color - Jano.es

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Les Demoiselles d’Avignon
Las señoritas
cumplen cien años
Enrique del Río
e auténtico acontecimiento hay que considerar el centenario
del nacimiento de la obra más influyente de Pablo Picasso:
Les Demoiselles d’Avignon. Y no únicamente por la valía o el
prestigio que ha adquirido durante estos cien años, sino por la relevancia que este verdadero manifiesto pictórico ha tenido en el
devenir del arte.
Con las incoherencias propias de un estilo emergente y las referencias primitivistas
al arte africano, Picasso lanza el más formidable ataque de la historia contra la representación mimética y la tradición clásica.
De esta forma, la obra se traduce en una declaración de principios que establece las
bases para el futuro desarrollo de la pintura de vanguardia. Sin embargo, en contra
de lo que pudiera parecer, no es tanto la
fealdad de las máscaras o el ambiente terrorífico que irradia la obra lo que adquiere
tanta importancia y deja en testamento al posteriormente llamado cubismo —y éste, a su vez, a las demás generaciones—; lo más
relevante e influyente es su innovación en los aspectos puramente teóricos y formales de la pintura y, sobre todo, la anulación del
espacio tridimensional tradicional a través de los cuerpos de las
figuras, tratados de forma geométrica y carentes de volumen,
adaptándose al plano bidimensional que, por otro lado, será lo
más característico de las pinturas que, de aquí en adelante, hará
Picasso. Además, el autor malagueño hace algo insólito, algo que
provoca un efecto claustrofóbico devastador: convierte el tema
del desnudo femenino, tradicionalmente representado como
una exaltación de la alegría de vivir en la naturaleza, en un interior urbano, que es asimismo un prostíbulo.
D
Picasso pintó Las señoritas de
Aviñón en el verano de 1907.
Lo más relevante e influyente
es, sobre todo, su innovación
la anulación del espacio
tridimensional tradicional a
través de los cuerpos de las
figuras, tratados de forma
geométrica y carentes de
volumen, adaptándose al plano
bidimensional, lo que dejó
absolutamente perplejos a los
pocos colegas e íntimos que
tuvieron el honor de
contemplar la obra. En su
centenario, esta reacción se
sigue produciendo en todas y
cada una de las personas que
se sitúan ante ella.
Picasso antes de Picasso
Las señoritas de Aviñón es el resultado de una gran ambición.
Desde que era muy joven, casi adolescente, Picasso sintió la imperiosa necesidad de distinguirse de todos aquellos que le rodeaban, incluyendo su padre, pintor de clase media con el cargo
de maestro en la filial en Barcelona de la Academia de Bellas Artes de San Fernando: la Escuela de La Lonja. A ella se debió la estancia, de casi diez años, de la familia del artista en la capital catalana, donde se relacionó, contando sólo 19 años, con la vanguardia catalana de artistas como Ramon Casas, Santiago
Rusiñol, Joaquim Mir o Hermen Anglada Camarasa, sin la cual habría sido prácticamente imposible su salto a París, cuna del arte
y de la vanguardia a finales del siglo XIX y principios del XX. Cuentan de Picasso que llegó a afirmar, hablando de su propio talento,
que él siempre había considerado estar dotado de la virtuosidad
en la técnica de artistas como Rafael o Leonardo y que su deseo
era, más bien, despojarse de ella para encontrar su propia personalidad pictórica.
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Les Demoiselles d’Avignon (junio-julio de 1907). Óleo sobre lienzo. 243,9 x 233,7 cm. Nueva York. Museum of Modern Art (MoMA).
Tanto es así que fue esta ambición la que, cuando tenía 25 años y
se había asentado definitivamente en la capital francesa, le llevó
a querer distinguirse del ambiente parisino de la época; coincidiendo, además, con una de las crisis personales más dramáticas
de su vida. La relación con su primera mujer, Fernande Olivier,
fracasa estrepitosamente y, en lo que respecta a su actividad artística, pasa varios meses sin pintar ni un solo cuadro, manteniendo durante este tiempo todos sus lienzos de cara a la pared
de su estudio. No fue así en lo relativo al dibujo. De este período
se conserva la insólita cifra de 16 cuadernos, perfectamente catalogados, que Picasso utilizó en la elaboración de los bocetos y
ensayos necesarios para pintar, posteriormente, Las señoritas.
Boceto de Les Demoiselles d’Avignon.
