Cambios modestos, grandes revoluCiones

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Raúl Medina Centeno
Cambios modestos,
g r a n d e s
Revoluciones
Terapia Familiar Crítica
Cuarta reimpresion: 2014
Una cuarta parte de la edición de este libro fue apoyada con recursos del Programa de
Apoyo a la Mejora en las Condiciones de Producción de los Miembros del Sistema
Nacional de Investigadores y Sistema Nacional de Creadores de Arte (PRO-SNI 2014).
Cambios modestos,
g r a n d e s
Revoluciones
Terapia Familiar Crítica
© 2011, Raúl Medina Centeno
© 2011, E Libro Red Américas.
Facundo 1304, Col. Unidad Modelo 1304, Guadalajara, Jal. CP. 15960.
Diseño de portada Imagia Comunicación.
ISBN: 978-607-7848-04-2
Impreso en México.
Printed in Mexico.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, parcial o totalmente,
ni directa ni indirectamente, ni registrarla o transmitirla por un sistema de recuperación de
información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,
electrónico, magnético, electrooptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la
autorización previa y expresa por escrito, de los editores.
A mis maestros más críticos: Alex y Nicole…
mis hijos
Prólogo
N
o es raro que el título de un libro constituya una metáfora
de su autor, de modo que no debe extrañarnos que así ocurra con éste: Raúl es, a la vez, modesto y revolucionario.
Modesto porque, lejos de ignorar sus orígenes latinoamericanos y mestizos, los acepta con toda naturalidad, extrayéndoles,
sin aspavientos. Pero revolucionario porque, de su larga singladura europea, obtiene enseñanzas decisivas sobre la importancia de
la historia y sobre la posibilidad de transformarla.
Raúl dedica un apartado de su libro a “dialogar” conmigo,
pero está claro, y así lo expresan mis comillas, que se trata de un
diálogo retórico, puesto que en realidad es él quien habla, incluso
cuando me cita. Así, por ejemplo, cuando me define como construccionista social, aunque sea “uno de los más sutiles y finos de
la terapia familiar”. Como Raúl sabe que no me siento en absoluto construccionista social, creo que nadie puede discutirme el
derecho a “dialogar” con él a mi vez.
Yo pienso, en efecto, que las realidades individuales son definidas socialmente. Lo pienso desde mis tiempos de militancia
política revolucionaria, cuando, al igual que tantos compañeros
de generación en la confrontación con el franquismo, creía en la
lucha de clases como motor de la historia y en el papel del proletariado como elemento protagonista y activador de esa lucha.
Desde entonces, algunos clichés y lugares comunes del progresismo del 68 han perdido vigencia, incluso para un izquierdista
recalcitrante como yo, pero la convicción de que la sociedad, a
través de relaciones de poder, determina al individuo y, de modo
particular, a sus estructuras psicopatológicas, se mantiene firme
en mi escala de valores. Yo a eso le llamo resabios de viejo marxista, pero entiendo que, desde una perspectiva académica, más
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correcta políticamente en estos tiempos que corren, se le pueda
llamar construccionismo social.
¿Y no es paradójico que, con tales antecedentes, no me identifique con dicho movimiento? Bueno, son cosas de la identidad: uno elije sus identificaciones un tanto caprichosamente
y, generalmente, sin negociarlas ni aceptar transacciones sobre
ellas. Pero, así y todo, me explicaré. Yo critico al construccionismo social que ignore olímpicamente ese pasado, mío y de tantos
otros, de orientación psicoterapéutica marxista, en el que hicimos cosas como abrir los manicomios y, en algunos casos, acabar con ellos. Y no lo critico por un gesto de narcisismo herido,
sino por sus consecuencias prácticas. Si ya entonces topamos
con los límites de nuestra psicoterapia revolucionaria, comprobando que los locos liberados de sus cadenas seguían siendo casi
igual de locos, ¿a qué repetir el proceso unos años más tarde sin
elaborar la experiencia?
Algo faltaba en aquel modelo nuestro que sigue faltando en
los modelos socioconstruccionistas pero que, afortunadamente,
está presente en el pensamiento de Raúl y en esta obra: una reflexión seria sobre la familia como elemento intermediador entre
la sociedad y el individuo. Es decir, un “adaptador específico”
entre la instancia opresora general que es la sociedad, definida
por relaciones de poder, y la instancia oprimida singular que es
el individuo sintomático, bloqueado en sus procesos de nutrición relacional. Llenar ese vacío conceptual fue lo que significó
para mí el descubrimiento de la terapia familiar, en un viaje que
realicé en la compañía de muchos otros colegas, principalmente
del sur de Europa, y que no voy a deshacer porque en Estados
Unidos y sus áreas de influencia cultural se haya impuesto la
moda socioconstruccionista.
No quiero dejar de repasar “a mi manera” (F. Sinatra, fecha
indeterminada) lo que Medina destaca como seis fundamentos
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de su modelo, la terapia familiar crítica: la epistemología, las
emociones, la cultura, la historia, la política y la ética. Son una
magnífica ocasión para, avanzando en este “diálogo”, asomarme
a mis principales obsesiones sobre lo que debe y no debe ser la
terapia familiar.
Como fundamento epistemológico, el autor define al terapeuta con una expresión con la que no puedo estar más de acuerdo:
experto modesto. De hecho, yo llevo veinte años proponiendo
que nuestra práctica se encuadre en dos principios básicos, a saber, el orgullo psicoterapéutico, resultado de la conciencia de la
fuerza sanadora de la palabra, y la modestia ecológica, producto
de la constatación de nuestra pequeñez ante la inmensidad de los
recursos del ecosistema. Pero, además, es necesario dirigir una
mirada a la historia del pensamiento humano para comprobar
que, a veces, lo que nos parece el último berrido de la moda epistemológica, no es sino una nueva versión de propuestas casi tan
antiguas como la humanidad. Raúl cita a Heráclito y, en efecto,
ese autor pronunció su célebre panta rei, todo fluye, como expresión del carácter cambiante de la realidad, confirmado con su
afirmación de que “no podemos bañarnos dos veces en el mismo
río”. Y Parménides aseguraba que “todo está en el lenguaje”. ¿Les
sonará a los postmodernos? Existen bases para afirmar que la historia de la filosofía es un sucederse de etapas objetivistas (Tales y
Demócrito, Aristóteles y los neoaristotélicos, Tomás de Aquino,
Descartes, etc.) y subjetivistas (los sofistas y Sócrates, Platón y
los neoplatónicos, Kant, etc.), cuyas últimas ediciones estarían
representadas por el positivismo moderno y por el postmodernismo. Las reglas del juego serían que cada nuevo giro, lejos de
descalificar a los anteriores, los integraría en propuestas de mayor
complejidad, y que siempre quedaría abierta la puerta a un futuro cambio de signo, respetuoso con la condición anterior. ¿Qué
nos deparará el futuro a los terapeutas familiares? Según algunos
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indicios, un nuevo giro objetivista (¡coincido con Medina, nunca
una vuelta atrás al realismo ingenuo!), que, de acuerdo con José
Antonio Marina, yo sugiero se llame ultramodernismo.
¡Qué razón tiene el autor al reivindicar el fundamento emocional de la terapia familiar! Por eso él y yo coincidimos con
Maturana en considerar al amor como lo definitorio de la condición humana. Pero estamos hablando, claro está, de un amor
complejo que trasciende al amor romántico y que integra, junto
a lo emocional, a lo cognitivo y a lo pragmático: la nutrición relacional, motor de la construcción de la personalidad individual
en el contexto de los sistemas de pertenencia y, muy en particular,
de la familia de origen.
En cuanto al fundamento cultural, difícilmente podría sustraerse a la reflexión de un autor latinoamericano responsable y
serio. Por eso la terapia familiar crítica de Medina nace con una
voluntad de afirmación frente a los dictados de la moda imperante al norte de Rio Grande. El postmodernismo light y políticamente correcto norteamericano no tiene mucho que hacer
con las lacerantes realidades latinoamericanas. Sin embargo, la
cultura tampoco puede convertirse en una garantía de absoluta
legitimidad. Toda cultura tiene sus horrores, llámense piras inquisitoriales, sacrificios humanos, atentados suicidas o las distintas manifestaciones de feroz sexismo, y las latinoamericanas no
escapan a esa ley. Pero es desde dentro de ellas desde donde deben
generarse los procesos correctores adecuados, y en ese marco debe
encuadrarse la obra que nos ocupa.
El fundamento histórico es, en mi opinión, particularmente importante en esta línea de afirmación diferenciadora de la
terapia familiar crítica. De las palabras de Raúl se deduce una
plena coincidencia con mi postura: somos seres históricos, pero
no somos esclavos del pasado porque poseemos la maravillosa capacidad de redefinirlo desde el presente. Sin esclavizarnos, pues,
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la historia está presente tanto en nuestra actividad narrativa subjetiva como en nuestra práctica profesional y en nuestra correspondiente reflexión teórica. Ocurre, sin embargo, que el origen
estadounidense de la terapia familiar, así como de sus desarrollos
postmodernos, les ha imprimido un sesgo “ahistórico” coherente
con dicha cultura, en la que no existe el peligro de esclavitud
del pasado, pero sí del presente (¿qué otra cosa es, si no, la tiranía de la moda?). Un ejemplo ilustrativo: en el resto del mundo
(Europa, Asia y América Latina) existen películas históricas, pero
en Estados Unidos existen “historias peliculeras”. La terapia familiar crítica se propone como histórica, pero no como peliculera.
Nadie ni nada más lejos que Raúl Medina y su obra de los
lugares comunes de lo políticamente correcto. Y, sin embargo, el
fundamento político de la terapia familiar crítica es incuestionable. Una política entendida como el compromiso de poner límites a los que pretenden constreñir la libertad, pero con inteligencia (yo diría “inteligencia terapéutica”), recurriendo a estrategias
de consenso, de tolerancia y de seducción. La estrategia del sauce
frente a la del rectilíneo ciprés, que decía Franco Basaglia. O simplemente, puesto que estamos en México, estrategias indígenas.
Y por último, muy relacionado con todo lo anterior, un fundamento ético que nos recuerde constantemente por qué y para
quién trabajamos. Quizás en América Latina, o al menos en la
mayoría de sus países, se esté aún a tiempo de adecuar la terapia
familiar al discurso oficial sobre el maltrato, algo que la tiranía de
la corrección política, convertida en feroces códigos estalinistas,
hace casi imposible en Estados Unidos y Europa. Proteger a los
niños maltratados no debe implicar ensañarse con sus familias
maltratadoras, al igual que la prevención de la violencia de género no debe limitarse a la protección de la víctima y el castigo al violento. Las estadísticas de los programas basados en estos
principios son demoledoras en cuanto al aumento del maltrato
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infantil y del número de mujeres muertas a manos de sus parejas.
Es difícil hablar de estas cosas en el país de Ciudad Juárez, pero,
además de reprimir la delincuencia, la lucha contra el maltrato
familiar requiere un compromiso ético con la pareja y con la familia, y la terapia familiar crítica está en la mejor posición para
llevarlo a cabo.
Leer un buen libro es siempre una aventura fascinante, llena
por igual de sobresaltos (básicamente epistemológicos, si estamos
hablando de un ensayo) y de alivios segurizadores. Le deseo a
quien se adentre en esta obra la mejor experiencia de ese tipo.
Ocasiones no le faltarán, como por ejemplo cuando le salgan al
paso las “preguntas estúpidas”, ese genial invento de Raúl Medina.
Pero no quiero revelar el final, así que me detengo. Adelante y explora por ti mismo, curioso y crítico lector.
Juan Luis Linares
12
Agradecimientos y Reconocimientos
E
ste libro es el producto de una investigación clínica de largo plazo, que inicia desde mi propia formación como psicólogo y continúa en varias etapas, la maestría en terapia familiar en Barcelona, el doctorado en psicología social en Madrid
y Oxford, la estancia posdoctoral y residencia en Cambridge,
Inglaterra, el ingreso como profesor-investigador a la Universidad
de Guadalajara, México, la creación del Instituto Tzapopan y por
supuesto la práctica clínica. Éstas son acciones académicas y clínicas que forman parte de mi currículum, pero cada una está conformada de relaciones interpersonales. He coincidido y conversado con personas, cara a cara y mediante artículos, libros, tesis u
otros medios; dichas conversaciones han ampliado y enriquecido
mi perspectiva sobre la psicoterapia.
En esta contextualización quiero agradecer a mis maestros,
José Ramón Torregrosa (Madrid), Tomás Ibáñez (Barcelona), Ron
Harré (Oxford) y Colin Fraser (Cambridge) quienes desde la psicología social me introdujeron al campo de la teoría de la ciencia.
Por otra parte, en la Escuela de Barcelona, Juan Luis Linares se
convirtió en la persona que me indujo de forma seria al campo
clínico desde el consultorio y sus extraordinarias publicaciones,
que me han provocado conversar explícitamente con su postura.
Ricardo Ramos me abrió la puerta a su práctica narrativa. Félix
Castillo me amplió la perspectiva de intervención con su cosmovisión integradora de varios modelos. La sabiduría y carisma de
Lynn Hoffman y Harelen Anderson me hicieron incorporar una
posición crítica para el modelo sistémico. M. White influyó enormemente en mi estilo y abrió el camino para explorar las ciencias sociales a favor de la psicoterapia. En el contexto de la Red
Española y Latinoamericana de Escuelas Sistémica (Relates), he
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coincidido con una diversidad de expertos profesionales y clínicos
con quienes he aprendido mucho sobre la psicoterapia relacional,
cabe mencionar al argentino Marcelo Ceberio quien desde su estilo personal ha redefinido con un especial sentido de creatividad
latina a la emblemática psicoterapia breve de Palo Alto. Regina
Giraldo, desde Colombia, me ha hecho ver cómo intervenir sistémicamente con la pobreza y violencia cultural que se expresa en las relaciones familiares. Roberto Pereira, como parte del
contexto vasco y su formación psiquiátrica presenta siempre una
postura conservadora y cautelosa que intenta conciliar el paradigma psiquiátrico con el sistémico. Desde Perú, José Antonio Pérez
del Solar, de forma pragmática y eficaz, me enseña las bondades
del enfoque sistémico en contextos no clínicos. Mis colegas de
Chile y Brasil, Sandro Giovanazzi, Claudia Lucero y Olga Falceto
coinciden en integrar al sistémico otros modelos que despierten
la creatividad cultural en psicoterapia para establecer un vínculo
más contundente con nuestros clientes.
En casa he aprendido de muchas personas, sobre todo con
aquellos que iniciamos proyectos en torno a la psicoterapia relacional, tanto en el campo clínico como académico. Sobresalen
Sofía Ibarra, Berenice Torres y Rosy Peña quienes han sido mis
co-terapeutas en decenas de casos, varios de ellos plasmados en
esta publicación, ellas me enseñaron la diferencia de género, es
decir, la perspectiva de la mujer en la intervención sistémica o
narrativa enriqueció mi labor como terapeuta; además Berenice
me sorprendía con su intuición sistémica para detectar en poco
tiempo la trama familiar. Sofía me hacía ver lo importante de ordenar minuciosamente el proceso psicoterapéutico, y Rosy es una
de las terapeutas con mayor potencial por su gran inteligencia
integradora. Mis alumnos han sido otra fuente de inspiración,
quienes ahora se han incorporando al proyecto Tzapopan y
la Universidad de Guadalajara, entre muchos cabe mencionar la
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pragmática de Lorena Barba, la inteligencia de Juan Hernández,
la destreza compleja de Juan Carlos Gutiérrez, la alta percepción
de Mariano Castellanos y la inteligencia emocional de Mara
Camarena (quien hoy forma parte de mi vida emocional y familiar). En este contexto, las personas y familias que han acudido a
mi consulta y compartieron sus historias no solo se convirtieron
en un reto para poder resolver junto con ellos sus dilemas, sino
también me sorprendieron con la infinidad de recursos que tienen para salir adelante.
Otros escenarios de aprendizaje y crecimiento que influyeron en mi estilo terapéutico plasmado en esta publicación han
sido mis amigos y familia. Mis amigos son muchos y de diversos
grupos, varios ya he mencionado antes, han sido mis maestros y
alumnos y se han convertido en mi círculo más cercano. Cabe
mencionar a Esteban Agulló quien me ha acompañado en muchas etapas de la vida, además de enseñarme a trabajar desde la
lógica europea. De Puerto Vallarta Remberto Castro, Esperanza
Vargas y Rocío Preciado, también me han acompañado y pertenecen al grupo con quien comparto el trabajo académico. Se suman a este círculo cercano, Karla Contreras y Elda Ruiz quienes
son mis alumnas más brillantes de la licenciatura en Psicología
del Centro Universitario de la Ciénega.
Sobre mi familia, reconozco en ellos su aportación a mi identidad personal que se expresa en mi estilo de enseñar y hacer
terapia. Mi padre, Raúl, desde su perspectiva crítica me enseñó
a trabajar con constancia, paciencia, tolerancia y humildad. Mi
madre, Esperanza, me introdujo con una visión emprendedora y
positiva de la vida. Mis hermanos Arturo, Sandy y Chely son la
expresión más diversa que invitan a la reflexión y tolerancia, en
ellos he encontrado siempre apoyo incondicional a mis proyectos
más extravagantes. Maguie quien está en mi recuerdo, me enseñó a construir un proyecto de vida con certeza e inteligencia y
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me heredó lo más preciado de mi vida, mis hijos: Alex y Nicole,
quienes son mis maestros más críticos y la motivación más contundente para seguir adelante y nunca claudicar.
A todo ellos mi más profundo agradecimiento y reconocimiento en su colaboración para la construcción de esta publicación.
Mayo del 2014
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Índice
Prólogo de Juan Luis Linares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Agradecimientos y reconocimientos . . . . . . . . . . . . . . . 13
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Primera Parte:
TERAPIA FAMILIAR CRÍTICA:
CREENCIAS Y FUNDAMENTOS . . . . . . . . . . . . . . . 33
CAPITULO I
Fundamentos y Objetivos de la Terapia Familiar Crítica . . . . 35
Conversación con Juan Luis Linares: el diagnóstico como
interacción y marco social organizado . . . . . . . . . . . . . 35
Conversación con Harlene Anderson y Harold Goolishian:
Entre clientes expertos y terapeutas expertos
en posición de no saber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .41
Conversación con Michael White y David Epston:
De metáforas universales a metáforas locales para
la externalización del problema . . . . . . . . . . . . . . . . .48
Terapia familiar crítica: seis fundamentos que
sustentan el cambio terapéutico . . . . . . . . . . . . . . . . .55
Seis fundamentos de la posición crítica
para la terapia familiar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
CAPÍTULO II
EL Construccionismo Social:
Pensamiento de Larga Tradición . . . . . . . . . . . . . . . . 61
¿Qué es el construccionismo social? . . . . . . . . . . . . . . .61
Movimiento epistemológico con larga tradición . . . . . . . . 61
Estilos y perspectivas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .63
Debates en torno a conceptos construccionistas:
sentidos y sinsentidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .64
17
La tensión entre la modernidad y la postmodernidad . . . . . .66
Hacia una psicología social construccionista crítica en
Latinoamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
Latinoamérica: mosaico discursivo psicosocial . . . . . . . . .69
Contribuciones del pensamiento latinoamericano para
una terapia familiar crítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
Construccionismo social, psicología social crítica y
terapia familiar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .71
Terapia familiar crítica desde Latinoamérica . . . . . . . . . . 72
CAPÍTULO III
Las Familias en la Teoría Social:
Diversidad y Contradicciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
La familia como objeto de análisis de
organizaciones internacionales . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
La familia como problema y objeto de estudio de
las ciencias sociales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
La familia en la modernidad: racionalidad científica
y progreso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
La familia como problema y objeto de estudio de
las ciencias sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .77
La sociología estándar y los estudios sobre la familia . . . . . . 78
Familia y sociedad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Las funciones de la familia moderna . . . . . . . . . . . . . . 80
La generación de políticas familiares . . . . . . . . . . . . . . 81
La familia en Latinoamérica y la teoría social
familiar anglosajona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
La modernidad, ¿una promesa incumplida? . . . . . . . . . . .83
Teoría social y familias, en el marco de la postmodernidad . . .85
Postmodernidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .85
La familia: nuevas direcciones de investigación social . . . . . .87
Pobreza y familias en Latinoamérica . . . . . . . . . . . . . . 93
Familias pobres en Latinoamérica . . . . . . . . . . . . . . . .94
Deconstruyendo América-Latina . . . . . . . . . . . . . . . .99
18
Las redes de apoyo mutuo como forma alternativa de
generación de bienestar social . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
Conclusiones: reflexiones e implicaciones . . . . . . . . . . . 103
1. La reflexión epistemológica en torno a la investigación
de la familia en el marco de la tensión entre modernidad y
postmodernidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
2. Etnicidad, familias y pobreza en Latinoamérica:
más allá de la tensión entre modernidad y postmodernidad . . 104
3. ¿Qué significa ser terapeuta familiar en un contexto
como Latinoamérica? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
CAPÍTULO IV
Un Viaje por el Mundo de las Emociones: de la Biología
al Bienestar Social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Las emociones como objeto de estudio de las ciencias . . . . . 111
Las emociones en las teorías clásicas de la psicología y la
neurología. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
Freud y las emociones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
El conductismo y las emociones . . . . . . . . . . . . . . . 113
La cognición y las emociones . . . . . . . . . . . . . . . . 114
Los humanistas y las emociones . . . . . . . . . . . . . . . 114
Los constructivistas y las emociones . . . . . . . . . . . . . 114
Los estudios contemporáneos sobre las emociones:
complejidad e interdisciplinariedad . . . . . . . . . . . . . . 115
La emoción como forma de conocimiento e
impulsora de la acción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
Las emociones como sentido estético . . . . . . . . . . . . . 117
Las emociones como recurso: inteligencia emocional,
resiliencia, nutrición relacional . . . . . . . . . . . . . . . 119
Las emociones en los escenarios sociales . . . . . . . . . . . 120
Sociología de las emociones: las emociones como
epistemología práctica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120
Escenarios emocionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122
Propiedades de los escenarios emocionales . . . . . . . . . . 123
19
Trabajo y labor emocional . . . . . . . . . . . . . . . . . 124
Emociones y género . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126
Las emociones como epistemología práctica . . . . . . . . . 126
Maturana y el amor: de la biología a la psicología social . . . 127
El amor fundamento de lo social . . . . . . . . . . . . . . 128
Racionalidad y emociones . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
Emoción y acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
Las emociones en la terapia familiar . . . . . . . . . . . . . 132
Bowen y las emociones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
De la enfermedad mental a la enfermedad emocional . . . . 133
El sistema emocional se alimenta con los cincos sentidos . . . 134
Ciclos de proximidad y distancia en los triángulos . . . . . . 134
El self y la masa indiferenciada . . . . . . . . . . . . . . . 136
Sistema emocional de la familia . . . . . . . . . . . . . . 137
Whitaker y las emociones . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Los triángulos para Whitaker . . . . . . . . . . . . . . . . 140
Virginia Satir y cómo comunicar emociones . . . . . . . . 142
Linares y la nutrición relacional . . . . . . . . . . . . . . 144
Dimensiones del amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
Clima emocional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148
Las emociones como el fundamento básico de
la posición crítica de la terapia familiar . . . . . . . . . . . . 148
Reconstruir el tejido social mediante el amor . . . . . . . . 149
Conclusión: ¿Con qué me quedo de este viaje? . . . . . . . . 152
Segunda Parte:
CAMBIOS MODESTOS, GRANDES REVOLUCIONES:
MÉTODOS PARA LOGRARLO . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
CAPÍTULO V
Terapeutas Expertos en Posición de No Saber: el Diálogo
Terapéutico en Torno a las Preguntas “Estúpidas”- . . . . . . 157
20
Contexto teórico y de intervención . . . . . . . . . . . . . . 158
Contribuciones de la etnometodología a una psicoterapia
desde la familia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159
Identidad y síntoma en el discurso tácito . . . . . . . . . . . 163
Generando nuevas explicaciones para el cambio . . . . . . . 167
Del método hipotético-deductivo al método
inductivo-ideográfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
Hacia una psicoterapia desde la familia:
el diálogo terapéutico en torno a las preguntas “estúpidas” . . 169
Dos casos en torno a las preguntas “estúpidas” . . . . . . . . 170
María y Pedro: violencia, un problema en torno al género . . 170
Cristi huye de casa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 174
Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
CAPÍTULO VI
Lo Global y Local de la Psicoterapia: La Externalización del
Síntoma Mediante el uso de Metáforas Culturales. . . . . . . 179
Globalización y diversidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
La globalización y el conocimiento científico . . . . . . . . . 180
Posición realista/global . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
Posición relativista/local . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 182
La importancia de los modelos en el conocimiento científico . 183
Los peligros del uso de los modelos en la ciencia . . . . . . . 184
El papel constructivo de los modelos en la ciencia . . . . . . 184
Vivir la globalización desde Latinoamérica . . . . . . . . . . 185
Caso Pedro y María: de la celotipia a la iguana,
de lo global a lo local. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 192
CAPÍTULO VII
Terapia Familiar e Historia: El Recuerdo y
el Olvido Terapéutico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195
Tiempo e historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197
Antecedentes de la terapia familiar histórica . . . . . . . . . 199
21
El sistema familiar, desde el análisis intergeneracional . . . . . 200
La terapia como contexto para reescribir la vida y
las relaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
El tiempo como historia en la terapia familiar . . . . . . . . 203
¿Qué es la historia? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204
Hacia una historia constructiva progresiva . . . . . . . . . 209
La historia como progreso . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210
Objetividad como relación entre hecho y valor
mediante la interpretación . . . . . . . . . . . . . . . . . 211
Objetividad universal frente a objetividad relativa . . . . . 212
De la historia de elementos a la historia de relaciones . . . . 213
Método para escribir una historia relevante . . . . . . . . . 214
Historia y memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217
Distinción y relación entre historia y memoria . . . . . . . . 218
Vygotsky y Luria: la relación entre historia social y
memoria (identidad) individual . . . . . . . . . . . . . . 220
La memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222
El método . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
¿Una terapia familiar “vygotskyana”? . . . . . . . . . . . . 224
Memoria colectiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 226
La memoria como forma de actuación . . . . . . . . . . . .228
Memoria colectiva, identidad y terapia familiar . . . . . . . 229
Memoria intergeneracional, macrohistoria y síntomas . . . . 232
La memoria como red intergeneracional . . . . . . . . . . . 232
Macrohistoria, familia y síntoma . . . . . . . . . . . . . . 235
Historicismo y terapia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236
El recuerdo y olvido terapéutico . . . . . . . . . . . . . . . 239
Caso Lalo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240
Primera sesión: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241
Segunda sesión: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242
Método histórico para la terapia familiar . . . . . . . . . . . 245
Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
22
CAPÍTULO VIII
La Persona como Actor: La “Resistencia” como Recurso
Psicoterapéutico en Adolescentes con Trastornos
de Alimentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 251
Semiología de los trastornos de alimentación . . . . . . . . . 252
La adolescencia: como complejidad relacional y contexto
empírico psicosocial privilegiado para la investigación e
intervención. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253
Terapia familiar sistémica sobre la anorexia y la bulimia . . . 254
Lo político en la psicoterapia . . . . . . . . . . . . . . . . . 260
La resistencia como expresión psicosocial
de los adolescentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261
La anorexia y bulimia como resistencia pasiva . . . . . . . . 263
Estrategia de intervención: Desenredando las
relaciones familiares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 264
Estrategia de intervención: La alianza terapéutica
con el adolescente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 264
Otras resistencias como alternativa para el cambio:
de la resistencia pasiva a la resistencia activa. . . . . . . . . . 266
Caso Sara: anorexia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
Segunda sesión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269
Tercera sesión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271
Cuarta sesión: Sara narrá una resistencia activa . . . . . . . 271
Trabajo con los padres: desenredo del síntoma . . . . . . . . 272
Quinta sesión, solo asistieron Sara y la madre . . . . . . . . 273
Caso Sofía: Bulimia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 274
Los enredos familiares y el síntoma . . . . . . . . . . . . . 275
Sofía: la externalización del problema . . . . . . . . . . . 276
Alianza terapéutica con Sofía . . . . . . . . . . . . . . . . 276
De la resistencia pasiva a la resistencia activa . . . . . . . . 277
Resultados y Conclusiones: La resistencia activa,
como recurso terapéutico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279
Discusión: La resistencia activa estimulante para
la emergencia de la persona como actor. . . . . . . . . . . . 280
23
Tercera Parte:
LAS FORMAS CULTURALES Y EL FUTURO
DE LA TERAPIA FAMILIAR . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285
CAPÍTULO IX
Las Formas Culturales de la Psicoterapia Relacional . . . . 287
La psicoterapia breve: el pragmatismo como cultura . . . . . 287
La terapia familiar estructural: barrios pobres y minorías
como contexto cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289
La terapia familiar estrategia: La guerra como
modelo cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 290
Terapia familiar sistémica de Barcelona:
Las relaciones nutricias como forma cultural . . . . . . . . . 290
El equipo reflexivo: la tolerancia como cultura . . . . . . . . 292
Terapia familiar crítica: la pobreza institucional
como cultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293
CAPÍTULO X
El Futuro de la Terapia Familiar:
Psicología Social Clínica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 301
Cinco escenarios teóricos como antecedentes . . . . . . . . . 302
1. Las psicoterapias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 302
2. Sociología Clínica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303
3. Terapias sistémicas y narrativas . . . . . . . . . . . . . . 303
4. Psicología Social de la Salud . . . . . . . . . . . . . . . 305
5. La Terapia Familiar Crítica . . . . . . . . . . . . . . . 305
Hacia una Psicología Social Clínica: Fundamentos . . . . . . 305
Referencias Bibliográficas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 309
24
Introducción
¿
Qué nos hace cambiar? ¿Cómo podemos provocar el cambio
en las personas? ¿De qué está hecho el cambio? Una de los misterios más acuciantes que ha enfrentado la humanidad es el fenómeno del cambio, en especial sobre la condición humana. Desde
que aparecen las ciencias, éstas han tenido como objetivo encontrar y conocer las leyes que rigen el cambio. Existen cientos de
explicaciones de las posibles leyes o “poderes” que generan cambios en las personas desde la filosofía, la sociología, la historia, la
antropología, la psicología social, la psicología y hasta la biología.
(Mahoney, 2000). Actualmente se distinguen tres paradigmas
que parten de creencias distintas sobre la naturaleza del cambio.
Los que creen que el cambio se rige por regularidades, patrones o
ciclos, y buscan en la lógica causa y efecto o sistémico-cibernética
su explicación con el fin de predecir los acontecimientos hacia el
futuro. Otros señalan que el cambio es permanente y relativo y
no está sujeto a regularidades, por lo que su comprensión la dan
en términos dialécticos o existenciales con el fin de construir el
futuro. Por otra parte, están los que concilian ambas posturas, y
presentan a la teoría de la complejidad o la visión binocular haciendo énfasis en la interdisciplinariedad.
Las psicoterapias se han convertido en las disciplinas que se
han enfocado con mayor interés a este fenómeno, para su explicación y sobre todo para intervenir sobre la persona para que
ésta cambie. Desde que se iniciaron las primeras aproximaciones
psicoterapéuticas a finales del siglo XIX hasta la actualidad, se
han constituido decenas de psicoterapias, las cuales están íntimamente ligadas a los paradigmas antes señalados (Feixas y Miró
1993; Snyder e Ingram, 2000). Todas han contribuido, desde su
propia lógica y metodología a dar explicación sobre el malestar
25
psicológico, y mediante la intervención ponen en operación todo
un conocimiento, tácito o explícito, sobre las leyes que rigen el
cambio. Cada una desde un paradigma que los conduce a ver y
actuar modestamente ante una pequeña parte de la complejidad
de la persona.
Tal complejidad, imposible de presentar en una sola teoría,
tiene muchas aristas que están íntimamente vinculadas, desde
cualquier parte se puede inducir, provocar o iniciar el cambio
en las personas; por lo que, cualquier psicoterapia tiene que contener una cláusula que exprese abiertamente de sus limitaciones
empíricas, teóricas e históricas, y debe de estar abierta siempre a
la posibilidad de nuevos replanteamientos y de ampliar perspectiva en la comunicación con otras psicoterapias, todo ello por el
simple hecho de que el cambio es imposible explicarlo en una
sola teoría.
Desde esta reflexión y auto-crítica se encuentra situada la propuesta de esta publicación, sin embargo, sin caer en el relativismo
puro, presentamos aquí un modelo teórico, conceptual y varias
metodologías de intervención que explican y promueven el cambio en las personas, sobre todo aquellas que manifiestan un sufrimiento personal y que quieren cambiar.
El Instituto de Investigaciones Mentales (MRI siglas en Inglés)
de Palo Alto California, festejó en el 2009 su 50 aniversario con
un magno evento. Don Jackson y Gregory Bateson iniciaron en
1959, en el emblemático instituto, las primeras investigaciones sobre esquizofrenia, que generarían lo que hoy conocemos
como terapia familiar sistémica (tfs). Dicha investigación estaba
orientada por la hipótesis de un vínculo comunicacional entre
las personas con un síntoma y su familia. Bateson (1992, 1993a,
1993b), regido por el modelo sistémico-cibernético, partía de la
creencia de que la mente humana y su contexto estaban relacionados mediante patrones circulares relacionales. Los patrones se
26
regían por una serie de axiomas de la comunicación humana, que
advertían cierta complejidad de las relaciones humanas. Este pensamiento, en aquella época, revolucionó, en términos kunhianos,
el concepto de enfermedad mental y la forma metodológica de su
investigación e intervención. Así inició el viaje que conocemos
como la terapia familiar.
La terapia familiar desde su nacimiento hasta nuestros tiempos ha venido evolucionando de forma dinámica, en conocimientos sobre los síntomas y formas de intervención, así como en sus
aspectos ontológicos y epistemológicos. En su corta historia, se
pueden advertir tres cambios de creencias sobre la naturaleza de
los problemas psicológicos: los sistémicos-cibernéticos de primer
orden (el síntoma tiene la función de darle equilibrio al sistema),
los sistémicos-cibernéticos de segundo orden (los síntomas son expresiones individuales de que el sistema al que pertenecen existen
pautas relacionales caducas, por lo que se requiere de cambios cualitativos); y, por otra parte, los construccionistas sociales (los síntomas se construyen en los discursos compartidos). Estos cambios
paradigmáticos han conducido a que aparezcan diversas escuelas
en estilos y propuestas de intervención. Sin embargo, se siguen
identificando como terapeutas familiares: la terapia breve, terapia
familiar estructural, estratégica, sistémica, nutricia, constructivista, terapia conversacional, narrativa, el equipo reflexivo entre otras
más, y en especial aquí presento, en el marco de este gran concierto diverso, lo que nombro la terapia familiar crítica (tfc).
Confieso que esta publicación tiene la influencia de múltiples voces, tal como lo mencioné en los agradecimientos, y se
suman otros desde su lectura como la de Harré (1989), Gergen
(1985, 1992, 1999), Foucault (1983), Wittgesntein (1988),
Kuhn (1990), Vygostsky (1987,1989), Mead (1972), Bateson
(1992,1993a y 1993b), Minuchin (1990), Haley (1980), Selvini
y otros (1986,1999), Linares (1996, 2002), Castillo (2009),
27
Ramos (2001), Ceberio (2007), Hoffman (1990), Anderson
(1999), White y Epston (1993), Boscolo y Bertrando (1996). Las
propuestas que presento aquí son el producto de una conversación constante con los autores y colegas, antes señalados, y con
nuestros clientes y sus familias.
Esta publicación se compone de una mezcla de trabajos inéditos
y otros artículos que he publicado en diversos libros y revistas a
lo largo de una década (Medina, 2000a; Medina 2000b; Medina,
2004; Medina 2005; 2007), los cuales he reelaborado su contenido con los nuevos avances y la crítica recibida con el objetivo de
conseguir un conjunto coherente que conduce a la propuesta que
denomino Terapia Familiar Crítica.
El subtítulo de esta obra refiere a Cambios modestos, grandes
revoluciones, conceptualización tomada como metáfora puesta al
servicio de la psicoterapia. Aunque contiene muchos significados,
aquí me referiré a cambios cualitativos realizados por personas
bajo una posición crítica. Es decir, enfrentar un sistema requiere,
aparte de valor y entusiasmo, una perspectiva amplia, flexible y
corresponsable que permita visualizarse en torno a dichos escenarios. Gandhi en la India, Nelson Mandela en Sudáfrica, son dos
figuras emblemáticas que enfrentaron con inteligencia un sistema
de poder y control, que pudieron romperlo para restaurar toda
una sociedad alternativa. Integramos esta idea como metáfora a la
propuesta psicoterapéutica, en el sentido de que cualquier persona tiene la posibilidad de generar cambios modestos, que conduzcan a grandes revoluciones en su contexto inmediato. Para ello, se
requiere contar con varios ingredientes, uno es conceptualizar a
la persona como actor y no como rehén de su historia o circunstancias. A pesar de que concebimos a la persona como vinculada
a los otros, como “un yo relacional” (Gergen, 2006, p. 209), y
tenga su anclaje en la cultura a la que pertenece, sin desestimar
estos aspectos estructurales de orden, se debe conceptualizar a la
28
persona como actor inteligente capaz de decidir, poner límites y
contribuir de forma importante en la generación de narrativas y
escenarios más amables. Otro de los ingredientes en el marco del
trabajo psicoterapéutico, aunque resulte paradójico, es buscar los
recursos del cambio en la propia historia relacional de la persona
y el contexto inmediato donde vive.
Por otra parte, no cualquier cambio genera una revolución, o
un cambio cualitativo en la vida de una persona o una familia.
En el transcurso de esta obra, el arte de la psicoterapia se centra
tanto en resolver un síntoma o problema, como en establecer un
cambio de paradigma sobre las relaciones desde donde se construyó el síntoma mediante la posición crítica. Así, por ejemplo,
en el maltrato a la mujer, se sobreentiende una serie de valores y
creencias como la intolerancia y la desigualdad de género. En una
depresión, una esquizofrenia, una anorexia puede estar implícita
una concepción sobre lo que debe de ser el matrimonio, la familia,
ser papá, madre, hijo, amigo, profesionista, ciudadano, etcétera.
En cierta medida, cada uno de los capítulos de este libro, independientemente del tema en específico que trate, va implícita la
posición crítica, como el eje desde donde se da el efecto terapéutico, es decir cambios modestos, pero sustantivos en el andamiaje
donde se soportan los síntomas.
El fundamento teórico de este libro es la filosofía y las ciencias
sociales, en especial la filosofía posestructural y pospositivista que
le da importancia al lenguaje y su conexión con formas de vida
particulares. Y sobre las ciencias, la historia, antropológica, sociológica y psicología social han sido un gran recurso que nos permitieron dibujar esta propuesta. Tal como lo advertirán en cada uno
de estos capítulos, algunas de estas teorías sociales transferidas al
contexto clínico, han sido verdaderas fuentes de inspiración para
la generación de un estilo psicoterapéutico propio que sostiene lo
que denominamos terapia familiar crítica (tfc).
29
Cambios modestos, grandes revoluciones está organizado en tres
partes. La primera contiene cuatro capítulos en los cuales se delinean las creencias ontológicas y los elementos epistemológicos. El
capítulo I establece los fundamentos generales de la terapia familiar
crítica, para ello se presenta una conversación con cinco autores
emblemáticos de la terapia familiar, de ahí se parte y se proponen
pequeñas, pero significativas aportaciones a este campo donde se
incluyen seis fundamentos que sustentan la posición crítica para
la terapia familiar que proponemos aquí. El capítulo II presenta
al construccionismo social como pensamiento psicosocial de larga tradición, como el eje epistemológico que da forma a nuestra
propuesta psicoterapéutica. El capítulo III muestra el estado de la
investigación social sobre la familia, como objeto de estudio y grupo empírico para que el psicoterapeuta conozca la complejidad a la
que se enfrenta e interactúa y evite caer en reduccionismo ingenuos
que pueden sesgar el quehacer psicoterapéutico. En el capítulo IV
invitamos a viajar por el fascinante mundo de las emociones, donde presentamos las investigaciones sobre las emociones más relevantes desde la biología, neurología, psicología, psicología social,
sociología, estética y la terapia familiar para considerarlas como un
campo empírico transversal que impacta en todas las demás funciones psicológicas (cognición, percepción, memoria, etc.), pero
también en la construcción de una familia nutriente, una comunidad incluyente y hasta un estado de bienestar, convirtiéndose en el
fundamento crítico básico de la Terapia Familiar Crítica.
La segunda parte comenta las propuestas puntuales de intervención. El capítulo V muestra una técnica psicoterapéutica que denominamos el diálogo terapéutico en torno a preguntas estúpidas,
la cual se fundamenta en la etnometodología, que nos permite
navegar en el discurso tácito (cultura familiar e identidad personal), vinculado al síntoma. Se analizan diferentes dimensiones de
30
la realidad a partir de la práctica cotidiana de las propias familias;
desde cuestiones de género, democracia, tolerancia, respeto, hasta
las más particulares como actitudes, emociones y pensamientos.
El capítulo VI, parte de la externalización del problema de White
y Epston, se resalta el uso de metáforas locales que el propio cliente propone para ayudar a la externalización del problema y empoderar a la persona. Se detalla la relación entre los conocimiento
particulares con los universales, y se justifica la importancia y el
rol que juega la cultura local en la globalización. En el capítulo
VII se evidencia el peso de los relatos históricos con el fin de generar una diferenciación sustantiva entre lo que fuimos y somos
en la actualidad, con el fin de generar un olvido terapéutico. Se
profundiza en el concepto de histórica, y se distingue del de memoria, para situar el relato histórico como un escenario relacional
que se negocia en el presente. Por último, el capítulo VIII mediante el trabajo en adolescentes con problemas de alimentación,
se redefine la rebeldía para convertirla en resistencia política, y
con ello utilizarla como un recurso terapéutico. Distinguimos entre resistencia pasiva y resistencia activa, esta última nos permite
visualizar a partir de la investigación clínica, la constitución del
self activo. En otras palabras, se tiene como campo empírico la
adolescente, una niña en transformación hacia una joven adulto,
ampliando su consciencia social. Es decir, desde el contexto clínico se estimula a la niña a convertirse en una joven adulto, capaz
de establecer una resistencia activa para que acceda a negociar su
identidad de forma inteligente con los demás.
La tercera parte y última, se compone de dos capítulos. El capítulo IX analiza los elementos culturales implícitos que contienen
las psicoterapias. En especial exponemos el caso de la psicoterapia
breve, la terapia familiar estructural, la terapia estratégica, la nutricia de Barcelona, el equipo reflexivo y nuestra propuesta de terapia
31
familiar crítica. En él se defiende la idea de que cada estilo psicoterapéutico, aparte de sustentarse en un modelo teórico conceptual,
está hecho de elementos locales particulares que le dan pertinencia
y sentido contextual. Esto es, cada psicoterapia de forma implícita
contiene una lógica cultural que le permite ser comunicable y accesible a su propia comunidad, en ello la psicoterapia encuentra su
contundencia en la intervención. Por último, el capítulo X refiere
brevemente a lo que suponemos será el futuro de la psicoterapia
relacional o terapia familiar: psicología social clínica. Las razones
que nos llevan a tal predicción, es la propia evolución histórica que
ha tomado la terapia familiar: diversos estilos desde dos modelos,
el sistémico-cibernético y el construccionista social. Todos bajo un
denominador común, son psicoterapias que establecen un vínculo
estrecho entre lo social y lo psicológico, sin reducir la explicación a
uno u otro campo, sino a la interacción misma. Por ello, situamos
el futuro de la terapia familiar, en la psicología social, porque puede encontrar en ella su fundamentación disciplinar, desde donde
se organizaría la investigación sistematizada en torno al trabajo
clínico y permitiría la comunicación ordenada con otras ciencias
como la medicina o la antropología. Este futuro derrotero de la
terapia familiar puede convertirse en una propuesta seria de servicio de salud pública dirigida a grandes poblaciones, con mayor
contundencia en resultados y ahorro de gasto a los gobiernos que
las actuales políticas de salud institucionalizadas.
Esto es Terapia Familiar Crítica: Cambios modestos, grades revoluciones. Como propuesta psicoterapéutica pretende entablar con
nuestros lectores un diálogo abierto, una conversación reflexiva
crítica, con el fin de seguir abiertos a posibles replanteamientos.
32
Primera Parte
TERAPIA FAMILIAR CRÍTICA:
Creencias y Fundamentos
CAPÍTULO I
Fundamentos y Objetivos de la Terapia Familiar Crítica
E
l presente apartado esboza seis fundamentos que sustentan
la posición crítica para la terapia familiar, como condición
para que se dé el esperado cambio terapéutico. Para ello, primero
comparto un diálogo permanente con autores de la terapia familiar contemporánea que han influido e inspirado en mí en los
últimos quince años, para dibujar esta propuesta que denomino
terapia familiar crítica.
Conversación con Juan Luis Linares:
El diagnóstico como interacción y marco social organizado
El diagnóstico médico ha sido un gran avance para resolver innumerables problemas biológicos, la medicina moderna encuentra
en el diagnóstico una metodología que genera orden conceptual
a lo desconocido y organiza la práctica médica para resolver problemas. Ha sido tal el impacto del diagnóstico que se ha convertido en un modelo a seguir en otras disciplinas como la economía, la sociología y la psicología, entre algunas. Todos hablan
de diagnóstico como forma de abordar una realidad e intervenir
sobre ella.
Juan Luis Linares (1996), mi maestro, si bien señala que la narrativa y la identidad son producto de la condición sociohistóricas, defiende la idea de que el diagnóstico como método clínico es
fundamental en la psicoterapia, a pesar de los peligros que guarda
y el rol que puede jugar el etiquetaje. Aunque Linares está en
contra de la tradición psiquiátrica, justifica la organización conceptual como método clínico que no podemos evitar, retomando
a Ackerman (1971), Linares (1996) señala “posible o no, la pura
verdad es que, en la práctica clínica, los terapeutas aplican juicios
35
a la familia en tratamiento, las comparan y contrastan, destacando entre ellas significativas diferencias. Simplemente no pueden
evitarlo […] La intención implícita es liberar a la función interpretativa de los groseros efectos del modelo médico de enfermedad, contrarrestar la creación de chivos expiatorios que comportan el “etiquetaje” psiquiátrico y evitar la pretensión de un grado
de exactitud que no poseemos. No obstante, seamos, muy claros:
no hay modo de soslayar la responsabilidad de conceptualizar y
categorizar tipos familiares.” (p.71). Por esta razón, Linares nos
revela que, en el plano de la psicopatología es necesario intervenir
bajo hipótesis relacionales que nos permita encuadrar a un patrón relacional al síntoma. Sin embargo, retoma la advertencia de
Bateson quien señaló que el diagnóstico y con ello las etiquetas se
convierten en explicaciones dormitivas. Aunque Linares (1996),
desde la misma epistemología sistémica revira para señalar que
“el diagnóstico sistémico no es, pues, otra cosa que el proceso que
permite relacionar singularidad y redundancia en el campo del
sufrimiento psíquico y la interacción disfuncional” (p.72) Y termina con un listado de la vasta cantidad de tipologías que se han
hecho desde el modelo sistémico para la terapia familiar, pasando
por el mismo Bateson con el doble vínculo, hasta las relaciones
simétricas y complementarias para relacionarlas con algún tipo
de síntoma.
Ante tal defensa del diagnóstico, Linares parte de la nosología
psiquiátrica, como psicosis, neurosis, etcétera, para reconceptualizarlas como “causa” de un patrón relacional determinado. Pero
advierte que su propuesta diagnóstica no debe de ser leída como
rígida, sino como “metáforas guía” que excluya “radicalmente
cualquier rigidez desde posiciones que integran conceptualmente
la complejidad y la incertidumbre […] Estas dos cualidades, flexibilidad e imperfección, son dos buenos atributos de una tipología para la psicoterapia” (p.73). Con esta frase Linares se perfila
36
como uno los construccionistas sociales más sutiles y finos de la
terapia familiar.
Debemos de aceptar que todo psicoterapeuta trabaja con marcos conceptuales para su intervención. En cambio nos preguntamos ¿qué puede conducir a que un diagnóstico se convierta en
una explicación dormitiva? Que los diagnósticos sean leídos con
ingenuidad realista, como fenómenos independientes de quien
los nombra y a quien se refieren, y por consiguiente como representaciones fieles a la realidad (como fenómenos ahistóricos).
De acuerdo con la epistemología contemporánea (Kuhn, 1990;
Harre, 1986), se dice que ningún modelo científico puede sustentarse en la representación fiel a la realidad, y mucho menos
pretender tener la verdad absoluta. Las teorías científicas refieren
modestamente a una realidad, mediante conjeturas, hipótesis o
modelos. (Harré, 1986). Por lo tanto, volvamos a Linares para
recordar que, el diagnóstico en el campo de la psicoterapia se
debe considerar solo como una “metáfora guía” que organiza la
intervención, o retomemos la vieja frase de Korzkski (1933): “el
mapa no es el territorio”.
Pero entonces, ¿de qué están hechas las teorías científicas y
con ellas los diagnóstico? Aunque se tenga como referencia la realidad, es decir, los problemas que la estudian, al ser conceptualizados mediante teorías se convierten en elaboraciones sociales,
en el sentido de que son hechas por comunidades científicas por
medio de paradigmas bien fundamentados en todos los niveles
del conocimiento. Los fenómenos o problemas psicológicos a que
refieren, tales como los gritos o alucinaciones de una persona, el
maltrato a un niño, el sentimiento de desesperanza, los suicidios,
comer compulsivamente, entre otros, al ser estudiados y tipificados ingresan a la esfera de lo social, la comunidad científica
les da sentido, los diagnostica mediante los modelos y métodos
que ellos mismos han generado, para después, acorde a la misma
37
lógica paradigmática, diseñar las técnicas de intervención para resolver el problema. Cada comunidad (psiquiatras, psicoanalistas,
cognitivos, sistémicos) concede un orden conceptual que permite
ver el fenómeno de una determinada forma (y no de otra), además de organizar toda la práctica de intervención.
Esta breve reflexión filosófica sobre la naturaleza de las teorías nos posibilita advertir que ante el uso de diagnósticos, se requiere sumar a la posición flexible y de imperfección que sugiere
Linares, una posición terapéutica colaborativa, por la naturaleza
social de las teorías y los sujetos a los que nos referimos.
Al hilo de la reflexión anterior, sobre el diagnóstico en el campo psicológico, es necesario agregar otro grado de complejidad,
hacer una distinción ontológica y epistemológica sobre los diversos diagnósticos acorde a la esfera de la realidad a la que alude.
Cuando hablamos de lo psicológico, es fundamental reconocer
su naturaleza social. Al respecto Ibáñez (1994), sobre la investigación psicosocial, señala que al ser personas nuestros sujetos de
estudio, y no planetas o células, al referirnos a ellos se establece
una interacción donde nos afectamos mutuamente, e incluso,
se puede hacer un tipo de efecto ilustrativo en los sujetos de
investigación. Si a esta reflexión la transferimos al campo clínico, los diagnósticos impactan en la persona por varias razones,
porque la persona interactuará con la etiqueta y con el experto
que se la asignó. Esto implica una complejidad del diagnóstico
y del trabajo clínico en general, que debemos de aceptar y reconocer para establecer métodos que admitan intervenir sin que
el experto caiga en una ingenuidad realista rígida e impacte en
los clientes como una explicación dormitiva, por lo que es necesario convertir el diagnóstico en un recurso psicosocial con fines
terapéuticos.
Al respecto Hacking (2001) desde la filosofía de la ciencia nos
presentan un argumento psicosocial del diagnóstico. Hacking
38
(2001) distingue dos tipos de diagnósticos: estados indiferentes
y estados interactivos. Como estados indiferentes quiere decir
fenómenos no humanos que al ser diagnosticados no les afecta
el diagnóstico, son indiferentes a la etiqueta. Por ejemplo, una
célula después de muchos estudios puede ser diagnosticada como
cancerígena, esta etiqueta no afecta a la célula en sí, es indiferente
a lo que diga el doctor, seguirá su cursos lógico a la enfermedad,
a no ser que el doctor intervenga para eliminarla o controlarla, en
ese momento la célula generará ciertas resistencias a la intervención, indiferente no significa pasivo, seguro se resistirá al tratamiento, pero de forma predeterminada, sin conciencia, acorde a
su naturaleza netamente biológica.
Por otra parte Hacking (2001) menciona como diagnósticos
interactivos a los que se refieren a aspectos humanos. Aclara que
hay una distinción ontológica sobre la clase de objeto y fenómenos al que nos enfrentamos, la célula es una clase natural mientras
que las personas son sociales, la primera posee cualidades predeterminadas por el nivel de evolución, y aunque tiene capacidad
para procesar información, retroalimentarla, reaccionar, resistirse, cambiar, etcétera, dicho comportamiento está limitado a su
nivel evolutivo. Mientras que las personas procesan información
y generan significados, debido a que los vuelven más complejos
y no se constriñe a una predeterminada reacción, sino puede ser
capaz, como agente, de actuar con cierta conciencia, planear y
construir escenarios relacionales. Por el simple hecho de que conserva la cualidad de verse a sí mismo en relación con los demás,
un diagnóstico generará un tipo de relación con su diagnosticador mediante la etiqueta de mayor complejidad que una célula.
Para continuar con el ejemplo anterior, al diagnosticar una
célula cancerígena, si la contiene un cuerpo humano, entonces
el diagnóstico es un doble efecto, refiere a la célula, una estado
natural indiferente, y a la vez a una persona; un estado social
39
interactivo, como una persona que tiene cáncer, en ese momento
el diagnóstico se complejiza, se convierte, como diría Hacking
(2001) en un diagnóstico interactivo con efectos dialécticos donde se pueden establecer cambios en ambas esferas de la realidad.
Es decir, la etiqueta afectará a la persona y esta cambiará entorno al diagnóstico, su estado de ánimo, perspectiva de vida, relación con su familia, sus amigos, su entorno en el y su trabajo.
Perjudicará al mismo tiempo a la célula.
¿Cómo una palabra puede tener tanto poder para cambiar el
comportamiento de tanta gente e incluso a estados naturales? Las
palabras además de la función de nombrar o referir a una realidad, poseen el poder de organizar escenarios sociales pragmáticos
en torno a dicha palabra. El efecto de construcción de la realidad surge en esta organización. Por lo tanto, el diagnóstico al
ser interactivo produce “marcos sociales organizados” (Shotter,
1989): familiar, comunitario, institucional, entre otros, que pudieran afectar, también a la biología. Por ejemplo, los expertos
en el cáncer cuentan con protocolos, formas, prácticas sociales
que conducirán e interactuarán con aquella persona portadora
de cáncer. Su familia entablará una relación particular en torno a
la etiqueta y toda la comunidad donde dicha persona interactúa
cotidianamente. En otras palabras, el diagnóstico se funde en los
diversos marcos sociales que se organizan, y la persona etiquetada
lidiará con los marcos sociales organizados alrededor del mencionado diagnóstico.
Lo interesante es que al ser un diagnóstico interactivo, por encontrarse en la esfera de lo humano, de la conciencia, esa capacidad de la persona de verse en derredor a los marcos sociales organizados, afectará a la vez a los estados naturales (psicosomático).
Es decir, a las células cancerígenas, ya sea para su recuperación,
ampliar la efectividad del medicamento, para prolongar la vida o
para que se acelere la enfermedad.
40
Si el diagnóstico psicológico es de cualidad interactiva y a la
vez genera marcos sociales organizados, esta idea se convierte en
un gran recurso para la psicoterapia. Sobre todo para la terapia
familiar que aquí presentamos, con un enfoque psicosocial que
nos permite ampliar nuestro campo de análisis e intervención:
Por una parte, redefine a los clientes, de ser idiotas culturalizados
(Garfinkel, 1967) o rehenes de los patrones relacionales circulares, a actores corresponsables de su salud, capaces de incidir en
sus contextos inmediatos. Y por otra parte, nos facilita diseñar
para el contexto clínico un marco social organizado, donde los
diagnósticos se utilicen con el fin de facilitar la interacción, ampliar la participación para los relatos, visualizar los recursos personales y culturales de la familia.
En cada una de las propuestas de intervención que se presentan en esta obra, se utiliza el diagnóstico, no médico o realista
ingenuo, sino aquel que se constituye como medio para ampliar
perspectivas. Todo esto redefine, en definitiva, la relación clienteterapeuta, se ven mutuamente afectados y por lo tanto su vínculo: de experto-cliente a colaboración mutua entre expertos. Y
el contexto clínico como un escenario psicosocial empírico de
excelencia para el cambio participativo.
Conversación con Harlene Anderson y Harold Goolishian: Entre
clientes expertos y terapeutas expertos en posición de no saber
No tuve oportunidad de conocer a Harold Goolishian, desafortunadamente su muerte nos anticipó la reunión. Sin embargo, sí he conversado a profundidad con Harlene Anderson en
México, conocí una mujer intensa, con mucha fuerza y carisma,
además comprendí su perspectiva psicoterapéutica, cualidades
imprescindibles para que un pensamiento tenga eco social y se
convierta en una propuesta real. La psicoterapia de estos dos autores, he de confesar que es una invitación provocativa, pero bien
41
fundamentada. Con el ánimo de contribuir al debate, presento
una postura inclusiva, que se puede leer con detalle a lo largo de
esta obra.
En la década de los ochenta, Anderson y Goolishian (1988,
1990, 1996; Goolishian, 1990; Anderson, 1999. Goolishia y
Anderson, 1987, 1990) hacen un recuento crítico de la terapia
familiar sistémica, para proponer una psicoterapia centrada en
el lenguaje. Aunque reconocen la influencia de enfoques interpretativos y hermenéuticos (Anderson y Goolishian, 1996), la
propuesta de estos autores se basa, principalmente, en la psicología social de Gergen (1985, 1992, 1999) y Shotter (1989),
quienes ponen nombre a un movimiento epistemológico que
denominan socioconstruccionismos o construccionismo social,
que analizaremos en detalle en el siguiente capítulo. Dicho movimiento parte de la creencia de que toda la realidad es una
construcción sociodiscursiva, incluida la realidad psicológica
como la identidad, personalidad, memoria, psicopatologías,
etcétera.
Lo primero que me llama la atención de la propuesta de Anderson y Goolishian es ¿por qué partir de un análisis crítico de la
terapia familiar sistémica para después proponer la psicoterapia
que denominan conversacional? ¿Por qué no simplemente propusieron su perspectiva psicoterapéutica sin hacer referencia a esta
perspectiva? Asumo que la respuesta es porque existe cierto parecido de familia entre el sistémico y su propuesta, y la coincidencia
con varios autores que inspiraron la revolución sistémica en la
psicología clínica, por ejemplo: 1. Bateson (1992, 1993) sigue
siendo para ambos un referente epistemológico. 2. En términos
generales las dos perspectivas centran su atención de la explicación del problema e intervención en el campo relacional. 3. No
parten de un diagnóstico, como si fuera un fenómeno ahistórico
fuera de las relaciones y sus discursos.
42
Anderson y Goolishian se desmarcan del sistémico a causa de
que parten de la idea de no tomar metáforas de otras esferas de la
realidad como de la física, biología o cibernética como guía ontológica y epistemológica para explicar la complejidad social, porque señalan que estos modelos “definen a los seres humanos como
meras máquinas de procesamiento de información, y no como seres generadores de significados” (Anderson y Goolishina,1996, p.
46) Para concluir que “la acción humana tiene lugar en una realidad de comprensión que se crea por medio de la construcción
social y el diálogo […] según esta perspectiva, la gente entiende
su vida, a través, de realidades narrativas construidas socialmente,
que dan sentido a su experiencia y la organizan”. (Ibíd., p. 47)
En este sentido, la identidad y los síntomas los consideran
como producto de la conversación cotidiana, en palabras de los
propios autores: “vivimos en y a través de las identidades narrativas que desarrollamos en la conversación […] Nuestro yo es
siempre cambiante […] en este sentido, los problemas existen en
el lenguaje y los problemas son propios del contexto narrativo del
que derivan su significado” (Anderson y Goolishian 1996, p.48)
Ante lo dicho, Anderson y Goolishian (1996) proponen la terapia conversacional basada en la concepción dialógica, que tiene
como fin la búsqueda mutua (terapeuta y cliente) de compresión
y exploración mediante el diálogo acerca de los problemas, esto
implica un proceso de participación conjunta. “No se pone el
énfasis en producir cambios sino en abrir un espacio para la conversación” (ibid. 49), que permita generar una nueva narrativa
con base en una historia no contada sobre el problema.
Anderson y Goolishian recomiendan, para que esto sea un
éxito, que el terapeuta debe tener una posición de ignorancia, o
sea, una actitud de curiosidad sobre lo que se dice en el contexto
terapéutico; con el objetivo de que el terapeuta permita transitar
a un diálogo más flexible, que incorpore otras perspectivas, que
43
den luz a otra narrativa sobre el problema, no como un acto cognitivo, sino constructivo, social, donde dos o más personas participan en la generación de una nueva historia. Esta es otra de las
coincidencias con el modelo sistémico: los cambios de la persona
se negocian en la interacción social.
Para estos autores, el contexto terapéutico es conceptualizado
como “un sistema de organización del problema y de disolución
del problema […] [por lo que] el terapeuta es un participanteobservador y un participante-facilitador de la conversación terapéutica […] ejercita una pericia en la formulación de preguntas
desde una posición de ignorancia, en vez de formular preguntas
informadas por un método y que exijan respuestas específicas”.
(ibid. pp.47- 48)
Se podría resumir la propuesta de esta escuela en la siguiente frase: generar una conversación con base en la posición de ignorancia del terapeuta con la finalidad de disolver
el problema.
