episkopé y epískopos en la iglesia primitiva

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JOHN D. ZIZIOULAS
EPISKOPÉ Y EPÍSKOPOS EN LA IGLESIA
PRIMITIVA
La concepción más o menos monárquica del ministerio episcopal fue uno de los puntos
importantes de discusión entre los reformadores y la iglesia católica El autor del
presente artículo, a partir de un documentado estudio de les nociones episcopé y
epíscopos (intraducibles hoy) y su uso en los 4 primeros siglos, hace ver cómo dichas
nociones y uso en el s. IV (muy diferentes de los 3 primeros siglos) han determinado el
debate. La documentación presentada por Zizioulas, por tanto, puede ser un gran
puente de comunicación y de diálogo ecuménico hoy en lo referente a la concepción del
ministerio episcopal. (1) .
Épiskopè et épiskopos dans l’Eglise primitive. Bref inventaire de la documentation,
Irenikon, 56 (1983) 484-501
Las nociones de episcopé y epíscopos difieren entre el Nuevo Testamento y la época de
los Padres Apostólicos. De una a otra etapa se ha ido definiendo claramente su
contenido y su función, y por otra parte el ministerio del epíscopos ha ido adquiriendo
su contenido específico y se ha convertido en central para la estructura de la Iglesia.
Dentro de la época de los padres apostólicos hay que señalar dos períodos claramente
definidos: los tres primeros siglos y el s. IV. La concepción del episcopado difiere
fundamentalmente en cada uno de ellos. Es muy importante, en orden al diálogo
ecuménico, caer en la cuenta de que la polémica entre la iglesia católica y la Reforma (s.
XVI) se basaba en el concepto que surgió en el s. IV.
LOS TRES PRIMEROS SIGLOS
Ignacio, Clemente y la Didajé
A menudo se presenta a Ignacio de Antioquía como una revolución en la historia de la
Iglesia en cuanto a la concepción del episcopado; esto puede parecer claro al
compararlo con el Nuevo Testamento e incluso con contemporáneos suyos como
Clemente, la Didajé, etc. Pero si, tal vez podría ser justificable tal interpretación por
cuanto pone muy de relieve la función del obispo (lo que se ha llamado, erróneamente si
se aplica a Ignacio, el "episcopado monárquico"), no lo es en lo que toca a sus
presupuestos fundamentales, que comparten todos sus contemporáneos. Mientras que se
pueden encontrar diferencias entre Ignacio y sus contemporáneos en la manera como
éste habla del epíscopos, no parece que haya diferencias en el contenido y la función del
episcopé.
Lo nuevo en esta época es la aparición de una situación enteramente diferente: la
desaparición de la generación apostólica. Examinando la manera cómo la iglesia
postapostólica ha reaccionado delante de tal situación, descubriremos el trasfondo sobre
el cual se ha desarrollado en esta época la noción de episcopado.
JOHN D. ZIZIOULAS
Un estudio atento de Ignacio, Clemente y la Didajé revela que la transición entre los dos
períodos (el apostólico y el postapostólico) se hace con la ayuda de la función del
episcopé, y que para los tres esta función tiene el mismo contenido.
Clemente e Ignacio tienen un concepto radicalmente distinto de la sucesión apostólica.
(El primero habla de una transmisión histórica lineal del ministerio, a partir de Dios, a
través de Cristo, a los apóstoles y finalmente a los episcopoi kai diakonoi; Ignacio, por
el contrario, tiene una concepción más escatológica de la Iglesia, en la cual, el
ministerio, en vez de ser transmitido históricamente, es representado en imagen en la
comunidad escatológica de la celebración eucarística). Pero ambos están de acuerdo en
la función del ministerio del episcopé: asegurar la comunión de las generaciones
postapostólicas con la generación apostólica. Clemente, que utiliza el término
presbiteroi para describir el cuerpo gobernante de la Iglesia, llama a esta función
episcopé. Más significativo todavía es el hecho de que, al describir esta función,
Clemente la llama leitourgia y la identifica muy claramente con la ofrenda de la
Eucaristía.
