Ya se había ocupado él de romper el protocolo

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Diseño de tapa: Juan Pablo Cambariere
Colaboración periodística:
Alejandra Lazo
Marcelo Pensa
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JOSE ANGEL DI MAURO
CRISTINA K,
LA DAMA REBELDE
EDITORIAL SUDAMERICANA
Buenos Aires
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Di Mauro, José
Cristina K, la dama rebelde.- 1° ed. – Buenos Aires; Sudamericana, 2004.
ISSB 950-07-2580-0
Investigación Periodística. I. Título
CDD 070.44
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o
transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por
ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, eletróptico, por
fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo por escrito del autor.
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.
© 2004, Editorial Sudamericana S.A.
ISBN 950-07-2580-0
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A Mónica, por su apoyo, su tolerancia, sus consejos y su afecto.
A Giuliana, por su sonrisa, que me alegra la vida.
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Capítulo I
La recluta Fernández
Ya se había ocupado su esposo de romper el protocolo al decidir mezclarse entre la gente en su
camino hacia la Casa de Gobierno, adonde ingresaría por primera vez como flamante presidente de
la Nación. Por lo demás, trataban de seguir los pasos previamente establecidos, de modo tal de no
cometer errores.
¿La herida que lucía Néstor Kirchner en la frente -producto del impacto de una cámara
fotográfica como consecuencia de los apretujones del camino hacia la Rosada- debía ser tomada
acaso como una mancha dentro del esquema que se habían libretado? Probablemente no. Al fin y
al cabo, sería una anécdota de color que escandalizaría tal vez a algunos, pero que para la sociedad
en general luciría como un aval para esa frase que querían establecer como marca registrada para
el nuevo gobernante: un hombre común.
Aunque a ella, mucho más esquematizada en ese aspecto que su compañero de toda la vida, no
le hiciera demasiada gracia ese contacto tan desprolijo con la gente. Temía que esas actitudes
pudieran traerle problemas, y tan errada no estaba, a juzgar por la herida que le había dejado en la
frente el choque con una cámara fotográfica por semejante proximidad con el público. Choque que
a los pocos días se repetiría, esta vez sin sangre por otro encuentro cuerpo a cuerpo en el que se
mezclarían manos, abrazos, besos y esas lentes fotográficas que tan fuerte impacto provocaban.
Ya se lo reprocharía ella en privado, porque en ese aspecto -y en tantos otros- representaba el
ala dura del matrimonio.
Mientras tanto, ella se había ocupado de guardar un principalísimo segundo plano que había
sido minuciosamente meditado y que, paradójicamente, atraía todas las miradas. Había seguido la
asunción de su marido desde una banca del recinto, en una deliberada señal de que priorizaba su
rol legislativo por sobre el de primera dama. Y con ello, mal que le pesara a comunicólogos y
asesores, había atraído tanto o más las miradas. Como no podía ser de otra manera.
Porque nadie dudaba de que Cristina Fernández de Kirchner era una estrella, aunque ahora
debiera brillar con cierta intermitencia. No por nada se decía que la mujer del Presidente tenía una
luz propia que la había llevado a ser conocida por el gran público antes que su propio esposo.
Conocida y admirada. Y temida.
Pero ahí estaban ahora ellos dos, la pareja presidencial, junto al vicepresidente Daniel Scioli, su
esposa Karina Rabollini, y una incontable cantidad de colaboradores e invitados que festejaban su
hora más gloriosa. Acababan de jurar los ministros del nuevo gobierno y ahora el Presidente estaba
con los gobernadores. La gente, en tanto, poblaba la Plaza de Mayo dando un marco impensado
apenas diecisiete meses atrás, cuando las cacerolas y el fuego eran el marco que acompañaba la
caída del gobierno de Fernando de la Rúa. Ahora las imágenes eran otras, de festejo. De esperanza.
No es que no estuviera previsto, pero la decisión quedaba librada a cómo se dieran las cosas.
Para estar más seguros, el vocero presidencial, Miguel Núñez, decidió echar un vistazo a la Plaza,
para palpar el panorama.
Faltaban algunos minutos para las 18.30 y se acercó al despacho del vicepresidente, el que da a
la calle Balcarce y que casi nunca se usa. Vio mucha gente. Los diarios hablarían al día siguiente
de unas 20 mil personas; muchas llevadas en los micros fletados desde el conurbano con militantes
para despedir a Eduardo Duhalde y dar la bienvenida al sucesor que éste había elegido, pero una
gran mayoría eran miembros de la aun no extinta clase media; muchas familias que aguardaban en
la Plaza.
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¿Cuánta de esa gente que allí estaba había manifestado en el mismo lugar en diciembre de
2001? ¿Cuántos de esos que allí estaban eran compañeros generacionales de Néstor y Cristina
Kirchner, parte de una generación diezmada en los 70?
El vocero le pasó el dato a Néstor Kirchner, le susurró la buena onda que se percibía en la Plaza
y el Presidente se convenció. Miró a su esposa y ella asintió, porque se entendían con la mirada, en
un idioma que habían perfeccionado a fuerza de años de convivencia. La tentación estaba, y las
condiciones eran propicias como para salir por primera vez al balcón.
Y ahí salieron los Kirchner, junto a la pequeña Florencia, la hija de 13 años que ya había
estrenado el sillón presidencial, había cuidado el bastón de mando y ahora conocía desde arriba el
histórico balcón de la Casa Rosada. El matrimonio la ubicó entre ambos y luego Néstor Kirchner
invitó a su vicepresidente a compartir ese instante. Ahí estaban entonces los Kirchner, el
matrimonio Scioli-Rabollini y, en un segundo plano, Alberto y Aníbal Fernández, Oscar Parrilli y
tantos otros. Hasta se tentó el gobernador Felipe Solá, que salió un instante y luego volvió a entrar,
a sabiendas de que el protagonismo era ajeno.
La gente gritaba vivando ese instante. “¡Argentina, Argentina!”, fue el coro que hermanó a
todos, aunque no hubo que esperar mucho para escuchar el infaltable “es para Menem que lo mira
por tevé...”.
Para una gran cantidad de los que estaban en la Plaza era la primera vez que veían a un
presidente en el balcón de la Rosada. De hecho, no había habido mucho que festejar en las últimas
décadas, y en tren de asociar, el último instante de noviazgo entre la Plaza y el balcón se había
vivido tal vez cuando allí estuvieron Maradona y sus compañeros de selección a la vuelta del
Mundial de Italia. Oportunidad en la cual Carlos Menem se coló detrás del Diego, para absorber
un poco de ese protagonismo ajeno.
Mucho no se veía desde abajo, aunque era obvio que ese hombre alto, al centro, con los brazos
levantados, era el flamante presidente. La que se notaba claramente era Cristina Fernández de
Kirchner, vestida para la ocasión con un elegante tailleur color crudo. Si de destacarse se trata, ella
tenía un don natural.
Y ahí estaba el matrimonio Kirchner, parado frente a 20 mil personas que vivaban por una
democracia que salía de terapia intensiva. Y no pudieron dejar de recordar que ellos exactamente
treinta años atrás habían estado en el mismo lugar, aunque del lado de abajo, vivando entonces al
presidente Héctor J. Cámpora. Otros tiempos, otras expectativas.
En eso pensó Cristina, con los ojos nublados por la emoción. Pensó también en la sucesión de
episodios imborrables que estaba viviendo ese día inolvidable, y por un instante recordó que,
mientras aguardaba que su esposo recibiera el bastón presidencial de manos de Eduardo Duhalde,
sentada en una banca de la Cámara de Diputados, había rememorado fugazmente su pasado en ese
Congreso. Su irrupción arrolladora, su pelea interminable con sus propios compañeros de bancada
y cómo la propia conducción de su bloque, con su comportamiento predecible, había logrado
preservarla al intentar sacársela de encima.
Opacada por Graciela
El recuerdo de Cristina no pudo obviar en ese instante el momento en el que, con apenas 39
años, asumía por primera vez como senadora nacional. Centro de las miradas de sus futuros
compañeros recinto, que poco sabían de su existencia más allá de que era la esposa del gobernador
de Santa Cruz y que no podían evitar sentirse sorprendidos por la belleza y juventud de una mujer
en ese sitio.
Es que la Cámara de Senadores no era por entonces un lugar tan abierto como se convertiría
seis años más tarde como consecuencia directa de la reforma constitucional y la aplicación de la
ley de Cupo, sino más bien un hábitat ocupado por ex gobernadores de paso por el Senado para un
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“descanso” de lujo tras su paso por el poder -mientras aguardaban volver a mandar en sus
provincias-, innumerables gerontes de la política y no pocos hábiles operadores capaces de lograr
el favor de sus gobernantes y legislaturas para acceder a un escaño. A partir del 2001, cuando por
imperio de la Constitución sancionada en 1994 los representantes de ese cuerpo comenzaron a ser
elegidos por el voto popular, la Cámara alta cambió completamente sus características, las cuales en rigor de verdad- habían comenzado a modificarse a partir de la ampliación del número de
senadores, que pasó de 48 a 72, merced al invento del tercer senador como representante de las
minorías.
Cristina Fernández de Kirchner llegó al Senado con la primer camada que amplió el Cuerpo. La
Legislatura de su provincia la había elegido para ese cargo dos meses antes, para reemplazar a
Pedro Molina, quien hasta entonces había sido presidente de la bancada justicialista. Junto a ella,
que fue votada por 19 de los 22 legisladores presentes, llegó el radical Juan Ignacio Melgarejo,
nominado por la minoría con apenas cinco votos.
Junto a Cristina juraron como senadores ese día de noviembre de 1995 treinta y dos de los
cuarenta nuevos legisladores, entre ellos el salteño Emilio Cantarero, quien poco tiempo después
se convertiría -siempre desde un segundo plano- en un hombre clave en la conducción del bloque
oficialista y quedaría sumamente comprometido en la causa de los presuntos sobornos por la
Reforma Laboral. En esa ocasión, el salteño Cantarero llamaría la atención en forma inversamente
proporcional a lo que lo haría a lo largo de su gestión, caracterizada por el perfil bajo y las
negociaciones ocultas -actitudes que sólo transgredió cuando se fue de boca ante una periodista de
La Nación al confesar supuestamente la trama secreta de las coimas-. Es que al jurar como
senador, no sólo levantó un ruidoso festejo entre el público presente, sino que además cumplió con
el rito de la jura en compañía de su familia.
Uno de los ocho senadores que no juraron ese día fue Carlos Alberto Reutemann, quien optó
por hacerlo después del 10 de diciembre, cuando ya hubiese finalizado su mandato como
gobernador de Santa Fe.
También juraron ese día los radicales José Genoud y Raúl Galván y el justicialista Omar
Vaquir, los únicos que lo hicieron por Dios y por la Patria. La mayoría de los legisladores, y
Cristina entre ellos, juraron en cambio por Dios, por la Patria y los Santos Evangelios. Al hacerlo,
la representante de Santa Cruz atrajo para sí todas las miradas, ya no sólo por su belleza, sino
también por su elegancia y juventud, así como por su escaso apego a los saludos formales. Estaban
allí presentes no sólo su esposo, sino también su hijo varón de 23 años y su pequeña de apenas
cinco años recién cumplidos, que permanecían en el recinto, aunque Cristina no los tuvo a su lado
a la hora de prestar juramento ante el presidente del Cuerpo, Carlos Ruckauf, como tampoco tuvo
al lado a ningún otro senador. Juró en cambio sola, vestida por un tailleur rosa con pantalones, la
mano derecha extendida sobre la Biblia. Seria y con su flequillo característico.
Poco después Cristina ocuparía la banca en la que rápidamente adquiriría notoriedad, pero esta
vez lo haría en compañía de su hija, que se sentó en la misma antes que ella, como años después lo
haría en el sillón de Rivadavia estrenándolo antes que su padre.
Pero si bien fue foco de atención por unos momentos, la más requerida por los reporteros
gráficos ubicados en los palcos y los periodistas no resultó Cristina, sino otra mujer, que por
entonces ostentaba el título virtual de ser la política del momento: Graciela Fernández Meijide.
Representante del Frepaso, Graciela había llegado al Senado en este caso a través de las urnas, tras
derrotar al justicialista Erman González y el radical Jorge Vanossi. Previamente había presidido la
Convención Constituyente en la que se creó la Carta Magna de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires. Al ser consagrada senadora había logrado su segundo triunfo arrollador consecutivo y
todavía tendría cuerda para más, ya que dos años más tarde le infligiría al duhaldismo un golpe de
nocaut, al vencer ya en la mismísima provincia de Buenos Aires a Hilda Chiche Duhalde en la
elección para diputados.
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Graciela y Cristina fueron las únicas dos mujeres que juraron en ese Senado ampliado, en el que
seis años después se aplicaría la ley de Cupo, de modo tal de ampliar la presencia femenina a un
tercio. Pero por entonces la más destacada y en la que se habían puesto todas las expectativas era
Graciela, quien de todos modos pasaría por el Cuerpo sin dejar mayor marca, como tiempo
después sucedería con su experiencia en el Ejecutivo.
No sería el caso de Cristina Fernández, esa joven senadora que lejos estuvo de cumplir el rol de
figurita decorativa que muchos se apresuraron a asignarle cuando la conocieron ese día en el
Senado.
La Convención Constituyente
Pecaron de desinformados. Todos los que se limitaron a observar el envase de esa flamante
legisladora no se preocuparon siquiera de repasar sus antecedentes, para lo cual no debían
extenderse a sus tiempos de militancia, sino a su etapa como legisladora provincial, que había
extendido a lo largo de siete años y en los que brilló con luz propia -más allá de ser la esposa del
gobernador-, dicho esto por sus propios adversarios.
O ni siquiera debían ir tan lejos. Con sólo ver el papel de Cristina a lo largo de la Convención
Constituyente celebrada en 1994, hubiesen tenido un buen dato como para saber de sus
características.
De todos modos, no podría decirse que el matrimonio Kirchner tuviera un papel gravitante
durante la reforma de la Constitución, aunque bien sirvió para vislumbrar los objetivos de ese
proyecto político. Es que para 1994 ya existía la intención política de los Kirchner -dicho así, en
plural, como se debe por tratarse de un proyecto conjunto- de enfrentarse al modelo encarnado por
el presidente Carlos Menem, con el que hasta entonces habían mantenido una relación en términos
normales. Lo hacían por cuestiones de principios, convencidos de que el modelo había agotado sus
beneficios y se imponía un fuerte cambio de rumbo que ese gobierno no estaba dispuesto a dar.
Y tenían con qué oponerse, ya que un año atrás la provincia se había alzado con una fortuna de
570 millones de dólares en efectivo y acciones de YPF, producto de haberle ganado a la Nación un
juicio por la mala liquidación de regalías. Esto es, Néstor Kirchner no era un gobernador afín al
menemismo ni mucho menos, ni tampoco tenía características que lo mostraran sumiso al poder
central; pero no cualquier mandatario provincial, y mucho menos uno de una provincia lejana y
pequeña, puede arriesgarse a mantener una postura de tirantez perpetua con el gobierno nacional a
menos que tenga las espaldas suficientes como para soportar las consecuencias.
Esos fondos que le cayeron a la provincia como un regalo del cielo operaron como factor
providencial y obraron de bandeja de plata para encarar el camino de la rebeldía para los Kirchner,
cuya cabeza hasta entonces visible, la del gobernador santacruceño, había definido ya un perfil
político diferente dentro del peronismo.
Néstor Kirchner se mostró entonces como un gobernador que venía a plantear que el modelo no
servía, por cuanto había una enorme concentración de la riqueza que convivía obscenamente con
una gran exclusión social.
El espacio ideal para estrenar esa postura fue la Convención Constituyente de Santa Fe, adonde
Santa Cruz envió siete representantes. Por el justicialismo concurrieron Néstor Kirchner; el
entonces vicegobernador Eduardo Arnold; Cristina Fernández; el en ese momento titular del
bloque justicialista del Senado, Pedro Molina; y el ex gobernador Arturo Puriccelli, elegidos en
ese orden, mientras que el radicalismo envió los dos representantes restantes: Héctor Di Tullio y
María Aguilar Torres.
El trabajo básicamente se centró allí en la defensa del federalismo, aunque esa actitud pretendió
ser impuesta más en cuestiones prácticas que de índole institucional o constitucional. Cristina
trabajó especialmente en la Comisión de Coparticipación Federal, desde donde defendió el texto
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de la nueva ley que regiría el reparto del dinero entre los Estados provinciales, estableciendo los
lineamientos constitucionales para la misma que iban a redundar en el mantenimiento de los
recursos de la provincia o en el incremento que eso podía significar. Y la otra área en la que
trabajó fue la provincialización de los recursos naturales, que quedó plasmado en el artículo 124 de
la Constitución Nacional que otorga el dominio originario de los recursos a la provincia donde
estos se encuentren.
El texto de ese articulado tuvo una gran importancia para Santa Cruz, habida cuenta que la
mayor parte de sus ingresos se originan por regalías petroleras y gasíferas, y recursos de la
actividad pesquera. “Esto estaba en manos de la Nación y en base a lo dispuesto por la nueva
Constitución, pasaron a manos de las provincias”, señala Roberto Bustos, quien asesorara a la
convencional Fernández en 1994, y recuerda que con esos fines se establecieron alianzas
estratégicas con constituyentes de provincias patagónicas, así como con los de Salta, Jujuy,
Mendoza, Formosa, y de todo el litoral marítimo.
Con lo cual se contó hasta cierto punto con el apoyo vital de la provincia de Buenos Aires por
los recursos pesqueros, ya que una ley de los tiempos de Onganía establecía que la jurisdicción
provincial llegaba hasta las tres millas. “Con la nueva legislación se pretendía llevar esa
jurisdicción hasta las 200 millas, que es el límite de la Nación. Esto se logró a medias, ya que se
pretendía también otorgar permisos de pesca y lograr ciertos recursos”, rememora Bustos.
Cabe aclarar que donde sí votaron distinto Santa Cruz y Buenos Aires fue en el tema de la
coparticipación. Los convencionales bonaerenses lo hicieron en consonancia con sus pares
santafesinos, luego de convencer a Carlos Reutemann, también convencional (Eduardo Duhalde
fue quien logró persuadir al gobernador de Santa Fe). Cristina estaba en la vereda de enfrente en
esa votación que se definió entre las 4 y las 5 de la madrugada y de la que salió un dictamen de
mayoría y otro de minoría, que correspondía a Buenos Aires y Santa Fe.
Ese fue un aspecto de la actuación de Cristina Fernández en lo meramente técnico legislativo,
porque en el plano político, junto a su marido fue una férrea opositora al Núcleo de Coincidencias
Básicas (NCB) establecido por Carlos Menem y Raúl Alfonsín en el marco del Pacto de Olivos.
Esto es, más allá de la defensa regional basada en buscar que la nueva Constitución estableciera
beneficios para Santa Cruz, cosa que cada convencional repitió en favor de sus respectivos
distritos, el elemento distintivo de los Kirchner, con el que comenzaron a marcar la cancha para su
confrontación con Carlos Menem, fue el rechazo a ese paquete armado por las principales espadas
de Menem y Alfonsín en el que se estableció qué cosas se iban a modificar de la futura
Constitución.
Néstor Kirchner, como todos los gobernadores, estaba a la hora de las votaciones, para las que
llegaba a Santa Fe especialmente. Cristina, en cambio, se quedaba en la Convención toda la
semana, trabajando en el entramado de la nueva Carta Magna. Ella no era hasta entonces conocida
por sus colegas, ni aun por sus compañeros de partido a quienes llamó la atención en aquel
momento su fuerza de convicción para defender sus posiciones. “La nota saliente de Cristina era la
ubicuidad en sus posiciones políticas, sus conocimientos del derecho muy sólidos y el fervor con
el que defiende sus posiciones”, recordó de ella un convencional peronista que entonces era
diputado nacional y más tarde se convertiría en intendente.
De entrada, Cristina se opuso al Pacto de Olivos, advirtiendo su pretensión de establecer una
revisión más general de la Constitución, así como una mayor libertad de los constituyentes. Esto le
valió diferencias con los dos bloques mayoritarios que apoyaban al Núcleo de Coincidencias
Básicas, especialmente con los sectores menemistas y alfonsinistas.
Fueron sus primeras coincidencias con Elisa Carrió, quien a diferencia de Cristina concitó la
atención general de los medios a partir del duro discurso antipactista con el que desafió en la
Convención a su mentor político, Raúl Alfonsín. Esa chaqueña por entonces desconocida, no tan
entrada en kilos como se la vería más tarde durante su gestión legislativa, y más cuidada en el
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aspecto personal, aunque con la misma verborragia que la caracterizaría a lo largo de su carrera
política, sorprendió a todos por su claridad de pensamiento y el discurso confrontativo con el que
se plantó ante su partido.
Con ella Cristina cimentaría a partir de entonces una relación de discusión política que se
extendería a lo largo de los años, con altos y bajos, y caracterizada también -por qué no decirlopor la competencia personal por el favor de los micrófonos.
Pero por entonces la relación se circunscribió a la coincidencia en cuanto a métodos y a fines,
en función de que ambas se oponían al paquete cerrado que representaba el Núcleo de
Coincidencias Básicas y a la predisposición favorable a disentir dentro de las estructuras
partidarias, a la libertad de pensamiento.
Ya como senadora, Cristina Fernández fundamentaría la posición con la que se plantó ante las
decisiones del Ejecutivo enfatizando que, como senadora, lo suyo era representar a su provincia y
no pasaba por apoyar o combatir las decisiones del Ejecutivo. “Pasa por discutir y analizar lo que
le conviene al conjunto del país, y en especial a las provincias. Obviamente que en aquellas
cuestiones que estén en contradicción con los intereses de la región, voy a optar por una postura
provincial”, señaló, poniendo como ejemplo precisamente “el rol que cumplimos en la Reforma
Constituyente, ya que tuvimos una postura diferente a la que presentó nuestro bloque,
especialmente al tema de la coparticipación”.
El tercer tema concreto al que se abocó apuntaba a la búsqueda de un cambio político, del
fortalecimiento de las instituciones y la transparencia, posturas que sirvieron para que muchos
ubicaran el pensamiento de los Kirchner más cercano al Frepaso de Chacho Alvarez y José
Octavio Bordón, quienes representaban la oposición más concreta a la metodología menemista.
Justamente con Alvarez la entonces constituyente Fernández protagonizó un episodio llamativo,
sobre todo puertas adentro del justicialismo. Fue cuando el frepasista hizo un discurso considerado
por muchos como brillante, en el que aludió a la transparencia política, la construcción de un
nuevo esquema y una nueva forma de poder. El mensaje tenía obviamente un fuerte contenido
contra las políticas que encarnaba Menem y ella lo aplaudió vivamente, cosa que -según ciertas
fuentes cercanas al kirchnerismo- habría incomodado incluso a su esposo, por entonces
convencional como ella pero también gobernador, y que como tal debía dar cuentas después al
poder central.
“No recuerdo que haya existido un cortocircuito entre ellos por este tema -desdramatiza
Roberto Bustos-. Incluso el discurso de Kirchner, siendo gobernador y presidente del partido en la
provincia, fue mucho más duro que el de Chacho Alvarez”.
Cortocircuito o no en la pareja, está claro que por esos años no caía para nada bien en el partido
que una integrante de esa misma bancada aplaudiera a un enemigo declarado como había pasado a
ser el líder frepasista. Tolerancia que sí podía darse en cambio a la hora de los discursos de cada
uno. Pero la situación de los Kirchner estaba claramente definida por entonces: ella, conforme a su
estilo, iría siempre al choque y constituiría el ala combativa de la pareja.
Prerrogativa que deja el hecho de legislar y que no siempre puede permitirse quien gobierna.
Los convencionales justicialistas califican como “fenomenal” el discurso de Chacho Alvarez a
la hora de votarse el reglamento de la Convención, que era el centro de la discusión pues marcaría
el camino de cómo sería la reforma. El titular de la bancada justicialista era el entrerriano Augusto
Alasino, a quien le costó entre cinco y seis sesiones tomarle el ritmo a la Convención. Hasta
entonces, ahí el peronismo flaqueaba, reconocen sus pares de entonces. Situación que comenzó a
revertirse a partir de un discurso brillante de Antonio Cafiero, que sirvió para levantar el papel del
justicialismo en esa Convención y le dio otro oxígeno a la discusión.
La Convención Constituyente de Santa Fe fue para todos los que formaron parte de ella una
experiencia irrepetible y constituyó un ejercicio legislativo inédito, en el que el oficialismo debió
utilizar todos los elementos disponibles para sortear las situaciones difíciles que se le planteaban.
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Por ejemplo, cada vez que las papas quemaban en la Convención, se hacía un cambio de la
presidencia: Eduardo Menem la cedía a Alberto Pierri, quien entonces era presidente de la Cámara
de Diputados de la Nación y por lo tanto tenía más experiencia para manejar a grupos muy grandes
y situaciones ciertamente conflictivas.
A la hora de su propio discurso, Cristina Kirchner fue también altamente crítica. En su mensaje
ante los constituyentes levantó las banderas del peronismo y básicamente se centró en la necesidad
de establecer un nuevo federalismo y una mejor distribución de los recursos. Pero no con todo el
NCB estaba en desacuerdo ella. Coincidía por ejemplo en la elección directa de los senadores, de
la que saldría beneficiada siete años después. Y no se oponía a la reelección presidencial, así
estuviera hablándose de Menem.
Hacerlo hubiera sido una total hipocresía, por cuanto un año más tarde su propio esposo
reformaría la Constitución provincial para poder ser reelecto. El argumento que utilizaba para
justificar la reelección presidencial era que tener la posibilidad de ser reelegido por su pueblo es un
derecho que le corresponde a cualquier gobernante.
El desafío de Parque Norte
En su paso por la Convención Constituyente, los Kirchner estrecharon lazos con referentes del
justicialismo porteño, que habían concurrido a Santa Fe acompañando a Eduardo Valdés, quien
había llegado allí como convencional por Capital Federal, elegido en la elección en la que Chacho
Alvarez derrotó a Carlos Corach. Valdés estaba acompañado por un grupo entre los que se
encontraban Jorge Argüello y su ex vocero de prensa, Miguel Núñez, provenientes también de la
experiencia de lo que fue la Lista Verde en Capital, eterna opositora al oficialismo en el PJ
metropolitano.
En charlas desarrolladas durante los intermedios del trabajo legislativo y cenas acaloradas, se
cimentó una amistad que continuaría en Buenos Aires y que se pondría en práctica durante un
recordado congreso peronista celebrado en Parque Norte. Recordado por haber sido el lugar donde
Néstor Kirchner volvió a marcarle el terreno al entonces presidente Menem.
Ya los Kirchner habían dejado su impronta en la Constituyente, pero lo de Parque Norte fue,
para la interna del peronismo, un hecho político más fuerte. Eran tiempos de fervor menemista, en
vísperas de la reelección del riojano y sólo dos voces se escucharon para oponerse. Una fue la del
entonces gobernador santacruceño y la otra fue la de un ignoto congresal que dijo: “Yo soy
Alberto Rodríguez, de La Paternal” y acto seguido empezó a pegar.
Como corresponde en esos casos, el presidente Menem llegaría más tarde, sobre las
postrimerías del evento, dato que no pasó desapercibido por Kirchner, quien volvió a pedir la
palabra y repitió de memoria el mismo discurso crítico que había pronunciado antes, ahora para los
oídos del riojano, que lo escuchó con un rictus de molestia. Al concluir, los aplausos menguaron
con relación a los que había cosechado antes, y por supuesto que a la hora de los votos perdieron
por muerte.
El grupito de no más de diez militantes porteños que había acompañado a los Kirchner,
provenientes de aquellas tertulias santafesinas, no la pasó bien en ese acto. “Eramos un grupo muy
minoritario, la concurrencia era mayoritariamente menemista... y había un clima muy hostil”,
recuerda uno de ellos, capaz de describir una a una las caras de los batatas del Mercado Central
que los miraban amenazantes.
“Andaban diciendo que nos iban a cagar a trompadas... No sabíamos si salíamos”. Pero no pasó
nada, y producto de esa experiencia siguió gestándose esa agrupación que terminaría conformando
lo que se daría en llamar La Corriente, y que dio cauce a la proyección nacional de Néstor
Kirchner.
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La Corriente se lanzaría varias veces en la Capital Federal, pero el estreno, que pocos recuerdan
porque apenas unos 300 eran los que allí estaban, tuvo lugar a mediados de los 90, cuando Cristina
Fernández llevaba poco tiempo como senadora. Fue en el subsuelo de Unione e Benevolenza y allí
hablaron Antonio Cafiero y Néstor Kirchner. Con el tiempo, el segundo se convertiría en primer
mandatario y el ya veterano senador le reprocharía por su poco apego al peronismo tradicional.
Pero eso ocurriría en un futuro por entonces muy lejano.
Ya elegida Cristina senadora, los Kirchner comenzaron a delinear el desembarco de la dama en
Buenos Aires, donde tendría que vérselas con muchas de las caras con las que había compartido el
trabajo en la Constituyente, aunque ahora con un perfil más crítico. Para hablar del tema se
encontraron a cenar una noche Eduardo Valdés y los Kirchner en La Mosca, un restaurante de
Retiro.
Valdés, operador por excelencia, discutió con sus interlocutores sobre la difícil coyuntura que
debería afrontar el proyecto de los K. Pero quien más tarde integraría el gobierno de Néstor
Kirchner ocupando un puesto en la Cancillería al que llegó de la mano de Rafael Bielsa, no era de
achicarse ante las difíciles. Ya lo había demostrado auspiciando precisamente a Bielsa como
candidato a jefe de Gobierno porteño, y sin dejarse caer en la depresión cuando ese apellido se
convirtió poco menos que en mala palabra luego de la fallida experiencia del hermano del futuro
canciller en el Mundial de Japón. Cuando le hacían la inevitable referencia, Valdés se limitaba a
sonreír y insistía en su propuesta, asimilando a su candidato como si hablara de acciones
bursátiles: “Compren Bielsa ahora que está barato”.
Ya convertido en operador político de Kirchner en la Capital, Néstor le planteó la necesidad de
que alguien se encargara de manejar la relación de los medios con la futura senadora. Valdés
sugirió el nombre de Miguel Núñez, uno de los que habían estado en Parque Norte durante ese
complicado congreso. El gobernador santacruceño aceptó y quien años más tarde se convertiría en
su vocero presidencial debutó como asesor de su esposa haciendo aparecer su nombre y su foto en
una pequeña noticia del diario Clarín, donde ya se la mostraba con los tacos de punta, criticando al
entonces ministro Carlos Corach y a la conducción del bloque de senadores justicialistas.
Para entonces ya estaba definido que Dante Dovena, un hombre de la entraña kirchnerista, se
iba a encargar de manejar el despacho de Cristina en el Senado. Dovena y Núñez se conocían de la
época en que el primero había sido diputado, tiempos de la renovación peronista, en los que el
periodista trabajaba en La Razón y el legislador cercano da José Luis Manzano se había convertido
en una de sus fuentes de consulta. De ahí que Dovena también coincidiera en la elección de Núñez
como vocero de Cristina, con quien el periodista comenzó a gestar una relación profesional y
política.
Quien debería acompañar a la esposa del gobernador como senador en aquella complicada
etapa en el Senado ya llevaba un buen tiempo en el Senado, al que de todos modos había llegado
con demora, por cuanto la Legislatura provincial había demorado la aprobación de su pliego.
Felipe Ludueña, que de él hablamos, era un veterano dirigente santacruceño proveniente del
SUPE, gremio con el que Néstor Kirchner había hecho buenas migas. Puede que el pobre Ludueña
ni imaginara entonces que se habían acabado sus tiempos de tranquilidad en la Cámara, pero su
primera misión no parecía ser tan difícil: conseguir un buen despacho para la flamante senadora.
Lo malo fue que los medios reflejaron la especie como una supuesta “embestida” que él habría
protagonizado ante sus pares Augusto Alasino y Omar Vaquir, para obtener un buen espacio para
Cristina, y Ludueña reaccionó espantado, aclarando que semejante versión no se condecía con su
estilo respetuoso para tratar a sus pares. Empero, reconoció que había hecho gestiones
“inmobiliarias” por la esposa de su gobernador, indispensables -la verdad sea dicha- en un ámbito
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en el que los buenos despachos se obtienen a veces irrumpiendo por la ventana o violentando
cerraduras.
Cristina tuvo un despacho acorde en el momento justo, por cuanto en un futuro esa prerrogativa
le hubiera estado vedada, habida cuenta de la mala relación con sus pares de bancada. Pero la
misma falta de información de la que adolecieron Alasino y compañía podría asistirle al propio
presidente Carlos Menem, quien -según afirman fuentes de la época- confiaba en contar con esa
tenaz legisladora para defender sus posturas ante los medios. Esto es, bien podría Cristina
convertirse en una de las espadas mediáticas de la causa menemista, pero el encantamiento fue
fugaz. Ni bien tuvo oportunidad, la esposa del gobernador santacruceño aprovechó su desenvoltura
ante los medios exactamente para lo contrario de lo que el riojano esperaba.
El enfrentamiento con Menem no fue de entrada una guerra declarada. Cristina respetaba por
entonces la investidura del riojano más famoso, limitándose a plantear sus diferencias en temas
puntuales como por ejemplo el indulto de los carapintadas y los miembros del MTP con el que se
especulaba a fines del 95. “Le pediría al Presidente que si tiene in mente esta decisión, por favor
recapacite y no la tome, porque creo que no se puede dar mensajes y señales tan confusas al
conjunto de la sociedad -diría entonces-. No puede ser que un ciudadano común, cuando infringe
la ley, sea castigado con toda dureza, y quienes han hecho de esto prácticamente un deporte,
caminen por las calles sin problemas”.
Paso por paso, a los que primero les marcó la cancha Cristina fue a sus futuros compañeros de
bancada. “Acá todos somos representantes de las provincias y no pasa por apoyar o combatir las
decisiones del Ejecutivo; pasa por discutir y analizar lo que le conviene al conjunto del país, y en
especial a las provincias. Obviamente entonces que en aquellas cuestiones que estén en
contradicción con los intereses de la región, voy a optar por una postura provincial”, advertía,
poniendo como ejemplo reciente la experiencia de la reforma constituyente.
Empero, la flamante legisladora aclararía que si bien privilegiaba su pertenencia provincial, ello
de ninguna manera significaba perder la pertenencia partidaria: “Por el contrario, lo que sucede es
que existen distintas concepciones de cómo se sirve más al justicialismo, y yo creo que se sirve
cumpliendo las funciones que la gente nos ha encomendado, y nosotros vamos a defender los
intereses de Santa Cruz. Entonces no hay contradicción entre ser justicialista y representar los
intereses de la gente que nos ha votado”.
La bandera con la que debutó legislativamente fue la de la defensa provincial, aunque
prontamente marcaría sus diferencias directamente con el Ejecutivo. No ahorró críticas por
ejemplo contra el presidente Menem por sus reiteradas ratificaciones de María Julia Alsogaray al
frente de la Secretaría de Medio Ambiente, reclamo que partía sobre todo desde el propio Poder
Legislativo. “Menem tiene una interpretación errónea del caso, en cuanto a que interpreta que
podría quedar desairado o sentirse presionado por parte del Congreso”, señalaba una medida pero
crítica senadora Kirchner.
No tardaron demasiado sus colegas de bancada en advertir que no siempre podrían contar con el
voto de Cristina Kirchner. Corrección: difícilmente pudieran disponer alguna vez de ella cuando se
tratara de cuestiones que les interesaran particularmente.
No llevaba cinco meses en el cargo cuando Cristina se convirtió en la excepción de su bloque al
votar en contra del proyecto de prórroga del Pacto Fiscal II, que extendía su vigencia hasta fines de
1996. La prórroga del Pacto le permitía a Economía disponer de un piso de coparticipación de 740
millones de pesos mensuales a distribuir entre las provincias, las cuales no recibían fondos desde
hacía cinco meses. Un retraso que incidió directamente en la decisión de varios senadores
radicales que terminaron sumándose insólitamente al oficialismo para lograr que se aprobara la
norma.
La rotura de lanzas con sus pares tendría lugar por esos mismos días, aunque no por su
oposición a la prórroga del Pacto Fiscal. Acababa de estallar el escándalo por la venta de armas
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argentinas a Ecuador, país que libraba con Perú lo que se conoció como la Guerra del Cóndor, y un
conflicto en el que Argentina ocupaba el rol de garante de la paz.
En ese marco, existían fuertes presunciones de que armas argentinas que tenían como destino
declarado Venezuela hubieran sido desviadas a Ecuador, y el Poder Legislativo reclamó para sí el
papel investigativo. Obviamente el Ejecutivo fue remiso a otorgar semejante concesión y demoró
cuanto pudo la concurrencia del ministro de Defensa Oscar Camilión al Parlamento, donde los
propios diputados oficialistas eran partidarios de hacerle juicio político por su responsabilidad en
la operación.
“No creo en los argumentos que viene sosteniendo el ministro; no me suenan creíbles, por lo
tanto debemos actuar con independencia y dejarlo librado a su suerte”, advertía el justicialista
Carlos Soria, quien junto con su comprovinciano Miguel Angel Pichetto encabezaba el ala más
dura contra Camilión. Sin embargo, la orden que bajó desde el Ejecutivo y que canalizó el
entonces titular del bloque justicialista de Diputados, Jorge Matzkin, fue atenuar los embates de la
oposición. Esto es, en lugar de permitir su interpelación en el recinto, lo harían peregrinar por las
comisiones de Defensa de ambas Cámaras, comenzando por el Senado, donde las voces eran
menos críticas.
“El tema de la interpelación no va a aclarar más de lo que pueda surgir en las comisiones de
Defensa”, argumentaba el presidente provisional del Senado, Eduardo Menem, un convencido de
que “muchas veces se utiliza la interpelación para hacer un show periodístico”. En cambio, a su
juicio resultaba “mucho más ágil el trámite en una comisión, en la que se puede preguntar
libremente, sin estar sujetos a los pesados discursos que surgen en una interpelación”.
Por disposición presidencial, Camilión le esquivó el bulto a la oposición en un escándalo que
más tarde se vería que había constituido otra de las páginas oscuras del menemismo, por cuanto
también había incluido el desvío de armas a Croacia, tema que llevó al propio Carlos Menem a
quedar preso. Eso se modificó por una visita a diputados y senadores de su partido, donde de todos
modos no la sacó tan barata, por cuanto al menos se fue con un sabor agridulce, ya que
sorpresivamente la senadora Cristina Fernández se despachó pidiéndole la renuncia.
“Hay apresurados que están sacando conclusiones antes de tiempo, endilgando
responsabilidades y condenando, sin que haya terminado la investigación. Creo que no deberíamos
avanzar mucho más hasta que no haya una resolución judicial”, puntualizó el senador Menem al
defender la situación.
La senadora Kirchner no anduvo con rodeos. Mirando a la cara del ministro y sin rodeos,
descerrajó una catarata de argumentos según los cuales la situación en la que se había involucrado
la Argentina constituía un verdadero escándalo y él, como responsable del área, había quedado en
el centro de la escena. Por lo tanto, más allá de las investigaciones judiciales pertinentes, no debía
hacer otra cosa que renunciar.
Camilión, quien casi ignoraba el nombre de quien acababa de interpelarlo, dejó de lado por un
instante sus aires académicos.
- Senadora -comenzó-, usted no tiene edad ni antecedentes para solicitarme mi renuncia.
A la salida de la reunión, se habló de la decisión de que no hubiera sesión, actitud que fue
calificada por la oposición como una muestra de sumisión de los legisladores oficialistas hacia la
Casa Rosada. Se informó también sobre la concurrencia del ministro a las comisiones de Defensa,
pero como hecho anecdótico las fuentes contaron el cruce entre el ministro y la Kirchner.
El titular del bloque justicialista del Senado, Augusto Alasino, trató de minimizar el entredicho
señalando que “lo de Kirchner con el ministro fue un episodio menor, porque la senadora se siente
ofendida habitualmente con todos. Un día se siente ofendida conmigo, otro día con Antonio
Cafiero y otro día con el presidente Menem”.
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Cristina le devolvió las críticas con un mandoble: “El bloque del PJ no es un regimiento, ni
Alasino es un general, ni yo la recluta Fernández”. La frase, pronunciada durante una reunión del
bloque justicialista, quedaría en la historia. Al menos en la suya.
La rebelde
Era mayo de 1996. Cristina Fernández de Kirchner llevaba apenas cinco meses en su banca, los
suficientes como para ser reconocida como dueña de un estilo propio y haberse convertido sobre
todo en un dolor de cabeza para el bloque oficialista en general y el menemismo en particular. Ya
era citada como “la rebelde”, mote que ella misma se encargaría de rechazar a lo largo del tiempo “lo de rebelde tiene que ver con etapas cronológicas juveniles. Yo ya estoy demasiado grande para
ser rebelde”-, pero al que sus propios voceros alentaban, convencidos de que en ese tiempo y en
ese espacio era la mejor forma para proyectarla mediáticamente y, sobre todo, diferenciarla de los
políticos de entonces.
“Si ser rebelde significa decir lo que se piensa y manifestar el disenso democráticamente
cuando no se está de acuerdo, entonces lo soy. Si plantear, por ejemplo, que el ministro Camilión
debe renunciar o que la señora María Julia Alsogaray tiene responsabilidades institucionales
concretas cuando por negligencia se produce el incendio en los bosques, o plantear que un senador
no puede ingresar al Senado con un videopliego -por Ramón Saadi-, entonces soy rebelde”,
puntualizaba por esos días la senadora Kirchner ante la revista Parlamentario.
A su juicio, determinar las responsabilidades penales en torno a la venta ilegal de armas a
Ecuador era una función propia de la Justicia. Pero había también responsabilidades políticas y en
tal sentido, aclaraba, no le cabía ninguna duda de que “prima facie y como están las cosas, son del
ministro de Defensa. Y esta responsabilidad me corresponde juzgarla y evaluarla porque es mi rol
como parlamentaria”.
Los argumentos de Kirchner eran contundentes. Sabía que el ministro Camilión había recibido
una comunicación del titular de la Fuerza Aérea el 18 de febrero, cuando se produjo el segundo
embarque de armas con destino a Ecuador, y sin embargo no tomó ninguna medida. Por el
contrario, cuatro días más tarde se realizó el tercer embarque con el mismo destino y tampoco se
adoptaron los recaudos necesarios en lo que hace a certificados de uso final y a todas las
tramitaciones que son previas a la emisión del decreto.
Sin embargo el decreto no lo había firmado solamente el ministro, sino también Carlos Menem.
Empero, la senadora insistía por entonces en resguardar la investidura presidencial. “Quien debe
acompañar toda la documentación y dar todos los pasos institucionales y legales, y
fundamentalmente controlar, es el Ministerio de Defensa -aclaró-. El trámite de un expediente va a
la Presidencia cuando están cumplidos y resguardados todos los trámites anteriores. Esta es una
cuestión elemental en cualquier organización institucional. Hay una responsabilidad política clara
por parte del Ministerio de Defensa”.
A su juicio, la Justicia también avanzaba en ese sentido, a partir de la instrucción de la Cámara
Federal transmitida al juez Jorge Urso para que dirigiera la investigación hacia Camilión,
sosteniendo que resultaba difícil aceptar que los sucesos hubieran ocurrido “merced a la grosera
impericia de ciertos funcionarios públicos, facilitando así su engaño por parte de terceros
inescrupulosos”.
“Si esto no es responsabilidad política, que alguien me explique qué es”, concluía Cristina, para
quien los argumentos del ministro respeto a no dejar el cargo hasta tanto no se determinaran las
responsabilidades penales carecían de sustento. Ella diferenciaba una cosa y la otra: “Con la
responsabilidad penal se va preso, con la responsabilidad política se va del cargo. Según el criterio
del gobierno, hasta que no metan preso a alguno, no renuncia nadie. El argumento es infantil. Se
tiene que ir porque políticamente ha fracasado en la gestión, porque ha sido negligente, sin que
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esto necesariamente implique que ha cometido algún delito. Ahora, si se descubre que es culpable,
además irá preso.
Fiel a su estilo, el gobierno menemista rechazaba que el episodio hubiera dañado las relaciones
con Perú y Ecuador. Kirchner exponía también ahí sus reparos: “Tenemos aquí a Martha Chavez,
titular del Parlamento peruano, con una carta para el presidente Menem. El Senado de Estados
Unidos inició una investigación sobre el tema. En su gira por Centroamérica, el Presidente no ha
hecho más que responder preguntas sobre la venta de armas. Se violentaron tratados
internacionales, como el protocolo de Río de Janeiro de 1942, en el cual nosotros, junto con otros
tres países, figuramos como garantes. Estamos hablando de tráfico ilegal de armas. Yo no sé a qué
llamarán entonces escándalo internacional...”.
Admiradora de la institucionalidad del gran país del Norte, Cristina consideraba lastimoso que
el Senado norteamericano iniciara una investigación sobre el tema, mientras que el argentino
apenas hubiera logrado que Camilión fuera a la Comisión de Defensa. “En este marco donde
Ecuador nos acusa de estafadores y el Perú de traidores, me niego a cumplir el rol de encubridora
en la Argentina”, remarcaba.
- ¿No teme que la expulsen del partido?
- No, no creo que sean tan antiguos. Sería un horror que, casi a fin de siglo, un movimiento
como el peronista plantee la expulsión porque alguien disiente o tiene una actitud diferente a partir
de cuestiones fundadas. Porque más que sectarios, serían antiguos.
Para la conducción de la bancada justicialista no quedaban dudas de que Cristina era una
adversaria más. El bloque comenzó a organizar reuniones aparte, cuidándose de que la
santacruceña no se enterara de las mismas, o se reunían previamente, por cuanto sabían que ella
siempre plantearía su disidencia. Eran tiempos en que sí concurría al bloque, como ya no haría en
tiempos futuros, aunque sus colaboradores recuerdan que siempre volvía amargada de tantas
discusiones.
“Se peleaba con todos, trataban de no dejarla hablar...”, recuerda un asesor, que apunta que esa
práctica se extendía también al recinto. “Ella pedía la palabra y no se la daban, o bien cuando ella
hablaba, Alasino y su entorno se iban del recinto, o se ponían a hablar entre ellos...”.
No la querían y ella poco había hecho por lograr el afecto de sus colegas. Si bien reconocían su
elocuencia y la admitían como rival de fuste, el único elogio privado que se permitían hacer en su
favor era sobre su belleza. De hecho, había ganado en el Congreso una votación informal sobre las
senadoras más bonitas. Aunque no tenía mucha competencia, estaba claro que si la elección se
extendía a la Cámara baja, donde sí había muchas mujeres, hubiera también terciado para el cetro.
Aunque ella se irrita cada vez que alguien le sugiere que si no hubiera sido tan bonita no
hubiera tenido el éxito que tuvo, su fuerte personalidad, combinada con generosas dosis de belleza
e inteligencia la convirtieron en un referente ineludible del antimenemismo de fines de los 90.
"Prefiero que digan que soy inteligente a que digan que soy linda", fue siempre su respuesta
habitual al elogio que nunca falta.
Ella admitía que decir exactamente lo que pensaba le traía problemas, pero tenía la convicción
de que el debate y el disenso son instrumentos aptos para el crecimiento tanto de los dirigentes
como de la sociedad. “Pensar que ser oficialista significa obediencia debida parlamentaria, es un
concepto más propio de los cuarteles que de un organismo democrático participativo y pluralista
como debe ser un Parlamento”, remarcaba, para disparar luego sobre su bloque: “Lo que pasa es
que ahí existe una suerte de fundamentalismo, donde sugieren lo que hay que hacer porque lo dice
fulanito o menganito, independientemente de las consecuencias que esto pueda tener para los
Estados provinciales”.
Intimamente Cristina y sus allegados reconocen que no hubiera sido tan maltratada por sus
pares si hubiera sido hombre. El machismo era muy fuerte por esa época en el Senado, un Cuerpo
muy cerrado y anacrónico. “En general, los hombres se bancan menos las diferencias cuando las
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plantea una mujer”, sostiene la senadora Fernández, para agregar luego con una sonrisa: “Sobre
todo cuando tenemos mejores razones que ellos... Las mejores razones de una mujer molestan
mucho más que las de un hombre”.
Pero sus diferencias con sus pares no pasaban estrictamente por la actitud política. Podían ser
consideradas también en el plano ideológico y también, por qué no, generacional. Cristina había
llegado con apenas 40 años al Senado, un ámbito que por entonces seguía siendo hábitat de
muchos gerontes y caudillos que trasladan sus costumbres feudales al Parlamento nacional.
Un día que Cristina llegaba al Palacio del Congreso y se disponía a ingresar por la puerta
giratoria de la calle Hipólito Yrigoyen a través de la que ingresan los senadores, se encontró con
Olijela del Valle Rivas, una de las pocas mujeres del Senado, que ocupaba una banca allí desde el
83. La legisladora tucumana subió las escaleras primero, seguida a escasa distancia por la
santacruceña y su vocero de prensa, Miguel Núñez. La mujer llegó hasta la puerta giratoria y se
paró frente a ella. Cristina se detuvo detrás y miró a su asesor sin comprender; seguidamente le
tocó la espalda a su colega para que avanzara o se corriera.
Olijela la miró de reojo, con cierto desdén, y sin decir nada volvió su mirada hacia delante y
golpeó el vidrio. Un ordenanza que estaba del lado de adentro vino corriendo entonces y empujó la
puerta giratoria para que la senadora pudiera ingresar sin necesidad de empujarla...
Cristina siguió marcando sus disidencias constantes a la hora de las votaciones o de las simples
posturas. Se pronunció contra la privatización del Banco Hipotecario, volvió a oponerse a otra
prórroga del Pacto Fiscal, rechazó el ingreso de Ramón Saadi al Senado. Decisión ésta que
compartió con sus compañeros de bancada Felipe Ludueña, Antonio Cafiero, José Manuel de la
Sota y Remo Costanzo, y que defendió con el siguiente argumento: “Todo el mundo sabe que en
Catamarca se votó en contra de Saadi. Admitir que se puede votar de esta manera sería admitir que
puede haber leyes de mayoría y leyes de minoría. Además, no comparto para nada el argumento de
que no se puede anteponer la ética a las leyes. ¿Qué quiere decir entonces, que se pueden hacer
cosas legales que son inmorales?”
Por esos días el ex gobernador catamarqueño pujaba por ingresar a la Cámara alta, avalado por
un cuestionado pliego de la Legislatura de su provincia. Con el visto bueno del presidente Menem
-como devolución de gentilezas a la poderosa familia catamarqueña por la colaboración de don
Vicente Saadi durante la campaña presidencial del 89-, quien luego trató de despegarse de un tema
que generaba un profundo rechazo de la sociedad, la Comisión de Asuntos Constitucionales había
habilitado finalmente a Ramón Saadi a convertirse en senador. Se registró entonces la inédita
reacción del titular del Senado, el vicepresidente Carlos Ruckauf, de negarse a tomarle juramento
“por una cuestión de principios”.
La actitud de Ruckauf -quien contó con el visto bueno del entonces gobernador Duhalde con el
que estaba haciendo buenas migas- amplió las grietas en la bancada justicialista, alineándose ahora
del lado del vicepresidente Eduardo Bauzá, José Luis Gioja, Emilio Cantarero, Carlos de la Rosa,
Carlos Verna y Jorge Massat, quienes también presentaron objeciones para avalar el diploma del
catamarqueño.
La ocasión sirvió para que Cristina Kirchner aplaudiera la actitud de Ruckauf, con quien en el
futuro se enemistarían los Kirchner al límite de la impugnación. “Fue un gesto de salud
institucional; más que una decisión política, es una decisión debida. Una bocanada de aire fresco”,
sintetizó la senadora a la hora de ponderar al vicepresidente.
Para ella, se trataba de una innegociable cuestión de principios: “Con el ingreso al Senado de
personajes tan cuestionados por la sociedad, lo único que se lograría es perjudicar aún más la
imagen del Parlamento, situación que les vendría muy bien a aquellos que están a favor de llevar
adelante un fujimorazo”.
Cristina Kirchner ya era un personaje de interés para los medios que, atentos a su verborragia y
claridad de conceptos, la tenían como asidua invitada a programas de radio y televisión. Linda,
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inteligente, picante e incisiva, siempre fue garantía de buenos programas. Una de sus
participaciones en un programa de Telefé le valió ser recusada por el entonces juez Francisco
Trovato, quien era sometido a juicio político por mal desempeño de sus funciones y consideró que
la santacruceña había prejuzgado en esa aparición periodística. El Senado la salvó esa vez, al
rechazar el pedido de recusación, votando en cambio la suspensión preventiva del magistrado.
Pero el suceso le sirvió a Cristina ya no para modificar su opinión sobre la mayoría de sus
compañeros, pero sí para ser más cauta con relación a sus pronunciamientos referidos a jueces,
como cuando el juicio político involucró seis años más tarde a la totalidad de la Corte Suprema de
Justicia.
La senadora Kirchner fue durante su primer año en el Senado una de las que menos faltó a las
sesiones -sólo lo hizo tres veces-, pero terminó el año cosechando en la Legislatura santacruceña el
primer pedido de informes sobre el uso del avión sanitario provincial (más tarde habría otros en el
mismo sentido). Allí pretendían saber si la aeronave era utilizada por la senadora “para trasladarse
a Buenos Aires para desempeñar sus tareas”.
Su último voto relevante del año fue contra Augusto Alasino, cuya continuidad al frente del
bloque rechazó, junto al siempre fiel Felipe Ludueña y el cordobés De la Sota.
La expulsión del bloque
Pero no fueron sus permanentes rechazos a las posturas oficiales los causales de la expulsión de
Cristina del bloque. Si bien sus actitudes y cuestionamientos habían tenido a maltraer a sus
“compañeros” de bancada, la supremacía que el peronismo ejercía en la Cámara alta le permitía
darse el lujo de “tolerar” la rebeldía patagónica. Cosa que hicieron más allá de los constantes
pedidos de expulsión que se escuchaban -no sólo querían echarla del bloque, sino del propio
partido- por sus permanentes cuestionamientos a la gestión menemista.
Pero la gota que colmó la paciencia de Alasino y sus muchachos fue la negativa de la senadora
a apoyar el texto de creación del Consejo de la Magistratura, con lo que le impidió a su bancada
lograr el número necesario para insistir con la sanción original del proyecto. Eran tiempos en que
Menem y Duhalde extendían al Senado su anticipada pulseada por la sucesión en el 99, y en la
Cámara alta se quiso dar una muestra de que allí el poder menemista era aún real y concreto.
Mas no la echaron. Con la intención de que ella misma se apartara de la bancada, según
confiaron fuentes del propio oficialismo, la mesa directiva del bloque resolvió expulsarla de las
comisiones de las que formaba parte.
La medida fue sorpresiva y la involucrada se enteró al cabo de una reunión de comisión
celebrada el 7 de mayo de 1997 en la que nadie le avisó de nada, cuando llegó un memo al
despacho en el que le indicaban que había quedado fuera de todas las comisiones que integraba:
Relaciones Exteriores y Culto; Asuntos Penales y Regímenes Carcelarios; Educación; Familia y
Minoridad; Economías Regionales; Coparticipación Federal de Impuestos; Asuntos
Administrativos y Municipales, y hasta de la Bicameral de Esclarecimiento del Atentado a la
Embajada de Israel y la AMIA. La nota estaba firmada por el jefe de los senadores justicialistas,
Augusto Alasino, y el secretario general del bloque, Angel Pardo. Allí se indicaba además quienes
serían los senadores que la sustituirían en esos grupos de trabajo.
El senador entrerriano Héctor Maya se encargó ante la prensa de justificar los motivos que
llevaron al bloque a tomar la inédita medida: “Nosotros venimos registrando una serie de
cuestiones donde la senadora Kirchner se maneja con excesiva individualidad, lo cual es
respetable, pero no es muy común dentro del peronismo... En un bloque hay que debatir, pero para
mantener la unidad de un cuerpo es necesario que nos sometamos a distintas reglas”.
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La senadora santacruceña tomó la decisión como “un castigo a la provincia de Santa Cruz (...)
Yo soy representante de una provincia y del Partido Justicialista de esa provincia. Seré una
minoría disidente, pero tenemos el derecho de serlo”.
- ¿Cree que esa actitud del oficialismo es una maniobra para que renuncie al bloque? -le
preguntaron.
- No me voy a ir del justicialismo. No lo hice cuando estaban López Rega e Isabel. Yo voy a
seguir defendiendo a muerte mi derecho a poder discernir democráticamente.
La decisión adoptada por la conducción del bloque justicialista generó un vendaval de críticas
que no hizo más que fortalecer la posición de Cristina Kirchner. Un grupo de diputados
justicialistas suscribió un proyecto de resolución de la diputada santacruceña Rita Drisaldi
manifestando su discrepancia con semejante actitud. “Esta medida priva a la provincia de Santa
Cruz de ejercer plenamente su autonomía, ya que impide la labor de uno de sus representantes
electos constitucionalmente”, señalaba el proyecto suscripto además por Irma Roy, Mario Das
Neves, Rodolfo Gazzia, Julio Migliozzi, Julio Salto, Fernando Maurette, Darci Sampietro, Carlos
Vilches, Sara de Amavet y Sergio Acevedo.
Cómo habrá sido que hasta el propio frepasista Rafael Flores, enemigo declarado de los
Kirchner, expresó su repudio a la medida. Aunque lo hizo de un modo muy particular y en el que
aprovechó para bajar línea. Sucede que por la situación que la tenía como protagonista, Mirtha
Legrand invitó a Cristina a uno de sus almuerzos televisivos. Flores tenía un conocido en la
producción y le hizo llegar una carta dirigida a la senadora, la cual la diva de los almuerzos leyó al
aire en forma completa, sin decir quién la firmaba. El primer párrafo expresaba su solidaridad con
Cristina por lo que estaba pasando, lamentando las “actitudes de intolerancia y discriminación de
la que usted resulta víctima”. Pero en el segundo párrafo advertía que “seguramente le resultará
doloroso sufrir en carne propia lo que el gobierno que encabeza su esposo practica en forma
habitual con quienes disienten con su política en la provincia”.
La cara de Cristina se fue transformando y antes de que Mirtha leyera la firma, ella comenzó a
repetir una y otra vez: “Menemista, un menemista... ¡Debe ser un menemista!”
Divertido al recordar la anécdota, el ex diputado Flores aclara que si algo no ha sido en la vida
es menemista.
La decisión de los senadores justicialistas abrió un debate sobre si la representación en las
comisiones corresponde al legislador o al bloque. De hecho, al comunicarle el bloque la decisión
al presidente del Cuerpo, Carlos Ruckauf, éste les advirtió que la medida era antirreglamentaria.
- Muchachos, según los antecedentes de la Cámara, la separación de un senador no puede
hacerse sin su consentimiento -aclaró Ruckauf con su eterna sonrisa en el rostro.
Ante las circunstancias, el bloque decidió revisar la resolución y, habida cuenta de la intención
de Kirchner de dar pelea, resolvieron no dar más vueltas y directamente separarla de la bancada.
Eduardo Menem, Bauzá, Yoma y Alasino fueron algunas de las voces de peso que se pronunciaron
por semejante decisión y pusieron las primeras firmas que se recolectaron para echar a Cristina.
Los senadores justicialistas aseguraron que la permanencia de su colega junto a ellos resultaba
ya “insostenible” debido a las posiciones contrarias a las resoluciones que adoptaban y a sus votos
negativos. La dama rebelde replicó que había votado a favor de todas las leyes del gobierno que
hacían a la transformación económica y que en cambio lo hizo contra todos aquellos proyectos del
bloque que implicaban un menoscabo para su mandato. La senadora aludía a sus posturas contra el
ingreso de Ramón Saadi al Cuerpo y su negativa a refrendar el acuerdo por los Hielos
Continentales, entre otras cosas.
“Cuando mi voto en contra no alteraba el resultado que quería mi bloque, no hubo problemas.
Pero ahora que mi voto era decisivo en busca de los dos tercios que necesitaban para aprobar el
Consejo de la Magistratura, me castigan”, argumentó la legisladora, enfatizando que lo suyo no era
indisciplina, sino que nunca aceptaría “disciplinarme para una asociación ilícita”. Teniendo en
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cuenta los hechos posteriores que tuvieron al Senado como protagonista, sus palabras debieron
sonar proféticas.
La senadora Kirchner aseguró una y otra vez que no se iría del Partido Justicialista y que en el
Senado formaría una bancada propia, el Bloque PJ Santa Cruz, en compañía de su coterráneo
Felipe Ludueña. Este último, veterano dirigente santacruceño ya fallecido, le anunció a Alasino su
ida del bloque a través de una carta en la que fundamentaba su decisión “no sin dolor y sin
tristeza” en el “desnudado desprecio que exhiben los senadores por los principios que dieran
origen, fueron, son y serán razón de ser en el seno del pueblo peronista”.
Augusto Alasino anunció que se le brindarían a la senadora “todas las facilidades para que
forme su propio bloque y pueda desempeñar su tarea de legisladora con comodidad”. Pero lo
paradójico para el PJ fue que con la expulsión de la senadora y el inevitable alejamiento de
Ludueña, en el Senado se quedaron sin quórum propio. Es que si bien el bloque contaba en su
haber con 40 bancas, la ausencia de Eduardo Vaca por enfermedad -al cabo, el senador que en su
momento le birló la banca a Fernando de la Rúa terminó falleciendo- y la imposibilidad de que
Saadi pudiera acceder a su banca, habían limitado los números a 36, uno menos que los necesarios
para tener mayoría simple.
Fuentes del bloque admitían las desventajas de la decisión, pero se justificaban con un
argumento elemental: en esa bancada había “muchos peronistas ortodoxos a los que les cuesta
mucho votar algunos proyectos que reclama el gobierno y no puede ser que a ellos se les exija eso,
mientras que a Kirchner se le aceptaban posturas distintas”.
Capítulo II
Infancia y militancia
No pudo evitar que su mente se fuese bien lejos en ese instante, treinta años atrás. La memoria
de Cristina voló hasta ese instante en el que estuvo en esa misma plaza junto a miles de militantes,
muchos de los cuales quedaron en el camino. Esa vez no había ido junto a quien luego sería su
esposo, de quien entonces no era ni siquiera novia. Pero ahora ellos estaban allí en el palco de la
Casa Rosada, donde treinta años atrás no imaginaba ni por asomo que llegaría alguna vez.
Tampoco Kirchner, aunque él fue el primero de los dos que se ilusionó con el poder. De los
dos, aunque a ella se la vea quizá más decidida, él fue quien diagramó las líneas generales de un
proyecto político a largo plazo en el que lo primero que había tenido en mente fue ser gobernador.
Se lo dijo un día de 1976, cuando la democracia parecía tan solo una idea remota, lo cual da una
idea de cuan a largo plazo el santacruceño pensaba. Ella insistía con irse de La Plata, de dejar los
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estudios inconclusos y retomarlos cuando las cosas estuvieran más calmadas. Néstor le aclaró que
no se iría, que quería terminar sus estudios porque lo necesitaba para su futuro político.
- Necesito el título de abogado porque voy a ser gobernador de Santa Cruz.
Obviamente lo primero que pensó Cristina al escuchar a su esposo fue: “Este tipo está loco”.
En el futuro sabría que lo suyo no era locura sino fuertes convicciones, pero por entonces debe
haberse preguntado firmemente con quién se había metido. Si eso de casarse tras seis meses de
noviazgo no había sido un arrebato del que a la larga se arrepentiría.
Ella está convencida de que hicieron lo correcto; es más, ni siquiera se lo plantea. En esa época,
bien se sabe, se vivía con un frenesí muy particular y Cristina estaba en una etapa en la que había
vivido numerosos cambios rápidamente. De hecho, la pasión por el peronismo había sido tal vez
tardía, aunque no tanto como en los tiempos de la globalización, cuando muchos se descubren
peronistas en la madurez, con decisiones más vinculadas a la conveniencia que a la ideología.
Pero lo cierto es que más de una de las personas que conocieron a la joven Fernández en sus
tiempos de adolescencia se habrá sorprendido al verla años después defender tan enfáticamente las
banderas del justicialismo desde una banca de ese partido.
“Si a mí me hubiesen preguntado en qué partido Cristina podría militar o dónde encajaría, a
juzgar por la chica que conocí por esos años... la verdad que con los ojos cerrados hubiera
mencionado algún partido liberal, como la UCeDé, por ejemplo, que en ese entonces no existía”,
señala una compañera de adolescencia. Pero la persona que hoy tiene la misma edad que Cristina y
la misma buena figura que aquella, aclara que la asociación que hace no tiene que ver con
cuestiones ideológicas, sino de imagen. Así la veía ella, y con esa convicción remarca: “Jamás
hubiera mencionado al Partido Justicialista, no daba el perfil”.
Habrá que tener en cuenta que hablamos de una época temprana en la que el contenido
ideológico recién se está formando. Alguien que trabajó con la senadora cuando esta ya era una
reconocida defensora del peronismo en el Parlamento se echó a reír pensando en esa chica paqueta
que podía dar un look liberal en los tiempos del Mayo Francés. “Creo que toda su actuación y sus
discursos demostraron que ella nunca podría haber estado enrolada en una estructura liberal dentro
de la política”, aclaró el ex colaborador de Cristina.
“Yo no la conocí en su juventud, sino a los 35 años, pero en la etapa de los 15, 16 y 17 años, un
día un joven puede ser liberal, al otro día justicialista o comunista -agregó-. No conozco que ella
haya tenido actuación en la UES, por lo que su militancia política comenzó en la universidad y tal
vez se haya formado en esa etapa. No obstante, alguna vez tuve una discusión personal con ella,
allá en los 90, con respecto a Cavallo, donde había decisiones del entonces ministro que ella podía
aceptar. Yo en cambio era un tenaz opositor a la convertibilidad y a la política económica de
Cavallo. Ella veía un final y yo veía otro, pero tampoco podría catalogar esto como una inclinación
de ella hacia el liberalismo”.
Concluyó diciendo que “yo asesoré a una Cristina cien por ciento peronista, para nada liberal y
claramente formada en los 70; nada que ver con la derecha peronista y menos con el liberalismo”.
Convengamos que en los 70, cuando Cristina Fernández forjó las bases de la ideología que
luego defendería con uñas y su dialéctica, era una época muy especial, nada que ver con la muerte
de las ideologías de fines de los 90. Y en efecto, ella no militó durante su época de secundaria;
recién se volcó a la política en la facultad.
Además, iba a una escuela religiosa, donde no sólo estaba vedada la militancia, sino incluso era
bastante tabú decir abiertamente “yo soy peronista”.
“Las monjas se encargaban de cuestionarlo”, advierte una compañera que recuerda el carácter
fuerte de la joven Cristina, aunque entonces no diera el perfil de quien más adelante sería quien
resultó ser. Y menos representando al partido al que representa.
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“A esa edad, ella, yo, todas vivíamos en el limbo”, detalla una compañera que habla de los 15,
16 y 17 años, y piensa en la Cristina que conoció, basándose en conversaciones que tuvieron y la
manera de actuar de entonces.
Algo que sí daba era el perfil de militante, por su fuerte personalidad, por su carácter y su
temperamento... Pero militante de cualquier otra cosa, no del justicialismo.
Cristina tenía una nada despreciable base política en su casa, donde se daba una curiosa
confluencia ideológica, ya que bien pueden registrarse pensamientos políticos encontrados en una
pareja, pero con sus padres se daba una verdadera confrontación ideológica por cuanto cada uno
era muy enfático en sus convicciones.
Eduardo Fernández era un empresario del transporte -tenía colectivos en una línea de La Plata-,
radical balbinista, vale decir bastante conservador. La madre, Ofelia Giselle Wilhelm, era en
cambio peronista, sindicalista para más datos: representó al sindicato de empleados del Estado del
Ministerio de Economía de La Plata.
Cristina Fernández nació bajo el signo de acuario un 19 de febrero de 1953. Curiosamente el
mes de febrero ha de ser el más especial para ella, ya que ese mismo mes nacieron también su
esposo y su primogénito Máximo.
Elizabeth es su segundo nombre, al que detesta y no usa jamás. Le parece vulgar e incluso lo ha
hecho quitar de su página del Senado en Internet, donde sólo figura como se la conoce: Cristina
Fernández de Kirchner.
Su hermana se llama Giselle, como su madre y es dos años menor que Cristina. Es médica,
soltera y vive con la madre de ambas.
Sus primeros pasitos en la vida los dio en una casa de la calle 4 y 32, donde nació. Los
recuerdos de esa temprana edad son muy gratos pero lejanos. Cristina define a su entorno de
entonces como una típica familia platense de clase media y no casualmente cita la condición de sus
padres. Ella, peronista; su padre, antiperonista declarado y radical de Balbín, “como no podía ser
de otra manera en un hombre de su generación en La Plata”, acota Cristina.
Cuando las dos hijas de los Fernández eran muy chicas, la familia se mudó a una casa más
grande y con jardín, en 523, entre 9 y 10, del barrio de Tolosa, en La Plata. Ahí es donde hoy sigue
viviendo su madre con su hermana.
Hizo todos sus estudios en la ciudad de La Plata. La primaria transcurrió en la escuela 102
Dardo Rocha, en 7 y 32, mientras que la secundaria la hizo en el Nuestra Señora de la
Misericordia, un colegio de monjas que define como “muy confesional”. De esa etapa tiene
muchas amigas y menciona a dos: su prima Silvia Rodríguez y Amelita Alvarado.
De su infancia, el primer recuerdo que rescata es el de su abuelo. El papá de su mamá, viudo,
que vivió con la familia y con el que siempre tuvo una relación muy especial. Cristina evoca que él
fue el primero que le habló de Perón. Tenía el libro La razón de mi vida, de Evita, con tapas duras,
coloradas, hojas brillantes y fotos preciosas de Evita con sus galas del Colón, sus trajes sastre.
Tenía además otro libro grande del Plan Quinquenal, y todo estaba escondido, clandestino. El
siempre decía que Perón iba a volver, así lo esperaba, pero se murió un año antes del regreso.
Su nieta sí iría a recibirlo, pero para eso faltaba un tiempo.
Los recuerdos más claros de Cristina comienzan con su adolescencia, asegura, y de esos
tiempos lo primero que viene a su mente es “la calle 7, con ese olor a tilos espectacular, los
gorriones y el zoológico que, para mí, tiene algo muy especial, quizás porque lo relaciono con los
días más felices de mi niñez. Justamente una de las pocas fotos que se han conocido de sus años
juveniles la muestra en el Zoológico de La Plata en 1973, a los 20 años. Allí se la ve delgada,
siempre fotogénica; con la mirada hacia abajo, vestida con una camisa de mangas cortas fuera del
pantalón, el pelo largo como siempre, aunque sin flequillo. Y un cigarrillo en la mano izquierda.
Era muy fumadora.
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El fumar era el máximo de sus travesuras en el secundario. Se la recuerda muy disciplinada;
jamás tuvo amonestaciones, aunque en realidad no es sólo su mérito, ya que en general el suyo era
un grupo de bastante buena conducta. En lo personal su mayor osadía pasaba por encender un
cigarrillo en el aula, cosa que hacía seguido. Fumaba bastante, como lo hace un joven de 17 años...
que fuma bastante. Era su único vicio.
Ella era de festejar los chistes, de reírse con ganas, pero nadie la recuerda como la cabecilla del
curso.
Hay que decirlo: Cristina era muy mentirosa y en eso, como en tantas otras cosas, se destacaba.
Pero para evitar asociaciones libres aclaremos que hablamos del truco, juego preferido por las
chicas de su división del Colegio Nuestra Señora de la Misericordia.
“No éramos de hacer lío en las horas libres o recreos. Ahí nos gustaba jugar al truco”, recuerda
su compañera Graciela Balasini. Y como eran muchas las que sabían jugar, optaban por el “picapica”. Esto es, el truco de seis. Daban vuelta los escritorios y sacaban las cartas; por lo general,
Cristina le tocaba de compañera a Graciela.
- ¿Y ahí mentía?
- Sí, era de mentir mucho, no era la excepción. Ella, otra chica más y yo éramos compañeras de
juego y ganábamos bastante seguido. Sin trampas. Ligábamos mucho, mentíamos otro poco...
Era una alumna aplicada. Con materias que le gustaban más que otras, pero muy buena en
general. Terriblemente obsesa por ser una buena alumna, especialmente en las materias
humanísticas, que eran las que más le agradaban, cosa que se notaba especialmente porque quienes
la conocieron entonces advierten que podían darse cuenta que no eran aquellas a las que uno
estudiaba por si el profesor tomaba lección.
No debería llamar la atención que la materia que más le atrajera fuera historia. Ni que las
ciencias exactas no fueran el fuerte de Cristina -léase matemáticas, física y química-. Pero así
como de grande debió estudiar economía para desenvolverse con soltura en las comisiones que
integró, a esas materias que casi detestaba las estudiaba igual y sus exámenes eran buenos. Todos
admiten que tenía una excepcional memoria y capacidad para retener lo que estudiaba.
Una versión asegura que Cristina se habría llevado matemáticas de 5° año, pero sus compañeras
consultadas no recuerdan algo así y la propia senadora jamás habló de ello, así que habrá que dar
por sentado que su currículum es inmaculado.
Lo que es seguro es su interés por las materias humanísticas, que trascendía el programa
pautado. Cristina sacaba información de otros libros, independientemente del que tenían como
oficial de la materia.
Como se ha dicho, cursó en una división de conducta bastante buena, pese a lo cual, según han
asegurado compañeras de Cristina, en el colegio no las querían, y ese rechazo tenía un origen muy
particular.
En el Colegio Nuestra Señora de la Misericordia los cursos se dividían en tres: A, magisterio;
B, bachiller; y C, comercial. Cristina cursó en este último y se recibió de perito mercantil; pero el
tema es que quienes seguían magisterio y bachiller eran alumnas que habían hecho la primaria en
el mismo colegio.
En el caso del comercial, se trataba de chicas que habían cursado primaria en alguna otra
escuela estatal. “No pertenecíamos a la escuela Misericordia y las monjas hacían bastante
diferenciación”, recuerda una compañera de Cristina.
Tal era esa especie de discriminación, que cierta vez, por un incidente que protagonizaron,
quien era entonces la directora se paró frente a ellas y les espetó: “Ustedes son el cáncer de la
escuela Misericordia”.
“No nos dijo ora cosa, sólo eso, y se fue”, recordó esta ex alumna aún perpleja.
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El espíritu rebelde que más adelante la caracterizaría como política, no quedaba demasiado
expuesto en sus años adolescentes. En el futuro, Cristina acostumbraba a aclararles a quienes
planteaban ese costado de su forma de ser que no era rebelde por una cuestión de edad. “Antes, a
los 20 años sí -remarcaba ya como legisladora-. Trabajo en lo que pienso y siento que tiene que ser
la política. Trato de ser coherente conmigo misma y con lo que pienso, y puedo dormir tranquila”.
En 5° año abrían las ventanas y puertas del aula para que el olor a cigarrillo se fuera rápido, y
ellas y sus amigas se dedicaban a despuntar el vicio. Lo hacían especialmente cuando venía la hora
de Religión, que dictaba el padre Carlos, quien también fumaba. El sacerdote fumaba incluso
dentro del salón, mientras daba la materia, por lo que el olor a tabaco pasaba bastante
desapercibido.
Aunque en realidad, con el cura -que para cuando Cristina se transformó en primera dama
oficiaba en la Catedral de La Plata- no había problemas. Si él llegaba y sentía olor, no decía nada.
Era el último año y se les permitían cosas vedadas en años anteriores. Bastante compinche él, era
común que le pidieran una pitada de su cigarrillo... y terminaban fumándole la mitad.
Tan fuerte era su vicio que hasta recuerda la fecha en que dejó el cigarrillo: el 31 de diciembre
de 1988. Muchas veces lo había intentado, pero cuando finalmente tomó la decisión, la mantuvo
definitivamente. Lo gracioso es que todo el mundo le sugería que dejara ese hábito advirtiéndole lo
pernicioso que era: te provoca cáncer de pulmón, te quita las energías... Y nada, ella seguía
echando humo. Hasta que le dijeron que el cigarrillo le hacía mal a la piel.
Fue así: sólo la coquetería pudo lograr que dejara el vicio. Lo que no es cierto es que su esposo
haya dejado el cigarrillo al mismo tiempo que ella, como muchas veces se dijo. En realidad, lo
dejaría más adelante, estrictamente para preservar su salud.
Como buena ex fumadora, Cristina odia que fumen cerca de ella y tiene estrictamente prohibido
fumar en su despacho. Roberto Bustos, quien la asesoró durante sus primeros tiempos como
legisladora, recuerda que se llevaban mal con el tema del cigarrillo, pero tenía a su favor que el
entonces gobernador fumaba. “Así que yo prendía el cigarrillo después de él, y ella no decía
nada”, recuerda Bustos. Es que la suya era una eterna lucha con el tema del cigarrillo, incluso con
los otros diputados, pues se había convertido en una obsesa ex fumadora.
No obstante ello, la propia Cristina reconoce que todavía siente la tentación por el tabaco.
“Termina de comer y por ahí dice 'ahora me fumaría un pucho'. Pero no fuma”, comenta un
allegado, remarcando la aclaración.
La alumna Fernández no tuvo viaje de egresados. En esa época no todo el mundo los hacía, no
se acostumbraba entonces a juntar dinero para prepararlo, y las razones de su curso fueron
meramente económicas: algunas lo podían pagar, otras no. Ergo, no fueron a ningún lado.
Cristina Fernández no tiene complejos respecto a su maquillaje. Ha confesado reiteradamente
que “desde los 14 años que me pinto como una puerta”, y en la foto que se la ve en el Zoológico
de La Plata ya se advierte el acento de la pintura en los ojos.
Sin embargo, sus compañeras de clase no la recuerdan pintarrajeada. Obviamente en el colegio
no les permitían pintarse, sino que debían ir a cara lavada, o a lo sumo con un poco de polvo
compacto o de base. Sobre el final de los 60, el furor de la moda hippie no la había alcanzado.
Cristina era muy sobria para vestirse: jean, pantalones, remeras, camisas, polleras cortas como se
usaban en esa época.
El uniforme del colegio era jumper azul, camisa blanca, medias azules y zapatos; no se les
permitía usar medibachas. Y para el invierno, un abrigo, siempre de color azul.
La limpieza siempre fue uno de sus rasgos salientes. La joven Fernández era ya en su
adolescencia muy cuidadosa del aspecto físico y exterior.
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Otro rasgo que ya se le advertía entonces era el de discutidora. Lo era, pero no necesariamente
con sus compañeras, sino -y sobre todo- con los profesores de la secundaria. Era de enfrentarlos y
fijar su punto de vista. Cambiaba opiniones con estos cuando no opinaba lo mismo que los
profesores y esas tenidas eran muy celebradas por sus compañeros. Sobre todo aquellos a los que
no les gustaban las materias humanísticas, quienes sacaban un resultado positivo: en la medida que
Cristina se pusiera a discutir con los profesores, se pasaba la hora y la alumna que estaba en el
frente daba la lección pero no había tiempo de que se llamara a otra.
“No interrumpíamos jamás esas discusiones que a nosotros tanto nos beneficiaban -recuerda
Graciela Balasini-. Terminaba la hora y quedaba la clase pendiente para la próxima vez”.
De sus discusiones con los profesores y sus buenas notas llegó a la conclusión de que podía ser
buena docente, y se decidió a dar clases particulares para hacer unos pesos. Lo hizo un tiempo,
pero llegó a pensar que eso no era para ella cuando sintió deseos de cachetear a un alumno suyo al
que no había manera de hacerle entender las cosas. Con el tiempo se convenció -y la
convencieron- de que era muy didáctica al hablar y tomó a la docencia como su asignatura
pendiente. De ahí que su deseo para cuando su esposo dejara la presidencia fuera dar clases en una
universidad.
Allegados a la primera dama aseguran que tiene el carácter de su madre. Tal vez por eso
reconozca que se lleva mejor con su suegra... Lo cierto es que de ella heredó mucho más que su
pasión por las carteras; fue peronista como ella, también rebelde y combativa, como la madre.
Podría tomársela como el reverso del padre, cuyo carácter parece haber heredado en cambio la
hermana Giselle. Algún psicólogo al que Cristina jamás acudió -nunca, pero nunca nunca, hizo
diván- diría que el carácter rebelde de la senadora lo puso en práctica en su casa y con su padre.
Partiendo desde la ideología, militando en las antípodas, para desconsuelo de su progenitor al que
ella misma define como “gorila”.
Ni siquiera simpatizó con el club del que Eduardo Fernández era hincha, Boca Juniors, sino que
ella rumbeó para el lado de Gimnasia y Esgrima de La Plata.
- Mamá, mi hermana y yo éramos peronistas e hinchas de Gimnasia y mi papá radical y de
Boca... ¡Menos mal que no era de Estudiantes! -contó Cristina-. En casa las peleas por política y
por el fútbol eran infernales... Es que estaba aquello que dividía el país, peronistas y antiperonistas.
Creo que fue la última etapa de las antinomias fuertes y de los planteos casi extremos”.
El mismo psicólogo al que nunca acudió podría tener más trabajo con la bella dama del
peronismo. Y advertiría que la rebeldía hacia el padre podría extenderse al apellido. Así como
detesta su segundo nombre, en determinado momento de su adolescencia Cristina pareció hartarse
de llevar un apellido tan “común” y comenzó a añadirse el apellido materno.
Hubo un tiempo en el que comenzó a presentarse como Cristina Fernández Wilhelm, lo que
daba lugar a discusiones con sus propias compañeras de escuela.
- Nena, vos te llamás Fernández, no vengas con cosas raras... -la toreaban en el curso.
El problema se le terminó al casarse, cuando pasó a ser Cristina Fernández de Kirchner, o
Cristina Kirchner, a secas.
Hemos dicho que el carácter de Cristina y Giselle es bien diferente, como diferentes fueron los
caminos que encararon en sus vidas. Como pequeña muestra, vale mencionar que siendo ambas
muy chicas la madre mandó a Cristina a estudiar piano y a su hermana ballet. Si bien siempre se
reconocería amante de la buena música, Cristina Elizabeth apenas duró una clase... Giselle, en
cambio, concluyó sus estudios.
La madre es definida por quienes conocen a ambas como “Cristina con 20 años más”. Obligada
por su hija a mantener un silencio de radio desde que la misma se convirtió en primera dama, no se
ha privado de seguir militando en el peronismo platense, e incluso mostrar la veta que la
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emparenta claramente con su hija, al enfrentar a la lista oficialista del intendente Julio Alak, al que
no le perdonaba su pasado menemista, entre otras cosas.
Sus compañeros de militancia hablan de esta mujer septuagenaria como alguien que tiene el
carácter fuerte, como la hija; que no se calla nada y dice lo que piensa aunque no le guste al que
escucha. Y si bien aceptó la veda periodística impuesta por su hija -Cristina llegó incluso a
“sancionarla” dejando de llamarla un mes cuando una amiga suya habló con una revista-, se
resistió a extender el perfil bajo a su militancia.
Gente que la conoce desde que llegó al barrio de Tolosa recuerda al matrimonio FernándezWilhelm como “gente muy trabajadora que construyó su casa ladrillo sobre ladrillo”, y cuya
máxima ambición era que sus hijos estudiaran y pudieran recibirse.
Jubilada después el golpe del 76 y viuda desde los 80, Ofelia Wilhelm militó a partir de 1946;
admira a Evita, y obviamente el primer contacto que su hija tuvo con lo que fue el la abanderada
de los humildes lo tuvo a través de su madre, quien veneraba a la esposa de Perón. Ofelia también
reivindicó durante su tarea gremial los derechos de la mujer.
Durante su militancia setentista, Cristina le encontró otro significado a la Evita que conoció en
su casa, el cual compartió con toda su generación. “Mi Eva es crispada, combativa, sin
concesiones”, diría alguna vez, buscando los puntos de contacto con su accionar político aunque se
empecine en evitar parangones.
Ofelia tiene un profundo reconocimiento hacia la tarea política desempeñada por su hija.
Cristina, por su lado, asegura tener una buena relación con la madre, “aunque a veces chocamos”.
La pasión de Cristina
En Estados Unidos circulaba en su momento un chiste que tenía como protagonista a Hillary
Clinton, a quien Cristina admira. Contaban que ella y su esposo Bill van a una gasolinería y el
empleado que los atiende resulta ser un ex novio de la mujer, de los tiempos de su juventud.
Sonriente, Clinton le pregunta a su mujer qué sería de ella si se hubiera casado con ese muchacho.
“Sería la primera dama de los Estados Unidos”, le contesta Hillary, encogiéndose de hombros.
Hay quienes sostienen que el chiste no tardará en contarse en la Argentina, con protagonistas
autóctonos.
Cristina no fue de tener muchos novios. Al menos hasta que dejó la secundaria. La propia
senadora recuerda que entre los 15 y 16 años tuvo el primero, llamado Raúl.
La senadora es críptica en este tema de su vida privada, pero indagando entre quienes la
conocieron en su adolescencia aparece otro más especial, porque fue con el que estuvo más tiempo
-dos años y medio, aproximadamente-. Enrique Caferata, hincha de Gimnasia y probable
responsable de que Cristina sea simpatizante del Lobo, aunque ella insista una y otra vez que lo fue
de toda la vida y que ello le viene de sangre. Pero ya se sabe cómo de volátiles pueden ser las
simpatías futbolísticas en el caso de algunas mujeres. Una ex compañera juraría que Cristina era de
San Lorenzo y aventura que el tal Caferata podría haber inclinado sus simpatías a favor del
conjunto tripero. De todos modos, a Cristina le queda el beneficio de la duda.
Estábamos con los novios. Ella era bonita, aunque el correr del tiempo le fue dando los rasgos
de una mujer mucho más atractiva e interesante de lo que era de chica, cuando no se destacaba
tanto como hoy. Tras terminar ese noviazgo prolongado mantuvo uno por un tiempo corto con otro
chico, y luego no hay mayores referencias hasta Néstor Kirchner, con el que se casó siendo muy
joven.
“Habiendo conocido a los novios de aquella época, jamás se me hubiese ocurrido que se
pudiera enamorar de Néstor Kirchner. Definitivamente no”, destacó una compañera de colegio,
recordando que a Cristina le gustaban los chicos lindos, con ojos claros. Pero estamos hablando de
la Cristina adolescente; a la de entonces, muy probablemente no le hubiera gustado Néstor.
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“La adolescencia en La Plata en los años 60 y principios de los 70 era fantástica. Era el mundo
de los bailes y del comienzo de la actividad política”, recuerda Cristina.
Como todos las jóvenes de la época, Cristina era de ir a bailar a los lugares más conocidos de
aquel tiempo: Federivo V, Macondo... Los sábados eran días de ir al cine o a tomar algo; los cines
de la calle 8, o el cine Rocha, y la confitería Paraíso, ubicada en las escaleras de ese cine; o Queen,
o Romeo y Julieta, en 9 y 51...
No faltaba mucho tiempo para que esa joven platense comenzara a tomarle el gusto a la
política. A la militancia. Sucedió al concluir sus estudios secundarios, cuando decidió comenzar a
estudiar Psicología en la Universidad Nacional de La Plata. Paralelamente comenzó a militar.
“A principios de los años 70 se vivía la política con una gran vocación de servicio -recordaría
ya más grande-. Hacer política por entonces era una actividad prestigiosa”.
Ya en la universidad, comenzó a plantearse seriamente su vocación y militancia. En menos de
un año se pasaría a Derecho. No sucedería lo mismo con su ideología; ya se había inclinado hacia
el peronismo y se mantuvo fiel al mismo.
Nada bien le debió caer a Eduardo Fernández cuando su rebelde hija comenzó a militar en el
Frente Antiimperialista Eva Perón. Todavía no conocía a quien se convertiría en su esposo; ella se
abocaba a vivir la vida de cualquier joven universitario de esa edad, estudiando cual era su
costumbre y obteniendo altas notas, y repartiendo volantes o pegando carteles, en el marco de la
militancia política.
La incorporación de Cristina a la política fue similar a la de tantos jóvenes argentinos atraídos
por la militancia activa del peronismo a mediados de la década del 70. Epoca en la cual no había
diferencia ni de opinión, ni de información, entre la mujer y el hombre. “En esos tiempos el rol de
la mujer en la política le agrega afectividad, transparencia, a pesar de que muchos nos califican de
más inflexibles, pero creo que algunos quieren ver inflexibilidad donde sólo hay coherencia con
los principios que cada persona posee”, señala Cristina.
Treinta años después diría de los setenta: “En aquellos años pensaba en cambiar el mundo. Hoy
estoy más módica y sólo pretendo cambiar la Argentina”.
Tres años mayor que Cristina, Néstor Carlos Kirchner llegó a La Plata proveniente de Río
Gallegos recién recibido de bachiller. Comenzó entonces a militar en la Federación Universitaria
de la Revolución Nacional (FURN), una agrupación creada en 1967 a poco de la llegada al poder
del general Juan Carlos Onganía, cuyos impulsores eran Marcelo Fuentes, Carlos Moreno,
Rodolfo Achem, Carlos Miguel y Carlos Kunkel, entre otros, quienes participaron así en la
construcción del peronismo dentro de la Universidad de La Plata.
Lo cual no era poca cosa, teniendo en cuenta que la ciudad era un bastión del antiperonismo. La
Plata se caracterizaba, primero, por tener allí una gran incidencia la comunidad universitaria, con
un peso incomparable respecto a otras ciudades del país; y después, porque esa comunidad es
mayoritariamente del interior, lo que ya de por sí genera otra característica particular.
La formación política allí se hacía en un terreno muy exigente, que partía de la citada base del
antiperonismo imperante. Lo cual implicaba respuestas políticas firmes. Marcelo Fuentes, quien
luego sería funcionario de Néstor Kirchner en la Cancillería, cita como anécdota la primera tarea
que le tocó realizar: poner un retrato de Evita y custodiarlo. “Fue en el año 67 y mis propias
compañeras de curso se acercaban para escupirme...”, recuerda para hacer hincapié en lo que
significaba ser peronista en ese lugar y en esa época.
Como correlato, la represión fue pavorosa en La Plata. Comisiones gremiales enteras, lo mismo
que algunos de los fundadores de la FURN, como Achem y Miguel, fueron ejecutados y sus
cuerpos mutilados aun antes de la llegada de la dictadura.
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El FAEP en el que militaba Cristina Fernández fue una escisión del FURN, pero más tarde
todas esas fuerzas confluirían en lo que fue la JUP. La FURN se disolvió al nacer la JUP, dando
por finalizados sus objetivos, lo cual ha permitido -según sus mentores- hacer mantener en el
tiempo la memoria. “Fuimos muy respetuosos de esa época y esos compañeros, y no los utilizamos
en cuestiones políticas”, remarca un dirigente de entonces.
Néstor Kirchner se integró a la Federación en el año 71. Era un joven que llamaba la atención
por su metro 87 de estatura, característica que le valió integrar la Banda Púrpura, una suerte de
grupo de choque de la FURN. En ese marco el santacruceño no es recordado por su oratoria -si
bien se destacaba en las discusiones en los claustros universitarios-, tanto como sí lo hacen por su
disposición a “ir al frente”.
En esos tiempos había un gran respeto por lo que era la militancia. No cualquiera militaba;
había que cumplir una serie de requisitos. Las autoridades de la FURN establecieron que los que
militaban en la universidad debían ser buenos estudiantes. De hecho, una de las cuestiones
centrales de su actividad era el debate político sobre los contenidos de la enseñanza. En ese marco,
les tocaba enfrentar a titulares de cátedra que eran de la más profunda estirpe liberal y antipopular,
ante los cuales había que tener elementos para poder sostenerles una discusión.
Y para poder discutir, había que estudiar, había que saber. De ahí que esa fuera una de las
obligaciones que se autoimponían: ser buenos estudiantes.
Normalmente los debates más interesantes se planteaban con los sectores de izquierda. En La
Plata había tres grupos: uno, que era inicialmente el hegemónico, conformado por la alianza de
reformistas, comunistas y radicales, el MOR; una izquierda que era correlato de las distintas
internacionales, los PRT, La Verdad, Política Obrera; y finalmente, el peronismo.
Las discusiones se daban en todos los terrenos y eran la sal de la vida universitaria. La UNLP
además tenía una incidencia muy grande sobre la ciudad de La Plata, por la misma distribución de
sus facultades. El núcleo de la vida se daba en el comedor universitario, y eso implicaba dos
puntos de encuentro de miles de estudiantes, al mediodía y la noche, donde se agilizaba el sistema
de información, difusión y discusión.
Por eso una de las primeras medidas de la dictadura fue volar todo eso. Lo cerraron, lo
dinamitaron y recrearon más tarde lo que los antiguos militantes denominan “engendros edilicios”.
El recuerdo del nuevo edificio de la Facultad de Derecho le nubla la vista a la senadora
Fernández: “No me gusta, me parece un edificio muy feo, una mole de cemento y rejas muy
oscura, muy de militares”.
Otro elemento que tenían gran influencia eran las casas de provincia, en la parte del centro de la
ciudad, donde desde lo cultural hasta lo político generaban agrupamientos muy democráticos.
“Inicialmente había siempre una separación muy clara entre la gente del interior y el platense,
que más tarde se fue superando a partir del avance de la política; llevamos a la agrupación gente
como el platense Carlos Negri. Pero en general existía bastante ese prejuicio, que en este caso
saldó el matrimonio entre Néstor y Cristina”, recuerda Marcelo Fuentes con una sonrisa.
Decíamos que Kirchner integraba la Banda Púrpura, un “grupo de seguridad” que había armado
la FURN y que siempre mantenía una gran gimnasia en la materia. Su debut fue un enfrentamiento
muy grande en oportunidad de juntarse toda la izquierda. Testigos de la época recuerdan que
entonces habían venido más de 500 estudiantes desde Buenos Aires y en la primera discusión se
generó el enfrentamiento frente al comedor universitario. Fue el debut de la Banda Púrpura, donde
Néstor Kirchner era un activo artífice. Pero no pasaban de las trompadas.
Quienes en aquella época fueron sus jefes recuerdan de Kirchner algo más que su voluntad para
ir al choque -que con el tiempo mantendría por cierto-: su solidez, su rapidez mental, su gran
capacidad de aprendizaje. “Mientras otros recurrían a la dialéctica en exceso, él iba a cosas
concretas. Era un tipo de gran capacidad de organización... y sobre todo, corajudo. El iba al
frente”, destacó uno de sus compañeros.
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En la campaña presidencial, Carlos Menem tachó de “montonero” a su rival Néstor Kirchner.
El santacruceño aclaró entonces que había sido militante universitario de la Juventud Universitaria
Peronista y parte de la Tendencia revolucionaria. “Si hubiera sido montonero, lo diría”, remarcó.
“Estaban los Montoneros ideológicos y los que tomaron la opción armada. El nunca fue de
agarrar un arma”, afirmaba a su vez un colaborador de Kirchner. ¿Qué diferencia había entre ser
de la Tendencia y ser montonero? La Tendencia indicaba un ordenamiento de organizaciones de
superficie, y una cosa era ser montonero y otra ser adherente a los montoneros. Eran dos cosas
distintas. Ser montonero era formar parte de la organización, lo cual implicaba haber desarrollado
tareas en el seno de la misma.
Quienes formaron parte de la Tendencia admiten la existencia de un debate muy grande en
torno al método político. Toda militarización de la política trae como consecuencia la pérdida de
participación popular, admiten. Es una discusión que no ha sido saldada.
Como presidente, Néstor Kirchner no se limitó a inaugurar el Museo de la Memoria, sino que
cada vez que pudo homenajeó a quienes recordó como sus compañeros desaparecidos. A seis
meses de ser jefe de Estado, se desplazó a Benito Juárez, provincia de Buenos Aires, para
protagonizar un emotivo acto al inaugurar el Paseo de la Memoria en esa ciudad, donde homenajeó
a cuatro militantes desaparecidos: Julio Pacheco, Roberto Basile, Omar Beain y María Hebe
Traficante. Allí evocó los años de estudiantes en La Plata, donde “vivíamos en la pensión de 45 al
312, cuando disfrutábamos de las canastas de comida que mandaban las familias de Benito Juárez
y nos hacían sentir millonarios en afecto”.
Recordó especialmente las noches en que Julio Pacheco les levantaba el ánimo con su guitarra,
y advirtió para no dejar dudas que no buscaba venganza, sino construir un país distinto, “donde la
fuerza moral de Tatu (por Basile), Omarcito (Beain), Julio (Pacheco) y María Hebe (Traficante)
nos ayuden a construir el país que merecemos”.
Esa era la etapa del “Luche y Vuelve”, que concluyó con los dos regresos de Perón. Tras eso se
resolvió disolver la FURN, pero la marcha a Ezeiza y los hechos posteriores fueron un recuerdo
imborrable para quienes tomaron parte de la misma.
“Recuerdo las noches que no dormíamos antes del 17 de noviembre del 72, para salir por
Turdera, para recibir al general Perón, a enfrentar la represión de aquellos tiempos en que no
entendían lo que era el contacto de un pueblo con su líder”, rememora Kirchner.
Néstor y Cristina todavía no se conocían, pero tomaron parte de la marcha, separados. Los
recuerdos de quienes se movilizaron hacia Ezeiza se dividen en dos, diametralmente opuestos. La
primera parte, con una sensación de euforia y fiesta, que se extendió durante meses con los
preparativos del regreso de Perón. Y luego la marcha, iniciada el 17 de noviembre desde La Plata.
“Era una cantidad de gente impresionante -rememora Marcelo Fuentes, quien condujo una de las
columnas-. Además, dos días antes estábamos movilizando, a los efectos de no atorar el sistema de
transportes”.
La memoria rescata a un “baqueano” de la zona de apellido Fonseca, que más tarde se
convertiría en abogado de Monte Grande, que llevó a la gente hasta 2.000 metros de la cabecera de
pista. Una columna de más de 45.000 personas, de las cuales entre doce y trece mil eran
universitarios.
“Cruzamos Monte Grande de noche y en silencio, en grupos de a cinco... -cuenta Fuentes-. Y la
lluvia, que no paraba nunca. Cómo habrá sido la euforia que había, que después nos tomamos el
trabajo de averiguar y vimos que no hubo engripados por esa lluvia”.
Pedro Guastavino, quien al llegar a la presidencia Kirchner se convertiría en vicegobernador de
Entre Ríos, militó con Néstor y Cristina y también estuvo en esa movilización a Ezeiza. Recuerda
que la columna que venía desde La Plata era muy grande y querían mostrarle al general Perón su
poder de movilización tratando de ocupar la parte de adelante del palco. Obviamente el armado
organizativo del acto, que estaba en manos de Osinde, de Alberto Brito Lima, quien dirigía los
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Comandos de Organización, la derecha del peronismo, iba a impedir a cualquier precio que lo
hicieran. Pero la columna era muy grande y no encontró mayor resistencia, con lo que lograron
romper el cordón que impedía la llegada al palco.
Con su metro ochenta, Guastavino también integraba la Banda Púrpura y recuerda de esos días
que cuando se armó el grupo de choque con la gente de la JP, al llegar a la cabeza de la columna
“nos encontramos con todos los morochos de Ensenada, de Berisso, los compañeros de la JP y la
JTP, con cadenas y demás... y nosotros que dábamos pena, porque lo nuestro era algún que otro
palito y no teníamos otra cosa... Nos mirábamos entre nosotros y nos decíamos 'la que nos
espera'”.
Luego de que traspasaran el cordón, ante la posibilidad cierta de que los muchachos de la
tendencia pudieran copar la parada, comenzaron los disparos. “Todos empezamos a correr, a
protegernos, a resguardarnos, y empezó la vuelta a La Plata”, señala Guastavino.
Marcelo Fuentes recuerda ese momento en el que Leonardo Fabio pide que se callen los
bombos, y comienzan a escucharse los tiros. “Son dos situaciones muy distintas, una cosa era
llevar gente a una fiesta y otra la preocupación de qué pasa después... La angustia fue volver, el
temor a que nos estuvieran esperando, ver qué garantías le dábamos a la gente que habíamos
llevado”.
Vieron y vivieron escenas pavorosas, incluso con linchamientos... Momentos en los que la
reacción de la gente era tal que se volcaba contra todo hombre que aparecía armado.
“La vuelta fue un desastre, porque no había colectivos. Cuando se armó el tiroteo, muchos
choferes de colectivo se fueron... -evoca Guastavino-. Volvíamos como podíamos, recuperando
algunos colectivos a fuerza de presionar a choferes para que no se fueran”.
Cristina Fernández no es demasiado recordada de aquella época por su oratoria en público. De
haberla ejercido, sin duda se hubiese destacado, pero ella era estrictamente una militante de base.
Todos participaban de las discusiones, pero los oradores de los actos relámpago que se armaban
estaban bien determinados. Lo mismo sucedía con Néstor Kirchner; Marcelo Fuentes era en la
FURN el encargado de hablar, por ser considerado un excelente orador y él era entonces quien
encabezaba las mayores discusiones que se daban en los pasillos de la facultad, sobre todo con los
grupos de izquierda.
La senadora es recordada sobre todo por su belleza. Respetuosos, quienes siguen vinculados al
presidente Kirchner se limitan a admitir que, en efecto, ella llamaba mucho la atención, sin dar
mayores detalles. Algún osado apenas si se animó a sugerir que se destacaba al irse...
“Tenía un buen c...”, sintetizó -mucho más directo- un político que hoy no transita el mismo
andarivel que el santacruceño.
Ella vio a Kirchner en los claustros universitarios y recuerda haberle prestado atención por la
manera como defendía fuertemente sus ideas. En esa época el futuro presidente se había dejado
crecer el pelo, lo llevaba casi hasta los hombros y llamaba la atención por su convicción y la
fuerza que ponía en sus palabras. Pero nada pasó entre ambos; ella ni le llevaba el apunte.
Cristina se ocupaba por avanzar decididamente hacia el título de abogada rindiendo sus
materias con un alto promedio en notas, exacerbando la puntillosidad que había mostrando durante
su época de secundaria y comprobando día a día que no había estado errada al mudarse de la
psicología al derecho, carrera que le apasionaba.
Ya como senadora -y primera dama- tendría oportunidad de aludir a sus tiempos de joven
estudiante al recrear nada menos que durante una sesión lo aprendido entonces. Y lo hizo nada
menos que en oportunidad de anularse las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, donde dio
otra muestra de su erudición y ágil oratoria. Dijo en un pasaje de esa sesión del 20 de agosto de
2003: “He escuchado también hablar en materia jurídica acerca del derecho de gentes
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y del Juicio de Nüremberg. Señor presidente: el derecho al respeto a la vida no viene del Juicio
de Nüremberg, ni tampoco de una suerte de discusión doctrinaria entre kelsenianos y
iusnaturalistas. Es más, Sófocles y los griegos ya habían hablado de estos derechos. Recuerdo que
la primera clase que recibí como estudiante de derecho en la Universidad Nacional de La Plata fue
la de Antígona; incluso recuerdo al profesor que daba el ejemplo, actualmente integrante de la
Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, el doctor Héctor Negri. En el relato de
Antígona se explica la superioridad de leyes naturales y divinas por sobre las leyes de los hombres,
por el derecho positivo”.
Didáctica, continuó comentando: “Para quienes no conocen la historia, Antígona quería sepultar
a su hermano, pero la ley en Tebas impedía que fueran sepultados los cuerpos de los que habían
luchado contra Tebas. Entonces, cruza la frontera de la ciudad, viola la ley del tirano, la ley
positiva, y va y entierra a su hermano”.
“Entonces, Antígona, mujer tenía que ser después de todo, creo que no debe ser casualidad... va
y entierra a su hermano, porque existe una ley natural que está por encima de la de los hombres,
que dice que los cuerpos deben recibir sepultura. En nombre de ese derecho, que es superior a
cualquier otra cuestión, hoy nos encontramos reunidos aquí. Nunca admití que en nombre de las
razones de Estado se fundamentara la violencia que implica la violación del cuerpo humano”.
Vale recordar los aplausos que coronaron las palabras de la senadora y sobre todo los de tantas
mujeres que estaban en las galerías del recinto y se sintieron identificadas tras el encendido elogio
para Antígona.
Pero dejemos por un tiempo a la ya adulta -aunque siempre vehemente- Cristina y volvamos a
la jovencita estudiante de Derecho de la UNLP, que alternaba volanteadas con el estudio y la
salida con amigas/os. Cosas del destino, un buen día Néstor Carlos Kirchner se mudó con el novio
de una compañera de estudios de Cristina llamada María Ofelia Cedola, quien hoy vive en
Neuquén y con la que Cristina sigue viéndose de vez en cuando. Kirchner ya le había echado el
ojo a la bella platense, y la nueva situación inmobiliaria le facilitó las cosas. De hecho, ahora veía
seguido a Cristina.
Además, la militancia había limado en él cierta timidez con la que había llegado desde Santa
Cruz. Entrador y decidido, en octubre de 1974 se animó a preguntarle a Cristina si quería estudiar
con él. Ella, a quien ya el joven santacruceño no le resultaba indiferente, aceptó.
Cristina Fernández asegura que él la deslumbró con su inteligencia, pero lo cierto es que la
misma no se reflejaba por entonces tan bien en sus estudios, donde él llevaba airosamente la
carrera, pero sin destacarse demasiado. Ella en cambio, tal cual hemos dicho, tenía altas notas. La
relación era más o menos de 9 a 6 o 7; una alumna sobresaliente y un alumno medianamente
bueno.
A la postre fue un buen “negocio”, ya que ella ayudó a Néstor a preparar las materias, aunque
Cristina admite que no era fácil estudiar con él, por el carácter hiperquinético del joven. El asegura
que a partir de entonces comenzó a rendir con 8 y 9.
¿Qué le habrá visto a ese joven patagónico una de las chicas más lindas de la facultad, que hasta
entonces parecía atraída sólo por muchachos muy bien parecidos? Es una pregunta poco original
que no encontrará una respuesta concreta y menos de la propia protagonista, que insiste con
aquello de haber sido atraída por la inteligencia de su consorte. Por entonces -vale reiterarlo- él ya
le había llamado la atención por más de un motivo: la altura, el porte, la decisión, la pasión por
defender esos ideales que ella compartía, lo que ya no es decir poco...
Producto de una tos convulsa, Kirchner ya sufría el estrabismo que lo identifica en el presente,
pero que jamás lo hizo sentirse disminuido. Obstinado, se resistió eternamente a operarse, del
mismo modo que en el futuro se negaría a asistir a un fonoaudiólogo que intentara corregirle el
ceceo. Pero de algo le ayudó al menos ese defecto: cuando le confesó a Cristina que su frustración
más íntima era no poder ser maestro a causa de su pronunciación, ella se derritió de ternura.
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En esos tiempos el amor iba de la mano con la militancia política y enseguida comenzó el
noviazgo, que se dio precisamente cuando había comenzado a menguar la participación de ambos
en la militancia política. Juan Domingo Perón ya los había echado de la Plaza y había dejado en
los militantes de la Tendencia una sensación muy confusa. Sintieron la sensación de la ruptura, la
convicción de que había sido una ficción esa pretensión de unidad nacional con proyectos tan
extremos y antagónicos. Era un engaño que ellos mismos se estaban creando. El enfrentamiento de
esas ideas se definía ahí, luego de tensionarse al punto máximo.
Muerto Perón, había llegado la etapa de la Triple A. Compañeros de militancia como Achem y
Miguel habían sido secuestrados por la organización lopezreguista en complicidad con el Batallón
de Inteligencia de La Plata y el CNU. Comenzó un proceso donde se cometían asesinatos y en los
propios sepelios aguardaban a otros “objetivos” a los que también secuestraban y luego los
cuerpos eran arrojados por ejemplo frente al local de la agrupación Cogorno.
Muchos ya se habían ido. Luego de salvarse dos o tres veces de ser secuestrado, Marcelo
Fuentes se escapó a Bahía Blanca en el 73, tras la intervención de la UNLP; Carlos Kunkel, estaba
preso; Guastavino se fue a principios del 75, sin alcanzar a recibirse; igual lo detendrían en Santa
Fe y estaría 20 días desaparecido y luego 6 años preso en Coronda, Caseros, La Plata y Rawson...
El entrerriano Guastavino se reencontraría con el matrimonio Kirchner en oportunidad de
realizarse el acto del 24 de marzo de 2004 en la ESMA. Comió con ellos esa noche en la
residencia de Olivos y recordaron la etapa posterior al 73, cuando se creó la “teoría del cerco”, esa
que decía que Perón estaba rodeado por sus colaboradores, con López Rega a la cabeza, y había
que romper ese cerco. Recordaban que por su gran capacidad de movilización, las columnas de La
Plata solían ser requeridas para marchar hacia Buenos Aires. Cierta vez que lo hicieron, los
presagios no eran los mejores; como siempre, coparon un tren de La Plata a Buenos Aires y ante el
temor de lo que vendría, trataban de darse ánimo con los cánticos. En esa cena en Olivos, Kirchner
y Guastavino evocaron riendo que entonces, para dejar la aprensión de lado, iban cantando aquello
de “libres o muertos/antes que esclavos”, pero con una variación: “Libres o esclavos/jamás
muertos”. Igual que modificaban la consigna: “Juventud presente/Perón, Perón o muerte”, por la
más optimista “Juventud presente/Perón o heridas leves”...
Cristina y Néstor tuvieron sólo seis meses de novios. “¿Para qué más? Hay cosas que se
advierten prontamente. Estudiamos juntos, ejercimos la profesión juntos”, señala la mujer con la
más estricta lógica. Lo cierto es que eran tiempos donde se vivía todo raudamente. El aprendizaje
no se circunscribía solamente a los estudios y había en juego muchas más cosas, como la vida
misma.
Se crecía de golpe. Se moría de golpe.
Néstor y Cristina se reivindican plenamente como una pareja de la generación de los setenta,
cuando el matrimonio era algo más que la libreta de casamiento, los hijos y la casa: era también
tener objetivos comunes, convicciones parecidas o casi iguales y hasta gustos similares.
Mas las utopías con las que se habían ilusionado, de momento habían quedado sepultadas por
una realidad agobiante. Nadie podía saber lo que sucedería al día siguiente. Así las cosas, Kirchner
y la Fernández se movieron con los arrebatos de la época y decidieron casarse. Lo harían, y en
cuanto pudieran, se irían bien lejos.
Contrariamente a lo que pudiera pensarse, no hubo la menor oposición en casa de Cristina
respecto a su relación. “Hubiera sido además un ejercicio inútil”, aclara Cristina, sin que nadie
dude de la veracidad de sus palabras. A la madre de Cristina le había caído bien Néstor de entrada,
lo mismo que a la hermana. No tanto al padre, tan antiperonista él.
Se casaron el 9 de mayo de 1975 y la boda no fue por Iglesia, sólo por civil. Llovía a cántaros y
Cristina tenía puesto un trajecito azul. Con un dejo de nostalgia, ella admite que estaba muy linda
ese día. El llevaba puesto un traje oscuro, cosa que ella no logró que se pusiera el día que lo
presentó a sus padres.
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Después de la ceremonia fueron a la casa de los padres de ella, donde se realizó una pequeña
fiesta. Por la distancia, no pudieron concurrir muchos santacruceños que hubieran deseado estar,
pero no faltaron los amigos de la facultad, que en cierto momento y con el guiño de la novia
comenzaron a golpear las mesas al ritmo de la marcha peronista... que terminaron cantando a voz
en cuello. La madre de Cristina esbozó una sonrisa tímida y nerviosa, mirando de reojo a su
esposo balbinista, rojo de indignación.
Curiosamente no hay fotos de la fiesta de casamiento, tal vez una rebeldía más de esa pareja
poco dócil; sí en cambio hay imágenes captadas por una filmadora traída por los prósperos
Kirchner desde Santa Cruz.
La pareja se fue a vivir a City Bell, en una casa que alquilaron deliberadamente lejos del centro
de La Plata, tratando de alejarse de la violencia. Eran vecinos de Cacho Caballero, otro compañero
del mismo grupo de militantes que también se acababa de casar. Junto a ellos vivieron esa suerte
de exilio político. Es que, como hemos dicho, luego del fallecimiento de Perón se habían alejado
de la Tendencia, cosa que en la práctica concretaron al irse a vivir lo más lejos posible.
La militancia había sido virtualmente dejada de lado, reemplazadas por otras consignas más
pragmáticas para el tiempo que ahora vivían: trabajar, recibirse, después se vería... De momento, la
política quedaba en stand by.
La madre de Cristina le consiguió a Néstor un puesto en el Ministerio de Economía bonaerense,
ahí en La Plata, y él comenzó a trabajar para mantener el hogar que comenzaba a construir.
Kirchner ha contado que cuando le entregó su primer sueldo a su flamante esposa, la novel ama
de casa lo liquidó comprando todo tipo de tarritos para la cocina. Cuando llegó Néstor y vio el
destino de su salario, se limitó a señalar: “Los tarros son muy lindos, pero ahora no tenemos plata
para llenarlos”. A partir de eso y por un buen tiempo decidió administrar él la plata.
Como la casa que habían alquilado en City Bell tenía un patio amplio, solían juntarse los
sábados con otros compañeros de la época: Cacho Caballero y la esposa, que vivían al lado; Carlos
Negri y su mujer, quienes también habían alquilado una casa en la zona; con Carlos Moreno. Ahí
mantenían largas charlas que matizaban jugando a las cartas.
Contrariamente a lo que podría pensarse, Cristina -tan fina ella- no era vista como un sapo de
otro pozo. Los setenta era una época de auge de la militancia peronista y los adherentes se
sumaban de a miles, sobre todo en los medios universitarios. Por eso no llamaba para nada la
atención que una chica como Cristina Fernández se incorporara al sector.
La Cristina Fernández que recuerda de esos tiempos Cacho Caballero es exactamente igual a la
de hoy, fundamentalmente por su forma de hablar. “No ha cambiado nada”, dice riendo.
“A Cristina se la reconocía porque llamaba mucho la atención, sobre todo por su belleza, pero
no solamente por eso, sino también por su ímpetu, su participación”, destaca otro compañero de
militancia.
Pero la etapa que vendría era muy diferente a la vivida hasta entonces. Cristina matizaba sus
estudios con las tareas de ama de casa. “Kirchner me ayudaba mucho cuando éramos estudiantes.
No, nada de chica, nada de mucama... nos arreglábamos solos”, aclara la señora de Kirchner.
El 24 de marzo de 1976 llegó el golpe militar, y con ello, el deseo irrefrenable de Cristina por
irse. Por más apartados que estuvieran de la actividad, nada garantizaba que no pudieran tener
problemas, nadie estaba seguro.
Estaban en la casa de la madre de Cristina, era una tarde de sol que la primera ciudadana
recuerda con precisión. Fue ese día que la mujer habló de irse bien lejos, y llegó la respuesta de su
esposo respecto a la necesidad de volver a su provincia con el título.
- ¿Y para qué querés un título en un país donde no se sabe si al día siguiente vas a estar vivo? insistió ella.
- Tengo que terminar mi carrera y hacerme una posición, porque voy a ser gobernador de Santa
Cruz.
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Fue cuando Cristina pensó que su joven esposo no estaba en sus cabales: se arriesga a que el
título se lo den en un cajón, muerto, se dijo.
A la hora de recordar esos tiempos, Cristina refresca las razones por las que quería irse sí o sí
de La Plata.
- Los años en la facultad fueron tan duros como lo era la historia del país. Por aquel entonces se
incorporó casi toda una generación al peronismo, con los sinsabores y descubrimientos de esta
actividad en una etapa trágica como resultó aquella. Yo amaba la ciudad de La Plata, pero después
de todo lo que se vivió y con el grado de violencia que existió después de 1973 y que desembocó
en el Proceso Militar... ¡Es una ciudad con una generación entera desaparecida!”
Confiesa que es el día de hoy que aún le duele mucho esa ciudad en la que nació y vivió 23
años. Por eso es que vuelve muy de vez en cuando.
Kirchner se cortó el cabello bien corto para cambiar su fisonomía y cambió horarios para evitar
“sorpresas” a la hora de rendir sus últimas materias. Tras recibirse, tres meses después del golpe,
se fueron a vivir lo más lejos que podían: a tres mil kilómetros de distancia.
“Nos fuimos en julio del 76 -evoca Cristina emocionada-. En esa época, vivir en La Plata era
insalubre. Había mucha humedad... la humedad mataba. Hasta ese momento me faltaban tres
materias para recibirme, que las hice después de casada. Pero es increíble, porque hasta ese
momento había hecho la carrera en tres años, era muy buena alumna, y después tardé tres años
más en dar esas tres materias... No había caso, no quería volver a La Plata”.
Capítulo III
Santa Cruz
Tan claros tenía sus objetivos Néstor Kirchner que hasta había delineado que para alcanzarlos
precisaba medios. Fue en ese marco que le confió a su esposa que necesitaba hacerse de una
posición y el dinero suficiente para financiar sus planes políticos, aunque no había la menor señal
de cuándo podría ponerlos en práctica. Con los años que duró el Proceso, tuvo un buen tiempo
para amasar su fortuna.
Era la época de la dictadura, que en Río Gallegos no fue especialmente severa: la represión fue
mínima y no hubo desaparecidos. El flamante matrimonio comenzó a trabajar en lo que luego sería
la base del buen dinero obtenido, cuando Eduardo Costa, un comerciante local, le encargó a
Kirchner la recaudación de cuentas incobrables.
Pero Kirchner tenía un título de abogado y a eso se quería dedicar, más sin descuidar el rubro
que ya estaban atendiendo y que parecía ser bien rentable. Fue así que tiempo después abrieron el
Estudio Jurídico Kirchner, ubicado en el número 264 de la calle 25 de Mayo.
No les fue mal: lograron tener una importante cartera de clientes, entre ellos los principales
comercios del medio, el diario La Opinión Austral y la financiera Finsud. En 1978 asociaron al
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bufete a Domingo Ortiz de Zárate, un abogado de prestigio y trayectoria que ya había sido juez y
llegando incluso a presidir el Superior Tribunal de Justicia, cargo al que renunció luego del golpe
del 76. Hasta entonces, el fuerte del estudio era el asesoramiento de algunas financieras y se
especializaban en cobranzas. La cosa funcionó tan bien que es de esos años que el matrimonio
Kirchner adquirió 22 de las 24 propiedades que al asumir Kirchner la presidencia declararon.
La decisión de convocar a Chacho Ortiz de Zárate no fue desacertada. La idea era que él se
dedicara a las defensas y ampliar así el espectro de acción del estudio. Este socio recuerda que al
futuro presidente de la Nación le encantaban los desafíos y que cierta vez se desplazaron a la
ciudad de Punta Arenas, en Chile, para defender a un argentino acusado de espionaje.
Cristina Fernández de Kirchner ha contado que en esos primeros años en que instalaron el
estudio ella “trabajaba como una pichicha, mientras que Kirchner se encargaba de las relaciones
públicas”. En realidad, no lo dice como crítica y descarga una risa, como para refrendarlo.
Lo mismo que con la colaboración en la casa: la dama platense devenida en santacruceña
recuerda que cuando vivían en City Bell y cursaban la facultad, su flamante esposo la ayudaba con
las cosas de la casa, “por una cuestión de compañerismo”. Ya en Santa Cruz comenzó a dejar de
hacerlo, cosa que le ponía los pelos de punta a Cristina, quien siempre fue muy detallista y de
enojarse cuando dejan las cosas desordenadas. Las quiere perfectas y su esposo era de dejar todo
tirado -y sólo se corregiría un poco a base de peleas y del tiempo-, cosa que la enferma. “Yo soy
demasiado perfeccionista, obsesiva; quiero que todo esté perfecto y ordenado, que los cuadros no
estén torcidos”, acota Cristina sin que nadie se anime a contradecirla.
Ella recuerda que durante la dictadura su vida pasaba por el trabajo en el estudio jurídico, la
casa y, sobre todo, la cocina. Admite que le gustaba preparar comidas, que cocinaba mucho en la
época de la dictadura -“no tenía otra cosa que hacer”- y jura que lo hacía bien. “Es lo único de la
casa que me gusta hacer, y me encantaba”. ¿Su especialidad? Pollo a la cerveza, pero obviamente
hace siglos que no enciende una hornalla.
Odiaba planchar, la aspiradora, todas esas cosas que considera horribles. “No, nada de chica,
nada de mucama. Solos -insiste-. Luego, cuando nació Máximo ya había alguien para cuidarlo y
alguien para hacer los trabajos de la casa. Ya teníamos personal puertas adentro, como decimos en
el sur. Acá, en Buenos Aires, dicen con cama adentro”.
Llegamos a Máximo, el primogénito, nacido el 16 de febrero de 1977. Y se generó la primer
discrepancia entre Néstor y Cristina como padres. ¿La razón? El nombre del hijo. Para explicar la
discusión que sobrevino habrá que remontarse a los ancestros del santacruceño más famoso:
pertenece a la tercera generación de los Kirchner que se radicaron en Santa Cruz. Su bisabuela
Oma emigró de Suiza a Sudáfrica junto a su esposo a fines del siglo XIX; desde el continente
africano viajaron hasta Santa Fe y de allí se trasladaron luego a Río Gallegos.
En esa ciudad, en tiempos de la Patagonia Rebelde, Néstor Carlos Kirchner (abuelo del Néstor
de nuestra historia) montó un próspero almacén de ramos generales y tuvo cinco hijos. Al mayor
también lo bautizó con su mismo nombre, Néstor Carlos (h), quien sería mecánico dental,
comerciante y telegrafista, entre otras cosas, y se casaría con la chilena Juana María Ostoic.
Tuvieron tres hijos: Alicia, Néstor Carlos y María Cristina, en ese orden.
Obviamente el abogado Néstor Kirchner tenía todas las intenciones de mantener la tradición,
pero ahí se topó con el temperamento de su esposa, que estaba dispuesta a interrumpirla.
- A tu papá le dicen Néstor, a vos Néstor Carlos, ¿a mi hijo cómo le van a decir? ¿Pepito? No,
de ninguna manera -fue el razonamiento concreto de Cristina.