Coincido en que la posición de ignorancia del terapeuta es
fundamental, como método cualitativo para comprender al cliente y generar un diálogo abierto, sin embargo, creo que la posición de ignorancia y llevar la conversación a otra perspectiva
implica una alta destreza terapéutica. Con ello quiero decir que
el terapeuta es un experto, que requiere ponerse en posición de
no saber. Tal destreza está guiada por una formación filosófica
y epistemológica, referida en el apartado anterior. Si bien no es
una preconcepción positivista, que hable de conocimientos generalizadores y ahistóricos, sí es una preconcepción teórica que
implica tener una posición pospositivista que conduzca al diálogo
sin prejuicios cerrados y totalizadores. Esto hace de la terapia una
destreza de alto nivel.
Guiado por la etnometodología (Garfinkel, 1967), en esta publicación propongo generar un diálogo terapéutico en torno a
44
preguntas estúpidas, para que el terapeuta detecte la destreza de
tener una posición de ignorancia y curiosidad, con el fin de ampliar la conversación. Pero, además, las preguntas estúpidas nos
permiten navegar en el discurso tácito, entrar al mundo de los
marcos sociales organizados que no se explicitan pero se practican
y le dan vida al síntoma.
Por otra parte, Goolishian y Anderson (1996) proponen para
la intervención, sin decir que es una técnica psicoterapéutica: disolver la narrativa sobre el problema. En consecuencia, señalan
que es necesario establecer un diálogo comprensivo, “para lograr
este objetivo, es preciso que el terapeuta se mantenga atento al
desarrollo del lenguaje del cliente y entienda dentro de la narración y las metáforas específicas del problema” (ibid. p.54), para
ello se deben generar preguntas que permitan muchas respuestas
posibles y no solo una, ya que se considera desde esta perspectiva,
que el efecto terapéutico se de en el despliegue de varias posibilidades de explicación, no expresadas o no relatadas al principio.
“Este proceso acelera la evolución de las nuevas realidades personales y de la nueva mediación que surge del desarrollo de las
nuevas narraciones. El nuevo significado, y por tanto, la nueva
mediación, se experimenta como cambio en la organización individual y social.” (ibid. p. 54) “Este tipo de intercambio dialogal
facilita el cambio en la narración en primera persona que es tan
necesario para el cambio en la terapia”. (ibid, p. 57)
En otras palabras, proponen una terapia en “busca de lo no
dicho aún” donde la posición de ignorancia y de curiosidad son
la destreza que conducirán a disolver la conversación que genera
el problema, y al mismo tiempo, el diálogo conduce a nuevos significados que deberán ser consensados para que tenga el poder de
construir nuevas realidades. Sin embargo, estos autores señalan
que para lograr efectos terapéuticos, dicha conversación negociada requiere transitar a la primera persona, es decir, las personas
45
en cuestión deben apropiarse del nuevo discurso para que se dé el
esperado cambio terapéutico.
Este último señalamiento está ligado a toda una tradición en
psicología propuesta por Vygostsky (1987, 1989), Mead (1972)
y Harré y Secord (1972), que se podría denominar sociogenética,
la cual señala que las funciones psicológicas superiores, la conciencia y la identidad de la persona se originan en las relaciones
sociales significativas, aunque, para que impacten en la identidad
de una persona, ésta debe apropiárselas (interiorizarlas). En este
punto, a la propuesta de Goolishian y Anderson le falta profundizar una explicación, ¿por qué ciertos discursos tienen más poder
psicológico que otros en la persona?, en otras palabras, no todos
los discursos son capaces de disolver problemas, o que se integren
como propios.
Aquí es donde salen en escena las emociones, no basta que
haya cierto consenso social para que un discurso pueda impactar
en la psicología de una persona, ni el poder social con todas sus
artimañas para imponer identidades y voluntades. Es necesario
conocer qué tanto la persona le asigna importancia emocional a
lo que dice y negocia con los otros. Por ello, se requiere que el
terapeuta esté atento a estos contenidos emocionales del discurso. O sea, parte de la destreza del terapeuta debe detectar cómo
la persona dice lo que dice, que tanto expresa emocionalidad,
como amor, reconocimiento o valoración, o lo contrario, rechazo
o descalificación, en su práctica discursiva. Entre más contenido
emocional tenga el discurso para la persona, más potente será
la historia que refiere y logre disolver el discurso que construía
problemas. Con ello concluiría que el contenido emocional es el
vehículo conductor para que un discurso o narrativa se lo apropie
la persona, esto es, se vuelve significativo, importante y es cuando
se integran a sus percepciones, pensamientos, reflexiones, memoria e identidad.
46
En este trabajo, desde varios autores presento a las emociones
en la complejidad e interdisciplinariedad, como la base biológica
que fundamenta y permite la relación interpersonal y el vínculo
entre éstas (Maturana,1997a, 1997b); como un tipo de sentido
básico que organiza los demás sentidos (Bowen, 1989a, 1989b,
1991), la intuición, el conocimiento, el sentido del discurso (Artz,
1994) y la estética (Fernández, 1994a, 1994b, 1999) para establecer una epistemología práctica en la persona para conducirse ante
los demás y así mismo (Hochschild,1975, 1979, 1983, 1989,
1990a, 1990b, 1990c, 1991, 1994a y b, 1995, 1996, 1997,1998a
y b, 2001, 2002a y b, 2003a, b y c, 2004, 2005) y concluir que las
emociones son el fundamento básico de la posición crítica para
la terapia familiar.
Pero cabe preguntarse con mayor detalle, ¿qué es lo que hace
que un discurso sea significativo emocionalmente para una persona? El discurso debe sustentarse en un principio de realidad:
una experiencia vivida por la persona. A partir de ahí se explora el contenido emocional de dicha experiencia a la luz de los
escenarios puntuales y únicos (momento histórico, lugar, personas presentes o virtuales, tema que se discute, circunstancias que
acompañaban a dicha escena, etc.). En otras palabras, se contextualizan, tanto personal como socialmente las emociones. Por lo
tanto, para fines terapéuticos, la ampliación de escenarios vivenciales emocionalmente importantes para la persona se convierten
en una gran herramienta para el cambio de narrativas saturadas
que interfieren en nuestra vida cotidiana (White y Epston, 1993).
Por otra parte, en esta obra presento una propuesta de terapia
familiar que le da relevancia a la historia relacional de la persona
y la distingue de la memoria, que es la apropiación psicológica de
un evento del pasado, con el fin de hacer los procesos de diferenciación sustantivos para el cambio, lo denomino el olvido terapéutico. Bajo este lente aparece la propuesta de White y Epston
47
(1993) quienes buscan vivencias no contadas para contraatacar el
discurso que genera el problema.
Conversación con Michael White y David Epston:
De metáforas universales a metáforas locales para
la externalización del problema
He de confesar que una de las propuestas de la psicoterapia que más
me gusta y ha influido en mi estilo psicoterapéutico es la de White
y Epston (1993), quienes de forma brillante retoman la teoría social
para integrarla a lo que ellos denominan terapia narrativa. Su propuesta es seductora y bien fundamentada en autores como Foucault
(1983), Goffman (1974, 1981) y Bruner (1987, 1988, 1991).
La terapia narrativa propuesta por White y Epston (1993) es
un cambio de orden cualitativo de la terapia familiar sistémica.
Su fundamento no es más el paradigma sistémico-cibernético,
al igual que Goolishian y Anderson (1996), sino las ciencias sociales pospositivistas que parten de la creencia de que la realidad
psicológica es una construcción sociodiscursiva. Con lo cual estamos ante un cambio ontológico y epistemológico en la terapia
familiar, de aquella que centraba el estudio de los síntomas en
la interacción circular, para ahora ubicar la atención en los discursos, las narrativas, los relatos, la conversación, entre otros. A
pesar de esta coincidencia epistémica y ontológica entre la terapia conversacional de Anderson y Goolishian y la narrativa de
White y Epston, existen distinciones sustantivas entre éstas. En
otro trabajo (Medina, 2007a) se analizan las nuevas tendencias
narrativas en la terapia familiar, hago referencia en que la terapia
conversacional está más cerca de un tipo de construccionismo
social radical y relativista propuesto por Gergen (1985, 1992,
1999), mientras que la terapia familiar narrativa está vinculada al
construccionismo social realista de Harré (1989) y Parker (1992).
Esto explica las distinciones metodológicas de intervención.
48
Para no dar por sentado nada, deberíamos preguntar, ¿por qué
el discurso, la narrativa se convierte en el centro de atención, es
decir, en el objeto de estudio, en el elemento de análisis y de
intervención?
White y Epston (1993) centran toda su propuesta en la filosofía posestructuralista de Foucault (1983), quien en su obra denuncia que se requiere estar atentos a los discursos totalizadores
(de la tradición positivista) que nos hacen ver versiones únicas
sobre la realidad, como si se trataran de conocimientos ahistóricos, verdaderos y únicos, y con ello ejerciendo un poder inmenso en la sociedad, al mismo tiempo descalificando o excluyendo
cualquier otra versión sobre dicha realidad. La idea es retomada
por estos autores para transferirla al campo de la psicoterapia y
señalar que “la analogía del texto…nos ayuda a analizar los relatos que proporciona el contexto sociopolítico de la experiencia de
la persona” (p.34). Pero ¿esto qué significa?, “la analogía del texto
[…] nos permite […] estudiar la acción y los efectos del poder
sobre las vida y las relaciones” (p.35). ¿ A qué tipo de poder ser
refiere?, retomando a Foucault, se refieren a un tipo de poder que
no se advierte como tal, está integrado dentro de nuestras creencias, conocimientos, relatos y conversaciones que se funden en las
prácticas mismas. ¿Cómo que el poder no se advierte?, ¿no se ve
a simple vista? Es un poder velado, no se reconoce con facilidad
Foucault (1983) lo denomina poder positivo, en el sentido que el
poder es constitutivo o determinante de la vida de las personas. Es
decir, se ejerce desde una narrativa normalizadora, tomada como
verdadera, e incluso moralmente buena. Por ejemplo, en una reunión entre una familia y amigos de los padres, cuando entra la
hija menor a escena, “solo moviendo la mano hacia arriba y a
todos les dice hola”, una forma de saludar. Sin embargo, el padre
y la madre de la joven “la ven fijamente y con gesto de desaprobación ante tal saludo”, la niña rectifica e “inicia a saludar a todos de
49
mano y presentarse personalmente”. (Este sería un poder obvio
ejercido de forma explícita). En la siguiente reunión familiar la
niña saluda a todos de mano, sin que los padres le hubieran dicho
nada o enviado un mensaje de que debe hacerlo. Después se le
pregunta a la niña y a los padres de esta última escena y todos, incluida la niña, justifican perfectamente la costumbre familiar de
saludar de mano a cada una de las personas porque es una forma
de demostrar educación y buenas costumbres hacia los demás.
En otra ocasión la niña va a una fiesta con sus amigas, al llegar a
la casa de las amigas, en la sala están varias de las mamás, la niña
se aproxima a ellas y las saluda de una por una de mano. (Este
sería el poder positivo, no se advierte, no se ve porque está dentro
de nuestro campo cultural, moral y normalizado, y se apropia en
nuestra persona, se convierte en nuestra forma de ser).
En palabras de los propios autores “estamos sujetos al poder
por medio de ‘verdades’ normalizadoras que configuran nuestras
vidas y nuestras relaciones. Estas ‘verdades’, a su vez, se construyen o producen en el funcionamiento del poder” (White y
Epston, 1993, p.36), tal como lo vimos en el ejemplo. Con ello,
de manera implícita hacen ver que el análisis de la narrativa, no
se reduce a una cuestión lingüística o cognitiva, sino que expresa
toda una cosmovisión sociocultural tácita o explícita que impone
emociones, acciones y conocimientos para construir realidades
fácticas. Concluyen que “poder y conocimiento son inseparables
[…] un dominio de conocimiento es un dominio de poder, y un
dominio de poder es un dominio de conocimiento” (ibid, p.38)
Ante esto, la propuesta de White y Epston (1993) del análisis del discurso, de la narrativa, del relato significa comprender
minuciosamente la forma en que el discurso impone verdades y
juicios de valor y de allí conductas, emociones y relaciones.
¿Cuáles son las implicaciones prácticas para la psicoterapia?
Estas ideas son tomadas por White y Epston (1993) de forma
50
magistral para incorporarlas al campo de la psicoterapia, para trabajar con los discursos saturados que imponen realidades ligadas
a los síntomas. Proponen “la externalización del problema” como
técnica psicoterapéutica, con el fin de desmitificar el estatus de
verdad absoluta de los conocimientos unitarios (síntomas) como
si hubieran surgido independientemente de su condiciones sociohistóricas de producción. Se hace toda una búsqueda arqueológica, como diría Foucault (1983), de los escenarios relacionales que
originaron dicho discurso, y cómo dichos escenarios producen
un conocimiento totalizador, verdadero y sobre todo incuestionable, que es donde el poder se hace ver.
En otras palabras, un relato o narrativa de esta naturaleza, no
describe realidades, sino que las impone, y organiza a las personas
para que así sea (marcos sociales organizados, a los que hicimos
referencia antes). Dirían White y Epston (1993), se convierten
en narrativas saturadas y, por ende, realidades fuera del poder de
las personas. Tal como una depresión o esquizofrenia que las personas las refieren con una narrativa de enfermedades instauradas
dentro de ellas, fuera de la voluntad de quien las porta.
La externalización del problema o relato dominante trata de
devolverle la naturaleza social a dichos problemas, ponerlo de
nuevo al alcance de las personas que lo comparten y lo hacen
realidad. Para ello recurren a una clase de análisis sociohistórico
que preguntan en torno a una serie “de sucesos, sentimientos,
intenciones, pensamientos, acciones, etcétera, que tienen una localización histórica, presente o futura y que el relato dominante
no puede incorporar. La identificación de los acontecimientos
singulares puede facilitarse mediante la externalización de la descripción dominante, ‘saturada de problemas’, de la vida y de las
relaciones de una persona.” (White y Epston, 1993, p. 32)
Para alcanzar este objetivo proponen preguntar cómo este problema ha influenciado o interferido en su vida y su relación con
51
los demás. El objetivo de la externalización es separar el problema, el relato dominante (por ejemplo depresión) de su propia
identidad y sus relaciones. Para ello utiliza metáforas cotidianas
para renombrar el problema, (por ejemplo, monstruo nocturno),
y referirse a él como algo separado y fuera de su identidad, como
un monstruo que lo ataca e interfiere en su persona y relaciones
en ciertas ocasiones sociales, las cuales se exploran con detalle.
(El monstruo aparece por la noche, especialmente cuando estoy
solo, está oscuro, e inicio a pensar en mi madre, etcétera.) Esta
idea surgió del famoso caso de la “caca traicionera”, sobre un niño
que sufre de encopresis (White, 1994). White utilizó la expresión
“caca traicionera” para hablar de un problema que estaba fuera del niño. El diálogo y análisis de las situaciones sociales que
envuelve el problema mediante el uso de una metáfora, permite
que la persona pueda verse en contexto, explorar y empoderar su
acción ante una situación que antes se le escapaba de su voluntad,
por ser el cagón. En otras palabras se genera una narrativa sobre
el problema que empodera a la persona con el fin que haga algo
para que el problema no interfiera en su vida y sus relaciones.
Sobre este apartado, utilizamos también las metáforas para referirse al problema, sin embargo, proponemos que sean las propias
personas que tienen el síntoma quienes construyan sus metáforas,
con el fin de que adquieran un significado emocional y un sustento cultural para la persona. Así, el uso de las metáforas para la
externalización del problema se convierten en instrumentos con
significado emocional y cultural para la persona y su familia. En
esta publicación encontrarán detalle de esta propuesta en el capítulo VI.
La intervención no termina aquí, White y Epston (1993) retoman a Bruner (1988), quien señala que “la experiencia vital
es más rica que el discurso. Las estructuras narrativas organizan
la experiencia y le dan sentido, pero siempre hay sentimientos y
52
experiencias vividas que el relato dominante no puede abarcar”
(en Bruner, 1986a p.143, White y Epston, 1993, p.29). Bajo esta
lógica White y Epston (1993) señalan que los relatos que escoge
la gente de dicha experiencia vivida “son constitutivos: modelan
las vidas y las relaciones” (White y Epston, 1993, p.29), pero
también señalan que cualquier relato es indeterminado, porque
ninguno puede expresar la totalidad de las experiencias vividas.
Por lo tanto, el objetivo de la terapia para estos autores sería
“identificación o generación de relatos alternativos que le permitan representar nuevos significados, aportando con ellos posibilidades más deseables, que las personas experimentarán como más
útiles, satisfactorios y con final abierto” (p.31).
La siguiente etapa es buscar otras versiones sobre la misma
historia vivida para ampliar la experiencia significativa. Para lo
cual White y Epston retoman a Goffman (1961) quien señala
que parte de las experiencias vividas que no están dentro del relato dominante, son “acontecimientos extraordinarios.” Con estos
acontecimientos extraordinarios, que son experiencias alternativas y que no registraba el relato dominante, se inicia la construcción de un nuevo relato, la persona empieza a darle sentido y significado, y el proceso de terapia tiene el objetivo la constitución
de ese nuevo relato, un relato alternativo. Son muchas las formas
de constituir dicho nuevo relato, principalmente es la persona o
familia quien lo construye, ayudada por el terapeuta que aplica
preguntas abiertas que empoderan a la persona y le dan sentido a
una historia no registrada al principio, como “¿Cómo pudo usted
resistirse a la influencia del problema en esta ocasión?” (p.33), o
por ejemplo, se puede utilizar el público que fue testigo de aquel
acontecimiento extraordinario. Se hace una especie de externalización del acontecimiento extraordinario con el fin de darle
contenido “real” para la persona, y con ello constituir un relato
alternativo con mucho poder para su vida y sus relaciones. Tomm
53
(1994) al respecto señala que la externalización del problema es
una forma de internacionalización de la posición como agente;
es decir empodera a la persona de sus relatos, y los lleva a buscar
alternativas vividas más saludables.
Para continuar con la conversación anterior con Anderson y
Golishian, donde nos preguntábamos ¿Qué es lo que hace que un
discurso tenga más poder que otro para una persona y se lo apropie? ¿Cómo un “hecho relacional” se puede reconstruir? Aquí es
donde estos autores hacen ver que es necesario trabajar con las
propias vivencias de las personas, que es de donde los discursos,
narrativas o versiones sobre lo que les sucede e incluso su propia
identidad guardan significado social y psicológico. Para ello es
indispensable recurrir a las vivencias o historias de las propias
personas, ya que éstas ampliarán el discurso dominante, y al ser
contadas y consensadas como relevantes, entrarán al mundo de
la experiencia significativa que configura realidades presentes y
futuras, teniendo poder en la vida de las personas. Estas vivencias
se convierten, para White y Epston (1993), en el recurso terapéutico por excelencia que permitirá reorganizar nuestra experiencia,
narrativa y realidad.
Cabe preguntar, ¿cuál de la multitud de vivencias será más
significativa para restarle poder al discurso dominante? Se establece un juego entre dos narrativas en disputa, la dominante y
la alternativa. Para que se lleve el esperado efecto terapéutico es
necesario que no solo se disuelva el discurso saturado, tal como lo
diría Anderson y Golisshian (1996), ni tampoco que el discurso
alternativo eclipsará al saturado con la pura externalización del
problema (White y Epston, 1993). La apropiación del nuevo discurso en primera persona es fundamental, pero para que esto sea
posible psicológicamente y en verdad tenga efectos terapéuticos
de largo plazo, se requiere concebir a la persona como actor, y
no como rehén de los discursos saturados. En ese sentido, en el
54
capítulo VIII de este libro se trabaja con adolescentes con problemas de alimentación, utilizando la rebeldía, para convertirla en
resistencia política para generar en la niña un adulto joven capaz
de enfrentar el problema de forma inteligente, esto es, no dejando de resistirse, pero esta vez haciéndolo bajo premisas distintas,
no mediante el síntoma, que le permita negociar con mayores
resultados su identidad ante los demás. Esta técnica aplicada en
los adolescentes, en un contexto clínico, se ha convertido en un
extraordinario ejemplo empírico de cómo una persona se puede
convertir, de víctima o rehén de sus circunstancias a actor, agente
capaz de contribuir a generar escenarios relacionales más saludables y propositivos.
Terapia familiar crítica:
seis fundamentos que sustentan el cambio terapéutico
La teoría crítica tiene muchas aristas, su fundamento más contundente lo encontramos en el marxismo y posteriormente en la
Escuela de Frankfurt hasta Habermas (Calhoun, 1995). Aunque
hay que reconocer que existen otras perspectivas que sin autonombrarse como críticas, contienen elementos que así la caracterizan, por ejemplo el pos-estructuralismo de Foucault (1983), la
deconstrucción de Derrida (1978), la posmodernidad de Lyotard
(1984), el Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas (1988);
la teoría de las revoluciones científicas de Kuhn (1990); el construccionismo social de Gergen (1992), Harré (1992a, 1992b),
Shotter (1989) e Ibáñez (1994), la teoría feminista y de género, la
propuesta sobre educación de Freire (1971), la psicología política
de Marti-Baró (1998), etc., etc. La posición crítica a la que aludo
en esta publicación está inspirada por estos y otros autores como
podrán advertir de forma recurrente en cada uno de los capítulos. Ésta posición crítica puesta al servicio de la terapia familiar
busca replantear los paradigmas que le dan vida a los patrones
55
recurrentes donde se sostienen los síntomas, y como fin último
pretende buscar el bienestar social de la persona.
Con base en el diálogo permanente con los diversos autores
de terapia familiar que he expuesto, en la teoría crítica, y en la
contextualización sociocultural que viven las personas y familias
en Latinoamérica y en especial en México (remitirse al penúltimo
capítulo para mayor detalle), presento los fundamentos y objetivos de nuestra propuesta.
Seis fundamentos de la posición crítica para la terapia familiar
En cierta medida, cada uno de los capítulos de este libro, independientemente del tema en específico que trate, se explicita
recurrentemente la posición crítica, como el eje desde donde se
da el efecto terapéutico, es decir, cambios modestos, pero sustantivos en el andamiaje donde se soportan los síntomas.
Son seis los fundamentos de la posición crítica para el tipo de
Terapia Familiar que presentamos aquí. 1. Fundamento Epistemológico: los modelos científicos donde se sostienen y nutren las
psicoterapias son elaborados por comunidades científicas y profesionales que refieren modestamente a un tipo de realidad. Es
decir, las teorías y con ellos las psicoterapias tienen limitaciones
ontológicas y epistemológicas, por lo que el psicoterapeuta no
refiere a una verdad absoluta y ahistórica, sino al uso de un modelo o metáforas que le permite interactuar modestamente con
la complejidad psicosocial local donde se encuentra el síntoma.
Con ello, la posición del terapeuta cambia, de ser un experto que
parte de parámetros verdaderos como el de un Dios todo poderoso, se convierte en un experto modesto que entiende que tiene
limitaciones conceptuales y está siempre en posición de aprender
junto con el cliente. 2. Fundamento Emocional: el sustento básico de una posición crítica son las emociones, en especial el amor
(Maturana 1997a,1997b), que es la aceptación del otro como
56
legítimo, y con ello la tolerancia a la diversidad. Sin este principio, simplemente el proceso psicoterapéutico no tendría ningún
sentido y fracasaría, por ejemplo, el aceptar a todos los integrantes
de la familia como han sido y son, aunque hayan hecho cosas terribles a la luz de la comunidad (abuso, maltrato, manipulación,
etc.). Por ello, las emociones son el marco donde se entabla la
conversación, y el fundamento biológico donde es posible que se
genere una nueva historia, una nueva narrativa con efectos pragmáticos en la vida de las personas. 3. Fundamento Cultural: En
la cultura es donde nos reconocemos y organizamos con agilidad
desde un conocimiento tácito común. Una posición crítica desde
esta dimensión es “no dar por sentado nada” (Ibáñez, 1989), con
ello, nos permite navegar dentro de ese conocimiento y prácticas
tácitas que interfieren en las relaciones y generan síntomas. No
dar por sentado nada se convierte en una técnica psicoterapéutica
que puede generar cambios modestos en una práctica familiar
que se ha dado por generaciones. Con ello, está implícita la idea
de que “no somos Idiotas culturalizados”, sino actores co-responsables y activos en la construcción de los múltiples grupos a los
que pertenecemos. (Garfinkel,1967) 4. Fundamento Histórico:
Se parte de la idea de que la historia que narra una persona en
relación al síntoma, se construye en el aquí y ahora con las personas con quien convive, y en este caso también en el contexto
terapéutico. Esta idea nos conduce a potenciar más la posición
crítica para vernos como personas con identidades susceptibles de
cambios, no para evadir un “hecho” histórico o un recuerdo perturbador sino para re-elaborarlo, en el marco de otros “hechos”
históricos y recuerdos más vivibles mediante contextos sociales
más saludables. 5. Fundamento Político: No es suficiente restaurar el amor en las personas, donde se reconocer al otro como
legítimo, sino también fundamentar el amor en la reciprocidad,
para toparnos con la básica terapéutica de que “no todo vale”, la
57
aceptación del otro no implica que se justifique su conducta, en
especial los que restringen la libertad de otros, es la mal entendida libertad, que se justifican en frases como, tengo el derecho de
hacer lo que quiero, este es un país libre, esta es una familia con
moral. Esto es válido, siempre y cuando se incluya la máxima del
estadista mexicano Benito Juárez del siglo XIX: “entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la
paz”. Así que la libertar tiene sus límites a aquellos que quieren
imponer a otros su ideología, moral o forma de vida desde un
marco de autoridad sin consenso. Esto conduce a considerar a
la persona como actor capaz de contribuir con su singularidad
a la cultura a la que pertenece. Es decir, la posición crítica desde
lo político, nos enseña que dicho actor además de ser capaz de
amar (emociones), tiene que poner límites a aquellos que quieren
constreñir su libertad, pero con inteligencia, para referirme al uso
de tácticas como el consenso, la tolerancia, e incluso la seducción.
6. Fundamento Ético: Por último, la posición crítica de la terapia
familiar que proponemos aquí, debe de sustentarse siempre en
contenido ético, que nos haga preguntarnos constantemente: la
psicoterapia ¿para quién y para qué? Todos los sistemas humanos
y con ello sus pautas relacionales contienen aspectos morales, sin
embargo, muchos de los síntomas están arraigados en un tipo
de moralidad concebida como ahistórica y verdadera no susceptible de cambio y a la crítica. La ética nos permite reflexionar
desde premisas básicas como el respeto (amor), la tolerancia, y la
auto-crítica a la luz de una contextualización social, con el fin de
redefinir nuestros valores, sobre todos aquellos que están caducos
ante los cambios dinámicos de la comunidad o sociedad a la que
pertenecemos.
Bajo estos fundamentos, la terapia familiar que defendemos
aquí tiene los siguientes objetivos: 1. Resolver el problema que
aqueja a las personas o familias (rompiendo las pautas relacionales
58
circulares o diluyendo el discurso dominante). 2. Devolver la esperanza mediante la posibilidad de que se visualicen como actores con recursos capaces de construir escenarios relacionales
más saludables. 3. Dicho empoderamiento va ligado a establecer
resistencias inteligentes, es decir, actuar con una gran sensibilidad social que le conduzca a negociar y llegar a consensos más
saludables. 4. Esta resistencia inteligente, a su vez, se articula a
establecer una consciencia contextual que permita ver que los
problemas individuales están vinculados a sus diversos escenarios
donde participan: familia, trabajo, barrio, comunidad, etcétera.
5. El soporte o recursos de todo esto lo encontramos en la diversidad de creencias y valores culturales que comparte una familia
o persona, sobre todo aquellos que invitan a ser más activos en la
construcción de su propia vida.
Estos son los seis fundamentos que componen la posición crítica y los objetivos para la Terapia Familiar que proponemos aquí,
en cada uno de los siguientes capítulos se tratan y trabajan no
solo como guía conceptual sino con técnicas y métodos psicoterapéuticos para lograr el cambio y restaurar el bienestar psicosocial
de las personas, por ejemplo: el diálogo terapéutico en torno a
preguntas estúpidas, el recuerdo y el olvido terapéutico, el uso de
metáforas locales para externalizar los problemas y la resistencia
activa como recurso terapéutico.
59
CAPÍTULO II
El Construccionismo Social:
Pensamiento de Larga Tradición
E
l objetivo de este breve capítulo es hacer una revisión concisa
de los actuales debates y tensiones que han surgido en torno
al construccionismo social. Para ello, analizaremos los orígenes y
los problemas conceptuales que le dan nombre y añadiremos un
repaso a la tensión entre modernidad y postmodernidad, la cual
ha servido como hilo conductor para establecer las implicaciones
del construccionismo social en la creación de un tipo de terapia
familiar centrada en el discurso, además de ser la plataforma teórica y paradigmática de nuestra propuesta para una terapia familiar crítica para Latinoamérica.
¿Qué es el construccionismo social?
Movimiento epistemológico con larga tradición
Uno de los mitos que comparten muchos profesionales de la psicología es creer que el construccionismo social es una perspectiva
nueva. Sin embargo, por una parte, no es solo una perspectiva
psicológica, sino todo un movimiento epistemológico que no establece una demarcación rígida entre las diversas disciplinas sociales ­­­–de ahí que las ciencias que comparten esta tradición se
interrelacionen (interdisciplinariamente) y participen de un lenguaje general común sobre la realidad social–, y, por otra parte,
no es un movimiento nuevo, sino un pensamiento con una larga
tradición. Para entenderlo y evitar una lectura ingenua, es necesario situar el análisis en su construcción histórica.
El análisis histórico de este movimiento se puede remontar
hasta la antigua Grecia, con Heráclito de Éfeso (Ferrater, 1994,
pág. 1.613), y continuar con el joven Marx (1982) y los trabajos
61
de la sociología del conocimiento de K. Mannheim (1987), aunque, por falta de espacio y para concretar, solo mencionaremos las
aportaciones que consideramos más relevantes, sobre todo para la
psicología social contemporánea. En este contexto, los trabajos
sobre la psicología de los años veinte y treinta del siglo pasado
de L. S. Vygotsky, (1987, 1991), G. H. Mead (1972), F. Bartlett
(1995) son un referente básico del construccionismo social, ya
que los tres autores en sus investigaciones dan cuenta de cómo
los procesos psicológico superiores como la conciencia, el pensamiento, la memoria y el self son de origen social y se constituyen
en los usos del lenguaje. Por otra parte desde la sociología, y en
concreto, la psicología social de las década de los sesenta y setenta, la etnometodología de Garfinkel (1967) el interaccionismo
simbólicos de Blumer (1982) y más tarde la extraordinaria aportación de E. Goffman (1981, 1984) son antecedentes concretos
que ubican la investigación en la interacción simbólica para señalar que esto configura la realidad psicosocial. Desde la filosofía también están las aportaciones de L. Wittgenstein (1988) y
Foucault (1983) quienes orientan la reflexión filosófica en el lenguaje y como este constituye la realidad. Más adelante aparece la
obra de P. Berger y T. Luckmann (1979) quienes explícitamente
se refieren a la construcción social de la realidad. Y en los años
ochenta R. Harre y P. F. Secord (1972) desde la psicología social
proponen la etogenia que ubica la investigación psicosocial en los
contextos empíricos naturales donde la gente interactúa teniendo
como centro de atención el análisis del discurso. En otro frente
desde la teoría de la ciencia, y en especial de los historiadores
de la ciencia, la obra de T. Kuhn (1990) la “Estructura de las
Revoluciones Científicas” desmitifica el sentido de representación fiel de la teoría científica a la realidad.
Solo por dar unos ejemplos con un poco más de detalle,
Wittgenstein (1988) señala que el uso que hacemos de lenguaje
62
para referirnos a nosotros mismos, a otras personas, a situaciones,
a fenómenos naturales, etc., no tiene como objetivo central representar el mundo, sino construirlo. Tal construcción está articulada en una serie de reglas y contextos particulares que denomina
“juegos de lenguaje y formas de vida”, respectivamente, los cuales
definen la naturaleza específica de la interacción social.
Por su parte, Foucault, en La arqueología del saber (1983), al
analizar los sistemas del pensamiento occidental, indica que no
existe una sola versión de la historia, sino discursos dominantes
y alternativos que refieren y tratan de diversa manera los mismos
hechos sociales. Bajo este análisis histórico, muestra con maestría
cómo discurso, práctica y poder son inseparables para constituir
la realidad social.
Mientras tanto, las aportaciones epistemológicas de T. Kuhn
(1990) desmitificaron la imagen de ciencia positiva y generaron nuevas explicaciones de cómo el conocimiento científico se
construye y a la vez construye una realidad acorde a las prácticas
discursivas de la comunidad de científicos, que la conceptualiza
como paradigma.
La crisis de la psicología y psicología social positivista, donde
se evidenció la imposibilidad de establecer una gran teoría unificada en base a los miles de investigaciones y que éstas no resolvían
los retos que la realidad les presentaba.
La coincidencia de estos diversos movimientos, disciplinas y
autores desembocó en el artículo de K. Gergen que firma en 1985
“El movimiento construccionista social en la psicología moderna”, el cual tuvo un impacto importante en las ciencias sociales, y
especialmente en la psicología social.
Estilos y perspectivas
En principio, cabe señalar que es imposible definir en una sola
frase el construccionismo social, porque, aunque quienes se
63
consideran construccionistas partan del consenso de que la realidad es una construcción sociocultural, lo cierto es que este movimiento, como bien señala Torregrosa (1984), no evoca una
tradición unitaria, sino que existen varias aproximaciones que
interpretan y explican la construcción de la realidad de diversas
maneras. Burr (1995), por su parte, señala que este movimiento está vinculado a una serie de perspectivas y conceptos como
“psicología crítica, análisis del discurso, desconstrucción y posestructuralismo” (p.1). Para constatar esto basta con revisar los trabajos recientes donde se visualiza un gran debate y controversia
entre los construccionistas realistas (Harre, 1992a, 1992b), relativistas (Gergen, 1997, 1999), prácticos (Shotter, 1989), críticos
realistas (Parker, 1992) y críticos relativistas (Ibáñez e Íñiguez,
1997). A pesar de que les une una creencia general, cada uno
de ellos defiende una explicación distinta del modo que tiene la
realidad de construirse socialmente y, en consecuencia, proponen
metodologías diferentes a la hora de abordarla (Medina, 1993b).
Influyendo esto en la generación de estilos diversos de terapia
familiar bajo esta tradición (Medina, 2007b).
Debates en torno a conceptos construccionistas:
sentidos y sinsentidos
Hasta la fecha, el construccionismo social ha evolucionado en
diferentes direcciones y, paralelamente, se ha consolidado, distinguiéndose así de otras perspectivas. A continuación haremos puntualizaciones y reflexiones concretas sobre alguno de los conceptos
centrales que defienden los construccionistas y rebaten sus críticos.
La realidad. La más común de las críticas dirigidas al construccionismo, que además causa mucho rechazo, es que se diga
que niega la realidad. Sin embargo, este movimiento parte de la
idea de que la realidad existe, pero no como algo que trascienda
las prácticas humanas o como fenómeno ahistórico. Esta crítica
64
hace mucho ruido, no sólo por su postura epistemológica, sino
por la posición de corresponsabilidad en que nos sitúa a la comunidad de científicos y profesionales, quienes sustentan un enorme
poder en las sociedades occidentalizadas. (¿Cómo construimos la
realidad, ¿para qué? y ¿para quién?)
Usos de lenguaje. Cuando se señala que la realidad se construye en los usos del lenguaje, no quiere decir que se reduzca a una
cuestión lingüística, subjetiva o incluso cognitiva. Por una parte,
el análisis se realiza sobre la forma en que utilizamos el lenguaje, y
esto de inmediato nos conduce a sus usuarios, sus prácticas y contextos: grupos de personas histórica y culturalmente situadas que
interactúan simbólicamente. Por otra parte, el construccionismo
social no es una perspectiva cognitiva, ya que no se ocupa de la
forma en que los individuos entienden y construyen su realidad
interna o individualmente, sino de cómo los individuos construyen el mundo en colaboración: un acto individual es siempre
un acto socialmente significativo, porque dicho acto comunica,
y este siempre está en el campo del consenso y negociación con
los otros.
La identidad y el self. Si bien es cierto que la identidad es el
espació de reconocimiento personal con una cierta estabilidad en
el tiempo (Linares, 1996), está siempre en constante negociación
y construcción con los otros. Es decir, la identidad no se concibe,
desde el construccionismo social, como un estado interior fijo y
predeterminado para siempre, ya sea por sus condiciones genéticas o experiencia infantil, sino como una campo imaginario cultural que se construye en la narrativa y se constata “realmente” en
marcos sociales organizados (Shotter, 1989). En otras palabras, la
identidad como narrativa sobre sí mismo se pone siempre en juego ante diversos escenarios relacionales, la cual se defiende activamente por la persona, aunque también puede estar en cualquier
etapa de la vida expuesta al cambio. Dentro de esta tradición hay
65
un sin número de estudios sobre el concepto del self e identidad
(Mead, 1972, Goffman, 1981, Harré, 1989, Habermas, 1990,
Gergen, 1992, etc.) donde se explica cómo una persona va constituyendo su propia singularidad, siempre mediante la interacción con los otros. En otras palabras, la única manera de que una
persona enriquezca su propia identidad es a través de la interacción con el mundo social, y serán los usos del lenguaje la forma
en que podrá establecer el vínculo con los otros y en que pueda
incorporar a sí mismo una forma de ser, que es activa no pasiva.
Biología y cultura. El construccionismo social no niega las
condiciones biológicas en las que se asientan las personas y toda
su historia filogenética; sin embargo, entiende que su herencia
biológica es trascendida mediante la socialización simbólica, culturalizando, con ello, al cuerpo, el cual toma forma a través de la
práctica cotidiana local. Por lo tanto, el uso de la experimentación comparativa de animales a personas reduce enormemente la
complejidad psicosocial de lo humano.
La postura de un construccionista respecto a otras perspectivas.
El construccionismo social no rechaza ninguna otra perspectiva,
sino más bien entiende que existe una gran diversidad de discursos que explican y construyen la realidad de manera distinta.
Así, potencia epistemológica, teórica y metodológicamente cualquier orientación siempre y cuando se parta de que son procesos
conversacionales co-construidos en contextos particulares y que
refieren modestamente a una parte de la realidad.
La tensión entre la modernidad y la postmodernidad
Otro de los aspectos polémicos en torno al construccionismo
social es la tensión entre la modernidad y la postmodernidad.
Algunos inscriben el construccionismo en la postmodernidad
(Gergen, 1989; Ibáñez, 1989), mientras que otros (Harré, 1992)
lo ubican como producto del pensamiento moderno.
66
La modernidad. La modernidad se constituyó en el proyecto
social que sustentaría la ciencia, así lo presentó Comte (1982)
al señalar que la ciencia es una clase de conocimiento positivo
porque , no solo conduce a la certeza, sino a la construcción de
una sociedad orientada al progreso y desarrollo y con ello al bienestar social. Desde entonces ciencia positiva y modernidad se
conjugan.
Uno de los aspectos sustantivos que distinguen la modernidad
de otro tipo de pensamientos es su orientación al cambio. La modernidad es una teoría que favorece la racionalidad científica con
el fin de que esta provea de conocimientos y tecnologías que conduzcan a la transformación de la vida social. Su principal justificación es construir una sociedad más justa que tenga la capacidad
de reflexionar sobre sí misma para establecer los cambios necesarios: lo que comúnmente se conoce como progreso. Progreso y
modernidad van de la mano, lo que significa, en términos generales, que las cosas en el futuro siempre pueden mejorar.
Las sociedades modernas han incorporado la crítica como
ejercicio reflexivo que contribuye a generar nuevos conocimientos y, en consecuencia, nuevas posibilidades de vida. En este sentido, las ciencias sociales juegan un papel fundamental, porque
tal como señala A. Giddens (1997a) “la revisión de las prácticas
sociales, a la luz del conocimiento sobre esas mismas prácticas,
forma parte del auténtico tejido de las instituciones modernas”
(p. 48).
Giddens (1997a y b), Habermas (1985) y Harre (1990) defienden la modernidad y coinciden en señalar que la modernidad
no es algo que haya terminado. Harre (1990) especialmente señala la idea de que el construccionismo social es un producto del
pensamiento moderno.
La postmodernidad. Aunque el concepto de postmodernidad es muy amplio, para los fines del presente trabajo solo nos
67
referiremos a dos de sus ideas clave (en el siguiente capítulo se
aborda con mayor detalle). En primer lugar, no privilegia un
conocimiento en particular como representante de la realidad,
sino que acepta la diversidad cultural basada en la existencia de
diferentes formas de conocimiento. Por lo que sugiere darle más
poder a las metodologías ideográficas, que se enfocan en el análisis de un discurso que, en principio, busque respuestas en las
explicaciones que dan los propios actores que construyen su realidad local.
En segundo lugar, hace una evaluación sobre los beneficios
sociales de la ciencia después de cuatrocientos años, para hacer
ver que el proyecto social de la ciencia que se denominó modernidad fracasó, es cierto que conocemos más de los fenómenos de
la naturaleza y la sociedad, sin embargo los usos de la ciencia no
han logrado bienestar para las mayorías de la población, e incluso
señala que la ciencia se ha utilizado para manipular, explotar e
incluso destruir. Por lo que se propone integrar la reflexión ética
al método científico, que pregunta el para qué y para quién de los
resultados de la ciencia.
Sin embargo, creemos que no existe todavía un cuerpo conceptual unificado que defina la postmodernidad como movimiento,
época, pensamiento o, como algunos consideran, otro tipo de racionalidad. Si revisamos con detenimiento sus propuestas, siempre han estado presentes, por lo menos en la cultura occidental,
desde la filosofía helénica hasta la fecha: es la vieja tensión entre
los que defienden el método ideográfico y el método nomotético,
es la clásica discusión entre los cualitativistas y los cuantitativistas. El ataque de los postmodernos se dirige básicamente a la filosofía positivista, que cabe decir, no es la única representante de
la modernidad.
En resumen, la reflexión postmoderna más bien tiene que ver
con una crítica a los usos de la ciencia. Es decir, la postmodernidad
68
propone incluir en el quehacer científico la reflexión critica-ético
como elemento sustantivo que garantice el respeto a la diferencia
y la diversidad de formas de vida, un aspecto necesario hoy en
día por la manera en que algunos grupos usan la ciencia y sus
productos y abusan de ellos en nombre de la verdad universal y
del progreso. En términos generales se denuncia el retroceso de
algunas comunidades científicas que han olvidado el fundamento
crítico que sostiene a la modernidad como proyecto de forma de
vida y, con ello, a la razón científica.
Hacia una psicología social construccionista crítica
en Latinoamérica
Latinoamérica: mosaico discursivo psicosocial
En una realidad tan particular como Latinoamérica, y en especial
la mexicana, donde la pobreza, el racismo, la corrupción, la violencia y la impunidad son elementos cotidianos, conceptos como
modernidad y postmodernidad no encuentran un sentido lógico,
porque existen regiones donde la modernidad no se ha presentado, donde las formas tradicionales son parte de la vida cotidiana y donde quienes se consideran modernos, más que utilizar la
ciencia para establecer un progreso basado en el bienestar social
y hacer de las necesidades básicas un derecho, utilizan el término para lucrar, explotar, oprimir, usurpar, manipular y poner en
peligro la riqueza histórica, cultural y natural que caracteriza a
Latinoamérica. La mayoría de las instituciones en México no han
alcanzado en ninguna área el ideal moderno, y mucho menos
han reflexionado sobre su condición: el uso de la crítica corre el
riesgo, por lo regular, de convertirse en un problema personal,
donde se pone en riesgo, el trabajo y en algunas ocasiones la vida.
En este contexto más bien se ha producido una clase de híbrido que no tiene ninguna relación con la modernidad o la postmodernidad que explican los intelectuales desde otras condiciones
69
sociales. Denominamos a este híbrido mosaico discursivo psicosocial, pues en él se entremezclan varios pensamientos y prácticas
sociales: ancestrales (maya, huichol, náhuatl, etc.), tradicionales
(iglesia, instituciones de gobierno, ejercito, etc.), modernas (pequeños y medianos empresarios, tecnológicos y algunas universidades) y postmodernas (algunas asociaciones civiles, literarios,
zapatistas, etc.)
La pobreza y la gran diversidad étnica-cultural que distingue a
Latinoamérica sitúan la tensión entre modernidad y postmodernidad en otra dimensión que va más allá de la reflexión epistemológica para convertirse en una denuncia política sobre las incongruencias del discurso científico, sobre todo el que descalifica
otras posibilidades de vivir y usa la ciencia para someter a aquellos
que se resisten y defienden su propia sabiduría y forma de vida.
Bajo esta contextualización fundamentamos lo que denominamos en esta obra terapia familiar crítica.
Contribuciones del pensamiento latinoamericano
para una terapia familiar crítica
Tales condiciones de vida en Latinoamérica justifican una tipo de
terapia familiar crítica. Son varios los autores latinoamericanos
que han contribuido a constituir una teoría crítica que puede
ser un gran recurso para el tipo de psicoterapia que proponemos aquí. Cabe destacar los trabajos de M. Montero (1994), P.
Fernández (1994a y b) y B. Jiménez (1994).
Particularmente nos llama la atención las propuestas de Paulo
Freire (1971) e Ignacio Martín-Baró (1998), el primero desde
la educación promueve la práctica de la libertad. Su propuesta,
con un tono político, nos lleva a explorar la práctica educativa
desde lo psicológico, lo sociológico y la filosofía, y a concluir que
el proceso de concienciación como objetivo de la educación de
la persona debe articularse con su dimensión social y política;
70
además, pone de manifiesto la dialéctica histórica entre el saber
y el hacer, el crecimiento individual como organización comunitaria y la liberación personal a través de la transformación social.
Por su parte Martín-Baró (1998) propone una “psicología de
la liberación” para Latinoamérica. Su epistemológica está dirigida
a trabajar con los grupos oprimidos (que son la mayoría de la
población) desde ellos y no para ellos, evitando que el experto
piense por ellos mediante la transmisión de sus esquemas o que
resuelva sus problemas. Esta idea lo llevó a establecer una clase de
ciencia social politizada. Su justificación ante tal propuesta, en
sus propias palabras, era: “Frente a la tortura y el asesinato [...]
hay que tomar partido” (pp. 299-300).
Construccionismo social, psicología social crítica
y terapia familiar
La propuesta de introducir una agenda política en la psicología
social y en la terapia familiar se debe a que el uso de la ciencia
no garantiza siempre progreso, y mucho menos bienestar social.
Cabe preguntarse si el construccionismo social por sí solo puede
ser una psicología social crítica. Aunque se trate de una teoría
social menos rígida que otras, porque metodológicamente fundamenta sus interpretaciones en las explicaciones de los propios actores, evitando con ello la sobre interpretación, creemos que no es
suficiente para que este movimiento se considere un pensamiento
crítico. Como en cualquier otra perspectiva, es necesaria una posición política abierta. Al respecto, coincidimos con E. Burman
(1997) cuando señala: “Ser crítico es más que social: es ser político [...]. Es el compromiso político, más que cualquier teoría
psicológica alternativa, lo que nos hace críticos” (p. 231). Una
postura política para los psicólogos sociales y terapeutas familiares en Latinoamérica se justifica por dos razones: 1. Porque existen circunstancias en que la gran mayoría no es libre de ejercer su
71
propia elección de vida (por ejemplo, nacer en la pobreza o un
país con instituciones pobres predetermina muchos aspectos); y
2. No siempre todo vale, es necesario la reflexión ética-política
para garantizar el respeto a la diversidad (por ejemplo, cualquier
pensamiento o ideología fundamentalista como los grupos paramilitares, racistas, neonazi o religiosos se amparan en el derecho
al pluralismo, o un padre de familia maltratador que justifica su
acción en una moral rígida machista-católica).
Por ello creemos necesario integrar a la epistemología construccionista dos posturas fundamentales:
1) Una postura política, como base central de la reflexión social. Para ello es necesario explicitar una posición claramente humanista-social que garantice el respeto y tolerancia a la
diversidad y diferencia, y trabajar para establecer una base
política-democrática y económica sólida para todos, con el
fin de generar bienestar social.
2) Una postura práctica, como meta última de nuestro pensamiento. Esto es porque el problema fundamental hoy de
la teoría social crítica es su falta de praxis. Desde nuestro
contexto, Latinoamérica, la intervención es fundamental y
necesaria. Creemos que la psicología social no tiene como
único propósito la explicación de los fenómenos, sino que
su justificación se basa en la capacidad de que dicha explicación genere cambios y que solo aplicando la teoría en contextos específicos podremos ver su relevancia o incongruencia, y una forma de hacerlo es desde la terapia familiar que
aquí proponemos.
Terapia familiar crítica desde Latinoamérica
Bajo este paraguas epistemológico proponemos una terapia familiar de corte crítico, que tendría los siguientes objetivos:
72
1) Promover cambios modestos. Nuestra propuesta no intenta
alimentar una gran revolución para producir a corto plazo cambios macro políticos, pues no solo sería ingenuo, sino ilusorio.
El objetivo es impulsar cambios modestos desde la psicoterapia
mediante una psicología social crítica que haga referencia a contextos donde la persona convive cotidianamente como su familia,
trabajo, vecindario, comunidad, etc., con el objetivo de que los
actores se vean en contexto, no dar por sentado los postulados
que los rigen, y establecer co-responsablemente cambios locales
necesarios que tienen un vínculo íntimo con el bienestar o malestar personal.
2) Integrar la reflexión crítica-ética. Una terapia familiar crítica en Latinoamérica tiene que ver también, y sobre todo, con
el análisis crítico de nuestras propias prácticas y de los usos que
hacemos de los modelos psicoterapéuticos -¿para qué y para
quién?–, al que ya he hecho referencia anteriormente. En este
punto cabe agregar que nos parece no solo incongruente, sino
irritante, ver grupos de psicólogos que se autodenominan construccionistas o postmodernos solo porque utilizan la metáfora de
los usos del lenguaje como herramienta metodológica, aunque su
discurso siga teniendo contendidos de verdad universal, rechace
sistemáticamente otras formas de pensar que no encajan con sus
propuestas y sus prácticas como miembros de una comunidad
científica o psicoterapéutica sigan siendo tradicionales: esto no es
modernidad ni posmodernidad.
73
CAPÍTULO III
Las Familias en la Teoría Social:
Diversidad y Contradicciones
E
n la mayoría de las culturas, la familia es una entidad concreta que forma parte de nuestra vida cotidiana. Es decir, cuando se menciona la palabra familia, todos damos por sentado a qué
se refiere y nadie puede negar que distinguimos la familia de otros
grupos humanos; incluso, si demandamos de cualquier persona
en la calle una definición de la familia, nos sorprenderá que todos
tienen una respuesta.
La familia como objeto de análisis de
organizaciones internacionales
Es tal la relevancia de la familia que la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) declaró 1994 el Año Internacional
de la Familia. Ese mismo año se llevó a cabo la Conferencia
Internacional sobre Población y Desarrollo en El Cairo (Egipto),
que tenía en la agenda como punto principal de discusión el tema
que nos ocupa. Aunque no definieron un modelo único de familia, reconocieron a “la familia como unidad básica de la sociedad
y eje de la red de organización social”.
La familia como problema y objeto de estudio
de las ciencias sociales
Por otra parte, las ciencias sociales han hecho de la familia un
campo empírico de estudio e intervención. Especialmente la sociología, la historia, la antropología y la psicología social han encontrado en la familia un grupo de enorme interés de estudio,
pero a la vez complejo y difícil de abordar. Incluso dentro de una
misma disciplina existe una gran variedad de perspectivas que
75
estudian, explican y tratan la familia de muy diversas maneras.
Por ejemplo, en el campo de la psicoterapia, la familia se ha convertido en el centro de análisis para conocer el bienestar o malestar personal, de hecho aparece la familia como parte de un estilo
psicoterapéutico para la intervención al que hacemos referencia
en esta obra: terapia familiar.
A pesar de las dificultades, el estudio de este asunto ha resultado importante para comprender y explicar diversos comportamientos, desde lo macroeconómico hasta lo psicológico. En los
países que gozan hoy de bienestar social, su análisis ha sido fundamental para diseñar políticas sociales a fin de elevar la calidad
de vida y descubrir una gran variedad de indicadores de enorme
significado para toda una población: salud, educación, trabajo,
vivienda, recreación, poder adquisitivo, etc.
La familia en la modernidad: racionalidad científica y progreso
Tal como se señaló en el capítulo anterior, la modernidad como
movimiento y forma de pensamiento tiene varios orígenes, de
los cuales destaca el que se dio dentro de las diversas corrientes
del Cristianismo; sin embargo, en este trabajo revisaremos principalmente la modernidad que se inicia en el Renacimiento, en el
marco de la razón científica.
La modernidad como filosofía y forma de vida nace como respuesta al conocimiento tradicional que organizaba la vida cotidiana de la Europa del siglo XVII. Bajo la racionalidad científica, el
pensamiento moderno se distingue, principalmente, por su orientación hacia el cambio mediante una cultura de creación de conocimientos y tecnologías que conduzcan a la transformación y
desarrollo de la vida social. Su principal justificación es construir
una sociedad más justa, que tenga la capacidad de reflexionar sobre sí misma y de establecer los cambios necesarios para su mejora
sostenida; lo que comúnmente se conoce como progreso. Progreso
76
y modernidad van de la mano, pues significan, en términos generales, que las cosas en el futuro siempre pueden ser mejores que
como están hoy. En otras palabras, modernidad y progreso dirigen
sus objetivos hacia la ruptura de la tradición.
Hoy, se pueden distinguir dos tipos de modernidad: los que se
basan en la razón positiva y los postpositivistas. Sobre la primera
podemos encontrar en Comte (1982) y Popper (1996) sus principales exponentes, mientras que de la segunda lo son Habermas
(1985), Giddens (1997) y Harre (1986). A pesar de las diferencias,
ambas ven en la ciencia el conocimiento privilegiado que garantizará el progreso, el desarrollo y bienestar social y la posibilidad de que
el ser humano alcance su libertad bajo un proceso racional y de reflexión. Además, ambas comparten la idea de establecer una teoría
general que explique la naturaleza del fenómeno social. Bajo este
marco utópico-filosófico analizamos a continuación a la familia.
La familia como problema y objeto de estudio
de las ciencias sociales
Es curioso el origen del término familia, porque está estrechamente relacionado con una concepción tradicional; es en sí misma una palabra latina derivada de famulus (sirviente), que originalmente significaba el lugar donde todos los esclavos y sirvientes
vivían bajo un mismo techo. Después se trasladó el concepto para
definir el hogar donde vivía el señor de la casa, la esposa y sus
hijos, así como los sirvientes, dentro de un mismo control. Desde
entonces la familia se ha venido transformando y diversificando.
Las sociedades modernas se distinguen por crear instituciones
fuertes y estables con el fin de generar comportamientos regulares
y predictivos que ordenen las diversas interacciones sociales. Este
proceso de institucionalización en la sociedad permitirá un cierto
control de la vida social y, al mismo tiempo, crear cambios en un
marco de estabilidad.
77
Bajo esta lógica y la óptica de la sociología estructural funcionalista, la familia es concebida como una institución. Para
las ciencias sociales que comparten la filosofía moderna, la familia es una de las instituciones centrales y fundamentales de la
sociedad.
Las sociedades modernas conciben a la familia como una dimensión social que puede ser mejorada día a día para aumentar la
calidad de vida de sus integrantes y, por ende, de la sociedad a la
que pertenece. Por ello, bajo este pensamiento, la familia es concebida por las ciencias sociales como un problema y un objeto
empírico de estudio.
Pero no fue sino hasta finales del siglo XIX y a principios del
XX cuando en Europa se empezó a percibir, públicamente y desde las ciencias sociales, a la familia como un problema de estudio.
Las primeras afirmaciones se dieron cuando se estableció una conexión directa entre el alcoholismo de los padres y la negligencia
hacia los hijos (Cheal, 1991). La tarea principal ha sido desde
entonces conocer, a través del método científico, las funciones
que cumple la familia en la sociedad, su naturaleza, su desarrollo
y problemática; arrojar datos objetivos sobre la familia con el fin
de establecer políticas sociales de prevención y de control.
La sociología estándar y los estudios sobre la familia
Más tarde, en los años cuarenta principalmente en los Estados
Unidos de Norteamérica proliferó la investigación social de la
familia, predominando el campo de aquellos que retoman el estudio del antropólogo G.P. Murdock (1949) que consideraba la
familia nuclear como el eje donde se sostienen las sociedades modernas (Goldthorpe, 1987).
Es Talcon Parsons (1984) quien propone un marco epistemológico sólido para la sociología, desde el que se sustentaron
la mayor parte de las investigaciones sociológicas en las décadas
78
de los cuarenta, cincuenta y sesenta. El centro ontológico de su
propuesta es la teoría de sistemas, que se basa en la filosofía estructural funcionalista.
Los estudios sociológicos de la familia de esta tradición se
preocuparon principalmente por dos problemas: por una parte,
explicar los cambios de la familia como resultado de la transformación macro-sociales, especialmente los de orden económico, y,
por otra, conocer las diversas funciones que cumple este tipo de
familia en la sociedad moderna.
Familia y sociedad
“Con las debidas precauciones, puede decirse que el análisis de la
terminología del parentesco es una vía de aproximación extremadamente útil al estudio de la estructura social” (Parsons, 1994,
p.31). Talcon Parsons consideró la familia como una institución
fundamental para las sociedades modernas, y situó la familia nuclear como el tipo de estructura ideal que no entra en conflicto
con los requerimientos de la economía industrial.
Bajo esta idea se plantearon varias líneas de investigación, de las
cuales sobresale la relación entre los cambios macro-estructurales
y los cambios de la familia. Así por ejemplo, Harris (1983) señala
que, si la estructura social cambia, las formas de vida familiar se
adaptarán al cambio, asegurando con ello la continuidad de la
sociedad. Otros estudiosos (Goode, 1968; Nimkoff y Middleton,
1960; Winch y Blumberg, 1969) señalan que los cambios y la
naturaleza estructural y funcional de la familia están íntimamente relacionados con los modos de producción. Por ejemplo, las
sociedades primitivas y preindustriales, basadas en la casería, y las
sociedades modernas de hoy en día se componen de familias pequeñas, mientras que las sociedades agrícolas están caracterizadas
por tener familias numerosas y establecer una conexión estrechan
entre la familia extensa. La gran mayoría de las investigaciones
79
sociológicas de esta tradición concordaban en la relación entre
el proceso de industrialización y urbanización y los cambios de
la familia, concluyendo que la familia nuclear es la institución
que cumple y satisface los requerimientos de la sociedad moderna
(Reiss, 1965).
Aunque también señalan que no es posible predecir los patrones familiares sobre la base del estudio de los cambios económicos y tecnológicos, es necesario un área especializada para los
estudios sociales de la familia.
Las funciones de la familia moderna
Otras de las líneas de investigación de la sociología estructural
funcionalista fue la de conocer las funciones que desempeña la familia en las sociedades modernas. La mayoría de los estudios daban por sentada la importancia de la familia nuclear en el proceso
de modernización de cualquier sociedad y coinciden en señalar,
retomando la investigación de G.P. Murdock (1949), que este
tipo de familia cumple con cuatro funciones básicas: sexualidad,
reproducción, socialización y economía.
Los sociólogos de la familia de esta tradición también hacen
hincapié en la naturaleza cambiante de las funciones familiares a
través del tiempo, tales cambios los asocian al proceso de urbanización e industrialización de las sociedades (Ogburn, 1929). El
propio T. Parsons (1943,1949) reconoció que algunas funciones
tradicionales que desempeñaba la familia habían sido absorbidas por otras instituciones como parte de la modernización de
la sociedad. Sin embargo, se aventuró a señalar que la familia
nuclear cumple una serie de funciones universales como parte
de la sociedad moderna industrial: la socialización de los niños,
la estabilización de la personalidad y el manejo de la tensión de
los adultos. Y definió las funciones de la pareja en los siguientes términos: “el esposo-padre es quien provee de los recursos
80
económicos mediante un empleo, mientras que la esposa-madre
se queda en casa para velar y cuidar de las necesidades emocionales de los miembros de la familia […] al esposo-padre como
líder instrumental y a la esposa-madre como líder expresivo. Tal
diferenciación de roles […] era imprescindible, tanto para las necesidades de la propia estructura social como para no establecer
una relación de competencia entre la pareja que pudiera minar la
solidaridad de la relación de los esposos” (Parsons, 1994, p.55).
La generación de políticas familiares
Los resultados de la investigación sociológica estructural-funcionalista sobre la familia en los Estados Unidos de Norteamérica y
Europa generaron la creación de políticas orientadas a fortalecer
la familia nuclear como parte del proyecto global de la modernización de la sociedad. Se consideró importante reforzar y estimular aquellas familias que cumplieran con los requerimientos de
la sociedad industrial, se abrieron nuevos presupuestos de ayuda
a parejas con hijos, se crearon sistemas de salud y protección infantil con el fin de amparar a los futuros ciudadanos, nació el
derecho familiar para tratar aquellos temas relacionados con la
violencia familiar, el divorcio, la adopción, etc. De alguna manera
mediante las políticas sociales se promueve, estimula, defiende y
construye la familia nuclear.
La familia en Latinoamérica y la teoría
social familiar anglosajona
Antes de continuar con el tema de las familias latinoamericanas,
se preguntarán qué relación guarda la gran diversidad de investigaciones sociales sobre la familia en Estados Unidos y Europa con los
estudios realizados en Latinoamérica, y especialmente en México.
El pensamiento anglosajón ha traspasado sus fronteras para
incorporarse a la comunidad académica, fundamentalmente en
81
los programas universitarios de Latinoamérica. El pensamiento
funcional estructural es presentado por muchos como un conocimiento científico que arroja datos objetivos y universales, capaz
de trascender las particularidades históricas y culturales. Por ello,
la gran mayoría de las investigaciones sobre la familia latinoamericana está influenciada por dicho pensamiento, así que hemos
adoptado las mismas líneas de investigación y nos centramos en
la familia nuclear como el eje sobre el que giran otras formas de
familia. Como consecuencia, muchos de los resultados de la investigación sobre la familia latinoamericana coinciden plenamente con el tipo de familia que describen los estudios anglosajones.
