TEMA I. SEGUROS (I): GENERALIDADES 1. Introducción 1.1

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TEMA I. SEGUROS (I): GENERALIDADES
1. Introducción
1.1. Referencia al concepto económico del seguro
Según una definición ampliamente admitida se dice que la esencia del seguro consiste
en la cobertura recíproca de una necesidad pecuniaria fortuita y valorable en dinero por
parte de personas sometidas a riesgos del mismo género. Aparecen, pues, como notas de
la operación económica del seguro: a) La existencia de una necesidad pecuniaria; esta
necesidad es eventual, ya que además de ser futura ha de ser incierta (al menos en
cuanto al momento en que ha de verificarse); b) El grupo de personas que están
amenazadas por el mismo evento o, si se quiere, que están sometidas al mismo riesgo,
contribuyen a la satisfacción de esa necesidad; c) Las aportaciones de todas estas
personas cubren la necesidad del sujeto que sufra el evento que la genere, de modo que
aparece una “mutualidad” entre dichas personas; d) Si bien la necesidad pecuniaria que
se cubre es “eventual”, la persona que está sometida a un riesgo siente una necesidad
“actual” (diversa de la anterior) de protegerse de este evento, esto es, esta persona
mediante el seguro quiere obtener la satisfacción inmediata del deseo de previsión de
futuras y eventuales necesidades.
Esta cobertura se realiza sobre la base de ciertos cálculos técnicos que consienten la
satisfacción de esas necesidades mediante el seguro, a un costo parcial, con ventaja
sobre el ahorro, que es un procedimiento que sólo puede cubrir por completo una
necesidad futura a costo total.
El contrato de seguro es un instrumento jurídico que consiente la participación de una
persona (o varias) en la operación del seguro. El contrato es realizado, por regla general,
en forma voluntaria por las partes, pero en ocasiones la Ley impone la obligación de
contratar.
1.2. Elementos fundamentales del seguro
1.2.1. Interés
El interés se define como la relación que tenga un contenido económico entre un sujeto
y un bien. De esta definición se obtienen los tres elementos que lo constituyen: un
sujeto que siempre ha de existir, aunque pueda estar indeterminado hasta el momento
del siniestro (como sucede en el caso de seguro “por cuenta de quien corresponda”); un
objeto, que puede ser un bien de cualquier naturaleza (una cosa mueble o inmueble,
material o inmaterial, etc., entre las que se encuentra la misma persona humana) y una
relación económica entre el sujeto y el bien, lo que supone que aquél obtenga una
utilidad económica de éste y que esa relación sea susceptible de una valoración
pecuniaria. Esta relación es de carácter económico y pueden existir distintos intereses
sobre el mismo bien (es clásico el ejemplo que dice que sobre una casa puede existir el
interés del propietario, del arrendatario y del usufructuario, y cada uno de estos intereses
es distinto).
El concepto de interés es relevante, tanto para la técnica y la economía de los seguros
como para el contrato. El interés aparece en todo el campo del seguro. Se admite
generalmente sin discusión la necesidad del interés en los seguros que no son de
personas, pero en éstos -y en particular en los de vida- la existencia del interés es
considerada por muchos autores como irrelevante. Sin embargo, también se extiende el
concepto de interés al seguro de personas, si se considera que el hombre (su salud, su
integridad física, etc.) y su capacidad de rédito son bienes susceptibles de valoración
económica.
1.2.2. Daño
El daño en el seguro se concibe como la lesión total o parcial del interés existente (daño
emergente) o previsto (lucro cesante en sentido amplio), que se produce cuando se
realiza el riesgo asegurado.
El concepto de daño se utiliza en el campo del Derecho del seguro en sustitución del
económico de “necesidad pecuniaria”, que, sin embargo, a los efectos que ahora nos
interesan pueden considerarse equivalentes, porque cuando un evento provoca una
necesidad pecuniaria existe un daño, bien porque se disminuye el patrimonio existente
mediante la destrucción de alguno de sus elementos o la aparición de un gasto (daño
emergente), bien porque desaparece un aumento del patrimonio previsto o esperado
(lucro cesante o beneficio esperado).