Al final, hubo un arreglo a medias que Néstor aceptó a regañadientes, aunque reconocía la
validez de los argumentos expresados por su mujer. El pequeño se llamó entonces Máximo Carlos.
Eran tiempos difíciles. Se estaban estableciendo aún en Río Gallegos y las noticias provenientes
de Buenos Aires eran por demás inquietantes. Amigos que emigraban, amigos que iban presos,
amigos que desaparecían... Máximo no tenía un mes cuando el 16 de marzo de 1977 vinieron
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soldados del 5° Cuerpo de Ejército y detuvieron a Néstor Kirchner. Junto a él también se llevaron
a Rafael Flores.
En rigor, la detención de ambos podría ser considerada bastante leve para los tiempos que
corrían. De hecho, la orden de captura fue demorada dos días porque el que estaba al frente del
Ejército allí era amigo de la familia de Flores, quien también había sido padre en febrero y
justamente por ello dilataron la detención. Una vez adentro, los interrogaron por separado, pero en
una oficina. Y el trato no fue el que se aplicaba en otros lados: no se les levantó la voz, no se los
tuteó, ni hubo amenazas. Fue un interrogatorio elemental, casi podría decirse que para cumplir las
formas.
- ¿Estuvo el 25 de mayo de 1973 en la Plaza?
- Sí.
- ¿Llevaba una bandera de los montoneros?
- No.
- ¿Había banderas de los montoneros?
- Sí, una grandísima.
Así era el interrogatorio. Luego, los llevaron a celdas de aislamiento, pero no se los maltrató.
Estuvieron tres días y dos noches. Después los soltaron y cada uno volvió a su actividad, sin que
los molestaran jamás.
Fue la única vez que Néstor Kirchner estuvo preso, aunque su hermana Alicia hable de otra
detención de “más o menos un mes”, pero no hay datos de ello. Cristina, en cambio no sufrió
prisión: ni en sus tiempos de militancia, ni durante la dictadura.
La única razón que justificaba la detención de Kirchner y Flores era que ambos habían estado
vinculados a la Juventud Peronista. Rafael Flores había sido incluso dirigente de la JUP y como tal
estuvo en la última mesa de la Juventud Universitaria Peronista. Después, se fue. Con él, quien
luego sería presidente vivía una historia particular, caracterizada por sucesivos encuentros y
encontronazos. Los que conocieron en esos tiempos a ambos no omiten citar la extraña relación
que se daba entre los dos, quienes se conocían de chicos. “En el colegio debían pelearse hasta por
las figuritas”, calculó un dirigente universitario que los trató en su época platense. Aunque en
realidad no cursaron jamás juntos, siempre tuvieron una vida paralela y similares expectativas; la
política fue el ámbito en el que confrontaron. Siempre.
Años antes de ir a la facultad, el Rafa Flores se había ido a Bahía Blanca, por lo que recién se
reencontraron con Kirchner cuando éste llegó a la UNLP para estudiar Derecho. Lo mismo que ya
estaba cursando su coterráneo, quien tenía mayor jerarquía en la Tendencia. El tema es que
mientras el Rafa era más exitoso en La Plata y crecía en las estructuras de la JUP, Kirchner no era
relevante allí, amén de las distintas versiones que el tiempo iría agregando para darle más corte a
quien luego llegaría a ser presidente de la Nación.
“Su militancia fue muy corta y lo solían llamar cuando se necesitaba un grupo de grandotes,
porque impresionaba por lo alto; pero no estaba en la conducción ni mucho menos”, advirtió a este
autor un conocido de la época.
El tema es que mientras Flores estaba instalado en la capital bonaerense y sólo regresaba a
Santa Cruz en forma clandestina, Kirchner lo hacía periódicamente a Río Gallegos, con el pelo
largo y convertido en todo un personaje: ahí iba él, con el poncho colorado y llevando libros y
documentos, generando respeto entre quienes lo veían volver como el hijo pródigo.
Otro santacruceño que cursó con Kirchner y Flores en La Plata es Daniel Varizat, quien años
después ocuparía la banca que Cristina Kirchner dejó en el Senado para ir a Diputados. El hombre
dejó de estudiar en la UNLP después de un año y medio y regresó a Santa Cruz en el año 72. Eran
tiempos de efervescencia política y también integraba la Juventud Peronista, pero de Río Gallegos.
“En ese entonces yo estaba estudiando en el Instituto Universitario e integraba la mesa de la
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Juventud Universitaria Peronista -rememora Varizat-. Y cada vez que Néstor venía,
coordinábamos cosas y demás”.
Podrá decirse entonces que cuando Néstor Kirchner le advirtió a Cristina que sería gobernador
de su provincia no estaba soñando despierto, sino que pensaba cosechar lo que sabia y lentamente
había comenzado a sembrar en esos tiempos de militancia.
La relación de Kirchner y Flores fue una mezcla de competencia, celos, acuerdos y peleas. Y
una desconfianza mutua que no se resolvió nunca, ni en las mejores épocas de la relación, que
también las hubo. Ya se verá.
Consagrado a su trabajo de abogado, Néstor Kirchner fue asesor legal de la financiera Finsud.
Por esos años regía la temible circular 1050 de José Alfredo Martínez de Hoz, y a partir de ella y
de la imposibilidad de mucha gente de pagar créditos asumidos con entidades financieras,
Kirchner compraba esos créditos desde su posición privilegiada. Fue la base a través de la cual
logró ir engrosando el número de sus propiedades.
Así fue como el matrimonio llegó a tener un patrimonio millonario. En su declaración jurada
ante el Senado, Cristina incluyó los 22 inmuebles de Río Gallegos, además de dos en la Capital
Federal, como bien conyugal adquirido con ingresos propios. Todas las propiedades instaladas en
Santa Cruz fueron adquiridas antes de 1987, fecha en la que ya estaban en política, pero en la que
cerraron definitivamente el estudio. Sin embargo, en su declaración ante la Oficina
Anticorrupción, hecha posteriormente, la senadora Kirchner sólo declaró bienes por 65.879 pesos,
contabilizando tres propiedades en Río Gallegos y una en Buenos Aires.
En 1980 se produjo el primer atentado contra el Estudio Jurídico Kirchner. Una bomba molotov
fue arrojada contra las oficinas, y los caños de gas habían sido cortados, de modo tal que todo
volara. Sin embargo, de milagro el artefacto explosivo no alcanzó a estallar y el ataque fracasó. No
sucedería lo mismo un año después, ya en la época de la guerra de Malvinas, cuando se perpetró el
segundo atentado, que esta vez resultó exitoso: desconocidos dieron fuego al lugar, que fue
devastado por las llamas. Al llegar Néstor Kirchner -fue el primero en hacerlo- las llamas habían
devorado la casi totalidad de ese estudio de abogacía que había diseñado y construido su amigo
Daniel Varizat, el mismo que amplió y modificó la casa donde vivió en esa época el matrimonio
Kirchner.
Volverían a construirlo todo, ¿pero qué razones llevaron a que se cometieran dos atentados
contra esa propiedad de los Kirchner, cuando apenas comenzaban a esbozar su vuelta a la
actividad política? Muchos se han tentado por darle una connotación política al episodio y las
propias víctimas son propensas a que así parezca, mas no había razones concretas en ese sentido.
Si bien jamás se descubrieron las causas ni a los responsables, lo cierto es que teniendo en cuenta
que el estudio se dedicaba a realizar cobranzas, con todo lo que eso implicaba, era más que
probable que hubiera muchas personas interesadas en que ocurriera algo así: en esas oficinas había
pagarés, cheques y demás cosas que seguramente muchos querían hacer desaparecer, y lo lograron.
Volver a las fuentes
Ejercían la profesión, estaban tranquilos y les iba bien con los negocios. Cristina se había
habituado perfectamente a la vida patagónica y sólo lamentaba el dolor de su madre por lo lejos
que estaba ella. Ofelia Wilhelm recién pudo conocer la prosperidad de la familia que había
formado su hija allá en el lejano sur en 1982, cuando en tiempos de la guerra de las Malvinas viajó
por primera vez a Río Gallegos. En el ínterin se había quedado viuda y sólo apaciguaba la
nostalgia por no ver a su hija y su único nieto la convicción de que Cristina y Néstor estaban bien
y a salvo de la locura de la dictadura militar.
Pero tanto Néstor como Cristina eran animales políticos, que tenían esa pasión obligatoriamente
dormida pero que irían retomando. “Los dos tienen ese calor que hace que quieran estar las
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veinticuatro horas en una unidad básica”, diría más adelante Ortiz de Zárate, que compartió con
los Kirchner los tiempos en los que comenzaron a tomarle el gusto a la política. Conocedor de la
génesis política de los Kirchner, su ex socio afirma convencido que “el jefe real es él. A veces
parecería como que la figura potente que ella tiene eclipsara la de él, pero no es así. Son un
tándem. Se complementan. Suman poder”.
Fanático hincha de River, Ortiz de Zárate trabajó mucho con Néstor y Cristina, quienes tienen
una gran confianza con él, aunque tomó distancia de los Kirchner en términos políticos. Pero una
vez gobernador, cada vez que Kirchner tuvo un problema grande en su provincia, siempre llamó a
su ex socio para hacerle consultas.
A partir de 1981 comenzó a generarse “ruido político” en la provincia. Kirchner y un grupo
muy reducido de no más de diez personas comenzó a moverse en ese sentido, aunque con la
cautela que los tiempos imponían. Más tarde, esos tímidos contactos se transformaron en
movimientos concretos y se creó lo que dieron en llamar el Ateneo Teniente General Juan
Domingo Perón. “Horriblemente obvio. Disimulábamos muy mal”, admite Cristina.
Faltaban dos años para la apertura democrática y ese Ateneo se transformaría en una línea
interna del peronismo local. Inicialmente Cristina Fernández de Kirchner no participaba mucho.
Gente de la época que estuvo en esos inicios en que Néstor Kirchner comenzó a hacer política
definitivamente, asegura que “ella nos miraba un poco con desconfianza; nos trataba como los
amigos de él, poniendo un poco de distancia”.
Pero no tardarían en convertirse en amigos de ella también, tras lo cual Cristina comenzó a
incorporarse con ganas a la actividad política. “Nunca nadie le regaló nada; ella siempre se ganó
los lugares con mucho respeto, en base a su gran capacidad, no sólo intelectual, sino de trabajo”,
remarcó un compañero de esos tiempos, hoy diputado nacional, certificando lo que ella repetiría a
lo largo de su carrera política, desligándose del complejo de “ser la esposa de”. Complejo que,
dicho sea de paso, para ella nunca existió.
Luego de la aventura militar de Malvinas llegaría la apertura política y los Kirchner
comenzaron a militar abiertamente, a participar de elecciones... y a perderlas.
- Cuando fue la apertura democrática, participamos con gran entusiasmo. Creo que éramos tres
y salimos terceros -admite Daniel Varizat echándose a reír.
En efecto, los participantes de esa interna fueron Arturo Puricelli, Dante Dovena y Néstor
Kirchner. El primero sería un adversario de K toda la vida; el otro, un aliado y operador histórico.
Adversarios de la época, muchos de los cuales luego estarían en el gobierno kirchnerista,
advierten que la agrupación de Kirchner tenía lo que definen como “una trayectoria errática”. Esto
es, de pronto traían gente de la revista Línea y de golpe saltaban a Patricia Bullrich, que en ese
momento era de izquierda. Cuentan que incluso una vez fue a Río Gallegos el candidato
presidencial Italo Luder, entonces en campaña, y el sector vinculado a los Kirchner irrumpió en el
acto porque estaban en contra de los que en ese momento se estaba constituyendo -con varias
alianzas- en el grupo más fuerte del peronismo, y que era encabezado por Arturo Puricelli, quien
entonces parecía encarnar la renovación.
Como la gente de Kirchner estaba fuera del acuerdo que postuló a Puricelli, quien a la postre se
convertiría en gobernador, irrumpieron en el acto cantando “Isabel conducción”... Una cosa que
por supuesto no auspiciaban, pero lo hacían como para molestar nomás, porque entonces esa
consigna ya estaba absolutamente perimida.
Por presiones internas y por esos deseos de fagocitar al enemigo, el gobernador Puricelli
designó a Néstor Kirchner presidente de la Caja de Previsión Social de Santa Cruz. Fue el primer
cargo público que ocupó el santacruceño y duró en el mismo hasta julio de 1984. Las razones
esgrimidas para la dimisión fueron que Kirchner se negaba a que los aportes previsionales fueran a
un fondo unificado, cuestión que lo enfrentó con el gobernador, quien terminó pidiéndole la
renuncia. Cristina Kirchner acompañó esa gestión que en breve tiempo había permitido un ahorro
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de un millón de pesos, dinero que pensaban invertir en la construcción de una sede para los
jubilados que viajaban desde el interior provincial a Río Gallegos para atender tramitaciones y
cuestiones de salud.
La razón extraoficial y más concreta para la destitución tenía que ver con que una vez
designado, El Ruso comenzó a abrir sucursales de la Caja de Previsión en toda la provincia y con
sus propios militantes, cuestión de sumar para sí mismo. Al advertir el gobernador que Kirchner
no operaba para él, sino para sí mismo, lo echó.
El acuerdo que no fue
En el año 1985, Néstor Kirchner sufrió una úlcera perforante y sangrante que resultó ser mucho
peor que la que nueve años después, ya siendo presidente, obligó a su internación de urgencia
durante muchos días, también en Río Gallegos. Entonces se trató de un problema de colon
irritable, pero fue un verdadero susto para la familia. Mas el problema médico no interrumpió la
tarea política que ejercían cada vez con mayor decisión.
Ese mismo año, el sector de Kirchner logró ganar algo dentro del partido: la minoría. De los 70
congresales, tenían 8, lo que al menos les aseguraba ir a los congresos y expresarse. Siempre en
contra, siempre opositores...
Kirchner no era el único que tenía en la mira al gobernador Puricelli, y la única manera de
desbancarlo dentro de dos años era uniendo a la oposición, que por entonces encarnaban el sector
de Kirchner y el MRP de Rafael Flores, Sergio Acevedo y Eduardo Arnold. Por esa época
Kirchner y Flores comenzaron a tener coincidencias, que en rigor estaban más vinculadas con
aquello a lo que se oponían que con lo que los unía. Igual, ante la notoria mala relación entre
ambos, las negociaciones entre el sector de cada uno se hacían a través de intermediarios.
Con vistas al 87 estuvieron a punto de lograr un acuerdo que iba a llevar a Kirchner como
candidato a la gobernación. Para acercar posiciones se reunieron en casa de éste. Estaban sentados
el anfitrión, Daniel Varizat, Carlos Pérez Rasetti en representación del MRP, y Cristina Fernández.
La futura primera dama servía café en sus tasas Durax de color gris transparente, muy comunes
en la época, y los hombres tomaban whisky Criadores, una costumbre del dueño de casa. Se habló
sin vueltas de enfrentar juntos al gobernador en una interna. O mejor dicho, al candidato que
nominara Puricelli, ya que terminaba su mandato y no había reelección. La gente del Movimiento
de Renovación Peronista había compartido parte de esa gestión y estaba de acuerdo en ir a la
confrontación con el gobernador. Allí se acercaron posiciones y se llegó a un acuerdo incipiente.
La charla definitiva tendría lugar en una cena de la que participaron Néstor Kirchner, Rafael
Flores y Luis León, quien en el futuro se convertiría en el odontólogo presidencial, pero que ahora
estaba allí para evitar que en algún momento afloraran las viejas diferencias y Kirchner y Flores se
fueran a las manos. El sector de Kirchner le había ofrecido a Flores ser candidato a gobernador,
argumentando que era un excelente orador y había estado más expuesto hasta el momento. Pero en
esa cena el Rafa declinó la propuesta y sugirió que Néstor Kirchner fuera el candidato. Sucedía
que la candidata radical, Ana Sureda, era tía suya y Flores no quería que se hablara de una
contienda familiar.
Kirchner, que en el fondo esperaba esa contraoferta, sería el candidato a gobernador que iría
contra quien Puricelli propusiera. Flores prefería postularse a senador y a presidente del partido. El
vice de Kirchner sería Eduardo Arnold y Dante Dovena candidato a renovar su banca de diputado.
Pero el sector del MRP que había negociado lo había hecho por propia cuenta y dando por
descontado que la propuesta sería aceptada. No resultó así: Sergio Acevedo era intendente de Pico
Truncado y uno de los más duros en contra del acuerdo. Tampoco Arnold quería saber nada con
Kirchner, y así se lo hicieron saber a Rafael Flores al reunirse durante largas horas en su casa. Allí,
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quienes eran una suerte de coroneles del Rafa le advirtieron que si iban con El Ruso ellos se
marchaban con Puricelli: el candidato debía ser él.
Había un congreso en Caleta Olivia donde participarían ambas líneas y al llegar Kirchner se
encontró con que toda la ciudad estaba empapelada con afiches que decían “Rafael Flores
gobernador”, lo que les dio la pauta de que el MRP había reacordado otra propuesta y que lo
hablado se iba al demonio.
Fiel a su estilo, Kirchner se enojó y el destinatario de su ira sería obviamente su viejo rival
Flores... “Danos tiempo, por ahí los podemos convencer, pero danos tiempo”, le pidió el Rafa a
Kirchner, quien estaba indignado y quería irse. Los que no aceptaban la propuesta de encumbrar a
Kirchner como candidato a gobernador aseguraban que lo estimaban, pero sugerían que peleara en
cambio la intendencia de Gallegos.
- Para eso no necesitamos acordar con ustedes... La ganamos solos -espetó Kirchner dando por
concluido el acercamiento. Y se fue furioso.
En soledad, el MRP perdió la interna con el aparato partidario del gobernador Puricelli, que
terminó imponiendo a Ricardo Del Val. Visto a la distancia, Flores -a pesar de su histórica pelea
con Kirchner- insiste en que cumplir lo convenido en un principio hubiera sido lo más inteligente
para todos. Pero Kirchner jamás les creyó a los que entonces le ofrecieron la candidatura que
hubieran sido sinceros.
El distanciamiento se mantendría hasta los 90, cuando volvieron a sentarse para establecer un
pacto que ahora sí se mantendría y que llevó a Kirchner a la gobernación.
Para eso faltaban varios años; de momento, Kirchner comenzó a trabajar con Cristina para
obtener la intendencia. Fue en esos días de negociaciones, reclutamiento, charlas de café y asados,
que el futuro presidente invitó a su casa a Dante Dovena y, en medio de la comida, le delineó su
estrategia que a grandes rasgos establecía que en el término de 20 años él estuviera sentado en el
sillón de Rivadavia. Incrédulo, Dovena miró a Cristina, quien asintió con la cabeza y dio por
sentado que su esposo hablaba en serio.
- Si te dice 20 años es porque en 20 años va a ser presidente -señaló ella muy convencida.
Comenzaba entonces el lento camino de Néstor y Cristina Kirchner a la presidencia. Y la
alusión a ambos no es casual, ya que estamos hablando de un proyecto político que encarnaban los
dos. Uno primero... pero ella al lado.
Al interlocutor de esa comida, Dante Dovena, se le adjudica una frase referida a la suerte del
santacruceño: “La mujer ideal tiene los ojos de Elizabeth Taylor, las tetas de Sofía Loren... y el
culo de Néstor Kirchner”. Con el tiempo, el chiste se fue aggiornando, cambiando los nombres de
las mujeres según los gustos de cada época, pero el final siempre se mantuvo inmodificable.
Cristina se encargó de toda la parte de promoción de la candidatura de su esposo a intendente,
que ganó por apenas 111 votos. Las encuestas que tenían les daban un gran margen de optimismo
a los Kirchner, pero el escrutinio fue demasiado lento y Néstor pensó que había perdido en base a
cuentas erróneas. Recién advirtió lo contrario cuando llegó a su casa el candidato derrotado para
felicitarlo, tras lo cual se armó una discusión porque cada uno le adjudicaba al otro la victoria...
Ya estaba funcionando el Frente para la Victoria Santacruceña, que en principio habían querido
denominar Frente para la Victoria Justicialista, pero Cristina se opuso: le parecía que daba una
sensación demasiado acotada, que no se correspondía con el espíritu que querían mostrar, que era
el de abarcar a todos los santacruceños. Quien quiera encontrar allí una similitud con lo que menos
de dos décadas después sucedería con la actitud de ellos frente al Partido Justicialista, puede.
Fue el nombre emblemático de la línea interna a la que los Kirchner pretenderían en el futuro
extender al resto del país y de hecho, Frente para la Victoria -ya sin “santacruceña”, para abarcar
ahora a todos los argentinos- fue la identidad con la que Néstor llegó a la primera magistratura.
La dama nacida en La Plata comenzaba a hacer notar su impronta en la campaña política de su
marido, que entonces ella acompañaba sin ocupar cargo alguno. Pero acompañaba con fuerza e
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incluso con sus discursos. Viejos compañeros de cuando eran muy poquitos y perdían todas las
internas, recuerdan un episodio que data de la época en la que se estaba organizando la rama
femenina del peronismo en Río Gallegos. El sector de Kirchner no hacía política por ramas, no
había cuestiones de género, edades, ni actividades, pero como la mecánica era participar así,
mandaron a las mujeres que más nombre tenían de su línea interna a una reunión donde había un
centenar de damas. En ese océano femenino, apenas cinco eran de la línea kirchnerista.
Los testigos de ese episodio recuerdan que Cristina Fernández terminó hablando parada sobre
una mesa, y en un momento la agarraron de los pelos para bajarla. Con tres mujeres tirándole del
cabello, ella seguía hablando... Le sacaron algún mechón, pero no la hicieron callar.
Néstor Kirchner es como ella, un peleador nato. Sus propios allegados admiten que el lugar
donde se siente más cómodo es en la pelea, y lo justifican destacando lo mucho que le costó todo:
comenzando por ser intendente, cosa que logró haciendo campaña prácticamente casa por casa,
convenciendo a los votantes de a uno.
“Notábamos que la gente desconfiaba de nosotros, nos veía como los loquitos de la política. Y
costó muchísimo. E incluso notábamos que hasta la misma gente que nos acompañaba con el voto
por una relación familiar o de amistad, lo hacía con cierta desconfianza. Ganarse la confianza de la
gente le costó muchísimo a Kirchner”, asegura un colaborador de esos tiempos.
Convertido entonces en intendente tras ganar el 7 de septiembre de 1987, la alegría no fue
completa para el matrimonio, que ya entonces hacía cálculos políticos a largo y mediano plazo. Y
en ese marco deseaban un triunfo de la candidata a gobernadora de la UCR, Angela Sureda.
No era políticamente correcto pensar en la victoria del partido opositor, pero una derrota de
Ricardo Del Val dejaría malparado a quien lo auspiciaba, el gobernador Arturo Puricelli. Y
además -sobretodo- sacaba del medio para la futura elección a Rafael Flores, ya que éste -como se
ha dicho- era sobrino de la postulante radical. Y una cláusula de la Constitución provincial, a la
que Kirchner se encargaría luego de modificar una y otra vez, establecía no sólo la no reelección,
sino también la imposibilidad de que el gobernador fuera sucedido por un pariente, para evitar el
nepotismo.
No hubo suerte, ya que lo que anticipaban las encuestas se revirtió a último momento y el
candidato Del Val logró imponerse por escaso margen.
El flamante intendente llevó a su esposa a trabajar con él. Tenía reservado para Cristina
Fernández la Jefatura Legal y Técnica de la intendencia de Río Gallegos y así comenzaron a
mostrar en la función pública cómo podía funcionar la pareja en perfecta armonía y con claridad
de objetivos.
De más está decir que la voz de Cristina Fernández ya era escuchada y considerada. El proyecto
para gobernar Santa Cruz tenía una escala previa en las legislativas de 1989 y surgió la idea de que
ella se presentara para un cargo de diputada. “Lo mío nunca se fue dando en forma planificada o
escalonada, al contrario”, aclara quien rechaza el esquema: diputada-senadora-gobernadorapresidenta... “La primera vez que fui diputada, en 1989, yo no quería ser candidata. Me llevaron
prácticamente a los empujones, porque yo tenía temor de que como Néstor era intendente,
pensaran que yo me postulaba porque era 'la mujer de...'. Los compañeros me decían que nadie iba
a pensar eso, al contrario, porque yo siempre milité mucho, a la par de él. Y tenían razón, siempre
me distinguí y todo el mundo dice que en realidad ocupo el lugar por mí y no por ser la esposa
de...”.
El peronismo santacruceño se caracterizaba por tener muchas líneas internas. Pero
fundamentalmente estaban la raíz del peronismo tradicional, histórico; el Movimiento Renovador
Peronista ya descripto; un grupo que pivoteaba entre los históricos y los renovadores, que era el de
Arturo Puricelli, y el Frente para la Victoria Santacruceña, que no estaba de acuerdo con ninguno
de los otros, porque pensaban que los renovadores no eran muy renovadores y los históricos no
tenían historias demasiado interesantes para contar.
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El grupo fue creciendo y sin dudas la gestión de Kirchner en la intendencia y el papel de
Cristina en la Cámara de Diputados fue lo que le dio al proyecto el empujón principal. En una
provincia que se caía a pedazos, cada vez más inmersa en la crisis económica, ver una ciudad
capital con una gestión prolija, donde se hacía, se crecía y se mostraban cosas positivas, era la
mejor propaganda para aspirar a la gobernación. Y si se tenía en cuenta que Kirchner tenía en la
Cámara de Diputados provincial a una mujer con su mismo apellido, marcando el paso en lo
legislativo, se iba generando el camino hacia la consagración en 1991.
Que el papel de Néstor Kirchner no se limitaba estrictamente al de un mero intendente lo daba
el deseo de trascender ese ámbito que se advierte con el siguiente ejemplo: en 1988 el intendente
de Río Gallegos fletó micros a Santiago de Chile, permitiéndole a cientos de chilenos exiliados la
oportunidad de votar masivamente en el plebiscito convocado por Augusto Pinochet para intentar
perpetuarse en el poder. Fue un verdadero acto de ingerencia, pero también un gesto ideológico y
de integración que el propio presidente Ricardo Lagos les agradecería a Kirchner y su esposa una
vez que el primero se encaramara en la presidencia argentina.
Pero estábamos en 1989. Entonces, el FVS había logrado tres diputados provinciales por la
minoría: Cristina; Jerónimo Notaro, un muchacho de Caleta Olivia, y otro hombre de 28 de
Noviembre ya fallecido, de apellido Brian. La campaña fue para los Kirchner toda una experiencia
por el ejercicio que les dio expandirse a nivel provincial. Tuvieron que recorrer kilómetros y
kilómetros de la Patagonia más austral, en un vehículo que llevaba a Cristina al volante, porque
ella sostiene que su esposo no sabe manejar. En realidad, sí sabe, pero odia hacerlo. Y cuando van
juntos y maneja él -mejor dicho, en las contadas ocasiones que él conducía-, ella lo volvía loco.
En esa época sí compartían el palco y los discursos: primero ella, después el puntero local y por
último el intendente de Río Gallegos.
El juicio a Del Val
Amigos y enemigos coinciden en reconocer que Cristina Fernández de Kirchner era figura
principalísima en esa Cámara. Los primeros, recuerdan que se destacaba por su capacidad y
carácter; los otros, admiten que “ahí era protagonista, era más que todos los demás, de eso no hay
duda”.
Con semejante brillo, no sorprendió a nadie que esa santacruceña por adopción hiciera carrera
en la Legislatura provincial, llegando a ocupar la presidencia de la Comisión de Asuntos
Constitucionales -un puesto emblemático en su trayectoria política- y más tarde la vicepresidencia
del Cuerpo. Pero desde el primer cargo citado, estratégico por cierto, fue clave para las
aspiraciones de su esposo, ya que desde ahí le tocó timonear el juicio político al gobernador
Ricardo Jaime Del Val.
Voltear a ese enemigo interno no significaba adelantar los tiempos que se había impuesto
Kirchner para llegar a la gobernación, pero allanaría el camino.
Lo cierto es que no había pocos elementos para justificar la embestida. Tan magro era el papel
del entonces gobernador santacruceño, que logró unir a aquellos que no habían podido acordar tres
años antes una lista común. El Frente para la Victoria Santacruceña y la gente del MRP comenzó a
trabajar en forma conjunta no sólo para la futura candidatura de Néstor Kirchner, sino para
destituir al gobernador, del que hoy aquellos que se aliaron para deponerlo siguen manteniendo los
peores reparos en cuanto a su capacidad.
Afirman que el gabinete de Del Val era una suerte de Corte de los Milagros, casi patética... El
hombre había apoyado a último momento a Carlos Menem en la interna contra Antonio Cafiero los Kirchner se volcaron a favor del entonces gobernador bonaerense- y si alguna cualidad se le
reconoce al riojano es la de saber devolver favores. Pero la incapacidad del gobierno de Del Val
arrancaba -afirman- desde el propio gobernador, cuyas características eran tales que en un
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momento dado Menem quiso ayudarlo y comenzó a advertirse en la provincia una tenue actividad
del Poder Ejecutivo Nacional para tratar de frenar la movida que se estaba elaborando para
remover al gobernador. Sin embargo ya era muy tarde para evitarlo.
En la Cámara de Diputados había un periodista que resultaba ser una suerte de “tábano en la
oreja de Del Val”, y hacía notas para el diario Crónica de Comodoro Rivadavia que
inexorablemente dejaban malparado al tambaleante mandatario provincial. Se trataba de Miguel
Hoisman, un periodista de ascendencia judía, de cuya condición tomó nota Del Val. Al punto tal
que al salir de una reunión de la Cámara donde la Sala Acusadora le había tomado declaración, lo
primero que se le ocurrió a Del Val decirle a los medios fue que a algunos periodistas habría que
hacerlos jabón...
Palabras más, palabras menos, lo dijo a las 11 de la mañana, en la lejana Santa Cruz. A las 2 de
la tarde, la DAIA ya le había pedido una audiencia a Carlos Menem. Domingo Cavallo era en ese
entonces canciller y como tal estaba en Nueva York, y no entendía de qué le hablaban cuando al
día siguiente los periodistas norteamericanos le preguntaban sobre la persecución antisemita en la
Argentina...
Se armó un verdadero escándalo porque no se trataba del exabrupto de un don nadie, sino que
un gobernador provincial estaba diciendo semejante exabrupto.
Cristina era el ariete contra el gobernador Del Val, quien tuvo así el “privilegio” de ser el
primer mandatario -provincial, en este caso- en conocer el poder de erosión de “La Lupina” -como
se la llamaba en la provincia en alusión a su esposo, conocido como “Lupín” por su extraordinario
parecido al aviador de las historietas de Rico Tipo-. Pero si bien la política era la pasión de los
Kirchner, la ya belicosa legisladora no desatendía su vida personal y volvería a sentir latir una vida
en su vientre.
Había perdido un bebé en 1984, tras un embarazo de 6 meses que se complicó y que le dejó
seguramente el peor recuerdo de su vida. No habla mucho de un tema que nadie quiere traerle a la
memoria, pero alcanza con saber que ha dicho que no le desea algo así ni a su peor enemigo.
Allegados adjudican a ese hecho traumático -sobre todo por lo avanzado de la gestación- el haber
templado aun más su carácter. En esa ocasión debió permanecer un par de días internada; su
esposo estuvo siempre cerca, pero del lado de afuera de la habitación por una particular aversión
que tiene a todo lo que sean cuestiones médicas, que le viene -según dicen- de los tiempos en que
perdió a su padre.
Los argentinos ya sabrían de esa animosidad hacia la medicina -que tanto juego hacía con su
carácter- en oportunidad de que tuvieran que internarlo por una afección en el aparato digestivo
que lo postró durante diez días. En esa oportunidad, los Kirchner se refugiaron en Santa Cruz y
Cristina recién enfrentó a la prensa cuatro días después de la internación, aclarando que no había
querido hablar porque “es un tema médico y yo soy abogada”. Y reiteraría una vez más lo que ya
se sabía: nunca hablaba de su vida privada y detestaba a la gente que hace un tema de sus
problemas personales. Pero a propósito de su esposo y de lo difícil que resultaba mantenerlo
internado, revelaría una de sus máximas: “siempre digo que si los hombres fueran los encargados
de tener hijos, ya se hubiera extinguido la raza humana”.
Mientras enfrentaba al gobernador Del Val y lideraba el juicio político en su contra, Cristina
vivía los últimos meses de su tercer embarazo. De hecho, era diputada provincial y vicepresidenta
de la Cámara santacruceña cuando sus ocho meses largos de gestación le jugaron una mala pasada
y, sentada en su banca en medio de una de las sesiones del último tramo del proceso a Del Val, la
dama platense comenzó a sentir contracciones...
Fue un momento inolvidable para ella, y no precisamente porque fuera bueno. Se puso pálida,
se sentía mal, comenzó a imaginar lo que podría pasar si rompía bolsa ahí mismo. Se asustó. Con
el tiempo diría que llegó a pensar en ese instante que si llegaba a tener un hijo en la banca “iba a
salir hasta en el New York Times”. Y no era esa la trascendencia mediática que deseaba.
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Otros diputados advirtieron por su palidez que algo le pasaba y se acercaron a consultarla.
“Estoy bien”, mintió. Las contracciones eran cada vez más seguidas e intensas y pensó seriamente
que estaba por dar a luz. Sólo atinó entonces a girar de un costado al otro en su banca,
rítmicamente. Y así, lentamente, fue dominando la situación. Con el tiempo interpretó que había
sido como si estuviera arrullando a su bebé, que así se calmó y decidió esperar para nacer. De no
haber sido así, ciertamente hubiera sido un verdadero “parto político”.
Poco después nacía Florencia, la pequeña que ella misma definiría como una “nieja”. Una
mezcla de hija y nieta, decía ella, exagerando la edad en que la tuvo: 37 años. A Máximo lo había
tenido a los 23, se llevan catorce años de diferencia.
Cristina Fernández -que a los tres días de nacer Florencia estaba de nuevo en su banca,
arremetiendo contra Del Val- entiende que, con tanta diferencia, cada uno fue el primer hijo. De lo
que no tiene dudas es de que, siendo más grande y a pesar de las responsabilidades que por
entonces ya la agobiaban, disfrutó de una maternidad más plena.
Pero igual, la presencia de Juana Ostoic, la madre de Néstor, fue indispensable para el
matrimonio Kirchner. Por su actividad, Cristina confió en su suegra muchos aspectos de la crianza
de sus hijos. De su esposo, en tanto, se ha quejado en público de que él jamás le hubiera cambiado
un pañal a ninguno de sus dos hijos.
“Mi suegra tiene un modo particular de decir las cosas, a veces lanza como un venenito”,
deslizó en un almuerzo con Mirtha Legrand, aclarando que “yo la quiero porque me ayudó
mucho”.
“Sí, a veces te ayudó demasiado”, remarcó su esposo con ironía.
A Ricardo Del Val no lo salvaba ni Menem, y ya se ha dicho que el perceptivo riojano había
entendido que no valía la pena esforzarse por evitar lo inevitable, que previsiblemente fue la salida
del poder del gobernador. En su lugar quedó Raúl “Bochi” Graneros, un hombre procedente del
Movimiento de Integración y Desarrollo que había acompañado como vice al gobernador
depuesto. Inteligente al fin, Graneros percibió de antemano lo inevitable y de hecho ya había
reemplazado al mandatario provincial cuando aquel debió ausentarse un largo tiempo por una
embolia sufrida en su momento y que a la postre sería uno de los argumentos para su destitución.
También habían sido factores del proceso en su contra irregularidades detectadas en la Secretaría
de Pesca, entre otras cosas.
Cuando a la postre Graneros quedó al frente de la gobernación como titular interino de la
misma, se desató la carrera concreta por el cargo a disputarse en 1991. El MRP de Rafael Flores y
el FVS de Néstor Kirchner volvieron a acercar posiciones y esta vez sí el segundo quedaría como
candidato. Pero la cuestión hasta entonces era sumar voluntades al proyecto. El, como intendente
de Río Gallegos, había hecho una administración bastante prolija, haciendo, creciendo y
mostrando cosas positivas, que resaltaban más si se las comparaba con el desastre de una provincia
inmersa en una crisis fenomenal. Y de paso, había incorporado a una buena cantidad de gente a su
línea interna.
Tenía otros reclutadores. Daniel Varizat era uno de ellos, que se asume como tal y se
enorgullece de serlo. “Yo soy militante desde que tengo uso de razón, siempre he tenido una
predisposición natural para convencer a la gente. Y bueno, he puesto todo lo que he podido reconoce orgulloso-. Aparte, en los años que empezamos con el Ateneo, yo tenía un cargo en la
administración pública provincial: era director de Mantenimiento y contaba con una repartición
con muchos obreros, entre 200 y 250. Básicamente eran peronistas, y como yo nunca callaba mi
ideología, cuanto documento había que firmar lo firmaba, la gente hablaba de política, y eso fue
generando que muchos con los que compartía mi lugar de trabajo se fueran arrimando al
movimiento. Muchos de ellos están todavía”.
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Al final, lo echaron del cargo. Perdieron la interna y aduciendo que utilizaba su empleo para
reclutar gente, uno de los últimos actos de la dictadura fue exonerarlo. Continuó entonces
trabajando en forma particular y, como tenía más tiempo... reclutando gente para la causa.
Graneros armó un equipo con todos los que habían acompañado la cruzada para destituir a Del
Val. Alicia, la hermana de Kirchner, fue ministra de ese gabinete interino; Héctor Icazuriaga, un
abogado de Chivilcoy que llegó a Santa Cruz en 1978, era ministro de Gobierno... Mucha gente de
Kirchner integró la administración de Ramón Graneros. Aunque la colaboración no sería eterna.
“Ni aunque vengan los marines”
Desde la Legislatura provincial, Cristina calcaría la experiencia que repetiría una vez que su
marido estuviera en la presidencia. El era el poder principal -en ese caso como gobernador-,
mientras ella permanecía en el Legislativo, como presidenta de la Comisión de Asuntos
Constitucionales. Aunque ya se ha dicho que la entonces diputada provincial le llevaba gran
ventaja a sus pares en cuanto a capacidad, por lo que ocupaba con toda lógica la vicepresidencia de
la Legislatura. Y como tal, durante el último tramo de su mandato como intendente, cada vez que
el vicegobernador a cargo del Ejecutivo provincial debía ir a Buenos Aires, por ejemplo, Cristina
asumía la gobernación.
De ahí que siempre recuerde que ella fue gobernadora antes que su esposo. Incluso le tocó pasar
revista a las tropas del Ejército (en Comandante Luis Piedrabuena, donde hay un regimiento
importante).
Cierta vez que ella había quedado como vicegobernadora, llamaron a la casa de los Kirchner a
las dos de la madrugada para avisar que había un motín de policías. Algunos efectivos insurrectos
habían ingresado a los tiros a la Casa de Gobierno. Ella se dispuso a acompañar a su esposo y le
pidió que la esperara.
Claro que mientras Néstor Kirchner se preparó en dos minutos, ella seguía arreglándose,
conforme a su precepto “me pinto como una puerta desde los 14 años”. El se enojó, pero no logró
alterar el comportamiento paciente de su esposa: “Aunque vengan los marines de los Estados
Unidos, sin perfume ni maquillaje yo no salgo a la calle”, le dijo. Está claro entonces que ni aun en
los momentos de mayor crisis pierde la coquetería.
Se sabe que incluso durante la crisis posterior a la caída de De la Rúa, cuando los destinos del
país se definían en la Asamblea Legislativa, varias veces la senadora se levantó de su banca para ir
al toilette, provista de polvera y rouge, para retocarse como corresponde.
Pero sigamos con la crisis de la policía insurrecta. En esa época en Santa Cruz no había muchos
teléfonos, de ahí que uno a los que llamaron fuera Carlos Pérez Rasetti, a quien le avisaron que
pasara a buscar a Sergio Acevedo y Eduardo Arnold. Llegaron al rato a la Casa de Gobierno y retrasado por los motivos mencionados- Kirchner cayó poco después. En medio de esa crisis, el
intendente sentía una gran impotencia porque jamás ha podido soportar que el control lo tenga
otro. La cuestión excedía sus funciones, lo cual lo hacía sentir peor, pues consideraba que era él
quien tenía que poner el cuerpo y que si les iba mal, su situación como candidato a gobernador por
lo menos se complicaba.
En tanto, a Cristina, que ya tenía fama de histérica, se la veía tranquila.
- ¿Pero cómo es, Cristina? ¿No sos vos la que se enloquece? -le preguntó Pérez Rasetti.
- No, es que nosotros nos ponemos locos de a uno.
Desde entonces, propios y extraños ven en la pareja un equilibrio muy especial. Descuentan que
han tenido rencillas, pero siempre han mantenido una conexión muy fuerte, que es la que los lleva
a que jamás se los vea en conflicto entre sí. Por si queda alguna duda -y se irán despejando a lo
largo de este libro-, ella es la persona a la que Néstor Kirchner más escucha; pero debe quedar
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claro que él es el que decide. Cuando están de acuerdo, todo está bien, y cuando no lo están, ella se
subordinará. Salvo ciertas excepciones que también se verán.
Ya desde entonces Cristina era una persona tan coqueta para maquillarse como gastadora para
su vestuario. Los que no la quieren demasiado remarcan que el pelo que tanto cuida es un
problema para ella, porque siempre tuvo poco, lo que le demandaba mucho tiempo para
acomodarlo. Y siempre ha sido coqueta, aunque no quiera mostrarse como una persona frívola:
admite que le dedica mucho tiempo a producirse -“yo necesito 40 minutos todas las mañanas para
maquillarme”, cuenta sin reparos-, pero no quiere aparecer como ocupada fundamentalmente en
esas veleidades. Y convengamos que lo logra, pues nadie toma ese costado como su flanco débil.
Ya tenían dinero antes de su llegada a la política y nadie podrá reprocharle entonces a Cristina
lo mucho que siempre gastó en ropa. De sus tiempos de Santa Cruz, gente que estuvo cerca del
poder entonces recuerda que ella acostumbraba a vestir trajes de Elsa Serrano y -quienes luego se
pelearon con los K lo remarcan- se quejaba de que en Río Gallegos nadie pudiera apreciarlo.
Kirchner gobernador
La campaña para la gobernación exigía una gran tarea de alistamiento de electores. Reclutador
oficial del entonces intendente, Varizat siguió cumpliendo esa tarea que mantendría en tiempos en
que Kirchner llegó a la gobernación y él se convirtió en subsecretario de Interior, ocupándose
entonces de recorrer el territorio provincial y cultivar la relación con los intendentes, a los que
poco a poco fueron captando.
Pero mientras se desarrollaba la campaña para la gobernación, cumplía también esa tarea José
Salvini, quien cuando Kirchner llegó a la presidencia también volvió a ocupar esa función
extraoficial de ensanchar el proyecto político, juntamente entonces con Carlos Kunkel y Marcelo
Fuentes. Salvini había sido compañero de banco de Kirchner en el secundario, e incluso estudiaron
juntos en La Plata, aunque en sus comienzos en la política trabajó con Arturo Puricelli,
desarrollando la tarea que para Kirchner hacía Varizat. Ya en la campaña “Kirchner gobernador”,
se incorporó para desarrollar la misma función.
La campaña la hacían a bordo de un Renault 12 que era de los Kirchner -el primer auto que
Néstor y Cristina compraron poco después de abrir el estudio jurídico fue un Citröen 3CV blanco-,
y el Renault 11 de Eduardo Arnold. En el primero iban generalmente Kirchner y Varizat y en el
otro Arnold y Salvini, todos a recorrer la provincia. Ese fue el despliegue de campaña: llegaban a
veces a localidades donde había que hablar con ocho personas, no juntaban más en esa Patagonia
ancha y despoblada...
“En una localidad perdimos como 70 a 0; era Jaramillo. Siempre nos cargaban... Al que le tocó
ir a reclutar ahí no le habían dado ni bola... Ni el que repartió las boletas nos había votado”,
comenta Varizat, aunque sin recordar qué se votaba en esa ocasión.
En vísperas de la elección para la gobernación rugió el volcán Hudson, que cubrió con cenizas
el 40 por ciento de la provincia y agravó la crisis santacruceña. Se perdieron un millón y medio de
ovejas y buena parte de las cosechas.
El volcán se despertó dos o tres meses antes de los comicios, en pleno invierno. El grupo había
estado en un acto en Los Antiguos y luego tenía otro en Perito Moreno. Ya cuando ellos estaban
en Los Antiguos la gente les decía que había algo raro, que se veían resplandores en el cielo y se
sentía una especie de pequeños temblores.
Concluyeron el acto en Perito Moreno y salieron esa misma noche, a eso de las 22, hacia Pico
Truncado. Al llegar allí se enteraron de que el volcán había entrado en erupción, aunque
desconocían la magnitud del fenómeno. Recibían llamados de compañeros de Perito Moreno que
les decían que estaba “cayendo barro del cielo”, por las cenizas que se desplazarían luego por toda
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la provincia. Al día siguiente, al partir desde Truncado a Puerto Deseado, iban por la ruta y veían
que avanzaba una nube gris por el campo: la ceniza.
Al llegar a Deseado, los tapó la ceniza. Estuvieron encerrados cuatro días en ese pueblo, porque
no podían salir a la ruta, ya que no se veía nada. De por sí, a bordo de los autos encendían las luces
y ni alcanzaban a verlas... Era como una pared marrón delante del parabrisas que no les permitía
ver nada.
A pesar de ello, se largaron con los dos autos, tratando de llegar a Río Gallegos. Varizat
manejaba el Renault 12 y atrás venía Salvini; comenzaron a andar y habrán hecho 200 kilómetros
a paso de hombre... estuvieron cerca de llegar a San Julián. Lo cierto es que era imposible seguir
avanzando porque no se veía nada. Ni siquiera sabían si Salvini y Arnold venían detrás, porque no
los podían divisar. Resolvieron volver.
El otro auto había decidido ya hacer lo mismo, pero dos o tres horas antes. Habían pasado
nueve horas en la ruta para hacer apenas 200 kilómetros, y al final debieron regresar.
No podían hacer nada. No había manera de retornar, no podían volar los aviones ni los
helicópteros, no se podía salir a la ruta... Estaban en el medio de una nube de cenizas. Varizat
recuerda que lo miraba a Kirchner y se echaba a reír porque el futuro presidente estaba negro,
chorreando de cenizas.
- ¿De qué te reís? -le preguntaba el entonces intendente.
- De la facha que tenés.
- Porque vos no te viste...
La ceniza no fue el único inconveniente con el que tuvieron que lidiar en sus recorridas
proselitistas. En la misma campaña tenían un acto en Calafate y debían estar allí a las 22. Son entre
cuatro y cinco horas de viaje en auto desde Río Gallegos. Pero la ruta estaba cubierta de nieve, y
había un voladero que era muy peligroso. El grupo viajó haciendo gala de una gran
irresponsabilidad. Marchaban con una camperita liviana de gamuza, mocasines, ninguna
herramienta...
Varizat recuerda que llevaba siempre un paño con una pinza, una llave francesa y un
destornillador, como únicos elementos para cualquier emergencia. Llegaron a un lugar donde ni
siquiera se veía la ruta, pues estaba todo tapado por la nieve. En el auto esta vez iban Kirchner,
José Salvini, un compañero de Calafate de apellido Quiñónez y Varizat. Kirchner se quedó en el
auto, que todavía estaba en marcha y los otros tres bajaron para ver qué profundidad tenía la nieve
y por dónde podían pasar, si se animaban.
En esos análisis andaban cuando escucharon que Néstor aceleraba el auto y encaraba... Alcanzó
a hacer diez metros y el vehículo quedó enterrado hasta el capot.
No había manera de sacar el auto, ni para atrás, ni para adelante. Así que ahí fueron, munidos
apenas de la pincita y el destornillador que habían llevado, y se pusieron a desarmar un guarda rail.
Sacaron dos tramos, pusieron uno en cada rueda y así atravesaron los 300 metros del voladero. Les
llevó tres horas la empresa, pero llegaron.
En definitiva, el crudo invierno no les impidió que recorrieran la provincia y llegaran aun a los
pueblitos más recónditos. Como ese viaje a Calafate, donde perdieron la elección, pero por muy
poquito... Apenas por un par de votos. De ahí el valor del reclutamiento, de la campaña personal,
pues al cabo de cada votación uno se pone a hacer memoria y se acuerda de a quienes no se había
ido a buscar para llevarlo a votar, y termina sabiendo porqué se perdió la elección.
Llegó un momento en el que el grupo que apoyaba al gobernador interino comenzó a plantear la
necesidad de hacer los ajustes necesarios para abrirle el camino a quien viniera después de las
elecciones, de modo tal que encontrara la peor parte de la tarea ya hecha. Esto es, querían que
hiciera el trabajo sucio, pero Ramón Graneros no resistió las presiones de los gremios y no se
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animó a hacer lo que le pedían, con lo cual, esos grupos encabezados por Kirchner retiraron su
gente del gobierno.
Posteriormente Graneros renunció a la gobernación, cansado de las presiones del propio
Kirchner y de los problemas gremiales que lo agobiaban por la falta de dinero. El objetivo que
observadores imparciales le adjudican a esa actitud era el de dañar directamente la candidatura de
Kirchner. Cristina ya no era vicepresidenta de la Cámara de Diputados provincial y no sería ella
quien asumiera en su lugar sino otro diputado del FVS al que ciertamente le quedaba muy grande
el cargo y dejaría muy pegado a Kirchner con esa transición problemática.
Así las cosas, Kirchner hizo renunciar a los pocos días a su hombre en la línea de sucesión y
debió hacerse cargo un legislador que respondía a Puricelli, “Chicho” García. En definitiva, el
FVS y el MRP prefirieron dejarle la papa caliente al tercer sector, cuestión de no afectar el
resultado electoral que se definiría en los meses siguientes en el marco de la ley de lemas.
En el futuro, la relación con Graneros tendría tiempos buenos y malos. El salió evidentemente
dolido de su experiencia como gobernador interino, durante la cual interpretó que Kirchner había
generado la falta de apoyo de la que había adolecido, de ahí que hubiera épocas en las que se
convirtió en uno de los más descarnados opositores. Pero Kirchner le reconocía sus valores y
capacidad, de ahí que fuera uno de los que convocó al asumir la presidencia, en su caso para
ocupar el segundo lugar jerárquico del PAMI.
Hubo un episodio que involucró al “Bochi” Graneros durante ese tiempo y que el propio
presidente Kirchner comentaría públicamente. En oportunidad de sufrir un problema en estomacal
que obligó a su internación durante varios días, se supo que la descompostura inicial había estado
motivada por una automedicación para calmar un dolor derivado de un tratamiento de conducto.
Kirchner reveló que había comentado el tema durante un encuentro mantenido con la entonces
interventora del PAMI, Graciela Ocaña, y su número 2, Graneros, quien en su condición de
odontólogo le había recomendado el medicamento que a la postre le desencadenó el trastorno. ¿No
habrá querido desquitarse Graneros de las que sufrió durante su interinato?, se habrá preguntado el
siempre desconfiado Kirchner...
Pero para ese episodio faltaban todavía trece años. En las elecciones de 1991, la coalición
formada por el FVS y el MRP sacó el 30,4% de los votos, aventajando por tres mil a su viejo
enemigo Arturo Puricelli. Ley de Lemas mediante, el PJ había logrado entre todos sus candidatos
más del 61,1% de los votos, pero el peso específico de Néstor Kirchner le daba un margen de
acción no demasiado amplio.
Además, no había logrado que su apellido siguiera al frente de la intendencia de Gallegos, tal
cual deseaba, ya que su hermana no logró convertirse en su sucesora al perder con el candidato
radical Alfredo Martínez. Alicia sería entonces su ministra de Asuntos Sociales, en un gabinete
que mostraría muchas de las caras que en el futuro lo acompañarían en el gobierno nacional:
Carlos Zanini sería ministro de Gobierno, Julio de Vido ministro de Economía.
Y siempre omnipresente, Cristina Fernández de Kirchner. Sin cargo en el gobierno, pero desde
su estratégica banca en la Legislatura provincial y muy cerca de los oídos del gobernador.
Recibieron una provincia envuelta en una feroz crisis, y lo primero que hizo el gobernador
Kirchner fue anunciar, rodeado por todo su gabinete, la declaración de la emergencia provincial a
través de un mensaje difundido por radio y TV en todo Santa Cruz. Entre las medidas que se
barajaban figuraba la posibilidad de producir despidos en una administración pública en la que el
90% de los recursos estaban destinados a pagar salarios. Y en definitiva, se gastaba más de lo que
se recaudaba, por lo que el recurso más a mano era el de disponer siete mil despidos.
Testigos de entonces aseguran que Cristina se inclinaba por esa decisión tan drástica como
impopular, pero a la postre Kirchner optó por hacer un fuerte recorte en los salarios de la
administración pública, entre otras medidas de austeridad.
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El panorama político interno tampoco era el mejor para el flamante gobernador, que había
llegado al poder con un escaso margen de ventaja. De las catorce intendencias de la provincia, su
sector tenía apenas cuatro: 28 de Noviembre, Caleta Olivia, Perito Moreno y Pico Truncado, que
era Sergio Acevedo. Los otros mayoritariamente pertenecían a la línea interna de Puricelli, o eran
radicales. En cuanto a la Legislatura, la distribución también era muy pareja, por lo que había que
hacer una gran política de captación para sumar voluntades, cosa que se dificultaba por la
magnitud de la crisis y porque la campaña había sido muy dura y todos estaban todavía con la cara
pintada, con ganas de seguir la guerra.
Imponer la rebaja salarial fue bastante costoso y funcionarios de la gobernación comenzaron a
recorrer la provincia para explicarle a los intendentes la necesidad de esa medida y pedirles que se
adhirieran, pues de lo contrario no tendrían éxito. Se logró imponer la medida en casi todas las
intendencias, menos en dos: en Pico Truncado, donde estaba Sergio Acevedo, pues ellos no tenían
problemas presupuestarios ya que quien en el futuro sucedería a Kirchner en la gobernación había
hecho una muy buena administración y no necesitaba hacer el ajuste, y en Gallegos, donde el
intendente radical había heredado el gobierno del propio K, que también había dejado una
situación buena.
El ahorro, la buena administración y el dinero que en poco tiempo llegaría por la
coparticipación federal, le dio el desahogo financiero necesario a esa provincia para lograr salir de
la crisis. Más tarde, el juicio ganado a la Nación por regalías mal liquidadas -proceso que había
iniciado Arturo Puricelli- le permitiría a Santa Cruz olvidarse de las penurias económicas y ser una
de las pocas moscas blancas de las provincias de un país en rojo.
Cristina Fernández era diputada provincial, y era además la mujer fuerte de la provincia. ¿Qué
duda cabía? Para imaginar el peso específico que por esos días tenía, vale una anécdota de cuando
ya era senadora nacional y primera dama, relatada por una profesora de periodismo en TEA. En un
examen tomado a estudiantes de primer año, ante la pregunta de quién era el presidente del
Senado, el 90% contestó “Cristina Kirchner”. En realidad, el titular del Cuerpo era Daniel Scioli, y
en todo caso el presidente provisional era entonces Marcelo Guinle, y anteriormente lo había sido
José Luis Gioja, pero ninguno de esos nombres fue citado por la gran mayoría de estudiantes
supuestamente calificados. Lo cual daba muestras del poder de penetración de la imagen de la
primera dama.
Si en un lugar como el Senado nacional, lleno de figuras de gran peso, se daba que la mujer
fuerte era ella, ni pensar lo que debía suceder en la Legislatura provincial, donde sin duda se hacía
lo que ella pensaba y decía.
Como diputada provincial, hacía también las veces de secretaria Legal y Técnica de la
gobernación de su esposo: manejaba cuánto era lo que se gastaba y en qué. Allí volvió a
encontrarla un viejo aliado/adversario como Carlos Pérez Rasetti, quien entonces era rector del
Instituto Universitario de Santa Cruz, y como tal debía verla a ella periódicamente para discutir el
presupuesto.
De esos tiempos recuerda que cierta vez la mujer le puso un pedido de informes de 86
preguntas. “Un poco mucho, ¿no? Era para joder nada más”, se queja a la distancia Pérez Rasetti,
quien luego se iría del PJ al Frepaso.
Le contestaron con un informe de más de setecientas páginas, tras lo cual no hubo ninguna
réplica desde la Legislatura. Y como no contestaban nada, el rector fue a ver a Cristina, quien sólo
había leído algunas partes del extenso informe.
- ¿Qué pasa, Cristina? ¿Había tanto interés de tu parte en el Instituto y no recibimos ni una
llamada por el informe? -le dijo Pérez Rasetti.
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- ¿Vos te creés que me dejaste margen para decirte algo? Dejate de joder, Carlos... Yo soy la
única que lee algo acá, los demás ni por casualidad... Con el montón de papeles nomás, los dejaste
mudos.
Conclusión de quienes en el futuro serían severos adversarios de los Kirchner: la Bruja -como
llamaban a la esposa del gobernador- molestaba, pero sabía no pasarse de la raya. En el caso que
sirve de ejemplo, valoró la picardía. Aunque lo haya hecho porque no la afectaba; tal vez si le
hubiera generado algún costo político, seguramente no hubiera tenido un reconocimiento tan
simpático...
En un futuro se la conocería a Cristina con múltiples apodos: Muñeca brava, Miss Congreso,
Pantera patagónica, Huracán, Reina Cristina... Pero por entonces era la mujer del gobernador y
como tal, la Lupina, o el más crítico Bruja -siempre dicho a sus espaldas, claro está-.
“Bruja es un típico apodo que le cuelgan los hombres a una mujer que los enfrenta”, suele decir
Cristina, convencida de que si fuera hombre serían más tolerantes con ella.
Durante las gobernaciones de Kirchner se invirtieron 80 millones de pesos en obra pública para
educación, salud, planes de vivienda y turismo. Durante su gestión, Kirchner hizo de Santa Cruz
una provincia donde no hay desnutrición y en la que los menores reciben la vacuna antigripal para
enfrentar la crudeza del invierno. Una provincia donde un camión sanitario visita los colegios para
que los alumnos se hagan chequeos médicos.
Una provincia donde el Estado tiene una fuerte presencia, al punto tal que por ejemplo los
santacruceños que habitan en otras partes del país pueden volar a Río Gallegos para votar en los
comicios nacionales o provinciales, con pasajes a cuenta del Estado provincial. La provincia con
mejor distribución de la riqueza y con menos cantidad de pobreza, después de la Capital Federal,
según un trabajo elaborado por Artemio López de tiempos en que K era gobernador.
Sus adversarios les endilgan a los Kirchner la construcción de un modelo hegemónico. Sus
propios aliados dijeron siempre que era tal la omnipresencia del matrimonio que nadie podía
crecer a su sombra. También sostenían que Cristina sería la única heredera política del gobernador,
pero cuando Kirchner dejó ese cargo, ella desechó cualquier posibilidad de secundarlo.
La mayor crítica que se le endilgó a Kirchner durante su administración provincial no tuvo que
ver con casos de corrupción, sino el tipo de manejo que hizo de las instituciones. Reformó la
Constitución en dos oportunidades, cada una de ellas para facilitar su propia sucesión, hasta
habilitar la reelección indefinida. Pero posiblemente la ingerencia institucional que más ruido ha
hecho fue la modificación del Tribunal Superior de Justicia, que pasó de tres a cinco miembros y
al frente del cual quedó Carlos Zanini, quien sucesivamente fue secretario de Gobierno del
municipio de Río Gallegos, ministro de Gobierno de la provincia, presidente del bloque de
legisladores del PJ, presidente del Tribunal Superior de Justicia y secretario Legal y Técnico de la
presidencia de Kirchner. Así como propios y extraños reconocieron siempre a Cristina como la
edificadora del poder kirchnerista junto con su propio marido, Zanini fue siempre visto como el
arquitecto de la estrategia para consolidar el poder.
Violando la garantía de inamovilidad de los magistrados y el principio de independencia de la
Justicia, el gobernador Kirchner dispuso también en su momento la remoción del procurador
general, cabeza del Ministerio Público. El tema llegó a la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
que dispuso la reincorporación del funcionario a su cargo, pero la orden jamás fue acatada.
Kirchner también cambió el sistema de elección de los legisladores provinciales, modificando
el sistema proporcional D'Hont por el que hasta entonces se elegía a los 24 diputados. Impuso en
cambio un sistema mixto, según el cual sólo diez legisladores surgen de la lista y el sistema
D'Hont, mientras que los restantes 14 van en forma uninominal y por municipio. Los Kirchner han
resaltado este sistema porque elimina la lista sábana, aunque lo cierto es que permite acentuar la
mayoría del ganador, que se queda con casi todos los uninominales y mantiene así los dos tercios
de la Cámara de Diputados.
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Demasiado verticalistas, demasiado autoritarios... Los críticos de los Kirchner le adjudicaron
siempre a la administración santacruceña ciertos vicios similares a los esquemas caudillistas
imperantes en otras provincias. Esto es: sistemas donde el Estado es mucho más fuerte que la
sociedad, por lo que quien lo controla, controla la sociedad.
Kirchner gobernó la provincia durante doce años, tuvo dinero, y no creó ninguna fuente de
trabajo diferente a las ya existentes. La visión industrialista que quiso mostrar como presidente
nunca existió durante su época de gobernador. El empleo público definía en Santa Cruz la
diferencia entre poder comer y estar en la pobreza. Una encuesta de 2002 señalaba que en Río
Gallegos el 49,10% de la población trabajaba en el sector público; es decir que de dos personas
que trabajaban, una lo hacía en el Estado. El otro cincuenta por ciento se dedicaba básicamente al
comercio. Ergo, si los empleados públicos no cobran el sueldo, los negocios no venden nada y se
funden.
El poder político que ejerce el gobierno entonces es total.
Cristina Fernández de Kirchner prefiere dar vuelta el concepto, aclarando que su provincia fue
la de menor índice de desempleo porque, en principio, “no nos comimos el versito de que el
Estado había desaparecido, que el mercado todo lo solucionaba. Y no lo hicimos solamente por
una cuestión de ideología, sino por un absoluto pragmatismo, porque en Santa Cruz, lo que no lo
hace el Estado provincial, nacional, o municipal, no lo hace nadie. En Buenos Aires se presentan
cuatro o cinco empresas para licitar una autopista, porque van a tener rentabilidad; la ruta 40 en mi
provincia, si no la hace el Estado, no la hace nadie”.
Rafael Flores, el viejo adversario de siempre de Néstor Kirchner, se terminó yendo al Frepaso
en 1995, luego de apoyar a Kirchner para su reelección, aunque entonces no quiso ser
convencional constituyente porque sí se oponía a la reelección de Menem, cosa que molestó al
gobernador. Así fue como un grupo de sus dirigentes, con Flores a la cabeza, se fue del PJ y el
MRP quedó en manos de Eduardo Arnold y Sergio Acevedo.
Pero antes compartieron varias elecciones en la misma alianza gestada para ganar la
gobernación en el 91. En 1992, fueron juntos a la interna, siempre contra Puricelli: Kirchner como
candidato a presidente del partido y Flores como primer candidato a diputado nacional, época en la
que el Rafa hizo campaña con un pie enyesado porque se había cortado el tendón de Aquiles.
Afirma que luego los caminos comenzaron a bifurcarse, aunque todavía tendrían un par de
elecciones juntos.
Cristina concluía su mandato de diputada provincial en 1993 y su esposo, que por entonces
necesitaba consolidar su poder político en la primera elección que enfrentaba como gobernador, le
pidió que fuera candidata a diputada nacional, y luego a diputada provincial. Pero ya electa
Cristina, el proyecto político de Kirchner la necesitaba en Santa Cruz, de ahí que Fernández
renunciara a su banca como diputada nacional y optara por quedarse en la provincia. Todavía no
era tiempo para proyectar el apellido Kirchner a nivel nacional, ni de confrontar con el gobierno de
Menem.
De hecho, en el Parlamento nacional, salvo cuestiones puntuales como la resistencia patagónica
al acuerdo por los Hielos Continentales, no existía de parte de los santacruceños ese afán
diferenciador que afloraría a partir de la aparición de los Kirchner en la Convención Constituyente
que reformaría la Constitución, y más específicamente desde el desembarco de Cristina como
senadora nacional.
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Capítulo IV
Hielos Continentales
El presidente Néstor Kirchner acababa de dar su discurso en el Congreso y se hacían los
preparativos para partir rumbo a la Casa de Gobierno, donde el santacruceño tomaría juramento a
sus ministros y saldría al balcón a saludar a la multitud. Mientras tanto, su esposa aguardaba en el
Salón Eva Perón del Senado, a la espera del aviso de partida. Cuando así se dispuso, la pareja
presidencial bajó las escalinatas del Palacio del Congreso que dan a la avenida Entre Ríos, rodeada
de una marea de gente.
Cámaras y micrófonos trataban de acercarse al máximo a la pareja presidencial. Era un
verdadero caos, y el vocero de la primera dama, Diego Buranello, tomó junto a Héctor Farías Brito
la decisión individual de proteger la humanidad de la primera dama y de su hija Florencia, que
descendían dificultosamente las escaleras. Los dos colaboradores de Cristina rodearon a madre e
hija para acompañarlas hasta abajo, recibiendo codazos y todo tipo de golpes en medio de la
confusión. El flamante presidente iba unos metros más adelante, y por un momento Buranello
imaginó -y temió- lo que podría pasar con la caída en cadena que se generaría si uno solo de todos
los que bajaban atropelladamente trastabillaba...
Farías Brito estaba con la senadora desde su primer período como tal, cumpliendo ahora el rol
de jefe del despacho de Cristina. Era además cuñado de Dante Dovena, quien en un principio fue
el jefe de asesores de la senadora Kirchner. En ese equipo estaban también, entre otros, el abogado
Roberto Bustos, que había acompañado a Cristina en la Convención Constituyente; su esposa, una
especialista en el tema pesca, tan importante para los patagónicos; el arquitecto Eduardo
Alessandre asesoraba a la senadora en temas de vivienda; Miguel Núñez se ocupaba de manejar la
prensa, mientras Daniel Cameron se hacía cargo de los temas de energía. De hecho, había sido
funcionario de Kirchner en esa materia durante su época de gobernador y ocupó la Secretaría de
Energía con el santacruceño ya en la presidencia.
El proyecto Kirchner estaba en marcha y Cristina era la punta de lanza a nivel nacional. El
equipo se había armado con Dovena como coordinador y éste había puesto gente propia como
asesores. Pero Dovena era más amigo de Néstor que de Cristina y al tiempo tomó otros rumbos. Su
lugar pasó a ocuparlo Núñez, quien comenzó a formar un equipo con gente más joven.
La decisión de hacerlo también tuvo que ver con que más allá de los medios con los que
contaban, no podían evitar ciertas limitaciones. “No era posible contratar mucha gente,
profesionales más reconocidos o con más trayectoria, así que se optó por armar un equipo más
joven, pero que funcionaba muy bien”, señala Miguel Núñez. Es que el asesoramiento con
profesionales de mayor envergadura podían tenerlo apelando directamente a la provincia; lo que
de momento necesitaban era un grupo de trabajo más chico, pero más ejecutivo, que estuviera en
todos los temas, siguiendo el rumbo que ella marcara.
El asesoramiento posterior llegaba con los profesionales y técnicos de la provincia, u otros
vinculados a través de la política.
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De ahí surge el nombre de “cristinos” que despectivamente se le asignó a la gente cercana a la
senadora. ¿Acaso constituían estos una línea interna? Para nada; de hecho, a nivel provincial
Cristina jamás armó una corriente propia ni manejaba siquiera alguna rama femenina. El mote
cristino se atribuía a la gente que trabajaba con ella en Buenos Aires; de hecho, sólo surgió cuando
ella estuvo en la Capital Federal. Así las cosas, cuando Cristina llegó al Congreso de la Nación,
todas las personas que comenzaron a trabajar con ella pasaron a ser “los cristinos”, pero
principalmente los porteños. En rigor, el mote cristino parece provenir desde la provincia, por la
antipatía que en cierta gente de allí generaba la predominancia de porteños sobre santacruceños en
cercanías de la primera dama provincial.
“Por la forma de gobernar de Kirchner, no es que Cristina manejaba a algún ministro, o dos, o
tres, y por lo tanto era el ala cristina del gobierno. Nada que ver. A los porteños nos habían puesto
así, pero me parece que es una pelea de líneas intermedias”, grafica Diego Buranello, quien llegó
al despacho de la senadora a fines del 96, de la mano de Miguel Núñez, y que en el 98 pasaría a ser
directamente el vocero de Cristina Fernández, cuando se decidió que Núñez trabajara
estrictamente con Néstor Kirchner.
Juan Carlos Añón trabajó con la senadora, pero era de los que no recibían la denominación
“cristino”. Se trataba de un viejo militante de la JP en los 70, que había sido jefe de Néstor
Kirchner en esos tiempos. Necesitado de empleo, el entonces gobernador lo contrató para que
trabajara para su esposa en una pequeña oficina de la calle Alsina donde funcionaba una suerte de
anexo del equipo de Cristina. Pero Añón terminó yéndose, porque en realidad era amigo de Néstor
y Cristina ni siquiera lo saludaba.
“Ya entonces tenía ella ciertas actitudes de diva y había quienes lo sufrían en carne propia”,
apuntó alguien que trabajó con la senadora, aunque no pretendiera con ello ser demasiado crítico,
sino retratar una faceta de la santacruceña. “Cristina no lo saludaba porque era un contrato político
de Néstor, en pago a 30 años de lealtad -agregó el confidente-. Ella, por supuesto no lo hubiera
contratado. Y finalmente el tipo se fue con el padre Farinello”, con el que luego sería diputado
provincial por el Polo Social.
Hubo otros casos de gente que estuvo con el proyecto Kirchner en los orígenes, pero que luego
se apartó hacia otros rumbos, como Tito Plaza, de La Plata, o Alberto Briozzo, quien luego sería
diputado nacional aliancista. “Lo que pasa es que se trataba de un espacio muy ideologizado y
tener enfrente a Menem era muy peligroso; se te cerraban todas las puertas -advierte la misma
fuente-. En esos tiempos no tan lejanos, estar al lado de Kirchner era como jugar a la mancha
venenosa.
Trabajar con Cristina podía resultar todo un desafío. Rodrigo Herrera Bravo llegó a convertirse
en un cristino cuando los Kirchner le pidieron a Jorge Argüello y Eduardo Valdés el nombre de
alguien relacionado con lo que hace a la reforma política y demás temas institucionales. Ellos
sugirieron a Herrera Bravo, quien por entonces era jefe de Asesores de la presidencia del bloque
del Frente Nueva Dirigencia (el partido de Beliz), que por entonces estaba trabajando en la
Convención Constituyente de la ciudad de Buenos Aires.
En realidad, Cristina prefería un abogado, pero Herrera Bravo les sirvió por ser estudiante de
Derecho y licenciado en Ciencias Políticas. Al concluir la Convención porteña, en octubre del 96,
comenzó a trabajar con ella. “El primer tema que me dieron fue la ley de Radiodifusión; el
segundo, no me lo voy a olvidar nunca, era la Autoridad Regulatoria Nuclear... Y así estuve hasta
que pude empezar a desarrollar los temas que me interesaban”, cuenta Rodrigo Herrera Bravo,
quien terminó asesorándola en la investigación de los atentados y en la Comisión Investigadora del
Lavado de Dinero.
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De entrada fue ubicado en la oficina de la calle Alsina, en la que había un escritorio, un
teléfono y una computadora, y donde luego recalaría Añón, cuando Herrera Bravo fue “ascendido”
al Palacio. Pero tanto él como el resto de los asesores consultados muestran una sonrisa cuando
recuerdan el episodio del apartamiento de Cristina de todas las comisiones. Es que para ellos eso
resultó fantástico, por cuanto ya no debían trabajar para temas puntuales que se analizaban en las
comisiones, sino que toda la actividad se aplicaba a la elaboración de proyectos y el trabajo en el
recinto.
En cuanto a la senadora, ninguno de los consultados dio una versión diferente: ella es una
persona muy exigente a la hora de trabajar, y muy seria, señalan. Con lo cual coinciden con la
propia Cristina, quien asegura haber sido desde chica muy exigente consigo misma, “con un
sentido muy desarrollado del deber. Del mismo modo exijo a los demás, a mis colaboradores, por
ejemplo”.
“Kirchner siempre dice que la clave está en saber lo que puede dar cada uno, para no pedirle
más -agrega-. Es parte de cómo ha de manejarse la relación humana. Pongo mucho, sacrifico
cosas, y exijo que los demás lo hagan. Pero muchas veces no hay el mismo nivel de compromiso
ni, lo que es más difícil, el mismo nivel de comprensión. Puede que, en ocasiones, no se trate de
que a la gente no le importe, sino que no la entienda”.
Alguien que formó parte de ese grupo de trabajo cuenta -bajo estricto off- que al desembarcar
allí, desde el círculo más íntimo de Cristina le habían sugerido que se mantuviera lejos, porque “la
mina era intratable, una tromba... de humor muy cambiante, muy primera dama, que solía ser muy
caprichosa e irrespetuosa”. Semejantes resguardos parecían ser en realidad una estrategia del
entorno para evitar que se acercara al círculo íntimo.
“Porque la verdad es que una vez que perforé esa barrera vi que es muy laburadora, muy seria,
muy exigente”, remarcó. Eso sí, si escucha de un colaborador tres cosas que a juicio de ella son
pavadas, ese colaborador no será escuchado más. Pero si dice cosas serias, es valorizado.
Antes de ser primera dama, su transversalidad podía extenderse a comer con su equipo del
Senado. “Se hace amiga y es amigable”, enfatizó una empleada de años.
“Confía en el detalle que uno le puede aportar y en sus colaboradores -apunta otra fuente-. En
términos políticos es desconfiada, pero eso no se contrapone con que a nivel laboral, cuando
confía, compra. La verdad es que es fácil ser asesora de ella”.
Pero todo jefe tiene sus rasgos criticables, sus manías, y Cristina no escapa a la regla. Por lo
menos dos colaboradores consultados coincidieron en señalar que la dama tenía la costumbre de
llamar desde Santa Cruz, por ejemplo un viernes a las 19 y en lugar de admitir que lo hacía para
ver si tal o cual empleado estaba, le preguntaba -por ejemplo- si había visto el artículo publicado
ese día en el diario La Unión de Calafate... “Y cuando le decía que no, que yo estaba en Buenos
Aires, se disculpaba”, recuerda la fuente que, fuera de eso, reconoce a la senadora como “una
mujer siempre muy ubicada, muy responsable”.
“Es muy rompe pelotas -graficó otra fuente-. El trato a veces se hace difícil; es muy exigente
con los detalles y quiere todo para ayer... Además, es de llamar a altas horas de la noche para pedir
alguna cosa para primera hora del día siguiente”.
Esos “pedazos de hielo”
Con su esposo en la presidencia, Cristina Kirchner se convirtió en la principal escriba de sus
discursos. Pero ella a su vez tenía sus propios asesores que en ocasiones le preparaban mensajes
que luego diría en el Senado. Empero, jamás los diría como se lo habían escrito. Ella siempre se
armó sus propias alocuciones, utilizando del texto original toda la tarea de investigación, las citas
y ciertos detalles, pero todo lo dice a su manera y jamás hablará de algo que no conozca al dedillo.
Quienes han trabajado con otros legisladores saben que esa condición no es para nada común.
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“Es una gran oradora”, grafica un ex colaborador suyo que sabe que no ha descubierto nada que
no se sepa, pero destaca un detalle que habla de sus convicciones: “Se ha enfrentado sola a todos
los senadores justicialistas y se ha bancado perder una elección 37 a 1”.
El recuerdo vuelve a remitirnos a los tiempos en que tuvo a todo el bloque justicialista en
contra. Epoca en la que no sólo confrontó con sus pares por el desvío de armas o el Consejo de la
Magistratura. En julio del 96 volvió a protagonizar un fuerte entredicho con Augusto Alasino por
los Hielos Continentales, tema que tomó como causa nacional.
Sucede que los mismos estaban en su provincia y lo que se resolviese afectaría directamente
territorio argentino y particularmente santacruceño. Era entonces una causa para los santacruceños
y ella la tomó como propia, convirtiéndose en la principal referente sobre el tema.
Logró también generar una fenomenal polémica, en la que le pegaban por derecha y por
izquierda. Por derecha lo hacía el oficialismo, diciendo que se trataba de un acuerdo ventajoso
para la Argentina, que resolvía todas las cuestiones de límites con Chile; pero por izquierda
también existía el prejuicio que consideraba que esa era una pelea de nacionalistas ultramontanos,
una cosa chauvinista, como se señalaba en forma despreciativa.
Y en realidad, el tema tenía una importancia que excedía la cuestión de la soberanía, por cuanto
despertaba un enorme interés económico por lo que significaba por ejemplo como reserva de agua
potable.
La verdad sea dicha, Cristina Fernández no fue una voz aislada en su oposición al acuerdo, sino
que su posición fue compartida por la mayoría de los legisladores patagónicos, que lo rechazaron
terminantemente por considerarlo violatorio de los tratados internacionales del siglo XIX.
Néstor Kirchner marcó el camino que seguiría su esposa, al señalar públicamente que “el
problema se resuelve con una comisión de límites. Que se haga un nuevo estudio técnico con los
peritos necesarios y además se convoque a una consulta popular”, dijo a mediados del 96,
contribuyendo a una polémica que ya llevaba varios años, pero que se reabría con fuerza en
función de los intentos oficiales de suscribir el pacto.
De hecho, la historia sobre los “pedazos de hielo” -como alguna vez los llamara Eduardo
Duhalde- había comenzado en 1991, cuando Carlos Menem y su entonces colega chileno Patricio
Aylwin firmaron un tratado por el cual se resolvían 23 diferendos limítrofes -entre ellos el de Lago
del Desierto- dejando a consideración de los parlamentos de ambas naciones el reparto de unos
3.500 kilómetros cuadrados de la zona de los hielos -de 22.500 km2 en total- ubicada al noroeste
de la provincia de Santa Cruz. A través del acuerdo se proponía dividir en dos mitades la zona del
litigio situada en territorio argentino mediante el trazado de una línea poligonal, desde el monte
Fitz Roy o Chaltén, hasta el cerro Stokes, de aproximadamente 200 km de largo por 8 km de
ancho, generando fuertes resistencias entre los legisladores, sin distinción partidaria, pero sobre
todo los patagónicos.
Con Cristina Kirchner a la cabeza, los representantes sureños sostenían que de esa manera se
dejaba una porción de territorio nacional de 1.500 km2 del lado chileno, violando acuerdos
preexistentes como el Tratado y Actas de 1881 y 1898, donde el límite en la zona del Campo de
Hielos Continentales quedaba delimitado por el Sistema de Altas Cumbres que dividen aguas,
además del Protocolo adicional y aclaratorio de 1893, el laudo arbitral de 1902 y el Protocolo de
demarcación de 1941.
Entre las múltiples objeciones al tratado se señalaba que el mismo comprometía la naciente de
la cuenca del río Santa Cruz, con el consecuente perjuicio económico para la Nación en general y
para Santa Cruz en particular. Pero además, para los legisladores patagónicos la ratificación del
acuerdo no sólo cedería la mitad del Parque Nacional Los Glaciares, sino que ponía en riesgo el
trazado completo de la frontera con Chile.
La otra cara de la moneda la encarnaba el gobierno, desde donde sostenían que el acuerdo
Menem-Aylwin era fundamental para lograr la ansiada integración cultural y económica.
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En agosto de 1990, los presidentes de Argentina y Chile habían solicitado a las respectivas
comisiones que prepararan un informe sobre las cuestiones pendientes relacionadas con la
demarcación del límite internacional. El canciller argentino era entonces Domingo Cavallo y su
vice Juan Carlos Olima, el creador de la famosa “poligonal”, que luego le tocaría defender como
diputado. A través del informe presentado por la Comisión Mixta de Límites se determinaron 24
puntos pendientes, pero las tareas de demarcación se demoraron debido a “factores exclusivamente
económicos”, según los legisladores santacruceños.
El 5 de agosto de 1991, el canciller informó al país sobre el trazado de lo que se dio en llamar la
“poligonal”. En la nota de remisión del proyecto de ley al Congreso, envidada el 27 de febrero de
1992, el ministro Guido Di Tella argumentó que debido a “las especialísimas y rigurosas
condiciones climáticas existentes, se hacen sumamente difíciles, onerosos y prolongados los
estudios y trabajos destinados a demarcar la zona”, añadiendo además “una imposibilidad
geofísica de determinar dónde están las altas cumbres que dividen aguas”, debido a la gigantesca
masa de hielo que recubre las cumbres.
El gobernador Kirchner insistía en que se asignaran los recursos necesarios para concluir con la
demarcación en el seno de la Comisión Mixta de Límites y se realizaran nuevos estudios técnicos,
ya que de esa manera se podría demostrar que el trazado de la poligonal había sido “prematuro y
perjudicial para nuestros intereses”. Kirchner iba más allá al proponer la convocatoria a una
consulta popular no vinculante, como ya en su momento se había hecho sobre el Canal de Beagle,
por cuanto estimaba fundamental que el pueblo expresara su decisión en el conflicto.
Cristina Kirchner, por su parte, no cargaba las tintas sobre Menem. No en esa época.
- El Presidente se equivocó, firmó mal asesorado -señalaba ante un grupo de periodistas de
medios nacionales especialmente convocados por la gobernación santacruceña a conocer la zona
en discusión y palpar in situ de qué se estaba hablando. A juicio de la senadora, la Cancillería
había elaborado la propuesta sin consultar al Instituto Nacional de Hielo Continental Patagónico
Argentino, al Instituto Geográfico Militar y a la Academia Nacional de Geografía, por citar sólo
tres casos, considerados como los organismos que reunían la mayor cantidad de información de la
zona.
Y siguió refutando al canciller al remarcar que las altas cumbres no se encontraban cubiertas de
hielo, ni las tapan las nubes y hasta pueden ser divisadas, ya que emergen aproximadamente entre
1.500 y 2000 metros por sobre el hielo existente. Además, los trabajos destinados a demarcar la
zona, calculó, oscilarían en uno o dos años de estudios y costarían alrededor de dos millones de
pesos. Pero si el dinero fuera el impedimento -acotó Néstor Kirchner, parado junto a su esposa- la
provincia de Santa Cruz estaba dispuesta a afrontar el gasto.
- ¿Qué responde a la afirmación de que la falta de acuerdo impide la integración económica?
- Ese argumento no va, ya que la integración no supone una amputación territorial. El Peñón de
Gibraltar no detuvo la integración en Europa, así que es una teoría inadmisible.
Si bien en la Cámara de Diputados se palpaba la mayor oposición al acuerdo limítrofe, en el
Senado las cosas eran diferentes, ya que hasta buena parte de los legisladores patagónicos estaban
de acuerdo con ratificar el tratado. Abonaban esa teoría incluso representantes patagónicos como
los chubutenses Osvaldo Sala y César MacKarthy, y el rionegrino Remo Costanzo. MacKarthy
explicaba su posición señalando que 23 de los 24 diferendos habían sido resueltos y ese último
debía ser solucionado cuanto antes. “Como patagónico y argentino me interesa fundamentalmente
solucionar todos los conflictos, porque es la única posibilidad de hacer una integración real,
efectiva y duradera, evitando que se vuelva a repetir una situación similar a la de 1978”, dijo.
El Senado era una instancia futura porque el clima de efervescencia estaba instalado en
Diputados, pese a lo cual la senadora Kirchner enarboló esa causa con convicción y tenacidad. Lo
curioso era por ejemplo escuchar por esos días la opinión del presidente de la Comisión de
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Relaciones Exteriores de la Cámara baja, Antonio Erman González, excusarse de opinar,
argumentando no estar “lo suficientemente enterado del tema”...
El presidente Menem se había comprometido a disciplinar a la tropa para que los legisladores
justicialistas ratificaran el tratado de 1991 que llevaba ya cinco años parado en el Congreso. Sin
embargo fuentes legislativas aseguraban por lo bajo que la demora en Diputados no sólo se debía a
la fuerza ejercida por el bloque sureño, sino que además no existía un impulso político para sacarlo
adelante por parte de quienes dirigían la Comisión de Relaciones Exteriores.
“Se hace bastante difícil poder avanzar, porque el acuerdo oficialmente se encuentra en la
Comisión de Relaciones Exteriores y si no sale un dictamen de ahí, no sale de ningún lado. Es un
tema muy difícil y nadie quiere llevar la voz cantante en el Parlamento. Si depende sólo de los
diputados, esto no se aprueba este año”, explicaba en off un legislador.
Las resistencias fueron llevadas a un primer plano nacional para fines del 96 por la premura
oficial de aprobar el tratado y por el elevado nivel de exposición que le dio a la cuestión la
senadora Kirchner. Pero lo cierto es que nadie podría reclamar derechos de autor sobre la
intransigencia respecto a un tema que se debatió por primera vez en el Congreso en 1992,
oportunidad en la que el gobierno nacional presionó para que se aprobara.
Por entonces el presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores era Carlos Ruckauf, y Juan
Carlos Olima era vicecanciller de Di Tella y el hombre que debía concurrir semanas enteras a la
comisión para explicar la línea poligonal que él había creado y que trazaba el límite a los Hielos
Continentales.
Por entonces ya había resistencias de los legisladores y entre ellos no figuraba Cristina
Kirchner, ya que ella era en el 92 sólo diputada provincial. De todos modos, pese a la fuerte
presión que se hizo desde el bloque del PJ, el proyecto no logró atravesar los escollos de
Diputados. Las resistencias no eran sólo de legisladores patagónicos, ya que entre los que se
resistían a votar en comisión el tratado figuraban la esposa de Barrionuevo, Graciela Camaño, el
chubutense José Manuel Corchuelo Blasco, el santacruceño Toto y el correntino Romero; un grupo
por cierto de lo más heterogéneo y que, por integrar la Comisión de Relaciones Exteriores y
formar parte del Partido Justicialista, no permitía reunir mayoría para sacar el dictamen de la
comisión.
Cuentan los memoriosos que la presión llegó a tal punto que cierta vez citaron a todos los
diputados justicialistas a la sede partidaria de la calle Matheu y les pusieron a todo el gabinete
frente a ellos para exigirles que votaran el tratado. “Y no se lo votamos”, enfatiza orgulloso un
diputado de entonces.
El santacruceño Rafael Flores era en esa época diputado justicialista -más tarde se pasaría al
Frepaso-, pero no integraba la Comisión de Relaciones Exteriores. Empero, asegura que iba a
todas las reuniones de la misma, donde hablaba, discutía y opinaba, mas no tenía voto. Admite que
no se había especializado en el tema, pese a lo cual trataba de hacerse escuchar. Pero señala como
voz altamente autorizada en la materia a un general retirado llamado Luis María Miró, que por
entonces era director de Límites de la Cancillería, y alertó por lo bajo a los legisladores que le
prestaran especial atención a ese tema, porque era ahí donde se estaba produciendo algo grave.
La primera reacción de Santa Cruz fue ponerse contra el arbitraje de Lago del Desierto, porque
el tema Hielos Continentales figuraba en el último lugar de los 24 puntos en discusión. Veintidós
fueron resueltos sin problemas; el siguiente, Lago del Desierto, al no poder encontrarse una
solución negociada fue sometido a arbitraje internacional (el fallo favoreció a la Argentina); y
quedaba Hielos Continentales, donde se trazó la famosa “poligonal”.
- Un día estaba yo en la Comisión de Hielos Continentales, en el Instituto del Hielo Continental
Patagónico, y se me acerca Miró, al que yo no conocía, y me dice: “A usted, Flores, yo lo escuché
hablar... Deje de decir boludeces. El problema no está en el arbitraje de Lago del Desierto; venga a
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verme porque el problema está en el punto Hielos Continentales”. Todo lo que después empecé a
decir era el material que, por lo bajo, el general me pasaba.
Lo cierto es que 1992 pasó y el tratado no fue aprobado. Pero no sólo por las resistencias
legislativas, sino también -entre otras cosas- porque el titular de la comisión, Carlos Ruckauf, no
ponía demasiado entusiasmo en que se aprobara, según afirman testigos de la época que no
atribuyen esa actitud a cuestiones de principios o de opinión, sino a que el hombre que tres años
después se convertiría en vicepresidente de la Nación aspiraba por entonces a ser canciller.
“Tenía la esperanza de que un fracaso en el Congreso lo volteara a Di Tella”, asegura una
fuente consultada que no se maneja con especulaciones sino que afirma haber escuchado la
confesión de la propia boca sonriente de Ruckauf.
Flores recuerda haberse reunido mucho con Ruckauf para pedirle que lo dejara incorporar
pruebas y citaciones para la comisión que, la verdad sea dicha, trabajó mucho en la materia. “Yo
presenté en el año 92 como quince testimonios y Ruckauf les hizo lugar a todos -recuerda-. Incluso
uno, que era de un militar que hacía unos líos bárbaros, que fue un verdadero papelón y me
arrepentí de haberlo llevado. Es más, recuerdo que Ruckauf me miraba y me decía: 'Usted lo pidió,
diputado, aguántesela'”.
A lo largo y ancho del país
Está dicho que en la Cámara alta las voces que propiciaban la aprobación del acuerdo eran más
nítidas. Los senadores Cafiero, De la Rosa, Gioja y Sala fundamentaron su apoyo señalando que
“la ratificación del Acuerdo de 1991 con un Protocolo adicional es territorialmente aceptable,
racionalmente patriótica y políticamente prudente”. El mendocino Carlos de la Rosa advertía que
en caso de no aprobarse el acuerdo “habría que ir a un arbitraje, el cual podría resultar adverso a la
Argentina. En cambio, con la negociación directa se resuelven los últimos 226 kilómetros lineales
de frontera común, armonizando intereses comunes solidarios entre dos países que se han
proyectado hacia un destino de integración”.
Chile presionaba para que el acuerdo se aprobara antes de fines del 96 y alentaban la
posibilidad de que el trámite legislativo fuera simultáneo en ambos países. Sin embargo allí
también había resistencias. El senador Horvath Kiss -un hombre independiente, de la derecha
trasandina- cuestionaba al presidente Aylwin, sosteniendo que la poligonal era un caldo de cultivo
para nuevas controversias y que el mandatario chileno había actuado “irresponsablemente” al
firmar el acuerdo, mientras que Menem había sido “muy astuto”.
La discusión en Chile estaba instalada en la Cámara de Senadores, por donde el tratado había
ingresado. Curiosamente, esa era la más dura respecto al acuerdo mientras en la Argentina el
tratado se estaba discutiendo primero en Diputados, donde existían mayores resistencias.
Horvath coincidía con Cristina Fernández: “Hay una frontera que ya tiene definición por el
tratado de 1881 y su protocolo de 1893. El límite entonces ya existe. Sólo falta demarcarlo. Esa
línea no debería ser cambiada por conocimientos nuevos o por conveniencias políticas”, señalaba
al diario argentino La Nación. El chileno iba aún más lejos al sostener que “con esa traza absurda,
Chile pierde el cerro Fitz Roy, se legaliza un campamento ilegal de la Argentina en el vértice 5, y
desde el 12 hacia el Sur se da una proximidad riesgosa para ambos países. La superficie por donde
se trazó la poligonal no es exacta, y por otro lado el derecho internacional dice que el
conocimiento nuevo no cambia las cosas”.
Cristina Kirchner insistía en rechazar la poligonal, sumando más y más elementos. Explicaba
que el eje argumental que sostenían aquellos que estaban a favor del acuerdo se basaba en el
supuesto reclamo chileno sobre la zona de los Hielos, expresado a través de diferentes cartografías.
“Pero la Cancillería argentina nunca pudo probar la existencia previa de un reclamo territorial
concreto, definido y oficial por parte de Chile -advertía-. Los motivos alegados en la decisión
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política que dio origen a la poligonal resultaron inexistentes”. Fiel a su estilo, la joven senadora
remarcaba lo paradójico que resultaba pretender fundamentar un presunto conflicto en cartografía
chilena cuando pocos días antes se había anunciado que acababa de concluir dicho país la
cartografía a una escala que no contaban respecto a la zona en cuestión.
Aclaraba además que “el texto de un acuerdo tiene superior jerarquía que el trazo de una carta o
mapas, como lo sostuvo el perito chileno Barrios Arana en las Actas de 1998”, y puntualizaba que
en las mismas no hubo ninguna discrepancia entre los peritos en relación con la zona en cuestión.
En cuanto al Protocolo adicional, la senadora remarcaba que “el error de lo principal no se
puede corregir desde lo accesorio. La admisión por parte del gobierno de la necesidad de un
Protocolo adicional significa la tácita aceptación de que en 1991 se negoció mal, perjudicando los
intereses del país”. Empero, rescataba como elemento positivo del Protocolo el hecho de que su
propia existencia y discusión demostrara que era posible reabrir una negociación bilateral.
Como el tema estaba en Diputados, Cristina Fernández solía ir a esa Cámara, aunque como
senadora con los únicos que podía hablar era con los periodistas. En muchas ocasiones la
acompañaba directamente el gobernador de Santa Cruz y es recordada una reunión de comisión en
la que se discutió el tema hasta la medianoche, al cabo de lo cual Néstor Kirchner concurrió luego
para hablar con los integrantes de la misma y agradecerles que hubieran votado en contra del
dictamen.
Más allá de que no pudiera votar en Diputados, la senadora Kirchner comenzó a organizar en la
Cámara alta reuniones para debatir la cuestión. El Salón de Lecturas del Senado -al que luego le
tomó el gusto, organizando allí las reuniones de la Comisión de Asuntos Constitucionales- fue
numerosas veces escenario de charlas sobre el diferendo. Por allí desfilaban especialistas y
legisladores, más de uno de los cuales aprovechaba la ocasión para desasnarse en la materia.
Pero la discusión excedía el ámbito del Congreso y Cristina comenzó a recorrer el país para
llevar la posición contra el Tratado a todos los rincones de la Nación.
“Recorrió el país en serio, debe haber tenido dos o tres visitas a cada provincia, para hablar en
universidades, en sindicatos, en clubes”, recuerda Diego Buranello, quien la acompañó en algunas
ocasiones, sobre el final de esa campaña de esclarecimiento, aunque durante el grueso de la misma
fue Miguel Núñez quien estuvo a su lado en las visitas.
- Con el tema de los Hielos recorrimos el país dando charlas. Creo que no quedó provincia sin
visitar y a algunas fuimos más de una vez -señala Núñez-. Solitos, yo la acompañaba a Cristina
con la señora que es su asistente (Cuca) y nadie más. Nos íbamos a todos lados, no quedó lugar sin
recorrer.
La verdad sea dicha, esa experiencia sirvió también para el armado político del proyecto
Kirchner, que por entonces no se sabía hasta dónde podría apuntar, aunque el entonces gobernador
santacruceño afirma haber tenido siempre muy claro que llegaría al sillón de Rivadavia.
Algunas fuentes afirman que durante esa campaña el matrimonio tejió una fuerte relación con
un núcleo de militares nacionalistas.
Lo cierto es que a partir de esas reuniones, mucha gente fue descubriendo a los Kirchner a
través de Cristina. La experiencia fue similar a la que en el futuro se daría cuando la senadora salió
a recorrer la Argentina para promocionar la candidatura de su esposo. En este caso, en cambio, el
asunto era muy específico, técnico y excluyente. Pero el tema de los Hielos no podía ser tomado
como una cuestión que afectaba y preocupaba sólo a los patagónicos. El tema no estaba tan
instalado como había sucedido con el Beagle, pero tampoco representaba un conflicto a ese nivel,
como desde algunos sectores del gobierno menemista se trataba de comparar.
La cuestión implicaba la integración con Chile, pero también la soberanía argentina y la falta de
una mirada atenta a la Patagonia. El gobierno de entonces pretendía transformar su aprobación en
una cuestión de Estado, mientras que los que se oponían procuraban que su discusión lo fuera.
Estaba claro que entre los intereses que se manejaban figuraba el firme deseo oficial de hacer de
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Menem el presidente que terminó con todos los conflictos con el país trasandino, lo cual abonaba
la idea de encumbrarlo como un estadista.
De hecho, gente cercana a los Kirchner asegura que el gobierno argentino quería lograr que el
tratado saliera por consenso, sin voto de disidencia, con la idea de mostrar a Menem como un Julio
Argentino Roca de nuestro tiempo, “e incluso la idea era firmar el acuerdo justo cien años después
del pacto Roca-Runciman.
Los lugares escogidos para las disertaciones eran muy particulares. Ambitos universitarios,
sindicatos, cámaras empresariales; en todos la palabra de Cristina se lucía y quedaba bien expuesto
que sabía claramente de qué hablaba. El tema eran los Hielos, pero ya se ha dicho que la
experiencia sirvió para comenzar a instalar el proyecto K.
Núñez recuerda particularmente una visita a la Cámara Empresaria de Pergamino, una ciudad
devastada por la apertura económica indiscriminada. “Esos encuentros sirvieron para hacer
contacto con mucha gente de la política, de peronistas que se habían alejado del partido, que
estaban desilusionados con el menemismo y que con el tiempo se fueron acercando a lo que sería
La Corriente”, evoca el vocero en alusión a la agrupación que impulsó la candidatura presidencial
de Néstor Kirchner. Y en efecto, mucha gente que se integró al proyecto viene de aquella época: se
vincularon a los Kirchner a partir de aquella campaña realizada con el tema de los Hielos, cuestión
que fue instalada política y mediáticamente y que por lo visto generó una contraprestación política.
Esa recorrida por todo el país dejó recuerdos y anécdotas. Núñez recuerda viajes largos y más
de uno dificultosos, por complicaciones aéreas. Pero uno de los más nítidos no fue en avión, sino
en auto: aquella visita a la Cámara Empresaria de Pergamino, a la que fueron por la ruta 7.
- Nos agarró un tornado, tremendo, era tan grande que tuvimos que meternos con el auto debajo
de un árbol... Estábamos en el medio del campo y no sabíamos dónde meternos. Era un tornado
que nos agarró en el medio de la ruta e incluso volvimos después esa misma noche, muy despacio,
porque no paró de llover.
El temor fue verdadero, amplificado por la sugestión que generaba el hecho de que por
entonces -1996- se estaba dando en los cines Twister, así que los pasajeros de ese auto y en
particular Cristina -una cinéfila apasionada- se llevaron el susto de sus vidas. La parte positiva de
esa experiencia fue que, a pesar de la tormenta que también se abatió sobre Pergamino, el lugar
estuvo repleto de gente.
Con tanto millaje recorrido en el marco de una campaña tras otra, hay cientos de anécdotas de
ese tipo y muchas incluyen sustos. Cierta vez la entonces primera dama de Santa Cruz -aunque allí
no existe esa figura- volvía de dar una charla en Entre Ríos en un avión chiquito de LAER, y al
iniciar el despegue comenzó a sonar una alarma. “¿Qué pasa? ¿Qué pasa?”, comenzó a inquietarse
Cristina. A su lado, su entonces vocero Miguel Núñez trataba de tranquilizarla: “No pasa nada”, le
decía, sin la menor idea de lo que estaba sucediendo y con el mismo susto en aumento.
La aeronave, que acababa de despegar, volvió a la pista. Recién se dieron cuenta de lo que
sucedía cuando el piloto bajó de la nave y cubrió de insultos al personal de pista: uno de los
ayudantes de pista se había olvidado de sacarle la traba a una de las ruedas.
Las negociaciones secretas
El gobierno consiguió finalmente que las comisiones de Relaciones Exteriores y de Defensa de
Diputados aprobaran los dictámenes sobre el acuerdo. La reacción en Santa Cruz fueron
numerosos actos de protesta en Río Gallegos y otras localidades.
En la esquina de Roca y San Martín de la capital santacruceña una concentración se congregó
desafiando el intenso frío para protestar contra el acuerdo. En el acto estuvieron Néstor Kirchner y
su esposa, pero ninguno de ellos habló, ni tampoco el intendente radical Alfredo Martínez, ni
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ninguna otra de las figuras presentes, por cuando se había decidido eliminar discursos para
contribuir a la pluralidad de las fuerzas políticas y sociales que participaban de la convocatoria.
Sí había pancartas en las que podía leerse por ejemplo la frase “los Hielos Continentales son tan
argentinos como Anillaco”.
Mientras tanto, el Concejo Deliberante de El Calafate resolvía retirar de su sede los cuadros con
la imagen del presidente Carlos Menem y declarar personas no gratas a los diputados nacionales
que firmaron despachos de comisión favorables a la ratificación del acuerdo.
Por esos días -fines de 1996-, todas las banderas argentinas que flameaban en El Calafate lucían
un crespón negro en señal de luto, del mismo modo que una de gran tamaño instalada en el
ventisquero Perito Moreno.
Pero en el Congreso las cosas no resultaron como el gobierno deseaba, ya que pese a los
dictámenes de comisión, el tema no llegó a tratarse en el recinto en virtud de la oposición en el
propio seno del oficialismo, quedando como uno de los temas para el 97. El gobierno volvió a
ponerle plazo al Congreso para la ratificación del acuerdo: hasta febrero; si no se ratificaba para
antes de esa fecha, se apelaría al arbitraje internacional.
En rigor, los pasos a seguir serían los siguientes: si los legisladores insistían en no aprobar lo
acordado, vencido el plazo se apelaría a una suerte de “prearbitraje”, consistente en nombrar a un
representante por Argentina, otro por Chile y elegir de común acuerdo a un tercero. De no haber
consenso en esa elección, sería El Vaticano el que eligiera al tercer país. Ese mecanismo tenía una
vigencia mínima de seis meses, aunque podía ser prorrogable, y estaba previsto en el Tratado de
Paz y Amistad con Chile.
Ya empapado sobre el tema, el titular de la Comisión de Relaciones Exteriores, Erman
González, timoneaba el tema en Diputados y aseguraba que “la propuesta de un tribunal de
conciliación no obligaría a las partes, sino que, si se llega a un acuerdo, se termina con la
ratificación del tratado o con una propuesta alternativa”. La diferencia con un arbitraje está en que
el fallo ahí es inapelable.
El gobierno estaba dispuesto a sacar sí o sí el proyecto y a sancionar a los que se opusieran.
Santa Cruz estaba a la cabeza del rechazo y en consecuencia sufrió la suspensión de los decretos
que creaban una zona franca en Río Gallegos y Caleta Olivia, firmados por el presidente Menem
en 1996.
“Pareciera ser que hay que sancionar al que piensa diferente, creyendo que así se conduce el
Estado”, dijo como respuesta el gobernador Kirchner, mientras ponía en manos de los abogados de
la provincia la orden de iniciar acciones legales para apelar la decisión del Ejecutivo Nacional.
Obviamente el gobierno jamás se hizo cargo de la acusación. El Ministerio de Economía que
conducía Domingo Cavallo remarcó que la decisión de eliminar esa suerte de free-shop provincial
había sido adoptada porque una medida de esa naturaleza traía consecuencias económicas
negativas, a la vez que aclararon que la decisión también había alcanzado a Chubut, Chaco,
Formosa y Jujuy, y que de ninguna manera se trataba de un instrumento de extorsión.
Pese a todo, 1997 transcurrió sin que el acuerdo con Chile pudiera ser tratado en la Cámara baja
y esa resistencia hizo que se cayera el dictamen. El gobierno tenía que volver a empezar.
Con la guerra ya abiertamente declarada para 1998, los Kirchner ampliaban su abanico de
enemigos en el gobierno. Cristina ya era diputada nacional y disparaba contra Guido Di Tella ya
no por el tema Hielos, sino por Malvinas, considerando un fracaso su política de seducción de los
kelpers. “El terminó seducido por los intereses de los usurpadores de las Malvinas”, advirtió la
ahora diputada.
El canciller acababa de sostener la necesidad de “imaginar y hacer un dibujo o diseño especial
para el caso de Malvinas”. Mientras tanto, Gran Bretaña había convocado unilateralmente a la
explotación petrolera en el Atlántico Sur, sin que el gobierno argentino pudiera frenar esa decisión.
A juicio de Fernández de Kirchner, los acuerdos firmados sobre ese tema con Londres en 1995
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habían dado demasiada tranquilidad a ingleses y kelpers para que decidieran de manera unilateral
el llamado a licitación.
“Estamos ante otra poligonal”, dedujo Cristina, preocupada porque el tema no se estuviera
tratando con miembros de la Cancillería como una política de Estado en el Parlamento ni en el
conjunto de la sociedad.
“Es lo mismo que pasó con los Hielos Continentales, cuando para colocar al Poder Ejecutivo
como el autor de la solución de todos los conflictos con Chile, terminó enredado en una postura
contraria a los intereses de los argentinos. Esto culminó con un estrepitoso fracaso de la
Cancillería en Diputados, donde vio caer el dictamen que había forzado en diciembre del 96”,
sostuvo la temperamental legisladora patagónica que tomaba ahora la cuestión Malvinas como otro
ejemplo de los errores oficiales.
Cristina recordó que en 1995 se había presentado en el Parlamento un proyecto de ley que
disponía represalias contra las compañías que participaran en procesos licitatorios sin autorización
del Estado argentino. En cambio ahora la Cancillería enviaba al Parlamento un proyecto que “ni
siquiera menciona la palabra regalías, concepto que está indisolublemente unido al de dominio”.
En una disertación en Río Gallegos, Fernández de Kirchner se quejó de que se hubiera
introducido la presencia de los isleños a las negociaciones como parte de la política de seducción.
“Sería bueno, ya que se trata del canciller de Argentina, que intentara también entender un poco a
los argentinos y la política exterior que ellos demandan. Hablar, como se ha hecho, de la piratería
de los ingleses, sin abordar el diseño de la política de la Cancillería, sería una suerte de
reduccionismo que no sirve a los intereses de los argentinos”.
Pero la diputada iba por más, y amplió su crítica a toda la política exterior de ese gobierno.
Recordó que los ejes de la política de la Cancillería incluían el abandono de lo que Di Tella
calificaba como “tercermundismo”, por formar parte de “la Argentina vieja”.
“Di Tella equipara el tercermundismo con las proscripciones, el autoritarismo, las dictaduras, la
violencia y las violaciones a los derechos humanos. Esta es la definición que tiene del
tercermundismo, o la 'tercera posición' que conocimos los peronistas”. Lamentó que con ese
criterio la Argentina abandonara el concepto de “multilateralidad” que venía sosteniendo, esto es,
participar en todos los foros y cultivar todas las relaciones posibles, para cerrarse en un concepto
de “bilateralidad”, vinculándose sólo con el Primer Mundo.
En una muestra de los conocimientos sobre las relaciones internacionales que más tarde como
primera dama pondría en práctica en los foros internacionales, la diputada Kirchner señalaba a
mediados de 1998 que “el cambio de política exterior de Menem es sencillo: antes éramos amigos
de los pobres y cuanto más pobres eran, más nos juntábamos con ellos. Ahora queremos ser
amigos de los ricos y, también, cuanto más ricos, más los amamos. Sin duda la multilateralidad
entonces no es coincidente con la visión que tiene la Cancillería acerca de cuál debe ser la política
de alianzas. La multilateralidad, que propiciamos cuando decidimos concurrir a todos los foros y a
las Naciones Unidas, para el canciller es algo que ya no va más”.
“El canciller toma como conclusión 'no más tercermundismo ni alianza con los pobres, ahora
nos juntamos con los ricos' y, además, basta de multilateralidad, porque ingresamos decididamente
en el camino de la blateralidad. ¿Por qué? Porque el canciller cree que sólo con enunciarlo basta
para ser iguales a los ricos (...) Chile, en cambio, tiene un proceso de integración al mundo
bastante superior al de Argentina. Exporta el 30% de lo que producen, está a favor del proceso de
globalización, pero conserva una política exterior propia. Por dar sólo un ejemplo, mientras
nosotros nos íbamos dando un portazo, Chile ingresaba al Movimiento de Países No Alineados”.
Cristina no planteaba renunciar a lo que definía como las transformaciones llevadas adelante y
al proceso de incorporación al mundo, sino que el gobierno analizara la posibilidad de llevar
adelante una política exterior más vinculada a la historia, a los sentimientos y a los derechos de los
argentinos.
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Una semana después de que saliera con los tacos de punta a embestir contra Di Tella, volvería
a estallar, al trascender los detalles de una nueva elaboración de la poligonal surgida de
negociaciones secretas auspiciadas por la Cancillería y con la participación de legisladores
justicialistas y de la Alianza. Se trataba de una nueva poligonal, distinta a la acordada el 2 de
agosto del 91 entre los presidentes Menem y Aylwin, establecida a partir del trabajo de una
comisión de técnicos conducida por el ingeniero Bruno Ferrari Bono, un ex funcionario del
gobierno de Alfonsín, miembro titular de la Academia Nacional de Geografía, por el lado
argentino, y María Teresa Infante Cafi, titular de la Comisión de Límites y Fronteras de la
Cancillería chilena.
“Absolutamente nadie sabía de las negociaciones secretas que existieron durante seis meses y
que ahora toman estado público -estalló la diputada-. La provincia de Santa Cruz,
institucionalmente, no estaba notificada y la mayoría de las distintas bancadas tampoco tenía
conocimiento sobre ellas”.
Los legisladores que participaban de las mismas eran el presidente de la Comisión de
Relaciones Exteriores de Diputados, el justicialista Fernando Maurette -un hombre cercano a
Ruckauf-, el radical Marcelo Stubrin y el socialista Guillermo Estévez Boero, estos dos últimos de
la Alianza. “Pero la primera cuestión que hay que plantear me parece que es de carácter
metodológico: la negociación secreta -remarcaba Cristina-. Sobre todo teniendo en cuenta que la
Alianza tenía una postura crítica respecto de este tipo de negociaciones, porque por ejemplo pidió
una interpelación a Di Tella cuando las presuntas negociaciones secretas por las islas Malvinas.
Uno de los puntos que fundamentaban su pedido de interpelación era que Malvinas debe ser un
debate público porque es una cuestión de Estado, y la política exterior, cuando es una negociación
de Estado, debe necesariamente construirse de cara a la sociedad. Y la Alianza ponía precisamente
como ejemplo el tema de los Hielos Continentales, como un ejemplo de lo que debe hacerse en
cuanto a negociaciones”.
“Paralelamente, y esto es lo que llama poderosamente la atención, cuando se firmaba y
presentaba esto y en los medios se pedía interpelación a Di Tella, los mismos diputados estaban
haciendo una negociación secreta. O sea, la metodología que objetaban en el menemismo la
estaban repitiendo ellos...
Pedimos explicaciones y las que dieron fueron muy vagas, pero bueno, eso revela que
evidentemente se estaban discutiendo algunas cosas que poco deben tener que ver con la
aplicación lisa y llana de los tratados vigentes, porque en definitiva, si yo estoy haciendo las cosas
de acuerdo con lo que he firmado, ¿qué problema hay de hacerlo públicamente?”
“Pero de cualquier manera el proyecto que Stubrin pidió tratar lo presentó por primera vez el 26
de diciembre de 1997 -continuó-. ¿Por qué digo con tanta precisión el 26 de diciembre? Porque es
un viernes, y a mí me llamó la atención que un viernes, un día después de Nochebuena y Navidad,
por la tarde decidiera presentar un proyecto sobre Hielos. Eso habla del espíritu de trabajo del
diputado Stubrin... Claro, digamos también que el 23 de diciembre habían comenzado
negociaciones secretas por este tipo de cosas. Pero bien, el tema es que el proyecto abría las
puertas para que la Cancillería retirara el proyecto original del 2 de agosto y, de esta manera, ser
funcional como en algún momento intentó ser Antonio Cafiero con aquel famoso Protocolo
adicional que se firmó en diciembre de 1996 y que finalmente nos puso de cara a la poligonal. En
este caso habría que retirar y presentar otro proyecto, porque es evidente que un segundo proyecto
adicional sobre un primer proyecto no hubiera sido muy bien visto. El segundo artículo de un
proyecto de Stubrin hablaba de renegociar el acuerdo del 2 de agosto de 1991; esto es, renegociar
la poligonal. Nosotros nos opusimos a renegociar la poligonal, porque cuando uno hace eso no
puede salir otra cosa que otra poligonal... Más chica, más grande, con mejor destino, pero que es lo
mismo. O sea, de una negociación de una poligonal, nunca podría salir el principio de altas
cumbres que dividen aguas”.
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A juicio de la legisladora, la renegociación no respetaría nuevamente el Tratado de 1881 y
1893, es decir el principio de altas cumbres que dividen aguas, con lo cual “se intentaría perforar
la voluntad del Parlamento argentino”.
Respecto a los legisladores que habían integrado la comisión secreta, apuntó que Maurette era
partidario de aprobar la poligonal ya como estaba redactada en su forma original, mientras que los
aliancistas Stubrin y Estévez Boero en 1996 habían suscripto junto a otros legisladores de partidos
provinciales, la UCR y el Frepaso, un despacho de minoría donde se sostenía la postura de la
provincia de Santa Cruz. Y sobre ese posible cambio de posición, dijo que “debo pensar en dos
cosas: o que en aquel momento más que una convicción fue el ejercicio de una mera oposición, o
tal vez que ante la posibilidad de ser gobierno en 1999, la Alianza quiere resolver el tema ahora y
no cuando sea gobierno. Ambas hipótesis para el cambio de posición son graves, porque la
Cordillera de los Andes está exactamente en el mismo lugar, las vertientes del Atlántico desaguan
para el Atlántico y las del Pacífico hacia el Pacífico”.
“La nueva poligonal de Di Tella parte de una doble premisa absolutamente falaz. Primero en
cuanto a la superficie en disputa, en total son 2.295 kilómetros cuadrados, que en medios
académicos se estimó que quedaría un reparto equitativo. Segundo, paralelamente se sostiene que
se tratará de utilizar todo lo que sea posible el principio de las Altas Cumbres que dividen el
Pacífico o hacia el Atlántico fijado como límite a perpetuidad por los países en el Tratado de
1881”.
- El canciller vuelve a las andadas, repite la misma metodología que utilizó con la poligonal.
Vuelve a tropezar con la misma piedra; ahora nos quiere hacer creer que él solo es capaz de
resolver lo que sería un verdadero milagro para la ciencia: llevar una línea hacia el Este logrando
al mismo tiempo que quede donde está. Increíble -señaló durante una conferencia de prensa en
Neuquén, adonde había concurrido en su perpetuo recorrido de campaña sobre los Hielos-. La
nueva poligonal respeta las altas cumbres sólo para la foto. Esto quiere decir que a diferencia de la
antigua poligonal, el nuevo engendro trata de maquillar la vieja poligonal disimulando sus fallas
allí donde se hacían más visibles y evidentes para la mirada de nosotros, simples mortales.
“Se trata de compensar a Chile no sólo otorgándole mil kilómetros cuadrados, algo así como
cinco veces la geografía de la Capital Federal, sino llevando la nueva traza mucho más al Este,
inclusive, que la antigua poligonal, en la zona del Cerro Daudet. Nosotros reiteramos nuestra
propuesta: demarcación por parte de la Comisión Mixta de Límites argentino-chilena. Ellos son los
responsables institucionales de esta tarea desde 1941, y son los que además saben hacerla. Hay que
retornar rápidamente a la legalidad”.
Curiosamente el propio canciller chileno repetía las palabras de Kirchner. Luego de reunirse
con el consejo asesor de política exterior chilena, José Miguel Insulza advertía que “estamos
dispuestos a examinar lo que se nos proponga, pero no a sentarnos en la mesa con el mapa para ver
cómo cambiamos la poligonal por otra. No estamos disponibles para sentarnos a la mesa a buscar
nuevos trazados”.
Insulza aclaró que era posible que existieran nuevas propuestas constructivas, pero para su país
no era viable discutir una presentación en la que se excluyera completamente el acuerdo de ambos
gobiernos. “No es considerable que nos digan una propuesta de borrón y cuenta nueva. En materia
de Campo de Hielo Sur -según la acepción chilena- nos satisface el tratado que tenemos firmado y,
por consiguiente, no vamos a tener iniciativas”.
Fustigado por Cristina, el radical Marcelo Stubrin defendía la alternativa que le habían
encontrado a la poligonal: “Existe un antecedente, la ley Olmedo, que dice que los tratados nunca
pierden estado parlamentario. De modo que teníamos, sin ninguna posibilidad de que se aprobara
la poligonal, años por delante en los cuales la situación estaría paralizada. Entonces había que
mover una pieza y decidimos mover la de rechazar la poligonal, que afortunadamente ha tenido
unanimidad en la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara baja”.
65
Más allá de los cuestionamientos de Kirchner, los legisladores que encararon las negociaciones
secretas lograron que la Comisión de Relaciones Exteriores emitiera un dictamen para que el
cuerpo le pidiera al PEN que retirara del Congreso el tratado suscripto por Menem y Aylwin para
dividir los Hielos por vía de una poligonal. Del otro lado de la cordillera, el titular de la Comisión
de Relaciones Exteriores trasandina, Jaime Gazmurri, remarcaba que cualquier nueva propuesta
debería ser igual o mejor a la ya existente, y advertía que en el Congreso chileno había una
mayoría que consideraba que lo mejor sería aprobar el actual tratado y consideraban un “mal
signo” para las relaciones bilaterales que Argentina retirara el tratado del Parlamento.
Con los hechos consumados, Cristina bajó los decibeles de la protesta y hasta le encontró
puntos positivos al proyecto presentado por Stubrin el 26 de diciembre del 97. “Lo más acertado
de ese proyecto fue que se mencionaran los tratados vigentes y que se vería con agrado que la
Cancillería llegue a un acuerdo con Chile. Todos queremos que se acuerde finalmente, pero que se
haga de acuerdo con la aplicación de los principios jurídicos que rigen la demarcación entre ambos
países, de acuerdo con los tratados vigentes. Esto es claro y muy contundente, como el dictamen
de minoría de la orden 1350 del 20 de diciembre de 1996, que pese a aquellas manifestaciones
después nos enteramos de las negociaciones secretas. Esperemos que después de esta firma no
surja algún otro acuerdo que demuestre que lo único que se estaba tratando de hacer era sacar una
poligonal para meter otra; esto sería muy grave”.
Stubrin le daba la derecha: “la poligonal fue un verdadero desastre y hay que reemplazarla por
una ley racional basada en la geografía y en el diferente paisaje, que respete los tratados
anteriores”, decía.
Con renovados bríos, la Comisión de Relaciones Exteriores avanzó a las pocas semanas en una
nueva demarcación respecto al litigio, instando al gobierno a definir una nueva negociación con
Chile basada en el principio de las altas cumbres como divisorias de aguas. La solicitud fue
aprobada por oficialistas y opositores, con el único voto en contra de Cristina Kirchner, quien
rechazó las referencias a los fiordos oceánicos.
Mal que les pesara a los Kirchner, las negociaciones siguieron avanzando y a los tres meses el
gobierno chileno se avenía a trabajar en una nueva propuesta de límites. “Hasta hace un mes, Chile
se mantenía sobre la base de que la solución era la poligonal y sólo la poligonal. El anuncio
público del canciller Insulza indica que Chile acepta que puede haber una alternativa superadora y
que la estamos investigando”, apuntaba el vicecanciller argentino Andrés Cisneros.
Desde El Calafate, Néstor Kirchner respondía con dureza: “Esto es parte del mismo circo de
siempre. Ahora, para disfrazar el hecho de que van a entregar parte de nuestra Argentina, dicen
que esta nueva propuesta facilitaría un acuerdo minero con Chile”.
Promediando noviembre de 1998, la Cámara baja se aprestaba a ponerle un moño a la
discusión, y para ello rechazó en el recinto el trazado de una poligonal, sugiriendo a cambio
aprobar las propuestas para impulsar una nueva línea divisoria en base al tratado de 1881, con lo
que daba por terminado el tratado Menem-Aylwin. Las propuestas para una nueva demarcación
que reemplazara la cuestionada poligonal tomaron como base del límite futuro al monte Fitz Roy y
el cerro Daudet.
El acuerdo se logró tras introducir reformas al dictamen de las comisiones de Relaciones
Exteriores y de Defensa con el fin de lograr el apoyo de los diputados santacruceños liderados por
Cristina Kirchner, quienes insistían en plantear reparos. El nuevo proyecto se regía por los
siguientes criterios:
a) El tratado de límites de 1881, su Protocolo Adicional y Aclaratorio de 1893 y demás
instrumentos relacionados a la fijación de la frontera entre ambos países, según los cuales la línea
fronteriza correrá por las cumbres más elevadas que dividan aguas, y pasará por entre las
vertientes que se desprenden de un lado y otro.
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b) La voluntad de acordar y definir con Chile la fijación de la frontera entre el cerro Fitz Roy y
un punto situado al noroeste del lago Viedma sobre la divisoria continental de aguas, no siendo
aplicable en este tramo de frontera el Protocolo específico adicional sobre Recursos Hídricos
compartidos el 2 de agosto de 1991.
Cristina rescató las modificaciones realizadas en el proyecto, aunque se mostró cauta respecto
de lo que realmente fuera a hacer la Cancillería, ya que “hubo muchas mentiras y cuando se ha
mentido tantas veces es lógico que uno tenga desconfianza”.
En una conferencia realizada en Neuquén, Kirchner aclaró que “lo que nosotros firmamos
establece expresamente no solamente el Tratado de 1881 y su Protocolo Adicional de 1893, que
son dos documentos liminares, sino que además logramos introducir -y ésa fue la modificación
que hicimos- las actas de 1898 y el laudo arbitral de 1902. Esas actas son muy importantes en el
marco de que allí ambos países fijaron la interpretación que tenían de ambos tratados, y son
precisamente las actas sobre las cuales se fundamentaron las sentencias de 1994 y 1995 sobre
Laguna del Desierto”.
- ¿El acuerdo modificado conformará a los habitantes y al gobierno de Santa Cruz?
- Nosotros queremos ver lo que se hace; si se utiliza, como teníamos sospechas, el criterio de
compensación territorial, tomando como base la antigua poligonal, evidentemente esto no va a
conformar; pero si se hace como la Cancillería ha manifestado que lo va a hacer, por lo menos
públicamente, esperemos que así sea.