Aunque cabe señalar que esta forma de concebir la familia es
interpretada de forma distinta en Latinoamérica, matizada especialmente por la moral católica que practica la gran mayoría
de la población. Tal moral promueve, desde la iglesia, la familia nuclear basada en la pareja heterosexual, la repartición de roles tradicionales entre la pareja como si estos fueran naturales o
dictado de Dios, la práctica sexual y la reproducción dentro del
matrimonio e inculcar las “buenas” costumbres y valores a los hijos. Reinterpretando la familia nuclear moderna de la sociología
funcional-estructural por un tipo de familia nuclear-tradicional
con matices machistas.
La mezcla de estos dos sistemas de creencias, la católica y la
científica, ha generado una incipiente política social dirigida a
fortalecer la familia nuclear, en el caso de México a través de
Desarrollo Integral de la Familia (DIF), organización liderada
por las “esposas” de los gobernantes, desde donde estimulan y
defienden moral e institucionalmente la imagen de la familia
nuclear-tradicional mediante prácticas de beneficencia y caridad.
Tal como veremos más adelante, tales políticas sobre la familia
en Latinoamérica son hoy en día una contradicción que no coincide con la compleja y diversa realidad. Esto ha generado, además
82
de desconcierto, exclusión institucional y con ello marginación
a muchos grupos y comunidades que no comparten la imagen
tradicional de la familia moderna-tradicional.
La modernidad, ¿una promesa incumplida?
A pesar de los nuevos defensores de la modernidad (Habermas,
1985; Giddens, 1987; Harre, 1986), el hecho es que han pasado más de cuatro siglos desde que la era moderna basada en la
cultura científica apareció. La agenda estaba llena de ilusiones
que serían satisfechas por la ciencia: una sociedad más justa en
el marco de un progreso y desarrollo sostenido en todas las áreas.
Es cierto que la ciencia ha avanzado y ha resuelto innumerables problemas que han aquejado a la humanidad, sobre todo en
el campo de la medicina, donde se pueden constatar sus ventajas;
la física, por su parte, ha creado una serie de tecnologías que potencian mil veces las capacidades de los seres humanos y permiten
interactuar con la naturaleza de forma sorprendente. En resumen,
no cabe duda de que, a la luz de la ciencia, hoy conocemos más,
mucho más, sobre la naturaleza y sus incontables fenómenos.
Sin embargo, el verdadero espíritu de la modernidad no descansa solo en representar la realidad o conocer más de ella, sino
en la posibilidad de que dicho conocimiento genere bienestar social por lo menos para la mayoría. Desde mi particular posición,
y desde México, cabe preguntarse cuestiones básicas que sustentan a la modernidad como forma de vida alternativa: ¿ha sido
reducida la pobreza?, ¿la mayoría de la población ha alcanzado
una calidad de vida basada por lo menos en cubrir las necesidades básicas?, ¿el progreso ha sido para la mayoría de las culturas?,
¿existen menos problemas hoy que hace cuatro siglos? Si la respuesta a la mayoría de las preguntas es no, creemos que la modernidad como forma de vida sigue siendo una promesa incumplida.
En Latinoamérica, por ejemplo siguen muriendo personas, sobre
83
todo niños, de enfermedades que actualmente son curables y la
pobreza y sus consecuencias forman parte de la vida cotidiana
de miles de familias. En este contexto, la ciencia trabaja, principalmente para generar ganancias económicas a pequeños grupos,
originando una sociedad basada en el consumismo, que no necesariamente crea calidad de vida y bienestar social.
Esta breve reflexión nos conduce a pensar que la ciencia como
instrumento ha triunfado y la modernidad como utopía e imaginario ha fracasado, por lo menos en Latinoamérica.
Aunque cabe considerar que una de las dificultades más grandes a las que se ha enfrentado la ciencia en todo el mundo es el
proyecto social, probablemente por la complejidad de su objeto
de estudio, el cual ha sido abordado desde una lógica de investigación más acorde a la naturaleza física o biológica que a la humana. El intento de producir un conocimiento social universal,
leyes con fines de predicción y control, ha tenido un rotundo
fracaso en las ciencias sociales-económicas. Prueba de ello son
los frágiles sistemas económicos de las naciones, incluso de las
más poderosas, y la diversidad de dificultades que afronta actualmente la sociedad, como la violencia, la corrupción, la pobreza,
el racismo, la marginación, el alcoholismo, la drogodependencia,
la depresión, etc.
Por otra parte, la racionalidad científica de corte positivista ha llegado a defender sus propuestas como si estas fueran la
verdad absoluta. Para ello, ha montado todo un aparato social
(comunidades de científicos, asociaciones, revistas científicas,
universidades, etc.) que castiga severamente (expulsión, no publicación, etc.) a aquellos que no comparten sus propuestas. Así,
se ha convertido, paradójicamente, en una cultura tradicional,
aquello contra lo que luchó y donde la modernidad encontró
su fundamento y sentido: el cuestionamiento a la tradición y los
conocimientos absolutistas.
84
En resumen, la era moderna, a la luz de este breve prediagnóstico basado en un el simple sentido común, se sustenta en una
serie de contradicciones, las cuales hacen de su proyecto, hasta
ahora, una promesa incumplida, por lo menos para la mayoría de
los la culturas. ¿O acaso el proyecto de la modernidad basado en
el bienestar social solo es posible para algunas naciones y no para
otras? En este contexto crítico-reflexivo aparece en el escenario
Latinoamérica y la palabra postmodernidad.
Teoría social y familias, en el marco de la postmodernidad
Postmodernidad
La palabra postmodernidad aparece por primera vez en el contexto artístico en el siglo XIX propuesta por el artista británico John
Watkins Chapman (Appignanesi y Garratt, 1995). En los años
sesentas del siglo XX la postmodernidad fue retomada como metáfora por los filósofos sociales para proponer un marco reflexivo
ético-critico de análisis para las ciencias y sus prácticas.
Probablemente las contribuciones postmodernas más relevantes se han dado en Francia, por ejemplo, Foucault (1983)
y Derrida (1978) en el área de la filosofía y las ciencias sociales
utilizan el termino postestructuralismo para atacar básicamente al pensamiento estructural-positivista. Postestructuralismo y
postmodernismo son tratados como sinónimos por varios autores (Burr, 1995). La idea principal de este pensamiento es desmitificar la creencia de que los fenómenos sociales siempre deben
de seguir un orden sistémico, que se dan de forma automática,
que están determinados causalmente y que tiene que tener una
evolución lógica. La propuesta de estos autores, en términos
generales, consiste en evidenciar las contradicciones del pensamiento moderno, que intentaba unificar en una sola historia
universal oficial la compleja y diversa realidad social. Más tarde,
en ese mismo contexto, Lyotard (1984) explícitamente utiliza el
85
término postmodernidad para referirse a una condición histórica
necesaria de la modernidad, y dar la bienvenida al relativismo
del conocimiento basado en la diversidad de culturas y prácticas, explicitando el fracaso del proyecto social de la modernidad
sustentado bajo la lógica científica positivista que definió Comte
(1982)
Por otra parte, a la par en los años sesenta se genera una serie de críticas a la filosofía de la ciencia que justificaba la epistemología positivista. Se puso en entre dicho la fe realista, la
cualidad representacionista de las teorías y el supuesto avance
progresivo de la ciencia. Fue la obra de Thomas Kuhn “La estructura de las revoluciones científicas” (1990) la que impactó
más en aquellos momentos. La propuesta de esta nueva epistemología que algunos la consideran postmoderna (Gergen,
1989, Ibáñez, 1989) se puede resumir en los siguientes tres
puntos:
1) La realidad es de construcción social. En el campo de las
ciencias, dicha realidad se construye mediante paradigmas.
La objetividad, la lógica racional e incluso la racionalidad se
encuentran articuladas dentro de la estructura paradigmática,
y no fuera de ella.
2) Ningún paradigma puede sustentar su veracidad en la representación de la realidad, sino en la resolución de problemas
o enigmas, los cuales son definidos por la misma comunidad
de científicos.
3) El conocimiento científico no avanza gradualmente bajo una
lógica de descubrimiento, sino a través de revoluciones, mediante el cambio de enfoques y prácticas sociales.
Tales críticas al positivismo produjeron efecto no solo en las ciencias naturales, sino también en las sociales. En este marco, son
86
varios los significados y usos que se le han dado a la postmodernidad. La mayoría de ellos se sustentan en tres ideas principales: 1.
Aceptan la diversidad cultural basada en la existencia de diversas
formas de vida que generan conocimientos propios, encontrando sentido conceptos como pluralidad, variedad, singularidad,
contingencia, caos, desorden, virtualidad, complejidad y ambivalencia. 2. Ponen a prueba cualquier conocimiento ante la reflexión ética y moral, elaborando preguntas referidas a progreso,
ciencia, tecnología, desarrollo, bienestar social, etc. (¿para qué? y
¿para quién?). 3. Metodológicamente, buscan, en principio, las
respuestas en las explicaciones que dan los propios actores que
construyen la realidad.
En los ochenta, se generaron una serie de perspectivas de corte
postmodernista de un enorme interés para las ciencias sociales.
De ellos destacamos el construccionismo social al que hicimos
referencia en el capítulo anterior, la teoría de la complejidad, del
caos, los movimientos ecológicos basados en la sustentabilidad y
los estudios de género.
En particular, la postmodernidad basada en la epistemología
postpositivista ha influido directamente en los estudiosos de la
familia, tal como veremos a continuación, que comenzaron a
cuestionar la idea de la familia nuclear como universal o un modelo único de familia al que hay que aspirar. Se abrieron nuevas
líneas de investigación. Una de ellas nos condujo a estudiar la
diversidad cultural e histórica de las familias en Latinoamérica,
así como a reconocer y, sobre todo, valorar distintas formas de
organizarse y ser familia que no estaban contempladas dentro del
discurso moderno.
La familia: nuevas direcciones de investigación social
Uno de los problemas al que se enfrentaron los sociólogos de
aquella época se produjo cuando intentaron establecer una teoría
87
unificada de la familia (Hill, 1966). Dicha teoría estaría integrada por las diversas investigaciones que hubieran estudiado a la
familia bajo la óptica estructural funcionalista. Sin embargo, tal
empresa fracasó, porque, al intentar conjuntarlas, se evidenciaron
una serie de incongruencias, contradicciones y deficiencias, generándose una crisis en la sociología de la familia.
Una de sus inconsistentes fue la de tratar de unificar una definición universal de familia nuclear o, por lo menos, un tipo de
familia que cumpliera con las funciones básicas que requieren
las sociedades industriales. Las investigaciones transculturales de
corte postpositivista mostraron no solo que en algunas culturas la
familia nuclear no existe como tal y que otro tipo de organización
cumple de forma exitosa con las funciones que supuestamente
debería desempeñar solo la familia nuclear, sino también que
en las sociedades industriales, que se autodenominan modernas,
existe una gran variedad de familias que no comparten la imagen
de familia que la sociología estándar defiende.
Sobre el primer punto, el caso más contundente es la organización judía llamada kibbutz. Melford (en Spiro, 1959), presentó
un estudio sobre los judíos que se asentaron en Palestina en los
años veinte. El kibbutz es un tipo de organización familiar basada
en el comunismo. Cuando un hombre y una mujer desean vivir
juntos, no se efectúa una ceremonia matrimonial, sino que simplemente cohabitan dentro de un mismo techo. Esto basta para
que la comunidad los considere una pareja. Los niños no viven
con sus padres, sino en un área especial, donde son criados y educados por adultos asignados por la comunidad para dicha tarea.
Todos los adultos trabajan en alguna parte de la comunidad y
los miembros de la pareja no dependen económicamente uno de
otro. Todos los trabajos domésticos son realizados por la comunidad. Este tipo de organización muestra que, aunque la función
sexual y de reproducción se centra en la pareja, la de socialización
88
y economía residen en la comunidad. Como este ejemplo existen
otros donde la familia nuclear no existe y la diversidad cultural se
expresa de distintas maneras.
Sin embargo, el verdadero desafío a la sociología estándar se
dio cuando se evidenció que en los países industrializados existe
una gran variedad de tipos de familias que no comparten el ideal
de la familia nuclear.
Son varias las líneas de investigación en esta dirección, sobre
salen aquellas que han mostrado la diversidad familiar como parte de su condición multicultural que caracteriza a las sociedades
industrializadas (Boh, 1989; Bernardes, 1986).
Otros estudios también han señalado que el divorcio, proliferación de segundos y terceros matrimonios, cambios de comportamiento de la mujer, como su integración en las universidades y
el trabajo, el usos de anticonceptivos, la decisión de tener pocos
hijos y a avanzada edad, no tenerlos o decidir tenerlos fuera del
matrimonio, han generado cambios dramáticos en la estructura
y funciones de las familias nucleares en las últimas dos décadas
(Davis, 1998).
Como consecuencia de tales transformaciones en la estructura
de la familia en los países industrializados, C. Díaz (1999) señala
que se han generado cambios cualitativos en las relaciones entre
los miembros de la familia, por ejemplo la sustitución de la familia
nuclear tradicional basada en la relación patriarcal o complementaria por la familia simétrica. Aunque cabe señalar que esto ya había
sido predicho por el estudio pionero de M. Young y P. Willmott en
1974; quienes hipotetizaron que la tecnología, al cubrir los trabajos físicamente más arduos y aburridos, extendería los empleos y
labores de las familias de la clase media hacia abajo. Ello produciría
entre las mujeres de clase trabajadora el efecto de elección entre
trabajo en el hogar o fuera de casa, aumentando con ello la elección
de carreras ocupacionales. Acorde con esta tesis, el compromiso
89
ocupacional de esposos y esposas sería cada vez más similar, por lo
que se establecería una relación simétrica entre la pareja. Al mismo
tiempo, estos autores señalaron que la influencia del feminismo se
vería en la distribución del trabajo de la casa, en proporción hacia
demandas ocupacionales sobre el tiempo, tendiendo a ser simétrica
la relación de pareja en las labores del hogar y el cuidado de los hijos. Por lo tanto, la segregación entre los roles de la pareja declinaría.
Al respecto, J. Lewis, en una interesante investigación,
“Matrimonio y cohabitación en dos generaciones” (1998), señala
que de una generación a otra en parejas que viven en Inglaterra
se puede advertir un cambio radical de comportamiento, por una
parte, es explicita la negociación en los trabajos del hogar, el cuidado de los hijos, el uso del dinero y del tiempo, y por otra, se
advierte un cambio en el discurso: se habla de tener más “libertad
e independencia personal”.
Al respecto, cabe reconocer que varios años atrás los estudios
sociales de las feministas evidenciaron muchos de los mitos construidos en torno a la familia nuclear por la sociología tradicional.
Por ejemplo, el trabajo pionero de Jessie Bernard (1972) demostró que en la unión marital existen dos matrimonios a la vez: el
de ella y el de él. El hombre y la mujer experimentan la relación
de pareja de forma distinta. Desde entonces, se plantea la idea de
que las ciencias sociales reconozcan, en serio, la perspectiva de la
mujer y las diferencias entre ambos géneros.
El género como línea de investigación de la familia se ha topado con viejos asuntos que las sociedades modernas no han podido
asimilar, como la familia basada en la relación homosexual. A
pesar de que en algunas sociedades (especialmente en los países
Escandinavos, España y ahora sorprendentemente en la capital de
México) se acepta legalmente el matrimonio entre homosexuales, sigue siendo un punto de la agenda sin resolver de muchos
países industrializados, lo que no significa que no existan parejas
90
de homosexuales o familias basadas en la relación de pareja homosexual, sino que simplemente no son reconocidas institucionalmente, constituyendo con ello una exclusión social que causa
múltiples problemas, desde cuestiones de derechos a la salud, vivienda, herencias, seguridad social, etc. hasta cuestiones emocionales que tratamos en el consultorio. Al respecto, J. Weeks, B.
Heaphy y C. Donovan (1999) abordan el mundo de las parejas
homosexuales, especialmente el tipo de relación, las formas de
establecer el poder, la manera de negociación y los tipos de compromiso que instituyen. Como conclusión, proponen incorporar
otras definiciones de familia que vayan más allá de las relaciones
de parentesco. Para ello, sugieren el concepto de familias de elección (families of choice), el cual definen como una “red de ayuda
mutua flexible pero a la vez fuerte de amigos, amantes e incluso
familiares, la cual provee de un marco de desarrollo y cuidado
mutuo, responsabilidad y compromiso de autodefinición no heterosexual” (Ibid, p.111). La propuesta es reconocer como familia
las redes emocionales que han elegido las personas para generar
una forma de vida de apoyo mutuo.
En cuanto a las parejas heterosexual, J. Reibstein y M Richards
(1992) llevaron a cabo un estudio interesante donde analizan las
relaciones amorosas de la pareja durante el matrimonio en Gran
Bretaña. Como relaciones amorosas fuera del matrimonio se refieren a la actividad sexual compartida entre un hombre y una
mujer, donde existen emociones y ataduras. Los resultados muestran un cambio radical en la conducta sexual y emocional de las
parejas de una generación a otra y concluyen que “entre un 50 y
un 75% de los hombres y una proporción poco menor de mujeres ha tenido o tiene aventuras amorosas durante el matrimonio” (p.4). Tal estudio desmitifica la relación sexual monogámica
que supuestamente practican los matrimonios de corte occidental. Por otra parte, metodológicamente hablando, Gubrium y
91
Holstein (1990), Stacey (1990, 1993) y Thorne (1992) concuerdan en señalar que la gran mayoría de los estudios de la familia
realizados por la sociología estructural-funcionalista utilizaron
como modelo las familias de blancos anglosajones de clase media,
negando implícitamente la posibilidad de que la clase social y la
cultura sean determinantes de la estructura familiar, además del
hecho de que otros tipos y formas de familia pudieran jugar un
papel importante en el proceso de modernización de la sociedad.
Cheal (1991), Huntter (1981), Popenoe (1988, 1993) y
Smith (1993), por su parte, en un tono crítico-político advierten
de los peligros de leer los resultados de las investigaciones de la
familia como universales y ahistóricos, porque pueden conducir a
ver algunas familias como desviadas o anormales por no ser similares al estándar de la familia nuclear; connotando negativamente
el creciente índice de divorcios, las relaciones extramaritales, las
familias basadas en la monoparentalidad, homosexualidad, etc.,
por considerarlas fuera del modelo de la familia nuclear, argumentando la debilidad o incluso la muerte anunciada de la institución familiar.
Tales contradicciones de la investigación de la familia estándar,
enmarcadas en el discurso moderno y en los recientes estudios basados en distintas líneas y formas de investigación postpositivistas,
generaron en los años setenta “una especie de big bang en la sociología de la familia” (Cheal, 1991, p.8). Las nuevas formas de abordar la familia nos enfrentó con otras caras, estructuras y dinámicas de la familia que analizan distintas problemáticas y reformulan
viejos problemas: el machismo y el feminismo se reubicaron en el
estudio del género, se reconocen otros tipos de relación de pareja
que no está constituida en el marco del matrimonio o la heterosexualidad, la monoparentalidad y otras formas de parentabilidad
son aceptadas, la socialización del niño es reenfocado como una
construcción sociocultural, y sobre todo se reconoce la naturaleza
92
histórica-cultural de la familia y con ello la diversidad de formas,
funciones y maneras de ser familia.
La historia no termina ahí. La diversidad de formas y estilos
de familia que hemos revisado a la luz de la teoría social postmoderna solo es un antecedente que nos alerta de lo complejo
y variado de la realidad social. Creemos que basarse en el pensamiento postmoderno es tomar una posición radical crítica que
nos conduce a reconocer otras prácticas sociales que se sustentan
en formas de vida inauditas e ilógicas con respecto al discurso
dominante. La realidad latinoamericana es una de ellas, la cual
revisaremos a continuación.
Pobreza y familias en Latinoamérica
Desde el contexto donde nos encontramos –Latinoamérica y, en
particular, México–, no es necesario hacer una profunda reflexión
filosófico-científica para evaluar los frutos de la modernidad.
Únicamente es necesario un poco de sentido común, un simple
vistazo alrededor de nosotros y una sensibilidad social para constatar que la modernidad solo es una retórica institucional que
pertenece a otras realidades sociales. Por una parte, la premodernidad en su forma más tradicional y despótico se sigue ejerciendo
en Latinoamérica, sobre todo por instituciones y grupos que gozan de un enorme poder como las gubernamentales, el ejército, la
policía, la iglesia, sindicatos, partidos políticos, paramilitares, etc.
y por otra, muchas comunidades siguen practicando una cultura
ancestral que la modernidad no ha sabido comprender y respetar.
Un indicador básico que confirma lo anterior es el nivel de pobreza, al respecto los datos señalan que en Latinoamérica a principios de los noventa, el 44% de la población vivía en la extrema
pobreza (CEPAL, 1994, p.22) y, a principios del siglo XXI, la
cifra va en aumento. En particular para México, el informe del
Banco Mundial de 1998 señala que la pobreza es alarmante. Un
93
tercio de su población vive en la pobreza, alcanzando niveles más
altos en áreas rurales (47%).
Hablar de pobreza en Latinoamérica implica referirse a otros
problemas como inestabilidad política, corrupción, centralismo y
impunidad, que han creado un ambiente de inseguridad cotidiana, sobre todo para aquellas comunidades marginadas que nacen
en desventaja social, como las indígenas, campesinas y obreras. A.
Blanco (1994) al respecto señala que la mayoría de la población
está “sometida a unas condiciones de vida que atentan no solo
contra su bienestar, sino contra su propia dignidad como personas, insertadas en una estructura social definida por la desigualdad y la injusticia, pacientes de un orden político represor, de un
modelo económico explotador y sojuzgadas a una superestructura ideológica donde la sumisión, el fatalismo, la dependencia y la
pasividad han servido para legitimar, siglo tras siglo, injusticias,
explotaciones y represiones llevadas a cabo en nombre de la ley,
de la costumbre, de la tradición, de la cultura y hasta del mismísimo Dios, en una especie de infernal circulo vicioso del que no
siempre resulta fácil salir airoso.” (p.156)
Es fundamental reconocer que la pobreza y la desigualdad social en Latinoamérica tienen sus propias características, imposible de generalizar o comparar con otras regiones del planeta, en
este sentido cabe señalar que “Latinoamérica no es una Europa o
Norteamérica más pobre” (Gissi, 1994, p.29). Esta distinción conlleva una enorme importancia teórica-metodológica, la cual nos
han conducido a reconocer que la pobreza y las familias latinoamericanas se caracterizan por tener una dinámica particular, que requiere un análisis crítico contextual y una intervención sui géneris.
Familias pobres en Latinoamérica
Hoy es inevitable hablar de familias sin referirse a la pobreza en
Latinoamérica, porque, tal como veremos a continuación, la
94
pobreza es un imperativo ineludible que ha influido directamente
en la estructura y en la dinámica de las familias.
Sin pretender abarcar la gran diversidad de culturas y realidades que encierra Latinoamérica, a continuación analizaremos
varios tipos de familia que han surgido como parte de las condiciones depauperadas en varias regiones, especialmente la centroamericana y la mexicana.
Familia y cultura de la pobreza. Es Oscar Lewis quien en 1959
se interesa por la relación entre pobreza y familia en Latinoamérica.
Este autor considera la pobreza un factor dinámico que afecta a la
participación en la esfera de la cultura nacional, creando una subcultura por sí misma.
La metodología utilizada por Lewis es la observación participativa, por considerar que, para entender la cultura de los pobres,
es necesario vivir con ellos, aprender su lengua y sus costumbres
e identificarse con sus problemas y sus aspiraciones. El estudioso
analiza la familia en varios niveles: en la perspectiva local e individual y en el estudio de una crisis y un día típico. Esto lo lleva
a consolidar un estilo metodológico propio que se podría denominar “análisis socio biográfico de la familia”. Con este método,
Lewis estudió cinco familias mexicanas (1997) que emigraron
del campo a la ciudad de México. Su trabajo destaca el proceso
de adaptación de los miembros de la familia a la ciudad, el cual
muestra la generación de una forma de vida peculiar que denominó “la cultura de la pobreza”, para referirse a un factor dinámico
familiar con sus propias modalidades y características distintivas
sociales y psicológicas, que según este autor, puede observarse en
diferentes contextos y países.
Por ejemplo, la familia Sánchez, la cual gira en torno a Jesús
Sánchez quien es considerado el ‘jefe’ de la familia, tuvo hijos con
cuatro mujeres distintas, cada una de las cuales tenía hijos de matrimonios anteriores. A pesar de la complejidad de la estructura
95
de este tipo de familia, en este caso Jesús nunca abandonó a sus
mujeres e hijos, y siempre expresó su apoyo y amor hacia ellos.
Este tipo de estructura y dinámica familiar se sigue reproduciendo, sobre todo, en las comunidades marginadas de las grandes
urbes.
La familia marginada. Cuarenta años después, la familia Sánchez que analizó Lewis tiene similitudes con el tipo de familia
que estudiamos desde el Instituto Tzapopan y la Universidad de
Guadalajara, México. Familias que necesitadas de servicios sociales, que viven en la pobreza tanto económica como cultural.
La gran mayoría de estas se caracterizan por ser extensas, donde
viven en un solo techo hasta cuatro generaciones, sobresale la
unión libre entre la pareja, que provienen de un divorcio anterior o había vivido con otra pareja o en el caso de la mujer había
sido madre soltera. Las condiciones de hacinamiento ha conducido al incesto, el cual consideran una práctica sexual habitual y
normal; el desempleo es parte de la vida cotidiana del padre; los
niños abandonan la escuela a temprana edad para incorporarse
al trabajo o la mendicidad; las madres se han sumado al trabajo
en empleos poco remunerados; el alcohol y la violencia familiar
están presentes. Por otra parte, este tipo de familias muestra una
increíble capacidad de adaptación; existe una lealtad inquebrantable hacia la madre y entre los hermanos; los lazos emocionales
entre los miembros de la familia son muy fuertes, y muchas veces
el orgullo está por encima de lo material. Este es un tipo de perfil
que encontramos en familias que viven en la marginación de las
grandes urbes y que coincide nuevamente con el concepto de
Lewis de “cultura de la pobreza”.
Las familias multiparentales. Otro de los estudios pioneros
es el que realizó Stephens en 1963 sobre familias pobres de
Jamaica. Basado en el trabajo de Edith Clare, Stephens señala que la pobreza extrema de las comunidades jamaicanas ha
96
venido a cambiar las funciones de la familia. Por ejemplo, el
matrimonio raramente existe por considerarse un lujo; el hombre se queda a vivir con su familia de origen y la mujer tendrá
una serie de amantes, por lo que los hijos que conciba perderán
el padre biológico y se acostumbrarán a interactuar y socializarse con los varones eventuales y hermanos de la madre. Aunque
muchas de las prácticas familiares son consideradas ilegales, se
aceptan culturalmente.
La familia uniparental. Son varias las causas del desarrollo de
la familia uniparental en Latinoamérica. Las más comunes son
tres, las cuales están estrechamente relacionadas con las condiciones de pobreza: la emigración, el abandono y la guerra.
En Latinoamérica existen miles de familias en las que uno de
sus miembros ha emigrado con el fin de encontrar mejores oportunidades de trabajo. La ausencia del padre por largas temporadas
es parte de la vida cotidiana en muchas de las familias.
Por otra parte, el abandono del padre está estrechamente relacionado con la cultura machista, que se practica especialmente en
las comunidades marginadas de las grandes urbes. Este machismo
se distingue por el reconocimiento social al hombre en razón del
número de uniones que establezca y de los hijos que procree.
La guerra civil, los movimientos armados y últimamente la violencia desde el crimen organizado especialmente en México –son
otros de los factores que han generado las familias uniparentales.
Esto ha generado un fenómeno denominado “feminización de la
pobreza” (CEPAL, 1994, p.41); donde se combina la ausencia del
padre con una ineficiente o inexistente política social de protección
a la familia y la infancia de parte del estado, ha conducido a las mujeres a hacerse responsables en su totalidad de los críos, asumiendo
el rol económico y el manejo de situaciones de crisis.
Los niños de la calle como organización familiar. El caso más
dramático y triste que genera la pobreza es el de los niños de la
97
calle. Son miles de menores de edad que viven literalmente en la
calle de las grandes urbes. La UNICEF estima que existen más
de cuarenta millones de niños y niñas que viven sin ninguna
supervisión parental en el mundo (UNICEF, 1994; Ingoldsby,
1995). Los niños de la calle en Latinoamérica se dedican a la
mendicidad, la delincuencia o el trabajo callejero (UNAM,
1996); se agrupan, y sus edades fluctúan entre cinco y dieciséis
años; establecen territorios y códigos de lenguaje particulares.
Según investigaciones, son niños que huyen de la violencia familiar, provienen de familias pobres que están atrapadas en el
alcohol, la droga, la prostitución, la marginación y la delincuencia (Fletes, 1995, 1996).
Consideramos a los niños de la calle un tipo de familia porque
prácticamente cumplen las condiciones de una familia: socialización, cuidado mutuo y protección de sus miembros (bajo una
lógica propia); incluso establecen lazos emocionales. Este tipo de
familia rompe con todos los estereotipos conocidos.
Las familias indígenas. Por último, nos referiremos a las familias indígenas, especialmente a las que “viven todavía en el medio
rural. El 80% de la población indígena en México vive en la extrema pobreza”. (CEPAL, 1994, p.114). Cabe señalar también
que la pobreza rural es mas crónica y estructural que la de las ciudades, porque la cobertura de servicios básicos como educación,
electricidad, agua potable y salud es insuficiente.
Otra de las características de las comunidades premodernas
es la el racismo. El racismo en México y Centroamérica es de
tipo institucional, y se practica desde los gobiernos que, paradójicamente, se autodenominan modernos. El ejército y la policía
son las principales instituciones que tienen aterrorizada a la gran
mayoría de las poblaciones étnicas que viven en el campo y la
montaña.
98
Decontruyendo América-Latina
Para entender el racismo que se ejerce actualmente en Latinoamérica es necesario el estudio de su condición histórica, para
ello, analizamos brevemente las circunstancias sociales y políticas
que originaron nombre de América-Latina para esta región del
mundo.
En un interesante articulo J. Gissi (1994b) al analizar la palabra América Latina, señala que sus orígenes y construcción están
íntimamente ligados con la historia de la conquista y colonial del
continente.
Tal como es sabido, el nombre de América es el nombre del
navegante Américo Vespucio quien fue el primero de los europeos que se dio cuenta que había llegado a un continente que
no estaba registrado en la carpología europea, más tarde, siendo
el cartógrafo Alemán Martín Waldecomuller quien propuso tal
nombre como homenaje a Vespucio.
Por otra parte, la palabra indios tiene su origen en un histórico error. Antes que Vespucio, Cristobal Colón había llegado a este continente pero con la convicción de que era la India.
Bautizando falsamente a los indígenas de este continente desde
entonces como indios. Tanto Cristobal Colón y los españoles,
después de que se dieron cuenta de que no era la India proclamaron un descubrimiento. Otro error, pero tal como señala J. Guisi
(1994), mucho más grave que los anteriores. Con ello los españoles implícitamente señalaban que los habitantes de ese continente
no eran importantes, e incluso no se los consideraban seres humanos de la misma categoría. Este juego de palabras fue racionalmente planeado con el fin de legitimar ante los ojos de Europa y
la moral cristiana la apropiación de tierras. Otro ejemplo es que
en 1559 algunas disposiciones reales prohibieron el uso de las
palabras “conquista” y “conquistadores”, y las remplazaban con
“descubrimiento” y “colonos”.
99
Desde entonces se ignoró a las culturas indígenas que vivían
antes de la llegada de los españoles y que aún siguen viviendo
hoy en día. La creación de este particular discurso legitimó ante
los ojos de Europa que los españoles se apropiaran de las tierras,
la gente y la riqueza que había en ella, mediante la destrucción
cultural-religiosa y matanza indígena de quien se resistían, para
nombrar a esa “nueva” tierra La América Hispana.
Más tarde, a finales del siglo XIX, cuando los franceses bajo el
mando de Napoleón III sometieron a Europa, reivindicaron su
influencia en las colonias de los países europeos, como América,
denominándola Latina por oposición a hispánica. Este nuevo
nombre de latina, para una parte del territorio de América, es
también de origen neo-colonial.
El grave problema al que nos hemos enfrentado desde entonces es que el nombre América Latina, para referirse a un grupo
de pueblos implícitamente no incluye a los indígenas, negros que
llegaron como esclavos, mestizos o mulatos que constituyen esencialmente este territorio. Desde entonces, como bien concluye J.
Guisi (1994) América Latina no ha sido un mundo “para sí”, sino
un mundo para “otro” (p. 68).
En otro interesante estudio, G. Bonfil (1989) analiza la situación actual de las diversas comunidades indígenas en México.
Bonfil señala que en México existen dos proyectos de civilización que se encuentran enfrentados en los últimos 500 años: el
México imaginario y el México profundo. El primero es el proyecto occidental, y el segundo es la diversidad de etnias basadas
en la cultura mesoamericana. “Es la historia del enfrentamiento
permanente entre quienes pretenden encausar el país en el proyecto de la civilización occidental y quienes resisten arraigados
en formas de vida de estirpe mesoamericana [...], aunque en los
distintos periodos de su historia independiente han sido en todos
los casos proyectos encuadrados exclusivamente en el marco de la
100
civilización occidental, en los que la realidad del México profundo no tiene cabida y es contemplada únicamente como símbolo
de atraso y obstáculo a vencer” (pp.10 y 11).
Las redes de apoyo mutuo como forma alternativa
de generación de bienestar social
A pesar de las condiciones de pobreza, el racismo, la marginación y la falta de políticas sociales sólidas para generar bienestar
social, las familias, en muchos de los casos como parte de una
larga tradición cultural o como una forma de enfrentamiento a la
crisis cotidiana, han generado una especie de red social de ayuda
mutua. En vecindarios pobres de las grandes urbes, en barrios
marginados sin servicios y en pequeñas poblaciones en el campo
y la montaña, se ha observado un comportamiento espontáneo
de solidaridad, colaboración y cooperación social que trasciende
los muros de la casa para integrarse en la red de parentesco, étnica
o vecinal. “Los estudios al respecto muestran que esta inserción
en redes horizontales de ayuda mutua funciona en la cotidianidad como sistema de seguridad social informal al que se acude en
situaciones de emergencia: enfermedad y muerte, pérdida de trabajo, crisis de vivienda, protección frente a la violencia y otras.”
(CEPAL, 1994, p.42). Son dos los tipos de familia indígena que
siguen viviendo en el campo y la montaña y que muestran una
clase de red social de apoyo como parte de su cultura ancestral.
Familias de arreglo mutuo. Estas son aquellas que se basan en
múltiples uniones, lo que constituye una práctica común, especialmente en Centroamérica. Las mujeres, en sus periodos fértiles, tienen varias uniones e hijos. El matrimonio no se formaliza
sino hasta un momento avanzado de la vida de los hombres y de
las mujeres. Mientras tanto, la socialización de los hijos corre a
cargo de las personas mayores, normalmente de las mujeres que
viven en las zonas de origen. Este tipo de familia tiene similitudes
101
con la familia uniparental, de la cual se distingue por dos aspectos: por una parte, el rol de la mujer, que interviene como eje
y sustento de la dinámica familiar, y por otra parte, la ausencia
de uno de los progenitores en las familias pobres ha producido
el acercamiento de la familia de origen para apoyar tanto moral
como económicamente a la nueva familia, y en algunos casos los
vecinos y amigos se suman para crear un tipo de comunidad y
familia extensa de apoyo mutuo, pero con redes activadas y mantenidas principalmente por las mujeres.
Familias campesinas ampliadas. Un excelente ejemplo de red
de apoyo mutuo son las familias campesinas ampliadas insertas
en redes familiares (CEPAL, 1994, p.120). Estas familias se componen de una compleja interrelación de familias nucleares, unidas por parentesco y un fuerte sentimiento de pertenencia. Tal
estructura está relacionada con el sistema de producción comunal
y cooperativo, que ha asegurado por muchas generaciones el funcionamiento de los sistemas de rotación de los cultivos, la producción simultánea o el manejo de las zonas de pastoreo. Toda
la familia participa en el sistema de producción independientemente de la edad y del sexo; cada miembro cumple una función
para la producción y la reproducción familiar acorde a una serie
de pautas culturalmente establecidas.
El matrimonio civil y religioso se practica entre este tipo de
familias; es la ceremonia que establece las alianzas entre las familias de la misma comunidad o vecinas. Una vez introducido en
la comunidad, el miembro estará protegido y trabajará en este
sistema de cooperación interna.
Cabe señalar que, si alguno de sus miembros emigra a los
Estados Unidos de Norteamérica, el sistema de cooperación y el
sentido de comunidad no se pierde, pues sigue teniendo contacto
con el grupo y mostrando un fuerte sentido de pertenencia, y
continúa colaborando económicamente con la comunidad.
102
Estos ejemplos de redes de apoyo mutuo que tienen su origen en la cultura ancestral y aparecen en situaciones de crisis,
como es la pobreza extrema, nos llevan a sugerir que el trabajo
comunitario basado en la mutua cooperación y solidaridad es un
eje fundamental de la red social en Latinoamérica, y que actúa y
puede actuar como agente para el bienestar familiar y la persona.
Conclusiones: reflexiones e implicaciones
Por último, puntualizaremos este capítulo con las siguientes reflexiones e implicaciones:
1. La reflexión epistemológica en torno a la investigación
de la familia en el marco de la tensión entre modernidad y
postmodernidad
La tensión entre modernidad y postmodernidad nos alerta sobre la naturaleza epistemológica, teórica y social de la familia.
Es decir, no podemos dar por sentada la lógica de investigación
científica que se encuentra detrás de las teorías sobre la familia,
porque corremos el riesgo de leer ingenuamente los resultados
de la investigación social como si fueran entidades universales,
objetivas, neutrales, cristalizadas y ahistóricas. Esta discusión
epistemológica conduce a advertir la naturaleza social de la realidad –en este caso, la familia– y nos alerta de las implicaciones de
corresponsabilidad a la que nos enfrenta como investigadores, y
en nuestro caso psicoterapeutas, siendo necesario integrar dentro
de los programas de investigación la reflexión ética y moral que
cuestione el para qué y el para quién de la investigación, así como
las consecuencias sociales de los usos de los resultados del conocimiento científico.
Por otra parte, la diversidad de investigaciones sobre la familia
que revisamos desde la modernidad, la postmodernidad y Latino
América nos lleva a concluir que las familias son de naturaleza
103
cambiante y se presentan de múltiples maneras; es decir, no es
posible sostener una sola definición de familia o un modelo ideal
para la investigación o la generación de políticas sociales y mucho
menos para señalar que este garantizar salud y bienestar social.
Por otra parte, nos pone ante una posición de prudencia metodológica orientada, en principio, a explicar la familia desde la óptica
de los propios actores, quienes a la vez hacen referencia ineludible
al contexto sociocultural e histórico del que forman parte.
2. Etnicidad, familias y pobreza en Latinoamérica: más allá
de la tensión entre modernidad y postmodernidad
Tal como vimos antes, en una realidad tan diversa como la latinoamericana, y en particular la mexicana, conceptos como modernidad y postmodernidad no encuentran un sentido lógico, ya
que existen regiones donde la modernidad no se ha presentado
porque la tradición es parte de la vida cotidiana. Y quienes se
consideran modernos, más que utilizar la ciencia para establecer
un progreso basado en el bienestar social para la mayoría de los
habitantes y hacer de las necesidades básicas un derecho, utilizan
el término para explotar, oprimir, usurpar, manipular y poner en
peligro la riqueza histórica, cultural y natural que caracteriza a
Latinoamérica.
La investigación de la familia desde la filosofía moderna, en
el contexto latinoamericano, no ha alcanzado a comprender,
integrar y, sobre todo, respetar la existencia de sociedades y familias regidas por otras formas de vida: las denominan organizaciones tradicionales con un sentido peyorativo y negativo. En
Latinoamérica, y con atención especial en México, más bien se
ha producido una clase de híbrido que no tiene ninguna relación con la modernidad que explican los intelectuales desde otra
realidad social. Las instituciones no han alcanzado en ninguna
área el ideal moderno, y mucho menos han reflexionado sobre
104
su condición. En todo caso, son las diversas etnias, con su particular forma de organización social, las mejores representantes
de eso que algunos denominan postmodernidad, porque en ellas
podemos encontrar la aceptación de la diversidad y el respeto a
su entorno natural. Las diversas etnias mesoamericanas, a pesar
de las condiciones de pobreza extrema en que se encuentran hoy,
han seguido mostrando una forma de vida alternativa basada en
la cooperación y el apoyo mutuo; se han adaptado a las exigencias
del mundo occidental sin perder su cultura ancestral, lo que les
permite integrar magistralmente lo que Occidente no ha podido:
cuerpo, mente, cultura, naturaleza y universo.
El panorama de pobreza y diversidad familiar en Latinoamérica
y la tensión entre modernidad y postmodernidad rebasan en este
contexto la reflexión epistemológica para convertirse en una denuncia de las incongruencias del discurso moderno y de los usos
de la ciencia, y nos alerta principalmente sobre el papel que desempeñan las ciencias en todos los niveles de la sociedad. Para
ello, es necesario replantear conceptos como desarrollo, progreso
y bienestar social en el marco de una profunda reflexión ética, la
cual solo puede tener sentido desde una forma de vida local, sin
perder de vista su relación con los contextos nacional y global. Al
respecto, Carlos Fuentes (1997), desde el análisis literario y con
una profunda sensibilidad social, ha podido plasmar en una frase
lo mejor de la modernidad y la postmodernidad: Por un progreso
incluyente, donde explica la importancia del diálogo entre la diversidad de pensamientos y culturas en una atmósfera de respeto
y tolerancia, y, si es posible, de aceptación mutua.
En este mismo sentido, me llama la atención un episodio que
relata Carlos Fuentes en un periódico nacional (1994) ocurrido
en enero de 1994, cuando los zapatistas tomaron la ciudad de San
Cristóbal de las Casas (México). Uno de los periodistas le pregunta a un indígena del movimiento: “¿Qué es lo que persiguen
105
con el movimiento armado?”; el indígena contesta de inmediato:
“Democracia”. El periodista vuelve a preguntar: “¿A qué se refiere
con democracia?”, y el indígena señala sin reparo: “Sabemos que
en ninguna sociedad existe la igualdad; sin embargo, creemos que
es posible construir una sociedad donde todos quepamos”.
3. ¿Qué significa ser terapeuta familiar en
un contexto como Latinoamérica?
Este análisis breve sobre la familia a la luz de la teoría social
moderna y posmoderna, nos conduce a una tercera reflexión que
tiene que ver con el papel que debiéramos asumir como psicoterapeutas en un contexto como Latinoamérica. Aquí es donde
aparece la expresión pensamiento crítico, la cual entendemos no
como un elemento retórico demagógico o como una reflexión
teórica, sino como una filosofía que organiza, coordina y orienta
nuestras acciones como terapeutas hacia un claro sentido político. Con político nos referimos que sin limitaciones hagamos referencia a la contextualización del malestar psicológico, y la forma
de enfrentarlo como método que produzca efectos terapéuticos
más sólidos. Por ejemplo, ser más activos en la construcción de
nuestra propia realidad local, advertir los grados de corresponsabilidad que tenemos cuando participamos en la gran diversidad
de eventos de la vida diaria y cuestionar cotidianamente lo que
damos por sentado, tanto los valores morales como aquello que
genera violencia, excluye y reprime la libertad de otros.
Tener una postura crítica en Latinoamérica significa también
evitar la ingenuidad teórica, que desde la terapia queramos vender a nuestros clientes una forma de vida o tipo de familia que
garantice salud sin tomar en cuenta su propia opinión y recursos.
Para ello, es necesario adoptar una posición abierta a la diversidad, a distintas familias que proponen sistemas de conocimientos
y formas de vida particulares.
106
En resumen, ser terapeuta familiar en Latinoamérica, a la luz
de este estudio breve sobre la familia desde la teoría social moderna y posmoderna, es co-construir junto con la familia historias
más vivibles con un alto nivel de resistencia política a aquellos
que quieran restringir nuestra libertad para alcanzar el bienestar
social de múltiples formas.
En la segunda parte de esta publicación, mostraremos metodologías de intervención psicoterapéutica sustentados en casos
que conducen a este ideal.
107
CAPÍTULO IV
Un Viaje por el Mundo de las Emociones:
de la Biología al Bienestar Social*
¿
Qué son las emociones? Estoy seguro que todos tienen una
respuesta a esta pregunta. No cabe duda que es una entidad
empírica imposible de evadir, en todas las culturas se muestran,
viven y se conceptualizan. No obstante, para las ciencias las emociones son de una enorme complejidad imposible de definirlas en
una sola oración. La finalidad de este capítulo, por una parte, es
revisar algunas de las teorías sobre las emociones que han marcado época, y por otra, introducir a los nuevos paradigmas sobre las
emociones. El objetivo del análisis es ampliar nuestra perspectiva
como terapeutas familiares, y proponer varias líneas puntuales sobre las emociones fundamentadas en esta publicación: La terapia
familiar crítica.
Probablemente uno de los temas más recurrentes y más leídos
de la literatura por cientos de años sean las emociones, sobre todo
en los géneros literarios de la novela y la poesía, sin mencionar
la música y en especial la ópera. Por ejemplo, Romeo y Julieta,
Hamlet, La fierecilla domada, El sueño de una noche de verano
de Shakespeare, nos muestran escenarios relacionales donde tienen lugar una gran diversidad de sentimientos humanos como
el amor, los celos, la envidia, la rabia, la tristeza o la alegría. Este
tipo de géneros literarios, junto con el cristianismo de la edad
media, constituyó toda una forma de vida centrada en las emociones, conocida como el Romanticismo, el cual hoy perdura en
la vida cotidiana de la cultura occidental.
* Una parte de este capítulo se realizó con la valiosa colaboración de Juan A.
Hernández (2007) y Mariano Castellanos (2007).
109
Por otra parte, durante siglos los filósofos han hablado sobre las
emociones sin darle un peso importante. Por ejemplo, Aristóteles
propuso una explicación normativa de la ira, “la ira era la percepción de una transgresión unida al impulso de tomar venganza;
la transgresión y la venganza suponen normas morales” (Harre y
Lumb, 1992, p.135). Más tarde, Descartes presentó a las emociones
como acontecimientos mentales o conductuales que tienen causas
y efecto (Harre y Lumb, 1992). Darwin, por su parte, señaló que
las emociones son una reacción de adaptación al medio ambiente
(Fernández, 1994). A pesar de la importancia marginal que se le
daba al tema de las emociones, estas tres explicaciones, influenciaron las líneas contemporáneas de investigación sobre las emociones.
Pese al poder de las historias centradas en las emociones y las
decenas de explicaciones filosóficas sobre ellas, éstas nunca fueron
un tema central de estudio del conocimiento científico. En especial en el Renacimiento y más tarde la Ilustración prácticamente
desterraron a las emociones de ser susceptible de investigación
científica por considerarlas irrelevantes, de índole irracional o incluso podrían interferir en el método científico para conocer la
realidad con objetividad (Bacon, 1985).
La Ilustración se distinguió de otros periodos de la historia en
que la ciencia se consideró como el único tipo de conocimiento racional que conduciría a la verdad, con ello, atender la diversidad de problemas naturales y económicos que azotaban a
la Europa de aquella época. Tal como lo he señalado en otros
apartados, más tarde Comte (1982) confirmaba los beneficios del
conocimiento científico para la sociedad, connotándolo de orden
positivo. Con lo cual, Comte (1982) despliega todo un proyecto
social cuyo eje es el desarrollo y el progreso como fines últimos
de la racionalidad científica, lo que se conoce como Modernidad.
Bajo este paradigma las emociones no fueron objeto de estudio
y llamadas a contribuir a generar una sociedad más desarrollada.
110
Al respecto Artz (1994) señala que las emociones se consideraban
irracionales por la cultura científica, sin sentido, ilógicas, etcétera.
Por ello, en la actualidad las emociones, sentimientos, pasiones e
incluso la intuición son experiencias de la vida cotidiana que por
lo regular las damos por sentadas, y no tienen poder de explicación científica para comprender la conducta humana. Esto condujo a que surgieran dicotomías como pensamiento y emoción,
lógica e ilógico, sentimiento y cognición, objetivo y subjetivo.
Las emociones como objeto de estudio de las ciencias
Negar las emociones o no estudiarlas de manera formal, no significa que no existan, hoy en día después de cuatrocientos años de
ciencia moderna, las emociones son un tema de moda, no solo
para los psicólogos y neurólogos, sino también para los sociólogos, antropólogos y comunicólogos quienes quieren comprender
un sinnúmero de comportamientos que la razón positiva no ha
podido dar respuesta.
En las siguientes líneas esbozaremos algunas de las teorías
científicas que han tenido influencia dentro del tema de las emociones. Aun con la resistencia a dicho tema, desde hace poco más
de cien años inició su investigación, aunque su estudio se debió
principalmente para comprender las emociones que interfieren
en la vida de las personas, no por la curiosidad de conocer la
naturaleza de las emociones en términos generales, sino como
un problema. Es así como la psicología clínica, la neurología y
la psiquiatría inician su estudio y se convierten en las disciplinas
que más las estudian.
Las emociones en las teorías clásicas de
la psicología y la neurología
La psicología inició el estudio de las emociones a finales del siglo
XIX. Las primeras explicaciones surgen de James (1968, en Harre
111
y Lamb, 1992), quienes proponen que la sensación y la percepción preceden a la emoción (Fernández, 1994b; Artz, 1994;
Harre y Lamb, 1992), a su teoría se le llama explicación innatista
o neurofisiológica, en ella James proponen que las emociones no
son otra cosa que la experiencia de los efectos de pautas innatas
que generan una descarga nerviosa, es decir, que tienen un origen
fisiológico (Harre y Lamb, 1992). Dentro de estas teorías encontramos la idea de que se puede inducir una emoción con cambiar
los gestos corporales (Harre y Lamb, 1992).
Más tarde Titchener refiere que la emoción aparece ante la
evaluación que el sujeto hace de la situación (Schachter y Singer,
1962 citado en Harre y Lamb, 1992), según este autor dicha evolución está mediada por la explicación que nos brinda el otro de
las circunstancias, y la valoración de la validez de la explicación.
En otras palabras, la emoción está mediada por la interacción y
las normas sociales, pues una emoción negativa o positiva surge
ante la evaluación cultural de las circunstancias a la que enfrenta
la persona.
Los neurólogos, por otra parte, incursionaron al campo de las
emociones. En términos generales concuerdan con las primeras
investigaciones de James, de que la sensación precede a la emoción, y en ese sentido la investigación fue orientada a lo biológico, para llegar a la conclusión que a través de las respuestas fisiológicas reconocemos los estados emocionales. “En otras palabras,
los cambios fisiológicos son los antecedentes de las emociones”
(Artz, 1994, p. 6). En todo el siglo XX, las investigaciones desde la neurología continuaron bajo esta hipótesis. Sin embargo,
Cannon (1927), Bard, (1934) y Schachter y Singer (1962) descubrieron que existen idénticos cambios fisiológicos y neurológicos
para mismos tipos de emociones, los cambios internos son lentos
para la dinámica de la respuesta emocional. Incluso si se estimula
fisiológica o neurológicamente a una persona de forma artificial
112
no produce determinadas emociones y, por último, las mismas
reacciones fisiológicas y neurológicas que describen una emoción,
también son idénticas para ciertos tipos de enfermedades o síntomas de otra índole no relacionadas con las emociones. Con ello,
concluyen que los aspectos biológicos no preceden a la respuesta
emocional. Por lo tanto, la complejidad de la experiencia emocional no se puede reducir a un aspecto fisiológico o neurológico.
(Artz, 1994, p. 6).
Freud y las emociones
Una de las teorías más populares desde principios del siglo XX
hasta la fecha fue la propuesta por Sigmund Freud, quien planteó
toda una concepción sobre las emociones. Aunque Freud también concibió las emociones como algo que se localiza en el sistema nervioso central, su explicación se basa en el lenguaje de la
física hidráulica, que le denominó energía libidinal (sexual-vida).
Para Freud las emociones son entidades de fuerza atada al instinto, que operan en el inconsciente y gobernadas bajo la lógica de
los sistemas hidráulicos. Por ejemplo, los sentimientos son fuerzas que están siempre sobre presión y pueden emerger hacia la
consciencia y la racionalidad interfiriendo en la vida de las personas. Para Freud las emociones actúan independientemente de la
racionalidad. (Artz, 1994, p. 6). Estas hipótesis las sustentó con
el método de casos clínicos bajo la observación e intervención, en
el cual utilizó una gran cantidad de metáforas para su explicación.
El conductismo y las emociones
Otra de las teorías sobre las emociones son las que las conciben
como expresiones causadas por eventos pasados. Los conductistas
señalan que las emociones no son otra cosa que otro proceso racional, guiados por la idea de que no hay nada innato acerca de la
conducta humana, y que todo lo que hacemos o dejamos de hacer
113
tiene su explicación en lo aprendido mediante un proceso de condiciones objetivas y observables susceptible de estudio científico.
Es así que el estudio de las emociones se orienta a las respuestas
condicionadas, por patrones de castigos o reforzamientos.
La cognición y las emociones
Otra perspectiva psicológica que estudia las emociones son los
cognitivos conductuales, quienes parten de la idea de que el pensamiento tiene un efecto en la conducta, y señalan que los pensamientos pueden causar ciertos sentimientos, y así, el cambio de
pensamiento puede provocar cambios en los sentimientos y por
ende en la conducta.
Los humanistas y las emociones
Para los humanistas el sentido y los valores de nuestra experiencia
surgen de los sentimientos. Ellos ubican a los sentimientos en el
centro de la experiencia humana, cumplen la función de guía de
los sentidos, los actos e incluso la reflexión (Mahoney, 1991), es
decir los sentimientos son el principio que nos mueve en la interacción entre pensamiento y emoción.
Los constructivistas y las emociones
Otros más radicales, señalan que las emociones no son fuerzas
biológicas o respuestas a estímulos incontrolables, sino una forma de conocimiento con juicios. Por lo tanto, consideran a las
emociones como formas conceptuales e inteligentes (Solomon,
1983). Esto los conduce a enfatizar en la participación activa de
la percepción de la persona que está experimentando. Desde esa
perspectiva se asume que los humanos crean el orden de su propia experiencia sobreponiendo lo familiar sobre lo desconocido,
bajo la premisa saber es hacer. En otras palabras, conocer un objeto significa actuar sobre él, la mente no reacciona a estímulos
114
biológicos o externos si no actúa sobre de ellos, la mente es un
órgano actor y no pasivo, la mente se adapta a los estímulos externos e internos, y además asimila y construye respuestas de manera
activa. Ésta es la máxima de los constructivistas, que inicia desde
Kant, Vico, Vaihinger hasta Piaget. A esta idea se sumaron muchos más como Adler, Sullivan, Horney y Fromm, redefiniendo
al psicoanálisis de Freud y a los cognitivos para señalar que los
individuos de forma activa organizan sus percepciones y las respuestas al mundo que los rodea. Cabe señalar, que cada uno daba
una explicación distinta de cómo la persona es un actor. (Artz,
1994).
Los estudios contemporáneos sobre las emociones:
complejidad e interdisciplinariedad
Hoy en día, la investigación sobre las emociones ha dado un
giro radical. Las emociones tienen una gran importancia para las
ciencias y se conciben como un aspecto sustantivo que impacta
transversalmente a los otros procesos psicológicos superiores de
la persona, como la memoria, pensamiento o percepción, e incluso, como lo veremos más adelante, las emociones también se
están considerando como objeto de estudio de la sociología y la
política.
La emoción como forma de conocimiento
e impulsora de la acción
El constructivismo que revisamos arriba ha evolucionado, integra
en la emoción la biología y la racionalidad para conjugarla en
una entidad compleja. Esta parte de la idea, de que aunque hay
ciertas circunstancias que nos limitan a actuar, como lo biológico,
el instintivo, la historia aprendida o aspectos socioculturales, la
persona, con cierta libertad, tiene el poder de elegir respuestas a
los diversos escenarios que se le presentan. (Corey, 1991).
115
Al respecto Mahoney (1991) señala que desde esta perspectiva
redefinen la mente o el psique por el de persona, y se considera
como proactivo y participativo para el proceso de conocimiento,
de ahí que las emociones son parte de este proceso. Los sentimientos participan de forma activa en la generación de juicios,
evaluaciones, interpretaciones y comportamientos. Con esto redefinen a las emociones que se consideraban como reacciones
involuntarias, procesos irruptivos o patrones de conducta mal
adaptados, en otras palabras las emociones se conceptualizaban
como un problema que era importante controlar. Al respecto,
Artz (1994) señala que no se trata de negar o evitar dichas emociones que nos hacen infelices, es necesario aceptarlas como legítimas con el fin de iniciar el proceso de indagar sobre ellas,
entenderlas para que a través de ellas, comprender el problema
que las ha producido, de esta manera las emociones se convierten
en un recurso para conocer los aspectos que envuelven el malestar y, con ello, a la misma persona que las genera y sus múltiples
circunstancias. Aunque también las emociones tienen el efecto
contrario, es decir, se pueden convertir en un recurso para restablecer el bienestar de la persona.
Las emociones se convierten en una forma de conocimiento y
comprensión, las podemos considerar como un aspecto que interactúa con otros procesos psicológicos y juntos se establece una
matriz que es necesario conocerla con detenimiento, aunque la
persona es parte de dicha matriz, y funge como cocreadora de ésta
y puede tener control sobre ella. Con lo que estaremos ante un
acto cien por ciento psicosocial.
Las emociones, desde esta perspectiva, señala Artz (1994) se
convierten en “un recurso de conocimiento y entendimiento
que son parte activa e integral del proceso de la construcción
del sentido” (p. 16). De este modo, el análisis psicológico no
puede dejar de lado la vivencia emocional o presentarla como
116
una variable más para la investigación o intervención del comportamiento humano, ya que la emoción o sentimientos, desde
este enfoque es un aspecto básico y fundamental que componen el sentido del discurso y por ende del conocimiento de la
persona que los expresa. Artz (1994) lo explica de la siguiente
manera: “Los procesos emocionales son extremadamente poderosos en diferentes direcciones, están profundamente envueltos
en los actos de la percepción, la memoria y el aprendizaje. Por
lo que, los aspectos expresivos de las emociones son factores
importantes en la comunicación y en los procesos básicos del
vínculo interpersonal” (p.16). Y al mismo tiempo, la forma en
que experimentamos nuestros sentimientos es parte de cómo
desarrollamos el sentido del self.
Las emociones como sentido estético
Por su parte Fernández (1994b) critica a las teorías que intentan racionalizar las emociones, reducirlas a simples constructos
teóricos, definirlas con palabras y simplificarlas para señalar que
las emociones están en una dimensión que contribuye en forma
cualitativa el comportamiento humano, en sus propias palabras,
la emoción es “un fenómeno afectivo concreto, intenso, breve,
que distrae y reorienta la conducta y la cognición” (p. 90).
Fernández (1999), en otra parte señala que la afectividad “es
oportuno estudiarla en este momento […] la gente se mata entre sí en el metro y a la salida de la iglesia, sin razón alguna; las
elecciones presidenciales de las democracias ejemplares son un
fenómenos de marketing, donde no se escoge al candidato con
mejor proyecto, sino con la sonrisa más agradable […] los niños
realmente inteligentes no están en los colegios, sino en los videojuegos; la diversión a toda costa o, en su defecto, la violencia, son
la actividad urbana por excelencia; la moda, es decir, el universo
Benetton, la dimensión Levi´s, ha dejado de ser apariencia para
117
convertirse en personalidad profunda; el deporte, la salud, la higiene, la acción Adidas son la nueva moral […] El consumismo
es la gran aventura humana. La realidad se ha transformado en
video, audio, holograma, información, fax, Internet, satélite y televisión […] En todos estos ejemplos hay algo en común: una
fuerte dosis de lo que se denomina irracionalidad, una ausencia
notoria de lógica […] Todos ellos son, en rigor, acontecimientos
emotivos”. (pp. 11-12) Con lo anterior, este autor puntualiza que
la afectividad es una forma de conocer y actuar ante el mundo,
que no pude reducirse a un aspecto cognitivo, la emoción tiene
su propia lógica, como un sentido o radar que el ser humano
aplica cotidianamente para conocer e interactuar con el mundo.
Para llegar a conocer los sentimientos en su debida dimensión,
Fernández (1999) propone a la estética, como la disciplina que
diera cuenta de las emociones.
Su argumento se explicita en la siguiente cita: “Si los sentimientos no son un murmullo ni aullido subjetivos dentro del
cuerpo y el alma, sino una situación real, social, fáctica, múltiple,
compleja, sutil y por ende inefable […] los sentimientos [como]
el amor, el odio, la ternura, la misericordia, la nostalgia, la ira,
la humillación, la dignidad, la creación, el cariño, la compasión,
el aburrimiento y éstos […] son situaciones, configuradas por
una serie de objetos, a saber: cosas, accesorios, enseres, lugares,
ruidos, luces, olores, texturas, colores, gente, ideas, conceptos ,
palabras. Ello quiere decir que un determinado sentimiento está
arraigado, enraizado, entremetido, a un determinado objeto. Por
ejemplo […] Quien siente ternura se siente así mismo envuelto,
ocupado, implicado, por esos objetos […] Una foto de alguien
es una buena prenda de amor que se lleva en la cartera” (pp.
110-111).
En ese sentido, en cada época podemos observar objetos distintos para expresar amor, miedo, coraje, enviada, etcétera. En el
118
mundo de hoy, regido por la cultura consumista, los sentimientos
se han convertido en su principal mercado, en un gran negocio
que cambia la forma en que los sentimientos se expresan e incluso
se viven. La gente se arraiga a algún objeto para expresar sus más
profundos e íntimos sentimientos. Por ello, la estética se convierte en una disciplina capaz de aproximarnos a las emociones y a
cada uno de los sentimientos desde un ángulo que la psicología
individual o neurología no puede visualizar.
Las emociones como recurso: inteligencia emocional,
resiliencia, nutrición relacional
En la actualidad existen tres propuestas teóricas sobre las emociones, interesantes y propositivas, donde al igual que el apartado
anterior, conciben a las emociones como parte integral del conocimiento de la persona y su comportamiento, pero añaden que
son un gran recurso para el desarrollo y bienestar de la persona.