En la Didajé el interés principal parece estar en la manera de asegurar la transición a la
era postapostólica. Para la Didajé esto se realiza por la ordenación de episcopoi kai
diakonoi que reemplazan a los "doctores y profetas" carismáticos, y tal vez a los
apóstole s, en su función (leitourgia) de eucharistein. Tales episcopoi kai diakonoi, con
todo, no son introducidos para reemplazar a los "doctores y profetas": simplemente, se
convierten en el ministerio central de la transición, a expensas de los ministros
itinerantes, que ya no constituirán en adelante el lazo entre las iglesias apostólicas y
postapostólicas.
Los tres testimonios de Ignacio, Clemente y la Didajé, junto a otros documentos de este
período crucial de transición, muestran que el lazo de unión entre ambas épocas de la
Iglesia lo constituye la comunidad local. Es un hecho curioso, pero esencial y decisivo
de la historia, que la transición de la era apostólica a la post-apostólica no se haga por
delegados misioneros sino por la vía de las comunidades locales. Haciendo de cada
iglesia local una iglesia completa y católica, capaz de juzgar todo ministerio "universal",
los cristianos de esta época pasan a una condición de existencia en la que los apóstoles
ya no van a estar presentes.
Todo ello muestra que la aparición del ministerio del episcopé, con un papel central en
la Iglesia, sólo se entiende correctamente si se tienen en cuenta dos factores que en las
fuentes documentarias que tenemos, parece que le acompañan: 1) la comprensión de la
Iglesia local como "católica", es decir, Iglesia completa (que puede juzgar y
eventualmente expulsar a un ministro supra-local); 2) la leitourgia (o ministerio de la
eucaristía "ofreciendo los dones") del episcopé. El papel central del ministerio del
episcopé se hace discutible, tanto histórica como teológicamente, cuando estos factores
no son tomados en cuenta suficientemente.
Ignacio
Ignacio parece diferir del resto de sus contemporáneos, como decíamos al principio, en
que hace resaltar al obispo del colectivo de presbiterio o episkopoi (kai diakonoi), como
un ministerio en sí, llevándonos así del episcopé al epíscopos.
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Pero no piensa en absoluto en un "obispo monárquico". No concibe al obispo sin los
presbíteros, que le son "como las cuerdas de la lira", y todavía menos, sin la comunidad.
Una función que no se puede ejercer más que en armonía con los otros ministerios, no
tiene nada de monárquica. Si habla del obispo como de un ministerio distinto se debe igual que entre sus contemporáneos- al modo como entiende el ministerio del episcopé,
siempre ligado a la catolicidad de la iglesia local y a la eucaristía.
La asociación del episcopé con la autoridad y la plenitud últimas de la iglesia local y
con la eucaristía, implicaba que, cada vez que la comunidad local estaba reunida para
celebrar la eucaristía, la comunidad escatológica estaba presente en su plenitud. Esto
significaba necesariamente que la estructura de la comunidad, en este momento, debía
ser considerada como una imagen de la estructura "celeste" o última del mundo, en
donde Dios reina.
Ignacio saca su concepción del episcopado de la creencia de que en la reunión
eucarística local una figura es central y ejerce la autoridad última: Dios, que da al
mundo la vida eterna por la comunión en el Cuerpo de su Hijo; o, según la estructura de
la Iglesia que representa esto: el presidente de la comunidad eucarística que "se sienta
en el lugar de Dios" y, rodeado de los presbíteros (que representan a los apóstoles
sentados sobre sus tronos escatológicos) pronuncia el juicio último sobre toda materia
relacionada con la Iglesia.
