La justicia por mano propia

Anuncio
1
La justicia por mano propia
por JULIO CHIAPPINI(*)
1. Hechos recientes
Es público y notorio que ladrones atrapados in fraganti por ciudadanos comunes reciban tremendas palizas. Incluso fueron asesinados a patadas y golpes. Hasta hubo un par de casos en los que los flagelados eran
inocentes; por ejemplo, dos muchachos que iban en
motocicleta a trabajar. Apaleados de lo lindo sin comerla ni beberla.
Esas contingencias, ¿asombran? No. Porque la Argentina se reconvirtió en una sociedad crispada y violenta. Personas “normales” (FREUD repudiaba esa categoría) que “pescan” a un delincuente y lo muelen a palos. Para colmo, en la patota el nivel moral lo impone el
de más baja moral.
2. Las explicaciones
El mal es corriente que se justifique. Los “justicieros” que decíamos lo hacen: el Estado poco y nada hace
por combatir la delincuencia. Cuando no es cómplice
del delito. Los gobernantes, no contentos, se regocijan
con discursos beligerantes: “Eres amigo o enemigo mortal”. La violencia verbal genera violencia física. Ignoro
si la pobreza genera violencia. Sí sabemos que la violencia genera pobreza. Hemos pasado, asestan los críticos y
los criticones, de actos de corrupción a un estado de corrupción. Ante tamaño y desolador panorama, algunas
personas se desquician y dictan justicia por su cuenta.
A su juicio, nada importa si el castigo es desproporcionado, por mayor o menor, respecto a la transgresión.
Nada importa si los “linchamientos” carecen de legalidad y de legitimidad. Hallan, aunque omitan mayores
tratamientos teóricos, que no hay Estado de derecho.
Que es tal en la medida en que el Estado respeta su propio derecho. No por el solo hecho de que haya derecho
en el Estado. Ya que lo contrario resulta inconcebible, y
bien lo sabían los latinos: Ubi societas, ibi ius: ubi ius,
ibi societas.
En suma, el hartazgo. El asco. Una contraofensiva
respecto al escandaloso delito violento y ni hablar si tuviéramos buenas estadísticas a mano. La resistencia a
la opresión. Infundirle miedo al perverso delincuente,
así como el delincuente especula con nuestro miedo,
que ya es terror. Porque la Argentina se predispone como un gigantesco campo de concentración en el que la
vida nada vale. Sobrevivimos sobrecogidos. El azar delictivo determina nuestra suerte.
En cuanto a la palabra linchamiento que escribimos,
pues se puso de moda. Aunque, en realidad, su origen no
estuvo en manos de turbas sino de su propulsor, el juez
estadounidense Charles Lynch, quien en 1792 ordenó
que los cuatreros fueran colgados hasta morir. A diferencia del juez canónico, no quería “ejercer la justicia con
misericordia”.
En fin, estado de necesidad, emoción violenta y legítima defensa latentes y latientes. Vindicta pública. Tánatos
que triunfa sobre Eros y sobre Diké. Hasta en el fútbol,
termómetro de las pasiones desaforadas: el relator que
trompetea que tal equipo, cuando un tiro de esquina en
su favor, va a “matar o morir”. No es el retorno de los
brujos sino el retorno a la convivencia arcaica, primitiva,
a la ley del Talión, a la fuerza bruta que derrota la razón.
De todos modos, hay quien argumenta con ENGELS en el
Anti-Dühring: “El revolucionario debe atenerse a las reglas del juego”. Como diciendo: el ladrón lo mismo.
Cuando no. No al menos a estos extremos psicóticos. Solemos preferir la venganza a la gratitud: ¿por qué nos hemos rebajado así? La cruel maldad, que a diferencia de
la estupidez a veces descansa, ¿es una venganza anticipada? ¿Todo el mundo sabe perfectamente lo que hace?
Vecinos y políticos, entretanto, debatimos. Con demasiada frecuencia con hipocresía, pasión de los débiles. O
con cinismo, pasión de los fuertes. En general se discute
para tener razón, no en búsqueda de la verdad. Se discute
sobre la base de descargas emotivas. A veces, ¿nos fascina la banalidad del mal? Los linchamientos imponen,
(*) Doctor en Derecho y Ciencias Sociales (UCA, 1980). Ex vocal de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Rosario
(1987-1994).
también por la fuerza, un falso dilema. Y para colmo la
ignorancia, que es prepotente.
BORGES alertó que las pasiones colectivas son innobles. Lo cierto es que las pasiones se miden por su intensidad y por su duración. Bien que, comenta OSCAR WILDE con gracejo: “La única diferencia entre un gran amor
y un capricho es que el capricho perdura más”.