En vísperas de Navidad de 1998 y al cabo de seis horas de discusión, un plenario de las
comisiones de Defensa y Relaciones Exteriores emitió dictamen por el que se aprobaba el nuevo
acuerdo por los Hielos Continentales suscripto por Carlos Menem y Eduardo Frei. Sin embargo,
las santacruceñas Cristina Fernández de Kirchner y Rita Drisaldi se opusieron, propiciando un
dictamen de minoría. La temperamental Cristina argumentó la necesidad de contar con un mes
más para estudiar el tema, “porque se hizo una mala negociación y en líneas generales se acordó
peor que la poligonal. El acuerdo que firmaron Menem y Frei no refleja los lineamientos votados
por los diputados, ya que en la zona que va desde el cerro Murallón hasta el cerro Daudet, casi el
50% de la frontera, se hace un sistema mixto, de rectas igual que la poligonal, y de divisoria de
aguas que no tiene nada que ver con las altas cumbres que dividen aguas. En el Norte es mucho
peor todavía, pues no se define. Se deja la frontera abierta y sin definición”.
Desde la oposición, la sanjuanina Nancy Avelín compartió los reparos.
Pero la de Cristina fue prácticamente la única voz disidente, ya que el resto de los legisladores y
técnicos que participaron de la reunión, como el general Miró y los especialistas Carlos Foradori y
Julio Barberis, y el director del Instituto Nacional Patagónico, Julio Bertone, avalaron el tratado.
El tratado llegó finalmente al recinto el 29 de diciembre y fue aprobado por 162 votos a favor, 8
en contra y 7 abstenciones. Los votos negativos fueron de los justicialistas santacruceños Cristina
Kirchner, Rita Drisaldi, Sergio Acevedo y Lidia Mondelo, el entrerriano Juan Domingo Zacarías un disidente del PJ que simpatizaba con la causa Kirchner- y el formoseño Orlando Aguirre, más
el frepasista Ramón Torres Molina y la sanjuanina Nancy Avelín (Cruzada Renovadora).
Durante esa histórica sesión que terminó con aplausos y autoelogios de los legisladores por lo
que acababan de aprobar, Cristina hizo gala de su combatividad, refutando a voz en cuello los
argumentos favorables al tratado. El presidente de la Cámara, Alberto Pierri -que nada la estimaba, le pagó a su manera, chicaneándola todo el tiempo fingiendo equivocarse cuando le daba la
palabra: la “confundía” con Graciela Fernández Meijide, quien como ella había pasado del Senado
a Diputados en el 97.
- Tiene la diputada Cristina Fernández Meijide -le dijo en cada intervención.
La actitud de Pierri logró el efecto deseado, ya que la santacruceña se crispaba cada vez que el
entonces hombre fuerte de La Matanza le cambiaba el nombre.
67
A los argumentos ya expresados, Cristina sumó entre sus objeciones la falta de cartografía
pertinente; dijo que era como comprar una casa sin los planos. Su enemigo Rafael Flores habló en
cambio de un tratado “justo, equitativo y bueno para las dos naciones”, y aclaró que no estaban
exentos de que hubiera divergencias, “por eso no hay mapa, pero estamos caminando en el sentido
correcto”.
- Lo peligroso fue que Cristina se enamoró de su rol de opositora y no había forma de hacerle
entender que este tratado era digno para el país, razonable y, además, contribuía a resolver el
problema y no agrandarlo como la poligonal de Olima. Así, se quedó sola votando en contra en la
Cámara de Diputados -recuerda un legislador del PJ de esos tiempos.
Con esa media sanción, todavía faltaría medio año para que el tratado se convirtiera en ley en el
Senado, donde los únicos votos en contra fueron los de los kirchneristas Daniel Varizat y Eduardo
Arnold.
A la distancia, allegados a los Kirchner admiten que el cometido emprendido en la cuestión
Hielos se cumplió en gran medida, más allá de los reparos expresados por lo aprobado. La
poligonal era absolutamente rechazada y esa fue la campaña que llevó a Cristina a recorrer el país
y, por qué no admitirlo, a que el país se familiarizara con ese apellido.
Y un mérito extra: lograron inquietar al por entonces todopoderoso menemismo, que llegó a
pensar en algún momento que no habría acuerdo y que Menem no podría convertirse en el
presidente que cerró todos los diferendos con Chile.
En el marco de la cruzada por los Hielos, se recuerda que Mariano Grondona llegó a hacer un
programa directamente sobre el Glaciar Perito Moreno, una experiencia inédita que es aún muy
recordada.
La idea de hacer allí esa emisión de Hora Clave, que por entonces era el programa político más
mirado de la televisión argentina, surgió casi por casualidad. Grondona había llegado a exponer
sus diferencias con el tratado y parecía seducido por los reparos de los Kirchner. En uno de los
programas en los que participó el gobernador -que por entonces no estaba enemistado con
Grondona como sí lo estaría en vísperas de convertirse en presidente-, este le dijo al periodista,
como al pasar, que lo invitaba a ir a la provincia para que recorriera, que fuera a los Hielos y viera
qué pensaban los santacruceños. Sobre la marcha, Miguel Núñez dobló la apuesta y le sugirió a
Kirchner invitarlo a hacer un programa desde los propios Hielos Continentales.
Cuando abandonaban el canal, la productora de Grondona Miriam Pasarello se le acercó a
Núñez para decirle que su jefe se había entusiasmado con la idea. A continuación, comenzaron a
analizar la posibilidad de llevar adelante esa emisión que el propio Grondona veía muy difícil de
realizar por las limitaciones técnicas.
La situación fue sorteada al sumar la provincia el Canal 9 de Río Gallegos al Canal 9 de Buenos
Aires. La provincia se encargó de poner los equipos necesarios y se armó una gran movida para
poner al aire esa emisión de Hora Clave que, de paso, sirvió para el lucimiento de Cristina
Kirchner, quien prácticamente ejerció la co-conducción de esa noche.
Capítulo V
68
La investigación de los atentados
Para 1997, el proyecto político Kirchner avanzaba satisfactoriamente, Lo que había comenzado
como un pequeño espacio estaba creciendo de manera alentadora, más allá de la consolidación
lograda ya en la provincia, donde -como dijimos- los comienzos no habían sido tan alentadores por
cuanto a ningún gobernante le agrada debutar en la administración rebajando sueldos. El período
de dos años que Cristina Fernández pasó en el Senado sirvió para trasladar la imagen de Kirchner
al plano nacional, en cuyo marco la campaña por los Hielos había sido una carta de presentación
excepcional que, más allá de la veracidad del reclamo en sí, les valió como experiencia política.
En el futuro, el modelo implementado para trasladar el pensamiento K al interior del país se
repetiría en forma calcada y mejorada para hablar ya no de soberanía estrictamente, sino del
proyecto presidencial de Néstor.
El espacio kirchnerista había empezado a crecer allende las fronteras santacruceñas, se había
armado ya un grupo en Capital Federal y comenzaba a haber referencias en distintos distritos del
interior. No en todos, por supuesto, pero en muchos comenzaban a organizarse grupos de trabajo.
Conflictivos como fueron, los dos años de la esposa del gobernador en la Cámara alta no
pasaron para nada desapercibidos en el plano político nacional. El apellido estaba instalado y
Cristina era una referencia permanentemente consultada por los grandes medios, conscientes de
que la dama “siempre rendía”.
Pero Cristina había tenido suficiente ya con esos dos años en el Senado, donde ya no tenía
mucho por hacer y se corría el riesgo de que la perenne posición crítica limitara sus valores a lo
eminentemente testimonial. Además, el ego de la esposa del gobernador se merecía un fuerte
respaldo en las urnas después de esos dos años de pelea constante, que de paso serviría para
consolidar el espacio kirchnerista en su propio territorio.
De hecho, la figura de la esposa del gobernador era la más fuerte que el kirchnerismo tenía en
Santa Cruz -más allá del propio Néstor- y a ambas partes les vendría bien un triunfo fuerte y
contundente en la provincia. Así fue que se decidió que Cristina encabezara, como en el 93, la lista
para diputados nacionales, aunque ahora sí asumiría el cargo.
Cristina Kirchner logró en las elecciones un 76 por ciento de los votos, lo que constituía un
triunfo resonante que bien podía tomarse también como un reconocimiento personal hacia ella.
Estaba claro que la estrategia en Diputados sería bien diferente de la realizada hasta entonces.
Tendría por delante la lucha por el tema Hielos Continentales, que -como se ha visto- se extendería
un año más y que podría protagonizar directamente en esa Cámara, pero la cuestión pasaba ahora
más por la búsqueda de consensos que por la confrontación con sus pares, amén de que siempre
mantuviera el nivel de independencia que seguiría destacándola.
Pero si en algo ya no se destacaría primordialmente sería en cuestiones de cartel, ya que ahora
debería compartirlo con muchas otras figuras que contaban con el favor de los medios. Chacho
Alvarez era diputado y presidente del ascendente bloque frepasista; Graciela Fernández Meijide,
que había pasado sin destacarse por el Senado, desembarcaba también en la Cámara baja con el
contundente antecedente de haber vencido al duhaldismo en provincia de Buenos Aires; la propia
Chiche Duhalde sería diputada, amén de que llegara de capa caída por la derrota, y la impetuosa
radical Elisa Carrió completaba un atractivo cuadro femenino en el que Cristina debería destacarse
con otros elementos que excedían el plano eminentemente confrontativo.
“No creo que un atentado de la magnitud de la voladura de la AMIA sea realizado sólo por un
objetivo económico”, sostuvo Cristina Kirchner en vísperas de mudarse de la Cámara alta a
69
Diputados, donde mantendría su lugar en la Comisión Bicameral de Seguimiento de los Atentados
contra la Embajada de Israel y la AMIA. Ya llevaba un año trabajando en esa bicameral creada por
decisión del Congreso, habida cuenta del paso del tiempo y la falta de esclarecimiento de ambos
hechos.
La voladura de la Embajada de Israel tuvo lugar el 17 de marzo de 1992; a las 9.53 del 18 de
julio de 1994 otra bomba hacía estallar la sede de la AMIA. Por tratarse de una sede diplomática,
la investigación del primer episodio quedó a cargo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
mientras que del otro hecho se ocupó el juez Juan José Galeano. Cada investigación tuvo un
recorrido diferente, como diferentes fueron sus resultados, aunque a la postre ninguno de los dos
sirvió para poner justicia en ambos hechos; empero la falta de resultados llevó al Congreso a tomar
cartas en el asunto. Fue en 1996, un año a lo largo del cual se destacó precisamente el trabajo de
las comisiones investigadoras. La Bicameral de Seguimiento de los Atentados fue una de ellas,
pero también hubo otras que investigaron los ilícitos en la Aduana y en los casos IBM-Banco
Nación e IBM-DGI, y otra -la que más polémicas despertó- que presuntuosamente fue llamada
Comisión Antimafias.
En el caso de los atentados contra objetivos israelíes, diputados y senadores tomaron la decisión
de crear una comisión, ante la necesidad de efectuar un seguimiento de la investigación de los
mayores atentados terroristas que registró la Argentina contemporánea. En rigor, la creación de la
comisión se decidió en 1995, pero recién se constituiría en septiembre de 1996. El objetivo de la
misma era efectuar el seguimiento de las investigaciones judiciales y la responsabilidad del Poder
Ejecutivo y del propio Poder Legislativo.
Harían el acompañamiento y el examen de la investigación en curso, pero estaba establecido
que no podían reemplazar a los jueces de la causa.
“Desde su creación, la Bicameral adoptó el criterio político de tomar ese mandato con el
compromiso de hacerlo como una cuestión de Estado, fijando como regla política primordial no
utilizar la información obtenida o el propio desarrollo de la comisión para una especulación parcial
o partidaria”, señaló a quien esto escribe Melchor Cruchaga, quien integró esa comisión durante su
paso por la Cámara de Diputados.
La propia composición de la Bicameral demostraba que se tenía en cuenta ese principio de
representación por sectores políticos, y no como una representación cuantitativa o proporcional al
peso específico de cada fuerza, como sucede con las clásicas comisiones en las que el oficialismo
de turno tiene presencia mayoritaria.
El propio justicialismo estaba representado en sus dos acepciones: menemismo y duhaldismo.
“Y a un costado estábamos nosotros, y más al costado Cristina”, contó uno de los radicales que
integró esa bicameral, confesando que entonces se sentían muy cómodos con la santacruceña,
porque sabían que no estaba comprometida con los sectores del oficialismo.
El primer titular de la comisión fue el justicialista rionegrino Carlos Soria y su vicepresidente
fue el senador radical Raúl Galván. También estaban Carlos Chacho Alvarez, José Antonio
Romero Feris, César Arias, Augusto Alasino, José Genoud, Miguel Angel Pichetto, Bernardo
Quinzio, Federico Storani, Juan Pablo Cafiero, Cristina Kirchner y el citado Cruchaga. Como se
ve, la mayoría de los presidentes de bloque estaban en la comisión, lo que pretendía darle a la
misma una fuerte representación política.
Eso implica por supuesto que esos titulares de bancada pondrán el peso de sus firmas, mas no el
cuerpo en la investigación, que correría entonces por cuenta de otros. De hecho, Soria, Cruchaga y
Cristina fueron las caras visibles de la investigación que encaró la Bicameral. Ambos recuerdan
haber trabajado bien con Kirchner, y se sabe que el primero tuvo que sortear los preconceptos de
los senadores del PJ, que le habían advertido que Cristina era “una loca intratable e inmanejable”.
Sin embargo, se llevaron bien y los problemas entre ambos recién surgieron luego de que dejaran
de estar juntos en la bicameral.
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Como se ha dicho, Cristina Fernández accedió a esa comisión mientras constituía una isla
solitaria en el Senado, lo cual no fue obstáculo para que el justicialismo accediera a incorporarla.
Con el tiempo, se justificaría plenamente esa designación, pero no deja de representar una
incógnita porqué se le concedió la posibilidad de estar en esa comisión si en el bloque no la
querían. La razón más valedera que ha podido encontrarse es que en el oficialismo no eran muchos
los que querían meterse en esa tarea en la que encontrarían más escollos que pistas. Además, las
bicamerales no tienen la importancia de las comisiones permanentes de cada Cámara -sin ir más
lejos, no manejan dinero- y cumplen más bien un rol simbólico como el que pretendían darle las
presencias de tantas figuras de los bloques que a la postre no ponían más que el nombre y la firma.
Y tanto insistió Cristina, que logró sortear las vallas para ocupar un lugar en la bicameral, que
no perdió pese a migrar hacia Diputados. Tampoco varió mayormente la composición de esa
bicameral con el paso del tiempo, amén de modificaciones de importancia como la presidencia de
la misma, que ejercieron los radicales Marcelo Stubrin y Luis Molinari Romero ya en tiempos de
la Alianza.
En sus informes, la comisión diferenció siempre la labor de la Corte Suprema y la del juez
Galeano, con quien sí mantuvieron un mayor contacto. De entrada, la relación con el Tribunal
Supremo fue tempestuosa, por cuanto el mismo retaceó permanentemente el material que los
legisladores requerían para la investigación del atentado a la embajada, al punto tal de tener que
plantear los legisladores una cuestión de privilegio, votada por unanimidad.
Pasó casi un año para que la Corte modificara su postura y le permitiera a los legisladores ver la
causa; posteriormente delegó la investigación en una secretaría penal a cargo de Jorge Canevari, lo
que marcó un tardío cambio de comportamiento, pero cambio al fin. Con el juez Galeano, por el
contrario, el contacto fue permanente.
¿Cómo fue el trabajo de Cristina en esa bicameral? Legisladores que trabajaron con ella en la
investigación emiten ante esa pregunta una respuesta a la que, como se ve, suele apelarse cuando
se busca interpretar la forma de ser de la impulsiva platense: “Ella actuó allí muy al estilo que
todos conocen”.
- ¿Qué quiere decir eso?
- Que lo hizo con mucha independencia.
- ¿Y eso es bueno o malo?
- Es bueno, de tal manera que ella en sus informes compartió muchos de los dictámenes en
disidencia que presentaba la oposición, pero firmó individualmente sus conclusiones. Esto es,
separada del bloque justicialista. Esa independencia que fue una característica de su actividad
política en general, tanto en Diputados como en Senadores, la llevó en esta comisión a actuar con
mucha autonomía de criterios -señaló un integrante de esa bicameral que formaba parte de la
oposición, sin necesidad de exagerar el elogio.
La comisión trabajó activamente durante cuatro años; luego comenzó a declinar su tarea porque
comenzaba el juicio oral a los integrantes de lo que se denominó “la conexión local” de la
voladura de la AMIA, y prácticamente se extinguió. Pero dejó como conclusiones tres sustanciales
informes; uno publicado en 1997, otro al año siguiente y el tercero en 2001. Muchas de las
observaciones que allí figuran se vieron ratificadas posteriormente durante la sustanciación del
juicio oral y público.
El primer informe fue publicado a fines de 1997 y, como se ha dicho, Cristina Kirchner y los
integrantes de la Alianza emitieron dictámenes diferentes. Una de las discrepancias marcadas tuvo
que ver con el papel de la Corte Suprema en la causa por el atentado a la embajada de Israel. El
informe del justicialismo respaldó esa investigación señalando que el Tribunal debió afrontar “una
tarea de magnitud que no contaba con antecedentes en la historia judicial argentina”.
A juicio del oficialismo, si los resultados del máximo tribunal aún no satisfacían a la gente era
porque “no encontró colaboración de organismos dependientes de otras áreas y de las autoridades
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extranjeras”. En tal sentido consideraron fundamental “una mayor participación de los organismos
de seguridad del Estado con la Justicia”. En otro tramo, el PJ solicitaba la separación de la Policía
Bonaerense de “todo elemento que por inteligencia e inobservancia haya omitido la debida
colaboración con el juzgado correspondiente”. Respecto a Galeano, destacaron la “independencia
y seguridad” de su trabajo en la investigación de la voladura de la AMIA.
“En ese informe lo que nosotros hicimos no fue una evaluación de las causas judiciales;
nosotros no dijimos que por culpa de la mala investigación del primero sucedió el segundo
atentado, sino que en la investigación del atentado a la Embajada, por la magnitud del hecho, lo
novedoso y la composición del Alto Tribunal, era muy difícil poder investigarlo, y además no se
siguieron las líneas investigativas correctas, a nuestro criterio. No hubo una dirección tratando de
encontrar a los culpables. Se tomaron infinidad de testimonios, se acumuló muchísima prueba,
pero buena parte de esa prueba no era conducente al objetivo que se perseguía, que era investigar
el hecho”, señaló el entonces titular de la comisión, Carlos Soria.
Los diferentes informes coincidieron en destacar “la preocupación por la previsible
responsabilidad de efectivos de la Policía Bonaerense en ambos hechos terroristas” y en alentar la
sanción de la ley que instituiría la figura del arrepentido.
El informe de Cristina de 1997 hizo en sus consideraciones finales todo un manifiesto político,
al señalar que ambos atentados “se produjeron en un marco histórico-institucional absolutamente
favorable a la impunidad” y que “la prolongada sucesión de interrupciones y quiebres
institucionales durante décadas y la consiguiente instalación de la doctrina de seguridad nacional
que vertebró y estructuró la organización y funcionalidad de los organismos de seguridad e
inteligencia de nuestro país, no es una cuestión menor (...) El advenimiento de la democracia en
1983 se caracterizó en esta materia por marchas y contramarchas que neutralizaron la voluntad de
cambio al no poder traducirse la misma en la depuración de dichos organismos. En este sentido,
decisiones políticas tales como la obediencia debida y el punto final -para las que se esgrimieron
razones de Estado- no sólo han contribuido a profundizar la cultura de la impunidad, sino que han
obstaculizado objetivamente la depuración de los organismos de seguridad e inteligencia de
aquellos elementos que operaron en forma paralela, clandestina e ilegal al sistema. Los decretos de
indulto constituyeron el acto final”.
Con ese escenario previo y esos organismos de seguridad e inteligencia, señaló Cristina en su
dictamen, sobrevinieron los atentados.
Con numerosos puntos de contacto con el dictamen de la Alianza, Kirchner habló de
funcionarios y componentes del sistema nacional de seguridad interior que “en forma manifiesta o
soterrada obstaculizaron la investigación, encubrieron sospechosos y/o intentaron desviar el rumbo
de la pesquisa”. A su juicio, no existió voluntad política real de parte del gobierno nacional y en
particular del Ministerio del Interior para el esclarecimiento de ambos atentados, “y en particular
para brindar colaboración efectiva a la Justicia Federal encargada de la investigación del segundo
de los hechos.
Sobre el papel de la Justicia, reconoció la labor desarrollada por el juez federal Juan José
Galeano y los fiscales Eamon Müllen y José Barbaccia, pese a los obstáculos. Sugirió además
otorgarle al juez y a la fiscalía “la más absoluta disponibilidad de los recursos humanos y
materiales que se requieren para afrontar la investigación”.
Sobre la Corte Suprema, admitió su carencia -por ser ajena a sus funciones específicas- de una
adecuada estructura y funcionalidad en materia de instrucción penal, sugiriendo en consecuencia
que ese tribunal delegara la instrucción de la causa al juez Galeano, “atenta la obvia y directa
conexidad y causalidad entre la causa Embajada de Israel y la causa AMIA”.
“Es inexcusable la responsabilidad del gobierno nacional por la falta de lineamientos y de
capacidad funcional del sistema nacional de seguridad interior e inteligencia para detectar, seguir y
conjurar el accionar de los grupos y/o organizaciones terroristas que planificaron, prepararon y
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llevaron a cabo los mencionados atentados, así como también para precisar e investigar el accionar
de tales grupos y/o organizaciones y su estructura logística, operativa, de personal y de
inteligencia”.
El informe de Cristina destacó la “negligencia” en la investigación de los atentados demostrada
por el ex jefe de la Policía Federal Adrián Pelacchi, quien al emitirse ese dictamen era secretario
de Seguridad Interior del gobierno menemista, inscribiéndola “en el mismo tenor que los actos de
distracción y omisión denunciados, por lo que resulta difícil entender cuáles han sido los motivos
por los cuales se lo nombró para cumplir nuevas y superiores funciones en el área de seguridad”.
Le apuntó a la responsabilidad y compromiso de algunos miembros de la Federal y la
Bonaerense, así como a sus respectivas conducciones políticas en la preparación, ejecución y
posterior encubrimiento del atentado a la sede de la AMIA, y cuestionó la actitud del titular de la
SIDE de no brindar la información requerida por esa comisión en materia de ejecución
presupuestaria relacionada con la investigación de los atentados.
“La manifiesta falta de colaboración por parte de los distintos organismos de seguridad e
inteligencia federales y provinciales que debieron coadyuvar al desarrollo de la investigación
judicial, debe ser entendida desde una doble perspectiva que comprenda tanto las falencias
estructurales de los mismos, como la evidente decisión de obstruir el esclarecimiento de los
hechos, o de encubrir a determinadas personas y/o grupos sospechados de haber participado de
alguna manera en el atentado y que están vinculados al Estado”, señaló el duro informe en otro de
sus párrafos.
Los tres dictámenes emanados por la comisión bicameral fueron aprobados por unanimidad en
el Parlamento.
La cinta misteriosa
A diferencia del año anterior, en 1998 Cristina sí firmó junto a la mayoría las consideraciones
del informe, aunque no compartió las conclusiones. Sí se pusieron de acuerdo los diputados y
senadores del oficialismo y la oposición en cuanto a las recomendaciones. La presentación del
mismo corrió por cuenta de los oficialistas Carlos Soria y Cristina Kirchner y los aliancistas Raúl
Galván, Juan Pablo Cafiero y Melchor Cruchaga, y allí se instaba al tratamiento en el período de
sesiones ordinarias del Congreso de “todos aquellos proyectos que contemplan herramientas
legales apropiadas para afrontar investigaciones judiciales de hechos de índole terrorista”.
Asimismo insistieron en que se impulsara “el debate sobre una ley de información e
inteligencia, tal como lo prevé la ley 23.554, orientada al mismo tiempo hacia la búsqueda del
necesario consenso entre las fuerzas políticas representadas” en el Parlamento.
En sus párrafos críticos, la comisión destacaba que no se habían tomado “las medidas
recomendadas” para prevenir actos terroristas, ni había coordinación entre la Policía Federal, la
Gendarmería y la Prefectura, y que “no se han emitido directivas o resoluciones sobre actividades
de inteligencia referidas a atentados”.
Empero, el informe exceptuó de críticas tanto al juez Galeano, como a los fiscales Müllen y
Barbaccia, e inclusive reivindicó la “voluntad política” del gobierno para esclarecer los atentados,
por lo que llamó la atención que los representantes de la oposición y Cristina se hubiesen avenido
a suscribirlo.
La dureza del informe estaba una vez más reservada para la Corte Suprema, por no haber
investigado como debía el atentado contra la Embajada, destacándose que no se había podido
recuperar “el tiempo perdido” y que la investigación ahora más bien tenía un objetivo “histórico”,
por cuanto los culpables ya no podrían ser hallados.
Una de las características especiales de la investigación que llevó a cabo la Comisión Bicameral
fue el hecho inédito de que hiciera el seguimiento de una investigación judicial en trámite. Esto es,
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siempre las investigaciones parlamentarias tuvieron como objetivo acontecimientos pasados,
mientras que esta vez la causa judicial estaba en marcha. Y simultáneamente con el
acompañamiento de la pesquisa y las indicaciones sobre los distintos organismos judiciales o del
Ejecutivo que no cumplían adecuadamente su rol en la investigación, se puso énfasis en la
necesidad de actualizar la legislación antiterrorista. De ese trabajo se dio curso a la ley del
Arrepentido, surgida de las sugerencias de esa comisión.
Quienes pasaron por esa comisión advierten que la investigación desarrollada por la Corte sobre
el primer atentado “era un verdadero desastre”, lo cual surgía del hecho de que el tribunal en pleno
se hubiera ocupado de la causa “lo cual era un disparate”. En cuanto a la AMIA, se registraron
desvíos de pistas, gente enviada para desviar la investigación, pérdida de pruebas, incumplimiento
de órdenes judiciales...
El 4 de mayo de 1999, a siete años del primer atentado, se registró un vuelco en la
investigación, al descubrirse la cinta que contenía los momentos previos y posteriores a la
voladura de la Embajada de Israel. Ese día los integrantes de la Comisión Bicameral sometieron a
tres horas de interrogatorios cruzados a los policías Gabriel Soto, Miguel Angel Laciar y José
Alberto Acha en el Anexo de la Cámara de Diputados.
Los policías habían sido los ocupantes del patrullero 115 aquel 17 de marzo de 1992, cuando
les llegó la orden de alejarse de la zona de la Embajada para dirigirse a la Cancillería. Declararon
largas horas ante los diputados de la comisión y estaban a punto de retirarse cuando alrededor de
las 23 Cristina Kirchner le preguntó a Laciar si sabía algo de la existencia de una cinta. Cuentan
los testigos que entonces el policía se quebró y contó que su compañero Soto tenía una cinta en su
poder.
Ese día la Bicameral sesionó hasta las 3 de la madrugada y a medianoche debió concurrir a
declarar el jefe de la Policía Federal.
La investigación cobró una energía renovada y todos los cañones apuntaron contra Soto, quien
al momento del atentado era oficial subinspector, y éste admitió contar con una cinta que
demostraba que el patrullero en el que se desplazaban había recibido desde el móvil de la
Cancillería la orden de ir hacia Reconquista 1088. En su momento, Soto había declarado ante la
Corte que había recibido la orden, pero ese mandato nunca pudo ser comprobado hasta que
apareció la cinta.
Miguel Angel Laciar fue el único de los policías que recordaba haber pasado por la puerta de la
Embajada; el patrullero no alcanzó a llegar al Ministerio de Relaciones Exteriores, ya que a cien
metros de Suipacha y Arroyo estalló la sede diplomática. Laciar se quedó en el móvil pidiendo
ayuda por radio, mientras Soto y Acha corrían hacia el desastre. Fueron los primeros policías en
llegar allí, y por su actuación recibieron condecoraciones del gobierno israelí.
Hubo contradicciones sobre el desvío del móvil. Mientras los policías dijeron que había sido
por disturbios, la cinta señalaba que debían ir al Palacio San Martín por una denuncia de robo.
La grabación debía haber sido tomada directamente del master de la oficina de comunicaciones
de la Policía Federal, lo que demostraría que la fuerza tuvo en su poder el registro de los
movimientos ese día. Contrariamente a lo declarado en su momento ante la Corte, que al requerir
las grabaciones con el movimiento policial había recibido como respuesta que ya no había
registros porque las cintas se borran automáticamente cada mes.
La prueba aportada por Soto comprobaba que alguien se había ocupado de grabar la cinta en un
cassette, con el fin de presentarlo cuando las circunstancias así lo demandaran.
La sorpresa de los legisladores fue aun mayor al conocer que tres docentes policiales de la
Escuela de Cadetes Ramón Falcón habían utilizado la grabación en clase como ejemplo sobre el
desempeño policial en siniestros...
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Luego de otra ronda de interrogatorios con policías, la Bicameral llegó a la conclusión de que
en el atentado contra la Embajada había habido un relajamiento de la custodia externa de la sede
diplomática.
Un policía de apellido Ojeda, asignado a la custodia de la Embajada, se había retirado 30
minutos antes de la explosión; el cabo primero de apellido Chiocchio que debía relevar a los
custodios de la sede diplomático y nunca lo hizo argumentó que se estaba bañando.
Omar Rinaldi, jefe de la delegación de la Policía Federal que funcionaba entonces en la
Cancillería negó ante los legisladores haber solicitado el apoyo de un patrullero afectado a la
custodia de la Embajada de Israel el día del atentado. Cristina Kirchner contó entonces que la
denuncia que motivó el envío de un móvil había sido realizada por un estudiante al que le habrían
robado una lapicera en cercanías de la Cancillería. Posteriormente, en las actuaciones policiales el
estudiante negó el robo y adujo que en realidad se había tratado de una pérdida, pero de todos
modos llamó poderosamente la atención que se afectara el patrullero que custodiaba la embajada
para un hecho menor.
Juan Pablo Cafiero, que por entonces era diputado y años después debería lidiar con la
ingobernable Policía Bonaerense, reveló entonces que el llamado de patrullero a patrullero quedó
registrado en el libro de novedades de la delegación policial tres días después del atentado.
Por esos mismos días la Corte Suprema de Justicia -acicateada por la investigación paralela que
se llevaba a cabo- llegaba finalmente a una conclusión sobre la voladura de la Embajada,
adjudicándola a la Jihad Islámica. “Esta declaración de la Corte es lo que nosotros ya sabíamos
desde los primeros meses de la investigación, estuvimos pidiendo siete años que lo declaren y no
lo hicieron”, se quejó el agregado cultural de la embajada israelí, Ionatan Peled, aunque celebraba
la conclusión: “mejor tarde que nunca”, dijo.
Una comprobación que pudo hacer Cristina Kirchner durante su investigación del atentado fue
que había hombres con mucho poder, policías encumbrados, a los que ponía muy nerviosos que el
poder político los interrogara. Cosa curiosa, por cuanto los legisladores no tenían poder para meter
preso a nadie. Pero un ejemplo en ese sentido lo tuvieron con el ex jefe de la Policía Bonaerense,
comisario Pedro Klodczyc.
Durante el interrogatorio al que fue sometido por los integrantes de la comisión, el policía no
dejó de fumar un solo instante. Fumaba, fumaba, apagaba un cigarrillo y encendía el otro. Cristina,
que desde que dejó ese vicio tiene una manía con el tema, agitaba la mano con el ceño fruncido
para disipar el humo. El comisario la veía hacer eso y apagaba el cigarrillo, pero al ratito se
olvidaba -tan nervioso estaba- y encendía otro. Y la diputada volvía a hacer lo mismo, reiterándose
calcada la escena una y otra vez.
En otra ocasión, la diputada Kirchner, Carlos Soria y Luis Molinari Romero concurrieron a la
SIDE, donde les presentaron a todos los hombres de la Secretaría de Inteligencia del Estado
abocados a la investigación de la AMIA. Había dos mujeres de ese organismo que fueron
interrogadas por la comisión. Sus nombres eran Marta y Graciela, y Cristina dirigió sus preguntas
particularmente a la segunda. Tan nerviosa estaba Graciela que comenzó a tomar aspirinas, de a
dos por vez.
Se llevaba dos a la boca, las tomaba con agua y a los pocos minutos volvía a hacer lo mismo.
Tan ensimismada en las preguntas estaba Cristina que no advirtió la situación ni de la tensión que
generaba con su interrogatorio, pero sí lo hizo Soria, quien al cabo del encuentro le dijo a su
compañera:
- ¿Vos te diste cuenta de lo que hizo esta mina en las 4 horas que vos la torturaste a preguntas?
- No, ¿qué hizo?
- Se tomó completas dos tabletas de Cafiaspirina. Veinticuatro aspirinas en cuatro horas...
75
Por esos días Cristina solía compartir programas periodísticos con Elisa Carrió. Los productores
sabían que con ambas tenían asegurado el debate. Les tocó estar juntas en un almuerzo con Mirtha
Legrand, programa que compartieron con una sobreviviente de la AMIA. El tema derivó entonces
hacia el atentado y la santacruceña recordó su condición de miembro de la Bicameral de
Seguimiento de los Atentados y sus reiteradas críticas hacia los organismos de seguridad e
inteligencia. “Hay una lógica de la impunidad que no viene solamente de lo de la AMIA -dijo-;
viene de la SIDE, de la responsabilidad de la Policía Federal a través del famoso POC (Protección
del Orden Constitucional). Pero la lógica de la impunidad es que los organismos de seguridad e
inteligencia en la Argentina no se modificaron absolutamente en nada: vienen desde hace décadas
funcionando en el marco de lo que se conoció como la doctrina de la seguridad nacional; esto es,
cuidar gobiernos y no cuidar ciudadanos”.
“Y no fueron depurados, porque obediencia debida, punto final e indultos crearon en la
Argentina una lógica de la impunidad... -agregó-. ¿Cómo no van a participar Ribelli y otros tipos
de la Federal en esto si en este país desaparecieron 30 mil argentinos y a nadie le pasó nada?”.
Galeano cae en desgracia
Menemista en otros tiempos, el titular de la Bicameral, Carlos Soria, dejó la Cámara baja
convocado por su nuevo jefe político, el gobernador Eduardo Duhalde, para ocuparse de la brasa
incandescente que significaba el Ministerio de Justicia y Seguridad bonaerense. Su vacante en la
comisión abrió una interna en la misma, ya que en lugar de Soria fue designada Cristina Fernández
de Kirchner.
El vicepresidente de la comisión, el senador riojano Raúl Galván se enojó a tal punto que
decidió renunciar a la comisión, argumentando que la designación había sido adoptada en forma
“antirreglamentaria, inconsulta y descomedida”.
La notificación de la designación corrió por cuenta de Alberto Pierri, a instancias del bloque
que conducía Humberto Roggero, lo que desató la tirantez con los senadores. Fuentes radicales
aseguran que el enojo de Galván obedeció a que se había establecido previamente que la comisión
sería presidida un año por cada Cámara, pero que por comodidad política -para evitar abrir una
interna sobre sucesores- el justicialismo había resuelto mantener a Soria en el puesto. Al irse éste,
el oficialismo prefirió que no fuera un radical el sucesor y optó por la santacruceña.
Para tratar de distender los ánimos y sortear la interna, la nueva conducción de la Bicameral
convocó al Congreso al equipo de la SIDE que colaboraba con el juez Galeano en la causa AMIA,
lo que abrió un nuevo factor de conflicto. Es que el titular de la Secretaría de Inteligencia, Hugo
Anzorreguy, rechazó ir al Parlamento y poner de cara al público a decenas de agentes. Sugirió en
cambio invertir las cosas y que fueran los legisladores quienes se llegaran hasta el edificio de la
SIDE, ubicado frente a la Casa Rosada, invitación que despertó las iras de los frepasistas, quienes
se negaban a ir a ese lugar por cuestiones ideológicas.
- Así como el Congreso es un poder del Estado, la SIDE también lo es -replicó Anzorreguy
durante un acalorado cruce telefónico, dando una arbitraria interpretación de la Constitución-. Y le
recuerdo además que este organismo funciona bajo el control de un gobierno democrático.
Conclusión, a la reunión no fue ningún representante de la oposición, enojados por la sede
escogida, ni del Senado, en solidaridad con Galván. Sólo concurrieron Cristina, César Arias y
Miguel Angel Pichetto, todos diputados y del justicialismo.
El interinato de Cristina al frente de esa comisión fue tan breve como escaso era el tiempo que
le quedaba al PJ de ser oficialismo. Fueron apenas dos meses y la santacruceña presidió muy pocas
reuniones, porque además muchos no querían que Kirchner presidiera esos encuentros.
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Conclusión: se juntaron en contadas ocasiones. Consumada la victoria aliancista, la presidencia de
la comisión pasó al Senado en general y a un radical en particular, el cordobés Luis Molinari
Romero.
La gestión de una comisión depende mucho del presidente de la misma, sobre todo tratándose
de comisiones especiales. Con Carlos Soria, la misma se movió bastante, pero ya en adelante dejó
de tener tanta actividad. Aunque también dependía de cómo iba la investigación, ya que la tarea de
la Bicameral era acompañar lo que iba haciendo la Justicia. Y cuando la investigación se paraba,
no había a quién entrevistar, a quién citar, a quién llamar: la comisión se frenaba.
Todavía quedarían dos años de trabajo y un nuevo informe, el último que emitió esa bicameral
y en el que nuevamente Fernández de Kirchner marcó sus diferencias al suscribir uno diferente en
forma solitaria. Allí Cristina -ya elegida nuevamente senadora- ya no elogiaba la investigación de
Galeano.
“La existencia de causas en extraña jurisdicción donde, en base a exclusivas escuchas
telefónicas, se investigan personas con posible vinculación con el atentado, sin participación
alguna del magistrado competente en éste, arroja un manto de dudas sobre la investigación señalaba el dictamen de 2001-. De tal forma, información y pruebas que podrían ser de vital
importancia para arribar a la verdad, pudieron no haber llegado en forma y debido tiempo a
conocimiento del doctor Galeano, o ser analizada por personal que por carecer del conocimiento
total de la causa, pudiera ignorar la importancia de cada escucha o interlocutor”.
Y agregaba en tal sentido que “llama la atención la pasividad de éste con respecto a tales causas
y peor aún, cuando surge con singular nitidez la hipótesis de que se construyeran causas mellizas y
paralelas a la investigación principal, en lo que constituiría un inédito sistema de 'elección y
administración' de líneas de investigación y sus pruebas, no pudiendo determinarse si ello era
responsabilidad del juzgado a cargo del doctor Santamarina, del juzgado a cargo del doctor
Galeano, de la SIDE o de todos juntos en un auténtico pool de funcionarios judiciales y políticos
de límites confusos y difusos, constituyendo un inaceptable manejo de la función jurisdiccional”.
Kirchner criticó que el juez Galeano se apoyara casi exclusivamente en la SIDE, por cuanto
teniendo en cuenta las críticas sobre el accionar de ese organismo vertidas en anteriores informes
“quedan numerosos interrogantes sobre la verdad de los hechos, los que no han podido ser
dilucidados por el magistrado actuante”.
Al no haberse podido despejar las dudas sobre la participación de elementos pertenecientes a
los organismos de seguridad e inteligencia en el atentado contra la AMIA, el informe de Kirchner
advertía sobre la posibilidad de que se hubieran favorecido hipótesis falsas o privilegiado
determinadas líneas de investigación “en base a conveniencias corporativas o políticas, las que
fueran tomadas como ciertas, sin beneficio de inventario alguno por parte del juzgado actuante”.
En tal sentido mencionaba a título de ejemplo las dudas en relación a quién o cuáles fueron los
organismos que prepararon como falso testigo al presidiario Ramón Solari.
¿Quién era el Ramón Solari aludido? Un preso que intentó adjudicarse el atentado a la AMIA y
terminó afirmando que el mismo había sido organizado por policías bonaerenses. Durante el juicio
oral, los acusadores sostuvieron que Solari fue preparado precisamente por efectivos de la
Bonaerense y quedar así a disposición de la Justicia Federal, cosa que le interesaba
particularmente porque, según él mismo dijo, en la provincia se la tenían jurada. Solari terminó
ratificando esa versión ante los legisladores de la Bicameral, aunque lo desmintió el comisario
Juan José Ribelli.
Al cabo, Graciela Bernal, ex abogada del peligroso convicto, lo calificó como “un psicópata”,
dijo que él “no sabía nada del caso AMIA” y que se contactó con la investigación para lograr un
traslado a algún establecimiento penal federal.
El informe de Cristina Kirchner señalaba más adelante que resultaba “extrañamente llamativa la
falta de seguimiento de una importante línea investigativa, donde había un sospechoso -Kanoore
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Edul- que objetivamente guardaba relación con elementos fundamentalistas islámicos, con el
vendedor del vehículo bomba, y con otros elementos altamente sospechosos de la causa, sin que
pudiera justificarlo. A pesar de ello, la investigación por parte de la SIDE y la Policía Federal y las
directivas del juzgado resultan inesperadamente pobres e insólitamente ineficaces con las
consecuencias derivadas de tal actitud”.
Cristina consideró “altamente preocupante con miras a la seguridad interior” que después de
siete años de investigación y clausurada la etapa instructoria no se hubiera podido avanzar sobre
los organizadores del atentado, no habiéndose podido trasponer la barrera de los proveedores del
vehículo bomba.
De los organismos de seguridad, llamó la atención sobre “su elementalidad y pobreza de
resultados”, destacó las contradicciones entre los dichos del juez Galeano y funcionarios de la
SIDE, y advirtió que la gran mayoría de las recomendaciones formuladas por la comisión no había
sido tenida en cuenta.
El informe de Kirchner se quejaba de las autoridades uruguayas en relación con “la nula
cooperación” respecto a la información requerida sobre movimientos de cuentas bancarias de
personas involucradas e imputadas en la causa, así como también criticó al gobierno de Brasil por
su falta de colaboración en relación con el ciudadano brasileño Wilson Dos Santos y el testimonio
de sus familiares.
A propósito de su mención de la falta de cooperación uruguaya, no fue esa la única vez en que
la senadora puso en la mira la actitud de las autoridades de aquel país con relación a las cuentas
bancarias, ya que también tendría similares resultados al investigar las conexiones del lavado de
dinero en el país vecino. Por eso, cuando el presidente uruguayo Jorge Batlle deslizó un exabrupto
contra los argentinos, calificándolos de ladrones, “del primero al último”, la santacruceña apeló a
la ironía. “Es posible que Alí Baba y los 40 ladrones vivan en la Argentina, pero la cueva debe
estar en Uruguay”, replicó, contando que durante la investigación de la comisión sobre presuntas
acciones de lavado de dinero se determinó que “el 80% de las sociedades y bancos que tomaron
parte de las acciones estuvieron en Uruguay”.
Pero volvamos a los atentados. De la voladura de la Embajada, el informe de Cristina resaltó
que a partir de la designación de un secretario letrado de la Corte, la causa había detectado un
impulso en el ritmo de la investigación, pero que el mismo había ido disminuyendo
paulatinamente en el transcurso del año 2000.
Tras rechazar “categóricamente” afirmaciones de la Corte sobre la inexistencia de una conexión
local en el atentado, hizo notar “la falta de coherencia de las declaraciones recibidas en el seno de
la comisión por parte de los policías encargados de la custodia de la Embajada de Israel en el día
que se produjo el atentado”, y sugirió a la secretaría letrada de la Corte tomarles nuevamente
declaración a los policías involucrados en el hecho.
El reconocimiento de la comunidad judía
A poco de llegar a la presidencia, Néstor Kirchner recibió en la Casa de Gobierno a los
integrantes de Memoria Activa, actitud que mereció el elogio de ese organismo. “Ningún
presidente nos había recibido hasta ahora”, dijo Adriana Reisfeld, quien recordó que en su
momento le habían pedido entrevistas a Carlos Menem, pero éste los había derivado a su ministro
Carlos Corach.
Adriana Reisfeld, Diana Malamud, Jorge Lew y el abogado Pablo Jacoby acudieron a la cita en
la que el mandatario les prometió abrir no sólo los archivos de la SIDE respecto al atentado, sino
también los de la Federal, de la Bonaerense y de Prefectura, y recordó además que sabía de la
trayectoria de Memoria Activa por la participación de su esposa en la Comisión Bicameral, en la
que había acompañado varias veces los planteos de esa agrupación.
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De esos tiempos los familiares de las víctimas del atentado a la AMIA dijeron recordar que “en
el Congreso nos presionaban para que bajáramos el tono de nuestros reclamos y el argumento que
más usaron fue que criticar al juez podía voltear toda la causa. En ese momento Cristina nos apoyó
mucho -agregaron-; decía que acallando las críticas sólo se favorecía la impunidad”.
Diez días después de recibir a Memoria Activa, Kirchner fue con su esposa al acto por el
noveno aniversario del atentado a la AMIA, en el marco de otro gesto que les valió el aplauso:
habían adelantado el retorno de una gira por Europa para estar en el palco al que pocos presidentes
se habían atrevido a subir. Menem había ido al acto realizado tres días después del atentado, donde
lo silbaron; no volvió más. De la Rúa, que no había faltado nunca como senador y luego jefe de
Gobierno porteño, en el 2000 fue el primer presidente que participó de un aniversario; pero al año
siguiente ya no regresó. Eduardo Duhalde tampoco concurrió cuando estuvo en la primera
magistratura.
“Para poder venir a un segundo acto va a tener que seguir en este camino”, le advirtió el titular
de la AMIA, Abraham Kaul.
En el marco del juicio a la conexión local por la voladura de la AMIA, la senadora Cristina
Kirchner fue citada a declarar de oficio, para brindar datos sobre su actuación en la Bicameral. El
interés estaba dado en sus cuestionamientos hacia la falta de seguimiento de la denominada “pista
siria” expresada en su último informe. La ya entonces primera dama concurrió al Tribunal Oral
Federal 3, integrado por los jueces Miguel Pons, Gerardo Larrambebere y Guillermo Gordo
acompañada por cinco guardaespaldas. Iba de trajecito negro y con una cartera al tono.
Allí acusó al ex presidente Menem de no haber colaborado en el esclarecimiento del atentado
contra la mutual judía, e incluso señaló que funcionarios de su gobierno “plantaron pistas falsas”
para desviar la investigación.
- Las sospechas que siempre hubo eran que desde lo más alto del poder no se fomentaba la
dilucidación del caso -señaló Cristina-. La causa AMIA era un teatro de operaciones orquestado
por los organismos de seguridad e inteligencia y por intereses políticos. Había muchos intereses
cruzados para desviar la investigación y plantar pistas falsas.
- ¿Esa pista siria de la que habla conducía directamente al ex presidente Carlos Menem? -le
preguntó Juan José Avila, abogado de la AMIA.
- Llegaba hasta la primera magistratura de la República. La SIDE dependía del Presidente, así
que no había que ser demasiado fantasioso para explicarse por qué no se avanzaba en esta pista.
De Menem, la primera dama dijo que si bien no había imputaciones concretas para vincularlo
con la pista siria, “aleteaba el espíritu” y se refirió en varias ocasiones a un episodio nunca
esclarecido, sobre un supuesto llamado sospechoso que un hermano del ex presidente, Munir
Menem, habría hecho al juzgado del doctor Galeano para interiorizarse sobre la situación de un
comerciante de origen sirio llamado Alberto Kanoore Edul, quien en ese momento estaba preso en
la causa. En tal sentido, Cristina recordó que la última reunión que mantuvo con el magistrado fue
“borrascosa”, porque Galeano no pudo darle explicaciones verosímiles respecto del llamado de
Munir.
“Me dijo que no se acordaba, algo inverosímil, había reticencia manifiesta de Galeano. Era el
hermano del entonces presidente, era la única causa en su juzgado y además era el atentado...
Hubo un entredicho y todo finalizó abruptamente”, recordó Cristina, para enfatizar luego que “yo
nunca le creí a Galeano”.
Los elogios los guardó en cambio para el ex secretario de Galeano Claudio Lifchitz, quien
denunció irregularidades cometidas durante la investigación, como la filmación clandestina de una
negociación entre Carlos Telleldín -el acusado de entregar la camioneta donde estaban depositados
los explosivos que volaron la AMIA- y el juez Galeano. En efecto, el ex secretario del juzgado de
Galeano declaró ante la Comisión por espacio de 8 horas, sacando a relucir todo tipo de detalles y
haciendo gala de una memoria prodigiosa.
79
Los doce miembros de la Bicameral admiten haberlo bombardeado a preguntas y Lifchitz
contestó todo el tiempo con una coherencia total.
- Me impactó lo que dijo había participado desde dentro de la instrucción, dio detalles de cómo
se filmaba y fue absolutamente verosímil -señaló Cristina Kirchner sobre Lifchitz, aunque no pudo
recordar con precisión los dichos de otros testigos como el fallecido jefe de la Policía Bonaerense
Pedro Klodczyc.
A los fiscales Müllen y Barbaccia los preservó de las críticas, ya que dijo no recordar que
ambos se hubiesen referido alguna vez a un supuesto pacto con Telleldín. El juez Pons acababa de
leerle una versión taquigráfica de la sesión de la Bicameral en la que había declarado Lifchtiz.
- ¿Estas son palabras tuyas... suyas? -preguntó Pons, presidente del Tribunal, a quien ya antes
se le había escapado otro tuteo.
Imperturbable, Cristina dijo no recordar haber dicho esa frase. Y así se mantuvo durante toda su
declaración. El momento en que más incómoda debió haberse sentido fue al comienzo, cuando
tuvo que pronunciar su nombre completo: Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner, habida cuenta
de lo que detesta su segundo nombre.
Cuando la primera dama declaró ante el Tribunal Oral 3, el mismo acababa de desplazar de la
causa al juez Galeano en función de las irregularidades ventiladas durante el juicio. Las mismas
que también llevarían al desplazamiento posterior de los fiscales. El magistrado ya acumulaba en
el Consejo de la Magistratura algunos pedidos de juicio político y por lo bajo los legisladores
admitían que su estabilidad tambaleaba, aunque -tal cual lo apuntado por los integrantes de
Memoria Activa- preferían cajonear esas demandas al menos hasta que concluyera el juicio a la
conexión local.
A las críticas de la comunidad judía contra la Comisión Bicameral -que excluían a Cristina-,
otros integrantes de la misma responden recordando que en un acto público en memoria por las
víctimas del primer atentado, el embajador de Israel sostuvo que en la Argentina había un fuerte
cuestionamiento a la investigación en general de ambos atentados, críticas que se extendían a las
fuerzas de seguridad y a la parte política. Pero en esa ocasión señaló que en la Argentina se
notaban “solamente dos voces que reflejan la voluntad real de llegar hasta el fondo en esas
investigaciones”, citando en tal sentido a Memoria Activa y a la Bicameral del Congreso
argentino.
Esas mismas fuentes aseguran que, en privado, el reconocimiento se mantenía.
Pablo Jacoby, abogado de Memoria Activa, fue uno de los más críticos contra la Bicameral. De
sus críticas la única que sale indemne es Cristina Kirchner, en quien se afirma para señalar que la
investigación evitó seguir la pista siria. A quien presidió por más tiempo la comisión, Carlos Soria,
lo fustiga en cambio por haber respaldado la versión oficial del juez Galeano, añadiendo que
“incluso hizo ingresar a un pariente suyo (el hijo) al juzgado”.
- ¿Cómo evalúa el accionar de la Comisión Bicameral?
- Yo la llamo “la Comisión Encubridora”, no investigadora, porque lo único que hizo fue
respaldar la versión oficial y ocultar por todos los medios posibles que el gobierno realizó un pago
a Kanoore Edul. Lo único rescatable fue la actuación de la senadora Kirchner, quien pese a ser
justicialista nunca respaldó la versión oficial y siempre se mostró en disidencia. Y eso se puede ver
claramente en sus dictámenes.
- ¿Entonces sólo destaca lo hecho por Kirchner?
- Tal vez respecto a la actuación de Juan Pablo Cafiero y Molinari Romero, podría considerarse
que pecaron de inocentes, porque no los relaciono con el accionar de los demás integrantes de la
Comisión Bicameral.
Sobre tantas críticas, un integrante de la comisión legislativa consultado por este autor admitió
que la voz de Memoria Activa es la más crítica, pero hizo notar que en los alegatos finales del
juicio a la conexión local, Jacoby “exculpa de responsabilidad penal a los policías bonaerenses; y
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sin embargo, el resto de las querellas pide reclusión perpetua para los mismos imputados. Lo que
está indicando que la diferencia de enfoques en relación a la investigación judicial es muy notoria
y eso se traduce en esa mirada hipercrítica también a los que tuvieron las responsabilidades de
control, como nosotros. Es una evaluación que a mí no me corresponde decir si es buena o mala,
porque la respeto, porque es una representación de las víctimas”.
Respecto a la excepción que Memoria Activa hace de Cristina Kirchner, los miembros de la
oposición que integraron esa misma comisión recuerdan que, en efecto, ella firmó todos los
dictámenes en disidencia, pero advierten que ellos también fueron “hipercríticos”, aunque admiten
que las críticas formuladas por Memoria Activa y la propia AMIA “deben englobar a la oposición
por considerar que tuvimos corresponsabilidad ya que durante la época de De la Rúa tampoco se
consideraron satisfechos”.
Ex compañeros de Fernández de Kirchner en esa comisión sostienen que la buena relación que
ella mantiene con Memoria Activa tiene que ver con que “estaba muy convencida de que la mirada
de esa agrupación era la más adecuada a la realidad. Nosotros teníamos en cambio como consigna
escuchar a todo el mundo, revisar todas las pistas, pero no enamorarnos ni patrocinar oficialmente
a ninguna de ellas, porque eso es tarea propia del juez. Si no, le hubiéramos agregado a esto un
condimento fenomenal”.
Integrante de esa comisión hasta pasar a ocupar el Ministerio de Justicia durante la gestión De
la Rúa, Melchor Cruchaga recuerda esa etapa como “uno de los trabajos más interesantes, más
comprometidos, aunque con un sabor de amargura, en términos de que la investigación judicial no
llegó a los asesinos. Llegó a la conexión local, pero nada más”.
Capítulo VI
La pelea con Carrió
Hipercrítico de todo lo que lleve el apellido Kirchner, Rafael Flores no tiene contemplaciones
siquiera con el trabajo de Cristina en la Comisión Investigadora de los Atentados. Por el contrario,
le reconoce a la santacruceña la inteligencia de “ir con la corriente de los medios. Si Memoria
Activa u otro decían algo, ella lo tiraba en la comisión... ¿Pero hay algo en lo que esa comisión
haya avanzado de lo que Cristina Fernández haya dicho?”, desafía el ex diputado santacruceño con
una síntesis de la realidad en la que peca por mezclar objetividad con sentimientos.
Empero, va aún más lejos: “¿Hay alguna comisión creada para investigar paralelamente que
haya avanzado más que la Justicia? Yo no la recuerdo. Jamás una comisión del Congreso ha
servido para algo, porque en la Argentina -a diferencia de Estados Unidos- las comisiones no
tienen ningún poder. Entonces, desde la famosa comisión que se creó apenas recuperada la
democracia para investigar a Martínez de Hoz (la Comisión Italo), que hizo un poco de circo,
ninguna comisión ha logrado nada. Mhmm... pensándolo bien, estoy equivocado. La única
comisión que logró los objetivos que se propuso fue la de seguimiento de las privatizaciones,
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porque siempre se propuso enriquecer personalmente a sus integrantes... Esa comisión debe ser la
única que logró lo que se propuso”.
La referencia a la comisión que investigó el lavado de dinero en la Argentina es inmediata.
“Fuera del escandalete que se armó con Carrió, ¿hay algo de lo que dijo esa comisión que los
argentinos no supiéramos? -se pregunta Flores-. ¿Hay algo que haya promovido de lo que la
Justicia encontrara un dato? Sólo sirvió para hacerle meter la pata hasta a Carrió. El diputado que
integra alguna de esas comisiones inmediatamente se da cuenta de lo frágil que es, y aparecen los
intereses y los vivos de siempre, que le venden pescado podrido y logran hasta que alguien como
Carrió, que es una mujer inteligente, se lo compre”.
A propósito de la Bicameral de Seguimiento de la Reforma del Estado aludida antes, vale
comentar que la misma fue creada en 1989, pero pasaron 9 años hasta que sus reuniones fueron
públicas. Cosa que en 1997 llevó a Cristina a poner la mira allí, aunque lo hiciera con más cautela:
“No quiero decir que los legisladores sean corruptos -dijo-, pero ahí se hace el seguimiento de
contratos donde se maneja la suma de 4 mil millones de pesos anuales y esto es mucho dinero”.
Elisa Carrió y Cristina Kirchner compartían cartel en la Cámara de Diputados. El hecho de que
fueran de partidos opuestos no era impedimento para que mostraran muchas veces sus
coincidencias y llegaran a forjar una buena relación que si no se convirtió en amistad fue
seguramente por los celos que no podían disimular. Compartieron innumerable cantidad de
programas y de foros en los que cada una buscaba la mejor manera de expresar el concepto más
brillante y sacarle un tranco de ventaja en el plano intelectual a la otra.
“En el Senado Cristina era la estrella, pero cuando fue a Diputados sabíamos que no había
lugar para dos Maradona”, señaló un colaborador de la santacruceña al remontarse a esos tiempos
en los que les quedaba claro que la Kirchner podía dejar muda a Graciela Fernández Meijide, pero
que Lilita era “un peso pesado”.
En una conferencia sobre la imagen del Congreso, de los tantísimos paneles que compartieron
Cristina y Carrió, confrontaron. Sin gritos, sin diatribas, sin alzar la voz siquiera, pero cada una
dejó clara su posición divergente. Fue en julio de 1999 y el tema era el poder, aunque nadie había
planteado que discutieran sobre esa cuestión.
En un pasaje de su exposición, Carrió señaló que “la corporación política, como carrera
profesional, no aparece viniendo a representar algo, sino que tiene un interés. Y ese interés se nota
en el diputado que quiere ser senador, el senador que quiere ser diputado, el diputado que quiere
ser gobernador... ¿Ustedes vieron que en este país todo el mundo quiere llegar a ser otra cosa? Es
decir, nadie se preocupa por ser lo que es... Esta cuestión está muy vinculada a los deseos de
poder; creo que esta clase profesional -a la cual pertenezco, no me estoy poniendo afuera- tiene un
vicio que es estar absolutamente cortada por el deseo de poder”.
La diputada chaqueña terminó su larga exposición, siempre con su tono encendido, luego
vendrían las preguntas del público y otra intervención de Carrió. Se veía que Cristina estaba
elaborando una réplica y, al concedérsele la palabra, volvió atrás para retomar el tema del poder.
De la “estigmatización del poder”, como ella dijo, planteando que difería “un poquito con el tema
del deseo del poder.
“Ojalá los políticos de los partidos democráticos fueran deseosos del poder. ¿Por qué digo esto?
Porque el poder, en un partido democrático, se construye a partir de voluntad popular. No hay
posibilidades de que un político tenga poder, en términos de pertenencia a un partido democrático,
si no lo es a partir de contar con el consenso de la sociedad. Esto es la voluntad popular. A mí me
parece que el problema de la corrupción está más vinculado a algunas mieles que deja el hecho del
poder, el tema del dinero... Lo que hablaba Elisa, la ostentación, los cambios de vida, que tampoco
son por el poder... Eso de que el poder corrompe, entonces, todos aquellos políticos que vamos a
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elecciones, en definitiva, que vamos a disputar un poder, un poder concreto, a través del voto
popular, estaríamos casi reconociendo que si buscamos poder para representar a la gente y poder
hacer las cosas bien, en última instancia estamos corrompiéndonos”.
A continuación, diría un concepto que cuatro años después volvería a repetir varias veces al
llegar su esposo a la presidencia: “Yo creo que el poder muestra a la gente como es. Pero no la
corrompe, porque sino deberíamos decir que todo el poder es corrupto. Entonces tendríamos que
decir que todos los empresarios son corruptos; todos los que tengan poder, los dueños de los
medios de comunicación -nada más y nada menos que el poder de la información- son corruptos.
Creo que no hay que sistematizar el poder. Quienes participamos en política desde partidos
democráticos, luchamos por el poder. Esta es la política: la lucha por el poder. Lo importante es
para qué se quiere el poder y qué es lo que se hace cuando se llega al poder. Me parece que esta es
la cuestión central, porque sino estamos estigmatizando y todo aquel que participa, y bien que lo
hace, porque tiene vocación política, porque ha militado toda su vida y porque sigue creyendo que
esto es un elemento válido para cambiar las cosas, termina siendo estigmatizado por esta cuestión
del poder”.
La reflexión de Cristina se extendería más aún, sobre otros carriles, pero al recuperar la palabra,
Carrió volvería sobre el punto. “Quisiera hacer una réplica muy cortita en cuanto al deseo del
poder. No estoy hablando de ese poder, sino de cuando el deseo de poder es lo único que prima en
la persona. Pero no el poder para hacer, para representar y para expresar sensaciones, sino el poder
para sí. Es decir, el poder como un mecanismo de devorar algo, de tener algo en sí de manera
personal. De todas maneras, creo que es buena la discusión en este sentido. Parte de nuestra
generación fue morfada por este país y por la dictadura genocida. Parte de esa generación quiso
decir 'ahora ya no voy a pelear más por ideales; voy a pelear por proyectos de poder'. Y se cruzó”.
Guardando las formas, siempre trataron de imponer sus conceptos, y la elección de este ejemplo
no es ociosa, ya que una y otra mostrarían en el futuro cual era la vocación de poder que les asistía.
Sabedoras de las fortalezas de una y otra, las dos jamás se pelearon en público. Sí lo harían en
privado, y la última vez, a muerte. Y desde entonces, cada una dejó de nombrar a la otra.
Los allegados a Cristina Kirchner adjudican el fracaso de la Comisión Antilavado directamente
a Elisa Carrió. “La suerte de una comisión siempre es responsabilidad de la presidencia -afirma el
vocero de la primera dama-. Si una comisión que tenía diez miembros sacó cuatro informes
distintos, es porque la conducción fue un desastre”.
En efecto, es comprensible que haya un dictamen de mayoría y otro de minoría, pero que haya
cuatro es por lo menos demasiado.
Poner a Carrió y Kirchner juntas en una misma comisión terminó haciendo confrontar juntas a
dos prima donnas. No había lugar para dos personalidades tan fuertes en un mismo espacio, donde
ninguna de las dos estaría dispuesta a disciplinarse a la otra. Amén de lo que sostienen los
allegados a la santacruceña.
En realidad, la idea de motorizar la creación de una comisión de diputados que investigara un
tema donde convergían la corrupción, la evasión y las causas de la grave crisis económica que
vivía el país venía siendo reclamada por Cristina Fernández y otros legisladores justicialistas. Ella,
junto a Eduardo Di Cola, Arturo Lafalla y Carlos Soria habían pedido en marzo de 2001 la
constitución de una comisión especial investigadora, cuyo objetivo sería “deslindar y atribuir
responsabilidades” en las maniobras de lavado de dinero a las que se vinculaban diversos bancos y
financieras argentinos. Los legisladores justicialistas proponían como tarea “una investigación y
determinación de la masa de dinero mal habido o de dudoso origen, ingresado al circuito
financiero legal por el sistema bancario argentino, especialmente a través de dos bancos: Citibank,
Federal Bank, Mercado Abierto, Banco República, Banco Macro y de los que surjan de la
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investigación”, señalaron a través de un proyecto cuando ya se tenía conocimiento de las
investigaciones desarrolladas en el Senado estadounidense sobre el lavado de dinero en la
Argentina. De hecho, la Cámara de Diputados ya había aprobado un proyecto del cordobés Di
Cola pidiendo que el Senado norteamericano remitiera esa documentación a la Argentina.
Decidida la creación de una comisión, comenzó la puja por integrarla. No estaba en discusión la
presidencia, que correspondería a la todavía radical (aunque ya disidente) Elisa Carrió, quien tenía
el mérito de haber sido junto a Gustavo Gutiérrez el contacto argentino con el Senado de Estados
Unidos en esa investigación. Pero el resto de las designaciones estaba en discusión.
Para los radicales, oficialistas entonces, no resultaba nada sencillo el nombramiento de quienes
los representarían, al punto tal que anunciaron que cederían a los partidos provinciales uno de los
lugares que su fuerza debía ocupar. Semejante decisión no estaba movida por la generosidad, sino
por las serias dificultades para encontrar gente dispuesta a ocupar un puesto tan delicado que
podría poner en serios aprietos a su propio gobierno. No cualquiera estaba además habilitado para
ese trabajo y Mario Negri y Raúl Baglini fueron los primeros en negarse.
A la postre, los designados por la UCR fueron el propio titular del bloque, el catamarqueño
Horacio Pernasetti, fiel soldado delarruista, y quien entonces era titular de la Comisión de Juicio
Político, Margarita Stolbizer, a quien desde el propio gobierno miraban con inquietud por su
cercanía a Federico Storani.
El Frepaso designó al tucumano José Vitar, un hombre muy próximo a Chacho Alvarez, y a
Graciela Ocaña, quien trabajaría tan estrechamente a Carrió que terminaría yéndose con ella al
ARI. Por los partidos provinciales, el demócrata mendocino Gustavo Gutiérrez tenía el lugar
asegurado por haber impulsado con Elisa Carrió en los Estados Unidos la investigación del lavado,
mientras que el otro legislador provincial iba a ser el neuquino Pedro Salvatori, mas nunca llegó a
ser designado.
El cavallismo se resistía a integrar la comisión, a sabiendas de que el entonces ministro de
Economía era uno de los objetivos de la investigación (era vox populi que allegados a Domingo
Cavallo y empresas vinculadas a la Fundación Mediterránea figuraban en las listas de envíos de
dinero al Federal Bank). “Con más razón hay que estar”, argumentaba el jefe del bloque cavallista,
Alfredo Castañón, quien pretendía para sí el puesto. Al final, el elegido fue Franco Caviglia,
cofundador en su momento del Grupo de los 8, quien despertaba ciertos reparos del propio Mingo
porque se entusiasmara tanto en la investigación como en su momento lo había hecho con el caso
Yabrán. Tan volátiles eran esos tiempos que al concluir el trabajo de la Comisión, Caviglia se
había integrado al justicialismo.
En el PJ los lugares estuvieron muy peleados, por cuanto todos los sectores debían estar
representados. Carlos Soria, que tenía la experiencia de haber presidido la Comisión Bicameral de
Seguimiento de las Investigaciones de los Atentados, fue el hombre propuesto por el entonces
gobernador bonaerense Carlos Ruckauf, y aceptado por Carrió, quien tenía buena relación con él.
El rionegrino había participado también en las comisiones investigadoras del caso IIBM-Banco
Nación y en la Comisión Antimafia.
El bonaerense José María Díaz Bancalari, duhaldista de la primera hora y primer presidente del
bloque de diputados cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia, era postulante, pero Soria le
ganó la carrera ya que a Díaz Bancalari lo veían demasiado independiente para el gusto de todos.
Desde el menemismo, el primer candidato a integrar la comisión fue el pampeano Manuel
Baladrón, aunque la cordobesa Martha Alarcia comenzó a presionar por tener un lugar allí. El
tema se definió en una votación interna del sub bloque menemista que ganó la mujer por 11 a 4.
Empero, ahí terció el propio ex presidente, quien la sacó del medio con una frase contundente.
- Martha, vos no sos candidata a nada en las próximas elecciones, así que no vas a la comisión le dijo y no hubo más discusión.
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Tampoco fue Baladrón, sino el porteño Daniel Scioli, por entonces un fiel soldado menemista
al que Carlos Menem confiaba lo suficientemente fiel como para el puesto. Previsiblemente, el
resto de sus compañeros lo verían como una suerte de caballo de Troya dentro de la comisión,
cuyo fin sería estrictamente transmitirle a su jefe todo lo que allí sucediera y desviar
eventualmente la investigación en el caso de que apuntara hacia sectores menemistas.
Sobre la marcha el ex motonauta se encargaría de aventar fantasmas. Si bien al cabo de la
investigación firmó individualmente uno de los cuatro dictámenes que salieron de la Comisión, al
que peyorativamente llamaron “la monografía” -y en realidad lo era; “presentó un paper sobre qué
es el lavado de dinero en teoría”, aseguró un asesor de otro de los integrantes de la Comisión-, él
sabía que venía con el mote de menemista y se ocupó de demostrar que no trabajaría contra la
investigación. “Inclusive le dijo a Cristina que si la tenía que bancar, la bancaría. Scioli en ningún
momento jugó dentro de esa comisión para el menemismo”, asegura el vocero de la santacruceña.
“Scioli se comportó de una manera razonable, sin apañar nada”, afirma Rodrigo Herrera Bravo,
otro de los que asesoró a Kirchner en la comisión.
Arturo Lafalla, Eduardo Di Cola y Cristina Kirchner eran de los primeros justicialistas en
presionar por la constitución de esa comisión, y peleaban por el puesto restante. El mendocino
Lafalla quedó fuera por temor a que en la investigación surgieran datos sobre la privatización del
Banco de Mendoza, realizada durante su gestión como gobernador; el cordobés Di Cola tenía
prácticamente asegurado el lugar hasta que Néstor Kirchner llamó directamente al gobernador José
Manuel de la Sota para pedirle que le dejara el lugar a su esposa, a lo que el cordobés accedió, en
aras del buen entendimiento que por entonces buscaba para mantener el respaldo de los
gobernadores para su objetivo presidencialista.
Cristina quería estar en la Comisión Investigadora sobre el Lavado de Dinero y Narcotráfico, y
lo consiguió. Y amén de las presiones cordobesas, en el PJ no veían con malos ojos su presencia;
al contrario, estaban convencidos de que su perfil mediático compensaría con creces el peso de
Carrió, a quien podría competirle de igual a igual.
Los únicos cuestionamientos partieron de la oposición interna santacruceña. El diputado
nacional de aquella provincia Ricardo Patterson (UCR) consideró inaceptable que Cristina
integrara esa comisión, por cuanto -dijo- “responde a un gobierno que se caracteriza por su falta de
transparencia y acciones reñidas con la ética”, poniendo como ejemplo la falta de información
sobre el dinero de regalías de la provincia depositados en el exterior. Obviamente nadie lo
escuchó. Más tarde la acusaría también de haber obstruido la investigación referida a
transferencias de 5.900.000 dólares al exterior desde el Banco de Santa Cruz, cuando era estatal, a
través de Mercado Abierto.
De entrada Fernández de Kirchner planteó sus diferencias, aferrándose estrictamente al perfil
legalista. Mientras la gente cercana a Carrió daba detalles de lo que sería la investigación,
entusiasmándose con encontrar elementos que involucraran a actuales funcionarios y de la
administración menemista, anticipando que tendrían amplias facultades para realizar
allanamientos, escuchas telefónicas y secuestrar documentación con permiso judicial, Cristina
aclaraba que “la Comisión no tiene facultades o atribuciones judiciales para allanar o pinchar
teléfonos”.
“El objetivo de la Comisión será develar la trama que en el país ha existido para el blanqueo de
capitales y la evasión fiscal. En eso deberá centrarse la tarea de sus integrantes, y no en revelar
algún nombre rimbombante que pueda ser útil para el chisme político”, remarcó el 18 de mayo de
2001.
Pero Elisa Carrió minimizaba eventuales diferencias y se ilusionaba con lo que podrían
descubrir. “Todos los que representamos al ARI, a la UCR, al peronismo y los partidos
provinciales, somos personas que hemos trabajado juntas durante estos seis años. Nadie puede
discutir que van a ir hasta el fondo, estando por ejemplo Cristina, Margarita y Graciela Ocaña”,
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señalaba optimista la diputada chaqueña, quien anticipaba de todas formas que la Comisión sería
muy atacada, por cuanto había en el país muchos sectores que no querían la llegada de las cajas
con documentación, ni el informe sobre el Banco Central, ni la constitución de ese organismo.
“Pero hay una diferencia sobre lo que pasamos con Gustavo Gutiérrez cuando estábamos solos
y éramos atacados y la situación actual: va a funcionar bien”, se convencía.
Amén de los nombres que pudieran surgir de la investigación, la misma pretendía mejorar
también el sistema de controles, el funcionamiento del Estado y la lucha contra la corrupción.
Lilita planteaba el ejemplo de lo sucedido en México, donde no sólo se mejoró todo eso, sino que
además surgió una ley de financiamiento estatal de los partidos políticos.
- El régimen de complicidades está engarzado con la complicidad del Estado, de los que
financian las campañas de los partidos -aseguraba.
- Si los partidos que llegaron al gobierno fueron financiados por estos sectores, ¿no queda muy
poco del sistema político sin complicidad? -le preguntó Damián Nabot, de la agencia DyN.
- Yo cuestiono el financiamiento privado, porque permite un trato preferencial en materia de
impuestos -respondió Carrió-. Hay falta de controles en los entes reguladores, en fin, se van
creando compromisos entre la clase política y el sector económico, que después hacen imposible
que el Estado gerencie el interés general.
Las ocho cajas remitidas por un subcomité del Senado norteamericano liderado por el
demócrata Karl Levin fueron alojadas en la bóveda del Colegio de Escribanos, a la espera de que
la comisión estableciera el mecanismo de trabajo y obtuviera una respuesta de la presidencia de la
Cámara de Diputados, a la que le pidieron una mejor infraestructura para desempeñar la labor.
Concretamente pedían un lugar físico que contemplara medidas de seguridad que la comisión
donde venían juntándose no reunía. Rafael Pascual accedió a medias, ya que en lugar de darles
otro espacio, hizo colocar rejas en puertas y ventanas, así como fajas de seguridad en las cajas de
luz de las escaleras del edificio de diez pisos de Riobamba 71, para evitar la colocación de
micrófonos.
Empero, más adelante les cedería otras oficinas, pero entonces ya Carrió había optado por
llevarse el trabajo a la casa.
En sus reuniones preliminares, la Comisión aprobó un reglamento interno elaborado sobre
modelo de la Bicameral de Seguimiento de los Atentados, y finalmente el 22 de mayo comenzaron
a abrir las cajas remitidas desde Estados Unidos. De entrada nomás, con sólo analizar el índice que
se entregó con cada caja, comprobaron que la tarea sería ardua, ya que en los resúmenes de cuenta
entregados por el Citibank de Nueva York por giros realizados al exterior figuraban desde
exportadores que normalmente deben realizar giros de fondos al exterior, a bancos nacionales y
privados que reciben y envían giros. Sería por demás complicado diferenciar qué operaciones
habían sido realizadas por particulares, cuáles por empresas en forma normal y cuáles obedecían a
operaciones que pudieran estar vinculadas con maniobras de lavado de dinero.
Igual, Carrió era optimista, prometiendo que en muy poco tiempo tendrían resultados: “A lo
mejor, antes de 90 días puede haber un preinforme”, arriesgó embalada.
- Señora presidenta, llegaron los perros -le anunció a Carrió el encargado de seguridad cuando
todos los diputados se encontraban alrededor de una mesa en la que se habían colocado las
famosas cajas a las que se disponían a abrir.
- ¿Perros? ¿Para qué hacen falta perros? -preguntó la presidenta de la Comisión, desde la
cabecera de la mesa.
- Son perros de la Policía. Los traen para inspeccionar.
Cristina, que ya estaba mal predispuesta por el espíritu de show que percibía que se estaba
creando, fue la primera en perder la paciencia:
- ¿¿¿Pero para qué perros???
- Los traen para oler las cajas.
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- Pero... ¿se creen que acá hay droga? ¡Están locos! -estalló la santacruceña, entre la ira y la
risa.
- No, es porque quieren ver si hay explosivos -intervino Carlos Soria, parado y con las manos
en los bolsillos, influenciado por los tiempos en que debió lidiar con la investigación de los
atentados y se sentía espiado por los servicios argentinos, los israelíes, los norteamericanos y hasta
por la Jihad islámica.
- Bueno, pero acá no hay explosivos, ni droga. Hay sólo papeles y ahora hay que ponerse a
trabajar, así que dígales que se lleven los perros de acá -concluyó Carrió.
El empleado de seguridad se fue con el recado y los dos policías y sus perros del escuadrón de
explosivos de la Federal tuvieron que irse sin olfatear las famosas cajas. A continuación, se
procedió a abrirlas. Lilita y Ocaña -sentada esta última a la izquierda de la presidenta- se
aprestaron a esa tarea, descubriendo el primer impedimento: no había con qué abrirla. Daniel
Scioli, ubicado a la derecha de Carrió, sacó una llave y trató de romper la cinta de una de las cajas,
mientras un empleado salía presuroso pidiendo a los gritos un cuchillo.
Uno de los presentes encontró una módica solución al sacar de un bolsillo un alicate que incluía
cortaplumas.
Subsanado el inconveniente y abocados como estaban ya a mirar el material de las cajas, Carlos
Soria puso a consideración una duda que traía:
- ¿De dónde aparecieron los nombres que salieron a publicidad? Ojo que yo no me hago
responsable de esto porque hay copias por todos lados.
- No, no hay copias por todos lados -le retrucó Elisa Carrió-. Hay sólo dos; una la tiene el juez
Galeano y la otra es ésta.
Margarita Stolbizer relataría luego cómo se habían entregado las cajas. El FBI las había
transportado directamente hasta la Argentina y se las había dado al ministro de Justicia Jorge de la
Rúa, quien procedió a la apertura y fotocopiado del set entregado a la Justicia. “La denuncia de
Soria demuestra una intencionalidad de provocar la desconfianza en el accionar de la comisión”,
adelantó.
Daniel Scioli, en tanto, preguntaba una y otra vez cómo se podía demostrar el delito de lavado
de dinero, e insistía en que la comisión debía enfocarse exclusivamente en la documentación
remitida por el Senado norteamericano. “Debemos saber si hubo lavado, enriquecimiento ilícito o
evasión. Si se descubre un delito hay que denunciarlo, eso es lo que quiere la gente”, enumeró el
entonces diputado menemista, con la intención de limitar la investigación al Banco República y
Mercado Abierto, descartando conexiones con el poder político. “La condena política ya se
aplicó”, argumentaba Scioli, sin cosechar demasiada adhesión. Carrió, Gutiérrez y Ocaña insistían
en que el dictamen final debía ser político: demostrar la complicidad de sectores privados y
públicos en el lavado de dinero a partir de la investigación que venían realizando desde hacía años
y que habían aportado luego al Senado de Estados Unidos.
“En la investigación del lavado de dinero Cristina trabajó muy a fondo y muy comprometida explicó a este autor un hombre que ayudó a la santacruceña tanto en esa comisión como en la de
los atentados-. Allí ella tuvo dos equipos de asesores; por un lado el equipo económico, que era el
que analizaba todo el tema de los números, gente del Banco de Santa Cruz que hizo un trabajo
muy serio; por el otro lado, hubo gente que se dedicó fundamentalmente a hacer el seguimiento
político de las causas”.
El estilo de Cristina, de todas maneras, fue muy distinto al de Carrió en esa comisión, sostienen
sus asesores. El informe elaborado sobre el tema era técnico y político, sobre todo lo que se había
trabajado, pero con el mismo estilo sintético que se había aplicado en los dictámenes de la
investigación de los atentados. “Cuatro páginas, pero con mucha sustancia -enfatizó el asesor-. Lo
que hizo Elisa Carrió en cambio fue copiar todo el expediente; entonces, vos ves el informe de la
presidencia de la comisión, que al final fue un blef, y eran carpetas y carpetas que incluían
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fotocopias de todo lo que había aparecido... Nosotros teníamos que hacer un seguimiento de tipo
político, porque del seguimiento jurídico el que debía ocuparse era el juez”.
La aclaración del asesor apunta directamente a uno de los reproches formulados por Carrió a
Cristina, según el cual las causas que ella debía investigar “habían sido poco estudiadas”.
Cuando la investigación se trasladó a la AFIP, para indagar sobre casos de evasión, los
legisladores escucharon un informe de técnicos de ese organismo y del Banco Central que les dejó
claras las restricciones que encontrarían para profundizar la investigación. Esto es, harían falta
muchos informes específicos sobre las órdenes de giro y los destinatarios de los fondos que sólo el
Citibank de Nueva York podía proveer, como lo había hecho en su momento con la investigación
del lavado realizada en Estados Unidos. Sin embargo ahora había dudas de que el Citi respondiera
al mismo requerimiento de parte de legisladores argentinos.
Las intenciones de realizar un entrecruzamiento de datos sobre todos los extractos de cuentas
del Citi encontraban un problema irresoluto: el tiempo. Del software necesario se ocuparía un
equipo de la UBA que trabajaría en forma gratuita, pero la carga de miles de registros llegados
desde Estados Unidos demandaría un tiempo enorme.
A su vez, Elisa Carrió pretendía encriptar la información para evitar que fuera robada de las
computadoras. “¿Te parece que es para tanto?”, le replicó Cristina Kirchner. La relación entre
ambas ya para entonces era tirante. Toda sugerencia de una u otra merecía una observación de su
contrafigura.
Al principio no había habido conflicto, pero era lógico: se estaban conociendo. Amén de haber
compartido infinidad de paneles y programas periodísticos, no sabían lo que era trabajar juntas.
Cuando lo hicieron, comenzaron a surgir los conflictos. Sacaba de quicio a Cristina que Carrió
cayera a la comisión con cosas procesadas fuera de ese ámbito, cuestiones ya digeridas y hasta con
las conclusiones correspondientes.
Lilita, en tanto, estaba convencida de que la santacruceña no hacía su trabajo como debía.
Las chicanas entre ambas estaban a la orden del día. Cuando algunos legisladores se ilusionaron
con hallar -además de casos de lavado de dinero- elementos que comprobaran evasión fiscal,
inspectores e la AFIP advirtieron que existía un impedimento por el bloqueo fiscal que establecía
la “ley tapón”.
- ¿Qué es la ley tapón? -preguntó Elisa Carrió.
- ¿No te acordás? Si vos la votaste... -la toreó Cristina.
Sucede que esa legislación establecía que más allá de que la AFIP encuentre posibles casos de
evasión de quienes giraron al exterior fondos en negro, si hubieran presentado correctamente su
declaración de Ganancias y Bienes Personales por el año 2000, hubieran ingresado el pago y sus
ingresos no superaran los cinco millones de pesos, y al inspeccionarlo se verificara que todo estaba
en regla, no podría esa persona ser investigada hacia atrás. De tal manera, quien hubiera supuesto
que sus operaciones podrían quedar registradas de tal manera, había tenido el tiempo suficiente
para poner en regla sus ingresos y bienes, cuestión de quedar amparado por esa ley.
- Son cien mil registros, ni en el 2010 vamos a terminar con todo esto -anticipó Carlos Soria.
- ¿Y si tomamos sólo algunos casos y concentramos la investigación en ellos? -sugirió Carrió.
- Ni se te ocurra. O miramos todo, o no tocamos nada. Acá no se va a manipular información le advirtió Cristina Kirchner.
- A mí no me acuses de manipular.
- Lo que yo digo y te repito es que hay que mirar todo.
El impostor
La propia Elisa Carrió admite que fue “operada” por quienes querían desacreditar la
investigación. Pero ella puso de su parte una cuota de ingenuidad que contribuyó a los resultados.
88
El caso más patético fue el de un supuesto oficial de inteligencia de la ONU que se presentó un día
de julio en el despacho de Carrió en el Congreso. Su nombre era Daniel José Díaz, un sujeto tan
parecido al actor Chuck Norris que en adelante sería recordado con ese apodo.
El hombre le aseguró a la presidenta de la Comisión contar con datos fehacientes sobre las
cuentas no declaradas de Carlos Menem, Domingo Cavallo, Alberto Kohan, Emir Yoma y Ramón
Hernández.
Para Lilita fue un regalo del cielo, y con la sola presentación de un papelito que Díaz le dejó
con los nombres y los supuestos números de cuenta y bancos donde esta gente guardaría el dinero,
se ilusionó y prometió que, si su interlocutor traía documentación que avalara sus dichos, lo
denunciarían ante la Justicia y lo incorporarían al preinforme.
Allegados a Carrió aseguran que sólo ella le creyó a Chuck Norris, y que la mayoría sospechó
que se trataba de “carne podrida”. Graciela Ocaña, ya bautizada por Lilita “Hormiga trabajadora”
y para entonces fagocitada por el ARI, fue de las que más reparos puso. Pero su flamante jefa
política no la escuchó; mientras tanto, convenció a otros, como Mario Cafiero, quien no integraba
la Comisión pero acababa de ser captado también por Carrió para el ARI y colaboraba con la
investigación.
Gustavo Gutiérrez, uno de los principales laderos de Elisa Carrió, admite que nunca consideró
que lo que Daniel José Díaz decía fuera una información verídica, y así se lo hizo saber a Lilita.
Pero le da la derecha a su amiga, al aclarar que hubo otros temas de los que él pensó que también
era información falsa, y Carrió terminó teniendo razón. Por ejemplo, no veía claridad de indicios
cuando ella avanzó sobre el Banco General de Negocios, pero Carrió terminó estando en lo
correcto.
En el caso de Chuck Norris, Carrió lo planteó como una hipótesis de investigación y por eso
nunca estuvo en el preinforme, aclara el ex diputado mendocino Gutiérrez. Se tuvo en cambio
como conjetura porque presuntamente había un fondo de inversión manejado por los hermanos
Rohm, David Mulford y Domingo Cavallo, pero Gutiérrez admite que esa fue una de las “trampas
caza bobos” que les pusieron.
Precisamente el exceso de “pescado podrido” circulante era una de las dificultades por las que
se consideraba que había que cerrar rápidamente la investigación, por cuanto a medida que la
misma se dilataba, las operaciones en las que se filtraba información o se presionaba a los
miembros de la comisión eran terribles. Es lo que se llama inteligencia.
“Estábamos tocando el poder financiero mundial, no solamente argentino, y estos no son niños
de pecho -advirtió uno de los miembros de la comisión que comulgaban con Carrió-. Esta gente no
amenaza por teléfono diciendo que van a poner una bomba en el auto, ellos funcionan
profesionalmente, con acciones de inteligencia y contrainteligencia, mandando información
equivocada, indicando caminos de investigación que llevan a ningún lado, para desviar la atención
de los temas que ellos quieren ocultar, o buscan introducir hechos para transformar situaciones que
si nosotros no las descubríamos a tiempo hubieran sido más escandalosas”.
La jefa de la Comisión le pidió a Mario Cafiero fundamentalmente que aportara todo lo que
había trabajado en materia de deuda externa. “Con Lilita veíamos en ese momento que había una
relación muy evidente entre el lavado de dinero y el endeudamiento externo -recuerda Cafiero-. Es
decir, por un lado se endeudaba el país y por otro había operaciones de lavado y las divisas
terminaban fugándose. Ahí es donde uno puede descubrir que todo esto tiene una lógica, que es un
sistema de vaciamiento, de elusión, de evasión y de sacar las riquezas fuera del país”.
Cuando Elisa Carrió les habló a Carlos Soria y Cristina Kirchner de la información “bomba”
con la que contaba, los dos justicialistas fruncieron el ceño y expresaron sus dudas. Kirchner fue
contundente: “Claramente te digo que esta es una operación. ¿Te parece que Menem y toda esta
gente van a tener cuentas a su nombre?”.
89
- La verdad es que Carrió fue metiendo en la investigación cosas que tenían más que ver con la
necesidad de una difusión de temas sin sustento, por eso fue que la operaron muchas veces, que le
vendían información trucha -remarca Margarita Stolbizer al recordar los episodios de esos
tiempos-. En muchas oportunidades Cristina le advirtió sobre la ingenuidad que Carrió tenía en
muchas cosas. Cristina es, si se quiere, más pícara en ese tipo de cosas y me parece que le iba
marcando lo que iba pasar: “te van a embromar, esto no es así”, le decía.
- Te van a cagar, esta es una operación para desacreditar a la comisión -le dijo sin eufemismo
Kirchner a la chaqueña en la habitación de esta en su casa. Desde la cama, apoyada sobre una
carpeta, Carrió la escuchaba meneando la cabeza.
Lilita había trasladado el material a su departamento de la avenida Santa Fe, lo que condujo a la
santacruceña a acusarla de “llevarse la comisión a su casa”. Y literalmente así era, porque allí
trabajaban Carrió, Ocaña y los máximos allegados a la chaqueña, que deambulaban por
habitaciones llenas de papeles, computadoras y carpetas, lo cual llevaba a preguntarse para qué
habían pedido mejores oficinas para la comisión, que finalmente se había trasladado a otro edificio
de la avenida Entre Ríos.
“Es cierto que muchas cuestiones de la comisión se manejaron desde el domicilio personal de
su presidente, pero eso respondía a una cuestión de reserva de las fuentes que aportaban a la
comisión y de la falta de seguridad que representaba el lugar físico de la comisión”, justifica
Graciela Ocaña. Mario Cafiero, a su vez, lo explica asegurando que no tenían del Congreso todo el
soporte institucional, administrativo y de seguridad para hacer las cosas, y “Lilita optó por lo más
seguro; es decir, tener un equipo propio que le pudiera dar resultados. Ojalá que el Congreso
alguna vez le dé garantías a los diputados que quieran llegar al fondo y que en lugar de tener que
llevarse el trabajo a sus casas lo puedan hacer en el Congreso. Pero hasta entonces, prefiero a los
que se llevan el trabajo a la casa”.
Allí se presentó Chuck Norris cuando tuvo los papeles prometidos. Mario Cafiero estaba
presente al reaparecer este supuesto oficial de las Naciones Unidas que era realidad un estafador
con antecedentes judiciales por defraudación. A tal punto era frágil el material presentado que
había logos bajados de Internet...
La “información” fue inmediatamente presentada ante el juzgado de la doctora María Servini de
Cubría, quien incorporó el material al testimonio que ya había dado Carrió en la causa por
enriquecimiento ilícito que se le seguía a Domingo Cavallo. Al presentar el preinforme en forma
pública, acusaron a Cavallo de tener una cuenta en las Bahamas junto a David Mulford y los
hermanos Rohm. El entonces ministro replicó con una carta documento en la que les advertía que
los querellaría.
Recién a fines de septiembre Carrió admitió la posibilidad de haber sido objeto de una
operación, como finalmente se comprobaría. Carrió terminó siendo acusada por Domingo Cavallo
por falsificación de documento y falso testimonio.
“Cristina y yo fuimos muy críticas, sobre todo por la utilización que Carrió hizo del trabajo de
la Comisión -afirma Margarita Stolbizer-. Ese trabajo tenía una vocación de ser serio, como
premisa de todos los que la integrábamos. Terminó frustrándose sobre todo por la intención de
aprovechamiento que tuvo en particular Lilita de ese tema y también en gran parte por esta
necesidad de competencia exagerada que se había planteado entre las dos. El resto a veces
sentíamos que presenciábamos una competencia muy fuerte entre Cristina y Carrió, que
rivalizaban absolutamente en todo, tratando de capitalizar y centralizar el trabajo, sobre todo en lo
que tenía que ver con la puesta en escena de lo hecho por la Comisión. Y creo que eso fue en gran
parte el motivo por el que la investigación terminó frustrándose”.
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La presentación del preinforme hecha por la presidencia de la comisión fue la gota que rebalsó
el vaso, porque sonó más a lanzamiento político del ARI que a una austera exposición de lo
actuado en la comisión. Fue el viernes 10 de agosto, en el Salón de Pasos Perdidos de la Cámara
de Diputados, donde Carrió apareció rodeada por diputados de otros partidos que luego se
sumarían a lo que sería el ARI.
Lilita había decidido en forma unilateral que fuera ese día el de la presentación, convencida de
que ya se estaban produciendo filtraciones perniciosas, y que tanta información no aguantaba
aguardar el siguiente fin de semana.
Rodrigo Herrera Bravo, que asesoró a Kirchner en esa investigación, cuenta que el desenlace de
la misma “fue muy poco serio”.
- La Comisión había hecho una suerte de pool de asesores y había distribuido las causas. En un
momento dado, se iba a elaborar un despacho, entonces Cristina me pide un informe de las dos
causas que me habían tocado: armas y Cartel de Juárez. Cuando llega el momento de elaborar el
despacho, pensamos que se iban a juntar todos los asesores y los diputados con las causas que les
tocaron, para analizar y consensuar un documento, pero no fue así el proceso. Hubo una reunión
de asesores donde comenzaron a caer cajas con un informe ya fotocopiado que traía la gente de
Lilita Carrió. Lo ponen sobre la mesa y dicen: bueno, es esto. Ahí había todo un análisis sobre la
matriz de la corrupción en la Argentina, que arrancaba desde Rivadavia y la Baring Brothers, todo
un análisis histórico...
Testigos aseguran que hasta último momento hubo pujas para sacar gente del informe, ya que
no había pruebas, sino alegatos y posiciones de los denunciantes.
Fue el jueves 9 de agosto de 2001 por la noche en la casa de Carrió. Allí, fue llamando uno a
uno a los integrantes de la comisión y la presidenta les entregaba copias del informe para que lo
firmaran. Cuando llegó el turno de Cristina, le mostró las 989 hojas y le dijo que tenía que
firmarlo.
- ¿Cómo voy a firmar sin leerlo? -rechazó la santacruceña.
- Y, pasate toda la noche leyéndolo y traelo firmado para mañana.
- Vos estás loca... Mirá si me voy a quedar leyendo todo esto de un día para el otro...
- Tiene que ser para mañana.
- Pero Lilita, ¡es poco serio lo que estás pidiéndome! ¡Aparte estamos denunciando lavado de
dinero!...
Carrió le dijo que tenía pruebas sobre las cuentas en Suiza de Menem, Ramón Hernández,
Mulford y Cavallo, y la diputada santacruceña le reiteró su advertencia sobre la operación de la
que estaban siendo víctimas. Se cruzaron feo; Cristina aseguraba que ella podía caer en la trampa
que significaba tirar nombres y citas equivocadas que podrían impugnar el informe. Su antagonista
le replicó que la estaba tomando por “boluda” y que le estaba boicoteando el informe...
Carrió diría más tarde que Cristina no había tenido tiempo de leer el informe porque tardaba
mucho en maquillarse... Incluso, a partir de entonces Lilita comenzó a llamarla “la hermanastra de
Cenicienta”, cosa que -en honor a la verdad- Cristina se tomaba con humor.
Al día siguiente, el mismo viernes de la presentación del informe, Carrió hizo un último intento
por sumar las firmas de sus compañeros de comisión. La reunión fue esta vez en las oficinas de la
avenida Entre Ríos, pero ni Pernasetti ni Caviglia fueron a ese último encuentro, en el que Cristina
sumó más argumentos a sus observaciones. Es que se había enterado de que el fin de semana
anterior algunos integrantes de esa comisión habían participado de un encuentro con un
funcionario suizo que había llegado luego de que Carrió, Gutiérrez y Ocaña viajaran a Suiza.
“Si durante el gobierno justicialista hubiera ocurrido esto, ¿qué hubieras hecho? ¿No habrías
puesto el grito en el cielo? Esto no se hace, Lilita, no se hace. ¡Nosotros fuimos leales con vos!”, le
gritó.
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Margarita Stolbizer, en tanto, acababa de enterarse a través de su asesora de prensa de que se
estaba juntando gente en Pasos Perdidos que aguardaba la conferencia de prensa. Ahí estalló la
diputada radical, afirmando que se trataba de una traición y de que estaban preparando un acto
político. “¡Nos utilizaste para lanzar tu candidatura!”, le enrostró indignada.
Fue todo a los gritos, y quienes estaban fuera escuchaban todo a través de las finas paredes que
sólo impedían ver las imágenes de quienes allí adentro confrontaban.
La noche anterior, Carlos Soria había mostrado cierta predisposición a firmar el informe, tal vez
más atento a las encuestas que a los razonamientos de una y otra parte. Le había confesado a
Kirchner sus temores por enfrentar nada menos que a la dirigente con mejor imagen de la Capital y
tal vez del país. Al final, terminó haciendo causa común con Cristina, más arrastrado por esta que
convencido, porque estuvo a un tris de firmar.
¿Cómo enfrentar a Carrió, por entonces la fiscal de la República? Un mínimo instinto de
supervivencia lo inclinaba a no enfrentarla, pero terminó arrastrado por el torbellino Kirchner,
quien le espetaba en tanto a la chaqueña: “Jamás firmé nada a libro cerrado y esta no va a ser la
primera vez que lo haga”.
A Lilita le cayeron algunas lágrimas de indignación y acusó a Cristina de sólo pretender figurar.
- Yo no le firmo sin leer a nadie, ni a mi marido... ¿Cómo te voy a firmar eso a vos? -insistía
Cristina-. Dame el fin de semana al menos.
- ¡Tiene que ser hoy!
- Hagámoslo el lunes, el martes.
- No, tiene que ser hoy. Va a haber filtraciones el fin de semana...
La gente de Carrió afirmaba entonces, y lo seguiría asegurando en el futuro, que era tal la urgencia
que cualquier cosa que hubiera dilatado la presentación del informe implicaría filtración de la
información.
“Había mucha gente trabajando en esto y las operaciones eran terribles, porque estábamos
tocando posiblemente los cayos más sensibles del mundo, no solamente de la Argentina”, sostiene
Gustavo Gutiérrez, quien confiesa que le costó firmar algunos despachos por su propia formación
en un partido provincial (el Demócrata de Mendoza) que tiene una actitud conservadora frente al
ordenamiento de la toma de decisiones de la cosa pública y respeta las formas. “Pero de ninguna
manera admito que por una cuestión de forma uno esté explicando que no firmó; me parece que
como excusa es sumamente sospechosa”, señala.
Otros miembros de la comisión se plegaron a la idea de tomarse el fin de semana para estudiar el
informe, pero Carrió insistió en su postura. El vocero de Cristina llegó en tanto con datos de lo que
acababa de ver en Pasos Perdidos: había Madres de Plaza de Mayo, el padre Farinello, Laura
Guinsberg de Memoria Activa, gente con bombos que cantaba: “Si la tiran a Carrió al bombo/va a
haber quilombo...”. Era un nuevo elemento para agregar a la pelea y Cristina se lo echó en cara a
Carrió.
Allí y así terminaron las relaciones entre ambas. Elisa Carrió firmó un despacho con José Vitar
-quien lo hizo luego de consultarlo a Chacho Alvarez-, Graciela Ocaña y Gustavo Gutiérrez. Al
justificar la ausencia del resto de las firmas, Elisa Carrió sostuvo que los radicales y peronistas que
no habían suscripto el informe habían actuado así por temor y que más adelante volverían y
firmarían.
Cristina le respondió a través de los medios que jamás firmaba algo a libro cerrado y que “la
única vez que tuve miedo fue cuando estuve presa durante la dictadura”. Aunque, como se ha
dicho, no hay datos de que Cristina haya estado detenida alguna vez, pero esa es otra cuestión.
“Fui testigo de esa pelea y me dolió mucho, porque considero que son dos personas muy
valiosas y que un dictamen común hubiera ayudado a fortalecer la investigación. Lamenté mucho
que Cristina y Lilita no se pusieran de acuerdo en firmar un dictamen común”, sostiene Mario
Cafiero, convencido de que todo lo que se analizó fue hecho con la mayor responsabilidad y
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seriamente.
- ¿A qué le atribuye las diferencias?
- Y, son personalidades muy fuertes, con caracteres a veces muy difíciles. Son mujeres con una
gran capacidad y decisión, y ninguna quiso torcer un poquito el brazo. Lamentablemente eso
terminó en una ruptura.
Daniel Scioli elaboró su propio dictamen y los radicales Pernasetti y Stolbizer hicieron otro
informe. Cristina Kirchner, que firmó un dictamen junto con Soria y Caviglia, le replicó a Carrió
en una conferencia de prensa realizada el lunes siguiente de la presentación del primer preinforme.
Allí dijo que el intento de apurar la elaboración del informe preliminar había sido “una actitud de
verdadera descortesía, ya que el texto de 1.500 páginas se giró una hora antes de su presentación al
resto de los diputados de la Comisión para que lo suscribiéramos”.
Al enumerar sus cuestionamientos, Cristina señaló una contradicción entre Gustavo Gutiérrez y
la diputada Carrió, porque “ésta involucró a Cavallo y al jefe de Gabinete, Chrystian Colombo, en
operaciones de lavado, pero después el diputado mendocino aseguró que estos funcionarios del
gobierno no tienen relación directa con maniobras de lavado”.
Comentó también que en un capítulo era nombrada Ana Mosso como accionista de la financiera
Magitour que, según el informe, habría estado involucrada en las operaciones de narcotráfico
conocidas como Chimborazo y Transafec. Pero “sugestivamente en el informe no figura el
compañero partidario de Gutiérrez, el diputado demócrata Carlos Balter, que era síndico de esa
misma empresa”.
Como réplica, Gutiérrez asegura que esa fue “una de las picardías que puso Fernández de
Kirchner”, quien a su juicio no le estaba pegando con ello a Balter, sino a Ana María Mosso,
relacionada con el menemismo. “Su enfrentamiento con el menemismo o su rivalidad con Carrió
no han sido razonables para entorpecer una investigación, y además se demostró que era
equivocado lo que estaba diciendo -señaló-. Tanto es así que el que tiró esto como un escándalo
fue un programa de investigación y ante demandas que le hicieron tanto Mosso como Balter no
sólo tuvieron que retractarse, sino también indemnizar a la ex diputada por difundir esta teoría
incierta de Cristina”.
Otra contradicción citada fue respecto a la jueza Servini de Cubría. Carrió y Gutiérrez, dijo
Kirchner, habían sostenido en el Senado norteamericano que la citada magistrada no habría
colaborado en la investigación judicial sobre operaciones sospechosas del BCCI, mientras que en
la conferencia de prensa del viernes anterior habían destacado en cambio la “actitud de
colaboración” de Servini de Cubría en la investigación de la Comisión.
“Carrió utilizó aquella presentación como plataforma de lanzamiento de su partido político,
porque en ese momento anunció la creación del ARI. Ella utilizó el trabajo que todos habíamos
hecho -sigue quejándose Margarita Stolbizer-. Hizo como propia la presentación de un trabajo que
todos habíamos hecho. Por eso se desbarató todo, ya que no había ni siquiera voluntad común de
seguir; se siguió a las cansadas, pero cuando se llegó al final, cada uno presentó un informe por
separado”.
Ya como interventora del PAMI y en consecuencia cercana al gobierno de Néstor Kirchner -y
por cierto distanciada de Carrió-, Graciela Ocaña trató de no ser tan crítica a la hora de evaluar lo
actuado por la Comisión Antilavado.
- Fue muy bueno, porque permitió establecer cómo, a través de un sistema financiero paralelo,
se fugaban capitales oscuros en nuestro país, sin pasar por los mecanismos legales establecidos.
- ¿Qué resultados considera que se lograron?
- El inicio de varias causas judiciales, como la del Banco General de Negocios, que hoy tiene a
su vicepresidente preso y al presidente prófugo. Otra importante causa es la del Banco Velox, que
también tiene a sus directivos presos.
- ¿Cuál es su impresión de la pelea que tuvieron Cristina Kirchner y Elisa Carrió?
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- Sentí mucho en ese momento que no se hubiera podido llegar a un acuerdo para firmar un
dictamen de consenso de la mayoría de la Comisión. En su momento, eso tuvo que ver con los
diferentes tiempos de cada una de ellas. Elisa quería presentar ese informe ese día, porque decía
que sino todo se diluía, y Cristina quería leer todo antes de firmar nada. Ambas tenían derecho a
pedir lo que pedían. Pero el informe final fue muy consistente y abrió el camino para que un
montón de temas se empiecen a discutir en nuestro país.
En el futuro, todos firmarían las conclusiones y recomendaciones que la comisión elevaba a la
Cámara, que nunca trató ese informe. Era fines de 2001 y el país estaba a punto de estallar por los
aires.
Aun no habiendo sido miembro designado, sino colaborador de la Comisión, el diputado
Cafiero resalta que la misma pudo comprobar vinculaciones con casos de narcotráfico, lavado de
dinero en bancos, pago de comisiones en el caso de las empresas telefónicas, el caso armas y hasta
el involucramiento de un banco nacional en las operaciones de lavado. “Hubo un seguimiento
importante y conocimiento de cómo eran los mecanismos financieros y bancarios. Todo esto
evidentemente provocó una gran reacción por parte del establishment financiero, de los medios de
comunicación relacionados con este establishment, y se quiso denostar la tarea de la Comisión
diciendo que no había pruebas. Lamentablemente nuestra tarea no es llevar adelante el trámite
judicial; sólo somos legisladores, podemos investigar hasta un momento y luego los jueces deben
continuar con esa tarea”, remarcó.
Desde la vereda de enfrente de Cristina Kirchner, algunas fuentes consultadas para este trabajo
fueron más lejos en las críticas, y hablan de cierta intencionalidad para que no se revisara con
detenimiento una segunda tanda de cajas con información sobre transacciones realizadas con los
bancos en las Islas Caymán. Citan una reunión realizada en el departamento de Elisa Carrió en la
que un viejo enemigo político de los Kirchner en Santa Cruz habría dado supuesta información
sobre el destino de una parte de los intereses del dinero de la provincia depositado en cuentas de
Estados Unidos, lo cual justificaría el interés por obviar esa segunda tanda de cajas. Empero, esa
línea investigativa no se siguió nunca, ni Carrió la planteó jamás públicamente.
Allegados a Cristina Fernández de Kirchner admiten que ambas mujeres tenían un
personalismo muy fuerte y siempre se disputaron el protagonismo. Pero aseguran que “si Elisa
Carrió hubiera hecho un buen trabajo, Cristina la hubiese bancado a muerte. Ella piensa que con la
Comisión Antilavado se perdió una oportunidad histórica”. Y la serie de advertencias que se cansó
de darle a la chaqueña demostraría que no le había querido jugar en contra.
Cristina ha argumentado su postura contraria a la metodología utilizada por Elisa Carrió en la
Comisión diciendo que “la contracara perfecta de la investigación es el escándalo, y la mejor
contribución que podemos hacerle al país es una investigación en serio, profunda y sin utilización
partidaria de la misma”.
“Nunca trabajó para cagarla; en realidad, el desastre que terminó siendo Lilita fue lo que llevó a
Cristina a tener una oposición tan fuerte”, señala un allegado a la primera dama sin pelos en la
lengua.
Contra este razonamiento, el diputado Gustavo Gutiérrez sostiene en cambio que Fernández de
Kirchner “es una persona que hace imposible el trabajo en grupo, que no tiene ninguna posibilidad
de funcionar con pares en un proceso de investigación donde había que tener una gran
responsabilidad, pero también una gran tolerancia y sentido de la distribución del trabajo, a los
efectos de conocer la verdad”.
No obstante sus críticas -en algún momento Gutiérrez tuvo que pedirle disculpas por escrito-,
rescata que la santacruceña obtuvo en su trabajo de minoría conclusiones tan importantes como
interesantes. “Su trabajo me parece que individualmente fue muy serio, por lo tanto mi crítica es
en el sentido de lo que se pudo conseguir -aclaró-. Creo que lo que ella obtuvo fue muy
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importante, pero considero que si hubiéramos trabajado con un poco más de armonía hubiéramos
conseguido más todavía”.
Aún molesto con Kirchner, Gutiérrez reconoce que el informe de la santacruceña, Soria y
Caviglia contenía un elemento que el de ellos no incluía: el que indicaba que el juez de la Corte
Suprema Enrique Petracchi había tenido un depósito en una cuenta del Citibank en Estados
Unidos, puesto a través del Federal Bank, uno de los bancos investigados por las operaciones de
lavado de dinero. Gutiérrez no da puntada sin hilo: alude al hecho de que esa eventual
irregularidad fue dejada de lado cuando Petracchi se convirtió en titular del Tribunal Supremo,
siendo ya Kirchner presidente, y se desechó promoverle un juicio político.
Respecto a las conclusiones de la investigación que le tocó a Cristina Kirchner y su equipo, se
determinó sobre el Cartel de Juárez una nula existencia de controles. “El primer mexicano que
viene, compra los campos en la primer inmobiliaria que ve, que es la que está en la esquina donde
estaba el Hyatt. Nadie le pidió nada, nadie sospechó nada... -advirtió un asesor de la senadora-. Un
tipo llega y compra campos sin verlos, al contado. Es todo muy extraño y todo se hace
tranquilamente”.
Amén de la falta de controles, también fue sencillo notar una falta de seguimiento en la quiebra
de varias empresas.
En cuanto a la causa armas, que también analizó el equipo de Cristina, aparece en el expediente
una operatoria que se repite constantemente en relación a la radicación de empresas fantasmas en
Uruguay. Domicilios que se repiten, nombres de integrantes de directorios que también se
reiteran... Muchas de esas empresas ligadas al ex interventor de Fabricaciones Militares Luis
Sarlenga, y a otros personajes que fueron entrando y saliendo del entorno del entonces presidente
Carlos Menem.
“Se trataba de personajes no necesariamente conocidos, por lo general abogados que por
algunas otras denuncias que luego la senadora Kirchner fue juntando de otras causas se repetían y
podían ser posibles testaferros”, apuntó uno de los que colaboró en la investigación.
Respecto del tema armas, Cristina tenía una opinión formada que la investigación no hizo más
que confirmarle; en cambio, respecto al Cartel de Juárez, sus conocimientos previos eran menores
y, según confiaron allegados a la legisladora, le prestó mucha atención al libro Ojos vendados:
Estados Unidos y el negocio de la corrupción en América Latina. Se trata de un trabajo de Andrés
Oppenheimer que pone la lupa sobre los escándalos de corrupción que involucraron a conocidas
empresas multinacionales -como Citibank e IBM- y al gobierno de Estados Unidos en casos que
sacudieron a varios países latinoamericanos.
“Allí se pone el ojo en la CIA como facilitadora de las operaciones de lavado. Ella se basó
bastante en eso”, contó una fuente consultada, que comentó también que Kirchner siguió
atentamente a un abogado y policía mexicano llamado Juan Ponce Edmonson, que fue a declarar a
la Comisión de Lavado. El sujeto había estado a cargo de la Interpol de México y para entonces se
dedicaba a asesorar gobiernos. Según se sabe, Cristina prestó atención a lo declarado por
Edmonson, aunque tomó resguardos, por cuanto le parecía encontrar “mucha fabulación” en el
caso.
Sí en cambio tomó como muy seria la investigación del juez federal Rodolfo Canicoba Corral.
“Si bien a Edmonson lo escuchó con mucha atención, cuando contrastó su declaración con la
causa, lo que aparece es que el tipo no parecía contribuir a la misma, sino que iba adelantándose a
la investigación del juzgado, avivando giles, extorsionándolos. De esta manera es que parecía estar
actuando el tipo”, destacó el asesor de Cristina basándose en confidencias del secretario del juez
Canicoba. Anoticiada de ello, Cristina comenzó a tener más cuidado con los dichos del mexicano.
Como en toda esta investigación del lavado de dinero, siempre hay por lo menos dos campanas.
El caso Edmonson es otro claro ejemplo, pues otras fuentes consultadas, vinculadas en este caso al
sector cercano a Carrió, aseguran que el mexicano aportó importantísima documentación sobre el
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tema, y en cambio critican al juez Canicoba Corral por no haber avanzado ni tomado en serio la
investigación.
La investigación de este mexicano está contada en el libro Ojos vendados, donde se cuenta que
el señor Carrillo Fuentes, conocido como el señor de los cielos, porque es el que inventa una
nueva logística de introducción de la droga en Estados Unidos, sustituyendo a la mulita y el
transporte en pequeñas avionetas por grandes cargamentos en Boeing, era el que manejaba el
Cartel de Juárez en México. Como era seguido de cerca, toma la decisión de cambiar su apariencia
física, para lo que se hace una cirugía estética en una clínica en el Distrito Federal de México, pero
muere en la operación. A los pocos días, sospechosamente los médicos que lo operaron también
mueren. Entonces los hijos deciden levantar todo lo que tenían en México y tratan de blanquear
dinero con inversiones en Sudamérica.
Lo primero que hacen es llegar a Chile y bajo recomendaciones del Citibank empiezan a
comprar propiedades en ese país. Son también los que compraron en Argentina campos en la
inmobiliaria de la esquina del Hyatt, según detallábamos más arriba. Lo que se cuenta en el libro
es cómo Ponce Edmonson, un investigador de una gran sagacidad, encuentra las inversiones de los
hijos de Carrillo Fuentes en Chile. Lo hace a partir de que sabía que las treinta casas que había
allanado en México contaban con mesa de billar, porque como tenían dificultades para mostrarse
en público tenían largas veladas de billar.
Entonces, cuando llegó a Santiago, sabiendo además que el Citibank les había permitido abrir
cuentas para comprar propiedades allá, Edmonson fue ver a un fabricante de mesas de billar,
haciéndose pasar por un empresario mexicano que iba a radicarse en Chile y al que le gustaba el
billar. El fabricante le contó entonces que les había vendido mesas de billar recientemente a unos
mexicanos, y así, por las mesas de billar, logran dar con las propiedades en México.
Esto está escrito en el libro, no así lo que sucedió en Argentina. Ponce Edmonson llegó al país y
por supuesto fue a la SIDE para entrevistarse con Hugo Anzorreguy, quien le aclaró que no iba a
colaborar con él porque ya lo estaba haciendo con Estados Unidos. Tengamos en cuenta que esta
fue una pelea muy fuerte entre México y los Estados Unidos, porque ambos se obstruían
mutuamente las investigaciones con el Citibank en el medio.
Acá había una disputa de quién investigaba a quién, porque los Estados Unidos habían
infiltrado al Cartel de Juárez para que pudieran hacer operaciones por bancos americanos. Estaba
todo mezclado: los buenos con los malos, o los malos con los malos. Luego de esto, Ponce
Edmonson se va a la Policía Federal, porque por convenio con la Interpol, ese organismo debía
colaborar con él. Dado que había detectado que los hijos de Carrillo Fuentes estaban en el Hyatt,
pide autorización judicial -ahí la causa cae a manos del juez Canicoba Corral- para pinchar los
teléfonos a fin de detectar dónde están haciendo las inversiones para repatriar ese dinero a México.
Consideran que están alojados en la parte vieja del hotel, donde están las habitaciones más
caras y detectan que, desde el teléfono donde supuestamente estaban los hijos de Carrillo Fuentes,
se llamaba todos los días a un lugar y por la periodicidad de los llamados deducen que esa debía
ser la base de operaciones.
El error se produce porque a los hijos de Carrillo Fuentes no les había gustado la habitación en
el sector más caro y habían pasado a la parte nueva del Hyatt; por lo tanto, el teléfono que habían
intervenido había sido utilizado por otra gente.
Un día, previo a descubrir esto y con autorización del juez, deciden allanar la supuesta base de
operaciones. Cuando caen Ponce Edmonson, el oficial de Justicia y la Policía Federal para allanar
el lugar aparecen en un boliche gay. Y salió el encargado y dijo: “No nos joroben que esto está
arreglado con la policía y el juez...”
El boliche en cuestión se llamaba Espartacus y el magistrado era Norberto Oyarbide, quien fue
sometido a juicio político por el escándalo vinculado con la supuesta protección que se le daba al
lugar.
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Volviendo a Ponce Edmonson, este dijo haber dejado todos los elementos de la investigación
que detallaban cómo se estaban haciendo las inversiones, pero según Gustavo Gutiérrez, la Justicia
no actuó correctamente y dejó dormir esa línea de investigación.
Quienes firmaron el controvertido preinforme que desató la tempestad siguen convencidos de
que un despacho único hubiera fortalecido la investigación y hubiera ayudado un poco más,
porque no hubiera dividido esfuerzos.
Casi tres años después de esos episodios, cuando la situación judicial del ex presidente Menem
comenzó a ponerse más complicada, Elisa Carrió volvió a los tribunales para declarar contra el ex
mandatario, oportunidad en la que buscó reivindicar el papel de la Comisión Antilavado que ella
había dirigido. “Luego del 10 de octubre de 2001, nos confirmaron la presencia de cuentas de
Menem y después de Ramón Hernández en Suiza. Curiosamente, los que nos trataban de locos y
mentirosos en aquella época ahora están presurosos por conseguir los detalles de la existencia de
aquellas cuentas”.
Reconoció, eso sí, que muchos de los datos que entonces le llegaban eran incorrectos, pero
destacó con respecto a las cuentas bancarias cuyos fondos fueron inmovilizados en Suiza que
“evidentemente el lugar del depósito era el correcto, aunque no se correspondían los bancos y los
números de cuenta. En esos días era muy difícil discernir la información verdadera de la falsa,
sobre todo porque el gobierno nacional estaba en contra de la investigación. Ese tipo de errores en
los que caímos eran típicos de algunas operaciones de contrainteligencia de las que fui víctima”.
Sin embargo, el paso del tiempo no alcanza a apaciguar el sabor amargo que les quedó a
quienes integraron esa comisión, cuya crítica más fuerte partió precisamente de Cristina Kirchner,
Carlos Soria y Franco Caviglia, quienes al presentar su propio informe advirtieron, lapidarios: “El
balance final de la Comisión no resulta demasiado alentador, porque la existencia de cuatro
informes -todos en minoría- en una comisión que sólo cuenta con diez integrantes y cuyo objeto
era investigar hechos ilícitos, revela de manera inocultable un fracaso institucional”.
Capítulo VII
Menem, el enemigo
Con su hija adolescente delante, custodiando el bastón presidencial; junto a su esposo al que
sentía haber ayudado como nadie para llegar al poder, Cristina caminó sus primeros pasos en el
interior de la Casa Rosada como primera dama formal de los argentinos. Vio a Florencia sentarse
en el sillón presidencial y luego lo vio a Néstor y ahí recordó la anécdota que éste protagonizara
con quien sería su eterno rival político y al que acababan -nótese el uso del plural- de derrotar, sino
en las urnas, políticamente.
No había estado ella presente cuando su esposo, durante un encuentro con Carlos Menem en
ese mismo espacio en tiempos en los que todavía mantenían una relación cordial, él dio curso a sus
arrebatos adolescentes a los que de vez en cuando le gusta echar mano, y se sentó en el sillón
presidencial. El primer mandatario había salido por un instante y al regresar lo vio al santacruceño
muy cómodo, sentado ahí, con los ojos fijos en el ventanal que daba a la Plaza de Mayo.
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“Quería probarla para cuando me toque”, se justificó Kirchner, con una sonrisa traviesa.
Menem, con el gesto adusto, adelantó el paso para reemplazarlo y emitió un comentario del que
sólo ellos fueron testigos, pero que ninguno de los dos refresca. Uno, porque le alcanza con que la
anécdota termine ahí, y el otro porque ni quiere acordarse de los tiempos en que tenía trato con
Kirchner.
Cuando Cristina conoció de boca de su esposo lo sucedido se rió con ganas y sólo comentó: “Te
va a hacer la cruz”, aunque en realidad no albergaba ese temor. En rigor, ella y él bien sabían que
quien debía cuidarse era el riojano, al que en un futuro cercano desafiarían cara a cara.
Hay quienes sostienen que, desde entonces, Carlos Menem puso a Kirchner en la lista de los
indeseables, aunque no fue así. Por menos que le haya gustado la broma del gobernador, el
entonces presidente no manejaba sus odios con esos parámetros. Néstor Kirchner, en tanto, no
había querido mojarle la oreja al mandatario; el hecho quedaría anotado en su libreta de profecías,
aquella en la que había transcripto su convicción de llegar a la gobernación y en la que un día
había calculado en 20 años el tiempo que tardaría en ser presidente.
Pero por entonces el gobierno de Santa Cruz mantenía una relación normal con el poder central,
que en 1993 dio vía libre al dinero que se convertiría en un respaldo clave para las aspiraciones del
entonces gobernador patagónico.
El origen de ese dinero merece ser detallado. En noviembre de 1992, cuando nadie lo esperaba,
la Nación les dio la razón a las provincias petroleras que habían iniciado un juicio por regalías
petroleras, con lo cual Santa Cruz vio súbitamente solucionada sus estrecheces económicas. De la
noche a la mañana, la administración Kirchner, que apenas podía pagar los sueldos, le dijo adiós a
las penurias económicas. No fueron billetes los que recibieron, sino bonos para la compra de
acciones de YPF. La liquidación fue por 670 millones de pesos/dólares, pero al descontárseles
deudas que la provincia tenía les quedaron 555 millones en títulos.
Como el total de los papeles no se podía canjear por acciones, el gobierno provincial vendió
una parte y cambió otra por bonos previsionales. La operación fue un éxito, por cuanto para 1995
el tesoro provincial tenía 278 millones de pesos, que equivalían nada menos que a un tercio del
presupuesto anual de Santa Cruz.
Fue ahí cuando el gobernador Kirchner tomó la decisión que desataría una polémica: con el
dólar a un peso, transformó esos fondos en moneda norteamericana y abrió una cuenta en Nueva
York para depositarlos en la Reserva Federal a una tasa del 11% anual. Pero el negocio sería aún
más fructífero, por cuanto en junio de 1999 Repsol decidió salir a comprar todas las acciones que
no estaban en su poder, con lo cual la provincia le vendió a la empresa española el resto que les
quedaba, recibiendo a cambio 44,60 dólares por cada papel que habían tomado a 19 pesos.
Ganaron otros 256 millones de dólares que depositaron en la Reserva Federal, para indignación de
Domingo Cavallo, de cuyas pelea con Néstor Kirchner ya hablaremos en detalle.
En tren de reproches, la oposición provincial le endilgó siempre a Kirchner el supuesto pecado
de haber mandado el dinero afuera y, sobre todo, la poca transparencia que los opositores le
adjudicaron a esas decisiones dispuestas en la intimidad de la mesa chica en la que siempre
Kirchner tomaba sus decisiones, y en la que siempre la voz de Cristina se hizo escuchar. Como
respuesta a las críticas, las autoridades santacruceñas remarcaron que tenían los sueldos al día, que
no tenían déficit fiscal y que el sistema de educación y salud funcionaba a pleno.
