documento - Universidad EAFIT

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El tramposo está fundamentalmente equivocado1 Por: Camilo Arbeláez Toro Estudiante de Economía Universidad EAFIT En las aulas de la universidad y en muchos otros espacios de la sociedad colombiana se hace trampa todos los días. No es un evento aleatorio, de uno en un millón, ni difícilmente rastreable o poco visible; es un hecho frecuente que todos conocemos muy bien. La Universidad EAFIT reta a pensar, a cuestionar y a indagar por qué será que la trampa y la deshonestidad penetran la vida universitaria a un grado extremo. Podemos echar culpas a los estudiantes, docentes, empleados y hasta la administración pero eso no resuelve nada. Para acabar con esta problemática es necesario reflexionar, analizar y encender los motores de cambio y criterio. Pero la trampa no se derrota fácilmente, ni se elimina de un día para otro. La campaña de la universidad EAFIT nos ha mostrado muchos ejemplos de cómo se justifica la trampa, pero cabe anotar que hay muchas trampas tan usuales como pastelear, copiar y prestar trabajos que son tan comunes que ya ni alarma producen. Es posible estar en un aula donde siete u ocho personas estén haciendo trampa simultáneamente en un examen. Sin ningún pudor, el tramposo piensa que si lo ve el profesor, simplemente lo moverá de puesto; pero jamás verá como justa la sanción que el profesor le impondría según los reglamentos de la universidad. Pero también es cierto que muchos profesores se hacen los de la vista gorda frente a las trampas para evitar discusiones fatigosas con los estudiantes o porque de alguna manera dejan a los estudiantes la responsabilidad de corregirse cuando ingresen al campo laboral. ¿Qué podemos inferir de todo esto? La trampa en la vida universitaria es tan común que ni siquiera los profesores ni los estudiantes se sorprenden de ver hacer trampa o de que lo vean haciendo trampa. Ahora bien, si la campaña de la universidad quiere ser exitosa, necesita de un estricto cumplimiento de las normas. Es decir que, aparte de concientizar a la comunidad universitaria sobre las consecuencias de la trampa, debe invitar a cumplir las normas con más vigor. Idealmente, se debería buscar un cambio en 1
Una versión más extensa de este trabajo fue presentada en el curso del Nucleo de Formación Institucional de la Escuela de Ciencias y Humanidades, Filosofía y Retórica dictado por el profesor Heiner Mercado Percia (Mg. En Estudios humanísticos de la Universidad EAFIT). la sociedad y una cultura más honrada; pero para efectos pragmáticos se debe generar conciencia de los males de la trampa a través de un riguroso cumplimiento de las normas. Mi punto de vista es que el comportamiento del tramposo se puede comparar al de un fundamentalista. Puede parecer muy dura la comparación, pero partamos de la base de que un fundamentalista es aquella persona, grupo de personas, u organización que se niega a aceptar las ideas de los demás. Estos extremistas no entran en argumentos, diálogos, ni discusiones con un adversario sin antes “condenarlo al infierno”. La posición de los fundamentaliastas o extremistas es tan rígida como un ancla en un muelle que nunca dejará que ese barco se mueva más de un centímetro. Así como un fundamentalista se cree dueño de la verdad absoluta y por ello sobran las ideas de los demás, el tramposo de siente dueño de la justicia. Sólo él sabe qué cosa es justa y qué no lo es. Fundamentalistas hay muchos. Unos estrellan aviones contra edificios, otros entran a estaciones de trenes con intenciones de autodestruirse motivados por sus creencias religiosas o políticas, están los que se hacen matar por sus equipos favoritos de fútbol, pero también están los que hacen trampa, porque ¨por nada del mundo¨ pueden perder una materia o dejar de ganarse un contrato con el Estado. A pesar de las evidentes diferencias, por ejemplo, entre un fundamentalista islámico y un tramposo, es posible decir que son similares en lo que tiene que ver con las formas de justificación de las acciones. En palabras simples, el terrorista que mata en el nombre de Allah o el estudiante que pastelea todas las fórmulas para el examen defienden sus actos con la vigorosidad de un fundamentalista. Es cierto que las consecuencias de los actos del primero son más graves, en eso no se compara con lo que hace el segundo pero, vaya trate de convencer al que pastelea a que no lo haga o vaya dígale al hombre de turban que no acabe con los infieles. Puede parecer exagerada la comparación, pero desde el punto de vista argumentativo, tanto el fundamentalista, como el tramposo son intolerantes