3. El contrato social
Es una hipótesis (del griego “yo supongo”). Los hombres vivíamos en estado de naturaleza hasta que concertamos convivir en comunidad. Fue y será el contrato más
relevante de la historia. Hasta ahí teníamos todos los derechos. Regía la ley del más fuerte (...) o la del más astuto. Con el contrato social cedimos a un poder central la
potestad de gobernarnos, de reglamentar; de impartir
premios y castigos a través de un orden jurídico, cualquiera sea. Bien que no cedimos “todo”. Nos quedó la
regla: el status libertatis.
Según ROUSSEAU, en Discurso sobre la desigualdad
entre los hombres (1753), antes del contrato las personas
eran buenas. Habla del “buen salvaje”. Pasó que esa felicidad inicial, que deparaba libertad y descartaba la propiedad privada, se corrompió cuando algunos impusieron sus fuerzas y dominaron a otros. Explica que cuando
un hombre por primera vez cercó un lote y bramó “¡esto
es mío!” comenzó la infelicidad humana. Había, entonces, que convivir en una sociedad organizada: El contrato social, 1762.
Se trata, interpreta, de la menos mala de las soluciones. Ya que la vida gregaria nos depravó, nos degeneró.
HOBBES cree lo contrario. Escudriña que antes del contrato el hombre era malvado, era “el lobo del hombre”.
Homo hominis lupus, frase que tomó de PLAUTO. Ambos,
claro, conjeturaron el alba, inmemorial aún, de los tiempos.
Los Estados nacionales nacieron bien perfilados en
1648, tras la Guerra de los Treinta Años. Luego se supone que el contrato social, postulado de la razón e incluso
de la imaginación, que se las arregla para proponer una
constitución política sin hablarse técnicamente del Estado, es el principio de la civilización política. Está visto
que no proporciona completas garantías. Pero seguramente, de no haberlo, andaríamos ya permanentemente a
los garrotazos. Ahora, al menos, hay un cierto orden. Algo más que una apariencia de orden. Incluso en los países subdesarrollados y precapitalistas. Ese orden es ideal
en las repúblicas democráticas. A los países bastante regentados por el dios Marte les cuesta más: deambulan en
perpetua beligerancia. Y no digo que la Argentina sea el
caso. Tampoco digo lo contrario: uno ignora y lo que
presiente o presagia es, desde luego, irrelevante.
Lo cierto, acaso, es que el contrato social, al querer
transformar los derechos naturales en civiles (Estado =
“síntesis de las libertades individuales“), fue optimista.
A diferencia de ARISTÓTELES, que pensó la polis griega
dividida entre los que debían gobernar y los que debían
ser gobernados, los pactistas como ROUSSEAU predican
que hemos de establecer una sociedad con autoridad sobre la base de dos pactos: el pactum unionis y el pactum
subjectionis.
ALTHUSIO, en Politica methodice digesta, 1603, explica que para algunos estos pactos, una vez celebrados,
implican una abdicación definitiva de los derechos naturales: se desplazan a un poderío centralizado. HOBBES
–Leviathan, 1651– sostuvo esta renuncia indeclinable.
Otros, añade ALTHUSIO, pregonan que el pueblo conserva
la soberanía originaria. Por ejemplo, justifica el tiranicidio. ROUSSEAU se enroló, aunque pactista, en esa variante: la virtualidad de la rescisión. De modo que fue el gran
antecedente intelectual, sin perjuicio de MONTESQUIEU,
de la revolución francesa. Y por algo sus restos están en
el Panteón, no cualquiera. El panteón de los inmortales
con su consiguiente paradoja: para lograr la inmortalidad
hay que morirse.
La variante pactista, que permite y hasta justifica a
veces quebrantar el contrato, fundamenta el liberalismo
político, que otorga la mayor cantidad de derechos posibles a los gobernados, y los protege contra los excesos
de los gobernantes. Nuestra Constitución Nacional es de
liberalismo político. Para algunos, el único régimen civilizado de convivencia. Quiere un máximo de individuo y
un mínimo de Estado. Un Estado transparente y un individuo lo más oculto posible. Con la salvedad del teólogo
UTZ: “En el Estado debe haber toda la libertad posible
pero, también, toda la autoridad necesaria”.
En El contrato social, además, ROUSSEAU, en parte
precedido por PUFENDORF (la sociabilitas = libertad e
igualdad de los hombres), patentó la democracia totalitaria. La mayoría tiene razón, nada importa que carezca
de razones, y debe prevalecer, debe imponerse la volonté générale. No hay por qué respetar los derechos de las
minorías.
LOCKE (fue médico, como MARAT), en cambio, antes,
fundó la democracia liberal: gobierna la mayoría pero
respeta los derechos de las minorías. Mientras, sugiere
uno, no atenten contra el bien común y la democracia
misma. Los países que adoptaron la versión de LOCKE
son los países desarrollados (crecimiento es otra cosa).
