EBERHARD JÜNGEL HUMANIZACIÓN DEL HOMBRE Menschwerdung des Menschen, Evangelische Kommentare, 17 (1984) 446-448 "Respetaré la santidad del papa y adoraré la santidad de Cristo y de la verdad". Así de diplomático anunciaba Lutero lo que había de convertirse en el núcleo de la reforma protestante. Este núcleo no era la lucha contra el papado, sino algo mucho más elemental, algo que todavía hoy tendría que ser lo más simple y claro para las iglesias cristianas. Se trataba y se trata de saber qué persona o cosa puede ser objeto de adoración aquí en la tierra y qué persona o qué cosa no deben ser adoradas de ninguna forma. Se trata de hecho de la verdad del primer mandamiento. Desde entonces han pasado ya quinientos años y a pesar de las apariencias lo más sencillo y fundamental no ha sido aprendido todavía. Que únicamente Dios puede ser objeto de adoración es algo que debe ser aprendido siempre de nuevo, así como siempre de nuevo tendrá el hombre que precaverse frente a tentaciones siempre nuevas. Cincuenta años después de Barmen y quinientos después del nacimiento de Lutero son otras las tentaciones que ponen en peligro lo más sencillo del cristianismo y enturbian la claridad radiante del primer mandamiento. La frase de Lutero citada al principio puede darnos de nuevo la pista. Para él la verdad era tan santa como el mismo Cristo. Lutero se convirtió en reformador de la cristiandad justamente a causa de la verdad, pues cuando se impone la verdad se impone el mismo Dios. No se puede respetar a Dios, que vence el pecado y la muerte, al Dios que se hace hombre, sin respetar al mismo tiempo la verdad. Con la encarnación del Verbo se nos da a entender que Dios quiere hacer verdaderamente humano al hombre que se autoengaña a sí mismo y se autodespoja de la humanidad. La perspectiva de la verdad del evangelio nos indica con una claridad inquietante aspectos que el cristianismo actual está olvidando para su propio mal. La cuestión de la verdad se ha convertido, tanto en la teología como en la misma iglesia, en una cuestión más entre otras muchas. La cuestión de la verdad queda suplantada con frecuencia por otras como pueden ser la del significado social del evangelio o la de la eficacia política de la fe. Ciertamente sería de necios querer excluir estas cuestiones de la reflexión teológica. La misma teología exige una clarificación sobre la relevancia política del evangelio, clarificación que debe hacerse con pensamientos, palabras y obras; sobre todo con obras. Certeza de la fe Las obras humanas son funestas cuando pasan a ocupar el lugar del evangelio y exigen así aquella exclusividad y certeza que, de acuerdo con el principio reformador, únicamente corresponden al evangelio y a la fe. Lutero entendió que el ataque decisivo a su teología era la exigencia a que renunciarse a la afirmación de que es incondicionalmente cierta la fe en el Dios que da la gracia. No podía renunciar de ninguna manera porque para él la fe comporta también la certeza de la fe. Y aquí radica EBERHARD JÜNGEL la diferencia entre la fe y la acción política. Esta última cuenta básicamente con el compromiso y por ello no puede fundarse en una certeza que implique exclusividad. De la acción humana nunca podemos obtener aquella última certeza que nos hace ciertos de nosotros mismos. Esta únicamente nos la puede proporcionar la fe. El que cree ha salido del mundo de las ambivalencias y ha entrado en, aquella univocidad que pertenece únicamente a Dios, ya que, debido a la univocidad de su verdad, es el único que merece ser adorado. Toda acción humana está sujeta a la ambivalencia de lo mundano. Ello no quiere decir que esté privada de todo valor ético. Su verdad consiste más bien en su ambivalencia, entendida correctamente. Su dignidad es la dignidad de lo penúltimo, que reconoce en cuanto tal su carácter provisional y por ello mismo nunca podrá ser adorado. Nada podría tener peores consecuencias que el hecho de que la iglesia y la