De la Reserva Federal de los Estados Unidos el dinero fue trasladado a la Unión de Bancos
Suizos y el Morgan Stanley Dean Witter del principado de Luxemburgo, y los pingüinos
kirchneristas enfatizan que lo que hicieron fue un buen negocio que al finalizar la gobernación de
Kirchner le dejaba a la provincia un interés anual de entre el 1,3 y el 1,5%, y que constituía un
fondo de emergencia para Santa Cruz.
“Nos critican porque tenemos dinero en el exterior; la buena noticia es que lo tenemos”, dijo
como réplica Héctor Icazuriaga durante su breve paso por la gobernación al suceder a Kirchner,
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poniendo como ejemplo lo sucedido con Adolfo Rodríguez Saá, que optó por poner el dinero de
San Luis en el Banco Nación, siendo víctima del corralito que le incautó el dinero como a millones
de argentinos.
Esta explicación vale para graficar el fenomenal respaldo con el que contó Néstor Kirchner para
desarrollar un proyecto que incluía la decisión de confrontar con el poder central, cosa que expuso
públicamente en la Convención Constituyente en 1994 y luego en el Parlamento nacional a través
de Cristina Fernández, a partir de 1995. En el ínterin, las boletas santacruceñas a través de las
cuales Néstor Kirchner accedió a su segundo período de gobernador llevaban al tope a la fórmula
Menem-Ruckauf para la presidencia.
La guerra Duhalde-Menem
Está dicho que la aversión de los Kirchner hacia Menem no es de toda la vida. Hubo un tiempo
en que la relación fue -sino fluida- buena, hasta cordial. Ex compañeros/as de Cristina de sus
tiempos de diputada recuerdan frases completas de la santacruceña exaltando los aciertos y errores
del riojano, en un contrapeso en el que lo primero aventajaba a lo segundo. El propio Néstor
Kirchner rescató parte de la gestión menemista aun cuando ya llevaba años peleándolo.
“Tuvo aciertos importantes como consolidar la estabilidad económica y pagar viejas deudas a
las provincias -dijo-. Pero en cambio fueron lamentables la corrupción y la idea del pensamiento
único”, sopesó.
Ya cuando la victoria final había asistido al santacruceño y la derrota definitiva del ex
presidente estaba signada por cuestiones cronológicas, Cristina se permitía humoradas en torno al
riojano, como cuando al asistir como primera dama en 2004 al rompimiento del Glaciar Perito
Moreno dijo: “Menem vino después de la última ruptura del 88 y el glaciar no rompió más”. O
cuando Mirtha Legrand les sugirió a los Kirchner hacer un almuerzo en Chapadmalal, donde
alguna vez ella había hecho un programa con Menem, y Cristina sugirió prestamente: “vamos a
exorcizarlo entonces”.
La magia menemista comenzó a desvanecerse ni bien su mentor logró la reelección y priorizó la
idea de perpetuarse en el poder por sobre las necesidades reales del país. Desatando así una interna
despiadada en el peronismo, en la que confrontó con quien fuera su primer vicepresidente,
Eduardo Duhalde, y ahora albergaba para sí el deseo de convertirse en el heredero natural del
poder.
Para 1997, la guerra era abierta y se desarrollaba a través de las fuerzas de cada contendor,
manteniendo al margen a sus máximos representantes, cuestión de guardar las formas. El terreno
en el que más claramente se podían contemplar esas batallas era el Congreso, donde el
kirchnerismo no podía ser incluido como parte del duhaldismo, sino que era un aliado táctico e
independiente.
El menemismo se negaba a reconocer a Eduardo Duhalde como candidato natural del PJ y el
entonces gobernador bonaerense intentaba a su vez diferenciarse cada vez más del primer
mandatario, por cuanto a su juicio la bandera de la estabilidad ya no alcanzaba para cumplir su
deseo de ocupar el sillón de Rivadavia.
El senador Jorge Yoma, que en un futuro todavía lejano se convertiría en soldado del
kirchnerismo en el Senado, pero que de momento integraba las huestes del bloque justicialista que
confrontaba con la rebelde Cristina, hacía por entonces honor a su condición de riojano oficialista
y presentaba a principios del 97 el proyecto para reglamentar la Consulta Popular, que si bien era
una de las leyes pendientes de la reforma constitucional, en la práctica significaba un intento por
habilitar subrepticiamente una nueva reelección de Carlos Menem. No sería esa la única muestra
de fidelidad menemista del senador Yoma, ya que en 1998, cuando finalmente Menem se resignó a
renunciar a la re-reelección, puso su banca del Senado a disposición del entonces primer
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mandatario, y en algún momento incluso hasta llegó a sugerir el nombre de Eduardo Menem para
suceder a su hermano en la presidencia. Tiempo después se convertiría en acérrimo opositor a los
Menem, pero esa ya es otra cuestión. De momento, lo suyo pasaba por la consulta popular y la
sugerencia había sido suficiente para que los diputados alineados con el gobernador bonaerense
pusieran el grito en el cielo y hasta amenazaran con romper el bloque si Yoma insistía con su
propuesta.
Tal fue el grado de tensión alcanzada a principios de 1997 que en pleno período extraordinario
se paralizó la labor legislativa y ninguna de las leyes que le urgían al PEN -Aeropuertos, Hielos
Continentales y privatización del Correo, entre otras- pudieron ser aprobadas.
El proyecto de la discordia había sido firmado por Yoma y tenía la adhesión de Eduardo Bauzá,
José Figueroa, Deolindo Bittel, Angel Pardo, Alberto Tell, Omar Vaquir, Emilio Cantarero,
Horacio Salazar, Julio Miranda, Olijela del Valle Rivas, José Luis Gioja, Carlos Manfredotti y
César MacKarthy, y no sólo alentaba reglamentar la Consulta Popular, sino también incluía la rereelección presidencial dentro de los temas a ser sometidos a la votación de los ciudadanos. Dos
que no se sumaron a esa movida fueron nada menos que Augusto Alasino y el propio hermano del
Presidente, Eduardo Menem, quienes preferían mantener las formas. No por nada uno había
presidido el bloque justicialista de los constituyentes y el otro la propia Convención; así las cosas,
esgrimieron la posición tomada inmediatamente después de la reforma constitucional del 94, que
sostenía que una nueva modificación sólo podía hacerse por el mecanismo que prevé el artículo 30
de la Carta Magna.
Las posturas claras de Cristina Kirchner, su alto perfil mediático alcanzado, la campaña sobre
Hielos Continentales y sus posiciones adversas al gobierno le valieron en las postrimerías de su
mandato como senadora un reconocimiento de sus pares, que la distinguieron en 1997 -el año que
fue separada del bloque justicialista del Senado- con el Premio Parlamentario que anualmente se
entrega a los legisladores más laboriosos de cada Cámara. El justicialismo acababa de perder el 26
de octubre de ese año las elecciones con la Alianza y el duhaldismo en particular había recibido un
fuerte revés en la propia provincia de Buenos Aires.
La senadora Fernández tomó ese resultado como una ratificación de las críticas que desde Santa
Cruz elevaban contra el modelo implantado por el menemismo. Con el premio a la mejor
legisladora en las manos no dejaría pasar la oportunidad para opinar del resultado electoral. “Creo
que después del 26 de octubre se ha abierto un espacio de reflexión dentro del peronismo que
algunos llevan adelante con mayor ahínco y otros queriendo ignorar las cosas que pasaron. Pero en
definitiva, el proceso de discusión y debate es indetenible.
- ¿Se plebiscitó la gestión menemista el 26 de octubre?
- Creo que estuvieron en juego valores que no se cotizan en Bolsa, que están más allá de la
economía, de los problemas concretos como la desocupación, y que tienen que ver con la
transparencia y la ética. La gente lo demandó en forma muy clara y concreta y desde el gobierno
no se supo interpretar correctamente. En definitiva, hubo un plebiscito a una forma o un estilo de
gobernar con el cual la gente no está de acuerdo. Es necesario profundizar el debate. Me espantan
esos dirigentes que creen que si tienen a todo el mundo callado es signo de tranquilidad. Yo creo
que eso es signo de decadencia. Se puede estar frente a una crisis -como toda derrota electoral
provoca-, de discusión, de debate, pero que puede ser autocrítica y no necesariamente terminar
mal. Tengo mucho temor de que algunos quieran imponer una visión decadente en la cual
protestar, discutir, debatir y disentir sea visto como un signo de debilidad.
- A partir del menemismo, ¿existe una crisis de identidad dentro del peronismo?
- No lo veo como una crisis de identidad. Mi crítica fundamental al menemismo es cómo se
planta frente a los cambios en el mundo. Uno puede hacerlo aceptando que los tiempos han
cambiado, que se deben variar los instrumentos, pero siempre el objetivo debe ser el mismo:
mejorar la calidad de vida de la gente. El peronismo siempre se caracterizó por una movilidad
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social, y el problema es que el menemismo no se plantó frente a la transformación con la
comprensión y la adaptación a los cambios, sino con la fe del converso. Entonces, de un Estado de
bienestar muy fuerte, que en definitiva se construyó en la etapa peronista, se pasó a las antípodas, a
que el mercado todo lo soluciona. Nosotros creemos que esto no es así, pero no desde la ideología,
sino desde la experiencia concreta de gestión de gobierno en la provincia de Santa Cruz. A mi
criterio, debería haberse construido un Estado diferente y no hacerlo desaparecer como sucedió.
- ¿Hay peronismo para rato?
- Eso es algo que si no definen a tiempo los dirigentes, lo va a definir la gente. Las cosas que no
supieron definir los dirigentes terminaron con un 26 de octubre. Ya nos pasó en el 83, cuando
fuimos a elecciones sin haber saldado una discusión pendiente, con una dirigencia que no había
sido renovada y que tenía grandes responsabilidades en lo que había sucedido en la década
anterior. La gente pasa por encima de las estructuras y de los acuerdos. Va a depender, entonces,
de que los dirigentes puedan generar las condiciones para que se genere el debate y la discusión.
- ¿Quién es el candidato natural del justicialismo para el 99?
- Candidato natural es el príncipe Felipe de Asturias. En política no existen los candidatos
naturales.
Cristina recibiría el premio a la mejor senadora de 1997 en una ceremonia realizada a principios
del año siguiente en el Salón de Pasos Perdidos, constituyendo la primera vez que uno de esos
galardones otorgados por la revista Parlamentario era recibido por una mujer. Los dos años
anteriores el ganador en el Senado había sido el veterano Antonio Cafiero, quien en esa
oportunidad quedó en segundo lugar, y al recibir su galardón dio un discurso con permanentes
alusiones a la zaga reeleccionista que a nivel nacional se percibía en el ambiente. En tono de
humor y con su clásica oratoria, Cafiero recordó que había recibido el máximo premio en 1995 y
entonces se había propuesto ir por la reelección, para lo cual había contratado “los servicios de un
maestro que me instruyó teórica y prácticamente, me dio clases, ejemplos y gracias a él pude
conseguir mi primera reelección en 1996. Me aprestaba yo, por consejo de mi maestro a una
segunda reelección -continuó-, cuando las autoridades me dijeron que no, que si bien no había una
Constitución escrita, no era muy satisfactorio que un mismo legislador sea reelegido dos veces. Yo
protesté, e inclusive dije que iba a presentar un recurso ante la Corte Interamericana de Derechos
Humanos”, continuó, ante la hilaridad general, advirtiendo que no aceptaba ser proscripto y que
pretendía luchar por su segunda reelección.
“Estaba en eso cuando me dijeron: si usted no es reelecto por segunda vez, lo va a sustituir una
dama, que además de su belleza física, es una eminente legisladora y gran peleadora. Bueno,
cuando me dijeron de quién se trataba, renuncié a la segunda reelección, esperando que después de
un período pueda volver a recibir el galardón máximo”, concluyó en medio de aplausos.
Cafiero no había hecho más que detallar con humor e ironía la desenfrenada búsqueda de
Carlos Menem por torcer la letra escrita. Instantes después, Cristina recibiría el máximo premio y
se despedía del Senado con un discurso en el que advertía que “va a ser muy difícil cambiar las
cosas en la Argentina con una economía cada vez más concentrada y con mucha injusticia en la
distribución de los ingresos, si entre todos no apostamos a recuperar el prestigio de la política
como una estrategia de poder de la sociedad argentina. Reconociendo a la política como verdadero
instrumento de cambio”.
Al concluir su discurso, Cristina no pudo obviar referirse a los dichos que la habían antecedido,
mandando “un mensaje con un sentido de respuesta hacia ese buen sentido del humor que tiene mi
compañero Antonio Cafiero, a todos los compañeros que integran el Partido Justicialista y el
peronismo, para que al maestro de Antonio no le pase lo mismo y que lo sustituya una dama...”
La santacruceña no hablaba de sí misma, sino que el guiño era para quien por entonces aparecía
como una fulgurante estrella electoral y acababa de derrotar al poderoso peronismo bonaerense:
Graciela Fernández Meijide.
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Cristina era ya una figura altamente conocida y -como se ve- reconocida luego de llevar dos
años en Buenos Aires, donde convivía de martes a jueves en su departamento de Juncal y Uruguay
con su hijo Máximo, que por entonces estudiaba periodismo en TEA, carrera que dejaría al cabo
de un año, para frustración de una madre que siempre quiso proyectar en él sus pasiones. Ya se
amargaría a morir cuando Máximo dejaba la segunda carrera que encaró y la que ella más deseaba
para su hijo: Derecho; pero de momento lamentaba profundamente Cristina que su primogénito no
avanzara en el periodismo, habida cuenta que ella misma siempre tuvo una veta periodística.
Tan es así que cuando allá por 1997 alguien le preguntó si a propósito de la soltura con la que
se movía en las notas no le gustaría ejercer el periodismo cuando dejara la política, Cristina
respondió sin vueltas: “¿Sabés que me encanta? Me encanta porque yo tengo mucha vocación de
indagación, pero no de interpelación a tal o cual personaje, sino de interpelación sobre los temas...
Tal vez no sería una periodista que tuviera que ver con la gama del reportaje, sino tal vez con el
periodismo de investigación, donde el reportaje sería un complemento de la investigación y
analizar porqué suceden determinadas cosas. Es algo que me gusta mucho”.
Tal vez ya se imaginaba entonces manejando su propio programa periodístico, tentación que
probó cuando prácticamente condujo junto a Mariano Grondona aquella edición de Hora Clave
desde los Hielos Continentales.
Y como toda persona con veleidades periodísticas, Cristina Fernández siempre se sintió con
autoridad para criticar una profesión con la que estaba en tan alto contacto y a la que quién sabe
alguna vez se fuera a dedicar, cuando lo de primera dama y la política en sí fueran tiempo pasado.
“Los políticos hablan como si todo el mundo tuviera que saber todo, dándolo por sentado. A
muchos periodistas les pasa lo mismo”, dijo alguna vez en la revista de La Nación, atragantada con
el tema.
“Me gustan los periodistas que no distorsionan la información. Creo que, lamentablemente, en
los medios se está planeando una forma diferente de comunicación, donde hay personajes que
utilizan esos métodos para transmitir mensajes cifrados. Y es muy difícil esquivar estas
maniobras”, sostenía en 1998 esa mujer que se reconocía entonces como una fanática de la radio,
oyente adicta a Radio Mitre, Continental y Rivadavia, y admiradora entonces de Santo Biasatti.
- ¿No le presta demasiada atención a lo que dice el periodismo? -le preguntaron en la revista
Veintitrés, tras una reacción ante cierta crítica.
- No, leo cuando hablan bien y cuando hablan mal. A mí no me molestan las críticas, me
molestan el agravio y la mentira.
- Es muy dura con la prensa. La relación con el periodismo es uno de los cuestionamientos más
severos que le hacen al gobierno...
- Si alguien hace un cuestionamiento determinado, “esta política económica es mala”, yo tengo
derecho a decir que es buena por esto y por esto. Ahora, si vos decís algo que no es cierto, yo
tengo derecho a decir: no, eso es falso, te equivocaste. Yo no estoy crítica con la prensa, ¿por qué
no hacemos un archivo de los medios, como muchas veces se hace de los políticos? Hay medios
que no resisten el archivo de días. Dicen una cosa, y a la semana pasa lo contrario. Yo, cuando me
equivoco, tengo que decir “sí, me equivoqué”, y los medios casi nunca hacen eso.
¿Cuál es su problema con el periodismo?, le preguntó Silvia Pisani ya siendo ella primera
dama. “No me gusta que sea espasmódico ni que banalice. Vengo de un reportaje con un periodista
francés que me hacía las preguntas con diez palabras y sin opinar. Algún día me gustaría charlar
sobre cómo se debería hacer el periodismo”.
Esta minuciosa analista de la prensa alternaba esos primeros años como legisladora entre
Buenos Aires y Río Gallegos, entre la compañía diaria de su hijo veinteañero y los reproches
porque estudiara lo que ella quería, y entre la pelea permanente con sus compañeros políticos y la
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culpa perenne por tener que estar distanciada de su pequeña hija Florencia, que con apenas 7 años
pasaba más tiempo con el padre que con la madre; o mejor dicho, más tiempo con su abuela y la
niñera que con ella. ¿Pero era feliz?
- ¡Qué difícil decirlo!... -suspiró ante semejante pregunta-. En términos objetivos y personales,
claro que soy feliz. Tengo un marido al que quiero, tengo dos hijos fantásticos... Ahora, desde la
otra parte, desde la vinculación mía, yo no soy Cristina Fernández encerrada en un frasco de
mayonesa con mi marido y mis hijos y si a mí me va bien, qué me importa. Desde lo otro no,
tengo muchas frustraciones, pero no las hago pesimismo, sino que las hago fuerza para seguir
adelante y tratar de cambiarlas, que creo que es lo que importa.
Su salida del Senado fue para Cristina Fernández un alivio, no sólo porque dejaba un ámbito de
confrontación permanente, sino también porque lo hizo en el momento justo. Es verdad que el
escándalo de las coimas para aprobar la Reforma Laboral fue en el año 2000 y que obviamente ella
no hubiera suscripto esa norma -su reemplazante, Daniel Varizat, atravesó el escándalo sin
magullones, pues fue uno de los tres peronistas que no votó la reforma-, pero no tardarían en decir
que formaba parte del “viejo Senado”. Por más que no hubiera tenido nada que ver con la parte
negativa del Cuerpo, “todos quedaron escrachados”, como señaló un colaborador de Fernández de
Kirchner, que admite que la mudanza a Diputados tenía sus riesgos: “En el Senado vos convivías
con Frankestein, con Drácula, o sea que una persona como Cristina se destacaba más fácil; en
Diputados, en cambio, había gente como Elisa Carrió, Chacho Alvarez, hasta Domingo Cavallo...
Era otra cosa; en esa Cámara son 257 y para que Cristina se destacara tenía que hacer un bardo de
aquellos...”.
No fue esa la consigna de Cristina Fernández al pasar a Diputados, ya que, como se ha dicho,
no pretendía que el escándalo fuera su parte saliente. De entrada, la esposa del gobernador
santacruceño aclaró lo que esperaba encontrar: “Voy a formar parte del bloque justicialista, que es
allí un bloque más abierto, más democrático”, lo cual no implicaba que fuera a cambiar la génesis
de su comportamiento, ya que “yo nunca voto con lo que me siento, sino con la mano”, decía.
De todos modos los antecedentes no contaban cuando lo más importante para el oficialismo era
la derrota que acababan de sufrir en las urnas a manos de la Alianza. Las críticas de Cristina no
eran ahora hacia sus pares por cuestiones puntuales, sino hacia el propio partido y al gobierno en
general. “No puede ser que en el peronismo se empiece a pensar en los pobres, los desocupados y
los marginales, como consecuencia de una derrota electoral”, se quejaba.
La palabra peronismo solía estar en su boca en esos tiempos en que los Kirchner encarnaban
una suerte de oposición interna y libraban lo que consideraban una lucha por reencauzar el partido
hacia sus fuentes. “Yo personalmente, como legisladora oficialista, nunca voté leyes contra el
pueblo -resaltaba-. Me parece que esto de reivindicarse justicialista y marchar a contramano del
conjunto de la sociedad, es una ecuación que a mí personalmente no me cierra... Pienso que
nosotros no tenemos que ocuparnos de la salud, la educación o de los jubilados porque perdimos
las elecciones; nos tenemos que ocupar porque somos peronistas, que es otra cosa”.
Amén de sus discursos contemporizadores, Cristina no tuvo un debut dócil como diputada. Por
el contrario, marcó la cancha dejando claro que allí ya no sería una voz solitaria como en el
Senado, sino que por lo pronto lideraría a los legisladores santacruceños, conformando el subbloque Corriente Peronista, a los que se sumaría más de un disidente interno. Y mostró las uñas
nada menos que con el presidente del Cuerpo, el todavía duhaldista Alberto Pierri, al que intentaría
desbancar, encabezando una insurrección.
La movida no alcanzó para evitar que el por entonces hombre fuerte de La Matanza lograra ser
reelecto una vez más, pero entre otras cosas sirvió para desenmascarar a los legisladores
aliancistas, que alentados por el triunfo en las elecciones habían anticipado sus deseos de llevar
nuevos aires a la Cámara de Diputados partiendo de la base de cambiar a su titular, pero a los que
Kirchner veía pactando la continuidad de Pierri. Cristina intuía que el líder frepasista Carlos
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Chacho Alvarez había cedido ante sus socios radicales respecto a no insistir con el veto a Pierri,
avanzando en cambio hacia la abstención, lo cual representaba una salida elegante para no ganarse
la enemistad del presidente de la Cámara, que por esos días había refrescado los favores que había
concedido en nueve años de estar al frente de Diputados. Léase viajes al exterior, contratos,
integración de comisiones...
Cuando Eduardo Duhalde personalmente llamó a los diputados para reforzar las aspiraciones de
Pierri, quedó abortada la asonada, pero Cristina mantuvo hasta el final su palabra de no avalar una
nueva gestión pierrista. Sin embargo, la rebeldía no logró superar la docena de diputados
oficialistas dispuestos a enfrentar la orden de Duhalde. Eduardo Camaño, quien un año más tarde
se plegaría a enfrentar a Pierri y en el futuro obtendría para sí ese encumbrado puesto, era por
entonces el que sostenía un argumento capaz de torcer las voluntades más remisas: “El que se
opone a Pierri, se opone a Duhalde“, decía.
Alvarez y Federico Storani, como voceros aliancistas, venían bajando los decibeles respecto a
la necesidad de imponer un cambio en la conducción de la Cámara y la mutación del veto a la
abstención implicaba que Pierri obtendría un nuevo mandato. Todo marchaba sobre ruedas hasta
que la insurrección de Fernández de Kirchner los obligó a repensar su estrategia.
“Nos corre por izquierda”, admitía un operador frepasista, mientras la santacruceña explicaba
su postura cuestionando severamente la metodología impulsada por Alberto Pierri, por estimar que
para oxigenar la democracia parlamentaria éste debía darse por satisfecho con nueve mandatos
consecutivos. “No se puede ignorar el resultado de las urnas en cuanto demanda una nueva
construcción política. Es un error creer que con Pierri al frente de la Cámara el peronismo va a
recuperar la iniciativa; al contrario, si para él lo ideal es cercar el Congreso, como lo hizo
recientemente. Si pudiera tapiar el Congreso de la Nación, lo haría”, argumentaba Cristina
mientras sus nuevos compañeros de bancada la miraban con recelo.
La confrontación terminó con fuertes cuestionamientos de la oposición a la hora de los
discursos, pero la abstención del radicalismo y el Frepaso a la hora de la votación. En su debut
como diputada, Cristina no pudo fundamentar su oposición, aunque lo intentó desde el primer
minuto, pidiendo la palabra sin que le fuera concedida. Lo cual se ajustaba al reglamento, ya que la
palabra se concedía a los bloques y en caso de querer fundamentar su oposición, lo que debió
haber hecho era solicitarle una interrupción a cualquiera de los oradores, en especial a Storani o
Chacho, y manifestar entonces su posición.
“O la asesoraron mal, o se equivocó, o simplemente quería llamar la atención”, advirtió un
observador imparcial.
- Usted recién amenazó a la diputada Cristina Fernández de Kirchner con que será expulsada
del bloque oficialista. ¿Piensa impulsar su expulsión? -le preguntó un periodista a Alberto Pierri
durante una conferencia de prensa posterior a la sesión en la que resultó reelecto al frente de la
Cámara.
- No, de ninguna manera. Lo que ocurre es que la diputada Kirchner tiene antecedentes
conflictivos con el justicialismo en el Senado. Ella fue expulsada del bloque oficialista allá y
estaba interrumpiendo la voz del presidente del bloque justicialista; entonces me dio la impresión
de una actitud de falta de respeto hacia el presidente de su propio bloque. Bueno, es muy posible
que, lamentablemente, si mantiene su posición de no respetar la decisión de la mayoría... Porque
los bloques funcionan a partir de decisiones que se debaten dentro del propio ámbito, donde se
vierten distintas opiniones, pero una vez que el partido político toma una decisión, se respeta lo
que decide la mayoría. Así funcionan las instituciones de la democracia de nuestro país.
Como réplica, y aunque no hacía falta, Cristina anticipó su oposición a la teoría del “brazo
enyesado” -ese que hace que todos voten lo que se ordena- y advirtió que el bloque justicialista
debería decidir “si su verdadero jefe legislativo es Alberto Pierri. Espero que esto no sea así; sino,
debería preocuparme”.
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Cristina Fernández ya tenía con quien confrontar. Había elegido rival y encontraba en Alberto
Pierri -quien más adelante dejaría el duhaldismo para convertirse en soldado menemista- un rival
ideal para diferenciarse de los manejos turbios de la política. Tampoco lo votaría al año siguiente,
el último en el que Pierri logró mantenerse al frente del Cuerpo.
El hombre fuerte de La Matanza, a su vez, le aplicaba módicos castigos como confinarla a un
despacho al que sus allegados definieron como “una pajarera”. De las amplias oficinas con que
contaba en el Senado, la mujer del gobernador santacruceño debió pasar a un pequeño habitáculo
del edificio Anexo de la Cámara de Diputados, donde los despachos ya de por sí son pequeños,
pero el de ella era más chico aún. “Todos tienen una especie de dúplex, pero ella contaba apenas
con una sola oficina, la 63, del piso 12; era un huequito para la secretaria, el bañito y su oficina. Si
tenía asesores, tenían que trabajar en el pasillo”, comentó un empleado de Cristina de esos
tiempos.
Como solución, Cristina siguió habitando en el Senado, utilizando la oficina del senador Daniel
Varizat, quien obviamente no puso ninguna objeción: Cristina era jefa indiscutida de los diputados
y senadores santacruceños, y la representación femenina del gobernador Kirchner en Buenos
Aires. No había nada que discutir con ella.
Pierri intentó también apartarla de Asuntos Constitucionales, la comisión que siempre ha sido
de su máximo interés. Lo hizo, pero tal fue el escándalo que comenzó a armar Cristina que el
propio titular del bloque, Humberto Roggero, tuvo que salir a aclarar que en realidad todo había
sido un error...
Como diputada, Fernández de Kirchner bajó la exposición mediática que mantenía en el
Senado, pero siguió constituyendo una piedra en el zapato menemista, fustigando como la más
acérrima opositora a representantes emblemáticos de ese gobierno como Víctor Alderete, quien
como titular del PAMI debió visitar las comisiones de Diputados, donde ella lo tuvo a maltraer.
El presidente Menem bregaba en tanto por su re-reelección y era incluido por Cristina en sus
permanentes críticas, aunque seguía manteniendo las formas a la hora de referirse al mandatario.
“Ha habido un proceso de transformación formidable -admitía-, pero por ejemplo, cuando el
Presidente nos habla de cirugía sin anestesia, presentándolo casi como una virtud, a mí me parece
realmente un disparate. Porque si para algo tenemos que estar los políticos es para poner cirugía
con anestesia en la sociedad. Y esa anestesia es la solidaridad. La situación del país era en el 89 de
carácter terminal; yo creo que la hiperinflación fue a la economía lo que Malvinas a la política en
el 82, pero creo que este proceso podría haberse hecho de alguna otra manera. La globalización no
significa subordinación”.
Los Kirchner eran aliados tácticos de Eduardo Duhalde, conforme este bregaba por cerrarle los
caminos a Menem en sus deseos de perpetuidad. Cristina Fernández alternaba entonces sus
recorridas por el interior para hablar sobre los Hielos Continentales, con intervenciones políticas y
académicas. Invitada por la entonces joven intendenta de Las Talitas, Tucumán, Stella Maris
Córdoba, embistió a mediados del 98 directamente contra el presidente Menem y sus intentos
reeleccionistas.
- Menem no tiene legitimidad social, la ha perdido, sólo le queda el liderazgo formal de la
estructura justicialista. Es evidente que la Alianza triunfó con muchos votos peronistas, porque la
mayoría de la gente sigue siendo peronista.
- ¿Por qué el pueblo dejó de confiar en Menem?
- Porque entiende que hay una deserción del Estado en temas básicos que no permite una
movilidad social ascendente.
En su momento Néstor Kirchner explicó su proximidad al gobernador bonaerense. “Me acerqué
a Duhalde cuando él comenzó a generar una alternativa frente a Menem. Yo creía que podía volver
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a darle al peronismo la posibilidad de interpretar la realidad nacional fuera del concepto y la
filosofía que implicaba el menemismo”, señaló, aunque aclaró entonces que se había tratado de un
acercamiento más coyuntural que estratégico.
¿Era Duhalde el candidato de los Kirchner? “Es el que más y mejores posibilidades tiene aclaraba Cristina-. No soy duhaldista, soy una peronista que ve la realidad. Pero detrás del
candidato hay que formular un modelo de sociedad para el año 2000”.
Un modelo que no encarnaba precisamente el menemismo que, a juicio de Cristina, creía que
todo lo resuelve el mercado, cuando “el Estado debe intervenir, porque lo que no servía era la
forma en que antes intervenía, como productor de bienes y servicios. El Estado tiene que intervenir
de otra manera, por el nivel de concentración económica y por la globalización”.
El hipermenemismo trabajaba afanosamente por forzar la Constitución de manera tal de
habilitar a su líder para un tercer mandato. Habida cuenta de la imposibilidad de implementar otra
reforma constitucional, albergaba peregrinas esperanzas de que una Corte Suprema adicta llegara a
considerar que ese mandato de Menem era en realidad el primero... El canciller Guido Di Tella,
con quien Cristina se peleaba en esos días por los Hielos y Malvinas, le hacía un guiño público a
esa pirueta judicial argumentando que “hay que hacer abracadabra” para que Menem pudiera ser
presidente en 1999.
“La Argentina ya conoció épocas de brujos -le respondía Cristina, siempre ágil a la hora de la
réplica mordaz-. Pero si la Corte decide que éste es el primer mandato de Menem y no el segundo,
eso más que abracadabra sería un mamarracho”.
Eduardo Duhalde, que había sufrido como propio -y lo era- el duro impacto de la derrota de su
esposa en las legislativas de 1997, encontraba en la lucha abierta contra la re-reelección la fuente
de su resurrección. Y en julio de 1998 encontró la bala de plata para matar las aspiraciones del
riojano, al convocar en la provincia de Buenos Aires a un plebiscito para que la ciudadanía opinara
sobre la posibilidad de que Menem fuera habilitado para competir por un tercer mandato.
“Si se hace una consulta popular, no creo que la gente apoye un nuevo mandato de Menem,
pero si la sociedad lo respalda, querrá decir que la equivocada soy yo. Eso sí, si tengo que
equivocarme, prefiero hacerlo con la mayoría, y no con cuatro iluminados, porque esa historia ya
la conocemos”, señalaba Cristina, que junto a su esposo azuzaban al gobierno nacional con la
posibilidad de que convocara a una consulta nacional para reformar nuevamente la Constitución.
“Si desea consultar a la gente, que lo haga definitivamente y que sea la gente la que resuelva como
corresponde”, desafiaba Néstor Kirchner, quien precisamente eso se aprestaba a hacer en su
provincia para ir por la segunda reelección.
Cristina diferenciaba el caso de Santa Cruz con el de la Nación, por cuanto la Constitución
provincial preveía la consulta popular vinculante únicamente para temas de raigambre
constitucional. “Pero la consulta no reforma la Constitución, sólo sanciona una ley, o sea que
después de la consulta viene la elección de la Convención Constituyente y, finalmente, una tercera
elección para la persona que estaría habilitada -explicaba la diputada-. Si alguien puede sortear tres
resultados electorales, testeando permanentemente sus políticas, será hora de replantearse las cosas
para los que dicen que no, porque los equivocados son ellos. Como dije antes, no podemos tener
miedo a que la gente se pronuncie”.
Obviamente eran casos diferentes, partiendo de que las encuestas alentaban a unos a ir a las
urnas, mientras alejaban a los otros. Néstor Kirchner tenía asegurado el favor de los santacruceños
para ganar tres o más elecciones, y de hecho, cuando se impuso en la consulta popular vinculante
su esposa lo celebró proclamando que por primera vez en la Argentina “es la gente la que sancionó
una ley”. Menem en cambio no podía desafiar el malhumor social yendo a una elección en la que
no tuviera que confrontar con nadie.
Además, a la hora de diferenciar las elecciones sucesivas de su esposo como gobernador con la
que le negaba al Presidente, Cristina ponía el ejemplo de la democracia norteamericana, donde Bill
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Clinton había sido tres veces gobernador de Arkansas antes de alcanzar la presidencia. “Los
límites son para el presidente, pero no para el gobernador”, diferenciaba.
Y el plebiscito bonaerense logró torcerle el brazo. Consciente finalmente de que era una batalla
perdida, Menem no la libró, tal cual haría cinco años más tarde frente al ballotage con Kirchner. Al
anunciar en julio de 1998 su decisión de abstenerse de intentar ir por un nuevo mandato, Menem
dejó el camino expedito para una sucesión en la que primero se anotaron Duhalde, Ramón “Palito”
Ortega, Reutemann, Eduardo Menem, Antonio Cafiero, Adolfo Rodríguez Saá y Erman González,
y para la cual sólo quedó finalmente el gobernador bonaerense.
Pero el golpe de KO no fue sólo por la amenaza de plebiscito. También se dio en el marco del
lugar donde el peronismo suele definir sus cuestiones internas: Parque Norte. Allí el entonces
presidente intentó dar una muestra de poder interno que resultó abortada nada menos que por el
gobernador santafesino Carlos Alberto Reutemann.
Sucede que las ausencias de los delegados de Buenos Aires y Santa Cruz, más -en menor
medida- los de Entre Ríos, Formosa y Mendoza, eran previsibles y manejables, ya que el número
que representaban no ponía en peligro la legitimidad del Congreso. Pero la retirada de los
congresales santafesinos de Reutemann fue la estocada final para acelerar lo que después sería
bautizado como el renunciamiento histórico de Menem.
Sería su anteúltimo renunciamiento.
Sabían los menemistas que las deliberaciones con la mitad de los congresales habilitados (800)
era una derrota política, pues reunir apenas 400 delegados de un origen dudoso después de diez
años en el poder y tras un uso y abuso de los ATN que el ministro Carlos Corach había distribuido
con generosidad las últimas semanas para alentar la concurrencia a Parque Norte, ponían a Menem
en un callejón sin salida.
Duhalde logró así su victoria gracias a los santafesinos, e intentaría pagarle a Reutemann con la
candidatura oficial en 2003, topándose entonces con la sorpresiva renuncia del Lole. Hasta
entonces, el gobernador bonaerense había mantenido una conducta errática en su enfrentamiento
con el menemismo, la cual recién fue dejada atrás cuando se le plantó con el plebiscito. Por
primera vez asomaba como alguien dispuesto a pelear por el poder y a poner en marcha su
fenomenal aparato partidario para lograr su cometido. Mientras tanto, comenzaba a aceitar sus
desatendidas relaciones con gobernadores y legisladores, a fin de llegar a las presidenciales con el
respaldo necesario para ganarlas.
Por esos días fue que se concretó la alianza táctica con el entonces vicepresidente Carlos
Ruckauf, cuyo comportamiento le valió quedar incluido en la lista de deslealtades de las que
hablaría Carlos Menem, valiéndole además no ser invitado más a las reuniones de gabinete.
El Grupo Calafate
Amén el renunciamiento de Menem, la bancada santacruceña liderada por Cristina Kirchner
siguió oponiéndose a las leyes que el gobierno nacional consideraba claves. La Reforma Laboral
impulsada por el menemismo fue una de las que, juntamente con la Alianza, resistió con todas sus
fuerzas. La iniciativa, que dos años más tarde retomaría el gobierno de De la Rúa para generar la
génesis de su propia destrucción, era rechazada en la Cámara de Diputados a través del mecanismo
más apto que encontraba la oposición: la falta de quórum.
Así las cosas, tras tres semanas de fracasar en el intento de reunir 129 diputados, el oficialismo
logró el número mágico para abrir la sesión para la que tenían asegurados los votos aprobatorios,
con la colaboración del entonces titular de la Unión Industrial y diputado menemista Claudio
Sebastiani. Para ello debieron sudar la gota gorda, ya que Alberto Pierri necesitó hacer un llamado
intimidatorio de último momento a Sebastiani para conminarlo a ingresar al recinto, así como se
vio obligado a sentar en sus bancas a enfermos como Eduardo Camaño -operado de meniscos el
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día anterior-, otros traídos a pesar de estar librando internas en sus provincias, o el caso de la
porteña Dolores “Loly” Domínguez, a quien muy a su pesar bajaron del avión que la iba a
conducir a Estados Unidos para participar de un seminario sobre derechos humanos.
Semejante derroche de energías dejó en muy mala posición dentro del bloque a los
santacruceños Cristina Kirchner, Sergio Acevedo, Rita Drisaldi y Lidia Mondelo y al entrerriano
Juan Domingo Zacarías, todos encolumnados tras el discurso kirchnerista. Muchos especularon
con que esa había sido la gota que rebalsaba el vaso de la paciencia y que serían expulsados
finalmente de la bancada. De hecho, al aprobarse la Reforma Laboral, entre los gritos exultantes
escuchados en el bloque hubo varios pedidos por la cabeza de Cristina.
En el medio de la euforia, había quienes aseguraban estar en condiciones de exigirles la
devolución de las bancas al PJ, mientras Loly Domínguez, todavía fastidiada por el viaje perdido,
reclamaba que los díscolos formaran a partir de entonces un bloque aparte. Mesurado, Humberto
Roggero sugería aguardar para “no tomar decisiones en caliente”.
Ducho en esas lides, el cordobés jefe del bloque tenía claro que los acuerdos que venían
estableciendo el gobernador Kirchner y su colega Duhalde hacían difícil que se fueran a adoptar
medidas drásticas contra los santacruceños.
Esa buena relación entre Kirchner y Duhalde los llevó a confluir en un encuentro organizado
por el primero en El Calafate. Allí, el mandatario santacruceño diseñó una reunión de dos días que
no pretendió ser una demostración política, sino más bien un espacio de reflexión que permitiera
recuperar la práctica del debate perdida por el peronismo de los 90. Para el gobernador bonaerense
fue la oportunidad de mostrar un perfil distinto, alejado del caudillo verticalista afecto a los
aparatos tradicionales, apareciendo en cambio rodeado de intelectuales, economistas y viejos
militantes de los 70 alejados de la estructura partidaria.
La cumbre se realizó el 2 y 3 de octubre de 1998 en el Hotel Los Alamos, de Calafate, ubicado
en un espacio bucólico que ayudó a todos a alejarse de la cotidianeidad de la confrontación política
y adentrarse en cambio en la búsqueda de respuestas y salidas a los caminos emprendidos. La
organización corrió por cuenta del matrimonio Kirchner y algunos duhaldistas, así como la
coordinación de las dos jornadas de trabajo estuvo a cargo del entonces vicepresidente del Grupo
Banco Provincia Alberto Fernández, Jorge Argüello y Julio Bárbaro, quien en esos tiempos era
asesor de Duhalde, y que, en su discurso, habló de cómo el antiguo militante había sido
reemplazado por el operador, luego por el tecnócrata y finalmente por el lobbysta.
Estuvo también el embajador Mario Cámpora, que ubicó en su real dimensión a la
globalización, aclarando que la misma no era un fenómeno natural sino el producto de las
decisiones políticas. Otros disertantes fueron Rodolfo Frigeri, Juan Carlos Sánchez Arnaud, el
abogado laboralista Héctor Recalde. La propia Cristina Fernández, quien en su discurso se ocupó
de fustigar las relaciones carnales con los Estados Unidos.
Duhalde llegó para la segunda jornada del encuentro, acompañado por su secretario Fabián
Bujía, su flamante vocero Jorge Telerman y su amigo Abel Morán. Fue directamente a la
residencia de los Kirchner en El Calafate, donde se enteró por boca del entusiasmado matrimonio
sobre los detalles de las deliberaciones y escuchó una vez más a Néstor decirle que de nada
valdrían todas aquellas reflexiones si quedaban en el marco de los buenos deseos, sin llevarse a la
práctica al menos como propuestas.
Ya en el bar del Hotel Los Alamos, donde tenían lugar las charlas, el bonaerense escuchó al
anfitrión señalar que no podía decirse que el país estuviera bien. “No es que no reconozca los
logros económicos, pero hay una indiferencia del gobierno frente a los problemas sociales”, dijo
Kirchner, para luego agregar: “Creo que la Argentina se puede mejorar y que Eduardo es una gran
oportunidad para ello”.
La frase sonó como una dulce melodía para Duhalde, quien con tono pausado explicitó luego
sus deseos de aplicar un cambio en el modelo económico, para lo cual dijo estar convencido. “No
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es una cuestión electoral -aclaró-. El gobierno ejecutó un plan de salvamento ortodoxo y pensó que
era incompatible con las políticas sociales”.
Entusiasmado, el candidato presidencial prometió que habría otros encuentros con ese mismo
perfil, aunque divididos por temas específicos, para ser más concretos en las propuestas.
- Raúl Alfonsín puso el radicalismo a la izquierda y Carlos Menem al peronismo lo colocó a la
derecha. Fernando de la Rúa pondrá a la UCR donde tiene que estar y yo al peronismo en su lugar
-delineó Duhalde.
“Otra Argentina nos espera”, fue el título del documento alumbrado tras el encuentro, cuyos
puntos principales establecían que “la sociedad está en un estado de incertidumbre, descreimiento,
insatisfacción y desesperanza (...) El peronismo es el único actor político capaz de concretar las
modificaciones que exige la situación actual (...) El nuevo modelo exige un nuevo contrato social
entre empresarios y trabajadores en el que se incluya a los que están fuera de las estructuras
productivas (...) El papel del Estado debe ser activo frente al conflicto social como reparador,
protector y promotor. Se debe fundar un Estado inteligente”.
Gente que tomó parte de esa experiencia de lo que luego se dio en llamar el Grupo Calafate
sostiene que el deseo que los impulsó fue el de construir un espacio con una clara conciencia
crítica a los estilos y a las políticas de construcción del poder que se estaban cristalizando en la
Argentina. “Que se estaban constituyendo como formas naturalizadas del poder, de la mano de la
impunidad y el cinismo”, enfatiza Marita Perceval, quien tomó parte de esos encuentros.
Quienes llevaron a la práctica esos encuentros consideraban que el país comenzaba a mostrar a
partir de los años 94 y 95 un crecimiento económico asimétrico, donde a millones de argentinos
les iba bien, pero muchos más perdían el trabajo, la educación, la salud; se daba una persistencia
de la pobreza estructural, pero también la configuración de lo que después cobró nombre y
categoría sociológica: los nuevos pobres.
“A partir de esa visión crítica, pero también de una necesaria comprensión de que había que
pensar otro país, otras políticas públicas y otra ética del poder, es que nos encontramos en un
grupo que se llamó Calafate, y que formábamos personas que, en su gran mayoría, pertenecíamos
al Movimiento Justicialista -recuerda Perceval desde su despacho del Senado, donde está en
representación de la provincia de Mendoza-. Había intelectuales, artistas, destacados profesionales,
diplomáticos y también personas que en ese momento tenían responsabilidades en espacios
políticos de decisión, como era el caso de Néstor Kirchner, entonces gobernador de Santa Cruz, y
Cristina Kirchner, legisladora nacional. Fueron reuniones intensas, que no establecían
originariamente que encontrarnos significaba partir de los consensos, sino que lo más enriquecedor
de esa etapa fueron los disensos que pudimos construir democrática y pluralmente. ¿Y por qué
pongo este marco? Porque esto tiene que ver con Cristina, a quien muchos ponen en el lugar de la
peleadora porque sí, y creo que el ámbito que ella expresa y construye, y en esto es coherente y
consistente, es el entender que la política no es una aceptación obsecuente de recetas dadas o de
imposiciones de poderío. Es un confrontar permanente de verdades que son históricas, y por lo
tanto depende de nuestra responsabilidad construirlas como realidades”.
En ese grupo estaban, entre otros, el luego ministro de Trabajo Carlos Tomada; el economista
Ignacio Chojo Ortiz; el constitucionalista Héctor Masnatta; la educadora Elvira Romero; Olga
Hammer (una mujer que venía del movimiento de mujeres y de la OIT); la socióloga María del
Carmen Feijóo; Esteban Righi; Cristina Alvarez Rodríguez (sobrina nieta de Eva Perón); Miguel
Talento, Jorge Remes Lenicov, Alberto Iribarne...
En campaña por Duhalde
Mientras se daba tiempo para encabezar la lista de candidatos a constituyentes que volverían a
reformar la Constitución provincial, y ganar ampliamente la elección, Cristina Fernández comenzó
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a recorrer el país ya no para hablar de los Hielos, sino para hacer campaña por Eduardo Duhalde.
En Sáenz Peña, Chaco, llamó a acompañar al gobernador bonaerense poniéndolo como ejemplo
frente al Estado ausente. “El no desertó de la cuestión social; podemos discutir si las políticas
implementadas en el sector social son focalizadas, promocionales o asistencialistas, pero el Estado
no puede estar ausente de la cuestión social. A los gobernantes hay que juzgarlos por los hechos.
En Buenos Aires está el ejemplo del gerenciamiento estatal del Banco Provincia de Buenos Aires;
esto revela que nosotros concebimos a la economía con la necesidad de mantener en el Estado
determinados instrumentos macroeconómicos para poder operar en el mercado”.
La diputada Kirchner había sido designada coordinadora general de los equipos técnicos de
Eduardo Duhalde y, como tal, detallaba los ejes que tendría el futuro gobierno del bonaerense, en
el que debería establecerse un nuevo contrato social entre capital y trabajo, “donde -señalaba- el
sector empresario asuma definitivamente que el problema del desempleo no es un tema que deban
solucionar únicamente los sindicatos y los políticos”.
Cristina recorría el país hablando de “una Argentina federal, más justa en la distribución del
ingreso. Hay una directa vinculación entre la mala distribución del ingreso y la mala distribución
geográfica de la inversión”.
“Algunos compañeros han interpretado la globalización como un proceso de subordinación
ineludible”, disparaba apuntando al corazón menemista, para concluir señalando que “la última
manera de volver a prestigiar la política es volver a convertir a la militancia en una cuestión ética”.
La campaña de Cristina no desatendía la propia provincia de Buenos Aires, y en ocasiones
hasta iba con su esposo. En noviembre de 1998 ambos pasaron por Olavarría, donde mantuvieron
una prolongada charla con el intendente Helios Eseverri y el entonces concejal Domingo Vitale,
anfitrión de los santacruceños. Cristina llevó la voz cantante de la pareja -en realidad, ella era la
invitada; el esposo se había “colado”- y se mostró interesada por conocer el índice de Necesidades
Básicas Insatisfechas de Olavarría.
- Estoy totalmente descreído de las estadísticas -le respondió el intendente.
- Muy jauretcheano lo suyo -replicó la diputada con una sonrisa.
- He leído muchísimo a Jauretche y hay demasiados que no lo han hecho.
- Tenemos un punto en común... Le puedo recitar páginas de memoria -aseguró Cristina.
Al concluir la reunión, la pareja santacruceña fue invitada a firmar el libro de personalidades
que visitaban el municipio. Al inclinarse para poner su rúbrica, Cristina comentó: “Me toca al lado
de Ruckauf -luego se volvió hacia Vitale y se despachó riendo-: Fue el último que trajiste... A
cuántos le dirás lo mismo que nos dijiste hoy”.
Mientras intentaba diferenciarse de Menem, Duhalde salía a buscar los votos de los sectores
medios. En tanto, la Alianza apuntalaba sus posibilidades designando una fuerte fórmula que
encabezarían Fernando de la Rúa y Carlos Chacho Alvarez, que justamente caía muy bien en el
espacio que el peronismo intentaba arrastrar. La coordinadora de los equipos duhaldistas sugería
olvidarse de Menem y sus operadores, que insistían en buscar caminos alternativos para que el
Presidente pudiera presentarse, y conformar rápidamente la fórmula presidencial.
Empero, los operadores bonaerenses del duhaldismo sugerían lo contrario: esperar a las internas
de abril y recién después ocuparse de De la Rúa.
- Esa es una pérdida de tiempo imperdonable -confrontó Cristina-. Hay que armar la fórmula ya
y tiene que ser bien federal, cuestión de contrarrestar la de la Alianza, que está conformada por dos
porteños.
Pero Duhalde había vuelto a entrar en esos períodos de duda que lo solían aquejar a menudo,
como si hubiera acusado el impacto de la designación de Alvarez como segundo de la fórmula
aliancista, nominación que se había traducido en más puntos de ventaja en las encuestas. El
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gobernador bonaerense confiaba en que su discurso anti-modelo y sus coqueteos con el Grupo
Calafate atrajeran a dirigentes del Frepaso y sobre todo a los votos de quienes pudieran estar
desencantados por haber perdido la interna con los radicales, pero con Chacho como vice, esa
estrategia se desinflaba.
Los operadores de Duhalde Luis Verdi, Martín Oyuela y Julio Bárbaro sugirieron utilizar la
composición de la fórmula aliancista para recrear la confrontación porteños vs. interior. Lo mismo
que había dicho Cristina, pero algunos sostenían que lo había hecho para autopostularse. Empero,
el nombre de la santacruceña quedó en la lista como eventual compañera de Duhalde; alguien
agregó al gobernador entrerriano Jorge Busti, desechado por otros porque “no tiene peso ni
arrastra votos”, y el nombre que más seducía a Duhalde: Carlos Reutemann, de quien sólo
aguardaban un sí que el Lole, como toda la vida, se negó a darle a Duhalde.
La posibilidad de que Cristina lo acompañara contaba a favor de Duhalde porque podría atraer
los votos del progresismo, pero finalmente fue dejada de lado ante la visión bonaerense de que
“sólo tenía votos en Santa Cruz”...
En ese marco sobrevino el distanciamiento con Néstor Kirchner, quien dejó trascender su
fastidio por lo que consideraba como “indecisión” del bonaerense para enfrentar definitivamente a
Carlos Menem, así como por temas de la interna. Por esos días el vicepresidente Carlos Ruckauf se
enfrentaba con el presidente de la Cámara baja, Alberto Pierri, y Kirchner entendía que Duhalde
había abandonado al titular del Senado en esa pelea, lo que daba a entender que estaba esperando
un acuerdo con Menem.
El santacruceño venía discrepando públicamente con Duhalde sobre temas puntuales como el
encarcelamiento de Pinochet en Londres o la designación de nuevos senadores justicialistas, y si
bien mantenía su promesa de apoyar a Duhalde en la interna, fuera quien fuera su rival, “algunas
actitudes de Duhalde lo dejan pensando”, deslizó un vocero del gobernador. Hay quienes sostienen
que la designación de Cristina como compañera de fórmula hubiera sido el elemento capaz de
posibilitar el reencuentro.
“Es una decisión de Duhalde, que tiene que pensarlo y decidirlo muy bien. A Cristina la
tenemos en cuestiones muy importantes de la provincia y también colaborando en la campaña
presidencial; nuestra idea es que Duhalde tenga la mayor libertad, total, absoluta, para lograr
sintetizar una fórmula que sea acompañada por toda la Argentina”, diría Néstor Kirchner al ser
consultado sobre la posibilidad de que su esposa integrara la fórmula presidencial.
Para febrero del 99, de cara ya a las internas peronistas, el panorama estaba un poco más
despejado y en ese marco se había concretado el sorprendente distanciamiento de Alberto Pierri y
Duhalde, mudándose el primero a las huestes menemistas, enojado por no haber sido finalmente el
delfín duhaldista para la provincia de Buenos Aires, como había especulado durante ocho años.
El gobernador bonaerense se cruzó con su colega santacruceño en el lobby del Hotel Alvear y
Kirchner lo sorprendió con una felicitación: “Qué suerte que te sacaste de encima a Pierri,
Eduardo. No te convenía tenerlo al lado”. Duhalde se encogió de hombros. “Al final, Cristina tenía
razón”, admitió el bonaerense.
En efecto, la diputada había llevado al seno del comando de campaña su guerra personal con el
hombre de La Matanza, sugiriendo que su cercanía con el gobernador nada bien le hacía a su
candidatura.
El freno final a la re-re
Quien no se daba por rendido era el presidente Menem, que especulaba con una pirueta legal
que le permitiera sortear los escollos constitucionales contra su candidatura. En ese marco convocó
el 4 de febrero al bloque de diputados justicialistas a la residencia de Olivos, donde los agasajó con
un austero almuerzo compuesto por una entrada de mortadela y ravioles al fileto.
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Noventa legisladores se hicieron presentes y, entre las veinte ausencias, sobresalieron las de
Cristina Fernández y Chiche Duhalde. Carlos Menem se deshizo en elogios para los diputados en
general y el presidente del bloque, Humberto Roggero, en particular, por haber posibilitado la
aprobación de las leyes que más demandaba el Ejecutivo y aprovechó la oportunidad para hablarle
a su auditorio de un tema que le hacía “ruido” a más de uno: la dolarización de la economía
argentina. El Presidente sostuvo que el cambio de moneda era una tendencia internacional y hasta
deslizó la posibilidad de que -según le habrían asegurado funcionarios norteamericanos- los
dólares que vinieran al país pudieran llevar impresa la cara de próceres argentinos, cuestión digna
de ser incluida en la galería de frases célebres, como la de los viajes a la estratosfera...
A los pocos días Menem volvió a tener legisladores como invitados en Olivos, aunque esta vez
se trataba de los senadores. Maduraba por entonces el último intento hipermenemista para que su
líder tuviera la posibilidad de intentar la re-re, fundado en el trámite judicial iniciado por el juez
federal cordobés Ricardo Bustos Fierro, quien acababa de habilitar a Menem para competir en la
interna justicialista. La Corte tenía la palabra.
El 4 de marzo de 1999 se realizó un encuentro de gobernadores con el propio Presidente. Y
como para que no quedaran dudas de las intenciones menemistas, cada mandatario recibió al
llegar, de manos del propio Alberto Kohan, una carpeta con el fallo de Bustos Fierro, que había
sido promovida nada menos que por el gobernador electo de Córdoba, José Manuel de la Sota.
“Yo creo que el Presidente ha sido claro en las declaraciones de julio, cuando dijo que no
aspiraba a un nuevo mandato, y yo creo en la palabra del Presidente”, diría Néstor Kirchner
tratando de autoconvencerse. En el encuentro posterior, cuando Carlos Corach y Kohan sondearon
las opiniones de los gobernadores, el santacruceño fue el único en expresar sus reparos. Duhalde,
en cambio, calló. Habló sí una hora después, cuando llegó Menem, para decirle que le parecía que
“se están poniendo en peligro las instituciones”.
-Es una opinión personal que corre por su cuenta -le respondió secamente Menem, sin tutearlo.
- En última instancia, tenemos que ser prolijos, porque ganar la elección general es secundario...
-insistió el bonaerense.
- Al contrario. Lo más importante es que ese día gane un justicialista -replicó el Presidente.
Tan indignado estaba Duhalde que esa tarde no fue al Consejo Nacional Justicialista donde
debería seguir tratándose el tema. Prometió en cambio llegar hasta las últimas consecuencias para
evitar que se violara la Constitución.
Fue así como el 10 de marzo la Cámara de Diputados realizó una histórica sesión en la que
aprobó por unanimidad un proyecto en el que ratificaba la plena vigencia de la Constitución,
especialmente en lo dispuesto por la cláusula transitoria 90 que le impedía a Menem aspirar a un
tercer mandato consecutivo. El pronunciamiento apuntaba directamente a la Corte, cuestión de que
no habilitara a Menem, así como también reclamaba la destitución del magistrado cordobés
reeleccionista.
La aprobación se alcanzó con la histórica presencia de 156 diputados, 46 de ellos justicialistas,
y había sido producto de largas negociaciones y concesiones, como la que estableció la condición
de no mencionar directamente a Carlos Menem, ni mucho menos atacarlo. En esa operación, a los
diputados del duhaldismo, se les iba la vida, por cuanto lo que menos esperaban era una ruptura
del bloque en vísperas de la interna partidaria.
Ya poca gracia les hacía tener que hacer un titánico esfuerzo para aprobar un proyecto que los
llevaba a cerrar filas con la propia Alianza...
Precisamente radicales y frepasistas habían cumplido con el cometido de ser quienes pondrían
la mayor cantidad de gente, y así sentaron en sus bancas a 106 diputados. Del peronismo no estuvo
el jefe del bloque, Humberto Roggero, que en aras de la unidad del bloque no podía hacer otra
cosa que estar ausente y hasta tratar de evitar esa sesión. Tampoco estuvo el ahora menemista
confeso Alberto Pierri, y el vicepresidente 1° del Cuerpo, el salteño Marcelo López Arias, se negó
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a asistir y presidir la sesión, argumentando que sólo haría tal cosa si el bloque justicialista
estuviera unido. La sesión fue presidida entonces por el radical Rafael Pascual. Otro que no estuvo
fue el entonces diputado menemista Miguel Angel Pichetto, quien durante el futuro gobierno
kirchnerista presidiría el bloque en el Senado.
Sí estuvieron todos los santacruceños, encabezados por Cristina Kirchner, quien fue una de las
primeras en llegar, aunque se sentó sola al fondo del recinto, tal vez para contenerse a la hora de
los discursos.
En el Senado se intentó luego aprobar una resolución similar, pero allí las presiones de los
riojanos Eduardo Menem y Jorge Yoma fueron suficientes para que no se alcanzara el quórum
necesario para votar el proyecto presentado por el senador justicialista chubutense Osvaldo Sala.
Empero, la Cámara sesionó en minoría, refrendándose esa iniciativa en forma simbólica.
Designado Palito Ortega compañero de fórmula de Eduardo Duhalde, el binomio hizo campaña
en Santa Cruz para las elecciones en las que Kirchner ganó su tercer mandato. Por esos días tuvo
que salir a aclarar hasta dónde llegaban sus embates contra el modelo. “En todo lo referido a la ley
de convertibilidad y estabilidad, que ni sueñen que la devaluación la va a llevar adelante algún
sector del PJ”, señaló en Las Heras, un pueblito de 8.000 habitantes ubicado al sur de Caleta
Olivia, flanqueado por Ortega y Kirchner. Empero, aclaraba que “del FMI somos socios, pero
como socios nos tienen que tener respeto”.
Más tarde seguiría moderando su discurso, al sostener que “hay que honrar la deuda externa;
nadie habla de no pagarla”, cuestión de aggiornar su discurso, poniéndolo en línea con el de
Fernando de la Rúa, que en ese marco le venía sacando distancia. De esa manera les hacía caso
Duhalde a sus asesores, en detrimento de sus aliados Kirchner y Jorge Busti que insistían en que la
deuda debía ser un eje fundamental de su discurso.
El distanciamiento no tardó en llegar. Comenzó con críticas del ala izquierda hacia el
duhaldismo, por cuanto entendían que estaba transitando el peor de los caminos, ese que
desdibujaba al candidato y permitía que detrás suyo asomara el perfil de Menem. Camino que, les
quedaba claro, conducía a la derrota.
Había caído más que mal la incorporación a la campaña de ex funcionarios menemistas como
Julio César Aráoz, sobre todo porque a sus espaldas vislumbraban la presencia de José Luis
Manzano.
Sólo un sapo estaba dispuesto a tragarse este sector, en aras de conseguir la victoria de
Duhalde: un acuerdo con Domingo Cavallo, que podría establecerse en agosto, habida cuenta que
el ex ministro era una garantía para el establishment y que podría dar la tranquilidad a los sectores
medios que la Alianza parecía arrogarse. Eso sí, querían dejar claro que semejante alianza no debía
implicar resignar la elaboración de políticas sociales que permitieran recuperar el espacio
abandonado por el Estado menemista.
Eduardo Duhalde resolvió darle más vuelo a Néstor Kirchner, designándolo al frente de la
política comunicacional de su campaña, quien en ese cometido estaría acompañado, por su esposa,
los diputados Carlos Soria, Eduardo Mondino, Mario Das Neves y el embajador Mario Cámpora, y
cuya función sería darle coherencia a la fijación de posiciones públicas, sortear contradicciones y
dispersión del discurso y evitar filtraciones. La designación del grupo tenía por objeto no sólo
revertir la pendiente en la que había caído la candidatura del bonaerense, sino también enfrentar
operaciones como la que mencionaba la posibilidad de que fuera sustituido como candidato. Se
bautizó a este sector como “grupo de choque”, una suerte de “gladiadores mediáticos” que
deberían enfrentar a la prensa ante cada tema que surgiera.
El Grupo Calafate que encabezaban los Kirchner mantenía un profundo enfrentamiento con el
propio Ramón Ortega, con el citado Chiche Aráoz y hasta con Carlos Ruckauf, candidato a
113
gobernador por el duhaldismo que, como los otros, estaba promoviendo ciertos acuerdos con el
menemismo. De hecho, Ruckauf basaba su campaña para gobernador en la aplicación de la mano
dura para combatir el delito -discurso por el que Cristina se había declarado “horrorizada”- y en
ese marco había provocado la caída de León Arslanian como ministro de Seguridad y Justicia de
Duhalde, causándole a éste un severo revés, así como desatando la ira del Grupo Calafate.
Como jefe del ala progresista del duhaldismo, Kirchner en persona encabezó las negociaciones
con la dupla Cavallo-Beliz, a fin de tratar de convencerlos de acordar una alianza estratégica para
las elecciones. Pragmáticos, Néstor y Cristina estaban convencidos de que ese acuerdo podría
elevar los votos de Duhalde en la Capital Federal y estaban dispuestos con gusto a bajar
candidaturas como la de Raúl Granillo Ocampo (a jefe de Gobierno), Miguel Angel Toma (a
diputado nacional) y Carlos Corach (a senador). El santacruceño fue a la casa de Cavallo y trató de
seducir a Beliz con una preciada presa como era la cabeza de Corach, a sabiendas de la
animadversión del primero contra el funcionario menemista, pero igual no se fue muy convencido
de esa reunión.
Como si se tratara de una señal, el ex ministro no le ofreció un café siquiera.
- Che, te sale el economista de adentro... Ni un vaso de agua me das -le reprochó.
Y por cierto que no le faltaban razón a sus prevenciones, ya que tanto Cavallo como Beliz se
abstuvieron finalmente de participar del proyecto duhaldista.
En Día D, el programa de Jorge Lanata, Beliz sería drástico al afirmar que no volvía al PJ y que
“Duhalde cuenta con un adversario que es Fernando de la Rúa y con un enemigo, Carlos Menem,
que va a hacer lo imposible para que el PJ pierda esta elección, porque piensa irresponsablemente
en el 2003”.
Kirchner acusó el impacto de haber fracasado en las negociaciones con los representantes de la
centroderecha que confiaba sumar al duhaldismo, y comenzó a alejarse de Duhalde, criticando en
privado los cada vez más frecuentes contactos del bonaerense con el menemista Eduardo Bauzá.
Mientras tanto, Duhalde contrataba para su campaña al publicista brasileño Duda Mendonça.
El gobernador santacruceño dejó de preocuparse por ocultar sus diferencias con Duhalde, y eso
quedó explicitado al celebrarse la segunda cumbre del Grupo Calafate, esta vez en Tanti, provincia
de Córdoba. Allí ya no primó el espíritu evidenciado diez meses antes en Calafate, sino que las
exposiciones no hicieron más que detallar los errores de la campaña duhaldista y los resquemores
internos. Al cabo del encuentro, Kirchner negó estar distanciado de Duhalde, pero se preocupó por
dejar claro que los dirigentes de ese sector no eran duhaldistas ni estaban determinados por la
coyuntura electoral.
La frialdad para con el candidato se hizo notar no sólo con la toma de distancia, sino también
con la tibieza de los aplausos y los cuestionamientos a la marcha de la campaña y al sesgo
ideológico de la propuesta duhaldista. Kirchner, por más que decía no estar distanciado de
Duhalde, le hizo sentir el rigor bien a su estilo: no fue a recibirlo; no escuchó más de la mitad de
su discurso; y ocupó la mesa más distanciada de la cabecera.
En los corrillos de ese encuentro se escuchó decir que el santacruceño le había devuelto con
creces el desplante hecho horas antes a León Arslanian, a cuyo almuerzo de homenaje y
desagravio Duhalde no había querido asistir.
Pero también Kirchner estaba muy molesto por actitudes de Duhalde como la de contratar a la
agencia de Duda Mendonça -la misma que había ideado la campaña “Menem lo hizo”; la misma
que le sugirió contratar al santacruceño cuando éste se convirtió en el candidato oficial, propuesta
que K desechó de plano, así como la idea de crear un comando de campaña atestado de
bonaerenses-, o lanzar medidas de concertación sin haber consultado al gabinete federal de
gobernadores. “No puede ser que nos enteremos de las propuestas del candidato por los diarios”,
deslizó un vocero kirchnerista.
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“Yo lo acompaño a Duhalde, pero también le digo lo que está bien y lo que está mal -aclaró-.
Yo soy militante, cuadro político, pero no soy empleado de nadie”. Luego enfatizó que en la
campaña encabezada por Duhalde no se había hecho todo bien, había faltado “potencia y fuerza
para combatir al menemismo”, definió al Grupo Calafate como “un nuevo espacio de pensamiento
que no está determinado por la coyuntura electoral”, y aclaró nuevamente que “no somos
duhaldistas. Nunca estuvimos dentro del duhaldismo. Estamos trabajando desde el justicialismo;
estamos al lado de Duhalde porque es el candidato presidencial, pero también nos preocupa el
futuro de todo el PJ. Esperamos poder convivir con nuestras diferencias”.
Esas diferencias claramente evidenciadas terminaron ensombreciendo la riqueza del debate de
Tanti, o más precisamente el encuentro Calafate II.
“Seguiré con Duhalde, sólo espero escuchar propuestas más profundas donde la gente tome
conciencia de que somos el cambio y no el mejor, como dice la publicidad, porque los peronistas
nunca seremos iguales que los radicales”, puntualizó Néstor Kirchner al establecer su
distanciamiento de una campaña a la que -dijo- dejaría seguir su curso. “Vinimos a discutir los
problemas de la gente, no la campaña, que tiene como cara visible a Chiche Aráoz y un equipo
publicitario que no me acuerdo el nombre”.
Los roces entre el bonaerense y el santacruceño no se dieron sólo a través de los medios, sino
en persona, ya que Kirchner le recriminó en la cara la propuesta de disminuir el IVA y haberle
entregado el discurso a una agencia brasileña.
- No podés decir “compre argentino” si la campaña te la hacen los brasileños...
La propia Cristina dijo haberse corrido cuando apareció Duda Mendonça, “porque creo que en
política se construye desde la gente y no con magos publicistas. No hay iluminados en las
campañas; gana el candidato que quiere la gente”.
Quejoso, un operador duhaldista no podía ocultar su fastidio: “Ahora que De la Sota y
Reutemann están casi alineados, se nos quiere piantar Kirchner”. Bien cerca, otro duhaldista que
nunca había digerido a los Kirchner, se permitió cambiarle el nombre al sector y denominarlo
“grupo Cachivache”.
La derrota más cantada
En el mismo tono expuesto por su esposo, Cristina Fernández se preocupó por dejar clara
también su condición. “No soy duhaldista, no fui menemista, soy y seguiré siendo peronista”. En
un programa de cable, la diputada aclaró que entre su esposo y el candidato justicialista la relación
personal era excelente, más allá de las diferencias.
“Se produce no sólo en los partidos políticos, sino también en el periodismo una suerte de
simplificación que te identifica con un candidato y te coloca en una situación de no poder discutir
con él. Esta postura de acritismo permanente ha llevado a los partidos políticos en general a un
gran descreimiento y desprestigio por parte de la ciudadanía, lo que es un punto clave para
comprender la necesidad de debatir y disentir que debe darse dentro de los cuadros políticos”.
“El seguidismo acrítico entraña en los partidos políticos la clausura del debate, de la discusión y
de las diferencias, lo que es contraproducente para la política y su relación con la sociedad especificó-. Esta situación también se produjo con el gobierno alfonsinista, cuando los jóvenes de
la Coordinadora adoptaron una postura conocida como el 'si raulismo'. Con el candidato
presidencial Eduardo Duhalde existe una diferencia en cuanto a abordar la campaña y en cuanto a
lo que creemos debe encarar un nuevo modelo de país”.
“Los cuadros dirigenciales tienen que plantear su visión aunque no coincida con la que tiene el
conjunto de la sociedad, ya que el seguidismo fácil en el discurso político trae los problemas de
gestión después”, sostuvo, para especificar luego diferencias puntuales: “En un país que cuenta
entre sus principales problemas a la evasión fiscal, el discurso de los partidos políticos que
115
propician bajar los impuestos es peligroso, ya que se plantea el problema de cómo suplir los 7.000
millones que se dirigen a la Nación y a las provincias. La clase política plantea un discurso
ambivalente y esquizofrénico que nos debería hacer abordar las cosas con mayor seriedad y
profundidad”.
Fue la crónica de una derrota anunciada, concretada finalmente el 24 de octubre. A ella
contribuyó, además del atractivo de la fórmula ganadora, el insólito escalonamiento electoral
alentado desde el gobierno menemista, que hizo que la mayoría de las provincias eligieran a sus
gobernadores en comicios separados de las presidenciales, desarmando de respaldo provincial a la
fórmula Duhalde-Ortega.
Tan era así que esa fórmula perdió incluso en la provincia de Santa Cruz, donde ya se ha dicho
que también la elección del gobernador se había hecho antes.
A la hora de adjudicar el resultado, Néstor Kirchner no tuvo dudas: “Menem es el responsable
directo de la derrota del PJ en el país. Desde aquí, yo les digo a los justicialistas que el 70% del
resultado se debe a las actitudes del gobierno del actual presidente”.
A su lado, Cristina dijo lo suyo. “Más allá de que la figura del candidato justicialista no sea
suficientemente carismática, el gobierno nacional no le ha dado respuesta a las demandas sociales.
María Julia Alsogaray, Alderete y otros personajes del menemismo han contribuido a esta
derrota”, sostuvo.
De hecho, Fernández de Kirchner estableció las causas de la derrota justicialista en forma de
cálculo matemático: 16% de desocupación, más Menem, más María Julia, más Alderete, más las
tapas de los diarios que martillaban todo el tiempo en contra del gobierno, establecían a su juicio
“la suma fatal”.
El peronismo dejaba el poder tras diez años de haber hecho uso de él. Carlos Menem se retiraba
con la convicción de hacerlo invicto. “Yo no perdí”, diría una y otra vez, y hasta se animaría a
repetirlo tras rehuir a la segunda vuelta en 2003. Pero para eso faltaba tiempo. Mientras tanto, el
caudillo riojano planificaba su regreso al llano pensando en un futuro retorno. Aunque los
Kirchner estaban convencidos de que su suerte estaba echada.
Cristina Fernández era categórica a la hora de criticar al riojano: “Menem nunca fue estadista,
sólo tuvo la visión de un oportunista. Un oportunista que se creyó que habían muerto las
ideologías y que la caída del muro de Berlín significaba que había que sumarse con armas y
bagajes al capitalismo salvaje predicado por los Estados Unidos. El creyó que era un gran estadista
porque jugaba al golf con George Bush, pero no se es un gran estadista porque se juega al golf con
el presidente de los Estados Unidos. Un gran estadista se es cuando se deja un país en pie”.
“Hoy el gran debate no es Menem-Duhalde, sino quién va a representar a los nuevos grupos
sociales emergentes en la última década, ya sean los excluidos, las mujeres jefas de familia, los
consumidores. Es el debate social y político y no el de nombres el que hay que recuperar”.
Y en ese marco confiaba que la historia les tendría reservados a ella y a su esposo un lugar de
privilegio. Con el propio Menem como último escollo previo.
Capítulo VIII
Cacerolazo y después
116
En el balcón de la Casa de Gobierno, ese 25 de mayo de 2003, se la vio radiante, pero
mesurada; feliz, mas contenida. Otra cara había mostrado exactamente cuatro años atrás, en la
lejana Santa Cruz, cuando junto a un grupo de adherentes encabezó los cánticos que decían: “Y ya
lo ve, y ya lo ve, es para Menem que lo mira por TV”.
Cristina rompía por un instante su habitual discreción para las demostraciones, la misma que no
utiliza a la hora de las declaraciones y los discursos. Eran las 22.30 de ese 23 de mayo de 1999,
cuando estalló el festejo que sonó a desahogo, luego de que Néstor Kirchner contuviera la ola
aliancista que se venía en todo el país y en uno de los comicios adelantados de entonces se
imponía por doce puntos, logrando lo que entonces había tenido vedado ese gran enemigo que era
Carlos Menem: la re-reelección.
Néstor Kirchner mantenía ya una tradición que era la de abrir las puertas de la Casa de
Gobierno santacruceña para que los militantes festejaran la victoria electoral. En el interior del
despacho del gobernador, en tanto, Cristina Fernández y su esposo reelecto compartían la alegría
con sus hijos Máximo y Florencia, por entonces de 8 años, el ex gobernador y amigo personal
Jorge Cepernic, y la fórmula presidencial del justicialismo, compuesta por Eduardo Duhalde y
Ramón Ortega, quienes viajaron prestamente a Río Gallegos ni bien tuvieron la convicción de que
el triunfo estaba asegurado. Era una actitud de conveniencia mutua: por un lado, Duhalde le
retribuía así a Kirchner el haber sido el primer gobernador peronista en apoyar su candidatura
presidencial, fidelidad que sería recompensada con creces en el futuro; y por el otro, tomaba y
mostraba ese triunfo como el primero del duhaldismo en el interior.
Ahí andaba también Carlos Zanini -quien luego sería secretario Legal y Técnico de la
presidencia y por entonces ni siquiera era el titular del Supremo Tribunal de Justicia santacruceño,
sino diputado provincial del peronismo-, explicando que la demora en el conteo de votos se debía
a la ley de Lemas. Pero lo cierto es que por un largo rato habían andado con el ceño fruncido,
producto del riesgo que había representado la participación del justicialista y otrora poderoso
hombre local Arturo Puricelli dentro del lema del radical Alfredo Freddy Martínez, lo cual le había
restado obviamente muchos votos.
Esa actitud representó la última escala de un enfrentamiento de larga y vieja data entre ambos,
que venía desde el 83 y del que aquí ya se ha hablado. Referente menemista local, Puricelli era
entonces segundo del ultramenemista Rodolfo Barra en el ente que regula los aeropuertos y hasta
había acompañado al radical en el acto de cierre de campaña, algo que le hacía “ruido” a los
referentes nacionales de la Alianza, y que Martínez explicaba argumentando que se trataba
“puramente de conveniencia política”.
“A Puricelli le conviene porque le resta votos a Lupín, y a nosotros porque nos suma unos
votos. Después, si podemos, ni nos hablamos”, aclaraba Martínez.
Recluido en Perito Moreno, su localidad natal, a Puricelli sólo le quedó placer de haber logrado
que su enemigo de siempre no arrasara en las urnas como venía haciendo; por lo demás, ya sabía
lo que se le venía. Kirchner llevó su protesta airada a los más altos niveles y hasta el presidente
Menem tuvo que dar explicaciones: “Es una falacia desleal. Nunca jamás estuve ni estaré en contra
del justicialismo de Santa Cruz”, tuvo que decir el Presidente a través de un comunicado, mientras
Kirchner aseguraba haber tenido que enfrentar a la alianza y al menemismo juntos. A
continuación, a Menem no le quedó más que pedirle a Puricelli la renuncia a la vicepresidencia del
ente regulador de los aeropuertos. Un paso intermedio de la expulsión del PJ que Duhalde
reclamaba.
Con el sabor de haber vencido y amargado a Puricelli, los Kirchner ponían la vista en otro
objetivo. Ya saboreaban el placer de haberle ganado al menemismo y hasta haber logrado a nivel
provincial lo que Menem no había podido como presidente -mantenerse en el poder durante tres
117
períodos consecutivos-, aunque Cristina se crispaba ante la comparación, a la que consideraba casi
un insulto. Pero ahora pensaban en llevar el proyecto santacruceño al resto del país, de ahí que esa
madrugada la Capital Federal apareciera empapelada con los afiches que alababan la victoria de
Néstor Kirchner, actitud afín a las intenciones de Duhalde de sumar esa victoria como propia, pero
también a la de Lupín de instalar su nombre a nivel nacional, cosa que había hecho hasta entonces
y con creces su esposa.
La Corriente
Los Kirchner presentaron su línea interna formalmente en sociedad en Buenos Aires el 10 de
mayo de 1997, lanzamiento que acompañaron con una campaña de afiches en los que se intentaba
resaltar las diferencias de ese sector con el menemismo. “Si no hay trabajo ni justicia social, si no
hay utopía ni rebeldía, entonces no es peronismo”, rezaban los carteles de una campaña que, como
todos los proyectos políticos de Kirchner, tenía a Dante Dovena como estratega y a Cristina como
infantería.
Ya habían tenido su bautismo de fuego en Parque Norte, sitio embrionario de la rebeldía
kirchnerista; luego Cristina Fernández, “la Lupina”, como algunos le decían en el Sur, se había
encargado de llevar el apellido Kirchner a los medios nacionales y recorrer todos los rincones del
país en el marco de la cruzada por los Hielos; y el Grupo Calafate había sido el punto culminante
de una experiencia que a partir de ese evento fundacional pretendía marcar un camino nuevo en el
marco del peronismo. En efecto, muchos analistas tomaron a Calafate como el pretendido objetivo
de ser un espacio progresista que buscaría crecer más allá de las elecciones del 24 de octubre de
1999, independientemente de cual fuera la suerte de Duhalde. Es más, si la misma fuera adversa,
mayores chances tendrían de consolidarse a la hora de barajar y dar de nuevo.
Los mentores del Grupo Calafate detestaban la política testimonial y en tal sentido se definían
como “una opción progresista con vocación de poder”. Así fueron siempre los Kirchner, críticos
de los teóricos del poder; ellos asumían en cambio a Néstor como un hacedor, un generador de
poder y ejecutor del mismo.
Consumada la derrota justicialista y su salida del poder. Cristina Fernández le puso título al
nuevo tiempo: “Menem ya fue”, concluyó, y desde entonces se resistiría a mencionar al riojano, al
que consideraba parte del pasado. ¿Pero qué pasaría entonces con el menemismo?
“Yo creo que después del 10 de diciembre, esta conducción hegemónica que se vivió durante
los últimos 10 años va a menguar considerablemente. Primero, por una cuestión natural que tiene
que ver con cómo se construye el poder en la Argentina desde el Estado. Menem no va a tener esa
posibilidad -explicaba la entonces diputada-. Al peronismo siempre lo han acusado de caudillismo,
pero en todas las fuerzas políticas tiene que haber un jefe; lo cierto es que los partidos políticos los
lideran hombres y mujeres de carne y hueso. El hecho de que hoy el poder del peronismo va a
estar en distritos gobernados por el justicialismo -lo que la llevaba a hablar de 'un peronismo
provincializado', o incluso 'feudalizado'- y en el Parlamento, hacen que aquel hegemonismo al que
hacía referencia no se vaya a dar por su propio peso. Pero va a surgir una renovación, más tarde o
más temprano, que va a pasar no solamente por una cuestión dirigencial, sino de un debate
profundo que debe redefinir al peronismo. El peronismo no es el que nosotros conocimos antes de
Menem, pero tampoco lo que Menem dice que es el peronismo. Me parece que vamos a tener que
traducir eso: lo que fuimos estos diez años y lo que queremos ser”.
- ¿Cómo será el peronismo entonces?
- Yo creo que si el peronismo, después de diez años de Menem, después de haber atravesado el
año de recesión que tuvimos este año, 18% de desocupación, más Alderete, más María Julia, y así
y todo sacamos el 38% de los votos, me parece que hay mucha tela para cortar en el PJ y ningún
118
partido político en la Argentina me atrevo a decir que tiene un sentido de identidad y pertenencia
como el que tiene el peronismo.
Cristina Fernández tenía la convicción entonces de que la desocupación representaba el tema
central de la Argentina, no sólo por las consecuencias humanas y sociales que trae aparejadas, sino
por su vinculación con el fenómeno de la concentración de la riqueza y el ingreso. Un modelo de
acumulación diferente que se había planteado en el país durante los últimos años, en el que el
desempleo actuaba a su juicio como un “disciplinador social” y en tal sentido consideraba
preocupante que quienes tendrían la responsabilidad de conducir la economía en el gobierno de la
Alianza volvieran a insistir con el tema de la flexibilización laboral como modo de combatir la
desocupación.
La diputada santacruceña entendía la flexibilización laboral como un eufemismo para hablar de
la precarización y la explotación de los trabajadores. “Debemos dejar de insistir con un modelo de
trabajo que en la etapa inmediata no va a dar respuesta, e inclinarnos por el sector de servicios y
fundamentalmente abordar una suerte de convertibilidad laboral con un trabajo de 36 horas
semanales”, proponía.
“La necesidad de tener cuentas equilibradas no asegura mayor grado de radicación de
inversiones, ya que en algunas provincias donde existe equilibrio fiscal en sus cuentas, esto no ha
redundado en mayores inversiones y el Estado sigue siendo el principal empleador”, sostenía,
advirtiendo sus adversarios que hablaba con conocimiento de causa porque así sucedía en Santa
Cruz.
Ya entonces Cristina era crítica de la baja de impuestos, argumento con el que fustigarían a José
Manuel de la Sota. “Se da un discurso recurrente en la clase política en cuanto a que si se bajan los
impuestos del trabajo esta decisión generará más empleo. Sin embargo, en el 94 se dio el primer
bache fiscal por la reducción de los aportes patronales y el desempleo aumentó. Si se pudiera
incrementar el desarrollo o bajar la desocupación a partir de proyectos de ley, seríamos
irresponsables si no lo hiciéramos. Lo que sucede es que esto hace a una orientación política”.
Si se considera a la desocupación como interdependiente con la inequidad en la distribución del
ingreso, “tendremos un proyecto político orientado a lograr una mayor equidad en la distribución dijo-. Si la desocupación es un problema de flexibilización y de que las leyes tiendan a una baja de
impuestos, entonces se tendrá otro proyecto político”.
Esos argumentos eran expresados por Cristina aun antes de que la Alianza se hiciera cargo del
poder. Lo que estaba marcando eran los puntos con los cuales anunciaría que la coalición radicalfrepasista se quedaría en los enunciados, en las buenas intenciones, pero que en la práctica no
cambiaría el modelo menemista. De ahí que sus más enfáticas críticas se asentaran en el
presupuesto aliancista, en la pretendida flexibilización laboral y en el ajuste que pretendía
realizarse sobre los estados provinciales.
“La Alianza mezcló la Coparticipación con el Presupuesto”, advertía Cristina en defensa de los
derechos de las provincias, mientras proclamaba que el problema del gobierno nacional no era
solamente que hubiera bajado la recaudación, sino que había incrementado el gasto a pesar de
haber sido transferidos todos los servicios a las provincias.
Igual, Fernández de Kirchner era condescendiente con la Alianza, o al menos lo fue en un
principio, ya que, amén de las críticas, salió a demandarle a los senadores de su partido -desde su
banca de diputada- que aprobaran el primer paquete impositivo enviado por Fernando de la Rúa,
en momentos en que aquellos comenzaban a mostrarle los dientes al jefe radical. El argumento de
la santacruceña era eminentemente democrático: el gobierno aliancista estaba legitimado por el
resultado del 24 de octubre, por lo que había que concederle lo que demandaba.
Y de paso, le servía para criticar a sus viejos conocidos del Senado, a los que consideraba
fundamentalmente ligados al menemismo.
119
Claro que esa indulgencia kirchnerista se expresaba cuando la administración aliancista no
llevaba un mes; al cabo, las actitudes del mandatario santacruceño no se diferenciarían demasiado
de las adoptadas con la anterior gestión.
En ese marco, Kirchner se diferenciaba del resto de los gobernadores en su relación con el
poder central tal cual lo había hecho en su momento frente a Menem. El nuevo Pacto Fiscal -al que
calificaba de “infirmable”- era ahora la causa de su enojo, y lo que lo llevaba a acusar a los
gobernadores de las provincias grandes, Carlos Ruckauf (Buenos Aires), Carlos Reutemann (Santa
Fe) y José de la Sota (Córdoba) de estar “rosqueando” con el gobierno. Y a ello atribuyó la
ausencia de sus colegas del encuentro organizado por él en El Calafate, adonde sólo concurrieron
el fueguino Carlos Manfredotti y el riojano Angel Maza, precisamente dos hombres muy cercanos
a Carlos Menem.
Se sabe que Kirchner esperaba las ausencias de las provincias grandes y el consiguiente fracaso
de la cumbre. ¿Cómo vendrían Ruckauf, Reutemann y De la Sota, si dos días antes había hablado
de un pacto oscuro con el gobierno aliancista?
“Yo me siento en muchas mejores condiciones para ser presidente que las provincias grandes
que rosquean con el gobierno”, desafió el santacruceño en lo que pareció el lanzamiento de su
precandidatura presidencial.
No fueron pocos los observadores que tomaron la decisión de Kirchner de quedar fuera del
Pacto Fiscal firmado con el gobierno aliancista como una actitud estratégica: aprovechar la buena
situación financiera que le permitía no depender del gobierno central, para construir su candidatura
presidencial ya no para 2007, sino para 2003.
Hasta entonces sólo el ex presidente Menem y Carlos Ruckauf habían admitido sus aspiraciones
para el 2003, aunque nadie sacaba de carrera a De la Sota y Reutemann. Mientras tanto, anunciaba
para el próximo 15 de diciembre de 2000 un nuevo lanzamiento de La Corriente en un hotel de la
Capital Federal. En la ocasión estuvieron sus aliados porteños de siempre y llamó la atención la
presencia del sindicalista Hugo Moyano. Dos días antes, Cristina Kirchner había estado en el
Sindicato de Camioneros hablando de la necesidad de acumular poder social y crear alternativas de
futuro (lejos quedaban sus declaraciones de un año atrás, cuando enojada por la reacción de los
camioneros contra el pago del impuesto docente, los había calificado como “los carapintadas de la
economía, porque toman a la gente como rehenes y la extorsionan con cortes de rutas y el
desabastecimiento de productos”).
Pero estábamos con el lanzamiento de La Corriente. Allí habló Kirchner de oxigenar la política
argentina, de la necesidad de construir un proyecto de país alternativo. Obviamente, también
estaba su esposa y compañera de siempre, Cristina, quien sería su aliada clave en el camino
definitivo hacia la Rosada.
El choque con Cavallo
La crisis irresuelta, en la que el gobierno de De la Rúa cada vez se adentraba más, se llevó a
José Luis Machinea, a quien reemplazó Ricardo López Murphy, cuya llegada y decisiones Cristina
Fernández tomó con crudeza, más no con una crítica hacia el economista, sino hacia el propio
Presidente. Por el contrario, López Murphy le parecía coherente con su pensamiento, y opuesto a
los políticos que dicen una cosa en el llano y cuando son gobierno hacen otra.
“Si uno conocía la trayectoria y las ideas políticas de López Murphy, era muy claro inferir
cuáles iban a ser las medidas que tomaría: el ajuste iba a pasar por la educación, por las provincias.
Iban a centrar en la cuestión fiscal el tema del crecimiento en la Argentina, lo cual evidentemente
es equivocado”, sostenía Fernández de Kirchner, para separar luego la paja del trigo: “En
definitiva, nadie lo votó a López Murphy; el que fue votado en base a un programa, a una palabra,
fue Fernando de la Rúa, que es el directo responsable de este ajuste”.
120
- ¿En las próximas elecciones habrá que votar entonces a un ministro de Economía?
- Habrá que ir a la Bolsa a votar y hacerse broker. Porque parece ser que tiene más influencia
ser broker que representar una región -respondía.
La economía no le disgusta a Cristina Kirchner, pero no es algo que estudie con la pasión con
que suele abrazar los temas que son de su mayor interés. Igual, no es una materia que tampoco le
sea ajena. De lo contrario, la defensa de la coparticipación no hubiera sido uno de las cuestiones en
las que más trabajó en su paso por la Convención Constituyente. Y está dicho que sus críticas a los
presupuestos elaborados por Roque Fernández y la Alianza fueron en su momento ejes de su
discurso. Sin considerar que ya durante la presidencia de su esposo participó activamente en la
trastienda de las negociaciones con el Fondo -nada menos-, durante su paso por el Parlamento
integró la estratégica Comisión de Presupuesto y Hacienda entre 1997 y 2001 en Diputados, así
como entre 2001 y 2002 lo hizo en el Senado.
Su esposo, en cambio, se dedicó a estudiar economía en forma obsesiva, al punto tal de hablar
en serio cuando en julio de 2002 dijo que, de llegar a ser presidente, él sería su propio ministro de
Economía. “Yo quiero el poder con ideas, no el poder sin ideas de Carlos Menem y Fernando de la
Rúa, porque Menem llegó al poder sin ideas, tuvo que alquilar primero a Bunge y Born, después lo
alquiló a Domingo Cavallo, y después a los lobbies financieros con Roque Fernández. De la Rúa,
obviamente, hizo lo mismo. Por eso yo digo que voy a ser el ministro de Economía. Vamos a tener
técnicos que sepan muy bien y comprometidos con el proyecto, pero es el presidente el que tiene
que manejar la política económica”, diría entonces.
A diferencia de Cristina, que la estudió por obligación, a Kirchner le gusta la economía, pero se
puso aprender fuerte luego de que en una reunión en el Ministerio de Economía, a principio de los
90, Domingo Cavallo le diera una lección en la materia con la que le bajó los humos. Hasta
entonces el gobernador santacruceño se consideraba sólido en la materia, pero fue tal la paliza que
le dio el Mingo y tal la vergüenza que sintió Néstor, que se propuso comenzar a estudiar.
Algunos dicen que el ministro consideraba a Kirchner su gobernador preferido, pero lo cierto es
que desde entonces ambos cultivaron una buena relación, al punto tal que en los 90 no pocas veces
Néstor y Cristina compartieron cenas con Cavallo y su esposa Sonia.
Además, las buenas cuentas santacruceñas se debían, entre otros motivos, al consejo del
entonces superministro, que al ver que Kirchner había ahorrado el dinero proveniente de las
regalías petroleras lo llamó a su despacho del ministerio y le dijo que como no se gastaba la plata
pintando plazas le daría una recomendación que le convenía tener en cuenta: “No vendas las
acciones ahora. Esperá, y cuando te avise, las vendés y ponés la plata en un plazo fijo”.
Santa Cruz había recibido 14 millones en acciones a 14 pesos cada una y, merced al consejo
seguido al pie de la letra, las vendió a 44.
Kirchner siguió hablándose con Cavallo aun cuando alcanzó la presidencia, más allá de que él y
su esposa denostaran al ex ministro en público. Los contactos fueron secretos y se dice que el
santacruceño quiso utilizar los buenos contactos del ex superministro en la negociación de la
deuda. Es más, hubo una versión incomprobable que hablaba de un encuentro entre Cristina y
Cavallo en Estados Unidos, durante una de las visitas de la primera dama.
Kirchner siempre lo admiró y ya cuando llegó a la gobernador santacruceña, en 1991, algunos
diarios nacionales lo definieron como un seguidor de Cavallo, además de vincularlo también al
entonces ministro del Interior de Menem José Luis Manzano -tal vez por la relación del
mendocino con Dante Dovena-.
Hay un dato que debe ser tenido muy en cuenta. Si bien el santacruceño atacó siempre a
Menem y el modelo, se cuidó en general de no mencionar al Mingo. Además, no debe soslayarse
que Alberto Fernández fue un ex aliado de Cavallo, y que Horacio Liendo, quien supo ser mano
derecha de Cavallo, fuera asesor legal de la provincia de Santa Cruz.
121
La admiración de Néstor Kirchner hacia Cavallo lo llevaba a reconocer su inteligencia y
preparación. “El le cambiaba todos los balances al Fondo Monetario, iba, venía, se peleaba, los
echaba. En resumen, negociaba distinto y tiene otra calidad intelectual”, supo reconocer Kirchner.
Empero, aclaraba que él venía de las antípodas y no le interesaba la Argentina que él quiere,
“porque evidentemente no se dio lo que predijo, que fue la teoría del derrame. El vaso creció, pero
no derramó nada. Fue todo para los grupos concentrados”.
No necesariamente Cristina comparte los mismos afectos que su esposo. El caso de Cavallo
podría quedar comprendido en esas salvedades. Ella afirma haber pensado siempre que Cavallo iba
a terminar como Galtieri, a quien en un viaje a Estados Unidos llegaron a llamar “militar
majestuoso”, pero al que echaron de una patada cuando se le ocurrió invadir Malvinas. Fernández
de Kirchner ve algunos puntos de contactos con quien considera una suerte de “Galtieri
económico”, al que terminó echando la gente, haciendo lo que a su juicio “el Parlamento no tuvo
las agallas de hacer”.
“Lo que no hacen los dirigentes lo hace la gente en la calle o en las urnas”, es una de las frases
de cabecera de Cristina que se adecua perfectamente al caso citado.
Claro que esas referencias tenían que ver con el Cavallo que colaboró con la Alianza, pues no
pensaba exactamente lo mismo con el que acompañó a Menem. A su juicio -y lo confesó en 1999el gobierno de Menem se derrumbó cuando Cavallo se alejó del Ministerio de Economía. Estaba
convencida de que el ex superministro “le aportó mucho al gobierno de Menem, no se olvide de la
convertibilidad y de la imagen fuerte de Cavallo; en un momento se convirtió en el hombre más
sólido del gobierno”, señaló entonces.
La relación Kirchner-Cavallo tuvo sus cortocircuitos, como cuando el ministro se enteró del
destino que habían tenido los cientos de millones de dólares, depositados en la Reserva Federal.
- Vos sos un hijo de puta -dicen que le dijo el por aquellos días ministro.
- ¿Y qué querías? ¿Que te los dejara a vos?
Pero hubo otro choque más duro y publico. Fue cuando Cavallo era ministro de De la Rúa, en
los tiempos en que esa administración ya había ingresado en sus últimos tramos. Las provincias
mantenían una fuerte pulseada con el gobierno nacional, que no conseguía respiro entre las
demandas externas, las del interior y la necesidad de mantener la convertibilidad.
“Si el gobierno nacional dice que no tiene plata para pagarle a las provincias lo que les debe,
primero tiene que decir en qué gasta -disparaba Cristina-. Si el presidente De la Rúa no cumple
con las cosas que firma, no sé qué puede pasar con el país. Yo quiero saber puntualmente en qué
se gasta el dinero de los ingresos, qué es lo que realmente pasa con los planes sociales y con la
contratación de las consultoras privadas, por ejemplo”.
En ese marco, los gobernadores mantuvieron una ronda de negociaciones con el ministro sobre
la coparticipación federal y la refinanciación de deudas. El clima era ya de por sí tenso cuando
comenzó la reunión en el salón principal del séptimo piso del edificio del Consejo Federal de
Inversiones. Allí Cavallo hizo una extensa exposición de 40 minutos sobre la situación de la
economía argentina. Las caras de sus interlocutores eran de fastidio, pero la del santacruceño era
aún peor. Apenas se contenía, y ya no pudo hacerlo cuando el monólogo se transformó en reto.
- Si la situación de las provincias es crítica, es porque ustedes no son capaces de controlar el
gasto, y no acompañan a la Nación en su esfuerzo por lograr el déficit cero.
- ¿¿Pero por qué voy a tener que resignar yo coparticipación cuando justamente cumplí con el
déficit cero?? -lo increpó Kirchner.
- Señores, esto es lo que tengo para ofrecerles, porque es lo que nos permite el Fondo
Monetario Internacional...
- ¡Vos no nos podés venir a hablar de cómo tenemos que hacer las cosas! Vos no sabés lo que
es gobernar, a vos te da lo mismo estar con Menem que con De la Rúa, así que cortala con esto y
empezá a decirnos cómo nos vas a pagar...
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Fiel a su naturaleza, Cavallo reaccionó a los gritos y Kirchner no se quedó atrás, recriminándole
que diera prioridad a los compromisos externos por sobre las deudas con las provincias,
apuntándole permanentemente con su dedo índice derecho, mientras con el puño izquierdo
golpeaba la mesa. Varias botellas de agua mineral se derramaron y algunas incluso cayeron al
piso. Debió intervenir el gobernador puntano Adolfo Rodríguez Saá para que la cosa no pasara a
mayores, ya que algunos llegaron a temer que se fueran a las manos.
“Estoy bastante grandecito como para que me griten”, diría luego Kirchner, al relatar el
encontronazo, recomendándole de paso al presidente De la Rúa que diera un paso adelante, no uno
atrás. “Tiene que tomar el bastón de mariscal, ponerse a gobernar, convocar con optimismo, tomar
el rumbo y yo voy a ser de los primeros que va a acompañar”.
La caída de De la Rúa
Una y otra vez se resistió Kirchner a firmar acuerdos fiscales con el gobierno de Fernando De la
Rúa, actitud que mantendría en el futuro con Eduardo Duhalde. Luego de negarse a firmar uno de
esos pactos, a principios de 2001, se justificaría comentando lo perjudicial que el mismo era para
las provincias. “Es fácil hablar de acuerdos patrióticos con la plata de los demás -dijo-. Porque acá
la subordinación la pusieron aquellos que firmaron, y el esfuerzo lo pondrá la gente. Es más:
algunos gobernadores firmaron y al otro día estaban pidiendo créditos para pagar los sueldos.
Además, hay algunos colegas de mi partido que están preocupados por diferenciarse del gobierno
en el discurso, pero en realidad piensan lo mismo. Forman una figura mediática de colaboración a
costa del sacrificio de la gente.
- ¿Se refiere a Ruckauf? -le preguntaron.
- La gente se da cuenta de lo que digo.
La esposa del gobernador santacruceño le pegaba a Ruckauf también sin nombrarlo (cuidaba las
formas para no quebrar vínculos con los dirigentes del PJ que tenían poder). Aludiendo al entonces
mandatario bonaerense y sus aspiraciones presidenciales, decía: “Estamos en contra de las
construcciones mediáticas. Buscamos reconstruir la identidad del peronismo y lo que significa
representar lo social. Ninguno de los que hoy se ven como candidatos dice cuál es el proyecto de
país que tienen para ofrecer. Nosotros queremos otra cosa”.
La mala espina de los Kirchner con Ruckauf viene de entonces, de cuando era un eventual
competidor a la presidencia y, a juicio del matrimonio, jugaba a dos puntas. Ya en oportunidad en
que el entonces gobernador bonaerense se fotografiara con Domingo Cavallo y pidiera después un
apoyo expreso de los diputados al plan de competitividad, había despertado la fuerte crítica de
Cristina. Y de sus propios pares, por cuanto de los 32 diputados bonaerenses del PJ, apenas siete
terminaron votando a favor de la ley por la que bregaba Ruckauf. “Creo que Ruckauf debería ser
más cuidadoso a la hora de comprometer e involucrar el voto de los justicialistas -recomendaría
entonces Cristina Fernández-. Sobre todo cuando se trata de transgredir la Constitución, ya que no
hay ni legalidad ni legitimidad para darle superpoderes a Cavallo”.
- Yo no puedo estar de acuerdo con un dirigente que dice una cosa a la mañana, otra a la tarde,
y a la noche va y dice “Fernando, quedate tranquilo que los gobernadores vamos a arreglar con
vos”. A mí me gusta decir lo mismo a la mañana, a la tarde y a la noche, y lo que hablo en público
lo hablo también en privado -diría Néstor Kirchner.
- ¿Eso lo dice por Ruckauf? -le insistían.
- Lo dejo ahí.
Amén de las veladas críticas hacia un colega, para los Kirchner, De la Rúa -al que Néstor
calificaba sin eufemismos de “mediocre”- no sólo no había respondido a las expectativas, sino que
también había roto el contrato electoral con la sociedad. El gobernador santacruceño marcó
anticipadamente lo que a su juicio era el defecto de origen de Fernando de la Rúa: el temor a que
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le pasara lo mismo que a Raúl Alfonsín. Con ese complejo había partido con la premisa de durar
los cuatro años... Y hasta eso le falló.
Así como habían intentado inculcárselo a Duhalde, los Kirchner reclamaban del gobierno
central que se planteara un esquema diferente al modelo de concentración económica y exclusión.
Cuando ya la administración delarruista se desbarrancaba, Cristina afirmaba que lo que estaba en
crisis era el modelo de acumulación planteado en la Argentina a partir del 24 de marzo de 1976.
- Un modelo que tiene que ver con la especulación, o sea el privilegio de lo financiero sobre lo
productivo -señalaba la dama santacruceña-. Era ficción que cambiando la dirigencia política, sin
cambiar el modelo de acumulación, las cosas iban a cambiar. Eso es lo que planteaba la Alianza,
que decía que “lo que le falta a la gente en seguridad, trabajo, vivienda y educación, es lo que se
llevan los corruptos menemistas”. ¿Pero ahora qué pasa? Menem está preso, los corruptos
menemistas no están más en el gobierno, y la gente está cada vez peor, con lo cual quiere decir que
hay algo más que corrupción política. Lo que ocurre es que hay un modelo de acumulación
absolutamente perverso, que nos ha llevado a esta situación.
Los políticos estaban en su peor momento, aunque todavía no los corrían por la calle, como sí
sucedería en poco tiempo. La política estaba signada por la economía y se buscaban salvadores en
esos ámbitos: Ricardo López Murphy ya había sido eyectado del Ministerio de Economía y
Domingo Cavallo aparecía como el salvador, aunque la magia se apagaría rápidamente. La
santacruceña teorizaba al respecto sin criticar a los economistas, sino a los políticos que olvidan lo
prometido en campaña.
“Los sectores de poder están bien representados por los economistas; el hombre y la mujer
común, el usuario, el consumidor, el pequeño y mediano empresario, no se sienten representados
por quienes deberían hacerlo, es decir los políticos -señalaba-. En definitiva, no hay que presentar
a los economistas como sensatos y con sentido común y a los políticos como utópicos y
demagógicos, sino que hay representación de intereses y los partidos han renunciado a representar
a quienes invocaron”.
A continuación, se produciría el fenómeno del voto bronca, fantasma que en Santa Cruz no
existió por cuanto, según sus propias palabras, ese fenómeno fue “una construcción que se hizo en
los medios de comunicación desde la Capital Federal. Me parece que una vez que analicemos todo
el mapa electoral, lo que va a quedar en claro es cómo se comporta el electorado ante la fuerte
influencia de los medios”.
Concretada la derrota electoral de la Alianza de octubre de 2001, para muchos la caída de De la
Rúa era cuestión de tiempo. Con el poder provincializado, los gobernadores peronistas estaban
claramente divididos en dos sectores: por un lado, las provincias grandes que conformaban el
trípode Ruckauf/Duhalde, De la Sota y Reutemann; y por el otro, las provincias chicas
encabezadas por Kirchner en Santa Cruz, Rodríguez Saá en San Luis, Romero en Salta y Puerta en
Misiones, quienes llevaban tras de sí a casi todo el resto de los distritos gobernados por el PJ. Con
recelos internos por sus propias aspiraciones, las provincias chicas se habían repartido incluso los
cargos. Puerta quería la presidencia provisional del Senado, en tanto que para Rodríguez Saá o
Romero sería la presidencia del Partido Justicialista. A Kirchner se le había prometido la
candidatura a la presidencia de la Nación para el 2003, o bien para cuando cayera De la Rúa, de
ahí su insistencia por elegir al sucesor en elecciones.
Las provincias grandes, en tanto, insistían en que el justicialismo no debía cogobernar, lo que
explica que no estuvieran muy de acuerdo en ir por la presidencia provisional del Senado que, en
los hechos, implicaba quedarse con la vicepresidencia de la Nación. De todos modos, Néstor
Kirchner salió a aventar fantasmas afirmando que De la Rúa debía cumplir su mandato, “pero con
los argentinos adentro, porque si termina y termina con todos nosotros, el asunto va a ser grave”.
Su esposa, en tanto, se embarcaba entre los diputados que comenzaban a minar el ya escuálido
poder aliancista buscando la derogación los superpoderes de Cavallo, en tanto -ya electa para
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volver a la Cámara alta- advertía que la presidencia provisional del próximo Senado debería
corresponderle al justicialismo, en respeto a la voluntad popular que le había dado al PJ el triunfo
en los comicios. “No se debe burlar el mensaje de las urnas”, advertía Cristina, mientras buscaba
ganar espacio en el futuro Cuerpo.
La presidencia provisional quedaría para Ramón Puerta, en tanto que para sí misma reclamaba
Asuntos Constitucionales, cargo para el que se postulaban Jorge Yoma y Juan Carlos Maqueda;
para su sector también pretendía Presupuesto y Hacienda. Ante las resistencias de Buenos Aires,
Córdoba y Santa Fe, la santacruceña habría advertido que si no le daban esa comisión, el Frente
Federal -que conformaban las provincias chicas- iría por todos los cargos.
“Y vamos a ver quién tiene más cantidad de votos”, habría advertido, según testigos.
La sangre no llegó al río y Yoma, presidente hasta entonces de Asuntos Constitucionales, le
cedió a Cristina el puesto a cambio de un lugar en el Consejo de la Magistratura.
Algunas voces del gobierno aliancista hablaron de “golpe institucional”, por la designación de
Puerta, cosa que rechazó de plano Fernández de Kirchner, para quien si había un golpista en la
Argentina, ese era el presidente Fernando de la Rúa, responsabilizándolo del alejamiento de su
vicepresidente.
“Alvarez había tomado como una cruzada personal, interpretando a millones de argentinos, el
tema del esclarecimiento de las coimas en el Senado, y recibió el golpe de su propio Presidente,
que le confirmó a los dos hombres que habían tomado un rol absolutamente protagónico en el tema
de los sobornos”, expresó la senadora. Ergo, si De la Rúa no tenía vice y ése terminaba siendo un
peronista, la culpa era eminentemente suya.
La designación de Ramón Puerta como presidente provisional fue celebrada con abrazos y
cantando la marcha peronista. En un clima de algarabía, tratando de mantener la mesura y mientras
caminaban hacia el recinto, el misionero remarcó por enésima vez que había que insistir con el
apoyo a la gobernabilidad.
- Claro, hay que decir que no impulsamos la salida de De la Rúa -corroboró Jorge Yoma.
- Está bien, Negro, pero si lo decís vos, nadie te va a creer -acotó Cristina Fernández, quien
caminaba junto al grupo, desatando la hilaridad general.
Un nuevo tiempo se estaba iniciando y todos lo tenían claro. Cristina tenía claro lo que estaba
pasando y lo que vendría, y lo definía así: “Hay un desplazamiento del poder hacia el peronismo”,
decía, a propósito de la cantidad de provincias gobernadas por el justicialismo, más las dos
cámaras del Congreso, y molesta aún porque la bancada radical se hubiera ido del recinto a la hora
de asumir el nuevo presidente provisional del Senado.
- Algunos dirigentes radicales no pueden olvidar su pasado en la Franja Morada, entonces
adoptan actitudes estudiantiles -comentaba con sarcástica ironía-. Lo de los radicales me parece lo
de siempre: se van de todas partes. Se van del gobierno, se van del recinto. Ellos siempre se están
yendo. Sí me pareció rescatable la actitud de la senadora Vilma Ibarra, mujer tenía que ser, de
quedarse, poner la cara, hablar solita...
A la postre, la hermana del jefe de Gobierno porteño Aníbal Ibarra era una de sus pocas amigas
de la política. La relación se estrecharía en el futuro, pero de momento todavía Fernando de la Rúa
era presidente y de él Cristina sólo atinaba a expresar su deseo de que terminara en el 2003. “Pero
que termine bien -aclaraba-. Porque si tengo que elegir entre que termine De la Rúa o que siga la
República Argentina, me quedo con la última parte, ¿no?”
Ciertamente Cristina Fernández de Kirchner no le veía muchas chances a De la Rúa para
terminar su mandato, y limitaba su deseo de que lo hiciera al hecho de que el PJ todavía no había
resuelto su liderazgo ni definido un proyecto para ofrecerle a los argentinos. No es que viera al
peronismo atomizado, sino que el partido estaba rediscutiendo su identidad, aunque para su gusto
le faltaba todavía discutir los diez años del gobierno de Menem.
125
Era un partido con un gran poder institucional que le daba gobernar catorce provincias y el
Congreso, pero que carecía de un sistema único de decisión. “Cuando digo que los peronistas
debemos definir qué haremos por los argentinos, algunos dicen que es una lucha por el poder. Pero
reducir el debate a una mera lucha por el poder significa banalidad o mediocridad”, señalaba a diez
días del comienzo del cacerolazo, planteando una inquietud en la que insistiría incluso cuando su
esposo estuviera en la presidencia.
Su primera jugada en el Senado fue emitir como presidenta de la Comisión de Asuntos
Constitucionales un dictamen para que el Congreso autoprorrogara las sesiones ordinarias hasta el
28 de febrero, en una medida que representó una nueva estocada contra el gobierno, ya que
pretendía en ese tiempo dejarle las manos libres al PJ para votar la derogación de las facultades
especiales de Domingo Cavallo, así como impulsaba la reforma a la ley de Acefalía, lo que era
tomado por el radicalismo como un embate por la cabeza misma del poder.
No hubo tiempo para ver cómo podría resolverse el conflicto institucional que se planteaba, ya
que menos de una semana más tarde comenzarían los saqueos, la gente inundaría la Plaza de Mayo
y caería el gobierno de De la Rúa.
Horas antes de que se concretara, Cristina Kirchner había pedido públicamente la renuncia de
De la Rúa y comicios no más allá de 90 días, acorde con los deseos de su esposo, que pretendía ser
consagrado candidato por el Frente Federal, tal cual se había hablado las últimas semanas. Y que
hasta entonces asumiera Ramón Puerta.
Pero el que se hizo cargo del poder fue Adolfo Rodríguez Saá y ahí se modificó lo pactado. El
puntano asumió la presidencia con la imposición de convocar a elecciones en los próximos 90
días, pero con la clara intención personal de mantenerse él mismo en el poder hasta 2003.
Convencida de que “la historia nos dice que los radicales no están para gobernar”, Cristina le
resta responsabilidad al peronismo en la renuncia de De la Rúa. Ni como oposición, ni por la
administración anterior, ya que la herencia ya estaba y era De la Rúa el que tenía la
responsabilidad de cambiar. Por el contrario, en su rol opositor, el PJ fue a su juicio hasta
complaciente. Y sobre la eventual intención de Rodríguez Saá de desatender lo pactado, advertía
que “cualquier cosa que se quiera hacer sin legitimidad va a durar muy poco. El escenario que yo
me planteo es con elecciones, todo lo otro es inevitable”.
El problema que se planteaba en el PJ era el de una interna irresuelta, ante lo cual se había
optado por ir a elecciones con una suerte de ley de Lemas, lo que admitía todo tipo de discusiones
desde el plano constitucional. Cristina insistía en plantear que la discusión no debía ser de
nombres, sino de modelos. De hecho, quien seguía ejerciendo formalmente el cargo de presidente
del partido sostenía la profundización del modelo y la dolarización... Hablamos de Carlos Menem,
claro está.
- El problema de la interna no es si es Juan o José, sino qué hacemos con la Argentina -diría una
y otra vez por esos días.
Néstor Kirchner tenía por entonces apenas un 7,4% de intención de voto, según la Consultora
Equis, que le alcanzaba para marchar segundo entre los precandidatos peronistas (el primero era
Ruckauf), en unos sondeos que, con el voto bronca todavía muy reciente y las cacerolas aún
batiendo, tenían a Elisa Carrió al frente con apenas 10,2%. Mientras tanto, el santacruceño era,
junto a De la Sota, el más convencido de que Rodríguez Saá no iba a cumplir su palabra de
convocar a elecciones.
La caída del puntano llevó el poder de nuevo a las provincias grandes, o más específicamente a
Buenos Aires, que tomó la responsabilidad de encarnar con su propia gente el resto del mandato de
De la Rúa.
Amigo personal y aliado en tiempos recientes, Néstor Kirchner reconoció la representatividad
de Duhalde y le deseó la mejor de las suertes. Pero insistió en que, desde su punto de vista, lo más
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adecuado hubiera sido ir a elecciones de las que resultara un presidente con legalidad y
legitimidad. Reclamo que mantendría en el futuro y que lo iría alejando del flamante mandatario.
Los “no” a Duhalde
Cristina siempre se llevó bien con Carlos Chacho Alvarez, desde los tiempos de la Convención
Constituyente. Buena relación que mantendría al llegar Kirchner a la presidencia. Pero no tomó
bien que su renuncia a la vicepresidencia quedara en la nada, que se fuera sin más, dejando el tema
de los sobornos atrás con un portazo. Sí le hizo la cruz cuando Alvarez terminó de concretar su
salida de la vida política al irse también del Frepaso. “Su actitud raya entre lo patológico y lo
miserable. Patológico porque no puede hacer coincidir su discurso con la realidad, en eso de no
querer hacerse cargo de lo que pasó en el país en el último año y medio. Y es de un miserable
querer negar su participación en el ingreso de Cavallo al gobierno, cuando a todas luces fue uno de
los que más lo impulsó”, señaló Fernández de Kirchner a mediados de 2001.
Tal vez por ya no representar a un eventual competidor, Chacho Alvarez es uno de los pocos
casos en que un exonerado del afecto de los Kirchner ha tenido retorno. Otro que podría ingresar a
ese rango es Eduardo Duhalde, con quien los Kirchner mantuvieron históricamente una relación de
amor-odio que se vio claramente expuesta en los tiempos de la campaña presidencial duhaldista y
que se repetiría tras la llegada del bonaerense a la presidencia.
De entrada nomás, Néstor Kirchner quedó marcado como uno de los que más resistía que
Duhalde se quedara hasta diciembre de 2003. En esa postura también estaban José Manuel de la
Sota y el fueguino Carlos Manfredotti. Finalmente, en una comida en el Hotel Conte de la Capital
Federal, de la que participaron otros mandatarios provinciales, luego de rumiar bronca contra
Duhalde y reprocharle la decisión de haber negociado con radicales y frepasistas para quedarse
hasta el final del mandato que hubiera correspondido a la Alianza, aceptaron la derrota. “Hay que
cortarla con el llamado a elecciones”, fue la sugerencia que pareció prevalecer finalmente, aunque
Kirchner insistió hasta el final, y hasta habló de un Pacto de Olivos II.
Como una suerte de desplante, Cristina no estuvo presente en la votación en la que se eligió a
Eduardo Duhalde hasta 2003.
- No estuve de acuerdo con la metodología de que hablara únicamente un presidente por bloque
-dijo, al justificar esa ausencia-. Había quienes sosteníamos la necesidad de elecciones y me
pareció que hubiera sido bueno escuchar las dos voces. Esto no significa nada contra la persona de
Eduardo Duhalde; de hecho, lo voté en 1999. Lo que sostenía es que un gobierno en esta situación
de crisis necesita sí o sí la legitimidad del voto popular.
- ¿Se puede hablar de un nuevo Pacto de Olivos?
- Es evidente que hubo un acuerdo. Pese al discurso de Raúl Alfonsín (entonces senador), un
gran demócrata que se autoadjudicó la representación del partido de la libertad, y resulta que el
representante del partido de la libertad no quería elecciones...
Más allá de la bronca de los santacruceños, Duhalde los tuvo en cuenta a la hora de formar su
gobierno, al punto tal de ofrecerle el cargo de jefe de Gabinete a Néstor Kirchner. Puesto que
también le había ofrecido Rodríguez Saá durante su efímero mandato y que el santacruceño había
rechazado sin pensarlo dos veces.
Como cuando era candidato presidencial, los gobernadores le habían dado la espalda a Duhalde
-salvo Ruckauf, quien se eyectó de la efervescente provincia de Buenos Aires hacia Cancillería-,
resistiéndose a integrar la nueva administración como ministros. Ahora el nuevo presidente
recurría nuevamente a Kirchner.
Pero esta vez el santacruceño no estaba convencido de diferenciarse de sus pares y apoyarlo,
aunque decidió compartir sus dudas con su gente. Los convocó en la mesa del café Moliere y allí
escuchó la opinión de cada uno. Dante Dovena, que llegó tarde, terminó de despejarle las dudas, si
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es que alguna tenía, advirtiéndole que todo era a pérdida. Si aceptaba, un eventual buen gobierno
de Duhalde sería capitalizado por aquél, mientras que una mala administración dejaría escaldado a
todo el equipo. Sería dejar librado un proyecto de años a una apuesta demasiado riesgosa y con
poco margen de ganancia.
La esposa del gobernador santacruceño estaba absolutamente en contra de que él formara parte
del gobierno de Duhalde, pero para acitatearla Kirchner la llamó por celular delante de testigos,
tan solo con la intención de hacerla enojar.
- Cristina, al final voy a aceptar la propuesta de Duhalde -le dijo.
Hubo un prolongado silencio del otro lado de la línea, al cabo del cual, llegó la respuesta:
- Mirá, en principio, no te creo. Pero si llegara a ser cierto, primero te hago una demanda de
divorcio y después te armo una línea interna en el peronismo de Santa Cruz.
Tiempo después Kirchner admitiría la existencia de esa propuesta, aunque ató su respuesta
negativa a su oposición a devaluar. Es verdad que era crítico a esa decisión, pero las razones de su
no aceptación del cargo fueron más amplias. Hubo también un tanteo a Cristina Kirchner para que
fuera ministra de Educación, pero ella no aceptó, aunque siempre negó públicamente que le
hubieran ofrecido la cartera. “Igual, no hubiera aceptado”, aclaraba.
¿Acaso ella tenía algún antecedente en la materia? Que el tema la preocupa y que es una de las
áreas que más atención le demanda lo da el hecho de que el primer ministro de Educación
designado por el gobierno de Néstor Kirchner, Daniel Filmus, hubiera sido sugerido por ella.
Amén de eso, toda referencia suya en la materia debe buscarse en su actividad legislativa y en tal
sentido sobresale su participación en la Comisión de Educación durante su paso por la Cámara de
Diputados. Y proyectos en los que acompañó con su firma, como el que pretendía establecer en
todo el país la obligatoriedad del nivel secundario en la educación, y otro que introducía como
materia obligatoria en todos los niveles la formación sobre sexualidad y reproducción humana.
Firme defensora de la escuela pública, ella sostiene que una cosa muy distinta es defender “esta
escuela pública”, y en tal sentido siempre ha insistido con la necesidad de discutir seriamente en la
Argentina la calidad de la educación. “Hasta ahora hemos discutido la educación únicamente
vinculada a lo salarial y digo esto con la autoridad de pertenecer a una provincia donde se percibe
el ingreso docente más alto del país, pero que no nos ha significado a nosotros una mejor calidad
educativa. No digo que el componente salarial no sea un aspecto importante como el de cualquier
otro trabajador en el mejoramiento de la educación, pero creo que el tema de calidad hay que
introducirlo en la discusión”.
Cristina Kirchner piensa que existe una crisis en los sistemas de formación docente, y hasta está
dispuesta a discutir el rol de la universidad, arancelamiento incluido, “no para reemplazar la
responsabilidad del Estado en el financiamiento de la educación superior, en la cual yo creo
firmemente, sino que sería importante, por una cuestión de equidad. Ver por ejemplo si podemos
armar, a partir de un arancelamiento razonable, un sistema de becas para que la universidad
gratuita no sea una consigna aplicable únicamente a los que viven en Capital Federal, o alrededor
de los lugares donde están los mejores centros de estudio, sino que la gratuidad de la enseñanza
pueda ser también posible para un joven de Caleta Olivia, que tiene condiciones y ganas de ser
médico, pero no lo puede hacer porque tiene que venir a vivir a la Capital Federal”.
El de la educación no es un plano que Cristina le critique a la era menemista. Por el contrario,
rescata que durante ese período hubo gestiones importantes como la de la ministra Susana Decibe de la que es amiga-, cuyo mayor mérito es a su juicio haber puesto a la educación en la agenda de
la discusión pública, por un lado, y el hecho de que a partir de los sistemas evaluativos que se
hicieron sobre los alumnos, en la Argentina se pudo empezar a conocer si la calidad de la
educación impartida es la correcta o no.
“La verdad que deja bastante que desear -aclara, por si quedan dudas-. Pero hasta que no se
introdujo esta discusión, no sabíamos cual era la calidad de nuestra educación. Y creo que llegó la
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hora de no solamente comenzar a evaluar a los chicos, sino también va a haber que empezar a
evaluar los sistemas de formación docente y a los propios docentes. Porque es evidente que hay un
déficit educacional muy grande en la Argentina. Si uno tiene en cuenta la escala del 1 al 10, que es
el sistema que se ha implementado desde el Ministerio de Educación, y que el 10 no es el nivel
óptimo, sino el aceptable, estamos ante una crisis de calidad educativa en la cual el componente
salarial es un ingrediente, pero no es el determinante. Tienen que ver los sistemas de formación
docente que en la Argentina han desaparecido. Vamos a tener que empezar a revisar el tema del
suplente del suplente del suplente... Pasa muchas veces que un cargo docente tributa cuatro veces,
porque tiene titular o interino, y luego una, dos, tres o cuatro suplencias... Me parece que reducir la
cosa únicamente a un componente salarial no refleja el verdadero problema de la educación en la
Argentina”.
