece ser éste el punto.
más delicado de la institución.
80
REVISTA DE LA
El art. 81 1 del Código la establece a favor de «los parientes
que estén dentro del tercer grado y pertenezcan a la línea de donde los bienes procedan». El precepto tiene apariencias de sencillez,
pero su aplicación ha dado lugar a numerosas controversias.
En primer término hemos de advertir que el referido derecho
no alcanza a todos los parientes que estén dentro del tercer grado
que señala la Ley cuando son varios, sino a los más próximos (Sentencia de 8 de noviembre de 1894), fundándose este sistema en las
Leyes de VI y VII, Título XIII, Libro 111 de la «Novísima Recopilación de Navarra» y en el Capítulo VI del «Fuero General», donde
al establecer el derecho de troncalidad, cuyas analogías, aunque
disimuladas y muchas veces contradichas por el Supremo son evidentes, se dispone que los bienas «tornen a la hermandad, y sino
hay hermanos, a los parientes más próximos».
Igual resulta del «Fuero Unicon de Aragón y de la «Observancia VIIv, así como de las «Constituciones de Cataluña» relativas a
la sucesión de un impuber. Y como el propósito de la Comisión
d e Códigos al redactar el art. 811, según nos informa Alonso Martínez, fué el de aproximar el Derecho común al foral, estableciend o entro ellos una especie de enlace o puente para faciIitar la unión,
el repetido artículo debe ser interpretado y aplicado con espíritu
semejante al que se sigue para los mismos casos en las regiones forales.
Tal es el criterio estatuído por la Dirección General en su Resolución de 20 de marzo d e 1905, por cuya virtud se aplica a la
reserva, para determinar la referencia entre los reservatarios, el
sistema regulado por el Código civil para las sucesiones intrstadas,
como consecuencia del cual el pariente más próximo excluye al
más remoto.
En todo caso, el parentesco ha de ser legítimo, de conforrnidad con la Sentencia mencionada de 10 de julio de 1918. Y aún
cuando la reserva nace en el momento mismo en que hereda el ascendiente (Sentencia de 21 de marzo de 1912), como no se perfecciona hasta la fecha en que fallece, deben ser incluídos en el
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
81
grupo de parientes con derecho a heredar todos los que vivan en
ese momento, aún cuando no hubieran nacido a la fecha de la primera sucesión, reputando como vivos a los concebidos y no nacidos, de acuerdo con el art. 29 del Código.
Esta es la que se presume buena doctrina y se deduce de la
Sentencia de 30 de diciembre de 1897 y la Resolución, tantas veces aludida, de 27 de junio de 1906, sin perjuicio de la demás jurisprudencia que Ilevamos citada y que considera la reserva como
una expectativa de derecho solo consumable, perfeccionable y concretable «nominalmente» a la defunción del obligado a ella.
El parentesco se computa entre el que reclama la reserva y el
descendiente que di6 lugar a la misma, apareciendo así dispuesto
en las Sentencias de 16 d e noviembre de 1892, 8 de noviembre d e
1906 y 30 de diciembre de 1912. Y tratándose de un derecho personalísimo, solo puede ser ejercitado por quien reuna las condiciones o requisitos exigidos por la Ley, según establece una dilatada y siempre sosteiiida jurisprudencia, a la que, de manera especial, pertenecen las Sentencias de 10 de Octubre de 1892, 16 d e
enero de 1901, 8 de noviembre de 1906,27 de enero de 1909, 19
de noviembre de 1910, 30 de diciembre de 1912 y 11 de marzo de
1927. Como consecuencia d e lo antedicho y del criterio restrictivo
que debe seguirse en la interpretación del art. 81 1, se estima que
con referencia a él no cabe el derecho de representación.
Sin embargo, esta teoría debe entenderse con algunas salvedades. Así, de la Cueva y Castán, este último con fundamento en lo
que dice el primero, consideran que la prohibición de representar
se refiere solo al caso de que los representantes sean parientes de
cuarto grado o herederos de un pariente de tercer grado; pero
fuera de estos casos cabe la representación, según dicen, invocando en apoyo de su tesis la Sentencia de 2 de enero d e 1929.
De la misma opinión son Manresa, De Buen, Escobar d e la Riva, Maura en sus «Dictámenes», Morell, etc., etc.
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82
REVISTA DE LA
Resumen
Unas palabras más para completar el estudio de esta figura jurídica.
Entraña, según dijimos, una expectativa de derecho, y su nacimiento, además de las circunstancias que quedan reseñadas, exige un acto directo del reservatorio, razón por la cual, en la inhibición o renuncia tácita de éste, la reserva no hace o se extingue sin
eficacia jurídica ni económica alguna (Sentencias de 16 de enero de
1901 y 29 de septiembre de 1905).
Existirán, pues, en el caso dos tipos de renuncia: una expresa,
prevista por el Supremo con fecha 19 de noviembre de 1910, y
otra supuesta, presunta o tácita, revelada por el hecho de que el
reservatorio no ejercite los derechos que le reconoce la Ley y que,
como todos los demás derechos, son renunciables con arreglo al
art. 4 . O del Código civil, si bién para que la primera especie de renuncia sea posible, o sea la expresa, se necesitará que concurran
al acto todos los que en su día pudieran ser reservatarios.
También el ascendiente puede renunciar a la reserva a que tiene derecho, impidiendo el nacimiento de la misma sin mas que
dejar de aceptar la herencia del descendiente, sin que los reservatarios, que no llegaron a serio, puesto que la reserva no nació, puedan impugnar los actos del ascendiente en este sentido, ya que se
encontrará amparado por el referido art. 4.O y por el 988, donde
se dice que «la aceptación o repudiación de la herencia son actos
enteramente voluntarios y libres».
Como consecuencia de la naturaleza expectante que tiene la
reserva los favorecidos con ella nada podrán hacer durante la vida del reservista, como no sea ejercitar las acciones que les competen para asegurar los bienes de la futura sucesión (Sentencia de
21 d e marzo de 1912), pudiendo el reservista proceder a su venta
con las limitaciones impuestas en los artículos 974 y 975, de aplicación al caso por virtud de la Sentencia 6 de julio de 1906. Funda el Supremo su doctrina en que otra cosa equivaldría a hacer
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
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de mejor condición a los colaterales del art. 81 1 que a los hijos del
segundo matrimonio>>, cuyos padres, pese a la reserva ordenada por el art. 968, gozan de una libertad de movimientos respecto
a los bienes que en algunos aspectos es absoluta.
También son aplicables al art. 81 1 las garantías que previenen
!os arts. 977 y 978, de acuerdo con las Sentencias de 8 de noviembre 1894 y 30 de diciembre d e 1897. Sin embargo de esto, el reservatorio no puede impugnar en vida los actos que el reservista
realice (Sentencia de 30 de noviembre de 1912), ni dirigir su acción
(reconocida por la Sentencia de 21 de noviembre d e 1902) contra
el tercer adquirente,si es que «por ~misión~~negligencia
o voluntariedad» no se hizo constar en el Registro la cualidad de reservables que tenían los bienes, aunque «la procedencia más o menos
conocida de ios mismos permitía sospechar o deducir la limitación
a que estaban afectos». Quedó así dispuesto en la Sentencia de
20 de diciembre de 1904, añadiendo que para que dicha reserva
produzca efectos respecto a tercero es indispensable que conste
inscrita de modo expreso en el Registro, de acuerdo con el mecanismo que rige esta Oficina pública y la Resolución de 29 de diciembre de 1931.
La Sentencia de 4 de diciembre de 1933 establece una nueva
modalidad de la reserva al conceder a los herederos del reservista
el derecho a retener las cosas objeto de la misma, en tanto no se
les indemnice de los gastos útiles y necesarios hechos en ellas por
el causante.
Y, finalmente, la de 8 de octubre de 1930, resuelve un problema de interés, aunque su doctrina se halla contradicha por la d e
25 de marzo de 1933, que manifiesta criterio opuesto.