teología cargaran religiosamente el mundo de la política, concediéndole una seguridad y univocidad que únicamente pertenecen a la fe. Con ello se problematizaría sobremanera la fe que vive de la convicción de que el Dios unívoco puede humanizar a los hombres de forma unívoca, estos hombres que son siempre seres equívocos. Contra la verdad Lutero luchó apasionadamente contra la convicción de que el hombre podía librarse a sí mismo por su propio esfuerzo por considerarla contraria a la verdad del evangelio. Únicamente la fe puede hacernos personas. Y como tales, a través de nuestras obras, nos vamos acercando al ser que nos ha dado Dios mismo, es decir, intentamos actuar de forma cada día más humana. Lutero podía afirmar que la fe nos convierte en personas porque en la fe veía a Cristo actuando. A través de la fe Dios aparece como el actor, mientras que el yo humano entra en un estado de reposo creativo. Este reposo es el único que puede hacer al hombre más humano. Ya que en nuestra fe no actúa el propio yo sino Cristo, por ello mismo pertenece también a la fe aquella certeza unívoca de que "Cristo me ha redimido a mí, hombre perdido y condenado". Por ello de ninguna manera podía negar en Augsburgo la tesis según la cual la fe proporciona la certeza de la salvación. De lo contrario el "salvador" se convertiría en "legislador", que además de obras humanas exigiría también proezas religiosas. Quitar esta certeza a la fe para otorgársela a las obras humanas sería negar a Cristo. La iglesia y la teología deben aprender de nuevo este principio. Únicamente a partir de él puede la teología superar la tentación de regirse por seguridades mundanas que de ninguna manera pueden dar la certeza última y que al mismo tiempo eximen de preguntarse por la verdad misma. El Señor librará a la iglesia y a la teología de caer en esta tentación en la medida en que ambas sean capaces de revalorizar esta convicción fundamental, la más simple y sencilla para cualquier cristiano. EBERHARD JÜNGEL Hace quinientos años Lutero formuló este principio diciendo: "Ante todo está la verdad de la sagrada escritura". Y si ante todo está la verdad de la escritura, está también el evangelio y no la ley, está el amor de Dios y no su ira. Cuando Lutero equipara la negación de la certeza de la fe con la negación del mismo Cristo no quiere hacer más que decirnos que Jesucristo es la humanidad de Dios en persona. No es el juez exigente y acusador, sino el que se hace solidario con el pecador, el que se ha hecho hombre por amor al hombre. Lutero escribe en el Pequeño Catecismo que Cristo nos redimió no con oro o plata, sino con su pasión y muerte. No es concebible un Dios más humano. Padeciendo y muriendo se ha demostrado como un Dios humano. Y lo es para que los hombres seamos, por nuestra parte, más humanos. Autorrealización dudosa En contra de la opinión corriente hoy en día, según la cual el hombre se realiza haciéndose libre y autónomo gracias a sus acciones, hay que aprender de nuevo esta lección básica de la teología de Lutero. En el Gran Catecismo nos dice "que Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, ha sido hecho Señor mío. Pues antes de Él, no había tenido ni Señor ni Rey". Esta frase requiere una meditación muy prolongada para poder ser entendida en toda su profundidad. Antes de Él, es decir, antes de que Él me librara de la esclavitud y del poder de la destrucción, no había tenido Señor. Según Lutero, pues, el hombre autónomo sería el no- libre y esclavizado, aquel que necesita de la liberación auténtica. Semejante doctrina resulta ya extraña para la concepción feudal de la edad media, pero contradice todavía mucho más el ideal que el hombre contemporáneo se hace de sí mismo, que es llegar a ser amo de sí mismo. El hombre moderno quiere poseerse a si mismo y está convencido de realizarse en la medida en que lo consigue. Así se expresa Kant. Y Ernst Bloch afirma "Yo soy. Pero no me poseo. Por eso nos estamos