Lejos estaba Cristina de creer que en un gobierno de apenas dos años podría implementar ella
un cambio educativo como el que promocionaba. Y menos aún en el marco de un gobierno en el
que no creía y del que más temprano que tarde deberían diferenciarse para imponer el proyecto
presidencial K.
Comenzaron a hacerlo enseguida, cuando el Parlamento debatió el proyecto de ley de
Emergencia Pública y de Reforma del Régimen Cambiario, que implicaba la salida de la
convertibilidad. La aprobación se logró con el voto mayoritario de justicialistas y radicales, mas
los dos Fernández santacruceños, Cristina y Nicolás, fueron de los senadores que se abstuvieron.
Cristina argumentó una posición contraria a la delegación de facultades al Poder Ejecutivo; dijo
que apoyarlo hubiera sido una incoherencia cuando apenas diez días atrás se había votado la
derogación de los superpoderes de Cavallo.
“Mucho menos lo puedo hacer cuando hace muy poco voté, durante la administración radical,
que se abriera el corralito para los salarios y jubilaciones”, dijo. Fiel a su estilo, arrancó criticando
a sus propios compañeros de bancada, como a Oscar Lamberto, de quien recordó que once años
atrás, el 26 de marzo del 91, había dado un discurso similar al de ahora, con el que sepultaba la
convertibilidad, pero entonces lo había hecho exactamente a la inversa: para defender el
lanzamiento de la nueva paridad cambiaria.
Paradójicamente los radicales criticaron a Cristina por aparecer poniéndole palos en la rueda al
gobierno de su propio partido, y el santiagueño José Luis Zavalía no se perdió la oportunidad para
recordar que los recursos de su provincia habían sido depositados en el exterior. Como réplica, la
senadora Fernández recordó que junto a su marido habían sido de los pocos justicialistas que
habían apoyado la candidatura presidencial de Eduardo Duhalde, mientras que se reservó un
parrafito para el radicalismo lleno de mordacidad:
- ¿Qué puedo esperar de quienes dos veces en una década tuvieron que abandonar antes de
tiempo el gobierno nacional?
Néstor candidato
La anécdota refiere que en esos días de efervescencia de diciembre de 2001, Néstor Kirchner
salió de una reunión con el presidente Rodríguez Saá en la Casa Rosada y al ser interrogado por un
cronista de Radio Mitre anunció su candidatura presidencial. Cristina, que estaba en el living de su
departamento de la calle Juncal, lo vio por televisión y de inmediato lo llamó al celular.
- Acabo de escuchar que lanzaste la candidatura.
- Sí.
- Estás completamente loco... ¿A vos quién te apoya?
- Vos.
129
Cierto es que para Néstor eso era suficiente; eso lo sabía Cristina y hasta lo compartía. Pero
más allá de los arrebatos de uno y otro, semejante decisión difícilmente fuera adoptada en forma
impulsiva y fuera de cálculo. Es más, y lo hemos dicho, la decisión definitiva de adelantar el
proyecto presidencial previsto dos décadas atrás para 2007 se había adoptado a fines de 2000,
cuando Kirchner decidió no firmar el Pacto Fiscal de De la Rúa.
Ya entonces vislumbraba la posibilidad de que el radical no terminara su mandato, pero no
especuló con eso. Por entonces pensaba en 2003, con lo cual ahora no hacía más que adelantar los
tiempos, habida cuenta de su convicción de que estaba mucho mejor preparado que el resto para
intentar la aventura presidencial. Se lo contó a su esposa y luego lo confió a lo más selecto y
reducido de su círculo de confianza. No sólo su deseo, sino también su estrategia: no romperían
con los presidenciales Ruckauf, Reutemann, ni De la Sota, sino que esperarían a que se
desgastaran por la crisis misma.
Del cordobés vislumbraban el fracaso de su política de bajar los impuestos -“no se puede basar
un proyecto político en eso”, decía los Kirchner-; a Ruckauf lo ninguneaban diciendo que
gobernaba para la televisión. Del Lole ya se vería, y en cuanto a Menem y Duhalde, los
consideraban parte del pasado.
Los desaires a Duhalde se mostraron en las ausencias de Kirchner a las cumbres de
gobernadores con las que permanentemente se veía obligado el Presidente a tratar de apuntalar su
gestión. El camino diferenciador elegido por el santacruceño no sorprendía a Duhalde, pero sí lo
hacía sentir dolido. Kirchner respondía que no iba a las reuniones cansado de sentirse maltratado
por pensar diferente.
Insistía en reclamar un adelantamiento de las elecciones y en criticar la manera como se estaba
manejando la cuestión pública.
“Si uno cuestiona o expresa ideas diferentes, después se ve sometido a una operación de
desgaste por la gente que lo rodea, fundamentalmente por Pampuro. Enseguida hay operaciones
para decir 'estos son los que están desestabilizando', 'estos son los que no nos dejan gobernar'. En
mi caso, es por haber pedido elecciones”, señalaba Kirchner. Paradójicamente Pampuro, quien
luego se convertiría en su ministro de Defensa, sería el duhaldista que más haría por apoyar la
candidatura del santacruceño.
Con los resultados de la devaluación a la vista, Cristina no ocultaba sus críticas al gobierno, e
insistía con la necesidad de llamar a elecciones, aunque ya resignada admitía que en enero hubiera
habido tiempo de hacerlas en forma más organizada; en cambio para marzo hablaba de “elecciones
por necesidad, más que anticipadas”, y confiaba su temor de que las mismas tuvieran lugar entre
saqueos y represión.
“El problema no es si llega o no llega Duhalde a terminar su gobierno, sino cómo llega en caso
de llegar y cómo llegamos los argentinos -advertía en un juego de palabras-. Yo no tengo ninguna
duda de que Duhalde y toda la gente que lo acompaña tienen las mejores intenciones. Cada uno en
su ideología y sus perspectivas piensa con las mejores intenciones que lo que dice o aplica va a ir
bien. Pero la política no son intenciones, la política es resultado de gestión”.
- Y bueno, el resultado de la devaluación sin plan y por si esto no fuera poco, el resultado de la
pesificación, que constituyó esencialmente una formidable transferencia de ingresos de un sector
que los necesitaba hacia otro sector que no los necesitaba, sumado al hecho de todo lo que estamos
viviendo, y bueno, da un balance negativo. Esto no es ser pesimista, optimista, ser malo, o no
quererlo a Duhalde...
- Ustedes tenían buena relación con Duhalde...
- Excelente, y la seguimos teniendo, el problema es que la realidad impone las diferencias, por
las medidas que se tomaron. Nosotros no estábamos de acuerdo con la devaluación, no estuvimos
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de acuerdo con la pesificación y bueno, creemos que otro debió haber sido el rumbo, pero en
definitiva somos absolutamente responsables y respetuosos de la decisión que tomó en todo caso el
Parlamento argentino.
- Pongamos que en el 2003 Kirchner llega al gobierno. ¿De qué manera se puede recomponer
esta situación? Porque devaluar, ya se devaluó, ¿qué se puede hacer? ¿Nueva convertibilidad?
- Se pueden hacer nuevas cosas en cuanto a la necesidad de una nueva paridad, a la
modificación del sistema impositivo y de una correcta administración. Pero yo siempre digo que
cuando uno quiere saber qué es lo que va a hacer un dirigente político, no hay que preguntarle qué
es lo que va a hacer, o leer lo que escribe... Fíjese en lo que hizo si es que tuvo oportunidad de
administrar el Estado. Si usted quiere saber cómo administra Kirchner, vea cómo está la provincia
de Santa Cruz, lo que hemos hecho con los recursos de la provincia, y va a saber cómo va a
administrar el país. Estoy cansada de dirigentes que publican libros, grandes discursos, grandes
plataformas, y cuando llegan al gobierno hacen exactamente lo contrario a lo que escribieron o
dijeron. Cuando usted quiera saber qué es lo que va a hacer un dirigente, fíjese en lo que hizo, y
ahí va a ver lo que va a hacer.
Amén de la cercanía afectiva que podían tener los Kirchner con el ex gobernador bonaerense,
había un dato insoslayable que no podía pasarse por alto y que para Cristina, sobre todo,
representaba un absurdo. “Quienes fueron electos hace dos o tres años ya no gobiernan -decía en
esos días-, y gobierna quien perdió las elecciones. Esto en cualquier país serio del mundo le
reventaría la cabeza al más ilustrado, y acá lo vemos como algo natural...”
Duhalde encontraba cada vez más obstáculos, en medio de caceroleros que rodeaban el
Congreso y escrachaban a los bancos. En una visita al Senado, Jorge Capitanich, entonces jefe de
Gabinete, intentó convencer a los legisladores del PJ sobre la necesidad de respaldar el Plan
Bonex, pero ante la cerrada negativa que encontró, anunció su dimisión. Desesperado, al conocer
las malas nuevas de boca de Capitanich, el presidente Duhalde mandó a decir que si no había
acuerdo, los senadores debían elaborar el instrumento sustitutivo. “De ninguna manera”, rechazó
Cristina y por una vez Carlos Verna estuvo de acuerdo con ella.
“Si tienen huevos, que saquen los bonos por decreto”, desafió Luis Barrionuevo, siempre
ambivalente en su relación con el poder. La propuesta encontró eco en sus pares y hasta Eduardo
Menem recordó que su hermano había apelado a esa alternativa con el Plan Bonex de Erman
González, por lo que la Corte debería avalar el canje en base a los antecedentes.
Un senador se quejó entonces de que lo que Duhalde quería era transferirle el problema al
Congreso, arrinconados como estaban por las cacerolas. “¿Por qué no firma él un decreto y
nosotros se lo ratificamos, así compartimos los costos?”, propuso, salomónico.
Mas cuando Barrionuevo sugirió que la conducción del bloque se fuera a Olivos a pedirle al
Presidente que sacara el Plan Bonex II por decreto, Cristina lo cortó.
- No podemos hacer eso. La gente nos va a acusar de cagones, que encima que tenemos a la
gente sin bancos, no somos capaces de aprobar una ley... -advirtió.
El bono se cayó y con él Jorge Remes Lenicov del Ministerio de Economía. Lo que sí se aprobó
una ley tapón para los amparos judiciales que permitían sacar los depósitos acorralados en el
corralito. La senadora Kirchner consideró a ese proyecto inconstitucional, aunque aceptaba que, en
la Argentina de entonces, “hablar de inconstitucionalidad donde no se respeta ningún derecho es
casi un anacronismo”. Empero, le dio 48 horas a la nueva ley para que algún juez la declarara
inconstitucional, y anticipó que con ella sólo se prolongaba la agonía y la sangría. Se discutían
medidas procesales mientras la Argentina se caía a pedazos, advirtió con crudeza.
“Las instituciones tienen poder político en la medida en que una gran porción de esa sociedad
está dispuesta a respetar lo que ese poder institucional establece. La crisis fue primero de
representación, por eso tenemos que legislar con el Parlamento vallado, pero lo importante hoy es
131
dar una respuesta institucional que esté a la altura de las circunstancias y de la historia”, escribió
Cristina en la revista Veintitrés esos días de abril de 2002.
El presidente Duhalde tuvo en Néstor Kirchner a un opositor nato. No sólo fue el único
gobernador peronista que no le firmó el acuerdo de 14 puntos con el que consiguió aire en esos
tiempos de zozobra, sino que lo enfrentó en la cumbre realizada en La Pampa, a la que sí
concurrió, y donde Duhalde puso a disposición de los mandatarios provinciales su renuncia. Para
entonces, no muchos querían elecciones: Ruckauf ya no era gobernador sino un muerto político;
De la Sota había caído en las encuestas y Reutemann seguía pensándolo. Allí Kirchner le espetó a
Duhalde que su gobierno había fracasado y que a lo sumo tendría una salida con el FMI
“subordinada, casi humillante”.
“El FMI no va a negociar con un gobierno que no llega al 2003”, disparó el santacruceño,
aunque la suya fue una voz aislada; si bien muchos coincidían en un llamado a elecciones,
preferían que primero se acordara con el FMI. Como para seguir marcando diferencias, Kirchner
se fue antes del encuentro.
Cristina estaba convencida de que el gobierno de Duhalde no tenía ninguna fortaleza y que lo
único que le quedaba por hacer era irse. Tan cruda resultaba con el entonces presidente. “A la
crisis de representación que ya se veía venir y quedó patentizada en las últimas elecciones, se le
sumó ahora que se acabó la dialéctica del poder político e institucional en la República Argentina.
El poder es esencialmente una dialéctica, en la cual alguien imparte una decisión, una orden, una
voluntad, y hay del otro lado una sociedad dispuesta a cumplir, a acatar esa disposición, esa
voluntad -señalaba a Página 12-. Eso está roto en la Argentina, nadie está dispuesto a obedecer a
nadie, se ha roto la dialéctica del poder y por lo tanto se pueden juntar los 24 gobernadores, los
trescientos y pico de legisladores en Olivos, y no tener poder. Y eso es lo que realmente está
sucediendo”.
La esposa del gobernador santacruceño ya estaba en campaña, recorriendo una vez más el país
a favor del proyecto K, para cuando fueran las elecciones. En Mendoza, trazaba en mayo su
diagnóstico: “A los argentinos les está yendo mal porque además de carecer de legitimidad de
origen, ahora se ha revelado que al Presidente le falta otro tipo de legitimidad, la del ejercicio, que
es la que da la capacidad para enmendar una crisis. No decimos solucionarla, que es imposible en
tan poco tiempo, pero al menos para intentar el camino para salir de ella”.
En la construcción de la nueva Argentina, Cristina sugería tener un comportamiento distinto
como sociedad, convencida de que cuando los argentinos van a votar lo hacen como cuando van al
registro civil: enamorados. En este caso, de los dirigentes que hablan lindo y salen bien en
televisión.
“Yo propongo que en el próximo acto eleccionario vayan a votar como cuando van al médico o
a comprar un departamento. Que voten con una mano en la cabeza y la otra en el bolsillo”, sugirió
la futura primera dama, con la claridad de quien establece un manifiesto elemental.
Capítulo IX
Del avión sanitario al magnicidio
132
La llegada de Néstor Kirchner a Santa Cruz al día siguiente de haberse convertido en presidente
electo de la República Argentina por la renuncia de su rival a presentarse al ballotage, fue para esa
provincia el regreso del hijo pródigo. No quedaban dudas de que aunque hiciera un frío bajo cero que lo hacía-, todo el pueblo saldría a recibir al presidente nacido de sus entrañas, y así fue. Un
colectivo de dos pisos los esperaba en el aeropuerto y desde allí, en el marco de una caravana de
unos 300 vehículos y un millar de personas, recorrieron los siete kilómetros que los separaba de la
ciudad en medio de la algarabía de los habitantes de Río Gallegos, que los recibían con una nube
de papelitos que no eran otra cosa que las boletas picadas del frustrado ballotage. Al punto tal que
tardaron tres horas y media en recorrer el trayecto de siete kilómetros. Allí iba el protagonista
principal de esa historia política, pero también estaba su compañera de la vida, Cristina, quien se
confundió sobre el micro en un eterno abrazo con su hijo Máximo, y sus comprovincianos
adoptivos pudieron contemplar en ese momento algo inédito: sus lágrimas.
Nunca antes la habían visto llorar en público, pero así lo hizo al abrazarse a su primogénito. Y
no pudo parar en todo el trayecto, de alegría y emoción. No era para menos: era la consumación
del sueño político imaginado muchos, muchos años atrás, coronado de la mejor manera.
Cristina y Néstor son un tándem político. Más allá de la independencia de sus actos
individuales, ninguno de los dos hace nunca nada que pueda afectar al otro, lo que lleva a pensar
que cada movimiento político de uno ha sido previamente sincronizado con su pareja. Habrá
excepciones, que más bien tienen que ver con cuestiones de piel de uno u otro. Si la dama ya no
quiere saber nada con Elisa Carrió, tolerará que su esposo flirtee con la jefa del ARI, más no
intervendrá.
Pero sus consejos estarán siempre presentes. Y a la inversa.
Néstor Kirchner hacía campaña por su lado y cada vez era más virulento con el gobierno, al que
ahora calificaba de “autista”. Su táctica era consolidar su nombre como presidenciable,
desligándose de la vieja estructura justicialista y siendo lapidario con el gobierno nacional. Ella en
tanto volvía a ejercer una tarea de demolición desde su banca en el Senado. Y vaya si Eduardo
Duhalde tomó nota de ello.
Cuando la senadora Cristina Kirchner se abstuvo de votar la ley de Emergencia Pública en los
albores del gobierno de Duhalde, la suya no fue una actitud aislada. Pero fue la única que quedó en
el ojo de la tormenta. Los reproches para el resto de los díscolos fueron menguados y hasta en
algunos casos, como en el de Liliana Negre de Alonso, se le justificó la actitud por la reciente
caída de Adolfo Rodríguez Saá. En cambio, la actitud de la santacruceña motivó por ejemplo que
el entrerriano Jorge Busti -luego aliado de los Kirchner- le enrostrara al presidente Duhalde el
comportamiento de “tus amigos los Kirchner”.
Las vueltas de la política encontraron menos de medio año después a Jorge Busti del lado de
Cristina, formando lo que se dio en llamar el “Grupo de los 8”, que expresaba la oposición interna
a Duhalde en el Senado. Mas la génesis de esa rebelión estuvo en un episodio sonado que volvió a
poner en el ojo del huracán a los Kirchner en general y a Cristina en particular.
Fue por la derogación de la ley de Subversión Económica, una de las tantas exigencias que el
Fondo Monetario le hizo a Duhalde a cambio de una ayuda financiera que jamás le entregó.
Acceder a semejante demanda le hacía ruido al propio justicialismo. No se trataba ya de la voz
aislada de Cristina Kirchner, sino de todos los que se resguardaban en sus propios pruritos para
resistir legislar de acuerdo con las demandas externas. Con el mismo pragmatismo que unos meses
después debería sostener los mandamientos del presidente Kirchner, Miguel Angel Pichetto
buscaba las justificaciones. “O somos Albania, o recuperamos un camino que nos permita cumplir
con los organismos internacionales de crédito”, trataba de convencer a sus colegas, remisos a sacar
133
de la mira a banqueros y funcionarios, como implicaba la derogación. El argumento oficial era que
todas las conductas incluidas en la ley a voltear ya figuraban en el Código Penal. ¿Para qué tanta
desesperación por sacarla entonces?, repreguntaban los rebeldes.
Jorge Yoma dijo no recordar que en la historia argentina el FMI hubiera exigido la derogación
de leyes penales y que la modificación de la norma, que era lo que ahora pretendía el gobierno,
imponía una suerte de amnistía para más de 50 causas actualmente en tribunales. Eso mismo les
había advertido la jueza María Servini de Cubría, quien tenía preso al banquero Carlos Rohm y al
que -amenazó- dejaría libre en la puerta del Congreso si se modificaba la norma.
“A mí no me disgusta que los banqueros estén desfilando por los juzgados; si son inocentes,
bien, pero si no, que se hagan responsables de sus actos”, advertía el entrerriano Busti, para nada
dispuesto a acceder a lo que el gobierno demandaba.
¿Qué había llevado a Jorge Busti a esa posición contraria a lo que el gobierno pedía como si le
fuera la vida misma en ello? Duhalde acababa de honrar los pactos con el radicalismo salvando del
juicio político al gobernador entrerriano Sergio Montiel, lo que desató la ira de Busti y su
encolumnamiento en la rebeldía.
La senadora santacruceña, en tanto, se oponía desde el convencimiento de que no vendrían
fondos derogando esa ley y, por el contrario, lo único que harían sería agregarle a la debacle
financiera la deslegitimización del Parlamento.
Finalmente la ley terminó siendo derogada en una bochornosa sesión en la que el oficialismo
cambió sobre la marcha, luego de que el Presidente le ordenara a su tropa que lo hicieran, habida
cuenta que los números no daban para modificarla como en realidad pretendían. La mutación se
operó de buenas a primeras, lo que llevó a Cristina a gritar: “¡Es una vergüenza! ¡No sabemos qué
proyecto estamos votando!”. Y no fue la única que opinó en el mismo sentido.
Duhalde se mantenía en contacto permanente vía celular con la senadora Mabel Müller, quien
en un momento dado retornó al recinto -tras un diálogo telefónico- con la orden de votar sí o sí.
“No puede pasarnos lo mismo que en Diputados, donde ni siquiera hubo sesión”, advirtió,
repitiendo lo que su interlocutor le había referido.
“No teníamos los votos y entonces cambiamos; muchachos, así es la política”, reconocería
luego, tras la pírrica aprobación, un pragmático Miguel Angel Pichetto al que todavía debían
resonarle en los oídos el grito de Cristina: “¡Esta es una muestra más de la corrupción en la
política!”.
- Es una mancha más en los episodios de corrupción institucional que se suman a la
deslegitimización de la dirigencia política. Se modificó entre gallos y medianoches, nadie sabe qué
es lo que se votó, nadie lo leyó, nadie lo discutió. Fue un escándalo más del sistema parlamentario
-sostuvo enfática la senadora Kirchner.
Semejantes acusaciones eran capaces de estigmatizar al nuevo Cuerpo que había venido a
reemplazar al viejo y denostado Senado. No faltaría quien entonces reclamara una sanción para los
oficialistas rebeldes, pero sobre todo Cristina. “Es oficialista sólo para participar de las reuniones
de bloque y después va y cuenta todo lo que ahí pasa. Además, vota todo en contra y encima ahora
nos denuncia”, se quejaba uno de los sobrevivientes del viejo Senado que nunca la soportó.
La senadora porteña Vilma Ibarra recuerda que por esos días un senador del justicialismo se
sentó frente a ella en el despacho y le dijo con franqueza: “Queremos expulsar a Cristina del
bloque, no aguantamos más a esa loca”.
Amiga personal de Cristina, le comentó la charla a la santacrueña.
- ¡Que me echen, que me echen! -reaccionó la senadora Kirchner-. Ellos se creen que son
peronistas, pero peronistas somos nosotros. Ellos no tienen idea de qué es lo que quiere la gente...
¡Que me echen!...
Pocos días después, Ibarra comenzó su licencia por maternidad y tardó varios meses en
reintegrarse. Para entonces, De la Sota no había logrado mover las encuestas y Duhalde había
134
decidido que su candidato sería Néstor Kirchner. Cuando Vilma regresó de su licencia se encontró
con el senador citado, que más tarde sería uno de los principales interlocutores del gobierno en la
Cámara alta y al que se niega a identificar.
- ¿No era que la iban a echar a Cristina? -le preguntó con una sonrisa.
- Callate, hija de puta, no me cargués -repuso el legislador y se echó a reír.
Lo que se había originado con algunos tanteos por la ley antigoteo, dio lugar finalmente a la
creación del Grupo de los 8, compuesto por los legisladores que no se alinearon para votar lo que
el Presidente pedía. Lo integraban Cristina, Nicolás Fernández, Jorge Yoma, los entrerrianos Jorge
Busti y Graciela Bar, el chubutense Marcelo Guinle y los puntanos Liliana Negre y Raúl Ochoa.
Lejos del deseo de revancha, el presidente Duhalde optó por la cordura y sugirió no echar a nadie
y, por el contrario, recuperar a los rebeldes. De lo contrario, perderían la mayoría en el Senado.
Si algo les disgustaba a quienes integraban este grupo, era que pudiera encontrarse alguna
similitud con aquel Grupo de los 8 que a principios de los 90 había constituido la génesis de lo que
luego fue el Frepaso que lideró Chacho Alvarez, a quien Cristina admira por considerarlo uno de
esos “cuadros irrepetibles” de la política, pero cuyos sucesivos pasos al costado jamás pudo
entender. Para evitar cualquier paralelo con ese grupo disidente del PJ, Cristina Fernández decía
estar dispuesta a echar a un integrante, o incorporar a otro, cuestión de salir de ese número que
generaba la comparación fatídica.
El Fondo insaciable
Activa como en sus primeros tiempos en el Senado y crítica como en la época de Menem,
Fernández de Kirchner no trepidaba en lanzar sus denuncias. Estaba convencida de que se estaba
legislando en función de las presiones estadounidenses y en tal sentido daba esta visión de
semejante claudicación: “Antes nos mandaban marines, pero ahora nos indican las cosas que
tenemos que hacer por vía satelital”.
Argumentos no le faltaban, por cierto. Ahora desde el Norte se demandaba repensar la ley de
Quiebras que ese mismo gobierno había hecho aprobar... Nada quedaba de la vieja alianza de los
Kirchner trazada con Duhalde, al que Cristina criticaba por no saber qué hacer con la República.
Sobre él decía que alguien puede estar en el sillón de Rivadavia, detentar legalmente el poder, pero
no ejercerlo, lo cual puede deberse a que no sabe o a que no puede. “A mí me parece que además
de que no sabe, ahora lo perdió”.
“Tenemos un gobierno que ha licuado su poder, no tiene una clara direccionalidad... reprochaba-. Ahora se va a tratar una ley de Quiebras exactamente en sentido contrario al que fue
sancionada hace dos meses. Es una suerte de legislación express... En la última sesión veníamos
tratando un proyecto y, como no salía, lo sacaron y agarraron otro”.
Esta vez no estuvo a la hora de votar la nueva ley de Quiebras, como tampoco lo hicieron los
senadores del G-8. Empero, antes de irse, la senadora trazó un diagnóstico de lo que vendría: “En
unos meses a la Argentina le van a poner la bandera de remate, pero no porque se modifique la ley
de Quiebras o se instaure del cram-down, sino por la devaluación que redujo a un tercio el
patrimonio de los argentinos y por la incapacidad de quienes no advierten que en economía se
puede hacer cualquier cosa, menos evitar las consecuencias”.
En el recinto, disparó sobre sus propios colegas que un día votaban una cosa y al siguiente otra:
“Por cuestiones humanitarias no voy a leer los discursos de algunos senadores cuando votaron en
un sentido hace cuatro meses y hoy lo hacen en sentido totalmente contrario, ya que el presente
proyecto es la virtual derogación del anterior”. Ese día Cristina inauguró el término “votación
copernicana”.
135
El Congreso seguía legislando a presión. Como siempre, en función de los designios del
Ejecutivo, que ahora se veía compelido a obedecer las demandas del exterior. Lo que venía ahora
era un nuevo capítulo de la Subversión Económica, cuya derogación -conforme a lo previstohabía sido modificada en Diputados, lo que obligaba a un nuevo tratamiento en el Senado, donde
ahora concretarían su derogación definitiva.
En el programa Fuego contra fuego, de Marcelo Longobardi y Román Lejtman, Cristina graficó
con ironía cuál podría ser la nueva exigencia del FMI.
- Suponete que tengas razón y que la ley que tenemos efectivamente es una ley necesaria, pero
el mundo te dice: “Si no la derogás, te vas a los recontracaños” -le dijo el primero.
- No es exactamente el mundo el que lo dice.
- Es así.
- Quiero que precisemos, porque en definitiva, además, quiero terminar con esto de que si
hacemos tal cosa nos dan la plata.
- Es que es así...
- No, no, no. ¿Sabés cuál va a ser la próxima exigencia? Que enjabonemos el Obelisco y que el
Presidente se suba... No le van a dar la plata, Marcelo. Todo el mundo sabe que no le van a dar la
plata. No se la quieren dar.
El G-8, liderado por Kirchner y Yoma, opuso tenaz resistencia en el tratamiento previo a la
llegada al recinto de la ley de Subversión Económica. Pero esta vez las cosas habían sido
arregladas con los radicales, quienes tendrían la posibilidad de expresar sus críticas mas sin trabar
la modificación de la ley. Fue ahí que Cristina sacó un as de la manga que desconcertó a propios y
extraños, y abrió una polémica interminable.
Esa sesión se presentó como una de las batallas legislativas más feroces en años. El radicalismo
accedía a poner el número necesario para abrir la sesión, pero con la advertencia de que votarían
en contra. Al oficialismo no le importaba, pues aun sumando sus rebeldías internas les alcanzaba
con lo justo.
Todos los votos estaban contados y como estaban también detallados en los diarios, ya nadie
podía cambiar su posición. En esos días Cristina dialogaba mucho con su colega y amiga Vilma
Ibarra, y en una de esas conversaciones se dieron cuenta de que les faltaba un voto. Entonces
Vilma, hermana del jefe de Gobierno porteño Aníbal Ibarra, le comentó a la santacruceña que el
correntino Chiappe votaba en el mismo sentido que el G-8, pero estaba en Corrientes.
- Lo estoy tratando de ubicar, pero hasta ahora no pude.
- Bueno, insistí en dar con él y vemos -encargó la senadora Kirchner.
Finalmente Vilma Ibarra ubicó al senador liberal, quien le explicó que estaba inmerso en un
tema que involucraba a jueces de su provincia y que no podría estar en la votación. La legisladora
del Frente Grande le dijo entonces que él no tenía idea de lo que podía pasar, porque si resultaba
ser quien con su ausencia dejaba que se definiera la votación a favor de la derogación de la ley,
podría ser sospechado de cualquier cosa, pues era una votación central.
- Todo el país va a estar atento a esto, por lo que vos tenés que estar. Después tomá la posición
que quieras, pero tenés que venir -insistió Vilma.
- Yo estoy en contra de la derogación -aclaró Chiappe.
- Entonces vení y votá en contra. Porque te insisto: si gracias a vos sale la derogación y después
vos querés explicar que votabas en contra, no te lo va a creer nadie y vas a quedar sospechado de
lo peor...
- Bueno, voy a ver lo que hago, pero sinceramente no puedo ir...
Quedaba claro que el senador correntino no tenía vocación de viajar y no estaba convencido de
que su voto fuera tan determinante o que fuera a quedar tan expuesto. Pero contrariamente a su
pensamiento, Chiappe resultó ser el gran señor X... Si estaba en la sesión, la postura del G-8
ganaba y la ley no se derogaba. Así lo reflejaban los diarios al día siguiente.
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La idea de mandarlo a buscar surgió durante una nota que Cristina concedió esa mañana al
periodista Marcelo Slotogwiazda, a quien podría tomarse como involuntario autor intelectual de la
movida. El cruzó a ambos legisladores durante una entrevista radial y allí el correntino siguió con
su actitud remisa y aclaró que además no conseguía avión para viajar.
- Bueno, pero si ese es el problema, ustedes tienen el avión de la provincia -le comentó el
periodista a la santacruceña.
- Tiene razón, se lo voy a pedir prestado a Kirchner -repuso la senadora, medio en broma,
medio en serio. Pero la idea quedó dándole vueltas en la cabeza.
Al rato, Vilma Ibarra recibió el llamado de Chiappe desesperado, diciéndole que quería viajar
porque hasta su familia se lo había exigido. El problema ahora era que no tenía vuelos. La
senadora le respondió que se tomara el primer avión que saliera para Buenos Aires y ellos iban a
hacer lo posible para demorar la sesión hasta que pudiera llegar.
Tras cortar con él, la senadora llamó urgente a Cristina para contarle lo que ya ella presumía, y
fue entonces que respondió: “Chiappe es funcionario público y viene a cumplir una función
pública. Le mando la avioneta de la gobernación”.
- Ni hablar entonces, ya lo llamo a Chiappe.
Vilma Ibarra arregló todo con su colega correntino, mientras Cristina llamaba a su esposo para
pedirle el avión, que se encontraba en Buenos Aires.
¿Por qué actuaron tan a fondo con una estrategia que comprometía la vida misma del gobierno
de Duhalde? Allegados a los Kirchner sostienen que ellos estaban jugados al máximo en contra de
la derogación y que no se trataba de un tema que involucrara a la provincia, sino que incluía a todo
el mundo. Se trataba de un hecho público, de un funcionario público y de un tema que iba a ser
tratado en un ámbito público.
En su defensa, argumentan que no fue algo que se hubiera hecho a escondidas, lo que hubiera
sido peor. Bien podrían haber contratado un avión privado y mandarlo a buscar. Pero está claro
que tarde o temprano se hubiera sabido quién había pagado ese avión (a las pocas horas había
gente ofreciendo la foto de Chiappe bajando la escalinata de la aeronave santacruceña). Así las
cosas, la provincia, que tomaba el tema como una cuestión institucional, optó por poner el avión
sanitario al servicio de un senador.
- Con Chiappe ganamos -le dijo Cristina muy convencida a su colega porteña.
- Me parece que con Chiappe lo que van a hacer es desnudarse los radicales -respondió Vilma
Ibarra, quien a la postre tendría la razón.
El avión Citation partió desde Buenos Aires rumbo a Corrientes y Chiappe estuvo en el
Aeroparque Metropolitano poco después de las 13, donde un automóvil enviado por la senadora
Fernández lo estaba aguardando para llevarlo raudo al Congreso; veinte minutos después estaba
sentado en su banca. La senadora duhaldista Mabel Müller se ubicó prestamente a su lado, pero
apenas alcanzó a comenzar a decirle que cómo les había hecho eso después de todo lo que había
hecho el gobierno para apoyar a su gobernador, mas no pudo hablar más, pues en ese instante se le
dio la palabra al correntino.
La derogación de la ley se logró con lo justo, a través del doble voto del presidente del Cuerpo alternativa excepcional que se utiliza cuando una votación termina empatada-, pero sólo se llegó a
esa salida merced al abandono del recinto por parte de la senadora radical Amanda Isidori, quien
obedeció así el pedido especial que le hizo el gobernador de su provincia para permitir que cayera
la ley.
Ibarra tenía razón: los radicales votaban en contra, pero “en aras de la gobernabilidad” no
dejarían caer la derogación. De lo contrario, se hubieran ido del recinto sin dar quórum. En
definitiva, la presencia de Chiappe los dejó sin otra salida más que la de quedar expuestos.
Caída la ley, Cristina debió soportar el chubasco. Desde el gobierno se difundió que el costo de
movilizar un avión ascendía a 23 mil dólares, lo que fue refutado por la senadora, quien aclaró que
137
el avión estaba en Buenos Aires y que moverlo a Corrientes había costado sólo 3.600 pesos.
“Muchísimo menos que los 66.000 millones de dólares que les robaron a los ahorristas”, desafió.
Se dijo que el acuerdo con Chiappe incluía un guiño futuro para que la Comisión de Asuntos
Constitucionales que presidía Kirchner habilitara la asunción del procesado Raúl “Tato” Romero
Feris. No era así; si bien Chiappe había sido vicegobernador de Romero Feris dos años, se había
ido dando un portazo. Además, los hechos refrendaron la inexistencia de semejante pacto.
“Chiappe era el chivo expiatorio perfecto: un remoto senador, de un remoto partido provincial y
de una provincia siempre sospechada de escándalo y corrupción; era perfecto señalarlo como
responsable de que se derogara la ley -señaló Cristina Kirchner al analizar lo sucedido al poco
tiempo-. Cuando él se sienta, rompe la coartada y el radicalismo del doble discurso, la indignación
pour la galerie y el acuerdo en el despacho privado”.
El episodio no sería fácil de olvidar. El periodista Mariano Grondona -antes de que sobre el
final de la campaña los Kirchner lo tacharan de “enemigo” y decidieran no concurrir más a su
programa- le facturó la utilización del avión de la provincia para lo que definió como un hecho
político. Hábil de cintura, Cristina lo dejó malparado con su respuesta.
- Usted no se acuerda, pero cuando lo llevamos a Santa Cruz por el tema de los Hielos, para
hacer ese programa especial, ustedes utilizaron aviones del Ejército y de la provincia de Santa
Cruz...
Es verdad que la administración kirchnerista en Santa Cruz no ha soportado demasiadas
denuncias, pero la utilización del avión sanitario para asuntos personales o partidarios ha sido un
dolor de muelas constante. El entonces diputado provincial frepasista Carlos Pérez Rasetti impulsó
en agosto del 99 una denuncia en tal sentido, argumentando que entonces una niña de 12 años
había sufrido severas quemaduras durante un accidente doméstico en su casa de Pico Truncado y
no pudo ser trasladada a Buenos Aires porque la aeronave estaba en Tanti, con motivo de una
reunión del Grupo Calafate.
Ex socio político de Kirchner, Pérez Rasetti le criticaba al gobernador santacruceño un doble
discurso que quedaba claro con ese tema. No le imputaba que el gobernador tuviese un avión, sino
que lo convirtiera en avión sanitario (el periodista Horacio Vertbisky explicaba que esa actitud se
amparaba en el hecho de que con ese encuadre no se pagaban impuestos).
“Kirchner lo inauguró, lo hizo bendecir por el cura, todo con la camilla... y cada vez que se
necesita el avión sanitario hay que alquilar uno...”, reprochó el frepasista, quien aclara que jamás
lo acusó por la muerte de una niña, aunque sí está claro que “la chiquita estuvo horas en el
aeropuerto esperando que llegara el avión alquilado”.
¿Cuál era la crítica a Kirchner, que admitía la propia gente de aviación de la provincia? No
tanto que usara el avión, sino que cuándo disponía del mismo, obviamente lo estaban esperando a
él y nadie se animaba a interrumpirlo en una reunión o a tomar la decisión de que el avión se
volviera. Si él no lo autorizaba, la combinación del temor y la obsecuencia que un gobernante
como Kirchner inspira, hacía que jamás se decidiera mover la nave.
Se le reprochaba entonces la ausencia de una pauta elemental vinculada a una emergencia, que
evitara preguntarle a nadie en ese caso.
La oposición también criticaba que en ese Cessna supuestamente adquirido para fines sanitarios
viajaran Cristina, los hijos y la niñera de Florencia, ya que ella no era la gobernadora, sino una
senadora nacional con pasajes oficiales.
“Ojo, no es que me escandalice por el uso del avión, no creo que sea lo más grave que ha hecho
Kirchner, pero no va el doble discurso”, advierte Pérez Rasetti.
138
En efecto, la oposición blandió en una oportunidad como prueba una planilla con los
movimientos del avión durante un año, determinando que sólo un cuarto de ellos habían tenido
fines sanitarios.
Pérez Rasetti recuerda una anécdota: “Una vez me lo encontré a Kirchner en el casino de
Pinamar (si algo le gustaba a Néstor era ir al casino, comer un asado con amigos y tomarse un
whiskicito) y nos saludamos; yo estaba en Gesell y él en Cariló. Al otro día me voy al aeropuerto
de Gessell, ¿y qué veo? El avión sanitario. Cuando volvió, obviamente lo gasté y me puteó en
todos los idiomas...”
Que se vayan todos
Recién después del voto de Juan Carlos Maqueda que concretó la derogación de la ley, el
presidente Duhalde pudo archivar la renuncia que ya tenía redactada. Entonces comenzó el pase de
facturas y, en ese marco, la senadora Mabel Müller, amiga personal y alter ego de Chiche Duhalde,
deslizó la posibilidad de que el bloque justicialista analizara la expulsión de Cristina Fernández y
Jorge Yoma.
“Cuando uno pertenece a un bloque es para acatar lo que dice la mayoría”, argumentó, para
recordar luego que ambos senadores habían votado en junio de 1997 a favor de la derogación de la
Subversión Económica, aunque en esa oportunidad Diputados impidió que ello se transformara en
ley. La senadora bonaerense no ahorraba críticas, sobre todo para Cristina, de quien decía que,
como su esposo quería ser candidato a presidente, por eso votaba en todos los temas en contra.
El castigo ideal y que se agitaba cada vez que se quería asustar a Cristina, era quitarle la
Comisión de Asuntos Constitucionales. ¿Pero quién iría ahí? Yoma estaba ahora en la misma
situación que la santacruceña; Eduardo Menem, se recomendó a sí mismo como alternativa más
lógica, con el antecedente de que el hermano del ex presidente había conducido la Convención
Constituyente. Pero la indignación no le hacía olvidar a Duhalde quiénes eran sus verdaderos
enemigos, y ni loco le pensaba entregar al riojano semejante presidencia.
Mientras en el oficialismo se cavilaba sobre qué sanción imponerle, Cristina calificaba lo
sucedido de una manera categórica: “Debe haber sido uno de los días más nefastos del país,
porque se cierra la investigación sobre el vaciamiento de los bancos y se abre un período de
impunidad. Se sancionó la ley que va a impedir investigar los delitos más formidables que se han
hecho -por lo menos en la historia de la República Argentina- del sistema financiero, los 66 mil
millones de dólares que se sacaron de los bancos nacionales y extranjeros. Los del FMI se
preocuparon después de 28 años de vigencia de esta ley, porque ahora tocó a poderosos”.
Habitualmente cauto y calmo, el entonces presidente del bloque justicialista, José Luis Gioja,
no podía dejar de mostrarse indignado. “No puede ser que alguien en nombre de nuestro bloque se
dedique exclusivamente a votar en contra y a hacer la oposición más encarnizada al oficialismo. Y
que en nombre del oficialismo esté presidiendo las principales comisiones en el Senado de la
Nación”, se quejó.
Hacían cola para pegarle a los Kirchner, sobre todo sus enemigos originales, como el ministro
del Interior, Jorge Matzkin, quien cuestionó a “aquellos que hacen de la moral y la ética su
discurso, y habría que ver en un laboratorio de análisis químico si orinan agua bendita”.
“Fuimos demasiado buenudos con los Kirchner”, se lamentó un hombre del gobierno,
resumiendo lo que Duhalde pensaba y no se animaba a decir.
Pero la indulgencia de Duhalde volvió a funcionar, como sucedería tiempo después, con
Kirchner en el gobierno. Y como entonces, muchos duhaldistas no entenderían porqué no apelaba
al escarmiento. Mas ninguno quiso repetir la experiencia de Alasino del 97, cuando echó a la
santacruceña del bloque, a sabiendas de que esta vez una actitud de ese tipo causaría el efecto
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cadena con los restantes integrantes del G-8, a los que en realidad consideraban “recuperables”.
Por eso y sólo por eso se dejó pasar el deseo de quitarle la comisión.
A partir de entonces, los ocho rebeldes del Senado comenzaron a funcionar en bloque,
confirmando las prevenciones del duhaldismo, convocando incluso a una reunión conjunta en la
que se juramentaron resistir los embates oficialistas para desmembrarlos. En principio, hicieron
saber que los únicos que podían decidir la remoción de la titular de la Comisión de Asuntos
Constitucionales eran los integrantes de la misma y cinco miembros del G-8 eran miembros de la
misma. Así las cosas, fueron por más: comenzaron a trabajar en la modificación de la ley de
Acefalía, con el objeto de lograr la caducidad de mandatos de todos los legisladores nacionales, a
partir de la declaración de la emergencia institucional por parte de la Asamblea Legislativa.
El propio presidente Duhalde, que no ganaba para disgustos, salió a responderles: “Ninguna ley
puede terminar con los mandatos de los legisladores”, dijo, mientras el resto de los senadores
coincidía, advirtiendo que sostener la caducidad de mandatos y llamar a elecciones para todos los
cargos sería entonces un verdadero salto al vacío.
Por esos días Luis Barrionuevo convocó a los oficialistas del bloque del PJ a una reunión en
una quinta de Maschwitz, donde convenció a Duhalde que designara a su esposa como ministra de
Trabajo, así como logró el compromiso para ser integrado a la mesa de conducción del bloque. Y
se decidió finalmente avanzar sobre las presidencias que ostentaban los rebeldes, medida que
lograrían a través de la reducción de comisiones prevista, cosa que acelerarían ya no por la
demanda social de reformar la política sino por ese interés particular.
Como respuesta, el G-8 se mostró por primera vez en sociedad a través de una conferencia de
prensa en la que reivindicaron su pertenencia partidaria, condenaron todo intento de represalia en
su contra y anunciaron la presentación de un proyecto que exhortaba al gobierno a abstenerse de
disponer de las menguadas reservas para contener la suba del dólar, actitud que tendría su correlato
en la Justicia, donde presentarían un amparo sobre el tema.
Con Cristina en el centro de la mesa, flanqueada por Jorge Busti y Jorge Yoma, la santacruceña
condenaba el operativo para apartarlos de las comisiones advirtiendo que se trataba del “viejo
método de represalia lopezreguista, como suele definir Busti, y mafioso, como lo llamo yo, e
intentan aplicar la metodología utilizada en la provincia de Buenos Aires”. Dos lugares a la
derecha, la puntana Liliana Negre abrevaba en los mismos códigos hablando de “vendetta”.
Una semana más tarde, cinco de los disidentes -Yoma, Busti, Bar, Negre y Kirchner- volvieron
a exhibirse juntos, esta vez para concurrir al Episcopado, donde presentaron su propuesta de ley de
Acefalía, que contemplaba el adelantamiento de elecciones para todos los cargos, en consonancia
con lo que la Iglesia estaba demandando en la Mesa del Diálogo.
Cristina operaba en bloque para defender su puesto en el Parlamento, pero individualmente
seguía disparándole al gobierno.
- ¿Qué gobierno? En términos de gestión no lo hay -recalcaba-. Se ha roto la lógica del poder.
El problema que tenemos hoy es que no hay autoridad, por eso cualquiera se siente con el derecho
a no cumplimentar las cosas. Por eso decimos que hay que hacer un urgente llamado a elecciones
para regenerar la autoridad. Tenemos que recrear instrumentos que procesen institucionalmente la
crisis.
- ¿Considera que si se llama a elecciones cambiaría la situación? -le preguntaron en el diario
BAE.
- Sí, y hay que convocarlas urgentemente. Si esperamos a que ceda la crisis, tenemos que
esperar hasta el 2010. A los que quieran esperar un marco ideal para llamar a elecciones lamento
comunicarles que no vendrá. Este gobierno no sólo no tiene legitimidad de origen, sino que no
tiene ideas.
- ¿Coincide con los que dicen que estábamos mejor con De la Rúa?
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- Y... había corralito, pero no devaluación... El problema que uno siente es que De la Rúa era
tan falto de ideas e indeciso como Duhalde, el punto es que no tomaban represalias con los que
pensaban diferente, que es lo que pasa ahora, en un comportamiento que se parece demasiado a los
de la mafia.
El gobernador Kirchner ya no hacía otra cosa que campaña para la presidencia, en cuyo marco
utilizó a su propia provincia, enviando a la Legislatura un proyecto de ley para que caducaran
todos los mandatos, incluido el suyo. Paralelamente, concretó con Elisa Carrió y Aníbal Ibarra una
suerte de acto en el que anunciaron su disposición a impulsar la caducidad de todos los mandatos
en las próximas elecciones. Fue la primera vez que el trío se mostró en sociedad y muchos
hablaron de un frente opositor, que ellos insistieron en descartar.
Era agosto de 2002 y todavía estaba muy fuerte en la sociedad el espíritu del que se vayan
todos. En honor a la verdad, Kirchner le había pedido ya en febrero de ese año al entonces ministro
del Interior, Rodolfo Gabrielli, una reforma política en la que sugería esa alternativa. Cristina
había presentado en la misma época una batería de proyectos en el Senado para la reforma política
y uno incluía también la caducidad de mandatos, bajo el argumento de que si el poder político
había decretado emergencias de todo tipo, cercenando derechos de la gente, había que decretar
también la emergencia política. De ahí que los kirchneristas rechacen que lo suyo hubiera
obedecido a una especulación coyuntural.
Voceros de Cristina Kirchner afirman que lo que se intentó hacer fue darle un encuadre
institucional a ese grito que se escuchaba en las plazas para que se fueran todos.
La movida iba a ser en principio entre Néstor Kirchner y Elisa Carrió, pero a último momento
se sumó Aníbal Ibarra, con quien sobrevivió una relación que llevó a Kirchner a apoyar su
reelección al frente de la ciudad de Buenos Aires, sumando a su campaña a Cristina.
Con la presentación de ese frente para la caducidad de mandatos se produjo en principio una
rencilla referida al lugar donde tendría lugar la conferencia de prensa. La gente de Carrió quería
hacerla en el Congreso, a lo que Kirchner se opuso, recordando el episodio de la presentación del
informe sobre el lavado de dinero. Terminó haciéndose en la Casa de Santa Cruz, pero el
gobernador le cedió a la líder del ARI el centro de la mesa. Hay una cosa que los kirchneristas
reconocen haber tenido en cuenta entonces: ella tenía en esa época más intención de voto que
Kirchner y era en consecuencia más importante políticamente.
La que no estuvo fue Cristina, quien como todos los viernes se encontraba en Santa Cruz, pues
no había sesión. Aunque esa fue una mera excusa; la esposa del gobernador le había hecho la cruz
a la diputada del ARI y bajo ningún aspecto hubiese estado en ese acto que la hubiera tenido como
simple partenaire. Eso sí, ella fue quien redactó el documento que allí se leyó.
Muchos tomaron esa presentación como un testeo electoral futuro, pero todos los involucrados
detestaban la idea de ser tomados como “una nueva Alianza”. Quien tenía un objetivo más
concreto era el jefe de Gobierno porteño, quien muy caído en las encuestas y hasta entonces sin la
más mínima posibilidad de ser reelecto aspiraba a algún tipo de acuerdo con Carrió que lo salvara
de la derrota. A la postre, sería Kirchner quien le tendería ese puente de salvación.
En cuanto al frente por la caducidad, fue debut y despedida. No volvieron a reunirse y al poco
tiempo Lilita repitió la puesta en escena esta vez junto a Luis Zamora y Víctor De Gennaro,
experiencia de la que se arrepintió al poco tiempo, porque a partir de entonces comenzó a bajar en
las encuestas.
Y Néstor Kirchner tampoco volvió a insistir con el tema, a pesar de haber prometido el 21 de
agosto de 2002, durante un acto electoral en Comodoro Rivadavia, que si ganaba la presidencia “al
otro día de asumir voy a convocar a un plebiscito para que el pueblo vote la caducidad de los
mandatos y la reforma política en Argentina”.
El magnicidio
141
A mediados de julio de 2002, el candidato que por entonces marchaba al frente de las
encuestas, Adolfo Rodríguez Saá, denunció en el programa Hora Clave que tenía información de
que intentarían realizar un atentado en su contra o en la de Néstor Kirchner. “Magnicidio”, fue la
palabra que utilizó.
Dos días más tarde, la senadora Kirchner denunció públicamente que la Secretaría de
Inteligencia del Estado había dado instrucciones para seguir a su esposo durante la campaña
proselitista. Según ella, un jefe de la SIDE había remitido a la delegación de la central de
inteligencia de Río Gallegos un instructivo de seguimiento de la campaña política del gobernador.
Las denuncias enrarecieron una campaña que ya se había oscurecido por el asesinato de dos
piqueteros en Avellaneda, episodio que mortificó tanto a Duhalde que le hizo adelantar la entrega
del poder.
Se supo entonces que Cristina Kirchner había sido advertida sobre el tema un mes atrás, en la
oportunidad en que parte del G-8 concurriera al Episcopado para hablar de la caducidad de
mandatos. Al cabo de ese encuentro que duró unas dos horas, monseñor Estanislao Karlic había
llamado aparte a Jorge Busti y Cristina Kirchner para hablarles de su preocupación sobre la
posibilidad de que sobrevinieran tiempos difíciles y les pidió que se cuidaran en su seguridad
personal.
Ante la denuncia de Rodríguez Saá, Cristina aseguró que tanto ella como su marido eran
víctimas de seguimientos y escuchas telefónicas por parte de la SIDE.
Mientras Luis Zamora -también candidato presidencial- se incluía dentro de los eventuales
destinatarios de un atentado, la senadora amplió su denuncia mostrando la copia de un dossier
interno de la Secretaría de Inteligencia en la que se detallaba el plan para seguir a su esposo. Allí
se solicitaba al personal de la SIDE en Santa Cruz que recabara información de la compañía
telefónica que proveía servicio a la comitiva y si utilizaban medios alternativos de comunicación.
Se pedía también información sobre los discursos de Kirchner, duración, orientación, dichos
contra la administración nacional, existencia de agravios hacia el Presidente...
Desde el gobierno salieron a descalificar las denuncias. Eduardo Amadeo atribuyó lo de
Kirchner a sus “pocas posibilidades de competir”, en tanto que Aníbal Fernández, entonces
secretario general de la Presidencia, consideró poco seria la denuncia de Cristina. Al futuro
ministro del Interior de Kirchner no le entraba en la cabeza que esa orden se diera por escrito
cuando la ley de Inteligencia claramente lo impide. Y apelando a su sutil ironía, sugirió que si le
daban diez minutos, un papel A4 y una buena impresora, hacía un dossier más lindo...
La senadora aclaró que no creía que estuvieran siguiéndolos particularmente a ellos, sino que
todos los candidatos debían estar bajo ese tipo de vigilancia ilegal. De ahí que se preguntara qué
era lo que había visto Reutemann y que no podía contar, pero que lo había llevado a desistir de su
candidatura.
“Ni Néstor ni yo tenemos el estilo de victimizarnos. Pero ya estaban ocurriendo cosas muy
extrañas. En Río Gallegos aumentó increíblemente la cantidad de hechos delictivos, sin que haya
una situación social que lo explique. Luego llegaron a la ciudad cuatro personas extrañas que
estuvieron haciendo averiguaciones sobre nosotros. Y a esto hay que sumarle que un dignatario de
la Iglesia me había advertido que anduviéramos con cuidado, que se estaba tramando un
magnicidio. No creo que el gobierno esté ajeno a estos temas”, señaló la senadora Fernández.
Mientras Rodríguez Saá sospechaba del menemismo, los Kirchner echaban sombras sobre el
gobierno. Sobre el primero, una fuente menemista deslizó que lo de magnicidio le quedaba un
poco grande al puntano; sobre los segundos, en quienes centraron sus críticas los hombres del
gobierno, la ministra de Trabajo Graciela Camaño comentó con ironía que “para que haya un
magnicidio debe haber alguien magno, que hoy no hay. En la Argentina estamos un poco flojos en
eso”.
142
La investigación cayó en manos del juez Jorge Ballesteros, a quien Cristina Kirchner entregó
copias de los presuntos instructivos de la SIDE, advirtiendo su absoluta certeza de que se trataba
de copias legítimas. Fundamentó su convicción en su experiencia adquirida en el marco de la
investigación de los atentados a la embajada de Israel y la AMIA, oportunidad en la que tuvo
acceso al desempeño de la SIDE. La información les había llegado dos semanas atrás a la sede de
la gobernación de Santa Cruz, dentro de un sobre cerrado en el que había dos informes sin
membrete ni firma, donde comunicaban y transcribían instructivos formulados por la SIDE con el
objeto de reunir datos sobre la campaña de Kirchner.
Un agente que prestó servicios en la SIDE hasta marzo de 2002 firmó una declaración ante un
escribano público en la que precisaba haber recibido órdenes de seguimiento al gobernador. El ex
espía confirmó haber recibido instrucciones del entonces director general de la SIDE, Gustavo
Mango. Los informes elaborados fueron enviados por fax a la SIDE en reiteradas ocasiones
durante los meses de enero, febrero y marzo de 2002.
Según reveló el espía, había recibido orden de informar sobre todo desplazamiento de los
Kirchner, comunicar con 48 horas de antelación cualquier viaje que estos hicieran al interior y
determinar si quienes concurrían a sus actos recibían alguna contribución monetaria o un plan de
ayuda provincial.
Cristina contó ante el juez que supo de boca del espía que un tal Néstor Fragale estaría
vinculado a los hechos y que se trataría de un agente operativo. También dijo que había un
ingeniero de apellido Di Raddo, que sería enlace entre la SIDE y Telefónica de Argentina para
posibles escuchas ilegales. La presunta maniobra parecía implicar también al dueño de una
confitería en Río Gallegos.
En su declaración, la senadora apuntó más alto. “No se me escapa que esto no pudo haber sido
hecho sin la autorización de las autoridades políticas de la SIDE”, dijo, apuntándole al ex jefe de la
SIDE, su ex compañero de bancada Carlos Soria, quien desde entonces cayó en desgracia con los
Kirchner, y lo sufriría cuando fuera candidato a gobernador de Río Negro.
La única respuesta del gobierno fue desconfiar de la denuncia que jamás alcanzó a
corroborarse. Convertidos los Kirchner en enemigos declarados, desde la Casa Rosada se limitaron
a deslizar que semejantes acusaciones tenían que ver con la campaña electoral y una estrategia
tendiente a obtener los votos porteños que un discurso “anti-SIDE” bien podía acercarles.
No sería tampoco esa la única denuncia que haría Kirchner contra la SIDE. En una provincia de
bajo nivel de conflictividad, cuando en plena puja con el gobierno central estallaron cortes de ruta
en Santa Cruz, volvieron los fantasmas y le echó la culpa a la SIDE. La senadora fue aun más
específica y le enrostró en la cara a su colega Mabel Müller que veía la mano del esposo de ésta,
Oscar Rodríguez, número 2 de la Secretaría de Inteligencia, en la organización de esas protestas.
Por afuera del partido
La relación de amor-odio entre Duhalde y Kirchner sería interpretada en el futuro como
“diferencias que siempre existieron y a las que no habría que dramatizar”. Para justificar esos
dichos, fuentes kirchneristas recuerdan que cuando Kirchner enfrentó solitariamente al
menemismo en Parque Norte, Eduardo Duhalde estaba del lado del entonces presidente.
Ergo, en política las posturas definitivas no existen.
Las críticas más marcadas hacia la presidencia de Duhalde tenían que ver con la manera como
se salió de la convertibilidad. ¿Acaso Kirchner, partidario de un dólar alto cuando llegó a la
presidencia, no estaba de acuerdo con la devaluación? El estaba igual de convencido de que había
que salir de la convertibilidad, pero de otra manera: con una canasta de monedas, no tan
abruptamente, por el riesgo que significaba para la economía y el ajuste sobre el bolsillo de los
sectores asalariados. Había que encontrar una forma de salir que no hiciera que se compensara
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siempre a los ricos, y que no recayera todo el peso en los otros sectores, afirman los exégetas del
santacruceño.
Kirchner hubiera sido partidario incluso de una nueva convertibilidad, pasando del 1 a 1, a 1,41,
tal cual marcaba el nivel de reservas. A juicio del santacruceño, esa adecuación del 64% le hubiera
dado competitividad al sector exportador. El hipotético Plan K que hubiera aplicado de haber sido
presidente entonces hubiera incluido también la emisión por única vez de cinco mil millones de
Lecop para restablecer la cadena de pagos.
Hasta último momento se especuló con la posibilidad de que los Kirchner concurrieran a las
elecciones por afuera del Partido Justicialista, lo que representaba un correlato de lo sucedido a lo
largo de los 90, cuando la teoría era que tarde o temprano se irían al Frepaso. En vísperas de las
presidenciales del 99, luego de que el santacruceño le hiciera un desplante a Eduardo Duhalde en
Tanti por haber contratado al publicista Duda Mendonça, el dirigente Miguel Angel Toma salió a
cuestionarlo fuertemente pidiéndole que se fuera al Frepaso. En rigor, le pidió que definiera si
estaba en el peronismo y hasta lo trató de “caballo de Troya” dentro del peronismo.
Hubo otros que pensaban igual que Toma pero hablaban desde el anonimato. Gente muy
cercana al candidato Duhalde consideraba que la actitud de Kirchner en el encuentro de Tanti no
era más que plantear públicamente diferencias de fondo, de modo tal de tener un argumento formal
para saltar al Frepaso después del 24 de octubre, si Duhalde perdía las elecciones.
Esas especulaciones de que podría acordar con Chacho Alvarez fueron una constante que no
tuvo mayor peso, por cuanto el volumen político del gobernador santacruceño a nivel nacional no
era tan importante. En cambio, no fueron pocos los ofrecimientos que recibió Cristina para
competir como legisladora porteña por afuera del partido.
Pero la esposa de Kirchner jamás hubiera hecho algo así y lo refrenda con un razonamiento
sencillo: ella nunca le iba a regalar el partido a Menem, ha dicho en privado. Lo cual no invalidaba
la actitud de quienes sí se iban por no tener espacio. De hecho, siempre tuvieron buena relación
con Carlos Chacho Alvarez, pero los Kirchner prefirieron pelearla adentro. No consideraban que
fuera una estrategia apropiada dejar el partido, siendo Néstor titular del mismo en el distrito de
Santa Cruz.
Cansada de que los ubicaran como futura pata peronista de la Alianza, Cristina había aclarado
que esa función allí ya la cumplían Chacho Alvarez y su gente. “Yo no tengo vocación anatómica
de extremidades; la política se hace con la cabeza y el corazón”, remarcó allá por el 98.
Sí es verdad que coquetearon con Elisa Carrió y jamás negaron enfáticamente una eventual
alianza. Por el contrario, Kirchner siempre la elogió, por cuanto respetaba su ubicación en las
encuestas. Nótese el detalle: esos elogios no partían de la boca de Cristina, más allá de la pelea
definitiva que tuvo con la chaqueña. Ella consideraba que estaba en igualdad de condiciones con la
jefa del ARI, por cuanto no competía con ella electoralmente, que es donde Lilita podía
aventajarla, sino intelectual o legislativamente, que eran los planos en donde rivalizaban. Y ahí
consideraba estar de igual a igual, sino mejor.
La equivalencia con Néstor Kirchner, en cambio, pasaba por lo electoral, y ahí el santacruceño
respetaba los quilates de la chaqueña, y hasta la tenía en cuenta para un eventual apoyo futuro,
como el que se daría cuando el fallido ballotage. Pero sabía que jamás formarían una fórmula
conjunta, no porque no le interesaran y sirvieran los votos de la blonda dirigente del ARI, sino
porque no estaba dispuesto a ir detrás suyo. Y, político al fin, entendía que como las encuestas lo
daban a él peor, ese sería el lugar que le correspondería en una eventual fórmula conjunta. Así las
cosas, no estaba convencido de concurrir a una elección aliado, aunque por una cuestión de
conveniencia política jamás lo confesaría en forma pública.
Hay quienes afirman además que el escollo definitivo era Cristina, peleado como estaba con
Carrió. “Antes de establecer un matrimonio político con el ARI, deberá divorciarse de la esposa”,
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confiaba un hombre cercano a la pareja. Aunque en materia política Néstor y Cristina dejaban de
lado esas pasiones, la mujer puso todo tipo de reparos para esa eventual alianza.
Estamos hablando de una negociación que nunca comenzó. Elisa Carrió no habló con Kirchner
jamás de una eventual coalición, ni él tomó esa iniciativa. Sí habló gente de ambos sectores, pero a
diferencia del kirchnerismo, los del ARI no eran voceros oficiales de Carrió, sino “intérpretes” de
su pensamiento. Para nada confiables, en definitiva. ¿Qué hubiera pasado entonces si Kirchner
daba las hurras en el partido y después Elisa Carrió lo desairaba y no formaban frente alguno?
Ella tan solo se había limitado a deslizar que sólo los unía la caducidad de los mandatos,
después se vería...
Sí especularon con ir por afuera del Partido Justicialista cuando tuvo claro que sus cálculos para
el 2007 se habían adelantado cuatro años. Era obvio que no iría dentro del PJ si el candidato era
Menem, pero estaba dispuesto a concurrir a la elección por afuera si es que no se le permitía
competir. Mas en el fondo ansiaba un desafío final mano a mano con el riojano, donde se veía con
la mejor capacidad para ganarle, en internas abiertas o en la elección general. Por algo el
santacruceño se consideraba el mejor representante anti-modelo existente, con antecedentes
ejecutivos.
Capítulo X
El ballotage que no fue
“Quiero ser presidente, ¿por qué no?”, confesaba Néstor Kirchner el 23 de octubre de 2001,
cuando francamente nadie pensaba en él como tal. Pero como ya se ha dicho, el santacruceño
sentía íntimamente tener las mismas posibilidades que De la Sota, Reutemann y Ruckauf. A
Eduardo Duhalde no lo consideraba en carrera para 2003, pero confiaba que lo apoyara, del mismo
modo que él lo había hecho solitariamente en el 89.
Ya no pensaba en esa alternativa promediando el 2002, cuando se había cansado de criticar a
Duhalde y todo indicaba que el candidato preferido del Presidente era el santafesino Reutemann.
Otros, como Cristina, pensaban que el candidato de Duhalde era él mismo. “A mí me parece que
Duhalde no quiere entregarle el poder a nadie... -confesaba-. Duhalde quiere ser él, apuesta a que
la conflictividad social baje, que la devaluación acomode mejor a algunos sectores, que los índices
de desocupación bajen, tomando a los planes sociales como fuente de trabajo. Yo no le veo ganas
o voluntad de irse; especula con quedarse”.
Inmediatamente después ocurrían las muertes de Avellaneda y, abrumado y espantado por tener
su propio cacerolazo que, en su caso, podría darse en forma de “piquetazo”, Eduardo Duhalde se
vio obligado a adelantar las elecciones y la entrega del poder, revelando un cronograma que
establecía internas abiertas y simultáneas para el 24 de noviembre de 2002.
Tanto exigía un adelantamiento electoral, que Néstor Kirchner no pudo más que darse por
conforme, aunque insistía con la necesidad de renovar todos los cargos y confesaba que el
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cronograma favorecía al aparato y a Reutemann. Esto es, si bien insistía con adelantar las
elecciones, lo que necesitaba era tiempo para instalarse y no confiaba en lograrlo para las internas.
Kirchner no colisionaba entonces con el Lole, aunque lo chicaneaba en cuanto podía. Irónico,
decía que los dos venían de historias distintas, por cuanto mientras el santafesino “corría en
Fórmula Uno y era un gran triunfador, yo estaba preso”.
Pero todo cambió cuando Duhalde se quedó sin candidato. Sorpresivamente Reutemann
abandonó el 10 de julio una carrera que en realidad jamás comenzó. Le dijo no al Presidente y
éste, más allá de tratar de insistir para convencerlo, comenzó a analizar las alternativas. Surgió
entonces la posibilidad del cordobés De la Sota, quien había dejado de medir en las encuestas.
Pero es que no había plan B sin Lole. De los otros candidatos en carrera, con Rodríguez Saá no
podían ni siquiera sentarse a conversar, al salteño Juan Carlos Romero lo veían más cercano al
menemismo y a Kirchner los duhaldistas no lo podían ni ver. Otra posibilidad remota era Felipe
Solá, pero finalmente fue el gobernador cordobés el encargado de calzarse el mote de “candidato
oficial”.
“Honestamente creí que ya estaba todo decidido y que dirigentes de tantos años que han hecho
tantas tropelías ya habían armado todo y lo que estaban haciendo era una puesta en escena; pero la
verdad es que la no aceptación de Reutemann me sorprendió”, confió el candidato santacruceño.
El gobernador santafesino había hablado de un juego sucio en el que no quería entrar, dándole a
los candidatos alternativos del PJ, Rodríguez Saá y Kirchner, letra para dudar de las garantías para
participar de la puja en el justicialismo. De entrada, el santacruceño pidió que por lo pronto
Menem debía renunciar a la presidencia del PJ si quería presentarse como candidato, e igualaba a
los aparatos partidarios del ex presidente con el de Duhalde.
“No pertenecemos al pejotismo, es decir, a quienes construyen el poder desde una visión
mafiosa de las ideas, y por eso no les importa lo que piensa la gente sino erigir poder y ganar de
cualquier manera”, disparaba sin medir sus palabras. Precisamente el término “pejotismo” era el
que le asignaba a lo que entendía como una deformación del Partido Justicialista: el aparato
vaciado de contenido, de proyectos; el poder sin ideas.
Rodríguez Saá y Kirchner no confrontaban entre sí por entonces. Por el contrario, el puntano
rescataba a su colega como uno de los candidatos que “más cerca está de sostener un programa
nacional y popular”, y hasta llegó a tener en cuenta a Cristina Fernández como eventual
compañera de fórmula. La midió, le gustó como daba y mandó señales para un eventual
entendimiento.
La senadora ni siquiera lo tuvo en cuenta. Cierta vez, al ser consultada por el periodismo, aclaró
que del único que sería compañera de fórmula sería del mejor. “Y como ése es mi esposo, tampoco
puedo serlo”.
Ella ya estaba decididamente metida en la campaña de su esposo. Así, mientras el gobernador
organizaba en Santa Cruz el Primer Congreso Regional patagónico “Kirchner Presidente”, ella
andaba por Salta promoviendo la candidatura de su esposo.
El discurso apuntaba ahora a igualar a De la Sota con Carlos Menem, lo cual tenía que ver con
el mensaje del gobernador, que emparentaba los aparatos menemista y duhaldista y hablaba de
códigos mafiosos. Pero los dardos más venenosos le apuntaban a Carlos Menem, quien había
regresado de la muerte política y volvía a transformarse en un serio candidato a volver a la Casa
Rosada.
“Ninguna sociedad se suicida”, auguraba sin demasiada confianza, habida cuenta de la visión
crítica que Cristina siempre tuvo de los argentinos.
Volvían las anécdotas, volvían los viajes una y otra vez a diferentes provincias. Y esos vuelos
interminables, cansadores y hasta peligrosos. Una tormenta sorprendió a la comitiva de Cristina a
bordo de un avión de línea al retornar de un viaje a Salta; todos los que acompañaban a la senadora
recuerdan que la nave, pese a su gran tamaño, se movía como una coctelera. Desde entonces Cuca,
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la asistente inseparable de Cristina que generalmente la acompaña en los viajes, saca un rosario y
comienza a rezar en cada vuelo.
Los cristinos que viajaban en ese olvidable vuelo no saben cuántos rosarios rezó esa vez...
Por esos días de agosto fue que Néstor Kirchner juró que no pactaría con los aparatos. Promesa
que sus críticos se preocuparon de recordarle a la hora de negociar finalmente con Duhalde. Pero
entonces eso era algo más que hipotético, máxime cuando el candidato hablaba de una Argentina
asfixiada por una pelea de corporaciones como eran los aparatos menemista y duhaldista.
Cristina se ocupaba de fustigar en el Congreso los alcances del decreto que llamaba a internas
abiertas, sólo explicable a su juicio dentro de “la cosmovisión lomense”, aludiendo a la
procedencia del Presidente. La senadora criticaba la utilización de padrones generales y, sobre
todo, el impedimento a quien perdiera la interna de presentarse por afuera de la estructura
partidaria, cosa que definió como “un corralito político”. De ahí que su esposo insistiera por la
aplicación de una ley de lemas para dirimir las presidenciales y la interna peronista a la vez.
Fernández de Kirchner se dedicaba a disparar a diestra y siniestra. Le pegaba a las internas
convocadas por el gobierno que, remarcaba, “no entusiasman a nadie porque prima el aparato; sólo
les interesan a los periodistas y a algunos políticos”, y a Menem, que se encaminaba a concretar la
paradoja de ser el de peor imagen y mayor intención de voto.
Claro está que en su postura no hacía más que hablar como esos políticos que adecuan sus
discursos a las conveniencias particulares. Esto es, si Kirchner hubiese tenido alguna chance de
ganar esos comicios, sin lugar a dudas las hubiese defendido como el método más genuino para
definir las contiendas democráticas.
Pero los Kirchner fustigaban el mecanismo elegido y estaban en su derecho de hacerlo. “Me
parece que esto que se ha hecho de las internas abiertas fue ajustar la cabeza al sombrero enfatizaba Fernández de Kirchner-. Esta ley de internas abiertas fue realizada para el ex presidente.
Los que hicieron esto siguen pensando como hace veinte años; creen que porque agarran el sello
del PJ, los peronistas los votan. Pero los peronistas no son marcianos y la gente tampoco.
Evidentemente le podrá servir a Menem para quedarse con el sello; él es el presidente del partido y
se llevó la agrupación a Anillaco. El PJ burocrático a mí no me interesa”.
- ¿Eso quiere decir que van por afuera?
- No, vamos a esperar a ver qué pasa en la Justicia con las presentaciones.
En cierta ocasión estaba en un pasillo del Congreso hablando por teléfono con Mariano
Grondona para el programa que éste tenía en Radio La Red, y descartó al ex presidente ya no por
su pasado, sino por estar viejo. “Honestamente creo que, a cierta edad, se empiezan a sentir los
efectos de los años y uno pierde vitalidad y lucidez. Creo que a él le está pasando eso”, criticó
Cristina y, al terminar de decirlo, pareció contrariada. Al cortar la comunicación, comentó qué la
había inquietado: “Yo hablaba de Menem y su vejez, pero no sé cómo lo habrá tomado Mariano,
porque él no anda muy lejos de esa edad, ¿no?”.
El candidato oficial
No habían pasado dos meses de la última vez que Néstor Kirchner igualara al duhaldismo con
el menemismo y los denominara “corporaciones cuasi mafiosas”, cuando las cosas comenzaron a
darse vuelta. La primera señal fue la suspensión de las internas del PJ dispuesta por el duhaldismo,
ante la convicción definitiva de que Menem las ganaría y todos deberían encolumnarse callados
detrás suyo.
Cristina Kirchner afirmó que esa decisión contribuía a “dar certeza a la ciudadanía sobre la
fecha y el sistema de elección”, mas debió cumplir entonces otro papel, ya no como senadora o
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representante de su partido en los actos de campaña, sino como vicepresidenta tercera de la mesa
chica del Congreso Nacional Justicialista que integraban además Carlos Reutemann, De la Sota,
Jorge Busti y el santiagueño Carlos Juárez. Y como tales, enfrentaban al Consejo Nacional
partidario en manos de Menem, que insistía en mantener la Junta Electoral y la fecha de la interna.
Así se la pudo ver a Cristina, cantando el himno al estilo norteamericano -con su mano derecha
sobre el corazón-, flanqueada por Juárez y Ramón Puerta. Fue en el Congreso Nacional
Justicialista realizado en Lanús el 29 de octubre de 2002, donde se removió a la Junta Electoral
dominada por el menemismo y, tensando aun más la cuerda, convocaron a elecciones internas
partidarias para el 19 de enero de 2003, una fecha insólita tratándose de las vacaciones de verano.
Duhalde, presidente del Congreso, había renunciado a su cargo partidario, en tanto que
Reutemann (vicepresidente 1°) estaba de licencia por enfermedad y Busti (vicepresidente 2°) no
concurrió, así que fue la propia senadora Kirchner la encargada de conducir el cónclave y abrirlo
con un mensaje en el que aludió directamente al menemismo, exhortando a la Justicia para que se
dedicara a juzgar “a aquellos que perjudicaron al país”. El disparo tenía que ver con la decisión de
la jueza Servini de Cubría de invalidar el cónclave justicialista -cuestión apelada por el gobierno-.
“En lugar de meter presos a los que se robaron el país, la Justicia se inmiscuye en los partidos
políticos -se quejó Cristina en esos tiempos en que la aplaudían en los congresos partidarios-. No
sólo lo hizo, sino que se puso a favor de un sector”. Hablaba del menemismo, claro está.
El papel de Cristina fue cuestionado precisamente desde el menemismo. Alejandra Oviedo,
diputada de ese sector, le retrucaba hablando de su extrañeza porque “la señora Cristina Fernández
de Kirchner termine siendo empleada de Eduardo Duhalde y su esposa para avanzar en la
candidatura del propio Duhalde”.
Presidido por Eduardo Camaño, un congreso posterior realizado el 5 de noviembre en Obras
Sanitarias ratificó la fecha de la interna para enero -luego se postergaría para febrero- y determinó
que ese mismo día se renovaran las autoridades del Consejo Nacional partidario. Además, se
conformó una nueva junta electoral. Todo lo que el ex presidente rechazaba enfáticamente, se
decidió allí.
Al cabo del cónclave, Fernández de Kirchner sostuvo rebosante que “en este congreso es la
primera vez que se hace lo que no quiere el menemismo”.
La virulenta puja partidaria comenzó a producir realineamientos. Duhalde no sabía cómo hacer
para que De la Sota remontara en las encuestas y lo intentó ofreciéndole a su esposa como
candidata. En ese marco, la mujer del gobernador Felipe Solá, la Colorada Teresa García de Solá,
quien había sido funcionaria de Cultura durante la efímera experiencia presidencial adolfista, dijo
que no apoyaría al puntano en las presidenciales, ni a De la Sota como Duhalde, sino a Kirchner.
La pelea por la interna del PJ y sobre todo el espanto a Menem terminó volviendo a unir a
Duhalde y Kirchner. No se la veía a Cristina a disgusto en los palcos de esos congresos
justicialistas, y mucho menos en el segundo, el que ya condujo Eduardo Camaño como presidente,
que removió el 5 de noviembre a Menem de la presidencia partidaria reemplazándolo por una
Comisión de Acción Política.
Desde ese estrado, sonriente, debe haber recordado Cristina los tiempos en que los kirchneristas
eran apenas una decena contra el resto del mundo, y particularmente ése de Parque Norte en el que
decidieron confrontar con Menem. Como entonces, el rival seguía siendo el mismo, pero la pelea
era bien distinta.
Para entonces ya había habido contactos con el duhaldismo; tanteos sobre un eventual acuerdo
para auspiciar desde el gobierno a Néstor Kirchner. ¿Cómo harían para desdecirse de las
barbaridades dichas hasta entonces contra el presidente Duhalde?, se preguntaban en la Casa de
Santa Cruz. Y ellos mismos se respondían: no fuimos nosotros los que levantamos el teléfono para
hablar. Aunque reconocían que el Presidente llegaba a ellos más por necesidad que por
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convicción. A la postre, era mejor así para tener las manos más sueltas en el futuro, si prosperaba
el entendimiento.
De la Sota no movía el amperímetro ni siquiera donde debía, que era el Conurbano bonaerense.
El presidente Duhalde estaba desesperado por lograr que revirtiera las encuestas y consideraba a
La Matanza un distrito clave en ese sentido. De ahí que llamara personalmente a su intendente,
Alberto Balestrini.
- Alberto, vamos a ver cómo anda el tema del Gallego -le dijo, por el gobernador cordobés-.
Tenés que hacer un acto en La Matanza.
- Perdoname, pero acá el Gallego no entra...
- No, mirá, tenemos que armarle un acto ahí, porque si entra bien en La Matanza, después
vamos a todo el Conurbano. Es un efecto dominó, ¿entendés?
- No, Eduardo, perdoname. Primero, porque no estoy convencido con el Gallego, cosa que es
importante, porque primero tengo que estar convencido yo para después convencer a los
muchachos; y segundo, que yo hablo con la gente y la gente no lo quiere. Vos hablás con el
militante del peronismo y le llena más Kirchner...
- Vos estás loco...
Esta charla tuvo lugar en agosto de 2002 y terminó con el enojo del entonces presidente, quien
logró al final que le armaran un acto a De la Sota en Florencio Varela. Otra vez las vueltas de la
política: Julio Pereyra terminaría siendo uno de los dos intendentes del Conurbano con mejor
llegada al Kirchner presidente, pero en esa época fue quien armó el primer acto de De la Sota en el
Conurbano, con Aníbal Fernández y José María Díaz Bancalari -quienes luego serían ministro del
Interior y jefe del bloque de Diputados- en el palco.
Balestrini estaba decidido a jugar con Kirchner y se lo demostró al santacruceño al hacerse
presente en la UOM de La Matanza, adonde el gobernador había concurrido en busca del apoyo de
un grupo de dirigentes metalúrgicos. Allí, el intendente lo presentó como “un peronista de ley al
que todos le debemos exaltar su conducta y coherencia”. Ya en privado le hizo un guiño que
trascendía los enunciados: un grupo numeroso de la Tercera Sección Electoral, la que más peso
tiene en el PJ bonaerense, lo consideraba mejor candidato que De la Sota.
Balestrini recuerda haberse tenido que pelear con la inmensa mayoría de los intendentes cuando
decía que su candidato era Kirchner. Otros recuerdan que Hugo Curto, el otro intendente que
mejor llegó a llevarse con el santacruceño como presidente, sólo aceptó armarle un acto en Tres de
Febrero cuando Duhalde se lo pidió explícitamente.
De esas discusiones de dirigentes de la Tercera Sección, celebradas en un restaurante de la calle
Salguero, hay varios testigos que recuerdan el rechazo de un matrimonio político hacia el
santacruceño.
- Antes de votar a Kirchner lo voto a Menem -advertía la mujer, que nunca se llevó bien con la
senadora.
- Ustedes aceptan las condiciones de Duhalde cuando les conviene y cuando no les conviene
levantan vuelo... -los recriminaba Balestrini.
Buenos Aires había comenzado a inclinarse hacia el Sur. El 13 de noviembre, el gobernador
Felipe Solá y su esposa habían cenado con los Kirchner y se habló del apoyo a la candidatura
presidencial del santacruceño. Pero todavía faltaba el cónclave mayor, que tendría lugar el 18 de
noviembre en la quinta de Olivos, donde se produjo el reencuentro de Eduardo Duhalde con
Kirchner. Allí hablaron con pocos testigos -estuvieron Alberto Fernández y José Pampuro-, y
comenzó a tomar forma el apoyo del aparato bonaerense al santacruceño, a pesar de que la
candidatura de De la Sota no había sido desactivada.
Kirchner le aclaró que no compartiría fórmula con el cordobés y que tampoco lo haría con la
esposa del Presidente. Según muchos, en su vida no había lugar para otra esposa mandona...
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La senadora peleaba en tanto en el Senado para refrendar a través de una ley el calendario
electoral. En su discurso, Cristina saboreó el placer de la revancha.
- El Congreso retoma las facultades de convocar a elecciones no sólo por esta excepcionalísima
situación institucional por la que atraviesa el país, sino también por la situación de la Justicia
argentina, que hoy nadie tiene la seguridad de lo que va a hacer.
- Hoy en nuestro bloque nos han llevado por delante. No se ha cumplido con la palabra -sostuvo
a su turno Eduardo Menem al fundamentar su rechazo.
- La primera regla de un militante o legislador es aceptar el juego de la mayoría y de las
minorías -replicó Cristina-. Es el derecho a disentir. Esos derechos de quienes dicen que fueron
maltratados hoy en el bloque, en otro momento no se toleraban. Antes no eran contemplados, se
los expulsaba del bloque. Hoy nadie va a ser expulsado por no votar esta ley.
José Pampuro, entonces secretario general de la Presidencia y en su momento funcionario
denostado por Kirchner por operarle en contra, fue el funcionario duhaldista que más apoyó la
designación del santacruceño como “candidato oficial”. Hay quienes recuerdan que quien luego
sería el primer ministro de Defensa de Kirchner era llamado por sus compañeros de partido que
rechazaban al santacruceño, sólo para insultarlo.
- Terminala con Kirchner... Terminala con Kirchner... -le reclamaban.
“Las que se bancó Pampuro... -recuerda el intendente Balestrini-. El fue, puso el alma, la vida
para que el candidato fuera Kirchner. Me consta porque me he reunido mil veces para armar una
estrategia común para ver cómo arreglábamos con algún intendente individualmente para apoyar a
Néstor”.
Pampuro estuvo en el encuentro del Presidente y el gobernador el sábado 14 de diciembre, en
ocasión que Dualde visitara Río Turbio. Allí esbozaron firmemente la posibilidad de un acuerdo, y
la prensa tuvo alguna señal al escuchar de boca del Presidente un elogio para el santacruceño -“es
un gran candidato”-, aunque aclarara que el gobierno no tenía ningún postulante propio. José
Pampuro trabajó el resto de la semana y fue uno de los que organizó el encuentro definitivo entre
el presidente Duhalde y el santacruceño en la estancia La Soledad, de El Calafate, en la que
también estuvo él, junto a Eduardo Camaño, Jorge Matzkin, Alberto Fernández y por supuesto
Cristina Fernández. Allí hablaron a calzón quitado y Duhalde le confió algo que Kirchner sabía:
que el resto de los gobernadores no estaba nada convencido con el santacruceño, ya que le
recriminaban sus críticas constantes en las que se sentían también atacados por la relación que
cada uno había tenido con Menem, así como el hecho de que él refrendara el estado administrativo
de su provincia en relación con las otras.
Duhalde quería ponerle a su esposa como vice y estimaba que si su apellido estaba en la
fórmula los reparos quedarían en segundo lado. El entramado que habían estudiado consistía en ir
a la interna -que para entonces se había postergado hasta febrero- y elegir el mismo día, junto al
candidato presidencial, todos los cargos partidarios, llevando en la misma lista a Duhalde, De la
Sota y Reutemann para presidir el partido.
El que estaba fastidiado por los coqueteos de Duhalde con otro era el cordobés De la Sota, que
entonces deslizó un despechado “Kirchner puede ser candidato de Duhalde, yo quiero serlo de
todo el pueblo”. Sonó como una despedida.
El 7 de enero de 2003, Néstor Kirchner tuvo su regalo de Reyes. Si bien se mantenía la
incógnita sobre el nombre al cual Eduardo Duhalde volcaría todo su poderoso apoyo, era vox
populi que sería el candidato elegido. Empero, el Presidente estaba decidido a mantener un día
más la incógnita, aunque no hacía otra cosa que dar señales de su elección. Habló de la necesidad
de encontrar una renovación en el peronismo y de buscar en gobernadores y dirigentes jóvenes: de
allí saldría el candidato. Finalmente dio los nombres de Néstor Kirchner y Daniel Scioli, quienes 150
contó- habían conversado entre ellos y estaban constituyendo un equipo para renovar al partido.
Hubo quienes ya entonces comenzaron a especular con la fórmula Kirchner-Scioli.
El gobernador santacruceño había ganado la parte más difícil de su batalla personal en el
Partido Justicialista. A fuerza de astucia, paciencia, declaraciones rimbombantes y no pocos
silencios. Y una buena dosis de suerte. Uno a uno sus competidores se habían ido cayendo y sería
el protagonista del juego final. Confirmado como delfín duhaldista -aunque rechazara ese
apelativo-, comenzaba la dura tarea de imponerlo. Lo rechazaron de entrada el presidente de la
Cámara de Diputados, Eduardo Camaño, intendentes como Hugo Curto (Tres de Febrero) y
Baldomero Alvarez (Avellaneda) y referentes provinciales como Ramón Puerta (Misiones), Jorge
Busti (Entre Ríos), Carlos Juárez (Santiago del Estero) y Luis Barrionuevo (Catamarca). Lo
apoyaban en cambio los intendentes Balestrini y Julio Alak (La Plata), Pampuro, el subsecretario
de Interior Alberto Iribarne, y el presidente del bloque de diputados, José María Díaz Bancalari.
El plan cerró cuando finalmente la jueza María Servini de Cubría autorizó el 11 de febrero una
elección que funcionara con una suerte de sistema de neolemas, con lo cual el justicialismo podría
ir con tres candidatos, que serían entonces Menem, Kirchner y Rodríguez Saá. No habría internas,
que era lo que -consciente del riesgo- no quería Duhalde.
Igual, el peligro para el duhaldismo no era menor. ¿Qué pasaba si Néstor Kirchner no llegaba a
segunda vuelta? El razonamiento que por esos días daba un encumbrado dirigente duhaldista
servía para marcar la medida del riesgo: el peronismo bonaerense se volvería menemista. Es que el
único que parecía tener asegurado un lugar en el ballotage era el ex presidente.
Cristina en campaña
Ya venía recorriendo el país desde hacía rato, reeditando la experiencia acumulada a lo largo de
la campaña por los Hielos Continentales, aunque ahora los ámbitos donde debía exponer no eran
claustros universitarios o cámaras empresariales locales, sino clubes y estadios. Cristina Fernández
recorrió el país y no guarda malos recuerdos de esa experiencia. En general, salvo situaciones
aisladas como la de Catamarca con las huestes barrionuevistas, no vivió demasiadas situaciones
adversas.
Ni siquiera en La Rioja, a pesar de su reconocida militancia antimenemista de la que hizo casi
una religión. “Los candidatos que hablan de fraude y acefalía son los que están mal en las
encuestas, porque no hay ningún dato objetivo que indique que puede haber fraude en las
elecciones”, disparó durante un acto organizado en esa provincia por su compañero de bancada
Jorge Yoma.
Allí esperaban encontrar cierta hostilidad, pero no pasó nada. Pudo caminar por la peatonal de
la capital riojana sin recibir un solo insulto. Por el contrario, la gente que la reconocía se acercaba
a saludarla, a darle un abrazo o un beso. Tampoco la vivaban, obviamente.
Santiago del Estero sería la primer provincia que Néstor Kirchner intervendría como presidente.
Decisión que demoró hasta que pudo, en función del notorio apoyo que había recibido del caudillo
local Carlos Arturo Juárez en la campaña. Es que, vencida su reserva inicial, el veterano dirigente
se avino a respaldar a Kirchner, de ahí que sus allegados reprocharan la decisión presidencial de
intervenir Santiago, recordando las fotos en las que el santacruceño aparecía sonriente, flanqueado
por Carlos y Nina Juárez levantándole ambos los brazos.
De Santiago del Estero recuerdan quienes acompañaron a Cristina en 2002 haber sido seguidos
por un auto durante toda la estadía, actitud que luego se revelaría como metodología habitual en la
política para con los dirigentes políticos.
Esas comitivas que acompañaban a la senadora eran integradas generalmente por su vocero, su
fiel asistente “Cuca”, o bien otra colaboradora llamada Sol, y un cronista de la Secretaría de Prensa
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de la gobernación santacruceña. Ocasionalmente concurría algún fotógrafo. La senadora carece de
fotógrafo personal, como se dijo muchas veces.
“Cuca” es María Angélica Bustos, una mujer de alrededor de 60 años que es una mezcla de ama
de llaves y dama de compañía de Cristina. “Se puede discutir todo, menos a Cuca”, aclaran en el
entorno de la primera dama. La mujer está con Cristina Fernández desde tiempos inmemoriales y
es la que se encarga de sus temas personales, no los que hacen a la tarea laboral. No es quien lleva
la agenda, sino la encargada de organizar la ropa, el maquillaje, elementos que, como se sabe, son
indispensables para la senadora. Cuando no la acompañaba en alguna gira de campaña, era la
primer persona a la que Cristina llamaba al regresar a Buenos Aires, por ejemplo a medianoche,
para que le preparara o encargara la comida.
Indiscutible como la presentan, Cuca era quien manejaba la casa de la calle Juncal y quien se
mudaría a la residencia de Olivos al llegar Kirchner a la presidencia.
Hubo un antes y un después, obviamente, en la campaña de los Kirchner, que tiene que ver con
el momento en el que el santacruceño se convierte en el candidato oficial. A la provincia de San
Juan, por ejemplo, Cristina fue antes de que se acordara con Duhalde, en coincidencia con una
visita de Carlos Menem. Allí el ex presidente fue recibido por el titular del PJ local y luego
gobernador, José Luis Gioja, quien debía soportar los desplantes de Cristina como jefe de bloque
en el Senado. Menem realizó un gran acto allí y la comitiva de Cristina no pudo parar en ningún
hotel porque todos habían sido copados por la gran comitiva del riojano, quien llevaba gente
propia entre la que se encontraban los escuadrones antiescrache.
Cristina Kirchner volvió a ir a San Juan en 2003, ya como esposa del candidato de Duhalde, y
Gioja la recibió en el mismo lugar donde había acogido a Menem. Los tiempos habían cambiado.
En esa misma provincia, en ocasión del primer viaje, habían concurrido invitados por el
intendente de Chimbas, una localidad muy cercana a la capital sanjuanina. Con él fueron a un
barrio autogestionado y la senadora no puede olvidar la recepción de esa gente: llorando la
abrazaban, como si estuvieran convencidos de que los sueños que le contaban a la senadora
podrían ser transformados en realidad por ella. Cristina no puede olvidar cuando una mujer
emocionada le habló de su deseo de que su hijo fuera abogado, y que para eso ella tenía que
“meterle para adelante”, no debía claudicar para que el chico pudiera ser abogado.
En la intimidad, Cristina contaría que a veces se sentía sobrepasada por esos actos de fidelidad.
“Flor de responsabilidad nos adjudican”, diría ella en privado.
Se generó una gran historia en torno al hecho de que los Kirchner hicieran campaña por
separado, pero lo cierto es que así fue siempre. En Santa Cruz jamás aparecían juntos, reeditándose
rutinariamente lo que tanto llamó la atención a los medios de Buenos Aires. Y cuando ella hacía
campaña en su provincia para los cargos para los que competía, si Néstor Kirchner la acompañaba
no subía al escenario.
“Siempre fue así”, enfatiza gente del entorno, como si se tratara de un respeto que cada uno
guarda respecto al espacio institucional del otro. Pero en la campaña electoral quedó más marcado
el hecho de que no compartieran escenario, cuestión de que ella no opacara al candidato
presidencial.
Los colaboradores kirchneristas tratan de explicar esa actitud desde otro punto de vista.
Admiradores de los Clinton, con los que la pareja presidencial gusta compararse, utilizan su
eslogan: su voto vale dos. Compre uno y se lleva dos. Kirchner era el único candidato que podía
estar en dos lugares al mismo tiempo. Era el único que tenía una esposa con tanta personalidad y
atractivo para la gente que podía hacer campaña en su lugar.
Kirchner no es un gran orador. Grita en exceso, se queda disfónico y más de una vez los agudos
lo traicionan. Eso que ya como presidente se constituyó en un hecho simpático, bien podía generar
rechazo en la campaña. Todo eso sin contar el seseo... Cristina tiene el carisma que le falta a su
marido y una locuacidad admirable, reforzada por sus años en el Congreso. A sabiendas de que la
152
debilidad del Presidente era la fortaleza de su esposa, el equipo de campaña buscó retocar la figura
del santacruceño de modo tal que nada ni nadie le quitara protagonismo.
Un rumor extendido afirmaba que se le había pedido expresamente a la magnética Cristina que
no compartiera entrevistas, ni discursos, ni mucho menos afiches junto a su marido, por cuanto
podría tener el mismo efecto de poner un dálmata al lado de un perro salchicha. Versión que,
obviamente, desde el círculo kirchnerista rechazan, adjudicando la teoría más que al análisis de un
experto al interés por bajarle el precio al candidato. Miran la situación en cambio desde el punto de
vista de que mientras uno estaba en Corrientes, el otro podía estar en Salta, y así...
Cristina tuvo dos o tres viajes por semana desde julio de 2002; el ritmo bajó en enero por
cuestiones importantes que le quitaban tiempo en el Senado, pero luego retomó esa constancia. Ya
se sentía entonces con verdaderas posibilidades de que su esposo llegara a la primera magistratura
y de tal manera ya no hablaba desde la barricada.
- ¿Qué papel se asigna en la campaña de su esposo? -le preguntaron en Santa Fe.
- No creo en los roles de esposa en una cuestión política. Todos los lugares que he ocupado en
la política me los concedió el voto popular. Yo he sido cabeza de lista, inclusive antes de que
Kirchner fuera gobernador; he ganado elecciones antes de que fuera gobernador. Y he sido hasta
circunstancialmente gobernadora antes que él.
Con gusto salió a contestarle a Elisa Carrió cuando esta le dio quince días a Kirchner para
caerse como candidato y habló de “poder prestado”. “Hay una discusión sobre lo que es el
progresismo. Pero una cosa es participar en gestiones de gobierno, cuando se es responsable de
que la gente cobre a fin de mes, y otra hablar desde una banca, que es fácil”, sentenció la
santacruceña.
No era fácil explicar tampoco las críticas formuladas a lo largo de meses contra Eduardo
Duhalde. Cristina las resumía en la necesidad de llamar a elecciones.
- ¿No ve nada malo en el gobierno de Duhalde? -le preguntaban en enero de 2003.
- Que no convocó rápidamente a elecciones, que es lo que pedíamos para dar legitimidad.
“Fui muy crítica”, admitía en tiempo pasado, pero aclaraba que la política no es una secta en la
que todos están de acuerdo y dicen lo mismo.
El problema ya no era Duhalde, sino Menem, a quien -afirmaba- la sociedad le había dado el
certificado de defunción el 20 de diciembre de 2001, junto al modelo imperante desde su época.
Sin lugar a dudas a Cristina le atraían más sus recorridas por el interior, donde el cariño se
percibía más claramente, que por el Conurbano bonaerense, donde todo resultaba más complicado.
En Temperley una noche habló de las tres C que marcaban el perfil de un líder dirigencial:
“Convicción, porque le opusimos la resistencia a las ideas neoliberales. Coraje, porque desde una
provincia pequeña enfrentamos a quienes querían entregar la soberanía y desde el mismo partido al
que yo pertenezco. Y capacidad, porque un gobierno no puede ser ni de izquierda, ni de derecha,
sino honesto y prolijo, con un único interés, que es el del pueblo argentino”.
Con el gobierno de su lado y a dos meses de las elecciones, ya no fustigaba a sus adversarios,
aunque las alusiones al modelo neoliberal tenían un claro destinatario. No hablaba todavía de “un
país en serio”, sino “un país diferente” que había que construir, saliendo de “esta Argentina banal
y venal”. Y sobre todo centraba su discurso en la renacionalización de los ferrocarriles y la renta
petrolera.
“Kirchner denunció la vergüenza que son los trenes, entonces no me vengan a decir que el
modelo de los ferrocarriles estatales son el pasado. Sin duda, algunos operadores se están poniendo
muy nerviosos con nuestras declaraciones y dicen que volvimos atrás en el tiempo. Pero hay que
decir las cosas como son y este presente es el pasado, porque ¿qué más antiguo que la miseria, el
hambre y la opresión? ¿Qué más antiguo que un Estado ausente? Eso es el pasado y nosotros
representamos el futuro”.
153
“Yo les pido que cuando lleguen a sus casas hagan un ejercicio de memoria, porque la memoria
es el reaseguro del pueblo”, concluía su discurso ante cinco mil personas.
Cristina bajaba la línea trazada conjuntamente con su esposo, pero los permanentes estudios de
mercado que se hacían marcaron súbitamente una señal de alerta respecto a la palabra
“renacionalización”. La senadora, clave en la campaña de su esposo, analizó el tema junto a
Alberto Fernández y se lo planteó a Néstor Kirchner una mañana en su departamento de la calle
Juncal, habida cuenta que los medios le estaban viendo a la propuesta sobre los ferrocarriles un
tono demasiado “setentista”.
- Néstor, con Alberto estábamos analizando un poco las repercusiones del discurso sobre
reestatizar los trenes, y la verdad es que parece que están cayendo mal, que asustan a la gente comentó con franqueza Cristina, sin apelar al Kirchner con el que se empecinan en decir que llama
a su esposo en la intimidad. El candidato la miró sin contestar, como si estuviera tomando
seriamente en cuenta lo que le estaban proponiendo-. Por eso, con Alberto estábamos charlando
sobre la posibilidad de dejar quieto este tema. Nos parece que sería mejor no insistir, y que
dejemos de hacer actos para la televisión en blanco y negro y pensemos cosas más modernas.
El estallido del sureño fue memorable, según cuentan. Reaccionó en un tono duro y concluyó
con un seco y perentorio: “Haceme un favor, Cristina, ¡te vas ya para Santa Cruz! ¡Me importan
un carajo las repercusiones, yo voy a seguir hablando de los trenes y de lo que se me ocurra! Y a
vos Alberto, ¡no te quiero ver más!...”
La mujer se quedó callada, lo mismo que el futuro jefe de Gabinete, quien sólo sería sancionado
por Kirchner con uno de los métodos más claros que tiene para establecer su enojo con alguien: no
le atendió los llamados por un par de días.
Los que conocen al santacruceño -y su esposa mejor que nadie- saben que acepta las críticas,
pero sólo en privado. O al menos da señal de escucharlas. Pero si el comentario adverso es en
presencia de terceros, lo tomará como una agresión, y sintiéndose desautorizado se escuchará su
tronar.
¿Quién de los Kirchner tiene peor carácter? Los dos son de carácter fuerte. Colaboradores
salomónicos le adjudican la autoridad suprema al hombre, aunque reconocen que es ella la que
grita más fuerte. Según Cristina, “cuando discutimos gana el que tiene las mejores razones”.
Aunque también ha dicho que “suele temblar el mundo cuando nos peleamos”, mas no
necesariamente lo hacen por temas de política.
Con gente presente, la senadora le dejó esa vez a su esposo la última palabra sobre los
ferrocarriles. Pero lo cierto es que Kirchner no volvió a hablar del tema durante la campaña.
La futura primera dama hacía una clara diferenciación entre amigos y enemigos al arribar a
cada provincia. De ello dependía, por ejemplo, que se entrevistara con el gobernador local. En
Neuquén, donde gobernaba un hombre del MPN como Jorge Sobisch, no se pautó encuentro
alguno. Por el contrario, criticó el proyecto de regionalización que aquel motorizaba y, sin
mencionarlo, le lanzó un misil: “Acá recibieron más que Santa Cruz por la actualización de
regalías mal liquidadas, pero pregunten dónde está la plata que vino a esta provincia. Y sepan que
Santa Cruz tiene 540 millones de dólares a su disposición”.
En Córdoba, donde el gobernador De la Sota no aparecía muy convencido de apoyar a Kirchner
-y de hecho, en esa provincia el santacruceño perdió por muerte-, Fernández de Kirchner advirtió
que no eran tiempos para ser neutral, y en Santa Fe mantuvo un contrapunto muy particular con el
gobernador Reutemann, quien parecía más inclinado hacia Menem que hacia su esposo.
Ya había estado allí en febrero, donde habló de “reconstruir el contrato social, lo que significa
fijar reglas de juego y cumplirlas”, pero al concurrir nuevamente, a menos de tres semanas de la
elección, puso en duda directamente la neutralidad de Reutemann. Claramente dijo no creer en
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ella, porque la neutralidad “no se mide por los discursos, sino por los hechos”, y se preguntó cómo
se podía ser prescindente cuando está en juego el destino del país. “Lo importante es jugarse por lo
que uno piensa, porque si alguien no puede ser prescindente somos los dirigentes. ¿Cómo le
podemos pedir participación a la gente si sus representantes no lo hacen?”, descargó ya disfónica
por el trajín de la recta final de la campaña, pero con su habitual estilo al que no por nada el
periodista Julio Blanck ha definido como “de leñador”.
Aunque ante la insistencia de los periodistas Cristina aclaró que no había ido a pelearse con el
gobernador, le había mojado la oreja a Reutemann en su propia casa. El presidente de la Cámara
de Diputados santafesina, Alberto Hammerly, dijo que los dichos de la santacruceña no resistían el
menor análisis y el consejo partidario local emitió un comunicado en el que cuestionaba las
declaraciones de la senadora. En un documento ratificaron la imparcialidad respecto a los tres
candidatos justicialistas y ponderaron que el gobierno provincial mantuviera la misma actitud.
Hasta que habló el propio Carlos Reutemann, siempre remiso a entrar en esas polémicas,
criticando esta vez a la senadora: “Esa muletilla de venir a castigar al que sea, como un deporte,
me parece un error”, se quejó, para sugerir luego que mejor “nos digan a todos qué es lo que van a
hacer con todo lo que hay que hacer en la Argentina”.
“Probablemente se hayan malinterpretado mis dichos”, diría un día después Cristina Kirchner,
deseosa de que la discusión no se desmadrara y terminara afectando las chances de su esposo.
Finalmente, como para darle la razón a los Kirchner, Reutemann recibiría personalmente a
Carlos Menem en su visita proselitista a la provincia, tratamiento que no había tenido ni con
Rodríguez Saá, ni con el santacruceño. Aunque habrá que reconocer que, fieles a su estilo, los
Kirchner habían anticipado que no necesitaban de la compañía de nadie para recorrer la provincia.
El que sí no era neutral y había confrontado directamente con Kirchner era el hermano del Lole,
Enrique, convertido por el silencio del mandatario provincial en hombre de consulta de los medios,
aunque no demasiado confiable pues generalmente no lograba acertar con las líneas de
pensamiento de Reutemann. Tras anunciar su apoyo a Menem, había tachado de montonero a
Kirchner. Al responderle, el santacruceño lo llamó “pedazo de idiota” y luego agregó que “en la
Argentina hubo 30 mil desaparecidos con este tipo de acusaciones”.
Santa Fe era un distrito al que los Kirchner le prestaban especial atención y en el que a la postre
sería nada menos que Elisa Carrió quien sacaría más votos. Pero una muestra del interés particular
que le despertaba fue que la conmemoración del último 17 de octubre en el llano, en 2002, se
había realizado en Rosario, y fue justamente una de las pocas veces en que el matrimonio estuvo
junto en un palco durante la campaña. Como siempre en esos casos, quien hablaba era sólo él.
Más allá de esa ocasión puntual, la política de los Kirchner fue mantenerse separados, en actos
y reportajes. El primero sería el que en vísperas de las elecciones compartirían con Daniel Scioli y
Karina Rabollini en el programa de Mirtha Legrand.
El publicista Fernando Braga Menéndez, quien colaboró en la campaña kirchnerista, fue quien
salió a aventar fantasmas sobre el perjuicio, aclarando que el glamour, la belleza, elegancia y
lucidez de la mujer no podía opacar al candidato. Por el contrario, el razonamiento colectivo
debería pasar por la convicción de que “un tipo que tiene al lado a una mina como Cristina no
puede ser un boludo”...
Como en las películas, Lupín sería aquel antihéroe que no sólo logró enamorar a la más linda de
su clase, sino que también se animó a buscar la presidencia que a otros acobardaba y, contra todos
los pronósticos, la alcanzó.
La elección de Scioli
Muy posiblemente Kirchner no haya elegido a su vice por la charla que mantuvo con Felipe
Solá en febrero de 2003, pero lo cierto es que el gobernador bonaerense, siempre tan afecto a
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contar infidencias, había revelado que le había recomendado al candidato el nombre de Scioli
durante una charla privada que habían mantenido ambos. Lo hizo en momentos en que trataba de
posicionarse dentro del propio PJ bonaerense, donde el apoyo a su candidatura para la reelección
tambaleaba, sobre todo luego de que la esposa de Eduardo Duhalde, Hilda González, rechazara su
invitación a acompañarlo como vicegobernadora.
En ese marco deslizó que le había dicho al santacruceño que Daniel Scioli tenía el perfil
adecuado para introducirle frescura y movilidad a la campaña. Kirchner escuchó el consejo en
silencio, pero los que estallaron fueron las primeras espadas kirchneristas al oír que Solá
promocionaba su recomendación, y lo llenaron de críticas. “Que se ocupe de su campaña”, fue lo
menos que le espetaron.
Hubiera sido muy natural que el intendente de La Matanza fuera el compañero de fórmula de
Kirchner. El lo había potenciado cuando otros le daban la espalda en la provincia de Buenos Aires
y mandaba en el municipio más populoso del país, donde a la postre el santacruceño sacó más
votos que en toda la provincia de Córdoba.
Lo cual no era poco, teniendo en cuenta que allí se jugaba una gran parada Alberto Pierri, ex
hombre fuerte local y jefe de campaña de Menem en la provincia de Buenos Aires, lo cual
implicaba un gran flujo de dinero para la elección. No por nada en el Mercado Central -situado en
La Matanza- hizo Kirchner su último acto de campaña en vísperas de la elección del 27 de abril.
De ese acto el anfitrión, el intendente Alberto Balestrini, tiene un recuerdo que le molestó tanto
como intriga le causó. En vísperas del comienzo del evento lo asaltó un pico de presión, se sintió
mareado y le avisó al gobernador Felipe Solá. Llamaron al médico y mientras éste le tomaba la
presión, se les acercó quien luego se convertiría en funcionario nacional y conversó un poco con
ambos, pero antes de irse dejó una extraña solicitud: “Muchachos, les tenemos que hacer un
pedido. No digan 'compañero candidato'”...
Balestrini recuerda que ya tenía en la boca una pastilla para sacarlo del trance y miró a Solá:
“¿Por qué no decir 'compañero presidente'?”, se preguntaron intrigados cuando el colaborador
kirchnerista se alejó. Pero justo en ese momento les avisaron que acababa de llegar Kirchner, el
candidato.
- ¿Qué hacemos? -le preguntó el gobernador a su compañero todavía convaleciente.
- Andá vos, pero avisá que estoy acá, porque sino la gente mía que está abajo va a pensar que
me fui y se van a empezar a incomodar -contestó Balestrini. Solá enfiló entonces hacia el palco y
el intendente miró al médico-: Doctor, voy a tener que hablar.
- No, olvidate.
- Es que sino va a haber quilombo, porque la gente quiere que hable...
Balestrini se hacía toda la película: la familia que iba a ver por televisión que él no aparecía, y,
para peor, quince mil militantes de La Matanza que al no verlo imaginarían que había roto con
Kirchner...
- Bueno, mirá, yo te dejo hacer el discurso, pero primero te hago un electro -condicionó el
médico.
- Pero un electro dura mucho...
- No, en tres minutos me doy cuenta cómo estás. Y si estás bien, hablás, bajás y nos vamos y te
sigo controlando.
Así lo hicieron, y esa fue la razón por la que el protocolo se alteró hablando primero el gobernador
y luego el intendente, pero lo cierto es que cuando éste avanzaba hacia el micrófono volvió a
preguntarse qué pasaba si decía la palabra “compañero”... ¿Lo digo, no lo digo?...
No lo dijo, pero nunca entendió la razón del pedido, que iba contra el folklore elemental del
peronismo.
Para entonces el candidato a vicepresidente ya había sido elegido y era Daniel Scioli. Ni
Balestrini, ni Aníbal Fernández, como también se especuló pensando siempre en la provincia de
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Buenos Aires -al final, se concluyó que si el territorio bonaerense estaba ganado, había que buscar
un candidato de otro perfil-, ni tampoco el ministro de Economía, Roberto Lavagna.
Este último fue uno de los nombres que más fuerte sonó hasta último momento, alentado por el
propio Eduardo Duhalde que se entusiasmaba por lo bien que medía en las encuestas y lo mucho
que podía fortalecer a su candidato. Además -y con el tiempo se potenciaría esa idea-, porque
quería tener junto a su delfín a alguien “racional” y confiable.
Pero ni Kirchner estaba convencido con él, ni al propio ministro le hacía demasiada gracia el
papel de vicepresidente. Ya de por sí se había autoapartado del futuro gobierno, asegurando que no
era conveniente que luego de una negociación tan dura como la que le había tocado enfrentar con
el Fondo Monetario, él siguiese en ese sillón. Igual, Kirchner mantuvo una reunión clave con
Lavagna a principios de febrero para sondearlo, pero el ministro no se mostró demasiado
interesado por el cargo de vice.
Lavagna hasta hubiera podido ser candidato presidencial, si Duhalde se hubiera tentado por su
simpatía y las recomendaciones de ciertos sectores, como los gordos de la CGT, quienes a la
postre sugirieron postergar los comicios hasta octubre y que el propio Presidente se presentara,
secundado por el ministro.
Allegados a los Kirchner aseguran que ni Cristina influyó en la designación de Scioli, que
jamás operó por ningún candidato y que tampoco se le hubiese ocurrido. Pero se sabe y ya se ha
dicho que la senadora había hecho una muy buena relación con el ex motonauta en la Comisión
del Lavado de Dinero. Al cabo, el que haya sido designado vicepresidente es la mejor prueba de
que en esa comisión Scioli no actuó como decían que lo haría.
Con él y su mujer habían estado en enero de 2002 en El Calafate. Allí había concurrido el
entonces flamante secretario de Turismo con su esposa Karina para festejar su cumpleaños lejos de
las cacerolas que sonaban en Buenos Aires. Las dos parejas se cayeron bien, pero ese encuentro no
fue determinante para la elección posterior.
De todos modos habrá que advertir que Cristina estaba más inclinada por Lavagna para el cargo
de vice. Ella y Alberto Fernández pensaban en el ministro de Economía y así lo sabía quien luego
sería el elegido, al punto tal que en una cena compartida cuando ya se había anunciado su
designación, Scioli miró a los dos Fernández y, sin nombrarlos directamente, dijo: “Yo sé que
algunos de acá no me quieren, pero les voy a demostrar que estoy capacitado para la
vicepresidencia”.
Pero eso sería más adelante, pues hasta entonces Scioli había estado más abocado a lograr el
imposible de unir al peronismo porteño tras su figura, y el mismo fin de semana en el que se
anunció que acompañaría a Kirchner encabezaba la lista de unidad en la elección del PJ
metropolitano. Al respecto, vale recordar la indignación de sus compañeros de partido cuando se
enteraron por los diarios de que ya no podían contar con el candidato a jefe de Gobierno que
estaban eligiendo ese día.
Será por eso que uno de los más felices por la elección de Kirchner fue Aníbal Ibarra, que veía
así desaparecer a un eventual competidor. En el futuro, Kirchner le haría más “favores”, al llevarse
a su gabinete a otros adversarios como Rafael Bielsa y Gustavo Beliz, limpiándole el camino de
rivales.
Néstor Kirchner quería dar una señal de que no pensaba hacer antimenemismo desde la
presidencia, y Scioli -que, según le había asegurado Cristina, era confiable en ese sentido- daba el
perfil adecuado de juventud, capacidad y honestidad que caía bien en las clases populares a las que
se pretendía seducir.
Kirchner iba a anunciar el martes 25 de febrero el nombre de Scioli, pero debió adelantar los
tiempos por una jugada de último momento. Según aseguran operadores del santacruceño, el
sector del duhaldismo que no había entrado en el acuerdo establecido con el Presidente, entre los
que señalan a Carlos Ruckauf, utilizó el nombre de Lavagna para ensuciar la elección del
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vicepresidente. A sabiendas de que no aceptaba ser candidato, le transmitieron al diario La Nación
que Duhalde le ofrecería el cargo al ministro y así salió publicado el sábado 22. Mientras tanto,
Ruckauf invitó a su casa de Villa Gesell al ministro y a Duhalde, quien supuestamente sería el
encargado de ofrecerle allí el cargo. Si Lavagna decía que no, el plan B era Juan José Alvarez,
según le contaron a la prensa, pero estaba claro que Kirchner quedaría malparado cuando se
supiera que ya el primer designado le había dicho que no.
Los kirchneristas trataron de neutralizar la jugada por la misma vía, y lo hicieron a través del
diario Clarín, al que operadores del santacruceño adelantaron la designación de Scioli. Así, cuando
el presidente Duhalde llamó al candidato presidencial para preguntarle qué le decía a Lavagna, el
santacruceño le dijo que ya había arreglado con Scioli.
La batalla final
En el transcurso de la campaña, Carlos Menem planteó su confrontación con Eduardo Duhalde,
soslayando deliberadamente a Néstor Kirchner, al que sólo se refería mencionándolo como “el
candidato muletto”, o bien con un más que peyorativo “Chirolita”. Estos embates fueron
acompañados por afiches en los que aparecía Duhalde con un muñeco sobre las rodillas con la cara
del santacruceño.
Braga Menéndez sugirió un contraataque del mismo tenor y diseñó afiches con la imagen de
Menem en las rodillas de George W. Bush, pero Néstor Kirchner no quiso usarlos.
Los kirchneristas estaban decididos a hacer una campaña lo más prolija posible y en ese marco
anunciaron que Roberto Lavagna seguiría como ministro de Economía si Kirchner ganaba, con la
pretendida intención de marcar una prosecución entre ese gobierno, que ya no pasaba la zozobra
de los primeros meses, y el siguiente, en el caso de que ese fuera el de Kirchner. Claro que el
momento del anuncio fue elegido con puntillosa precisión, a los efectos de generar el rédito
necesario para la elección, pero también evitar que el eventual gobierno kirchnerista fuese tomado
como un gobierno demasiado dependiente del duhaldismo.
La idea era establecer un país serio y confiable, de ahí el eslogan escogido.
La frase de “un país serio” trascendió la campaña y siguió siendo utilizada durante el gobierno
de Kirchner. El copyright corresponde al publicista Pepe Albistur, pero se reconoce su origen en
Cristina Fernández. Había varias opciones que manejaba el equipo de campaña, entre ellas la que
motorizaba la senadora, que decía “un país normal es posible”.
Durante una reunión en el departamento de Uruguay y Juncal, comenzaron a tirar idas no para
la plataforma, sino para la campaña. Los publicistas advertían que utilizar el mapa de la Argentina
en publicidad política ya estaba gastado, pues lo habían usado Alfonsín, Menem, la Alianza,
todos... “Busquemos otra cosa”, era la consigna, y así pasaron por el escudo, la escarapela y
finalmente llegaron al croquis de la Argentina. La idea les pareció importante, porque aparte en
ese momento se hablaba de desintegración territorial, de que el Sur se podía separar del resto del
país, Kirchner venía del Sur...
Mientras tanto trabajaban con la letra K de Kirchner, y como es una letra rara para el uso
argentino, establecía una diferencia. El que hizo finalmente la conjugación entre el croquis de la
República con la K, fue Alberto Fernández: “Vos sabés que tiene algo que ver esta K con la
República... A ver, ponela así...”, sugirió, y quedó la K del aviso.
En esa reunión también se habló del país normal en el que hacía hincapié Cristina.
- A mí no me convence -disintió Alberto Fernández, entusiasmado en su rol de publicista-. Me
parece que decir “un país normal es posible” resulta poco ambicioso... ¿Cómo vas a hacer una
campaña política diciendo sólo que un país normal es posible?
- ¿Sabés qué pasa, querido? -se le plantó Cristina-. Hoy en día, en la Argentina, en el estado que
estamos, “normal” es muchísimo. Que los chicos estén en el desayuno con el papá y la mamá, que
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el papá se vaya a trabajar, la mamá a hacer sus cosas y los chicos al colegio, que eso es la
normalidad, acá en la Argentina hoy en día es muchísimo... ¡Ojalá tengamos un país normal! Ya
de rarezas estamos hartos todos...
Fernando Braga Menéndez -quien supo asesorar en su materia al gobierno de Héctor J.
Cámpora- le reconoce a ese razonamiento la más estricta sensatez, en línea con otros aportes que
la esposa del candidato hacía. El grupo de este publicista trabajaba durante la campaña con Julio
De Vido, quien coordinaba los planes de todas las áreas de gobierno. Había técnicos en todo el
país, lo que llevaba a realizar muchos viajes al interior para realizar reuniones con estos para ir
recabando información, trabajo que redundó en un enorme libro en el que se transcribió el
compromiso que asumía el futuro presidente frente a la sociedad respecto a lo que haría en los
próximos cuatro años. En ese marco se escribían los planes de gobierno, que luego eran mandados
a la senadora Kirchner para que los analizara.
Cristina recibía el material entre las 22 y 22.30, donde quiera que se encontrara, ya fuera en el
Senado, o de gira por el interior.
- Yo llegaba a mi casa, prendía la televisión y la veía en vivo y en directo en Misiones,
haciendo un discurso -recuerda Braga Menéndez-. Pero a la mañana siguiente, a eso de las 11.30,
nos llegaban de vuelta las veinte páginas corregidas de puño y letra... y con sensatez. “Mirá, yo
considero que esto está exagerado y no conviene por tal y tal motivo”, nos advertía la senadora. Se
notaba que lo había estudiado todo y hacía comentarios atinados. Ese trabajo es invalorable: poder
filtrar todo y sacar conclusiones inteligentes en tan poco tiempo...
Un histórico del peronismo como Antonio Cafiero tenía una idea bastante clara de lo que
ocurriría en las elecciones del 27 de abril, al punto tal de adelantar con precisión lo que sucedería y
haría ese día. “Yo digo que la elección la gana el compañero Menem, felicitaré a Rodríguez Saá
por el vigor de su campaña, y votaré a Kirchner porque en términos de gobernabilidad es el
candidato menos conflictivo”, recitó, ubicuo, como siempre.
Néstor Kirchner era el más convencido de que no sólo llegaría a segunda vuelta, sino que se
convertiría en presidente. Pocos días antes del 27 de abril, su viejo
amigo/adversario/aliado/enemigo y comprovinciano Carlos Pérez Rasetti se lo cruzó en un
restaurante.
- Néstor, parece que vas a ser presidente nomás... -le dijo el legislador provincial frepasista.
- Yo siempre te dije -respondió Kirchner, con una sonrisa.
- Miércoles que sos soberbio, no cambiás más... Hagamos una cosa, cuando seas presidente, me
invitás a tomar un café en el despacho presidencial, que no lo conozco, y quedamos hechos por
nuestros viejos tiempos y por nuestras históricas peleas.
- Bueno, ¿pero no vas a laburar conmigo, Carlos?
- Néstor, a mí no me gusta subordinarme, vos ya sabés.
- Vos tampoco cambiás nunca, che...
Si bien todos tenían claro que por primera vez en la Argentina habría segunda vuelta, ya que
ninguno de los candidatos reuniría los votos necesarios para asegurarse la presidencia, Carlos
Menem confiaba que la victoria que le preasignaban las encuestas sería lo suficientemente holgada
como para que el ballotage fuera un mero trámite. Pero los números no fueron tan venturosos
como le habían anticipado, sino todo lo contrario.
El ex presidente había hecho mucho menos de lo que esperaba y su principal opositor, el
candidato oficial Néstor Kirchner, había pasado las expectativas, en base a una fenomenal cosecha
del poderoso aparato duhaldista en el Conurbano bonaerense. La cuestión no pasaba por el si se
quiere escuálido 22% alcanzado por la dupla Kirchner-Scioli, sino los magros cuatro puntos que
sólo había logrado sacarle de ventaja Carlos Menem.
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Los rostros lo decían todo esa noche del domingo 27 de abril en el bunker menemista, en el que
-como el tiro del final- se dieron cita las caras más rechazadas por la sociedad argentina y con las
que los medios se regodearon mostrando semejante fauna. Los semblantes de la dirigencia
menemista poco tenía que ver con los de un vencedor y el botón de muestra lo dio la reacción del
ex presidente cuando un periodista le preguntó durante la conferencia de prensa si había llamado
para felicitar a Kirchner.
- ¿¿Cómo lo voy a llamar si gané yo?? -reaccionó el riojano.
Y así había sucedido, aunque estaba claro que en tres semanas se traduciría en las urnas la real
proporción que la elevadísima imagen negativa de Carlos Menem presagiaba.
En la lejana Santa Cruz, Cristina estaba exultante. ¿Se ve ya como primera dama?, le preguntó
un periodista.
- No, mirá, estoy sonriente no porque me vea primera dama, sino porque creo que el
pronunciamiento del pueblo ha sido tan claro por una Argentina diferente. Yo siempre he tenido
mucha responsabilidad ciudadana, soy muy republicana... En todo caso, seré primera ciudadana.
- ¿Esperaban hace un año un resultado como éste?
- No, sinceramente no... Vos fijate que cuando nosotros lanzamos La Corriente, allá por fines del
2000, pensábamos en una elección para el 2007, un proyecto de instalación para ese año. Pero
bueno, la historia y la Argentina siempre tienen caminos impensados.