A tenor del primer fallo, el reservista no puede disponer d e los
biene reser rables para mejorar a los reservatarios, sino que han d e
ser recibidos por éstos por partes igrrales, como tampoco tiene
derecho a desheredarles, contrariamente a lo que ocurre con la reserva de los artículos 972 y 973.
Esta doctrina, en realidad, se halla en oposición con la que
84
REVISTA DE LA
constantemente ha mantenido el Supremo, por cuya virtud se entiende que el mecanismo deducido de los artículos 968 y ciguientes es aplicable a la reserva a que se refiere el art. 81 1. Tal criterio
I.ia sido rectificado, según dijimos, y, en nuestra opinión con excelente sentido jurídico; pero el fallo que comentamos constituirá un
motivo de duda y discusión que el Supremo debe evitar volviend o por los fueros de la buena doctrina.
El deber del comisario o de los herederos, en su caso, frente a
i de que nos ocupamos, no es dudoso. Consiste, como
1
también en el caso del art. 812, en restituir los bienes a
las personas que tengan derecho a la reserva, lo cual harán después de su identificación y por medio de la correspondiente hijuela, o cuando menos consignando el carácter de tales bienes en alguno de los supuestos que sirven de base a la partición, como dice la Resoluciói~de 12 junio de 1930.
El valor de tales bienes será deducido del importe total de la
herencia, que solo será herencia con relación a los demás parientes en cuanto al exceso, como dispone la Sentencia de 8 de octubre de 1930.
Por últiino, hemos de decir que a la garantía de la «reserva»
preceptuada por el artículo que hemos analizado, son aplicables
las disposiciones de la Ley y del Reglamento Hipotecario señaladas con motivo del estudio de la «reservan vidual.
1
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
CAPITULO 111
Examen del artículo 812 del Código civil. El artículo 747 del
Código francés: «retour legal». Diferencias. Sucesiones a que se
aplican. Fundamento del derecho de reversión: países d e Derecho
escrito y de Derecho consuetudinario. Donación con condición
resolutoria. Teorías y efectos. Ampliación de legítima. Opiniones
de los tratadistas: Manresa, Mucius, Sánchez Román, Baudry, Planiol, Colin et Capitant, Glasson, etc., etc. Reserva lineal. Examen
de la Ley VII, Título 11, Libro IV del Fuero Juzgo, y de la X, Título VI, Libro 111 del Fuero Real. «El derecho d e troncalidad~d e
Braga da Cruz. La regla <<lospropios no suben» y su interpretación
a partir de D u Mulin. Alcance y requisitos del artículo 812. Título
por el que el donante recupera los bienes. Sus obligaciones en
cuanto a la sucesión. Efectos de la enajenación, permuta o cambio
de los bienes donados. Obligaciones del contador-partidor o de
los herederos en su caso. Problemas que se plantean con relación
al metálico y a los bienes fungibles. Opiniones de Alonso Martínez, Manresa, Mucius, Sánchez Román y de la doctrina y jurisprudencia española y francesa. Hijos naturales e hijos adoptivos. Resumeti y consecuencias de todo lo expuesto.
DE LA RESERVA «LINEAL»O DERECHO DE
«RETOUR» EN LA SUCESION HEREDITARIA
Examen del art. 812 del Código civil. El art. 747 del Código francés: ((Retour
legal». Diferencias. Sucesiones a que se aplican. Fundamento del derecho d e
reversión: países de Derecho escrito y de Derecho consuetudinario. Donación
con condición resolutoria. Teorías y efectos. Ampliación d e legítima. Opiniones de los tratadistas: Manresa, Mucius, Sánchez Román, Baudry, Planiol, Colin
et Capitant, Glasson, etc., etc. Reserva lineal: la Ley VI], Título 11, Libro IV del
-Fuero Juzgo,, y d e la X, Título VI, Libro 111 del Fuero Real. *El derecho d e
troncalidad>. de Braga da Cruz. La regla ([los precios no suben» y SU interpretación a partir de Du Mulin
El art. 812 del Código civil español establece reglas que modifican la mecánica general del Derecho de sucesiones interceptando
el tránsito de los bienes y excepcionando los artículos que regulan
el paso de aquellos a los herederos tanto en las herencias intestadas como en las testamentarias, según resulta del lugar que ocupa
este artículo en la estructura del Código, situado en la «Sección
quintan, que trata de las legítimas, y más claramente aún de lo dispuesto en el art. 938, donde se preceptúa que lo ordenado en los
artículos 81 1 y 812 es aplicable indistintamente a los dos tipos de
sucesiones.
Consideramos de interés un examen del contenido y alcance
88
REVISTA DE LA
del precitado artículo, cuyas disposiciones completan las que se
contienen en el 81 1, por lo menos desde el punto de vista de cons.
tituir excepción, como decimos, al sistema general regulador de la
transmisión por causa d e muerte; pero este estudio encuentra mayores dificultades para su desarrollo que el procedente del artículo 81 1, debido a que su aplicación es menos frecuente en la práctica a causa de los numerosos subterfugios que ofrece y de las reservas y salvedades que a su efectividad oponen los tratadistas,
razones por las cuales la jurisprudencia apenas ha tenido ocasión
d e manifestarse respecto á él, acostumbrándose en su ausencia á
aplicarse la dictada en la interpretación y eiecución del art. 81 1.
Esto nos prueba como el precepto de referencia se mantiene
en nuestro Derecho como una supervivencia de algo que fué y
que no existe, o por lo menos, que no existe con aquellas frecuencia y extensión que pudieran justificar la existencia del artículo
dentro del Código. Acredita éste, por consiguiente, el poder teorizante de los legisladores de 1881, y debe tenerse la disposición
legal como un tributo rendido a la tradición o como un gesto de
de sumisión y docilidad a lo extranjero, puesto que, aunque entroncado indirectamente con el Derecho patrio, el repetido artículo 812 está tomado literalmente, con excepción de las palabras finales, del 747 del Código civil francés.
Una diferencia substantiva existe en este sentido, apenas advertida, sin embargo, por los autores, o a lo sumo comentada por
ellos en forma tan breve y ligera que apenas da ocasión a que se
advierta: en tanto el art. 747 francés solo se aplica en la h,r encia
intestada del descendiente, el 812 del Código español tiene s u
adaptación alos dos tipos de sucesiones, conforme hemos dicho.
De aquí que su fundamento haya que buscarle en razones distintas. Porque en tanto el primer artículo puede justificarse habland o de la voluntad presunta del causante, fundamento general d e
la sucesión intestada, y, por lo tanto, de esta «sucesión anómalan,
como la llama Baudry, establecida en favor del ascendiente donante, el art. 812 de nuestro Código no puede tener rigurosamen-
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
89
te ese fundamento, por lo menos cuando se trata de la sucesión
testamentaria, ya que la voluntad del testador contraria a su texto
no prevalece, ofreciéndosenos como una ampliación de la legítima
o como una legítima nueva cuando los ascendientes que la reciben
(los abuelos, por ejemplo, viviendo los padres del causante) no son
aquellos en cuyo favor queda establecida la legítima propiamente
dicha por ministerio de la Ley.
Partiendo del Derecho fi ancés, en efecto, puede suponerse que
el donatario ha querido, puesto que conserva en su patrimonio
los bienes que el ascendiente le donó, que estos bienes fuesen restituídos al donante con preferencia a las demás personas llamadas a
la sucesión; pero este criterio no es aplicable a nuestro Código,
porque en él, como decimos, la voluntad presunta debe ceder ante la expresa, y ésta no prevalece contra el precepto terminante
del art. 812. En efecto; aún en la hipótesis de que el dcscendiente
disponga en su testamento de los bienes que le fueron donados a
favor de persona distinta del ascendiente donante, aquélla tiene derecho a reclamarlos, el acto es nulo y la reversión surge por encima del testamento, que carece de eficacia en cuanto a ese extremo.
