Psiquiatría y neurología: neurociencias clínicas

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EDITORIAL
Psiquiatría y neurología: neurociencias clínicas
F. Bermejo-Pareja
El artículo del profesor emérito Demetrio Barcia [1], viejo neuropsiquiatra, como él se define, pone sobre el tapete interesantes aspectos de las neurociencias clínicas. Considero que son
varios los aspectos que se pueden destacar.
El primero es de origen histórico. El artículo permite el recordatorio de que, hasta hace apenas 20 años, en España existían
numerosos neuropsiquiatras asistenciales en el sistema público
que además disponían de una sociedad y una revista de gran tradición... Revista, sociedad y título asistencial desaparecieron como por ensalmo de nuestro panorama médico en la misma década (años ochenta) en la cual se creaba en Estados Unidos la Asociación Americana de Neuropsiquiatría –ANPA (www.anpaonline.
org)–. Curiosa coincidencia de dirección antagónica. Sí, he de
decir como comentario a este hecho que la mermada neurología
española de entonces [2] no tuvo responsabilidad en esta desaparición, salvo por omisión. Desaparición que revela la bien conocida iconoclasia española y la escasa flexibilidad del sistema
asistencial para incluir subespecialidades médicas. Con esta desaparición, neurología y psiquiatría se establecieron entre nosotros como compartimentos estancos. ¿Esto debería ser así en disciplinas cuyo objeto más importante es el comportamiento y el
cerebro humano? Resulta obvio que no. En varios países (Alemania, Austria, Japón, por citar ejemplos) persiste la neuropsiquiatría, y neurología y psiquiatría se encuentran más unidas.
Entre nosotros comienza a aparecer tímidamente una neurología
de la conducta [3] y existe desde hace años una sociedad de psiquiatría biológica –SEPSIQ (www.sepsiq.org/sepb)–.
El segundo punto que invita a reflexión es la tesis central del
trabajo de Barcia. El paradigma dominante actual en la psiquiatría es la neurobiología. Es un paradigma creciente. Afortunadamente, el progreso de los neurocientíficos básicos en el último
medio siglo es inmenso: su sociedad comenzó en 1968 con 600
miembros [4] y a principios de este siglo sólo la American Society of Neuroscience reúne a más de 30.000 participantes en su
congreso [5]. Este crecimiento permite suponer que muchas de
las enfermedades del cerebro, como alcoholismo, trastornos neurodegenerativos (Parkinson, Alzheimer), esquizofrenia y otras,
van a tener en el futuro un diagnóstico y nuevas terapias cuyo
origen provendrá verosímilmente de la neurociencia básica [6].
Psiquiatría, neurología, neuropsiquiatría (psiquiatría de las enfermedades neurológicas) y todas las interfaces clínicas que se
puedan dar tienen un origen común: perturbaciones del funcionamiento del cerebro humano, cuyos mecanismos íntimos van a
ser desvelados cada vez más por la neurociencia básica. Esta
base común facilitará el entendimiento entre los practicantes
clínicos de la misma disciplina: neurociencia.
Director de Revista de Neurología. E-mail: [email protected]
© 2007, REVISTA DE NEUROLOGÍA
REV NEUROL 2007; 45 (12): 705-706
Aquí conviene resaltar otro punto interesante que Demetrio
Barcia señala muy oportunamente: la inexorable realidad de que
el cerebro –nuestro cerebro de Homo sapiens– es el órgano que
realmente nos hace humanos. Y somos humanos tanto para el
neurólogo como para el psiquiatra que puede entrevistarnos. Y
tenemos que saber más de nuestra historia humana –antropología, pues– para entender nuestro cerebro. Neurólogos y psiquiatras. Si el cerebro del niño que crece aislado hasta los 12 años
–aislado en un domicilio o en la selva– no aprende a hablar y no
alcanza nunca un nivel de inteligencia normal, por poner un
ejemplo concreto, está claro que la genética y la biología molecular no permiten entender por sí mismas el funcionamiento del
cerebro de este niño aislado [7]. Existe un ‘exocerebro’, la cultura, la cultura de la civilización humana que permite poner en
marcha y desarrollar el cerebro humano. Sólo así funciona nuestro cerebro, embebido desde niños en un ambiente humano [7,8].
El modelo biopsicosocial de la psiquiatría actual [9] requiere su
conocimiento por el neurólogo, que muchas veces se recluye en
un armario epistemológico que incluye lesión –a ser posible, visible con neuroimagen–, manifestaciones clínicas –las motoras,
más comprensibles–, diagnóstico y terapia. ¿Y qué decir de la
miríada de enfermos que acuden a nuestra consulta sin patología
neurológica ‘orgánica’? [10] ¿Esta preparado el neurólogo para
entender a estos pacientes? Muy probablemente, las herramientas de análisis detallado de alteraciones motoras y las más toscas
para la precisión de síntomas conductuales y psicológicos con
las que el neurólogo aprende la especialidad, no se lo permitan.
En suma, las neurociencias clínicas van a caminar cada vez
más unidas por el pegamento de la neurociencia básica, que ya no
constituye un repertorio teórico, sino una fuente de entendimiento
práctico y terapéutico de las conductas alteradas por el mal funcionamiento del sistema nervioso. No es de extrañar que ya un banco
de cerebros tome muestras para estudios neurológicos y psiquiátricos [11]. Pero la práctica médica, como bien señala el artículo de
Barcia, es también ‘arte’, esto es, especificidad y aleatoriedad, si se
me permite. Y cada una de las neurociencias clínicas requiere un
ámbito de análisis de la conducta humana: la más individual y sutil –gesto y habla–, para el psiquiatra, y la más orgánica y filogenéticamente bastante más antigua –el movimiento–, para el neurólogo. Pero la antropología antes mencionada nos enseña que convendría no disentir demasiado entre los neurocientíficos clínicos, pues
del movimiento nació el gesto, y del gesto –por hacernos diestros,
por utilizar la mano derecha, quizá– [12], el habla. Así pues, movimiento, gesto y habla conforman un continuo en la arquitectura del
sistema nervioso, labrada a lo largo de los varios millones de años
en la historia del género Homo. La delgada línea que desde una
perspectiva clínica separa el estudio del movimiento, del gesto y
del habla, a buen seguro, cada vez va a ser más tenue. Hay que irnos preparando. Una educación conjunta de neurólogos y psiquiatras parece ser el camino [13]. ¿Se andará este camino?
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F. BERMEJO-PAREJA
BIBLIOGRAFÍA
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