haciendo". Señor y esclavo al mismo tiempo Lutero ha luchado contra este ideal humano afirmando que la libertad del hombre consiste en tener a Jesucristo como Señor, "de tal forma que sea totalmente suyo". El señorío de este rey consiste en que nos hace señores y reyes a nosotros mismos; señores, creyendo; y reyes, sirviendo. Por eso el hombre cristiano está por encima de todo y no es súbdito de nadie, de tal manera que puede hacerse libremente siervo de todas las cosas y súbdito de todos los hombres. El hombre pervierte su libertad cuando, en vez de tener algunas cosas, quiere además poseerse a sí mismo y convertirse así en su propio señor. Pero olvida con ello que así se convierte también en súbdito y prisionero de sí mismo. Interesado únicamente en sí mismo, es incapaz de salir de sí mismo. Al intentar ser su propio señor el hombre anhela EBERHARD JÜNGEL en el fondo ser como Dios. Dice Lutero: Como pecador "quiere ser él mismo Dios y que Dios no sea Dios". El resultado final es una caricatura de Dios. Interesado únicamente en poseer, se olvida de ser y se hace incapaz de entregarse a los demás, sie ndo así que donación y entrega de sí mismo son los distintivos característicos del ser personal. Por eso la persona de Cristo, que se entregó por todos nosotros, encarna la verdad del ser persona más auténticamente que nadie. Lutero pudo describir la obra salvadora de Jesucristo diciendo que "a través del señorío de su humanidad... de infelices y orgullosos dioses nos convierte en hombres auténticos". El hombre auténtico es para Lutero aquel que se reconoce pecador, pues sólo él puede conocer su limitación y sabe además que puede ser limitado por un Dios humano. En este sentido la fe en Jesucristo afirma que somos limitados gratuitamente no por un tirano cruel sino por un señor que nos quiere bien y que se sabe responsable de nosotros, cuando vivimos y cuando morimos. Su señorío no es imperium sino dominium. La respuesta que nos da esta formulación de la fe para resolver la cuestión de la relevancia política del evangelio no resulta nada atractiva para el hombre moderno. Pero con Lutero hay que seguir diciendo que la obra salvadora de Cristo consiste en que el hombre, que no tenía señor, por fin ha encontrado a uno en Él. Por eso no es lícito teológicamente, poner en entredicho, de forma general y globalizante, el concepto de señorío. La teología debe más bie n seguir afirmando que el hombre tiene como Señor únicamente a Dios, y que de la misma manera que Dios domina sobre el hombre, éste puede y debe dominar sobre la tierra. El ejercicio del dominio por parte del hombre debe ser a imagen del ejercicio del dominio por parte de Dios. A partir de aquí aparece la función crítica que la confesión de fe tiene para la acción política. De la misma manera que Jesucristo se ha hecho Señor dándonos la libertad, así debe el hombre ejercer el poder únicamente para favorecer la libertad terrena. Cuando Dios es Señor no hay súbditos. El hombre ejerce su señorío correctamente cuando guarda, favorece y aumenta la libertad sobre la tierra. Falso dominio Quien no actúa favoreciendo la causa de la libertad no es él mismo libre y por ello queda también incapacitado para el dominium terrae. En este caso pervertiría el dominium en impenum El imperio olvida que el señor auténtico no saquea sino que conserva y protege lo que tiene, a semejanza del buen pastor que nos describe el salmista. El hombre ha sido llamado y capacitado para ser "pastor del ser". Estas reflexiones ofrecen una respuesta a la cuestión del hombre humano tal como la planteamos al iniciar este trabajo. El hombre humano es aquel que reconoce que tanto en la vida como en la muerte no puede prescindir de la ayuda divina. El hombre humano sabe que no se puede ayudar a sí mismo, y que no hay nada más desgraciado que el hombre que se quiere poseer a sí mismo, y así pasar a ocupar el lugar que corresponde únicamente a Dios. Tradujo y extractó: JOSEP CASTANYÉ