ElJo ha obligado a elaborar una doctrina distinta, suponiendo
que la donación, como estima Sánchez Román, quedó sujeta en su
día a una condición resolutoria tácitamente acordada, al igual que
hubiera podido establecer de modo expreso al amparo del artículo 641.
La idea no es absolutamente original, puesto que Baudry, al
hacer el estudio de esta institución, cuyos caracteres, aparte el ámbito distinto de aplicación, son tan semejantes en ambos Derechos,
nos refiere que su desarrollo fué distinto en Francia, según se tratara de los países de Derecho escrito o de Derecho consuetudinario. En los primeros, al igual que en el Derecho romano, el «retour successoral» se le refiere al derecho de obligaciones, considerándole basado en la condición resolutoria tácitamente estipulada
para el caso d e que el donatario premuera al donante sin sucesión. ,,
Si esta condición se cumple se estima que la donación no fué he??' '
90
REVISTA DE LA
cha y, por consiguiente, los actos del donatario devienen nulos.
Así, pues, Ia cláusula de resolución que se supone tácitamente establecida produce los mismos efectos que si hubiese sido concertada de modo expreso.
Enulos países d e Derecho consuetudinario, el «retour» admitid o en beneficio del ascendiente no se refiere al derecho de obligaciones, sino al de sucesión, tomando el nombre de areversión
hereditaria,,, que luego se ha divulgado. De este principio se desprende que dicha reversión no puede perjudicar los derechos conferidos por el donatario o establecidos por él a favor de tercero.
De la misma opinión son Colin et Capitant respecto al origen
y naturaleza de esta institución, a la que llaman «sucesión anómala», «por ser este el nombre-dicen-más
expresivo y más completo para designarla, puesto que siendo una sucesión, en efecto,
en ella se trastoca y subvierte el orden general previsto por la Ley
para las sucesiones».
La idea de la donación con condición resolutoria, que defiend e Sánchez Iiomán, es combatida por Manresa y otros tratadistas,
quienes afirman que aún existiendo una restitución o devolución
al donante de los bienes donados, por cuya virtud parece que actúa en el caso la referida condición, lo que precisamente ha querid o evitar la Ley ha sido su establecimiento, siendo su propósito
que la reversión se verifique al margen de todo convenio entre las
partes y como consecuencia de un precepto legal.
La discusión planteada en estos términos sería meramente d e
palabras, en el supuesto de que la reversión voluntaria y la legal
produjeran los mismos efectos; pero Colin et Capitant discriminan
suficientemente este asunto, determinando las diferencias que existen entre una y otra en los párrafos que siguen:
La reversión establecida convencionalmente hace que las cosas
donadas se restituyan al donante como sino hubiese dejado nunca de ser propietario de ellas, lo cual da lugar a varios efectos:
UNlVERSlDAD DE OVJEDO
91
El donante tiene derecho a recobrar las cosas donadas
donde quiera que se encuentren, lo rnismo en la sucesión del donatario que en la propiedad de un tercero, pues si aquél las enajenó tuvo que haberlo hecho con la condición resolutoria que pesaba sobre ellas.
2 . O El donante, a! ejercitar su derecho de reversión convencional, recobra los bienes por él donados libres de toda carga, servidumbre o hipoteca que el donatario haya podido establecer en
el intermedio.
3.O No está obligado al pago de las deudas de la sucesión, y
4.O No importa para que pueda ejercitar su derecho de reversión que se halle en estado que suponga incapacidad o indignidad para suceder, puesto que ejercita un derecho que le es propio
y personal, y no una facultad que arranca del de «cuius» como
consecuencia del Derecho sucesorio.
El examen de nuestra legislación, particuiarn-iente de lo dispuesto en los artículos 641 y 1.123 del Código, nos prueba la aplicabilidad de este sistema a nuestro Derecho.
Por lo contrario, cuando los bienes son recuperados por el donante en virtud de la reversión legal, las consecuencias que se producen son las siguientes:
l.a Los bienes son devueltos al donante en el estado en que
se encuentren al abrirse la sucesión.
2.a Las cargas, servidumbres e hipotecas impuestas por el donatario durante el plazo en que fué dueño de los bienes, deben
ser respetadas.
3.a Dichos bienes han d e contribrrir al pago de las deudas y
al levantamiento de las cargas de la sucesión.
4.a No se puede ejercitar el derecho de reversión legal en e!
supuesto de incapacidad o indignidad para suceder.
El mismo sistema aplican a nuestro Derecho Manresa y Sánchez Román, estimando que al recuperar !os bienes el ascendiente
lo hace por título de herencia y no como donante, razón por la
cual esos bienes han d e participar en la amortización d e las cargas
1.O
92
REVISTA DE LA
generales de la sucesión, recibiéndoles el donante en el estado en
que se encuentren a la fecha del fallecimiento del donatario, el
cual procedió respecto de ellos como dueño que era, y pudiendo
ser apartado aquél de la sucesión como consecuencia de la indignidad o incapacidad que pesen sobre él, al igual que si se tratara
de cualquier otro heredero.
T o d o esto cierto, aun existe otra nota que permite distinguir
claramente los derechos de reversión convencional y legal: la formo y condiciones del primero pueden ser estipuladas libremente
por las partes, con arreglo a los principios contractuales que rigen
el Derecho moderno, siempre que tales pactos no vayan contra la
Ley, la moral o el orden público.
Por lo contrario, el derecho de reversión legal o aretour successoral», ¿puede ser también modificado por acuerdo entre los
interesados?
La jurisprudencia francesa ha establecido una distinción que no
reparamos en extender a nuestro Derecho: cuando se trata de introducir en la donación hecha al descendiente alguna estipulación
que tenga por finalidad aumentar los derechos del donante, dicha
estipulación será lícita, por cuanto servirá para reforzar y garantizar su derecho de reversión legal; pero, en cambio, la estipulación
no podrá disminuir los derechos que le concede la Ley, y mucho
menos renunciarlos, porque entrañaría un pacto sobre herencia futura, prohibido en el Derecho francés lo mismo que en e! español.
La Corte de Casación ha tenido oportunídad de manifestarse
sobre esta materia en Sentencia de 24 de julio de 1901, ratificada
por otras de 2 de julio de 1903 y 30 de abril de 1904, aunque la
práctica notarial y la Corte de Apelación traten de resistir a esta
jurisprudencia, que, en ocasiones, por los propósitos que pueden
perseguir los pactos, imposibilita la realización o el cumplimiento
de fines totalmente honestos. como opinan Colint et Capitant.
Ahora bien; no constituyendo la reversión legal un caso de donación con condición resolutoria, ¿cual es su naturaleza?
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
93
Varias teorías jurídicas se han ideado sobre el particular. Es el
propio Sánchez Román quien la califica de «reserva», a semejanza
de la ordenada por el art. 968 del Código, o de ampliación de la
legítima establecida a favor del ascendiente donante.
Ninguna de las dos ideas es absolutamente exacta. El reservista
del art. 968, lo mismo que el del 81 1, aún dentro de las facultades
de disposición que le otorga el Código civil, se halla ciscunscrito y
limitado por los preceptos de este Cuerpo y de la Ley Hipotecarial. Sus enajenaciones son válidas, en efecto, pero los bienes quedan sujetos, como dice la jurisprudencia, a una condición resolutoria; y aun cuando el derecho a la reserva puede llegar a no consumarse por falta de personas que tengan derecho a ella, una vez
que alcance la perfección, el reservatorio tiene acción real para
perseguir los bienes enajenados después que el reservista contraiga segundas nupcias y obtener la declaración de nulidad de las
operaciones hechas, al igual que las realizadas anteriormente quedarán afectas a la supradicha condición, si es que esta condición
se hizo constar en el Registro, de acuerdo con la Sentencia de 20
de diciembre de 1904 y la Resolución de 29 de diciembre de 1931.