Me refiero concretamente a la propuesta de Goleman (1995) que
denomina inteligencia emocional, a la de Cyrulnik (2002, 2005)
con el concepto de resiliencia y Linares (1996,2002) con la nutrición relacional.
Goleman (1995) se refiere a inteligencia emocional como un
tipo de destreza con cierta sensibilidad social que la persona debe
de tener para utilizar las emociones de forma deliberada en los escenarios, momentos y personas adecuadas con el fin de potenciar
su inteligencia y con ello su reconocimiento social.
Mientras que Cyrulnik (2002, 2005) con la metáfora de resi­
liencia, al igual que una flor que aparece en el desierto a pesar
de la falta de agua y tierra fértil, señala que las breves historias
de amor y cuidado que vivió una persona son un gran recurso
para salir adelante, a pesar de haber tenido una historia relacional
principalmente marizada de maltrato o incluso abuso (Cyrulnik,
2002, 2005). Aunque aclara que la resiliencia como categoría de
119
análisis no se enfoca al individuo, sino a todo su contexto y su
historia donde la persona interactúa o ha interactuado, en palabras del propio Cyrulnik (2002) “hablar de resiliencia en términos de individuo constituye un error fundamental. No se es más
o menos resiliente, como si se poseyera un catálogo de cualidades:
la inteligencia innata, la resistencia al dolor, o la molécula del humor. La resiliencia es un proceso, un devenir […] que a fuerza de
actos y de palabras, inscriben su desarrollo en un medio y escribe
su historia en una cultura. Por lo consiguiente, no es tanto el niño
el que es resiliente como su evolución y su proceso de vertebración de la propia historia.” (p. 214).
Linares (1996, 2002) nos hacer ver que el recurso más preciado que dibuja la identidad y con ello la salud es lo que denomina
la “nutrición relacional” donde las emociones son el centro articulador de las relaciones humanas, sobre esta teoría ahondaremos
más adelante.
Estos enfoques sobre las emociones se aproximan a un tipo de
psicología social histórica de las emociones. En plena coincidencia con el enfoque sistémico y narrativo de la terapia familiar.
Las emociones en los escenarios sociales
Revisaremos aquí como las emociones se han convertido en objeto de estudio de la sociología, con el fin de comprender dinámicas sociales como el poder, el estatus, el marketing, para encontrarnos con un gran recurso desde la sociología para la terapia
familiar.
Sociología de las emociones: las emociones como
epistemología práctica
“Pero entonces debemos preguntar: ¿qué es una emoción? La
emoción, sugiero, es un estado biológicamente dado, y nuestro sentido más importante. Al igual que otros sentidos, como
120
el escuchar, tocar, y oler, es un medio por el cual, reconocemos
nuestra relación con el mundo, y es por lo tanto crucial para la
supervivencia del ser humano en su vida grupal”. (Hochschild,
1983, p.219)
Con esta cita, las emociones se convierten en objeto de estudio
de la sociología. A partir de la década de los setenta se empezó
a crear un campo del conocimiento en la sociología conocido
como la sociología de las emociones (Hernández, 2007). Autores
como Kemper y Collin (1990; Kemper, 2000) mencionan que
las emociones son resultado de las interacciones sociales y que, a
su vez, son precursores de lo social, tanto es así que se relacionan
conceptos tales como poder, estatus y emoción. Boudon (2002),
incluso señala que la emoción se le considera como uno de los
cuatro campos más importantes para la sociología actual. Morris
y Feldman (1996), a su vez, analiza a las emociones dentro de un
contexto laboral. Schneider (1996) plantea que las emociones tienen una relación directa con las identidades y sus roles. Para continuar con una de las principales escuelas sociológicas, el interaccionismo simbólico, Smith-Lovin (2004) expresa que los sujetos
están en un continuo proceso creativo en relación con los demás,
y los significados emocionales están controlados y transformados
por procesos de interpretación continua. En lo que concierne a la
socióloga Hochschild (1975; 1979; 1983; 1997; 2003a y b; 2004
y 2005), estudia de forma amplia el campo de las emociones y su
relación con los contextos sociales más inmediatos, tales como
familias y la constitución de parejas. Además de la forma en que
las emociones han sido comercializadas y cómo éstas son parte
inherente de la conformación del género. Con lo anterior se concluye que las emociones son un tipo de sentido, “la emoción funciona como un sentido. En verdad, es un sentido, y nuestro más
preciado. Es parte de nuestra naturaleza sentiente” (Hochschild,
1990 p.119).
121
Escenarios emocionales
Hochschild (1975; 1979 y 1983) retoma la metáfora de los escenarios según Goffman (1997), donde las reglas cumplen una
función importante, las cuales pueden ser explícitas o implícitas;
“las reglas emocionales son estándares utilizados en la conversación emocional para determinar qué es lo apropiadamente debido y qué es lo que se debe en la moneda de cambio emocional”
(Hochschild, 1983, p. 18). Más adelante añade “¿Cómo reconocer una regla emocional? Lo hacemos al investigar cómo evaluamos nuestros sentimientos, como otras personas evalúan nuestras
demostraciones emocionales, y como las sanciones emanan de
nosotros y de los demás” (Hochschild, 1983, p.57).
Para continuar con la misma metáfora de Goffman, donde las
personas actúan de forma inteligente en los distintos escenarios, la
autora nos hace referencia a que cada uno de nosotros no puede hablar de un solo sí mismo, sino por otra parte, tenemos que quedarnos con las imágenes de los sí mismos sentientes que se relacionan
con otros sí mismos sentientes, en un contexto se dará una “orden
negociado” desde el self (Strauss,1993). Para demostrar esta hipótesis Hochschild distingue entre dos tipos de actuación emocional:
superficial y profunda, con ello, podemos darnos cuenta de que los
self o sí mismos, serán los administradores de las emociones, además
del vínculo entre las estructuras sociales, las reglas y los sentimientos.
Una parte del cambio social, radica en el escenario donde distintas reglas emocionales buscan mantener la hegemonía, por lo
mismo, el cambio en estas normas, también es una modificación
en el campo político. Puesto que “las reglas emocionales establecen la base del valor para ser adscrito a un rango de posturas, incluyendo el trabajo emocional. El trabajo emocional es un gesto
en el intercambio social; tiene una función allí y no puede ser visto solamente como una faceta de la personalidad” (Hochschild,
1979/2003a p.100).
122
Propiedades de las los escenarios emocionales
a) La dimensión normativa, trata sobre lo apropiado entre lo
que siento y las reglas del sentir. Si fallé en conseguir algo que
había buscado, por ejemplo, lo que se espera de mí es de que
no me sienta contento.
b) La dimensión expresiva, trata sobre el tema de la comunicación entre yo y los otros en el área emocional, donde yo
muestro lo que siento y el otro decodifica lo que entiende,
y da una respuesta de tipo emocional, para qué a su vez yo
también responda.
c) La dimensión política trata sobre los sentimientos de la persona, y el o los objetivos de esos sentimientos. Esto corresponde
directamente al tipo de relaciones de las personas y el poder.
En el marco de las propiedades de estos escenarios emocionales
es posible, de manera metodológica evaluar los sentimientos en
diferentes niveles:
• En su profundidad. ¿Cuánto es lo que debemos sentir frente
a un suceso determinado? Por ejemplo, no es lo mismo sentir
que uno ama a una persona que conoció ayer, que a la pareja
que tiene más de un año con nosotros.
• En su intensidad. ¿Qué tanto hay que sentir algo? Si ganó el
premio mayor de la lotería, hemos creado ciertos parámetros
para medir lo que sintamos, por lo que para alguien que apenas que gana el reintegro no celebrará igual que el que ganó
el premio mayor.
• En la duración. ¿Cuánto tiempo podemos sentir algo? En
nuestro contexto, las personas que se casan, se supone que se
deberán amar durante el resto de sus vidas, pero para una persona que está en duelo por una pérdida, existe aparentemente
un tiempo determinado para sentir la pérdida.
123
• Y en los grados de lo apropiado. Frente a la pregunta de ¿cómo
medimos lo apropiado?
Puesto que tenemos un hábito de comparar las situaciones con
el rol de los sujetos, “evaluamos lo ‘apropiado’ de un sentimiento al hacer una comparación entre el sentimiento y la situación,
no por examinar un sentimiento en lo abstracto”. (Hochschild,
1979/2003a p.94). En un caso contrario, por ejemplo, cuando
un sentimiento nos resulta “inapropiado”.
Trabajo y labor emocional
Otro terreno de investigación desde la sociología son las emociones y la comercialización que se hace de ellas. Hochschild (1983)
propone el término de trabajo emocional o labor emocional “para
significar el manejo de los sentimientos para crear una demostración corporal públicamente observable; la labor emocional es
vendida por un salario y por lo tanto tienen un valor mercantil.
Utilizo como sinónimos el trabajo emocional y el manejo emocional para referirme a los mismos actos, hechos en un contexto
privado donde pueden ser utilizados como valor” (p. 7).
En otras palabras, el trabajo emocional tiene como sentido el
poder demostrar algo que no necesariamente se siente, sino que
es conveniente sentir, de acuerdo con las demandas del contexto,
sea familiar o laboral. El trabajo emocional, que tiene que ver con
el intentar sentir lo correcto y adecuado, para tratar que las cosas
salgan bien (Hochschild, 1990).
El trabajo emocional, implica una gran complejidad, no sólo
es fingir, se actúa ante un escenario en particular, donde está implicada la emoción, el cuerpo y la racionalidad.
La labor emocional, conserva una lógica de mercado, por lo
que está constreñida a la ley de la oferta y la demanda, razón por
la cual la mayor parte de las empresas que se dedican a producir
124
servicios, realzan esos elementos emocionales como parte de su
cultura laboral, y por supuesto que es una plusvalía que se le agrega a la venta.
Dentro del manejo emocional existen principalmente dos tipos de posturas. Por una parte “la actuación superficial”, en la
que pongo en mí el sentimiento, pero no forma parte de mí. Esto
lo puedo lograr a través de gestos, movimientos musculares, es
decir a través del cuerpo.
En la actuación superficial, modificamos nuestra expresión de
una emoción y de esa manera, los demás pueden percibir que sentimos algo que no necesariamente es acorde con lo que sentimos
en el interior, por ejemplo en un McDonald’s, un Starbucks o
una oficina gubernamental que atiende usuarios, nos reciben con
una sonrisa, lo cual no significa que tal expresión manifieste que
están felices de vernos.
Por la otra parte, está la “actuación profunda” que requiere
que las personas que induzcan al sentimiento o hacer uso indirecto de la imaginación (que previamente ya está entrenada). Un
buen ejemplo de actuación profunda son las nannies latinas que
trabajan en Estados Unidos de Norte América, cuando cuidan
niños pequeños emplean una emoción que alcanzan cierta profundidad, seguro porque el escenario relacional es más complejo
que un McDonald’s; la interacción entre la nanny y los niños es
repetitiva en periodos largos, constituyéndose una cierta relación
en la cual la emoción, que en principio era superficial, se convierte en profunda. De igual manera una nanny que es despedida de
su trabajo le implica no solo una pérdida de la labor y recursos
económicos, sino también una pérdida en el sentido emocional.
Al respecto Hochschild (1983) señala que “sólo cuando nuestros sentimientos no encajan en la emoción, y cuando sentimos
que éste es un problema, volvemos nuestra atención hacia nuestro
imaginado espejo interior y preguntamos si estamos o deberíamos
125
estar actuando” (p. 43). Esto redunda en que podemos bloquear
o alentar las emociones. Lo interesante es que la actuación profunda, pueda convertirse en algo verdadero. En otras palabras, la
actuación profunda, lleva de manipular a los otros, hacia manipular a si mismo que es la forma de actuación más sublime.
Esta investigación nos enseña que la persona tiene el poder de
expresar deliberadamente emociones en diferente grado y profundidad, por lo que la actuación superficial y profunda se puede emplear en los diversos escenarios familiares, no solo los del
trabajo.
Emociones y género
La labor emocional a la que nos referimos arriba, Hochschild
(1983) aclara que entre más profundo sea el vínculo entre las
personas, habrá una mayor cantidad de trabajo emocional. Es
aquí donde la autora vincula otros elementos que juegan un
papel importante en las emociones, como el de género, puesto
que reflexiona que algunas mujeres, en su rol de madres, al
realizar múltiples actividades dentro y fuera de la casa, tienden a realizar más trabajo y labor emocional que los hombres
(Hochschild, 1990; 1997). En el campo de las emociones,
el género es fundamental tomarlo en cuenta para el trabajo
psicoterapéutico.
Las emociones como epistemología práctica
Con todo ello, Hochschild concluye que las emociones son una
epistemología práctica, para referirse a que “la emoción comunica información […] desde nuestras emociones descubrimos
nuestro punto de vista del mundo (1983:17). Al respecto Medina
y Hernández (2009) señalan que “esta epistemología nos habla
de nuestro ser en el mundo, y de nuestras creencias acerca de ese
mundo” (p.130). Es decir el conocimiento de uno mismo, en
126
relación a nuestro contexto también se adquiere mediante las
emociones, la reflexión no solo se da en términos cognitivos,
sino también sentiente, este tipo de reflexión probablemente
no se explicita o verbaliza, pero si se siente, y el simple sentimiento nos permite conducirnos de una u otra manera. Esta
meta reflexión inducida por nuestras emociones, nos permite
reconocernos en el mundo, en relación con los demás ya sea
para cambiar nuestras emociones, intensificarlas, controlarlas,
dirigirlas o evitarlas, o incluso para inducir algún pensamiento,
recuerdo o narrativa.
En resumen, las emociones tienen una función valiosa como
sentido para nuestra existencia y además nos permite reconocer
nuestra epistemología en el mundo, pudiendo afectar los otros
procesos psicológicos como la memoria, pensamiento, percepción, etcétera.
Esta aproximación sociológica de las emociones se ha convertido en un gran recurso para el tipo de terapia familiar que presentamos aquí.
Maturana y el amor: de la biología a la psicología social
Maturana (1997b) desde la biología, nos introduce a las emociones, y en especial al amor. Lo curioso de su propuesta, tal como
lo veremos a continuación, es que la emoción desde la biología
de un individuo se legitima por la relación con los otros con
quien interactúa. “Cuando hablamos de emociones hacemos referencia al dominio de acciones en que un animal se mueve […]
por eso mismo mantengo que no hay acción humana sin una
emoción que la funde como tal y la haga posible como acto…
Finalmente, no es la razón lo que nos lleva a la acción sino la
emoción. (Cuando una persona actúa) conocemos sus emociones como fundamentos que constituyen sus acciones; no conocemos lo que podríamos llamar sus sentimientos, sino el espacio de
127
existencia efectiva en que ese ser humano se mueve”. (Maturana,
1997b, pp. 23-24)
Con esta declaración, Maturana señala que los comportamientos en principio se originan por la emoción y ésta genera un
espacio con contenido afectivo; por lo que, la emoción precede a
la razón. La pregunta aquí es si la emoción que origina la acción
de una persona ¿es desordenada, caótica o incluso estúpida? O es
¿inteligente intuitivamente hablando, con sentido contextual, o
con sensibilidad social? Para dar contestación a estas interrogantes, Maturana continúa para señalar que la emoción que posibilita los escenarios sociales es el amor.
“El amor es la emoción que constituye el dominio de acciones en que nuestras interacciones recurrentes con otro hacen al
otro un legítimo otro en la convivencia […] Las interacciones
recurrentes en el amor amplían y estabilizan la convivencia; las
interacciones recurrentes en la agresión interfieren y rompen la
convivencia. Por esto el lenguaje, como dominio de coordinaciones conductuales consensuadas, no puede haber surgido en
la agresión que restringe la convivencia aunque una vez en el
lenguaje podamos usar el lenguaje en la agresión”. (Maturana,
1997b, p.23).
Es decir, todo comportamiento conlleva emoción, y cuando ésta es recurrente con otro en la aceptación mutua, la define
como amor. En otras palabras, Maturana propone que el inicio
de una relación entre dos personas está sustentada en el amor:
la aceptación del otro. Me parece una elegante y extraordinaria
declaración: toda relación está fundada en el amor.
El amor fundamento de lo social
“El amor es el fundamento de lo social […] (es decir) el amor es
la emoción que constituye el dominio de conductas donde se da
la operacionalidad de la aceptación del otro como un legítimo
128
otro en la convivencia […] Sin la aceptación del otro en la convivencia no hay fenómeno social” (Maturana, 1997b, p.24).
Con esto Maturana nos conduce a pensar que la interacción
social y los diversos escenarios que se constituyen en cualquier
contexto, se fundamentan en la emoción y en especial el amor.
Para continuar con este argumento, Maturana sitúa también al
amor como precedente del lenguaje.
“Sin una historia de interacciones suficientemente recurrentes,
envueltas y largas, donde haya aceptación mutua en un espacio
abierto a las coordinaciones de acciones, no podemos aceptar que
surja el lenguaje. Si no hay interacciones en la aceptación mutua,
se produce separación o destrucción… [un buen ejemplo de esto]
es cuando estamos dispuestos a participar en actividades cooperativas aún que no haya un argumento racional. Somos animales
que vivimos en grupos pequeños como la familia, como sentido de pertenencia […] aún somos animales que vivimos la sensualidad en el encuentro personalizado con el otro” (Maturana,
1997b, p.25,26).
Si seguimos su argumento, podríamos decir que la historia y la
memoria tienen como antesala la emoción, y en especial el amor.
“El amor es la emoción central en la historia evolutiva humana
desde su inicio, y toda ella se da como una historia en la que la
conservación de un modo de vida en el que el amor, la aceptación
del otro como un legítimo otro en la convivencia, es una condición necesaria para el desarrollo físico, conductual, psíquico,
social y espiritual del niño, así como para la conservación de la
salud física, conductual, psíquica, social y espiritual del adulto”
(Maturana, 1997b, p.26).
Hasta aquí, Maturana nos presenta una perspectiva que le da
importancia sustantiva a la emoción y en especial el amor, no
solo para explicar el origen del homo sapiens y sus cualidades
más importantes que lo distinguen de otras especies: el lenguaje
129
y la posibilidad de organizarse para constituir una cultura, sino
también como la base donde se sustenta la salud y desarrollo
de las personas. “En un sentido estricto, los seres humanos nos
originamos en el amor y somos dependientes de él. En la vida
humana, la mayor parte del sufrimiento viene de la negación
de amor (o diría de la no aceptación del otro como un legítimo): los seres humanos somos hijos del amor […] (desde el
punto de vista de la biología). En verdad yo diría que el 99%
de las enfermedades humanas tiene que ver con la negación del
amor […] de las condiciones que hacen posible una historia de
interacciones recurrentes suficientemente íntimas” (Maturana,
1997b, p. 26).
Lo que nos dice Maturana es que el vínculo emocional, se
constituye en una relación de aceptación mutua recurrente. Por
ello la emoción fundamenta la acción, la relación y por ende lo
social, y con ello la historia de relaciones significativamente importantes, desde las cuales se constituye la persona como tal, es
decir su self e identidad. Pero va más allá Maturana para hacer
más fino en sus apreciaciones, y señalar que el amor, de forma
espiral a la vez impacta, de forma directa, en la biología de las
personas y se generan nuevos procesos de orden distinto a los
heredados filogenéticamente.
“En el lenguaje (como producto del amor) se constituye en las
coordinaciones conductuales consensuales,.. no se da en el cuerpo como un conjunto de reglas, sino en el fluir de la relación
[…] lo psíquico, tampoco ocurre en el cerebro, sino que se constituye como un modo de relación con la circunstancia y/o con el
otro que adquiere una complejidad especial en la recursividad del
operar humano en el lenguaje […] la autoconciencia no está en
el cerebro, pertenece al estado relacional que se constituye en el
lenguaje […] tiene que ver con la reflexión en la distinción del
que distingue” (Maturana, 1997b, pp. 28,29).
130
Esta afirmación coincide con la psicología y neurología propuestas por Vygotsky (1991), Luria (1995) y Luria y Yudovich
(1978).
Racionalidad y emociones
“Hay un fundamento emocional de todo sistema racional, ya
sea este lógico o ideológico. Porque la razón se constituye bajo
una aceptación a priori de las premisas (en esto está la aceptación del otro), y dicha aceptación se funda en la emoción”
(Maturana, 1997b, pp. 56,7,8). “De ahí que los discursos racionales, por impecables y perfectos que sean, son completamente inefectivos para convencer a otro si el que habla y el
que escucha lo hacen desde emociones distintas” (Maturana,
1997b. p. 107). Esta explicación tiene muchos ejemplos cotidianos, en las relaciones familiares, entre marido y mujer o
entre padres e hijos, donde la adolescencia es un extraordinario
ejemplo de lo difícil de que padre e hijo estén hablando desde
emociones distintas. Las explicaciones lógicas y bien fundamentadas no son suficientes para convencer al otro, mientras
que no estén en la misma frecuencia emocional, simplemente
el discurso se convierte en vacuo y sin ningún efecto sobre el
otro. Y por lo tanto, no hay construcción social o en términos
psicoterapéuticos: cambios.
Emoción y acción
“Las emociones son dinámicas corporales que especifican sus
dominios de acción en que nos movemos. Un cambio de emoción implica un cambio de dominio de acción […] llamo el
entrelazamiento de emoción y lenguaje, conversar. Los seres humanos vivimos en distintas redes de conversaciones que se entrecruzan en sus realizaciones en nuestra individualidad corporal […] si queremos entender las acciones humanas no tenemos
131
que mirar el movimiento o el acto como una operación particular, sino a la emoción que la posibilita… (y) la constituye como
un acto” (Maturana, 1997b, p.107). Es decir, se constituye en
el conversar con el otro. Con ello la conversación, el discurso, la
narrativa, el texto se convierten en objeto de estudio que permite, en un solo momento, la investigación compleja que explora
diversas dimensiones de la realidad, de lo biológico, psicológico
a lo social.
Las emociones en la terapia familiar
Continuamos con este viaje fascinante sobre las emociones. En
este apartado nos detendremos en otro territorio, la terapia familiar. ¿Qué han dicho los terapeutas familiares sobre las emociones?
Se podría creer que para la terapia familiar sistémica las emociones no fueron tema central desde sus inicios hasta la fecha,
porque el modelo estaba centrado en los patrones circulares e
interacciones. Al revisar con detenimiento la literatura de la diversidad de psicoterapias sistémicas, nos encontramos que para
algunos autores, las emociones son el tema central. Pudieron
interpretar, en términos generales, que el modelo que planteaba
categorías de análisis nuevas como el doble vínculo, las coaliciones, triangulaciones, relaciones jerárquicas y de poder, los roles y
territorios estaban matizados por las emociones.
Por ejemplo, Castellanos (2007) hace una distinción entre dos
posturas generales en la terapia familiar, aquellas que utilizan metáforas donde las emociones no son un tema de estudio central, y
las que si le dan un peso importante aunque las redefinen como
formas de relación. Dentro del primer grupo destacan las aportaciones de la psicoterapia breve de Palo Alto California (Fish y
otros,1994; Watzlawick y otros, 1997 entre algunos), la terapia
estratégica de Haley (1980b; 1996 ) y la terapia familiar estructural de Minuchin (1974; 1984; 1985, 1994 y 1998). Mientras
132
que en el segundo grupo, las escuelas que si tomaron en cuenta
a las emociones de manera explícita dentro del modelo sistémico
fueron Bowen (1989a, 1989b y 1991); Satir (1986; 1988,1996 y
2002 ), Whitaker (1991; 1992), Boszormenyi-Nagy (1976;1994);
y últimamente Linares (1996, 2000, 2002a y 2002b).
A continuación presento las aportaciones más sobresalientes
sobre las emociones desde el campo de la terapia familiar sistémica. Para ello ahondaremos en cuatro teóricos de la terapia familiar: Bowen, Whitaker, Satir y Linares.
Bowen y las emociones
Murray Bowen fue uno de los precursores de la terapia familiar
que más atención le dio al campo de las emociones. Su particular
perspectiva sobre las emociones como parte de los juegos relacionales, redefinió la enfermedad mental y a las propias emociones.
De la enfermedad mental a la enfermedad emocional
Bowen señala “que el ser humano sufre perturbaciones y puede enfermar tanto física como emocionalmente” (1989b, p.37).
Aclara que no es una enfermedad comparable a lo de otras especies del reino animal, porque aunque compartamos con ellos un
sinnúmero de cualidades como producto de la evolución filogenética, el intelecto es lo que nos diferencia de ellos, esa combinación produce una complejidad emocional que solo se expresa
en los humanos. Bowen parte de la hipótesis de que al mezclarse
las emocionales con la racionalidad dan paso a la enfermedad
emocional, por lo tanto, habrá que buscar que ambos sistemas
no se fusionen, por lo que el proceso terapéutico consistirá en
separarlos.
Bowen (1989b) señala que la llamada enfermedad mental tiene su sede en el sistema emocional. Cuando existe una perturbación en este sistema, dará paso a la enfermedad, y afectará al
133
sistema intelectual. Las emociones nos nutren pero también nos
pueden enfermar.
El sistema emocional se retroalimenta con los cinco sentidos
El sistema emocional se puede activar a través de los sentidos;
o bien se puede calmar. Y este autor hace una aclaración que es
contundente: el sistema emocional gobierna al ser humano.
Bowen (1989a;1989b) destaca que en la enfermedad emocional se da por pautas de relación rígidas repetitivas, que para nada
son espontáneas, sino que conllevan una tendencia constante de
especificar cierto orden y relaciones jerárquicas en las familias.
Y por lo tanto, las enfermedades emocionales se sitúan en la relación. Estas pautas se hacen visibles cuando un miembro de la
familia intenta redefinir la relación en otro nivel, por lo que será
constantemente devuelto a su situación relacional anterior. Por
ejemplo, la rigidez emocional de las familias favorece la sintomatología que conduce a la enfermedad emocional. Dicha rigidez
tiene una complejidad relacional que es necesario estudiar, la cual
está guiada de forma implícita por reglas familiares, en las cuales
se incluyen también reglas en las emocionales. Esas reglas no son
explícitas, sino implícitas que se muestran en la interacción, las
cuales a continuación presentamos algunas que Bowen planteó.
Ciclos de proximidad y distancia en los triángulos
Resultado de su trabajo con familias esquizofrénicas, (1989a)
Bowen encontró los ciclos de proximidad y distancia que explica
la dinámica de la relación triangular; donde se describen las formas en que se dan los movimientos afectivos entre tres personas,
es decir el conflicto entre dos personas mediante cercanía o lejanía emocional activan los triángulos.
“Gracias a la investigación familiar hemos descubierto que
cuanto más elevado es el nivel de ansiedad y los síntomas de una
134
familia, más aislados emocionalmente se hallan los miembros familiares entre sí. Cuanto mayor es el aislamiento, menos es el
grado de comunicación responsable entre ellos, y mayor el de
chismorreos encubiertos irresponsables acerca de cada uno de los
otros de la familia, y la confianza de secretos a individuos externos a ella. Mediante el juramento de guardar un secreto, una
persona se incorpora a la red emocional que gira en torno al problema familiar. El problema fundamental radica en el patrón de
las relaciones familiares más que en el contenido de los secretos y
las confidencias” (Bowen, 1989a p.23).
Para Bowen los triángulos no están desprovistos de emociones y conforman la base para las relaciones humanas, ya que una
relación entre dos, es básicamente inestable. Al ser inestable, en
un momento de tensión emocional, se supone que se implica a
un tercer participante, con el sentido de que pueda generar estabilidad en este sistema de relación. E incluso si se implican más
de tres personas, se estarán forjando varios triángulos entre ellos
(Bowen, 1989b). Esta lógica condujo a este autor a trabajar con
varias generaciones, por lo menos con la familia de origen y la
creada, con el fin de facilitar la destriangulación.
Más tarde, bajo la inspiración de Bowen, Guerin y otros (1996)
incorpora esta idea para describir los triángulos y el proceso relacional, como estructuras en las que se dan una serie de intercambios
en que los triángulos cumplen por lo menos tres funciones en cualquier sistema relacional: “contención de la tensión, desplazamiento del conflicto y evitación de la intimidad en la relación diádica”
(Guerin y otros, 1996 p. 131). En estas funciones de los triángulos,
se puede observar como el clima emocional permite ciertos movimientos, (de proximidad y distancia) los que van formando las
situaciones adecuadas para que un triángulo se solidifique.
Guerin y otros (1996) incluye otra categoría de análisis: los triángulos de revolución. En donde hay una reacción de adaptación de
135
uno de los miembros implicados en el triángulo, y este miembro,
toma la posición adaptativa, para que pueda sobrevivir la relación,
pero el precio es la alienación de toda libertad: “renunciando al yo
siendo un no yo”. (Guerin y otros, 1996 p.92)
Con esto las emociones implicadas en el triángulo provocan
reacciones incontroladas, que llevan a los involucrados a enredarse y complicarse continuamente en el problema. Hasta que algo
rompe el precario equilibrio en el que se sostiene el mismo, para
pasar a alguna situación crítica. Éstos tratarán de restablecer la
relación y romper los ciclos de proximidad y distancia que han
favorecido, a la larga, a perpetuar el problema, teniendo en cuenta la seducción para el terapeuta u otras personas de involucrarse
en el triángulo.
Otra forma de activar los triángulos según Bowen es lo que
denominó el divorcio emocional. Para referirse cuando una pareja está distante, pero uno de ellos establece una buena relación con el hijo (el paciente identificado), colocándolo en una
posición difícil; ya que debía decidir en bastantes ocasiones que
padre era el mejor. Por supuesto que esta elección estaba estimulada por uno, o ambos padres, que a la sazón preguntaban
cosas como: ¿A quién quieres más?, ¿quién es mejor para ti?, o
con comentarios de descalificación sistematizada hacia el otro.
En este escenario aparece la enfermedad emocional mediante el
síntoma como una forma de salir de dicho triángulo. Con esto,
todos juegan un papel para que la enfermedad se promueva (activando al triángulo) y el paciente índice cumpla con su papel
de “enfermo emocional”.
El self y la masa indiferenciada
Otro de los patrones relacionales con connotación emocional que
estudió Bowen (1989) son los que conducen a lo que denomino
la masa indiferenciada. La llamada masa indiferenciada del ego
136
familiar, es el fenómeno donde la persona pierde toda capacidad
de individualidad, permitiendo primero pertenecer a la familia,
sacrificando cualquier decisión o pensamiento que vaya en contra
de lo que el grupo ha propuesto (Andolfi y otros, 1991; Hoffman
1990), volviéndose una masa unicelular, porque prácticamente
debe pensar y sentir lo mismo de acuerdo a lo preestablecido.
Bowen (1989b) señala que a más fusión del sistema emocional
con el sistema intelectual generará que la vida del individuo esté
controlada por reacciones emocionales descontroladas; presentándose la masa indiferenciada del ego familiar (Hoffman, 1990).
A mayor fusión de los sistemas, es menor la autonomía del self. Le
llamó self, al grado de diferenciación entre los sistemas emocional
e intelectual. También menciona un concepto llamado seudo self,
el cual puede evolucionar hacia un self completo, si en las relaciones sostenidas tiene el clima emocional para que éste crezca.
Pero, además refiere que puede haber un seudo self que se puede
mantener por años e incluso por décadas.
Bowen desarrolló una escala en la cual muestra cómo se diferencian los dos sistemas (emocional e intelectual). En el tramo
en donde se genera mayor enfermedad emocional, el intelecto
es casi nulo, su influencia es poca en las acciones del individuo.
Mientras que en aquella parte de la escala donde la persona puede tener mayor salud emocional, el sistema intelectual posee un
grado alto de control sobre el sistema emocional que permite a
las personas obtener un crecimiento y un desarrollo cuidadoso,
importante, afectivo y de solidaridad entre la gente.
Sistema emocional de la familia
Bowen identifica un sistema emocional de la familia nuclear. Con
lo que va implicando que los sistemas emocionales se van consolidando a lo largo de la vida de los seres humanos, de tal manera
que cuando llegamos a formar nuevas familias, las enseñanzas y
137
los estilos como demostramos nuestros afectos, los momentos y
los porqués, van a filtrarse con la pareja y el nuevo núcleo que se
va a crear, además de enriquecerse con lo que la pareja traerá a la
relación. Para los terapeutas familiares, el reconocer e intervenir
a partir de ello puede facilitar que los participantes dejen de estar
atrapados en las pautas emocionales repetitivas y recurrentes de
la familia nuclear.
La familia requiere tener este tipo de pautas debido a que se
establecen reglas y formas de relacionarse, pero que en ocasiones,
esas reglas son rígidas, y lo crucial en este caso, es que las mismas
no sean tan inflexibles.
Bowen designará equilibrio emocional familiar para referirse
a la capacidad de la familia en mantenerse en calma y, funcionando de manera adecuada a lo que se le está pidiendo en un
ambiente tranquilo. Se esperaría que en todos los casos donde intervengamos, esto sea el terreno emocional más cotidiano. Por otra parte se refirió al concepto de onda de conmoción
emocional, (Bowen, 1989a; 1989b) para referirse a situaciones
especiales y significativas que vivió la familia, y los efectos emocionales no se dan sino hasta en un tiempo largo. No es tan
sencillo ubicar estos efectos, sobre todo porque son en muchas
ocasiones de aparición muy postergada. Pero el dato que da el
indicio para poder situarlo, es la acción atípica de conducta de
los miembros de la familia.
Esta dinámica familiar Bowen lo explica a continuación:
“Aparecen muy frecuentemente tras la muerte o amenaza de
muerte de un miembro significativo de la familia, pero pueden
producirse después de pérdidas de otras clases. No se relaciona directamente con las reacciones normales de lamentos y pena de la
gente próxima a quien murió. Opera en forma de red subterránea
de dependencia emocional por parte de los miembros familiares entre sí. Esta dependencia se niega, los sucesos vitales graves
138
parece que no están relacionados, la familia intenta camuflar toda
conexión entre ellos y se produce una reacción vigorosa de negación emocional cuando alguien intenta relacionarlos” (Bowen,
1989a p.57).
Este tipo de onda de conmoción emocional, toma relevancia,
cuando la podemos ubicar en tiempos amplios y con la historia
multigeneracional de los pacientes. Con lo cual, algunas cosas
que parecen aisladas, toman sentido y pueden ser entendidas de
manera más fácil para poder intervenir en ellas. Diríamos que
existe cierta semejanza con las cadenas de retribución desplazadas
de Boszormenyi-Nagy (Boszormeny-Nagy y Spark, 1994). La diferencia estribaría en que las cadenas de retribución desplazadas
se dan en conductas o situaciones que se repiten, donde se incluyen procesos de injusticias acumuladas en las familias. Pero no
queda tan claro que se den en procesos, por ejemplo, de enfermedades que se repiten como la diabetes, y este tipo de contextos sí
los manifiesta Bowen, aunque no de forma explícita, señala que
en este proceso juega un papel importante la lealtad entre los
miembros de la familiar.
En conclusión, tal como lo hemos visto, la teoría sistémica de
Bowen sobre la enfermedad mental está connotada en su mayoría
por la dimensión emocional, que se expresa en pautas relacionales
repetitivas entre miembros de diferente generación y por largos
periodos.
Whitaker y las emociones
“Mi perspectiva de las familias es que sus miembros están interconectados masivamente. Tengo poca confianza en el concepto
de que las ideas o la información pueden promover el crecimiento. Para que se produzca un cambio verdadero, los miembros de
la familia tienen que comprometerse emocionalmente entre sí.
Necesitan experiencias reales, no iluminaciones cerebrales. Mi
139
estilo consiste en insistir en las experiencias emocionales, no en
las enseñanzas educativas.” (Whitaker, 1991 p.60).
Con esta cita se podrá advertir que Whitaker, quien surge de
una tradición existencialista al igual que Satir, coloca la atención
en el proceso emocional. Ya que para él, en toda relación que se
establece tiene un sentido vital en la vida emocional del individuo
y/o la familia (Whitaker, 1991). Aunque aclara que dicha experiencia emocional se origina, nutre y muestra en las relaciones interpersonales, al señalar que la vida del ser humano siempre existe
en relación a otros (Napier y Whitaker, 1982, p. 90). De forma
circular, puntualiza que las relaciones humanas y los conflictos
de los individuos conllevan residuos emocionales que pasan a la
familia como parte de su herencia.
Por ejemplo, este autor (Neill y Kniskern, 1982; Whitaker,
1992), al trabajar con esquizofrénicos, manifiesta que las problemáticas de ellos están generadas por la excesiva cercanía de la
madre (aunque hace una especie de transición del psicoanálisis
con la experiencia correctora), por lo que menciona que la esquizofrenia es parte de una introyección.
Whitaker tiene una visión bastante opuesta en relación a
Bowen. Mientras que Bowen privilegia el sistema intelectual,
Whitaker rechaza cualquier acercamiento intelectual, y prefiere
trabajar en los terrenos emocionales (Napier y Whitaker 1982).
Los triángulos para Whitaker
Otro punto de encuentro entre los psicoterapeutas familiares es
el hecho de observar los triángulos que se generan en las parejas
que incluyen a uno de los hijos. Sin embargo, Whitaker (1991)
a diferencia de Bowen señala que es fundamental conciliar las
fuerzas de pertenencia e individualización. Este autor señala que
siempre se intenta ubicar a la pertenencia y a la individualización
como opuestas, lo que provoca que se presenten dilemas en lo
140
emocional (triangulación). Con esta propuesta permite conciliar
ambos sistemas (personal y familiar) evitando las luchas internas
emocionales. Además, redefine, de manera elegante, la vieja dicotomía entre tener que sacrificar la individualidad por pertenecer
a un grupo, generando enredos familiares donde se sacrifica la
solidaridad y la pertenencia, en busca del sueño moderno de la
individualidad (Gergen, 1996) y acabar en una familia emocionalmente distante (Hoffman, 1990).
Whitaker (Neill y Kniskern, 1982) al igual que Satir, utiliza
a las emociones como recurso terapéutico, ambos hacen referencias al concepto experiencia emocional correctora. Que consiste
en provocar entropía y realiza movimientos que llegan a los límites de lo imaginable; hasta generar retroalimentación positiva
(Hoffman, 1987). Todo esto con la intención de que se presente
una crisis en la metamorfosis de la familia, y con la crisis, iniciar el cambio terapéutico, para llegar a una experiencia emocional correctora. Como resultado se obtiene el reacomodo de los
miembros de la familia, poniendo en duda, incluso, el papel del
paciente identificado.
Whitaker plantea que se debe de evitar toda alianza o coalición con algún miembro de ellos, en contra o traicionando a los
demás (Whitaker, 1991; 1992). Incluso, comenta que a medida
que avanzan las sesiones, la cantidad de emociones expuestas en
la relación paciente terapeuta son más intensas; lo cual genera
un acercamiento entre los participantes; y plantea que se debe de
ser más franco en lo que se expresa como terapeutas (Whitaker,
1991). Además sugiere que el psicoterapeuta manifieste también
su afecto hacia el paciente identificado y su familia a manera de
permitirle conocer relaciones distintas y afectos diversos en la experiencia emocional correctora (Neill y Kniskern, 1982).
La clave del cambio para Whitaker es que pueda generarse
una experiencia emocional correctiva, que conduzca a que los
141
miembros de la familia potencien los cambios, que no queden
solo en la remisión de los síntomas.
Para Whitaker, una experiencia emocional correctiva requiere
algunos ingredientes indispensables, por ejemplo, un clima emocional adecuado que facilite el cambio. Para ello el psicoterapeuta
y la familia deberán conectarse al mismo nivel, para que se facilite no solo la comunicación, sino una relación afectiva fluida sin
obstáculos racionales (Napier y Whitaker, 1982). Por otra parte,
el terapeuta, deberá detectar cómo están participando todos los
actores en la conformación del problema, ya que pueden estar
tratando de separarse físicamente pero seguir juntos emocionalmente (Napier y Whitaker, 1982); e incluso los demás miembros
del núcleo familiar favorecer estos procesos.
Otro de los recursos psicoterapéuticos, con una combinación de teoría de juegos y connotación emocional, lo propuso
Whitaker y denominó como “terapia de lo absurdo” (Hoffman,
1990), para referirse a un estilo que incita a situaciones provocativas. Hoffman relata que Whitaker “a una joven ‘psicótica’ que se
sienta en las rodillas de su suegro, le sugiere que el incesto es mejor que el amor” (p. 216). El propio Whitaker señala “mi táctica
es una especie de broma, de farsa, un caos inducido, llamado hoy
una retroalimentación positiva; es decir, aumentamos la patología hasta que los síntomas se destruyan por sí solos” (en Hoffman,
1990: 218). Además de la lógica comunicacional y emocional de
esta táctica, la idea es también que la familia o paciente tiene que
captar al terapeuta, para que la terapia funcione.
Virginia Satir y cómo comunicar las emociones
Otra de las pioneras del terapia familiar sistémica fue Virginia
Satir, quien escribe que las emociones son las que le dan color,
matiz, textura, sentido, valor e importancia a lo que se va viviendo (Satir, 1988).
142
Baldwin (1983) señala que para Satir las emociones juegan un
papel fundamental en la conformación del individuo, y son pilares de su bienestar, por lo que junto con el intelecto, el cuidado
del cuerpo, y la relación con los demás darán como resultado lo
que ella llama self. Todos estos aspectos tienen un valor determinado, pero ninguno es menor que otro, cada uno es importante en la constitución y desarrollo del self durante toda la vida.
Dejando en claro que el equilibrio entre ellas significa la salud
completa del ser; para ello, señala que el yo es más que la suma de
sus partes, aunque destaca que la parte emocional resulta fundamental para lograr su equilibrio o cambio.
Esta idea condujo a Satir a generar un estilo terapéutico centrado en las emociones, en el sentido de que se explicitaran, que
fuesen abiertas, fluidas, francas y personalizadas entre los copartícipes. Trataba de eliminar cualquier obstáculo que pudiese presentarse en la comunicación fluida de las emociones (Hoffman,
1990).
Da como ejemplo que cuando no se es claro en peticiones o al
generalizar en el uso de las palabras como: (el siempre y el nunca),
las emociones juegan un papel importante, ya que se presentan
siempre de manera implícitas al mensaje y generarán distorsiones o interpretaciones, de tal forma que puedan provocar malentendidos o problemas en las relaciones entre los miembros de la
familia (Satir, 1988). Destaca que las personas deben de responsabilizarse de lo que dicen y hacen, y saber que pueden cambiar
las reglas entre ellos con el fin de cuidarse mutuamente y con ello
aumentar su propia autoestima.
En otras palabras, para Satir las emociones son parte de toda
la comunicación cotidiana. En la comunicación, tanto la forma
como el fondo son importantes. En este intercambio se pueden
establecer los estilos de relacionarse, a la vez que se expresan las
emociones que se están viviendo en esta reciprocidad relacional.
143
El lenguaje no verbal, también juega un papel trascendente para
esta autora, de hecho utiliza este tipo de lenguaje para convertirlo
en método terapéutico, con el fin de que pudiera emplearse para
explicitar el contenido emocional de la comunicación digital, y con
ello analizarlo con detalle, para aclarar malos entendidos implícitos
o para redefinir reglas y relaciones. Dentro de sus técnicas corporales se encuentra la escultura familiar. Con ello hallamos, en el estilo
de Satir, que el uso de la comunicación emocional se convierte en
un recurso terapéutico para redefinir relaciones.
Para Satir las formas de conducirse en la comunicación permiten observar cómo las emociones pueden llevar al individuo a
vivenciar la vida de una manera determinada (experiencia), establecer creencias, visión del mundo, reglas (cómo se tienen que
cumplir), ideas acerca de la gente y de uno mismo, etcétera. Todo
lo que está alrededor de la comunicación (la incongruencia entre
los mensajes verbales y no verbales, los cambios de tono, tanto en
voz como en la piel, la postura física, entre otras señales), indica
al terapeuta lo que tendrá que hacer o no hacer. En definitiva
Satir es otra de las autoras que le dan un peso importante a las
emociones y las redefine en el marco de los patrones relacionales
y de la comunicación.
Linares y la nutrición relacional
En la actualidad, la terapia familiar sistémica bajo la propuesta
de Juan Luis Linares (1996) retoma toda esta tradición para
proponer una teoría de contenido nutricio de las pautas relacionales. Para Linares, los diversos tipos de relación que propone
la teoría sistémica como los coaliciones, alianzas, roles, juegos,
relaciones de poder, lealtades, pautas relacionales, en fin, la interacción familiar en general encuentra su sentido en la nutrición emocional y tiene un poder enorme en la identidad de las
personas.
144
Dimensiones del amor
Sin duda, el amor tiene un lugar elemental en la humanidad. Por
este motivo, Linares lo ha retomado sin importar que los mass
media hayan desgastado el término, pero ese desgaste, no significa
que el término pierda el valor primordial que tiene para la actividad y convivencia social.
El amor como categoría compleja ha sido analizado por mucho tiempo y varios autores, entre éstos destacan Fromm, (en
Linares, 2002a) quien plantea 4 componentes del amor: (cuidado, respeto, responsabilidad y conocimiento). Mientras que
Maturana (en Linares, 2002a) solo lo define en 3: ternura, sensorialidad o sensualidad y sexualidad. Y en esa misma obra el
autor lo coloca en 3 niveles: cognitivo, emocional y pragmático.
Las tres definiciones son interesantes, debido a su interpretación
relacional del amor.
Linares señala que la dimensión relacional es tan esencial, que
sin ese cúmulo de relación, el amor es vacuo e insípido, poco sólido y casi inexplicable. Por lo cual es imprescindible el otro, y ese
otro le permite a la nutrición relacional tener canales adecuados y
consistentes en su función primordial. (Bajtín, en Ponzio, 1998).
Para Linares las bases relacionales del amor está constituido
por: reconocimiento, valoración, cariño o ternura. Estos elementos formadores del amor suelen ser un alimento, siguiendo con la
metáfora nutricional de Linares, exquisitos para la buena adaptación y desarrollo, tanto del individuo como de las familias.
Pero el amor, y la nutrición relacional, no solo se da entre seres
con jerarquías similares, sino también se presenta en relaciones
que son complementarias, que tienen un sesgo de personas que
están en un nivel diferencial, en el que a uno de ellos, por lo general a los padres o en menor grado a mentores, les corresponde la
responsabilidad principal de proveer los caminos adecuados para
esta nutrición.
145
Sin embargo, esta nutrición relacional puede ser afectada y
golpear de forma directa al amor. Para Linares (2002b) el maltrato es una de las principales interferencias en las muestras del
amor.
Los mitos, rituales y la narrativa, son conceptos que define
Linares para el tema de la organización de la familia y sus distintos grados de adaptación a la sociedad. Pero estos conceptos,
le dan espacio definido a las emociones, dado que en ellos y con
ellos forman y forjan la identidad de los individuos.
Lo decisivo en toda esta urdimbre multifactorial de la formación de narrativas e identidades; es el núcleo emocional que le da
sentido a la narrativa y a la identidad. Sobre todo porque en la
criba de las emociones se van filtrando las acciones y los pensamientos de las personas (Linares,1996).
Así, las narrativas, son diversas, pero la narrativa de la familia,
es la que tiene más peso entre las narraciones. (Linares, 1996).
Aunque entre ellas, la de la familia sobresale porque en ella se
tienen más expectativas, sentimientos y necesidades de nutrición
relacional. El resto de los contextos pueden generar cierta cantidad de nutrición relacional, pero en los casos críticos, estos contextos no pueden cubrir lo que la familia les ha dejado a deber. O
como dice Whitaker “más vale un beso de la madre, que mil del
terapeuta”.
Estas ideas llevaron a Linares (1996) a proponer un diagnóstico relacional centrado en lo que denomina la nutrición relacional. El cual parte de la teoría clásica de la triangulación en torno
a la conyugalidad y parentalidad, para integrarle como eje de análisis la nutrición relacional, es decir el amor, el reconocimiento y
la valoración. Para este autor sí existe interferencia en estos nutrientes. Por ejemplo, la persona enferma, en la dinámica triangular de desconfirmación, debemos estar atentos en los contenidos
narrativos nutrientes (no se sienta querido, aceptado, reconocido
146
o valorado) que le dan sentido a dicha triangulación. Para ser más
específicos Linares señala: “Así pues [...] si se presenta una mala
conyugalidad pero existe una buena relación parentofilial con
uno de ellos, entonces se presenta la ‘distimia’. Pero si lo que se da
es una pésima relación parentofilial, y, al parecer una buena conyugalidad, entonces [...] lo que se puede generar es la ‘depresión
mayor’” (Linares, 2000b) De esta forma los distímicos buscarán
relaciones más basadas en la igualdad, mientras que los depresivos, requerirán que se les cuide, sin pedirlo explícitamente, lo que
los lleva a tratar de hacer todo lo posible para que estas relaciones
se sigan manteniendo. Preferible sacrificarse, a que vuelva a tener
una pérdida, y menos con quien al parecer se le estaba dando un
poco de lo que tanto necesita, por lo cual no puede dejar que se
escurra esa posibilidad.
Con ello se abre una nueva cosmovisión relacional, donde la
puntuación relacional circular que genera el síntoma está ligada
al sentido nutricional que le asignan los miembros de la familia.
La propuesta es restaurar estos nutrientes y con ello las pautas
relacionales se reorganizarán, devolviéndole la salud a la familia y
a la persona que carga el síntoma.
Para Linares, las emociones son “el núcleo afectivo de la
personalidad, a un nivel suficientemente general para englobar
emociones y sentimientos.” (Linares, 1996 p.65) Ubicándolas
en puntos preponderantes del ser humano. Ya que no las deja
como solo aspectos biológicos, sino que en el mismo paquete
se incluyen los afectos. En cierto sentido, Linares desliza la
idea precisa de que la personalidad (o su núcleo) está formado y solidificado por el núcleo emocional, que permite dimensionar con certeza lo capital que es para los procesos de
la terapia familiar. Aunque, a manera de aclaración, Linares
también retoma en la personalidad, los aspectos cognitivos y
pragmáticos.
147
Clima emocional
Linares (2000b), puntualiza la diferencia entre los climas emocionales que se tienen en las relaciones interpersonales concretamente entre los distímicos y los depresivos mayores; en el primer
grupo, son más cálidos y demostrativos, y en el segundo, se vuelve más frío en estas demostraciones.
Mientras que en las familias multiproblemáticas, las emociones no tienen contención, el sexo sirve de sustituto de encuentro
(Linares, 1996:63), y las emociones desbordadas impulsan al caos
y a la rigidez, presentándose un ambiente ambivalente, poco claro, y con limitaciones de poder establecer mitos familiares suficientes para apoyar a la familia en su tránsito vital.
Bajo este modelo propuesto de Linares los objetivos de la intervención es constituir escenarios terapéuticos y diseñar en el
contexto natural de la persona, narrativas que propicien la nutrición emocional, y con ello, desarticular la narrativa donde estaba
deteriorada dichos elementos nutricios, es decir ampliar narrativas, seguramente ya experimentadas en su propia historia, o abrir
espacios para sentir nuevas relaciones que conduzcan a la nutrición emocional y con ello restaurar la salud.
Las emociones como el fundamento básico de
la posición crítica para la terapia familiar
Tal como lo hemos visto arriba, el mundo de las emociones es
fascinante y complejo. Encontramos que las emociones, dentro
de su propia complejidad, son el motor de la actividad humana y
se convierten en el pegamento de los grupos y comunidades. No
cabe duda que la familia se nutre y encuentra su propio sentido
en el marco emocional en que se relacionan. De igual manera
los sentimientos de comunidad o nación están arraigados en las
emociones, como principio de pertenencia que va más allá de una
conceptualización racional.
148
En este viaje, encontramos una gran riqueza conceptual sobre
las emociones que pueden convertirse en un recurso fundamental
básico que sustenta la posición crítica que defendemos para la terapia familiar. Porque el fin último de la psicoterapia no es resolver el síntoma que trae la familia a consulta, sino, por una parte el
análisis del soporte emocional donde dicho síntoma se sustenta y
tiene sentido, y por otra, encontrar nuevos recursos emocionales
de las personas relacionadas con el problema, con el fin de sustentar el cambio terapéutico. De igual manera las emociones son el
recurso metodológico para generar un ambiente terapéutico que
facilite el intercambio relacional, la tolerancia, la negociación, la
reflexión crítica, el consenso, la redefinición de creencias, conocimientos, premisas y reglas que propician el cambio sustantivo
de las personas.
Reconstruir el tejido social mediante el amor
“Cuando el poder no tiene freno, destruye una sociedad; la destrucción, o pérdida o salida de una sociedad se llama melancolía
[…] la expulsión de la vida […] en la muerte civil, esto es, la
situación de ya no pertenecer a una ciudad o sociedad […] la
incapacidad de reconocerse a sí mismo. La muerte civil es peor
que la muerte biológica […] porque además de estar muerto uno
tiene la inconveniencia añadida de seguir cargando un cuerpo
viviente […] en la nomenclatura moderna se ha llamado depresión [...] (Fernández, 2000: 149 y 150). Esta cita desoladora nos
hace ver cómo las sociedades con estas propiedades constituyen
en las personas emociones de melancolía, depresión o nostalgia,
nos conduce a un túnel sin salida. Sin embargo, Fernández señala que al final se ve una luz que posiblemente nos dé esperanza.
Dicha luz, está fuera del túnel y no proviene de la sociedad o
familia que nos provocó las emociones de desesperanza, están en
otra latitud.
149
“En efecto, quien va a la melancolía y vuelve por la vía de la
esperanza no regresa por la misma ruta por donde se fue, sino por
la opuesta; ha salido por el límite exterior de la sociedad, por la
puerta de servicio […] por la fundación de otra sociedad, por la
creación de lo inusitadamente nuevo, por invención del conocimiento inaudito. Se sale por el infierno pero se regresa por el
Cielo; tal maravilla se debe a que se ha transitado por el lado negro de la sociedad […] pero si se tienen en cuenta que los tiempos
y espacios de la afectividad no tienen tamaño, que los milagros de
esta índole pueden aparecer en cualquier magnitud y proporción,
entonces se entiende que esto sucede con frecuencia cotidiana,
que esta luz que llega desde lo oscuro, esta obra que llega de la
nada, pude advertirse en el brillo de una sonrisa, en la elección
de una vocación, en el hallazgo de la palabra adecuada y en mero
hecho de ir viviendo día tras día, que es la constancia de la vida se
va renovando a diario” (Fernández, 2000: 153,154).
Con la cita anterior, Fernández nos invita a establecer una reflexión crítica de esa sociedad que nos excluye, nos destierra para
morir en vida, para reinventar esa sociedad, esa familia, con el fin
de revivir, explorar nuevas formas de vernos en torno a ellos, reinventarnos. Este autor ve a la afectividad como un camino posible
de construir nuevas formas de interactuar, que provoquen una
sociedad distinta. Con ello las emociones se convierten no solo
en el argumento crítico de sobrevivencia, sino en el recurso para
constituir una mejor sociedad, familia y persona.
Por su parte Maturana señala:
“Si no estoy en la emoción que incluye al otro en mi mundo, no me puedo ocupar por su bienestar […] solo si aceptamos
al otro, el otro es visible y tiene presencia” (Maturana, 1997b,
p.110).
Esta cita nos conduce a otro nivel de la relación, ocuparnos
del bienestar del otro aunque seas distinto a mí. Un fundamento
150
de toda sociedad democrática, aquellas donde el eje del desarrollo
sea la inclusión de todos para el bienestar, y desde ahí construir
todo lo demás, como la economía, la educación, la salud, la justicia e incluso la moral. Sin el precedente de la emoción (amor) que
incluya al otro como legítimo, prácticamente cualquier proyecto
de nación se cae, fracasa o se pervierte.
Al respecto Maturana, refiriéndose a Chile, y que aplica para
toda Latinoamérica, señala que es “necesario hacer del país una
unidad con un fundamento ético-moral común en el cual todos sean legítimos” (Maturana, 1997b, p.110)., donde todos
quepamos. “Si queremos democracia […] es necesario construir
una conversación centrada en un proyecto común de convivencia en la aceptación y respeto recíprocos que permitan la colaboración en la configuración de un mundo en el que la pobreza
y el abuso no surjan como modo legítimos de vivir” (Maturana,
1997b, p.109). En otras palabras, el amor se convierte en recurso por excelencia para la convivencia no solo para el bienestar
físico y mental, sino para diseñar y ejercer una política de salud,
bienestar, seguridad, trabajo y educativa inclusiva, una democracia que se enriquece con la diversidad de los miembros de la
comunidad. Todo ello permite que exista una contención especial para que las personas vivan un desarrollo equilibrado y no
enfermen; y si se les presenta un problema o dilema emocional,
encuentren en su propia comunidad y familia los recursos para
salir adelante.
Por esta razón, consideramos que las emociones son el fundamento básico donde se constituye una posición crítica para el trabajo terapéutico. Vista la posición crítica desde estos parámetros emocionales, como dirá Maturana, basada en el amor, tiene por sí sola
efectos terapéuticos. Es decir, la posición crítica no significa solo
enfrentar o resistir políticamente con inteligencia al sistema que no
nos permite desarrollarnos, sino encontrar también las respuestas de
151
cómo hacerlo, desde la emoción que incluya al otro como legítimo
en mi mundo. Es entonces que nuestra labor va más allá del cambio
individual para incorporar otras dimensiones como el bienestar del
otro, soporte, este, de la salud psicológica, esto puede conducir a
cambios modestos que conllevan grandes revoluciones.
Conclusión: ¿Con qué me quedo de este viaje?
Tal como lo hemos podido advertir el mundo de las emociones es
fascinante. Este viaje nos ha permitido reconocer la complejidad
y diversidad de la naturaleza de las emociones, aunque además
nos muestra muchos recursos para el trabajo en psicoterapia y
sobre todo para la Terapia Familiar Crítica que aquí proponemos:
1) Las emociones como conocimiento y epistemología práctica.
Si situamos a las emociones como otro sentido más que nos
permite conocer e interactuar con el mundo, y éste a la vez
nos conduce a la reflexión sobre nuestro estar en el mundo.
Por lo tanto, las emociones se convierten en uno de los campos transversales que afectan los otros procesos psicológicos
como el pensamiento, la memoria, la percepción o atención.
Ante esta perspectiva es imposible hacer investigación o intervención en estos procesos sin tomar en cuenta las emociones.
2) Las emociones de la persona como recurso. Si las emociones
además de ser un sentido y una epistemología para la persona,
se convierten en un recurso de su desarrollo y para resolver
infinidad de problemas o retos que se le presentan, y no como
un estorbo o problema.
3) La persona como actor ante sus emociones. Las emociones son
una forma de conocimiento y recurso para las personas, son
parte integral de su identidad. Sin embargo, pueden ser administradas por las propias personas. Por ejemplo, la persona
vista como actor, hace posible que las emociones no lo tomen
152
como rehén, sino que él o ella puedan explorarlas y dirigirlas.
4) Las emociones en al ambiente terapéutico, como el recurso
para conducir el cambio. En el caso clínico, varios autores
coinciden en señalar que es necesario constituir en el contexto
terapéutico, un clima emocional que posibilite la interacción
entre terapeutas y familia. Este ambiente emocional permitirá
que la conversación terapéutica tenga verdadera importancia
para los participantes y facilite la constitución de consensos
y acuerdos, sin tanta resistencia o descalificación. Es decir,
la emoción le da poder a la palabra para que tenga efectos
terapéuticos.
5) El amor como recurso para el bienestar social. Este es el eje
de nuestra propuesta donde se sustenta la Terapia Familiar
Crítica. En otras palabras, el fin último de la psicoterapia es
reconstruir el amor, ya que éste garantiza la posibilidad de
que la dinámica relacional familiar con sus creencias, rituales,
pensamientos, comportamientos, etcétera, se sustenten en la
aceptación, respeto, tolerancia a la diversidad y cuidado mutuo, y sobre todo posibilita una posición ética que permite el
replanteamiento de nuevas reglas morales que se ajusten a los
cambios dinámicos de la sociedad, lo cual garantiza una sociedad más justa, que tiende a la cooperación para el desarrollo
y el bienestar social, contexto éste donde la salud psicológica
encuentra mayor soporte y recursos.
153
Segunda Parte
CAMBIOS MODESTOS,
GRANDES REVOLUCIONES:
Métodos para lograrlo
CAPÍTULO V
Terapeutas Expertos en Posición de no Saber:
el Diálogo Terapéutico en Torno a las
Preguntas “Estúpidas”
Yo solo sé que no sé nada
Sócrates
E
n las últimas décadas, la terapia familiar ha generado nuevas
orientaciones que conceptúan y tratan la enfermedad mental como una construcción histórico-cultural (Hoffman, 1996;
McNamee y Gergen, 1996; White y Epson, 1993; Gorell, 1998).
Este movimiento ha cambiado radicalmente el concepto de sistema: de ser autómata o preestablecido ha pasado a considerarse
autónomo y constructivo. Es decir, las relaciones e interacciones
sociales que generan y mantienen los síntomas son gobernadas
no por fenómenos universales y ahistóricos, sino por prácticas
sociales locales. Así, existe una clara diferencia entre el terapeuta
que asume que un síntoma se explica por un proceso homeostático, entrópico, estructural, cíclico, o por cualquier otro proceso
automático, y el que busca en el discurso de la propia familia las
explicaciones y sentidos que dan vida al síntoma.
En otro trabajo (Medina, 1996a y b) sostenemos la idea de
que esta nueva revolución en la terapia familiar tiene su origen en
los debates, reflexiones y teorías que han surgido en las ciencias
sociales, de las cuales cabe mencionar la actual tensión entre modernidad y postmodernidad.
Esta dirección que ha tomado la terapia familiar nos enfrenta
a nuevos problemas y reflexiones, entre los que destaca la idea
de que las familias, la enfermedad mental e incluso el conocimiento científico –y con ello la psicoterapia– son de naturaleza
157
histórico-cultural, de modo que la imprescindible contextualización de la familia, el síntoma y el terapeuta nos ha conducido a
tomar como eje el análisis social de las familias mexicanas con el
fin de diseñar nuestros propios discursos y metodologías de intervención (Medina, 2004).