1.2.3. Riesgo
Riesgo es la posibilidad de un evento dañoso. La posibilidad se encuentra entre la
imposibilidad (es decir, cuando un evento no se puede verificar) y la certeza (esto es,
cuando es seguro que un evento se verificará en un momento determinado). Entre estos
dos extremos, la posibilidad tiene diversos grados y se denomina probabilidad a cada
uno de estos grados.
La posibilidad del evento -en términos objetivos- viene indicada cuando se dice que ha
de ser futuro e incierto, porque no se sabe si se producirá o no (v. gr., el incendio de una
casa) o porque se sabe que el hecho se producirá pero se ignora cuándo (v. gr., la muerte
de una persona).
El artículo 4.° de la Ley de Contrato de Seguro (L.C.S.) declara nulo este contrato salvo en los casos previstos por la Ley- si en el momento de su conclusión no existía el
riesgo o había ocurrido el siniestro.
Cada contrato sólo cubre determinados riesgos. Por esta razón es de singular
importancia su determinación en el contrato, donde el riesgo ha de ser individualizado y
delimitado.
2. Concepto, clases y caracteres del contrato de seguro
2.1. Concepto del contrato de seguro
El seguro es el contrato por el cual el asegurador, mediante la percepción de una prima,
se obliga frente al asegurado al pago de una indemnización, dentro de los límites
pactados, si se produce el evento previsto.
Admitido que todo contrato de seguro tiene como finalidad económica la satisfacción de
una futura necesidad pecuniaria y que esa necesidad económica equivale a una
provocación de un daño, podemos reconocer que todo contrato de seguro tiende a
resarcir un daño eventual y, por consiguiente, es necesaria la existencia de un interés
para la validez del contrato de seguro durante toda su vigencia (no sólo cuando el
contrato se concluye, sino también cuando el siniestro se verifica). Sin embargo, ante la
dificultad de probar el daño en algunos supuestos -en los que en la generalidad de los
casos ese daño existe- se establece por el ordenamiento jurídico una presunción de que
ciertos acontecimientos son dañosos, sin que quepa la prueba en contrario (v. gr.,
cuando se produce la muerte de una persona).
Cuestión distinta es la de la valoración del daño. En algunos casos esta operación es
sencilla (v. gr., cuando un automóvil es robado) y puede llegarse a una indemnización
efectiva. En otros esto no es posible no sólo por la difícil valoración del daño (como por
regla general en los seguros de personas), sino porque no puede llegarse a su pleno
resarcimiento, ya que su valor es, en principio, ilimitado. Para resolver esta dificultad se
establece en el contrato en el momento de su conclusión una suma que indica el valor
del daño que debe resarcirse por el asegurador, sin que en el momento de la verificación
del evento deba hacerse una valoración del daño. Además, como la suma señalada en el
contrato no resarce por completo, en estos supuestos, el daño real (que es en principio
ilimitado), es posible la existencia de varios contratos de seguros sobre el mismo interés
asegurado, si bien se exige que los conozcan los aseguradores (v. art. 101 L.C.S. ).
Vemos, pues, que mientras en ciertos seguros se pretende una eliminación completa del
daño, en otros seguros la suma pagada por el asegurador tiende, por regla general, a un
resarcimiento parcial del daño real (o si se quiere, a un alivio del daño).
Este distinto alcance de la prestación del asegurador se ha tenido en cuenta, sin duda, a
la hora de formular legislativamente la noción de contrato de seguro, de forma que, aun
cuando se reconoce su unidad, no deja de resaltarse la diferencia apuntada. (Véase, art.
1 LCS )
2.2. Clasificación del contrato
Aunque los criterios de clasificación son muy diversos, podemos señalar como división
más importante, de acuerdo con lo que acabamos de decir, la que distingue entre
seguros de daños en sentido estricto (de concreta cobertura de necesidad o con función
indemnizatoria efectiva) y seguros de personas o de sumas (de indemnización presunta
o de abstracta cobertura de necesidad). La importancia de esta clasificación radica aunque existan algunos supuestos que se resistan a entrar netamente en ella- en la
relevancia que tiene, a efectos del funcionamiento del contrato la prueba, valoración y
liquidación del daño.