Todo ello, sin perjuicio del derecho que asiste al reservatorio para exigir la hipoteca regulada por los artículos 974 y 978 del Código civil, confirmados por la Resolución de 3 de noviembre de
1931.
No acompañan estos caracteres a la reversión prevista por el
artículo 812, puesto que recuperando los bienes el donante por
virtud de un derecho sucesorio, está obligado a respetar, según dijimos, todos los actos ejecutados por el donatorio durante el periodo de vigencia de la donación, ya que durante dicho periodo
compareció y se comportó ante tercero como único y legítimo
dueño. En este concepto, su libertad es tan amplia que cualquier
acto jurídico de disposición de los bienes por actos mortis-causa,
puede ser realizado por el descendiente con plena eficacia legal.
Sin embargo, ya razonaremos y desenvolveremos más tarde la
idea de la reserva y las analogías que con esta figura jurídica pre-
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senta el artículo que comentamos, pero siempre apreciando las diferencias legales que separan ambas instituciones.
Tampoco es la reversión una ampliación de la legítima, toda
vez que los legitimarios del descendientes pueden ser personas
distintas a las que la Ley conceda aquél derecho. Ocurre esto, por
ejemplo, cuando el abuelo dona al nieto en vida de sus padres, los
cuales son herederos forzosos de su hijo respecto a la legítima,
pero quedan apartados de la herencia en cuanto a los bienes que
constituyen el contenido económico de! «retour» legal.
Por consiguiente, mejor diríamos que se trata de una legítima
nueva, recibida a título singular y no universal, en concepto de
Iegatario en vez de heredero, cuya legítima puede recaer sobre el
mismo legitimario o sobre persona diferente, apartando éste a
aquél en el conjunto de dichos bienes o en su precio, si fueron
vendidos, o en aquellos porque fueron cambiados o sustituídos,
aunque por virtud de esta interferencia en la aplicación del Derecho sucesorio común, el heredero forzoso quede sin haber, y,
por consiguiente, prácticamente desheredado.
Insistimos, pues, en que se trata de una sucesión ccanómala- o
anormal, como hemos visto dicen Colin et Capitant y repite Plani01 en su ~ T r a i t ede Droit Civile~,que intercepta el destino habitual de los bienes para desviarlos en otra dirección, abriéndose en
realidad dos sucesiones, como enseña Braudry: una la corriente,
en la que se observan y cumplen la; reglas generales que rigen ía
materia, y otra extraordinaria, excepcional o anómala, como con'secuencia de la cual el patrimonio a que se refiere sigue una trayectoria distinta a la que de ordinario le atribuye la Ley.
¿Cuál es el fundamento de esta excepción?
Ya hemos hablado de la voluntad presunta del donatario y de
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la posibilidad de que fuese interpretada en el sentido de que los
bienes que recibió quería fuesen devueltos al donante a su fallecimiento sin tener sucesión. Pero esta idea, que no sirve para explicar el fenómeno ni aún en los países donde el «retour» solo
se aplica a las sucesiones intestadas, menos puede valer en Códigos qrxe, como el español, no dan eficacia ni a la voluntad expresa
del donatario'manifestada en contra de la presunción establecida
por la Ley. Queda ya razonado este extremo.
En su virtud, y alterando los términos del problema, la reversión se funda por los tratadistas en la voluntad del donante, suponiendo que éste habría establecido o convenido la cláusula de
retorno si hubiera presentido que el donatario le premoriría sin sucesión.
«La Ley-dice Baudry-no quiere que el donante tenga que
añadir a la pérdida del descendiente la de los bienes que en su día
le donó, y por ese motivo reserva a su favor el derecho de recuperarles, reproduciendo así el viejo aforismo romano tomado de
la L. 6. pr. D. «De iure. dot.» XXIII, 3: «he filiae amissae et pecuniae damnum sentiret~;«principio prosaico-añade el autor-, q u e
solo de modo muy incompleto puede razonar y justificar el precepto legal».
Sin embargo, esta es la opinión de Glasson, quien en su «Historia del Derecho y de las instituciones francesas,, (páginas 540 y
siguientes del tomo VI!), hace un examen retrospectivo muy completo del derecho de «retour», tomando por base la mencionada
Ley VI del Libro XXIII del Digesto, en la que se establece el derecho de reversión a favor del padre donante cuando la hija premuere al marido y queda disuelto, por consiguiente, el matrimonio.
Este principio, aceptado con más o menos resistencia por las
diversas regiones francesas, fué el que sirvió de fundamento al actual derecho de «retour»-dice Glasson-, y, por lo tanto, ambos
deben tener la misma naturaleza, suponiéndoles fundados en una
misma razón de ser.
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REVISTA DE LA
Si el argumento expuesto es poco romántico, no es mucho más
elegante el otro que se alega para justificar el derecho de «retour».
«La esperanza que la Ley proporciona al donante, dice esta segunda teoría, de recuperar los bienes donados con exclusión de toda
otra persona en la herencia del donatario muerto sin sucesión, le
animará a ser más generoso en sus liberalidades».
Este argumento, tomado de otro principio romano -«proscipiendum est enim, ne hac injecta formidini, parentum circa liberos
munificentia retardaturn-, no nos parece mucho más persuasivo
que el precedente, porque si la reversión legal otorga al donante
la esperanza de recuperar los bienes donados, en cambio, no donando conserva la seguridad de que esos bienes no saldrán jamás
de su patrimonio, en tanto él no quiera. Esperanza por seguridad,
puede ésta mucho más en el ánimo de los hombres.
Por otra parte, basta recordar las personas que el donante posterga en la donación (los padres del donatario, que son los hijos
de aquél), para comprender que, salvo los casos de indignidad de
sus inmediatos descendientes, no ha de encontrar inconveniente
alguno para que los bienes revertidos queden en poder de ellos,
máxime cuando se piensa que más tarde o más temprano, como
consecuencia de la aplicación de los artículos del Código que regulan el sistema de legítimas, irán a parar a sus manos en todo o
en parte.
Pero aunque poco consistente el razonan~ientoque nos ocupa,
él nos coloca en el camino de la verdadera solución.
Hemos dicho, en efecto, que los repetidos bienes serían recogidos por los ascendientes inmediatos del donatario en la hipótesis de que no se hubiera establecido el derecho de reversión a favor del donante, y razonábamos que ante esta perspectiva debía
serle a éste indiferente que la donación se le restituyera o se conservase por los padres del donatario, hijos a su vez del donante y
herederos presuntos de el.
Este mecanismo solo es cierto en parte, y en cuanto deja de
serlo ha dado lugar a! «retorrr» legal. No debemos olvidar, en efec-
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to, que en este sentido pueden darse dos hipótesis: que vivan los
dos padres del donatario, en cuyo caso heredan los bienes objeto
de la donación por partes iguales; y que so10 viva uno de ellos, no
siendo éste el hijo del donante, en cuyo caso los bienes salen de la
sucesión del hijo para entrar en línea distinta a la de aquél, con lo
que quedan sustraídos definitivamente a su patrimonio, o mejor
dicho, al patrimonio de la familia de donde los bienes proceden.
El deseo de evitar ese cambio de líneas en la proyección futura de los bienes es lo que ha movido al legislador, sin duda alguna, a establecer la reversión a favor del donante. Basta examinar
los preceptos patrios que se señalan como antecedentes del artículo 812, para comprenderlo así. Esos antecedentes son la Ley VII,
Título 11, Libro IV, del Fuero Juzgo y la Ley X, Título VI, Libro 111
del Fuero Real.
En la primera de dichas leyes se dispone, entre otros particulares, que «las cosas que ovo él (es decir, el causante) de parte de
sus padres o de sus abuelos deben tornar a sus padres ó abuelos
cuomo ge las dieron». Y en la segunda de dichas Leyes, se establece: «E otrosi mandamos que el que muriese sin manda, e no dexare fijos ni nietos, e dexare abuelos de padre, e de madre, el abuelo
de parte del padre herede lo que fué del padre, y el abuelo de la
madre herede lo que fué de la madre: e si él había hecho alguna
ganancia, ambos los abuelos hereden de consuno igualmente*.