frente a posiciones contrarias. Ambos justifican sus actos y esas justificaciones son intocables. El tramposo claramente exhibe cualidades de fundamentalista porque sistemáticamente tiende a hacer trampa y la justifica de tal modo que antes hace quedar mal al que no está haciendo trampa. Es como el hombre que mueve sus negocios sin pagar nunca los impuestos sobre las enormes utilidades que gana. Muchas veces en la sociedad se compran a los policías, a los funcionarios de la DIAN o a muchas otras personas que fácilmente caen en la corrupción. Todos estos tramposos frecuentemente ven a un hombre recto y le dicen que está perdiendo el tiempo pagando impuestos o dejándose multar sin sentido. En la sociedad colombiana el bobo es ridiculizado y el vivo, elogiado. Los aspectos culturales del tramposo colombiano son difíciles de erradicar ya que se siembra esta cultura desde la infancia. Prácticamente todos recordamos las historias infantiles donde el héroe es el maldadoso, astuto y el que aterroriza a los menos capaces, inteligentes y audaces. Alguna vez me dijo un estudiante en la universidad que en Colombia uno no puede confiar en el otro, entregarle pertenencias personales ni dejar objetos descuidados porque “en Colombia lo golean.” De forma contraria, me decía el estudiante, en Inglaterra, en Canadá o en países anglosajones hay menos temor de que a uno le roben o que le busquen la caída en todo. “El vivo vive del bobo” es una buena frase para resumir la ideología antioqueña en gran parte. Ninguna mamá quiere que el hijo sea el último en la fila, o que sea el que siempre lleva el balón o que siempre sea el que le paga el almuerzo al compañero que “se le quedó” la plata en la casa. La pregunta interesante es si la sociedad nuestra debería cambiar o si más bien deberíamos aplicar las normas de tal forma que todo el mundo tema las consecuencias de hacer fraudes. Culturalmente, se tienen que acentuar cambios pero lo primero es crear cierto respeto y contundencia en la ejecución de normas y códigos sociales. En muchos países escandinavos o en ciertas culturas orientales, la trampa es vista como una desgracia y deshonra al buen nombre de familia. El tramposo sufre más que una multa económica o castigo judicial; una sanción moral que incluso pesa más que las anteriores. Esa vergüenza o pena del otro es lo que se encarga de autoregular la sociedad sin tener que poner un policía en cada esquina o cuidar un examen universitario entre dos profesores. La sociedad nuestra valora mucho los resultados y las recompensas obtenidas. El ciudadano exitoso, más que ser un buen ciudadano, esto es, respetuoso por la ley, tolerante, solidario, etc., ostenta fincas, carros de lujo, viajes y objetos materiales que cada vez más valora la sociedad. Colombia vive una transformación económica muy importante que hace que el dinero y la adquisición de Audis, Porsches, iPhones, televisores plasma con internet y otros bienes se vuelvan cada vez más deseados. Esta sociedad ya no está tan preocupada por el vecino sino por el acenso corporativo o las mayores utilidades en la empresa. Existe una presión social fuerte y profundamente aprisionadora de los sentimientos altruistas, patrióticos y otros. El materialismo es una principal fuente de las justificaciones o sino de las motivaciones del tramposo en la sociedad. El tramposo siempre justifica sus actos y al justificarlos se convence a sí mismo de que no hay nada malo. Al fin del día, es preferible pasar cálculo integral que perder y atrasarme un semestre. Otros afirman que no me importa copiar ese trabajo para ganar ese curso considerado un “relleno” ya que me tengo que graduar pronto. Resultados, resultados y resultados es lo que se valora y se halaga en la vida cotidiana. Este es el dogma del tramposo. Claro está que los resultados son un eje fundamental de medir desempeño, rendimiento y otras medidas cualitativas y cuantitativas pero la moral no se puede dejar a un lado. De la moral también surgen grandes resultados no materiales como la paz consigo mismo, la felicidad, la caridad, la nobleza y otros sentimientos que nos hacen humanos. En ese sentido, quiero ahora ahondar sobre una idea que viene ganando adeptos y es aquella que concibe la educación como un producto. Me atrevo a decir que los que piensan esto están equivocados. Nosotros hemos degradado la educación y el aprendizaje de tal forma que se volvió un producto. El profesor es un empleado de la dependencia de servicio al cliente y el estudiante es el cliente. Si yo no estoy satisfecho con un televisor que compré en el almacén de cadena lo devuelvo. Asimismo, si no estoy satisfecho