A su vez, dentro de estos grandes grupos se pueden hacer varias distinciones, de las que
nos parece preferible, conforme a la sistemática seguida por la Ley de Contrato de
Seguro, la siguiente:
a) Seguros de daños: a’) Seguros de cosas (de incendios, transporte, robo, etc.); b’)
Seguros de crédito (crédito, crédito a la exportación, hipotecas); c’) Seguro de beneficio
esperado; d’) Seguro de deudas (seguro de responsabilidad civil y reaseguro).
b) Seguros de personas: a’) Seguros de accidentes; b’) Seguro de enfermedad; c’)
Seguro de vida (para caso de muerte, sobrevivencia y mixto).
2.3. Régimen del contrato
El contrato de seguro fue regulado por los Códigos civil y de comercio mediante
escasas normas, que tenían el carácter de derecho dispositivo. Este vacío legislativo fue
cubierto por las condiciones generales de los contratos y las normas de carácter
administrativo dictadas para el control de la actividad aseguradora. En especial la
Administración Pública ha venido vigilando la utilización de estas condiciones
generales, con el fin de evitar la utilización por los aseguradores de aquellas
consideradas como abusivas o ilícitas.
Pero para la normativa del contrato de seguro se venía reclamando una Ley que
recogiera la regulación fundamental del mismo, con la preocupación de proteger a los
asegurados, a los que se considera el contratante más débil, no ya sólo en sentido
económico, sino también a los efectos de conocer el alcance de la protección ofrecida
por el asegurador. A esta preocupación respondió la Ley 50/1980, de 8 de octubre, de
Contrato de Seguro (en adelante, L.C.S.), que a su entrada en vigor derogó los artículos
1791 a 1797 del C.c. , los artículos 380 a 438 del C. de c. y cuantos preceptos se
opongan a ella, si bien dejó vigentes las Leyes que de modo específico se aplican a
alguna clase de contrato de seguro (así, las normas sobre seguro marítimo, aéreo,
agrícola, de crédito a la exportación, etc.) (art. 2. y Disposición Final de la L.C.S.). La
Ley 21/1990, de 19 de diciembre, y la Ley 30/1995, de 8 de noviembre, han modificado
algunos artículos de la L.C.S. y la han completado con la regulación del seguro de
defensa jurídica y unas normas de Derecho internacional privado.
Los preceptos de esta Ley, en principio, tienen un carácter imperativo, a no ser que en
ellos se disponga otra cosa. No obstante, se entenderán válidas las cláusulas
contractuales que sean más beneficiosas para el asegurado (art. 2. L.C.S. ). Además, la
Ley establece que las cláusulas limitativas de los derechos de los asegurados deberán
ser aceptadas por escrito (art. 3.1), circunstancia que se subraya, entre otras, en la
sentencia del TS de 7 de diciembre de 1.998 . Sin embargo, no deben ser consideradas
como cláusulas limitativas de los asegurados aquellas cuya función es precisamente la
de delimitar o “concretar el riesgo asegurado” (Sentencia del TS de 18 de septiembre de
1.999 (230581).).
2.4. Normas de Derecho internacional privado
La libre prestación de servicios impuesta por las normas contenidas en el Tratado
constitutivo de la C.E.E., que consiente el aseguramiento de los riesgos por
aseguradores que tienen su establecimiento abierto en países de la Comunidad distintos
a aquel en que se encuentra el riesgo asegurado, ha hecho necesario dictar unas normas
de Derecho internacional privado, contenidas en los artículos 107, 108 y 109 de la
L.C.S. , a los que ha dado una nueva redacción la Ley 30/1995 .
a) El artículo 107 regula con detalle la ley aplicable en los casos de seguro contra
daños, determinando: en su apartado primero, cuándo será aplicable la ley española
(cuando los riesgos estén localizados en territorio español y el tomador del seguro tenga
su domicilio en España y en el supuesto de los seguros obligatorios, como sucede, por
ejemplo, en el de automóviles); en su apartado segundo, que en el caso de seguros de
grandes riesgos (que este artículo define con detalle) las partes tendrán libre elección de
la ley aplicable; y en su apartado tercero establece los criterios para determinar la ley
aplicable al contrato de seguro contra daños fuera de los casos previstos en los casos
indicados en los dos apartados anteriores.
b) El artículo 108 se ocupa de la ley aplicable para los seguros de vida (para los seguros
de personas distintos a los de vida, como el seguro de accidentes o de enfermedad o
asistencia sanitaria, rigen los criterios de los seguros de daños) y mantiene el criterio de
aplicar la ley de contrato de seguro española -por regla general- cuando el tomador del
seguro tenga su residencia habitual en España, o cuando tenga nacionalidad española y
resida fuera de España, así lo acuerde con el asegurador; también se aplicará la L.C.S.
española cuando el contrato de seguro de grupo se celebre en cumplimiento o como
consecuencia de un contrato de trabajo sometido a la ley española.
c) El artículo 109 declara que se aplicarán al contrato de seguro las normas generales de
Derecho internacional privado en materia de obligaciones contractuales en lo no
previsto en los artículos 107 y 108 .
