Porque tu vida cambia en un instante sin haberlo planeado es una de las razones por las que he disfrutado cada momento. Me llamo Aurora y hoy comienza mi principio del fin. Acabo de cumplir 84 años y aunque cada día tengo menos energía no he perdido las ganas de disfrutar de la vida. Ahora sé que me iré pronto pero no es una despedida porque siempre estaré con mi familia cuando me necesite del mismo modo que mis padres estuvieron conmigo sin estarlo. Siempre he querido tener una vida llena de satisfacciones y estoy feliz porque sé que la he obtenido. Aprendí la lección de que la vida es corta y hay que aprovecharla y cuidarse para seguir adelante cuando era pequeña y desde entonces he seguido mi propio consejo. Cuando era pequeña mi abuelo sufrió un infarto al abusar de grasas y café y llevar una dieta poco equilibrada. Aunque duela decirlo no me acuerdo de él más que por las fotos que guardaba mi madre en una caja y las historias que me contaba; por eso, he intentado comer sano para poder conocer a mis nietos y verlos crecer. He cumplido mi objetivo e incluso los bisnietos me han dado la satisfacción de sentirme viva cada día y agradezco haberme cuidado durante todos estos años. Con diez años comenzó la guerra, la muerte y el no saber el porqué de las cosas. Recuerdo el hambre, la miseria de alguna gente, el sufrimiento. Evocaba la infancia corta que había tenido como lo mejor que me había pasado. Me imaginaba un mundo distinto en el que se comía y todo el mundo era feliz. Luego todo terminó, pero ya nada tenía el mismo aspecto que antes. Todavía me acuerdo del día en el que conocí a Juan, mi marido durante 49 años, tenía 18 años y me encontraba de vacaciones en la playa con mi familia. Estaba nadando con la mala suerte de que al ponerme de pie para salir pisé un erizo de mar clavándome todas las púas en el pie. No me podía mover del dolor. Juan me vio y fue en mi ayuda. Me sacó del agua y me las quitó una por una con mucha paciencia poniéndome una venda para que no me doliese tanto. Era médico y quedamos tan impresionados el uno del otro que estuvimos viéndonos durante todo aquel verano. Al volver cada uno a nuestra ciudad sentimos como el corazón se nos rompía y nos prometimos escribirnos. De este modo seguimos en contacto. Al cabo de un año él se trasladó a la ciudad de Madrid para poder estar conmigo. Así fue como me casé con 20 años teniendo mellizos a los 22. Este hecho influyó en mi vida y auque no era normal en la época que una mujer hiciese ejercicio yo lo hacía todas las mañanas al levantarme y por esa razón me apunté a clases de baile manteniendo la vida sana que siempre había querido. 1 En 1952 mi madre se cayó por las escaleras desnucándose. En ese momento estaba sola y sin otra cosa más que la familia que acababa de formar al haber muerto mi padre a causa de una neumonía en el invierno de 1948. Siempre había creído que a mis padres nunca les pasaría nada, como le ocurre a todos los hijos. Me empecé a acordar de cuando era muy pequeña y al tener miedo me dirigía a la cama de mis padres sin hacer ruido. Era capaz de recordar los golpecitos que le daba a mi madre en el hombro mientras decía: - Mami... Mami... Mami... - ¿Qué quieres Aurora es muy tarde? - Tengo miedo. He tenido una pesadilla. ¿Puedo dormir contigo, papá y el señor oso? – incluso ahora con 84 años sigo teniendo al señor oso en mi habitación. Siempre me ha ayudado y siempre ha estado conmigo cuando más lo necesitaba. Nunca he podido pensar en la idea de tirarlo ni siquiera cuando no teníamos espacio en casa. Mis hijos siempre han querido al señor oso de la misma manera que yo. Por esa razón a cada uno de ellos, incluyendo a mis nietos y bisnietos, les regalé un señor mono, una señora elefante o un señor hipopótamo... Y siempre ese muñeco ha sido parte de su vida. - Claro que sí. Paco muévete un poco que tenemos compañía. – Mi padre siempre me hacía un hueco en el medio de los dos y dormía allí acurrucada entre mis