Estos preceptos, a no dudarlo, establecen o consagran el sistema de la troncalidad: lo recibido de la Iínea del padre, a esta línea
debe devolverse; lo de la madre, a la suya. En cambio, los bienes
que el descendiente ganó directa y personalmente se repartirán entre los ascendientes por partes iguales.
Nuestro criterio se reafirma teniendo a la vista el Fuero de Aragón de 1311, aplicado primero a las donaciones hechas al hijo
muerto intestado y sin descencia, y extendido en 1471 a todos los
bienes que el hijo recibiese de sus padres por cualquir título, incluso los de compra, permuta, etc., etc.
Tales bienes debían ser restituidos a 10s padres de quienes pro-
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REVISTA DE LA
cedieran, por apartamiento en la sucesión de los hermanos y demás
parientes del difunto. Pero si el donatario falIecía intestado dejand o hijos, y éstos, a su vez, morían igualmente intestados o durante la menor edad, al no poder heredarles sus padres muertos anteriormente, los bienes de la donación revertían al abuelo o la
abuela, quedando apartados los demás parientes.
Para comprender bien el alcance de este sistema es preciso recordar que en Aragón los hermanos (aunque no en todos los bienes del causante) constituyen el segundo orden de llamamientos en
la sucesión intestada, después de los hijos legítimos, los legitimados por subsiguiente matrimonio y los adoptivos, conforme a la
Observancia 27, «De generali privilegii~.
A su vez, la troncalidad vuelve a repetirse entre los colaterales,
pues en los bienes que procedan de la Iínea paterna heredan los
parientes de esta Iínea; en los de la materna los que a ella pertenezcan, y en cuanto a los que no tengan ni uno ni otro origen, son
heredados por los familiares más próximos del difunto de ambas
1'ineas.
De tal manera, los padres quedan postergados por los colaterales en este tipo de sucesión, y así resulta de la Observancia 7,
«De testamentisa.
También en el art. 812 del Código quedan postergados los padres o el que de ellos viva a la fecha de la defunción del descendiente donatario, por los abuelos. Y como dos cosas iguales a una
tercera son iguales entre sí, toda vez que el procedimiento de sucesión establecido por el >Fueroconstituye rrn sistema de troncalidad
o de reserva lineal, siquiera esta reserva no vaya acompañada de
las condiciones que caracterizan las de los artículos 81 1 y 968 del
Código, la reversión prevista por el 812, o es una reserva lineal o
tiene con ella tantos puntos de coincidencia que resulta técnicamente imposible distinguirlas, aunque por los resultados prácticos
y por las distintas posiciones que ocupan los protagonistas de los
respectivos negocios jurídicos, parezca fácil hacer esa distinción, y
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aun esa misma facilidad nos induzca a pensar que se trata de instituciones absolutamente independientes.
Todo esto se ofrece claro a nuestros ojos, pareciéndonos que
la confusión en que se ha incurrido procede de los antecedentes
que tuvo a la vista el legislador d e 1855 para dictar el tan repetid o art. 812 del Código, puesto, que prescindiendo de los nacionales que quedan resumidos, por lo menos en su texto, ya que en espíritu han perseverado, tomó como base para la discusión parlamentaria el art. 798 del Anteproyecto de Laurent del Código civil
francés, y, en su caso, e1 747 del Código que hoy rige, y es reproducción del art. 313 de las «Costumbres de París». Estos artículos fueron los que, en definitiva, copiaron los referidos legisladores españoles, sin más que añadir algunas reformas finales (las
relativas a la permuta o cambio de los bienes donados por otros
y a los derechos que sobre estos bienes corresponden al donante),
pese a la oposición hecha por Alonso Martínez a tales reformas.
Sin embargo, del estudio del Derecho francés resulta igualmente la naturaleza, siquiera limitada, que tiene de reserva la institución. Nos lo dicen Colín et Capitant cuando al analizar e1 derecho de «retour» explican que por su virtud se abren dos sucesiones diferentes: una, la ordinaria o anormal, y otra la anómala,
que corresponde a la reversión. «Así-comentan-,
si el difunto
deja hermanos o hermanas y un abuelo, que fué el que hizo la donación al descendiente, los primeros recogen la herencia ordinaria
y el último los bienes donados por él. E idénticamente, cuando el
heredero de las dos sucesiones es una misma persona, lo cual es
frecuente, el heredero único, por ejemplo el ascendiente donante,
podrá adoptar una actitud diferente para cada una d e ellas, aceptando la una y repudiando la otra, según previene la Sentencia de
6 de mayo de 1879~.
Parece, pues, que existe una reserva a favor del donante, y parece que esta reserva crea una situación análoga a la de la tronca-
1O 0
REVISTA DE L A
lidad, aunque limitada en su aplicación, como dejamos dicho,
puesto que no son todos los parientes de la línea de donde los
bienes procedan sino el donante el que tiene derecho a recuperarles en la sucesión del descendiente. Pero el donante solo, y no el
otro cónyuge, padre igualmente del donatario, lo cual prueba, a
nuestro juicio, que por el artículo 812 de nuestro Código o el 747
del francés, no se trata únicamente de recoger los bienes donados
en la sucesión del donatario muerto sin descendencia, sino también, y muy substantivamente, de restituirlos a la línea de donde
tales bienes procedan, simbolizada por el ascendiente donante.
El más completo y moderno trabajo escrito sobre el particular («El derecho de troncalidad~,del profesor de Coimbra doctor
Braga da Cruz), confirma estas teorías.
El principio, los ascendientes del difunto quedan apartados d e
la sucesión por virtud de la regla <<Lospropios no suben» («propes ne remontentp) interpretada con tal rigor jurídico que llega un
momento en que los ascendientes sor1 postergados por el Fisco,
según demuestra el autor con apoyo de sus argumentos en la
«Práctica forensis», de Juan Masuer, y en la ~ C o n s t u m b r ede
Reimsw, d e 1481, aunque el Derecho de esta región tarda muy poco en reaccionar, puesto que algún tiempo después, en la Constumbre de 1510, artículo 6 . O , se reconoce, como dice Glasson, la
existencia de un verdadero «retour» legal a favor del padre donant e a sus hijos con ocasión del matrimonio de éstos. Funda Glasson
esta disposición en la influencia del Derecho romano, que, juntamente con el Canónico, fueron los preponderantes en la organización jurídica de Reims.
Por lo demás, que el derecho de aretourm decae en Francia durante los siglos anteriores al XV es un hecho fácilmente comprobable, sin más que advertir que en ninguno de los documentos jurídicos de aquella época, tales como el ~ G r a n dCoutumier de France», se hace relación alguna a este derecho.
La reacción se inicia con D u Mulin a fines del siglo XV, y se
consuma con la Revolución francesa. Fué aquél tratadista quien a1
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101
interpretar el artículo 129 de la ~AncieneCoutume de París» estableció las bases para la reposici6n del derecho de «retour». Según
aquel artículo «en materia de sucesiones, en línea directa, los propios heredados rio suben», habiendo servido este aforismo, aplicado con todo rigor, de base para negar o abolir el tan repetido
«retour».
Pero Du Mulin probó con ocasión del precepto de referencia
que por él no se prohibía la reversión de las donaciones al padre
donante, porque la regla cpropes ne remontentn no trata de apartar arbitraria o sistemáticamente a los ascendientes de la sucesión
del descendiente, sino de evitar que los bienes de esa sucesión pasen a parientes de línea distinta de la que procedan, ya que esto
constituiría para ellos un motivo de enriquecimiento injusto. Por
consiguiente-concluye D u Mulin en sus comentarios a la «Anciene Coutume de París»-, la regla de que los «propios no suben», no es incompatible con el derecho de «retour», el cual habrá de aplicarse a los parientes de la línea de donde los bienes
proceden.