En el marco de estas ideas, el presente trabajo tiene como
objetivo introducir la etnometodología, que, como perspectiva
microsociológica, puede contribuir a que el terapeuta conozca y
comprenda, sin asumir un método hipotético-deductivo, la naturaleza de los síntomas desde el propio discurso de la familia,
así como a que practique una conversación terapéutica dirigida a
generar nuevas explicaciones. Por lo que se concibe a las familias
o personas como expertos empíricos de su propio malestar, y al
terapeuta como experto profesional en posición de no saber.
Contexto teórico y de intervención
En términos generales partimos de la epistemología construccionista, la cual se basa en la creencia de que la realidad es de
naturaleza sociocultural y se construye mediante los usos del lenguaje (Burr, 1995; Gergen, 1985; Harre, 1992b; Shotter, 1989).
Teniendo en cuenta este contexto, consideramos la etnometodología (Garfinkel, 1967) una perspectiva que comparte dicha
creencia.
Por otra parte, el contexto de análisis e intervención es
Latinoamérica, en particular México, el Instituto Tzapopan y la
Universidad de Guadalajara desde donde se interviene con una
gran diversidad de familiar, en especial familias de bajos recursos.
Las particularidades de las familias latinoamericanas, que
revisamos en el capítulo III de esta publicación nos han llevado a conceptuar la terapia familiar como una práctica social,
pues hemos aprendido que, por las especificidades sociales de
Latinoamérica, si se quieren promover cambios sustantivos, es
158
necesario establecer un enlace forzoso entre síntoma, familia y
comunidad; por ello nos resulta más útil hablar de salud psicosocial que de enfermedad mental.
Tal como lo argumentamos en el capítulo II, la epistemología
sistémica y construccionista ha sido fuertemente influenciada por
los debates que han generado la nueva filosofía de la ciencia (Kuhn,
1990; Hanson, 1985; Feyerabend, 1980; Laudan, 1977) y las ciencias sociales (Bruner, 1991; Giddens, 1991; Giddens, J. Turner y
otros, 1990; Potter, 1998; Ibáñez y Íñiguez, 1997). Esto nos ha
conducido a crear un estilo de análisis e intervención que denominamos terapia familiar crítica, la cual tiene el objetivo de trabajar
desde las familias mediante una conversación que pone en entredicho las prácticas y discursos tradicionales, basados en los síntomas.
Contribuciones de la etnometodología a
una psicoterapia desde la familia
La etnometodología fue propuesta por el sociólogo Harold
Garfinkel (1967) en los años sesenta. Se trató de una respuesta
crítica a la sociología estructural de su tiempo, ya que rechaza
aquellos discursos sociales que calificaban la acción humana de
automatista, así como las teorías que daban por sentados conceptos como estructura, clase social, cultura, sistema, familia,
identidad, etc. Asimismo, defiende la idea de que los fenómenos
sociales no tienen capacidad, por sí solos, para imponerse a las
personas, sino que son estas las que hacen posible la producción
de hechos sociales en su práctica social cotidiana. Cabe señalar
que la etnometodología no niega las estructuras, sino su factibilidad separada de las prácticas humanas, o sea, las considera un
proceso y no un estado. En nuestro caso, la familia es vista como
una actividad social que solo es posible descubrir y conocer en la
acción y explicaciones que dan de ella los propios miembros que
la componen y la construyen.
159
Los etnometodólogos utilizan como metáfora para explicar el
proceder de la gente ordinaria la práctica científica: del mismo
modo que los científicos están constantemente intentando entender el mundo y utilizan sus hallazgos para proceder apropiadamente ante tales situaciones, la gente utiliza modelos, manipula
información, tiene percepciones de la realidad, así como sus propios métodos de investigación y proceder ante la naturaleza y su
entorno social; de ahí el nombre de etnometodología.
En resumen, la etnometodología parte de dos supuestos:
1) Los hechos sociales no determinan desde fuera la conducta
humana, sino que ellos mismos son el resultado de la interacción social que se produce continuamente a través de su
actividad práctica cotidiana.
2) Los seres humanos no son “idiotas culturalizados”, sino agentes activos capaces de articular procedimientos que les son
propios para definir, según las circunstancias y los significados, las situaciones sociales en las que están implicados.
Estas ideas llevaron a Garfinkel a diseñar una propuesta metodológica que le permitió conocer empíricamente las creencias,
teorías, modelos, metáforas y métodos que emplean las personas para construir su mundo social buscando la explicación en
los mismos actores que lo producen y en el curso de la propia
acción. Para llegar a tal fin, propuso las siguientes herramientas
conceptuales:
1) Indicación (indexicality). Se parte de la creencia de que la
vida social se construye a través de la utilización del lenguaje
y del significado de una palabra o expresión en el marco de un
contexto en particular. Es necesario estudiar cuándo se utilizan las palabras y expresiones para comprender la dimensión
160
exacta de lo que se está diciendo. Expresiones indicativas
como “esto, yo, usted, aquí, ella, allá, etc.” están rodeadas de
una situación y de un contexto lingüístico. Es decir, aunque
una palabra o expresión pudiera tener un significado transituacional, también podría tener uno diferente en cada contexto particular. Por ello se dice que la combinación de palabras y contexto es lo que da sentido a una expresión (Potter,
1998). Así, cuando una madre califica a su hijo de tonto, es
necesario ampliar la explicación sobre los momentos, ocasiones y acciones que explican el sentido preciso de tal término
en lugar de asumir el significado recto del vocablo desde nuestra posición.
2) Reflexividad. Este concepto destaca el hecho de que el lenguaje no solo se utiliza para referirse a algo, sino también, y
principalmente, para hacer algo; es decir, no se limita a representar el mundo, sino que interviene en ese mundo de
una manera práctica (Garfinkel, 1967). En otras palabras, la
reflexividad destaca el hecho de que una descripción es una
referencia a algo y, al mismo tiempo, forma parte de su construcción. Siguiendo con el ejemplo anterior, cuando la madre
califica a su hijo de tonto, el sentido de la palabra utilizada
va más allá de la representación o referencia de algo, pues –lo
que es más importante– organiza la interacción madre-hijo,
así como la que se da entre otros miembros de la familia que
participan en ese cuadro social. Por lo tanto, aunque tonto sea
una referencia a una persona concreta, desde esta perspectiva
es algo que se origina, desarrolla y tiene sentido solo en la
conversación y la práctica social.
3) Descripciones (accounts). Para la etnometodología, toda la
acción social es descriptible, inteligible, relatable y analizable.
Por ello, el concepto de discurso no se limita al uso lingüístico, sino que se refiere a toda la acción social. Es como hacer
161
visible el mundo y hacer comprensible la acción al describirla,
ya que el sentido de la acción social se revela en el marco de
los procedimientos que se emplean para expresarla. De este
modo, cuando la madre se refiere a su hijo como un tonto, detrás de tal calificativo existe seguramente toda una explicación razonable por parte de la madre, del propio hijo y
de otros miembros que participan del mismo cuadro social.
Todos ellos no son “idiotas que interactúan”, que necesitan
del experto para comprender la verdadera y objetiva explicación de sus comportamientos, sino personas que están organizados mediante explicaciones racionales que ellos mismos
han producido, y, si se les pregunta y escucha, nos sorprenderá conocer que tienen una respuesta razonable y lógica.
4) Miembro. Para los etnometodólogos, convertirse en miembro
de un grupo o de una organización no supone solo adaptarse, sino también participar activamente en la construcción de
este. El miembro no adopta pasivamente las reglas del grupo,
es decir, no es un “idiota culturalizado”, sino corresponsable
de su construcción cuando participa en él. Los grupos, organizaciones o instituciones se crean y se recrean en la práctica
cotidiana de sus miembros. El miembro es una persona dotada de un conjunto de procedimientos, métodos y actividades que la hacen capaz de inventar dispositivos de adaptación
para dar sentido al mundo que la rodea. La familia que hemos venido utilizando como ejemplo es la familia García, y
ser miembro de esta familia implica participar en una serie
creencias y métodos que la distinguen de otras familias, de
modo que cada uno de sus integrantes es miembro activo y
constructor de la familia García.
Estas premisas conceptuales llevaron a Garfinkel a generar toda
una metodológica de análisis del discurso que permite conocer
162
empíricamente las creencias, teorías, modelos, metáforas y métodos que emplean las personas para construir su mundo social en
comunidad, buscando la explicación en los mismos actores que
lo producen y en el curso de la propia acción. Podríamos esquematizar dicho método en la siguiente tabla:
Tabla 1.
INDICACIÓN
Lugar y persona
Contexto particular
REFLEXIVIDAD
IDENTIDAD
MIEMBRO
Acción, práctica del
lenguaje tácito para
hacer algo
Persona activa en la
construcción de
la organización
donde vive
DESCRIPCIONES
Es relatable toda
acción humana
Familiar
Grupos
Comunidades
Organizaciones
Todo ello nos ha llevado a considerar la etnometodología como
una perspectiva útil que nos permite explorar varias dimensiones
de la realidad en un mismo momento: interacción, identidad y
una problemática en concreto, en este caso un síntoma.
Identidad y síntoma en el discurso tácito
Una de las ideas centrales que defendemos en este trabajo es la
relación que existe entre identidad y síntoma con el discurso tácito. Esta idea surgió a raíz de los resultados de la investigación
etnometodológica que llevó a cabo Garfinkel (1967). Este autor
163
observó un contexto simbólico, no verbal, que el grupo asume
cuando habla e interactúa. Éste uso del lenguaje implícito que la
gente utiliza en su vida cotidiana es compartido tácitamente por
la comunidad local, y más que ser un lenguaje banal y rutinario,
señala este autor, tiene un papel importante en la configuración
de la vida social de una cultura.
Por ejemplo, un investigador le pregunta a una persona que se
encuentra al final de una larga fila: “¿Qué está haciendo aquí parado?”; la persona responde: “Estoy haciendo una fila para comprar
un boleto con el fin de entrar al cine”; el investigador pregunta de
nuevo: “¿Qué es una fila?”; la persona contesta irritada: “Una fila
es una manera en que varias personas se organizan para comprar
un boleto en orden”; el investigador continúa su interrogatorio:
“¿Qué es un boleto?”; el individuo, con una expresión de extrañeza y confusión, reflexiona y, después de una larga pausa, responde: “Un boleto es un billete que valida que pagó la entrada al cine
y te permite entrar”; “¿Qué es el cine?”..., y así sucesivamente. El
experimento muestra que, aunque una persona no hable, cuando
actúa, está utilizando un discurso implícito, un conocimiento tácito local que le permite organizarse en comunidad, interactuar
con los otros y utilizar una serie de métodos cotidianos.
Creemos que este contexto simbólico tácito que estudia la etnometodología es de una enorme utilidad para el análisis de la
identidad y del síntoma en terapia familiar.
Existen innumerables teorías que abordan el concepto de identidad personal, y no es el objetivo de este trabajo hacer un análisis
exhaustivo. Las teorías de la identidad personal, en general, se
dividen entre las que la consideran una representación psíquica
o biológica única y constante, como una esencia o estado mental
predeterminado, ya sea por la historia infantil o por la interacción de procesos psicosociales y neuronales, ubicada siempre en
el cuerpo de un individuo (Presley, 1967), y las que la conceptúan
164
como un proceso indeterminado que se da solo en la interacción
social (Mead, 1972; Goffman, 1981; Gergen, 1992).
Sin pretender sustentar la verdad o representación de la realidad, consideramos que la identidad personal o individual es menos útil para el trabajo en terapia familiar si la conceptuamos
como un estado o esencia, ubicada en el cuerpo de una persona y
predeterminada, porque es reductible solo al análisis psicológico.
Más bien nos inclinamos por la idea de que la identidad, como
metáfora, es más valiosa si la consideramos una interacción simbólica, una relación entre personas, una práctica cotidiana que
define lo que somos y que se muestra solo en la representación de
la persona ante un escenario social (Goffman, 1981). Además, no
creemos que exista una línea divisoria entre la identidad de una
persona con el otro y su comunidad; las identidades, bajo esta
idea, están entremezcladas en varias dimensiones espaciales, y se
crean y se recrean en la acción discursiva.
Sobre la relación y los conceptos de identidad y narrativa,
aunque con un interés clínico, J. Linares (1996) se refiere a la
identidad y la narrativa como “productos históricos, resultado
directo de la relación del sujeto con la sociedad” (p. 28). Sin embargo, hace una distinción entre identidad y narrativa: considera
la primera como el espacio donde el individuo se reconoce a sí
mismo y, por tanto, es extraordinariamente resistente al cambio,
mientras que la narrativa es una práctica altamente negociable.
Aunque es interesante la opinión de Linares sobre la naturaleza
resistente de la identidad, consideraremos ésta, ya sea individual,
familiar o cultural, también una práctica narrativa, pues es un
discurso que la gente sigue practicando cotidianamente, consigo
mismo o con los miembros del grupo, tal como muestran los
experimentos etnometodológicos. Cabe señalar, no obstante, que
gran parte de la identidad se da en el discurso tácito, es decir, en
el contexto simbólico que practicamos todos los días pero que
165
damos por sentado; por ello se distingue de otras y es resistente al
cambio. Sin embargo, creemos que, aunque la comunidad asuma
este contexto simbólico, también forma parte del dominio de la
negociación cotidiana mediante prácticas, métodos y gestos en el
curso de la acción.
Por otra parte, los síntomas o problemas psicológicos, comúnmente llamados enfermedades mentales, quedan ubicados también en el espacio del discurso tácito. Los síntomas son prácticas sociales que, por lo regular, se han asumido durante mucho
tiempo. Aquí es donde reconocemos en la etnometodología su
utilidad para la terapia familiar, ya que nos permite identificar y
conocer el discurso tácito de la familia y cómo, en este, se construyen, se mantienen y se negocian cotidianamente la identidad
de cada uno de los miembros de la familia y los síntomas.
Linares (1996) señala que, “cuanto más grave es la patología,
más implícita está en ella la identidad y más pobre resulta la correspondiente narrativa” (p. 28). Siguiendo esta idea, y vinculándola
con la propuesta etnometodológica, consideramos que los síntomas
más graves se han incorporado tradicionalmente al discurso tácito
como algo concomitante con las costumbres del grupo. Estamos de
acuerdo con su idea de que, para que un problema se resuelva, es
necesario llevar el síntoma, y con ello la identidad, al plano narrativo; sin embargo, creemos que la propia identidad es una forma de
narración que puede ser explorada. Si a la familia se le pregunta por
qué o para qué hace una u otra cosa, nos sorprenderá que siempre
tendrá una explicación. En todo caso, la idea de una psicoterapia
familiar sería preguntar lo banal y rutinario e inmediatamente escuchar, escuchar y escuchar, con el doble objetivo de, por un lado,
conocer el discurso tácito que practica la familia cotidianamente
con relación al síntoma, y, por otro, promover reflexiones y una
actitud crítica que permita generar nuevas explicaciones que conduzcan a la resolución del problema.
166
Generando nuevas explicaciones para el cambio
Tal como vimos, la etnometodología sitúa al individuo en una
posición activa, capaz de generar cambios, aunque también esta
perspectiva nos enseña que el poder estriba en el consenso social.
En ese sentido, creemos que la identidad no es una esencia o
un proceso automático inconsciente o predeterminado que nos
arrastra a comportarnos de una u otra manera, sino una práctica con conciencia; es decir, el carácter simbólico de la conducta
humana nos alerta de la naturaleza cambiante y consciente del
comportamiento de las personas. Por lo tanto, la identidad es
vista como un proceso reflexivo en el sentido de que la existencia
humana está necesariamente abierta e incompleta, pues los individuos están continuamente reflexionando y reconstruyendo;
de ese modo modifican todas las acciones y conductas pasadas
cotidianamente y preparan el escenario para las acciones futuras.
Esta posibilidad de cambio sostenido de la identidad es más útil
para la terapia familiar porque desde esta perspectiva es posible
que los terapeutas diseñen herramientas dirigidas a generar desde
la epistemología de las familias nuevas explicaciones para promover cambios.
Del método hipotético-deductivo al método
inductivo-ideográfico
Trabajar desde la epistemología de la familia no es nada fácil.
Anderson y Goolishian (1996) sostienen la idea de que, para que
un terapeuta no venda sus explicaciones a la familia, el mejor ejercicio es ver al cliente como el experto y tomar una posición de ignorancia y curiosidad. Pero llevar a cabo tal empresa es si no imposible, sí difícil, porque ninguna psicoterapia se escapa de tener
un marco conceptual que organiza la entrevista, interpretaciones
y prácticas terapéuticas. El punto central es el “espíritu epistemológico y metodológico” (Medina, 1993a) que se encuentra detrás
167
del uso de las teorías, porque tal espíritu determina en mucho
que unas teorías sean más rígidas que otras, y las más rígidas sobreinterpretan, bajo un modelo teórico preestablecido, y dan por
sentado un sinnúmero de circunstancias, dejando poco margen
a las explicaciones de la propia familia y produciendo, implícitamente, una relación activa/pasiva entre el experto y la familia.
Los debates sobre el método y la posición epistemológica de
los investigadores tienen una larga tradición, pero básicamente se
han polarizado entre los que defienden el método cuantitativo y
el cualitativo. Solo por mencionar un ejemplo, en la vieja Grecia,
Platón (Ferrater, 1994) narra un pasaje de Sócrates en el que este
comentaba a Teetes que practicaba el mismo arte que su madre,
la cual era comadrona: la mayéutica, que consistía en ayudar a
engendrar, pero en este caso pensamientos. Sócrates señalaba que
lo importante del método mayéutico era que él solo no podía
engendrar, conocer o producir sabiduría, ya que era necesario un
diálogo interpersonal basado en preguntar, y la posición del que
preguntaba había de ser modesta y de ignorancia; de ahí su celebre frase “yo sólo sé que no sé nada”.
Los etnometodólogos retoman esta tradición y replantean
para la sociología sustituir el método hipotético-deductivo por
uno inductivo-ideográfico. El primero utiliza hipótesis dirigidas
a buscar leyes universales, mientras que el segundo se basa en
la búsqueda empírica de acontecimientos o hechos particulares
(Ferrater, 1994).
Si llevamos esto a la terapia familiar, es necesario, en principio,
reformular las ideas de que el experto es el único que sabe y de que
las familias son “idiotas culturalizados”. La terapia familiar utilizó
durante muchos años la metodología hipotético-deductiva, que
consistía en la elección de hipótesis preestablecidas suministradas
por una teoría explicativa (sistémica), las cuales tendrían que confirmarse o refutarse en la familia; una vez confirmada la hipótesis,
168
los terapeutas asumían todo un campo conceptual (sistémico)
que explicaba las causas y fines de la conducta de los miembros
de la familia, y con ello orientaba todos los procedimientos terapéuticos: las preguntas, las estrategias, los objetivos y los resultados. La etnometodología se propone buscar, en principio en los
discursos de la propia familia, el marco explicativo que permita
al terapeuta conocer las formas en que la familia construye su
propia realidad. Este ejercicio puede conducir a que el terapeuta encuentre también recursos –discursos alternativos– (White y
Epson, 1993) en la misma familia para deconstruir la historia en
torno a la identidad y el síntoma.
Un método inductivo-ideográfico para la terapia familiar nos
permite abrir el diálogo con la familia, tomar una posición de
humildad y empatía para comprender, valorar y reconocer limitaciones y recursos con el fin de generar desde la familia nuevas
explicaciones. No se trata de comenzar con hipótesis preestablecidas, que pueden conducir a que la profecía se autocumpla, sino
de considerar que la familia sabe y nos puede sorprender .
Ante esto consideramos que los terapeutas son expertos en
posición de “no saber”, esto implica una alta destreza. Es decir,
tener una posición “de no saber” es una destreza metodológica,
la cual el terapeuta debe de aprender. Para ello, hemos propuesto
aquí “el diálogo terapéutico en torno a las preguntas estúpidas”,
que permite al terapeuta tener una posición para trabajar desde
los paradigmas de la propia persona o familia, como base para
entablar una comunicación terapéutica.
Hacia una psicoterapia desde la familia: el diálogo terapéutico en torno a las preguntas “estúpidas”
Tomando las ideas de la etnometodología, la propuesta es establecer una conversación terapéutica basada en las preguntas estúpidas. Con esta expresión nos referimos a que el terapeuta no
169
asuma o dé por sentado nada, que, al igual que un extranjero que
llega a una cultura extraña, pregunte los aspectos más elementales
que llevan al grupo a coordinarse, organizarse en comunidad y
entablar una constante comunicación. Es decir, se trata de comprender lo que el grupo narra sin decirlo, lo que da por sentado
pero que practica todos los días; para ello es necesario, por una
parte, detectar el soporte paradigmático donde el síntoma encuentra sentido, es decir, las creencias, valores o moral, etc. y por
otra parte, las emociones, pensamientos y conductas que está generando dicho síntoma. En resumen las preguntas estúpidas van
dirigidas a navegar en torno a la identidad cultural y personal de
la familia y sus miembros en relación al síntoma.
Téngase en cuenta que las preguntas estúpidas no son una herramienta nueva, sino que forman parte de la práctica humana
natural. Por ejemplo, la curiosidad de un niño por entender el
mundo abruma a sus padres con innumerables preguntas –¿por
qué?, ¿por qué? y ¿por qué?– que aparentemente son estúpidas
para ellos. La idea es tomar esto como práctica cotidiana y convertirlo en un recurso metodológico de intervención terapéutica
que denominamos: el diálogo terapéutico en torno a las preguntas estúpidas (Medina, 2000).
Dos casos en torno a las preguntas estúpidas
A continuación se ejemplifica el diálogo en torno a preguntas
estúpidas con dos casos uno de violencia masculina y otro ante la
rebeldía de una adolescente.
María y Pedro: violencia, un problema en torno al género
María y Pedro se presentan a terapia porque Pedro golpea a María,
ya tienen con este problema más de cinco años. María le propone
como condición a Pedro seguir adelante con la relación siempre y cuando vayan a terapia juntos. Organizan la cita y entran
170
en proceso terapéutico, en la primera sesión se toman los datos
generales y exponen ambos el problema, los dos dan una visión
distinta del porqué de la violencia. Aunque Pedro acepta que está
mal hecho pegarle a María, justifica su acción con un discurso
congruente desde sus premisas. En una segunda sesión se inicia
con las preguntas estúpidas, partiendo de lo narrado por ellos. En
este caso consideramos que la violencia está íntimamente ligada
a un problema de género descontextualizado, es por ello que la
entrevista con una posición de “no saber” girará en torno a sus
prácticas de género, con el fin de que expliciten lo que cotidianamente practican de forma implícita y expresen las creencias familiares y culturales que le dan sentido, con ello su propia identidad
de género.
Terapeuta. ¿Quién lava los trastes en la casa?
Pedro: (con expresión de asombro contesta) pues ella, quien más.
Terapeuta: ¿por qué?
Pedro: (en tono enojado) ¿Cómo que por qué? Ella es la mujer,
ella lo debe de hacer.
Terapeuta: ¿Desde cuándo?
Pedro: ¿Perdón? ¿Cómo que desde cuándo?
Terapeuta: Si ¿desde cuándo?
Pedro: De siempre.
Terapeuta: ¿No hubo un acuerdo sobre quién los lavaría?
Pedro: No, siempre ha sido así y así será.
Terapeuta: ¿Desde cuándo en esta familia las mujeres lavan los
trastes?
Pedro: (en una posición reflexiva, contesta) Desde siempre.
Terapeuta: ¿Qué quiere decir desde siempre?
Pedro: Desde que tengo uso de razón, mi abuela y mi madre ya
lo hacían.
Terapeuta: ¿Su madre también lavaba los trastes?
171
Pedro: Si, no solo hacía eso, nosotros éramos 8 de familia, nos
atendía a todos muy bien, cocinaba excelente, y atendía a mi padre quien llegaba de trabajar cansado, no como ésta (refiriéndose
a María).
Terapeuta: Es decir, su madre los atendía a todos muy bien e
incluso cocinaba muy rico y lavaba los trastes, y ¿hacía todo el
quehacer de la casa?
Pedro: Todo el quehacer y nunca se quejó, no como ésta (refiriéndose de nuevo a María).
Terapeuta: Su madre hacía todo lo de la casa y cuidaba de todo,
asumo que también trabajaba fuera de la casa, igual que María.
Pedro: Bueno no trabajaba, se dedicaba solo a la casa.
Terapeuta: Su mujer hace eso, dice usted no muy bien, pero si
trabaja fuera de casa.
Pedro: Bueno doctor usted sabe como están las cosas hoy, es imposible vivir con un solo sueldo, así que mi mujer tiene que ir a
trabajar.
Terapeuta: Ya entendí, por las actuales circunstancias económicas su esposa tuvo que integrarse al trabajo, un papel que sólo
correspondía a los varones antes, tal y como su padre lo hacía.
Pedro: Bueno así son las cosas ahora.
Terapeuta: ¿Cómo?
Pedro: Es necesario adaptarse a las nuevas circunstancias.
Terapeuta: ¿Cuáles circunstancias?, ¿las económicas y los nuevos
roles que debe de cumplir uno, que ya no son como antes?
Pedro: (en una posición reflexiva) Si a todo hay que adaptarse y
cambiar para sobrevivir.
Terapeuta: Esta familia parece que tiene la habilidad de adaptarse
a las nuevas circunstancias, ¿qué le haría falta para que terminen
de adaptase a las nuevas circunstancias?
Pedro: Creo que ponernos de acuerdo mi vieja y yo.
Terapeuta: ¿Qué tipos de acuerdos?
172
Pedro: Lo que nos toca hacer a cada uno.
Terapeuta: ¿Qué le tocaría a usted y qué le tocaría a ella, ante
estos nuevos tiempos?
Pedro: Que ella comprenda que es más difícil hoy que antes, y
entender que no la tiene tampoco fácil. Yo trabajo como burro,
ella, creo también, pensándolo bien doble, fuera de la casa, limpiando otras casas y luego la nuestra, atender a mis hijos y a mi,
etc.
Terapeuta: ¿Usted cree que los hombres y las mujeres de antes y
los de hoy son iguales?
Pedro: Si en esencia, pero no en sus actividades.
Terapeuta: Me lo puede explicar con más detalle a qué se refieren
con esencia y actividades.
Pedro: Las mujeres son las mejores para cuidad a los hijos, los
hombres no tanto. Por ello creo que deben de estar más en casa.
María: Eso quisiera, estar solo en casa para cuidarlos bien a todos, pero no me alcanza el tiempo.
Pedro: Lo sé, pero no se puede.
Terapeuta: Supongamos que no puede cambiar las cosas, es decir
lo que le toca hacer a cada uno por las dificultades económicas,
es un hecho eso, pero ¿qué podría cambiar usted para enfrentar
mejor esto en relación a su mujer?
Pedro: (se toma un tiempo para contestar) Ser más paciente, entenderla, y ver que puedo hacer yo también para colaborar en
casa.
Terapeuta: Pedro, ¿cree que todo esto ha tenido que ver con la
violencia que ha ejercido con María?
Pedro: Si, me cuesta mucho trabajo adaptarme a las nuevas circunstancias, me desespero y termino siendo agresivo.
Terapeuta: María, tú en alguna ocasión durante estos cinco años,
has visto que Pedro responde de otra manera, es decir, comprendiendo la situación sin mostrar violencia.
173
María: Si, en muchas ocasiones, lo discutimos pero no llega a
perder la cabeza. De hecho un día me reconoció de todo lo que
hago.
Terapeuta: Cuéntemelo con detalle.
Como pudieron advertir, se establece un diálogo donde el terapeuta esta guiado por la curiosidad, tomando la posición de “no
saber” pero con el objetivo de que la pareja expresen sus explicaciones a sus comportamiento implícitos, teniendo un efecto de
reflexión terapéutica, porque contextualizan sus creencias y valores en relación a sus actos y en el diálogo asumen una posición
activa sobre lo que creen, hacen y dejan de hacer. Ambos ingredientes son estimulados por la curiosidad del diálogo, es decir por
las preguntas estúpidas.
Después de varias sesiones de diálogos que traían al discurso
explícito sus relaciones de violencia y género, Pedro y María redefinieron su relación de otra manera, acabaron de adaptarse a las
circunstancias nuevas, mediante una forma de vida más llevadera.
Cristi huye de casa
La señora Martínez solicita una cita por teléfono. El problema es
su hija Cristi, que ha huido de casa tres veces en un periodo de
un año; la última vez estuvo una semana sin comunicarse, y confiesa el temor a que su hija se quite la vida porque últimamente
ha expresado que desea morir. Sin más explicaciones, se le pidió
a la señora Martínez que acudieran a la primera sesión todas las
personas que vivían en la misma casa.
Acuden a la primera sesión la madre (señora Martínez, 43
años); sus hijos, Cristi (15 años), Carlos (8 años) y Julián (2 años),
y la abuela (madre de la señora Martínez, 70 años). El padre, Juan
(44 años), no “llegó” a la sesión. Después de una hora y media
de entrevista, donde principalmente cada uno de los miembros
174
explica su propia perspectiva del problema, todos menos Cristi
están de acuerdo en que es una niña rebelde, imposible de controlar y que esta vez se había pasado de los límites, así como en
que no es consciente de los peligros a los que se puede exponer y
es desconsiderada porque en casa tiene todo lo que necesita. Este
es el discurso dominante.
La primera percepción que tuvimos de Cristi es que es una mujer alta y muy atractiva, que aparenta por lo menos 19 años. Por su
parte, Cristi argumentaba que ya era demasiado grande para que la
dejaran hacer lo que ella quisiera. En los momentos más críticos de
la sesión expresaba que quería que le dejaran en paz, que ella no se
metía con nadie. Cuando le preguntamos a qué se refería con que
la dejaran en paz, la joven reclamaba espacio para ella, pues se sentía sofocada en casa. Cuando insistimos preguntando a qué se refería con sofocada y con que necesitaba más espacio, enrojecida, respondió que deseaba morir. En ese momento, la madre interrumpió
la sesión exclamando: “Ya ve, doctor, cómo es”, e intentando, con
ello, imponer el discurso dominante.
Esta breve descripción de la sesión es suficiente para que un
terapeuta sistémico plantee varias hipótesis: un fuerte problema
de pareja, un triángulo perverso con la abuela o el estancamiento
en una etapa del ciclo vital. Un construccionista invitaría a otros
miembros de la familia e incluso a algunos amigos de Cristi para
intentar recuperar discursos alternativos con el objetivo de reconstruir la historia de Cristi. Sin duda, existen varias maneras
de abordar el problema, aunque la decisión que tomamos en la
interrupción fue continuar con la entrevista, en este caso basada
en las preguntas estúpidas, tomando literalmente lo que Cristi
señalaba acerca de que se sentía sofocada en casa y reclamaba
espacio para ella. La idea era no asumir nada, preguntar lo más
básico sobre el lugar donde vivía, para intentar comprender su
reclamación.
175
Retomamos la sesión después de la pausa con las siguientes preguntas estúpidas:
Terapeuta: “¿Dónde vive, en qué parte de la ciudad?”.
Madre: “En la colonia Juárez”.
Terapeuta: “¿Viven en un piso o en una casa?”.
Madre: “En una casa de dos plantas”.
Terapeuta: “¿Cuántos cuartos tiene la casa y cómo están distribuidos ustedes?”.
Madre: “La casa tiene tres cuartos. En un cuarto duermen mi
mamá (abuela) y Carlitos; en otro, yo y Julián, y, en el tercero, mi
marido y Cristi”.
Sin que nos dejaran interrumpir, continuamos con las preguntas
tontas, pero esta vez nos dirigimos a Cristi.
Terapeuta: “Cristi, ¿tú y tu papá duermen en el mismo cuarto?”
Cristi: (enrojecida y llorando) “Sí”.
Terapeuta: “¿Duermen en la misma cama?”.
Cristi: “No...” (una pausa y continua llorando). “Lo único que
deseo es un metro cuadrado para mí sola, solo un metro cuadrado, nada más”.
Terapeuta: “¿Cuánto tiempo tienen durmiendo juntos en la misma recámara tu papá y tú?”.
Cristi: “Tres años... Me siento sofocada. Solo quiero que me dejen en paz; me quiero morir”.
En ese momento la madre repite la interrupción pero en otro
tono, postura y sentimiento. Enrojecida y llorando, se levanta de
la silla y señala: “Ya se hizo tarde, doctor, ya tenemos dos horas
aquí, tenemos que regresar a casa. Gracias por todo. Yo me comunico con ustedes. Gracias. Cristi, hija, vámonos”.
Esta última parte de la entrevista se puede prestar también a múltiples interpretaciones. Consideramos que las preguntas estúpidas
176
nos habían llevado a descubrir una práctica cotidiana que toda la
familia asumía y no cuestionaba. Este conocimiento tácito nos proporcionó el contexto local donde el discurso de Cristi guardaba
sentido y lógica. Las preguntas estúpidas nos habían conducido al
discurso tácito de la familia y a comprender, por lo tanto, la identidad rebelde de Cristi, que era vista como un problema.
No supimos nada de la familia durante un mes, así que decidimos hablar con ellos para ver qué había pasado. Cristi cogió el
teléfono y nos dijo que se encontraba mucho mejor. Nos pasó a la
madre y le preguntamos que por qué no se habían puesto en contacto con nosotros de nuevo; ella señaló que ya habían “arreglado
el problema”: decidió separarse de su marido, quien cambió de
residencia, y llevaba una relación más estrecha con Cristi, a quien
comprendía y estaba conociendo cada día más. Nos dio las gracias y señaló que, si Cristi creía conveniente regresar a la terapia,
ella misma lo decidiría y tendría todo el apoyo.
En este caso, las preguntas estúpidas no solo nos llevaron a
poner de relieve un tipo de narrativa o discurso asumido durante
un largo periodo en la vida cotidiana de la familia, sino que también provocaron una reflexión. Se cuestionó algo que se había
asumido como normal, produciendo, sobre todo en la madre, un
cambio de actitud ante el problema, redefiniendo la situación y
generando cambios pragmáticos que establecieron una atmósfera
completamente distinta donde Cristi se sentía mejor.
Conclusiones:
En resumen, la etnometodología, como perspectiva microsociológica es fuente teórica inspiradora para generar una método de
intervención que denominamos “el diálogo terapéutico en torno
a las preguntas estúpidas”, el cual lo hemos aplicado en una gran
diversidad de casos clínicos con excelentes resultados, que se pueden puntualizar en las siguientes conclusiones: 1) Navegar en el
177
discurso tácito que practican las personas en contextos específicos, donde se explora al mismo tiempo una problemática en particular a resolver, una situación socio-cultural que contextualiza
el significado de dicho problema y, con ello, parte de la identidad
de la persona y la familia a la que pertenece. 2) Este diálogo conduce a explicitar dichos conocimientos y prácticas tácitas que le
dan sentido y vida al síntoma, haciéndolos visibles y exponiéndolos al campo de la negociación. 3) Esto conduce a promover una
conversación crítico-reflexiva sobre las prácticas discursivas que se
han dado por un largo periodo de tiempo, e incluso en algunos
casos por generaciones enteras; prácticas caducas que, a la luz de
los nuevos tiempos y circunstancias, necesitan ser renovadas, pues
construyen el problema. 4) Este diálogo abierto posibilita explorar y generar nuevas explicaciones, con efectos terapéuticos. 5) Y
por último, todo el proceso conduce a situar a los miembros del
grupo ante una posición más activa, inteligente y sin resistencias
para afrontar los problemas de una manera co-responsable.
178
CAPÍTULO VI
Lo global y Local de la Psicoterapia: La Externalización
del Síntoma Mediante el uso de Metáforas Culturales
Globalización y diversidad
En términos generales se define a la globalización como un proceso por el cual la población está paulatinamente convirtiéndose en una única sociedad. Definición ambiciosa y controvertida.
Existen un gran número de teorías que explican el fenómeno de
la globalización (Informe sobre el desarrollo mundial 2003). Esto
depende desde donde se analice, desde la economía, el comercio,
la sociología, la filosofía, el derecho, la psicología, etc.
La globalización es un término que inicia a utilizarse en los
años 80´s y ha causado una gran controversia política porque sugiere principalmente dos cosas: por una parte, la estandarización
y unificación de criterios y prácticas, y por otra, que la creación
de la sociedad mundial no será el proyecto hegemónico de una
nación; sino del resultado multidireccional de la interacción social en una escala social (Outhwaite y Bottomore, 1998.) Estos
dos elementos pueden ser un gran recurso para “todos” o una
gran desventaja para “algunos”.
Desventaja en el sentido de que los que tienen más tendrán
mucho más y los que tiene menos, menos. Es decir, las actuales
diferencias de desarrollo entre las naciones evoca, actualmente, un
juego desleal y desventajoso (Díaz-Salazar, 2002). Aunque por otra
parte, si llevamos el juego de la globalización al campo del desarrollo, la ética y el derecho, puede ser un recurso extraordinario para
potenciar un comercio para el desarrollo, donde no existe, y evitar
el abuso y el intercambio desleal. (Gómez y Sanahuja, 2001).
En el área social, la globalización como objeto de estudio nos
hace ver de inmediato una gran diversidad de formas de vida que
179
componen el mundo global (Pérez 1996). Es decir, sin esa gran
diversidad el fenómeno global simplemente no existiera, e incluso no tendría sentido. La naturaleza de la globalización se debe
principalmente a que el mundo está compuesto de comunidades
locales diversas y distintas entre sí, que permite que haya intercambio en todas direcciones y campos, y con ello enriqueciendo
el fenómeno global. En otras palabras, la diversidad local y sus
prácticas fortalecen la interacción global.
La globalización y el conocimiento científico
El conocimiento científico fue el primer intento de globalización.
Su objetivo era generar un conocimiento universal que operara
en todo el planeta con el fin de que la humanidad resolviera los
múltiples problemas que le planteaba la naturaleza, independiente de la cultura y geografía donde se sitúe el problema.
Tal como lo he señalado en los capítulos anteriores, la reflexión sobre la ciencia como conocimiento y razón inicia en
el Renacimiento, la finalidad de tal conocimiento era generar
progreso y desarrollo a la humanidad, ha sido el gran proyecto
social que conocemos como Modernidad. Han pasado más de
cuatrocientos años, y no cabe duda que la ciencia ha impactado
al mundo, se ha generado una cultura en base a la ciencia, sin
embargo la razón científica ha pasado por varias etapas, crisis,
reflexiones y replanteamientos. Hoy en día las explicaciones sobre
la naturaleza del conocimiento científico son varias, de las cuales
sobresalen dos:
1) Global: Creer que la realidad existe independientemente de
lo que las personas piensan y que la ciencia es la única clase
de conocimiento capaz de representarla de forma objetiva y
neutral, y con ello, llegar a proponer leyes universales que
expliquen el operar de la realidad.
180
2) Local: Creer que la realidad es una construcción social, en
el caso de la ciencia se construye mediante los usos de paradigmas que generan las propias comunidades de científicos,
por lo tanto, la realidad está dentro del paradigma y no fuera,
así que los modelos que aplicamos son guías que nos permiten referirnos de forma modesta a esa realidad y con ello
construirla.
Es decir una posición realista y otra relativista. Estas dos posiciones ontológicas y epistemológicas están reflejadas en el paradigma
sistémico:
Posición realista/global
El concepto de sistema aparece dentro del campo de la biología,
su impacto en ésta disciplina fue revolucionario que, bajo la mano
de von Bertalanffy (1976) se convirtió en un paradigma o modelo global, capaz de explicar otras dimensiones de la realidad, tal
como los sistemas humanos. Desde esta posición toda la realidad
está compuesta de sistemas que operan universalmente en todo
el planeta, por lo que es una realidad ahistórica, por ejemplo, se
asume como verdadero que todos los sistemas son abiertos y que
estos tienen ciertas cualidades tales como: homeostasis, retroalimentación negativa, procesamiento, equifinalidad, entropía, etc.
y últimamente autopoiésis.
Estos ingredientes universales puestos en el campo de la Terapia
Familiar, permiten hacer una lectura del por qué, cómo y para
qué aparece un síntoma en una persona en relación a una relación
repetitiva familiar. Se plantean explicaciones objetivas y universales independientemente de la condición histórica y cultural de la
familiar y, también de las creencias personales del terapeuta. Así
por ejemplo, vemos como un miembro de una familia expresa un
síntoma para darle equilibrio aparente al sistema, protegiéndolo
181
de un peligro mayor. O podemos ver triangulaciones que operan
de forma automática independientemente de las creencias de la
gente.
El paradigma sistémico no solo explica la realidad, también
ha generado un sin número de intervenciones. Pero bajo esta
posición también las intervenciones son tomadas como técnicas
y métodos universales o globales, y aquí es cuando el riesgo se
vuelve mayor.
Posición relativista/local
El paradigma sistémico es el producto de la creatividad humana,
no representa la realidad tal cual es, sino que es un paradigma que
nos hace ver y tratar la realidad de una forma modesta y limitada
bajo el lente sistémico.
Dentro del paradigma se construye la realidad, es decir, el modelo sistémico construye una realidad a imagen y semejanza. Con
esta lógica, se afirma que diferentes modelos son diferentes realidades. Estas afirmaciones tienen como telón de fondo una gran
sustentación teórica que en este trabajo no abordamos (Kuhn
1990. Lakatos y Musagrave, 1975).
Bajo esta posición ontológica y epistemológica, la realidad es
diversa, y si la queremos estudiar bajo el lente sistémico, es necesario que el terapeuta sea cuidadoso en sus afirmaciones, nunca
pretender tener la verdad absoluta sino estar consciente de que el
modelo, en este caso sistémico, le está proporcionando un lente
para ver la realidad y una lógica para operar sobre de ella. Así que
el terapeuta deberá de tener una posición modesta, para ver en el
modelo sistémico una metáfora guía (Linares, 1998). Bajo esta posición, el modelo sistémico encontrará explicaciones coherentes en
los contenidos culturales e históricos de las relaciones familiares. Es
decir, lo local enriquece lo universal, una vez más. En otras palabras
las historias familiares le dan sentido al modelo sistémico.
182
Me detendré un momento para profundizar en los usos
de los modelos en la ciencia. Este tema es centran dentro
de la filosofía de la ciencia, en especial quien inicio su análisis fue N. Hanson (1985) en su publicación “Patrones de
descubrimiento”.
La importancia de los modelos en el conocimiento científico
La expresión “modelo” tiene múltiples usos, en el contexto de
la ciencia, el “modelo” se refiere a la conexión de lo usual y conocido con lo desconocido e inusual. El uso de modelos, en la
ciencia, ha sido crucial para su construcción, tal como señala N.
Hanson (1985), los modelos “nos sugieren un marco de ideas
para conjuntos de descripciones de otro modo no estructuradas”, por ejemplo, cuando se usa el invernadero (greenhouse)
como modelo para explicar los efectos de la contaminación en
los cambios climáticos de la tierra; la utilización del sistema
solar o el planeta saturno para explicar la estructura y función
interna del átomo, o el del ordenador, para explicar los procesos psicológico cognitivos que supuestamente suceden en la
cabeza de los individuos. En estos casos, lo inusual deja de ser
sorprendente cuando se conecta inferencialmente con lo usual
(el modelo), e incluso nos hacer ver y operar sobre una realidad
que no podemos ver.
En otras palabras, según Hanson los modelos:
a) Sugiere una ligazón inferencial entre los enunciados promoviendo la inteligibilidad.
b) Ayuda a nuestra comprensión de una materia compleja.
c) Proporciona canales de interconexión entre estados de hechos
que (salvo por estos lazos) podían permanecer aislados e independientes unos de otros.
183
Los peligros del uso de los modelos en la ciencia
No obstante, este autor señala que el uso de modelos en la ciencia
no sólo puede ser benéfica y creativa sino también contraproducente, por ejemplo, si utilizamos el modelo como una representación fiel de la materia o del fenómeno que queremos explicar,
eliminando completamente todas la diferencias entre el modelo y
el estado de cosas original, entonces terminamos destruyendo lo
que el modelo pretendía conseguir: brindar una consecuencia de
la estructura ausente en la confrontación original con un complejo de fenómenos.
Para evitar esto, el científico debe de entender que el modelo
es útil, siempre y cuando esté alerta frente a la posibilidad de que
sus cuestiones sean únicamente inspiradas por las propiedades del
modelo, no teniendo nada que ver directamente con la materia
misma. El modelo en este caso se convierte sólo en un tipo de
metáfora inspiradora para crear nuevas explicaciones sobre fenómenos de la realidad inexplicables hasta ese momento.
El papel constructivo de los modelos en la ciencia
Otro aspecto de los modelos cuando se usan en la ciencia, es su
cualidad constructiva. Es decir, cuando se adopta un modelo para
explicar algo desconocido, su función no se limita a la representación de imágenes sino a la construcción significativa del fenómeno, mediante la creación de nuevos significados y tecnologías que
explican y operan en dicha realidad. Es decir, las comunidades de
científicos más que representar la realidad, operan sobre de ella, y
con ello la construyen.
En resumen, los modelos son, por una parte, un modo de
presentar las estructuras que “posiblemente” tenga la materia o
poderes que queremos explicar. Lo hacen de modos psicológicamente más convincentes (es decir, más sencillos) de lo que lo
haría cualquier otro modo de enfrentarse a la naturaleza. Pero
184
también, los modelos guían al científico para intervenir sobre esa
realidad, que al hacerlo la construyen.
Cabe señalar que para que un grupo de científicos construyan
una realidad mediante el uso de modelos, se implican mas elementos, tal como explica T. Kuhn (1990), que en este trabajo no
abordamos.
Vivir la globalización desde Latinoamérica.
Regresemos al fenómenos de la globalización, pero esta vez desde
Latinoamérica, vivir la globalización desde Latinoamérica no es lo
mismo a vivirla desde Europa. La globalización como conocimiento de la realidad social nos muestra principalmente la gran diversidad social en la que vivimos. Latinoamérica, al igual que otras regiones del mundo, se distingue por tener sus propias circunstancias
sociales como resultado de su devenir histórico-cultural. La actual
situación social en Latinoamérica, caracterizada principalmente
por países económicamente pobres y en vías de desarrollo, matiza
en mucho los tipos de estructuras y dinámicas familiares.
El gran cuestionamiento aquí es: si la cultura, la historia e incluso la pobreza de un pueblo tiene que ver con los síntomas
psicológicos que puede presentar un individuo y su familia.
Si la respuesta es afirmativa, nos lleva a pensar que no solo la
psicopatología debe de buscar mucha de sus explicaciones en
dichas circunstancias, sino también culturalizar en este caso el
modelo sistémico, para diseñar teorías y metodologías de intervención contextual para la búsqueda de soluciones correctamente locales.
Partimos de la creencia de que las psicopatologías presentadas
por un individuo en su origen y desarrollo no solo tienen un
gran componente estructural relacional, sino también que son de
naturaleza histórica y cultural. Por ejemplo, la naturaleza de los
ciclos vitales de una familia tiene que ver más con una condición
185
cultural e incluso con su clase social, que a un patrón universal.
O por otra parte, no es igual la definición y connotación que se le
da a una familia aglutinada en Estados Unidos de Norte América
que en México, etc. etc.
Lo que propondremos aquí es contextualizar histórica y culturalmente los sistemas, en este caso los diagnósticos relacionales de
la terapia familiar, y no al contrario.
Es por ello que los usos del lenguaje como objeto de estudio
se convierten en fundamentales, porque solo en las explicaciones
que la gente da a sus prácticas podremos contextualizar los sistemas. Es decir, lo local le dará sentido a lo global, y no al contrario.
La naturaleza compleja y diversa del comportamiento humano así
no la hace ver. En este sentido proponemos aquí dos modelos que
se integran lo global y lo local para la intervención psicoterapéutica y la posición del terapeuta ante tal complejidad, parecido a la
propuesta de la visión binocular de Boscolo y Bertrando (1996).
Figura 1
TERAPIA FAMILIAR CRÍTICA
Visión Binocular
GLOBAL
ESTRUCTURA
Patrones
relacionales
recurrentes
Sistémico
Cibernético
186
ES
LOCAL
SENTIDO
Explicación que
las personas dan sobre
sus propias conductas
Visión Binocular
Construccionismo
Social
Figura 2
TERAPIA FAMILIAR CRÍTICA
Terapeuta y cliente intervención
colaborativa
TERAPEUTA
Experto global
en posición de
no saber
TC
CLIENTE
Experto local
empírico
Posición Binocular
del Terapeuta
Caso Pedro y María:
De la celotipia a la iguana, de lo global a lo local.
Casados por 8 años, tienen 3 hijas. Provienen de un pueblo chico
de Nayarit, México, cerca de la costa del Pacífico.
Vienen a terapia por un problema de celos. Son derivados por
otros pacientes.
Problema: Pedro dice que los celos no lo dejan vivir, le ganan
y no puede establecer una relación normal con su esposa y esta
perjudicando su trabajo.
María dice que es insoportable vivir así, que ya no aguanta
más. Es por eso que ella sugirió venir a terapia o separarse.
Terapeuta: ¿Cuándo iniciaron sus celos?, ¿fue con alguna persona
en particular?, ¿en dónde? ¿cómo fue?, etc.
187
Pedro: La primera vez que sentí celos fue hace siete años, aunque
hace dos años que son incontrolables. Vivíamos en la casa de mi
mamá. María estaba embarazada de mi primera niña.
Terapeuta: ¿Los celos estaban relacionados con alguna persona
que veía su esposa?
Pedro: Si, con el esposo de mi mamá.
María: El esposo de su mamá es su tío.
Terapeuta: ¿Cómo es esto?
Pedro: Mis papás se separaron cuando yo tenía 10 años. Y mi
mamá se casó con el hermano de mi papá.
Terapeuta: Explícame esto.
Pedro: El primer novio de mi mamá fue mi tío, pero mi tío emigró hacia Estados Unidos a trabajar. Mi papá se enamoró de mi
mamá y se casaron, tuvieron cuatro hijos, yo soy el mayor. Mi tío
regresó cuando yo tenía 8 años, a partir de ahí mi papá empezó
a tomar y a golpear a mi mamá, mi mamá no aguantó esto y se
divorciaron. Yo creía que esa era la razón del divorcio, e incluso
comprendía muy bien a mi mamá. Aunque mi padre me dijo que
algún día me explicaría el porqué de su alcoholismo y desamor
con mi madre.
Nos fuimos a vivir con mi abuelita, la mamá de mi mamá.
Vivimos ahí 2 años, creo que fueron los años más felices de mi
vida, a pesar de que mi mamá trabajaba, mi abuela era muy cariñosa y cuidadosa con nosotros. Después de dos años, mi mamá
nos dice que nos cambiaremos de casa, yo no entendía, le pregunté ¿por qué? Que ahí vivíamos muy a gusto todos. Sin embargo,
mi mamá no me dio respuesta.
Cuando nos cambiamos, mi tío se vino a vivir con nosotros,
ahí entendí el porqué del cambio de casa. No tuve ninguna explicación, lo sentí como un balde frío de agua. A partir de ahí, tuve
un acercamiento muy fuerte con mi padre, quien después me
comento esta historia, de mi tío y mi madre.
188
Empecé a trabajar desde chico, me enfoque a mi, y ahora casi
toda la familia depende de mi, tengo un negocio donde trabajan
mi papá y mi tío conmigo.
Terapeuta: ¿Explícame por qué le tienes celos a tu esposa en relación con tu tío?
Pedro: En una noche, María salió al baño, los baños en el pueblo
están fuera de la casa, así que vi cuando se fue, en ese momento vi
también pasar a mi tío que se dirigía al baño. Esperé en el cuarto
y María se entretuvo 20 minutos. Al siguiente día le pregunté,
qué había hecho con mi tío. Ella me contestó que nada, pero yo
se que sí.
Terapeuta: ¿Cómo sabes esto?
Pedro: Porque después estuve percibiendo miradas constantes
entre ellos e incluso una carta de ella hacia él.
Terapeuta: ¿Qué decía la carta?
Pedro: Le agradecía su comprensión y cariño.
Terapeuta: ¿Viste a tu esposa y tío besarse o abrazarse, etc.?
Pedro: No, nunca.
Terapeuta: ¿Tú que dices de todo esto María?
María: Para empezar yo en aquella época no sabía que era su
tío, creía que era su papá. Lo que él refiere sobre aquella salida al
baño, yo iba en camisón de dormir, el señor me tocó la puerta y
le dije que estaba ocupado pero no salí has que se fuera, me daba
mucha vergüenza salir en camisón y que me viera, así que estuve
ahí hasta que oí que se fue, por eso me entretuve mucho.
El tío (insisto, creía que era el papá de Pedro), cuando vivimos con ellos, fue muy amable y cariñoso, siempre muy respetuoso. Vivíamos ahí, así que entablamos una buena relación,
hablábamos mucho, pero nunca tuve que ver con el, nunca he
tenido que ver con nadie. Yo ya no puedo vivir así, en desconfianza, ya no disfruto salir, y mi círculo de amistades se ha
reducido muchísimo.
189
Se trabaja con su triangulación histórica y que estaba afectando
su presente. Mamá, Papá, Tío y Pedro.
Externalización del problema: Se le invita a que le ponga nombre a los celos, un animal, fantasma o cosa. Después de unos
segundos de pensar, Pedro le nombra a los celos “iguana”.
Terapeuta: ¿Por qué Iguana?
Pedro: Porque la iguana se come todo, tiene una lengua pegajosa, que todo lo que vuela cerca de ella se lo come, etc. Es
igual que yo, cualquier movimiento extraño o distinto de María,
de inmediato empiezo a pensar que esta viendo a alguien, me
como todo, y el pensamiento no me deja hacer nada sino pensar
en que María me está engañando.
La Iguana es una metáfora para explicar su problema y que
la ha escogido, desde sus propios recursos locales. Esto es fundamental, porque él sabe que es una Iguana, como se mueve,
como vive, y él vive entre ellas, forma parte de su cultura local.
Esto significa que tiene una conexión, pero creo que no es solo
cognitiva de medio ambiente, se convierte en un recurso explicativo, en un modelo o metáfora que explica algo más complejo, como los celos, es una metáfora que tiene, además en el
campo terapéutico, una conexión emocional que le permitirá
ver su problema desde fuera de su cuerpo, el cual puede hacer
referencia a él.
Terapeuta: Tendremos varias tareas para todos, tu Pedro analiza
cuando aparece la Iguana, en que circunstancias, momentos, lugares, qué personas están en la escena cuando aparece la Iguana, que
sucede. Y también ¿cómo aparece la Iguana, cómo se manifiesta?
Tu María, detecta qué haces tú para que la Iguana aparezca.
Y nosotros investigaremos sobre la naturaleza de la Iguana.
Siguiente sesión, quince días después.
190
Se les pregunta cómo están, y cómo les fue con la tarea.
Pedro: Mucho mejor, he detectado a la Iguana. Aparece cuando
María se sale de la rutina diaria, entonces la empiezo a buscar
para ver qué está haciendo. Por lo regular estoy en el trabajo o
fuera de la casa, es cuando no estoy cerca de María, siento mucha
inseguridad, y me ataca la Iguana, pienso en lo que pasó con mi
tío y ella. No me deja trabajar.
Terapeuta: Parece que esta Iguana tiene una lengua muy pegajosa.
Pedro: Sí.
Terapeuta: Y tú María, ¿cómo te fue con la tarea?
María: La Iguana aparece, siempre que me tardo en la compra,
o cuando voy con mis amigas, o cuando salimos a alguna fiesta o
comida donde hay más gente y platico con otra persona, e incluso
mujeres. Pedro está muy al pendiente de mi, diría que controla
todo lo que hago. Me siento muy mal, que incluso ya casi no
salgo con nadie, no tengo vida social. Cuando la Iguana atrapa a
Pedro me hace sentir muy mal.
Continuamos el proceso terapéutico, describiendo detalladamente cuándo aparecía la Iguana, cómo aparecía, cuándo atrapaba a
Pedro, qué les hacía sentir, y cómo interfería en sus vidas, en su
relación de pareja, con sus hijas, en el trabajo, en la vida social,
etc. Después de este análisis, donde el problema de los celos, visto
desde la Iguana se pudo instalar fuera de Pedro, les hicimos saber
de nuestro hallazgo.
Terapeutas: Nosotros, investigamos sobre la Iguana, y descubrimos lo siguiente: las Iguanas no son bichos estúpidos, son muy
inteligentes, e incluso han podido sobrevivir millones de años,
más que otros bichos. La Iguana tiene muchos recursos de sobre
vivencia, uno de ellos es que no se come todo, tal como creíamos
191
al principio. Lo que pasa y vuela alrededor de la Iguana, es previamente analizado y seleccionado cuidadosamente en fracciones
de segundos por la Iguana, sabe perfectamente qué le hace daño
y qué no, y entonces decide qué puede comer y qué no, así no se
enferma.
Creemos que podemos aprender mucho de la Iguana y de sus
recursos. Porque nosotros, por lo regular, en el caso de los celos,
hacemos juicios sin analizar bien las circunstancias, nos comemos
todo de manera estúpida, y nos enferma. Esa habilidad que tiene
la Iguana le ha permitido sobrevivir millones de años, mucho
más que otros bichos. Es decir, creemos que la Iguana nos puede
enseñar mucho de cómo sobrevivir e incluso vivir bien.
Estas metáforas locales son un recurso fundamental para la
terapia, no solo por su valor cognoscitivo, sino también emocional y cultural (Medina, 1996). Nos permite generar reflexión
terapéutica, desde su propio lenguaje, su propia historia, su propia localidad y con ello descifrar la estructura relacional familiar
repetitiva que sostiene el síntoma, y desde lo local, poder reconstruir el sentido, con nuevas narrativas que nos conducirán a nuevas estructuras.
Se trabajó bajo esta metáfora local y después de seis sesiones,
Pedro y María pudieron controlar a la Iguana, para que no interfiriera en sus vidas. Reforzando con un trabajo histórico, llevamos
a la Iguana cuando Pedro tenía 10 años, en la relación triangular
que vivió entre su Padre, Madre y Tío. La Iguana como metáfora
local condujo a Pedro a hacer una diferenciación histórica en relación a su propio padre y a él mismo, y con ello, paradójicamente
se deshizo de la Iguana.
Conclusión
No cabe duda de que el paradigma sistémico ha impactado al
mundo, su contribución ha ido más allá de las fronteras, no solo
192
ha provisto de múltiples explicaciones de la compleja realidad sino
que también ha creado y construido realidades sistémicas, es decir ha sido un modelo de explicación y una guía de construcción.
Tomemos el modelo sistémico como metáfora guía o un instrumento de construcción, y no como una representación fiel de
la realidad. El enfoque sistémico no esta peleado con el enfoque
narrativo, uno nos hace ver la dinámica estructural presente, el
otro nos conduce a darle sentido histórico y cultural a dicha dinámica. Esto nos conduce a tener una visión binocular (Boscoso
y Bertrando, 1996)
Ver la terapia familiar desde Latinoamérica y contrastarla con
otras formas de vida en el mundo me ha enseñado que solo mediante las historias y prácticas locales es posible descifrar los sistemas familiares y sus síntomas. Y con dichas historias locales,
mediante la técnica de la externalización, tal como lo vimos en
el caso de la Iguana, también nos ayudan a generar los cambios
terapéuticos en los sistemas familiares.
Como conclusión: lo global y lo local van juntos; ambas dimensiones de la realidad le dan sentido uno al otro, es decir, lo
sistémico y lo narrativo, también.
193
CAPÍTULO VII
Terapia Familiar e Historia:
El Recuerdo y el Olvido Terapéutico
Solo en el movimiento un comportamiento puede mostrar
su naturaleza. Por lo tanto, el estudio histórico de la conducta
no es un aspecto auxiliar de la teoría, sino su principal base
L. S. Vygotsky
La historia adquiere significado y objetividad solo cuando establece una
relación coherente entre el pasado y el futuro. La función de la historia
es la de estimular una más profunda comprensión tanto del pasado
como del presente, por su comparación recíproca
H. Carr
E
n nuestros días sería ingenuo pensar que no solo la terapia
familiar (sus conceptos y técnicas), sino también la familia
(sus problemas y miembros) son entidades universales y ahistóricas. A pesar de tal obviedad, todavía en este campo puede hacerse una distinción entre aquellos que practican la terapia familiar
y escriben sobre ella utilizando un lenguaje basado en estados
descontextualizados, universales y automáticos, y los terapeutas y
teóricos de la conducta que, al hacer una lectura inadecuada del
construccionismo social, centran su análisis solo en el discurso
lingüístico, sobreinterpretando la conducta humana en términos
de abstracciones cognitivas consensuadas que trascienden su condición sociohistórica.
En este trabajo nos proponemos demostrar que la mejor manera de evitar la ingenuidad positivista y el cinismo postmoderno
es hacer uso de la historia como método de análisis, tanto para
195
la terapia familiar en sí como para el estudio de la familia y sus
problemas.
Centrándonos en la afirmación de J. L. Linares (1996, p. 28)
en el sentido de que en el trabajo clínico con familias es necesario
entender la identidad y la narrativa como productos históricos,
nuestros esfuerzos irán enfocados, por un lado, a analizar el concepto de historia y su relación con la identidad tanto individual
como familiar y, por otro, a hacer de esta relación una conceptualización útil para un tipo de terapia familiar que evita caer en
fundamentalismos modernos o posmodernos.
Defendemos la idea de que el método histórico es crucial en
la terapia familiar para establecer una relación lineal que considere el pasado no como un determinante del presente y del
futuro o como una simple narración retórica cognitiva, sino
como un análisis de experiencias, relaciones, prácticas y perspectivas pretéritas matizadas por los recursos que se dan en los
contextos y circunstancias particulares del presente. Es decir, la
historia como contexto social y experimental encuentra en el
presente nuevos recursos materiales, racionales y emocionales
que hacen del análisis de las experiencias pasadas de la familia
un recurso psicológico, o, lo que es lo mismo, convierte el recuerdo y el olvido en una cualidad terapéutica, lo que significa
que los miembros de la familia resuelvan su problema, y ello les
permite construir nuevas relaciones y posibilidades de vida de
cara al futuro.