La elección por las partes de la ley aplicable, cuando sea posible, deberá expresarse en
el contrato o desprenderse claramente de su contenido (art. 107.4 ).
2.5. Características del contrato
El contrato de seguro tiene los siguientes caracteres:
a) Es un contrato aleatorio, ya que las partes ignoran en el momento de su conclusión si
se verificará el siniestro, o al menos cuándo se efectuará, y generalmente cuál será la
entidad de las prestaciones económicas de las partes, de manera que desconocen el
beneficio que cada una de ellas podrá obtener del contrato.
b) Es siempre un contrato oneroso y además las prestaciones de las partes son
correlativas (por lo que se dice que el contrato es bilateral y sinalagmático), ya que la
prestación del asegurador, que deriva de su garantía, que se concreta en su obligación de
pagar una cantidad si se verifica el siniestro, se corresponde con la del contratante,
relativa al pago de la prima. (véase, STS de 28 de junio de 1989).
c) Es un contrato de duración (o de ejecución continuada) y único, aun cuando se
subdivida en períodos.
d) Es un contrato consensual (véase, STS de 27 de noviembre de 1.991), del que deriva
la obligación del asegurador de entregar un documento probatorio del mismo al tomador
del seguro.
e) Normalmente es un contrato de adhesión, ya que el asegurador predispone las
condiciones generales.
3. Elementos personales
3.1. Asegurador
El asegurador es la persona que asume la obligación del pago de la indemnización
cuando se produce el evento asegurado.
El ejercicio de la actividad aseguradora está reservado a las sociedades anónimas,
sociedades mutuas, mutualidades de previsión social y sociedades cooperativas, que la
Ley agrupa bajo la rúbrica genérica de “entidades de seguros”, que deben estar inscritas
todas ellas en el Registro Mercantil (art. 16.1-3.o C. de c. ). Las entidades aseguradoras
deben obtener previamente la oportuna autorización administrativa y estar inscritas,
además, en un Registro especial que se lleva en el Ministerio de Economía y Hacienda
(v. art. 5 y ss. de la Ley 6/2004). La autorización se concede por ramos de seguros y, a
petición de las entidades, puede extenderse a todo el territorio español o a un ámbito
menor. El objeto social de las entidades de seguros ha de limitarse al ejercicio de la
actividad aseguradora (operaciones de seguro, reaseguro y capitalización).
En todo caso, los aseguradores deben de operar sobre la base de una técnica actuarial
(aplica métodos estadísticos y matemáticos a la evaluación de riesgos en las industrias aseguradora y
financiera)
y están sometidos al control de la Administración del Estado. Este control
administrativo afecta tanto a las condiciones del ejercicio de la actividad aseguradora
(pólizas, bases técnicas, primas, etc.) como a los recursos patrimoniales de los que
deben disponer. Así, además de la exigencia de un capital mínimo para las sociedades
anónimas y las cooperativas y de un fondo, también mínimo, para las sociedades
mutuas, se exige que todos los aseguradores tengan en una determinada cuantía un
patrimonio propio no comprometido frente a tercero (el llamado “margen de solvencia”)
o bien un fondo de garantía.
Es importante hacer notar que el artículo 4 de la Ley 6/2004 declara la nulidad de pleno
derecho de los contratos de seguro celebrados o realizados por entidad no autorizada,
cuya autorización administrativa haya sido revocada o transgrediendo los límites de la
autorización concedida. Pero si acaece el siniestro y el contrato con un asegurador no
autorizado hubiera sido válido, nacerá la obligación de la entidad que lo hubiere
celebrado de satisfacer una indemnización, cuya cuantía se fijará con arreglo a las
normas que rigen el pago de la prestación conforme al contrato de seguro, sin perjuicio
del deber de indemnizar los restantes daños y perjuicios que hubiera podido ocasionar.