Había comenzado la cuenta regresiva, en cuyo marco los medios nacionales y extranjeros no
sólo confrontaron las imágenes de los dos candidatos justicialistas que dirimirían la elección, sino
también las de sus esposas.
“Una muñeca brava con rasgos de Evita, contra una reina de belleza”, tituló la revista Times,
“Cualquiera sea el candidato que gane en la segunda vuelta, su asunción en la Casa Rosada se verá
opacada por una primera dama dominante e influyente. En estas elecciones se enfrentan una ex
reina de belleza contra una senadora conocida como muñeca brava. Estas mujeres tienen un
pasado muy diferente, pero ambas tienen una personalidad fuerte y una presencia arrolladora que
las ha hecho brillar por sobre sus esposos”, señalaba la publicación británica, que concluía su
comentario advirtiendo que “muchas encuestas muestran que los argentinos prefieren que gane la
muñeca brava. Cristina Fernández de Kirchner, esposa de Néstor Kirchner, es senadora con una
extraordinaria carrera política propia”.
Claro que en las encuestas poco tenían que ver las esposas, amén de lo mucho que la senadora
había hecho por imponer el proyecto Kirchner a nivel nacional a lo largo de una década. Pero las
diferencias entre Cecilia Bolocco y Cristina Fernández eran más que notables, partiendo de una
base elemental: Cristina jamás hubiera dicho, como la chilena, que estaba al lado de su esposo sólo
por amor; por el contrario, el modelo de pareja de los Kirchner era bien distinto. Ninguno de los
dos se ofendería si se dijera que la pasión que une a Néstor con Cristina es alimentada por una
permanente disputa de poder interna que se mantiene desde que los dos hacen política.
Para ofenderla, un panfleto menemista llegó a decir que la senadora estaba estudiando los
videos de Evita para copiar sus gestos, algo que hubiera sido más creíble en el caso de su
contraparte chilena... Deseosos de alimentar una confrontación que no prosperó, planteaban a
Bolocco de Menem como el hada rubia proveniente del mundo del glamour, que seguramente se
ajustaría perfectamente al papel de primera-dama-asistencialista, en tanto que Fernández de
Kirchner aparecía como una mujer decidida y pendenciera, formada en el mundo de la militancia y
que rompería con los cánones tradicionales de primera dama.
Pero la confrontación no se dio. Embarazada, Bolocco se fue a Chile, algunos dicen que
hastiada por lo que había visto de la campaña, y ni siquiera estuvo con su marido en el programa
de Mirtha Legrand, en el que sí volvieron a mostrarse los Kirchner, cada vez más desenvueltos en
el rol de pareja presidenciable.
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Era el único programa en el que aparecían juntos. Al resto iba ella sola, pues Kirchner se
dedicaba a disfrutar de las encuestas haciendo la plancha, rechazando ahora el debate que Menem,
desesperado, proponía. La futura primera dama desplegaría con soltura su impecable dialéctica, en
el programa Día D, mas no hablando de ella, sino de su esposo. “Ni siquiera cuando Menem
reinaba en la Argentina pudo con Kirchner”, advirtió. La estrategia era eliminar todo vestigio de
debilidad que el menemismo quería imponer, tratando de hacer aparecer a su esposo como el De la
Rúa de Duhalde. La senadora se limitó a aceptar el apoyo “muy importante” que su esposo le
debía al PJ bonaerense, pero aclaró que él era quien había construido la arquitectura de su
campaña y a quien sí le debía algo era a “una parte de la sociedad que confió en él”.
Menem tardó unos días en admitir que se había equivocado en el cálculo de los resultados del
27 de abril, pero comenzó a hablar de fraude electoral, y de que Kirchner estaba respaldado por
piqueteros y montoneros. El santacruceño se limitó a contestar que las denuncias de Menem
constituían “un golpe institucional”.
A menos de diez días de la segunda vuelta, luego de que una y otra vez el riojano negara que
fuera a bajarse de la contienda -“¡Minga me voy a bajar!”, replicaba-, se proclamó en la Asamblea
Legislativa a los candidatos para el ballotage. Todas las miradas estuvieron puestas en dos
protagonistas principales: Cristina Kirchner y Eduardo Menem, quienes no intercambiaron ni
siquiera una mirada. Pero los semblantes eran bien distintos; ella, con una alegría incontenible,
elegante como siempre y sorprendentemente sin flequillo. El senador, con su expresión severa
habitual, pero que esta vez se acentuaba por las circunstancias.
“Sólo los traidores no dan pelea”, advertía Menem, para agitar luego fantasmas señalando que
su rival, en caso de ganar -cosa que admitía por primera vez- no terminaría el mandato, por tener el
poder prestado.
“¿Sabés cómo se dice Kirchner en alemán? -le preguntó por esos días al humorista Nito Artaza
que lo visitó en el Hotel Presidente-. De la Rúa”.
Sólo trataba de simular un buen humor del que carecía. A los pases de factura que había en su
comando de campaña por dinero que jamás había llegado a los fiscales, se sumaba el reclamo de
buena parte de la dirigencia que lo apoyaba para que declinara de concurrir al ballotage.
Convengamos que el desbande ya se había iniciado dos semanas atrás, luego de la primera vuelta,
cuando muchos prescindentes se realinearon rápidamente detrás del favorito, pero la gran mayoría
de los jefes distritales que estaban con él no querían saber nada de una derrota.
Entre los que le aconsejaban renunciar antes de perder estaban su hermano Eduardo y los
gobernadores Angel Maza y Rubén Marín; del lado de los que querían seguir peleando podía verse
a Alberto Kohan, Eduardo Bauzá, Carlos Corach y Francisco De Narváez. Este último, menemista
de la ultima hora, insistió hasta el final con dar pelea, y cuando se le dijo que no había plata para
ello, firmó un cheque de ocho millones de pesos para pagarle a los fiscales. Mas no se lo
recibieron.
El razonamiento de los querían bajarse de la elección era simple: una derrota 70 a 30, que era lo
que presagiaban las encuestas como promedio benigno, desestabilizaría a todos los dirigentes que
tuvieran cargos electivos y quedaran embretados con el apoyo a Menem, tras lo cual vendrían por
sus cabezas en cada distrito. Tampoco querían quedar pegados y malparados frente al poder
central; ni al actual, ni al futuro.
Y nadie, ni siquiera el candidato a vicepresidente de Menem, el gobernador salteño Juan Carlos
Romero, estaba dispuesto a soportar la insurrección que seguramente se desataría.
Exactamente un año atrás, convencido de volver al poder, Carlos Menem convocaba a sus
hombres a un seminario en La Rioja para elaborar su plan de gobierno, que incluía la dolarización,
la alianza con los Estados Unidos, regionalización y la reforma política. Y advertía a los suyos que
así sacara el 2% de los votos, se presentaría para presidente. Claro que estaba persuadido de que
obtendría el porcentaje suficiente para regresar a la Casa Rosada.
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Ahora, cuando los 30 puntos que le diagnosticaban eran insuficientes, si bien insistía en que
“con el último suspiro voy a seguir peleando”, se aprestaba a irse.
Menem tenía en sus manos la posibilidad de tomar con sus manos el mantel y tirar todo. Si no
se presentaba, el gobierno que sobrevendría sería débil, la estrategia armada por Duhalde que
arrancaba con la anulación de internas no se coronaría con su derrota, y él mismo podría conservar
parte del capital político cosechado dos semanas atrás. Podría decir que no había perdido y hasta
era más que probable que un gobierno débil, nacido del 22% de los votos en una elección que ni
siquiera había ganado, no durara demasiado, dándole tiempo para un regreso providencial.
Ser o no ser democrático, era la opción que le planteaban a Menem quien, pese a su deseo nato
de competir nuevamente, estaba cada vez más seducido por arruinarle el festejo a sus enemigos.
En esas cavilaciones tuvo sobre ascuas hasta el final a su rival. En un momento llegó a circular
por Internet el texto de la supuesta renuncia de Carlos Menem al ballotage. En el bunker
santacruceño la carta llegó finalmente a manos de Alberto Fernández; luego de analizarla junto a
los Kirchner, concluyeron que era falsa, pues no parecía del estilo del ex presidente. En realidad,
se trataba de un borrador que habría preparado el riojano Angel Maza.
Hartos por esa guerra de nervios, en la mesa chica que aguardaba una definición en la Casa de
Santa Cruz estaban Néstor y Cristina Kirchner, Alberto Fernández, Sergio Acevedo y Miguel
Núñez. Discutían qué hacer: si seguían esperando a que Menem se decidiera a hablar, o no. “Nos
está haciendo marcar el paso”, deslizó el futuro jefe de Gabinete.
El candidato a vicepresidente Daniel Scioli había dado la cara ante la prensa, pero no había
dicho nada sustancial y la incertidumbre seguía. La pelota, en tanto, continuaba en terreno
menemista. Cristina y quien en pocos días se convertiría en vocero presidencial eran de los que
sugerían enfrentar a la prensa para recuperar la iniciativa.
- Salí y hablá -fue entonces la orden que Kirchner le dio a su vocero.
No le dijeron qué decir, pero Miguel Núñez no necesitó más y salió a dar la cara y decir lo que
pensaba. Habló de la incertidumbre en la que el ex presidente mantenía a todo el país y de que esa
había sido entonces “una jornada bochornosa”, por todas las versiones circulantes y la falta de
responsabilidad de quien jugaba al gato y al ratón. Por la noche, el susodicho salió enfundado en
un jogging colorado al balcón del Hotel República en el que se alojaba y saludó a los seguidores
que esperaban alguna novedad en la calle.
El riojano los tuvo un día más en la tensa espera, hasta que se fue a La Rioja, donde, con toda la
prensa detrás suyo y expectante, se fue a jugar al golf.
El juego de ver qué candidato hablaba primero había llegado demasiado lejos. Cristina Kirchner
ya había escrito el duro discurso con el que el santacruceño rompería la tensa espera y retomaría el
centro de la escena -“¿Discurso duro? Duro fue lo que Menem nos hizo vivir como argentinos”,
replicaría ella indignada aún por las 36 horas en las que el ex presidente tuvo en vilo al país sin
decidir si iba a la elección-. Había que demostrar que la partida estaba terminada porque uno de los
dos jugadores no se había animado a jugar y era hora de desentenderse de Menem y comenzar a
pensar en gobernar.
Estaban en el Hotel Panamericano, donde debían iniciar un seminario de los equipos técnicos y
decidieron que sería el escenario elegido para recuperar el centro de la escena. No tenía más
sentido aguardar a que el riojano se definiera y mientras tanto mantuviera todas las cámaras
posadas en él, insistía Cristina, mientras Alberto Fernández sugería dar por concluida la situación,
decir que él era el presidente y se acabó.
Así las cosas, Kirchner leyó el discurso en el que habló de un país en vilo, con instituciones
democráticas jaqueadas. “No es la primera vez que esto ocurre en nuestro país; mi generación y la
historia recuerdan otros golpes a la democracia, pero lo inédito e insólito por su gravedad y
profundidad es que en esta oportunidad el intento proviene de un ex presidente constitucional, que
al no poder lograr ser reelecto por tercera vez, tira del mantel sin importar los daños, dispara sobre
162
las instituciones de la República con la misma violencia de su discurso y con la misma impunidad
de su gestión”.
Kirchner habló del último rostro que los argentinos conocerían del ex presidente: el de la
cobardía, y su último gesto, la huida. Pero además advirtió que ese retiro de la fórmula era
“funcional a los intereses de grupos y sectores del poder económico que se beneficiaron con
privilegios inadmisibles durante la década pasada, al amparo de un modelo de especulación
financiera y subordinación política”.
Cerca de Cristina asegurarían luego que la idea de los Kirchner había sido marcarle la cancha
de entrada al establishment y dar una imagen de fortaleza necesaria para comenzar a andar el
camino.
- ¿El discurso que Kirchner pronunció el día que Menem se bajó del ballotaje lo escribió usted?
- Con 28 de casados, sea presidente o no, nos escuchamos, como cualquier matrimonio. Y sobre
todo porque los dos militamos, somos profesionales e hicimos la misma carrera. En cuanto al
discurso, él dijo lo que piensa. Normalmente él larga directrices de lo que va a decir en sus
discursos, pero pensamos los dos lo mismo.
Todo el mundo habló de la dureza de ese discurso. Quedaba claro que se había previsto
comenzar a revertir desde el principio cualquier duda de debilidad que pudiera plantearse sobre el
flamante presidente electo. Cuando se le preguntó a Cristina la razón de semejante tono duro, ella
explicó que era la respuesta a “un tipo” que había estado jaqueando al país durante 36 horas y que
hasta había tenido tiempo de jugar al golf. “Duro fue lo que Menem nos hizo vivir como
argentinos, como sociedad y como militantes de un partido al que ambos pertenecemos
formalmente”.
A su criterio, lo que Menem había querido era destruir, ya no a Kirchner, sino al escenario
democrático.
Con la convicción de haber perdido el juego, Menem aparecería en un spot televisivo
finalmente para anunciar lo que ya todos sabían: “Expreso mi decisión inquebrantable de realizar
todos los renunciamientos para recrear un clima de unidad nacional (...) Renuncio a los honores y
a los títulos, pero no a la lucha”, diría con el ceño fruncido, tratando de dignificar su retirada, que
en rigor de verdad era lo más parecido a una fuga.
Fue un discurso medido y casi conciliador, redactado por Jorge Castro. Claro que la buena
voluntad se iría al diablo al rato, cuando minutos después enfrentaba a la prensa y diría su célebre
frase: “Que Kirchner se quede con el 22%, yo me quedo con el pueblo”.
En una suite del piso 21 del Hotel Panamericano, Néstor y Cristina miraban la imagen del
riojano en la televisión. El primero que habló resumió lo que ambos pensaban: “Es patético”. Pero
ahora era tiempo de festejar lo que les había llevado 18 años conseguir.
Capítulo XI
La primera ciudadana
163
El juego que su esposo hizo al recibir el bastón presidencial de manos de Eduardo Duhalde le
despertó una sonrisa nerviosa. Es que lo estaba, en ese momento trascendental de sus vidas,
cuando se veía concretado el sueño presidencial al que alguna vez aludieron casi en broma en sus
tiempos de estudiantes en La Plata, jóvenes, recién casados y ya asustados por lo que se venía en la
Argentina. Ahora su esposo estaba con el bastón en la mano, el mismo que ella y su hija habían
cincelado en forma simbólica días atrás.
Allí mismo se había negado al pedido de una periodista de que tomara ese símbolo entre sus
manos.
- No, el poder y el gobierno no son bienes gananciales, eso es responsabilidad del Presidente aclaró muy seria-. Jamás se me hubiera ocurrido, como no se me ocurrió cuando Kirchner fue
intendente o gobernador tres veces en la provincia.
Acababa de plantear lo que en adelante repetiría una y otra vez hasta que ya no fuera necesario.
E incluso tendría la oportunidad de probar lo que también había adelantado una y otra vez incluso
cuando ni siquiera estaba a la vista la posibilidad de que su esposo accediera al poder: su rechazo
al término “primera dama”.
“Lo de first lady es antiguo, como las galas del Colón. El rol más importante de una mujer no es
como señora de, sino como ciudadana”, declaraba en la revista Para Ti en septiembre de 2001.
Más cerca en el tiempo, pero aún lejos de la Rosada, insistiría en agosto de 2002 en dar sus
razones sobre el tema al destacar su pertenencia a la generación de mujeres que conocían a sus
compañeros haciendo política. Y aclaraba que nunca había sido candidata por ser la esposa de
Néstor Kirchner, ni jamás había tenido vocación de “first lady” -término que le resultaba
simpático-, por lo cual, en caso de llegar su esposo al poder, ocuparía el rol que siempre tuvo:
militante política.
“En la era del vacío, diría Gilles Lipovesky, donde las seducciones han sepultado las
convicciones, aspiro a ocupar un lugar con las convicciones y no con las seducciones”, comentaría
entonces.
Alguno podrá encontrar una similitud en Marisa Leticia da Silva, una mujer de su misma edad
que ocupaba el mismo rol que ella por ser la esposa de Luiz Inácio Lula da Silva, y que
precisamente se resistía a ser llamada primera dama, prefiriendo que le dijeran “primera
compañera” de su esposo. Pero Cristina no imitaba a su colega brasileña. De hecho, jamás se la
denominó primera dama de Santa Cruz, algo que en rigor está prohibido por protocolo en su
provincia. Convencida de haberse ganado el lugar que ocupa por vía propia, el término le parece
poco menos que ofensivo, incluso. “No creo en los dogmatismos. Tampoco creo que el poder sea
un bien ganancial, por eso no me gusta que me llamen primera dama”.
Ave política con vuelo propio, nadie podría pensar que Cristina llegó adonde llegó por ser la
esposa de. Si algo logró en la vida es forjarse una historia política propia. Una de sus pocas amigas
de la política, Alicia Castro, la describe claramente al sostener que “hay primeras damas que
acompañan desde una función protocolar. Cristina, sin lugar a dudas, acompaña desde la política”.
Más importante que citar su rechazo al término “primera dama” era establecer qué rol jugaría
en el futuro gobierno, que no la vería desde un ministerio ni ningún cargo ejecutivo, sino, como
siempre, en el Parlamento y como senadora. Rompiendo el molde de las primeras damas
contemporáneas, que mostraban a una Lorenza Barrenechea de Alfonsín ocupando un desdibujado
segundo plano, apenas protocolar; una Zulema Yoma de Menem llevando consigo a un clan
familiar y un escándalo que no desentonó con lo que fue esa gestión; una Inés Pertiné de De la Rúa
que en su breve estadía pretendió darle un toque recoleto al cargo y que en lo político sólo tuvo
164
ingerencia en el Grupo Sushi; y una Chiche González de Duhalde que ejerció la función social
desde un cargo sin cartera.
Consultado al respecto, el flamante presidente diría que “más que primera dama, es una
militante de la política. Es mi compañera de toda la vida y hace 28 años que compartimos todo. Es
una mujer muy inteligente, me aporta mucho. Hay veces que estamos de acuerdo y otras que no. Y
cuando hablamos de política, dejamos de lado la relación de pareja”.
“No seré primera dama, en tal caso seré primera ciudadana”, preestableció Cristina Fernández
de Kirchner y como le gustó el término, insistió en que así se la llamara, con muy republicano
afán. Aunque no faltaron quienes criticaran ese deseo, más de uno tomando eso como cierto aire
de Revolución Francesa que nada bien caía en círculos tradicionales de la sociedad argentina. Y
entre sus propios compañeros del Senado, como relatara el diario Ambito Financiero.
Allí se comentó, a poco de asumir Kirchner, una reunión realizada en el despacho de Eduardo
Menem, donde se hicieron bromas sobre la aclaración insistente de Cristina respecto a ser primera
ciudadana en lugar de primera dama. “Jaraneaba uno diciendo que era como el cuento del tipo
que va al juez y le pide el cambio de nombre. '¿Cómo se llama usted?', pregunta el magistrado; el
otro responde 'Juan Culo'. El juez concede: 'Está bien; ¿cómo quiere llamarse?' 'José Culo',
replicó el demandante ante el atónito juez. Y lo de 'dama' o 'ciudadana' es lo mismo al chiste,
porque ella lo que debería cambiar es lo de 'primera'”, apuntaba el matutino económico, que
siempre la detestó.
La periodista y escritora Sylvina Walger sostuvo que Cristina de entrada “estuvo muy bien,
cuando dice: 'yo soy primera ciudadana', porque eso significa que conoce la Constitución
argentina, que no tiene primera dama, no figura. Primera dama tiene la Constitución de los Estados
Unidos, por eso en los juramentos la mujer está al lado del Presidente. En la Argentina, cuando se
hizo la Constitución, ni siquiera la reformada consideró que la primera dama podría tener un rol;
no existe esa figura jurídica, cosa que a Zulema Yoma le costó entender. El día que juró Menem,
quería estar al lado. Las primeras damas están para hacer caridad, no para ser presidentes”.
Con el tiempo se comprobaría que no la disgustaba que la llamasen primera dama, que en
definitiva lo era, pero sí la crispaba que se refirieran a ella con un seco “la señora”, apelativo que
inmediatamente la remitía a tiempos isabelistas...
Lo cierto es que Cristina Fernández de Kirchner adoptó a partir de entonces un comportamiento
sorprendente, que contrastaba con el alto nivel de exposición que había mantenido durante la
campaña y hasta la misma asunción. Por esos días fue la encargada de criticar a Menem por su
actitud, de refrendar lo que sería el próximo gobierno, la relación que tendrían con Duhalde y hasta
justificar la ausencia de representantes de los países centrales durante la asunción de su esposo “tienen una visión diferente de la importancia que puede tener el rol de la Argentina y su cambio
de autoridades”, dijo-. Después, se llamó a silencio.
Es que todos estaban pendientes por ver de qué manera se comportaría quien a lo largo de una
década había tenido una alta exposición mediática, que había sabido manejar con desenvoltura.
Ahí ya no existieron las recomendaciones de publicistas ni asesores que rodeaban a la pareja. Lo
hablaron entre ellos y acordaron cómo actuarían los K en el gobierno.
El presidente era él, y que de él emanaba toda la autoridad, aun por sobre su innegable
influencia, no debían quedar dudas. De ahí que a partir de entonces Cristina decidiera asumir un
perfil absolutamente bajo, que si bien sorprendió a todo el mundo, se basaba en lógica pura. Néstor
había asumido con un 22% de los votos y por más que sólo la ausencia de ballotage le hubiera
impedido legitimar aun más su mandato con la abrumadora cantidad de votos que hubiera
obtenido, la realidad era que eso no había sucedido y ahora los únicos porcentajes que valían eran
los de las encuestas.
165
Cuanto más tempo los mantuviera altos, más legitimado estaría ante la sociedad. Y esa
legitimación sería su máximo capital político, el que le permitiría imponer las políticas que
pretendía implementar.
Pero tenía que quedar claro que Néstor Kirchner era quien tenía el poder, no Duhalde, que le
había edificado el tramo principal del camino a la Rosada, ni mucho menos Cristina, que estaba a
su lado como desde hacía casi tres décadas, que había hecho más que nadie por la carrera política
de su esposo. Su rol ahora seguiría siendo tan importante como siempre, pero necesariamente bajo.
Bajo ningún punto de vista podría seguir siendo ella vocera, ni mucho menos opinar de las
políticas aplicadas, ni la coyuntura. Para esa tarea estarían otros Fernández: Alberto y Aníbal, jefe
de Gabinete y ministro del Interior, respectivamente, que estarían a cargo de las respuestas
mediáticas.
Antes de su silencio de radio, Cristina sentó posición ante los medios: “Yo opino de todo -pero
ya no públicamente, le faltó aclarar-. Duermo con él, y soy la última persona que ve antes de
dormirse. Si uno tiene un maniquí que dice a todo que sí, no sirve. Cuando discutimos, gana el que
tiene las mejores razones”.
Nadie tuvo dudas a partir del 25 de mayo de 2003 que ya fuera en Olivos, en el Senado, o en
algún despacho de la Casa Rosada, Cristina Fernández se convertiría en la mujer más poderosa del
país. Y también, porqué no, en la más temida. Acostumbrada a cogobernar en Santa Cruz, a nadie
le quedarían dudas de que el que decide es él, pero la que aconseja es ella.
El administra, ella fogonea; ella pelea, él negocia; él da la última palabra, pero ella tiene
derecho a veto.
No por nada se comunican no menos de diez veces por día vía celular, o más, cuando hay
sesión en el Senado, donde algún trasnochado llegó a imaginar la posibilidad de que ella fuese
presidenta provisional, lo que la hubiese puesto en la línea sucesoria. El axioma “el gobierno no es
un bien ganancial” vale también en este caso para desechar esa alternativa. Ni autoridad del
Senado, ni jefa de bloque. Porque aunque no lo sea, ¿alguna duda cabía sobre quién mandaba en
esa bancada a partir de la llegada de Kirchner al poder?
Lo cual fue origen de múltiples broncas en el seno de ese bloque, compuesto por no pocos
pesos pesado. Tuvo ahí mucho que ver también la actitud del Presidente, poco afecto -a diferencia
de todos sus antecesores- a las reuniones multitudinarias con los bloques oficialistas de ambas
cámaras, para hablar de las leyes que le interesaban o para felicitarlos por alguna aprobación muy
bienvenida.
En ambas cámaras causó malestar ese manejo. En Diputados, Kirchner limitaba su vínculo al
titular del bloque y al presidente de la Cámara, en tanto que en el Senado la relación se restringía
al jefe de la bancada, Miguel Angel Pichetto. Con el rionegrino hablaba el Presidente y con él
también Cristina, trazándole la agenda legislativa en función de las necesidades oficiales. Sin dotes
de negociadora, Cristina estaba vetada para todo rol que exigiese diplomacia con propios y
extraños. Por el contrario, ella se forjó una imagen de combatividad e inflexibilidad que no
modificaría aun como primera oficialista.
“Los K entienden la política desde la confrontación”, explicaría un analista sin hacer distingos
entre uno y otro, con sobrados ejemplos a mano.
Costumbre de la que no pudieron librarse al concluir el recorrido político en el sillón de
Rivadavia, cuando en lugar del término consensuar, siguieron conjugando el verbo confrontar.
Cristina fue primera espada en todos los temas clave de la administración kirchnerista, y hasta
hubo quejas porque en ocasiones la agenda legislativa estuviese atada a la de ella, obligando más
de una vez a suspender las sesiones en las que debían tratarse determinados temas porque ella se
encontrara de gira con el Presidente.
Ella comandaba las sesiones sin necesidad de presidir bloque alguno, y en las ocasiones en que
había que tratar alguna cuestión ríspida, como cuando se debieron convalidar los informes de la
166
Auditoría General de la Nación referidos al período 1994-1996 (época menemista), se aprovechó
que la primera dama estaba en Brasilia junto al Presidente para aprobar el tema sin necesidad de
ponerla en un brete.
Ya se ha dicho aquí que Menem había pensado en Fernández de Kirchner como una buena
defensora dialéctica de sus políticas, allá por el 95, llevándose obviamente un gran chasco. Néstor
Kirchner pudo darse el gusto de ello, y si bien su esposa no era la defensora de su gobierno ante
los medios, lo hizo en el Parlamento, cerrando cada sesión en la que se debatían temas
trascendentales. Y cuando correspondía, hablando directamente en nombre del gobierno.
Erróneamente muchos imaginaron que al consagrarse Néstor Kirchner presidente de la Nación,
su esposa lo sucedería en la gobernación santacruceña. Buena parte del periodismo cayó en ese
razonamiento lineal, que previsiblemente fue desvirtuado por los acontecimientos posteriores.
Es que no resistía el menor análisis pensar que ella se convertiría en gobernadora cuando su
esposo pasaba a ser nada menos que el jefe del Estado. Ni siquiera tenía lógica desde el punto de
vista de la pareja, por cuanto una cosa era que estuvieran separados algunos días de la semana por
las labores legislativas de Cristina, y otra muy distinta que ambos cumplieran gestiones ejecutivas
a 3.000 kilómetros de distancia.
Semejante razonamiento no se correspondía con la lógica que administró cada movimiento de
los Kirchner. Además, lo hemos dicho: no fue sólo Néstor Carlos Kirchner el que llegó al poder el
25 de mayo. Recordar eso del vote por uno y llévese dos.
Bien podía en cambio Cristina Fernández cumplir su labor en una banca del Senado, que ni
siquiera le sacaba tiempo para ocupar un despacho en la Casa Rosada, ni para tomar parte de
cuanta gira presidencial por el exterior se presentara. Y de paso, el presidente Kirchner se
garantizaba mantener bajo su impronta dos poderes del Estado.
Los Kirchner replicaron a partir de 2003 exactamente la experiencia que habían vivido doce
años atrás en su propia provincia, donde Néstor era el titular del Ejecutivo -provincial, en ese casoy Cristina legisladora y titular de la estratégica Comisión de Asuntos Constitucionales
santacruceña. Cargo que con su esposo como presidente mantuvo en el Senado de la Nación, desde
donde no sólo se aprestaba a manejar los juicios contra miembros de la Corte Suprema de Justicia,
sino también se ocupaba de hacer cierto trabajo “sucio”, a juzgar por las veladas críticas de la
oposición.
Según advertían atentos miembros de ese sector, debía mirarse con mayor atención el trabajo de
Cristina en esa comisión, que no pasaba estrictamente por poner en caja a Eduardo Moliné
O'Connor, por ejemplo, aunque eso fuera lo que tomaba mayor trascendencia. “Ella ha sido
funcional allí para planchar todos los temas que el gobierno ha querido planchar”, señalaba la
diputada radical Margarita Stolbizer, citando como botón de muestra el Estatuto por la Corte Penal
Internacional, un tema que debía haberse aprobado en diciembre de 2003, pero que fue demorado
en el Senado, según la crítica, “porque ella lo planchó”.
“Y la única razón por la que se lo hizo fue porque el gobierno tiene un discurso de dureza hacia
los Estados Unidos para la fotografía... pero después, en definitiva, cajonea ese tipo de proyectos
porque enoja precisamente a los Estados Unidos”, acotó Stolbizer, quien insistía en responsabilizar
a la senadora por un tema motorizado en su momento por los gobiernos de Menem, De la Rúa y
Duhalde, y que a su juicio hacía a la inserción de la Argentina en un contexto internacional con
más madurez y seriedad.
Otro radical, senador en este caso, Rodolfo Terragno, señaló en su momento con el dedo
acusador a la senadora Fernández de Kirchner. Hombre cercano a la santacruceña, ello no impidió
que deslizara una crítica hacia su colega cuando volvió a hablarse en la Argentina del uso
desmedido de los fondos reservados. El ex jefe de Gabinete de De la Rúa recordó que luego de la
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confesión del supuesto “arrepentido” por el escándalo de las coimas en el Senado, Mario
Pontaquarto, él había presentado un proyecto de ley para suspender el secreto bancario y el que
rodea a las actividades de inteligencia, a fin de permitir que una unidad especial de la Auditoría
General de la Nación pudiera determinar y analizar los gastos hechos por la SIDE en el año 2000
que no tuvieran que ver con la función específica del organismo.
“La senadora Fernández de Kirchner se opuso al tratamiento urgente de mi proyecto y pidió que
se lo pasara a comisión”, advirtió. Según Terragno, la Comisión de Defensa lo aprobó por
unanimidad, pero luego el bloque oficialista habría recibido instrucciones para frenar el proyecto.
Cristina hizo poco por disimular que era ella la que manejaba ya no su bloque, sino los tiempos
del Senado. De hecho, se reservaba para sí el discurso final en la discusión de los temas
importantes en el recinto, cuando el mismo corresponde al jefe del bloque. Que era ella, en
definitiva, aunque ello no fuera sinónimo de simpatía plena u obediencia plena. A lo sumo,
obediencia debida.
Sin ir más lejos han puesto en su boca una frase que alude a lo que para ella sería el Senado en
los tiempos de Kirchner. Afecta a echar mano a términos en inglés -idioma que no habla como
quisiera, pero en el que más o menos se defiende un poco- suele decir frases como “first lady”, o
“too much” cuando algo le parece excesivo, o, al referirse a la Cámara alta afirman haberle
escuchado decir “el Senado c'est moi” (el Senado soy yo), en francés, idioma que la cautivó
durante sus estadías parisinas ya como first lady.
La influencia de Cristina
Obviamente dejó de ir a las reuniones del bloque. En realidad, ya no iba de antes, costumbre
adquirida de los tiempos en que Alasino y compañía le vedaron la entrada, y menos lo haría como
esposa del Presidente, habida cuenta que -en caso de hacerlo- de allí saldrían sólo chismes sobre
dichos y peleas. Ante el nuevo tiempo no quiso ir para evitar “operaciones”, tales como que luego
pudiera decirse que “Cristina dijo tal cosa”, o “nos retó por tal otra”, “se peleó con fulano o con
mengano”. Sabía que ocupaba un lugar con tanto poder como vulnerabilidad, donde no podía dar
pasos en falso.
De más está decir, por otra parte, que a nadie le gusta estar donde no la quieren demasiado.
Respetada y temida, Cristina administró su fenomenal cuota de poder ya fuera desde su
despacho en la Casa de Gobierno o en el del Senado, en el que pasaba menos tiempo y donde ya la
habían ascendido del mote “condesa”, de otros tiempos, al de ”reina”, que rumiaban en privado.
Para estar cerca de su esposo y de la cocina del poder sin necesidad de manejarse estrictamente
por celular, Cristina se hizo montar un despacho en la Casa Rosada, a metros del de su esposo. Su
oficina está al lado de la Secretaría Privada de Oscar Parrilli y muchas veces pasa más horas que
en su banca legislativa. El despacho estaba cerrado en tiempos de Duhalde, y con De la Rúa había
pertenecido al secretario presidencial Leonardo Aiello.
Tiene una recepción pequeña, donde está el escritorio de la secretaria y dos silloncitos.
Elegantemente decorada con cuadros de Ernesto Bertani, uno de los pintores preferidos de
Cristina, elegidos por ella misma y que pertenecen al Museo de la Casa Rosada.
La oficina de Cristina está exactamente en frente de la del jefe de Gabinete y uno u otro se
cruzan cuando determinado tema merece su análisis. Precisamente en el despacho de Alberto
Fernández se alojó la primera dama cuando tuvo lugar la primera multitudinaria marcha contra la
inseguridad, convocada por el asesinato de Axel Blumberg y que contra todos los pronósticos
oficiales reunió a entre 150 y 200 mil personas frente al Congreso. El Presidente había ido a Tierra
del Fuego para participar del acto por el Día del Veterano de Guerra, y cuando miles de
manifestantes se volcaron a la Plaza de Mayo, por primera vez Cristina se sintió varada y sola en
la Casa de Gobierno. Se refugió junto a otros funcionarios de confianza en el despacho del jefe de
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Gabinete y desde allí siguieron por televisión las incidencias de esa movilización que si bien no
era contra el gobierno nacional, los hacía sentir que por una vez les habían ganado la iniciativa,
tomándolos con la guardia baja.
¿Le teme a la soledad del poder?, le preguntaron cierta vez en Francia. “La verdadera soledad
viene cuando perdés el poder”, respondió ella, con su meridiana sinceridad.
Para honrar ese perfil bajo que la primera dama quería autoimponerse, un colaborador aseguró
en su momento que no se la veía demasiado por la Rosada. Falso. Generalmente llega allí después
de las 7 de la tarde; ingresa a la sede presidencial a través de la explanada de la calle Rivadavia y
enfila hacia su despacho, donde se queda hasta que se va el Presidente. A veces lo hacen juntos,
otras separados. A la Casa de Gobierno va casi todos los días y con su esposo almuerza siempre en
Olivos, adonde Kirchner regresa en helicóptero todos los mediodías que puede -en rigor, llega
entre las 14 y las 14.30- y aprovecha para dormir una hora de siesta, cuando la agenda lo permite.
Ese sueño vespertino, hábito que trae de su provincia, le permite aguantar a pie firme en el trabajo
hasta altas horas de la noche. El retorno del Presidente a la Rosada se producía entre las 17 y las
18 y allí estaba hasta las 23 o 23.30.
El matrimonio come poco y siempre liviano. La dieta de ella es estricta: un plato de frutas cada
mediodía, mientras que él necesita carne en su almuerzo. En general, Néstor Kirchner come pollo
con puré de calabaza o ensalada. Ella no toma vino y hace del agua mineral una religión. El
Presidente sí toma vino, pero sólo en la cena. Quienes lo conocen asegura que no sabe mucho de
vinos y que -como hemos dicho- le gusta el whisky.
La dama tuvo su influencia en la designación de muchas segundas y terceras líneas del
gobierno. Y también de las primeras, como en la nominación de Sergio Acevedo en la SIDE y
Daniel Filmus en Educación. Hubo quienes le adjudicaron responsabilidad en la designación de
Rafael Bielsa en la Cancillería, aunque el hermano del DT de la selección es un viejo soldado de
Kirchner, a quien en época de campaña se presentaba como consejero en materia de seguridad.
Sí es seguro que con Bielsa Cristina tiene un trato directo y fluido y que en su momento lo puso
a trabajar directamente en el caso de Gabriela Arias Uriburu -la mujer cuyos hijos fueron llevados
por el padre a Jordania-, para que planteara el problema directamente ante el titular de la ONU.
Periodista en potencia -como hemos dicho en otro pasaje de este libro-, Cristina Fernández se
encargó de manejar la relación de los Kirchner con la prensa desde las tempranas épocas de la
campaña para intendente de Río Gallego. La frutilla de esos años de idear campañas bien puede
haber sido el viaje que se le ocurrió que la prensa hiciera a El Calafate para acompañar allí a la
flamante pareja presidencial. El no estaba muy convencido, pero ella insistió y se hizo.
Respetada, temida, odiada o admirada... o las cuatro cosas a la vez, la senadora es obviamente
la principal consejera del primer mandatario, cuyo círculo áulico conforman también el secretario
Legal y Técnico Carlos Zanini y Héctor “Chango” Icazuriaga, jefe de la SIDE, y el jefe de
Gabinete Alberto Fernández. Miembros a su vez de la mesa chica que adopta las decisiones, en la
que a veces puede no estar el titular de la Secretaría de Inteligencia y que supo integrar
brevemente su antecesor, Sergio Acevedo, hasta que se mudó a Santa Cruz como gobernador.
Julio De Vido, ministro de Planificación, puede incorporarse según el tema, pero formaba parte
casi indefectiblemente de algunas cenas de Olivos, donde se repasaba el accionar del día y las
políticas a seguir.
Como una suerte de asesor externo funcionaba Dante Dovena, otro de los históricos
kirchneristas, en quien el Presidente pensó poner primero como jefe de campaña en lugar de
Alberto Fernández, aunque al final optó por dejarlo fuera de exposición, cuestión de mantenerlo en
el tejido político subterráneo en el que Dovena mejor se movía.
“Yo creo que Cristina lo aconseja muy bien al Presidente, y en eso tiene mucho que ver su
instinto político, pero creo que en definitiva las decisiones las toma él”, analizó con toda franqueza
169
un poderoso intendente del Conurbano bonaerense que admitía mantener con Kirchner una
relación “intermitente”.
“Las primeras damas suelen sentir ganas de tener poder para sí mismas y pasan de los consejos
de recámara a las acciones protagónicas -señala Sara Lovera, directora de la agencia informativa
mexicana Comunicación e Información de la Mujer-. El problema no es que apoyen a sus maridos,
sino que sientan tener un derecho que no les corresponde, cuando se trata de una Nación que
gobernar”.
¿Le cabe el sayo a Cristina?
Una de sus frases de cabecera es: “el poder no corrompe, tiene la virtud de mostrar a los seres
humanos en su exacta dimensión”, y el tiempo diría qué tan bien parada la dejaba a sí misma.
El círculo K no es el Jockey Club, aunque muchos le adjudican a Cristina la autoridad de
ponerle la bocha negra a quien a partir de entonces no ingresará más al mismo. No es exactamente
así; tiene acceso al Presidente mucha gente que no le cae a ella en gracia. Lo que está claro es que
esa tolerancia tiene un límite: Cristina puede soportar a quien no quiere hasta cierto punto, pero si
le cae muy mal difícilmente mantenga su lugar.
“Está claro que si vos te peleás con Cristina en el Senado, sonaste. Pichetto sabe que tiene que
llevarse bien con ella, por más que pueda no bancársela del todo. En síntesis, el que la enfrente
debe saber que tendrá que hacer muchos méritos para que Kirchner lo siga recibiendo y
respetando”, explicó un conocedor del ámbito kirchnerista.
Cuando no están de acuerdo, ella se subordina en última instancia. Salvo en ciertas ocasiones en
las que hace lo indecible por imponer su autoridad. Un ejemplo válido data de cuando dejó el
Senado en 1997. Al irse para ocupar su banca en Diputados, Cristina fue reemplazada por Daniel
Varizat, quien mantuvo junto al senador Felipe Ludueña el bloque PJ Santa Cruz. Hasta que un
año después terminó el mandato de este último y llegó al Senado en su reemplazo quien había sido
vicegobernador de Kirchner, Eduardo Arnold, quien no quiso integrarse a ese bloque de dos y optó
por formar parte de la bancada oficial justicialista.
Cristina Fernández le pidió a su esposo que le impusiera a Arnold seguir con ese bloque, pero el
ex vice de Kirchner no quería saber nada con eso. En privado argumentaba que le parecía ridículo
estar solo en un bloque para defender el supuesto honor de ella. Más aún cuando en la Cámara de
Diputados, ella estaba dentro del bloque del Partido Justicialista...
Arnold no quería estar peleado con quienes manejaban el poder, pero a la postre terminó
peleándose con Kirchner, quien se vio obligado a cortar la relación por la presión de su esposa,
quien consideraba el tema ya una cuestión de orgullo, y ese es un límite que el entonces
gobernador no podía pasar. Más práctico en ese sentido, Kirchner no quería pelearse por eso con
Arnold -le generaba un conflicto con el MRP, la línea interna que lideraba en Santa Cruz-, pero lo
estuvo durante un par de años, hasta que recompusieron la relación.
Otro habitante de esa órbita contó otro detalle que tiene que ver con el trato que le dispensan los
Kirchner a sus allegados: no es el mismo para un pingüino que para un porteño. Los santacruceños
pueden llegar a recibir cierto maltrato verbal de parte de Kirchner y aun de Cristina, cosa que no se
da con los funcionarios “porteños”. Como contrapartida, los santacruceños tienen mayor acceso al
círculo K.
Pero lo del maltrato no es una costumbre adquirida tras el acceso a la presidencia, sino que
viene de los tiempos de la gobernación.
- Cristina es una mina que puede ser simpática en una charla, pero que toma mucha distancia de
la gente, incluso de sus compañeros, de colaboradores del marido que vienen militando con ella
desde hace mucho tiempo -contó un ex allegado a la pareja, testigo de ese tipo de “maltratos”-. Por
ahí estaba hablando conmigo y abría la puerta el ministro de Economía, que en esa época era De
Vido, y le decía: “Perdón, Cristina, ¿puedo hablar un minuto con vos?” Y ella le respondía: “¿No
ves que estoy con gente? Andate y yo después te llamo”, en muy mal tono.
170
Lo cuentan testigos de ese tiempo y del actual advierten que es un modo que se da
fundamentalmente con quienes han acompañado a los Kirchner desde los primeros tiempos, para
los que ella es “la doctora”, aunque en privado sean los mismos que le decían -¿le dirán aún?- “la
bruja”.
Cambio de hábito
Tardó menos en mudarse a la Rosada que lo que le demandó hacerlo a Olivos. La primera
ciudadana admite lo mucho que le costó asumir el rol de estar casada con el Presidente, vivir en
Olivos y al mismo tiempo ser legisladora. “Yo necesito un tiempo para situarme en el lugar que
ocupo y, de repente, de un día para el otro, estaba en Olivos, con toda mi vida anterior
modificada”, afirmó.
Tanto le tomó adaptarse a la nueva situación que deliberadamente demoró la mudanza de su
departamento de Uruguay 1306, en el corazón de Recoleta. Finalmente lo hizo, y el dato
anecdótico de la mudanza fueron sin dudas los doce roperos con vestidos, más diez canastos de
zapatos y carteras que debieron trasladar. Somatizó el cambio poniéndose disfónica, situación que
se prolongó un par de meses. En realidad, su voz martirizada por la campaña y los nervios la había
abandonado ya para la fecha de los comicios, pero cuando la asunción, había vuelto a quedarse sin
voz: más que disfonía era afonía, lo cual coincidió paradójicamente con el silencio de radio que se
impuso.
Lo único que hacía era ir al Senado, donde para colmo no podía hablar. Del breve tiempo que
estudió psicología le queda la capacidad de diagnosticar que había experimentado una
somatización que tenía que ver con el hecho de no aceptar el cambio.
Finalmente lo superó, pero el tiempo que no podía hablar andaba desesperada, sintiéndose una
minusválida. Cuando semanas después volvió a su departamento de Recoleta, donde sólo quedó un
casero para cuidarlo, se emocionó al límite de las lágrimas al ver sus libros, sus cuadros, su vida
anterior...
Esa sensación no le era nueva. Lo mismo le había sucedido cuando dejó la residencia del
gobernador en Río Gallegos. Florencia había entrado a esa casa con apenas un añito, recién
empezaba a caminar, se bamboleaba con sus pañales por toda la casa. “Cuando entré a nuestro
dormitorio sin nuestra cama, porque era mía y me la llevé, y lo vi vacío, y después fui al cuarto de
juegos de Florencia, donde tenía sus Barbies, me puse a llorar como una idiota. Me dio bronca,
pensé para mí: 'con todas las cosas que le pasan al mundo y al país y vos llorando por estas
pavadas'”, comentó en un reportaje de la revista Gente, donde asumía que lo que ahí había
quedado era un pedazo de su vida.
Jura y perjura que le hubiera gustado seguir viviendo en su departamento, cosa que hicieron la
primera semana, pero realmente era un escándalo. Con medio centenar de fotógrafos,
camarógrafos y movileros esperando cada mañana en la vereda, los vecinos hubieran hecho un
cacerolazo pidiendo que se fueran...
Obviamente que no tardaron en habituarse al placer de vivir en la quinta de Olivos, aunque
quisieron que la misma tuviera el nuevo perfil que le querían dar a su gobierno. Querían que se
pareciera lo más posible a una casa de familia, de ahí que deliberadamente buscaron que no
hubiera allí actividad oficial ni reuniones políticas. Néstor Kirchner se resistió incluso a usarla
como ámbito laboral cuando en abril de 2004 debió permanecer en la quinta por prescripción
médica, convaleciente por un problema sufrido en el aparato digestivo que obligó a su internación.
Sí se hablaba en Olivos de política, sobre todo por la noche, pero sólo tenían ahí acceso los
miembros del círculo selecto y amigos especialmente invitados. A diferencia de lo que sucedía con
su antecesor, Eduardo Duhalde, afecto a quedarse en Olivos y armar allí reuniones, Kirchner no se
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lleva el trabajo a casa y lo hace todo en la Rosada, adonde concurre bien temprano y se queda
hasta cerca de la medianoche.
Las reformas en Olivos quedaron a cargo de Cristina, quien se instaló con su hija Florencia y su
asistente de siempre, la ya descripta Cuca. Y el perro presidencial, Alex, al que jocosamente la
primera dama denomina the first dog. Se trata de un boxer marrón con manchas blancas, que
parece haber desarrollado cierta aversión hacia la gente uniformada -¿será cierto aquello de que los
perros heredan las manías de sus dueños?- y tuvo a maltraer en los primeros tiempos a la custodia
del Presidente. Según pudo saberse, el can adquirió un trauma con los policías cierta vez en que
uno lo golpeó en su Santa Cruz natal; a partir de ello, en lugar de dedicarse a molestar a la fauna
animal de la quinta -herencia de Carlos Menem-, se entretuvo persiguiendo a policías y soldados.
La primer medida que adoptó la senadora al mudarse fue dejar de cobrar el plus por desarraigo
de 1.200 pesos mensuales que le corresponden a todo senador del interior, así como dejar de
recibir pasajes aéreos y terrestres por un valor de 2.130 pesos. Pero respecto a Olivos, Cristina se
ocupó de imponer una decoración net, aunque admite que la decoración no es su fuerte, por lo que
no cambió demasiado la remodelación impuesta en su momento por Inés Pertiné.
Si bien con el tiempo le tomaron el gusto a la quinta de Olivos que tantas resistencias iniciales
les generaba, los Kirchner siguieron pensando que el lugar donde mejor se sentían era en Santa
Cruz, razón por la cual cada fin de semana que podían volaban a Río Gallegos.
Allí siguieron alojándose por un buen tiempo en la residencia del gobernador, mientras
terminaban de construir una vivienda amplia ubicada en el APAP, un barrio populoso de Río
Gallegos. Esa nueva casa está ubicada en la esquina de 25 de Mayo y Maipú, tiene una antigüedad
de unos treinta años; se trata de un chalet de tres niveles, de estilo americano, ladrillo a la vista y
techo a cuatro aguas. Perteneció a una familia local bastante poderosa, de apellido Gotti -que fue
beneficiaria de muchas de las obras provinciales encomendadas durante la administración
kirchnerista-, y está muy cerca del primer estudio jurídico que tuvieron los Kirchner en Santa
Cruz.
En esa ciudad se dan el gusto de no moverse con tanta custodia. Allí la seguridad queda en esos
casos en manos de la policía provincial, y cuando están en Gallegos, era posible verlos salir a
caminar de la mano, o ir a almorzar al restaurante Puerto Molino, de la céntrica avenida Roca. Eso
sí, el Presidente no deja de concurrir los domingos al mediodía a la confitería del Hotel Santa
Cruz, acompañado por su secretario Daniel Muñoz, para compartir allí un aperitivo con sus amigos
de siempre, entre ellos su profesor de escuela García Pacheco, cuyos consejos el Presidente
pondera tanto que hasta quiso que viniera con él a Buenos Aires.
- Si lo traemos para acá, se nos muere -le advirtió Cristina, que algo sabe del desarraigo.
Cuando el clima lo permite, los Kirchner van para El Calafate, sitio al que Cristina considera su
lugar en el mundo, donde también siguieron usufructuando la residencia oficial del gobernador. En
realidad, tienen su propia mansión -una casa estilo canadiense, color pastel-, pero por consejo de
asesores prefirieron mantenerla en reserva para no dar imagen de ostentación.
Las escapadas presidenciales al sur casi todos los fines de semana fueron presentadas por un
íntimo colaborador de los tiempos de la militancia como una búsqueda necesaria de escapar de las
presiones. Evitar que la burbuja del Palacio terminara fagocitando al primer mandatario y alejarlo
de la realidad. De ahí un detalle del comportamiento presidencial en su despacho: cuando despide
a un visitante, en ocasiones suele acompañarlo hasta la puerta y una vez allí echar un vistazo al
vestíbulo, de modo tal de saber quiénes están aguardando allí. Teme los filtros que suelen aplicarse
indiscriminadamente, sometiendo a “amansadoras” a colaboradores o allegados a los que no quiere
aplicar semejante destrato.
Cuando están en el Sur, no debe llamar la atención ver a Cristina los fines de semana corriendo
por la costa del lago Argentino, así como no deja de conducir su camioneta azul marino Honda
CRV por las rutas patagónicas. Y atender sus rosales, claro está -¡más de cien!-, que lucen
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envidiables en su casa con vista a la bahía y las montañas. Lamenta ya no tener tiempo para sus
rosas en el sur -le encanta la jardinería-, y colaboradores suyos que saben de esta afición recuerdan
que cierta vez hubo una crecida del río y los patos andaban por el medio de esos rosales,
destruyéndolos...
Como primera dama se ocupa cada mañana de recorrer los jardines en la quinta de Olivos. Su
mañana comienza entonces muy temprano. Se levanta junto con el Presidente para hacerle
compañía, alrededor de las 6.30, desayunan juntos y, sobre todo, leen los diarios.
Mayormente se ocupa de leerlos ella, y ese momento imperdible es posiblemente en el que más
se potencia su influencia sobre el Presidente. El mismo ha dicho que su esposa se los comenta
“interesadamente”. Siguen con especial atención lo que dicen los medios sobre ellos, costumbre
que reforzaron desde la llegada al poder.
Luego Néstor Kirchner marcha hacia la Casa de Gobierno en helicóptero y ella se queda en la
quinta. Hace su rutina diaria sobre la cinta, luego se dedica a caminar por la quinta, a leer, o a
estudiar temas legislativos que deberá tratar en la Cámara alta. La mañana es totalmente de ella.
Al mediodía arranca con la actividad laboral; después de almorzar con el Presidente, puede que
vaya al Senado -generalmente depende de que haya reunión de la Comisión de Asuntos
Constitucionales-, o bien se queda trabajando en Olivos. Depende del día y la actividad que haya.
Y al caer la tarde, generalmente va a la Casa de Gobierno.
Nada de actividades protocolares: esa es la diferencia entre ser primera dama y primera
ciudadana.
Los hijos
El primer fin de semana como presidente Néstor Kirchner lo pasó en Río Gallegos, para estar
junto a sus hijos, que luego de su asunción el 25 de mayo se habían vuelto allá para retomar sus
actividades. Máximo el trabajo en una inmobiliaria y Florencia el colegio.
Justamente ella fue la primera preocupación de sus padres, en función de que habría que
cambiarla de escuela. Cristina se ocupó personalmente de la elección, que finalmente recayó en el
Instituto La Salle, ubicado en Hipólito Yrigoyen 2599, de la localidad de Florida, a unas 15
cuadras de la quinta presidencial.
La relación con los hijos estuvo signada por la distancia y la culpa, por haber estado buena
parte de la niñez de la pequeña Florencia a 3.000 kilómetros de distancia casi toda la semana, por
sus actividades legislativas. Situación que sólo pudo revertir a partir de la llegada de Kirchner a la
presidencia, cuando al estar los dos padres full time en Buenos Aires obviamente trasladaron a la
ya preadolescente Florencia.
La niña tenía cinco años cuando su madre juró como senadora y desde entonces debió
conformarse con verla salteado, de ahí el mayor apego que tiene con el padre, con el que siempre
vivió permanentemente. Y además, quien la malcría irremediablemente, al decir de la madre, que
admite que también lo hace, aunque en menor medida.
“La Florencia me tiene loco...”, concede el padre con simpleza. Cristina lo recrimina por
consentirla demasiado, casi en una competencia con ella para que lo quiera más a él y lo tenga de
preferido.
- Vos tenés que hacer cosas no solamente para que la nena te quiera a vos, también tenés que
hacer cosas para que los demás quieran a tu nena, porque nosotros dos la vamos a querer siempre,
sea lo que sea y haga lo que haga... pero si vos la consentís y malcrías, la vamos a querer sólo
nosotros, porque no se la va a bancar nadie después -le ha dicho la senadora a su esposo.
Cristina califica a la madre de Néstor como “una diosa”, y se considera de los pocos casos en
que una mujer se lleva mejor con la suegra que con la madre. “Es un sol -asegura-; sin ella no
hubiera podido hacer política, porque no hubiese podido dejar a mi nena”.
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En 1997, luego de su año más difícil en la Cámara de Senadores y cuando se aprestaba a
convertirse en diputada, contaba en un programa de cable en el que reportearon -por separado- al
matrimonio: “Acá tengo un hijo que estudia periodismo y vive conmigo los días en que estoy en
Buenos Aires; y mi hija Florencia, de 7 años, que está allá en Santa Cruz. Es una vida un tanto
complicada, pero bueno, es una decisión. Por lo menos yo tengo la posibilidad de vivir como vivo;
hay otros que no. En ese sentido, soy una privilegiada, porque yo elegí esta vida”.
De todas formas asegura no sentir remordimiento, aunque sí algo de culpa, lo cual adjudica a
“un sentimiento típico judeo-occidental y cristiano”, que maneja malcriando a la niña, aunque reiteramos- menos que el padre...
Eso sí, no le permitió tener celular, un antojo que la pequeña Florencia descubrió a los once
años. “Mirá Florencia, andá a jugar con las muñecas”, fue la respuesta de la madre.
- Soy buena madre, más estricta y más severa que el padre. Soy la que pone las pautas y límites.
A propósito de caprichos y concesiones, la propia primera dama recuerda sonrojándose la vez
en que compartió con su hija una nota con la revista Para Ti. A la hora de las fotos, la pequeña se
puso tremenda. Estaban en la plaza Vicente López y la nena volvió loco al fotógrafo, pidiéndole
que le sacara fotos a ella. Una de esas tomas está en el living de la residencia de Olivos.
Pero estábamos con la culpa, y aunque Cristina la asume, advierte que si bien no les ha dado a
sus hijos cantidad, sí les ha dado calidad de su tiempo. Fascinada con su propia lucha, Cristina no
es absorbente con sus dos hijos. Está convencida de que hubiese sido peor encerrarse en su casa y
convertirse en una frustrada. “Mis hijos me admiran y quieren estar conmigo, así que deduzco que
soy muy buena madre; en la época de la carreta podría haber sido peor, pero hoy estamos en
contacto permanente”, enfatiza.
Hoy por hoy, el máximo deseo de Florencia es ser cantante y/o bailarina. Mientras sus padres se
peleaban con los gobernadores justicialistas, ella se desesperaba por la separación de las Bandana
y siempre está practicando un nuevo paso de baile. Toca algo de música, canta -“y bien”, según la
madre-, colecciona fotos de Shakira y hasta ha tenido su debut como cantante en Cantaniño.
“Y, quiso ir y fue... ¿Por qué se lo voy a negar? Ella tiene que vivir como todos los chicos”, la
justificaría el padre, quien sí puso límites cuando la niña quiso debutar como actriz y tentar fortuna
en Rebelde Way, su programa favorito, participando del casting del mismo. La madre cedió a los
ruegos de la pequeña, pero Néstor Kirchner, que por entonces estaba en plena campaña
presidencial, fue inflexible esta vez.
- ¡Ni loco! Apenas se presente en el programa la van a elegir por portación de apellido -objetó
el santacruceño, espantado por el sesgo de frivolidad que esa situación podía sugerir.
- ¿Y entonces por qué no se presenta con el apellido materno solamente? -terció la madre.
No hubo caso: el entonces candidato presidencial estaba aterrado de que la niña quedara
seleccionada y la prensa terminara haciéndose un festín con el tema, dificultándole la carrera hacia
la Casa Rosada.
Como bien dice el padre, Florencia es una niña de los 90 y esas son sus inquietudes. Máximo,
en cambio, nació y se crió en otro tiempo. El quería ser periodista y acompañó a su madre en sus
primeros años en Buenos Aires. Hizo un año en TEA y abandonó. Luego intentó con abogacía en
la Universidad de Belgrano, que era el máximo deseo de Cristina para con su primogénito, pero
también dejó, desesperando a la madre. Ella insistió, pero el chico no quería saber nada con la
carrera que la apasionaba a ella, pero no a él.
- ¿Para qué lo obligás a estudiar abogacía como si fuese un seguro de empleo? Va a ser un
abogado más, si no quiere estudiar, que no estudie -se interponía Kirchner.
Pero ella insistía, por algo es descendiente de inmigrantes que siempre soñaron con “m'hijo el
dotor”. El padre en cambio insistía en que los tiempos habían cambiado y en ese tema es el que
Néstor y Cristina admiten serias diferencias. “El hace su propia experiencia de vida -dice el
Presidente-. Es feliz y le va bien; uno no puede imponerle a los hijos lo que cree que deben hacer.
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Por supuesto que me hubiese gustado que termine su carrera, pero debo reconocer que nos da una
mano grande con lo que hace”.
Máximo se quedó en Río Gallegos, donde administra los alquileres de las propiedades de la
familia desde la inmobiliaria de Osvaldo Sanfelice, un ex funcionario del padre. Allí es una suerte
de “empleado”, pero también se ocupa de los plazos fijos de la familia, que representan un buen
dinero en intereses.
Cultor del perfil bajo, se quedó con su novia en la capital santacruceña, desechando la
propuesta de la madre de que se alojaran en un departamento en Buenos Aires, cuestión de
tenerlos cerca. El departamento de Uruguay y Juncal, o algún otro, pero no hubo caso, y a decir
verdad, los padres aprueban su decisión, que le permite a Máximo mantenerse en el segundo plano
que no cultivaron varios de los otros “hijos presidenciales” que lo precedieron.
Al joven le apasiona la lectura, gusto que comparte sobre todo con su madre. Ha leído todos los
libros de Rodolfo Walsh y Miguel Bonasso. Cristina pondera su inteligencia, su sensibilidad y lo
considera un fino analista político.
Pese a eso, Máximo nunca quiso militar en política. Menos en Santa Cruz, porque tratándose
del hijo de Kirchner, era obvio que el espacio que obtuviera no tendría nada que ver con su
capacidad, sino con su apellido.
A diferencia de su esposa, Néstor Kirchner no se siente culposo como padre. Considera que la
política le dejó tiempo para serlo y se admite gran amigo de su hijo y “baboso” con su hija. El
chico heredó del padre el fanatismo por Racing, una de las únicas cosas que hizo el milagro de
unir en su momento a Kirchner con Ruckauf, cuando ambos firmaron solicitadas a favor de la
salvación del club amenazado por la quiebra (la pasión por la Academia le ocasionó en su
momento críticas en su provincia por ir a festejar al Obelisco el campeonato obtenido después de
décadas de infortunio, en 2001, justo cuando el país vivía su peor crisis).
De los dos, la nena es quien mejor se habituó a la nueva situación, adaptándose
maravillosamente a la nueva vida en la quinta presidencial de Olivos, donde tuvo oportunidad de
festejar junto a sus nuevas compañeras su cumpleaños.
Claro que no todas podían ser color de rosa para la pequeña Florencia, a quien la primera
ciudadana le aclaró al regresar de su primer gira por Europa que ya no podía ir a comprarle regalos
en los viajes. No se puede tener todo...
¿Cómo se imagina en el rol de abuela?, le preguntaron en la revista La Primera cuando todavía
estaba muy lejos de imaginarse primera dama. Cristina contestó que se figuraba como una abuela
que tendría muchas cosas para contar. “Me parece que sería bueno ser alguien que pueda darle a
los nietos un país diferente al que recibí, un país más hecho. Me daría por satisfecha si pudiera
haber tenido algo que ver en dejar un país mejor”. Es innegable que ya entonces sabía que no vería
pasar los acontecimientos centrales de la política desde un costado.
El espejo de Hillary
Hasta llegar al poder, los Kirchner podían jactarse de ser de aquellos argentinos de clase media
que no conocían Brasil. El santacruceño recién fue allá cuando en vísperas de las elecciones fue
recibido como si ya las hubiera ganado por Luis Inacio Lula Da Silva, quien gozaba por entonces
de un enorme prestigio en la Argentina, por lo que semejante espaldarazo le dio buen rédito al
todavía candidato presidencial.
Fue la primera vez que viajó a Brasil. Cristina lo haría más tarde, a poco de haber asumido su
esposo la presidencia, y esa fue la primera vez que subió ella al Tango 01. La vez siguiente en que
viajó a Brasil, intentó sin éxito entrar a una favela, Rosinha, la más grande del continente. No
logró ingresar por la negativa del chofer asignado por la presidencia brasileña, quien se resistió a
hacerlo por la peligrosidad del lugar. Lo que vio, igual le sirvió para llevarse una vivencia muy
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grande de la miseria del lugar, que le pareció más fuerte aún que la experiencia que había vivido
poco antes en oportunidad de visitar Venezuela, donde sí alcanzó a ingresar a una villa miseria de
los alrededores de Caracas y charlar con sus habitantes.
En Brasil podía hacer lo que ya no en Argentina, como la vez que sorprendió a la prensa en el
lobby del hotel a poco de haber llegado, cuando se escapaba a un comercio para comprarse unas
zapatillas, ya que había llevado sólo zapatos con tacos y con la lluvia que había no podía caminar.
En el país vecino la cuestión social parecía atraerla más que la arena. En realidad, ni ella ni su
esposo son amantes de las playas; ella no puede tomar sol por un problema de piel (sufre de
rosácea) y, por lo demás, considera que ella y su esposo son -amén de su afinidad con El Calafateratas de ciudad.
Sus preferidas son Buenos Aires, Nueva York y Calafate, pero en honor a la verdad, para
cuando Kirchner llegó a la presidencia no habían viajado demasiado por el mundo. Conocían
Chile, donde Néstor tiene parte de su familia; Miami, adonde fueron para llevar a Florencia a
Disneylandia, y Nueva York.
Al país del Norte volverían para un encuentro de Kirchner con George W. Bush que despertaba
singular expectativa, del que también tomó parte Cristina Fernández. Porque en las giras
internacionales y para las visitas de dignatarios extranjeros ella sí tomaba el papel de primera
dama, aunque cuando el mismo no aseguraba su presencia en los encuentros cumbre, ocupaba el
lugar de quien fuera para lograrlo. De tal manera, estuvo en la reunión con Bush en el Salón Oval,
cuando como first lady no debía hacerlo -su par, Laura Bush, no estaba-, reemplazando en este
caso al jefe de Gabinete; o cuando en el viaje a Gran Bretaña lo hizo en calidad de serpa.
“La senadora, ¿no?”, dijo el presidente norteamericano al saludarla.
La relación que Kirchner tendría con los Estados Unidos abría muchos interrogantes, pese a que
la primera dama había intentado aventar fantasmas aun antes de asumir su esposo, aclarando que
no los alentaba ningún sentimiento antinorteamericano. Aunque obviamente no quería relaciones
carnales; precisamente fue respecto al tipo de relación que la Argentina mantendría con Estados
Unidos que Cristina dijo aquella famosa frase: "Kirchner sólo tiene y tendrá relaciones carnales
conmigo. En diplomacia las relaciones carnales no hacen a la seriedad de un país".
Más tarde lo repetiría directamente ante la prensa norteamericana, durante una visita que hizo a
la sede del diario The Washington Post, donde causó gran impresión y además de hablar de
relaciones carnales puntualizó el deseo K de tener con el país del Norte “una relación seria y
madura, donde podamos discutir intereses que a veces son contradictorios”.
“Ser antinorteamericano no sólo es equivocado -remarcaba Fernández de Kirchner en vísperas
de que su esposo asumiera como presidente-. Le diría que es hasta demodé. No estamos en los 70,
cuando si llovía le echábamos la culpa al imperialismo. Nuestra seriedad consistirá en integrarse al
mundo desde un espacio regional que es el Mercosur”.
En ese primer encuentro con Bush, más allá de los elogios dispensados por el anfitrión, al que
en un dejo extremo de confianza el presidente argentino le palmeó afectuosamente la rodilla, la
primera expresión de una sonriente Cristina al salir del Salón Oval fue de alivio: “Zafamos, no nos
preguntaron por Cuba”, dijo en alusión a la obsesión permanente de los gobiernos republicanos;
tampoco les habían sugerido que Argentina mandara tropas a Irak.
Hubo otras reuniones cumbre con el presidente norteamericano, quien se mostró más permeable
para con Kirchner que lo que el manual anticipaba, y la primera dama jamás pasó desapercibida en
los mismos, explicándole por ejemplo la nueva manera de elección de jueces para la Corte
Suprema, o cuando el presidente norteamericano se interesó por la relación con Chile y los
problemas limítrofes, Cristina detalló de qué manera se había resuelto el último litigio, que
precisamente manejaba a la perfección: Hielos Continentales. Aunque obviamente no abundó en
los detalles de su papel en el citado conflicto.
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Empero, nada debe haberle caído tan mal como cuando Bush dio por sobreentendido que ella
era senadora porque su esposo era presidente...
Recurrente con el tema, en un encuentro posterior el norteamericano le dejó claro que él nunca
dejaría que su mujer fuera senadora.
Cristina viajó varias veces a Estados Unidos y tanto allí como en otros países a los que visitó
hubo que diagramarle agendas paralelas. En una de sus visitas al gran país del Norte, viajó dos
días antes que su esposo para reunirse por su cuenta con el ex presidente norteamericano James
Carter, al que agradeció su defensa de los derechos humanos durante la década del 70 y en especial
durante los años de la dictadura argentina. En esa ocasión lo visitó en Plains, el pueblo ubicado a
pocos kilómetros de Atlanta donde el ex mandatario demócrata vive.
Pero el plato fuerte personal en Estados Unidos lo tuvo Cristina cuando pudo concretar un
encuentro para el que la diplomacia argentina debió esforzarse a fin de no desairarla. En el
segundo viaje presidencial a Estados Unidos la senadora Fernández de Kirchner logró reunirse con
Hillary Rodham Clinton, quien para muchos es su musa inspiradora.
La argentina negará seguramente tal aseveración, pero no hay ninguna duda de que se siente
plenamente identificada con la esposa del ex presidente norteamericano, de quien ha llegado a
proclamarse admiradora, aunque sólo dice criticarle haberle perdonado al esposo sus relaciones
“inapropiadas” con Monica Lewinsky. “Si Néstor me es infiel, primero lo mato y después me
divorcio”, ha dicho.
La comparación con Hillary no era sólo un deseo de Cristina; hasta la publicación americana
Knight Ridder preguntaba en vísperas de la asunción de Kirchner en la Argentina: “¿Qué se
obtiene de juntar a Hillary Rodham Clinton con Evita Perón? En Argentina la respuesta parece ser
Cristina Kirchner, la próxima primera dama”.
“Ella tiene mejor dicción, es más atractiva, tiene mejor presencia. Mucha gente dice que votaría
por ella antes que por él (...) Literalmente se considera que Cristina Kirchner es Hillary Clinton a
la inversa: “Primero fue senadora y después primera dama”, señalaba dicha publicación.
Cristina leyó la biografía de Hillary y no hizo más que aumentar su atracción hacia la
norteamericana. Mas la admiración de Cristina no se limita a la ex primera dama americana, sino
que involucra también a su infiel marido, a quien amén de sus cuestiones personales considera el
mejor presidente de los Estados Unidos en los últimos 40 años.
Hay quienes sostienen que a tal punto se identifica Cristina con Hillary, que hasta le copió la
preferencia de ser nombrada por los dos apellidos, el de soltera y el de casada; una costumbre que
la norteamericana adoptó cuando llegó a la Casa Blanca, pues antes sólo usaba el Rodham. Sin
embargo hemos dicho y visto que la costumbre de Cristina es anterior aun a la época en que
Hillary Clinton comenzó a transformarse en un espejo para ella. Sí es verdad que hubo un
momento en el que la senadora argentina dejó de referenciarse estrictamente en Evita, para buscar
a alguien más actual. “También me gusta mucho la figura más contemporánea e internacional de
Hillary Clinton”, ha dicho Cristina, quien convenció a su esposo de robarle a los Clinton el eslogan
sobre el “pague uno, lleve dos”.
El encuentro con Hillary se realizó en Washington y para ir a esa ciudad la primera dama
argentina utilizó el Tango 01 que permanecía en Nueva York, donde su esposo estaba participando
de la Asamblea de la ONU, llevando consigo a una comitiva de periodistas que había acompañado
la gira presidencial. Interesaba sobremanera darle relevancia a ese encuentro entre senadoras.
La norteamericana se interesó por el tema AMIA, que Cristina dominaba por haber integrado la
comisión investigadora, y entre otras cosas avanzaron en una iniciativa para crear una comisión
internacional de mujeres parlamentarias, que se encargaría de temas vinculados a la seguridad, el
terrorismo, el desarrollo y la justicia social.
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En tren de buscar similitudes externas, Cristina bien podría ser más parecida a Hillary Clinton,
que discutía abiertamente de política con su esposo Bill, que a una Nancy Reagan, que le soplaba
consejos a Ronald desde la almohada matrimonial.
Pero no es casual que la primera dama argentina se haya mirado en el espejo de Hillary, quien
era una abogada de la gran ciudad cuando decidió mudarse a una ciudad desértica para seguir a su
marido, que había obtenido la gobernación. Mantuvo ocho años de perfil relativamente bajo en la
Casa Blanca y luego ocupó una banca en el Senado.
Cristina recorrió un camino más o menos similar, aunque con ciertas alteraciones respecto al de
Hillary. Se dice que tarde o temprano Hillary se convertirá en la candidata presidencial del Partido
Demócrata. ¿Qué pasará con símil argentina?
De vuelta hacia Nueva York, en diálogo con los periodistas que habían acudido al encuentro
Cristina-Hillary, la argentina fue muy enfática al responder a una pregunta puntual que bien podría
ser repetida en el futuro: “No quiero ser presidenta. Nunca me planteé tampoco ser gobernadora”.
La primera vez
Si bien no los obsesionaba, para los Kirchner era una asignatura pendiente conocer Europa.
Sobre todo para ella, atraída particularmente por el arte, la historia y la elegancia del Viejo
Continente. Habían planificado un viaje a Italia para 2001, pero ante la magnitud de la crisis que
venía prefirieron quedarse. Es que siempre fueron muy cuidadosos en ese sentido -al menos hasta
llegar al gobierno-, cuestión de que no les pudieran achacar una vocación viajera que les
ensombreciera el futuro político. En ciertas redacciones periodísticas se recuerda la vez que los
voceros de Cristina llamaron para aclarar enfáticamente que la entonces diputada no había viajado
a Washington en noviembre de 2000 para participar de un seminario organizado por el BID, ya
que si bien estaba invitada al evento, “la gravedad de la situación” no daba para hacer turismo.
Por esos días estaba fresca en la sociedad la polémica que se había armado en torno a la
entonces ministra Graciela Fernández Meijide por su viaje a Francia, bien lejos de los problemas
sociales de su área.
Fue el primer viaje trasatlántico que los Kirchner emprendieron juntos en el marco de una
comitiva presidencial, y Londres fue el destino inicial, donde Cristina puso en jaque al protocolo
europeo, por cuanto no quedaba claro si estaría allí como senadora o primera dama.
El problema en sí no era Gran Bretaña, donde al no haber primera dama la cuestión se pasaba
por alto. Pero en Francia, por ejemplo, no era un tema menor, y de un cargo o el otro dependía que
la atendieran la esposa del primer ministro y la del presidente Chirac, o bien pudiera estar -como
senadora- en el almuerzo de trabajo que su esposo realizaría con el premier francés. A la postre,
hizo ambas cosas...
La invitación que originaba la visita de Néstor Kirchner era su participación en la Cumbre de
Gobiernos Progresistas, y allí ocupó el rol de serpa, palabra originada en Nepal, donde así se
denomina a los guías que conducen a los alpinistas hacia las altas cumbres. Ese término se le
asignaba a los acompañantes de mayor confianza de los mandatarios que asistían a la citada
cumbre y obviamente lo ocupó con creces Cristina, quien en los días previos al viaje se dedicó a
estudiar el protocolo correspondiente a sus funciones y repasó libros y papeles para estar a tono
con el debate de alto nivel para el cual tendría reservado un papel estelar.
No perdieron oportunidad en ese primer viaje de hacer lo que repetirían sistemáticamente en
cada viaje al exterior: romper el protocolo interno. Tomaron por costumbre alojarse en las
residencias de los embajadores en lugar de hoteles, y en ese primer viaje la pareja presidencial
salteó las reglas protocolares para escaparse hasta el restaurante del hotel Belgravia Sheraton, a
pocos metros de la embajada, para aprovechar y disfrutar de un paseo como simples turistas. Allí
comieron pastas y se horrorizaron por los precios.
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No fue la única escapada: en los ratos libres visitaron el British Museum, el Parlamento y el Big
Ben, mas no los shoppings, no fuera cosa de que terminaran enrostrándoles vicios de sus
antecesores. De vuelta en la residencia del embajador, se abocaron a los discursos del resto de la
gira. El no dejaría de mencionar el reclamo argentino por la soberanía en las islas Malvinas, ni
sobre cómo la Tercera Vía puede dejar a un lado del camino a los países no desarrollados. Y
Cristina dio también su discurso en el marco de la cumbre, en el que describió con datos precisos
la tasa de mortalidad infantil en Argentina, Brasil y Chile con relación a los países centrales;
señaló cómo el analfabetismo se sextuplica en el confín del mundo y habló de cómo el PBI de los
poderosos supera tres veces al de naciones como Argentina. La brecha entre pobres y ricos es
cuatro veces mayor.
Como Cristina no escribe sus discursos, no hubo versión taquigráfica de la disertación de la
primera dama argentina, que mereció una felicitación del canciller alemán, Gerard Schoroeder,
pero se supo que en el mismo habló específicamente de la realidad de los países periféricos. En un
mundo donde la guerra con Irak eclipsaba todo, la argentina planteó dos contextos: el de los
gobiernos progresistas desarrollados, y el de los países no desarrollados que tienen gobiernos
progresistas y otra realidad que los agobia: la distribución del ingreso. Le dijo al auditorio que,
visto desde Londres, el presente de los países periféricos es horrible; pero el futuro será aún peor si
no cambiamos ese presente.
Uno de los temas medulares para los países centrales era entonces el de la seguridad, terrorismo
mediante; pero Fernández de Kirchner advirtió que gran parte de los problemas de seguridad de
esos países se debe a la desigualdad en la distribución del ingreso, que provoca olas migratorias y
rencor hacia los países desarrollados. Y advirtió que eso estaría resuelto en gran medida si la renta
del mundo se distribuyera más equitativamente.
Para dar esos datos con los que impactó a su audiencia, Cristina le había encargado previamente
un trabajo al sociólogo Artemio López, para que elaborara un cuadro comparativo entre los índices
económicos del Reino Unido, Alemania y Suecia, contrastando esos datos con los de Argentina,
Chile y Brasil.
Pese a hablar ante ese foro y acerca de la Tercera Vía, Cristina Fernández no se sentía
enmarcada en la misma. Iba más lejos al aclarar que no sabía si era progresista: “Soy peronista; si
es por hablar de terceras, la tercera posición fue la nuestra en el año 45. En definitiva, ser
progresista es tener mejores resultados en la educación, en salud y en cosas concretas para la
gente. Por momentos se parece a un ejercicio dialéctico o discursivo, por eso hablo de la Tercera
Vía como coartada discursiva, como la justificación de los viejos partidos socialistas que no
alcanzan a tener una alternativa seria frente al neoliberalismo”.
Gracias a su intervención se amplió la agenda de esa cumbre, que estaba acotada a la seguridad
y la lucha contra el terrorismo, lográndose que en el documento final del cónclave se incluyera la
petición de que la comunidad internacional pueda actuar sin violar la soberanía de los países en
caso de comprobarse la pobreza extrema e indigencia. De tal manera se ponía a la exclusión social
en pie de igualdad con el genocidio y la limpieza étnica.
Cristina Fernández de Kirchner logró impactar al auditorio con su mensaje sobre la
marginación. Al cabo, había logrado con creces el objetivo de poner su sello propio en Londres.
En París consiguió finalmente desorientar al tradicional protocolo francés, que no supo cómo
tratarla en su doble rol de primera dama y senadora. Al cabo, el presidente Jacques Chirac resumió
esas dudas al darle la bienvenida al Palacio del Eliseo.
- Para mí es un honor tener al Poder Ejecutivo y al Legislativo -dijo el mandatario galo.
179
- No, no, yo no estoy acá como legisladora. Vine a acompañar al Presidente de los argentinos aclaró la primera dama. Un rato más tarde, al despedirlos, Chirac se inclinaría ante ella y le besaría
la mano.
La pareja presidencial se dio el gusto de conocer la noche parisina, compartiendo un café en el
célebre Café de la Paix. Ya se había tentado de entrada Cristina por los cafés parisinos en su
recorrido del aeropuerto al Hotel Crillon donde se alojaron, susurrándole al oído a esposo: “Si me
bajo acá me perdés”.
Cristina Kirchner marcó en las giras internacionales una nueva diferencia con sus antecesoras,
la cual partía de su condición de política. Esto es, cuando el protocolo exigía su presencia, allí
estuvo ella como primera dama; y las veces que lo exigía su deseo, lo hizo igual. Cuando no era ni
una ni otra cosa, se movía sola.
“Ella participa de las reuniones que puede y que arma, y sino, cuando le queda tiempo,
aprovecha para ver gente, argentinos, personajes, conocer lugares, museos y esas cosas. No va a
hacer shoppings”, explicó el vocero Miguel Núñez al detallar las actividades de Cristina Fernández
en los viajes junto a su esposo. De esos encuentros organizados especialmente pudo darse el gusto
de conocer personalmente a alguien que admira, como Simone Veil, ministra de Salud del
gobierno de Giscard d'Estaing, una sobreviviente de Auschwitz que hizo votar en su tiempo la ley
del aborto. Ello no implicaba claro está una postura favorable al aborto, ya que en París mismo la
primera dama manifestó su oposición personal respecto a la cuestión, lo cual fue recibido con
alivio en El Vaticano.
A propósito de ello, Cristina se reconoce muy creyente, aunque no practicante. Tiene una
colección de entre 30 y 40 rosarios. “Creo profundamente en Dios, cada vez creo más”, ha dicho.
Una encuesta de esa época realizada por la versión on line de Clarín arrojó que un 61,4%
consideraba positivo el rol de Cristina en las giras presidenciales.
La primera incluyó Italia y España, donde el presidente Kirchner destrató a los empresarios
locales, pero él y su esposa se llevaron de maravillas con los reyes -su majestad Juan Carlos I se
mostró deslumbrado por la belleza de Cristina-, con los que entablaron una relación muy parecida
a la amistad, al punto tal de que el rey Juan Carlos y la reina Sofía fueron los primeros en aceptar
la invitación recurrente de los Kirchner de conocer Calafate, tras lo cual invitaron a los argentinos
a la boda del príncipe Felipe.
Uno de los encuentros protocolares tuvo lugar en el Palacio de la Zarzuela, donde la primera
dama argentina apareció sentada en un sofá entre la reina y Ana Botella, la esposa del premier José
María Aznar. Reunión que desató su enojo, no por sus interlocutoras, sino porque la habían
obligado a ponerse pollera por eso del protocolo real para encontrarse con la reina... Cual no sería
su irritación cuando vio aparecer a la mujer de Aznar enfundada en pantalones...
La primera dama no viajó solamente con su esposo. Como antes lo había hecho como
legisladora, llevando el apellido Kirchner a todos los rincones del país, ya fuera por los Hielos
Continentales, o para hacer campaña por su esposo, ahora sus viajes eran más allá de las fronteras,
llevando al mundo su visión sobre la nueva Argentina que lideraba su esposo.
En ese marco tendría oportunidad de concurrir a Francia sola, para exponer en la inauguración
de un ciclo de conferencias denominado “Perspectivas y retrospectivas de la vida política en la
Argentina”. El coloquio tuvo lugar en el Observatorio Académico de la Argentina, donde la
santacruceña cautivó a todos con su poder de oratoria, sin leer una sola línea durante toda su
exposición. Entre quienes la escucharon atentamente esa vez estuvo alguien que venía siendo muy
crítico con este país, Alain Touraine, quien tras felicitarla dijo al periodismo nacional: “Ha sido
excepcional. Yo le doy mi pleno apoyo a la senadora y mi convicción de que, a partir de ahora, la
Argentina volvió a ubicarse del lado de la vida y será creadora de su propio futuro”.
180
Más allá de su disertación, Fernández de Kirchner aprovechó la oportunidad para conocer a
Danielle Miterrand, la viuda del ex mandatario francés, a quien fue a visitar a su casa de la rue de
Bievre, a pasitos del río Sena.
El encuentro duró poco más de una hora y durante el mismo, la francesa le contó su experiencia
al lado de un presidente y que más de una vez le había preguntado a François Miterrand porqué en
el gobierno pasaban cosas diferentes a las que él había escrito en los libros. “Una cosa es desde
fuera del poder y otra diferente una vez que estás dentro”, dijo la septuagenaria mujer ante la
atenta mirada de Cristina, quien dio un suspiro cuando Danielle le habló de los sapos que hay que
tragarse en el ejercicio del poder.
En una charla confidente entre mujeres, Cristina le contó que todo lo hacía por su propia
cuenta: se vestía, peinaba y maquillaba sola; no le gustaba que nadie le dijera qué tenía que
ponerse. Venía a cuento de que ese era su estilo también en la política, donde no le gustaba que
nadie le sugiriera qué debía hacer.
“Quise ver a Danielle porque es una mujer comprometida con la vida, con los derechos
humanos, con su país, como cuando llevó a cabo su histórica batalla contra la ocupación alemana.
Eso no es poca cosa en este mundo”, señaló la primera dama argentina, tan impactada o más que
en su charla con Hillary Clinton.
Más tarde se daría otro gusto grande, ya que antes de regresar a Buenos Aires fue a ver la
tumba de Napoleón, personaje al que admira, no sólo por su figura, sino por su influencia en el
Código Civil. “Ese monumento testimonia la importancia y la trascendencia que una verdadera
nación dedica al recuerdo de sus hombres poderosos”, diría en la ocasión.
No eran todos temas testimoniales para Cristina Fernández, quien hacía las veces de vocera
extraoficial del gobierno argentino; en ese marco podía entrevistarse por ejemplo con el canciller
galo, Dominique de Villespin, con quien habló mano a mano, aunque en otro tono que el que
impone la frialdad de los contactos bilaterales entre funcionarios, sobre tarifas de servicios
públicos, deuda externa y reclamos judiciales. El hombre le habló del caso Astiz y su interlocutora
se sintió en su salsa: “Como legisladora yo he votado la anulación de la obediencia debida y el
punto final. El Presidente promulgó esa ley y dejó sin efectos los decretos que limitaban el poder
de la Justicia para dar respuesta a las extradiciones. Esto quiere decir que dos poderes del Estado
en Argentina han cumplido sus roles”.
Era una entrevista prevista para menos de media hora que se extendió por 50 minutos; la
primera dama se fue exultante y con un obsequio muy preciado: un libro sobre Napoleón que el
propio canciller había escrito, llamado Los últimos cien días. Obviamente, se lo dedicó.
En el marco de esos viajes Cristina rompía el silencio habitual que mantenía en Buenos Aires.
- ¿Por qué a su marido le gusta mostrarse como un duro? -le preguntaron en Francia.
- En todo caso devuelve los golpes que recibió la sociedad argentina. Si algún sector se sintió
golpeado, sobre todo las empresas privatizadas, será tal vez porque antes golpearon demasiado a la
sociedad y pretendían un trato diferencial.
- Mario Vargas Llosa lo calificó de demagogo.
- Es un excelente escritor. Pero como político, sigue siendo un excelente escritor...
Fue en París donde dio su opinión sobre la cuestión piquetera, que se transformaba en un
problema insoluble para el gobierno de su esposo y que abría una grieta en la sociedad respecto a
qué hacer con ellos: si reprimirlos o tolerarlos.
La senadora Fernández de Kirchner dejó claro cual era la opinión de su gobierno. En primera
persona del plural, como siempre que se refería a cuestiones de Estado, advirtió: “No caeremos en
la trampa de los que quieren legitimarse a través de la represión. Los palos nunca solucionaron
nada en la Argentina. Nuestra sociedad es muy contradictoria; se molesta porque le cortan el paso,
pero al mismo tiempo, cuando se reprime, condena la represión. Los argentinos deberíamos ser
menos espasmódicos en nuestras reacciones y tener mucha prudencia”.
181
Más adelante los Kirchner entrarían en colisión con el matrimonio Duhalde cuando estos
salieron a criticar que el gobierno tuviera manos de seda con los piqueteros. Cristina, quien sugería
tener frente al tema mucha paciencia y tolerancia, porque agregar violencia y represión a la
exclusión no hace más que profundizar lo malo, le respondió con ironía a los Duhalde: “Me llama
la atención que tengan esas opiniones cuando a ellos les pasó lo de las muertes de Kosteky y
Santillán. Además, los planes Jefas y Jefes no fueron una creación nuestra, precisamente, ¿no?
Nosotros queremos evitar situaciones como las que provocaron el adelantamiento de las
elecciones”.
Las negociaciones con el Fondo
Como representante principalísima del gobierno argentino, la senadora Kirchner no dejó de
lado una cuestión central como la deuda. Ya se había referido a ello en Francia, aunque sólo en
diálogo con la prensa, oportunidad en la que defendió la racionalidad de la propuesta hecha a los
tenedores de bonos de la deuda.
“Lo irracional sería que el gobierno prometiera cosas que no puede cumplir”, enfatizó, para
avanzar luego sobre la corresponsabilidad de los bancos que asesoraron a los bonistas. A su juicio,
estos son tan corresponsables como los organismos multilaterales de crédito.
Meses después, ante los directivos y periodistas del Washington Post, insistió con su
razonamiento: “Si uno invierte en un país que le da una tasa de rendimiento del 30%, es decir
altísima, es necesario saber que el riesgo es más alto y que si uno pierde, la pérdida será muy alta.
Son las reglas del capitalismo”.
Fernández de Kirchner comparó la quita del 75 por ciento ofrecida por la Argentina a los
bonistas con la renegociación de la deuda de Alemania, que tuvo una quita similar, en 1953.
“Y estamos hablando de Alemania, un país que junto a otros quince países europeos había
recibido el Plan Marshall -dijo-. Y lo que recibió Alemania y los otros quince países es similar a
los dólares que fugaron de la Argentina”, país que no recibió ningún auxilio y que está
recomponiendo toda su economía en contra de todos los pronósticos, afirmó.
Como sucedía en cada una de las decisiones importantes del gobierno, la esposa del Presidente
fue uno de los personajes clave en las negociaciones por el acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional de septiembre de 2003. La mujer se cuidó de aparecer por esos días en la Casa
Rosada, mas estuvo en el momento justo donde debía: la residencia de Olivos, cuando se leyó por
última vez la Carta de Intención. Cristina compartió el martes 9 de septiembre un almuerzo que se
prolongó en una larga sobremesa, de la que tomaron parte ella, el Presidente, el ministro Roberto
Lavagna, Alberto Fernández y el secretario Legal y Técnico Carlos Zanini. Fue el día en que
Argentina cayó por 24 horas en default con los organismos multilaterales de crédito, situación que
se revirtió al día siguiente.
Testigos de las negociaciones le adjudican a la primera ciudadana haber sido la principal
promotora de dejar impago el vencimiento.
Cuando le tocó ir sola a Nueva York, en febrero de 2004, ya no lo hacía atraída por la movida
cultural y el Soho que -según confesara- la volvían loca, sino enviada especialmente para disertar
ante el Consejo de las Américas sobre la situación política y económica de la Argentina.
Si bien tuvo tiempo para pasear por Park Avenue, la agenda de la senadora incluía entrevistas
con los dos poderosos banqueros que conducían esa entidad, David Rockefeller y William Rodhes,
y hasta el magnate húngaro George Soros.
Para entrar en clima, pronunció un discurso en el consulado argentino en Nueva York, en el que
aclaró sobre la deuda defaulteada que “la decisión del presidente Kirchner es no firmar lo que no
182
puede cumplir”, y remarcó enfáticamente que “para este gobierno la deuda es un problema de la
sociedad -remarcando cada sílaba de esa palabra-. No como los anteriores, que no cumplían los
acuerdos para que se arreglaran los que venían después”.
Ante un auditorio en el que se encontraban financistas, ejecutivos y académicos, ya en el
Consejo de las Américas, dio el discurso que había elaborado especialmente, en el que pidió que
los Estados Unidos ejercieran un liderazgo responsable, no por una cuestión de sensibilidad, sino
de su propia seguridad, ya que “la crisis de los países pobres revierte en graves problemas de
seguridad en el Primer Mundo”. Se trataba de una nueva vuelta de tuerca de lo que Cristina había
dicho ya en Londres.
“El presidente Kirchner no es inflexible, los números de la Argentina son los inflexibles”, dijo,
para desgranar luego las cifras de la indigencia, la desocupación y la mortalidad infantil que ya
había citado en la Cumbre de Gobiernos Progresistas más de seis meses atrás.
Vestida con una camisa rosa a rayas y un tailleur de lino negro, sostuvo que “el problema del
endeudamiento no es un problema del gobierno de turno, sino de la sociedad argentina”,
justificando la postura de su esposo de no firmar nada que no pudiera cumplir. “No tiene nada que
ver con una posición ideológica -dijo-, sino de sensatez económica”.
Elogiada luego por buena parte de su auditorio, la senadora se quejó de los embargos que por
esos días se estaban efectuando contra bienes argentinos, a los que calificó de violatorios de la
Convención de Viena.
En una cena privada organizada luego por académicos de la New School University, la primera
dama volvió a ser acicateada por el tema de la deuda, y respecto a las razones por las que el
gobierno argentino había priorizado en el pago al Fondo Monetario por sobre los bonistas,
respondió que esto era así porque el organismo cobra tasas menores y porque las potencias habían
presionado para empezar a negociar de esa forma.
Una vez más su estilo directo causó una fuerte impresión en todos los ámbitos por los que pasó,
cautivando tanto a políticos como financistas e industriales. Pero no se iría de Estados Unidos sin
darse el gusto de hablar sobre derechos humanos, cosa que hizo en la oficina central del Human
Rights Watch, la entidad defensora de los derechos humanos más importante del país del Norte,
donde habló de la política en la materia reimpulsada por su esposo, del Museo de la Memoria que
se construiría en la ESMA y sobre la anulación de las leyes del perdón.
Con una sonrisa segura y la mirada fija en sus interlocutores, dio por sentado que “es la primera
vez que ustedes no pueden reclamarle nada a un gobierno argentino. Desde que anulamos las leyes
de impunidad, la ventanilla para reclamar es la Justicia”.
Fue sobre el final de su visita a los Estados Unidos que aclaró -esta vez en primera persona del
singular- que no le preocupaba que el país quedara aislado de los mercados. “Si cuando estuvimos
más conectados al mundo nos fuimos a la quiebra...”.
Costaba creer que por más que la primera dama hablara a modo personal, ese pensamiento no
fuera compartido al menos por su esposo. Lo cual despertó fuertes críticas en la Argentina. El
analista Joaquín Morales Solá comparó tal pensamiento con el hecho de recomendarle a un
enfermo que no vaya al doctor porque muchos murieron cuando estaban en manos de médicos...
“Ningún país serio del universo aceptaría que una nación con capacidad limitada de pago, pero
capacidad al fin, decida simplemente desconocer la deuda en default más grande de la historia”, le
reprochó el periodista.
Cuando la Argentina volvió a estar en riesgo de caer en default con el FMI, los participantes de
las reuniones en Olivos volvieron a ser los de septiembre, pero esta vez el arreglo llegó justo el día
en que vencía el tiempo. Del otro lado estaba en esta ocasión la dama de hierro del FMI, Anne
Krueger, quien había quedado provisoriamente al frente del organismo tras la renuncia del ex N°1
Helmuth Köhler, y muchos vieron esa circunstancia como presagio del abismo. Al cabo, Kirchner
183
demostró una vez más ser muy crítico a la hora de advertir, duro al negociar, pero pragmático al
acordar...
Y cuando finalmente lo hizo, el acuerdo se estableció tras un diálogo telefónico que el
santacruceño mantuvo con Krueger. “Con ella está todo bien -comentaría el Presidente a la hora de
contar el arreglo-. Hasta me preguntó cómo anda Cristina...”. No está confirmado que esta parte
del diálogo haya realmente existido, pero da una muestra de la centralidad de la primera dama en
los asuntos del gobierno.
Se sabe que la esposa del Presidente obró esta vez con espíritu acuerdista, lejos de las
advertencias que ella misma había dado semanas atrás y que tanto se habían criticado, respecto a la
inserción argentina en el mundo. Y fue la propia Cristina desde el Senado la voz oficial a la hora
de explicar el arreglo. “Tenemos que saber que el gobierno defiende los intereses que tiene que
representar. Al comienzo de las conversaciones el FMI exigió cosas que no estaban en el acuerdo
y las metas originales habían sido cumplidas. Sobre los pronosticadores de cataclismos, plagas y
calamidades sobre el pueblo argentino, que hagan un juicio los que los escuchan, porque la historia
y la gestión del gobierno están decididos a demostrar que no tienen razón. Me parece que es un
juicio de valor que tendrá que hacer cada ciudadano sobre cada uno de los que han venido
hablando no de ahora, sino desgraciadamente desde hace años, y con muy malos pronósticos”.
No necesariamente siempre la primera ciudadana comparte las estrategias tan frontales de su
esposo, aunque las acepta. Pero en ocasiones se le consumen los nervios. Como cuando en el
marco de esas negociaciones con el Fondo, en momentos que nadie atinaba a imaginar para qué
lado se inclinaría la dura pulseada y el Presidente parecía más dispuesto que nadie a tensar la
cuerda al máximo.
Siempre en la primera línea de fuego, Cristina estuvo presente junto a Alberto Fernández
durante la visita que realizó al despacho presidencial el embajador norteamericano, Lino Gutiérrez,
acompañado por otros dos diplomáticos. La charla giraba en torno a la dura postura del Grupo de
los 7, a la que esta vez -a diferencia del acuerdo anterior- Estados Unidos apoyaba. El embajador
le aclaró que su país cambiaría de actitud en caso de que la Argentina aceptara que el negociador
de los acreedores privados fuera el Comité Global, con el que el gobierno se llevaba a las patadas.
Néstor Kirchner optó por agradecerle irónicamente, aclarando luego que su gobierno no podía
aceptar tal cosa. Cristina lo miraba con un rictus, el aire se cortaba con el filo de un cuchillo.
Gutiérrez insistió con los perjuicios que podría ocasionarle a la Argentina no aceptar la oferta, a lo
que el primer mandatario respondió con una sonrisa, como si estuviese dominando el juego:
“Entonces invádannos como a Irak”.
Demudada, la primera ciudadana sólo atinaba a lanzarle patadas por debajo de la mesa a su
esposo... Pero el embajador lo tomó con humor y la escena se distendió.
A veces, Cristina no gana para disgustos.
Capítulo XII
Con los tacos de punta
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Siempre atenta, no hubo detalle que se le escapara durante la asunción de su esposo. Más de
una vez miró las caras de sus pares para tratar de hacerles en ese instante una radiografía y
auscultar qué estaban pensando realmente sobre la presidencia que estaba por comenzar a ejercer
su esposo. En ese cruce de miradas alcanzó a ver al senador Eduardo Menem y no le llamó la
atención que hubiera asistido a la Asamblea Legislativa en la que soñaba con ver reasumir a su
hermano.
Imaginó por un segundo la amargura que debía estar sufriendo entonces y lo disfrutó por un
instante, aunque le reconociera la hidalguía de estar presente. No alcanzó a ver en cambio al
también senador Luis Barrionuevo, aunque tampoco se acordó de él, cosa que sí haría en un futuro
muy cercano. En realidad, el legislador/sindicalista no fue a la asunción de Kirchner; sí lo hizo su
esposa, Graciela Camaño, ministra saliente.
La tolerancia no es una virtud que se le pueda asignar a Cristina Fernández. A la hora de
enumerar sus cualidades, los cristinos sostienen que ella es un cuadro político -caracterización que
más les agrada a ella y su esposo- de innegable capacidad y con una trayectoria absolutamente
limpia y reconocida, que avala su volumen político. Sus críticos, que se cuentan por decenas aunque con el acceso del kirchnerismo al poder muchos hayan mutado o morigerado sus
comentarios-, expresan que la irascible platense es una pésima negociadora, incapaz de apagar el
rencor cuando se ha encendido.
No es tan así. Cristina cuenta con la cuota de pragmatismo que ha embebido a ella y a su
esposo, la necesaria para hacerlos entender que en política hay sapos que indefectiblemente deben
ser tragados. De lo contrario, no hubiera sido posible ver a Cristina sentada en el Congreso
Nacional Justicialista junto a los dirigentes que se la vio cuando Duhalde decidió que su esposo
fuera el candidato oficial y se imponía la necesidad de saltear la interna partidaria.
La senadora Fernández apareció entonces junto a políticos con los que poco y nada tenía que
ver, como Carlos Juárez y Manuel Quindimil, y no se la vio a disgusto. El fin justifica los medios,
y los Kirchner no reniegan de esa frase. De hecho, Eduardo Duhalde fue objeto de las diatribas
kirchneristas hasta que se impuso un reacomodamiento del discurso.
En el ejercicio del poder, debieron echar mano a la indulgencia, porque de lo contrario no
hubieran alcanzado los cuadros propios para gobernar. Miguel Angel Pichetto se convirtió en un
elogiado soldado kirchnerista al tomar sobre sí la responsabilidad de conducir el bloque del
Senado, donde debió manejarse auscultado permanentemente por la propia Cristina, quien nunca
se llevó mal con él, pero bien sabía de su pasado menemista.
“Hagamos de cuenta que eso nunca existió”, dicen que le dijo Cristina a la hora de absolverlo.
No es buena negociadora, es verdad. En rigor, jamás consideró que esa fuera una función que le
correspondiera. Desde sus tiempos de legisladora provincial, siempre se manejó con objetivos bien
concreto que tenían la generación de poder como fin primordial, y en ese marco no tenía necesidad
de hacer concesiones ni entrar en componendas. Su esposo siempre contó con ella como mascarón
de proa para embestir contra sus enemigos, guardándose para sí mismo la función
contemporizadora.
Sin pelos en la lengua jamás para arremeter con quien fuera y con una velocidad mental
singular, Cristina ha tenido enojos memorables, pero también frases para el cuadro. Como cuando
luego de discutir 12 horas seguidas un proyecto de presupuesto y que al final no le cambiaran una
sola coma, lanzó su célebre “yo no tengo vocación de florero”.
Ha tenido todo tipo de peleas: en el recinto, en las comisiones, en las bicamerales, e incluso en
los medios. Cierta vez se cruzó en un programa con el escritor Jorge Asís, con el que había
185
coincidido en un programa que conducía el periodista Néstor Macchiavelli. El ex funcionario
menemista acababa de pasar por una magra experiencia electoral tras intentar sin éxito ser senador
por Buenos Aires, mientras que la dama había ganado con creces su elección encabezando la lista
para senadores.
- Mejor dedicate a la literatura -le deslizó Cristina cuando el debate se estaba acalorando.
- Te hacés la Chacho Alvarez de la Capital -la chicaneó Asís.
- Pero si vos sacaste el uno por ciento de los votos...
- ¡Pero por favor! Si ustedes son peor que los Saadi... Su provincia está repleta de empleados
públicos...
- Y vos sos un menemista -cerró Cristina, dando por terminada la discusión con lo que
consideraba un insulto contundente.
Fueron memorables las peleas de Cristina, que en muchos casos tuvieron a hombres y mujeres
de su propio partido como contendientes. Aunque no siempre, habida cuenta que una de las más
fuertes controversias la vivió con Elisa Carrió, de la que nunca fue amiga pero con la que siempre
había mantenido una buena relación, que venía de compartir paneles, debates y programas, más
allá del propio recinto, pero que se quebró cuando confrontaron fuertemente en la Comisión
Antilavado.
Está claro que a la senadora Fernández de Kirchner se le conocen más enemigos que amigos.
Pero estos últimos también existen. De la política, una de sus principales amistades es la diputada
Alicia Castro, cuya relación nació de una admiración mutua y de posiciones políticas comunes,
dado que ambas eran rebeldes dentro de sus respectivos partidos. Cristina en el justicialismo y
Alicia en el Frente Grande y la Alianza. La ex azafata se siente unida a la primera dama por “la
coherencia” y la define como una mujer de carácter muy fuerte, con lo cual no dice nada
novedoso, pero advierte que “cuando un hombre tiene carácter fuerte, eso se considera una gran
virtud: es determinante y de firmes convicciones. En cambio, si la de carácter fuerte es una mujer,
se la critica. Y eso es por el machismo que impera en nuestra sociedad, y más en la política”.
Empero, aclara que Cristina es una persona “con muchísimo sentido del humor y yo me río
mucho con ella”, destacando que siguió siendo la misma a partir de convertirse en primera dama.
“Creo que ha asumido muy positivamente su nuevo rol, e incluso a veces pasa deliberadamente a
un segundo plano”.
Con Jorge Yoma llegó a tener una buena relación, más allá de haberse peleado con fuerza en
otros tiempos; lo mismo sucede con Rodolfo Terragno, a pesar de los cruces lógicos que surgen
del hecho de habitar partidos políticos distintos. Tiene una relación cordial con la senadora
puntana Liliana Negre de Alonso, a pesar de no tener generalmente posiciones comunes.
Con la mendocina Marita Perceval es otra senadora con la que ha hecho buenas migas, de ahí
que la llevara a El Calafate durante la visita de los reyes de España. La relación nació dentro del
Grupo Calafate y Perceval define a la Cristina que conoció entonces como “una persona para
algunos prepotente, para algunos arrolladora, para otros excesivamente individualista, y para
muchas de las mujeres que estamos convencidas de que el poder se debe conjugar con otros
valores y otras conductas, indudablemente aparece como una mujer que no transa la obsecuencia y
que considera que sobre la disciplina partidaria está la conciencia y la coherencia con los
principios”.
Perceval reconoce -con acierto- que las suyas siempre son frases largas, costumbre que adjudica
a su formación y personalidad. Al respecto, recuerda con una sonrisa una charla con Cristina en la
que ésta la definió con una frase sintética a la que la mendocina califica de “graffiti perfecto”:
“Vos seguí hablando con adjetivos, que yo pongo los sustantivos”.
La también senadora Vilma Ibarra es otra de las amigas políticas de Cristina, y se conocen de la
época en que la primera trabajaba en la Cámara de Diputados y la santacruceña ocupaba una
banca. Tenían un trato cordial que retomaron cuando ambas fueron senadoras y compartieron
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esfuerzos en el sentido de lograr la caducidad de mandatos. Compañeras en la Comisión de
Asuntos Constitucionales, Ibarra recuerda haber presentado un proyecto sobre las audiencias
públicas para ministros de la Corte, en tiempos en que Duhalde era el presidente, y lograron sacar
el dictamen de comisión. “Pero como yo estaba de licencia por maternidad, Cristina se ocupó de
defenderlo en el recinto -remarca Vilma como un elogio-. Fue el único artículo de toda la reforma
del Reglamento del Senado que se votó por separado y el propio Partido Justicialista lo votó en
contra. Esa pelea también la dimos juntas”.
Hemos hablado ya de la confrontación con sus pares de bancada en su primera época de
senadora, pero también de cómo no tuvo mayores roces en Diputados, donde expuso otro perfil.
Más allá de su proverbial enfrentamiento con Alberto Pierri, el presidente de la Cámara de
Diputados, lo que deja claro que cuanto mayor envergadura tenga el adversario, con más ganas lo
encara.
Alguien con el que siempre mantuvo una relación de tirantez es Eduardo Menem, con quien
confrontó desde su primera época de senadora. Los allegados a Fernández de Kirchner se
preocupan por aclarar que la colisión con el hermano del ex presidente pasaba fundamentalmente
por la cuestión política e ideológica. De tal manera, Eduardo Menem ocupa un lugar distinto en el
casillero de los “enemigos” que integran claramente Luis Barrionuevo, o lo que definen como “la
banda acusada de las coimas”, aludiendo a los senadores que conducían el bloque en su primera
época de senadora: Augusto Alasino, Emilio Cantarero, Ricardo Branda, Angel Pardo...
“Uh, con Pardo se ha peleado mal”, recuerda Diego Buranello a propósito de los tiempos en
que el correntino y Cristina compartían la Comisión de Asuntos Constitucionales, donde se
sacaban chispas. Los memoriosos evocan como el peor choque entre ambos uno que se dio en
2003, cuando el senador comenzó a hablar en una reunión de la comisión sobre “la manipulación
que estaba haciendo la izquierda”. Tras esa discusión, Cristina habría sugerido la necesidad de
hacerle a su colega un control de alcoholemia...
Recordemos que Pardo fue uno de los pocos senadores supuestamente involucrados en la causa
de las coimas que logró ser electo en 2001, aunque su mandato concluyó a los dos años. Se lo
recuerda también por la nunca desmentida versión que lo involucró en un episodio en el que habría
amenazado con un arma al riojano Jorge Yoma, en el marco de una disputa surgida por la ley
contra el lavado de dinero.
Con Eduardo Menem la disputa era diferente y hasta existía cierto respeto de parte de ambos, a
pesar del nivel de la confrontación alcanzado en numerosas ocasiones. “Cristina lo diferenciaba a
él del resto de los senadores con los que se peleaba, a los que consideraba una banda organizada en
beneficio propio. Ella le tiene en cambio a Eduardo cierto respeto, porque lo considera un tipo
legislativamente bien considerado y no un runfla que usó la banca para enriquecerse”, detalla el
vocero de la senadora.
Los cristinos coinciden en hablar de un reconocimiento profesional que se da entre ambos, más
allá de que se hayan peleado a muerte en todas las reuniones de comisión y aun en el recinto.
“Con Eduardo Menem las peleas fueron muy duras, pero siempre en el límite de la corrección,
digamos, en el sentido de que él la trató siempre con mucho respeto”, remarca Miguel Núñez,
convencido de que el riojano “tenía claro que Cristina era un cuadro político y la respetaba desde
ese lugar. Sabía que iba a ser dura la pelea; en cambio otros, al principio, la subestimaron. Como
Alasino. Pensaron que era una loca que venía a hacer quilombo, a gritar, y entonces empezaron a
sembrar infamias sobre Cristina para desacreditarla”.
Los allegados a la primera dama estiman que lo que subestimaron sus adversarios fue la
capacidad que podría tener una mujer sola, cosa imperdonable en Alasino, que la conocía de los
tiempos de la Convención Constituyente por haber presidido él la bancada justicialista. No fue el
caso de Eduardo Menem, que siempre la trató como un adversario de temer, cosa que fue
187
comprobando en persona cada vez que chocaron en las comisiones o el propio recinto. Las
diferencias pasaban fundamentalmente por tener visiones políticas absolutamente antagónicas.
Amén de esas disquisiciones sobre el grado de enfrentamiento, habrá que reconocer que la mala
onda entre ambos no fue en ningún momento soslayada. Cristina mantuvo fuertes enfrentamientos
con otros de sus pares, con los que podía compartir antes o después amables charlas; con Eduardo,
en cambio, la tensión era permanente. Se preocupaba y esforzaba además por hacer notar la
distancia: la senadora Kirchner fue la única de su bancada que no aplaudió cuando el riojano juró
al reasumir en su banca al renovarse por completo el Senado.
Otros colaboradores de Cristina soslayan la altura de la pulseada entre ambos y, por el
contrario, remarcan que Eduardo Menem era “despiadado” con Cristina.
- Ella integraba la Comisión de Relaciones Exteriores y Eduardo Menem presidía el Senado,
pero también estaba en esa comisión. El bloque estaba a cargo de Alasino, pero los hombres
fuertes eran, además del entrerriano, Eduardo, Jorge Yoma y Carlos Verna. Uno de los pocos que
simpatizaba algo con Cristina era el senador salteño San Millán. Pero fue a pedido de Eduardo
Menem que se la dejó a Cristina sin comisiones. La medida la tomó Alasino, pero a partir de un
pedido del hermano del Presidente -recuerda un asesor de la primera época de la senadora.
Eduardo Menem era implacable con ella: pan y agua en el desierto. Cristina no integró ninguna
comisión más.
- ¿Por su oposición a Carlos Menem?
- Por su oposición a todo. Además, Cristina no tenía empacho en decirles en la cara las cosas.
Yo me acuerdo, por ejemplo, las piruetas de Cafiero cuando se tocaba algún tema álgido. El
senador argumentaba en contra del gobierno, y en un momento dado giraba, no sabías cómo, y
terminaba fundamentando su voto a favor... En cambio Cristina seguía de largo.
En efecto, los cuestionamientos de la santacruceña fueron una constante permanente y ella
misma se encargó de sembrar dudas sobre la honestidad del grupo de poder del bloque justicialista.
Dudas que, a la postre, tendrían su correlato en las denuncias de coimas por la reforma laboral.
“Ella siempre planteó que el Senado funcionaba como una casilla de peaje con el tratamiento de
las leyes, que no había discusión política”, señala un cristino.
Como contrapartida, Alasino y compañía se desquitaban no dándole la palabra en las reuniones
de bloque, o yéndose cuando ella hablaba en el recinto. Haciendo todo tipo de chicanas. Menem,
en cambio, la enfrentaba dialécticamente.
La pelea continuó con Eduardo, pero las cosas cambiaron cuando los roles se invirtieron. Al
llegar Néstor Kirchner a la presidencia, la confrontación ya no se daba entre el hermano del
presidente y la esposa de un gobernador díscolo, sino que el poder ahora estaba en manos de la
esposa del primer mandatario, quien encontró en Menem la solitaria voz rebelde que ella supo
encarnar en sus primeros tiempos de senadora.
Fue ella quien bajó al riojano de la presidencia de la Comisión de Relaciones Exteriores que
ocupaba desde tiempos inmemoriales, acertando en pegarle donde a Eduardo más podía dolerle. El
hermano del ex presidente tenía pergaminos nacionales e internacionales suficientes como para
justificar su permanencia en el cargo, pero a Kirchner le alcanzaba el argumento de que no podía
subirse al avión presidencial a un adversario interno durante las giras al exterior. En última
instancia, el argumento era atendible.
Como para compensar, el reemplazante de Menem fue Ramón Puerta, el ex gobernador
misionero contra el que Néstor Kirchner hizo campaña por portación de menemismo.
Eduardo Menem admitió la pérdida de la presidencia más preciada con la parcimonia que no
había tenido cuando peleó hasta el final por no dejar la presidencia provisional del Senado en los
tiempos en que la Alianza llegó al poder. Obviamente tampoco a él le haría gracia viajar con
Kirchner y la primera dama en el avión presidencial -que tan bien conocía-, pero por lo bajo se
quejó amargamente a sus allegados y ex aliados.
188
Porque si bien el Senado había sido siempre el reducto donde el menemismo tenía más
adherentes, el cambio de clima modificó las cosas a tal punto que el riojano quedó en la más
absoluta soledad en el Cuerpo.
Así las cosas, su confrontación con Cristina fue más fuerte y notoria, habida cuenta que
Eduardo representaba casi la única voz de oposición en determinados temas, como por ejemplo el
juicio a los integrantes de la Corte Suprema. Fue sobre esa cuestión que el senador vio colmado su
límite y estalló con fuerza en pleno recinto.
El tema tratado era el recurso extraordinario presentado por Eduardo Moliné O'Connor para que
se reviera el fallo del juicio político que lo había apartado de la Corte Suprema de Justicia. La
Comisión de Asuntos Constitucionales que presidía Cristina había decidido el día anterior el
rechazo del recurso y el pleno de la Cámara se aprestaba a confirmar esa decisión, siendo
obviamente Eduardo la única voz en contra de la corriente.
El hermano del ex presidente habló de la falta de garantías en la defensa del ex miembro de la
Corte, mientras la primera dama daba rienda suelta a uno de sus peores vicios potenciados a partir
de la llegada al poder: hacer gestos desaprobatorios, mohínes y comentarios en voz baja.
Menem no toleró más y estalló con fuerza: “¡Hágala callar, señor presidente! -le gritó a quien
presidía la sesión, el presidente provisional del Senado Marcelo Guinle-. ¡Me falta el respeto!”
A los oídos del riojano habían llegado claramente las expresiones de Cristina “increíble/una
vergüenza/una barbaridad”. Pero el senador siguió con su catarsis:
- ¡No puede ser que cada vez que hablo, la senadora se la pase haciendo comentarios por lo
bajo, refutándome! Si tiene algo que decir, que pida la palabra y lo diga...
- Escuchar hablar de independencia del Poder Judicial a determinados funcionarios
parlamentarios... -replicó Cristina al concedérsele la palabra-. Que lo diga alguien que votó para la
Corte a su socio jurídico, o a quienes se manifestaban amigos personales del presidente de
entonces, violenta la inteligencia de los aquí presentes.
- ¡No le reconozco a la señora autoridad para juzgar mis actos! Podría traer a colación las
barbaridades que se hicieron en el Superior Tribunal de Santa Cruz, a quiénes nombraron allí...
Cada vez que me agreda, le voy a contestar, no voy a bancar más agresiones.
Su ex socio político, distanciado desde 2001 por cuestiones de poder en La Rioja, Jorge Yoma,
pidió la palabra para defender a Cristina -cuya expulsión del bloque había alentado en 1997-,
calificando a Eduardo Menem como “jefe político del sistema feudal que gobierna en La Rioja”.
- Justo dice esto él, que fue parte del gobierno riojano. Ahora el senador Pichetto va a decir que
me calle, que no puedo hablar... ¡Si ya sé que me quieren echar del bloque, como ya me echaron
de la comisión por orden de la señora!
El riojano llevaría entonces su indignación a los medios. “De parte mía no hay de ningún modo
una actitud desconsiderada ni hostil, que sí la hay de parte de ella -se quejó en el programa de
Radio Continental de Rolando Hanglin-. No pierde la oportunidad cada vez que habla de referirse
en términos despectivos hacia el gobierno de la década del 90 y lo hace en alusión a lo que yo
digo... Bueno, está en todo su derecho de expresarse como ella quiere, y yo tengo todo el derecho
también de defender mi posición. Si van a ejercer el derecho de censura y decir que yo no puedo
hablar de ciertos temas, me parece que no podría ejercer mi mandato como legislador”.
- Mientras yo exponía, la senadora Kirchner hacía comentarios fuera de micrófono, con
términos descalificantes hacia mi posición. Lo lamentable es que no es ésta la primera vez que lo
hace... En oportunidades anteriores, había tenido incidentes similares, porque es su costumbre
permanente cuchichear cuando alguien habla, refiriéndose generalmente en términos
descalificatorios para quien está hablando. No sólo ha sido mi caso; también en alguna
oportunidad le tocó a otros legisladores...
- ¿Qué decía la senadora?
189
- Que yo no podía hablar de la independencia del Poder Judicial, porque nuestro gobierno no la
había respetado. Pero ella no tenía autoridad para decir eso, por cuanto el gobierno de la provincia
de Santa Cruz había violado permanentemente la independencia del Poder Judicial. Nosotros
sabemos cómo se integró el Superior Tribunal de la provincia de Santa Cruz, a quiénes llevaron
ahí; todo el mundo sabe que fueron totalmente afines al entonces gobernador Kirchner y su esposa,
y hace como tres años que la Corte Suprema de Justicia de la Nación le ordenó a la provincia
restituir en su cargo al procurador, de apellido Sosa, que lo echaron haciendo desaparecer el cargo,
y las autoridades de Santa Cruz no hicieron lugar al pedido.
Menem se hacía eco de una de las críticas más sólidas que había debido soportar el gobierno
provincial de Néstor Kirchner, al que la oposición endilgaba tratar al Poder Judicial como “otra
unidad básica”. El caso puntual al que el senador hacía referencia tenía que ver con el
desdoblamiento de la Procuración General que hasta septiembre de 1995 tenía bajo su órbita a los
fiscales federales y defensores oficiales de la provincia. Con ello, el fiscal Eduardo Sosa -que hasta
entonces era su titular- había sido cesanteado con el voto de 14 diputados que integraban la
mayoría oficialista, siendo los nuevos cargos ocupados por sendos abogados cercanos al
oficialismo.
El fiscal Sosa planteó entonces la inconstitucionalidad de la medida, ante lo cual, la Corte
Suprema de Justicia de la Nación le había dado la razón en una decisión unánime, aunque jamás el
Superior Tribunal de Justicia de Santa Cruz lo restituyó en su cargo. Semejante actitud constituyó
un grave antecedente que fue tenido en cuenta cuando Kirchner llegó a la presidencia: se trataba de
un mandatario que había desconocido nada menos que una orden del más alto tribunal de Justicia
de la Nación.
Volviendo a la disputa Cristina vs. Eduardo, es cierto que el hermano del ex presidente vivía
atento a las actitudes de su colega y a sus cuchicheos. Durante una sesión de octubre de 2002 en la
que el senador estaba argumentando sobre la jubilación de privilegio para los diplomáticos, mostró
signos de fastidio al escuchar por detrás la voz de la santacruceña.
- No se crea tan importante, de usted no estaba hablando... -le contestó la senadora, siempre
despectiva con él.
La actitud de Cristina Kirchner con Eduardo Menem obró en sentido contrario a sus deseos.
Como sucede en estos casos, muchos de los que contemplaron esa escena en el recinto, que lejos
estaban de haber simpatizado con la causa menemista, se pusieron del lado del más débil, que
ahora era Eduardo Menem.
El periodista Joaquín Morales Solá le dedicó a la senadora un editorial en el diario La Nación
titulado significativamente “Días de injusticias y desaciertos para Cristina Kirchner”, y entre otros
temas, le reprochó haberse negado a escuchar en silencio a su colega.
“Es difícil escuchar sermones sobre la independencia de la Justicia -es verdad- de parte del
representante del gobierno que más hizo para desacreditar la Justicia.
Pero la tolerancia es una virtud escasa porque es difícil practicarla. Sin embargo, más difícil
es imaginar una vida y una cultura democráticas carentes de tolerancia. ¿Qué le costaba a
Cristina Kirchner escuchar sin descalificar a Eduardo Menem, sobre todo cuando ella tenía la
posibilidad posterior de la réplica?”, se preguntó el prestigioso columnista.
Sin ser tan grave la actitud de la senadora, lo que había hecho con Menem no era otra cosa que
lo que había sufrido en carne propia de parte de Alasino y su gente una década atrás, y que tanto la
indignaba entonces.
Las viejas caras del Senado
Sus enemigos afirman que lo suyo es una pose. A las acusaciones de autoritarismo no faltan los
que quieran echar sombras de corrupción en cuestiones que tienen que ver con el ejercicio del
190
poder en la provincia de Santa Cruz. Pero en esa materia, a Cristina no pudieron endosarle ningún
episodio irregular durante su paso por el Parlamento, lo cual, tratándose de ese sitio, no es poca
cosa.
Por el contrario, en el ámbito legislativo se sabe que la senadora Kirchner es bien refractaria a
ese tipo de manejos bajo cuerda.
Quien no pareció tenerlo en cuenta fue ese senador de la oposición que -pese a ser
relativamente joven- como tantos otros colegas senadores había tenido su experiencia como
gobernador, y hasta había llegado bien alto en su partido, hasta que una muy fallida experiencia
electoral lo dejó al garete.
Durante la primera estancia de Cristina en la Cámara alta, ese legislador protagonizó un
episodio tal vez menor, pero que sirve como ejemplo de la conducta de la santacruceña. Ella no
tenía relación con ese ex gobernador y sólo lo conocía de vista, por los cargos que había ostentado;
tampoco el asesor que estaba con ella en el Salón de Lectura de la Cámara alta, donde se
encontraban junto al entonces senador Bernardo Quinzio, quien probablemente sí tuviera alguna
relación con aquel senador que apareció en ese momento y se acercó a charlar.
Sin que nadie hubiera sacado el tema, el hombre se puso a recordar su paso por la Convencional
Constituyente del 94. En eso estaba cuando, muy suelto de cuerpo, se despachó diciendo: “Cuando
el Turco quería la reelección, yo iba y le decía a Bauzá: 'Flaco, estoy afónico; necesito jarabe (y
hacía el gesto de guita sobre la mesa), si quieren que hable a favor de la reelección, necesito
jarabe'”. Y se mataba de risa, buscando la complicidad de sus interlocutores por la gracia.
No la encontró en Cristina, quien inmediatamente se paró y, junto a su asesor, abandonó el
lugar.
