Juicios y creencias - Centro de Estudios del Coaching

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Juicios y creencias
MIRIAM ORTIZ
“Tanto si crees que puedes, como si crees que no puedes,
estás en lo cierto”
Cuando decimos “Ayer estuvo lloviendo toda la tarde” o “Ayer hizo un
día espantoso”, estamos haciendo aseveraciones aparentemente similares,
pero en realidad profundamente diferentes. En el primer caso, estamos
hablando de un hecho objetivo y contrastable. En el segundo caso, estamos
dando una opinión, un punto de vista personal y subjetivo. En nuestro lenguaje habitual, emitimos constantemente sentencias de este tipo: algunas
son hechos contrastados y objetivos.
Otras muchas son juicios subjetivos.
Sin embargo, durante siglos, hemos
tratado estos enunciados de manera
similar y hemos llegado a suponer que
podemos hablar de juicios con la misma objetividad que lo hacemos cuando hablamos de hechos. Expresamos
así nuestras opiniones como si fueran
datos objetivos y universales, dando
por sentado que cualquier otro observador vería lo mismo que nosotros
vemos. Esta situación afecta completa y constantemente a nuestra vida cotidiana y está presente en nuestras relaciones personales, en el trabajo, en
la forma en que nos relacionamos con
el mundo que nos rodea, etc.
Decimos que un juicio puede ser válido
o inválido, pero nunca podrá ser verdadero o falso, como ocurre con los hechos. Aceptamos la validez de un juicio
en función de la autoridad que le da-
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John Ford
mos a la persona que lo emite. También
decimos que puede ser fundado o infundado, en la medida en que esté basado en experiencias que proceden del
pasado y que lo avalan. En cierta medida, un juicio es como un veredicto:
cuando lo emitimos, creamos una nueva realidad que solo existe en el lenguaje. Cuando juzgamos “Este niño es
muy torpe”, estamos abriendo nuevas
posibilidades de realidad que afectarán
seguramente al futuro de ese niño. Por
eso decimos que los juicios se generan
en el pasado, se emiten en el presente
y diseñan el futuro.
En el trabajo de coaching analizamos
la estructura de los juicios de nuestros
clientes, identificamos aquellos que
pueden influir tanto positiva como negativamente en su crecimiento y en la
consecución de sus objetivos, le ayudamos a diferenciar entre juicios y afirmaciones o a verificar hasta qué punto sus juicios están bien fundados. Por
ejemplo, una persona que tenga dificultades para diferenciar entre juicios
y afirmaciones, tendrá seguramente
problemas a la hora de aceptar los
puntos de vista de los demás y se mostrará rígida e intolerante. O bien, una
persona que considere sus juicios como rasgos permanentes e inmutables,
no será capaz de aceptar otras opciones y, en consecuencia, estará más cerrada al cambio y al aprendizaje.
DE
ZÁRATE, Escuela Europea de Coaching
www.escueladecoaching.com
Desde este enfoque, podemos decir
que los juicios son la raíz del sufrimiento humano, ya que el sufrimiento no surge de lo que nos ocurre (los
hechos), sino de la interpretación que
hacemos de lo que nos ocurre (los juicios). Como dijo Epicteto (siglo I dc):
“No es lo que ha sucedido lo que molesta a un hombre, sino su juicio sobre lo sucedido. Cuando alguien te
irrita, ten por seguro que es tu propia
opinión la que te ha irritado”.
La mayoría de nosotros emitimos juicios espontáneos que no nos pertenecen. Se emiten como automatismos
sociales y tenemos que aprender a
cuestionarlos y a revisar la autoridad
que les damos. El ser humano que logra acceder a todo su potencial de libertad, es aquel que aprende a enjuiciar sus juicios.
DISTINCIÓN ENTRE JUICIOS
Y CREENCIAS
Los términos juicio y creencia son básicamente iguales. Nosotros utilizamos
una pequeña distinción, al considerar
la creencia como un tipo de juicio que
está hondamente arraigado, en un plano normalmente subconsciente, que
procede muchas veces de la infancia
y que hace que actuemos en una determinada dirección.. Imaginemos, por
ejemplo, el tipo de acciones diferentes (y de personalidades diferentes)
que generarán creencias como éstas:
“El trabajo duro y el esfuerzo constante son la base del éxito”, “La vida
es muy corta, hay que disfrutarla al
máximo”, “La opinión de los demás
es fundamental”, “Este mundo es un
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lugar peligroso”, “No hay que ser egoísta”; “No debo fiarme de los demás”,
“Cada día puedo aprender algo nuevo”, “las cosas tienen que estar perfectas”. Utilizamos el término creencia para diferenciar ese tipo de
opiniones de carácter más profundo
que, durante años, han configurado
nuestras acciones y nos han impulsado en una determinada dirección.
