Videopresentaciones sobre Voltaire

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Curso “La Estética y la Teoría del Arte en el siglo XVIII”.
TRANSCRIPCIÓN DE LA VIDEOPRESENTACIÓN:
- Voltaire y su teoría sobre el gusto
Profesor: Juan Martín Prada
AVISO: Este documento se ha realizado a través de software de reconocimiento de voz,
partiendo de las videopresentaciones impartidas por el profesor Juan Martín Prada e incluidas
en este curso MOOC. Dada la dificultad en convertir una presentación oral en texto escrito,
este documento puede contener algunas variaciones respecto al material original.
Voltaire y su teoría sobre el gusto
Profesor: Juan Martín Prada
[inicio de audio]
Mi intención en esta sesión es hacer una breve introducción al concepto “gusto” según lo
expuso Voltaire (François-Marie Arouet, 1694–1778), en el artículo que escribió para la
L'Encyclopédie (o Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers), un artículo
incluido en su volumen 7, y publicado en 1757.
En primer lugar, y aunque ya lo he ido mencionado en otras presentaciones, sobre todo
cuando hablamos de la estética británica, creo que hay que recordar que el término “gusto”
había ido apareciendo a lo largo del siglo XVII sobre todo en la filosofía y teoría del arte italiana
y francesa, pero que no será hasta el siglo XVIII cuando realmente se elabore teóricamente y
en profundidad. Ya hemos recordado su presencia en textos de Yves-Marie André, David
Hume, Edmund Burke, Alexander Gerard, Feijoo o Madame de Lambert, entre otros
muchísimos pensadores.
El artículo sobre el gusto publicado en la Enciclopedia fue escrito por Voltaire, aunque había
sido originalmente encargado a Montesquieu, quien murió antes de terminarlo. No obstante,
en la Enciclopedia el artículo de Voltaire irá acompañado del fragmento del escrito que
Montesquieu no pudo terminar y que fue encontrado entre los papeles de su escritorio tras su
muerte, así como del texto de D’Alembert “Reflexiones sobre el uso y abuso de la filosofía en
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las materias del gusto”, una conferencia leída por éste en la Academia francesa el día 14 de
marzo de 1757.
Muy pronto estos textos fueron traducidos a otras lenguas, como vemos en la imagen, en este
volumen del Ensayo sobre el gusto de Alexander Gerard publicado en Londres 1759, y en el
que se incluían, traducidos al inglés, todos los textos que conformaban la entrada “gusto” en la
Enciclopedia.
En primer lugar, Voltaire precisa en este artículo la relación entre el “gusto” físico, entendido
como el sentido que nos permite “discernir nuestros alimentos”, y el “gusto” que, derivado de
éste “expresa el sentimiento de las bellezas y de los defectos en todas las artes”. Sin embargo,
siendo conceptos diferentes, se hallarían, nos dice, muy relacionados, existiendo para Voltaire
dos semejanzas entre el gusto físico, el que nos sirve para distinguir el sabor de los alimentos,
y este otro gusto sobre las bellezas de las artes y que él llama también “intelectual”.
La primera semejanza sería que este último, el gusto “intelectual” (el aplicado a las obras de
arte), es también “un discernimiento inmediato, como el de la lengua y el del paladar: como
éste, precede a la reflexión, es sensible y voluptuoso respecto a lo bueno, rechaza lo malo con
indignación y, a menudo, es incierto y se extravía”.
Otra semejanza de ese gusto intelectual, de ese gusto de las artes, con el gusto sensual, es que
si “el gourmet siente y reconoce inmediatamente la mezcla de dos licores, la persona de gusto,
el entendido, verá de un vistazo inmediato la mezcla de dos estilos, verá un defecto al lado de
un encanto” (p. 83-84).
Voltaire introduce también aquí un comentario de lo que es el mal gusto jugando nuevamente
con las similitudes entre el gusto del paladar y el de las bellas artes: “Al igual que el mal gusto
físico consiste en no verse halagado más que por condimentos muy picantes y rebuscados,
también el mal gusto en las artes consiste en no complacerse más que con ornamentos
sofisticados y no ser sensible a la bella naturaleza” (p. 84).
Y si acaso le preguntáramos a Voltaire si el gusto puede ser educado, él nos diría que sí, que se
puede educar ese gusto intelectual. ¿Y cómo podríamos hacerlo? Pues con el hábito de la
observación y de la reflexión sobre las obras de arte; así podríamos llegar a sentir “de un golpe
y con placer en las obras lo que al principio alguien no acostumbrado a su contemplación no
sería capaz de distinguir”.