Cristina volvió a verse las caras con sus viejos compañeros -¿o mejor dicho contendores?- de
bancada en noviembre de 2001, en vísperas de volver a asumir como senadora, aunque esta vez
electa por el voto popular. El presidente era aún De la Rúa, al que supuestamente le faltaban dos
años de mandato, y el proyecto presidencial de su esposo no tenía 2003 como meta, tal cual ya ha
sido dicho. De ahí que Cristina no tuviera ínfulas de primera dama ni mucho menos, pero si ganas
de marcar la cancha.
Y lo hizo en la primer reunión del bloque, en la que se encontraron los senadores electos con
los salientes, a los que aún les quedaba un mes. Encontró una buena excusa como para
confrontarlos y un nuevo enemigo a vencer. Se trataba del senador formoseño Ricardo Branda,
quien hacía un tiempo había dejado de ocupar su banca para instalarse en el Banco Central, aunque
aún faltara la formalidad de que el Senado convalidara su designación como director de esa
entidad.
Desde Formosa llegaron cuestionamientos que fueron respaldados por los propios senadores
electos del justicialismo, Azucena Paz y José Mayans, quienes se hicieron eco del pedido del
Frente Grande formoseño que pedía la postergación del tratamiento del pliego de Branda y su
rechazo. La senadora electa Cristina Fernández hizo causa común con los formoseños,
advirtiéndoles a los miembros del viejo Senado que no tenían “legitimidad” para tomar ese tipo de
decisiones cuando apenas faltaba un mes para que abandonaran sus bancas.
En la presentación contra Branda se lo objetaba por la supuesta mala actuación que había tenido
cuando se desempeñó como vicepresidente del Banco de la Provincia de Formosa entre 1987 y
1992, y Mayans y Paz se prendían del cuestionamiento por razones que obedecían a la política
local: Branda jugaba con el caudillo formoseño Vicente Joga, mientras que los senadores estaban
con el gobernador reelecto Gildo Insfran, quien rechazaba la designación por esas cuestiones y no
necesariamente por sus antecedentes bancarios.
191
Insfran tenía entonces buena relación con su colega Néstor Kirchner y más adelante sería uno
de los gobernadores que se jugaría con la candidatura del santacruceño. Razón que justificaba que
Cristina se plegara al veto, aunque ella tenía elementos más contundentes aún: no guardaba buenos
recuerdos de Branda, a quien conocía de su primera época como senadora, y el formoseño era uno
de los senadores mencionados en la causa por los sobornos, que ella pensaba enarbolar como
estandarte de una nueva cruzada.
Así las cosas, Cristina estrenó su cargo de senadora electa objetando las facultades del viejo
Senado para designar al directorio del Banco Central, advirtiéndoles a los cinco peronistas que
quedarían en la nueva Cámara, José Luis Gioja, Eduardo Menem, Carlos Verna, Jorge Yoma y
Angel Pardo, que no debían adoptar resoluciones.
La “sugerencia” fue motivo suficiente como para que Eduardo Menem volviera a enfrentarla,
como en los viejos tiempos, y en su tono doctoral le dijo: “Señora senadora, le hago saber que los
que están en funciones son tan legítimos como los que llegarán en diciembre”. El riojano se
imaginaba ya los tiempos por venir y se permitía incluso garantizar a sus colegas que dejaban el
cargo que “los que seguimos nos vamos a ocupar de poner las cosas en su lugar, tal como hicimos
hasta ahora”. Hablaba de Cristina, claro está.
Augusto Alasino, presto ya a dejar la banca, parecía más interesado en chicanear a su antigua
ex colega delante de sus compañeros: “Con todas las joyas que tiene, la verdad que podría
comprarse todas las ovejas de la Patagonia”, deslizó riendo con ganas.
Lo cierto es que el planteo de Cristina para que los senadores se abstuvieran de designar gente o
aprobar proyectos fue tomado por sus pares como una provocación y nada de caso le hicieron. A la
postre, Daniel Varizat sería el único senador que rechazó la nominación de Branda, aunque -claro
está- utilizando argumentos más moderados que los que hubiera echado mano Cristina, quien de
todos modos no se hacía demasiado problema con la cuestión. Ese había sido apenas un aperitivo.
Despidió al viejo Senado con una de sus frases lapidarias -“fue el final previsible de una
institución corporativa, cerrada y de total aislamiento con lo que pasaba afuera, en la sociedad”- y
se puso a trabajar para los decisivos tiempos por venir.
La reforma laboral
La senadora Fernández llegó a la banca en la que había logrado brillar con luz propia seis años
antes decidida a golpear con fuerza, y así lo hizo de entrada, presentando a las 8.05 del 10 de
diciembre de 2001 el que sería el primer proyecto del nuevo Senado ingresado a Mesa de Entrada.
La iniciativa con la que Cristina estrenaba su rol de senadora era toda una declaración de
principios y apego a sus promesas. Constaba de un solo artículo y 85 páginas de fundamentos en
los que se argumentaba el pedido de derogación que hacía de la reforma laboral aprobada por la
gestión delarruista.
El extenso documento analizaba los aspectos políticos, económicos, sociales, judiciales y
jurídicos, planteando la necesidad de derogar una ley a la que señalaba como “viciada de origen”,
y entre las consideraciones políticas mencionaba el papel del gobierno aliancista en la sanción de
esa norma que, según el escrito, habría cedido frente a “la presión de las grandes organizaciones
empresariales-financieras y los organismos multilaterales de crédito”.
La senadora santacruceña tomó siempre el tema de la reforma laboral como una cuestión
personal, y como tal había presentado un proyecto de ley en sus tiempos de diputada, pidiendo la
suspensión de los alcances de la norma hasta tanto la Justicia se expidiese sobre la existencia o no
de sobornos. Incluso el 11 de mayo del año 2000, cuando nadie hablaba del tema, había
denunciado durante una sesión de Diputados la existencia de sobornos para que los senadores
aprobaran la reforma, razón por la cual terminó siendo citada por el entonces juez Carlos Liporaci
para declarar en la causa.
192
Textualmente, Cristina había dicho durante esa sesión que “debemos ejercer la defensa de las
instituciones, que no es la de los partidos que representamos y mucho menos la de sus dirigentes
circunstanciales. Todo ello me lleva a decir lo que pensamos, que es lo que muchas veces se
murmura en los pasillos o cuando se apagan los micrófonos o las luces de las cámaras de
televisión, porque las circunstancias que rodearon el proceso de revisión en el Honorable Senado
no sólo fueron escandalosas sino penosas, decadentes y hasta sospechadas”.
“Además se construyó una imagen de la cual algunos deben hacerse cargo -agregó-.
Legisladores de mi propio partido dijeron que sancionaban esta norma porque de esta manera
ayudaban a las provincias respondiendo a los reclamos de algunos gobernadores justicialistas. Es
decir, se construyó la imagen de que cambiábamos reforma laboral por planes Trabajar. Una visión
de mercaderes y traficantes que no estoy dispuesta a aceptar como mujer del interior, porque las
provincias no somos mendicantes que aceptamos malas condiciones y precarización para los
trabajadores a cambio de planes Trabajar. Y como peronista también rechazo esa ficción que algún
legislador del oficialismo, aquí y en el Senado, calificó de extorsión, y que yo -ya que estamos con
lenguaje penal- califico de coartada, como justificativo para aprobar algo que no tiene razón
política, ideológica ni histórica, y ni siquiera conforma una gestión de gobierno”.
“A las sospechas que envolvieron todo esto, se suman las manifestaciones de algún dirigente
sindical respecto de metodologías a adoptar tal vez por algún funcionario del Poder Ejecutivo para
lograr la aprobación de esta norma. Todas estas cosas se repiten en los pasillos, pero nadie las dice
donde hay que decirlas, aunque para eso nos votan: para que lo que pensamos -equivocados o nolo digamos aquí sentados en nuestras bancas. Uno de los graves problemas que tiene el país es que
se habla con eufemismos”.
Meses después, con el escándalo desatado en toda su magnitud -aún no había renunciado
Chacho Alvarez a la vicepresidencia-, admitiría tener “fuertes sospechas de que esto haya sucedido
en el Senado. Diría que no tengo pruebas, pero también, a fuerza de ser sincera, debo decir que me
quedan pocas dudas acerca de que esto realmente existió. Es inexplicable el voto de apoyo a una
ley que ni siquiera Menem pudo obtener. Los testimonios, las cosas que se escuchan... Es una
certeza casi en la sociedad argentina y creo que ésta es una mancha muy fuerte para el sistema
institucional argentino”.
Por esos mismos días le diría al periodista Alfredo Leuco: “Yo siempre creí que cuando me
habían separado del bloque de senadores era por disidencias. Pero desde una perspectiva un poco
más alejada de aquella situación, creo que tal vez lo que no querían eran testigos. Me parece que es
muy lamentable tener que decir esto, porque tal vez pueda ser visto como 'qué cosa medio golpista
que está diciendo', ¿no? Pero yo te tengo que ser absolutamente sincera”.
La causa ingresaría a un atolladero al desprocesar el juez Liporaci a los senadores sospechados
de corrupción. “Este juez no estuvo solo a la hora de llegar a sus conclusiones; seguramente estuvo
acompañado por buena parte de la corporación política -señalaba Cristina un día antes de concluir
el año 2000-. Tendría que haber anunciado la resolución un día antes, el 28 de diciembre, que es el
día de los inocentes. Este es el resultado de varias etapas y la primera consistió en promover la Ley
de Fueros, una legislación que en realidad sirve para que los legisladores hagan como que se
someten a la Justicia, pero que en realidad no sirve más que para asegurarse su impunidad”.
Más tarde sus críticas irían hacia otro juez que heredó la causa, Gabriel Cavallo, cuyo pliego de
ascenso a camarista fue votado por los senadores mientras investigaba el presunto soborno. “El
juez Cavallo fue ascendido a camarista con el voto de los senadores que estaba investigando. Son
datos objetivos de la realidad”, apuntó Cristina en octubre de 2001 con una lógica elemental.
No faltaba lugar en el que Cristina no hiciera referencia a las supuestas coimas. En uno de los
tantos almuerzos a los que la invitó Mirtha Legrand, a mediados de 2001, la diva hizo referencia a
la decisión del Senado de dar marcha atrás con el aguinaldo. “Me parece una medida justa y
acertada”, concedió Mirtha.
193
- Tendrían que dar marcha atrás con la reforma laboral, que aprobaron por coimas también descerrajó la santacruceña.
Al presentar el pedido de derogación de la reforma, Cristina no hizo más que cumplir su
principal promesa electoral. Sin embargo, no albergaba demasiadas esperanzas de que el trámite
avanzara tan prestamente como a la postre lo hizo. Es que la caída del gobierno delarruista generó
tal estado de revulsión que uno de los primeros temas en quedar en el ojo de la tormenta fue la ley
laboral.
Durante el efímero mandato de Adolfo Rodríguez Saá se anunció que el justicialismo
impulsaría la derogación de la norma basándose en el proyecto de Fernández de Kirchner. “Por
una cuestión simbólica preferiría que la derogación de la norma se inicie en el Senado, donde
estalló el escándalo cuando se corrió la versión de supuestos sobornos”, comentó la senadora
santacruceña.
Sería nada menos que Luis Barrionuevo quien, en su carácter de presidente de la Comisión de
Legislación del Trabajo del Senado, se ocuparía de tramitar la derogación, aunque para ello no
sólo se basaría en el proyecto de Cristina, sino también en uno de Antonio Cafiero, otro del
Ministerio de Trabajo y uno de él mismo, que obviamente sería el que prosperó. Es que el
proyecto del Ejecutivo pertenecía a Oraldo Britos, quien se fue junto a Rodríguez Saá al cabo de
esa semana de gobierno, y ya con Eduardo Duhalde en la presidencia el gastronómico se ocupó de
hacer que fuera el suyo la iniciativa que avanzara, aunque lo que terminó frenándolo fue el propio
gobierno, que aquietó la derogación basándose en la necesidad de dar una señal de seguridad
jurídica. Contradiciendo al propio Duhalde, quien como senador electo -pasó más tiempo en esa
condición que en la propia banca- había dicho que el Senado se debía a sí mismo y a la Argentina
“la derogación de una ley viciada por sospechas de sobornos”.
La derogación de esa ley recién se implementaría durante la gestión de Néstor Kirchner, aunque
surgiera por imperio de otras circunstancias y no por imposición de ese gobierno. La aparición del
“arrepentido” Mario Pontaquarto, ex secretario Parlamentario del Senado de los tiempos del
escándalo -quien reveló la supuesta trama de las coimas ante una revista primero y después a la
Justicia-, llevó al Ejecutivo a tener que obrar en consecuencia sobre un tema que no tenía en la
agenda.
En la sesión del miércoles 17 de diciembre de 2003, Cristina estrenó su nuevo look, ya sin su
proverbial flequillo, luciendo en cambio un corte desmechado, sin flequillo, más castaño y con
más volumen gracias a las extensiones del coiffeur Alberto Sanders. Una nueva imagen, pero la
misma dialéctica a la que ahora sumaba el enorme poder del que contaba y con el que podía lanzar
recomendaciones para los jueces.
“Alguien debe ir preso, eso es lo que está reclamando la gente: que esta vez, por favor, alguien
termine preso por los delitos que se denuncian -exigió-. Debemos garantizar que los jueces van a
tener que ir a fondo, para eso están los representantes de la Cámara ante el Consejo de la
Magistratura. Los consejeros deben garantizar que no habrá premios para ningún juez que no
cumpla con su función”.
Su comprovinciano radical, Carlos Prades, mostró en cambio sus reparos porque “el supuesto
arrepentido fue a verlo al intendente (por Aníbal Ibarra) y al jefe de Gabinete del gobierno
nacional, cuando debió haber concurrido a denunciar el ilícito de manera silenciosa al juez de la
causa. Que esto no se transforme en otra cosa que nos distraiga de cuestiones más urgentes advirtió-. No quisiera pensar que este ataque, porque la gente no distingue entre el viejo y el nuevo
Senado, busque cerrar las puertas de este organismo federal”.
Conocedora del ambiente en el que se manejaba, Cristina Kirchner no tuvo dudas de la
veracidad de los dichos de Pontaquarto. “El era un colaborador directo de Genoud, un hombre que
estaba en la cocina del poder en el Senado. Y estoy segura de que sabe mucho más de lo que dice”,
194
señaló desde su convencimiento, mientras el propio ex presidente Fernando de la Rúa replicaba
hablando de una operación armada por el gobierno.
- No, no, no... Pontaquarto es un hombre de su partido. Cuando Aníbal Ibarra lo conectó con
Alberto Fernández, Pontaquarto quería que el gobierno hiciera las denuncias. Nosotros no
teníamos porqué. El jefe de Gabinete le dijo que la hiciera ante la Justicia. Muchos analizaron que
esto favorece al gobierno. Yo creo que estos escándalos no favorecen a nadie, porque afectan la
credibilidad en las instituciones. Pero también tengo claro que la impunidad en la Argentina se
tiene que terminar -dijo Cristina a la revista Gente donde la retrataron con su nuevo look.
- ¿Cuántas leyes pueden haber salido con sobornos? ¿Cuántos Pontaquarto podría haber?
- Se habló mucho de la ley de Patentes Medicinales, y tantísimas otras... Hubo un método, que
era quebrar la voluntad de los políticos frente a la particular forma de entender la globalización
que tuvieron los dirigentes en nuestro país. O por presiones, o por extorsiones, o por sobornos.
Pero esto no empezó ahora, empezó con la dictadura... Se fue creando la sensación de que
oponerse o tener ideas propias era riesgoso, no valía la pena o se terminaba mal. Se fomentó el
individualismo. Si se caía el que estaba al lado mío, pero podía ira Miami a fin de año, chau... Pero
finalmente, cuando se resquebraja toda una sociedad, termina tocando a todo el mundo. Ese es el
duro aprendizaje que tuvimos.
Movido por esas circunstancias, al gobierno no le tocó otra opción que derogar la ley laboral,
aunque se encargó de evitar lo que cierta parte de la oposición quería, que era anularla, lo que
hubiera desencadenado realmente un caos jurídico al invalidar los efectos de dos años de
aplicación. En rigor, eso era lo que Cristina había prometido y propuesto siempre: la derogación.
No más.
Y tal como lo había propuesto, el proyecto ingresó por la Cámara de Senadores, que se encargó
de darle primero la simbólica media sanción a la derogación.
Coimas II
La historia amenazó con volver a repetirse cuando en agosto de 2002 una nueva versión
periodística volvió a poner en el ojo de la tormenta al Senado. El diario británico Financial Times
publicó el 22 de ese mes una denuncia directa que no tardó en estallar en el Cuerpo. “Legisladores
argentinos pidieron coimas a bancos extranjeros que operan en el país a cambio de postergar un
proyecto de ley que podría costar a esas instituciones cientos de millones de dólares”, escribió el
corresponsal en Buenos Aires de ese diario, Thomas Catán, según el cual “un individuo conocido
por la asociación de Bancos Argentinos se contactó con el organismo” para ofrecer la postergación
del tratamiento de la ley a cambio de una suma de dinero no especificada.
La nota señalaba que el 16 de agosto los banqueros se habían quejado ante los embajadores de
los Estados Unidos y de Gran Bretaña en Buenos Aires, habiendo supuestamente trasladado el
planteo el primero, James Walsh, al canciller argentino Carlos Ruckauf.
El proyecto en cuestión había sido aprobado el 15 de agosto y pasado desapercibido hasta
entonces. Pertenecía al inefable Luis Barrionuevo, y destinaba el 2% de los créditos bancarios para
crear un fondo contra el desempleo de los trabajadores del sector. Un tema en el que había en
juego unos 350 millones de pesos anuales.
Como en el caso de la Reforma Laboral, fue nuevamente el periodista Joaquín Morales Solá el
que recogió la especie, desatando esta vez en forma inmediata la reacción en el Parlamento,
espantados sus miembros por un nuevo escándalo que sepultara ahora al nuevo Senado. En su
calidad de titular de la Comisión de Asuntos Constitucionales, Cristina Fernández recogió la
inquietud de sus pares y anticipó su disposición a tratar el tema, habida cuenta que esas versiones
se los podían llevar puestos a todos, más allá de que el propio titular de ABA, Mario Vicens,
calificara la especie como “un malentendido”.
195
Se citó directamente a los embajadores en cuestión, quienes se negaron a asistir amparados en
la inmunidad diplomática. Sí lo hicieron otros funcionarios, pero ahí fue cuando Cristina encendió
otra polémica.
Ya estaba en la mira de ciertos colegas que le endilgaban pretender hacer campaña a favor de su
esposo y utilizar la comisión para juzgar a sus pares, cuando una senadora quedó en el centro del
escándalo, que cobró fuerza al darse curso a ciertas versiones circulantes que hablaban de la
existencia de un video que certificaba el pedido de coimas, el cual -supuestamente- involucraba a
una legisladora. Todos los caminos condujeron rápidamente hacia la tucumana Malvina Seguí,
presidenta de la Comisión Fiscalizadora de Entidades Financieras, que acababa de publicar un
informe sobre el colapso bancario del año anterior. ¿Quién sino ella podía haber tenido trato
asiduo con los banqueros?
Cristina, que contrariamente a las críticas citadas se había mostrado conciliadora en las
primeras audiencias para analizar el tema, poco hizo por apagar el incendio. Por el contrario, al ser
consultada por el periodismo, dio por confirmado el rumor al reconocer la supuesta existencia del
video. Sus colaboradores rechazan que en realidad lo haya hecho. Recuerdan que fue un jueves
cuando el periodista Eduardo Feinmann y Radio Mitre revelaron los rumores sobre el supuesto
video; Cristina estaba en Catamarca, haciendo campaña a favor de su esposo y al día siguiente iría
hacia Santiago del Estero.
“Le preguntaron sobre las versiones y ella dijo que bueno, que habría que investigarlo -asegura
un colaborador de la senadora-. Y la Seguí reacciona indignada, diciendo 'cómo puede ser que
Cristina haya venido a mi provincia a hablar mal de mí'... Pero ni estábamos en Tucumán, ni ella
había dicho nada más que 'puede ser'. Nos enteramos en Catamarca a la noche, porque habíamos
hecho notas con los diarios El Ancasti y La Unión, y la verdad que nos enteramos del rumor por la
pregunta, ya que estábamos yendo de una reunión con militantes al acto. Ella sólo dijo 'habrá que
ver', pero en ningún momento daba por probada la existencia de un video”.
En rigor, los cables provenientes de Catamarca pusieron en boca de la senadora el
reconocimiento a que “está circulando fuertemente el video sobre supuestos pedidos de coimas
para trabar trámites parlamentarios”. El diario La Gaceta de Tucumán fue aún más lejos,
adjudicándole haber citado como quien aparecía en la cinta a “una senadora vinculada al
menemismo que representa a una provincia pobre”, exculpando en cambio a Barrionuevo. “En
ningún momento se menciona a Barrionuevo como involucrado”, dijo.
En rigor, Malvina Seguí no estaba coqueteando por esos días con el menemismo, y los Kirchner
habían buscado acercarla a su sector, hasta que finalmente optaron por la diputada tucumana Stella
Maris Córdoba, mientras la senadora parecía inclinarse por Rodríguez Saá. Seguí acababa de ser
nombrada titular de la Comisión de Seguimiento de las Privatizaciones y sintió que su carrera
política se le venía abajo.
Colaboradores kirchneristas le adjudican haber elaborado una defensa histriónica, al punto tal
de protagonizar durante una reunión de comisión realizada en el Salón de Lectura -donde Cristina
gustaba de convocar esos encuentros abiertos al público- una suerte de puesta en escena durante la
cual se paseaba, micrófono en mano, de un lado al otro hablando mientras Fernández de Kirchner
le pedía que se sentara.
Más tarde se enterarían de la razón de esa actitud: un asesor le había anticipado a la tucumana
que Crónica TV iba a transmitir en vivo. “Pero en realidad no lo hizo, así que armó el show para
nada”, deslizaron.
La tucumana contraatacó criticando con dureza a Cristina y a su comprovinciano bussista Pablo
Walter, quienes a su juicio se habían sumado a las versiones que la involucraban. En el recinto,
presentó una cuestión de privilegio y pidió la recusación de Cristina como presidenta de la
Comisión de Asuntos Constitucionales, a quien quería apartar por considerar que había prejuzgado
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en su contra. La senadora santacruceña replicó que se había limitado a repetir información de
dominio público y que nunca había identificado a su colega como sospechosa.
Seguí fue quien salió malparada del cruce, por cuanto en principio dijo sentirse satisfecha por
las explicaciones, pero minutos después se dio vuelta y expuso lo contrario. Cristina, en tanto, se
amparó en el reglamento de la Cámara para establecer que su conducta debía ser juzgada por la
comisión o el plenario del cuerpo y no por su colega, lo que le valió que Seguí calificara su actitud
de “autoritarismo legalista”.
Amén de esos cruces, la comisión siguió su investigación, contando con la presencia de
funcionarios y banqueros, mas no de los embajadores que hubieran podido aportar los testimonios
clave. Así pasaron funcionarios como Carlos Ruckauf, que en su carácter de canciller aclaró que
ningún embajador del Grupo de los 7 había presentado ninguna queja respecto al presunto pedido
de pago para evitar la sanción de una ley, mientras que por otro lado el juez Claudio Bonadío
disponía allanar la Asociación de Bancos Argentinos, la Asociación de Bancos Privados de la
República Argentina y las sedes centrales del HSBC, el Citibank y el BankBoston, en busca de
presuntas pruebas.
La propia Cristina y su colega radical Eduardo Moro declararon ante Bonadío en la causa,
aunque la santacruceña no podía ocultar su escepticismo sobre el avance de la investigación:
“Aquí nadie habla y los banqueros guardan silencio”, recalcó.
Malvina Seguí se convertía en tanto en una de las más tenaces motorizadoras de la
investigación. De sospechosa pasó a ser mascarón de proa de la investigación, hablando de “un
pacto de silencio” entre legisladores y banqueros. Y cuando el ministro de Economía Roberto
Lavagna, ante una pregunta de Cristina, reveló en la Comisión de Asuntos Constitucionales que
dos o tres meses atrás había sido invitado a comer con el señor Carlos Bercún -sindicado como
lobbista del Congreso, que cumplía el doble rol de asesorar al Ministerio de Economía por 20.000
pesos mensuales y a banqueros privados-, Seguí no pudo ocultar una sonrisa de satisfacción.
- ¿Y dónde se hizo esa cena? -repreguntó Kirchner.
- Creo que en la calle Hipólito Yrigoyen al 1500...
- ¿Pero ahí no está la consultora de Bercún?
- Ah, la verdad que no sabía. Es que el encuentro lo armó (el senador) Verna, para discutir
sobre la situación financiera del país.
La investigación puso en la mira de la Justicia a Bercún y a su consultora, CB & Asociados,
tras haberse determinado su asesoramiento a banqueros al tiempo que figuraba en planta
permanente del Ministerio de Economía. Las investigaciones establecieron que ese influyente
personaje mantenía jugosos contratos no sólo con el Palacio de Hacienda, sino también con el
Banco Central, el Citi y la Asociación de Bancos Argentinos, con lo cual reunía 70.000 pesos
mensuales por informar a distintos empleadores -a veces con intereses contrapuestos- sobre el
trámite de proyectos económicos y la predisposición de los bloques a sancionarlos o no.
“Es una vergüenza que este hombre atendiera de ambos lados del mostrador”, reflexionó la
senadora catamarqueña Marita Colombo.
- A Bercún le renovaron el contrato en abril, antes de que yo llegara al ministerio -se defendió
Lavagna.
- Tengo papeles que demuestran que Bercún fue confirmado como asesor en junio -atacó Seguí.
- Es que en esa fecha entró en vigencia la resolución de abril, no se equivoque. Yo no
recomendaría una contratación de esta naturaleza si tuviera que hacerlo, porque no le encuentro
razón.
La investigación llevada a cabo por Asuntos Constitucionales dejó expuesto el entramado que
había en el Congreso con ciertos lobbistas como Bercún, que tenían un trato directo con los
resortes de decisión del Congreso y ciertos sectores del Poder Ejecutivo.
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“Esta es una red; empecemos por él, pero hay más Bercunes dando vuelta que trabajan con el
núcleo del poder en la Cámara”, destacaría más tarde Seguí.
Bercún tenía no sólo vinculación con Verna, presidente de la estratégica Comisión de
Presupuesto y Hacienda de la Cámara alta, sino también con Ricardo Branda, quien pasó del
Senado al directorio del BCRA, Augusto Alasino y tantos otros. También tenía sus ramificaciones:
Héctor Rincón, mano derecha de Bercún, estaba contratado por el Banco Central y adscripto en el
despacho del senador Verna.
La investigación puso en evidencia además la necesidad de que se regulara y se transparentara
la actividad, en función de lo cual Asuntos Constitucionales emitió un dictamen para la creación
por ley de un registro de lobbistas. Y en el marco de la ronda de visitas de funcionarios a la
comisión para hablar de los contratos del gobierno con Bercún, cuando fue el turno del entonces
ministro de la Producción del gobierno duhaldista, Aníbal Fernández, se dio un contrapunto con
Cristina, al responderle el funcionario con fastidio: “No me rete, que no soy un chico”. Sin duda
unos meses más tarde -convertido Fernández en defensor oficial de las políticas kirchneristas- esa
reacción hubiese sido impensada.
Finalmente le tocó el turno al senador Verna de hacer sus aclaraciones ante la comisión, donde
trató de minimizar la importancia de su relación con el lobbista.
- Soy amigo suyo, pero no tengo relación comercial alguna con él. Bercún es una fuente
calificada por su información política y económica. En el último tiempo hablé varias veces con
Bercún, porque la verdad que tiene sabrosa información de la interna del bloque peronista de
Diputados y tiene muchos contactos afuera que permiten conocer la visión desde el extranjero de
los asuntos locales -señaló en el marco de un discurso en el que trató de bajarle el perfil al
consultor.
- Nadie de los que están aquí sentados puede creer que se le paguen 25 mil pesos a alguien por
ese tipo de informes -le aclaró Cristina, nada convencida como el resto de la comisión.
Siempre con los ojos críticos con los que se consideraba a la rebelde Cristina, muchos
compañeros del bloque no estaban nada convencidos de la persistencia de esa investigación, a la
que críticamente y por lo bajo se animaban a llamar “el reality show de Cristina”. Por supuesto que
jamás se animaron a decirlo delante de la santacruceña, aunque sí a aplaudir al pampeano Carlos
Verna cuando terminó de dar su testimonio en Asuntos Constitucionales.
Verna era considerado por Fernández de Kirchner uno de los enemigos, y a la hora de las
conclusiones dejó bien claro que la única obstrucción que el trabajo había encontrado era la de la
Comisión de Presupuesto que encabezaba el pampeano. Esas conclusiones pusieron en el centro
del debate el papel jugado por el lobbista Bercún, el rol de Verna y el desempeño del entonces
presidente del Banco Central, Aldo Pignanelli, cuyo testimonio ante la comisión fue considerado
obstructivo. Así como les quedó claro el ocultamiento hecho por los banqueros.
¿Pero hubo o no un pedido de coimas? Lo que a Cristina le quedó fue la certeza de que “hay un
entramado en el que como mínimo hay posible tráfico de influencias, mal desempeño y tal vez
incumplimiento de los deberes de funcionario público”.
Para la senadora, lo denunciado por Thomas Catán pudo haber existido, pero también era
posible que “a través de la asociación del banco HSBC con el Financial Times, los artículos hayan
constituido una forma de presión, ya que en este caso ha quedado claro que algunas leyes se
construyen de la misma manera que se construyen algunas noticias”.
- En la Argentina no se conoce lo que no se quiere conocer -enfatizó ante Página 12 en
diciembre de 2002-. La corrupción no podría subsistir si no existiese un trípode cómplice entre el
poder privado, el poder político y la Justicia.
- Más allá del caso, ¿a qué conclusiones políticas llegó? -le preguntó el periodista Eduardo
Tagliaferro.
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- En la Argentina, donde las noticias duran dos o tres días, la mayoría apostó a que un nuevo
escándalo taparía este. Con la reforma laboral de la Alianza parecía que eso sería lo último que
podría ocurrir. Estamos frente a una sociedad de memoria mediática y no veo a las instituciones
dispuestas a replantearse a sí mismas. Más bien veo que estamos frente a un suicidio institucional.
Los dirigentes apuestan a que todo pase, y si no, igual todo será tapado por la próxima pelea entre
Menem y Duhalde. Hay mucha debilidad institucional, pero también mucha debilidad social.
La expulsión que no fue
Habrá que decir que Luis Barrionuevo hizo sobrados méritos para ganarse un lugar de
privilegio en el rincón del odio que Cristina alimenta con fervor. Poco afecto a decir otra cosa que
lo que su pasión le marca, el líder gastronómico no digirió jamás la decisión de Eduardo Duhalde
de bendecir como candidato oficial a Néstor Kirchner y jamás lo ocultó.
“Mi referente es Duhalde, mi candidato es Duhalde, no Kirchner. No me lo banco a Kirchner”,
estableció Barrionuevo, siempre poco afecto a los eufemismos.
Nada le faltaba al verborrágico dirigente para ganarse la inquina de los Kirchner. Porque una
cosa era integrar parte de la política a la que los K decían enfrentar, y otra confrontar abiertamente
como Barrionuevo lo hacía. Pero todavía haría muchas otras cosas como para ganarse la aversión
eterna fundamentalmente de Cristina.
Aunque muchos sostienen que en realidad los Kirchner deberían estarle agradecidos al
sindicalista que con sus actitudes logró servirle en bandeja a Cristina -bien lógico, viniendo de un
gastronómico- una nueva oportunidad de lucimiento personal que podía sumar a su papel en el
caso “Coimas II” protagonizado recientemente. Pero ahora con más valor, por la envergadura de la
pelea, lo oscuro del personaje con el que a Cristina le tocaría confrontar, y por tratarse de un
decisivo período preelectoral.
Barrionuevo estaba empecinado en convertirse en gobernador de Catamarca y los más sólidos
encuestadores aseguran que lo hubiera podido lograr, de haber participado en el primer turno del
cronograma electoral provincial del año 2003. Respaldaban esos datos un importante despliegue
de medios con los que había contado Barrionuevo para la campaña, así como la fuerte contribución
lograda en materia de planes sociales a través de la concurrencia su esposa, Graciela Camaño,
entonces ministra de Trabajo de Duhalde. Pero el hombre encontró insalvables obstáculos
fundamentados en la Constitución provincial, que le exigía un tiempo de residencia en la provincia
que él no tenía para poder ser candidato.
Lejos estuvo de resignarse a aceptar la decisión, e insistió hasta el final, presentando recursos
que llegaron hasta la Corte Suprema. Las autoridades locales del Frente Cívico sabían que
Barrionuevo sería un adversario temible en las urnas y realizaron la elección tal cual lo previsto,
sin dar lugar a una postergación, ante lo cual el senador justicialista se consideró proscripto y
actuó en consecuencia...
Lo que siguió fue una elección escandalosa, en la que los partidarios de Barrionuevo
prohibieron el acto electoral en algunas escuelas y hasta quemaron urnas. Las bochornosas
imágenes recorrieron el mundo, remedando a Macondo, y el coletazo obligado se dio en el Senado,
donde reclamaron la expulsión de Barrionuevo. Pero éste, a quien poco le interesaba la banca ya
que su mandato vencía a fines de ese año, no estaba dispuesto a ser vencido.
Previsiblemente, Barrionuevo encontró en Cristina Kirchner a una crítica más feroz que sus
propios colegas catamarqueños, por lo que reaccionó fiel a su naturaleza: “Que alguien le diga a
Duhalde que le baje línea al candidato que apaña, porque si sigue mandando a pegarme voy a salir
a mostrar unas carpetas comprometedoras”, disparó en una reunión del bloque en la que no estuvo
Cristina, quien estaba volviendo de Tucumán, donde estaba haciendo campaña, para participar de
la sesión de esa tarde.
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En su lugar estaba el senador Nicolás Fernández, quien en representación del pensamiento K
había sido el único legislador del bloque que había cuestionado la actitud de Barrionuevo en la
frustrada elección. Acababa de hablar cuando el sindicalista lanzó su advertencia.
La idea original del bloque era proteger a Barrionuevo y negar el quórum para que fracasara la
sesión de la tarde, pero la propia Cristina había llamado al presidente provisional del Senado, José
Luis Gioja, para anticiparle que independientemente de lo que decidiera el PJ, ella bajaría a dar
quórum para pedir la expulsión de Barrionuevo.
Cuando Cristina llegó al Congreso recibió de su colega santacruceño un pormenorizado
informe de las discusiones del mediodía y, sobre todo, la amenaza de Barrionuevo. “Decile a
Cristina que no tengo problemas en que diga lo que quiera, pero que se atenga a las consecuencias:
tengo copias de los cheques con los que se paga la campaña de Néstor Kirchner, que me gustaría
dar a conocer después de que ella hable”, había dicho en tono amenazante.
Un insólito corte de luz en el recinto cuando comenzaba a tratarse el tema Catamarca en el
Senado le puso un marco ideal al bochorno. Lo curioso fue que el corte tuviera lugar sólo en la
Cámara de Senadores y no en Diputados, pero al cabo del mismo la sesión sólo se convirtió en un
interminable cruce de acusaciones.
Cristina aclaró que no compartía el criterio de Barrionuevo de ponerse en víctima. “No
comparto el criterio de la proscripción -recalcó-. Jamás el hecho de que no se cumpla con un
requisito en la Constitución para ser gobernador puede visualizarse como un acto de proscripción.
Supongamos que Barrionuevo tenga razón y que hubo proscripción. ¿Cuál fue la actitud histórica
del peronismo frente a las proscripciones en serio que hemos sufrido? ¿Interrumpir los actos
electorales? ¿Quemar y patear todo? ¿Impedir que los argentinos votaran? ¡Jamás! La conducta
histórica del peronismo fue expresar de cualquier modo la voluntad popular, y que ésta se
conociera. Voto en blanco, voto a Frondizi, voto a partidos alternativos”.
El caso pasó a la Comisión de Asuntos Constitucionales que volvía a presidir Cristina
Fernández de Kirchner, donde la primera prueba presentada contra Barrionuevo fue un video
proporcionado por el bloque del Frente Cívico catamarqueño en el que se podía ver la violencia
desatada en las frustradas elecciones del 2 de marzo y en los días previos. Y su proyección fuera
de programa fue un anticipo de que en esa comisión podría haber dictamen de mayoría
recomendando la expulsión del catamarqueño. El bloque, en tanto, mantenía la idea de dejar
avanzar la cuestión en comisión, pero impedir la exclusión en la Cámara alta.
El sindicalista contraatacó presentando su propio video de los hechos, en el que mostraba la
publicidad utilizada por el Frente Cívico en el que, según él, se alentaba el desenlace violento, así
como podía verse la pasividad de la policía provincial y las escuelas vacías de votantes. Pero amén
del video, volvió con sus amenazas: “Voy a decir quiénes son cada uno de mis acusadores, quién
es Cristina Kirchner, quién Baglini”, amenazó. Luego insistió en que no le importaba su banca en
el Senado, pero no lo iban a echar en el medio de la campaña: “Voy a pelear hasta el final”.
Tras ver el video, varios oficialistas se convencieron de que las urnas quemadas no eran las de
la elección, sino las de la interna, como si con ello Barrionuevo pudiera ser exculpado. Pero a
pesar de la decisión de sostenerlo, muchos integrantes de su bloque tenían resistencias que no
pasaban por lo ético o lo moral, sino por ser candidatos en sus provincias, y estaba claro cual era el
veredicto de la sociedad.
- ¿Y si sólo lo suspendemos, en vez de echarlo? -sugirió un imaginativo integrante del bloque
justicialista.
- Estás loco... No podemos darle un chirlo en la cola y listo -le aclaró un colega.
En ese marco, la única decisión adoptada sobre el presidente de Chacarita fue llamarlo a
silencio. Barrionuevo seguía insistiendo con mostrar las carpetas sobre Kirchner, lo cual no sólo
afectaba su situación, sino también la del candidato presidencial de Duhalde.
200
- Tenés que parar con lo de las carpetas, ¿entendés? -le dijo un influyente compañero de
bloque-. Armate en cambio una buena defensa para la Comisión de Asuntos Constitucionales y
para el recinto. Y es más, si no vas a la comisión, mejor, pero atacar a Kirchner en vez de darte
rédito te deja como un chantajista.
Barrionuevo finalmente hizo caso. Con la promesa de que sólo lo defenderían si se callaba la
boca, no sólo dejó de amenazar con lo de las carpetas, sino que eludió su presencia en la comisión
-“no les dio el gusto de hacer un show con él”, explicó uno de los senadores que le aconsejó
ausentarse-, mandando en cambio su defensa, fundamentada en una misiva y 16 carpetas con
recortes.
En su alegato acusaba al oficialismo catamarqueño de “incitación a la violencia colectiva” y al
Frente Grande por “la supuesta decisión de convocar públicamente al robo de urnas”.
“No atenté contra la democracia, no di ninguna orden para alterar el orden, no desacaté ninguna
decisión judicial, no existieron grupos armados, no contraté grupos marginales, no se quemaron
urnas, no soy responsable de la protesta cívica”, señaló Barrionuevo en su escrito.
Pero las carpetas le dieron a Cristina otra posibilidad de lucimiento. Es que la santacruceña
descubrió que en algunos papeles de las mismas había material que la propia comisión le había
mandado a los defensores del senador.
- A lo mejor nos enviaron estos papeles por equivocación -sugirió la senadora con ironía.
Igual, la presidenta de Asuntos Constitucionales se llevó una derrota, al votar 8 de los 15
integrantes de la comisión a favor de que se convocara al ministro del Interior, Jorge Matzkin, cosa
que la santacruceña rechazaba.
El ministro defendió al catamarqueño hablando de responsabilidades compartidas. “No estoy
justificando lo ocurrido, estoy en contra de toda actitud violenta, pero trato de comprender”, dijo,
argumentando que la legitimidad de esos comicios estaba viciada por la imposibilidad de
participación del candidato justicialista. Es más, agregó, no le constaba la participación de
Barrionuevo en los hechos de violencia que le imputaban.
La estrategia de marketing de Barrionuevo parecía haber sido diseñada por Frankestein. Si algo
le faltaba para ganarse el rechazo general, sus partidarios se ocuparon de lograrlo al atacar a
huevazos a Cristina en Catamarca.
Ya al llegar al aeropuerto Felipe Varela, la senadora junto a su reducida comitiva advirtieron el
clima hostil. Alrededor de veinte mujeres se habían reunido a esperarla con carteles contra ella y
su esposo, y para evitar contratiempos los metieron en un auto y se los llevaron por otra salida.
Su presencia ya había sido rechazada por un comunicado de repudio emitido por las 62
Organizaciones locales, en la que se calificaba a Cristina como “soberbia” y “pseudo peronista”, y
se le espetaba: “Llévese de Catamarca nuestro desprecio y el deseo ferviente de que se aleje del
peronismo y de los peronistas, por el bien de quienes realmente amamos a Perón y Evita”.
Una vez en la ciudad, se encontraron en dos esquinas con piquetes muy agresivos que
intentaron que cerrarles el camino lanzándole huevazos a la camioneta en la que iban. Finalmente
llegaron a la Casa de Gobierno provincial, cuya entrada está a mitad de cuadra. El vehículo sorteó
una de las vallas y bajó a sus ocupantes, quienes tuvieron que emprender una veloz carera por las
escalinatas, porque la gente tiraba huevos desde la valla.
“Lo malo es que no estaban tan lejos como para que no llegaran los huevazos, y un par nos
pasaron cerca de las cabezas”, recuerda el vocero de Cristina, Diego Buranello.
En la Casa de Gobierno catamarqueña se realizó una reunión con el gobernador, Oscar Castillo,
el candidato Eduardo Brizuela del Moral y la senadora Marita Colombo, quienes se habían hecho
eco de la tensión que había en la ciudad. “Es que no estaban acostumbrados a ver esa metodología
de intimidación, muy bonaerense, muy de barrabrava de Chacarita...”, estimó Buranello.
201
Así las cosas, se suspendió una conferencia de prensa prevista en otro ámbito y la misma se
realizó en la propia gobernación, habida cuenta que en otro sitio podría haber incidentes. Cristina
debió cambiarse allí mismo, ya que por razones de seguridad se le sugirió no ir al hotel.
De ahí salieron hacia el lugar del acto, adonde entraron rodeados por la policía, mientras un
grupo de mujeres insultaba a Cristina. Dentro del lugar previsto para la reunión las cosas parecían
controladas. Sin embargo, al comenzar a hablar la esposa del candidato presidencial, tres o cuatro
mujeres se pararon en las primeras filas y sacaron carteles en su contra. “Cristina hija de puta”;
“Kirchner ladrón”; “Barrionuevo gobernador”, alcanzó a leer la santacruceña antes de que
comenzaran a arrojarle huevos.
Esta vez sí un par alcanzaron a pegarle. Igual, ella siguió hablando y afirmó con énfasis que “si
las balas de la dictadura no nos pudieron parar, menos nos van a parar las patotas de los mafiosos”.
“Quiero que todo el país sea como Santa Cruz, donde salgo a la calle, nadie me dice nada, nadie
me arremete, más allá de las ideologías o porque piense distinto a ellos”, agregó.
Deliberadamente los ataques siempre estuvieron a cargo de mujeres. Y afortunadamente nadie
reaccionó enfrentándolas durante el acto, cosa que tal vez hubiera sido el objetivo de la agresión.
Pero ahí no terminó todo, al menos para quienes acompañaban a Cristina. Un auto se llevó a la
senadora, mientras que su vocero y el fotógrafo que la acompañaba quedaron abandonados en el
lugar.
“La verdad es que empezamos a ponernos nerviosos, porque nadie nos venía a buscar y la cosa
se estaba poniendo pesada -recuerda Buranello-. Estábamos en la puerta, esperando, y de pronto
nos empiezan a putear, y se empiezan a acercar cada vez más”.
Como en las películas, cuando ya estaban rodeándolos, los insultos eran cada vez más fuertes y
estaban por comenzar los golpes, llegó el auto salvador y lograron escapar. El vehículo se llevó la
peor parte: algunos abollones y los espejos rotos.
Independientemente de esos hechos, la Comisión de Asuntos Constitucionales juntó 9 firmas
sobre 15 para exigirle al Cuerpo la expulsión de Barrionuevo, en un dictamen que indicaba que
habían llegado a “la certeza de que su grave desorden de conducta ha empañado la imagen y la
dignidad de este cuerpo ante toda la sociedad”.
Pero era una decisión tomada. En el bloque justicialista existían los votos suficientes para
resguardar al catamarqueño, conforme deseaba el gobierno, que había debido enfrentar el dilema
de avenirse a los deseos de su candidato -Kirchner había asegurado que si se expulsaba a
Barrionuevo ganaban la elección- o reconocer al sindicalista como un aliado del gobierno cuya
ministra de Trabajo era esposa de éste. Y así fue como se decidió pagar los costos políticos
necesarios para defender al gastronómico.
“No estamos ante una actividad jurisdiccional. Reiteradas veces lo hemos sostenido: no se trata
de un juicio en los términos de procedimiento. Significa, simple y sencillamente -y nada más y
nada menos- que la aplicación de las facultades que el Cuerpo tiene frente a la conducta indigna de
algunos de sus miembros”, señaló Cristina en un pasaje de su largo discurso, en el que rechazó los
argumentos de proscripción esgrimidos por Barrionuevo: “No puede hablarse de proscripción,
porque estamos ante un requisito que marca la Constitución. Pero supongamos que una
Constitución marcara un requisito de credo, raza o religión; allí sí podríamos estar ante un planteo
de inconstitucionalidad por violación de pactos internacionales que, a partir de la reforma de 1994,
constituyen y tienen rango constitucional en la República Argentina; pero no estamos ante un
requisito de credo, raza o religión. Estamos ante un requisito común a doce constituciones
provinciales en materia de residencia o edad”.
- ¡Desafío a todos y cada uno de los senadores de este Cuerpo a que se instale una televisión
para que miren las imágenes de Catamarca, que lo escuchen a José Luis Barrionuevo incitando a la
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población a rebelarse, que iban a votar en las urnas en las unidades básicas! ¡Los desafío a que
miren esas imágenes, a que escuchen esas palabras, y después podrán decir a todos y cada uno de
los ciudadanos argentinos que José Luis Barrionuevo no tuvo nada que ver en lo que pasó en
Catamarca y que es digno de seguir sentándose aquí, junto a todos nosotros, exigiéndole al resto de
los ciudadanos que respeten las leyes y a las autoridades, cuando precisamente uno de los
miembros de este Cuerpo no lo hace! Si estoy tan equivocada, si tiene tanta falsedad lo que digo,
los desafío a que veamos las imágenes y que escuchemos las propias palabras de un par y lo que se
dijo en este país, en la provincia de Catamarca. Si después creen que tienen razón, voten como les
parezca y de acuerdo con sus convicciones.
Nadie quiso ver una vez más los videos. Y la votación, al cabo de 12 horas de discursos, mostró
a un justicialismo dividido, ya que ocho senadores del PJ -alineados con Kirchner, Rodríguez Saá,
De la Sota y Reutemann- votaron junto a la oposición y los provinciales para expulsarlo. Los votos
en ese sentido fueron 37, diez más que los que optaron por salvarlo, pero seis menos que los
necesarios para los dos tercios que hubieran dejado al gastronómico fuera del Senado.
“En ningún momento tuve temor por estas acusaciones; confié en mis pares, que me conocen dijo sonriente y triunfante Barrionuevo tras conservar su banca- Lo que Cristina Kirchner quería
era unos votos más para su marido”.
La senadora, en cambio, se quejaba amargamente: “Se perdió una oportunidad muy grande. Si
el Senado anterior es recordado como el de la Banelco y el de Cantarero, éste será recordado como
el del escándalo Barrionuevo. Vi a muchos senadores que le temen, otros que privilegiaron el
espíritu del cuerpo; en mi caso, no le tengo miedo. Lo más grave de la decisión de mis pares es que
Luis Barrionuevo se llevó puesto el Senado. Sucede que en Argentina hay una corporación política
y ese es el drama central de esta democracia”.
Barrionuevo, episodio II
Una vez salvada su banca, Barrionuevo proclamó su adhesión a la candidatura de Carlos
Menem. Desafiante y con la alegría fresca por lo que consideraba una victoria sobre los Kirchner,
lanzó una arenga: “El flaco Tristán -dijo, aludiendo al santacruceño- quiere ser el presidente de los
argentinos. Y junto a su esposa, la senadora Cristina Fernández, han traicionado al peronismo. No
podemos apoyar a quienes han decidido en plena crisis llevar los dólares de la provincia fuera del
país. Con los traidores no podemos compartir, ni menos coincidir”.
Mas la adhesión de Barrionuevo a Menem poca gracia hacía en el bunker menemista, viniendo
de quien concentraba tan bajos niveles de imagen en los distritos donde más necesitaba el riojano
imponerse. Para Kirchner, en cambio, la confrontación con Barrionuevo había sido todo ganancia
y le había permitido a Cristina lucirse claramente y establecer a su esposo como un candidato que
venía a combatir a impresentables como ese sindicalista.
Hay quienes afirman que el encono verdadero de Cristina Fernández con Barrionuevo viene en
realidad de cuando en plena campaña el sindicalista definió a su esposo como un perro muerto al
que los intendentes bonaerenses sacaban a pasear. Pero en rigor de verdad, no es Barrionuevo el
dueño del copyright de esa frase, sino el intendente Hugo Curto.
“Sí, pero él también lo dijo”, aclaró un kirchnerista que comparó lo del perro muerto con el
“corralito”, término cuya autoría se disputan los periodistas Marcelo Bonelli y Antonio Laje. En
cambio, lo del “perro muerto” no es una frase que reclame el intendente de Tres de Febrero, quien
paradójicamente luego sería uno de los dos intendentes del Conurbano -junto a Julio Pereyra, de
Florencio Varela- de mejor llegada al presidente Kirchner.
Perdido por perdido, Barrionuevo reivindicó a Carlos Menem a poco de haber asumido
Kirchner como presidente: “Menem es más capaz que Kirchner. En la cancha se ven los pingos y
gobernar Santa Cruz no es gobernar la Argentina”.
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- ¿El presidente Kirchner y su esposa lo ofendieron?
- Kirchner no. La senadora sí. Ella quiso hacer política con mi cuero. Me quiso poner en la parrilla
en una alianza con el Frente Cívico de Catamarca.
Tal vez no imaginaba Barrionuevo que Cristina tendría otra oportunidad para ponerlo a él en la
parrilla del recinto del Senado, esta vez con el PAMI como excusa.
De hecho, lo había anticipado ella misma meses antes, durante la campaña de su esposo: “Si
somos gobierno, vamos a cumplir lo que prometió la Alianza y no cumplió: eliminar del PAMI los
negociados que Barrionuevo hace a través de su gente en la obra social. Vamos a revisar todos los
nuevos nombramientos”.
Liquidar a Barrionuevo era una decisión tomada en los primeros días de la asunción de
Kirchner. Es más, la decisión de darle el Ministerio de Trabajo a Carlos Tomada, un hombre
cercano a los gordos de la CGT, venía atada con otra idea acordada con esos sectores: terminar con
Luis Barrionuevo, el único gremialista de peso que había apoyado a Menem durante la campaña.
Y ya se sabe que Kirchner es un hombre de cumplir sus revanchas; decisión extendida por ejemplo
a los gobernadores que le retacearon apoyo.
En octubre de 2002, cuando la posibilidad de ser presidente era poco menos que una utopía,
Néstor Kirchner anticipó que a su eventual gobierno se lo iría viendo cada 30 días. “Usted tiene
temas muy fuertes que hay que resolver; el que quiera arreglar lo del PAMI, lo puede hacer con un
decreto y después hay que aguantar -adelantó-. Hay que volver a recuperar la renta en salud más
importante de toda Latinoamérica. Si se sienta a negociar con los mismos actores, va a pasar lo
mismo de siempre”. A buen entendedor...
Así como Cristina marcaba a sus enemigos de entrada, el presidente Kirchner estableció un
grupo de antagonistas inmediatamente después de asumir, rubro en el que fueron incluidos la
cúpula militar, el ministro Nazareno, las privatizadas y el inefable Luis Barrionuevo. Por ese rubro
pasó fugaz, pero cruentamente, el vicepresidente Scioli, cuyos movimientos de cintura le
permitieron sobrevivir y salir de esa peligrosa categorización.
De Barrionuevo se encargaría expeditivamente y tal cual él y su mujer lo habían anticipado a
través de las menciones citadas. De su ambición de ser gobernador se ocuparía primero la Justicia,
no habilitando su candidatura; después el Frente Cívico venciendo a su hermana; y en el futuro, el
PJ local. De su poder sindical comenzaría a ocuparse echando a uno de los suyos -Reynaldo
Hermoso- del PAMI.
Fue la revancha deseada por Cristina Kirchner, quien monitoreó desde el Senado la sanción de
la facultad para intervenir el PAMI. Fue la primera vez que habló en el recinto en nombre del
gobierno, y lo hizo en la primera pelea legislativa que la administración kirchnerista se planteó tras
su llegada al poder.
Barrionuevo, un adversario de fuste, había anticipado su resistencia a la intervención del PAMI,
precisamente diciendo con ironía que su canción preferida era “Resistiré”. Pero no la cantó en el
recinto, cuando el gobierno tenía asegurado los dos tercios para imponer su decisión.
“Yo no tengo ninguna pelea con el Presidente, porque quiero que le vaya muy bien. Yo tengo
un gremio con 200 mil trabajadores y voy a ser gobernador de Catamarca, y quiero que al gobierno
le vaya bien”, dijo en cambio en un discurso en el que sin leer una sola línea dejó claro que
dominaba el tema PAMI perfectamente. “A mí se me presenta como el capo mafia que tengo que
ver con todas las instituciones. Yo no pongo ni saco a nadie. Yo no dirijo ninguna institución,
salvo donde me votaron para ello”, sostuvo.
Cristina debutaba en su doble rol de senadora y primera espada presidencial en el Congreso. Y
lo hacía en pleno período de adaptación a su nuevo rol de primera dama, lo cual le había valido
una disfonía producto de la somatización de su situación.
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Disfónica como nunca, pero con aires de guerra como siempre, se despachó a gusto contra su
rival sin siquiera nombrarlo: “Esos mamarrachos o payasos emblemáticos amenazan porque han
sido laxas las instituciones con ellos”.
Responsabilizó a políticos, sindicalistas y empresarios por la actual situación del PAMI y
remarcó que “la política pagó todos los costos, pero el grueso de la torta se lo llevaron los que son
los dueños de las grandes empresas. Por dos monedas, por diez, o por veinte, han tirado la honra
de la política a los perros”.
“Desde la política vamos a recuperar la dignidad perdida. Es una cuestión de vida o muerte”,
prometió con su voz entrecortada y no excluyó de las críticas a sus pares: “Se llegó a escuchar en
los pasillos del Parlamento que se cambiaba la no revisión de las cuentas de la Universidad de
Buenos Aires por la no revisión de las cuentas del PAMI”, aludiendo a un toma y daca entre
radicales y peronistas.
“¡Nosotros no transigimos!”, remarcó con énfasis, para concluir con la misma fuerza y
hablando, como siempre, en nombre del gobierno: “No venimos para seguir haciendo lo mismo”.
El silencio que acompañaba sus palabras parecía ser una concesión hacia su disfonía, aunque en
realidad era una muestra del nuevo tiempo que se imponía, en el que el resto de los senadores ya
no cuchicheaban mientras ella hablaba, ni se iban, y las cámaras de televisión seguían sus
movimientos atentamente, como si se tratara de lo que en realidad era: la primera senadora.
La cabeza de la Corte
Una de las demandas más fuertes de los cacerolazos apuntó hacia la Corte Suprema de Justicia,
razón por la cual, con la esperanza de poder satisfacer así alguno de los múltiples reclamos que
hacía la clase media, el entonces presidente Duhalde se ilusionó con impulsar una recomposición
del Tribunal. Pensó entonces en reducirlo de 9 a 5, o bien promover el juicio político a sus
miembros, ponerlos en comisión o pedirles la renuncia. De todas esas posibilidades, se quedó con
la del juicio político y, convencido con contar con una mayoría abrumadora para ese fin, fue por la
cabeza de los cortesanos.
Duhalde no sabía entonces contra qué se enfrentaba, pero no tardó en tomar conocimiento de
ello, cuando el Tribunal Supremo le dio señales suficientes de que haría lo indecible por su
supervivencia, e incluso era capaz de tumbar a ese gobierno con decisiones tales como retrotraer la
pesificación. Espantado, el presidente provisional quiso volver sobre sus pasos, lo que representó
una soberana muestra de desprolijidad institucional y dejó al descubierto a legisladores que un día
dijeron una cosa y de pronto tuvieron que salir a buscar palabras para retrotraer sus dichos.
En la Cámara baja el juicio a la Corte fue conducido por un soldado kirchnerista como Sergio
Acevedo, en su condición de presidente de la Comisión de Juicio Político. Por su lado, la senadora
Kirchner se cuidó muy bien de evitar cualquier posibilidad de recusación. Así, mientras en la
Cámara baja llovían las diatribas contra los integrantes del desprestigiado tribunal, ella se mordía
los labios cada vez que le preguntaban sobre la Corte. Es que los diputados, como acusadores,
podían hablar sin reparos, mientras que los senadores actuarían a la hora de juzgar a los ministros
de la Corte y de tal manera no podían anticipar sus actitudes, aunque estuviese más que claro lo
que querían.
Cristina ya pensaba en la necesidad imperiosa de “oxigenar” la Corte en esos primeros días de
enero de 2002, cuando los argentinos vivían sus días más críticos y en ese marco ella recuerda
haber sido reconocida en una farmacia porteña, e interrogada prestamente sobre qué harían con
“esa Corte”. Ella entonces intentó dar una señal de esperanza.
Duhalde fue por todos los miembros de la Corte Suprema y ese fue otro signo de desprolijidad,
visto desde el exterior como un despropósito. Hasta el Fondo Monetario, que por entonces tenía al
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gobierno duhaldista tomado del pescuezo, planteó su inquietud por cómo se había manejado el
juicio.
Horas antes de asumir como presidente, Néstor Kirchner anticipó su decisión en la materia:
“Esta vez no va a haber impedimentos para activar los juicios, como corresponde, si hay
denuncias”, diría en el programa Día D.
Atento al nuevo clima político que se avecinaba, el presidente de la Corte, Julio Nazareno,
decidió marcarle la cancha de entrada, tal cual lo había hecho con todos los anteriores gobiernos.
El mensaje que envió al Ejecutivo pretendía dejar claro que nada había cambiado y que ninguno de
los miembros del Tribunal estaba dispuesto a dejar libre una vacante siquiera, como para que
Néstor Kirchner tuviera la oportunidad de tener al menos un magistrado de su signo. Sabía
también la Corte de la fragilidad extrema con la que asumía el nuevo gobierno, con apenas el 22%
de los votos obtenidos y un oficialismo fragmentado por haber concurrido a las urnas con tres
candidatos.
Así las cosas, bloqueó el fallo sobre la validez de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final
como para tener margen para negociar con la nueva administración, mientras en el Parlamento
comenzaban a moverse nuevamente las acciones contra el ministro Carlos Fayt -cuestionado por
no haberse excusado al momento de emitir un fallo sobre el corralito, a pesar de tener una cuenta
bancaria en dólares-, el cual había sido postergado hasta después del cambio de gobierno.
Fue ahí que el ARI redobló la apuesta y reimpulsó el enjuiciamiento contra el titular del
Máximo Tribunal, Julio Nazareno, encontrando cierta disposición de sus pares para emprender un
embate contra quien verdaderamente era un emblema del poder menemista dentro de la Corte.
Elisa Carrió motorizaba esa movida de la oposición y planteó sus posibilidades de éxito diciendo:
“Creo en la figura del arrepentido parlamentario. Espero que los que ayer votaron la impunidad de
la Corte hoy respalden el juicio”.
Surgieron así versiones de que Nazareno, acorde a los nuevos tiempos que corrían, daría por sí
solo un paso al costado. Si bien se supo que el abogado riojano había comenzado a especular
seriamente con su renuncia, sus pasos lo mostraron lejos de esa actitud: desechó una invitación del
Consejo de la Magistratura italiano para viajar a la península y se quedó en Buenos Aires para
enfrentar la coyuntura. En ese marco, Nazareno apareció públicamente con una inédita verborragia
planteando en tono desafiante que se iría cuando él lo dijera. Sólo entonces. Además, se peleó
públicamente con el ministro de Justicia, Gustavo Beliz, quien hablaba de lo saludable que sería
para las instituciones que algunos miembros de la Corte presentaran la renuncia, como “una señal
ejemplar de que se terminó para siempre con la Corte adicta”. Nazareno hizo trascender su
molestia por lo que consideraba una presión del gobierno por conseguir vacantes en el Cuerpo,
pero se limitó a contestarle a Beliz: “Ya no hay Corte adicta a nada. Hablar hoy de una Corte
adicta es un absurdo total”.
Y luego planteó: “Si ahora sacan a esa Corte, ¿usted qué se cree, que van a poner aquí a los
enemigos”.
En manos de la Corte todavía había un fallo con el que habían asustado al gobierno anterior y
estaban dispuestos a utilizarlo con la nueva administración. Se trataba de un tema que podría
convertirse en el primer dolor de cabeza que el Tribunal le daría al flamante gobierno. Era el caso
Lema, correspondiente a un ahorrista particular que demandó al Banco de la Provincia de Córdoba
por un depósito en dólares atrapado en el corralón; allí se cuestionaría la pesificación a 1,40 peso
por dólar que se había impuesto a los depósitos atrapados, reclamando la redolarización de los
fondos con los mismos argumentos utilizados a favor de la provincia de San Luis por una causa
similar. El caso podría causar un efecto cascada en la economía argentina.
Todo lo que se hablaba en la Corte llegaba a oídos del gobierno y el presidente Kirchner
recogió el guante. Lo que haría lo decidió en horas de la mañana con su círculo más íntimo integrado por supuesto por su esposa, Alberto Fernández y Carlos Zanini-, al cabo de una charla en
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la que el Presidente concluyó que las cosas así no podían seguir. En una medida controvertida, dio
una verdadera muestra de lo que sería su estilo usando por primera vez la cadena nacional para
salir a contestarle al presidente del Tribunal. Leyó un discurso belicoso que habían escrito Cristina
y el ministro de Justicia Gustavo Beliz y que muchos calificaron hasta de “patotero”. Allí le
reclamó a los legisladores la instrumentación urgente de los mecanismos que permitieran juzgar a
“uno o algunos” miembros de la Corte. “Pedimos con toda humildad, coraje y firmeza a los
legisladores que marquen un hito hacia la nueva Argentina preservando a las instituciones de los
hombres que no están a la altura de las circunstancias”, dijo, acusando a Nazareno de presionar al
gobierno, por lo que reclamó que “ante tentativas de presiones es que necesitamos de la ayuda del
conjunto de la ciudadanía”.
El Presidente acababa de abr la temporada de caza de los integrantes del Tribunal...
Nazareno eligió el camino de la confrontación, contestando que nunca había hablado con gente
del gobierno, que si el Presidente quería un plebiscito “que lo convoque”, y en una prendida ironía
aludió al fallo redolarizador que la Corte preparaba, diciendo que “es una de las cosas que tengo
que extorsionar”.
Un “dejate de joder” con el que cerró una nota ante periodistas sonó por lo menos poco
ortodoxo en boca del hombre situado en el más alto escalón de la Justicia en el país, y fue para
muchos condenatorio.
Aunque estaba claro que no le quedaban muchas opciones y que el camino del juicio político
sería raudo y expeditivo. Kirchner tenía abiertos ya varios frentes en pocos días de mandato: con
las Fuerzas Armadas, con Barrionuevo por el PAMI, y ahora con la Corte Suprema. Tan era así
que Elisa Carrió, que pocos días atrás había desempolvado el juicio a Nazareno, salió a poner
“cordura”.
“Se lo digo de todo corazón al Presidente: no hay que sembrar tantos vientos, porque se puede
cosechar demasiada tempestad -sugirió-. Yo creo en sus buenas intenciones, pero me parece que
necesitamos un poco más de moderación, lo digo yo que soy fuerte”.
Con el correr de los días, comenzaron a florecer en la comisión de Diputados numerosos
pedidos de juicio político contra Nazareno, quien anunció su disposición a hacer frente a la
embestida. Lo cual presagiaba un choque de campanillas, por cuanto Cristina Kirchner lo
aguardaba en el Senado.
Todo el mundo cayó en cuenta ahí de que sería nada menos que la primera dama quien oficiaría
de “jueza de instrucción” una vez que el proceso saliera de Diputados para ser tratado en la
Cámara alta. Es que la reducción de comisiones en ese Cuerpo, eternamente demandada y
tardíamente decidida en el Senado, había hecho que Asuntos Constitucionales absorbiera las
funciones de la desaparecida Comisión de Juicio Político, que con la creación del Consejo de la
Magistratura ya no tenía mayor razón de ser. Salvo casos excepcionales como el enjuiciamiento de
un miembro de la Corte -como ahora-, o del Presidente de la Nación.
Algunos pusieron el grito en el cielo, al caer en cuenta de que, en su condición, a Cristina le
correspondería juzgar a su propio esposo en el caso de que fuera sometido a un planteo de
destitución por mal desempeño de sus funciones. Pero eso era tan hipotético como lógico el
apartamiento de Cristina en ese caso. Cosa que no estaba dispuesta a hacer ahora, cuando esperaba
enfrentar cara a cara a Nazareno en la Cámara alta.
Bien podía Cristina Fernández haber perdido su lugar al frente de Asuntos Constitucionales el
año anterior, cuando se especuló con ese “castigo” luego de que los ocho rebeldes de entonces -a
los que encabezaba la santacruceña- quedaron en la mira por su actitud en la derogación de la ley
de Subversión Económica. Y esa decisión estuvo a punto de ser adoptada en el marco de la
reducción de las 47 comisiones de entonces a 25. Sin embargo no se aplicó el escarmiento por
sugerencia del propio presidente Duhalde, quien estaba más preocupado entonces por cerrarle a
Menem los caminos de retorno a la Rosada, y lo que menos quería entonces era despertar la ira de
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Cristina, que tan bien era conocida. Luego, cuando Kirchner fue bendecido como candidato,
Cristina se aseguró la permanencia al frente de Asuntos Constitucionales y en esa condición había
manejado el embate contra Barrionuevo, amén de la decisión de sus pares de protegerlo.
Mientras el juicio avanzaba contra Nazareno, en el Senado ya se consideraba su exclusión como
un mero trámite y se pensaban en los mecanismos sustitutorios que se aplicarían. Cristina
Fernández, estratega de toda esa movida, ideó la modificación del reglamento del Cuerpo,
incorporando el mecanismo de audiencias públicas previo a la aprobación de pliegos de los jueces
de la Corte, lo cual despertó elogios de propios y extraños. Hasta la oposición, pasmada ante la
ejecutividad presidencial, no encontró manera ni resquicio para oponer reparos a semejante
decisión.
A Nazareno se le resquebrajaba el frente interno: Juan Carlos Maqueda, el ministro de la Corte
que Eduardo Duhalde alcanzó a designar, presionaba al riojano para que diera un paso al costado.
Le reprochaba haber protagonizado “el grotesco de una sobreactuación mediática de baja calidad,
de lenguaje vulgar, chabacano y pendenciero, que arremete las buenas costumbres y pone en
riesgo el respeto por la cabeza del Poder Judicial”, según pudo saberse. La misiva dirigida a
Nazareno no utilizaba eufemismos: “Creo, junto a la sociedad toda, que usted debe dar un paso al
costado para preservar la imagen del Poder Judicial. Usted no me representa, he sentido vergüenza
ajena cuando vi el triste espectáculo de su presencia en los medios masivos de comunicación”.
Sin apoyo de sus pares, lo cual no le permitió sacar el fallo redolarizador que motorizaba -Fayt
comenzó a elaborar un borrador de un fallo más moderado, que se dejó trascender a través de los
medios- Nazareno no tenía poder ya ni siquiera para ascender a su hija Florencia al cargo de prosecretaria administrativa -sí había conseguido antes hacer lo propio con el novio de otra de sus
hijas-, y comenzó a analizar la posibilidad de irse antes del juicio político, imitando la actitud de
su amigo Carlos Menem, retirado de carrera antes del ballotage.
Y así lo hizo. Al día siguiente de presentar su descargo ante la Comisión de Juicio Político de
Diputados, le envió su renuncia al Presidente. En seis líneas alegó “razones de índole personal”
para alejarse del cargo.
“Puede ser que se termine definitivamente con una justicia que nos avergonzó a todos los
argentinos”, fue la opinión del presidente a poco de recibir la noticia telefónicamente cuando
viajaba en el Tango 01 rumbo a Trelew.
Julio Nazareno era un tema pasado y el Poder Ejecutivo se apresuró a designar a su
reemplazante, y la elección recayó en Eugenio Zaffaroni, un reconocido jurista elegido por la
propia Cristina -está claro que todo el rubro “renovación de la Corte Suprema” era materia suya-,
quien lo conocía desde los tiempos de la Convención Constituyente, donde había comenzado a
sembrar un vínculo con quien hora proponían para reemplazar a Nazareno. Zaffaroni había sido
convencional allí, llevado por Chacho Alvarez, quien había oficiado de padrino para su entrada a
la política. Como diputado porteño, había llegado a presidir el bloque del Frepaso en la Legislatura
de la ciudad de Buenos Aires.
Sería una voz diferente en el Tribunal Supremo, un hombre polémico por ciertos fallos como
juez y determinadas iniciativas como legislador -fue mentor del controvertido Código de
Convivencia Urbana de la ciudad de Buenos Aires-, pero su elección abría un gran margen de
discusión precisamente por la decisión oficial de modificar el sistema de selección de miembros de
la Corte. Las audiencias públicas que Cristina proponía y el Senado aprobó prestamente abrían un
margen de discusión que bien podía socavar al candidato antes de su llegada al tribunal.
“Es bueno poner luz y micrófono, es decir publicidad, a la manera como se eligen los
funcionarios que decidirán sobre la vida y los bienes de los ciudadanos”, dijo Cristina Kirchner al
argumentar su iniciativa.
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Se decidió así que el nombre y los antecedentes del candidato deberían publicarse en Internet,
en los dos diarios de mayor circulación y en el Boletín Oficial al menos 15 días antes de la
audiencia pública. Se crearía además un registro de observaciones para efectuar impugnaciones y
una vez hecho el descargo del candidato, la Comisión de Acuerdos debería emitir el dictamen de
aprobación o rechazo.
Pero las audiencias públicas no serían vinculantes, y con la convicción de que el rechazo de un
candidato erosionaba la imagen del presidente que lo proponía, la iniciativa quedaba como una
propuesta testimonial, una muestra de buenas intenciones, que serviría para hacer una radiografía
del futuro magistrado, pero difícilmente modificaría su destino de cortesano.
Cristina alzó su voz para imponer a Zaffaroni, un símbolo de la Justicia que pretendían para ese
nuevo tiempo. Claro que viejos adversarios santacruceños se sonrieron al evocar los tiempos en
que el luego juez de la Corte asesoraba a diputados del Frepaso santacruceño en cuestiones
referidas a la ley de Procedimiento Penal provincial. Uno de estos legisladores recuerda que había
habido entonces un par de casos en los que conductores borrachos habían matado a alguien y
entonces se pretendía modificar el régimen de procedimiento para establecer la no excarcelación
de ese tipo de casos. Pero como consecuencia de ese cambio, una persona podía quedar presa dos
años, para que luego en el juicio recibiera sólo uno de condena, o dos o tres de prisión en
suspenso.
Era el argumento que expresaba el Frepaso, asesorado por Zaffaroni, y que les valía las pullas
del oficialismo. “Me decían que me fuera con los travestis a la calle Godoy Cruz, me gastaban
como nunca... y ahora lo ponen en la Corte”, deslizó irónico el diputado frepasista, endilgándole
un toque de oportunismo a los Kirchner. Convencido de que si bien no estaban ideológicamente de
acuerdo con las posturas de Zaffaroni, lo hacían simplemente porque la opinión pública parecía
estar inclinada hacia ese lado.
Mientras tanto, ya estaba en marcha el segundo juicio político. El vicepresidente del Tribunal,
Eduardo Moliné O'Connor, también miembro de lo que se conoció como “la mayoría automática”,
fue el objetivo siguiente elegido. Así las cosas, el vicepresidente de la Corte renunció a ese puesto
y a la posibilidad de encabezar el Tribunal en reemplazo de Nazareno, para ocuparse de su
defensa.
La colisión con Scioli
El caso Moliné llegó a la Cámara alta en forma coincidente con la pelea presidencial con Daniel
Scioli, quien venía diferenciándose del primer mandatario en diversos temas. El círculo áulico
kirchnerista lo estaba monitoreando desde hacía tiempo, por sus contactos con las empresas de
servicio privatizadas y sus viajes al exterior, armados en forma independiente y con agendas
elaboradas por sus contactos en el exterior, anticipándose a las visitas del propio Kirchner.
Y para peor, cortejando a empresarios a los que luego el Presidente castigaba sin
contemplaciones.
Semejante nivel de independencia del vicepresidente se contraponía con el estilo K, consistente
en tener todo bajo control y bajar un discurso único. “A este gobierno no le gusta ser sorprendido,
sino sorprender”, apuntó un hombre del entorno kirchnerista.
Daniel Scioli no tenía relevancia en el Senado, que era su ámbito, y por el contrario quería
mantener su ingerencia en área Turismo, donde había pactado con Kirchner mantener a su gente y
su presencia. Pero ciertos sectores empresariales molestos porque Kirchner no les daba cabida
comenzaron a coquetear con el ex motonauta, igual que algunas fracciones del propio justicialismo
que no lograban digerir al santacruceño.
Scioli sabía que en el Senado él era una figura decorativa y que el poder real estaba en manos
de la esposa del Presidente, así que hacía la suya, hasta que se le ocurrió hablar de un tema
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legislativo demasiado caro al sentimiento kirchnerista. “Los países serios no anulan leyes”, dijo
cuando el Parlamento se disponía a hacer eso con el Punto Final y la Obediencia Debida,
fundamentándose nada menos que en el eslogan de la campaña.
Ya por esos días había tenido la osadía de anticipar un futuro aumento de tarifas, pero en esa
cuestión tenía el resguardo de estar repitiendo lo que le había escuchado decir al propio ministro
de Economía. En cambio, con las leyes del perdón, hablaba por sí mismo.
Néstor y Cristina Kirchner lo tomaron casi como una declaración de guerra y le hicieron sentir
el rigor. El Presidente le sacó de un plumazo toda ingerencia en el área Turismo, borró al
secretario que Scioli había dejado allí y con él a toda la gente designada, que mudó hacia el
Senado.
Exultante tras el correctivo K aplicado contra el presidente del Senado, la primera ciudadana se
paseó satisfecha por el recinto mirando de reojo al hombre al que acababan de recordarle que su
función se limitaba a tocar la campanita. Y por toda respuesta a las consultas, se limitaba a
encogerse de hombros y repetir que Scioli no podía decir que un país serio no anulaba las leyes,
siendo como era una frase de la campaña de Kirchner. Lo cual, estaba claro, lo tomaban como una
mojadura de oreja.
La actitud presidencial fue para muchos excesiva. El periodista Alfredo Leuco, cercano
entonces a las decisiones de ese gobierno, las criticó esta vez. “Creo que el Presidente se equivocó.
Usó un cañón para matar un mosquito. Provocó una crisis y le dio una dimensión que se podría
haber evitado. No se puede gobernar solamente con los incondicionales. Eso achica la visión”,
sostuvo en una columna publicada en la revista Noticias.
En rigor, lo más probable es que amén de las causas que enojaron a los Kirchner, el ex
motonauta haya hecho las veces de un chivo expiatorio ideal para permitirle al santacruceño
mostrar que estaba dispuesto a usar el poder en el más estricto sentido de la palabra. El partido, en
tanto, siempre afecto a las decisiones fuertes, tomó debida nota de la relación de fuerzas; recibió la
medida como un ejercicio de autoridad y se puso del lado del Presidente.
Así las cosas, las resistencias que la anulación de las leyes del perdón despertaban en la Cámara
alta desaparecieron ante el razonamiento de que un rechazo a la anulación sería un golpe para el
Presidente en su tenida con Scioli. De esa forma convenció a los reticentes el titular del bloque,
Miguel Angel Pichetto, en un ejercicio de pragmatismo que comenzó por él mismo, por cuanto
ideológicamente el rionegrino se encontraba en las antípodas de ese sentimiento. La desmedida
pulseada entre el Presidente y su vice fue entonces el factor determinante para alinear al bloque
oficialista detrás de los deseos del primero.
Tuvo además ayuda externa de parte del propio Duhalde, quien debió llamar a los senadores
bonaerenses Mabel Müller y Antonio Cafiero para que se encolumnaran detrás de la decisión
oficial, contrariamente a lo que habían anticipado. Pero ya en el bloque la entrerriana Graciela Bar
se había ocupado de aclararle a sus pares lo que pasaría en caso de que no aprobaran la anulación
de las leyes: “El título de los diarios será mañana 'Scioli le paró el Senado a Kirchner'. No
podemos permitirnos eso”.
Las leyes se derogaron y fue para Cristina Kirchner una satisfacción personal cerrar con su
discurso la sesión, recordando entonces los tiempos en que esa alternativa sonaba a utópica, como
cuando en 1998 acompañó una frustrada sesión en Diputados para discutir esas leyes, oportunidad
en la que se quejó por considerar que había sido una vergüenza nacional y una gran frustración
para todos los argentinos y para la política argentina haber instalado el debate por más de un mes y
generar expectativas para que luego todo terminara en una sesión frustrada. “Es un agravio”, dijo
entonces.
Habrá recordado que en tiempos pasados se había opuesto junto a su esposo no sólo a las leyes
de Obediencia Debida y Punto Final, sino también a los indultos de Menem, primer punto de
confrontación con el riojano. Como diputada había rechazado en el 99 al ingreso del general
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Antonio Bussi a la Cámara baja -“A mí no sólo me conmueve desde lo personal que un personaje
como Bussi pueda integrar un cuerpo parlamentario, sino que como argentina siento que la imagen
de este individuo jurando sobre la Constitución nos va a mostrar ante el mundo como un país poco
serio”, diría entonces-. Y ahora, como senadora, tenía la oportunidad de cerrar esa historia ahí,
desde su banca.
En medio de aplausos que partían desde las gradas de parte de miembros de los organismos de
derechos humanos, Cristina dijo en uno de los pasajes de su discurso: “Hoy estamos haciendo un
acto de reparación y reconstrucción institucional y moral de la Argentina. Cuando digo
institucional me refiero a que no puede ser que los ciudadanos argentinos sigan viendo a sus
instituciones como las que atentan contra los más elementales principios de convivencia y pacto
social que nos debe animar a todos. Es moral porque no es cierto que el futuro se pueda construir
barriendo la suciedad y poniéndola debajo de la alfombra. Esto no es cierto”.
“Para toda sociedad civilizada todo esto es básico para separarnos de la tribu, como mencionó
algún senador preopinante. Es necesario que, de una vez por todas, en nuestro país pueda saberse
que aquellos que violan la ley y los principios básicos de la convivencia de la sociedad civilizada
sean castigados. También se hace necesario que de una buena vez por todas algunos mediocres e
interesados -por cierto, existen- terminen de establecer esto de los derechos humanos como una
cuestión perteneciente a la agenda de la izquierda argentina. Esta sólo puede ser una afirmación de
mediocres”.
“Los argentinos tenemos que notificarnos de que en el mundo globalizado los derechos
humanos no constituyen un tema de derecha o de izquierda, sino que son una cuestión de
humanidad”.
Aplausos prolongados y manifestaciones de aprobación acompañaron el discurso de la primera
ciudadana en el Senado.
Daniel Scioli no estuvo a la hora de la votación, cuando de madrugada el Senado declaró
“insanablemente nulas” las leyes del perdón. Presidía entonces el sanjuanino José Luis Gioja.
La senadora sacudiría un par de veces a Scioli por esos días. Ya no había estado presente en la
sesión del 28 de mayo, en la que el vicepresidente debutó en su puesto al frente de la Cámara alta,
y que tanto de simbólico tenía para el nuevo gobierno. Muchos lo tomaron como una señal. Pero
en los días en que el Presidente decidió castigarlo, Cristina le enrostró en plena sesión
desconocimiento del trámite parlamentario.
Peor fue la vez que Cristina decidió aleccionar públicamente a Scioli cuando se establecían los
pasos a seguir respecto al juicio político a Eduardo Moliné O'Connor. Con poco espacio para la
tolerancia, Cristina explicó en forma vehemente cada uno de los pasos que debían seguirse a su
juicio, luego de que Scioli -que llevaba en la función menos de tres meses, contra años de la
primera dama- propusiera la constitución de la Cámara en tribunal para tomar juramento a los
presentes y fijar así el procedimiento.
Cristina le marcó que correspondía darle entrada a un proyecto suyo que proponía lo mismo,
“en virtud de haber dado lugar a conformación de causa, de conformidad al artículo 53 de la
Constitución Nacional”. Voluntarioso, Scioli propuso someter a votación el proyecto, que resultó
aprobado. Pero trastabilló luego cundo llegó un pedido de excusación de parte del senador radical
Raúl Baglini, que parecía obligar a ser debatido previamente a la toma de juramento.
Ahí saltó nuevamente Cristina quien, fastidiada, resolvió que la salvedad que planteaba Baglini
debía pasar a la Comisión de Asuntos Constitucionales, que ella presidía, que funciona como
secretaría del tribunal.
No fueron pocos los que advirtieron que el enojo de Cristina Kirchner con Scioli tenía que ver
con el castigo impuesto por su esposo, pero un cristino se encargó de poner las cosas en su lugar:
“Ojo que Cristina tiene sus propios disgustos, que no necesariamente coinciden con los de su
esposo”.
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Bueno, pero estaba claro que en este caso coincidían.
La pelea con Moliné
Tan claro tenía la senadora lo que haría el gobierno con la Corte que en vísperas de la asunción
de su esposo como presidente, consultada sobre un tema que le apasionaba como la Justicia en la
Argentina, se limitó a decir que no podía dar más que una respuesta genérica, “porque si hay juicio
político contra algún magistrado después me voy a tener que excusar en el Senado”.
Y no tardó en llegar la recusación de Moliné O'Connor contra Cristina Kirchner. El magistrado
se amparó en el artículo 55 del Código Procesal Penal de la Nación que establece que no podrá
actuar como juez en el caso quien “tenga parentesco en segundo grado de afinidad con alguno de
los interesados”. A través de su abogado, el doctor Gregorio Badeni, dijo que estaba demostrado el
interés de la primera dama en la destitución de su defendido a partir del hecho de ser esposa del
Presidente, quien había impulsado el embate contra la Corte en forma pública.
“Ella puso de manifiesto en diversas oportunidades su plena adhesión a las ideas y objetivos del
gobierno que se ha fijado su marido”, argumentó Badeni, presentando además una serie de recortes
periodísticos y videos de programas televisivos en el que Cristina daba fiel cuenta de ello.
Señalaba además que la senadora disponía de una oficina en la Casa Rosada “próxima a la que
utiliza su esposo” y estaba fuera de discusión que “uno de los objetivos claramente enunciados por
el señor Presidente de la República reside en conseguir la destitución de todos o algunos de los
jueces de la Corte”.
Copias de avisos del gobierno acompañaban la presentación. Allí, bajo el título “Construyendo
un nuevo país”, se hablaba de los primeros días de gestión del gobierno, enumerando entre los
logros concretos la solicitud de enjuiciamiento político a los miembros de la Corte Suprema de
Justicia.
Paralelamente se presentó un pedido de excusación del senador Raúl Baglini, quien, como
abogado inscripto en la matrícula, tenía en marcha un proceso sustanciado en el Alto Tribunal.
Pero estaba claro que ambos planteos serían rechazados. En el caso del senador, porque en su
momento la Comisión de Juicio Político de la Cámara baja había rebatido un planteamiento similar
remitido por los defensores de los cortesanos para lograr el apartamiento de todos los abogados de
la comisión.
“Madame Guillotine” era el apodo con el que algunos senadores ya denominaban a la primera
dama, resistiéndose a utilizar el “Bruja” con el que se sabía que la denominaban en la lejana Santa
Cruz. Otros, menos refinados que los primeros, se limitaban a citarla como “la Reina”. Esas
referencias monárquicas inspiraron al diputado Ricardo Falú, presidente de la Comisión de Juicio
Político de la Cámara baja, a argumentar el rechazo a la recusación planteada por Moliné.
- Esto no es una monarquía, donde la senadora es esposa de un rey. Es una república. El doctor
Moliné O'Connor quiere judicializar el juicio político -se quejó el legislador tucumano.
Enfática, la senadora puntana Liliana Negre de Alonso sugirió rechazar sin siquiera analizar la
recusación, recurriendo a la jurisprudencia sobre situaciones equivalentes de la propia Corte. Esa
causal “se refiere a lo económico y pecuniario”, explicó, descartando el prejuzgamiento.
En general, todos respaldaron a Cristina, salvo el radical Jorge Agúndez y los peronistas
Eduardo Menem y Sonia Escudero, quienes se mostraron dispuestos a atender los argumentos
recusatorios y pidieron más tiempo para analizar el tema. Menem solicitó que pasaran el video
adjunto, que mostraba una síntesis del programa La Cornisa, del periodista Luis Majul. Al cabo de
verlo, se puso del lado de Kirchner advirtiendo que la acusación sobre una actitud parcial de la
senadora no tenía consistencia.
- Hasta el mismo Moliné sostuvo en un fallo que era improcedente la recusación en base a
artículos de prensa -coincidió Negre-. Además, quiero decir que de ninguna manera puedo aceptar
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que se diga que no estamos garantizando el derecho de defensa y que no va a haber transparencia,
porque la presidenta de la comisión no decide mi voto, no opina por mí y no piensa por mí. En mi
caso, actúo más allá de su opinión personal o de su opinión en el caso.
- Sería más transparente si se abstuviera -replicó la salteña Escudero en su tono bajo pero firme.
Por tratarse de su propia recusación, Cristina se limitó a dar su opinión sólo cuando dos
senadores se lo pidieron.
- Como entiendo que en realidad la recusación es por ser cónyuge, no pienso dar ninguna
excusa por ser la mujer de Néstor Kirchner. Me parece que una puede explicar cosas, pero explicar
por qué está casada con quien una está casada... Sí creo sinceramente que es, antes que nada, un
ataque a mi condición de mujer. Estoy segura de que nadie hubiera impugnado el mando de
ningún presidente, por ejemplo, por ser hombre. El hecho de ser mujer siempre nos coloca en un
lugar más fácilmente atacable. Tenemos que dar más explicaciones de todo. A mí jamás se me
hubiera ocurrido impugnar al hermano de nadie. Pero son los riesgos que uno corre por competir
en un mundo pensado, creado y dirigido por los hombres. El ser mujer siempre nos hace correr
estos riesgos. No voy a dar ninguna explicación. Es más, tampoco voy a participar en la votación.
Voy a someter la cuestión a votación por un tema no de decoro sino de honestidad, porque
realmente considero que la institución del juicio político no ingresa en el derecho judicial. Pero
excúsenme, en todo caso, de tener que dar explicaciones por haber decidido casarme con Néstor
Kirchner y que a él se le haya ocurrido ser presidente de la República. Parece que esto, el hecho de
tener un marido en la política, inhibe a todos aquellos que podamos cumplir una función que nos
ha conferido el voto popular.
- Señora presidenta, de ninguna manera se le pide una explicación por ser esposa del Presidente,
sino que queremos su ratificación de imparcialidad y de que, a pesar de que el Presidente tiene una
posición tomada en este caso, usted no la tiene y que por eso está en condiciones de presidir la
comisión -intervino Escudero-. Eso es todo lo que se le pide, la ratificación de que, de su parte, no
hay un prejuzgamiento y no hay una decisión tomada respecto de este proceso que se va a iniciar.
- No sé si estuvo presente la señora senadora en la última sesión. Pero yo he prestado juramento
como senadora. Usted es abogada. Yo ya he prestado juramento, y cuando se nos requirió
juramento a usted, a mí y al resto de los integrantes del Senado, los términos de ese juramento eran
precisamente los que usted acaba de solicitar. Ya lo hice yo. Ya lo hizo usted. Yo he creído en su
juramento. Espero que a usted le valga también el mío, sobre todo porque tengo una trayectoria
que me ha revelado bastante más independiente que algunos otros.
Aludido por su condición de “hermano”, pidió la palabra Eduardo Menem.
- Creo que he sido muy claro cuando dije que la causal de cónyuge no podía ser invocada para
la recusación. Así que a mí no me roza lo que dijo la señora presidenta y paso por alto su alusión al
hermano del presidente, porque yo nunca he renegado de esa condición y a mí nunca se me ha
impugnado en ese carácter. Así que lo tomo como una de las tantas cosas que se dicen por ahí, al
azar, como "al que le quepa el sayo, que se lo ponga". A mí ese sayo no me cabe, así que no me lo
pongo. He dicho claramente que no admitía la recusación por el hecho de ser cónyuge, que quería
ver el video... Ahora bien, tal vez se ha equivocado de video el que lo presentó, porque de allí no
se desprende ninguna parcialidad.
A la hora de tratarse la recusación de Baglini, Fernández de Kirchner defendió su rechazo a la
excusación diciendo que “todos los que han hecho uso de la palabra somos abogados y sabemos
que esta no es una cuestión de violencia personal para el senador Baglini. De hecho, ya no
participó: se retiró. La opinión de la comisión y del tribunal es sentar jurisprudencia sobre la
causal de no poder participar un miembro del Senado por el hecho de tener juicios en la Corte.
Casualmente, esta misma causal que el doctor Badeni como apoderado -y otros apoderados de
distintos jueces- del doctor Moliné O'Connor fue la que esgrimió... O sea, no son causas
circunstanciales o casualidad: son las causales de nulidad que plantearon los miembros de la Corte
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a través de sus letrados apoderados ante la Comisión de Juicio Político. No se nos escapa como
legisladores de la Nación, como abogados de la matrícula, que esto es una interpretación que el
Cuerpo formula a partir de una propia conducta. Con ello, para los que están preocupados por la
violencia moral hacia el senador Baglini de tener que sentarse en su banca, está la solución
práctica, concreta, objetiva y reglamentaria de pedir permiso para la abstención. El Cuerpo vota el
permiso de abstención y el senador se abstiene”.
Está dicho que Cristina jamás se detuvo en considerar la magnitud de un rival para enfrentarlo.
Amén de la voluminosa envergadura del entonces senador Raúl Baglini, los pergaminos de éste lo
convertían en uno de los intocables del Congreso, reconocido por propios y extraños. Pero la
senadora santacruceña no tenía empacho en enfrentarse con él ni con nadie, y mucho menos
cuando pensaba que con su actitud, el legislador radical lo que pretendía era detener el embate
contra la Corte. De hecho, a él le adjudicaron la ausencia del bloque radical en la sesión en la que
debía comenzar a tratarse el juicio, lo que la hizo caer y llevó a hablar a los kirchneristas de la
existencia de “un pacto espúrio”.
“La senadora es una jacobina que está instaurando el delito de opinión. Arrasa contra todo
aquel que opina en contra de ella”, señaló Baglini como réplica a las acusaciones.
Moliné O'Connor, en tanto, mantuvo su estrategia impugnatoria, considerando que Fernández
de Kirchner pecaba de prejuzgamiento, asumiendo en su carácter de presidenta de la Comisión de
Asuntos Constitucionales el rol de fiscal y no de jueza, sin poder disimular el fastidio que le
provocaban los testimonios que no la satisfacían y distrayéndose por momentos hablando con
colaboradores, otros colegas o bien atendiendo llamadas durante la ronda de testigos. Y, por el
contrario, sonriendo triunfal cada vez que un deponente daba un testimonio contrario al acusado.
Ni qué decir cuando le tocó el turno al constitucionalista y ex diputado radical cordobés Jorge
Gentili, propuesto por la defensa, pero que terminó yendo contra los intereses de Moliné. Gentile
estaba argumentando que no podía destituirse a un juez por haberle impuesto una multa de 2.000
pesos a un magistrado, impugnando la causa Magariños -una de las que se le imputaban-, hasta
que deslizó “porque podía decirse que hubo una Corte adicta hasta el fallo sobre el corralito...”
- ¿Usted dice que hubo una Corte menemista? -reaccionó inmediatamente Cristina.
- Sí. Y como diputado, yo voté en contra de la ampliación de la Corte. Quizás, si seguimos
profundizando, pueda aparecer al lado del diputado Falú...
- Es decir que si hubiéramos hecho una acusación con otros cargos, ¿usted hubiera estado de
acuerdo? -insistió la presidenta de la comisión, luego de que Falú dijera entre risas que Gentile ya
estaba de su lado.
- Sí, y hasta le aportaría casos -aceptó Gentile, para terminar despachándose contra la
inconstitucionalidad que suponía el hecho de que la Corte impidiera la aplicación del impuesto a
las ganancias para los jueces.
Moliné O'Connor ya mostraba una resistencia inesperada para el gobierno, más allá de saber
que su caso estaba perdido. Pero perdido por perdido, optó por una estrategia que pretendía dejar
en evidencia el supuesto trámite irregular que se seguía contra un ministro de la Corte. En ese
sentido se advirtió un cambio de estrategia que coincidió con la presencia de un nuevo abogado
que se sumó a la defensa, Juan Aráuz Castex, quien se hizo presente cuando Moliné se sentó frente
a la comisión que lo enjuiciaba.
En esas circunstancias presentaron una nueva recusación contra Cristina Kirchner y la
extendieron ahora contra otros dos senadores. En el caso de Cristina, argumentaron que
supuestamente durante un breve cuarto intermedio previo a la votación del 8 de octubre en el que
el plenario de la Cámara dispuso la suspensión de Moliné, les habría dicho a varios de sus pares
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que votaran por la suspensión, porque de lo contrario “se iba a cortar el grifo”, en relación al
dinero enviado por la Nación a las provincias por la Coparticipación Federal.
La impugnación a la senadora menemista Ada Maza, quien sorprendió a todos votando a favor
de la suspensión, era precisamente porque “levantó la mano y su provincia, que gobierna su
hermano, recibió varios millones”. Y por último recusaban al presidente provisional del Senado,
José Luis Gioja, basados en un artículo periodístico en el cual se le adjudicaba una frase en la que
habría manifestado que “a Moliné hay que suspenderlo porque nos tuvo agarrados de los huevos
con el tema del corralito”,dicho esto supuestamente durante una reunión del bloque previa a la
votación.
Planteadas las recusaciones, la presidenta de Asuntos Constitucionales se negó a tratarlas, lo
que despertó el enojo de los letrados patrocinantes de Moliné, quienes se quejaron porque no se
permitía el derecho de defensa y estaban limitando su capacidad de expresión.
- Hay intencionalidad de llevar este juicio a gran velocidad. Y la esposa del Presidente ha sido
recusada, pero no se retira de esta comisión -remarcó Aráuz Castex subiendo el tono.
- ¿Terminaron ya? -preguntó tan solo la senadora Kirchner.
- Queremos solicitar la suspensión de la audiencia -planteó Gregorio Badeni.
- Vamos a tomarle juramento al testigo... -lo ninguneó Cristina sin siquiera mirar a su
interlocutor.
- ¡Tenemos presentados varios recursos que no han sido tratados por el Senado!
- Todavía no los hemos debatido, pero ahora vamos a seguir adelante con la audiencia.
- ¡Pero no se puede seguir con la audiencia hasta que se resuelvan los recursos solicitados,
precisamente porque afectan esta reunión de la Comisión de Asuntos Constitucionales!
- Esta comisión no va a aceptar maniobras dilatorias...
- ¡No son maniobras! ¡Y no me tape la boca! -gritó Aráuz Castex.
- No traten de patotear y de llevarse por delante a las instituciones -intervino Jorge Yoma-. Les
pido un poco de decoro. Si no, pediré que personal de seguridad retire a los que quieren impedir
este juicio.
- ¡Yo no le voy a permitir, porque no soy ningún patotero! ¡Soy un hombre de Derecho!
- ¿Terminó, doctor Badeni? Así podemos tomarle juramento al testigo. Tiene que respetar los
procedimientos -conminó Fernández de Kirchner.
- Yo siempre respeté las instituciones y tengo un particular respeto por la señora senadora...
- No se nota... -deslizó la primera dama.
- ¡Pero la senadora Kirchner está recusada y si continúa en la presidencia le quita seriedad al
proceso! Además, impugnamos a todos los testigos -insistió Castex.
- Los testimonios se van a tomar porque así lo decide este Cuerpo -replicó Cristina,
manteniendo la calma y llamando al titular de la Oficina Anticorrupción, Manuel Garrido.
- Está de más decir que, en estas condiciones, no podemos continuar. Así que nos retiramos replicó Aráuz Castex, concluyendo una puesta en escena previsiblemente prevista de antemano.
Mientras Moliné y sus defensores se retiraban quejándose de haber sido expulsados, Yoma
deslizó un: “¿No les da vergüenza?”. Ante la prensa, Gregorio Badeni destilaría su indignación
quejándose porque en 35 años de profesión y 60 de vida nunca había vivido nada semejante:
“Jueces que maltratan a la defensa y amenazan con el uso de la fuerza pública de esta forma.
Nosotros vamos por el andarivel jurídico y el Senado se maneja sólo por cuestiones políticas. Así
no tenía sentido proseguir”.
Más allá del escandalete, el juicio siguió su curso y en el final del trámite hacia el recinto,
Cristina debió ausentarse para viajar a París acompañando a su esposo. Empero, se mantuvo en
permanente contacto telefónico para monitorear las instancias postreras del proceso y el punteo de
los votos necesarios para concluir con Moliné fuera de la Corte.
215
De regreso al país, se llegó a la batalla final. El día previo a la sesión prevista para el miércoles
3 de diciembre, se realizó una sesión secreta en la que Cristina protagonizó un contrapunto con el
senador santiagueño José Luis Zavalía, con el que tenía viejas diferencias. En efecto, en enero de
2002 ambos protagonizaron un duro cruce durante una sesión, al acusar el santiagueño a la
administración santacruceña de tener depositado el dinero de regalías petroleras en bancos
neoyorkinos. La reacción de Cristina no se hizo esperar y sin aguardar interrupciones contrarrestó
el ataque diciendo que gracias a esos fondos Santa Cruz mantenía sus sueldos al día y no
presentaba deudas. Pero no lo dejaría pasar a Zavalía así como así.
“Por el contrario -dijo-, lo único que le vi hacer al senador Zavalía fue montar a caballo y
vender bonos entre los empleadores de su municipio para financiar su campaña de senador...”
Con la sangre en el ojo desde entonces, el senador santiagueño la emprendió contra Cristina
durante la sesión secreta sobre el caso Moliné, calificándola de “izquierdosa de pacotilla”. En un
tono encendido, el santiagueño dijo: “Este linchamiento vino ordenado desde el Poder Ejecutivo y
la señora senadora Fernández de Kirchner no tuvo un ápice de decoro para excusarse de
participar”. Mordiéndose la lengua, la primera ciudadana se limitó a aludir en su discurso al
senador Ricardo Gómez Diez, quien había criticado el juicio por estar en contra de juzgar a los
magistrados por el contenido de las sentencias, así como la falta de garantías por, entre otras cosas,
la limitación de testigos. “Quienes hoy se rasgan las vestiduras y piden garantías, cuando viven de
partidos que nacieron del Proceso”, señaló Cristina, advirtiendo finalmente que la sentencia que
darían representaba “un acto de reparación para los argentinos que sufrieron por lo que hicieron
con la Justicia en este país”.
No le contestó en cambio a Zavalía, más preocupada por el final del juicio a Moliné que por
atender viejas cuentas.
Al día siguiente, al cabo de sólo dos meses de proceso, Eduardo José Antonio Moliné O'Connor
fue destituido por el Senado, tras encontrárselo culpable de mal desempeño en sus funciones en
sólo dos de los nueve cargos por los que se lo acusaba. Los cargos estaban referidos a la causa
Meller y obtuvieron 45 votos, contra 19, dos más que el mínimo necesario para destituirlo. En las
otras dos causas que se le seguían, por los casos Magariños y Macri no se llegó a los dos tercios
necesarios, cosa que fastidió a Cristina, quien al cabo de la sesión mostró un gesto adusto.
Los senadores no dieron los dos tercios de los votos necesarios para declararlo “incapaz de
ocupar ningún empleo de honor, de confianza o a sueldo de la Nación”, lo cual fue tomado por
Moliné como “un triunfo”, tales fueron sus palabras.
Los radicales no acompañaron la destitución del juez. Por el contrario, la mayoría votó en
contra. Otros, en cambio, no asistieron por la manera como se desarrolló el proceso. Como
Rodolfo Terragno, de buena relación con Cristina, pero que faltó a la sesión argumentando su
crítica a la manera como se había desarrollado el juicio, a pesar de considerar al juez culpable de
mal desempeño. “Yo combatía a la Corte menemista y a Carlos Menem, cuando éste tenía poder y
Kirchner era menemista”, dijo en un escrito.
De todos modos, fue el propio peronismo -el “no kirchnerista”- el que redujo la “victoria”
oficialista, con lo que según los observadores dio una muestra de su poder de daño contra el
gobierno. Es que la no suspensión del magistrado para ejercer cargos públicos representó casi una
contradicción respecto a la destitución dispuesta en su contra. Y a la postre, fue una derrota para el
gobierno, pero particularmente para la primera dama/senadora, que timoneó la embestida en el
Cuerpo.
Tal fue la ira de Cristina que su primera reacción habría sido pedir las cabezas de quienes
habían impedido la condena de Moliné por cinco cargos y su inhabilitación. Hasta habría sugerido
aplicar la misma medicina que le hicieron beber a ella Alasino y sus muchachos seis años antes...
Al final, le sugirieron moderar su enojo y no elucubrar venganzas, a fin de seguir contando con los
votos necesarios para sacar las leyes en la Cámara alta.
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Fue para ella una dura lección de realidad, que le hizo entender que ya no era una outsider que
podía disparar sin medir el nivel de sus palabras, ni todo el poder del que contaba era suficiente
para aplicar las venganzas deseadas.
La destitución del magistrado fue un hecho histórico, pues desde 1947 no se echaba a un juez
de la Corte, cosa que sucediera en tiempos de Perón, cuando cayeron tres integrantes del Alto
Tribunal. Observadores imparciales sintetizan las críticas sobre ese proceso remarcando por
ejemplo la significativa reducción de testigos, sin consulta con la parte afectada. Cosa que, en
rigor, afectó tanto a la defensa como a la acusación, pero más significativamente a la primera.
Todo apuntó a acelerar la realización del proceso, y en ese marco se acortó el período de prueba
deliberadamente, habida cuenta que el mismo vencía en fecha muy cercana al 10 de diciembre, en
el que se produciría la renovación de la Cámara alta y un consiguiente retraso, por cuanto el
ingreso de un tercio de nuevos legisladores implicaba que los mismos debían tomar conocimiento
de las acciones y eso iba a demorar todo.
A las acusaciones de Eduardo Moliné O'Connor respecto a que no lo habían dejado ejercer su
defensa, el propio Kirchner respondería con una ironía durante un programa de Mirtha Legrand:
“¡Qué no va a poder hablar, si en el Senado habló más que yo delante de Cristina!”.
“Acá era cuestión de llevar las cosas a tambor batiente, porque una característica de este
gobierno es que cuando al Presidente se le ocurre algo hay que resolverlo en 15 minutos... Me
parece que es tan serio un juicio político a un juez de la Corte que tiene que ceder el apuro que
pueda tener una senadora o el Presidente por lograr que a tambor batiente se modifique la
composición de la Corte”, se quejó el reconocido constitucionalista Félix Loñ, quien también
criticó de Cristina su comportamiento durante la toma de testimonios.
“Se le observaban ciertos gestos... Yo recuerdo que cuando deponía la defensa, a veces era
visible la molestia de ella en las caras que ponía. Y le cortaba la palabra a la defensa”, deslizó.
En defensa del papel expuesto por Cristina salió la senadora Vilma Ibarra, quien aclaró que
“ella siempre ha tenido autoridad; no tengo la impresión de que sea autoritaria. Es vehemente, los
arranques de Cristina cuando se enoja los conocemos todos, pero no empezaron ahora. Es una
persona muy vehemente y cuando se enamora de lo que está diciendo, habla fuerte, hace gestos,
esto no es nuevo. No es que nació ese día porque se estaba haciendo cargo de una decisión del
gobierno. Ella es la misma Cristina que era antes. Con sus más y sus menos, pero es Cristina. Es
vehemente cuando se enoja con uno propio y hasta con un amigo, pero en realidad no se enoja:
tiene convicciones muy fuertes y cuando empieza a discutir y siente que choca con alguien que
tiene una visión contraria, debate y discute con una vehemencia”.
“Lo suyo no es ofensivo, no se toma las discusiones en forma personal -continúa Vilma Ibarra-.
Yo a veces percibo que los demás senadores no comulgan con ese estilo. Bueno, hay otros que
operan por atrás y después te sonríen en el recinto. Yo, la verdad, prefiero la discusión franca. La
credibilidad de Cristina como dirigente político tiene que ver con esto. Vos la escuchás y te das
cuenta que tiene una enorme franqueza”.
Los dichos de Félix Loñ podrían dar a suponer que estaba del lado de sus colegas de la defensa
de Moliné, lo cual no es así. Por el contrario, él considera que Moliné estaba bien destituido.
“Lástima que los senadores, con esa actitud, hayan enturbiado un proceso que tendría que haber
sido transparente, claro y contundente, y no dejar dudas -agrega-. De ese punto de vista el proceso
ofrece grietas, no en cuanto al fondo, porque yo creo que en la causa Meller la actitud de los cinco
jueces que la firmaron fue realmente criticable, y me parece que justifica la destitución de los
mismos”.
Quienes así opinan se preocupan de separar el fondo y la forma, pero aclaraban que la forma
también tiene su importancia, porque de lo contrario se abren resquicios para apelar ante la propia
Corte Suprema o ante organismos internacionales, como Moliné hizo. Y reiteran que los cinco
jueces que firmaron el fallo de la causa conocida como Meller -en la que le ordenó al Estado pagar
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unos 30 millones de pesos en bonos de la deuda pública a la empresa Meller Comunicaciones,
contratada por la ex ENTel para la realización de seis ediciones de las guías telefónicas- fue
suscripto también por Julio Nazareno, Antonio Boggiano, Guillermo López y Adolfo Vázquez.
López renunció -y falleció menos de un año después- y con Vázquez en proceso de juicio
político, las mismas razones debían extenderse a Boggiano, de quien nadie hablaba. Total, la
mayoría automática ya había sido descabezada.
Capítulo XIII
Mi bella dama
Todos los diseñadores de Buenos Aires estaban pendientes de recibir la visita de la senadora
santacruceña, pero el misterio recién se develó sobre el final. Apenas dos días antes de la
asunción, el viernes 23 de mayo de 2003, Cristina Fernández de Kirchner traspuso la puerta de la
boutique de Susana Ortiz, de la que ya era clienta, para pedirle el vestido con el que debutaría
como primera dama.
La senadora no se alejó demasiado para buscar lo que se pondría, pues el negocio de ropas
elegido está sobre la calle Uruguay, a pasitos de donde vivía hasta que su esposo se transformó en
presidente: un cálido departamento antiguo y elegante, con buenos muebles, y bellas pinturas en
las paredes. Mucha luz, un escritorio semicircular que cuando allí vivían los Kirchner albergaba
fotos de la familia de épocas distintas, todas con marcos de plata. El escritorio de Cristina daba a
la calle Uruguay, mientras que desde la ventana del comedor se veía Juncal. De allí salió Cristina
decidida y aún sin custodia para elegir qué ponerse el domingo siguiente.
La idea era encontrar algo elegante y sobrio a la vez. Susana Ortiz le hizo dos propuestas. Una
de ellas consistía en un vestido en crudo, acompañado por un tapado con importante cuello, pero
Cristina se inclinó por un tailleur en triple seda; un saco de corte sastre, pachmina de lana y seda y
una falda con recortes y ruedo irregular. El top que usó el día de asunción fue confeccionado en
muselina de seda, con un pequeño buche; todo el conjunto era de color manteca.
En principio, ese modelo iba con pantalón, pero Cristina no estaba dispuesta a ir contra el
protocolo desde el primer día, así que desecharon esa prenda y optaron por la falda. Zapatos con
detalle de encaje labrado y cartera triangular de Peter Kent. Ese día usó menos make-up y, como
siempre, el pelo suelto.
Un detalle singular: la pulsera de oro que lució en el tobillo izquierdo.
Cuarenta y ocho horas alcanzaron para prepararle el vestido. El saco ya estaba hecho -apenas
hubo que entallarlo en la cintura- y sólo hubo que hacer la falda y el top. Cristina había ido el
viernes por la mañana y a la tarde volvió para la primera prueba; el sábado por la mañana pasó
para la segunda, y a la tarde se le entregó toda la ropa.
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¿Se le hizo algún descuento? Ante la pregunta, la diseñadora se limita a aclarar que “ella paga
absolutamente todo”. Ni bien se convirtió en tal, la primera ciudadana aclaró que no aceptaría
ropa gratis. En el programa de Mirtha Legrand, una periodista le preguntó de quién era el tailleur
que llevaba puesto y ella contestó: “Mío; si lo pagué, es mío. ¿Por qué tengo que decir qué marca
llevo? Me parece que no es una cosa de interés de la gente y menos en un momento en que hay
tantas dificultades”.
Susana Ortiz -quien también ha vestido a Zulemita Menem- conoce a la primera dama desde
hace mucho tiempo. Ex mujer del diseñador Carlos Di Doménico, con quien estaba disolviendo su
sociedad comercial, su local era frecuentado desde hacía unos siete años por la senadora, a quien
considera una mujer con personalidad muy definida a la que le gusta la ropa sport, los tailleurs
tipo Chanel, el pantalón más que la pollera y las camperas.
Mientras no era esposa del Presidente, elegía tranquila y cuando había poca gente en el local.
“En esta materia es una mujer con perfil bajo, pero muy decidida; muy sencilla y con brillo
propio”, señaló Ortiz. ¿Qué es ser muy decidida en esta materia? Es de esas mujeres que entran a
una boutique, miran los percheros, se prueban y se llevan lo que les gusta. Sabe lo que quiere, es
bien consciente de lo que le queda bien y no tarda en decidirse.
La ayuda el talle, al que los diseñadores califican como perfecto: arriba es un 42 y abajo un 4.
Buena estampa y altura perfecta, la combinación ideal.
Alentados por su figura agraciada, muchos solían adjudicarle inclinación por las faldas cortas y
los escotes. Nada más lejano a la realidad: ella es fanática de los pantalones por una cuestión de
practicidad y buen gusto; siempre se supo una persona pública y las polleras podían exponerla a
los caprichos de los fotógrafos. En rigor, busca prendas prácticas que le permitan hacer de todo.
Pero cuando debe usar pollera, las prefiere más bien largas, hasta la pantorrilla y las combina
con botas.
Los diseñadores definen el estilo de Cristina como “desestructurado”.
Carlos Di Doménico, el ex de Susana Ortiz, recuerda hasta la ropa que Cristina tenía el día en
que los Kirchner festejaron haber llegado a la segunda vuelta: una chaqueta colorada de cuero,
también diseño suyo.
Pero jamás un diseñador podrá darse corte como el exclusivo de la primera dama, ya que ella
no se casa con ninguno. Es demasiado dinámica como para que le sigan el tren. Siempre que pudo
se hizo una escapada al Patio Bullrich, donde acostumbra a comprarse la ropa. También le gusta
comprar en las boutiques que rodean su departamento de Recoleta.
Una de sus debilidades es la ropa de cuero, ideal para enfrentar los fríos sureños; no le gustan
los tapados ostentosos, sino la ropa sport y abrigada.
En general, elige prendas que destaquen su figura: diseños entallados y telas adherentes.
¿Sus colores preferidos? El colorado, el verde y los ocres combinados. Suele recurrir también
al blanco o el marfil.
Es afecta a la ropa de marcas conocida y su make-up está perfectamente calculado para resaltar
ojos y boca. Eso sí, desde que se convirtió en primera dama bajó los decibeles en materia de
joyas. Son infaltables en ella los aros pequeños de oro y brillantes, así como anillos en el meñique
y el anular, junto al Rolex de oro. En alhajas prefiere el dorado y, por sobre todas las cosas, no va
a ningún lado sin perfume. Su favorito es Tocade de Madame Rochas.
Cuando llegó a Londres por primera vez, en la residencia del embajador argentino todos
querían conocerla. Entonces apareció con pantalón blanco, blusa bordada en lentejuelas rosadas,
verdosas y amarillas, y sandalias metalizadas. Era su presentación en sociedad como primera
dama en el exterior.
Confidentes aseguran que antes de viajar a su primer gira europea, armó cuidadosamente el
vestuario para lucir ante las principales personalidades europeas. Ante los reyes de España utilizó
una casaca de encaje degradé en beige y vainilla, una falda en crepe y top al tono.
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Si bien siempre se destacó por su elegancia, la llegada de su esposo al poder la puso bajo la
lupa. Algunos recomendaron que utilizara un maquillaje más luminoso, con más color en las
medillas y menos acento en los ojos, como para suavizar su rígida imagen. También le criticaron
el uso del cabello largo y el flequillo semi desmechado que le caía sobre la frente,
recomendándole un corte un poco más formal.
Como sola respuesta ella se muere de risa. “Pobres, están muertos conmigo”, aclara, y sin que
quede duda alguna remarca que seguirá fiel a su estilo, pues “nadie me votó para andar de
maniquí”.
Ese maquillaje que, según sus propios dichos, es su marca registrada desde los 14 años, exige
una hora diaria de aplicación y un condicionamiento a los fotógrafos: que utilicen luz tenue, para
evitar que salga brillante y se le note el maquillaje. Prefiere que no le hagan primeros planos y se
vuelve loca cuando se ve en alguna foto que delata alguna arruga o una pose en falso. Se somete
con rigurosidad a baños faciales de leche vegetal, secreto que le confió alguna vez a un fotógrafo
de la revista Noticias.
En materia fotográfica, mientras el costado derecho es el que favorece a su marido, Cristina
sale bien por donde se la enfoque, confían sus colaboradores, felices por poder desentenderse de
esa cuestión.
Ella ha dicho que prefiere que la consideren inteligente a que la encuentren linda, pero lo cierto
es que la imagen es para la primera dama una cuestión de Estado y para nada consideró jamás que
su coquetería pudiera ser un signo perjudicial para su carrera política. Tampoco aceptó que su
cuidado por la estética pudiera ser asociado con la frivolidad. “Siempre me pinté, siempre me
arreglé, siempre fui mujer -remarca-. Puedo bañarme, arreglarme, estar linda y no por eso ser
menos eficaz en lo que es mi vocación, la política”.
No quedan dudas de que la estética es para ella tan importante como la militancia. Estar prolija
y arreglada es para ella una cuestión de respeto al prójimo y repite algo que alguna vez le dijeron:
“Hasta la persona más humilde, cuando tiene algo importante que hacer, se arregla y se pone lo
mejor. Y más, cuando estás representando, mal que me pese, el rol de primera dama”, acepta.
Y como tal, ha sabido representar al país dignamente, mostrando además de su belleza natural
una figura que conjuga sobriedad y elegancia, destacando imagen y contenido.
“Nací maquillada”, afirma riendo y recuerda cuando estaba en campaña y el marido se enojaba
por lo mucho que tardaba en arreglarse. Y su respuesta: “Cuanto más vieja sea, más me vas a
tener que esperar”.
El pelo es otro tema. Hasta el cambio de look que implementó hacia fines de 2003, iba una vez
por mes a la peluquería para hacerse el “henna” en el cabello, una tintura que le da un tono rojizo
a su cabellera. En Santa Cruz era común verla ir a la peluquería “Marcela”, el salón de belleza de
una amiga, donde su propia dueña podía abrir incluso un domingo sólo para atenderla. Cristina
define a Marcela como su peluquera de toda la vida, y aclara que hacerse el henna es un martirio.
El cabello siempre fue una obsesión para Cristina e incluso llegó a quejarse ante sus asesores
de que el estrés se lo había desmejorado notoriamente.
Su adicción no es el maquillaje, sino las carteras y zapatos. Muere por ellos -“podés estar bien
vestida, pero si no tenés una buena cartera y un buen par de zapatos, es como que te falta algo”, ha
dicho-, y lo considera algo genético, pues a su madre le pasa lo mismo. Y descuenta que Florencia
heredará la costumbre; de momento colecciona mochilas.
Sus críticos hablan de un pasado en el que hacía ostentación de costosos tapados en las
humildes unidades básicas santacruceñas, y de cuando lucía los diseños de Elsa Serrano en la
época del furor menemista. En cercanías de la primera dama relativizan ambas cosas. Les resulta
curioso que hubiera usado ropa de la diseñadora estigmatizada con el menemismo, precisamente
por esa prevención a la que siempre ha estado muy atenta y porque ha dicho en la intimidad que
esa ropa no era de su agrado. “Es ropa de vieja”, dicen que dijo.
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Amén de su buen gusto por la ropa, Fernández de Kirchner siempre ha sido ajena al mundo de
los modistos y de las cirugías plásticas. Afirma que le encanta el look informal: andar con
camperas de cuero, jeans, sueters. Normalmente, los fines de semana no se pinta y anda de jeans,
zapatos y hasta en pantuflas. La esposa del vicepresidente Daniel Scioli, Karina Rabollini, que la
vio en privado y sin una gota de pintura, afirma que así “es igual de monísima”. Y algo de eso ella
sabe.
El cambio de look comenzó por el cabello. Primero fue un esbozo, en oportunidad de visitar
por primera vez Europa, cuando se animó a una pequeña variación recogiendo los mechones
laterales atrás con una hebilla. Pero el verdadero cambio llegó a fin de año y el país se enteró al
aparecer al mismo tiempo en las revistas Gente y Caras luciendo un nuevo corte, desmechado y
sin flequillo, más castaño y con más volumen gracias a las extensiones del coiffeur Alberto
Sanders. Ya sin su emblemático flequillo, ese que llevó a los colaboradores de su despacho a
decirle mil veces que se lo sacara.
“Sí, la volvíamos loca, porque sabíamos que no quería -cuenta divertido un colaborador de la
senadora-. Y siempre que se lo peinaba para el costado le decíamos '¿sabés que te queda mejor?'.
Se lo hacíamos a propósito”.
La operación “Despejarse la Cara” fue encarada por el estilista Sanders -que asesoró a varias
figuras del ambiente, como Romina Gaetani y Araceli González-, quien buscó darle a la primera
dama un aspecto más natural y moderno. Fue quien también le sugirió que abandonara el
sobrecargado maquillaje, pero sin resignar el delineado de los ojos con un rimel negro. El nuevo
look llevó a Mirtha Legrand a felicitarla en cámara, a lo que la santacruceña repuso con un
lacónico “es por comodidad”, aunque Cristina rebosaba internamente por el elogio.
La presidencia obró el milagro en el pelo, pero se enoja cada vez que le preguntan por el tema.
“Si a una modelo no le preguntan por la guerra en Irak, a mí no me pregunten por el look, por si
me pongo pantalones o pollera... Y tener ganas de estar bien no tiene que ver con cambios
internos, que por otra parte no los tengo”, aclaró ante la insistencia.
Pero aparte del cabello, el cambio en el rostro y su figura fue a partir de entonces notable, y no
faltó quien deslizara que algo se había hecho. En realidad, lo que hizo fue bajar notablemente de
peso. En rigor, siempre se cuidó, porque no le gusta estar gorda. Siempre fue delgada, pero ante la
certeza de que los años traerían más kilos a su figura, se obsesionó por la gimnasia y la cinta.
Trata de hacer aerobics todos los días y cinta tres veces por semana, rutina esta última que
comparte con su marido desde hace años.
Los dos también hacen dieta. El no come carnes rojas, sólo pescado, pollo, muchas verduras y
arroz integral. No le gustan los postres, cosa que sí representa un drama para Cristina -también
muy afecta a los bombones- y toma algo de vino tinto en la cena, nada más (en los primeros días
del gobierno, Cristina le bajó a su marido la dosis de café). Ella sólo bebe agua mineral “sin
heladera”.
Litros y litros de agua mineral por día. Además, siempre tomó infusiones con edulcorante,
azúcar jamás. Confía que le encanta la cerveza, pero no la bebe porque engorda. Tomaba el café
cortado liviano, pero después lo dejó por el mate cocido. Esmero y rutina son las claves de su
figura.
Esa estricta dieta, acentuada a partir del acceso al poder, sumado al cambio de vida desde
entonces obró milagros en su figura y es el causante del cambio, sin necesidad de lifting alguno.
“Lo que tiene es que está flaca, ¡si no come nada!”, aclara su vocero, descartando que se hubiera
hecho algún retoque. Corrió la voz que allá por el 2001, en vísperas de las elecciones legislativas,
se hizo una “refrescadita” en la cara, pero sus colaboradores también lo niegan. Ella misma no le
cierra la puerta a una cirugía estética futura, pero aclara que le da miedo.
Otro mito en torno a Cristina Fernández es su obsesión por la higiene. Corrió la voz y se ha
escrito que su asistente debía encargarse de revisar si un baño está en buenas condiciones para que
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luego vaya ella, así como que llevaba sus propios cubiertos desinfectados a las comidas durante la
campaña. Todos aquellos que pudieron haber sido testigos de esto por compartir con ella
almuerzos, cenas y giras lo han descartado.
Afirman que lo del baño al menos es un disparate; si en el Senado su oficina ni siquiera tenía
uno.