Es natural, pues, que se realzara a uno de los presbíteros o episkopoi, que se transforma
en el epíscopos. Con ello Ignacio se sitúa en una tradición teológica, que comparten sus
contemporáneos -y las generaciones ulteriores-, basada en una particular comprensión
de la eclesiología bíblica (especialmente de la de S. Pablo).
Período post-ignaciano
Se da una cierta imprecisión en la terminología del episcopado, y también en su
contenido preciso. En tiempo de Ireneo, el término presbyteros parece que se
intercambiaba con el de epíscopos, lo cual deja suponer que costó tierno para que este
nombre reemplazara al de presbyteros. Pero a pesar de la confusión terminológica, no
hay duda que, para Ireneo, hay un ministerio del episcopado bien distinto al de los
presbíteros.
Por lo que al contenido se refiere, parece que a mediados del s. II y como reacción al
gnosticismo que pretende tener acceso secreto a la enseñanza de los apóstoles, se insiste
cada vez más en la autoridad de enseñanza del obispo, quien, según frase de Ireneo,
goza de un cierto "carisma de la verdad" (cfr. también el Martirio de Policarpo, Justino,
Hege sipo).
En este contexto se establecen listas de sucesiones episcopales. Ciertamente no
pretenden fundar directamente una única sucesión apostólica; se trata de "sucesiones"
(en plural), eslabones hacia los apóstoles a través de las comunidades locales. Así pues,
ante el peligro de gnosticismo, la Iglesia se vale del ministerio del episcopé para probar
su carácter apostólico, siempre en relación con la comunidad local y como cabeza de su
asamblea litúrgica.
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Que las iglesias probaran su unión a la enseñanza de los apóstoles, no por teólogos o
doctores, ni por presbíteros (la función principal de los cuales era la enseñanza), sino
por obispos, es decir, la cabeza de la asamblea eucarística (cuya función no era
principalmente la enseñanza), muestra, una vez más, que el ministerio del episcopé
estaba estrechamente ligado a la eclesiología de la Iglesia local y a su carácter
eucarístico.
Hipólito en la Tradición Apostólica muestra muy bien lo que la Iglesia de aquella época
entendía por episcopado. He aquí un resumen:
a) Se ordena al obispo, en primer lugar, para que ofrezca la eucaristía y ordene para el
ministerio (ver la Oración de Ordenación del obispo). En cambio la oración de
ordenación del presbítero no contiene ninguna mención de la oblación de la eucaristía,
ni de la ordenación; indica solamente que le corresponde enseñar y administrar o
"juzgar" a la comunidad. Todo esto significa que el ministerio original del episcopé se
había desdoblado ya según el antiguo principio de que el obispo es la cabeza de la
asamblea eucarística y la imagen de Dios o de Cristo, mientras que el presbiterio lo
rodea como su synedrion, es decir, como una corte que juzga, a imagen de los Doce. La
imagen escatológica del episcopé ha prevalecido, como una asociación de dos funciones
distintas, la cristológica y la apostólica.
b) El obispo es para la comunidad alter Christus, (otro Cristo), lo que significa la
continuación de la función escatológico-eucarística del episcopé. Y es también alter
apostolus. Esta segunda expresión parece contradecir la concepción ignaciana según la
cual los presbíteros, y no el obispo, son quienes representan a los apóstoles. ¿Se trata de
un desarrollo posterior a Ignacio hacia un auténtico episcopado monárquico? Parece ser,
más bien, una supervivencia de la idea de sucesión apostólica que encontramos en
Clemente y que tal vez se mantuvo en occidente. En todo caso, Hipólito representa la
primera síntesis de dos funciones diversas en el interior del episcopé, asociadas ahora en
el ministerio del obispo: la función cristológica de dar el Espíritu, alimentar al pueblo
presidiendo la eucaristía, etc., y la función apostólica. Esto se produce mientras los
presbíteros tienen todavía el derecho, siempre colectivamente y con el obispo, de ejercer
las funciones apostólicas: gobernar, enseñar y juzgar. Ni el epíscopos, ni los presbíteros
pueden ejercer tales funciones separadamente o con independencia de la comunidad,
puesto que el ministerio del episcopé se ejerce en el contexto de la comunidad
eucarística. Todo ello previene a la Iglesia primitiva contra el desarrollo de un auténtico
episcopado "monárquico".