Del mismo parecer son D' Argentré, Choppín, Loisel, Coquille, etc., quienes, siguiendo la trayectoria iniciada por Du Mulin,
estiman que la fórmula tan repetida de la no ascensión de los bienes hay que relacionarla con el otro aforismo de «paterna paternisn, como consecuencia de! cual los bienes han de revertirse a la
procedencia que tengan, lo que solo se consigue por medio del
«retour» legal.
Todos estos antecedentes, como hemos dicho, ¿no están demostrando que los artículos de los Códigos donde se establece
ese derecho integran un caso de reserva que, por razón de las personas en cuyo obsequio queda establecida, es una verdadera reserva lineal?
REVISTA DE LA
AIcance y requisitos del art. 812. Título por el que el donante recupera los bienes. Sus obligaciones en cuanto a la sucesión. Efectos de la enajenación, permuta o cambio de los bienes donados. Obligaciones del contador-partidor o
d e los herederos en su caso. Problemas que se plantean con relación al metálic o y a los bienes fungibles. Opiniones d e Alonso Martínez, Manresa, Mucius,
Sánchez Román, y de la doctrina y jurisprudencia española y francesa. Hijos naturales e hijos adoptivos. Resumen y consecuencias de todo lo expuesto
El art. 812 del Código se refiere a todos los bienes, cualquiera
que sea su naturaleza (muebles, inmuebles, valores, etc.) que procediendo del donante se hallen en la sucesión del donatario fallecido sin descendencia a la fecha de su defunción. En este sentido
se aplica el sistema establecido por la Sentencia de 7 de noviembre de 1912 respecto al art. 81 1, siendo esta también la opinión de
los autores franceses (Baudry, entre ellos), contra el criterio del artículo 31 3 de la «Costumbre de París», en el que se inspiró el 747
del Código francés, modelo, a su vez, del nuestro.
Se exceptúan de la reserva de1 812 los regalos que se hagan a
los descendientes con ocasión de alguna festividad o solemnidad
d e familia, los cuales son verdaderas donaciones que se consuman
con la entrega de los bienes donados, transmitiéndose al donatario irrevocablemente su propiedad.
Del texto de la Ley se deduce que tres son los requisitos que
se precisan para que se dé el derecho de reversión:
1.O Donación hecha por el ascendiente al descendiente.
S." Premoriencia de este último sin posterioridad, y
3." Subsistencia en la sucesión de los mismos objetos donados o de su precio o de aquellos otros por los que el donatario
los cambió o permutó.
El primer requisito constituye lo que pudiéramos llamar el presupuesto esencial de la reversión, puesto que en su ausencia carec e de oportunidad para manifestarse.
El segundo es el que produce el fenómeno sucesora1 aludido,
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103
ya que si el donatario sobrevive al donante o fallece con descendancia, la reversión no se dá y los bienes siguen el destino normal
de toda sucesión, salvo lo dispuesto en el art. 81 1.
La descendencia ha de ser legítima, pues se considera que siempre que el legislador quiera referirse a la natural lo hace de modo
expreso, como ocurre con el art. 980 de1 Código. Además, el mencionado art. 812 forma parte de la Sección que trata de los derechos de los herederos forzosos, inmediatamente después de los
que se adeudan a los descendientes y ascendientes y en grupo
aparte al dedicado a los hijos ilegítimos, entre los que se encuentran los naturales.
Lo mismo se deduce de la aplicación del art. 994 y de la íntima relación que existe entre los 81 1 y 812. En efecto; si el donant e fallece antes que el donatario y al morir éste más tarde los bienes pasan a un ascendiente, surge la reserva del art. 81 1 a favor de
los parientes del donante, existan o no hijos naturales del donatario. Luego si estos parientes tienen tal derecho, más habrá de poseerle el donante, protagonista directo del acto y primer interesad o en la reversión.
Consideramos, pues, aplicable al caso la jurisprudencia dictada
para la interpretación del art. 811, que impone el criterio restrictivo en la aplicación de este artículo y en la del 812, y así lo entienden Manresa, Sánchez Román, etc., etc.
La misma opinión prevalece en la doctrina francesa, si bien lamentando la obscuridad del texto legal, que puede dar ocasión a
dudas. Esto no obstante, el problema aparece negativamente resuelto por la Sentencia de 9 de agosto de 1854.
Baudry plantea el problema con referencia a los hijos adoptivos del donatario, los cuales, según estiman gran número de tratadistas, crean un obstáculo para la reversi6n, por cuanto el art. 357
del Código civil francés determina que: «El adoptado tendrá en la
sucesión del adoptante los mismos derechos que los hijos o descendientes legítimos».
Este artículo, cuya adaptación a nuestro Derecho se manifiesta
en el caso de sucesión intestada del adoptante que no deje herederos forzosos, puesto que en tal hipótesis los hijos adoptivos tie-
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REVISTA DE LA
nen los mismos derechos que si fueran legítimos (Sentencia de 19
d e abril de 1905), ha sido resuelto negativamente por la jurisprudencia del vecino país, fundándose en que el hijo adoptivo es uri
hijo «ficticio» o meramente civil, por cuyo motivo si la descendencia natural del donatario no supone dificultad para la aplicación del derecho de «retour», menos la supondrá la adoptiva que
se halla más distante que aquella de la verdadera filiación, como
dicen Colin et Capitant.
Baudry justifica este punto de vista explicando que no se trata
d e saber los derechos que al hijo adoptivo corresponden en la sucesión del adoptante, ya que esto aparece claramente determinado
por el art. 357 del Código, sino en precisar a qué tipo o género de
sucesión es aplicable el artículo antedicho. Evidentemente-dice
el autor-, a la sucesión tenida por normal u ordinaria, pero no a
la «anómala» o extraordinaria prevista por el art. 747 francés, semejante a nuestro art. 812.
Poco persuasivos todos estos argumentos, singularmente después de la Sentencia referida d e nuestro Tribunal Supremo, los
autores acaban por recurrir para estos efectos a lo que suponen el
espíritu de la disposición, sosteniendo que si el donante hubiese
establecido la resolución de la donacidn aún en la hipótesis de que
e1 donatario tuviese descendencia natural, mucho más la establecería en el supuesto de tratarse d e hijos adoptivos.
Planiol, por lo contrario, sostiene la tesis de que tanto el hijo
adoptivo como el natural impiden la práctica del derecho d e «retour»: el primero, porque la Ley asimila su condición a la de los
hijos legítimos, motivo por el cual han de reconocérsele los mismos derechos sucesorios que a estos últiinos; y el segundo, por
que el Código le concede derecho a las tres cuartas partes de la
herencia, lo que no tendría aplicación en Ia hipótesis de retraerse
o deducirse del caudal hereditario las donaciones que el ascendiente hizo a su padre natural. En apoyo de esta doctrina cita la Sentencia de Orleans de 14 de marzo de 1902.
No nos parece razonable este método discursivo. La adopción
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es un vínculo meramente jurídico que no engendra obligación alguna respecto a los padres del adoptante. En ningún aspecto existe para ellos el hijo adoptivo de su descendiente. Tampoco puede
existir este hijo para que se malogre en su perjuicio la reversión a
que el ascendiente tiene derecho en defecto o a falta de descendientes del donatario, puesto que el adoptado, aunque sea hijo,
no desciende del padre adoptante, ya que descender, según el sentido académico y jurídico de la palabra, es proceder, «traer causa
de,> o <<tenerorigen en», lo que, en materia de hijos, supone haber
participado en su generación, circunstancia que no concurre en las
adopciones.
Esta figura jurídica no produce efectos más arriba del padre
adoptante. Y lo mismo sucede con el reconocimiento, según previenen nuestras Sentencias de 13 de noviembre de 1903 y de 5 de
enero de 1945.