Esta obligación es solidaria de la entidad y de quienes estén desempeñando en la misma
los cargos de administración o dirección hubieren autorizado o permitido la celebración
de tales contratos.
3.2. Tomador del seguro y asegurado
Por regla general, contrata con el asegurador el asegurado, esto es, la persona que es
titular del interés asegurado y que, por consiguiente, está expuesta al riesgo.
Es posible, sin embargo, que quien realice el contrato con el asegurador, actuando en su
propio nombre, sea una persona diversa del asegurado. En este caso, aparece la
distinción entre contratante (o tomador del seguro), que toma parte en el contrato, y el
asegurado, que es el titular del interés asegurado (v. gr., un vendedor asegura la
mercancía por cuenta del comprador; el contratante será el vendedor, mientras que el
asegurado es el comprador). Es decir, el tomador del seguro puede contratarlo por
cuenta propia o ajena, si bien la Ley presume, en caso de duda, que actúa por cuenta
propia (art. 7.1. L.C.S.). El tomador del seguro -aun en el supuesto de que haya actuado
por cuenta ajena, es decir, que el asegurado sea otra persona- queda obligado con el
asegurador al cumplimiento de los deberes y obligaciones que derivan del contrato,
salvo aquellos que por su naturaleza se deban cumplir por el asegurado. Pero si éste
cumple otros deberes que corresponden al tomador del seguro -o efectúa la obligación
de éste de pagar la prima-, el asegurador ha de considerar válido ese cumplimiento (art.
7.2. ).
Si el tomador del seguro (en el supuesto de que sea persona distinta del asegurado) es
deudor de las obligaciones y deberes que derivan del contrato, no es el acreedor frente al
asegurador de la obligación fundamental que pesa sobre él, es decir, del pago de la
indemnización. El acreedor en este caso es el asegurado (art. 7.3. ). Sin embargo, esto
no es siempre así, pues en la ejecución del contrato pueden intervenir otras personas,
que crean situaciones más complejas. Así, en los seguros de personas se suele designar
como beneficiario de la prestación a una persona distinta del asegurado (lo cual es
necesario en el seguro para caso de muerte). Otro supuesto diverso es el de los seguros
de responsabilidad civil, en los que la Ley concede un derecho autónomo para percibir
la indemnización al tercero perjudicado (v. art. 76 de la L.C.S. ).
3.3. Agentes y corredores de seguros
Los corredores de seguros son personas o empresas que realizan la actividad de
mediación de seguros sin mantener vínculos contractuales que supongan afección o
dependencia con las
entidades
aseguradoras,
y que ofrecen asesoramiento
independiente, profesional e imparcial a los clientes que les soliciten la cobertura de un
riesgo.
La característica fundamental de los corredores de seguros es su independencia con
respecto a las entidades de seguros, lo que se concreta en la necesidad de que presten a
sus clientes un asesoramiento basado en un análisis objetivo sobre los productos
disponibles en el mercado. Se entiende que este asesoramiento objetivo se ha producido
cuando los corredores hayan analizado un número suficiente de contratos ofrecidos en el
mercado de modo que puedan formular una recomendación conforme a criterios
profesionales respecto al contrato de seguro que sería adecuado a las necesidades del
cliente.
Los agentes de seguros exclusivos son personas o empresas que, contratados por una
entidad aseguradora e inscritos en el Registro administrativo especial de mediadores de
seguros, realizan la actividad de mediación de seguros exclusivamente para dicha
aseguradora. Excepcionalmente, el agente exclusivo podrá mediar para otra entidad
aseguradora, con autorización de la inicial, pero sólo en los ramos, riesgos o contratos
en los que no opere la primera.
Los agentes de seguros vinculados son personas o empresas que, contratados por varias
entidades aseguradoras e inscritos en el Registro administrativo especial de mediadores
de seguros, realizan la actividad de mediación para todas las entidades de seguros para
las que trabajan.
Los operadores de banca-seguros son entidades de crédito o sociedades mercantiles
controladas o participadas por éstas que, mediante un contrato de agencia de seguros
con una o varias entidades aseguradoras y la inscripción en el Registro administrativo
especial de mediadores de seguros, realizan la actividad de mediación de seguros como
agente de seguros utilizando las redes de distribución de las entidades de crédito.