con mi nota, le devuelvo el parcial al profesor para que me suba. Entonces, ¿Son lo mismo educarse y comprar un televisor? Pues, no debería serlo porque son dos cosas muy distintas. Los electrodomésticos se pueden devolver ya que son objetos que se adquieren con dinero y que se espera cierto desempeño de ellos. La educación no es un producto; es un proceso formativo que exige controles, adquisición de destrezas, de conocimiento y de habilidades que no se pueden comprar. El ingreso a una universidad no es producto de una transacción o acto económico. El buen desempeño dentro de la institución no tiene nada que ver con el dinero que se paga. Los profesores son guías, mentores y facilitadores del aprendizaje pero bajo ninguna circunstancia se deben degradar hasta el punto de cumplir funciones de atención al cliente. Ya que sabemos cuál es el carácter del tramposo, el reto es qué hacer para neutralizar esta ola fundamentalista sin acudir a la represión o la vigilancia extrema. Necesitamos de una buena retórica que incluya inventio, dispositio y elocutio2 para construir un discurso sólido y con fundamento que derribe las justificaciones del tramposo. La filosofía y las teorías de la argumentación brindan posibilidades de atacar las raíces fundamentalistas y descubrir las maniobras y argucias argumentativas. No nos podemos limitar a las acciones judiciales o de autoridad porque nunca se sembrará una nueva semilla de cultura y honestidad. Se debe tener un discurso que apunte hacia el derrumbamiento de los argumentos de justificación del tramposo. Diversos instrumentos filosóficos como la argumentación subversiva son válidos para atacar eficazmente las tendencias fanáticas o fundamentalistas. Según Hubert Schleichert (2010), la argumentación subversiva intenta relajar tensiones y fijaciones psíquicas para retar a las personas a contemplar que las cosas quizás son distintas. Este método argumentativo no tiene la forma de una crítica externa del tipo lo que crees es falso; más bien tiene la forma te voy a mostrar qué es lo que crees realmente. 2
Descubrir o inventar argumentos, organizarlos y expresarlos de la mejor manera posible con el objetivo de persuadir a los demás. Por otro lado, comprender al fanático se hace indispensable porque éste culpa despiadadamente al adversario por todo. Ciertas posiciones fundamentalistas o fanáticas se derivan de la insensatez ante las opiniones, convicciones y creencias de los demás. Voltaire, el gran pensador francés, enfatizaba la tolerancia religiosa; y aunque en este caso no consideramos la religión, sí tenemos en cuenta la tolerancia como un aspecto primordial en el desarrollo de una argumentación constructiva. Sin lugar a duda, los tramposos saben que existen personas honestas que jamás harán trampa. Esto les da una ventaja para sacar provecho. Pero, si todos hiciéramos trampa, pocas ventajas tendríamos como tramposos. El egoísmo e individualismo juega un papel importante en la vida cotidiana. Las sociedades más patrióticas, con mayor cohesión social y conciencia ciudadano usualmente ostentan baja criminalidad, bajo desempleo y una excelente calidad de vida. Hacer malas calañas les sirve a pocos pero es un claro detrimento para el progreso de la sociedad. En Colombia, existe un individualismo basado en tumbar al otro o sacar ventaja donde sea posible. El valor que se le da a la ciudad, al vecino y a la comunidad es frecuentemente bajo y esto es un mecanismo de generar esta sociedad tramposa y autodestructiva. Progresan unos cuantos pero la gran mayoría sufre; esa ha sido la historia reciente de Colombia. Tenemos ejemplos destacables de conciencia ciudadana como es el metro de Medellín, el respeto hacia este y la magnífica integración social que ha acentuado. Ojala el enfoque dogmático de los colombianos y, en particular, de los universitarios se desplace hacia un pensamiento que pone en el primer puesto a la sociedad, la comunidad y los valores con los cuales fueron fundadas esta nación. Ese es el reto y el primer paso es “atrevernos a pensar” 3 y luego a hacer agentes de nuevas corrientes de honradez, sensatez y seriedad en la comunidad. Referencias •
Schleichert, Hubert. (2010). Como Discutir Con Un Fundamentalista Sin Perder La Razón. Introducción al pensamiento subversivo. España: Editorial Siglo XXI. •
Wiesenfeld, Kurt. “Cómo se consiguen las buenas calificaciones,” REVISTA Universidad EAFIT. Vol. 45. No. 156. 2009. pp. 104‐106. URL: http://publicaciones.eafit.edu.co/index.php/revista‐universidad‐
eafit/article/view/14/14. 3
Campaña Institucional Universidad EAFIT 2011. 
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