Por lo tanto, siendo desconc)cid0 es te tipo de descendencia
para el ascendient:c donan te, y car eciendo la adopción o el recoci1- ^C..^&
:--..<A:.
cicLL"s J U I LUICOS contra aquél, ¿cómo
miento de hijos n a ~ uriics
il..- uc
se les podrán conceder en el Derecho sucesorio, permitiendo la
interposición de los adoptivos o de los naturales para suspender
la aplicación de los artículos 747 y 812 de los respectivos Códigos?
Pensamos que de ninguna manera. Pero pensamos también en
lo sencillo que hubiera sido añadir una palabra (~tegítirnan)a los
artículos de referencia para dejar bien aclarada esta cuestión y evitar las disputas que en torno a cualquier lapsus legal puede promover el espíritu escrutador y minucioso de los tratadistas.
-d.
--
El tercer requisito (subsistencia de los mismos bienes donados
en la sucesión, o de aquellos otros porque fueron cambiados, o
del precio recibido, en su caso), es el que ha dado origen a mayores discusiones y, desde luego, el que ofrece más graves dificultades técnicas y prácticas, principalmente por la redacción de la última parte del precepto legal.
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REVISTA DE LA
Cuando los bienes donados, en efecto, se encuentran en naturaleza en la herencia del descendiente, su recuperación por parte
del donante no ofrece ninguna dificultad. Este se limitará a recogerles. Pero como el título por el cual le son devueltos no es el de
donacion, sino el de herencia, los percibirá con las cargas, servidumbres y demás gravámenes que haya podido imponer en vida
el donatario, así como estará obligado a contribuir proporcionalmente a los gastos de la sucesión dado el concepto de legatario
que obstenta frente a ella.
Por otra parte, el «retour» ha de ser causa de devolución, pero no motivo de enriquecimiento para el donante, por cuya razón
tendrá éste derecho al valor efectivo de los bienes donados y no
«al mayor producto o precio logrado mediante especulaciones o
actos de la vida contractual ejecutados por el donatario», según
resulta de aplicar al caso la Sentencia de 20 de abril de 1917, dictada para la interpretación de nuestro artículo 811.
En el caso de que los bienes hayan sido enajenados, cambiados
o permutados, el problema de su restitución al donante ofrece serias dificultades. A ellas se refería Alonso Martínez, Presidente de
la Comisión redactora del artículo, al hablar de los conflictos al
que el mismo podría dar lugar, particularmente cuando la reversión consistiese en una cantidad de dinero. Por ese motivo proponía que su aplicación se limitara a los mismos bienes donados, o
en todo caso, a los obtenidos por permuta, partiendo de la base
de que si dichos bienes existían en la herencia yacente era como
consecuencia de la donación que en su día se había hecho.
La verdad es que el mismo argumento puede aplicarse a las sumas en metálico, cuyo origen se halla, como es natural, en la donación que recibió el descendiente, ya que ese metálico vino a sustituir «in numerata pecuniaen a los bienes enajenados.
N o existe, pues, un fundamento real o jurídico, sino simplemente práctico, para querer excepcionar de la reversión el dinero
que haya reemplazado en la herencia a los bienes que se entregaron al donatario, o a lo sumo, ese fundamento jurídico, si quiere
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buscarse, se encuentra en razones distintas a las que acostumbran
a invocar a los autores. Se halla, tal vez, en que la enajenación hecha por el donatario debe interpretarse como propósito de dejar
consumada la donación que se le hizo y hacer desaparecer de su
patrimonio los objetos que la integraban.
Ahora, como esta voluntad es opuesta a la que se atribuye al
donante, cuyo designio, segrín los intérpretes de la Ley, fué el de
rescindir la donación en el supuesto de que el donatario falleciese
sin descendencia, siendo esta voluntad la que prevalece sobre la
otra comprenderemos que aunque en 11 práctica origine este tipo
de restitución serios conflictos, no existe razón legal alguna para
establecer en este caso el privilegio de una excepción a la norma
general del «retour».
Esto no obstante, el artículo 747 del Código civil francés la establece, por cuanto el ascendiente no tiene derecho al precio de
los bienes donados, enajenados y cobrados, es decir, al metálico
que ingresó en la cuenta del donatario por efecto de la antedicha
enajenación, sino, simplemente, al que se le estuviera adeudando
al tiempo de abrirse la sucesión, convirtiendo así los derechos del
donante en los de un acreedor.
Este procedimiento está explicado por Baudry en los términos
que siguen: «Si el precio ha sido pagado en parte, el ascendiente
sucede en la porción que todavia se deba al donotario, careciendo
de todo derecho sobre el que éste recibió, puesto que la Ley dice
expresamente que sucederá en el precio debido y no en el ya satisfecho~.
De la misma opinión parecen ser Colin et Capitant, quienes
añaden que cuando el precio ha sido recibido por el donatario se
evapora el derecho de reversión del donante; opinión que, en
iguales términos y casi con idénticas palabras, está sostenida por
Planiol.
Aparte esto, por disposición del úrltimo párrafo del artículo
747, la Ley concede al donante una acción de «reprise» o repetición contra el adquiriente del inmueble que no abonó su importe,
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ya para obtener el pago del precio no ingresado en el patrimonio
del donatario, o ya para conseguir la nulidad d e la operación hecha y recuperar la cosa que en vida fué enajenada por aquél.
El mecanismo francés, por consiguiente, es más severo que el
español, por cuanto circunscribe el «retour» a los mismos bienes
donados, al precio que se adeude por los vendidos (lo cual constituye un saldo fácil de determinar), al reembolso de esta cantidad
o al ejercicio de las acciones de rescisión pertinentes.
A principios más amplios, como son los establecidos por nuestro Código, corresponden también más amplias y complicadas situaciones, lo que produce el efecto, acaso sin proponérnoslo, d e
que, por nuestro deseo d e ser exageradamente justos caigamos en
el polo opuesto, o sea en el del error y la injusticia consiguiente.
Considerándolo así, los tratadistas españoles como Sánchez
Román y Mucius Scevola, imitando a distancia la actitud adoptada por Alonso Martínez, de que ya nos hemos ocupado, procuran limitar la aplicación del artículo 812 en lo que se refiere al metálico. A tal fin establecen varias distinciones, equiparando aquél
en sus efectos y consecuencias a los bienes fungibles, respecto a
los cuales se niega derecho a la devolución aun existiendo otros
en la sucesión, fundándose en que por su naturaleza estos bienes
se donan para ser consumidos por el donatario, ya que si hubieran d e ser devueltos se atribuiría al donante el carácter de mutuante, distinto, por consiguiente, al que le corresponde como
consecuencia d e la donación.
Solo tres excepciones se establecen en cuanto al dinero. A saber:
1.O
Q u e el donatario lo consigne en depósito o en cuenta corriente, siempre que se pueda establecer la relación d e causa a
efecto, o lo que es lo mismo, que el saldo que resulte a su favor
proceda precisamente de la entrega que le hizo el donante. Si hubiese diferencia en menos, el donante sólo podrá reclamar el saldo
que exista a la fecha d e la defunción del donatario; y si la diferen-
,
UNIVERSIDAD DE OVIEDO
109
cia fuese en más, se aplicará, en cuanto proceda, la doctrina de la
Sentencia de 20 de abril de 1917, ya citada.
2.' Que el dinero esté representado por títulos, valores o
monedas que subsistan en la precitada fecha, y
3.O
Que se haga la donación en metálico para la compra de
un bien mueble o inmueble o de cualquier otro efecto representativo de riqueza, y el donatario cumpla el encargo, encontrándose la cosa adquirida en la sucesión.
Todas estas reglas revelan una buena voluntad por parte del
intérprete; pero todos sabemos que la voluntad, aun siendo estimable, es muchas veces impotente para evitar el conflicto que
emerge directamente de la obscuridad e imprecisión de la Ley. En
tales casos, el interesado, el comisario ylos herederos, han de aplicar aquélla restrictivamente, como disponen las Sentencias que
dejamos anotadas para la interpretación del artículo 81 1.