4. Formación y documentación del contrato
4.1. Carácter consensual
El contrato de seguro es de carácter consensual y, por consiguiente, se perfecciona
cuando se unen la oferta y la aceptación, cualquiera que sea la forma -oral o escrita- en
que se hayan manifestado. (Así, entre otras, STS de 28 de febrero de 1998 ) La Ley, sin
embargo, exige a efectos probatorios que el contrato y sus modificaciones o adiciones se
formalicen por escrito. La entrega del documento es, sobre todo, en interés del tomador
del seguro y por ello se impone la obligación al asegurador de entregarle la póliza u otro
documento (art. 5. L.C.S. ).
En la formación del contrato la Ley ha querido dar un distinto alcance a las
manifestaciones de las partes hechas por escrito con anterioridad a su celebración. Así,
mientras que la solicitud de seguro no vincula al solicitante, de forma que no puede
considerarse como una verdadera oferta del contrato por parte del presunto tomador del
seguro, (STS 2 de febrero de 1990) la proposición de seguro hecha por el asegurador
vincula a su proponente durante el plazo de quince días, de manera que aceptada por el
tomador del seguro, se perfecciona el contrato. Sin embargo, la Ley admite el acuerdo
de las partes de hacer retrotraer los efectos del contrato al momento en que se presentó
la solicitud o se formuló la proposición (art. 6).
4.2. Documentos del contrato
4.2.1. La póliza
La póliza es el documento que recoge el contrato de seguro, que, como sabemos, a
efectos probatorios debe constar por escrito (art. 5. L.C.S. ). La póliza debe contener
una serie de menciones que recogen los elementos esenciales del contrato, como las
partes, el riesgo cubierto, el interés, la suma asegurada, el importe de la prima, etc. (v.
art. 8. L.C.S.). En ella se incluyen también las condiciones generales del contrato, que
en ningún caso podrán tener carácter lesivo para los asegurados. Se han de redactar de
forma clara y precisa y se destacará de modo especial las cláusulas limitativas de los
derechos de los asegurados, que deberán ser específicamente aceptadas por escrito (art.
3.1. L.C.S. ). Interesa recordar que mientras bajo el régimen del C. de c. la póliza tenía
una función normativa de primer orden (ya que los pactos recogidos en la póliza, según
el art. 385 del C. de c. , prevalecían sobre sus disposiciones), no sucede lo mismo
conforme a la Ley del Contrato de Seguro, cuyos preceptos, según ya se dijo, tienen
carácter imperativo y sólo son válidas las cláusulas contractuales que sean más
beneficiosas para el asegurado (art. 2. L.C.S. ). Sin embargo, cuando se aseguran
“grandes riesgos” las normas de la L.C.S. pierden su carácter de imperativas y son
dispositivas, ya que prevalecen sobre ellas las condiciones pactadas por los contratantes
(art. 44.2 de la L.C.S ).
Las condiciones generales y, en general, los modelos utilizados por los aseguradores
están sometidos a la vigilancia de la Administración Pública, para impedir el empleo de
cláusulas ilegales o lesivas para los asegurados. No es necesaria, salvo en determinados
supuestos, la aprobación previa de esos modelos antes de su utilización, pero aun
cuando hayan sido aprobados por la Administración pública, las condiciones generales
no se transforman en Derecho objetivo y su licitud dependerá, en definitiva, de que
infrinjan la Ley o no. De ahí que pueda declararse la nulidad de esas condiciones
generales por los Tribunales, aun cuando estén aprobadas por la Administración (cfr.
art. 3.3. L.C.S. ).
La póliza de seguro se redactará normalmente en forma nominativa con designación
concreta del asegurado (cfr. art. 8.1. L.C.S. ). Pero además de esta forma puede emitirse
“a la orden”, de manera que podrá transmitirse mediante endoso o “al portador”, de
forma que la simple entrega del título sirva para su transmisión.