padres agarrada al señor oso olvidándome de mis pesadillas y preocupaciones. He de admitir que hice lo mismo con mis hijos e incluso con mis nietos cada vez que se quedaban a dormir en mi casa y no podían dormir. A Juan nunca le importó mi forma de ser; sin embargo, cada día me quería más si eso era posible o eso fue lo que me dijo al morir. Siempre he educado a mis hijos de la manera que creía mejor. Les enseñé a cocinar sano incluso a mis hijos, cosa que no era normal en aquella época. Cuando eran jóvenes les enseñé a bailar todo lo que había aprendido en la escuela y sobre todo les enseñé a disfrutar de la familia y de la vida. Siempre les insté a hacer ejercicio sin exceso y a cuidar su cuerpo, ya que si el cuerpo está mal la salud se resiente. Puede que haya sido un poco pesada pero me preocupo demasiado por ellos y deseo que aprovechen toda su vida y vivan lo suficiente como para disfrutar de ella del mismo que yo. Puede haber muerte, nacimientos, accidentes por eso sé que hay que gozar del momento. Cuando vi a mis hijos casarse y tener hijos me sentí realizada y feliz. Era como si volviera a nacer y a ser joven; lo mismo le pasó a Juan y nos sentimos dichosos de lo que hemos conseguido sacar de la vida. Al cabo de los años nuestros hijos nos dieron las gracias 2 por haberlos criado de ese modo, por haberles enseñado a disfrutar, a estar sanos, por enseñarles que la vida es importante y merece la pena aunque siempre haya obstáculos en el camino. Al jubilarme descubrí nuevas formas de cuidarme. Fui con mis amigas a hacer tai-chi y nos lo pasábamos muy bien. Conseguí incluso que Juan nos acompañase y no se pasase el día en casa. También nos acostumbramos a dar paseos todos los días por el parque. Íbamos al Retiro y veíamos a los jóvenes cogidos de la mano o sentados en los bancos mientras nosotros andábamos y andábamos y disfrutábamos del día ya hiciese frío o calor. Tuvimos una nueva juventud mientras cuidábamos de nuestros nietos y nos los llevábamos al parque. Luego Juan se rompió la cadera y yo le llevaba en la silla de ruedas a dar una vuelta no tan larga como antes pero seguimos haciendo lo que más nos gustaba. Por desgracia hace quince años murió pero me dijo que seguíamos estando juntos y que nunca lo olvidase. Y creo que estaba en lo cierto porque todos los años que hemos estado juntos los recuerdo y ninguno de ellos se me ha olvidado. He aprendido que si te cuidas eres capaz de disfrutar durante más años de la vida siempre y cuando no tengas un accidente como le ocurrió a mi madre. Puede que Juan se cuidase pero los cigarrillos se lo llevaron por culpa de un cáncer de pulmón. Yo conseguí concienciar a mis hijos de que no fumasen. Les dejé probarlo y les dije todo lo que podía pasar. Nunca aguanté su olor y siempre odié que Juan lo hiciese pero yo le respetaba y le quería y ese era su único vicio por lo que se lo permití y ahora ya no está. Nunca llegó a conocer a nuestros bisnietos, son mellizos y me recuerdan muchísimo a nuestros primeros hijos. Cuando los cogí por primera vez en brazos sentí cómo el mundo se paralizaba y guardaba ese momento para siempre. Fui capaz de cumplir un sueño que jamás creí poder realizar. Será que el haberme cuidado durante tantos años ha merecido la pena y me ha servido para conocer y sentir más cosas de las que nunca podré contar a alguien. En este momento me siento débil e inútil estando tumbada en la cama, pero no tengo fuerzas para levantarme. Pronto me iré con el resto de mi familia pero estando aquí en mi casa me siento en paz y sé que todos a los que dejo aquí han aprendido todo lo que les quise enseñar sobre la vida y la salud; sobre la familia y el amor. Mis hijos están preocupados por eso les digo como mis últimas palabras: - Durante estos 84 años he aprendido que la muerte no hace desaparecer a las personas, esa es la misión del olvido. Recordarme no sólo a mí pero también todo lo que os he enseñado y así nunca me alejaré de vuestro lado. 3