LOS ERRORES DE LA ADMINISTRACIÓN DE BUSH AL LIQUIDAR

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LOS ERRORES DE LA ADMINISTRACIÓN DE BUSH AL LIQUIDAR EL
RÉGIMEN DE SADAM// LUIS ALEJANDRE
Rumsfeld y la quiebra de la lealtad
1. • El general Paul Eaton reduce la estrategia del ex secretario de Defensa
a sojuzgar al Pentágono y la voluntad de los generales
TOÑO VEGA
LUIS Alejandre*
La crisis generada en EEUU por la gestión de la guerra de Irak, especialmente
en la conducción del posconflicto, ha sensibilizado a toda su opinión pública y
sacado a la luz opiniones críticas de generales en situación de retiro y con
amplias experiencias y responsabilidades anotadas en sus hojas de servicios.
El objetivo inicial al que se dirigieron estas críticas fue Donald Rumsfeld, el
prepotente, engreído y ególatra secretario de Defensa, relevado por el
presidente George Bush en noviembre del 2006 ante el incontrolable alud de
protestas de los hombres de uniforme.
El tiempo transcurrido permite afrontar hoy una reflexión sobre la quiebra de
una virtud, conducta o norma que subyace en el fondo de la crisis: la de la
lealtad.
Un clásico del pensamiento militar, José Almirante, la definía como "el buen
porte de una persona con otra, en cumplimiento de lo que exigen las leyes de
la fidelidad y las del honor y hombría de bien". Séneca dijo de ella que es "una
de las virtudes que glorifican al hombre".
En lenguaje de hoy, diríamos que la lealtad, especialmente en relaciones
jerarquizadas (Ejército, empresas, partidos políticos) es decir o hacer libre y
honestamente, en especial en fase de análisis de decisiones, lo que uno siente,
lo que uno opina; no es decir "sí, señor" a lo que siente y opina el superior
cuando interiormente se disiente de él.
TODO
EMPEZÓ cuando el general Jay Garner, primer y efímero responsable de las
Oficinas de Planificación de la Posguerra, fue sustituido por un muy discutido
administrador, Paul Bremer. Garner denunció dos errores graves: desmantelar
el Ejército y la policía de Sadam, en lugar de mantener sus estructuras,
cambiando a sus responsables, y disolver el grupo de líderes iraquís
dispuestos a integrarse en la Administración del país.
Y continuó cuando el jefe del Estado Mayor del Ejército Shinseki disintió de los
planes de su secretario de Defensa; se lo expresó lealmente a él y al propio
presidente. Su cese fulminante e intimidatorio constituyó todo un mensaje a los
demás generales, marcando un estilo, una forma de gobernar prepotente que
rayaba en la soberbia.
En todas las críticas de los generales, Colin Powell, William S. Wallance,
Wesley Clark, etcétera, aparece apuntado el mismo problema: la quiebra de la
lealtad.
Para Powell, a quien nadie puede negar sus aptitudes como líder,
demostradas no solo en la Secretaría de Defensa, sino también en la de
Estado, la lealtad tiene un significado: "Que me den su opinión sincera, aunque
piensen que tal vez no me va a gustar".
Y desarrolla su teoría de liderazgo con unos principios muy adecuados para
esta reflexión: "Todas las organizaciones deberían tolerar a los rebeldes que le
dicen a su emperador que está desnudo"; "los líderes fuertes no tienen miedo a
rodearse de personas mejores que ellos"; "la gente atemorizada no toma
iniciativas ni asume responsabilidades y, como consecuencia, las empresas u
organizaciones terminan pagándolo con malos resultados".
¡Claras lecciones del general, que el lunes visitó Barcelona!
El general John Batiste, que mandó la Primera División de Infantería,
desplegada en Irak entre el 2004 y el 2005, y que renunció a su ascenso -estando bien situado, incluso políticamente, después de haber trabajado con el
subsecretario Paul Wolfowitz-- para poder defender a su Ejército desde la
posición de retirado, lo hace cuando dice: "El control civil de las fuerzas
armadas es absolutamente primordial, pero para que funcione tiene que haber
una vía de doble dirección de respeto y diálogo que ahora no existe.
Necesitamos un líder que entienda el trabajo en equipo, un líder que sepa
construir equipos y que lo haga sin intimidación".
TAMBIÉN
ELgeneral John Riggs, que fue jefe de la Objective Task Force, hablaba en la
misma dirección: "Rumsfeld ha creado una atmósfera de arrogancia entre los
líderes civiles del Pentágono, que solo escuchan los consejos de los militares
cuando estos satisfacen su ego y su agenda".
Para un militar, ser disciplinado ante un Gobierno elegido democráticamente
entraña el asumir, por supuesto, sus decisiones. Pero debe influir lealmente en
la toma de las mismas cuando se ponen en juego intereses nacionales tan
importantes como la vida de sus hombres.