Resumen dp lo LA,,.
j
efectos del articulo 812
Todo lo dicho nos permite resumir en unas líneas la naturaleza de la institución de que tratamos y sus particulares efectos:
1.O
El derecho que el artículo 812 del Código Civil Español
concede a los ascendientes para suceder en los bienes dados a sus
descendientes muertos sin posterioridad con exclusión de toda
otra persona, constituye una especie de reserva lineal, aunque d e
limitados efectos, si es que no tiene que considerársela como una
donación con cláusula resolutoria tácita o como una legítima más,
incorporada de modo indirecto al sistema que regula éstas.
2 . O Contrariamente a lo que acontece en el Derecho francés,
de cuyo artículo 747 fué copiado el nuestro, siquiera de modo ini
completo o imperfecto, la reversión en el Derecho español se apli-
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ca a los dos tipos de sucesión (testada e intestada), según demuestra el artículo 938 del Código civil.
3.O El artículo 812 ha de interpretarse y aplicarse con criterio
restrictivo, conforme resulta de las Sentencias de 16 de octubre
de 1892, 16 de enero de 1901,8 de noviembre de 1906, 14 de marzo y 19 de noviembre de 1912, y 20 de abril de 1917, con todas
las demás dictadas con el mismo temperamento para la aplicación
del artículo 81 1, cuya doctrina es extensible al 812, según entienden los tratadistas.
4.O Como consecuencia de la conclusión anterior, la descendencia que impide la reversión es la legítima, no creando obstáculos para ella ni la adoptiva ni la natural.
Con referencia a nuestro Derecho podemos dar por resuelto
el problema con la Sentencia de 10 de julio de 1918. En el francés
prevalece la misma opinión, pero algunos tratadistas la combaten,
aunque la jurisprudencia se inclina por la negativa.
5.O Cualquiera que sea la naturaleza que se atribuya a Ia reversión, por su virtud del fallecimiento del donatario se abren dos
sucesiones, como dicen los autores franceses: una ordinaria y otra
«anómala», limitada esta última a los bienes que deben ser restituídos al donante.
6.O Por efecto de lo anterior, el ascendiente no recupera los
bienes como tal donante, sino como heredero o legatario, produciéndose como consecuencia de ello los efectos que siguen:
a). Dichos bienes son tomados de la sucesión en el estado en
que se encuentren, hallándose obligado el donante a respetar las
cargas que el donatario estableció en vida sobre ellos, aplicándose
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al caso la doctrina de la Sentencia, tantas veces citada, de 20 d e
abril de 1917.
En su virtud, las mejoras que procedan del tiempo o de la naturaleza de las cosas ceden en beneficio del donante; las debidas a
la industria o al trabajo del donatario, son abonables a sus herederos, porque, como dice Laurent y repite Manresa, la Ley quiere
que el ascendiente recupere lo donado al descendiente, pero no
que con tal motivo se enriquezca.
Los frutos de dichos bienes pertenecen al ascendiente desde el
día de la muerte del donatario como sucesor en cosa determinada
que es. La misma teoría establece la Sentencia francesa de 30 d e
junio de 1910.
b). El donante está obligado a contribuir proporcionalmente
a los gastos de la sucesión.
c). El derecho de reve%ión no podrá ser ejercitado en caso
de indignidad o incapacidad para suceder por parte del donante.
A estos efectos podemos añadir el que sigue, derivado de la
jurisprudencia propia del art. 81 1.
d). La reversión es un derecho personalísimo y no se da respecto de ella el derecho de representación, de acuerdo, entre otras,
ton las Sentencias de 16 de enero de 1901, 27 de enero de 1919,
19 de noviembre de 1910 y 30 de diciembre de 1912.
Esta opinión, sin embargo, es combatida por Aubry e t Rau,
que se inclinan por el carácter extensivo del art. 747 del Código
civil francés, aunque, la verdad, ni de su texto ni de la jurisprudencia que le aplica puede deducirse esa extensión.
También debe tenerse en cuenca el parecer de la Cueva y Castán, con fundamento en la Sentencia de 2 de enero de 1929, por
cuya virtud la representación queda prohibida solo en el caso de
que los representantes sean parientes de cuarto grado o herederos
de un pariente de tercer grado.
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Finalmente, procede que consignemos otro efecto más, estudiado y resuelto por la jurisprudencia francesa y cuya adaptación
al Derecho español no ofrece dudas:
e). Cuando el donatario es casado, los bienes sujetos a reversión no se incluyen en la masa hereditaria para calcular la cuota
correspondiente al cónyuge viudo, ni aún en la hipótesis de que
así haya quedado previsto al hacer la donación, porque ello entrafiaría un pacto ilícito sobre herencia futura (Sentencias de 24 de
julio de 1901, 2 de julio de 1903 y 30 de abril de 1904).
Por la misma razón, esto es, porque constituiría un contrato
sobre herencia futura, el derecho de reversión no puede renunciarse anticipadamente, o lo que es igual, antes de que se produzca, conforme a las Sentencias inmediatamente mencionadas. La renuncia solo puede hacerse después de abierta la sucesión, según
dispone el art. 991 de nuestro Código, y siempre que concurren
las circunstancias previstas en este artículo.
7.O
El derecho de reversión, cuanto tenga lugar, se aplicará:
a).
A los bienes donados que existan en la sucesión.
b). Al precio de los enajenados, de una manera absoluta en
nuestro Derecho y solo en la parte que se adeude al donatario en
el Derecho francés.
c). A los bienes obtenidos por cambio o permuta de los que
primitivamente se recibieron, según establece el art. 812 del Códig o español y dispone la Sentencia francesa de 24 de abril de 1871,
aunque su Código guarda silencio sobre este punto.
d). A los que el donatario adquirió por aplicación del precio
d e venta o por inversión del numerario en que consistió !a donación.
Es esta la teoría sostenida por Manresa y Planiol, inspirado es-
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t e último en el sistema extensivo defendido por Aubry e t Rau,
contra el criterio francamente opuesto de Colin e t Capitant, quienes estiman que la cosa donada ha de perseverar en naturaleza en
la sucesión, pues no siendo la misma cosa, sino otra distinta, existe una «causa nueva» y, por consiguiente, no ha lugar a la reversión.
Entre nosotros parece dominar la tesis expuesta, dejando a salvo la opinión de aquellos autores que procuran limitar la aplicación del art. 812 pol ser opuestos en esencia a su contenido.
Este es el problema que plantean Sánchez Román y Mucius
Scevola con referencia a la donación que consista en metálico e en
bienes fungibles, pues en cuanto esos mismos valores no existan
en la sucesión niegan al donante la posibilidad de recuperarlos,
excepto en las tres hipótesis que dejamos anotadas.
e) A las acciones que puedan corresponder al donatario sobre los bienes donados, y cuyas acciones consistirán unas veces en
el cobro del precio que se adeude en caso de venta o en la entrega
de los objetos por los cuales se permutaron, etc., etc., y otras en la
rescisión de los respectivos contratos como consecuencia de la «reprisen o repetición que el ascendiente puede ejercitar.
Los herederos del donatario o el contador-partidor, según los casos, deben tener presentes las reglas que preceden en el
momento de hacer la partición.
A tales efectos, lo mismo que en el caso del art. 81 1, una vez
inventariados y singularizados los bienes objeto de la restitución,
'serán segregados de la masa general hereditaria para entregárselos
al ascendiente donante previa la formación de la oportuna hijuela,
realizando el cálculo de las legítimas y demás derechos correspondientes a los herederos con deducción de los bienes revertidos,
salvo en lo que se refiere a la hijuela de gastos, en cuyo prorrateo
entrará el ascendiente como un heredero o legatario más, satisfaciendo aquellos en proporción al valor de lo que recupere.
8.O
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