Haremos especial mención a las perspectivas históricas del
historiador inglés H. Carr (1985), a la psicología histórica de
Vygotsky (1987, 1989) y a los nuevos trabajos de la psicología social de corte construccionista sobre la memoria compartida y su
relación con la identidad. De este modo, hemos intentado crear
una marco histórico de análisis útil para una terapia familiar de
carácter histórico, que busca el olvido terapéutico.
196
Tiempo e historia
El tiempo, como objeto de estudio para los historiadores, es el
pasado; pero, como fenómeno en general, es de una enorme complejidad debido a su naturaleza cambiante, la cual está relacionada con la manera en que la historia es escrita en diferentes periodos. Tiempo e historia, por lo tanto, están hechos el uno para la
otra (Fernández-Armesto, 1999).
Desde fechas inmemoriales, el tiempo ha sido objeto de estudio de la física: recordemos a Aristóteles, Newton, Einstein,
Prigogine, Stengers y Hawking. Al respecto, L. Boscolo y P.
Bertrando (1996) señalan: “Las diversas concepciones del tiempo
adoptadas por los físicos pueden encontrar una cierta analogía
con los tiempos que vivimos por cada uno de nosotros en la vida
cotidiana. El del determinismo clásico es el tiempo del sentido
común: los acontecimientos están ordenados causalmente en un
único tiempo, común a todos. El pasado determina el presente
que determina el futuro: la vida está gobernada por la necesidad.
El de la relatividad es el tiempo subjetivo: yo, observador, tengo
mi tiempo, verdadero para mí; y debo considerar que cada uno
tiene su tiempo, que puede ser que no coincida con el mío. El
tiempo de la mecánica cuántica es el tiempo de la indeterminación y de la casualidad: lo real mantiene una relación no determinista con lo virtual. El tiempo de la termodinámica de los
sistemas disgregados, finalmente, está dirigido irreversiblemente
hacia el futuro” (pp. 37 y 38).
En principio, reconocemos una doble dimensión del tiempo: la
real y la construida. Es decir, no cabe duda de que nuestro cuerpo
envejece y de que, a la vez, dicho envejecimiento ha tenido varias
explicaciones a lo largo de la historia de la misma humanidad o por
parte de diversas culturas. Por lo tanto, dado que su propia existencia aparece cuando puede ser experimentado, el tiempo como
fenómeno forma parte de la misma naturaleza del ser humano.
197
La importancia fundamental de las diferentes explicaciones
sobre el tiempo no reside en su definición en sí misma, sino en
la forma en que dicha explicación influye en nuestras vidas, por
lo menos en términos de organización social. En otras palabras,
el concepto de tiempo, cualquiera que sea su definición, ha ordenado nuestras prácticas porque la cultura estructura nuestras
experiencias sobre el tiempo. Todas las culturas ancestrales han
tenido un concepto propio sobre el tiempo; de hecho, todas lo
miden mediante diferentes instrumentos, entre los que destacan
especialmente los calendarios y el reloj. Revísense en este aspecto
las culturas china, egipcia, olmeca, maya, inca, azteca, etc.
En este sentido, el tiempo, y con ello la historia, aparece cuando el Homo sapiens se organiza para crear a la vez una cultura
que experimenta de una manera en particular el tiempo. Así por
ejemplo, la cultura médica otorga ritmo a nuestro cuerpo mediante el uso del reloj, los latidos del corazón, los ciclos menstruales, el ritmo circadiano, y los meteorólogos han dividido el año en
cuatro estaciones que se repiten cíclicamente: primavera, verano,
otoño e invierno.
La organización temporal de la esfera natural ha influido enormemente en nuestra experiencia biológica y física, y, sobre todo,
en nuestra vida social, aunque hay que tener en cuenta que el
tiempo aplicado a la vida social tiene una complejidad distinta
al tiempo de los fenómenos físicos-naturales, ya que estos miden
una esfera de la realidad independiente de las prácticas sociales. El
comportamiento humano, por consiguiente, es altamente cambiante, relativo y no predecible en su totalidad. A pesar de ello,
todas las culturas establecen ritmos temporales en sus prácticas
sociales, desde celebraciones nacionales o comunitarias hasta ciclos familiares o etapas de las edades. Cada cultura ha instaurado
modos de medir nuestras vidas. Unas son más simples que otras,
pero algunas han llegado a tal sofisticación que miden diversas
198
variables que envuelven un mismo fenómeno, como por ejemplo
las etapas de la niñez y su relación con el desarrollo biológico,
cognitivo, social y emocional. Estas maneras de organizar el tiempo forman parte de la identidad de un grupo, el cual experimenta
su vida de una forma particular y da sentido a sus prácticas de la
vida cotidiana.
Llegados a este punto, cabe mencionar que la familia tiene
ritmos temporales acordes a la cultura a la que pertenece. De este
modo, en la cultura occidental, la familia es vista y medida en
términos de ciclo vital.
Tal como hemos venido proponiendo, existen diferentes maneras de hacer terapia familiar con una clara orientación social,
aunque cabe reconocer que uno de los caminos más contundentes es el análisis histórico, es decir, hacer de la terapia familiar un
trabajo cien por ciento diacrónico.
Desde la perspectiva epistemológica que defendemos, cualquiera de las direcciones sociales que tomemos nos hace interactuar de inmediato con las otras. En este caso, como veremos en
este capítulo, el análisis histórico nos conduce de inmediato a la
condición psicológica, sociológica, política y cultural del asunto
tratado, a pesar de que sea enfocado especialmente desde lo histórico como el marco analítico que aportará dinámica y sentido
al resto de las dimensiones sociales.
Antecedentes de la terapia familiar histórica
La historia como método de análisis ha contribuido de manera
fundamental a la terapia familiar. Llaman especialmente la atención la propuesta pionera de M. Bowen (1991), los trabajos de
M. White y D. Epston (1993) y los de L. Boscolo y P. Bertrando
(1996), quienes, en mi opinión, al integrar la dimensión histórica
en la perspectiva sistémica, no solo hicieron concebir la familia y
los síntomas como una dinámica con memoria y progresiva, sino
199
que también generaron cambios terapéuticos fundamentales que
hicieron época y reconceptualizaron la enfermedad mental.
El sistema familiar, desde el análisis intergeneracional
“La transmisión multigeneracional define un modelo muy amplio, por lo que algunos hijos salen con un nivel de diferenciación
más bajo que el de los padres y otros con un nivel más amplio
[...]. Los que tienen un nivel más bajo han estado expuestos a
un número de circunstancias desfavorables superior a la media, y
los que tienen un nivel más alto han tenido más suerte. Las circunstancias favorables o desfavorables se definen más por el proceso emocional de la familia [...]. Desde el punto de vista de una
definición estrictamente genética, este proceso sigue un modelo
similar genético, pero nada tiene que ver con los genes tal como
comúnmente se les define [...] –es una genética basada en relaciones– [...]; se refiere a la interdependencia multigeneracional de
los campos emocionales y a la transmisión, hecha por los padres,
de distintos grados de madurez y de inmadurez a través de varias
generaciones” (M. Bowen, 1991, pp. 37 y 198).
Murray Bowen (1991) ha sido sin duda el precursor de una terapia familiar histórica. A diferencia de la mayoría de los sistémicos de su tiempo, situaba la familia en una perspectiva histórica.
Mediante el análisis de las relaciones familiares intergeneracionales, este analista pudo advertir cómo el pasado sigue activado
en el presente mediante triangulaciones, fusiones y conflictos intergeneracionales. Este método de análisis e intervención clínica
lo llevó a rescatar al individuo –diferenciación del sí mismo– del
sistema –familia– para conceptualizarlo en su naturaleza histórica
–intergeneracional– y social –familiar relacional.
Este tipo de estudio histórico de la familia, centrado en las
relaciones intergeneracionales y no en las interacciones circulares del presente, vino a generar una revolución ontológica y
200
epistemológica en el campo de las enfermedades mentales, porque nos propuso una nueva perspectiva, concibiéndolas no como
un factor endógeno (hereditario-genético, psíquico, etc.) o como
producto de relaciones automáticas (sistémicas estructurales),
sino como una dinámica relacional que tiene historia y, por ende,
es de naturaleza social (intergeneracional, cultural, relacional,
interemocional).
La terapia como contexto para reescribir la vida
y las relaciones
Ha sido probablemente la propuesta de M. White y D. Epston
(1993) la que nos ha enseñado magistralmente cómo las ciencias
sociales pueden contribuir de manera sustantiva a la terapia familiar. Los citados autores centran su atención en el análisis e intervención del discurso familiar. El estudio de la familia vista como
relatadora de historias fue descubierto por ellos a través del trabajo del francés M. Foucault, en especial el que se plasma en La
arqueología del saber (1983), quien estudia los sistemas del pensamiento, principalmente los que se han constituido en el marco
de la ciencia positiva y estructural, bajo una visión histórica. Su
contribución consiste básicamente en denunciar que este tipo de
ciencia ha intentado vender una historia unificadora sobre el pensamiento, convirtiéndose en el discurso dominante que impone
relaciones y evidenciando, con ello, el vínculo inseparable entre
conocimiento, práctica social y poder.
M. White y D. Epston (1993) retoman esta idea para incorporarla al campo de la terapia familiar. El objetivo general que proponen es reconceptualizar los síntomas desde un discurso que se
refiere a estados internos o interacciones automáticas ahistóricas
hacia un relato que los externalice, que explique las particularidades históricas de un contexto social que permite visualizar el síntoma como una interacción discursiva. La metáfora del discurso
201
para el análisis de las relaciones familiares tiene una ventaja fundamental sobre la metáfora de sistema, y es que la narración está
hecha de historias en el devenir de las relaciones familiares. La
identidad, tanto individual como familiar, y los problemas que
se presentan toman una dimensión histórica que implica cambio
y dinámica, e incluyen el contexto, el sistema, como parte de su
naturaleza. Sobre todo nos enseñan que la conducta humana no
es el resultado de precondiciones deterministas (historia infantil,
genes, estímulos y reforzadores, etc.), sino de actos voluntarios
con relación a circunstancias particulares.
Para externalizar el problema y ubicarlo en el dominio social,
es necesario analizar dos aspectos del discurso: cómo las familias
organizan sus vidas alrededor de ciertos significados que conducen inadvertidamente a la supervivencia y la carrera del problema, y conocer el sistema de apoyo o contextos que dan vida al
problema.
Con el fin de reconstruir la historia de la familia, estos autores
distinguen entre experiencia y experiencia vivida. La primera es
definida como todas las circunstancias que suceden en torno a la
familia, y la segunda es el relato que se cuenta sobre dicha experiencia. El objetivo de la terapia es ampliar dichos relatos.
Las experiencias vividas se componen de relatos dominantes y
alternativos. Los relatos dominantes son los que tienen estatus de
verdad, conforman el poder y se ejercen mediante una práctica
de enjuiciamiento, evaluación, valoración y reconocimiento de
las conductas apropiadas de las personas, constituyéndose en una
realidad normalizadora. Por su parte, los relatos alternativos son
las experiencias no contadas, lo que queda fuera del relato dominante. Estos autores se dedican básicamente, en la terapia, a hacer
una reconstrucción histórica de las experiencias vinculadas al síntoma, pero su reconstrucción se basa en rescatar otras experiencias que los miembros de la familia vivieron y que no contaron
202
en la historia inicial. Un punto fundamental en la psicoterapia
es buscar dichos acontecimientos extraordinarios para ampliar la
historia que cuenta la familia, con el fin de crear nuevas posibilidades de ver y vivir la experiencia de otra manera.
El tiempo como historia en la terapia familiar
Por último, cabe destacar el trabajo de L. Boscolo y P. Bertrando
(1996), quienes, desde el análisis del concepto de tiempo, proponen una terapia familiar histórica, centrada en devolver a los
miembros de la familia “la armonía y posibilidad de evolución”
(p. 85). Para ellos, la historia es “como un río en el tiempo cotidiano: la historia está abierta” (p. 83). Utilizan como herramienta
metodológica de análisis el discurso, las narraciones, los actos significativamente orientados, pues consideran que, a diferencia del
concepto de sistema, que es una dimensión de la realidad referida
al espacio y, por ello, sincrónica, la narración, por el contrario
“se refiere propiamente a la temporalidad [...]. En ella, el devenir
humano es historia que acontece en el tiempo” (p. 84).
Los citados autores no descartan la perspectiva sistémica, sino
que incorporan a ella el pensamiento narrativo, el cual le imprime
una dimensión temporal histórica que otorga intencionalidad e
identidad a las prácticas humanas. Ambas perspectivas transfieren
al terapeuta tenga una “visión binocular” (p. 84). Por ejemplo,
el hecho de incorporar el concepto de circularidad a esta nueva
visión histórica les ha permitido hacer presente el pasado y el futuro, convirtiendo las relaciones familiares en un sistema flexible,
“de modo que desaparezcan las vacilaciones, las coacciones, los
bloqueos, y el tiempo pueda volver a transcurrir libremente” (p.
102).
Una terapia familiar centrada en el análisis histórico está orientada principalmente a cambiar el horizonte temporal, es decir, a
introducir movilidad en el tiempo detenido de un deprimido, a
203
recrear las conexiones diacrónicas perdidas en la historia fragmentaria de un esquizofrénico, a devolver la capacidad de evolución
a personas que parecen haber perdido la noción de futuro. En
términos generales, a través de la perspectiva histórica podemos
observar y comprender la sincronía y su carencia entre individuo,
familias y sistemas sociales, con el fin de favorecer la armonía entre los diversos tiempos individuales y sociales (p. 85).
En definitiva, por medio de la incorporación del concepto
de temporalidad y narrativa al sistema familiar, L. Boscolo y P.
Bertrando (1996) establecen una clara conexión entre las relaciones familiares y terapéuticas y la problemática planteada por la
familia, con lo que se hace posible “crear un contexto que modifique las premisas deterministas de los clientes favoreciendo su
creatividad” (p. 103). Así, los síntomas son deconstruidos para
transformarse en relaciones de naturaleza histórica entre individuo, familia y sociedad, posibilitando un anillo “autorreflexivo en
el que el pasado y el presente se influyen recíprocamente” (p. 100).
¿Qué es la historia?
La historia como ciencia, al igual que las otras disciplinas sociales,
tiene un pasado relativamente corto. A finales del siglo XVIII, la
física newtoniana había contribuido al conocimiento de la naturaleza de un modo espectacular. Dicho éxito fue trasladado al
campo social, desde donde se planteó la pregunta de si la ciencia
podía también coadyuvar a un mejor entendimiento de la sociedad. Esta inquietud llevó a varios filósofos a crear lo que hoy conocemos como ciencias sociales, especialmente la antropología, la
sociología, la economía y la historia.
Retomando como modelo la física newtoniana, la historia
nace como ciencia en la primera mitad del siglo XIX. Unos años
más tarde, en 1859, la publicación de El origen de las especies, de
Darwin, donde se expone su teoría sobre la selección natural,
204
produjo un profundo impacto en las ciencias naturales, sobremanera en la biología, por la introducción del concepto de evolución. H. Carr (1985, p. 76) señala al respecto que este hecho
llevó incluso a los físicos a ver en los fenómenos no estados, sino
acontecimientos. Pero la teoría de la evolución tuvo también
una enorme influencia en las ciencias sociales, en particular en
la historia, que se vino a consolidar como ciencia a finales de esa
centuria.
Desde entonces hasta nuestros tiempos, la historia como
ciencia ha pasado por varias facetas en las que se ha redefinido.
Actualmente no existe una teoría unificada sobre la historia que
explique los fenómenos históricos, sino una gran diversidad de
perspectivas que ven y tratan el hecho histórico de muy diversas
maneras.
Con ánimo no de ser exhaustivos, sino de sintetizar las maneras de enfrentarnos a los fenómenos históricos, podemos afirmar
que las concepciones sobre la historia puede reducirse a tres: en
primer lugar, como estados cíclicos; en segundo lugar, como etapas lineales; y, por último, como crisis o caos. Vamos a tratar de
explicarlas más detenidamente:
1) Los hechos sociales pueden ser planteados como historia cíclica “que asimila los procesos de la historia a los propios de
la naturaleza” (Carr, 1985, p. 148), de forma paralela a los
fenómenos pluviosos o las estaciones climáticas. En la esfera
social, esta idea de repetición se ha extendido; de ahí que muchos fenómenos económicos sean explicados como cíclicos,
o, aplicado a la sociología, conceptuando la familia conforme
a ciclos vitales.
2) De la noción lineal se desprenden otras dos:
a) Lineal-teleológica de la historia: fue propuesta por los judíos
y los cristianos, quienes introdujeron el elemento del futuro
205
como una meta hacia donde se dirige el proceso histórico,
con lo que la historia adquiere sentido, aunque con un carácter secular.
b) Lineal-racional: aparece en el Renacimiento para constituirse
en la visión de la historia moderna. “La historia se convirtió
en el progreso hacia la consecución de la perfección terrenal
de la condición humana” (Carr, 1985, p.149). Con ello se
abre el culto al progreso, que ve la historia como una ciencia
y como producto de la modernidad, y el progreso, como la
idea que anima y controla la civilización occidental. En el
marco de este tipo de historia lineal-racional, H. Carr (1985)
distingue principalmente dos tipos que se propusieron durante la Ilustración y el siglo XIX. Respectivamente son, por
una parte, la darwiniana, la cual reivindica el hombre en el
mundo natural, equiparando las leyes de la historia con las de
la naturaleza, y que se basa principalmente en la teoría de la
evolución, dándoles el mismo sentido a evolución y progreso.
Y, por otra parte, la dialéctica materialista, propuesta por C.
Marx y F. Engels, que concibe la historia en términos de lucha
de clases.
3) La concepción de la historia planteada como crisis o caos
pertenece ya al siglo XX. Las dos guerras mundiales provocaron el absoluto desplome de la noción lineal-racional, que
conducía al progreso sostenido, para incorporarse una visión
decadente de Occidente. Más tarde aparece el concepto de
postmodernidad (Lyotard, 1984) y, con él, un cierto resquebrajamiento de la racionalidad positivista.
Nos detendremos aquí para analizar detalladamente este nuevo
estilo de historia, centrado en rescatar perspectivas alternativas
y que se encuentran en constante lucha dialéctica con las teorías
dominantes.
206
Son varios los que han contribuido a establecer una forma
de hacer historia, de entre los cuales sobresale el trabajo de M.
Foucault (1983), quien nos pone de manifiesto, por un lado,
que implícitamente, en el relato histórico, el poder como conocimiento y práctica juega un papel fundamental en la construcción
de las relaciones sociales, y, por otro, que existe en toda historia
una gran diversidad de perspectivas que explican los mismos hechos históricos de muy diversas maneras, denominándolas historias dominantes e historias alternativas.
Otro trabajo clave que vino a rebatir la concepción de historia
racional-lineal progresiva es el que realizó sobre la misma ciencia T. Kuhn (1990) en La estructura de las revoluciones científicas,
donde retoma el concepto de historia como crisis. En este caso
utiliza la metáfora de revolución para hacer un análisis histórico
de la física, aclarando, con maestría, que no existe una historia
progresiva lineal entre las teorías científicas, especialmente entre
aquellas que han marcado época, como la aristotélica, la newtoniana y la cuántica, las cuales, a pesar de que se refieren a los
mismos problemas físicos, los explican y tratan de forma distinta,
sin que exista una conexión lógica progresiva lineal entre ellas.
De lo expuesto anteriormente surgió un fuerte debate en las
ciencias sociales, incluida la historia, donde irrumpieron nuevas
áreas de discusión social, como las de clase, género, inmigración,
racismo, etc.
Por ejemplo, los estudios de género (Rowbotham, 1973;
Scott, 1988) defienden la idea de que la historia ha sido escrita
a imagen y semejanza de los hombres, negando por completo la
perspectiva de las mujeres, las cuales han vivido y experimentado
la historia de manera completamente distinta a la del hombre. Es
decir, los estudios históricos de género han puesto de manifiesto
que la relación hombre-mujer es crucial a la hora de relatar algún
hecho del pasado y, a la vez, dicho relato tiene un impacto en las
207
relaciones sociales del presente para que se sigan reproduciendo
o generando cambios. Por ello defienden una her-story, y no una
his-story, que explicite la relación de poder que existe entre los
sexos y reivindique la igualdad de oportunidades y la posición
de la mujer en la construcción de la realidad social. Este movimiento, impulsado a principios de los años sesenta, vino a cambiar por completo la posibilidad de que existiera solo una historia
nacional, internacional o incluso local que representara toda la
población a la que se refieren. Consecuentemente, se constata
que en el hecho social histórico interviene una serie de factores
de gran complejidad (clase, posición, generación, educación, género, etnia, contexto, etc.) que interactúan entre sí, por lo que es
imposible explicar la historia con una sola teoría. En resumen,
estas perspectivas históricas niegan que los hechos históricos giren únicamente en torno a eventos políticos, económicos o de
grandes hombres específicos.
La historia vista como caos parte del perspectivismo y del
relativismo del hecho social, y recupera la consideración de toda
actividad humana como de igual importancia para constituir
eso que se denomina hecho histórico. Últimamente, este tipo
de historia es denominado por P. Burker (1997) como “la nueva
historia escrita”, que queda definida en los siguientes puntos:
1) Toda actividad humana es considerada histórica. 2) La historia se observa como una estructura multiforme. 3) Se tiene
en cuenta una historia de abajo hacia arriba, que reconozca la
óptica de la gente ordinaria como significativa para su estudio.
4) Incluye la gran variedad de actividades humanas como significativas e importantes. 5) Incorpora otro tipo de manifestaciones culturales también como dimensiones históricas, como por
ejemplo el arte, la literatura, las historias orales, la arquitectura, las tecnologías, los hábitos, etc., y no solo los documentos
escritos. 6) Reconoce el papel fundamental de la perspectiva,
208
posición e interpretación del propio historiador en la construcción del saber histórico, negando una historia objetiva y neutral
que pretenda el saber universal.
Otras de las cualidades de la historia como fenómeno y ciencia social, y que es de gran interés para comprender su naturaleza, es que los cambios de su propia definición a través del
tiempo se deben no solo a los grandes giros teóricos y filosóficos, sino también, y sobre todo, a la influencia de algunos
acontecimientos sociales de gran relevancia ocurridos a lo largo
del tiempo, los cuales han rebasado en mucho a la propia teoría.
Por ejemplo, la historia tuvo que redefinirse como ciencia después de las revoluciones francesa y rusa, pasando de concebirse
como una historia tradicional lineal a otra que abre la posibilidad de cambios sociales radicalmente abruptos; o lo que hoy
estamos viviendo con el fenómeno de la globalización, que ha
reenfocado la historia nacional sustituyéndola por otra de corte internacional en constante contradicción con su contraparte
local.
Esta doble naturaleza de la historia como ciencia social nos
plantea considerar ambos lados de la misma moneda (teoría y
realidad) y su indesligable relación para constituir eso que se denomina los hechos históricos y la ciencia histórica.
Hacia una historia constructiva progresiva
Las perspectivas históricas que acabamos de analizar brevemente
han sido objeto de crítica por parte de varios autores. En especial
nos llama la atención el trabajo de H. Carr (1985) ¿Qué es la historia? que hemos venido citando. Este autor ha podido establecer
un equilibro entre las teorías sobre historia progresiva lineal y los
nuevos tipos de historia que defienden su naturaleza constructiva
y relativa, por lo que su propuesta ha sido, desde nuestro punto
de vista, de gran interés para la terapia familiar.
209
La historia como progreso
H. Carr (1985) parte de la idea de que la historia juega un papel
central en la construcción de las sociedades, porque en el momento en que hacemos referencia al pasado estamos al mismo
tiempo definiendo nuestra propia identidad como sociedad. Por
ello, señala: “Una sociedad que ha perdido la fe en su capacidad
de progresar en el futuro dejará pronto de ocuparse de su propio
progreso en el pasado” (p. 179).
Este estudioso define el progreso como un ente que no tiene
un principio o un fin definidos, que se ubica fuera de la misma
historia, por lo es partidario de una historia en la que las exigencias y los periodos sucesivos impondrán sus contenidos específicos. Los periodos de regresión, como una guerra, una revolución,
una recesión económica, una crisis política, etc., pueden caber
como parte de una historia progresiva como si de una línea quebrada se tratara.
Lo que sugiere Carr es una clase de progreso basado en un
diálogo dialéctico entre el presente y el pasado y que visualice la
diversidad de perspectivas. En sus propias palabras: “El avance de
la civilización en un periodo no será probablemente el que desempeñe igual papel en el periodo siguiente, y ello por la sencilla
razón de que estará demasiado imbuido de las tradiciones, los
intereses e ideologías del periodo anterior como para poder adaptarse a las exigencias y condiciones del siguiente. Con lo que muy
bien puede ocurrir que lo que a un grupo se le antoja periodo de
decadencia a otro le parezca inicio de un nuevo paso adelante. El
progreso ni significa ni puede significar progreso igual y simultáneo para todos” (Carr, 1985, p.158), o para todas las épocas.
Consecuentemente, rechaza todo tipo de progreso universal,
automático o ineludible, pues para él los objetivos de la historia
deberían ser más humildes, situar los hechos históricos como un
progreso limitado, un progreso que solo puede irse definiendo
210
conforme avanzamos hacia ellos y cuya validez nada más puede
comprobarse en el proceso de alcanzarlos.
Todo esto llevó a Carr a enfrentarse a una serie de problemas
de orden ontológico-epistemológico que la filosofía realista ingenua no ha podido resolver, en especial aquellos referidos a los
dualismos múltiples, como hechos y valores, realidad y relatividad, objetividad e interpretación, individuo y sociedad, problemas que han impregnado la investigación social y sus consecuencias prácticas, como la terapia familiar.
Objetividad como relación entre hecho y valor
mediante la interpretación
El concepto de objetividad es complejo, sobre todo cuando nos
referimos al comportamiento humano. H. Carr (1985) señala al
respecto: “La historia no puede acomodarse a una teoría del conocimiento que disloca el sujeto del objeto y que sostiene una rígida
separación entre el observador y la cosa observada. Necesitamos
un nuevo modelo que haga justicia al complejo proceso de interrelación e interacción que media entre ellos. Los datos de la
historia no pueden ser puramente objetivos, ya que se vuelven
datos históricos precisamente en virtud de la importancia que les
concede el historiador. La objetividad en la historia [...] no puede
ser una objetividad del dato, sino de la relación, de la relación entre dato e interpretación, entre el pasado, el presente y el futuro”
(pp. 161-162).
Con tal finalidad propone una historia interpretadora, que reconoce el papel activo del historiador en la construcción de los datos;
es decir, el historiador como sujeto histórico interpreta en función
de su época y de su posición social, con lo que le da al pasado una
dinámica cambiante, función necesaria de la historia, según Carr.
Aquí es donde se fundamenta su propuesta de una historia progresiva, ya que la interpretación del pasado toma una dirección
211
sujeta a modificaciones constantes a medida que se va avanzando.
La denominación que propuso para este concepto fue la de una
historia objetiva progresiva, donde el futuro puede ser la clave de
la interpretación del pasado: “Es a la vez explicación y justificación de la historia que el pasado ilumine nuestra comprensión del
futuro, y que el futuro arroje luz sobre el pasado” (p. 166).
Este tipo de historia objetiva progresiva “tiene un pie en el
mundo del hecho y otro en el mundo del valor, y se compone
de elementos de ambos [...]. El historiador [...] se encuentra en
equilibrio entre el hecho y la interpretación, entre el hecho y el
valor. No hay modo de separarlos [...]. La historia es, en su misma
esencia, cambio, movimiento, o –si no se opone a esta palabra de
moda– progreso” (pp. 176-179).
En otras palabras, el progreso en la historia se logra por el conducto de la interdependencia y la interacción de hechos y valores;
el historiador objetivo es el historiador que más profundamente
penetra en este proceso recíproco. Sin embargo, aclara: “La objetividad en la historia no descansa ni puede apoyarse sobre un patrón fijo e inamovible de juicio, al alcance de la mano, sino sobre
uno que se estructura en el futuro, y que evoluciona conforme
avanza el curso de la historia. La historia adquiere significado y
objetividad solo cuando establece una relación coherente entre el
pasado y el futuro” (p. 176).
Objetividad universal frente a objetividad relativa
Por otra parte, Carr (1985) critica fuertemente también la historia que pretende ser universal, señalando que el historiador no
trabaja con absolutos de ninguna clase. Todo esto parece que nos
conduce a una historia puramente relativa, tal como defienden
los postmodernos. No obstante, Carr nos da una tercera opción
diferente de las teorías históricas modernas y postmodernas ingenuas o fundamentalistas.
212
Para Carr, objetividad significa dos cosas: en primer lugar, saber elevarse por encima de la visión limitada que corresponde a
su propia situación en la sociedad y en la historia, y, sobre todo,
reconocer, por ende, la imposibilidad de una total objetividad;
en segundo lugar, saber proyectar una visión hacia el futuro de
forma tal que el mismo penetra el pasado más profundamente y
de modo más duradero.
En conclusión, “el historiador del pasado no puede acercarse
a la objetividad más que en la medida en que se aproxima a la
comprensión del futuro” (p. 167).
De la historia de elementos a la historia de relaciones
Otra de las dualidades que afronta el análisis histórico es la de
individuo y sociedad. Según H. Carr (1985), “la sociedad y el
individuo son inseparables, son mutuamente necesarios y complementarios, que no opuestos” (p. 41). Y continúa diciendo:
“En cuanto nacemos empieza el mundo a obrar en nosotros, a
transformarnos en (entes) sociales, de meras unidades biológicas
que éramos” (p. 41).
Su propuesta va de la mano de las teorías psicológicas de los
años treinta de L. S. Vygotsky (1989) y G. H. Mead (1972), las
cuales arremeten en contra del dualismo entre mente y sociedad,
para señalar que la psicología de los individuos es de naturaleza
social cultural y que se hace posible gracias a la interacción simbólica (Mead, 1972) o los usos del lenguaje (Vygotsky, 1987). Por
ello señalan que, metodológicamente hablando, la única manera
de explicar y comprender el comportamiento de los individuos es
mediante el estudio de su interacción con su medio social.
Curiosamente, también algunos sociólogos enfrentan este
dualismo, pero en el otro extremo, reduciendo el individuo a
términos de grupo o sociedad, aunque ha habido algunas perspectivas sociológicas que han resuelto este problema de dualismo
213
y reduccionismo de la misma manera que los psicólogos antes
mencionados. Un ejemplo de ello es la propuesta de los interaccionistas simbólicos (Blumer, 1982) y los etnometodólogos
(Garfinkel, 1967), y últimamente de Habermas (1990), quien,
en un excelente capítulo de su libro Pensamiento postmetafísico,
señala que la singularidad o identidad de una persona solo nace
en el ejercicio de la interacción social, la cual es explicada a través
de una teoría de la comunicación.
En opinión de H. Carr (1985), “el desarrollo de la sociedad y
el del individuo corren parejos y se condicionan mutualmente”
(p. 43). Esta acotación tiene un valor potencial fundamental para
la terapia familiar, porque nos hace ver que no es posible llegar a
una comprensión del pasado ni del presente si intentamos operar
con el concepto de un individuo abstracto o incluso de una familia como unidad descontextualizada al margen de su comunidad
o de sus miembros.
Esta condición inseparable entre individuos y sociedad nos
conduce de inmediato a redefinir el objeto de estudio y concebir
así la conducta, la cognición o las emociones de los individuos
como actos socialmente significativos (Bruner, 1991), que guardan sentido en el devenir histórico y social del que forman parte
los individuos. Al respecto, H. Carr (1985) concluye: “Ver a los
individuos en calidad de ser social [...] y hacer que el hombre
pueda comprender la sociedad del pasado, e incrementar su dominio de la sociedad del presente; tal es la doble función de la
historia” (p. 73).
Método para escribir una historia relevante
Tal como hemos señalado anteriormente, para H. Carr (1985) la
historia es lo que hace al historiador, lo que significa interpretar,
porque, por una parte, los hechos por sí solos no hablan y, por otra,
el historiador se inscribe en sus propias circunstancias históricas,
214
culturales, políticas, etc., que median y permean la percepción
histórica. Y es que “el historiador pertenece a su época y está vinculado a ella por las condiciones de la existencia humana” (p. 33).
Pero, ¿cómo se puede escribir una historia relevante que, de
alguna manera, trascienda la ideología de un grupo en particular, en este caso del propio historiador? ¿Es posible hacer historia
objetiva para una sociedad y, al mimo tiempo, tener una posición abierta y flexible a posibles reinterpretaciones del pasado en
el futuro? ¿Es posible ser objetivos y relativos al mismo tiempo?
¿Cómo podemos lograr un tipo de historia progresiva, tal como
la hemos delineado anteriormente?
H. Carr (1985) propone varios puntos metodológicos
fundamentales:
Primero: el propio historiador debe ser consciente de sus propias
circunstancias, con el objetivo de poder elevarse por encima de
su situación social e histórica. Es decir, es necesario que el historiador tenga la capacidad epistemológica de reflexionar sobre su
propia condición histórica y conocer hasta qué punto está vinculado a ella.
Segundo: después de tal reflexión, debemos ser conscientes de
la imposibilidad de una historia progresiva y neutral para reconocer el papel activo del historiador en la construcción de interpretaciones de los hechos históricos, lo relevante de los valores en los
resultados de la investigación.
Tercero: conviene utilizar un método hipotético deductivo,
pero que parta de hipótesis relativas, que “puedan resultar válidas
en ciertos contextos o para determinados fines, aunque resulten
falsas en otros casos o contextos [...]. Es cosa admitida de que
los científicos no hacen descubrimientos ni adquieren nuevos conocimientos mediante el establecimiento de leyes precisas y generales, sino mediante la enunciación de hipótesis que abren el
camino a nuevas investigaciones” (p. 79). Las hipótesis relativas
215
tienen la ventaja de que son siempre parciales y probables, de
modo que inevitablemente quedan abiertas y expuestas a una corrección progresiva, evitando los absolutos y universalidades que
se apartan de su propia naturaleza histórica. Esta manera de ver
las hipótesis induce al investigador, o con ello a los terapeutas, a
estar atento a nuevas explicaciones sobre el mismo problema –familia– en otro momento histórico.
Cuarto: H. Carr propone que el historiador utilice una comprensión imaginativa de las personas que narran su historia. Esto
no significa tener simpatía por ellos, por temor a que se crea que
ello implica acuerdo, por lo que “la función de la historia no es
ni amar el pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo como clave” (p. 34). Amar el pasado se puede convertir
en una manifestación de una añoranza romántica de personas y
sociedades, o bien al contrario: concentrarse en el pasado solo
puede sofocar el presente y con ello el futuro. Para Carr, la historia es “un proceso continuo de interpretación entre el historiador
y sus hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado” (p.
40) donde la reflexión sobre su propia posición y la comprensión
imaginativa, como posición y método, juegan un papel fundamental en la construcción del pasado desde el presente.
Por último, se propone un trabajo interdisciplinar. Cabe destacar aquí, por ejemplo, la importancia de la sociología y la psicología para el análisis histórico. Al respecto señala Carr: “Cuanto
más sociológica se haga la historia y cuanto más histórica se haga
la sociología, tanto mejor para ambas [...]. Lo que realmente importa de la generalización es que por su conducto tratamos de
aprender de la historia, y de aplicar la lección deducida de un
conjunto de acontecimientos a otro conjunto de acontecimientos” (p. 90).
Estas serían algunas de sus propuestas, las cuales delinean
la posibilidad de hacer una historia progresiva constructiva en
216
la que el presente y el pasado se construyan mutuamente. En
fin, “aprender de la historia no es nunca un proceso en una
dirección. Aprender acerca del presente a la luz del pasado quiere también decir aprender del pasado a la luz del presente. La
función de la historia es la de estimular una más profunda comprensión tanto del pasado como del presente, por su comparación recíproca” (p. 91).
Historia y memoria
Si queremos reconocer la relación mutua entre individuo y sociedad, un tema fundamental de la historia es el estudio de la memoria, porque en esta es posible ver tal conexión y rescatar al individuo como actor social. ¿Qué relación existe entre la memoria
y la historia? ¿Qué es la memoria? ¿De qué está hecha la memoria? ¿Cómo recordamos y olvidamos en el marco de la dinámica
social? ¿Cómo nos afecta esto en nuestra psicología y relaciones?
¿Qué relación existe entre memoria e identidad y entre estas dos
y un síntoma? ¿Es posible cambiar la memoria de un individuo
o una familia mediante un trabajo terapéutico? ¿Qué relevancia
tiene todo esto para una terapia familiar de corte histórico?
Al igual que la historia, la memoria es definida y explicada
desde una gran diversidad de perspectivas, algunas de las cuales
incluso se contradicen entre sí. De manera muy general es definida como la “capacidad de la mente para almacenar y recordar
pensamientos y experiencias previas” (Bullock y Trombley, 1999).
Esta definición aceptada generalmente muestra que la memoria
ha sido predominantemente tema de estudio por aquellos que la
enfocan como si fuera propiedad de individuos y de contenidos
internos.
Como ejemplo de ello están los psicoanalistas, quienes han
hecho de la memoria un tema básico de estudio de la enfermedad
mental; en particular están interesados en que el paciente haga
217
conscientes experiencias traumáticas infantiles que se encuentran
reprimidas en el inconsciente y que están íntimamente vinculadas a los síntomas del presente.
Los cognitivistas, por su parte, utilizan la metáfora del ordenador para explicar la memoria, la cual es concebida como procesos psicofisiológicos ubicados en el cerebro en forma de almacenamiento.
En este apartado, al igual que en el análisis de los temas anteriores, seguiremos con la misma perspectiva psicosocial, es decir, examinaremos la memoria en términos de relaciones interpersonales.
La memoria vista como relación o interacción social ha sido
objeto de una serie de trabajos de orden histórico, psicosocial y
sociológico de gran relevancia. Llaman la atención en este sentido
las obras de Durkheim (1982), S. Moscovici (1984), F. Barltett
(1932), L. S. Vygotsky (1989), A. Luria (1995) y G. H. Mead
(1972), aunque cabe señalar que en los últimos años la memoria
ha sido un asunto de investigación creciente para historiadores,
psicólogos sociales y comunicólogos, la mayoría de los cuales se
ha centrado en investigar cómo se manifiesta la memoria en la
interacción y en circunstancias históricas particulares.
Distinción y relación entre historia y memoria
Volviendo a nuestra primera pregunta (¿cuál es la diferencia entre
historia y memoria y su relación entre sí?), esta cuestión es fundamental para comprender la naturaleza social de la memoria y,
por otra parte, la cualidad psicológica de la historia. Al respecto
tienen interés especial los trabajos de los historiadores Jonson,
McLennan, Schwarz y Sutton (1982), quienes se han centrado
en estudiar las historias orales. Estos autores hacen referencia
al concepto de memoria popular para referirse a representaciones comúnmente encontradas en las descripciones orales de la
218
gente sobre eventos pasados, tradiciones, costumbres y prácticas
sociales. Este tipo de memoria cultural va más allá de la interpretación de la memoria como propiedad de los individuos, lo que
ha conducido, como en el caso de H. Carr (1985), a la detección
de varios problemas de orden metodológico, principalmente el
que refiere a la objetividad, porque se observan distintas versiones
sobre un mismo hecho durante diferentes periodos de tiempo, si
bien D. Thelen (1989) señala que lo importante en el estudio de
la memoria no es lo exacto y objetivo sobre la realidad pasada,
sino la manera en que los actores históricos construyen sus memorias en una forma y tiempo particulares.
En este sentido, D. Middleton y D. Edwards (1990) apuntan que para comprender la naturaleza del acto de recordar es
necesario visualizar la relación entre lo que la gente recuerda
con relación a los dilemas ideológicos del pasado y del presente.
Asimismo, reconocen que “la naturaleza constructiva de la memoria no está hecha aisladamente –o es un acto solo retórico–,
sino en conversación con otros, y ocurre en un escenario dinámico político, económico y social en particular” (p. 3). Así por
ejemplo, hace treinta años en una determinada sociedad existía
una imagen general sobre lo que se consideraba ser un niño o una
niña, así como la manera correcta o incorrecta de educarlo, de
modo que una bofetada, un manazo o unas nalgadas tenían una
connotación social y moral específica. En cambio, hoy esa misma
acción en un país europeo tiene un significado completamente
distinto: en general, se considera un abuso e incluso está legislada
la penalización a la persona que cometa una acción de esta naturaleza hacia un menor. Por ello, N. Z. Davis y R. Starn (1989)
concluyen que la historia y la memoria son interdependientes e
inseparables, y su íntima relación las vincula mutuamente.
El acto de recordar está hecho de experiencias y significados
que son narrados por una persona o varias. Las circunstancias que
219
envuelven este acto determinan en mucho qué, cómo, por qué
y para qué recordamos, pues tales circunstancias son el contexto histórico significativo que da sentido a nuestras experiencias,
y el entorno social organiza nuestra memoria hacia una u otra
dirección. En otras palabras, el contexto histórico social otorga
significado a nuestra memoria, y la memoria confiere forma de
experiencia a la historia. La historia que rodea a las personas contextualiza el recuerdo, y el recuerdo sobre un evento en particular
que experimenta un individuo o una familia pone a la vez su
propia firma a la historia. Ambos conceptos son recíprocos, y uno
sin el otro pierde sentido.
Vygotsky y Luria: la relación entre historia social y memoria
(identidad) individual
En los años veinte y treinta, L. S. Vygotsky (1987, 1989) y sus
colegas aportaron una explicación plausible a la relación entre
historia social y memoria individual; si bien en términos generales proponen una teoría explicativa que da cuenta de la naturaleza
y los procesos de todas las funciones psicológicas propiamente
humanas –no solo de la memoria–, tales como identidad, pensamiento, lenguaje, emociones y, sobre todo, la conciencia y el acto
propiamente humano de intencionalidad.
Sus propuestas, en nuestra opinión, son de una enorme utilidad para la terapia familiar, porque proponen una psicología que
da cuenta de la indesligable relación entre individuo y sociedad
sin oponer ambos conceptos. En consecuencia, tal como analizaremos a continuación, nos abren nuevos derroteros que explican
los orígenes sociales de la enfermedad mental, así como la posibilidad de una intervención desde una psicología relacional basada
en el análisis de los usos del lenguaje.
Esta escuela logró adaptar y redefinir el marxismo-leninismo fundamentalista impuesto por Stalin en la Unión Soviética
220
durante varias décadas, reelaborando elegantemente el materialismo histórico por medio de una epistemología sociogenética que
explica los procesos psicológicos superiores desde una perspectiva
histórica social (Valsiner y van der Veer, 2000).
Vygotsky y sus colegas estuvieron especialmente interesados
en estudiar cómo aparecen por primera vez la conciencia, los
procesos cognitivos propiamente humanos y, con ello, los actos
intencionales dirigidos y planeados hacia el futuro. Esta línea de
investigación los condujo a estudiar el desarrollo psicológico infantil. La orientación sociogenética condujo a Vygotsky a señalar
que el niño durante su desarrollo cambia cualitativamente sus
funciones psicológicas, de simples a complejas, gracias principalmente por la interacción social mediada por los usos del lenguaje.
En palabras del propio Vygotsky (1989): “Nuestro análisis
concede a la actividad simbólica una específica función organizadora que se introduce en el proceso del uso de instrumentos
y produce nuevas formas de comportamiento [...]. El momento
más significativo en el curso del desarrollo intelectual, que da a
luz las formas más puramente humanas de la inteligencia práctica y abstracta, es cuando el lenguaje y la actividad práctica [...]
convergen” (pp. 47-48). El lenguaje permite que el niño pueda
ser socializado, y cuando este utiliza también los signos, por una
parte, internaliza su cultura, porque hay que recordar que los signos contienen prácticas socioculturales, y, por otra, estos juegan
un papel crucial en su desarrollo psicológico.
Vygotsky también estableció una hipótesis sobre el influjo
cualitativo que tiene la culturización en las funciones cerebrales. Desgraciadamente, murió joven, pero su colega A. R. Luria
(1995) retomó esta idea y pudo establecer con éxito el vínculo
que existe entre la sociedad y las funciones cerebrales. En términos generales, señala que la sociedad, mediante los usos del
lenguaje, no solo influye profundamente en la psicología de las
221
personas, sino también, sobremanera a temprana edad, tiene un
efecto importante en las funciones fisiológicas cerebrales, permitiendo que las diversas partes del cerebro se conecten entre sí y
generen una organización fisiológica completamente distinta a la
que ocurre en los animales de otras especies, en los bebés recién
nacidos e incluso en niños que no han tenido contacto social.
La memoria
“Los seres humanos fueron más allá de los límites de las funciones psicológicas que les eran propias por naturaleza, progresando hacia una nueva organización de su conducta culturalmente
elaborada [...]. Estas operaciones con signos son producto de las
condiciones específicas del desarrollo social” (Vygotsky, 1989, p.
68). Por ejemplo, en lo que se refiere a la memoria, “operaciones
comparativamente simples como hacer un nudo o marcar señales
en un palo para recordar alguna cosa cambian la estructura psicológica del proceso de memoria. Dichas operaciones extienden la
operación de la memoria más allá de las dimensiones biológicas
del sistema nervioso humano y permiten incorporar estímulos
artificiales o autogenerados que denominamos signos. Esta facultad, propia de los seres humanos, representa una forma de conducta totalmente nueva [...], creando (con ello) nuevas formas de
un proceso psicológico culturalmente establecido” (pp. 69-70).
Quiere decir este estudioso con ello que la esencia de la memoria humana es de origen social, porque los seres humanos
recuerdan activamente con la ayuda de signos. Podría decirse
que la característica básica de la conducta humana en general es
que las personas influyen en sus relaciones con el entorno, y a
través de dicho entorno modifican su conducta, sometiéndola a
su control. Se ha señalado repetidas veces que la esencia básica
de la civilización consiste en levantar monumentos para no olvidar. “Tanto en el hecho de construir monumentos como en el
222
de hacer nudos observamos manifestaciones de los rasgos fundamentales y características que distinguen la memoria humana
de la animal” (p. 86).
En resumen, lo que ésta escuela propone es que el uso de signos, lo cual es una actividad de naturaleza social, permite la reflexión, haciendo que aparezca la conciencia tanto de uno mismo
(individual) como del otro (social), que la actividad pueda ser
planeada y que la memoria pueda ser de largo plazo. Con ello
el ser humano puede transformar su medio ambiente mediante
la creación de instrumentos y, por ende, resolver problemas más
complejos y crear una cultura en particular.
El método
A estas conclusiones se llegó gracias a la experimentación guiada
por una metodología dialéctica basada en la teoría sociohistórica. Vygotsky nos hace ver que, cuando estudiamos un comportamiento, por lo regular lo encontramos en un estado aparentemente automático, mecanizado o, en sus propias palabras,
“fosilizado”, pues posee una dinámica repetitiva y aparece aparentemente ligado solo a sus circunstancias presentes. Este tipo
de carácter automático es difícil de analizar, ya que es necesario
reconocer, en principio, que la conducta humana es un proceso
y no un estado que ha perdido su apariencia original, y su actual forma no nos dice nada sobre su naturaleza. Para conocer su
forma real, según Vygotsky, es necesario reconocer su naturaleza
sociohistórica: “Estudiar algo históricamente significa estudiarlo en su proceso de cambio, que requiere el método dialéctico
básico [...]. Fundamentalmente significa descubrir su naturaleza,
su esencia, pues solo en el movimiento un comportamiento puede mostrar su naturaleza. Por lo tanto, el estudio histórico de la
conducta no es un aspecto auxiliar de la teoría, sino su principal
base” (1989, p. 65).
223
En consonancia con sus planteamientos, el citado autor se negaba a estudiar los aspectos psicológicos de las personas como si
estos fueran estados, esencias o acciones ahistóricas, mecánicas o
automáticas, para proponer una teoría sociogenética que reemplazara el análisis de los objetos por el análisis de los procesos.
Todo ello con la finalidad de reconstruir cada etapa de la dinámica que define lo psicológico desde sus estados iniciales hasta su
constitución.
Por otra parte, Vygotsky fue también contrario a aquellas teorías psicológicas que tomaban la teoría de la evolución propuesta
por Darwin como el método histórico, basando así la explicación
de la conducta humana en la experimentación animal. Para él,
el análisis de la conducta humana tiene que ir más allá de su enlace filogenético, con el objetivo de comprender la complejidad
humana: el ser humano, en el proceso de socialización mediante
los usos del lenguaje, trasciende la herencia biológica heredada
durante millones de años para constituir una serie de funciones
psicológicas superiores más relacionadas con su historia ontológica e intergeneracional, enlazadas con su contexto cultural, social
e histórico.
¿Una terapia familiar “vygotskyana”?
L. S. Vygotsky (1987, 1989) y sus colegas nos proveen a los terapeutas familiares de una teoría congruente que explica la indesligable relación entre individuo y sociedad sin someterse
mutuamente, es decir, hacen justicia a ambas dimensiones y nos
hacen ver que una sin la otra pierde sentido. Es más, rescatan al
individuo del sistema, sin que este pierda su naturaleza interactiva, lo que nos conduce a tomar conciencia de que los síntomas
individuales están hechos de relaciones familiares con historia y
contextos específicos. En otras palabras, esta escuela nos facilita
una teoría sólida basada en la consideración de las enfermedades
224
mentales no como procesos automáticos ahistóricos (sistémicos),
estados internos descontextualizados (cognitivos o inconscientes)
o discursos retóricos, sino como dinámicas históricas con fuertes
contenidos sociales.
Otra de sus propuestas llamativas es la observación de los cambios cualitativos que sufre el bebé en su psicología y en su fisiología durante la socialización. Si extendemos esta idea a todas las
etapas de la vida, estaremos atentos al análisis de cambios cualitativos en la historia de la interacción de la familia y, con ello, de
la identidad de sus miembros. Y si además conectamos esta idea
con la historia del síntoma, podríamos observar cambios radicales
de comportamiento de uno de los miembros de la familia o incluso de toda la familia en ciertos periodos de tiempo, y veríamos
también la trayectoria histórica del síntoma, que seguramente ha
pasado por diversas etapas. Esta metodología analítica nos evitará
ver la enfermedad mental en el presente como si esta tuviera vida
propia y controlara el comportamiento de los miembros de la
familia.
Tal manera de enfocar la dinámica familiar y sus síntomas nos
advierte que siempre va a existir una dialéctica natural entre los
contextos y circunstancias del presente y las experiencias del pasado, de la cual resultan transformaciones, a veces de orden cualitativo, en nuestra psicología –identidad– en órdenes como el
pensamiento, la percepción, la memoria, los discursos..., e incluso –lo que es todavía más importante con fines terapéuticos– en
lo emocional, afectando, con ello, a nuestras relaciones sociales
familiares.
Otro de los elementos útiles de la psicología que propone
Vygotsky, que puede integrarse en una terapia familiar de corte histórico, es la recuperación del individuo como el actor fundamental del sistema o, lo que es lo mismo, la incorporación
del concepto de intencionalidad o actividad voluntaria en los
225
individuos. Así, nos muestra con maestría que la intencionalidad del acto humano, guiada por la conciencia y mediada por
los usos del lenguaje, es como la antítesis de toda la dinámica
psicosocial. Por ello se propone que una terapia familiar histórica
debería centrarse en restaurar la capacidad de intencionalidad de
los miembros de la familia como eje para resolver los problemas
que le aquejan. Es como restaurar de nuevo el poder de los individuos para actuar sobre sus propias circunstancias históricas, en
especial su sistema familiar.
Memoria colectiva
Continuando con nuestras preguntas: ¿cómo recordamos y olvidamos en el marco de la dinámica social?, y ¿cómo nos afecta esto
en nuestra psicología y nuestras relaciones? La conexión íntima
entre historia y memoria que explicamos anteriormente, así como
el hecho de centrarnos en el acto de recordar en el marco de la
interacción social, nos conduce directamente a la publicación que
D. Middleton y D. Edwards editaron en 1990, Memoria compartida. La propuesta general de este libro, tal como señalan sus
editores, es “extenderse más allá de los individuos para incluir la
influencia del contexto en donde la gente recuerda –u olvida–”
(p. 1).
La mayoría de los autores que participan en esta publicación
están de acuerdo en destacar que recordar y olvidar están ligados
a las prácticas sociales, tanto materiales como psicosociales. Esta
afirmación, en nuestra opinión, tiene una gran relevancia para el
tipo de terapia familiar que propondremos más adelante.
Por ejemplo, desde una perspectiva psicosocial, M. Billig
(1990), D. Middleton y D. Edwards (1990) concuerdan en señalar que la memoria de los individuos no es un acto pasivo que
proviene de nuestro almacén cerebral sobre nuestras experiencias
pasadas, sino que lo que recordamos, la forma en que lo hacemos
226
y su constante cambio o reinterpretación se deben a las circunstancias y al contexto histórico presentes en donde tiene lugar el
acto de recordar. De ahí se deduce que la memoria es un acto
de naturaleza social, simbólicamente significativo, comunicable,
convencional, acorde a la cultura local a la que se pertenece, y
precisamente porque forma parte de la historia es variable, manipulable y, por ende, socialmente construida. Las evidencias de
tal creencia hay que buscarlas en la constatación de que la gente
comparte memorias de eventos y objetos que son en su origen
social. Es un hecho que la gente vive y trata con un mundo que
se extiende más allá de su individualidad.
Los cambios o reinterpretaciones de nuestras experiencias pasadas, según estas nuevas perspectivas psicosociales, que vienen
a coincidir con el concepto de historia progresiva que revisamos
anteriormente de H. Carr (1985), se producen porque mientras
las actuales circunstancias históricas y sociales que envuelven el
ejercicio de recordar estén transformándose, estas generan cambios de orden psicológico en las personas, afectando a su memoria y generando nuevas interpretaciones sobre el pasado. Es
decir, las actuales situaciones ideológicas, políticas y económicas
contextualizan los discursos sobre el pasado, y las comunidades
específicas en donde se interactúa –familia, trabajo, escuela, club,
amigos, terapia, calle, etc.– forman parte del contexto del acto de
recordar, e incluso también del de olvidar.
Tales afirmaciones son respaldadas por una serie de investigaciones psicosociales realizadas en contextos comunitarios e institucionales donde tiene lugar y se organiza el acto de recordar y
olvidar. Los estudios muestran cómo las instituciones generan un
tipo de organización social basado en ceremonias, festejos y rituales con el fin de establecer un recuerdo colectivo sobre alguna
persona o evento en particular, consiguiendo con ello una identidad propia como grupo. Un ejemplo que viene al caso es el de
227
algunas escuelas donde se obliga a los niños a celebrar algún héroe
o evento nacional cada año mediante rituales bien organizados.
Al respecto, M. Billig (1990) insiste en que este tipo de memoria colectiva está impregnada de una ideología predominante
con el fin de reproducir las relaciones de poder en la sociedad o,
en este caso, de la familia.
La memoria como forma de actuación
Enfocando el asunto desde otra perspectiva, es necesario entender la memoria no como una actividad discursiva de corte cognitivo, sino como una práctica material fundamentalmente. Así,
A. Radley (1990), al referirse a la memoria colectiva, analiza no
solo las comunicaciones retóricas de las personas, sino sus formas
de actuar cotidianamente en el mundo material. En este sentido
afirma: “El mundo de los objetos como material cultural se construye de formas de prácticas sociales que provee para la continuidad de nuestras vidas sociales. El mundo de artefactos materiales
encarna y organiza nuestras relaciones con el pasado significativo
socialmente de varias maneras. El mundo material, al igual que
la comunicación oral, provee las bases para leer el pasado en el
presente” (p. 46).
Este autor, en conclusión, señala que recordar y olvidar son
una clase de acción social, más que propiedades mentales individuales, lo cual no significa que el individuo no exista como tal y
que su memoria como persona única sea negada, sino que es necesario para explicarla y entenderla comprender el contexto donde tiene lugar. Ese contexto, lejos de constituirse en una variable
independiente, se convierte en la fuente donde lo que hacemos y
dejamos de hacer guarda sentido. Esta es la diferencia sustantiva
entre constructivismo y construccionismo social: mientras el primero se centra en lo cognitivo, el segundo lo hace en el discurso
enlazado siempre con sus condiciones sociales. En nuestro caso,
228
consideramos que uno de los contextos históricamente más significativos de los discursos de los individuos es la familia.
La manera en que es organizada institucionalmente nuestra
memoria nos conduce a otra cuestión todavía de mayor relevancia relacionada con nuestro tema central: la terapia familiar.
Nos referimos específicamente a la relación entre la memoria y la
identidad.
La mayoría de los autores que analizan la memoria en el marco
de la interacción social convienen en que este tipo de organización de memoria colectiva tiene un poder fundamental en la creación de identidades presentes y futuras. R. Bellah, R. Madsen, W.
Sullivan, A. Swidler y S. Tipton (1985) llaman a esto memorias
comunitarias, entendidas como aquellas que generan una noción
de olvido y memoria institucional esencial para la identidad e
integridad de una comunidad. Y agregan que no solo se da la
circunstancia de que quien controla el pasado controla el futuro,
sino la de que quien controla el pasado controla nuestro ser social
y, por lo tanto, nuestra propia identidad.
Memoria colectiva, identidad y terapia familiar
Hasta aquí se ha dicho que la historia, como contexto social, da
contenido a nuestras experiencias tanto pasadas como presentes,
las cuales se conforman en memoria, y esta a la vez nos permite
organizar nuestras relaciones sociales y, con ello, integrar nuestra
identidad. Continuando con nuestros cuestionamientos iniciales:
¿por qué la historia y, consecuentemente, la memoria de nuestras
experiencias pasadas constituyen nuestra identidad?
Como ya hemos expuesto, Vygotsky (1987, 1989) y sus colegas nos ofrecen una explicación plausible de cómo emerge la
conciencia y con ello los procesos psicológicos superiores, incluida la memoria en el ser humano, concluyendo que nuestras cualidades psicológicas –donde se encuentra la identidad– son de
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origen social y están mediatizadas por los usos de lenguaje. Pero
aquí nos ocuparemos principalmente de cómo nuestra identidad,
tanto grupal como individual, se hace a sí misma y se encuentra
en constante cambio, porque está hecha de historia.
D. Middleton y D. Edwards (1990) establecen al respecto una
vinculación íntima entre memoria colectiva e identidad, para lo
cual analizan detalladamente cómo surge y se sostiene la memoria
institucional y cómo esta contribuye a la creación de la identidad grupal, para acabar señalando que el recuerdo y el olvido
colectivo están estrechamente vinculados a “formas de prácticas
sociales” que las propias instituciones diseñan. En sus propias palabras: “Lo crucial en los actos de recordar un tema en específico
se consolida en las prácticas tanto materiales como comunicativas, tal que el mundo en el que vivimos se encarna en relación
con el pasado. La integridad de la vida mental de los individuos se
sostiene y establece por la participación de esas prácticas” (p. 10).
Finalizan explicando que la memoria colectiva o comunitaria no
solo configura, le da sentido y consistencia a nuestra vida social,
sino también, lo que es todavía más importante, constituye la
identidad individual.
Siguiendo el mismo camino, B. Southgate (2000) manifiesta
que nuestra historia pasada, tanto personal como pública, es lo
que confiere sentido y propósito a nuestras vidas, para concluir
que nuestra identidad individual depende fundamentalmente de
lo que recordamos u olvidamos (p. 39). En opinión de esta autora, la historia es una manifestación de la memoria, “una forma
de ordenar, recordar y retener el pasado; lo cual sirve para sostener nuestras identidades, tanto pública como personal” (p. 39).
En otras palabras, se sostiene que es imposible que exista una
identidad socialmente significativa sin la memoria. Como apoyo a tal argumento, la autora retoma el trabajo de Oliver Sacks
(1985), quien analiza la identidad de personas que han perdido la
230
memoria por diferentes razones: tumor o traumatismo cerebral,
demencia senil, mal de Alzheimer, etc. Estos casos nos muestran
que la identidad de una persona se desintegra si no tiene historia
autobiográfica. Estudiando particularmente el caso de Greg (p.
43), la autora concluye que esta persona, al no tener “ninguna
concepción de historia personal, carece de cualquier sentido de
sí mismo [...]. Ha perdido la capacidad de verse a sí mismo en el
flujo del tiempo [...], y el presente no tiene un significado desde
la referencia del pasado, ni ningún potencial o tensión hacia el
futuro” (p. 43). Si analizamos estos casos de pérdida de memoria
desde la perspectiva de las relaciones, es interesante observar que
la persona que pierde la memoria no solo no logra una mínima
congruencia en su concepto de sí misma, sino que también es incapaz de retener o reconocer las identidades de las otras personas
con quien interactúa. Esto nos conduce a pensar que una relación
sin historia simplemente pierde congruencia significativa en el
mundo sociocultural y, por supuesto, en el psicológico.
En el caso de que traslademos este ejemplo al análisis de la
familia, colegiremos que la familia como identidad está hecha de
historias compartidas, es decir, cada uno de sus miembros participa de una historia en común, que es la fuente donde se genera
y se nutre la historia individual y, con ello, la identidad. Esta
historia compartida posibilita la interacción entre sus miembros
creando una manera particular de relacionarse y configurando la
estructura familiar: límites, jerarquías, triangulaciones, alianzas y
coaliciones, etc.
En otras palabras, una familia sin historia simplemente perdería toda posibilidad de interacción estructurada, porque no habría un punto de referencia previo donde anclar la interacción. La
historia familiar es fundamental para que nuestra interacción se
organice en una dirección en particular. Es decir, nuestras acciones y emociones cotidianas del presente están hechas de historia,
231
pero de historia compartida. La estructura y la identidad de una
familia sin ninguna referencia significativa del pasado se descompondrían, perdiendo por completo el significado de sus acciones,
emociones y conocimiento de sí mismos y de los otros.
Esta breve investigación mental, la cual es una realidad en
aquellas familias en donde alguno de sus miembros ha perdido
la memoria, nos muestra lo fundamental que es la historia, y con
ello la memoria, para que tanto los individuos como las familias
como organización tengan identidad y estructura propia, para
que la interacción de sus miembros tenga sentido y para que los
individuos estén conectados entre sí y con su mundo social. Una
familia y una persona sin historia simplemente dejan de existir
como tales, y una terapia familiar sin análisis histórico simplemente sería banal y superficial.