Y por supuesto, y como es lógico en el afán clarificador de la Enciclopedia, va a tratar también
Voltaire en este artículo de disolver dudas sobre el viejo tópico de que no se puede discutir
sobre gustos. No obstante, no nos equivoquemos, para Voltaire hay ámbitos en los que
efectivamente no cabe discutir, como es sobre el gusto sensual (el del paladar), pues una
persona podría sentir repugnancia respecto a un determinado alimento, prefiriendo
arbitrariamente un alimento frente a otro (p. 85). Asimismo, afirma Voltaire, tampoco sería
posible discutir en relación a los tejidos, a los adornos, o a la indumentaria de gala, es decir,
respecto “a todo lo que no alcanza el rango de las Bellas Artes” (p.85) pues aquí el gusto
estaría cargado de arbitrariedad.
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Sin embargo, aclara Voltaire, “No ocurre lo mismo con las artes, pues como éstas tienen
bellezas reales, hay un buen gusto que las discierne y un mal gusto que las ignora” (p.85).
Aquí, es evidente, está abogando por una separación entre lo agradable y lo bello, entre lo que
de alguna forma Kant denominará “juicios de gusto empíricos” y “juicios estéticos puros”.
Pero, podríamos ahora nosotros preguntarnos, ¿en qué estaría basado ese buen gusto capaz
de discriminar las obras de arte?
En relación a esta cuestión hay que recordar que la de Voltaire es una teoría del arte basada en
las teorías clásicas de la perfección y de la imitación, y que seguiremos viendo presente
también en algunos de los pensadores alemanes previos a Kant y que comentaremos en
próximas sesiones.
Desde luego, el posicionamiento de Voltaire es muy conservador en este sentido: "Para todo
aquel que piense y, lo que todavía es más raro, para quien tenga gusto, solo cuentan cuatro
siglos en la historia del mundo. Estas cuatro edades felices son aquellas en que las artes se
perfeccionaron, y que, siendo verdaderas épocas de la grandeza del espíritu humano, sirven de
ejemplo a la posteridad” (Voltaire, El siglo de Luis XIV, F.C.E., México, 1954, p.7). ¿Y cuáles son
esas épocas? Pues bien, serían los periodos que él llama “felices” por haber perseguido un
ideal de perfección: el de Pericles (es decir, el siglo V antes de Cristo en Grecia; la época de
Fidias); la época de Augusto; el periodo del papa León X (es decir, el último cuarto del s. XV y la
primera década del s. XVI) y la época de Luis XIV, es decir, la del Rey Sol francés.
En opinión de Voltaire, el espíritu de los grandes artistas iría prendiendo poco a poco en la
sociedad, y así iría formándose el gusto en una nación: “Poco a poco se va asentando la
costumbre de ver cuadros con los ojos de Lebrun, de Poussin, de Le Sueur” (que,
evidentemente, son algunos de los artistas favoritos de Voltaire) o de “escuchar, escribe, la
declamación anotada de las escenas de Quinault con el oído de Lully, o las arias y las sinfonías
con el oído de Rameau”.
Pero también, nos advierte Voltaire, “El gusto puede echarse a perder en una nación; esta
desgracia tiene lugar generalmente después de siglos de perfección (…) temiendo ser
imitadores, (los artistas) toman caminos que se habían descartado, se alejan de la bella
naturaleza que sus predecesores habían captado; (…) el público, amante de las novedades,
corre tras ellos, pero bien pronto se disgusta con ellos; aparecen otros que hacen nuevos
esfuerzos para agradarle; éstos se alejan de la bella naturaleza aún más que los primeros; el
gusto se pierde”.
Para Voltaire, en efecto, las novedades en el campo del arte lo inundaban todo, haciéndose
desaparecer rápidamente unas a otras. Y de hecho, describió la situación del arte en su época
de la siguiente manera: “el público ya no sabe dónde está y en vano echa de menos el siglo del
buen gusto, que ya no puede volver y se convierte en un depósito que algunos buenos
espíritus conservan entonces lejos de la muchedumbre” (p. 86).
Sobrevuela pues en Voltaire la idea de la decadencia, solo combatible con la imitación de lo
realizado en esos momentos “gloriosos” de la historia, y sobre todo con lo conseguido en el
siglo XVII, la época del Rey Sol, como se hace muy explícito en el siguiente comentario: “Los
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grandes hombres del siglo pasado han enseñado a pensar y a hablar; han dicho lo que no se
sabía. Los que los han sucedido no pueden ya decir mucho mas de lo que ya se sabe“.
En definitiva, un posicionamiento el de Voltaire claramente en contra de los “modernos”, y
que prácticamente cerraba los ojos a todo lo realizado con posterioridad a la época de Luis XIV,
que, como decía antes, él considera un tiempo feliz para el arte, de grandeza del espíritu
humano, una época en la que se persiguió un ideal de perfección y por ello digna de ser
imitada.
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