Cipriano (s. III)
Cipriano representa la etapa siguiente. La noción de episcopado pierde sus
connotaciones "cristológicas" y queda asociada, en primer lugar, a la función
"apostólica". Su concepción de "episcopus, id est apóstoles" (obispo, es decir apóstol)
abre el camino a la noción clásica para la que el episcopado es esencialmente la
continuación del ministerio apostólico. Cipriano es demasiado antiguo para abandonar
la idea de que la iglesia local es "la iglesia católica" (por ello considera que cada obispo
es el sucesor de Pedro). Pero su idea del episcopado no se centra ya sobre Cristo (como
en Ignacio, la Didascalia siríaca, Hipólito, etc.), sino sobre Pedro.
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Cuando al correr de los siglos se pierda de vista el carácter central y católico de la
iglesia local se irá llegando a un episcopado como ministerio "por encima" de la
comunidad local y como sucesión del "colegio apostólico".
Conclusiones
1. El ministerio del episcopé, desde el inicio de la era post-apostólica se convierte en el
ministerio central con cuya ayuda las Iglesias realizan y expresan su comunión con la
iglesia apostólica. Todo ello se basa en una eclesiología según la cual, cada vez que una
iglesia particular se reúne para celebrar la eucaristía, se convierte en expresión de la
comunidad escatológica reunida alrededor de Cristo y los apóstoles (fundamentalmente
los Doce, aunque tal distinción no existía en aquella época).
2. El ministerio del episcopé en los orígenes se identificaba con los ministros
representando a Cristo y a los Doce y era llamado, colectivamente, epíscopoi o bien
presbyteroi.
3. En ciertas regiones, como Siria, donde su concepción de Iglesia estaba determinada
por una perspectiva escatológica y apocalíptica (Ignacio, Didascalia, etc.), pronto se
sintió la necesidad de distinguir a unos de otros colocando el elemento teocéntrico y
cristológico por encima del apostólico, por influencia del culto y la experiencia
eucarística. Con ello nace el papel central del epíscopos, imagen de Cristo.
4. En otros lugares, en occidente por ejemplo, ha dominado la perspectiva histórica y la
distinción no ha aparecido tan pronto. El episcopé ha sido expresado durante tiempo
bajo la forma antigua de presbyteroi, incluso en el s. II cuando con Ireneo se hace la
distinción. Entonces los aspectos cristológico (presidir la eucaristía, comunicar el
Espíritu por la ordenación, etc.) y apostólico del episcopé se reunieron en la persona del
obispo, mientras que el presbiterio guardaba sólo las funciones "apostólicas" (enseñar,
juzgar, administrar, etc.) que compartía con el obispo. Al fin de este período, con
Cipriano, se desarrolla la tendencia a considerar al obispo, sobre todo, en referencia a la
apostolicidad.
La iglesia local y el concilio
Hemos visto que los orígenes históricos y que la teología del episcopado se enraizan en
la iglesia local. Ello no significa, en absoluto, que este ministerio no tenga relación con
las necesidades de la Iglesia, a nivel universal. Al contrario, a través del episcopado se
ha respondido a tales necesidades.
La iglesia primitiva ha tenido siempre conciencia de ser una, santa, católica y
apostólica, extendida por todo el mundo. Pero, fieles a la primera generación postapostólica, ha rechazado reconocer a cualquier ministerio o estructura que no tuviese en
cuenta a la iglesia local o se desentendiera de ella. Por este motivo, precisamente, el
ministerio que ha expresado y salvaguardado la unidad de la Iglesia a nivel universal ha
sido el ministerio episcopal.