El teniente general de Marines --retirado-- Newbold escribió antes de
noviembre en Time (Por qué Irak fue un error) duras críticas a la política de su
secretario de Defensa, y exigió a sus compañeros de armas en activo que
planteasen un necesario cambio de rumbo. Apeló claramente a la lealtad
cuando recordó que "la responsabilidad de un jefe es dar voz a los que no
pueden o no tienen la oportunidad de hablar; los soldados juran lealtad a sus
superiores, pero el oficial no jura lealtad a una persona, sino a la Constitución".
El mensaje, dardo envenenado, tenía una sola dirección: la del tozudo y
prepotente secretario de Defensa, que había aseverado, entre otras muchas
desafortunadas frases, aquello de "no hace falta ni decirlo: el presidente
siempre tiene razón, haya dicho lo que haya dicho", refiriéndose a Bush.
No habló de forma gratuita el también general Paul Eaton, responsable de la
reconstrucción del Ejército iraquí hasta el 2004 y que consideraba un grave
error haberlo disuelto el 2003, cuando llamó a Rumsfeld "estratégica,
operacional y tácticamente incompetente". Su único mérito era dominar al
Pentágono y sojuzgar la voluntad de sus generales.
Y PARECE
QUEel mensaje ha sido recogido por el actual comandante en jefe de las
fuerzas estadounidenses en Irak, David Petraeus, cuando insiste en que el
diálogo político y la reconciliación son imprescindibles para mejorar la situación
del país. No hay solo una solución militar. Las armas son necesarias, y el
esfuerzo de los soldados, imprescindible para mejorar la seguridad, pero no
son suficientes. Petraeus, con amplia experiencia en la región, demostró sus
capacidades combinando seguridad con reformas políticas y económicas en
Mosul y en la provincia de Nínive, buscando la colaboración y apoyo de la
población, huyendo del gatillo fácil. En recientes declaraciones opinó que
algunas de las mejores armas son las que no disparan.
La Conferencia Regional de Seguridad, iniciada el pasado día 10 en Bagdad,
preparatoria a la que se celebrará en abril, de ámbito ministerial, es un buen
indicio. Marca un giro de la Administración estadounidense buscando otras vías
que no son puramente las militares. Porque hasta que los iraquís se convenzan
de que se lucha por su bienestar y por su libertad, y que en esta lucha están
todos implicados, no se iniciará el proceso de paz social y religiosa que merece
aquel pueblo.
En resumen, el clima de críticas que envolvió el cese de Donald Rumsfeld en
noviembre del pasado año sigue hoy y seguirá latente en los próximos meses.
En este tiempo será imprescindible recuperar canales de doble vía de respeto,
de lealtad, de liderazgo. Imagino que el nuevo secretario de Defensa, Robert
Gates, habrá tomado nota de aquella frase de Powell: "El día en que los
soldados dejen de confiarle sus problemas, será el día en que usted dejará de
ser líder".
Lo grave de esta falta de lealtad de doble sentido es que se ha producido en
tiempos difíciles, cuando más unidas deben estar las instituciones y las
sociedades, cuando más importante es reconstruir un pueblo como el iraquí,
protegiéndolo de locuras suicidas y de fanatismos incontrolados, ayudándole a
encontrar su camino. Porque los errores, las prepotencias, las soberbias, las
quiebras de la lealtad las pagan con sus vidas cientos --miles ya-- de seres
humanos.
Por supuesto, no sería justo que toda la responsabilidad de lo que ha sucedido
y sucede en Irak recayese en el árbol caído de Rumsfeld. Europa tampoco se
libra de culpas. Pero sí hay que achacarle claramente el haber dirigido una
política de guerra, ignorando las lecciones aprendidas en otros conflictos,
obviando las opiniones de sus gentes de armas, menospreciando al adversario,
incluso al posible amigo.
MUCHOS DE
LOS actuales generales tienen demasiado vivas las experiencias de Vietnam y
han estudiado y reflexionado profundamente sobre ellas con esa enorme
capacidad autocrítica que tienen el Ejército --y el pueblo-- norteamericanos.
"Repensar el fracaso pasado puede despertar la conciencia y obligar a buscar
caminos a los generales para ejercer su responsabilidad militar y constitucional
de oponerse vigorosamente a estrategias desquiciadas", señala acertadamente
un joven comandante de Estado Mayor español en un brillante artículo
publicado en la Revista Ejército, que inicia con una reflexión extraída del Libro
de los Proverbios. "No reprendas a un insolente, no sea que te odie; reprende a
un sabio y te amará. Da al sabio y se hará más sabio aún; instruye al justo y
ganará en saber".
Yo espero y deseo que el nuevo rumbo iniciado por el general David Petraeus
tenga éxito. Demasiados problemas subyacen en Irak. Yo espero y deseo que
se recomponga, para bien de todos --especialmente de los iraquíes--, una
política de posconflicto que incluya como norma de conducta una virtud que se
intentó quebrar: la de la lealtad. A partir de ella, será más fácil llegar al
compromiso, al acuerdo, al mutuo respeto, a la libertad y, en resumen, a la paz
que todos deseamos.
+General del Ejército en la reserva.
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