Sí es obsesiva para el trabajo y con el trabajo de sus colaboradores. Sus empleados la definen
como exigente -“superexigente”, remarcan-; perfeccionista y con una capacidad de trabajo muy
grande. Y como es exigente consigo misma, es exigente con el resto. Un defecto producto de ese
perfeccionismo que ella misma reconoce es que piensa que nadie puede hacer las cosas tan bien
como ella; en consecuencia, le cuesta delegar.
Asegura que su carácter no es tan tremendo como parece y que en realidad es “buena”.
Reconoce no tener demasiada paciencia y exigirle a los demás tanto como a sí misma. “Kirchner
me dice que hay que exigirle a la gente en la medida que pueda dar, porque sino se frustra la gente
y se frustra uno. Tiene razón”, reconoce Cristina.
Tiene además una obsesión particular con el orden. Ejemplo: si una persona toma un libro o
alguna otra cosa de la mesa ratona de su casa y lo vuelve a su sitio, si está atento verá que tarde o
temprano ella lo recogerá para volver a ponerlo del modo como estaba antes.
Si bien siempre trataron demostrarse lejos de todo atisbo de frivolidad, un desfile del peluquero
Roberto Giordano sirvió para promocionar la región y darle un empujoncito a la campaña de
Néstor Kirchner. A principios de 2002, cuando la Argentina se debatía entre el corralito y la
sucesión de presidentes, las autoridades santacruceñas invitaron al estilista a hacer uno de sus
clásicos desfiles en El Calafate. Ellos pusieron toda la infraestructura necesaria y Giordano llevó
las modelos, las colecciones de otoño y todo el show.
Si bien la iniciativa era del secretario de Turismo de la Nación, Daniel Scioli, el negocio era
redondo para los Kirchner, pues se promocionaba la región, habida cuenta que el desfile se vería
no sólo en todo el país, sino también en Uruguay, Paraguay, Brasil, Londres y París, y todo
sumaba para potenciar al gobernador sureño. Y de paso, tuvo el respaldo del peluquero, quien
anunció su voto anticipado: “Prometo que voy a colaborar con Néstor Kirchner. Es una excelente
persona y será el futuro presidente de la Nación”, diría ante la cara de asombro de propios y
extraños, pues nadie le había pedido semejante prueba de lealtad. Y faltaba todavía más de un año
para los comicios presidenciales.
Eso sí, por sus pruritos el gobernador/candidato no fue a ese desfile que tuvo como fondo el
glaciar Perito Moreno. Concurrió en cambio su esposa, quien tuvo una participación saliente no
ya en el desfile sino en la presentación del mismo. Es que mientras Giordano quería anunciar el
show como “el desfile de El Calafate”, ella lo convenció de que hablara de la Patagonia. “En todo
el mundo lo que se impone es la marca Patagonia, cualquier otra denominación confunde”,
explicó, conocedora del tema.
La senadora contempló todo el desfile con una sonrisa, que se hacía más amplia cada vez que
el estilista, con su trastabillante verborragia, elogiaba al gobernador. El problema era que el
hombre estaba obsesionado con el tema del corralito, y a viva voz pedía que “no nos acorralen
más”, y más tarde se autoconvencía diciendo que “no nos van a acorralar más porque vamos a
cambiar todo por una Argentina mejor”. Lo malo fue cuando, entusiasmado, exaltó al gobernador
santacruceño por haber eludido el corralito depositando más de 600 millones de dólares en el
exterior, lo cual borró la sonrisa de Cristina.
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Cristina no tiene cábalas. No que se conozcan, cosa rara en un político, que suele vestirse
siempre igual el día de elección, por ejemplo, como su propio esposo, que usa la misma campera
ganadora los domingos electorales, o baja último del avión. Lo hacía siempre en el avión de la
provincia y siguió haciéndolo en el avión presidencial más chico, durante los viajes de cabotaje,
no así en el Tango 01, en el que debe bajar primero por protocolo.
La primera ciudadana adora ir de shopping, le encantan los rosales, le gusta la buena música y
admira la fotografía: le fascina la imagen.
Se reconoce también amante del cine, uno de los placeres que perdió con el acceso al poder.
Podría ver películas en el cine de la residencia de Olivos, pero no es lo mismo... Ya el trajín de la
campaña había afectado sus posibilidades de ir al cine, pero sigue siendo una pasión que trata de
cultivar cuando puede. Le gusta el cine argentino y de las últimas películas que vio le impresionó
mucho por su historia el filme Kamchatka. Le encantan Kevin Costner y Meryl Streep, y de los
actores nacionales Darío Grandinetti, Susú Pecoraro y Oscar Martínez; le gustó mucho Corazón
valiente y tiene cierta preferencia por películas que tengan que ver con la historia.
Si bien le gusta más el cine norteamericano que el europeo, una de las que más le impresionó
en los últimos años fue la española La lengua de las mariposas, un filme sobre el franquismo que
no se cansó de recomendar. “Si querés entender la presencia del autoritarismo en la condición
humana, tenés que ver esa película”, le insistió a su vocero Diego Buranello para que fuera a
verla.
Otra cosa que les encanta a los Kirchner y debieron dejar de lado a partir del 25 de mayo de
2003 fue salir a comer afuera. Antes lo hacían casi todas las noches. Teatriz, un restaurante de
Arenales y Riobamba, cerca de su departamento de Recoleta, era el preferido y al que iban casi
rutinariamente. Solían ir aun a medianoche, al regresar ella de algún acto de campaña; si el esposo
estaba en Buenos Aires, se hablaban por teléfono y Kirchner la esperaba para ir directamente al
restaurante.
Precisamente en Teatriz vivieron un episodio que tuvo su correlato en la campaña. Ya lanzado
él en la carrera presidencial, cenaba con su esposa y uno de los que luego sería ministro, cuando
varios comensales comenzaron a acercarse a la mesa de los K. El todavía candidato presidencial
se preparaba para atenderlos, pero grande sería su sorpresa al ver que la gente iba a saludar y
felicitar a Cristina. Al marido aún no lo tenían registrado. Fue una prueba más de la necesidad de
que Cristina no ocupara un espacio preponderante en la campaña de su esposo, cediéndole a él el
centro de la escena. Enrique “Pepe” Albistur -luego secretario de Medios- y el consultor Artemio
López fueron los que en definitiva aconsejaron adoptar esa actitud.
La pareja presidencial extraña los cafés en Moliere, un bar de Recoleta en el que el matrimonio
solía compartir largas charlas con Alberto Fernández.
Ella sabe mucho de arte, cosa que reconocen sus asesores, que resaltan admirados la capacidad
de la santacruceña para analizar pinturas y estilos. Se sabe que es amante de la ópera -de joven
quería ser cantante lírica, pero sabe reconocer sus limitaciones-, la trova cubana y la mitología
griega, y que esas pasiones lejos están de representar para ella un esnobismo.
Sería una obviedad hablar de su inteligencia, amén de que sus adversarios consideren que la
misma está “sobrevaluada”. Pero vale un dato anecdótico y de color: en el test de inteligencia que
hacía en su momento la revista de Jorge Lanata XXI, Cristina Fernández sacó 124 puntos, la
misma cantidad que Miguel Angel Toma, uno menos que Federico Storani, uno más que Felipe
Solá, y dos por arriba de Elisa Carrió, para tener parámetros válidos. El ranking establecía de
manera arbitraria que quien obtuviese 130 puntos o más tenía una inteligencia “muy superior”;
mientras que entre 120 y 128 -el margen en el que se ubicó Cristina- se consideraba una
inteligencia “superior”.
La lectura es otro hábito acendrado en Cristina, más que en el caso del esposo, que es
fundamentalmente un lector de diarios. Ella consume muchos libros y a la hora de citar uno, el
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primero que viene a su mente es El extranjero, de Albert Camus. Cuando leyó en 1996 el primer
libro de Miguel Bonasso, Recuerdos de la muerte, quedó tan conmovida que se lo pasó a su hijo
Máximo y luego a su esposo Néstor, quien en este caso hizo una excepción y lo leyó rápidamente.
Tan prendados habían quedado de la obra que quisieron conocer al autor y lo hicieron, de
donde surgió una gran amistad con quien más tarde se convertiría en diputado kirchnerista, y su
esposa, Ana Skalon, una profesional de la televisión y experiencia en el Channel Four de Londres.
Ambas parejas han compartido innumerables comidas y charlas. Se respetan y admiran.
A propósito de Bonasso, en sus primeros años como senadora, un día ella quedó en ir a comer
con el periodista y escritor. Le llamó la atención a su entonces vocero, Miguel Núñez, que le
pidiera que la acompañara a cenar con Bonasso, quien quería hablar con ella por cuestiones
periodísticas.
- ¿Pero hace falta que yo vaya? -preguntó Núñez, tratando de ocultar el fastidio.
- ¿Sabés qué pasa, Miguel? Yo no puedo ir sola a un bar con un tipo. Vos me tenés que
acompañar.
Y eso que se sabía que Bonasso era ya una persona cercana a los Kirchner. Un cuidado
elemental de una mujer que, como su esposo, sólo se propuso dejar librado al azar las
consecuencias de sus arrebatos políticos.
¿Una Evita rediviva?
Si algo no se considera Cristina Fernández es feminista. Es una característica que no le
concede a los hombres, a sabiendas de que, en ese caso “te estigmatizan”. Reivindica sí
permanentemente su condición de mujer y ha hecho siempre una valoración del género, como
cuando tras ser galardonada como la mejor senadora del año 97 lo tomó en primer lugar como un
reconocimiento a la mujer.
“Soy la primera mujer que recibe la distinción como legisladora del año -dijo entonces-. Así
que mi orgullo es no sólo como legisladora, sino de género también. Es una pequeña licencia que
me quiero permitir, porque creo que es importante; no porque la mujer militante sea distinta al
hombre militante, pero siempre se lo llevan todo ellos, así que vaya muy bien que esta vez sea una
mujer...”
Ha tenido sentimientos encontrados respecto a la ley de Cupo Femenino, a la que al principio
veía mal, porque pensaba que la mujer debía llegar por su propia capacidad. “Pero esta regla no se
aplica a los hombres; muchos incapaces llegan a la función pública por la preeminencia que el
género tiene en las estructuras de decisión de los partidos”, es su conclusión, tras lo cual considera
que esa “discriminación positiva” del 30% de mujeres en las listas ayuda a descubrir a las mujeres
capaces.
“Y si entre tanto bruto llega alguna colada en la ley de Cupo, bienvenida sea”, ha dicho.
De todos modos considera que la feminización de la política es un fenómeno que no solamente
se da en el ámbito legislativo, sino en la política argentina en general, y tiene que ver
fundamentalmente con la demanda social de una mayor transparencia para la política, valor que -a
su juicio- la mujer trasunta con mayor sinceridad. Sostiene que normalmente la racionalidad,
como una categoría masculina, siempre estaba alejada de sentimientos o de pasión, y no considera
incompatible lo uno con lo otro: los sentimientos con la racionalidad.
Está convencida de que, tanto en la política como en la vida en general, la mujer tiene otra
mirada, otro universo -“somos más cotidianas”-. No están siempre en superestructura y deben
ocuparse de otras cosas. Ejemplifica con ella misma: “Cuando mi marido y yo teníamos el estudio
jurídico, la empleada me llamaba a mí para preguntarme qué iba a hacer con la comida y los
chicos”. Y lo mismo sucedía cuando estaba en Buenos Aires por sus tareas legislativas y desde su
casa de Río Gallegos la llamaban para consultarle sobre las tareas cotidianas.
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“Creo que hay una nueva demanda de valores en cuanto a la política y tal vez la mujer los esté
interpretando de una manera diferente -señala-. También somos menos proclives a hablar con
eufemismos, acostumbramos a llamar a las cosas por su nombre, cosa que es necesaria porque en
política muchas veces la gente se harta de los dirigentes que hablan todo el día y finalmente no
dicen absolutamente nada. Aportamos una mirada tal vez diferente, más práctica, más de lo
cotidiano”.
En síntesis, descuenta que la presencia de la mujer le ha hecho muy bien a la política y lo
seguirá haciendo, aunque no piensa que la solución de los problemas del país tenga que ver con
una cuestión de género.
La ley de Cupo Femenino también le ha servido a Fernández de Kirchner como excusa para
otros fines, como por ejemplo trabar el ingreso al Senado de Raúl “Tato” Romero Feris, en favor
de quien Isabel Viudes había renunciado antes de asumir para dejarle precisamente el lugar al ex
gobernador que entonces estaba en prisión. Cristina argumentó esa vez que, ante la renuncia de
Viudes, quien debía reemplazarla era otra mujer, a fin de respetar el cupo femenino. Empero, su
encono contra el ex mandatario correntino de fuertes vinculaciones con el menemismo no le
impidió a la senadora deslizar un reconocimiento hacia la legisladora renunciante cuyo gesto, dijo,
“sólo una mujer es capaz de tener”.
¿Cuánto le ha costado a ella hacerse escuchar en un mundo de hombres? No demasiado,
afirma, y se vanagloria de no haber aprendido ninguna de las mañas masculinas. Reconoce de
todos modos no haber hecho de la diplomacia su forma de comunicación; muchas veces ha tenido
que pegar un grito para que la escucharan. Pero a pesar de todas estas cosas se ha sentido durante
su vida política doblemente marginal: por ser mujer y por provenir de la periferia, donde el peso
del electorado es bajísimo: 200 mil habitantes en un rincón que se cae del mapa.
Admite de todos modos que todavía la mujer está un paso detrás de los hombres, en función de
lo mucho que les cuesta participar en los niveles de decisión y dirección. Siguen decidiendo los
hombres, reconoce. Eso puede cambiar, pero “tiempo al tiempo”, sugiere, confiada en que la
mujer irá ocupando espacios que hoy están en poder de los hombres.
“Nuestra presencia es muy fuerte en la militancia y en lo referente a la acción social, que son
tareas auxiliares de la política. La impronta de la acción social en el peronismo tiene el sello de
Evita, aunque ella no hacía acción social, sino justicia social”, se corrige.
Conocedora de los manejos legislativos, sabe que a las mujeres siempre se las quiere relegar a
las comisiones de Educación y Cultura, o de Acción Social.
- Yo siempre digo: samaritanas o maestras; nunca discutiendo la política de fondo del país. No
vas a ver a ninguna mujer presidiendo la Comisión de Presupuesto y Hacienda...
En lo personal, como titular durante años de la Comisión de Asuntos Constitucionales, Cristina
considera haber hecho una reivindicación de la mujer en la materia.
¿Es Evita su máximo referente en la política? Ella dice que sí, pero no la única. Le gustan las
mujeres que tuvieron participación, como Macacha Güemes, Mariquita Sánchez de Thompson y
hasta se siente impresionada por la historia de amor de La Delfina y su compañero Pancho
Ramírez, quien muere por ella. En el orden internacional, ya hemos hablado de lo mucho que
admira la figura de Hillary Clinton, aunque aclara no tener estereotipos. Admira a Mercedes Sosa,
a quien fue a ver a su casa la misma tarde en que su marido virtualmente se convirtió en
presidente tras el abandono de Menem (La Negra la había invitado para expresarle su apoyo y
Cristina fue a su departamento de Carlos Pellegrini, casi esquina Arroyo, donde compartieron el té
y hablaron de política y de música). También menciona a María Callas y a “las mujeres que
pueden expresarse libremente y con talento”.
Pero la comparación con Eva Perón no tardaría en llegar y más de uno pensó al llegar Cristina
al lugar de primera dama en una Evita rediviva dispuesta a alterar los mismos sueños.
Personalidad para ello no le faltaba a la Kirchner, quien para evitar malos entendidos aclaró de
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entrada: “Evita hay una sola y cualquiera que pretenda imitarla sería condenada sin remedio al
fracaso. Sólo a una necia podría ocurrírsele ser como Evita. Y yo necia no soy”.
De hecho, considera a Eva Duarte “irrepetible”, como para evitar cualquier comparación. La
senadora santacruceña no pretendía cargar con mochilas que no le correspondiesen, y si algún
peso aceptaba era el de la “mochila política” que consideraba tan importante como la de su esposo
presidente. Por eso aclaró de entrada que si bien la abanderada de los humildes era su máximo
referente -no fuera cosa de malquistarse con los peronistas-, también tenía otros y sabía de
comparaciones más contemporáneas como Hillary Clinton.
Es que lejos está Cristina de aceptar el modelo Evita, cuyo carácter indómito tan bien podría
parecérsele. Pero ella no considera estar donde está por su marido. En su caso al menos, estima
que aquello de que siempre detrás de un gran hombre hay una mujer, no corre: ella se siente al
lado. Será por aquello de “en la calle codo a codo...”, de Mario Benedetti.
Pero el peronismo se habituó al concepto que detrás de todo gran hombre de ese partido hay
una mujer con voz y a veces mando. Salvo distorsiones como la de Isabel Martínez de Perón,
quien así y todo llegó a ser presidenta...
Hilda González de Duhalde es una mujer poderosa que creció bajo el paraguas de su esposo,
mas su poder es innegable, sobre todo precisamente por su acceso al ex presidente y ser -como
Cristina con Kirchner- la última persona que aquel ve al acostarse. Empero, Chiche Duhalde no se
ha movido mayormente del lugar tradicionalmente asignado a las esposas de los gobernantes, que
es el plano social.
Diego Buranello ha dicho de su jefa: “Evita rompió el molde de la primera dama; tenía su
propia agenda política. En el caso de Cristina, ella nunca trató de ser Evita, pero también va a
romper el molde de la primera dama”. Y como la esposa de Perón, la de Kirchner siguió activa en
política sin pretender siquiera emular a la leyenda. Es más, no ha tenido reparos en diferenciarse
de Eva Duarte a partir de desentenderse de la tarea social, pues no tiene experiencia ni interés en
esa obra.
Cristina fue entonces la primera esposa de un líder justicialista que no se ocupó de la función
social. A ella le interesa servir a la gente desde la política, mas no haciendo caridad, sino desde un
espacio real de poder.
La relación con Néstor
Si a la hora de justificar que no aparecieran juntos en la campaña electoral argumentaban que
no querían hacer “cholulismo”, resulta muy difícil encontrar referencias de Néstor y Cristina
Kirchner a sí mismos como matrimonio. Por el contrario, cultivan el perfil bajo en la materia.
Cuando Mirtha Legrand lo acicateó al Presidente para que hablara de su esposa en ese
almuerzo televisivo que tuvieron en la hostería “Los Notros”, con el glaciar Perito Moreno de
fondo, él se limitó a decir “la amo”, con una mirada cómplice que se repitió en varias
oportunidades entre Kirchner y su esposa.
En otra oportunidad ha dicho sobre ella: “Es mi compañera de todos los tiempos. Abrazamos
juntos la militancia política desde siempre; me acompañó en los tiempos duros y
permanentemente durante toda la etapa democrática, luchando y peleando por proyectos comunes,
pero siempre manteniendo sus convicciones y sus propias ideas”.
El ha dicho que no le interesa tener una compañera que haga seguidismo y que diga que todo
está bien; por el contrario, le gusta que Cristina participe y tenga sus propias ideas, que sea crítica.
Lo más osado que alguno de los dos ha dicho respecto al otro fue la célebre frase de Cristina de
que el Presidente sólo ha tenido y tendrá relaciones carnales con ella. Por lo demás, cada vez que
han hablado de la pareja, el tema ha rumbeado inexorablemente hacia la cuestión política.
“Funcionamos muy bien. Con roles diferentes, en distintos ámbitos. El me consulta, pero no
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porque soy la esposa. Si no lo fuera también lo haría”, aclara ella, para añadir luego tal vez la
frase más valiosa del reconocimiento mutuo entre ambos: “Kirchner me considera un cuadro
político digno”.
Kirchner, siempre lo llama así en público y se ha extendido la errónea idea de que así lo llama
también en la vida doméstica. En realidad, difícilmente utiliza el término “mi esposo” cuando ella
habla del Presidente, pero en privado lo llama Néstor. El, en tanto, puede decirle “gorda”,
alargando la erre, sólo para fastidiarla.
A propósito de lo que afirma que en lugar de Hillary hubiera sido capaz de hacer Cristina, se le
ha preguntado si es celosa, a lo que ella ha respondido con un “no” sincero. Afirma que es porque
le tiene mucha confianza, aunque otros que dicen conocer muy bien a la pareja sostienen que en
realidad la electricidad que los une es la competencia política: ese es el mayor afrodisíaco entre
ambos.
El sexo de ellos es el poder, afirman quienes dicen conocerlos desde la época santacruceña. Y
algo de eso puede ser cierto, tenido en cuenta desde el punto de vista de que el poder ejerce sobre
ambos un efecto estimulante, a juzgar por los analistas del pensamiento kirchnerista.
Tampoco hay celos políticos -“porque estamos los dos iguales en las encuestas”, ha dicho ella
alguna vez riendo-, por cuanto le reconoce a Néstor haber alentado siempre su participación. Y en
las discusiones no son marido y mujer, sino militantes.
Difícilmente se la pueda descubrir a Cristina confiando sus sentimientos íntimos respecto a su
marido, por lo que no debería esperarse de ella una declaración de amor que supere esta
expresión: “He militado gran parte de mi vida al lado de mi marido y una no vuelve a ser la
misma después de estar tantos años junto a alguien. Soy la suma de lo que era antes, más toda una
vida en común, y por eso soy Fernández de Kirchner”.
Ella ha defendido a la pareja en términos del Derecho: “Somos una sociedad conyugal en
términos del Código Civil; a nivel político, trabajamos siempre juntos desde el momento en el que
nos conocimos”. Las coincidencias entre ambos van desde la política a las costumbres, y las
mayores discrepancias pasan a veces tan solo por la crianza de los hijos. Son muy unidos en
cuanto a sus creencias, más allá de que ella pueda estar un poco más a la izquierda del marido. En
esa materia, juegan de memoria, sin necesidad de consultarse. Y uno y otro utilizan los mismos
modales de leñador a la hora de emprender los embates políticos.
A uno y a otro, en ocasiones, la lengua se les escapa al punto tal de no respetar siquiera las más
elementales normas diplomáticas. Como sucediera en oportunidad de visitar la Exposición Rural
de Palermo; ya el Presidente había desairado a los dirigentes de la Sociedad Rural al no concurrir
a la ceremonia de inauguración de la muestra, pero Cristina no se quedó corta con el desplante al
recibir de regalo un cuchillo tradicional hecho a mano, que databa de principios del siglo XX, y
deslizar un despreciativo “prefiero el tramontina que tengo en mi casa...”
No existe competencia entre ambos. El admite que ella tiene más carisma y cuando le han
hablado de lo bien que está Cristina en las encuestas, se apresura a aclarar tan solo que “yo la
descubrí primero”.
- Somos cuadros políticos y nos respetamos muchísimo. Yo me dediqué siempre más a
gobernar y ella más a la tarea legislativa. Militamos desde la universidad juntos. Discutimos con
madurez y no hay una subordinación de uno sobre el otro -señala Kirchner-. Pero no hay
competencia entre ambos, para nada. Ella tiene sus ideas, su personalidad, es intransigente en
muchas cosas, a veces es mucho más firme de lo que uno podría ser y es una severa crítica del
sistema político de hoy. Cristina tiene su visión, a veces coincide conmigo y a veces es más dura.
Ya se ha dicho que el poder de negociación no es una virtud propia de Cristina. Sí puede
reconocérsele en cambio a Néstor Kirchner, aunque sólo en ocasiones. Dicen que ella pone tanta
pasión en su lucha contra sus adversarios para llevar la confrontación fuera de la pareja y no
pelearse con el marido. En cierta forma ella lo ha admitido, ya que en un reportaje contó que no
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hacer siempre una rutina, vivir con mucha adrenalina los ayudó como pareja. “Siempre nos
estamos peleando con alguien, cuando no era Menem, era Cavallo, y cuando no era Cavallo era el
otro -señaló en la revista Para Tí-. Eso te ayuda a mantener las cosas activas. A mí me molesta
mucho la gente que pontifica cómo tiene que ser una pareja. Nadie tiene recetas, cada uno vive su
experiencia”,
No ha faltado quien especulara con el hecho de que en realidad la pareja presidencial sólo está
unida por la ambición de poder. Kirchner ha respondido a ello diciendo que sigue enamorado de
Cristina, tanto como de su familia y que no viven en pareja por hipocresía. Y que en política,
como en el amor, comparten todo.
La senadora le elogia a Kirchner el humor y que no podría estar con un hombre que no lo
tuviera. “Amo que me hagan reír”, afirma, al tiempo que también lo rescata por sus fuertes
convicciones. Ha reconocido eso sí que ambos tienen un carácter horrible, aunque luego morigera
el término, cambiándolo por fuerte. Una cosa que los enoja por igual es lo que escribe la prensa y,
paradójicamente, se pusieron locos cuando una columna habló del “carácter podrido” del
Presidente...
“No hay prenda que no se parezca a su dueño”, ha dicho Cristina alguna vez aludiendo a otra
primera dama, pero el sayo bien puede calzársele.
Por alguna razón el matrimonio siempre se negó a aparecer juntos en una entrevista, o siquiera
a posar de esa forma. Si bien podía vérselos juntos caminar de la mano por las calles de Río
Gallegos, ante las cámaras de televisión o fotográficas apenas si se dispensan un abrazo fugaz. El
argumento que utilizan para explicar ese comportamiento es que no quieren aparecer como
“muñecos de torta”. La explicación oficial naufraga ante la convicción del sentido común: antes,
no se quería opacar al candidato; después, tampoco se quiso hacerlo con el Presidente. El estaba
en plena etapa de construcción de poder y necesitaba mostrarse como un líder fuerte. Ergo, no
podía ni debía compartir cartel con nadie.
Sólo rompieron la regla en el programa de Mirtha Legrand, en el que aparecieron por primera
vez juntos, antes de las elecciones. Allí se definieron con una frase que luego repetirían hasta el
cansancio: “Somos gente común con responsabilidades importantes”.
Gente común que se lleva el trabajo a casa: “No nos desenchufamos nunca. Ni siquiera cuando
Néstor era gobernador y nos íbamos de vacaciones. Lo nuestro no es un consultorio que se
cierra”, señala Cristina advirtiendo la diferencia entre una vocación y una profesión.
Es reconocible su pluma y estilo en muchos de los discursos que lee su marido. Si bien él
afirma que ese mensaje del miércoles 14 de mayo de 2003, cuando Menem renunció al ballotage,
lo escribió él y lo corrigió ella, fue Cristina Kirchner la autora, aunque previamente se habían
establecido las pautas confrontativas que el mensaje tendría.
En rigor, ella y Carlos Zanini son, además de una especie de sostén intelectual del Presidente,
los escribas de sus discursos. Ocasionalmente interviene algún otro, como Beliz, por ejemplo,
para casos específicos de la Justicia como ese en el que el mandatario arremetió contra la Corte emulando la época en la que Zapatitos blancos ponía su pluma al servicio de Menem-, o Rafael
Bielsa, si el discurso en cuestión tiene algo que ver con el tema. Pero sea quien sea el que los
escriba, Cristina los leerá inexorablemente a todos.
Mas el que los corrige y destroza es a la postre el Presidente.
La sociedad según Cristina
Lejos de la diplomacia de un político, Cristina Kirchner no tiene empacho en criticar a la
sociedad en su conjunto, a la que responsabiliza por muchos de los males que la aquejan. Le
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reprocha su volatilidad, que un día se apoye tal cosa y después todo lo contrario, comportamiento
que le adjudica a sectores importantes de la sociedad.
“Menem no llegó por arte de magia; el segundo gobierno lo ganó por más del 50% de los
votos”, ha dicho. Por eso es que le parece que circunscribir en el peronismo lo voluble de la
Argentina es una autojustificación. Es que no tiene dudas de que Carlos Menem fue el reflejo de
un país que había perdido el rumbo después de la feroz represión de la dictadura.
“El menemismo no corrompió a la Argentina, fue la expresión de la decadencia política y
moral de los argentinos. Si no asumimos nuestras responsabilidades en lo que pasó, este es el país
del yo no fui”, advierte.
En tren de adjudicar culpas, también piensa en el mandatario que sucedió al riojano. “Es
lastimoso y patético que hayamos tenido un presidente como De la Rúa. Es algo que tendrían que
preguntarse los argentinos que lo votaron. ¿Qué pasó que este hombre engañó a tanta gente
durante tanto tiempo?”, se pregunta, aventurando como respuesta el hecho de que muchas veces
los argentinos se apegan más a las formas que a los contenidos.
A propósito de esa sociedad que un día eligió a De la Rúa, Fernández de Kirchner supo
reprochar el cachetazo que le dieron un día a un hijo de De la Rúa, y se preguntó: “¿Por qué no se
pegaron un sopapo a sí mismos los que votaron a De la Rúa?”.
A propósito de las expresiones de violencia, la senadora es una severa crítica de los escraches,
a los que considera “profundamente antidemocráticos y antirrepublicanos”. Siempre vio a esas
actitudes como “un gesto de impotencia y de violencia que no me gusta, ni me siento expresada
en eso”.
Como todos los políticos, los Kirchner se sintieron mortificados por los cacerolazos y en esos
días encontraron como nunca en su provincia la paz que escaseaba en Buenos Aires. Cristina
particularmente se sintió impactada por el movimiento de las cacerolas. Le pareció algo nuevo,
espontáneo y hasta positivo, pero circunscribe esa apreciación a las manifestaciones masivas del
19 y 20 de diciembre, y también al cacerolazo que debió soportar el fugaz gobierno de Rodríguez
Saá.
Rescata de ellos la espontaneidad y masividad sin partidización, como el decir basta de mucha
gente. “Pero esencialmente, hay que decirlo también, con todas las letras: fue el decir basta a un
electorado, el de Capital Federal, que apostó desde 1973 por Fernando de la Rúa, que apostó muy
fuerte a dirigentes como Chacho Alvarez, Fernández Meijide, al Frepaso, a la Alianza, y fueron
muy defraudados -afirma-. Creo que ese grado de masividad, de espontaneidad, tuvo directa
vinculación con este grado de frustración formidable que tuvo el electorado de Capital con
respecto a quienes fueron sus líderes y estrellas electorales”.
De tal manera, la senadora entendía que el que se vayan todos tenía que ver con la región
metropolitana, sin repetirse en otros distritos ni provincias donde los gobiernos contaban con un
gran consenso.
Si bien llegó a decir que los cacerolazos no habían servido, Cristina reivindicaba las plazas del
19 y 20 de diciembre, pero advertía que las asambleas barriales fueron copadas después por la
ultraizquierda que quería convocar a una asamblea constituyente para discutir qué país hacer, y
eso hubiera demandado cinco años de discusiones. De ahí que con su esposo promoviera darle
fuerza institucional al grito histérico del que se vayan todos con ese proyecto para reelegir todos
los cargos.
A propósito de su pensamiento en torno a la sociedad argentina, Cristina Fernández tiene una
teoría sobre la razón de la subsistencia del peronismo. Según ella, es porque con sus claros y
oscuros, reproduce los claroscuros de los argentinos como sociedad: “somos contradictorios,
capaces de crear seres sublimes como Evita o abyectos como López Rega. El peronismo
reproduce en menor escala esa característica de los argentinos”.
229
Siempre echa mano a una frase de Perón para exponer su teoría respecto a la sociedad
argentina. El General decía que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, y Cristina no
tiene empacho en aclarar que nunca ha estado de acuerdo con tal cosa; para ella, los pueblos
tienen los gobiernos que se le parecen.
- Porque además, sería casi poco lógico, poco racional, que si hay una sociedad con valores
muy fuertes, democráticos, de respeto al prójimo, de tolerancia, de obediencia a la ley, se generen
dirigentes que hagan exactamente lo contrario a lo que la sociedad hace. Y esto no significa que
todos tengan la culpa, o que todos sean responsables. Por supuesto, quienes mayor jerarquía
institucional tienen, mayor responsabilidad les cabe; pero no llegamos a esta situación por
casualidad, o por obra de dos o tres perversos que están en la Casa de Gobierno o en el
Parlamento argentino. Lo que hay adentro del Congreso argentino, les guste o no a quienes están
afuera, tiene puntos de contacto y se parece a lo que hay fuera.
“Lo que hay arriba, muchas veces es representativo de lo que hay abajo -ha dicho muchas
veces-. Para cambiar esta concepción, debemos eliminar la renuencia a participar políticamente; la
solución está en participar, nada da más autoridad que el ejemplo”.
Luego la senadora Kirchner echa mano a lo que ha visto en otros países para poder mejorar su
visión de la Argentina. Advierte entonces que quienes han tenido oportunidad de viajar al exterior
habrán podido observar que cuando hay dirigencias que han podido dar calidad institucional a los
habitantes, no solamente son esas dirigencias las que respetan la ley o las reglas de juego. Uno va
por la calle y verá que todos respetan las normas: los transeúntes, los conductores, los
comerciantes. “No es obra de la magia o de que sean una raza superior -aclara-; es simplemente
que hay reglas de juego a las que todos respetan. Y si no lo hacen, hay sanciones; premios y
castigos...”
- Acá no funciona en ninguno de los estamentos: ni en las altas jerarquías, el que cometió
delitos graves y sigue en libertad, sin ser condenado; ni con el que atravesó un semáforo en rojo y
mató a una criatura, y seguramente, si tiene dinero o patrimonio, puede salir. Esto es lo que la
gente vivencia y es lo que tenemos que abordar.
A juicio de Cristina Kirchner, sería cómodo hacer un ejercicio de autoflagelación, quedar bien
y repartir culpas, más allá de las responsabilidades concretas que en efecto ha habido y a las que
en su momento denunció dentro y fuera de su partido, pero se queja de una sociedad que sigue
abordando los problemas de la misma manera, sin encontrar soluciones.
La senadora sostiene que lo que debe construirse en la Argentina es un concepto de ciudadanía
que tenga que ver -además de con los derechos y garantías de todo ciudadano- con el concepto de
la responsabilidad que tiene que ejercer cada ciudadano. Porque piensa que desde los derechos y
garantías se construye un ciudadano, y que desde la responsabilidad se puede construir un país.
Y para que los ciudadanos puedan hacer valer sus derechos y garantías -enfatiza-, tiene que
haber país, tiene que haber Nación y tiene que haber República, que es lo que en definitiva no
hay. La visión completa de ese ciudadano que tiene derechos y reclama garantías incluye las
responsabilidades que le competen a cualquier ciudadano, que son las que permiten construir
nuevamente un país, una Nación.
Vale repetirlo: Cristina no cree en lo que considera argumentos facilistas, en el sentido de que
los argentinos tienen una sociedad maravillosa y una dirigencia terrible. Ha dicho innumerables
veces que “los dirigentes políticos no bajan de platos voladores, sino que en cierta medida
representan a la media de la sociedad, por lo cual la interpelación debe ser en primer lugar a los
representantes políticos, pero además a la sociedad”.
No alcanza con echarles la culpa sólo a los dirigentes políticos, sin revisar conductas de
dirigentes empresariales, sociales, sindicales, los roles de las iglesias, del propio periodismo... Así
piensa Cristina, para quien resulta una simplificación centrar únicamente la crisis en los partidos
políticos, porque el problema es mucho más profundo.
230
“Creo que la responsabilidad esencial de los dirigentes está en instaurar no sólo un modelo
político diferente, sino también un modelo social distinto, a partir de las conductas propias”.
“Esta es una sociedad que premia al más pícaro, al más vivo. El más atorrante es el mejor; el
que trabaja, el que investiga, el que estudia, siempre es visto despectivamente y no se lo tiene muy
en cuenta”, ha dicho Néstor Kirchner en otra prueba de la misma mirada que suele tener el
matrimonio respecto a muchos temas.
Cristina rescata el valor de lo nacional y se reivindica como no advenediza en la materia, a
partir de la defensa que con su marido hicieron de los Hielos Continentales. Afirma tener mucha
convicción nacional, lo cual no significa aislamiento, sino identidad y pertenencia. La senadora
Kirchner asegura sentir envidia por sociedades como la brasileña y la chilena, que siempre han
tenido una convicción nacional que no pasa sólo por sus dirigentes políticos, sino también por su
empresariado, su burguesía, su periodismo.
Es más, siempre que puede pone el ejemplo de las burguesías brasileña y chilena, en
comparación con “los idiotas de acá”, tales sus palabras.
“Esta burguesía prebendaria que no tuvo ni siquiera rol de burguesía en nuestra historia”,
remarca, recordando que los de acá nunca identificaron sus intereses con los del país y, por el
contrario, creyeron que a ellos les podía ir bien, mientras al país le iba horrible.
Recuerda la emoción que la embargó junto a su marido cuando visitó el ground zero, donde
estaban las Torres Gemelas, y pone el ejemplo de la sociedad norteamericana frente al atentado
terrorista: “Todos agarraron sus banderitas y se pusieron detrás de Bush; incluso Bill Clinton. Y
mirá la actitud del periodismo -siempre su crítica fija a la prensa-, no viste un cadáver ni a un
periodista preguntando entre los escombros '¿cómo se siente ahí abajo?', como sí hubiera pasado
en la Argentina. Nosotros tenemos que pensarnos como país”.
- En parte, ésta es una sociedad muy tilinga -dijo en Página 12 en diciembre de 2002-. Ahora
han descubierto la existencia de desnutridos como si esto fuera nuevo. Precisamente muchos de
los políticos que hoy son señalados con el dedo fueron los laderos de Menem durante casi 10
años; pero alguien los votó. Hoy esos dirigentes no pueden acusar solamente a 26 años de
políticas neoliberales como si no tuvieran nada que ver.
Esa sociedad sobre la que Cristina es tan crítica, formuló el voto bronca como escala previa al
cacerolazo. De esa experiencia, la senadora Kirchner afirma que en algunos distritos se votaba a
Clemente casi como una gracia, aunque representaba una expresión de disconformismo genuina.
Empero, advirtió que eso podía servir “para un desahogo personal del ciudadano, pero en
definitiva después no termina sirviendo en cuanto a mejorar la calidad institucional”.
Como legisladora, promovió numerosas iniciativas a favor de lo que se dio en llamar la
reforma política, incluso sugirió reducir el número de diputados nacionales de 257 a 156; fue
promotora de las internas abiertas y simultáneas para todos los partidos políticos; presentó
proyectos sobre los gastos de campaña y propició cambios en el sistema de listas sábana.
Promovió además terminar con la política “como un modo de gerenciamiento de prácticas
individuales”, aunque siempre advirtió que toda reforma en la materia no cambiaría la vida de la
gente si antes no se modificaba la distribución del ingreso.
“Dicen que hay que hacer la reforma política para que no haya clientelismo, pero en la
Argentina, cuando había trabajo, no había clientes. Apareció el desocupado e inmediatamente
apareció el cliente político”, señaló ya siendo primera dama en un reportaje concedido a Clarín,
concluyendo que el gran desarticulador social, moral y cultural de la Argentina es el modelo
económico que destruyó el trabajo.
Sobre el financiamiento de los partidos políticos, se mostraba reticente a que lo hicieran los
privados, por cuanto en ese caso prevalecería la actual situación, ya que “siempre piden algo a
cambio de su ayuda”. Citaba el caso de Francia, donde el Estado da espacios igualitarios para las
231
campañas, que tienen una duración limitada y los partidos no pueden pagar por espacios en
medios nacionales.
Motorizó además la reducción de comisiones en el Senado, así como otras normas de
austeridad, pero fue muy cruda y sincera al advertir que “así los legisladores el día de mañana
trabajen gratis e ingresen al Parlamento arrodillados sobre maíces, para dar muestras de sacrificio
y flagelamiento, si la gente sigue con los problemas de empleo, de pérdida del poder adquisitivo,
de desorganización social, de falta de oportunidades, la condena a la clase política va a ser
exactamente igual a la que hay ahora. ¿Y por qué? Porque la gente quiere, y está bien que lo
demande, que los políticos puedan mejorar su calidad de vida. Para eso vota. Vota a
administradores que administren adecuadamente el patrimonio común, que es de todos, para que
no se vea afectado el patrimonio de su empleo, su trabajo y su familia”.
Así las cosas, centraba el tema de la representación vinculada al problema de la distribución
del ingreso en la Argentina como una de las claves de la crisis nacional. Dichas estas cosas
cuando todavía Kirchner era un mero candidato y el proyecto presidencial no estaba cerca de
concretarse. Con su esposo en el gobierno, en ellos estaría la posibilidad y obligación de revertir
esa situación.
Capítulo XIV
Sin techo
El cambio de look de Cristina coincidió con una fuerte presencia suya en los medios.
Habitualmente esquiva a las entrevistas desde la asunción de su esposo, la primera ciudadana sólo
concedía notas sobre temas puntuales y generalmente con los enviados especiales que
acompañaban a la comitiva presidencial en el Tango 01, o los que hacía ella sola.
Pero en diciembre de 2003 tuvo un pico mediático que sirvió para presentar su nueva imagen y,
en el marco de extensas notas, habló largamente de su experiencia durante esos meses en el
gobierno. Innegablemente fue una muy pensada jugada marketinera, ya que su renovada imagen
apareció en las portadas de Gente y Caras para las fiestas de fin de año, justo al principio de la
temporada veraniega, cosa que le aseguraba una exposición mayor que la habitual.
El perfil bajo inicial de la senadora había sido dejado de lado una vez se hubo considerado que
el Presidente ya había hecho muestra sobrada de ejercicios de autoridad que le daban total
autonomía, por lo que ella podía mostrar su presencia en todos los ámbitos en los que se
considerase necesario.
Sin embargo su histórica predisposición a satisfacer la demanda de los medios había mutado
por una selección detallada de las notas que concedía y una discriminación puntillosa de los
medios a los que se las otorgaba. Eso sí: ahora siempre determinaba previamente el temario de las
entrevistas, so pena de interrumpirla si el periodista se salía del libreto.
La habitual predisposición de Cristina para atender a la prensa sufrió una abrupta metamorfosis,
como la imagen de la primera dama, a la que algún tiempo después la revista Caras se
entusiasmaba exaltando su paso por Estados Unidos durante una gira individual, mientras la
revista Semana la presentaba en su portada con un título gigante que modificaba sustancialmente
232
aquel republicano “primera ciudadana por el más baladí “Primera diva”. Y en su bajada decía:
“Cada vez más sexy, a poco de su regreso de Nueva York”.
Cristina Fernández de Kirchner era una figura preciada por los medios, pero difícil de conseguir
por muchos de ellos. Era la figura política que quería contactar el periodista de televisión Juan
Castro para su programa Kaos en la Ciudad el día en que cayó del balcón de su departamento de
Palermo, en un confuso episodio que le costó la vida. Al trascender la noticia, en medio de la
confusión de los primeros minutos circuló una versión que hablaba de una carta dirigida a la
primera dama que habría dejado el periodista.
Luego se aclararía que en realidad Castro había hablado ese día con el vocero de Cristina para
tratar de combinar una nota para el primer programa del año de su ciclo. Igual, el misterio sobre
las causas de la tragedia de Castro -nunca se sabría fehacientemente si había sido suicidio o
accidente-, llevó a mentes calenturientas a lanzar versiones de lo más disparatadas, a las que la
primera dama no pudo escapar.
Un correo electrónico anónimo comenzó a circular por Internet con una versión de lo más
hilarante sobre las causas de la muerte del periodista, atribuyéndola a un homicidio perpetrado
supuestamente por agentes de la SIDE que buscaban unas fotos comprometedoras de la primera
dama. Lo que pretendía el libelo era fundamentalmente mezclar supuestas versiones sobre la vida
privada de Cristina -a la que siempre se preocupó ella por mantener precisamente en privado-, de
las pocas que habían circulado durante la vida política de los Kirchner. La especie se diluyó por el
propio peso de su incoherencia, pero sirvió para demostrar una vez más el interés creciente que
despertaba la primera dama.
El matrimonio Kirchner apareció incluso en la clásica producción de la revista Gente en la que
se reúne a los supuestos personajes del año. Los dos en el centro: Néstor con Mirtha Legrand a su
derecha y Cristina con Alfonsín a la izquierda, aunque lo de ella era un montaje, ya que cuando se
hizo la foto estaba en el exterior. Esa foto le valió más de una crítica, pero la que más debe
haberles dolido a los Kirchner fue la que escribió un escritor muy respetado por ellos, José Pablo
Feinmann, en Página 12, donde el autor se mostraba un tanto defraudado por ver al Presidente “en
un lugar en el que muchos descontábamos no verlo: ahí, en la centralidad de la foto de los
'personajes del año', en medio de los conocidos de siempre, rodeado por lo esencial del 'elenco
estable'. Una pena. Una concesión. En todo caso: un gran error”, escribió Feinmann.
Consultada sobre la crítica, Cristina dijo no compartirla, pero la rescataba por haber sido
respetuosa. “Cuando él hace la descripción histórica de la revista Gente, de su adhesión a tal o cual
gobierno, está haciendo una descripción que es algo más que una revista, está haciendo una
descripción de una parte considerable de la sociedad argentina. Y por lo demás, no es la primera
vez que aparezco en Gente; ahora quizá con mayor espacio, pero ya me habían hecho un buen
reportaje cuando fue lo de las coimas en el Senado en el 2000”, replicó la primera dama en un
reportaje concedido a la revista Veintitrés, de un target progre más acorde a los K.
Como complemento, Cristina también se había presentado junto a su esposo en el programa de
Mirtha Legrand -¿cuál otro, sino?-, desde El Calafate, donde lució jeans y una chaqueta ajustada
en tono rosado que le marcaba su cada vez más esbelta figura, producto de haber bajado cuatro
kilos en el último mes.
Sólo de dos cosas no habló en las notas: de las razones de su cambio de peinado y de su
eventual desembarco en la provincia de Buenos Aires como candidata.
2003 fue un año tan feliz como agitado para los Kirchner en general y Cristina en particular,
quien tras concluir la campaña por su esposo volvió a encaramarse en el dilatado menú electoral
del resto de los candidatos kirchneristas, a los que respaldó con su preciada figura y el ahora
poderoso peso de su apellido.
233
De tal manera, mientras matizaba viajes al exterior como primera dama con el histórico juicio
político a un miembro de la Corte Suprema, se abocó a lo que su esposo no podía por sus
actividades: recorrer el país respaldando a los candidatos señalados por el poder central. Aníbal
Ibarra la recibió con los brazos abiertos en la ciudad de Buenos Aires y pudo darse el gusto de
contar con el respaldo de dos mujeres tan taquilleras como enfrentadas: Cristina y Elisa Carrió.
Pero amén de los actos de campaña en territorio cercano, la primera dama salió a recorrer el
país y durante cuatro días de septiembre -por citar sólo un ejemplo- anduvo más de diez mil
kilómetros para hacer campaña. Un día estuvo en San Juan, en un acto a favor del candidato a
gobernador José Luis Gioja, un senador con el que antes había tenido no pocas rabietas; al día
siguiente se la vio a Cristina en Jujuy, apoyando a uno de los más gobernadores más fieles a
Kirchner, Eduardo Fellner, y un día después aterrizaba en Río Gallegos, para apuntalar a Sergio
Acevedo en busca de retener para el PJ la gobernación santacruceña. Al día siguiente, viernes,
representó una vez más a su esposo, pero ahora fuera del país: estuvo en Chile en un acto por el
30° aniversario del golpe contra Salvador Allende.
Curioso récord el de Cristina Fernández de Kirchner, quien ha de tener así cientos de actos
políticos en su currículum, mas la mayoría no ha sido para promoverse a sí misma.
Cuando ganó su banca como senadora por Santa Cruz en 2001, lo hizo por el 61,85% de los
votos, triplicando los de la Alianza, y constituyendo el segundo porcentaje más alto de la
Argentina. En una elección en la que en todo el país se impuso el voto bronca, los votos
impugnados apenas promediaron el 5% en Santa Cruz.
Cristina había logrado tres puntos más que cuatro años antes, al ser elegida diputada y su
imagen estaba por arriba incluso que la de su esposo, por lo que su postulación para sucederlo
parecía estar cantada para muchos.
El matrimonio tenía otros planes, pero de todas maneras dejaba volar la imaginación de todos
los operadores y de quienes soñaban con la senadora sucediendo a Kirchner. En realidad, Néstor
Kirchner se limitó a señalar que su esposa “no sería candidata a nada” y el verbo potencial disparó
las mentes de todo el kirchnerismo local pensando en ella como eventual sucesora, desatándose
algo así como un “operativo clamor” a favor de su candidatura.
¿Pudo haber sido Cristina candidata a gobernadora? Su propio esposo admitió la posibilidad.
En vísperas de asumir como presidente, Néstor Kirchner comentó que si él hubiese perdido las
elecciones, no se hubiera presentado para un nuevo mandato provincial, porque hubiera sido como
decir: “no pude ser presidente, entonces no me queda más remedio que ser gobernador”; pero
reconoció que en ese caso seguramente su esposa hubiera podido ser candidata a gobernadora de
Santa Cruz. Habrá que agregar que sólo en ese caso, aunque Cristina nunca pareció demasiado
convencida a postularse para ese cargo.
No fueron pocas las veces que la tentaron para competir electoralmente fuera de su provincia.
El entonces frepasista pero ya kirchnerista Eduardo Sigal hizo en su momento sondeos para tentar
a Cristina de que fuera a la provincia de Buenos Aires, pero ella dijo no. También Alberto
Fernández le propuso seriamente mudarse a la ciudad de Buenos Aires para ser candidata a
senadora por el alicaído PJ porteño. Fue para las elecciones de 2001 y lo alentaban entonces los
datos de una encuesta de Carlos Fara y Asociados, que mostraban a Elisa Carrió con una imagen
positiva del 70% en ese distrito, seguida por Cristina Fernández con el 43%. “No gracias”, fue la
respuesta de la santacruceña.
Pero en provincia de Buenos Aires quien más seriamente estuvo interesado en que la
santacruceña desempolvara la partida de nacimiento que recuerda su origen platense y fuera
candidata en ese distrito resultó ser nada menos que Eduardo Duhalde, quien ya la había medido
como eventual candidata a vicepresidente, pero para las elecciones de 2001 pensaba en ella como
compañera suya en la lista para el Senado. Al final, optó por Mabel Müller, amiga de su esposa.
234
Eduardo Duhalde no debería flagelarse por haber alentado la mudanza de Cristina a su
territorio, ya que otros la hubieran propuesto igual. De hecho, los mismos sectores kirchneristas
que más tarde se entusiasmarían con esa idea, echaron a correr el rumor de que Cristina se
postularía para gobernadora bonaerense en el marco de un acuerdo electoral con Elisa Carrió y
Aníbal Ibarra. Promediaba 2002, Kirchner y el entonces presidente Duhalde no se podían ni ver y
el santacruceño estaba en campaña por la caducidad de mandatos, así que la alquimia política bien
valía para asustar al enemigo.
El rumor había arrancado con la misma mudanza de los Kirchner a Olivos y la renuncia de la
senadora a cobrar el desarraigo. “Fijó domicilio en Olivos para meterse en la interna bonaerense”,
decían. Ese coqueteo de Cristina con la provincia de Buenos Aires se hizo costumbre y el rumor
siguió circulando conforme las encuestas la emparentaban con la elevadísima imagen de su esposo
presidente. Incluso hay quienes aseguran que las encuestas que manejaban en la Casa de Gobierno
la daban mejor que a Néstor Kirchner, pero esos datos eran menguados para no opacarlo a él.
El apellido del Presidente cotizaba tan bien en la región metropolitana que una encuesta
realizada por la Consultora Equis ubicaba a fines de noviembre de 2003 a todos los Kirchner en
funciones al frente de la consideración pública. El Presidente tenía una imagen positiva del 88,8%,
en tanto que su esposa acumulaba un 84,9% (la imagen negativa era del 10,4%) y la ministra
Alicia Kirchner sumaba un 84%.
Por esos días el diputado Alberto Coto, enlace político del ministro de Economía con el
Congreso, organizó en Parque Norte un encuentro justicialista en el que se reunieron 500 políticos
y empresarios para discutir el proyecto nacional. El evento había sido preparado directamente para
el lucimiento de Roberto Lavagna y su posicionamiento político dentro del partido. La sorpresa la
dio la inesperada aparición en el lugar de la primera dama, que no estaba prevista ni anunciada, y a
la que se le dio un lugar en el estrado y la posibilidad de cerrar el evento. A los organizadores no
les quedó otra alternativa que hacerlo.
Si bien Lavagna contaba con el aval presidencial -y se preocupó por aclararlo al hacer su
alocución-, dio toda la sensación de que con la presencia de Cristina los Kirchner habían decidido
marcar territorio. Al hacer uso de la palabra, la senadora cargó contra los partidos políticos que en
los últimos años -dijo- habían renunciado a representar a la sociedad, mimetizándose en cambio
con los sectores más concentrados de la economía. Si bien cargó de ponderación al ministro y a
sus funcionarios, le había robado el escenario a quien debía haber sido la estrella del acto.
Cristina se llevó los mayores aplausos de Parque Norte, los cuales se transformarían en
abucheos en los meses venideros, pero esa sería otra historia. De momento, el kirchnerismo estaba
disciplinando a todos los sectores partidarios y no hacía otra cosa que sumar constantemente
poder.
La propia Hilda Chiche Duhalde, que anticipadamente sonaba para ser candidata a gobernadora
de Buenos Aires en 2007, se hizo eco de las versiones tan solo para bajarle los decibeles. Como no
podía ser de otra manera, aclaró en noviembre de 2003 que le parecía perfecto que la senadora
intentara construir una estructura política propia en territorio bonaerense, y tenía el derecho de
hacerlo por haber nacido en La Plata. Pero obviamente lo consideraba un globo de ensayo que no
asustaba.
En diciembre, Cristina Fernández rompió el silencio respecto a un eventual desembarco
bonaerense diciendo una verdad a medias. “Yo no fijé domicilio en Olivos. Eso es un gran mito.
Mi domicilio es en Río Gallegos. Ni lo cambié, ni lo pienso cambiar”, dijo, pero no aclaraba que
no había necesidad de mudarse: ella ya podía ser candidata por el solo hecho de haber nacido en
Buenos Aires.
Los medios comenzaron a jugar con la rivalidad entre la primera dama y su antecesora, ante lo
cual salía el siempre componedor Eduardo Duhalde a aclarar que los rumores no tenían nada que
ver con la realidad.
235
Pero el problema verdadero no era Cristina, sino la transversalidad kirchnerista desde la que se
avanzaba sobre el Partido Justicialista con candidatos propios. Hubo varios casos testigos que
obraron como botones de muestra. En Catamarca el gobierno hizo campaña a favor del Frente
Cívico, contra el PJ de Luis Barrionuevo, pero en ese caso era obvio qué papel jugaría el
kirchnerismo, jugados como estaban contra el senador gastronómico. En Misiones, Kirchner
apostó por el gobernador Carlos Rovira, ex delfín de Ramón Puerta, quien era el candidato oficial
del peronismo. Esa actitud enfrentó a Kirchner con Duhalde, habida cuenta que el ex presidente
apoyó hasta con su presencia a Puerta, quien a la postre resultó perdidoso.
Kirchner bajó a algunos candidatos, como Eduardo de Bernardi en Chubut, para no erosionar en
ese caso al candidato oficial del PJ Mario Das Neves, quien se convirtió así en gobernador, pero
no hizo lo propio con Eduardo Rosso, cuyos votos por afuera del PJ alcanzaron para impedir que
el justicialista Carlos Soria ganara Río Negro. Fue un negado pero claro pase de facturas contra el
ex jefe de la SIDE al que Cristina le había enrostrado haber operado en su contra cuando Kirchner
todavía era enemigo de Duhalde.
En Capital, la transversalidad kirchnerista incluyó al jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra, para
enfrentar a Mauricio Macri, con el que jugó la mayor parte de la dirigencia justicialista, y ahí
Kirchner apostó todas sus fichas contra quien presentó como “el candidato de la derecha”. Le fue
bien, e Ibarra consiguió la reelección con la que había comenzado a soñar desde que logró sentarse
en la misma mesa con Kirchner y Carrió para hablar de caducidad de mandatos.
Diversas fuentes vieron la mano de Cristina Kirchner en la estrategia de posicionar candidatos
propios por afuera del Partido Justicialista, recreando a nivel nacional el Frente para la Victoria
que traían desde Santa Cruz geográficamente y de los 80 cronológicamente.
Ya antes de ser presidente su esposo, Cristina Kirchner había explicado su visión de la
transversalidad, aun sin nombrarla: “Nosotros creamos un espacio político en Santa Cruz que
trascendió al peronismo... Porque el ejercicio del peronismo es trascenderse a sí mismo. Yo tengo
esa comprensión del peronismo. La idea es la conformación de fuerzas políticas y sectores sociales
que confluyen en la construcción de un modelo de país y que no necesariamente piensan igual con
respecto a todo”.
Pero aun antes que eso, cuando el gobierno de la Alianza se diluía en su impotencia, Cristina
dijo las palabras clave en un reportaje realizado por la revista Urgente: “Militamos en un partido
con identidad y construcción nacional. Vivimos en un país presidencialista. No arreglaremos nada
desde las provincias exclusivamente. Por eso creamos La Corriente, que tiene un proyecto
transversal porque, además, el justicialismo ha promovido grandes frentes nacionales en su
historia, y desde allí daremos el debate sobre el país y la Nación que nos debemos los argentinos”.
Nadie debió sorprenderse entonces cuando los seguidores del pensamiento K comenzaron a hablar
de transversalidad.
Arrasado electoralmente el radicalismo y con el resto de la oposición viviendo una crisis de
identidad, Néstor Kirchner mantuvo durante largo tiempo la iniciativa, sin adversarios a la vista.
Elisa Carrió veía cómo el Presidente se había quedado con sus propias banderas y trataba de
convencer de que eso tan novedoso que el santacruceño mostraba no escondía otra cosa que
“justicialismo tradicional” y en tal sentido se asentaba en dichos de su enemiga Cristina, quien
había aclarado que en el gobierno “no somos progresistas, somos peronistas”. Con esos dichos,
decía Lilita, aseguraba que la primera dama había cerrado toda la historia de la transversalidad.
Cuentan que el Presidente suele dar ciertas instrucciones a sus hombres de confianza para que
luego pongan en marcha su proyecto de la mejor manera que encuentren. Para eso gozan
precisamente de su confianza. Al explicar esa orden, uno de los que la recibió comentó a quien
esto escribe sin dar mayores detalles, tal cual la habían recibido: “El Presidente les dijo a sus
hombres de confianza que salieran a construir poder. Que lo generen de la mejor manera que
encuentren”.
236
Los grupos que se encargaron de ese objetivo fueron Confluencia Argentina, coordinado por
Marcelo Fuentes; la Corriente Peronista Federal, de José Salvini; y el grupo Michelangelo,
conducido por Carlos Kunkel y Dante Gullo. Estos se propusieron jugar fuerte, al punto tal de
resolver internamente que en las siguientes elecciones presentarían Frentes para la Victoria en
todos los distritos; si el justicialismo quería integrarlos, mejor. Sino, daba igual.
“Acá pasa como con el mosquito y la vela -explicaba un kirchnerista de peso y de la primera
hora-. Si estás revoloteando, en algún momento te vas a quemar, si estás lejos te vas a perder...
Hay que estar en el momento justo y en la posición adecuada”.
Para muchos, fue la señal que llevó al subsecretario general de la Presidencia, Carlos Kunkel, a
hacer la jugada que conmovería todas las estructuras bonaerenses. Cuando dijo “puede ser
candidata en el 2005”, uno de los máximos hombres de confianza de Kirchner se refería nada
menos que a Cristina Fernández de Kirchner y le daba un toque oficial a lo que hasta entonces
circulaba apenas como rumor descabellado y pasible de desmentida.
“No sólo nació en la provincia de Buenos Aires, sino que comenzó su militancia en territorio
bonaerense. Hasta el año 76 fue activa militante del peronismo bonaerense, así que tiene sus raíces
y su formación política ahí”, sostenía Kunkel para dar más énfasis a esa candidatura que, de todos
modos, agitaba como posibilidad de cara a un año. Y como si fuera una amenaza, anticipaba que
“vamos por el peronismo en todo el país, pero, concretamente, vamos a caminar la provincia de
Buenos Aires. Vamos por el peronismo bonaerense”.
El primero en relativizar esa alternativa fue Alberto Fernández, quien recordó la vez que él
mismo había querido traer a la senadora a la Capital Federal y ella se había negado. “Todos
quisieran tener a Cristina en su distrito, pero ella está muy contenta representando al pueblo de
Santa Cruz”, apuntó como para aventar fantasmas.
¿Alcanzaba el jefe de Gabinete para desmentir semejante especie, cuando la propia involucrada
hacía silencio de radio? Pero amén del ADN kirchnerista de Kunkel -quien había sido jefe de
Kirchner cuando ambos militaban en la Tendencia, allá en La Plata-, en el propio duhaldismo
desconfiaban de un desembarco de la senadora para 2005. “Son necesidades de Kunkel de tener un
llamador para convocar gente. Agitan el nombre de Cristina, pero no pasa por ahí”, interpretaban
en el bando duhaldista. Descontaban que la primera ciudadana no cometería lo que interpretaban
como una desprolijidad, aunque miraban con recelo la jugada de Kunkel, fundamentalmente
porque generaba inquietud en la convivencia.
Circunstancialmente ubicado como espectador, el gobernador Felipe Solá parecía dar crédito a
la jugada política -“me parece que va en serio”, deslizó-, alentando no sólo congraciarse con el
gobierno nacional, sino conseguir algo de aire para zafar del acoso del aparato duhaldista con el
que nunca pudo convivir armónicamente.
Fue el debate de fin de un año que Néstor Kirchner cerró con una gigantesca imagen positiva
que, según el CEOP medía 88,5%, en tanto que su mujer sumaba 79%. Demasiado capital político
como para no invertir.
Cuando Kunkel volvió a hablar, supuestamente lo hacía para bajar los decibeles, pero a la
postre no retrocedió ni un paso. Por el contrario, bajó línea en el sentido de que el peronismo
bonaerense debía volver a las bases, y concedió que si era necesario en algún momento el
desembarco de Cristina Kirchner como candidata bonaerense, “el matrimonio Duhalde y la
mayoría de los peronistas lo van a respaldar”.
Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde volvieron a mostrarse juntos como lo hacían cada tanto
para aventar fantasmas y descomprimir situaciones. Tras el abrazo mutuo, las sonrisas y las fotos,
el ex presidente contó lo mucho que se habían reído por las versiones y cómo el Presidente las
había desalentado. Claro que Kirchner no hablaba del tema en público ni tampoco lo hacía su
esposa, lo cual era funcional a la jugada puesta en marcha por Kunkel.
237
¿Acaso se sancionó al subsecretario general de la Presidencia por su verborragia? Sólo se lo
llamó a silencio tiempo después, o al menos así se procuró que se hiciera saber, pero no hubo tirón
de orejas. La función del viejo amigo del Presidente era crear una línea interna en la provincia de
Buenos Aires, donde nunca había podido hacer pie siquiera el menemismo, y ni siquiera el propio
gobernador Felipe Solá había logrado imponer su propio aparato, por lo que era atendible que
quien tenía por delante emprender la difícil tarea de hacer fuerte al kirchnerismo en el distrito
indispensable para todo sector con aspiraciones, apelara a los mejores elementos que tuviera a
mano. Y si la movida servía además para poner nervioso al duhaldismo, tanto mejor.
Para 2005 faltaba mucho todavía y ni qué decir de 2007, cuando estaría en juego la gobernación
que -si bien procuraba mantenerse al margen de momento- aspiraba a ocupar Chiche Duhalde. No
por nada la esposa del hombre fuerte de la provincia, que acababa de volver a la Cámara de
Diputados, había desechado encabezar como siempre la Comisión de Familia y Minoridad de ese
Cuerpo, optando esta vez por la de Asuntos Municipales, buscando imprimirle un giro más afín a
su futuro a sus funciones habitualmente sociales.
Chiche se cansó de repetir que no veía a Cristina con intenciones de hacer política en la
provincia y que todo era un manejo de algunos sectores interesados en su propio beneficio, y pidió
a los medios “que no joroben” con el tema. Pero mientras todos los funcionarios consultados
trataban de mantener la mesura, cuestión de no desairar a ninguna de las partes, apareció el
diputado provincial y jefe piquetero devenido en kirchnerista Luis D'Elía respaldando el eventual
desembarco de la primera dama, por cuanto ello “sería un tiro de gracia para el duhaldismo”. Tales
sus dichos.
“Hace falta una mano firme para encarrilar varias cuestiones que terminan siendo como una
especie de tumor maligno en el cuerpo institucional de la provincia de Buenos Aires y que tiene
que ver con viejas mafias enquistadas”, dijo quien había logrado cultivar una excelente relación
con el presidente Kirchner y ciertamente no hacía de la diplomacia un culto. Y a quien Chiche
Duhalde descalificó diciendo que era “una máquina de decir idioteces”.
Era sabido además que si algo ponía nerviosa a la dirigencia justicialista eran los piqueteros. De
hecho, el primer contrapunto serio que vivieron los Duhalde y los Kirchner no fue por el eventual
desembarco bonaerense de Cristina, sino por la manera como había que enfrentar a los piqueteros
(el ex presidente y su mujer sugirieron que se lo estaba haciendo con “manos de seda”, y el primer
mandatario y la senadora reaccionaron con furia). Otro ejemplo fue el intendente del municipio
más grande del conurbano, Alberto Balestrini, quien le reprochaba al Presidente -por cuya
candidatura algo había hecho- el oxígeno político dado a los piqueteros, fundamentalmente en La
Matanza, donde operaba D'Elía.
No estaba claro que Cristina fuera a ser candidata bonaerense, pero lo que todos ya daban por
descontadas eran las intenciones del gobierno de hacer pie en el distrito y en ese sentido la
dirigencia bonaerense veía con el ceño fruncido la labor social que desarrollaba la ministra del
área, Alicia Kirchner, quien incursionaba directa y fuertemente en los barrios, en forma
independiente, puenteando muchas veces a los propios intendentes, para desarrollar
emprendimientos sociales que obviaban a los funcionarios municipales. Bajaba a la provincia con
mucho dinero y hasta había formulado denuncias por el manejo de los planes sociales en ese
distrito.
De los Kirchner, Cristina era la más mencionada en la provincia, pero la que ni aparecía por el
distrito ni lo aludía en sus contadas declaraciones, cuestión de mantener todo en la nebulosa, en un
sentido funcional a los intereses propios. Sí recorrían el conurbano Alicia y, sobre todo, Néstor
Kirchner, quien gozaba de su luna de miel con la gente dejándose tocar por los bonaerenses cada
vez que llegaba a un municipio para participar de actos en los que inauguraba fábricas o planes de
obras. Nunca se lo vio mortificado cuando en los actos le pusieron el tema musical “Matador”, que
238
solía acompañar los eventos menemistas, ni dijo nada cuando comenzaron a aparecer en esos actos
pancartas con la inscripción “Fuerza Cristina”.
Los duhaldistas estaban más preocupados de lo que admitían y no faltaba quien tomara el
cambio de look de la primera dama como la prueba necesaria de sus intenciones electorales.
“Nadie se cambia el pelo si no es para los afiches”, concluía un guerrero duhaldista con una lógica
acorde al pensamiento de los políticos argentinos, que muchas veces no se eleva más allá del grado
elemental.
El subsecretario que había encendido la mecha de la polémica se regocijaba en tanto en
privado, y deslizaba la posibilidad de que, en última instancia, no fuera necesario “jugar la dama”.
Pero mantendrían la incógnita hasta el final.
Los ánimos recién se apaciguaron cuando comenzó a hablarse de un supuesto pacto para no
avanzar sobre el territorio bonaerense y desviar a Cristina hacia la Capital Federal, postulándola
para diputada y enfrentar así nada menos que a Elisa Carrió. La provincia quedaría para Duhalde y
él o su esposa podrían ser candidatos a senador en 2005.
Pero nada era seguro y la guerra de nervios amenazaba continuar un largo tiempo más, con
aditamentos tales como la aparición de un aviso clasificado de considerables dimensiones que
decía: “CRISTINA F. DE KIRCHNER Gobernadora 2007 Pcia. de Buenos Aires. Agrupación
Nueva Fuerza Peronista. Necesita 10.000 personas de la Provincia de Buenos Aires para trabajar
en la candidatura de Cristina”. El aviso estaba suscripto por un supuesto coordinador general de la
provincia de Buenos Aires que luego admitiría no haber consultado siquiera a quien postulaba.
Según pudo saberse, se trataba de un ex menemista de la zona de Quilmes devenido en nuevo
kirchnerista, que ya especulaba con la candidatura de la primera dama llevando como vice al
ministro del Interior, Aníbal Fernández -que en realidad había anunciado su intención de competir
por la gobernación-. En cercanías de la primera dama admitieron no conocer al aspirante a
reclutador de cristinos bonaerenses y sólo dijeron tener entendido que se trataría de “un loco lindo
que una vez propuso la candidatura de Sandro”.
Una encuesta de Ricardo Rouvier, publicada en marzo de 2004, mostraba al presidente
Kirchner batiendo récords, pues normalmente la luna de miel con el electorado en la Argentina no
trasciende los seis meses. Sin embargo, Kirchner se acercaba al primer año de mandato con una
imagen positiva más que muy buena. 77% revelaba la encuesta, seguido por la primera ciudadana
con un 70%.
Fue suficiente que alguno reparara en que Chiche Duhalde estaba 40 puntos abajo de Cristina y
con una imagen negativa diez puntos superior a la positiva, para que se volviera a meter cizaña.
Nerviosa, pero tratando de mostrarse segura, la ex primera dama salió al cruce de las versiones
recurrentes: “Creo que realmente Cristina Kirchner tiene todo el derecho y la posibilidad legal de
ser candidata, porque ha nacido en esta provincia. Me parece muy feo que alguien pretenda
ponerle un freno y creo que después lo que tiene que hacer cada dirigente es trabajar. Creo que si
realmente ella quiere ser candidata, lo puede hacer, pero si ella quiere, no cuatro locos que no
juntan diez votos... Porque esta es la verdad: hoy quienes impulsan este tipo de cosas necesitan
crecer políticamente dentro de la provincia, entonces han encontrado un elemento muy atractivo.
Pero ellos, por ellos mismos, no han ganado ni una elección a concejal. Para mí, Cristina es una
figura altamente reconocida, es un cuadro político, es una mujer muy capaz, que puede ser
gobernadora de la provincia más grande del país... Lo que pasa es que muchos suben a esta ola
para poder crecer políticamente, porque no son nadie en política”.
La mirada sesgada
A los diez meses de su gobierno, Néstor Kirchner relativizó haber tenido una luna de miel tan
prolongada como sugerían las encuestas. Dijo que la misma sólo se había extendido en los tres
239
primeros meses, pero lo que en realidad hacía era preparar el camino para lo que inexorablemente
sucede con todos los gobernantes: el momento en que comienzan a descender en la consideración
popular, fruto del ejercicio del poder.
Lo cual, para un gobierno que había basado todo su crecimiento en la amplia aceptación de la
sociedad a sus actos, y sobre todo un presidente obsesionado por lo que de él dijeran los medios,
podía resultar inquietante.
Ya le demandaba a la gente de su propio partido un esfuerzo considerable tratar de entender esa
obcecación por la transversalidad, cuando debieron ponerse a tratar de digerir e interpretar la
insistencia con la que el gobierno de Kirchner removía el pasado más tenebroso de la Argentina.
Ya había sorprendido a propios y extraños domesticando a la siempre hipercrítica líder de
Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, mas esa simpatía de la belicosa mujer no se extendía
al resto del gobierno, ni mucho menos al partido. Cuando Kirchner le prometió a Bonafini y al
resto de las organizaciones de derechos humanos convertir el predio de la ESMA en un Museo de
la Memoria, levantando por completo las instalaciones que allí funcionaban, una parte de la
dirigencia y los medios la consideraron una medida un tanto excesiva e innecesaria.
Nadie se animaba a poner en duda la validez de semejante acto, habida cuenta que la Escuela de
Mecánica de la Armada representó un verdadero santuario de la represión ilegal del Proceso. Pero
todo el camino recorrido hasta el 24 de marzo de 2004, fecha elegida para el simbólico traspaso,
no hizo más que dejar en evidencia la mirada sesgada que el gobierno tenía para ese tema en
particular.
Todos los antecesores de Kirchner habían tratado de idear la mejor manera para deshacerse de
ese monumento a la represión, y hasta Carlos Menem había sugerido su demolición. La Armada,
incluso, admitía que la ESMA representaba una mochila demasiado pesada y estaba dispuesta a
reprensar su destino. Pero Kirchner fue más lejos, como siempre.
Ya con la cuestión de la derogación de las leyes del perdón y los indultos el gobierno del
santacruceño había marcado un camino del que nadie dudaba y que hasta le había permitido a
buena parte de los legisladores reivindicarse ante la sociedad y sus conciencias con ese acto. Se
reconocía en el gobierno hasta una cuota de cautela, ya que se las medidas adoptadas por el
Parlamento dejaban el problema en manos de la justicia. Incluso cuando se le consultó a Cristina
Kirchner respecto a lo que finalmente sucedería con los indultos firmados en su momento por
Carlos Menem, la senadora aclaró que “la inconstitucionalidad de los decretos, leyes o cualquier
otra medida administrativa no corresponde al Parlamento, sino que lo determina la Justicia. Y este
tema en particular está en manos de ella, como corresponde en todo país democrático y
civilizado”.
Sin embargo, el avance del gobierno en otros temas relacionados no hizo más que agitar
fantasmas. Se reeditaron ciertos temores que habían agitado precisamente los adversarios de
Néstor Kirchner cuando éste comenzó a tener posibilidades ciertas de ganar la presidencia. Carlos
Menem les había colgado el calificativo de “montonerismo” a Kirchner y a quienes lo rodeaban, y
el santacruceño salió airoso al soslayar la crítica que terminó sonando anacrónica.
Un rumor que la propia Mirtha Legrand -la única representante de los medios que lograba
sentar a su mesa y delante de cámaras al matrimonio presidencial- había expuesto públicamente al
lanzarle a Kirchner a bocajarro: “Dicen que con usted se viene el zurdaje”.
- ¡Ay, Mirtha, hacía años que no escuchaba ese término! -contrarrestó Cristina sin siquiera
mirarla, mientras se llevaba el tenedor a la boca.
- Por pensamientos como ése en este país desaparecieron 30 mil argentinos -liquidó el pleito el
entonces presidente electo.
Kirchner fue sincero consigo mismo al rescatar la cuestión en el mensaje que inauguró su
gestión -a poco de recibir la banda y el bastón presidencial-, al decir “llegamos sin rencores, pero
con memoria. Memoria no sólo de los errores y horrores del otro, sino también sobre nuestras
240
propias equivocaciones. Recordemos los sueños de nuestra generación, que puso todo y dejó todo,
pensando en un país de iguales”.
Pero tuvo el tino de cuidar bien sus palabras, sin traicionarse a sí mismo. Sin nombrar la palabra
“montoneros”, que hubiera espantado a gruesos sectores de la clase media que lo apoyaban,
expuso como carta de presentación que formaba parte de “una generación diezmada, castigada con
dolorosas ausencias. Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que
no pienso dejar en la puerta de la Casa Rosada”.
El partido del gobierno quería adecuarse a los tiempos de la nueva administración, lo cual le
demandaba un esfuerzo no menor. Ya bastante tenían con tratar de digerir eso de la
transversalidad, cuando llegó la orden presidencial de que para la movilización de apoyo a su
gestión preparada para el 1° de marzo, fecha de la Asamblea Legislativa en el Congreso, la
concurrencia fuera sin banderas partidarias. Muchos dirigentes del PJ se sintieron molestos y
desconcertados por semejante directiva, pero nadie se animó a alzar la voz. A la postre, como
resultado hubo una movilización que fue poco menos que un fiasco, ya que la concurrencia no
tuvo la dimensión con la que en la Casa Rosada se habían ilusionado.
Para muchos, eso marcó el comienzo del cambio de relación. A los pocos días comenzaría a
agitarse el tema del acto por el Museo de la Memoria, que el gobierno manejaba en forma
exclusiva. Deseoso de congraciarse con la administración central, el gobernador bonaerense Felipe
Solá tuvo la idea de invitar a sus colegas a ese acto durante un encuentro de gobernadores en el
interior, cosa que desató otra pelea.
Es que cierto sector de los organismos defensores de derechos humanos, con Hebe de Bonafini
a la cabeza, salió a cuestionar la eventual presencia de determinados gobernadores -la mayoría-,
condicionando su propia concurrencia a que los personajes vetados no estuvieran en el acto.
Previsiblemente, la mayoría de los mandatarios provinciales no fue. Sólo lo hicieron el
santacruceño Sergio Acevedo, el misionero Carlos Rovira y el radical mendocino Julio Cobos.
Como anfitrión, también estuvo el jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, quien se llevó una
estruendosa rechifla de una concurrencia totalmente parcializada. El acto tuvo como oradores a
dos hijos de desaparecidos y al propio presidente Kirchner, quien junto a su esposa, parada a su
lado en el palco, fueron los principales protagonistas del evento, tras el cual la militancia presente
pudo recorrer el predio de tan triste fama.
Los medios se ocuparían de mostrar en detalle los desmanes perpetrados luego en el lugar,
donde hubo destrozos, robo de placas que referían a militares caídos y pintadas que recordaban a
las de los años 70.
En definitiva, el acto le sirvió a los Kirchner para hacer una reivindicación con la que habían
soñado desde sus tiempos de militancia, pero también para enemistarse con el resto de los
gobernadores. Y para peor, no cayó bien en una parte de la sociedad, que si bien había hecho
suyos los reclamos de justicia, consideró demasiado sectorizado el evento, al punto de no sentirse
parte del mismo. El rédito fue menor, pues la mayoría de los que no se molestaron, directamente
ignoraron el evento.
El gobierno se negó a reconocer las críticas, convencido como estaba de que no había hecho
otra cosa que cumplir con la premisa anunciada al comenzar su mandato de instalar a los derechos
humanos como uno de los principales ejes de su política. La emoción que la pareja presidencial
había mostrado durante el acto era además verídica, pero el propio presidente Kirchner reconocería
al poco tiempo que podría haber sido un error haber hablado durante el acto.
“Tuve la intención de darle al discurso un sentido, pero fue interpretado de otro modo”,
concedió.
Había actuado de acuerdo con sus convicciones, insistió una y otra vez, pero la forma de
presentar el acto y todos sus prolegómenos le habían dado al tema una visión demasiado lineal
sobre el pasado negro de la Argentina. Incluso el pedido presidencial de disculpas “por la
241
vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia tantas atrocidades”, gritado por
Kirchner con la voz quebrada, representó una injusticia contra Raúl Alfonsín, que encarceló a los
ex comandantes, y la Conadep que investigó las violaciones a los derechos humanos durante la
última dictadura, por citar sólo dos ejemplos soslayados. Por ello, Kirchner tuvo que levantar el
teléfono varias veces para pedir disculpas que en general no le concedieron.
Muchos analistas no tuvieron demasiadas contemplaciones por la manera como el gobierno
había manejado el homenaje, que arrancó con el descuelgue de dos cuadros de Videla y Bignone
en el Colegio Militar, una puesta en escena decidida en el seno de las trasnoches de Olivos, cuando
en ocasiones se reúne lo más granado del kirchnerismo en torno al Presidente y se lanzan líneas
generales de lo que después pueden constituir estrategias políticas. Esos analistas criticaron los
excesos de la política de confrontación adoptada por los Kirchner y se preguntaron por los costos.
Un político que confrontó en su momento ya no con los Kirchner en general, sino con Cristina
en particular, calificó de “sobreactuación” la actitud del matrimonio con respecto a los derechos
humanos. Ciertamente cruel, les adjudica a ambos un problema que no puede resolver ni la
política, ni la filosofía, ni la religión, sino el diván de un psicólogo: el complejo de estar vivos
cuando otros murieron, y de ser inmensamente ricos cuando otros son inmensamente pobres.
Cristina esperó a que se fuera la gente y finalmente, al anochecer de ese 24 de marzo tan
especial, recorrió buena parte de las 17 hectáreas de la ESMA en compañía de su hijo Máximo. Al
día siguiente, su mente volvería a los 70, en oportunidad de visitar la embajada de Chile en la
Argentina, donde se presentaba el libro Memoria de la izquierda chilena.
Allí, la primera ciudadana comparó las virtudes de la izquierda trasandina para desalojar a la
dictadura, con “la pequeñez, el egoísmo, la falta de comprensión y el individualismo liberal” del
progresismo y el socialismo argentinos. “En América Latina estamos ante una oportunidad
histórica de instalar ideas y un debate de nuestras propias realidades”, anunció en su exposición.
“Las realidades latinoamericanas, con los números, con los indicadores económicos, nos
obligan a intentar formular lo que denomino un pensamiento latinoamericano -prosiguió-. Hay que
intentar un pensamiento desde la periferia del mundo y vincularlo definitivamente con los
problemas que tienen las naciones desarrolladas. Es la mejor manera de perforar los grandes
centros del mundo, que van a tener que entender que las condiciones de inseguridad, los problemas
terribles producto de corrientes migratorias e inmensas desigualdades y desniveles, tienen que ver
con lo que venimos denunciando desde los sectores progresistas, que es el retraso y la angustia de
nuestros pueblos”.
En ese ámbito Cristina lanzó un precepto del que está absolutamente convencida: “La sociedad
no sólo necesita de resultados económicos, también necesita utopías”.
El quiebre de Parque Norte
Amén de las utopías, la realidad se le venía encima a la administración kirchnerista. La
inseguridad era uno de los problemas que peor atormentaban a toda la sociedad y hasta amenazaba
con desembocar en una nueva protesta social del nivel del 19 y 20 de diciembre.
La primera dama vivió en carne propia el temor a un desmadre social, cuando columnas que
habían tomado parte de la marcha por el asesinato del joven Axel Blumberg se desplazaron hacia
la Plaza de Mayo. Era sólo una señal: de momento la protesta conmovía los cimientos de la
gobernación bonaerense de Felipe Solá; pero en un futuro cercano bien podría elevarse hacia el
propio presidente Kirchner.
De ahí que estuvieran todos pendientes -el día que comenzaron a tratarse en el Congreso las
leyes para endurecer las penas- del discurso de la senadora Fernández, pues era obvio que allí
242
estaría expuesto el pensamiento presidencial sobre el problema. En su discurso, Cristina preguntó
si la gente sabía cuándo no funciona el Derecho Penal moderno. “Cuando no hay temor al castigo,
porque saben que este no llega -fue su respuesta-. Por eso, me parece que la discusión acerca de si
más o menos penas es posterior, porque primero, para aplicarlas, hay que agarrar a los
delincuentes y que estos vayan presos, que es el otro grave drama que tenemos en la República
Argentina”.
“En este sentido, en nuestro país, existe mucha impunidad. Hay impunidades que tienen que ver
con lo institucional, porque muchas veces las instituciones han dado hasta cobertura legal a esa
impunidad. En la República Argentina, créase o no, existió la impunidad legal. Díganme qué son,
por ejemplo, las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final sancionadas por el Parlamento y
promulgadas por el Poder Ejecutivo, sino la eximición de las penas a quienes ejecutaron crímenes
aberrantes. Esta es una impunidad de carácter legal”.
En ese discurso no obvió aludir al comportamiento de la sociedad al que ya hemos hecho
referencia en otro pasaje de este libro. Pero vale aquí citar este fragmento, que vuelve a pintar
claramente el pensamiento de la primera dama: “Hay otras impunidades que tienen que ver con el
funcionamiento de aquellos organismos de seguridad que son los que tienen que dar cobertura a
los ciudadanos. Y también permítaseme decir -y esto como autocrítica, como parte de la sociedad
argentina- que existe una suerte de impunidad social. Creo que somos una sociedad poco afecta al
respeto de las normas, con algo de hipocresía también. El robo de automotores y los desarmaderos
han sido, hasta hace pocos días, el eje central de las políticas de seguridad. De hecho, aquí
agravamos las penas vinculadas con esos delitos. Ahora bien, yo me pregunto: los argentinos que
iban a esa popular calle de Buenos Aires, donde proliferan las casas de repuestos usados, ¿de
dónde piensan que provenía la mayor parte de ellos? ¿Creen que los importamos de Suecia? ¿Que
nos los dan los franceses? ¿De dónde vendrán? Y vengamos un poco más cerca, a pocas cuadras
del Congreso, a la calle Libertad, donde hasta hace poco tiempo el comercio de pasacassettes era
moneda corriente, pero luego inventaron los pasacassettes que se extraen y entonces se acabó la
venta, porque dejó de ser negocio. Allí no iban marcianos a comprar; iban argentinos que tal vez
después se horrorizan con justa razón frente a las cosas que pasan”.
“¡Pero, por favor, que cada uno observe el comportamiento que ha tenido! ¡Que cada uno de
nosotros, y me incluyo, observe el comportamiento que ha tenido respecto de estas conductas!”
En otro pasaje advirtió que “este cóctel explosivo es producto de la degradación social y
económica que se disparó a partir de los 90 en la República Argentina, sumada a la impunidad que
venía de antes. Porque si yo fui policía o miembro de las fuerzas armadas que cometí crímenes
horribles y terribles y después de una ley que me exculpó, ¿por qué voy a pensar que no voy a
poder seguir haciendo lo mismo? La impunidad no es una figura penal; es por sobre todas las
cosas, una cultura”.
“El de la Policía de la provincia de Buenos Aires es un tema que no puede ser soslayado a la
hora de combatir la delincuencia. Se han comprobado en el caso Blumberg llamados a la policía.
En el caso Marela (una chiquita violada y asesinada en el sur del Gran Buenos Aires) no hubo
impericia o ineficacia porque les pagan poco. No señor, era porque en esa casa funcionaban
piradas del asfalto y había protección (...) Por eso hay que tener la decisión de ir a fondo en el
tema de la Policía Bonaerense y de la Justicia. El gobierno nacional está dispuesto a acompañar y
lo ha demostrado”.
Más adelante señaló: “El problema son los que conducen y si los de arriba son malos, no
importa si los de abajo son buenos. No creo que sea un problema de dos o tres patrulleros más,
porque si los del patrullero son los que cobran protección o hacen prevención, de nada van a servir
las modificaciones que hagamos al Código Penal”. Luego planteó la necesidad de combinar
seguridad con libertad y justicia a la hora de combatir el delito y dijo descreer de que la cuestión
socioeconómica fuera la única causal del aumento de la inseguridad.
243
Al margen de la inseguridad, había una serie de problemas concretos que comenzaban a
corporizarse para el gobierno kirchnerista al cumplir un año de gestión. Los mismos se expresaban
a través de una crisis energética mil veces anunciada pero ahora palpable, tarifas que finalmente
deberían comenzar a aumentar, y una interminable negociación con los bonistas privados a la que
habría que encontrarle alguna salida.
“Llegará el día en que este gobierno tendrá que tomar medidas que no tendrán consenso; llegará
el día en que las encuestas no van a ser tan benignas, y ahí va a necesitar el apoyo de los partidos”,
presagiaron prematuramente varios gobernadores desencantados por el trato que Néstor Kirchner
les dispensaba.
La decisión de no concurrir con banderas a la Plaza de los Dos Congresos el 1° de marzo de
2004 le había caído muy mal a la dirigencia bonaerense. “Yo acepté sin abrir la boca, pero todo el
mundo puteaba por eso de no llevar banderas”, advertía el intendente de un partido importante del
conurbano, quien agregaba que él se había callado la boca, pero “en definitiva un día nos vamos a
dar cuenta de si el proyecto nacional que tiene en mente Néstor lo quiere hacer con el peronismo o
sin el peronismo”.
Hasta se le reprochaba a Kirchner que en sus discursos no nombrara a Perón ni a Evita,
cuestiones elementales que hacen al folklore peronista. La explicación de este comportamiento
podría encontrarse en los discursos de la propia Cristina durante la campaña: “Muchos candidatos
se llenan la boca hablando de Perón y de Evita, pero en realidad están distanciados de ese
pensamiento... Ser peronista es lograr que la gente viva mejor, y eso, en nuestra provincia, lo
hemos logrado”, proclamaba.
Un gobernante de peso dentro de la estructura partidaria advirtió a quien esto escribe que
compartía plenamente lo que estaba haciendo el gobierno de Kirchner. “Pero lo que no tengo claro
es si en ese proyecto nacional que Néstor Kirchner está encarnando, después de muchísimos años
en que la Argentina no ha tenido proyecto nacional, el peronismo es el centro y el resto acompaña
-advirtió-. Kirchner dice cosas muy claras, como que sólo con el peronismo el país no sale
adelante, y yo también estoy totalmente convencido. La transversalidad es, en última instancia,
una versión actual de los frentes electorales que hacía Perón. Todos los gobernadores están
convencidos de que al Presidente le tiene que ir bien, porque es la única manera de que les vaya
bien a ellos. El problema que tiene la inmensa mayoría del peronismo es saber cuál es el eje
vertebral de ese proyecto nacional. Si no es el peronismo, yo personalmente no sigo”.
No por nada jamás nadie salió a desmentir el supuesto comentario con el que Kirchner felicitó a
Torcuato Di Tella al ungirlo secretario de Cultura: “Justo llegás al peronismo cuando yo me estoy
yendo”...
Amén de la supuesta humorada, la eventual veracidad de los dichos de Kirchner podrían darse
de bruces con el pensamiento de su esposa, quien considera que nunca se deja de ser peronista.
Es parte de la historia de los Kirchner la permanente relación confrontativa que han mantenido
con sus compañeros de partido. Su eterna relación de amor-odio con Eduardo Duhalde, por
ejemplo, a la que Cristina Kirchner se niega a considerar como un contrasentido. “¿Ustedes cómo
conciben a la política? -replica, desafiante, ante ese tipo de cuestionamientos-. ¿Cómo una secta en
la que todos están de acuerdo y dicen lo mismo? En el PJ no todos pensamos igual”. Y ellos
menos.
El matrimonio Kirchner seguía alentando la transversalidad y en ese marco los operadores que
habían salido a construir poder para extender el kirchnerismo, dentro y fuera del ámbito partidario,
organizaron el Encuentro Nacional de la Militancia. Se trataba de una jornada de trabajo de
comisiones sobre diversos ejes temáticos, con la presentación de paneles con expositores. Allí
estuvo la primera dama, quien reivindicó en ese ámbito a la generación de los 70, aunque reclamó
una puesta al día del debate nacional.
244
“Muchos de los que nos critican por setentistas tienen ideas de la Edad Media. Nosotros
debemos pensar mirando en la historia, pero nos debemos una puesta al día del debate nacional dijo-. Estamos en un mundo absolutamente distinto al que nos tocó vivir como generación en los
años 70”.
La escuchaban unos cinco mil dirigentes, entre ellos varios ministros y funcionarios del
gobierno, y quien la antecedió en el uso de la palabra fue el jefe de Gabinete, Alberto Fernández,
quien con toda la intención de ponderarla la presentó como “la compañera del Presidente”.
“Eso es parte del currículum del Presidente”, le aclaró ella, rápida de reflejos. Porque está dicho
que si de algo está segura la primera ciudadana -lo hemos dicho y repetido- es de que no está
donde llegó por ser la esposa de.
Ese juego de esposas fue precisamente el que desencadenó un nuevo eslabón en la relación
conflictiva entre los Kirchner y el Partido Justicialista. En ese mismo ámbito, Parque Norte, donde
ya no aplaudieron a la bella senadora.
Las relaciones entre el partido y Néstor Kirchner no pasaban por su mejor momento cuando se
dispuso elegir una nueva conducción en el marco de un Congreso Nacional Justicialista. Las
relaciones estaban tensas por lo sucedido en las horas previas en torno al acto de la ESMA. El
Presidente venía encabronado sobre todo con el gobernador cordobés José Manuel de la Sota, al
que no le perdonaba haber desempolvado la teoría de los dos demonios para referirse a la tragedia
de los setenta. El propio De la Sota había sido el principal impulsor del documento con el que
varios gobernadores como Felipe Solá y Jorge Obeid marcaron distancia respecto al acto
encabezado por Kirchner frente a la ESMA.
En ese tiempo de tirantez, uno de los gobernadores involucrados en la controversia deslizaba un
mensaje nada conciliador: “No se puede ser peronista por momentos, para encabezar una
postulación presidencial, o en una fecha determinada. Se es peronista o no”.
Cristina fue al congreso partidario en su calidad de integrante de la mesa de conducción que
poco más de un año atrás le había bloqueado los caminos a Menem para la interna partidaria. Sus
allegados aseguran que no fue con ánimo de confrontación, aunque ya se ha dicho que suele
compartir los enojos de su esposo y viceversa. Así que estaba predispuesta para el choque, sobre
todo tras percibir que el ambiente no era el mejor.
Desde la otra vereda consideran que ya todo estaba armado para una puesta en escena del tipo
que se dio y en ese marco señalan la distribución de panfletos en la entrada al Congreso donde se
proclamaba la candidatura de Cristina a la gobernación. En realidad eso se trataba de otra actitud
aislada del mismo sector que había salido a recolectar adherentes a través de un aviso clasificado,
pero ya se sabe que detrás de cada acción hay intencionalidades manifiestas que despiertan
suspicacias.
La mecha del estallido de Cristina comenzó a encenderse cuando habló De la Sota, criticó
elípticamente la transversalidad propugnada desde el gobierno, diciendo que “a los peronistas nos
gusta evolucionar; lo que no nos gusta es que de afuera nos digan cómo tenemos que cambiar. Más
adelante se quejó porque lo habían acusado de apoyar la teoría de los dos demonios, y concluyó su
discurso advirtiendo que así como condenaba al terrorismo de Estado, no se olvidaba de cuánto le
había dolido cuando asesinaron a José Ignacio Rucci.
La senadora no es alguien que se preocupe por ocultar sus sensaciones y se le notaba
claramente por los gestos el rechazo que ese discurso le generaba. Sintió entonces como una
bofetada los aplausos que recibió el gobernador cordobés de parte del auditorio.
Más adelante vendría otro desplante para los Kirchner, cuando abuchearon al vicegobernador
correntino Eduardo Galantini, quien pidió una amnistía para los peronistas que habían participado
de elecciones por afuera del partido, lo que recibió la negativa de la mayoría de los congresales y
el grito de “¡traidores!”. Fue entonces que el gobernador santacruceño Sergio Acevedo pidió la
palabra para salir al cruce de su colega cordobés, advirtiéndole que muchos se llenan la boca
245
hablando de Rucci, pero el sindicalista asesinado no hubiera permitido que se votaran las leyes
laborales que se votaron...
Los gritos, insultos y abucheos no lo dejaron terminar de hablar.
En la intimidad, Cristina afirma haber sentido que le mojaban la oreja una y otra vez. Entonces
pidió la palabra y se lanzó a la guerra.
- No hay espacio político en el cual todos piensen de la misma manera, pero me pareció casi un
ejercicio de hipocresía no decir lo que estaba pensando. Hay que renovar las ideas y el sistema.
Nosotros, más allá de nuestra historia, no hemos sido consecuentes con nuestra identidad. Digo:
nosotros los peronistas. Tenemos que hacernos cargo de lo que hemos hecho, para definir qué
partido queremos ser. Deberíamos hablar de la necesidad de la región latinoamericana en la que
siempre creímos cuando tuvimos que soportar que nos dijeran que no fuéramos más amigos de los
pobres, sino tener relaciones carnales. Muchos lo toleraron, otros nos opusimos. No importa
quienes; no se trata de hacer un inventario de quien tiene más valores en la pelea por los ideales.
Simplemente se trata de hacerse cargo de la historia, de lo que hemos hecho. ¿Dónde está la
renovación que proponemos? ¿Qué queremos y a quienes queremos representar? En la última
elección no fuimos separados únicamente por diferencias de partido.
Los gritos en su contra eran cada vez más fuertes, como si el reloj de la historia partidaria
hubiera vuelto hacia atrás, ella no estuviese ya en el poder, sino en las barricadas. La primera dama
conminó: “No es el primer Congreso en el que no me dejan hablar, pero posiblemente sea el
último en el cual podamos encontrarnos”.
A continuación, la emprendió contra Chiche Duhalde y Olga Riutort, esposa del gobernador De
la Sota. “Yo estaba propuesta para ocupar un lugar en el Consejo, junto a otras dos compañeras
que ya han sido nominadas. Pero pienso que mi partido también debe dejar de darle lugar
únicamente a las mujeres portadoras de marido. Necesitamos también que las compañeras que
lleguen sean no porque están junto a otros compañeros importantes, sino porque son cuadros
importantes en el partido”.
Era una declaración de guerra que desató una oleada de abucheos y la reacción inmediata de las
dos mujeres aludidas. La primera en contestarle fue la esposa del ex presidente, con quien Cristina
no se había vuelto a ver desde el acto de asunción de Néstor Kirchner: “Lo que está pasando aquí
es lamentable, porque todos somos peronistas y no podríamos ser otra cosa. Desde ya les pido a
todos que reflexionemos; de aquí tenemos que salir más unidos que nunca, no podemos dejar una
puerta abierta para que ningún compañero trasnochado crea que puede tener un proyecto serio
fuera del justicialismo (...) Yo, personalmente, no podría ser otra cosa que una mujer justicialista.
En mi caso particular, Cristina, soy portadora de apellido: me llamo Hilda Beatriz González de
Duhalde, y no me pesa”, remarcó Chiche, ovacionada por la concurrencia.
Luego agregaría que “las mujeres que componemos esta mesa somos mujeres que nos
rompimos el alma y otras partes del cuerpo para ganarnos este lugar con la gente, al lado de la
gente”, y luego instó a salir del congreso “más unidos que nunca. No podemos dejar una puerta
abierta para que ningún compañero trasnochado crea que puede tener un proyecto serio fuera del
justicialismo”. Y concluyó diciendo: “Fue nuestro movimiento el que históricamente sacó las
papas del fuego. Fuimos todos partícipes de la década del 90, algunos acompañando algunas
cuestiones, otras no. Pero hoy tenemos que construir para adelante. No quiero mirar más hacia
atrás en ningún aspecto de la Argentina”.
La respuesta de la ex primera dama obviamente iba más allá del entredicho del momento.
En el gobierno consideraron haber salido fortalecidos de esa contienda, por cuanto en la medida
que ese fuera el peronismo que los abucheara, tanto mejor. Su pelea era contra el peronismo
tradicional, lo que Kirchner en campaña -antes de estar avalado por Duhalde- denominaba el
“pejotismo”. Sin embargo, en cercanías de la primera dama admitían que no era una confrontación
246
tan directa la que habían buscado y hasta criticaban a Acevedo por haberse lanzado solo contra De
la Sota, tras lo cual no le quedó otra a Cristina que reaccionar.
En el fondo, sabía que le había salido mal la jugada, pues ella había insistido con estar en el
Congreso Justicialista, contrariamente a lo que opinaban su esposo y Alberto Fernández, quienes
no querían tener presencia alguna en el mismo.
“El peronismo hizo tronar el escarmiento”, afirmaron ciertos congresales justicialistas hartos de
Kirchner y deseosos de marcarle el terreno al Presidente, mientras la cordobesa Olga Riutort la
emprendía contra la primera dama: “Creo que se equivocó, porque se olvidó de que está sentada en
esa mesa del Congreso por pedido de su marido. Yo creo que las mujeres podemos portar apellidos
de casada, y ella más que nadie, porque su marido es presidente de todos los argentinos”.
La pelea entre la sanjuanina Olga Riutort y Cristina Fernández tenía como antecedente
precisamente el anterior Congreso Justicialista, ese en el que habían bloqueado las internas
partidarias, pero en ese caso había sido puertas adentro. Sin demasiado poder de convencimiento,
gente del gobierno aseguró que la primera dama no quería atacar a Chiche Duhalde, sino a la
esposa de De la Sota, pero que en el fragor de su discurso las puso en una misma bolsa. Y Chiche,
que ya venía sensibilizada de entrada por haber leído en la puerta los panfletos “Cristina
gobernadora-Aníbal Fernández vice”, reaccionó en cuanto pudo.
Precisamente Aníbal Fernández trató de minimizar la contienda verbal tildándola de “discusión
de peluquería”, lo que fue rechazado por un cristino: “Se equivoca Aníbal, fue una pelea de fuerte
contenido sobre qué es lo que tiene que hacer el partido en adelante y cual es la autocrítica que
debe hacerse”.
A río revuelto, Luis Barrionuevo estaba exultante y la ocasión le serviría para ponerse en papel
de víctima: “Los que vivimos cerca de Cristina en el Congreso, vimos la misma ostentación que
ella hace sobre los senadores, cómo los aprieta, cómo los reprime y cómo les ordena... Como si
fuera una maestra. Indudablemente eso quedó evidenciado en el Congreso partidario. Ella creía
que estaba en el Senado y éste era el Congreso del peronismo, donde había gobernadores,
congresales con una larga trayectoria en el peronismo”.
Muy crítico, el periodista Joaquín Morales Solá tomó ese episodio de Parque Norte como la
despedida formal de Cristina Kirchner del justicialismo. “¿Cómo se explica, si no, que critique a
mujeres con portación de marido en el partido que ayudó a fundar Eva Perón, cuya existencia
inicial se debió exclusivamente a su esposo?”, escribió en un duro análisis publicado en La
Nación.
Sin techo
Pero no reniega Cristina de Eva Perón, ni de su partido. Transversalidad al margen, en ningún
momento ella tuvo la intención de dejar el peronismo. Así como en los 90 se había propuesto no
dejarle el partido a Menem, ni ella ni su esposo pensaban abandonarlo y menos estando en el
gobierno.
Aun cuando la echaron del bloque de su partido, explicaba que había habido épocas mucho más
difíciles para el peronismo en cuanto a subsistencia de vida física e ideológica, y ni así se había
ido.
Cristina Fernández admitiría más tarde que sabía que no se exponía a aplausos cuando pidió la
palabra en el Congreso Justicialista de Parque Norte, advirtiendo que la experiencia le indicaba
que cuando a uno le va bien en esos cenáculos cerrados, le va mal afuera.
Precisamente por cómo le iba afuera hubo sonrisas por esos días posteriores a la confrontación
de Parque Norte, ya que una encuesta encargada ya para sondear una eventual excursión
bonaerense de la primera dama revelaba que le ganaba por 30 puntos a Hilda Chiche Duhalde.
247
El trabajo elaborado por la Consultora Equis en la provincia de Buenos Aires analizaba un
eventual escenario en la intención de voto para 2005, y en ese caso le asignaba a Cristina 49,5%,
contra 20,9% de Chiche. Y si el rival era Ricardo López Murphy, el resultado era aun más amplio:
62,5% a 17,4%.
¿Cómo ve una eventual candidatura de Cristina Fernández de Kirchner a gobernadora
bonaerense?, era otra de las preguntas, ante lo cual un 60,5% decía verla bien; un 27,3 mal, y un
5,7% regular. ¿La votaría si fuera candidata por el PJ? Sí, contestaba un 54%, y no un 32,4%.
Razones de más no sólo para respaldar las eventuales aspiraciones de un desembarco, sino para
saldar momentáneamente el contrapunto iniciado en Parque Norte.
¿Pero realmente quería Cristina ser candidata? La pregunta debía responderse comenzando por
el principio: en 2005 inexorablemente debía tomar una resolución, ya que entonces vencía su
mandato como senadora santacruceña. Para entonces se especulaba con que fuera candidata en
Buenos Aires o en Capital Federal. Había una diferencia muy grande, que pasaba por lo que se
elegía. En la provincia podía ir por una banca para el Senado; en Capital, la disputa se
circunscribía a diputados. Allí podría confrontar nada menos que con Elisa Carrió, pero amén de
las ganas de enfrentar a la líder del ARI, la ubicación legislativa de la primera dama era una
cuestión de Estado. Y en ese marco no le resultaba lo mismo a la santacruceña seguir manejando
los hilos de la Cámara alta, que volver a mezclarse entre los 257 diputados.
Habiendo pasado por ambos ámbitos, nadie tiene dudas de que el lugar de ella está en el
Senado, así como que jamás se circunscribiría a cumplir el rol de primera dama.
Todo indicaba entonces que la senadora conservaría la incógnita hasta el final, funcionando
como poderoso imán para ensanchar el proyecto K en el principal distrito del país, y también para
mantener medianamente a raya al duhaldismo en busca de un objetivo secundario, pero no menor:
que ese poderoso aparato del ex presidente abriera las listas al kirchnerismo, cosa que se había
negado a hacer en 2003.
Para el 2007, la pelea pasaba por las gobernaciones. Si hubiera guerra con Eduardo Duhalde y
para Néstor Kirchner fuera tan prioritario en la construcción del poder político para asegurarse una
eventual reelección, allí iría Cristina, quien siempre fue funcional a las necesidades electorales de
su esposo, ya fuera para cargos de diputada provincial, convencional, diputada nacional o
senadora.
De lo que nadie podría tener duda alguna es de que cualquiera fuera la decisión, ella haría lo
que el proyecto K demandase, más allá de sus deseos y conveniencias. Y que independientemente
de ello, el resultado sería enteramente de ella. Por algo Cristina se sabía poderosa, influyente y con
un peso propio que la hace capaz de ganar y perder sola sus batallas, de ahí que jamás pudiese
esperarse que se reeditara una situación como la vivida por los Duhalde en 1997, cuando Hilda
González perdió con Graciela Fernández Meijide, y su esposo gobernador salió a dar la cara para
anunciarse como “padre de la derrota”. Cristina jamás permitiría algo así en su caso.
“A menos que yo esté totalmente equivocado en lo que pienso de Cristina, creo que ella no se
va a mover para ocupar otro cargo que no sea por la provincia de Santa Cruz, porque tiene las
convicciones muy claras como para no decir que por una conveniencia política se lanza en Capital
o provincia de Buenos Aires. Porque en ese caso estaría contradiciendo lo que es su prédica”,
señaló en su momento el intendente de La Matanza, Alberto Balestrini, quien recordó sus
conversaciones con la senadora antes de que la provincia de Buenos Aires se decidiera a apoyar a
Kirchner, cuando todavía no se sabía quien sería el candidato a gobernador en Santa Cruz.
- Vos vas a ser la gobernadora de Santa Cruz -le decía el intendente.
- Ni loca.
- Bueno, pero a lo mejor Néstor necesita...
- No, no, nosotros tenemos varios compañeros que pueden ser gobernadores. Los cargos
ejecutivos a mí no me gustan.
248
Balestrini recuerda que esas respuestas se repetían hacia fines de 2002, cuando hablaba una o
dos veces por semana con quien luego se convertiría en primera dama. Y siempre ella mostraba
resistencia a ser gobernadora.
El propio Néstor Kirchner descartaba a fines del año 2000 la eventual candidatura de su esposa
a la gobernación de Santa Cruz tres años más tarde. Consultado ya en ese entonces, él admitía que
ella podría ganar la elección y tenía todas las condiciones para sucederlo, pero aclaraba que ella
sería senadora y cumpliría con el mandato completo. Ergo, el proyecto político de ambos no
incluía una escala de la mujer en la gobernación.
Ella ha dicho que lo suyo no es el Ejecutivo, que le gusta la tarea legislativa. ¿Está preparada
eventualmente para gobernar? El analista Ricardo Rouvier piensa que no; le asigna un buen perfil
de militante, pero “para los tiempos actuales eso no es suficiente”. A su juicio, Fernández de
Kirchner no ha mostrado todavía capacidad de organización política, ni es una conductora.
“Más que una organizadora de poder alternativo, es una provocadora del poder”, advierte, y la
similitud con Elisa Carrió viene enseguida. Con la líder del ARI, mal que le pese, ha tenido una
intersección en cuanto a la capacidad de denuncia y a ser una suerte de fiscal, aunque tiene una
formación de militancia que supera a la chaqueña de origen radical. “Pero no la veo todavía como
una líder política, más allá de lo puramente afectivo, sino una líder de la agitación política”,
enfatiza Rouvier, aunque le da la derecha a Cristina en cuanto a que todavía no ha exhibido todo lo
que puede llegar a mostrar.
Cristina siempre gozó de una buena imagen. A mediados de 2002, cuando el reclamo porque se
fueran todos continuaba vigente, una encuesta de la consultora Jorge Giacobbe & Asociados hecha
entre profesionales universitarios establecía que Cristina Kirchner y el santafesino Carlos
Reutemann eran los políticos con más futuro. Un 59% de los encuestados los consideraba gente
con posibilidades de progresar.
A principios de 2004, todas las consultoras le asignaban una imagen positiva elevadísima. El
CEOP le daba un 79%, la Consultora Equis 84,9%, Rouvier 69,6%, Carlos Fara 64% y Analogías
77%. Demasiado en la Argentina como no para aspirar a más...
“Nunca se me ocurrió ser presidente -aclaró cuando su esposo ya lo era-. A mí me interesa más
formar parte de proyectos colectivos. No quiero ser la cabeza de algo, sino formar parte de algo.
Además, no pienso la política como una carrera, como un escalafón: primero quiero ser diputada,
después senadora, después gobernadora, hasta llegar a presidente... Sí me interesa formar parte de
un proyecto político que cambie el país, ahí me juego con todo”.
Tampoco se planteó jamás ser gobernadora de Santa Cruz. “Si Kirchner hubiese perdido la
Presidencia, yo no me hubiera presentado a la gobernación”, aseguró en su momento, aunque
reconoce que la presión en ese sentido hubiese sido muy grande.
Consciente de ser casi una celebridad, Cristina Fernández de Kirchner se hace la desentendida.
“No hago las cosas para tener popularidad”, ha dicho y pone como ejemplo la forma como siempre
ha votado, las veces que se enfrentó al Senado y cuando la echaron del bloque. No lo hizo
pensando en el índice de popularidad, remarca, sino que se trata de sus convicciones, sus ideas, lo
que piensa y lo que cree.
Pero no hay ninguna duda de que todo lo que han hecho los Kirchner en su historia política ha
tenido objetivos bien precisos. Cristina no quiere ser presidente, pero ha tomado debida nota de lo
bien recibida que es en el exterior, de la manera como ha trascendido su popularidad más allá de
las fronteras nacionales y ha hecho todo lo posible por instalar su imagen en el ámbito
internacional. Lo que hacía a favor del apellido Kirchner cuando recorría el país para hablar sobre
los Hielos Continentales o hacía campaña electoral en favor de su esposo, lo replicaría entonces a
lo largo del mundo. Difundiendo, como antes, el apellido Kirchner, sí, pero también instalándose a
sí misma. Remarcando el vuelo propio que siempre tuvo.
249
Periodista y consultora de imagen, Nancy Sosa considera que “la mayoría de las mujeres
perciben a Cristina Fernández de Kirchner como un paradigma de la mujer política moderna. Es
difícil no asociarla a Hillary Clinton, aun cuando su estampa física difiere notablemente de la rubia
norteamericana. Ambas abogadas, con ambiciones genuinas de descollar por su inteligencia,
aportan valor agregado con sus rasgos atractivos y el buen vestir”. Ve además en la primera dama
“un claro perfil de amazona, valiente y aguerrida, difícil de sofocar en las más duras
confrontaciones”.
“Nació para pelear y lo demostró incontables veces en el Senado donde, con la espalda contra la
pared, batalló con el conjunto de compañeros justicialistas, se sometió a una virtual expulsión por
contradecir el pensamiento corporativo, y no le importó que sus causas tuvieran que transitar el
paso del tiempo para ser comprobadas en su veracidad”, agrega.
Cristina Kirchner es a su juicio la mujer moderna que camina “siguiendo el ritmo de gestión al
lado de su marido, el Presidente, unos pasos atrás -o muy atrás- como si ocasionalmente -aunque
siempre ocasionalmente- la actividad los pusiera en roles distantes. Claramente no aparecen como
una pareja presidencial. Esta visión se agiganta por la ausencia de la primera dama en los actos
políticos por excelencia, donde sólo aparece el Presidente”.
“Como política me parece más inteligente que todos los hombres que están ahí, siempre me
pareció así. Cristina Kirchner nunca perdió esa cosa femenina y al mismo tiempo batalladora que
también tenemos las mujeres; me cuesta separar las dos”, señaló la periodista Sylvina Walger al
pedírsele una opinión de la primera dama durante la época de luna de miel del kirchnerismo con la
sociedad. “Kirchner a todos nos gusta, estamos de acuerdo, pero no es un tipo carismático, y
Cristina Kirchner es carismática, además de otras cosas. Para odiarla, o para no odiarla. Es una
mujer atractiva, cuando habla, cuando dice, cuando se mueve -agregó-. Han tratado, y no han
podido como con otras, de difamarla por el aspecto masculino, etcétera, y sin embargo no han
podido. Por eso creo que ha hecho muy bien en tomar un perfil bajo; yo no creo que necesite que
Kirchner le diga 'escondete'. Ella sabe dónde debe estar”.
A poco de iniciado el gobierno kirchnerista, cuando ya estaba claro que el perfil de Cristina no
encajaba con nada de lo conocido hasta entonces, el 73,2% de los consultados por Enrique Zuleta
Puceiro dijo que la primera ciudadana estaba inaugurando un nuevo estilo. De hecho, ella mostró
dos diferencias importantes con relación a otros matrimonios en el poder, según la socióloga
Graciela Römer: horizontalidad en el vínculo y trayectoria autónoma de ella en la política.
Por cierto, dos reivindicaciones históricas de las mujeres.
La propia Mirtha Legrand ha elogiado generosamente a Cristina. Y no sólo su figura: “Tiene un
gran temperamento, ideas firmes, mucha decisión. Opina muy bien. No es la típica primera dama
que hemos conocido, la que levanta la mano desde lejos, borrosa”, dijo la diva a La Nación en
julio de 2003.
Quien hace años que está cerca de los Kirchner y conoce el pensamiento interno de esa preciada
mesa chica es Alberto Fernández, y en su carácter de observador privilegiado del poder desde el
poder mismo, reconoce en Cristina una compañera de vida de Néstor Kirchner, que lo ha
acompañado tanto en sus ideales juveniles como en sus responsabilidades de gobernante. “Cristina
es esencialmente eso: una mujer luchadora que tiene un espacio ganado no en una ley de cupo,
sino en el reconocimiento a quien aun gozando de las bondades del poder, sigue defendiendo los
derechos de aquellos a los que el egoísmo argentino abandonó en el margen, y a quienes alguna
vez juró ayudarlos a disfrutar una vida digna”, señala el primer jefe de Gabinete de Kirchner.
Cristina Fernández de Kirchner es una mujer de principios y fuertes convicciones. Convencida
de que no se puede vivir sin ellos, sin creer en algo. Aunque flexible, así se asume, en una postura
que otros podrían denominar pragmatismo. ¿Qué es ser flexible para ella? La certeza de que las
ideas no necesariamente tienen que ser una receta de cocina: 50 gramos de una cosa, 100 de otra,
una pizca de sal.
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Aborrece tanto el dogmatismo como la carencia de convicciones y de ideas, esos extremos. No
está ni con el vacío, ni con la locura idealista. Y cuando lo dice, pues esas son palabras suyas,
habla de sí misma, de su época, de su generación. Pues así se refiere siempre a su época de
militancia, cuando conoció a muchos de los compañeros que llegaron con ella al gobierno, su
esposo incluido. Esa generación que vio durante mucho tiempo todo en blanco y negro, que
pensaba que uno debía ser un héroe y que los dilemas eran hondamente dramáticos.
Mas no lo dice con culpa ni como crítica. Le ve su costado romántico, simplificado, erróneo
seguramente, pero que les permitió un aprendizaje que -considera- le ha dado el equilibrio entre el
pragmatismo cínico y el dogmatismo cerrado e inflexible.
Lejos está Cristina Fernández de Kirchner de renegar de Eva Perón, aunque se sepa distante de
ella. Por formación política, esa que le da la autoridad de considerarse a sí misma como un
“cuadro”. Y de valorizarse como tal.
Eso la une con Néstor Kirchner, quien la considera un cuadro político de inestimable valor.
¿Llegará a ser un día presidenta? Su propio esposo relativizó la posibilidad de él mismo de
volver a presentarse en 2007, después del desgaste que insumirían la empresa que debería llevar
adelante, aunque un colaborador muy cercano a Néstor Kirchner hizo un guiño cómplice ante la
misma consulta de quien esto escribe: “Si le va bien, ¿por qué no?”
- ¿Y luego ella podría sucederlo?
- ¿Te imaginás 16 años de Kirchner en la Casa de Gobierno? -fue la reacción, casi ilusionada,
tras un instante de análisis.
No es la Kirchner quien aliente esas expectativas. Por el contrario, ella ha admitido sus propias
dudas respecto a que la sociedad pudiera bancarse una mujer presidente. “La mujer más
importante que tuvo la política argentina fue Eva Perón -remarca-, pero nadie la llamaba Eva
Duarte. Para poder ser reconocida y poder expresarse ante el conjunto de la sociedad, Eva tuvo que
encontrar un hombre, casarse con él y ser la mujer de... Y ella es el paradigma de las mujeres en
materia política en la Argentina.
Evita, siempre presente aunque no necesite nombrarla a cada rato...
De por sí, Cristina ha logrado algo muy valioso: no sólo cargar con independencia absoluta el
apellido de su esposo, aun como si fuera propio, sino también ser reconocida tan solo por su
nombre. Cuando en la Argentina se nombra a Cristina, nadie tiene dudas de a quien se alude.
Puede que la comparación resulte excesiva y hasta molesta para la senadora santacruceña, pero así
como María Eva Duarte de Perón fue Evita, Cristina Fernández de Kirchner ha pasado a ser
simplemente Cristina.
La historiadora Lucía Gálvez ha dicho que las mujeres más poderosas de la política argentina
han sido Eva Duarte y Encarnación Escurra, la esposa de Rosas, cuyo entorno aconsejaba que
alejara a su mujer de los asuntos del gobierno. La historiadora advierte la analogía con Evita, a
quien Perón tuvo que pedirle que renunciara a la vicepresidencia.
¿Cristina Fernández será parte de la historia que otras Lucía Gálvez contarán en el futuro?
Es probable, es casi seguro. Tanto como que ella no será nunca la jefa espiritual de la Nación,
pero está claro que no es eso lo que quiere. Le alcanza con haber llegado a convertirse en la mujer
más poderosa de la Argentina.
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FUENTES
Para la confección de este libro han sido recogidos testimonios de Graciela Balasini,
Alberto Balestrini, Daniel Basile, Fernando Braga Menéndez, Diego Burenello, Roberto
Bustos, Cacho Caballero, Mario Cafiero, Alicia Castro, Melchor Cruchaga, Cristina
Fernández de Kirchner, Rafael Flores, Rosendo Fraga, Marcelo Fuentes, Pedro
Guastavino, Gustavo Gutiérrez, Rodrigo Herrera Bravo, Vilma Ibarra, Pablo Jacoby,
Alfredo Leuco, Félix Loñ, Joaquín Morales Solá, Miguel Núñez, Graciela Ocaña, Graciela
Otegui, María Cristina Perceval, Carlos Pérez Rasetti, Ricardo Rouvier, Nancy Sosa,
Margarita Stolbizer y Daniel Varizat.
Asimismo se recogieron datos de los siguientes diarios: Ambito Financiero; BAE; Clarín;
Crónica; Crónica, de Comodoro Rivadavia; Diario de Cuyo, de San Juan; Diario Popular;
El Chubut; El Comercial, de Formosa; El Cronista; El Día, de La Plata; El Diario, de
Paraná; El Diario de la República; El Independiente, de La Rioja; El Litoral, de Santa Fe;
El Mercurio, de Chile; El Oeste, de Chubut; El País, de Uruguay; El Patagónico, de
Comodoro Rivadavia; El Popular, de Olavarría; El Sureño, de Tierra del Fuego; El
Tributo, de Salta; Hoy, de La Plata; Infobae; La Capital, de Mar del Plata; La Capital, de
Rosario; La Gaceta, de Tucumán; La Mañana del Sur, de Neuquén; La Nación; La Nueva
Provincia, de Bahía Blanca; La Opinión Austral, de Río Gallegos; La Prensa; La Razón;
La Reforma, de General Pico; La Tercera, de Chile; La U; La Unión, de Catamarca; La
Unión, de Lomas de Zamora; La Vanguardia, de Cataluña; La Voz del Interior, de
Córdoba; Los Andes, de Mendoza; Norte, de Chaco; Nuevo Diario, de Santiago del
Estero; Nuevo Siglo; Página 12; Pregón, de Jujuy; Río Negro; Ultima Hora, de Paraguay;
y Uno, de Mendoza.
Revistas: Calle 52; Caras; Cuarto Intermedio; El Guardián; Gatopardo, de Bogotá; Gente;
La Nación Revista; La Primera; Luna; Noticias; Nueva; Para Ti; Poder; Quien; Semana;
Semanario Parlamentario; Time, de EE.UU.; Tres Puntos; TXT; Urgente; Veintiuno y
Veintitrés.
Sitios de Internet: Parlamentario.com; El Ciudadano.net; El Semanal Digital, de España;
Knight Ridder; La Insignia de Iberoamérica, y Terra.
Cables de las agencias Télam; Noticias Argentinas; Diarios y Noticias; AFP, y Associated
Press.
Programas de radio y televisión: Aire acondicionado; Almorzando con Mirtha Legrand;
Día D; En foco; Fuego contra fuego; Hora clave; La cornisa; Le doy mi palabra; Luisa
Valmaggia; Mirá lo que te digo; Parlamentario TV; Público & Privado; Punto límite; RH
positivo; Ruleta rusa, y Universidad crítica.
Los libros: Néstor Kirchner. Un muchacho peronista y la oportunidad del poder, de
Valeria Garrone y Laura Rocha; La iluminada, de Luis Majul; Ojos vendados: Estados
Unidos y el negocio de la corrupción en América Latina, de Andrés Oppenheimer; y
¿Que se vayan todos? Crónica del derrumbe político, de José Angel Di Mauro.
Versiones taquigráficas de la Cámara de Senadores de la Nación y la Cámara de
Diputados de la Nación.
252
Informes de la Comisión Bicameral de Seguimiento de los Atentados contra la Embajada
de Israel y la AMIA, y de la Comisión Investigadora sobre el Lavado de Dinero y
Narcotráfico.
253
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