Los primeros concilios fueron extensiones, e incluso réplicas, de la práctica conciliar de
la iglesia local. Lo que se copió y sirvió de modelo fue el synédrion episkopou
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(asamblea de epíscopos) de Ignacio y no, por ejemplo, el concilio apostólico de Act 15.
Los concilios primitivos se ocuparon, ante todo, de la comunión eucarística (así pues la
controversia pascual, el montanismo, el mismo 1er. Concilio de Nicea, tuvieron como
preocupación última la ruptura y la restauración de la comunión, y no la promulgación
de dogmas). Esta es la razón que reunió a los obispos que, en esta época estaban todavía
considerados ante todo como cabezas de las asambleas eucarísticas. El episcopado se
hace esencial a la conciliaridad porque antes lo había sido para la vida de la iglesia
local.
Por el ministerio del episcopado, la iglesia primitiva encontró un medio de mantener el
principio de Cipriano, episcopatus unus est, sin contradecir la catolicidad de la iglesia
local, el otro principio que Cipriano ha subrayado hasta la exageración. Los sínodos
jamás fueron en la iglesia primitiva una superestructura planeando por encima de las
iglesias locales, y por esta razón, no obtenían autoridad por ellos mismos: tenían que ser
recibidos por las comunidades locales, para ser plenamente válidos.
Concluyendo: el episcopado, tal como se desarrolló en los tres primeros siglos, teniendo
en cuenta incluso los concilios, no significó en absoluto la sumisión de los laicos a la
autoridad superior; al contrario, significaba que existía un ministerio por el cual la
Iglesia seguía siendo una comunidad concreta
EL SIGLO IV Y SUS CONSECUENCIAS
Inversión de funciones
Un estudio comparativo de los documentos anteriores con los del s. IV o bien, cosa que
presenta mayor interés todavía, de los textos originales de Ignacio y su versión
aumentada de finales del s. iv, muestra cambios notables.
Mientras que los textos primitivos atribuyen el papel de ofrecer la eucaristía solamente
al obispo y jamás a los presbíteros, los del s. iv y las versiones de los antiguos (con el
texto modificado) no dudan en atribuir al presbítero el papel de ofrecer la eucaristía. Las
alteraciones de los documentos originales son apoyadas por otros testimonios de la
misma época (Juan Crisóstomo, Ambrosiaster, Jerónimo, etc.) que sugieren que el
obispo y el presbítero no difieren en nada, desde el punto de vista de la función
eucarística.
Detrás de este cambio radical se encuentra la aparición y el establecimiento de la
parroquia como asamblea eucarística, presidida por presbíteros, sin la presencia del
obispo.
Que los presbíteros hayan empezado a ofrecer la eucaristía, más o menos, por derecho
propio (cfr. las oraciones de ordenación) ha significado, progresivamente, que la esencia
del episcopado no está en la presidencia de la eucaristía' Sus funciones serán,
principalmente, la administración (al crecer el número de parroquias su coordinación ha
tomado un puesto central en el papel del obispo) y la enseñanza (el magisterio); es decir,
funciones que, en el origen, pertenecían al aspecto del episcopé ejercido por el
presbyterium.
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Consecuencias
Ha sido un cambio de funciones que llegará a veces a extremos de obispos que no
celebran la eucaristía más que ciertos días del año, o de presbíteros, desvinculados de la
enseñanza, administración, etc., con la única responsabilidad de celebrar la eucaristía. El
obispo abandona el aspecto cristológico del episcopé (presidir la eucaristía), de tal
manera que su función, unos siglos más tarde va a parecer superflua a la Reforma.