CREENCIAS LIMITADORAS
Algunas de estas creencias son lo que
llamamos creencias limitadoras, porque frenan o impiden el desarrollo y
el aprendizaje. Operan con tal fuerza
que llegan a convertirse en una profecía que se cumple por sí misma. Suelen ser de tres tipos fundamentalmente: las relacionadas con la
desesperanza (“Haga lo que haga, nada cambiará”, “No vale la pena esforzarse”), las que tienen que ver con
los sentimientos de impotencia (“No
puedo”, “Yo no soy capaz de conseguir eso”, “Eso está fuera de mi alcance”), y las de ausencia de mérito
(“No me lo merezco”, “Esto no está
a mi altura”). Las tres ejercen una gran
influencia a la hora de limitar la capacidad de desarrollo de las personas
y nos las encontramos constantemente
en los procesos de coaching, donde
trabajamos para identificarlas y cambiarlas por otras que impliquen esperanza en el futuro, sensación de capacidad, responsabilidad, sentido de
la valía, pertenencia, etc.
Todos nosotros estamos llenos de creencias y muchas de ellas son creencias
limitadoras. Se van incorporando a nuestro ser a lo largo de toda la vida, la mayoría durante la infancia. Lo llamativo
es que creencias que quedan arraigadas en nuestro inconsciente cuando tenemos cuatro o cinco años, siguen siendo vigentes cuando somos adultos. Es
interesante considerar que muchas veces se crearon con algún propósito positivo, como protegernos, ayudarnos a
establecer límites, etc. Consideremos,
por ejemplo, los mensajes habituales de
No es lo que ha sucedido lo que molesta a un hombre,
sino su juicio sobre lo sucedido
seguridad que transmitimos a los niños:
“Ten cuidado”, “No te acerques al borde”, “No te subas ahí”, “No hables con
desconocidos”... Este tipo de mensajes
tienen su importancia y su valor en la
infancia, el problema es que a menudo
se generalizan a ámbitos de la realidad
diferentes a aquellos para los que fueron enunciados y se consolidan como
creencias, manteniéndose a lo largo de
los años y operando por debajo de nuestro nivel de conciencia, de manera que
no llegamos a saber en qué medida están influyendo en nuestras acciones.
También encontramos la génesis de muchas creencias limitadoras en preguntas sin respuesta sobre el “cómo”.
Cuando una persona no sabe cómo
cambiar su comportamiento, es fácil
que elabore la creencia de que ese comportamiento no se puede cambiar: “Yo
soy así, no puedo ser de otra manera”,
“No puedo hacerlo”, no soy capaz”.
LA PROFECÍA QUE SE CUMPLE
En 1968, Rosenthal y Jacobson realizaron un famoso experimento en una
escuela primaria del sur de San Francisco, que puso en evidencia hasta qué
punto las expectativas de los padres
con sus hijos, de los profesores con
sus alumnos o de los mandos con sus
subordinados, tienden a cumplirse.
Rosenthal y Jacobson realizaron un
test de inteligencia a un grupo de
alumnos y, de manera aleatoria, seleccionaron un 20 por ciento de los
alumnos y le dijeron a sus profesores
que su CI era superior al del resto de
los niños. A final de curso, se repitieron las pruebas y se comprobó que el
grupo calificado como más inteligente, había mejorado su CI en cuatro
puntos. En las entrevistas con los
maestros, describieron a estos chicos
como más capaces, más curiosos, con
mayores oportunidades de alcanzar el
éxito en la vida, más atractivos, mejor
adaptados y más afectuosos. Por el
contrario, cuando se pidió que describiesen a los chicos no señalados, las
clasificaciones eran menos favorables
de lo que podría esperarse por los resultados reales obtenidos en los tests.
Los maestros no fueron conscientes
de la influencia de sus expectativas en
sus alumnos, el efecto pigmalión o la
profecía autocumplida nos dice que
cuando se espera más de una persona, se produce un determinado clima
emocional en las interacciones con ella
que facilita la comunicación. Se le ofrece más formación, se le mantiene más
informado, se le exige más, se le dan
más oportunidades... En conclusión,
puede decirse que los padres, los
maestros y los jefes, tienen la posibilidad de “esculpir” la capacidad de
alumnos y colaboradores, con su influencia y su confianza.
Los experimentos de Rosenthal nos demuestran la importancia de las creencias y la capacidad que éstas tienen de
generar diferentes posibilidades, de abrir
o cerrar puertas, de impulsar o bloquear
a las personas en la consecución de sus
objetivos. En coaching tenemos una creencia acerca del enorme potencial que
esconden las personas y que son capaces de desarrollar cuando se comprometen firmemente a trabajar en ello.
Desde el punto de vista de la profecía
autocumplida, para que el coach tenga éxito en su desarrollo, es absolutamente fundamental que el coach crea
en él y en su capacidad de lograr lo que
se proponga. De hecho, decimos que
cuando un coach no es capaz de ver este potencial en uno de sus clientes, no
debe aceptar trabajar con él, ya que el
proceso no podrá llevarse a cabo con
éxito.\
Información elaborada por:
Capital Humano
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Nº 193 • Noviembre • 2005
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