Memoria intergeneracional, macrohistoria y síntomas
Si entendemos la memoria como experiencias del pasado que se
dan en la interacción social, se produce una reflexión inmediata
sobre dos cuestiones: ¿la experiencia pasada que ha vivido una
persona tiene efectos en las personas con las que interactúa cotidianamente en el presente? ¿Las circunstancias históricas que
nos rodean, aunque no sean producidas directamente, en primera instancia, por la familia, tienen influjo en nuestras vidas
cotidianas?
La memoria como red intergeneracional
La respuesta a la primera pregunta es afirmativa: a pesar de que
una persona, con su única posición y perspectiva en el mundo,
haya experimentado un evento en particular, si este tuvo una influencia directa en la construcción de su propia identidad individual, dicha experiencia afectará a otras personas mediante su
interacción, aunque esta no sea compartida explícitamente.
232
Simplemente en la interacción cotidiana mostraremos con
nuestra actitud en general dicha experiencia, lo cual afectará en
especial a aquello que hace aflorar esa parte de nuestra experiencia pasada. El ejemplo que puede traerse a colación es la relación que tuvimos en la infancia con nuestro padre, que pudo
caracterizarse por ser caótica, de cariño o de reconocimiento. Al
integrarse como parte de nuestra identidad, es probable que en
la edad adulta reproduzcamos tales tipos de relación con nuestros
propios hijos.
Creemos que existe una memoria transgeneracional e intergeneracional que opera en la vida familiar como una red. Dicha memoria está hecha de experiencias pasadas, incluso de experiencias
en generaciones pasadas –transgeneracional– que forman parte de
la memoria de los individuos y que se integran como parte de
nuestra identidad, las cuales se comparten a diario tanto explícita
como implícitamente en la interacción. Explícitamente, mediante
historias orales, documentos, fotografías, vídeos, películas, objetos, casas, etc.; e implícitamente, en un tipo de memoria tácita
que se expresa en las acciones cotidianas de la familia, formas de
interacción práctica y discursiva que han perdurado de generación
en generación, que tienen un gran poder y que se distinguen por
influir de manera fundamental en la identidad tanto individual
como familiar. Por ese motivo, cada familia tiene su propio estilo,
lenguaje, creencias, prácticas, costumbres, moral, ritos, mitos, etc.
Este tipo de memoria transgeneracional e intergeneracional
puede operar tanto positiva como negativamente. Si tomamos el
ejemplo de las experiencias negativas o traumáticas que algunos
de los miembros de una familia han experimentado, las relaciones se integran como parte de su identidad, la cual se sostiene
y expresa mediante prácticas cotidianas tácitas, que se asumen
y se extienden como parte de la identidad familiar, con lo que
se reproducen relaciones parecidas a las ocurridas en el pasado.
233
Son como los secretos familiares, que no se hablan abiertamente
pero que operan en toda la familia, donde incluso la persona más
joven de la casa puede sentir que algo anda mal, y este simple
sentimiento hace que la interacción familiar se organice de una
manera peculiar.
Ello explicaría muchos de los comportamientos que se repiten
de generación en generación, como, por una parte, roles de género, mitos, tipos de actividad, rituales, etc., y, por otra, comportamientos sintomáticos como depresiones, psicosis, alcoholismo,
etc. En otras palabras, el análisis histórico intergeneracional de la
interacción familiar nos puede conducir a hacer visibles estructuras y relaciones familiares repetitivas de generación en generación, aunque es importante señalar que la repetición no es una
copia al carbón, sino que se da con diferentes estilos acordes a la
época y a la comunidad a la que se pertenezca, pero sí se mantiene
el corazón o el espíritu moral en que se da, como la reproducción
de roles de género o de poder.
Muchos de los síntomas operan y adquieren sentido precisamente en este tipo de memoria tácita. Para descubrirlos y extrapolarlos al campo del discurso explícito y de la reflexión, es necesario establecer una terapia basada en el análisis histórico. Una
terapia familiar histórica hará visible la naturaleza de los síntomas
que aparentemente tienen vida propia; podremos advertir también las diferentes etapas por las que han pasado y, sobre todo, ver
que nunca han dejado de operar.
Si consideramos dichos recuerdos –especialmente aquellos
que no nos dejan vivir en armonía en el presente– de naturaleza histórico-relacional, podremos comprender que la interacción
implícita familiar, en narraciones o en prácticas cotidianas, configura los síntomas.
Por último, el tipo de memoria del que venimos hablando
se refleja también en los tonos de voz, los gestos, los castigos,
234
las descalificaciones, las triangulaciones, los reconocimientos, las
expresiones de cariño, que constituyen la identidad particular de
una familia en su historia. Es esta condición la que distingue a
una familia y la hace diferente a otras.
Macrohistoria, familia y síntoma
La respuesta a la segunda pregunta es también afirmativa.
Creemos que existen condiciones históricas que están más allá
del poder de la familia y que no son construidas directamente
por la propia familia, pero que ejercen influencia en la conducta
de los miembros de la familia y en la familia en sí. Por ejemplo,
la globalización como circunstancia histórica fáctica y estructural,
que organiza nuestra vida social, puede afectar a la economía de
la familia: por una parte, probablemente encuentre más baratos
muchos de los productos que compra a diario, como un litro de
leche, aunque, por otra, puede darse la circunstancia de que pierdan el trabajo el padre o la madre, o de que tengan un trabajo mal
remunerado porque es imposible competir con China.
Una gran mayoría de los discursos de las familias que atiende
nuestro consultorio en México tiene un fuerte contenido social
ligado a sus problemas, como desempleo, falta de vivienda, de
educación, de servicios médicos, de luz, de agua potable, etc. Este
tipo de contexto macro-histórico forma parte de todo el cuadro
sintomático. Creemos que es importante analizarlo y tratarlo en
terapia, con el fin de poder reflexionar sobre las limitaciones y
alcances que tiene la familia para resolver un síntoma desde una
posición activa.
Todo lo anterior nos lleva a considerar lo siguiente: la experiencia vivida es de naturaleza social; aunque se integra como parte
de la identidad de un individuo mediante eso que denominamos
memoria, nunca pierde su condición social, porque las condiciones histórico-sociales que el individuo sigue experimentando
235
hacen que la memoria se encuentre en constante interacción con
su contexto, y, por ende, la hacen altamente cambiante. No obstante, dicha relatividad solo tendrá sentido y en cierta manera objetividad cuando hagamos referencias a tales condiciones sociales.
Explicado de otra manera: las transformaciones de nuestras
experiencias vividas no se fundamentan solo en los cambios de
estructura familiar –ruptura de un círculo vicioso, redefinición
de límites, alianzas, coaliciones, poder, etc.– o de discursos –cognitivo-retóricos basados en el consenso–, sino en la manera en
que estos se enlazan, con cierta congruencia, con las circunstancias históricas y culturales que genera la propia familia y a la que
pertenece como parte de una comunidad más amplia. Es decir, la
memoria como experiencia histórica, la identidad como memoria
compartida y los síntomas como expresión de nuestra condición
histórica y socio-familiar forman parte de una misma naturaleza
y se construyen mutuamente.
Historicismo y terapia
Existen otras perspectivas a la hora de analizar la historia. Por
ejemplo, el tipo de análisis histórico parte de la idea fundamental de que los acontecimientos del pasado son hechos verdaderos
y que forman parte de una etapa, en el desarrollo lógico de las
sociedades o los individuos, por la que todos pasaremos tarde o
temprano, así que deben aceptarse como válidos en sí mismos
perpetuamente y para todos. Esta concepción corre el peligro de
que la aceptación general de que una idea sea correcta se ancle. Si
se evita todo intento de cambiar tal idea, esta operará de forma
indefinida e influirá directamente en el presente y en el futuro de
la comunidad o familia que sostenga tal verdad histórica (como
parte de la etapa a la que debemos pasar). K. Popper (1989) denominó historicismo a este punto de vista. Al respecto, E. de
Bono (1974) señala: “Es la continuidad histórica (o historicismo)
236
lo que mantiene la mayor parte de los supuestos, no una periódica revisión de su validez” (p. 103).
Este tipo de método histórico, que contiene una posición
epistemológica altamente acrítica y predeterminante, conduce
precisamente a tratar de confirmar hipótesis en el pasado, y lo
más curioso de todo es que confirma sus hipótesis construyendo
realidades en el presente mediante la lógica de que el pasado es
destino y parte de las etapas naturales que tenemos que pasar
(ciclo vital familiar como desarrollo histórico natural de todas las
familias).
Otra forma de enfocar el trabajo histórico es llegar al análisis
radical o excesivo: hallar problemas, traumas, malas experiencias
que probablemente ya hayan sido superadas de forma natural,
lo cual puede abrir de nuevo viejas heridas que de hecho habían
sido cicatrizadas por la propia dinámica natural. Suele decirse que
el que busca encuentra: convertir el método histórico en lineal y
radical, desde los recursos del presente, puede generar problemas,
al contrario de lo que estamos proponiendo en este trabajo. Si se
lleva a cabo en una persona, una familia, una comunidad o una
nación, se corre el riesgo de que la identidad pierda la salud. Al
respecto, B. Southgate (2000) señala que cuando uno se centra
demasiado en el pasado, podemos poner en riesgo nuestro presente y con ello el futuro (p. 45). En efecto, aquellas terapias que
solo polarizan su análisis en el pasado y lo conciben como una
causa lineal del presente, corren el riesgo de perder su cualidad
terapéutica para perderse en un laberinto sin salida que puede
convertirse en una pesadilla.
Desde otro punto de vista, una terapia que sobrevalora el
discurso y que intenta cambiar la experiencia histórica de una
familia solo mediante consensos retóricos en el presente sin hacer, en principio, un enlace con la experiencia que ha vivido la
familia, puede crear falsas memorias que tarde o temprano se
237
desmoronan, generando, así, problema más graves. Entra en el
cálculo de probabilidades que este tipo de práctica basada solo
en la retórica del consenso, sin ningún tipo de enlace históricosocial, produzca realidades basadas en mentiras que se convierten
en mitos. Aunque pueden funcionar durante un periodo para aliviar el síntoma, igual que una aspirina para un dolor de cabeza,
no permanecen para siempre; tarde o temprano, los enlaces histórico-sociales los derribarán produciendo una crisis más severa
que la anterior. No hace falta explicar detalladamente ejemplos
de este tipo, sino solo mencionar algunos representativos que se
han dado en naciones, comunidades y familias, ya sea la historia de determinados estados que, al intentar negar la diversidad
cultural, religiosa e histórica de un pueblo, se derrumbaron o generaron grupos de resistencia en defensa de su propia identidad;
ya la creación de héroes en algunas comunidades; o bien, por
supuesto, el mito de la familia feliz.
En conclusión, vivir enajenados en el pasado nos paraliza en
el presente, y comer historia todos los días nos puede indigestar:
“Se pierde no solo la capacidad de ser feliz en el presente, sino
también nuestra habilidad de actuar” (p. 47).
Por todo ello, un objetivo fundamental de la terapia familiar
histórica es establecer un equilibrio entre recuerdos y olvidos,
es decir, es necesario reescribir la historia de la familia haciendo
enlaces con aquellos aspectos de la experiencia pasada que han
contribuido a darle sentido y congruencia a su identidad, tanto
familiar como individual. Para ello, el trabajo clínico estará centrado, por una parte, en seleccionar, junto con la familia, aquellos
recuerdos significativos que harán saludable su identidad, y, por
otra, en ayudar a olvidar y redefinir aquellas experiencias que no
nos permiten vivir en equilibrio en el presente. Se trata de establecer una relación histórica equilibrada entre recuerdos fundamentales que conducirán a olvidos terapéuticos.
238
El recuerdo y olvido terapéutico
El olvido, como trabajo terapéutico, es fundamental para restablecer la salud en la familia. Como ya dijo Nietzsche, “es imposible vivir del todo sin el olvido” (1983, p. 61).
Existe una distinción fundamental entre evadir y olvidar el pasado. Evadiendo una experiencia en el pasado, sobre todo aquellas
que no han sido agradables y que han formado parte de nuestra
identidad individual y familiar, se corre el riesgo de no resolver
los problemas que nos aquejan en el presente. Un problema puede rehuirse de muchas maneras: mediante el uso de sustancias
alucinógenas, negándolo, rechazándolo, etc. En cambio, para olvidarlo y que no siga operando en la vida presente, es necesario
afrontarlo, recordarlo, hacerlo explícito en la terapia, compartirlo
con la familia, y por supuesto, tal como hemos venido argumentado durante todo este trabajo, analizarlo en el marco de las circunstancias donde tuvo lugar, es decir, enlazarlo con las personas
y momentos históricos que contribuyeron a crearlo, para después
olvidarlo. Este tipo de trabajo histórico en terapia con la familia
lo denomino recuerdo y olvido terapéutico.
Aquí consideramos que para que el olvido tenga efectos terapéuticos más consistentes es necesario enlazar nuestras malas experiencias con circunstancias, épocas, personas y lugares en particular, porque eso nos permite situar nuestros sentimientos en el
entorno social y, con ello, entenderlos como condición histórica
y no como estados estáticos internos o dinámicas automáticas
naturales, lo que las convertiría en conceptos dormitivos.
Por otra parte, la presencia de miembros de la familia o amigos
significativos en las sesiones es un recurso fundamental para generar recuerdo y olvido terapéutico, ya que permitiría el intercambio de perspectivas, la aclaración de malos entendidos, la exploración de sentimientos de arrepentimiento, la solidaridad o la empatía. Es decir, una mínima expresión facial de reconocimiento,
239
valoración o amor (Linares, 1996) de eso que vivimos en el pasado puede conllevar a una redefinición de la historia, permitiendo
que olvidemos la vieja versión que no nos permitía vivir con salud
en el presente. Tal clarificación de experiencias basadas en la comprensión de aquellas personas que amamos y nos aman hará que
el olvido terapéutico se extienda más allá de nuestra individualidad y se integre en la práctica y el discurso familiar.
Otro ingrediente fundamental del olvido terapéutico es tener, como terapeuta, la habilidad de lograr que los miembros de
la familia sepan escucharse y, sobre todo, puedan comprender la
perspectiva del otro. Esta posición es crucial para que la persona
sintomática y los otros miembros de la familia puedan incorporar nuevos puntos de vista a los discursos y las prácticas que han
provocado el síntoma. La clave fundamental aquí es buscar en las
actuales circunstancias –otro momento histórico y el contexto de
terapia– nuevos enlaces histórico-sociales de la familia y, por lo tanto, nuevos recursos que en aquella época no tenían, permitiendo
reinterpretar la historia vivida y hacer de la vieja versión un olvido.
En definitiva, solo después de este tipo de análisis histórico de
los síntomas, el olvido tendrá un efecto terapéutico. Se trata de
posibilitar que la familia y sus miembros se reestructuren y rompan esos círculos viciosos que mantenían el síntoma vivo, acomodando de nuevo sus sentimientos y discursos, y restaurando, de
este modo, la salud.
Caso Lalo
Lalo es un niño de 8 años. Su madre se comunica conmigo para
pedir una cita y refiere que su hijo tiene varios problemas, algunos de ellos de toda la vida. Ha sido derivada por otra familia a
quien también estamos atendiendo.
Se establece primero un contacto telefónico en el que la madre afirma: “Doctor, Lalo se hace popó y pipí en los pantalones
240
durante el día, así que siempre está sucio y huele muy mal, y últimamente ha sido reportado por la escuela porque es muy agresivo
con sus compañeros”.
Lalo es el mayor de los hijos, tiene un hermano de un año. Su
madre tiene 30 y es ama de casa, y el padre tiene la misma edad
y es el director de producción de una compañía. Todos asisten a
terapia y nos centramos en escuchar la problemática y en definir
muy bien el problema, así como el objetivo.
Primera sesión:
Lalo y su papá físicamente son copias al carbón: grandes y fornidos; incluso Lalo aparenta mayor edad de la que tiene. Es un niño
que está constantemente moviéndose, especialmente las manos,
los brazos y las piernas; parece ansioso, y también pasa el tiempo
de manera persistente haciendo caras y sonidos.
En esta primera sesión se exploran las descripciones y explicaciones que hacen sobre el asunto. Después iniciamos una intervención de externalización del problema (tal como proponen
White y Epston, 1993), con el fin de contextualizar las circunstancias particulares en que este aparece, pero también aquellas
en que no aparece: quiénes se encuentran alrededor, qué está haciendo Lalo en ese momento, etc. Detenidamente, junto con la
familia, se analizan tales situaciones y en la manera de preguntar
(preguntas circulares) se intenta establecer relaciones entre ellas
y los problemas que presenta Lalo con el objetivo de sacarlos del
interior del niño, es decir, externalizarlos, darles explicación relacional y social.
Más tarde se le pide a Lalo que nos hable de sus personajes
favoritos. Nos informa sobre algunos caracteres que aparecen en
cartitas y se le pregunta cuáles de ellos son buenos y cuáles son
malos, qué cualidades tienen y si alguno de ellos se le parece. Lalo
hace referencia a Mollolo y Ullo.
241
A continuación se le explica a la familia que en realidad el pipí,
el popó y la agresividad son monstruos que andan rondando por
ahí y que algunas veces atacan a niños como Lalo; son monstruos
muy parecidos a Mollolo y, por lo regular, los niños los vencen
con armas especiales, aunque a veces también los monstruos vencen a los niños. Se le pide a Lalo que ponga nombre a los monstruos del pipí, el popó y la agresividad para detectarlos con mayor
facilidad y poder atacarlos cuando anden rondando cerca de él.
Ante tal intervención, los padres se muestran muy receptivos,
atentos y escuchan. Hacemos una pausa mi coterapeuta (Sofía) y
yo, llegamos a la conclusión de invitar a la próxima sesión solo a
Lalo y sus papás, y se les dejan algunas tares concretas: que Lalo
dibuje a los monstruos, que les ponga nombre y que mamá lleve
un recuento diario para ver cuándo Lalo vence a los monstruos
y cuándo estos vencen a Lalo. Se le pide a la madre que ayude a
Lalo a vencer a los monstruos y que esté más pendiente de él con
el fin de poder detectar si los monstruos andan cerca de Lalo y
advertirle de que puede ser objeto de un ataque.
Segunda sesión:
A la segunda sesión acuden Lalo y sus papás. Se les pregunta
cómo les ha ido y señalan que, de acuerdo a la planificación de la
resolución del problema, este ha mejorado un cincuenta por ciento más o menos: en la agresividad no tuvo quejas de la maestra
aunque sí algunos arranques fuera del colegio; no se hizo popó,
pero todavía deja mancha en los calzones, y el monstruo del pipí
sigue venciendo a Lalo.
Después de ver los avances, mi coterapeuta y yo decidimos
empezar a explorar las relaciones de pareja y las familias de origen
de cada uno de ellos. En principio se ve que mantienen entre
sí buena sintonía. Sin embargo, los problemas aparecen en dos
direcciones: la familia de origen de ella vive a media cuadra y su
242
madre prácticamente pasa todo el día allí con sus hijos. Durante
mucho tiempo, Lalo fue para la familia de la madre el primer
nieto, así que se le ha consentido todo. La madre, mediante un
diálogo circular, se da cuenta de que no debería pasar tanto tiempo allí y de que ya era hora de comenzar a concentrarse en sus hijos a tiempo completo para generar su propia dinámica familiar.
Piensa que, probablemente, el estar tanto tiempo con sus padres
y sus hermanos, ella no se centraba más en Lalo porque esta situación pudiera confundirlo.
Por otra parte, se le siguió preguntando a la madre, también
mediante un diálogo circular, sobre la relación entre su esposo y
Lalo. La pregunta textual fue: “¿Cómo ve la relación entre Lalo
y su esposo?”; ella contestó que distante. A la pregunta “¿Por qué
cree que es distante?”, ella respondió que veía que su esposo no
tenía paciencia para jugar con Lalo. La respuesta afirmativa a la
tercera cuestión (“¿Usted cree que el problema de Lalo tiene algo
que ver con la relación distante de su esposo?”) llevó a la siguiente: “¿Por qué cree eso?”, cuya contestación fue clave: “Porque Lalo
necesita jugar con su papá”.
En ese momento Lalo estaba atentamente escuchando sin
mover su cuerpo tal como usualmente lo hace, mientras que su
esposo estaba a punto de llorar. Así que decidimos de inmediato
seguir con la conversación, pero esta vez con el esposo: “¿Usted
qué cree de todo lo que ha dicho su esposa?”. Él contesto que
tenía razón. A la siguiente (“¿Por qué cree que tiene razón?”), él
respondió: “Porque casi no juego con mi hijo. Cuando estoy en
mi trabajo hago planes para jugar con él, pero llego a casa y me da
mucha flojera; además, no puedo estar con él más de diez minutos porque me desespero con cómo se comporta y cómo habla”.
Se le pregunta a la madre que cuándo fue la última vez que
salieron Lalo y su papá juntos. Contesta hace años que no salen
juntos, que solo han salido dos veces en toda la vida: una al cine
243
y otra a las carreras de coches. En ese momento el padre tiene un
comportamiento analógico que muestra mucha tristeza.
Se continuó preguntando a la madre que cómo vio a Lalo
cuando salieron juntos él y su esposo. Ella contesta que muy feliz,
y que hablaba a todos muchas veces sobre la película que vieron
y la carrera de carros.
Se le pregunta al padre si ha incluido a su hijo en alguna actividad. Dice que a veces le ayuda a limpiar su coche, pero recalca
que casi nunca juega con él.
A pesar de la contundencia de la técnica de la externalización
del problema, donde el síntoma se controla más, y con el buen
propósito de erradicarlo, este distanciamiento del padre hacia
Lalo nos alerta y nos sugiere trabajar con la historia de relaciones
del padre con su familia de origen y su posible influencia en su
nueva familia.
Lalo sale al baño, venciendo al monstruo del pipí, y aprovechamos esto para preguntarle directamente al padre sobre su relación con su progenitor. Él contesta que fue muy tormentosa
porque éste era drogadicto; no solo nunca jugó con él, sino que,
además, lo maltrataba mucho. En ese momento él llora y hace
una reflexión sobre su relación con su hijo, y afirma: “Yo no maltrato a Lalo. Precisamente he tratado de evitar ser como mi padre,
pues yo no quiero ser como él”.
En ese momento, Lalo regresa del baño, y hacemos la pausa.
Llegamos a la conclusión de que en la próxima sesión convocaremos solo a la pareja para tratar este asunto.
La dimensión histórica, tal como la defendemos aquí, donde
se habla de relaciones en el pasado, sigue operando el presente de
manera implícita, de una generación a otra. Es necesario recordarlas, experimentarlas de nuevo y reflexionar sobre las particularidades de las circunstancias en que se dieron como únicas. También
rescatar algunas historias alternativas de buenas relaciones entre él
244
y su padre para incorporarlas a la historia dominante. Este doble
análisis histórico –circunstancias únicas e historias alternativas–
es comparado con las relaciones del presente –circunstancias únicas y diferencias de relaciones e identidad–, en este caso entre el
abuelo, el padre y Lalo.
Esto, desde la citada perspectiva histórica, puede promover
un cambio sustantivo en el padre, distinguir entre la relación que
tuvo con su padre en el pasado y la que tiene en el presente con
Lalo, y ofrece la posibilidad de generar una completamente nueva
y distinta con su hijo. En este caso esperamos un fuerte acercamiento de un hijo que extraña la figura paterna.
En la tercera sesión, los padres señalan que Lalo ha mejorado
casi a un cien por cien, que ha espantado a los monstruos. A la
vez, nos damos cuenta de que el padre y Lalo han generado un
acercamiento sustantivo en muchos frentes. Creemos que se ha
dado en el padre un olvido terapéutico.
Método histórico para la terapia familiar
Una terapia familiar de corte histórico, centrada en generar recuerdos y olvidos con propiedades terapéuticas, pone de manifiesto que el análisis diacrónico nos conduce a una reciprocidad
de aprendizajes, donde la familia y el terapeuta aprecian tanto el
pasado, que se convierte en elemento importante para el cambio
en el presente, como el presente, para establecer cambios en el
pasado. Esta relación dialéctica nos encamina a otro momento
en el tiempo, el futuro, donde es posible el cambio sustantivo o
cualitativo en otro nivel que conduzca a que la familia sea tratada
y observada desde una óptica distinta.
Enfocar el análisis histórico de esta manera permite desmitificar la idea de la identidad predeterminada y asentada de forma
perenne para introducir la posibilidad de movimiento, dinámica
y cambio en la constitución de la identidad tanto de los miembros
245
de la familia como de la familia en sí misma. Para ello, es necesario basarnos en los siguientes puntos:
1) Partir de las propias explicaciones de la familia. Una terapia
familiar histórica está basada metodológicamente en el análisis del discurso, entendido este como actos y prácticas socialmente significativos. El discurso como método tiene la virtud
de retrotraernos inmediatamente al pasado y a su naturaleza
cambiante desde la propia experiencia de los actores, desde
sus propias perspectivas, desde sus propias circunstancias, las
cuales hay que tomarlas, en principio, como reales y objetivas.
2) Establecer enlaces históricos. Para que una familia y un terapeuta puedan recrear una historia que les permita actuar
en el presente visualizando un mejor futuro, es fundamental
establecer enlaces sociales y culturales, que son la fuente, el
soporte y el contenido de las historias, los discursos, las prácticas y la propia estructura de la familia. La idea fundamental
de la que se parte es que la familia pueda visualizar el síntoma
en conexión con una doble condición histórica: su experiencia, es decir, los recuerdos sobre el pasado y las circunstancias
familiares particulares, y los contextos históricos en donde
tuvieron lugar dichas experiencias. Esta doble condición que
generó el síntoma en un momento dado es una combinación
de experiencias del pasado basadas en recuerdos de relaciones
familiares con un alto contenido emocional y enmarcadas en
contextos macro y microsociohistóricos específicos.
3) En busca de recursos históricos. Los problemas del presente se
pueden resolver mediante el análisis de perspectivas que han
surgido en el transcurso de toda la historia familiar –no solo
en una época o un episodio–, porque la historia, vista desde
esta perspectiva, no se considera un obstáculo para el presente, sino el principal recurso para salir adelante. No solo les da
246
una mejor coherencia explicativa a los síntomas del presente,
sino que nos permite ampliar la experiencia de las personas
hacia otras situaciones que han sido particularmente positivas y que permiten encontrar recursos reales y objetivos de la
familia para combatir los síntomas que las aquejan. Con todo
ello no se quiere decir que una terapia familiar centrada en el
análisis histórico parta de la idea de que nuestra identidad, intencionalidad y significados estén determinados para siempre
por nuestro pasado: tal como hemos argumentado antes, las
identidades y significados de nuestro comportamiento no son
entidades predeterminadas y equilibradas indefinidamente,
sino cambiantes, como resultado dialéctico, y cuyo vínculo se
halla siempre en constante negociación entre nuestro pasado,
nuestro presente y nuestro futuro.
4) Hacia una historia progresiva: establecer una negociación entre el pasado, el presente y el futuro. El objetivo es restaurar
el crecimiento progresivo de la familia en sus tres aspectos
fundamentales: el pragmático, el cognitivo y el emocional. Si
conceptualizamos el trabajo terapéutico como un diálogo entre los acontecimientos del pasado y las metas del futuro que
emergen progresivamente, esto nos puede conducir al cambio
y a la resolución del problema, ya que las interpretaciones que
van surgiendo en la terapia sobre el pasado de la familia, así
como la selección de lo más significativo, se irán reconfigurando conforme van surgiendo gradualmente nuevas metas. La
historia, en este sentido, hace de la terapia familiar una práctica reflexiva sobre la doble naturaleza relativa y objetiva del
síntoma; por lo tanto, esta reciprocidad de aprendizaje lleva
a la familia y al terapeuta a apreciar el pasado como elemento
importante para el cambio en el presente y a la vez a considerar
el presente para establecer cambios en el pasado. Esta relación
dialéctica, como ya se ha comentado, nos conduce al futuro,
247
donde la familia será apreciada de forma distinta a través de
la nueva reforma sustantiva o cualitativa. Por todo ello, proponemos una terapia familiar histórica progresiva, que sitúe
el análisis no solo sobre la cuestión de qué podemos aprender
del presente a la luz del pasado, sino sobre la pregunta de qué
podemos aprender del pasado a la luz del presente. Se intenta rescatar el análisis recursivo y de mutua construcción que
impone el análisis histórico. Terapéuticamente hablando, este
método nos lleva hacia la posibilidad de visualizar un futuro,
por lo menos, modestamente mejor. Los síntomas, en consecuencia, encuentran sentido y forma en dichas dinámicas,
y pueden ser transformados siempre y cuando sea tratada la
experiencia familiar del pasado, especialmente los discursos
dominantes, a la luz de las nuevas perspectivas del presente –discursos alternativos–, con el fin de establecer metas de
cambio humildes hacia el futuro.
5) Establecer un diálogo espiral. En definitiva, no será la historia lineal, sino espiral, la que resulte de gran utilidad para
observar cambios cualitativos en las relaciones y discursos de
la familia. Esta nueva perspectiva nos permitirá, tanto al terapeuta como a la propia familia, por una parte, desmitificar el
síntoma como estado automático y de propiedad de una sola
persona y, por otra parte, observarlo como algo dinámico,
sostenido por relaciones y discursos sociales, tanto microfamiliares como macrocomunitarios. Dicha cualidad de la historia
hace de la terapia una práctica cien por cien autorreflexiva y
al mismo tiempo objetiva, basada en eventos sociales. Pero,
¿cómo lograr la reflexión histórica en la familia con fines terapéuticos? Un camino es establecer un diálogo espiral, donde
conectemos el análisis del pasado con el presente y lo vinculemos íntimamente hacia al futuro. ¿Qué podemos aprender
del pasado a la luz del presente? El presente como personas
248
más maduras y sabias que antes; el pasado con circunstancias
distintas al presente, lo que seguramente no se pudo ver en
el momento. Por otro lado, es posible integrar nuevas versiones sobre el pasado mediante el análisis de todo el proceso
histórico y no centrado solo en un episodio, hasta llegar al
presente para visualizar un futuro. Finalmente, pueden establecerse preguntas que cambien la perspectiva del pasado,
para lo cual los miembros del grupo familiar nos ayudarán a
rescatar aquellas perspectivas que no han sido escuchadas por
la historia dominante.
6) Recuperar a la persona como actor que puede contribuir también hacia su familia y su comunidad, y que puede ser capaz de
formar parte de la construcción de sus propias circunstancias.
Conclusión
La historia como método es el mejor antídoto, por un lado, contra el realismo ingenuo que declara que el conocimiento científico refleja la realidad social tal cual es, mediante leyes universales,
objetivas y neutrales, negando con ello su condición histórica, y,
por otro, contra el relativismo fundamentalista que señala que
la realidad es una construcción retórica mediante consensos. En
cambio, sí puede ser considerada una ciencia madre, porque hace
evidentes dos vertientes de la realidad social: la real, objetiva e
incluso dramática, y la relativa, cambiante, subjetiva y discursiva.
La familia, como realidad social, es una dimensión compleja
que nos coloca ante el reto, como terapeutas, de no caer en fundamentalismos teóricos que fácilmente se convierten en dogmatismos, tal como señala J. L. Linares (2000b): “La complejidad
hace imposible el dogmatismo; o, mejor dicho, el dogmatismo
surge de la ignorancia de la complejidad” (p. 6).
Hemos elegido la historia como teoría y como método para la
terapia familiar porque nos invita a ser conscientes de que el tipo
249
de realidad a la que nos enfrenta es dinámica, y cambia por múltiples circunstancias, pero también es objetiva, aunque tenga más
relación con actores que con objetos, con personas que aprenden
y son capaces de crear realidades.
Los miembros de la familia son actores históricos, pues, en
la interacción, recuerdan vinculando algunos elementos inevitablemente al pasado, y planean intencionalmente hacia el futuro.
Esta relación tridimensional tiene una relevancia terapéutica fundamental porque está ligada al cambio. Es lo que denominamos
la condición histórica de la realidad social y, en este caso, la condición histórica del síntoma, la familia y la misma terapia. Esto
es lo que nos permitirá, metodológicamente hablando, generar
recuerdo y olvido terapéutico.
250
CAPÍTULO VIII
La Persona como Actor: La “Resistencia” como
Recurso Psicoterapéutico en Adolescentes con
Trastornos de Alimentación1
Ser adolescente y no ser revolucionario
es una contradicción hasta biológica.
Salvador Allende
C
ada época y cultura se caracterizan por tener un tipo de enfermedad psicológica. A principios del siglo XXI, la anorexia y la bulimia son, en varios países, un problema de salud
pública, lo padecen principalmente los jóvenes. Es la enfermedad
de “moda” en los países consumistas. El cuerpo se ha convertido
en un objeto visual central, independiente de la salud interna.
Barbie y Ken constituyen figuras emblemáticas de la belleza. Por
ejemplo, la cirugía plástica es una de las especialidades médicas
con más demanda, sobre todo por aquellas personas que le dan
un gran valor a la imagen corporal. Otro ejemplo de la ecuación
consumismo-cuerpo, son los miles de medicamentos “naturales”
placebos que se venden para adelgazar de forma rápida. Este tipo
de cultura vende la idea de que una figura delgada es garantía de
felicidad, bienestar y éxito profesional.
Esta contextualización, por supuesto, no es la causa de los trastorno de alimentación, es el caldo de cultivo cultural donde se
expresa un malestar psicológico que tiene una explicación psicosocial compleja que debe atenderse.
1 Este trabajo clínico se realizó en colaboración con mi co-terapeuta Rosa Peña
Rodríguez del Instituto Tzapopan, México.
251
Este capítulo se enfoca en jóvenes de 12 a 14 años con problemas de anorexia y bulimia, en él proponemos una metodología
de intervención enfocada en resolver los juegos relacionales de
las familias que interfieren en los procesos de diferenciación y
autonomía de los jóvenes, mediante el uso de la resistencia como
recurso terapéutico, la cual conduce al adolescente a posesionarse
como persona activa en la configuración de su propia identidad.
Semiología de los trastornos de alimentación
La anorexia y la bulimia son trastornos que se caracterizan por el
temor a subir de peso, existe una alteración de la percepción sobre
su propio cuerpo, “se ven siempre gordas”, por lo que generan
una serie de conductas atípicas como provocación de vómitos,
abuso de laxantes, largos periodos de ayunos, consumo de fármacos (supresores de apetito, etc.), excesivo ejercicio, etc. Esto
con consecuencias de daño en la salud tales como desnutrición,
amenorrea en las mujeres, osteoporosis, cardiopatías, depresión,
infertilidad o caída del cabello.
La generalidad de las jóvenes con dichos trastornos manifiestan conductas relacionadas al temor de subir de peso, por lo que
hacen mucho ejercicio lo cual es tomado de manera positiva en la
familia por el imaginario de cuidar la salud. Sin embargo, cuando
aparecen los síntomas secundarios como desnutrición, amenorrea, cardiopatías y se evidencia el peso bajo, entonces se busca
ayuda profesional. La mayoría de veces es otro miembro de la
familia quien busca ayuda y no la propia paciente. Cabe señalar
que esta descripción detallada de conductas son síntomas que padece una persona con estos trastornos, pero no son la causa del
problema.
252
La adolescencia: como complejidad relacional y contexto
empírico privilegiado para la investigación
e intervención psicosocial
La adolescencia es una de las etapas del desarrollo humano que se
caracteriza por pasar un proceso dinámico, se observan cambios
radicales en la persona (biológicos, sociales y psicológicos) para
transitar de la niñez a la juventud. (Erikson 1989, 1974. Agulló,
1997).
En términos generales, la adolescencia es un invento cultural
relativamente nuevo, es decir, el vínculo biología y cultura ha
generado un estadio psicológico que hemos denominado adolescencia en los países occidentalizados. En otras épocas, la adolescencia simplemente no existía como hoy se expresa, el niño o la
niña pasaban a ser adulto, mediante el enfrentamiento a temprana edad de responsabilidades, como tener hijos y trabajar. Otra
evidencia del invento cultural de la adolescencia, es que actualmente en Latinoamérica se observa que existen grupos donde la
adolescencia nunca aparece, me refiero concretamente a los indígenas que viven en las grandes urbes, la mayoría de estos se dedican a la mendicidad o el comercio informal, los niños desde que
caminan piden dinero en las calles, cuando cumplen los 14 años,
si es niña está embarazada o ya tiene un bebé a su cargo, mientras
que el joven de la misma edad, enfrentará esta responsabilidad siguiendo con la mendicidad para su sobrevivencia. Esta condición
de pobreza y responsabilidad a temprana edad es el factor que no
permite que aparezca lo que denominamos adolescencia en estos
grupos.
Por otra parte, en las clases medias la adolescencia se ha convertido en todo un fenómeno psicológico, el estadio se ha ampliado en edades, de los 11 hasta, en algunas ocasiones, los 30 años.
Esto se debe a muchos factores, entre los que destaca el ingreso a
la universidad y la dependencia económica con los padres, por lo
253
que el enfrentamiento de responsabilidades es mínimo, generando también cierta dependencia psicológica para resolver problemas. En este apartado nos referimos a esta clase de adolescentes,
a los que viven con sus padres y dependen de ellos. Y en cuanto
a su conceptualización, aquí trataremos aquellos que su propio
contexto tienen como objetivo ideológico último consolidar su
individualidad.
Satir (2002) señala que la adolescencia presenta un estadio
donde el proceso de diferenciación ante los padres, se convierte
en una etapa fundamental para que los jóvenes formen su propia
autonomía de decisión y acción y con ello su identidad. Según
esta autora en coincidencia con Gergen (1992), en este proceso
psicosocial, el adolescente tiene una gran necesidad psicológica
de independencia, aunque se enfrenta al mismo tiempo con expectativas y exigencias familiares y sociales, lo cual les provoca
sentir una gran presión emocional. Por ello, la adolescencia es
uno de los retos más acuciantes que viven los padres, porque ponen a prueba valores y creencias familiares que se deben revisar y
consensar de nuevo.
Lo anterior genera relaciones de poder tensas entre el joven y
su familia, en especial cuando los padres establecen un juego de
control excesivo de ganar todas. En este contexto es cuando en los
adolescentes muestran la rebeldía con mayor exacerbación.
Por ello, la adolescencia vista como juego relacional, es un
contexto empírico psicosocial privilegiado para la investigación e
intervención, donde es posible observar y promover dichos cambios, y sobre todo la transformación de ser niño a joven adulto en
poco tiempo y en este proceso invocar a la persona como actor.
Terapia familiar sistémica sobre la anorexia y la bulimia
A continuación presentaré las hipótesis relacionales sobre la anorexia de varios de los autores emblemáticos de la terapia familiar
254
sistémica, quienes han investigado y trabajado con jóvenes que
muestran este síntoma. Advertirán en esta reseña, una variedad
de posturas particulares, sin embargo, todas coinciden en algunas
pautas relacionales.
Brunch (1986) menciona que las jóvenes anoréxicas presentan
un trastorno en la imagen corporal, al apreciarse con mayor peso
del real, además de un defecto en la interpretación de estímulos
corporales, como la necesidad nutricional, es decir, abstenerse
consciente y deliberadamente de la ingesta de alimentos. También
menciona como característica en estas pacientes, la sensación paralizante de ineficacia, que se refiere al fracaso de los padres en
favorecer la expresión de sí mismo, y la falta de autonomía de las
adolescentes refiriéndose a la sensación de no colmar jamás las
expectativas tan altas de sus padres. Son jóvenes dependientes de
alguno de los padres en el sentido emocional y social. Este juego
relacional, lleva a las jóvenes con anorexia a una capacidad limitada para desempeñarse separadamente de la familia u otro anclaje,
una dependencia emocional y de cercanía física que les otorga seguridad. Aunque el correlato de este diagnóstico está relacionado
al rol familiar, menciona padres sobre protectores, ambiciosos,
preocupados por el éxito y la apariencia exterior (Brunch, 1986).
Otras de las características de las pacientes anoréxicas son las
expectativas muy altas de sus padres, por lo que generan un comportamiento especial a complacer para acomodarse a los deseos de
los otros, con lo cual expresan una autoestima vulnerable. Como
factores detonantes están la amenaza de pérdida del autocontrol y
la real pérdida de la autoestima.
Minuchin y otros (1978) refieren que cierto tipo de funcionamiento y organización familiar contribuyen al desarrollo y mantenimiento de este trastorno, familias que sus miembros mantienen patrones de interacción, en los que el síntoma de la hija,
desempeña el rol de evitación de conflicto y en el mantenimiento
255
del equilibrio familiar. El rol familiar consiste en familias con tendencia de apoyar la expresión somática de los conflictos surgidos
por las características de la organización, su funcionamiento nace
de las convergencias y las recurrencias observadas en los patrones
de interacción familiar. Por ejemplo, fronteras difusas entre los
subsistemas parental, conyugal y fraterno, por lo que el espacio
vital del individuo es usurpado por el otro, las alianzas entre uno
de los hijos con uno de los progenitores, contra el otro padre o los
hijos con rol parental con los hermanos.
En estas familias, es frecuente observar que uno de los padres
considera que la anorexia y los síntomas son un capricho de la
hija, mientras que el otro considera que no es que se niegue a
comer, sino que no puede hacerlo. Existe un desacuerdo parcial
entre los padres sobre la explicación, que puede estar muy ligado
a un conflicto conyugal.
Minuchin y otros (1978) refieren un perfil de familias psicosomáticas, basado en patrones de interacción familiar y consiste en
las siguientes características:
1) Aglutinamiento como intensidad y proximidad que hace que
cualquier cambio repercuta en la familia. Existe una interdependencia entre los miembros del sistema en los que hay
intrusiones entre los pensamientos y sentimientos del otro,
es decir no hay una diferenciación entre los miembros de la
familia.
2) La sobreprotección en la que los miembros de las familias
tienen un desarrollado sentido de detección de señales emocionales de sus miembros, preocupándose por el bienestar de
todos.
3) Rigidez en el mantenimiento del status quo, que es la resistencia a hacer cambios necesarios que impone el desarrollo,
como los cambios en las interacciones e intervenciones en
256
las distintas etapas de las familias (la entrada de los hijos en
la adolescencia o la perturbación del equilibrio ante ciertos
eventos de crisis, como la muerte de un miembro de la familia o la pérdida del trabajo) resultándole difícil a la familia
instrumentar alternativas para enfrentar la nueva situación.
De esta manera desarrollan circuitos de evitación a través del
portador del síntoma.
4) Falta de resolución del conflicto. Las familias niegan la existencia de cualquier problema, quedando los problemas sin
resolverse.
5) La participación de los pacientes designados en los conflictos
familiares, refiriéndose a la utilización del hijo como agente
desviador de los conflictos conyugales para mantener el equilibrio del subsistema conyugal.
Por otra parte Selvini y otros (1999) en sus trabajos con pacientes anoréxicas refieren, en término generales, alianzas encubiertas
entre los miembros de la familia, distorsiones de la comunicación, alternancia de la culpabilización y falla en la resolución del
conflicto.
Sobre el rol de la familia, señala que los cónyuges mantienen
una relación de pareja insatisfecha, sin embargo, son familias rígidamente inseparables, donde se mina la autonomía y la exploración de nuevos vínculos. Estas parejas presentan una dificultad
para vivir de manera explícita las crisis conyugales. Los padres
tienen más carencias que las madres respecto a la familia de origen, (familias numerosas, pobreza, crianza confiada a parientes,
o estancias prolongadas en internados a edad precoz y de padres
varones alejados).
Los padres de las pacientes anoréxicas mantienen una idealización de los padres de origen, presentándolos sin la insuficiencia
afectiva, son de sufrimiento negado y se idealizan ellos mismos,
257
en el sentido que se formaron eficientes e independientes a edad
temprana, cuentan con una estima profesional, favorable repercusión económica y buena imagen familiar. Es decir, buenos hijos
con los padres para merecer el amor de ellos, lo que los ha llevado
a la elección de una esposa con características de madre diligente y disponible, que no intervenga en su autonomía adquirida.
Buscan en la esposa un sustituto materno. El perfil de las madres
es de carga emotiva de la familia, responden a las exigencias de
los hijos y del esposo. Se trata de mujeres no reconocidas en sus
familias de origen, con rasgos depresivos.
En el rol que juega la pareja cuando se presentan este tipo de
casos, existe una adecuación excesiva de las esposas a los maridos
en los primeros años de matrimonio, bastante satisfactorio. Los
maridos aprecian la disponibilidad y el cariño de la esposa como
lo que siempre quiso recibir de su madre. La madre sutilmente
deprimida y desvalorizada por su familia de origen, experimenta
importancia y significatividad. Con el paso del tiempo y en los
cambios del ciclo familiar la relación de cónyuges se vuelve insatisfecha pero no de ruptura.
La relación de las hijas anoréxicas con los padres es de distintos tipos: uno es el de jóvenes afectivamente centradas en la
madre, pero no por la mala relación conyugal, sino que la madre
se centra en sus necesidades compensatorias de carencias afectivas
en su niñez, sin que sea la implicación de la paciente en el vínculo conyugal. El otro tipo de anoréxicas, es la inconformidad
conyugal con insatisfacción sexual de los padres en los que no se
consideran pareja. En el descontento conyugal, es la hija quien se
entiende con la depresión paterna ligándose a él (se convierte en
la princesa del padre), y desarrolla competencias que él aprecia,
es un tipo de alianza entre el padre y la hija que será saboteado
con frecuencia por la madre mediante un intenso control hacia la
joven. Por ejemplo, le manifiesta que no hace bien la tarea, que
258
no elige buenos amigos, que no le conviene el novio, que es muy
tarde la hora que llega, que le dedica mucho tiempo a sus amigos
y poco a la tarea o deberes de la casa o que su ropa es inapropiada. Este juego de coaliciones entre padre e hija, o madre e hija en
contra del otro progenitor, interfiere en el desarrollo de la joven
como persona independiente y ella queda atrapada en un juego
relacional que encuentra su máxima expresión mediante el síntoma (Selvini y otros, 1986, 1999).
Un grupo más de pacientes anoréxicas es aquel en el que los
padres, aun cuando han estado cerca de la hija, no forman un
vínculo con implicación emocional positiva, aunado con la relación de pareja insatisfactoria de los padres.
Por otro lado, Nardone (2002) clasifica dos tipos de anorexia:
la sacrificante y la abstinente.
En la sacrificante, la crisis desarrolla sintomatología a raíz de
un evento familiar en particular. La familia presenta una crisis y
es la anoréxica quien se encarga de ésta, obteniendo la ganancia
secundaria de convertirse en lo más importante de la familia y
desviando la atención del problema. En esta clasificación, el rol
de la familia lo componen padres muy exigentes y hermanos muy
competentes. La paciente no ha logrado ser apreciada por sus
propios méritos, sino a través de la enfermedad.
No obstante, está el caso de anoréxicas atrapadas en la relación
de pareja de los padres, logrando con la enfermedad mantenerlos
juntos, afianzando a la pareja en un objetivo en común, vencer la
enfermedad, desvían los conflictos de pareja hacia la enfermedad
de la hija.
Otra tipología de pacientes anoréxicas es aquella que ha vivido
en un sistema familiar caótico, sin figuras de referencia fuertes,
ellas cargan las responsabilidades y son independientes a temprana edad con una capacidad de autocontrol y confianza en sí
mismas.
259
En el tipo anorexia abstinente, las pacientes son muy jóvenes
e inteligentes, con una sensibilidad extrema, una labilidad psicológica y dificultades para controlar sus emociones. Presentan una
continua insatisfacción y una inseguridad permanente a pesar de
ser muy capaces. A través de la abstinencia, estas jóvenes logran
provocarse una anestesia perceptiva y emotiva real y progresiva,
es como un caparazón que las protege de su sensibilidad y perturbación. La abstinencia, además de la relación con la comida se
refiere a cualquier experiencia provocada por estímulos de placer,
es decir, están dedicadas a estudiar, al sacrificio y al trabajo pero
no a aspectos de tipo emocional, ya que temen perder el control.
El adelgazamiento como anestesia emocional (Nardone, 2002,
2004).
Ésta es la anorexia y la bulimia en jóvenes, vista como una
gran complejidad sistémica, cada una de estas pautas relacionales familiares que configuran el síntoma que presentamos, son
tomadas como metáforas guía (Linares, 1996), porque organizan nuestra conversación e intervención terapéutica, además
les agregamos otro elemento de intervención narrativo con los
adolescentes que enseguida expongo y que ha tenido buenos
resultados.
Lo político en la psicoterapia
Tal como lo hemos señalado antes, la pobreza (en todos los sentidos, económica, social, cultual e institucional) en Latinoamérica
provoca que las personas se vuelvan más dependientes de las circunstancias macrosociales. Ante una política precaria de bienestar
social, una persona que enfrenta una adversidad, como enfermedad, falta de trabajo, vivienda, alimentación, en otros, la red social inmediata se convierte en el principal recurso para afrontarla
y resolverla. Por ello, el trabajo político en psicoterapia es fundamental, no para ser más pesimistas, criticones o incluso pretender
260
generar un cambio macrosocial utópico, sino para que la persona
tome una posición más activa ante los contextos inmediatos donde interactúa cotidianamente, como su familia, barrio, trabajo,
escuela o amigos, con el fin de activarlas como redes de soporte, protección y cuidado mutuo. Esto es lo que denominamos
Cambios modestos, grandes revoluciones.
Es por eso que proponemos al acto político como una estrategia para la psicoterapia. Con ello queremos decir que es necesario
trabajar microsocialmente con las relaciones de poder, valores y
creencias involucradas con el paciente identificado, que está luchando, resistiendo de manera implícita por medio de un síntoma que es probable esté vinculado a una ideología cultural dominante, expresado de forma pragmática mediante las relaciones
familiares.
La resistencia como expresión psicosocial de los adolescentes
Tal y como lo revisamos antes, los adolescentes se encuentran
en proceso de diferenciación en relación a sus padres, con el fin
ir consolidando su identidad como joven adulto; si la relación
familiar hacia su persona es poco tolerante, inflexible o está enredado en un juego relacional familiar complicado que interfiere
en su desarrollo psicocultural, el adolescente muestra una variedad de estrategias para afrontar estos retos; consideramos que un
tipo de rebeldía se expresa mediante el síntoma. La propuesta es
reconceptualizar la rebeldía como una resistencia, en el sentido
político, donde se establecen relaciones de poder entre dos o más
personas, la resistencia es una manera de lucha ante el poder. En
este sentido la resistencia la tomamos como metáfora de análisis
e intervención, como expresión psicosocial de los adolescentes.
Los teóricos sociales de las prácticas de resistencia señalan que
los desafíos de la nueva sociedad deben de responder a la adversidad con eficacia luego de una crítica social. Desde cualquier
261
marco teórico, el conocimiento de las actuales transformaciones
y del deber ético-político de tomar partido y participar en el desencadenamiento del cambio va a depender de la efectividad de la
intervención, y la resistencia es una estrategia a estudiar y planear
a tomar en cuenta (Wikipedia, 2010)..
Para los fines de psicoterapia con adolescente, tomamos el
concepto de resistencia, que permite reconocer la posibilidad de
acción de la persona dentro los dispositivos de poder que la configuran. Esta resistencia supone el rechazo a las prácticas principalmente tradicionales intolerantes a la diversidad, que hasta
el momento han permitido pensarse sobre una forma de ser, la
eficacia de la resistencia ante este panorama es fundamental para
la búsqueda personal o colectiva de otras prácticas, que conducen
a la redefinición del sí mismo ante los nuevos tiempos. Es decir,
la resistencia se convierte en una estrategia efectiva para que la
persona o las comunidades sigan evolucionando.
Retomamos el trabajo sobre prácticas de resistencia de
Foucault (1983) quien estudió los nuevos movimientos sociales
surgidos a partir de 1968, se interesó por las estrategias de oposición a una realidad que se asume como natural. Dichos movimientos tienen en común el hecho de plantear su lucha fuera
de los criterios tradicionales de reivindicación que giraban, en
aquel tiempo, en torno al esquema identidad-opresión-liberación. Es a través de sus reivindicaciones que se empieza a dotar
de significado político a lo que hasta entonces era considerado
del plano privado.
La resistencia, con base en la teoría foucaultiana, sería una
resistencia activa (Foucault, 1983), creativa, cuya principal herramienta estaría en prácticas que permitan “desprenderse” de
uno mismo, liberarse de la actual subjetividad para construir
una nueva y diferente. A estas últimas, Foucault las denomina “prácticas del sí”, y consistirían en pequeñas modificaciones
262
en torno a prácticas convencionales culturalmente establecidas,
con el fin de generar nuevas prácticas y por ende, nuevas formas
de subjetivación. De esta manera, Foucault asume la posibilidad
de acción (entendida como resistencia potencial) de todos los
individuos para modificar el statu quo. Esto atiende con el proceso de la adolescencia, quien establece de forma natural una
resistencia cotidiana con aquellos que quieren someterlo a un
modelo que no comparte.
Por lo tanto, la resistencia como metáfora guía (Linares, 1996),
vista como acto psicosocial y por ende político, es de mayor utilidad para el trabajo en psicoterapia con adolescentes, y no la
rebeldía que tiene connotaciones negativas y sobre todo etiología
individual.
La anorexia y bulimia como resistencia pasiva
Todo comportamiento tiene un sentido relacional, por lo que
siempre es un acto con significado político. Entendemos que
los síntomas, tales como la anorexia o bulimia, que en apariencia muestran cierta irracionalidad, son actos emocionalmente
significativos, la joven está resistiendo ante una situación relacional que interfiere en el proceso de diferenciación. A este
tipo de rebeldía o malestar psicológico, la reconceptualizamos
como Resistencia pasiva en los jóvenes, que la definimos como
“oposición velada que interfiere en la consolidación de su autonomía, la cual está íntimamente vinculada a un juego familiar
relacional”.
El problema de utilizar como resistencia la anorexia o bulimia,
es que, se sale de control de la propia joven, haciendo efecto contrario al objetivo de la resistencia. Esto es, el síntoma se incorpora
en la biología actuando independientemente de la voluntad de
la joven, por lo que habrá más control porque está en juego la
salud e incluso su vida. Los padres y los profesionales de la salud
263
deberán vigilar y supervisar al adolescente todo el tiempo y en
todos sus espacios.
Es por ello que consideramos al síntoma, en este caso la anorexia y la bulimia, en una resistencia pasiva, aunque enfrentan su
contexto lo hace de forma, por así decirlo, “inconscientemente”.
Esto es, a través de una expresión reactiva, no pensada y planeada,
por el cual el objetivo de la resistencia fracasa.
Estrategia de intervención:
Desenredando las relaciones familiares
El trabajo sistémico familiar es fundamental en estos casos. Se
trabaja con toda la familia, aunque sugerimos hacer dos espacios.
Uno con los padres para explorar la complejidad relacional en la
que están metidos. Ya sea que exista un problema generacional
o conyugal que interfiere con la parentalidad y el desarrollo psicológico de la joven, con el fin de establecer una alianza parental
enfocada a apoyar el crecimiento psicológico de su hija y con ello
resolver el problema. Y otro espacio para la joven, donde exprese
libremente sus pensamientos y emociones y podamos explorar
junto con ella sus recursos y estrategias más eficaces de resistencia,
lo que denominamos la alianza terapéutica.
Estrategia de intervención:
La alianza terapéutica con el adolescente
En el proceso de intervención en la primera y segunda sesiones se
explora el problema, todos los miembros de la familia opinan al
respecto, y el trabajo con la pareja u otros miembros de la familia
nos permite conocer el tipo de relación familiar recurrente que
está relacionada con el síntoma. Cuando se obtiene esta información se abre un espacio solo con la adolescente, el cual está guiado
por la siguiente intervención:
264
1) Hacer visible el juego relacional donde está enredada (Selvini
y otros, 1986, 1999) y realizar un trabajo terapéutico para
que pueda comprender que la situación familiar recurrente se
vincula con el síntoma; como técnica de intervención sugerimos las preguntas circulares, que conducen a establecer en la
joven una epistemología sistémica-cibernética de corresponsabilidad sobre el problema.
2) A la par se le hace ver cómo el síntoma, como resistencia
a dicha situación, ha producido resultados contrarios a lo
esperado, en esta etapa, las preguntas de influencia relativa
de White y Epston (1993) son de una enorme utilidad para
ayudar a la joven a evaluar cómo el síntoma interfiere en su
vida.
3) Enseguida de este trabajo se establece una alianza terapéutica
con la joven, que consiste en motivarla a pensar que después
de todo, ha tenido razón de resistirse. Sin embargo, al mismo
tiempo se analiza con detenimiento los resultados de su estrategia, mediante el síntoma, para que pueda percatarse que
está más atrapada que nunca, no solo por los enredos familiares, sino por la dinámica biológica del mismo síntoma, que
está fuera de control del propio adolescente.
4) A pesar de ello, se le sigue insistiendo que tiene la razón de
haberse resistido, ha sido muy valiente y que no cualquier
persona lo hace. A esto le denominamos la alianza terapéutica, con el objetivo de que los terapeutas no reproduzcan la relación de poder y control que han generado sus padres u otros
profesionales de la salud, sino de acercarse a ella en un diálogo
mediante el cual comprendamos la postura de resistencia del
adolescente y ampliar las posibilidades de acción.
265
Otras resistencias como alternativa para el cambio:
de la resistencia pasiva a la resistencia activa
Después de establecer una alianza terapéutica, la siguiente etapa
es conocer los recursos de la joven, es decir, explorar, en algunas
ocasiones, cuándo ha vencido el problema, lo que White y Epston
(1993) denominan “los eventos extraordinarios”, esto es, explorar
éxitos únicos que el discurso dominante no reconoce, y con ello
se empodera a la joven. En esta fase proponemos “intervenir en el
futuro” con los propios recursos de la joven para reconsiderar la
estrategia de la resistencia.
La propuesta es invitar a la joven a seguir resistiéndose, sin embargo, el exhorto es para que explore otras formas de resistencia que
le dé mejores resultados. En otras palabras, se le da a entender que es
necesario seguir resistiéndose, para fines de diferenciarse y respeto a
su identidad, aunque se requiere establecer otras maneras de mayor
alcance y que estén dentro de su control. No se le indica o se le dice
cómo resistirse, ella debe reflexionar sobre ello y con base en sus propios recursos y situaciones a las que se enfrente en la vida cotidiana,
tendrá que generar otra estrategia para defender lo que quiere lograr.
Dentro de los casos que atendimos en esta investigación, en
el marco de la propuesta de intervención arriba expuesta, junto
con el trabajo de los padres o familiares para desenredar las relaciones y establecer la alianza parental los resultados fueron muy
satisfactorios: Por una parte, la joven generó una resistencia no
confrontativa, y por otra, el síntoma desapareció.
Cuando un adolescente genera otras estrategias de resistencia,
distintas a las del síntoma, y tiene buenos resultados pragmáticos,
percibe una sensación de poder distinto, dentro de su control,
a diferencia del síntoma que se sale de su control. Experimenta
los primeros comportamientos de adulto con un gran grado de
intencionalidad, planeación e inteligencia que lo lleva a ser más
reflexivo sobre sí mismo y los otros. Este es solo el inicio del
266
cambio. El síntoma desaparece, e inicia el verdadero proceso de
cambio, en especial la manera de visualizarse mutuamente, ya no
es una niña, es una joven que tiene sus propios pensamientos,
emociones y comportamientos y es necesario que la familia lo
acepte y reconozca, pero también la joven reflexiona sobre los
otros que la rodean en relación a ella. Una forma de “expandir
la conciencia”, es decir la joven actúa en torno a una sensibilidad
social y con un alto grado de planeación.
Para ejemplificar esta propuesta de intervención mostraré dos
casos, uno de anorexia y otro de bulimia.
Caso Sara: anorexia
La Familia López está compuesta por los padres y cuatro hijos.
Son originarios de una pequeña ciudad a dos horas de Guadalajara
donde viven todos, excepto el hijo mayor, Juan, quien estudia en
Guadalajara, en la universidad.
El padre, Francisco (54), se dedica al campo y a la venta de
ganado y la madre (45), María, se dedica al hogar. Sus hijos son
Juan (20), Pedro (18), José (16) y Sara (12).
La madre habla por teléfono para concertar una cita. El motivo de consulta es porque Sara no come, tiene ascos, náuseas y
miedo a vomitar. Sara tiene 12 años y pesa 28 kilos, se ve extremadamente delgada a punto de que alguna patología biológica
interfiera con su salud física y sea necesario enviarla al hospital.
Los deriva un pediatra gastroenterólogo con quien asistieron y
le realizó a Sara estudios clínicos, sin encontrar una causa orgánica a su problema, por lo que el médico les sugiere asistir a terapia.
A la primera sesión asisten los padres. Francisco, que por su
vestimenta parece que va llagando del trabajo en el campo, María,
la madre, y Sara se presentaron muy arregladas en su manera de
vestir. Los padres comentan que el motivo de consulta es que la
niña ha tenido una crisis en la que ha dejado de comer, la madre
267
menciona que había notado que su hija no comía, pero pensaba
que se debía a una etapa, ya que en su experiencia con sus otros
hijos, algunas veces los niños comen bien y en otras ocasiones no
les gusta nada. Sobre las crisis menciona:
“Ella dejó de comer porque siente mucho miedo al comer ella y
vomitar, nunca ha vomitado pero siento que es el mayor miedo
de ella, o sea que yo diga comió y vomitó, no, han sido contadas
las veces, yo digo que una o dos veces que ha vomitado”.
Durante la sesión Sara permanecía muy callada, se comunicaba
solo con movimientos de cabeza, asintiendo o negando, o moviendo los hombros en señal de no saber.
En un momento de la sesión los terapeutas decidimos trabajar
en dos lados: uno con los padres, en otro consultorio, y otro con
Sara con el objetivo de explorar posturas y creencias en torno a la
enfermedad, y sobre todo generar la alianza terapéutica, más que
nada con Sara.