Cierto que conservaba el derecho exclusivo de ordenar, pero tal como en la Edad Media
se desarrolló la teología, esto no se comprende como una parte del aspecto cristológico
del episcopado, sino que se convierte en una parte del poder (potestas) delegada por
sucesión apostólica, y todo ello conduce a una concepción sacramentalista de la
ordenación. Cuando la Reforma cuestiona la noción de sucesión apostólica, esta
prerrogativa del obispo se pierde. El resultado es que la iglesia puede vivir fácilmente
sin obispos, conclusión que me parece inevitable, una vez que el episcopado se
desvincula de la base sobre la cual fue construido en los primeros siglos. La Reforma
sacó las conclusiones justas del s. IV.
Tal inversión de funciones entre presbítero y obispo trae automáticamente la pérdida de
la concepción antigua de que los presbíteros constituyen un colegio, como los Doce. El
aspecto presbiteral del episcopé ha perdido su carácter colegial y se ha individualizado:
un único presbítero es suficiente para la eucaristía, y por tanto para realizar la función
del presbiterio. Dando al presbítero las funciones que originariamente pertenecían al
obispo, la Iglesia hace de él un obispo y pierde el presbítero. Con ello la iglesia local se
desintegra: en teoría una comunidad eucarística puede existir simplemente por la
presencia de un único presbítero (las misas privadas van a ser su desarrollo natural) o
por la presencia de un único presbítero y la asamblea.
Obispo y presbíteros ya no están necesariamente ligados a la comunidad, forman una
casta, el sacerdocio, que tiene acceso, directamente, a los orígenes apostólicos, sin
necesidad de pasar por la iglesia local, por la ordenación. En tal situación hay que
buscar la unidad de la Iglesia fuera de la reunión eucarística, en una estructura universal
o en actividades no eucarísticas. Se priva así a la eucaristía de sus dimensiones
escatológicas y eclesiológicas y se le reduce a un "medio de gracia.
Pequeñas señales de presidencia eucarística del obispo
La Iglesia, a pesar de todo, desarrolla anticuerpos para hacer frente a la novedad de los
cambios: Por ejemplo en occidente la práctica del Fermentum, porción de la eucaristía
que el obispo consagra en la catedral y que envía a las parroquias para que se mezcle
con la eucaristía presbiteral, mostrando así que preside la eucaristía de su iglesia.
De oriente, en donde el Fermentum se debió de usar en los primeros siglos, se pueden
citar otros usos litúrgicos que van en la misma línea y que sobreviven hasta ahora, como
el Antimension, pieza de tela con la firma del obispo local, sobre la cual hay que
celebrar la eucaristía; la mención del nombre del obispo local en voz alta en el punto
central de la anáfora, etc.
Pero todo esto, pierde su significado cuando el obispo se convierte en cabeza de una
inmensa diócesis, sin que pueda tener acceso directo a su rebaño, ni sobrevelar la
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liturgia y la pastoral. O cuando la teología es incapaz de justificar el episcopado en
referencia a su razón de ser teológica original.
ALGUNAS NOTAS PARA CONCLUIR
1. Casi a priori se considera a la iglesia primitiva como un obstáculo para la unidad en
la cuestión del episcopado. En este trabajo hemos distinguido entre los tres primeros
siglos y la historia posterior. En efecto la historia posterior ha dividido a la Iglesia.
(Creo que es a esta forma de episcopado que se refiere la Reforma). ¿No se podría, de
manera más positiva, partir de la época anterior?
2. La simple vuelta a la época del Nuevo Testamento, a la época apostólica, es el
método más suicida que puede utilizar una Iglesia que desea ser viva. La era apostólica
ha pasado irrevocablemente y no puede ser copiada: no se puede reproducir a Pablo o
Pedro, que vieron al Señor, y sacar su autoridad de este privilegio. En cambio la era
post-apostólica sí que es paralela a la nuestra: podemos reproducir a Ignacio, en tanto
que él no puede reivindicar, más que un obispo moderno, el tener acceso al Señor.