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El fin-de-siècle en París
A pesar de esta crisis, Picasso comienza a erigirse en el líder, junto
a su amigo Henri Matisse, del nuevo ambiente artístico emergente
de la capital francesa conocido como fin-de-siècle. Hacia 1905,
Matisse presenta La alegría de vivir, en donde las figuras femeninas que posan desnudas se sitúan en un paisaje tridimensional
junto a los hombres sátiros y la música, de manera que la visión que
da de la mujer —positiva y lúdica— se acerca en gran medida a la
que tradicionalmente ofrecía el tema de “la bacanal”.
La alegría de vivir (1905), de Matisse.
La réplica de Picasso —que necesitaba, a toda costa, pintar algo que le parangonase con Matisse— llega, dos años después,
con Las señoritas de Aviñón.
Parece que esta tela responde, además, a la obsesión del malagueño por las enfermedades venéreas. Sin embargo, es necesario señalar que en esta obra Picasso no parece que establezca
ningún tipo de consideración moral sobre el papel de la mujer. En
toda su obra, el pintor se limita a considerarlas maravillosas y seductoras, pero en muchos casos, y Las señoritas es uno de ellos,
también peligrosas. Es la época en la que la mujer pasa de ser
considerada pasiva y receptiva a desvincularse, prácticamente
por completo, del peso de la tradición, adquiriendo una libertad
antes imposible de imaginar. Quizá fue esto lo que les resultó especialmente violento a todos cuantos, como Picasso, se sintieron
agredidos o amenazados por esta nueva situación social que es,
en definitiva, la que quiso dejar latente en su obra.
“Yo no busco, encuentro”
Picasso no fue nunca un teórico del arte al estilo de Kandinsky o
De Chirico que planteara o buscara —como él mismo dijo— los
problemas de la pintura antes de realizarla. Aun siendo plenamente consciente de la repercusión e importancia de su obra,
nunca tuvo la sensación de estar sentando las bases de una nueva pintura. Más bien, quería pintar y dejar plasmado a la manera
de los grandes maestros algo que tenía en su interior, par lo que
no le servían los métodos de la pintura de su época.
Por un mal interpretado y, posiblemente, interesado convencionalismo de la crítica del siglo XX, en muchas ocasiones se han equiparado las novedosas aportaciones que el malagueño realizó en este lienzo con el nacimiento de la primera vanguardia: el cubismo.
Pero esto no es así. Es cierto que Picasso fue cubista y que continuó utilizando muchas de las novedades introducidas por primera
vez en Les Demoiselles, pero también es cierto que esto fue bastante más tarde. El camino iniciado por Picasso en 1907 con esta
obra no tenía por qué haber desembocado necesariamente en el
cubismo. Lo hizo, y de manera magistral, pero en cualquier momento podría haber cambiado de rumbo, otorgando al arte, y en
concreto a la pintura, unas características totalmente distintas a
las que hoy en día posee. Lo que sí es seguro, después de la aparición de esta obra, es la imposibilidad de dar marcha atrás.J
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Cuando Picasso
empieza a preparar
esta tela, el arte del
siglo xx comienza a
ver la luz; la pintura
moderna tiene, en
1907, su punto de
partida con Las
señoritas de
Aviñón y, por eso,
su centenario es
también,
necesariamente, el
centenario del arte
moderno.
Del Louvre
al MoMA
Nunca ningún pintor había suscitado
tanta polémica y tanto debate con
únicamente una obra. Picasso no
sólo lo consiguió sino que,
transcurrido un siglo, continúa
haciendo imposible que críticos,
historiadores del arte o los propios
visitantes del MoMA se pongan de
acuerdo al contemplar Las señoritas
de Aviñón, debido a la libertad de
interpretación que sugieren todos y
cada uno de sus detalles.
Esas reacciones y controversias,
tan dispares como contradictorias,
eran bien conocidas por la dirección
del Museo del Louvre cuando, a
finales de los años veinte, el
coleccionista Jacques Doucet
pretendió legar la obra al museo para
satisfacer el deseo del propio autor.
El Louvre la rechazó, al igual que
hizo años antes con numerosos
“cézannes”, alimentando la leyenda
de Las señoritas y concediendo a
Nueva York y al MoMA un honor del
que ha sabido beneficiarse
magníficamente, haciendo de esta
obra —la que da paso a las nuevas
creaciones de los llamados por
Apollinaire “pintores nuevos”— su
emblema institucional por excelencia.
www.moma.org
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