Sobre los padres encontramos en esta primera sesión las siguientes pautas relacionales:
1) Opiniones encontradas respecto a la enfermedad de la hija;
el padre pensaba que no era real, la madre sabía que Sara no
podía comer, más que no querer comer.
2) Un control exagerado de parte del padre hacia el dinero y la
economía familiar.
3) Un control de parte de la madre en cuanto a los hijos, es decir,
mayor cercanía y alianza de la madre con los hijos en contra
del padre.
4) Diferencias en torno a la educación y formación de los hijos;
la madre procuraba que sus hijos recibieran una educación
formal, el padre buscaba que los hijos aprendieran a trabajar.
268
Mientras tanto, en el trabajo con Sara, presenta una inteligencia
cognitiva por arriba de la media de niñas de su edad, en la escuela es de las primeras y tiene un lenguaje y escritura amplio y
abstracto.
Se trató el problema, su posición y sus creencias en torno a
él. Sara se resistía a hablar, por esta razón, en un primer acercamiento, se logró empatía entre Sara y la terapeuta a través de dibujos. En la primera sesión se trabajó con “la externalización del
problema” (White y Epston 1993, White, 1994), se pidió a Sara
que identificara en qué momentos llegaba el miedo a comer y al
vómito, y en qué momentos no aparecía, así como observaciones
respecto a lo que sucedía antes de la aparición del miedo y la búsqueda de puntos débiles para vencerlo.
Por medio de dibujos llegamos a la externalización, Sara dibujó el miedo y le puso nombre, le llamó ¡Buu! (trabajo con la
técnica del uso de metáforas locales a la que nos referimos en un
capítulo de esta obra).
En cierto modo, también utilizamos los recursos de destreza
escrita y lenguaje amplio de Sara, le propusimos que escribiera un
diario, donde ella llevara un registro de sus días para identificar
en qué momentos aparece ¡Buu!, qué sucede antes que aparezca,
durante y después, con quién está, que está haciendo, en dónde se
encuentra y cómo se sentía. Le recomendamos que no socializara
o le enseñara el diario a nadie de la familia, en especial a su mamá
quien estaba más al pendiente de ella, que eso lo haríamos, si es
pertinente en el contexto de la terapia.
Segunda sesión
Asisten a la sesión los padres, Sara y su hermano José (mayor que
vive en la ciudad).
Los padres dicen que Sara había mejorado un poco, lo notan
porque ha comido mejor y en que ha estado más tranquila. Sin
269
embargo, los padres señalan que viven con estrés. Su hermano no
sabe por qué acuden, él no sabe lo que está sucediendo con Sara.
No se le incluye más en la sesión. Existe un distanciamiento claro
entre Sara y sus hermanos.
Se revisó el diario que escribió Sara en la semana, donde identificó los momentos en que ¡Buu! aparece, con quien está y qué
hace. Sabe que cuando está ocupada, en el chat o coloreando, no se
aparece ¡Buu! Tampoco cuando está con personas que quiere. ¡Buu!
aparece cuando come cosas sanas. También aparece cuando llega su
padre a la casa, en el momento de la cena en la que están ella y su
madre acompañando al padre, aparece ¡Buu! Por lo que Sara debe
disculparse para retirarse de la mesa.
Se le pide a Sara que identifique los puntos débiles de ¡Buu! y
lo que ella puede hacer para vencerlo. Que genere un plan de resistencia a ¡Buu! Para empoderarla ante tal tarea, se le solicita que
hable de una historia en la que ella pudo vencer a ¡Buu! (en busca
de un evento extraordinario) (White y Espton, 1993) o cuando
ella ha podido tener control sobre ¡Buu! Que siga llevando un
registro en su diario.
Nuestras observaciones sistémicas sobre la familia hasta este
momento son:
• Una pauta relacional repetitiva y cotidiana es que la madre no
deja separarse a Sara, no la deja ser independiente. Existe una
clara relación simbiótica de control sobre Sara. Por esa razón,
nuestra hipótesis es que Sara está apegada a su mamá para
protegerla o aliarse a ella. (Puede suceder cuando la mamá tiene conflicto con el padre o con algo y hace movimientos para
que Sara se acerque, provocando que Sara sea dependiente de
ella).
• Si Sara necesita servicios médicos o psicoterapia, prefieren el
sábado “para no perder escuela”, pero para aprovechar el viaje
270
a Guadalajara y hacer un break. El padre prefiere los viernes
para no perder el día de trabajo el sábado, para él esto significa
no perder dinero por dejar el día de trabajo.
Tercera sesión
Se trabajó en la historia alternativa con dibujos y las siguientes
preguntas: ¿Cómo lograste dominar a ¡Buu!? ¿Qué cosas sucedieron para que ¡Buu! no la atacara?, ¿cómo te sentiste? Sara identifica que se siente mejor cuando platica con su mamá y dice dominar a ¡Buu! cuando se ocupa de algo. Aunque, en esta sesión hace
referencia a que se ha sentido un poco nerviosa y con pesadillas.
Al principio que se le preguntó la causa de dicho miedo, ella no
sabe, sin embargo mediante una contextualización y análisis específico cuando aparece dicho sentimiento, señala que tiene miedo
de dañar algún material de la escuela, un trabajo que debe realizar, se tendrá que reponer y cuesta dinero. Un valor de poder y
control del padre. También se le pidió fijarse metas a corto plazo,
sola, e identificar una historia en que ella haya dominado a ¡Buu!
sin que su mamá estuviera presente.
Cuarta sesión: Sara narra una resistencia activa
Hizo muy bien la tarea, llevó un registro y un diario de cómo se
sentía, con quién estaba, qué hacía, etcétera. Realizó un dibujo
del problema y también de cómo ella quiere ser cuando esté libre del problema. Le ha llamado a su dibujo “Quiero ser libre”.
Además, ha podido posicionarse en historias más allá del problema, a futuro, sin el problema, se visualizó estudiando, tal vez en
Guadalajara y no en la ciudad donde viven. Después en sesión
juntos, Sara y sus padres, Sara socializó parte del diario, les hacía
ver que ella quería crecer, seguir adelante con su vida, ella decidía
qué hacer con su persona en el futuro, nadie más, además ellos
no estaban en ese vuelo que emprendía, que denominó “Quiero
271
ser Libre”. Mediante ¡Buu!, el diario y el dibujo Sara de forma elegante y sutil (resistencia activa) les comunicó que ya no era más
una niña, que era necesario dejarla para llegar a la libertad, que
la dejaran, que no la controlaran o la metieran en sus enredos,
que tenía la capacidad para salir adelante. Con ello ponía límites
a su nueva etapa como adolescente, y que le correspondía a ella
explorar esta etapa para llegar a ser adulto.
Trabajo con los padres: desenredo del síntoma
Durante todas las sesiones se trabajó con los padres, sobre todo la
división parental. En el proceso salió que su relación íntima era
insatisfecha así como toda la conyugalidad que inició desde hace
12 años, cuando nació Sara, desde entonces había una guerra encubierta. Se trabajó bajo la lógica de Minuchin y otros (1978),
se hizo toda una clarificación de los diversos territorios, como la
distinción entre la conyugal, parental y filial, y cómo es necesario
que no interfiera uno con el otro de forma negativa. Fue muy
difícil trabajar con los padres la relación simétrica, ya que no permitía el diálogo y que se escucharan mutuamente para llegar a
consensos. Utilizamos las metáforas como una forma indirecta de
hablar sobre la complejidad del problema:
Terapeuta: ¿Qué es lo que Sara no logra digerir en casa provocándole asco y vómito?
Madre: La situación de nosotros, especialmente el control del
dinero…
Después de estas sesiones los padres sabían que debían hacer un
cambio en la forma de control de cada uno, (la madre con los hijos
y el padre con el dinero), lo que les parecía difícil de lograr. Iniciaron
a hablar sobre su relación simétrica conyugal más abiertamente.
272
Terapeuta: ¿creen que su problema conyugal esté relacionado
con el problema de Sara?
Madre: sí (contestó categóricamente), mientras que el padre se
quedó en silencio.
Se trabajó para distinguir y diferenciar el subsistema conyugal del
parental con el fin de que uno no interfiriera con el otro.
A pesar de que no se resolvió el problema conyugal, se logró
establecer una alianza parental a favor de sus hijos, en especial
con Sara, para que juntos afrontaran el problema desarticulando
la coalición y estimulando la evolución de Sara como adolescente.
Sara presentó una mejoría notable en cuanto al miedo a comer
y a vomitar, controlándolo y trabajando en su autonomía.
Quinta Sesión, solo asistieron Sara y la madre
Se aprovechó la presencia de Sara y la madre, la intervención se
centró en rescatar a la madre mujer y su proyecto de vida, con
ello se exploraron historias alternativas futuras, donde ella se ve a
sí misma independiente de los hijos, y sobre el que su hija estaba
creciendo y era necesario que socializara con pares y no únicamente el apego a la madre.
La madre generó un espacio para ella en dos direcciones, con
un grupo de amigas, con quien inició a salir con frecuencia. Y por
otra parte, se visualizó productiva, tejiendo manteles, servilletas,
etcétera, para vender. Este movimiento de la madre, como mujer,
fue fundamental para romper la relación simbiótica, y Sara continuara con el proceso de diferenciación y autonomía que requiere
cualquier adolescente.
Seis meses después nos comunicamos con la familia por teléfono para evaluar el proceso y saber de la salud de Sara. La madre
menciona a la terapeuta que Sara ha estado mejor y estable, es
decir, ya ha logrado comer y sus miedos a la comida han casi desaparecido, además ha notado que su hija es más independiente.
273
Caso Sofía: Bulimia
La familia Pérez es originaria de Guadalajara, México. La madre,
María (48) es profesionista en el área de la salud y el padre (48),
Ángel se dedica a la venta de equipo técnico. La hija, Sofía (13)
estudia la secundaria.
La madre es quien solicita el servicio, explica que está preocupada por su hija después de un desmayo en la escuela y Sofía
ha confesado ser bulímica. Ante la gravedad de la situación se
recomienda a la familia, llevar a Sofía con un médico para atender los mareos, desmayos y cardiopatía. Al final se incorporan un
nutriólogo, un cardiólogo y un gastroenterólogo.
Llegan a la primera sesión los padres, María y Ángel, y la hija,
Sofía. Los padres mencionan estar preocupados por el estado de
salud de su hija, ya que se provoca vómito después de comer y
que desde hace un mes no se siente bien. Sofía ha presentado desmayos y mareos. El primer síntoma de desmayo fue en la escuela.
Se hicieron las evaluaciones médicas y hay una descompensación
de potasio, provocado por falta de alimento.
Se explora la percepción del problema en la familia y la influencia de este en sus vidas, se obtuvo lo siguiente:
1) Sofía busca una diferenciación entre sus padres y ella, sobre
todo en el físico, lo que Sofía manifiesta como preocupación
por la salud de sus padres (sobrepeso).
2) Sofía no acepta actitudes del padre hacia ella, como el que
sea excesivamente celoso con sus amigos y que pierda la
paciencia.
3) Los padres consideran que Sofía es menor para tener los intereses que tiene. (Sofía luce como una adolescente de 17 años y
no de 13), sus amigos son mayores, es inteligente en la escuela
pero trata de no ser la primera en su clase por considerar que
no es aceptado en su grupo de amigos, le gusta un muchacho
274
pero su padre no le permite tener novio, le gusta salir con sus
amigos pero su padre le marca restricciones en cuanto a los
horarios y lugares, siempre es un tema de pelea y cuando le
otorgan permisos es después de insistir demasiado, y de que
la madre intercede a su favor.
Se prepara una intervención con los padres y con la hija, se dividen las sesiones y cuando es necesario comunicar alguna devolución, tarea o evaluar los cambios los juntamos a todos.
Los enredos familiares y el síntoma
Se trabaja con los padres para explorar su sentir hacia el rol de
familia que se tiene con una adolescente. Ellos no la consideran
una adolescente, sino una niña.
El trabajo con los padres, al principio no refirieron a algún
problema marital, solo desacuerdos en la forma de educar a Sofía.
Después de media hora, mencionaron un problema conyugal que
se generó varios años atrás sobre el proyecto de vida en común, el
cual lo renegociaron para que cada uno simplemente se dedicara a
su trabajo. Por lo que, en la actualidad están dedicados principalmente a su trabajo. Ella es una trabajadora social de éxito y prestigio, mientras que él no le ha ido muy bien, de hecho ella gana más
dinero. Cuando tocamos el tema de la intimidad, éste no existe, se
ha dejado desde hace muchos años, existe una clara insatisfacción
sexual. Al final de la sesión iniciaron a hablar más sobre su relación
insatisfecha. Preguntamos sobre qué otra cosa estaban insatisfechos
como pareja, él hizo referencia a que ella no es buena madre, porque a pesar de que es una profesional de la salud nunca pudo advertir que su hija tenía bulimia por más de seis meses, y fue hasta
que se desmayó que nos enteramos. Ella responde que él no es un
hombre de verdad, que no ha podido cumplir con sus obligaciones de manutención para vivir dignamente, por ello decidió salir a
275
trabajar. Ambos se descalifican en los aspectos de género más emblemáticos de la cultura familiar mexicana, los roles tradicionales
de la pareja. La pelea es fuerte, aunque era encubierta.
Este tema lo seguimos tratando en todas las sesiones. Se hizo
visible el problema conyugal y cómo éste interfería en la parentalidad dividida. Se realizó un análisis detenido de cómo Sofía
utilizaba esta división para sacar partido, ellos mismos referían
que Sofía solo se aproximaba cuando necesitaba un permiso que
el otro ya lo había negado. (Coaliciones cambiantes). Después
de que ellos mismos dan cuenta de estas pautas, se pregunta si
creen que esto se relaciona con el síntoma. Consideraron que sí.
Esta conciencia relacional del problema nos abrió el camino para
explorar en la interferencia, también en el proceso para que Sofía
transitara sin problemas a la juventud. Se trabajó este tema, con
el fin de establecer una alianza parental, a pesar del problema de
conyugal, sobre todo porque Sofía se encontraba en una situación
de salud urgente, entre la vida y la muerte.
Sofía: la externalización del problema
Con Sofía se trabajó con la externalización del problema (White
y Epston, 1993), identificando las sensaciones y eventos antes
de provocarse el vómito, así como ponerle nombre al problema.
En este proceso Sofía descubrió que la sensación de provocarse
el vómito disminuye cuando se encuentra con sus amigos, cuando siente afecto de ellos, donde se siente especial y reconocida.
Habla que no soporta que sus padres estén todo el tiempo sobre
ella respecto a sus amigos, la escuela o el novio.
Alianza terapéutica con Sofía
La primera etapa del trabajo terapéutico con Sofía tuvo como
objetivo establecer una alianza con ella. Se analizó todo el enredo familiar que está viviendo, abriendo el juego relación que
276
ella también juega, (Selvini y otros 1999), y hacerle ver cómo
ella se ha resistido valientemente a través del síntoma (resistencia
pasiva), al utilizar su cuerpo como el único resquicio de poder
que le quedó para tomar control. Aunque se analizó y evaluó los
resultados de tal resistencia. La bulimia estaba fuera de control,
los vómitos vienen de forma espontánea, ya no son provocados
por ella en su totalidad, generan quemaduras en la garganta y
una cardiopatía por falta de potasio, la cual se mostró a través de
los desmayos continuos; Sofía está asustada. Su problema estaba
interfiriendo en la escuela y sobre todo con sus amigos cercanos
que ya no la invitaban a salir por miedo a que le pasara algo más
grave: Sofía se estaba quedando sola (influencia relativa, White y
Epston, 1993). Más control por parte de los padres, no la dejaban
sola ni un instante para evitar que tenga un accidente (prescripción que hicimos, más de lo mismo, la exageración de la pauta
relacional que genera el síntoma, es decir mayor control sobre
Sofía.) A pesar de este escenario terrible, le comunicamos a Sofía
que tenía razón de resistirse, que había sido muy valiente.
De la resistencia pasiva a la resistencia activa
Después de constituir la alianza con Sofía y haber explorado todo
el juego relacional que vivía y cómo se había resistido, se inició
con la etapa de generar el cambio.
Tus necesidades de cuidado son de una niña, entonces, tus padres
te tratan como a una niña, están al pendiente de ti llamándote
al celular con mayor frecuencia preguntándote como te sientes,
si no te has desmayado, preguntándote donde estas… no tienes
privacidad ni en el baño…
Se le siguió insistiendo que tenía razón en resistirse, pero ante
tal panorama, era necesario cambiar la estrategia, no dejar de
277
resistirse, sino de pensar en otra forma de resistencia que estuviera
dentro de su control.
Antes de terminar la sesión se le reforzó la idea de lo valiente que había sido; sin embargo, le dejábamos la tarea de
generar otras formas de resistencia para que sus padres no estuvieran sobre de ella todo el tiempo y pudiera negociar sus
permisos. Se le indicó que ella mejor que nadie los conocía y
que estábamos seguros que se le iba a ocurrir una nueva estrategia para obtener lo que quiere. Para empoderarla, se hizo
un breve análisis de algunos eventos extraordinarios (White
y Epston 1993) donde ella experimentó en una ocasión que
salió adelante sin recurrir a las coaliciones, peleas o expresándolo mediante el síntoma.
En la siguiente sesión solo con Sofía se le preguntó cómo le
había ido. Ella respondió que hacía mucho tiempo no se sentía
tan bien con su padre. Sofía relata que invitó al padre a sentarse
en la sala de la casa, para preguntarle por qué, de forma sistemática, no la deja salir con su novio y amigos y llegar tarde a casa. El
padre ante la pregunta, se sinceró con ella, y le comentó que tenía
mucho miedo que le pasara algo, sobre todo con la inseguridad
que se estaba viviendo en la ciudad en los últimos tiempos, el padre decía que el crimen había secuestrado a la ciudad. Además, la
educación de él fue muy rígida en su casa, no lo dejaban salir en
la madrugada hasta que tuvo 20 años. Como parte de esa educación, él sentía temor que abusaran de ella y quedara embarazada o
la contagiaran con una enfermedad. Sofía le respondió diciéndole
que ella sabía de los riesgos de la ciudad, pero que, cuando estaba
con sus amigos y novio se sentía cuidada, además de que tenía
muy presente los valores de respeto y cuidado que él y su madre le habían inculcado. Se abrazaron emotivamente como señal
de hacer las paces y empezaron una nueva relación: la transición
de niña a mujer. En seguida Sofía le pidió permiso para salir de
278
nuevo con sus amigos y novio, el padre accedió sin dudar aunque
con ciertas reglas y horarios, ella accedió.
Con esto Sofía había establecido una resistencia activa, una
estrategia inteligente centrada en establecer consensos. A partir
de esta intervención, resultó una mejoría considerable en Sofía
respecto a al síntoma (resistencia pasiva) fue desapareciendo paulatinamente y su salud inició a restaurarse. Es importante apuntar
que esta intervención no hubiera tenido éxito si no hubiéramos
trabajado con los enredos de los padres y constituido la alianza
parental.
Resultados y conclusiones:
La resistencia activa como recurso terapéutico
En ambos casos, se observa una dinámica familiar en diferentes
niveles que se interconectan entre ellos, problemas conyugales
que pasan al plano parental que interfieren en el desarrollo de sus
hijos, en especial cuando existe un adolescente. Dichos enredos
atrapan a sus hijos y se complica el proceso de diferenciación
y autonomía, lo cual genera una resistencia de los jóvenes ante
sus padres, que no es explicitada abiertamente, sino a través del
cuerpo, en este caso anorexia y bulimia, mediante el síntoma se
rebelan (resistencia pasiva).
Se observa también cambios en el ciclo familiar, las jóvenes no
son mas unas niñas, buscan crecer y no se les permite por medio
de la dependencia o del control impositivo parental. Los padres,
son padres de adolescentes que requieren seguridad y fomentar
autonomía en sus hijos. Los adolescentes, buscan una diferenciación ante los padres en pro de su propia identidad.
Nuestro trabajo consistió, más que en intervención sobre trastornos de alimentación, nos enfocamos en los enredos familiares (en el más puro sentido sistémico), sobre todo en aquellas
interacciones que interfieren en el proceso en que las niñas se
279
conviertan en jóvenes adultos. Sobre todo en hacer una clara diferenciación entre la conyugalidad y parentalidad. Evitando coaliciones, triangulaciones y delimitando fronteras entre cada sistema con el objetivo de que cada uno de los miembros de la familia
actúe como le corresponde: como pareja, como padre, como hijo,
como hermano, además de abrir posibilidades de vida privada
y nuevas historias para relacionarse con los ahora adolescentes,
mañana adultos.
La resistencia pasiva se reconvirtió en resistencia activa, que
curiosamente, cuando se invita al adolescente a explorar otro tipo
de resistencia, en el marco de la alianza terapéutica que establecemos con la paciente, surge un tipo de comportamiento sumamente sensible, una clase de “expansión de la conciencia” que
habla, expresa, consensa y negocia cada permiso y con ello su
identidad. Esta es la revelación más importante de esta investigación clínica, es por eso que tomamos a la “resistencia” como
recursos terapéutico para adolescentes, en la marco de lo que denominamos la terapia familiar crítica.
El resultado último la emergencia de la persona como actor, capaz de contribuir a generar escenarios relacionales más saludables.
Discusión: La resistencia activa estimulante para
la emergencia de la persona como actor
¿Un bebé recién nacido tiene conciencia? ¿Cómo emerge la conciencia? ¿Se puede considerar a un niño de dos años una persona?
¿Cuándo se debe considerar a una persona responsable de sus
propios actos? Estas preguntas tienen una relación íntima con el
tema de la adolescencia y la forma de abordar los síntomas que
presentan. Dentro de la psicología hay muchas explicaciones, y
éstas dependen del modelo teórico.
Una de las tradiciones psicológicas presenta a la conciencia y
a la persona como de naturaleza social. Por ejemplo, Vygotsky
280
(1987, 1989) señala que la conciencia aparece solo mediante la
interacción con otros en los usos del lenguaje. La función del
lenguaje es sustantiva porque es mediante éste que la persona se
apropia de la cultura donde vive, pero sobre todo, aparecen un
proceso psicológico superior que no muestra ninguna otra especie del reino animal: la conciencia. El niño o la niña genera una
reflexión sobre sí mismo en relación a los otros, se convierte ella
misma en objeto de análisis, cambiando cualitativamente su comportamiento hacia los demás y hacia sí misma, porque la referencia de las personas con quien interactúa siempre estará presente.
En resumen, la conciencia, permite que la conducta tenga
ciertos grados de intencionalidad, con sentido relacional capaz
de incidir en las personas que la rodean. En este proceso Mead
(1972) señala que es donde emerge la persona, en particular hace
referencia al papel que juega el contexto social y la interacción
simbólica para que un individuo se apropie de una forma de ser
singular: del me al yo.
Bajo esta conceptualización de la naturaleza social de la conciencia y la persona, partimos de la hipótesis que este proceso psicosocial no es exclusivo de la etapa de la niñez, sino que continúa
durante todo el transcurso de la vida. Es decir, creemos que se sigue “expandiendo la conciencia” y la “construcción de la persona”
en todas las etapas de la vida. Siempre estamos expuestos a ir ampliando muestra sensibilidad social, establecer nuevas prácticas de
inteligencia emocional (Goleman, 1998) y social, que enriquecen
nuestra propia identidad.
Otro aspecto que defendemos aquí es que todas las personas son inteligentes, no son “idiotas culturalizados” (Garfinkel,
1967). Esto es, las personas van aprendiendo a participar en diversos juegos del lenguaje y formas de vida (Wittgenstein, 1988)
(unos constriñen y otros son más flexibles), adaptándose a ellos
y enriqueciéndolos, mediante métodos cotidianos personales
281
(Garfinkel, 1967). Lo cual se traduce en términos pragmáticos en
una constante negociación con los otros sobre lo que somos, sentimos, hacemos o dejamos de hacer. Poniendo en juego siempre
nuestra propia identidad. Proponemos, desde esta perspectiva,
concebir a la persona como actor y no como sujeto rehén de su
pasado, circunstancias, cultura o enredos familiares.
La adolescencia es una etapa psicocultural especial, en el sentido de que puede ser muy corta o larga temporalmente. Tal como
lo plantemos antes, esto depende de los grados de responsabilidad
que enfrenta el niño. En ese sentido la adolescencia es un campo
empírico psicosocial por excelencia donde es posible estimular la
“expansión de la conciencia” e “invocar a la persona como actor”
con resultados observables y medibles en corto plazo.
Aunque las personas, en este caso los jóvenes estén íntimamente vinculados a sus contextos y actúen en torno a ellos, la
diversidad de escenarios siempre presentan retos, dilemas o situaciones que deben afrontar y que en algunas ocasiones los
atrapan. Cabe señalar, que dichos contextos sociales se convierten en los recursos naturales que el joven puede recurrir para
salir adelante. Pero si esto no es posible, la psicoterapia se convierte en una opción para resolver. Tal como lo hemos propuesta arriba con casos de adolescente con problemas de anorexia y
bulimia, la psicoterapia que proponemos se centra en invocar a
la persona como actor, una persona con inteligencia emocional,
con cierta capacidad para elegir, tomar decisiones, poner límites
con inteligencia y siempre cuidando a las personas que lo rodean. En este trabajo proponemos a la “resistencia activa” como
una técnica psicoterapéutica que conduce a que se estimule este
tipo de persona, que es a la vez un actor capaz de incidir en
su contexto inmediato mediante una posición consciente, sensible a los demás, inteligente, consensadora, negociadora, planeadora, teniendo como resultado un cambio sustantivo en las
282
relaciones que definen su propia identidad y de pasada desaparece el síntoma.
Nuestros hallazgos en esta investigación clínica con jóvenes de
12 a 14 años con problema de anorexia o bulimia, es la implementación de una resistencia activa, que no solo resuelve el problema, desenreda y redefine las relaciones familiares, sino sobre
todo, estimula el comportamiento con una alta sensibilidad social
que le permite a la joven negociar con mayor éxito el proceso de
diferenciación y autonomía, hay una “práctica del sí” (Foucault,
1983) que redefine a la persona como actor.
283
Tercera Parte
LAS FORMAS CULTURALES Y
EL FUTURO DE LA TERAPIA FAMILIAR
CAPÍTULO IX
Las Formas Culturales de la Psicoterapia relacional
L
as diversas propuestas de terapia familiar que existen, aunque
compartan un paradigma sistémico relacional o construccionista, cada una de ellas tiene impregnada una forma cultural tácita que no se explicita, se advierte en los estilos peculiares que
propone cada autor o escuela.
Con forma cultural me refiero, en términos generales, a las
creencias, emociones y conductas colectivas dominantes aceptadas y practicadas, de manera tácita, por una comunidad y que la
distingue de otra.
A continuación expondré las formas culturales que se encuentran implícitas en algunos estilos terapéuticos de la terapia familiar, con el fin de explicar los argumentos culturales que se encuentran detrás de nuestra propuesta que denominamos terapia
familiar crítica.
La psicoterapia breve: el pragmatismo como cultura
La propuesta más emblemática de la terapia familiar que inició
en Palo Alto California, Estados Unidos de Norte América hace
50 años y ha inspirado a toda una tradición en terapia familiar es:
La psicoterapia breve.
Este modelo psicoterapéutico basa su propuesta directamente
del antropólogo Bateson (1992, 1993a, 1993b), quien buscaba conocer las pautas relacionales circulares que se alimentan de diversos niveles de comunicación y que envuelven el síntoma. Propone
una intervención directa, la cual consiste en detectar dicho círculo y los juegos comunicacionales con el fin de romperlos, para
que los miembros de la familia puedan experimentarse desde otra
posición relacional. El resultado es una reducción considerable
287
del síntoma (Fish, Weakland y Segal, 1984. Watzlawick, Beavin
y Jackson 1981). Ésta es una técnica directa, sin rodeos, y juega
de manera creativa con la comunicación para generar confusión
a primera instancia que cambia con las pautas relacionales vinculadas al síntoma y, con ello, redefinir los niveles cognitivos y
emocionales con resultados pragmáticos.
No pudo haber aparecido en otro país este estilo terapéutico. La cultura anglosajona norteamericana está impregnada
por este estilo fundamentada en la filosofía pragmatista. A finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, Norte
América en plena Revolución Industrial se encontraba en construcción como nación independiente, en este contexto nace la
filosofía pragmatista para dar respuesta con identidad propia a
las consecuencias culturales, políticas y sociales de dicha revolución (Joans, 1990).
Son varios los intelectuales que colaboraron a la gestación
del pragmatismo como filosofía, de los cuales sobresalen, desde
la Universidad de Chicago, los trabajos de Peirce (1934) James
(1989), Dewey (1931) y Mead (1972) quienes redefinen el empirismo inglés, para señalar que el sentido y justificación de las
creencias humanas se dan en términos de sus efectos prácticos,
es decir en la acción misma. Dewey lo resume así “solo en la
acción se nos revela la inmediatez cualitativa del mundo y de
nosotros mismos” (Dewey en Joans, 1990, p. 16).
El pragmatismo se convierte en el paradigma norteamericano a seguir, para constituirse en el fundamento no solo de
la construcción de una nueva nación, sino en la lógica de la
vida cotidiana de la cultura norteamericana. Este es el contexto
cultura que envuelve la aparición de la psicoterapia breve, es la
forma de vida que le da sentido, lógica y pertinencia al estilo
psicoterapéutico que se constituyó más tarde en la terapia familiar sistémica.
288
La terapia familiar estructural:
barrios pobres y minorías como contexto cultural
Salvador Minuchin parte de un modelo de familia sana funcional, surge en torno a que los límites entre las fronteras de los
subsistemas sean claros, se establecen jerarquías bien delimitadas
que faciliten la interacción y evolución, tanto de los individuos
como de las familias. Este autor distingue diversos subsistemas
dentro de la familia, como el parental, conyugar o filiar, para señalar que cada subsistema está regido por un rol preestablecido
por la cultura a la que pertenece la familia. Cada rol configura
relaciones morales predeterminadas entre cada uno de los subsistema. Si uno de los subsistemas interfiere en otro subsistema
con prácticas directas que le corresponde al otro subsistema, por
ejemplo, si el subsistema conyugal interfiere en el subsistema parental, se genera un problema de orden estructural que provoca
un síntoma en alguno de los miembros de la familia (Minuchin,
1990, Minuchin y Fishman, 1993. Minuchin y Nichols, 1994).
La propuesta de Salvador Minuchin, aunque comparta los
principios del modelo sistémico-cibernético, lo enriquece con
su propio estilo, vinculado a los tipos de familias que inicia a
intervenir en Estados Unidos en los barrios pobres marginados: familias caóticas y multiproblemáticas como parte de la
condición de pobreza (Hoffman, 1990). Estos barrios y familias marginadas de Norte América de los años sesenta y setenta,
se conformaban de grupos minoritarios: negros e inmigrantes,
quienes se encontraban en un proceso de adaptación a las exigencias de modernización y estado de bienestar que se estaba
construyendo en aquella nación, después de la Segunda Guerra
Mundial. Esta contextualización de intervención familiar, en
el marco de un programa de asistencia social, es el contexto
cultural el que propicio que la terapia familiar estructural de
Salvador Minuchin y su equipo sea una propuesta brillante, que
289
enriquece en mucho lo que en términos generales denominamos
terapia familiar sistémica.
La terapia familiar estratégica: La guerra como modelo cultural
La propuesta de Jay Haley (1980, 1986) quizá represente con mayor
claridad la cultura norteamericana de la posguerra y como imperio
de Occidente. Me refiero, en concreto, a la utilización de la guerra
como metáfora para delinear su particular estilo. Su propuesta la
denominó terapia familiar estratégica, con ella se visualizan, desde el modelo sistémico-cibernético, relaciones de poder, territorios
bien delineados, triangulación perversa, coaliciones y alianzas, que
generan fronteras confusas entre los miembros de la familia, y con
esto problemas de jerarquía entre ellos que interfieren en el ciclo vital natural de la familia. Después de vislumbrar el problema, Haley
propone establecer junto con la familia una meta general, la cual
será el punto de partida para establecer una planeación estratégica
de intervención con fases y objetivos específicos, con el fin de modificar las secuencias, las reglas y los significados que le da vida al
síntoma, con ello destriangular, reacomodando el poder y las jerarquías intergeneracionales que interfiere en la salud de las personas,
para hacer volver a la familia a su evolución “normal”. Este estilo
propio de Haley que se alimenta del arte de la guerra, como cultura
que comparte una gran población norteamericana, vino a enriquecer en mucho el modelo sistémico-cibernético, ayudó a redefinir la
interacción hacia una complejidad triangular que en el fondo está
matizada por el poder.
Terapia familiar sistémica de Barcelona:
Las relaciones nutricias como forma cultural
La terapia familiar sistémica que propone la Escuela de Barcelona
bajo el liderazgo de Juan Luis Linares, es otro ejemplo de cómo
el modelo sistémico se ve enriquecido por la cultura, en este caso
290
la cultura latina, dándole énfasis a la nutrición relacional: las relaciones amorosas, el reconocimiento y la valoración. En las culturas latinas las emociones tienen un gran poder en la construcción
de la vida social y personal. La emociones median en los procesos
de decisión, ya sea para contraer matrimonio, criar a un hijo,
cambiar de residencia, e incluso en el trabajo son un referente de
productividad.
Linares (1996, 2002, Linares y Campos 2000) propone un
diagnóstico relacional a partir de la teoría clásica de la triangulación en torno a la conyugalidad y parentalidad, para integrarle
como eje de análisis la nutrición relacional, es decir el amor, el
reconocimiento y la valoración. Para este autor, sí existe interferencia en estos nutrientes y la persona enferma, por ejemplo, en la
dinámica triangular de desconfirmación, tenemos que estar atentos en los contenidos narrativos nutrientes (no se sienta querido,
aceptado, reconocido o valorado) que le dan sentido contextual
a la familia. Con ello se abre una nueva cosmovisión relacional,
donde la puntuación relacional circular que genera el síntoma
está ligada al sentido nutricional que le asignan los miembros de
la familia. La propuesta es restaurar estos nutrientes para que las
pautas relacionales se reorganicen, devolviéndoles la salud a la
familia y a la persona que carga el síntoma.
Esta psicoterapia contribuye también a desmitificar mucho
de los mitos de la familia nuclear tradicional, que por su propia
estructura (mamá, papá e hijos), se le asignaba una connotación
positiva que garantizaba bienestar emocional a sus miembros. Ya
que se reenfocan las causas de la salud o enfermedad psicológica:
de la estructura y componentes familiares, a las formas del trato, su relación nutricia. Es decir una familia cualquiera, como
esté compuesta, sea nuclear, monoparental o ensambladas como
producto del divorcio, o incluso de homosexuales, lo que hace
que enfermen o garantice su salud en sus miembros, no son estos
291
elementos de composición, sino la nutrición relacional o la interferencia de éstos.
El equipo reflexivo: la tolerancia como cultura
El estilo psicoterapéutico de Tom Andersen (1994) importado
desde Noruega representa otro ejemplo claro donde la cultura
juega un papel importante. Noruega es uno de los países más
avanzados en bienestar social. Dicho avance está vinculado a altos
niveles educativos de la población y bajos niveles de corrupción
centrado en dos premisas culturales que caracterizan a la sociedad noruega: un amplio sentido de comunidad y tolerancia a la
diferencia. Desde este contexto Anderson genera un estilo psicoterapéutico creativo y peculiar que consiste en que los problemas
privados pasen a la esfera pública para ser discutidos y todos contribuyan a su solución. Si no existiera la tolerancia a la diferencia
y sentido de comunidad como ejes de su proceder, dicha técnica
se puede convertir en una verdadera confusión, donde los prejuicios de grupos impedirían la conversación constructiva con otros.
Los efectos de poner a discusión abierta los problemas de una
persona o una familia como técnica psicoterapéutica son enormes, ya que la comunidad contribuye a ampliar la perspectiva y
romper los círculos que construyen el problema, a este estilo propio lo denominó el equipo reflexivo. Estilo que está vinculado a la
cultura noruega con un amplio sentido de comunidad, en el cual
se sobrepone el interés particular por el del grupo y tolerante a la
diferencia se convierten en un recurso terapéutico por excelencia.
Por lo tanto, se redefine el uso de la cámara de Gesell o el
circuito cerrado para la terapia familiar sistémica, se convierte en
un instrumento sin razón de ser, para invitar a todos, equipo terapéutico y familia a reunirse en una sala amplia donde todos cara
a cara hablen en forma abierta del problema y posibles soluciones
que aqueja a la persona o familia.
292
Terapia familiar crítica: la pobreza institucional
como cultura y problema
A diferencia de Noruega, me referí al otro extremo: Latinoamérica
y en particular México. Latinoamérica no puede ser definida en
una sola frase, porque está constituida por un mosaico discursivo
cultural diverso, algunos son contradictorios entre ellos. México
como nación presenta el mismo panorama, compuesta por una
diversidad de culturas que expresan formas de vida peculiares.
Cabe señalar que algunas formas de vida tienen más poder que
otras. Desgraciadamente, en la actualidad, México está hundido en su peor crisis social después de la Revolución Mexicana
de 1910. El escenario es desolador. Un país con bajos niveles
educativos donde la mayoría de la población vive en la pobreza.
Una nación que ha fracasado en la construcción de un estado de
bienestar, con una política social insipiente parecida a un sistema
de beneficencia pública. No se han podido resolver problemas
estructurales básicos que rompan con los círculos de la pobreza.
Por ejemplo, no existe una política social de protección a la infancia que garantice su educación, salud y seguridad para todos o la
mayoría de los niños y las niñas, desde una intervención integral
de la familia y la comunidad.
México se encuentra en proceso de descomposición social
donde existe una terrible desigualdad ante la ley, que se conoce
como impunidad.
La violencia se ha convertido en un escenario cotidiano que ya
no sorprende. La corrupción se ha instaurado como parte de la
cultura. Estas prácticas son una realidad en las esferas de la vida
cotidiana, se asumen como normales, ya no se denuncian o se
resisten a ello. La desesperanza e impotencia son dos de los sentimientos sociales más comunes en este país donde las instituciones
no garantizan certidumbre de mejora, es lo que denominamos
pobreza institucional.
293
Para muestra de lo dicho basta enumerar los siguientes hechos ocurridos en un periodo corto: 1. La muerte de más de 40
bebés quemados en una guardería de la seguridad social que no
cumplía con los elementos básicos de seguridad plasmados en
la ley, los empresarios responsables, una esposa de un funcionario de gobierno, no hay nadie consignado como responsable. 2.
Un empresario coludido con un gobernador en el abuso sexual
a menores, nadie está en la cárcel. 3. Tres ataques de pistoleros
en centros de rehabilitación de jóvenes, más de 50 adolescentes
asesinados. 4. Más de 20 migrantes asesinados en un solo hecho
en la frontera con Estados Unidos. 5. Miles de secuestros violentos sin resolver, y los que han sido capturados por lo menos un
policía y funcionario estaban coludidos. 6. En un mes se encontraron fosas clandestinas donde estaban enterrados más de 200
cadáveres, la causa: robo y extorsión. 7. Cientos de niños, niñas
y jóvenes mujeres desaparecidos, se presume como causa la trata
de personas. 8. Miles de niños y niñas se dedican a la mendicidad
en las calles. 9. Decenas de abusos y asesinatos de militares a la
población con el pretexto de la seguridad. 10. 76 mujeres asesinadas en un solo año como parte de la violencia contra las mujeres
solo en una de las 32 comunidades del territorio mexicano. Estos
hechos han sido denunciados y documentados, si un suceso de
estos hubiera ocurrido en un país europeo, la renuncia de los
funcionarios relacionados con su área de trabajo sería un hecho
inapelable, por su ineficiencia y no haber prevenido tal desgracia.
Cosa que no sucede en México, esta es una evidencia ineludible
de la pobreza institucional, en este caso del precario estado de
derecho que genera impunidad.
Haciendo referencia a nuestro tema en particular, en México
la mayoría de la población practica una doble moral por un tipo
de catolicismo mal entendido que alimenta la cultura machista,
con lo cual genera estructuras sociales rígidas, como la familia,
294
con prácticas arcaicas y fundamentalista: con cero tolerancias a la
diferencias. Esto ha provocado un doble discurso. Por una parte,
oprime, rechaza, estigmatiza y excluye cualquier forma de vida
que se genere distinta a la retórica del mito de la familia nuclear
machista. Por otra parte, un discurso tácito de auto engaño que
practica lo contrario, el abuso, el maltrato, la negligencia, la infidelidad y la mentira como forma de vida. En este tipo de cultura
estructuran sus códigos morales con un discurso paradójico que
lleva a las personas a enfermar. Por ejemplo, un divorcio, una madre soltera, un hijo sin padre o ser homosexual, las personas lo viven con un gran rechazo moral por la red familiar y comunitaria
a la que pertenecen y, por otro lado, hay una total indiferencia al
maltrato y abuso familiar, se conciben como normal. Este tipo de
discursos contradictorios, al igual que el doble vínculo, conduce a
una persona, una familia e incluso a una comunidad a expresar su
malestar de diversas maneras: mediante síntomas, la desintegración familiar en el sentido de romper con sus funciones nutricias
básicas (cuidado, acompañamiento, reconocimiento, valoración
y amor) entre sus miembros independientemente si están juntos
o no, o regir las relaciones de una sociedad con base en la impunidad, corrupción y exclusión.
A continuación presento una investigación periodística de
Lydia Cacho (2010) que tituló “Fernández de Cevallos, al ataque” la cual aparece en un periódico nacional fechado el 1 de
noviembre del 2010, (Diego Fernández de Cevallos es uno de los
políticos más poderosos del país, fue candidato a la presidencia,
la nota se refiere a su hijo) con el objetivo de ejemplificar un poco
los escenarios antes descritos, donde se mezcla la pobreza institucional como cultura y la salud de la familia y sus integrantes:
Cuando Jimena Marín Foucher se casó con David, el hijo de
Diego Fernández de Cevallos, jamás se imaginó que su vida se
295
convertiría en una pesadilla de violencia doméstica. Sus padres
creyeron que el joven hijo de uno de los abogados más poderosos y corruptos de México, cambiaría; pero sucedió lo contrario.
Cuando Jimena pidió ayuda le pidió el divorcio. Como muchos
agresores poderosos, él la encerró durante casi cuatro meses. El
aislamiento, amenazas de muerte y la reiterada intimidación de
la familia Fernández de Cevallos a Jimena, terminaron en una
amenaza: si ella quería el divorcio jamás volvería a ver a sus hijos. Ella escapó de casa cuando se desató la crisis del secuestro
de Diego.
Este jueves, David Fernández de Cevallos, acompañado de un
primo y su hermano Rodrigo, llegaron a la casa de la familia
Foucher en Cozumel, en una zona residencial cuyos testigos creyeron inicialmente que se trataba de un ataque de narcotraficantes por el despliegue de violencia. Protegidos por agentes encapuchados de la AFI, los hombres armados entraron en la casa
a llevarse a los niños; cuando los vecinos llamaron a la policía
local, ante la confusión, se vivieron momentos de gran tensión.
Todos cortaron cartucho al ver que los supuestos federales no se
identificaban. Ante cámara de video, frente al asombro de los
vecinos, los Fernández de Cevallos se llevaron a los niños por
la fuerza, aparentemente escoltados por un camión militar. El
Ejército niega haberles protegido; asegura que “sólo atestiguó la
diligencia”.
Como muchos maltratadores de mujeres, David se consideraba propietario de su joven esposa. Con el aparato de justicia al
servicio de su familia, la acusación por violencia intrafamiliar
y el proceso de divorcio fueron una verdadera pesadilla para la
madre de los dos pequeños. Finalmente, Jimena había logrado
que un juez le otorgara la custodia temporal de sus hijos y volvió
296
a Cozumel con sus padres. Según testigos, David sabía que sus
pequeños estaban seguros y bien cuidados con su madre, y lo
que él quería no era lograr tener visitas paternas para el bien de
los niños, de uno y cuatro años, sino vengarse de la desobediencia y quitárselos.
Además de los testigos presenciales, que aseguran que el hijo
de Diego portaba un arma, hay un video. En la denuncia
1656/10/2010 por secuestro, ataque y lesiones, la madre de
los pequeños y los abuelos explican que fueron golpeados, que
les esposaron y encañonaron y recibieron amenazas de muerte. Todo esto sucedió, aseguran, en un contexto de compra de
autoridades, colusión de servidores públicos (jueces, federales
y militares). La Procuraduría de Quintana Roo asevera que no
hubo solicitud de orden de colaboración, por tanto, los federales
habrían cometido un ilícito. Mientras se investiga el caso, quedó
en evidencia la complicidad machista de varios servidores públicos que justifican los hechos.
La Ley de acceso a las mujeres a un vida libre de violencia debería de proteger a todas las ciudadanas, pero entre la letra y su
cumplimiento encontramos la colusión de servidores públicos
que ponen la justicia al servicio de los agresores, de los poderosos. Tal vez lo único bueno de esta desgracia es que Jimena
ahora está protegida por la sociedad. Si algo le sucede a ella, a
sus familiares, todo México sabrá quién es responsable. Jimena
no está sola.
Este breve análisis periodístico ejemplifica perfectamente cómo
el maltrato a una mujer y la alienación parental, los niños son
objeto de negociación. Situaciones comunes que se nos presentan
en terapia, están vinculadas con las esferas macrosociales antes
297
descritas: corrupción, abuso del poder, impunidad de las instituciones gubernamentales y, por supuesto, cero políticas sociales
de protección a la familia y bienestar a su comunidad: Pobreza
Institucional. Es inaudito, las propias autoridades se alían con
el agresor. ¿Qué podemos hacer como terapeutas?, cuando en el
contexto de la psicoterapia, el relato está impregnado de estas
historias, con altos contenidos emocionales de impotencia y desesperanza. Cuando los síntomas tienen un vínculo directo con
situaciones culturales de este tipo.
Latinoamérica está llena de relatos periodísticos, literatura
como el cuento y la novela, llevados muchos de ellos al cine. Si
bien estas no es conocimiento científico, narran brillantemente,
en forma de denuncia, con mucha elocuencia situaciones donde la pobreza institucional está íntimamente vinculada con el
malestar psicológico. Por ejemplo la novela de Gabriel García
Márquez (1996), “Noticias de un Secuestro”, de Carlos Fuentes
(2008), “La voluntad y la fortuna”, del cine, “Amores Perros”, “La
Ley de Herodes”, “Ciudades Oscuras”, “La Zona” y “Presunto
Culpable”, entre muchas otras.
Si entramos a detalles más finos, como parte del mismo problema, la psicología del mexicano (Díaz-Guerrero, 1994, 2008)
practica un discurso donde las personas se ven como víctimas de
su mala suerte, y conciben su misión en la vida de sufrimiento y
sacrificio (un tipo de cultura católica mal entendida). Y cuando
hay que actuar para cambiar se apuesta todo a una plegaria, a un
milagro, un golpe de suerte, la buena vibra, el azar, a la voluntad
divina, al destino y los más realistas a las otras personas. Es decir,
se espera que los problemas se resuelvan de manera mágica o con
el mínimo esfuerzo. Este discurso cultural empodera la acción a
algo fuera de su propia responsabilidad, lo que fomenta la pasividad e inactiva a cualquier iniciativa. Nos convertimos en rehenes
de nuestras propias creencias o como diría Díaz-Guerrero (2008)
298
en su publicación “Psicología del Mexicano 2” el subtitulo reza:
“bajo las garras de la cultura”.
Es decir, partimos de la creencia de que el malestar personal
está hecho del discurso cultural dominante. Sin embargo, también creemos que es mediante la diversidad de discursos culturales desde donde se restaura el bienestar personal. Por tal motivo,
la terapia familiar crítica sustenta su intervención en los propios
recursos que ofrece el mosaico discursivo cultural donde vive la
persona. Dicho mosaico lo contiene la misma persona, en su propia historia de vida o en el contexto inmediato en el cual vive.
Desde esta perspectiva concebimos su propia identidad histórica
y el contexto donde vive en los recursos culturales más valiosos
para la eficacia de la psicoterapia.
Si hablamos de recursos culturales y hacemos un análisis contextual, en Latinoamérica hay comunidades que se distinguen por
ser solidarias, tolerantes, trabajadoras, inteligentes políticamente
hablando, donde han establecido una forma de vida en la sustentabilidad que les ha permitido sobrevivir a pesar de la exclusión y
racismo institucional de más de cinco siglos (Bonfil, 1987). Estas
formas culturales históricas, latentes en las minorías, también forman parte del mosaico discursivo cultural, el cual debe invocarse
como un recurso psicoterapéutico.
En las sociedades donde el Estado ha resuelto educación, salud y seguridad para las mayorías, la psicoterapia gira en torno a
restablecer el bienestar individual. Mientras que en una sociedad
que no existe un estado de bienestar social (como es el panorama de México antes descrito), existe una íntima correlación entre
problemas estructurales de orden social y síntoma psicológicos,
tal como lo hemos evidenciado, las personas tienen menos opciones a elegir, se reduce en mucho la libertad. Por ello, nuestro
estilo psicoterapéutico, debe trabajar para restablecer el sentido
de ciudadano que se visualiza en comunidad, y con ello, valga
299
la metáfora “regenerar el tejido social” desde donde se soporta el
bienestar de la persona.
En este caso nuestro estilo de una terapia familiar, se sustenta
en los seis fundamentos de la posición crítica referidos en el primer capítulo: epistemológico, emocional, cultural, histórico, político y ético. El objetivo sustantivo de la psicoterapia es, además
de que el síntoma desaparezca, constituir una narrativa que tenga
como eje la resistencia política inteligente, basada en las emociones, y en particular el amor que conduzca al establecimiento de
redes de apoyo mutuo para empoderar nuestra posición como
persona y experimentar que el bienestar personal está vinculado
al bien comunitario (Freire, 1971, Martín-Baró, 1998). En otras
palabras, el trabajo político es un elemento sustantivo para restaurar la salud en las personas. Esto conducirá a cambios modestos, que generarán grandes revoluciones.
Desde este panorama latinoamericano y en específico México,
la propuesta que presentamos aquí denominada terapia familiar
crítica, encuentra su sentido, pertinencia y necesidad cultural.
300
CAPÍTULO X
El Futuro de la Terapia Familiar:
Psicología Social Clínica
E
n cada uno de los capítulos de esta obra, hemos expuesto que
el objetivo último de una terapia familiar crítica no solo es
resolver el síntoma de una persona mediante la intervención del
contexto psicosocial al que pertenece, sino también generar una
nueva actitud de la persona ante dichos escenarios: colaborativa,
corresponsable y política con el fin de tener bienestar social. Lo
expuesto anteriormente, se fundamenta, por una parte, en una
conversación continua con varios autores de psicoterapia sistémica y narrativa, y por la otra, en las propuestas teóricas de las
ciencias sociales. Sin embargo, no termina aquí, la postura crítica
nos estimula a seguir replanteando muchas de nuestras propuestas, y estar atentos a los nuevos conocimientos y avances de la
psicoterapia en general y otras disciplinas.
Este escenario nos condujo a otras preguntas que nos han inducido a nuevas reflexiones y propuestas. La evolución diversa
y rica que se ha generado dentro de la terapia familiar, ¿cómo
puede ser interpretada para consolidarla y posesionarla mejor
ante los sistemas de salud? ¿Qué disciplina científica puede organizar su análisis e investigación para sustentarla y tener mejores resultados? Por último ¿Cuál es el futuro de esta tradición
en psicoterapia?
A continuación, presento brevemente cinco sistemas de conocimientos que pueden interactuar entre sí y fundamentar nuestra
respuestas a dichos cuestionamientos: 1. El estado actual de las
psicoterapias. 2. La sociología clínica. 3. La terapia familiar sistémica y narrativa. 4. La psicología social de la salud, y 5 la Terapia
Familiar Crítica.
301
Cinco escenarios teóricos como antecedentes
1. Las psicoterapias
Desde que apareció la primera psicoterapia sistematizada y con
método, a finales del siglo XIX y hasta la fecha, se han generado
una diversidad de perspectivas psicoterapéuticas que hoy en día
suman docenas. Aunque todas partan del análisis del individuo
como centro de atención e intervención para el cambio, dichas
psicoterapias están fundamentadas en modelos o teorías que explican de manera distinta el comportamiento humano, como
psicodinámico, humanístico, existencial, cognitivo, conductual,
y constructivista. (Feixias y Miró 1993. Mahoney, 2000). Sin
embargo, se debe considerar a la psiquiatría, que tiene más de
doscientos años de tradición, y que sigue imponiendo su modelo
teórico en los sistemas de salud en el mundo. Este abanico de
teorías ha generado un rico debate en torno a la naturaleza y origen de las “enfermedades mentales” y su consecuente propuesta
de intervención clínica. De los cuales destaca la postura orgánica
y la no-orgánica. Los deterministas lineales, los que centran la
atención en la historia infantil, en el presente, en las emociones,
en lo cognitivo, en las creencias o valores.
En la actualidad han aparecido perspectivas híbridas que establecen vínculos entre sí, para hacer frente a la compleja realidad de los síntomas (Snyder y Ingram, 2000), este nuevo escenario inter-modelos, imposible de imaginar pocos años atrás,
fue posible, por una parte, porque las nuevas teorías de la ciencia
desmitificó el sentido representacionista de las teorías científicas,
por lo tanto tal como lo señalamos en otro capítulo, ninguna
psicoterapia puede sustentarse en la verdad absoluta y universalizar sus resultados, cada una muestra, desde su paradigma, una
referencia modesta a cierta realidad de forma limitada, nunca a
la totalidad de ella. Y por otra parte, a pesar de la gran diversidad
de propuestas psicoterapéuticas como el resultado de cientos de
302
investigaciones durante más de cien años, la enfermedad mental
hoy en día sigue siendo un problema social acuciante y complejo,
por eso es un reto preocupante para los servicios de salud que
ningún modelo por sí solo puede resolver.
2. Sociología Clínica
En las últimas décadas aparece la sociología de las emociones (Ekman, y Davidson, 1994. Thoits, 2004. Turner, y Stets,
2005). Decenas de investigaciones que orientan el estudio de las
emociones a las relaciones, organizaciones, instituciones, grupos, comunidades, microculturas, etcétera, dieron como resultado un campo de intervención que denominan sociología clínica (Bruhn, y Rebach, 1996. Fritz, 1985), apareció en Francia
y Estados Unidos. La sociología clínica analiza las emociones en
tres planos: el psíquico, social y político, con el fin de intervenir
en el comportamiento emocional cotidiano en diferentes esferas
de la estructura social, como en organizaciones, instituciones,
grupos y comunidades. La finalidad de esta nueva área de intervención es conocer el vínculo entre lo subjetivo y lo objetivo, lo
psíquico con lo social, lo concreto con lo abstracto y el poder
con el deseo. Se enfoca en estudiar las acciones sociales concretas vinculadas a la subjetividad de los actores. En resumen, la
sociología clínica nos enseña otros derroteros de intervenir ante
la complejidad emocional que se encuentra detrás de la conducta humana.
3. Terapias sistémicas y narrativas
Desde que inició la terapia familiar sistémica, hace 50 años en
Palo Alto California, bajo la inspiración epistemológica del antropólogo G. Bateson (1992, 1993a, 1993b) hasta nuestros tiempos, la práctica clínica se ha direccionado del individuo a las interacciones psicosociales.
303
Por otro lado, la crisis de la psicología social de los setentas
y la emergencia de nuevos paradigmas pospositivistas, como la
teoría de la complejidad (Morin, 1994), el posestructuralismo
(Foucault, 1983, 1992), la teoría del caos (Hayles, 1993) y desde
la psicología el construccionismo social (Burr. 1995), enriquecieron a la terapia familiar sistémica para que la interacción como
objeto de estudio se convertirse en actos con significado, lo que
hoy se conoce como discurso, narrativa o conversación.
La mezcla de una cibernética-sistémica propuesta por Bateson
para estudiar y comprender los comportamientos humanos y
una creencia de que la realidad es una construcción sociodiscursiva, produjo un cambio cualitativo en la terapia familiar, de ser
de primer orden a segundo orden y finalmente hacia una terapia familiar de corte cien por ciento psicosocial. (McNamee y
Gergen,1992. Medina, 2007).
Los efectos de esta evolución clínica, basada en la psicología
social se traduce en una cuestión de técnicas de intervención
con buenos resultados en casos como la esquizofrenia, las depresiones, los trastornos de ansiedad o alimenticios, que principalmente se redefinen las enfermedades mentales, de ser un
problemas de investigación interior a la persona, tanto biológica, cognitiva o emocional, a ser de orden relacional, narrativa,
conversacional y de acción recíproca. Esta aproximación psicosocial de la “enfermedad psicológica” redefine todo el campo de
investigación, con lo cual nos encontramos ante nuevas preguntas y retos a resolver.
Ante este panorama de la terapia familiar contemporánea,
consideramos que la psicología social puede convertirse en el fundamento disciplinar desde donde es posible reorganizar la diversidad de propuestas, y generar un programa de investigación directo a fortalecer este campo, pudiendo convertirse en una propuesta seria para los sistema de salud masiva con buenos resultados.
304
4. Psicología Social de la Salud
La psicología social de la salud sustenta su propuesta de intervención en la generación de una red de apoyo mutuo, centrada en
establecer escenarios saludables que soporten la salud psicológica
de las personas, (Buendía, J. 1999). Este fundamento de la psicología social de la salud nos proporciona un conocimiento con una
enorme utilidad, de cómo los escenarios saludables prevén un sin
número de problemas psicológicos en las personas. Esto puede
ser utilizado, en el campo clínico, como estrategia para reparar la
salud de los individuos y prevenir su recaída.
5. La Terapia Familiar Crítica
La creencia de que los síntomas emocionales de una persona
son de naturaleza social, nos condujo a considerar a las ciencias
sociales como un recurso importante para la intervención en el
contexto clínico. Tal como lo señalamos en los capítulos anteriores, en los últimos quince años hemos importado de las ciencias
sociales modelos y conceptos que han enriquecido en mucho el
trabajo clínico. Desde donde hemos diseñado métodos y técnicas
de intervención y en general propuesto lo que denominamos la
terapia familiar crítica, con el fin de generar cambios modestos,
de gran impacto personal y familiar.
Hacia una Psicología Social Clínica: Fundamentos
La propia historia de las psicoterapias ha mostrado la importancia
de abrirse a la complejidad y por ello a hacer trabajo interdisciplinario y fusionar modelos. Tal como lo revisamos en esta obra,
las emociones que propone Maturana son redefinidas como un
acto psicosocial expresado en la conversación, Linares las connota
como un acto relacional nutriente y la sociología clínica las sitúa
en el campo de las organizaciones para intervenir y comprenderlas. La evolución de la terapia familiar sistémica hacia una de
305
corte narrativa de la mano del construccionismo social, abrió un
mundo de posibilidades de intervención clínica, ya que el discurso como objeto de estudio y campo empírico de intervención
contextualiza las emociones y el sufrimiento humano, no solo a
nivel personal, familiar y comunitario, sino también navega en
torno a la cultura y problemáticas que la aquejan como la pobreza, el género, la impunidad, la intolerancia o el abuso del poder.
Por su parte, la psicología de la salud centra su intervención en
la prevención de problemas psicológicos y encuentra en el apoyo
social mutuo el eje donde la salud se sustenta a mediano y largo
plazo.
Por último, tal como lo expusimos en cada uno de los capítulos
de esta obra, hemos encontrado en las ciencias sociales modelos y
teorías que han enriquecido en mucho y con buenos resultados el
trabajo clínico, para proponer la terapia familiar crítica.
Por todo ello, encontramos en la psicología social el fundamento disciplinar hacia la psicoterapia relacional o narrativa. Para
considerar que uno de los futuros de la psicoterapia es lo que
denominamos: la psicología social clínica.
La psicología social clínica que proponemos se fundamentará
en los siguiente puntos: 1. Una gran mayoría de los síntomas
humanos son la respuesta psicológica a un malestar social. 2. El
significado social y emocional que negocia y atribuye la persona a
sus relaciones pueden impactar de manera directa en su biología.
3. Las narrativas o discursos entendidos como actos significativos
es el objeto de estudio de análisis e intervención. 4. La intervención centrada desde la persona en los contextos inmediatos donde interactúa como su familia, amigos, trabajo, escuela, comunidad vecinal, etcétera, generan escenarios más saludables para
el presente y el futuro, con ello se evita que vuelva el síntoma o
reincida la persona. 5. El papel del psicólogo social clínico es el
de un experto colaborador, facilitador, acompañante e incluso en
306
algunas ocasiones, cómplice. 6. Las diversas técnicas de intervención clínicas son metáforas guía de intervención, y no por diagnósticos certeros y universales. 7. El objetivo de la intervención
no es solo resolver problemas, sino también redefinir la postura
de las personas como actores corresponsables de generar escenarios más saludables, orientados a obtener mejor bienestar social.
8. Todo el trabajo de intervención está matizado por una posición
siempre crítica, que no da por sentado nada e intenta establecer
el cambio bajo una postura siempre política y ética, con el fin de
desmitificar la idea de los problemas psicológicos como fenómenos ahistóricos que provocan la inactividad, pasividad o incluso
ceguera en las personas.
Este puede ser el futuro de la psicoterapia: La Psicología Social
Clínica, la cual encuentra en la psicología social, como disciplina psicológica y sociológica, el argumento científico desde donde la investigación, la intervención y sus avances pueden estar
ordenados y fundamentados. La psicología social clínica puede
constituirse en modelo teórico y de intervención viable para los
servicios de salud pública, con mayor impacto social que los que
ahora se encuentran institucionalizados, por el simple hecho de
que esta propuesta no se limita a “curar” los síntomas, sino a
restaurar el tejido social que genera dichos síntomas y estimular
una postura más activa de las personas en busca de su bienestar
social, y con ello, prevenir futuras recaídas. En pocas palabras la
Psicología Social Clínica como modelo para la salud pública puede atender la complejidad del síntoma y ahorra mucho tiempo y
dinero, tanto a los clientes como a los gobiernos.
Los invito a debatir esta propuesta, que me permitirá observarme y con ello, seguir poniendo en duda lo expuesto para continuar argumentado, reflexionando, investigado y reconsiderar lo
propuesto.
307
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