3. No sería razonable dudar de que la generación post-apostólica optó por un camino
que le conducía naturalmente a la noción ignaciana del episcopado, simplemente
optando por la autoridad última de la iglesia local y asociando el episcopé a la
eucaristía. Pero esto obliga por sí mismo a todas las generaciones. ¿Puede, pues, este
período ofrecernos alguna cosa?
4. En los tres primeros siglos, optando porque una única persona asumiera en la
comunidad el ministerio del episcopé, y precisamente bajo la forma de presidencia
eucarística, la Iglesia abrió el camino para que el servicio de las necesidades de la
catolicidad fuera a nivel local. Las divisiones de todo tipo (sexo, raza, edad, profesión,
clase, etc.) que vive la Iglesia deben ser trascendidas en Cristo; la reunión eucarística
fue comprendida como el acontecimiento que ejerce la trascendencia El cambio del
presidente de la asamblea eucarística en ministro de la unidad de la Iglesia fue juzgado,
por esto, como esencial. Ya que los problemas de división continúan siendo hoy los
mismos que hemos mencionado, habría que plantear a las iglesias si pueden permitirse
existir sin un tal ministerio. Cuestión que hay que formular tanto a las "noepiscopales",
como a las "episcopales".
5. El ministerio del episcopado fue pues esencial para la unidad a nivel local. Con
fidelidad a la opción original por la plenitud de la iglesia local, la unidad a nivel
universal fue cubierta por el mismo ministerio. El hecho de que los obispos fueran los
únicos participantes en las decisiones de los primeros concilios significa que la unidad a
nivel universal debía pasar por la iglesia local y no ser independiente de ella. Esto hace
de la unidad de la Iglesia una unidad de comunidades y no de individuos, como hubiera
sido el caso, sin el ministerio episcopal por el que los cristianos ; individuales se
relacionan con la Iglesia en el mundo. Lo mismo vale del aspecto temporal de la
comunión por sucesión apostólica. El hecho de que se estableciera por el ministerio del
obispo hizo de la sucesión apostólica una sucesión de comunidades.
6. Finalmente, otro aspecto del ministerio del episcopé concierne a la coordinación de
los carismas de los diversos ministerios de la comunidad. Puesto que es el único que
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puede ordenar para el ministerio, cumple el servicio de guardar en buena relación a
todos los ministerios de la Iglesia. Un episcopé sobre toda la vida carismática y
ministerial de la Iglesia, en aquella época no se comprendió como una supervisión y un
control autoritarios, sino como el medio de unir los carismas en el único Cristo.
Formando parte de la comunidad, el obispo estaba al servicio de una necesidad
particular de la Iglesia, que en aquel tiempo al menos, se consideraba absolutamente
esencial.
CONCLUSIÓN
Lo expuesto resulta, ciertamente, una concepción "utilitaria" del ministerio del
episcopado, y puesto que el argumento utilitario ejerce un gran poder sobre las iglesias
de nuestro tiempo, debería ser tenido más en cuenta. Aunque, históricamente hablando,
la iglesia primitiva no concibió sus ministerios, primariamente, en relación a las
necesidades de su tiempo, sino según la visión que tenía de la naturaleza escatológica de
la Iglesia, que en aquella época se tomaba muy seriamente. Por esto la iglesia primitiva
guardó fielmente los aspectos cristológico y apostólico del episcopé. Su primer interés
fue mantener siempre con claridad la visión del Reino, y para esta finalidad, el
episcopado, en su forma ignaciana, se consideró como esencial.
Notas:
1
Nota de la redacción: No traducimos los términos espiscopé y espíscopos porque el
sentido que van teniendo se descubre mejor a través del desarrollo del artículo y porque
una traducción posible (episcopado y obispo) traicionaría esencialmente el significado
mucho más complejo que tienen dichos términos griegos en los escritos de los padres
apostólicos de los 4 primeros siglos del cristianismo.
Tradujo y condensó: FRANCESC RIERA I FIGUERAS
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