4.2.2. Otros documentos
La póliza puede completarse por un apéndice o suplemento, que tiene el mismo régimen
de documento probatorio del contrato (cfr. art. 5. L.C.S. ). Además, aparecen otros
documentos en el contrato de seguro: a) La solicitud del seguro, que, según vimos, no
vincula al solicitante (art. 6. L.C.S. ), de forma que es un documento que no recoge una
verdadera oferta de contrato, sino una simple declaración de querer conocer las
condiciones de ese contrato, tras aportar el potencial tomador del seguro los datos
precisos para la delimitación del riesgo; b) La proposición del seguro por el asegurador,
que le vincula durante el plazo de quince días para su aceptación por el tomador del
seguro (art. 6. L.C.S. ); c) La nota o documento de cobertura provisional, que sirve para
documentar un contrato de seguro en el tiempo que duran los tratos entre el asegurador
y el tomador del seguro antes de perfeccionarlo y que recoge un acuerdo de duración
limitada para la cobertura de los riesgos. También puede referirse al contrato de seguro
definitivo, en tanto recibe el asegurado la póliza (cfr. art. 5. L.C.S. ).
4.3. Deber de declaración del tomador del seguro
El contratante, antes de la conclusión del contrato, tiene el deber de declarar las
circunstancias que delimitan el riesgo que quiere que cubra el asegurador. Éste, sólo con
mucha dificultad y dentro de un ámbito limitado puede informarse directamente sobre el
concreto riesgo que pretende asumir, por lo que necesita la ayuda del futuro contratante
y requiere de él la información precisa para la concreción y valoración del riesgo (en los
formularios de propuestas preparados por el asegurador suele existir un cuestionario).
Como el asegurador ha de confiar en la descripción del riesgo que hace la otra parte, se
dice que el contrato de seguro es un contrato de máxima buena fe.
El tomador del seguro tiene el deber de hacer una exacta declaración que comprende el
decir exactamente cuánto declara y declarar cuanto sabe. Ha de hacer una declaración
de ciencia o saber que sirve para que el asegurador valore el riesgo y decida justamente
si lo asume o no, y en el caso de que decida celebrar el contrato -lo que sucede más
frecuentemente, dada la moderna organización técnica del asegurador- determine el
justo precio o prima que debe pagar el contratante. La declaración ha de hacerse por el
tomador a la vista del formulario presentado por el asegurador (art. 10.1. L.C.S. ), de
forma que el deber de declaración del tomador del seguro es, en realidad, un deber de
contestación o respuesta (STS 2 de diciembre de 1997 ) De tal forma que el tomador del
seguro, como es obvio, quedará exonerado de ese deber tanto si el asegurador no le
presenta un cuestionario como cuando se trate de circunstancias que, aun cuando
puedan influir en la valoración del riesgo, no están incluidas en dicho cuestionario
El C. de c. establecía que la declaración inexacta, aun de buena fe, implicaba la
posibilidad de anular el contrato (art. 381). Este rigor fue paliado en la Ley del contrato
de seguro, ya que en tal supuesto el asegurador únicamente puede resolver el contrato
mediante una declaración dirigida al tomador del seguro, que ha de hacer en el plazo de
un mes a contar del conocimiento de la reserva o inexactitud. Corresponderán al
asegurador, salvo que concurra dolo o culpa grave por su parte, las primas relativas al
período en curso en el momento que haga esta declaración. Si el siniestro sobreviene
antes de que el asegurador haga la declaración de resolver el contrato, la indemnización
se reducirá proporcionalmente a la diferencia entre la prima convenida y la que se
hubiese aplicado de haberse conocido la verdadera entidad del riesgo. Si medió dolo o
culpa grave del tomador del seguro quedará el asegurador liberado del pago de la
prestación.Al ser válidos los pactos favorables al asegurado, han de admitirse las
cláusulas de incontestabilidad o indisputabilidad por las que el asegurador renuncia -con
mayor o menor amplitud- a resolver el contrato aunque se haya realizado una
declaración inexacta o reticente por parte del tomador del seguro.
4.4. Duración del contrato
La póliza fijará la duración del contrato, que -salvo en los casos de seguro de vida- no
podrá fijar un plazo superior a diez años. Sin embargo, podrá establecerse que se
prorrogue una o más veces por un período no superior al año cada vez. Las partes
pueden oponerse a la prórroga del contrato mediante una notificación escrita a la otra
parte, efectuada con un plazo de dos meses de anticipación del período del seguro en
curso (art. 22 L.C.S. )
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