Los países que adoptaron la versión de ROUSSEAU, creyentes por convicción o por conveniencias de sus politicastros en la infalibilidad de las mayorías, están condenados al retraso o a la decadencia, al populismo y a la
demagogia. Hasta que se les acaba el dinero: ese es el
drama del socialismo y la tragedia del comunismo. Y, para colmo, VARGAS LLOSA: “El subdesarrollo es la principal causa del subdesarrollo”.
La escolástica, que para LEIBNIZ es la philosophia perennis, interpreta que Dios concede a la sociedad el poder político. Y un sistema de elección de los gobernantes: la autoridad representativa al servicio del bien común. Ahora la comunidad puede recobrar ese poder si el
gobernante abusa de su autoridad. Es la teoría, bien
atractiva, de SANTO TOMÁS: la translatio o transmissio.
En fin, según RABINDRANATH TAGORE, “El hombre es
bueno, los hombres son malos”. También se ha dicho, a
lo Perogrullo, que “si el hombre no fuera malo sería bueno”. Bien que mejor retomemos.
4. Conclusiones (provisionales)
En realidad, conclusiones ninguna. Uno comprueba
una realidad y quiere asociarla a la verdad. La verdad como valor fundante de la justicia, un valor fundado.
Respecto a esta justicia por propia mano, sea por
parte de la víctima de un delito o de terceros, nos resultó
muy aleccionador, y valiente espaldarazo, un documento del Presidente de la Confederación Episcopal Argentina, monseñor JOSÉ MARÍA ARANCEDO. Dijo, entre otras
cosas: “Rechazamos las respuestas de justicia de mano
propia, porque lejos de resolver los problemas, los
agudizan (...) Sabemos que no podemos esperar soluciones mágicas; pero tampoco quedarnos como espectadores de un drama que envilece la condición humana,
quiebra los lazos de pertenencia y disminuye la necesaria confianza ciudadana, comprometiendo el futuro, del
que nos sentimos responsables. El bien tiene más fuerza
que el mal, pero el bien necesita de protagonistas” (1º
de abril de 2014).
2
¿Tenemos sólo una pátina de civilización y de urbanidad? No, asumimos mucho más que esa apariencia. De
allí en más, “la elección moral es una elección de la voluntad”: HEIDEGGER. La lucha contra los demonios ajenos y propios es ardua, si no ímproba, es uno de los trabajos de Hércules. Pero si elegimos el mal, adoctrina el
cardenal MERCIER, nuestra libertad es imperfecta. Pues la
libertad se destina a escoger uno entre otros bienes, si es
que contamos con la posibilidad de la pluralidad. Así como, añade, “elegir el error es algo que deriva de una razón imperfecta”.
Y no se trata ahora de distribuir silabarios o de reducir
los reseñados linchamientos, con la consabida ignominia, a sacar tajadas electorales. La Argentina permanentemente enfrenta desafíos. La respuesta a la atroz criminalidad depende mayormente del Estado, y el Estado depende de los gobernantes que la sociedad unge en
comicios con todas las de la ley. Los gobernantes se emplazan en los tres poderes públicos y en las fuerzas de
seguridad. Han defeccionado en grave medida. No supieron, no quisieron o no pudieron. Con las protocolares
excepciones del caso.
Y poco depende de la suerte o del destino. La autoridad es la única encargada de prevenir y de reprimir el delito. De combatir sus causas y sus efectos. Para eso cuenta con la política, las armas legales y hasta el armamento. Los ciudadanos de a pie poco y nada podemos hacer
salvo enrejar nuestras casas y ser prisioneros de la libertad. Y movernos con pies de plomo. Y orar.
En tamaño trance, tamaña inseguridad pública es otro
de los suplicios de Tántalo que nos afligen. Y las insuficientes respuestas a semejante metástasis delictiva. Reacciones impropias de las leyes y de los hombres que aplican
las leyes. La justicia por mano propia que hemos reseñado
es otra pésima respuesta, es involucionar, es someternos a
bajos instintos: a la venganza alocada antes que a la justicia. Es cierto que esa justicia resulta sumamente imperfecta. Por ejemplo, la correctiva, como llamaba ARISTÓTELES
a la justicia penal. Hay simplemente que mejorarla y esa
resulta, ahora, la madre de todas las batallas.
Y a esa batalla hay que ganarla con la ley en la mano.
La majestad de la ley; como en los viejos westerns cuando
el sheriff golpeaba la puerta del rancho en el que se escondían los bandidos: “¡Abran en nombre de la ley!”. Me temo, me dicen, que ese tipo de exhortaciones pasaron de
moda. Claro que en tanto la consagrada comodidad: si todos somos culpables, nadie lo es. Fuenteovejuna.
VOCES: DERECHO - POLÍTICAS SOCIALES - CULTURA
- EDUCACIÓN - PODER JUDICIAL - LEY - DERECHOS HUMANOS - CONSTITUCIÓN NACIONAL - MENORES - ESTADO NACIONAL - GARANTÍAS CONSTITUCIONALES - PENAL ESPECIAL - SEGURIDAD PÚBLICA
3
Descargar