UNIDAD DIDÁCTICA III LA CULTURA CLÁSICA

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UNIDAD DIDÁCTICA III
LA CULTURA CLÁSICA
Tema 06. Grecia
06.1 Bases históricas, políticas y culturales
06.2 Arquitectura
06.3 Escultura
■ EL CLASICISMO: LOS GRANDES MAESTROS Y SUS OBRAS
A mediados del siglo V a. de C. tiene lugar el paso del estilo severo al estilo clásico, fruto de una
serie de grandes personalidades, artistas geniales que crearon un nuevo lenguaje expresivo,
abriendo así horizontes originales dentro del espíritu de su época. Los tres grandes pilares de
ese nuevo lenguaje artístico serán: el estudio de la anatomía humana, la preocupación por
captar el movimiento interno y externo, y la búsqueda de un canon de belleza, postulado no sólo
a través de las obras sino también a través de una incipiente literatura artística.
En su evolución se distinguen claramente tres fases que podrían sintetizarse en una etapa
preclasicista representada por Mirón hacia mediados del siglo V a. de C., la etapa de los grandes
maestros del clasicismo como Fidias y Policleto en el último cuarto del siglo y, por último, la
etapa del final del espíritu clásico durante la primera mitad del siglo IV a. de C., anunciadora de
la crisis del modelo político y cultural que había supuesto la hegemonía de Atenas.
Sus inicios coinciden con la aparición en la escena artística del primero de los grandes maestros
del clasicismo griego: Mirón de Eleuteras. Originario de Eleuteras, en los límites entre Ática y
Beocia, la tradición señala que su formación y aprendizaje se produjo en el taller del broncista
Ageladas de Argos. De hecho la mayor parte de sus obras estuvieron realizadas generalmente
en bronce, aunque son conocidas sobre todo por las copias de época romana y por las
referencias de algunos autores antiguos. Es el autor de una de las más famosas esculturas de la
Antigüedad, el Discóbolo en el que se recoge toda una tradición del estilo severo en torno al
cuerpo bello del atleta y a su delineada musculatura, apuntando ya hacia el clasicismo y hacia la
plenitud alcanzada en la obra de Policleto y los grandes maestros clásicos. El Discóbolo ha sido
definido como el arquetipo del movimiento en potencia ya que todo el cuerpo se concentra, tras
coger impulso, en el instante anterior al lanzamiento del disco. Sin embargo, a pesar de su
avance, la expresión del rostro no es todavía capaz de corresponderse con el esfuerzo que la
escultura pretende mostrar, de ahí que deba considerarse a su autor como un punto de llegada
de todas las experiencias áticas del siglo VI a. de C. y principios del V a. de C. y un punto de
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partida para la nueva estética clasicista. Aunque la mayor parte de su obra, como el Discóbolo,
estaba dedicada a temas atléticos, una de las más conocidas es también el grupo de Atenea y
Marsias conservado en los Museos Vaticanos.
Mirón, por tanto, pertenece a la generación artística inmediatamente anterior al siglo de Pericles,
que es lo mismo que decir el triunfo del periodo clásico, que encontrará en Policleto de Argos y
en Fidias a sus intérpretes más geniales.
Policleto de Argos es el representante más brillante de la tradición escultórica del Peloponeso
que lleva al clasicismo. Su florecimiento se sitúa hacia el tercer cuarto del siglo V a. de C. Su
punto de partida fue el deseo de reproducir en sus esculturas un modelo de realidad sin
imperfecciones, lo que lo sitúa en el marco del pensamiento pitagórico, pues como el gran
filósofo creyó en una realidad superior basada en proporciones matemáticas. Escribió un tratado,
el Canon, dedicado a las relaciones numéricas y la simetría o relación entre las partes del cuerpo
humano.
El modelo de Policleto y su éxito consisten básicamente en dos grandes aportaciones: por un
lado, el establecimiento de las proporciones ideales que dan al cuerpo su perfección, integrando
seis veces la altura de la cabeza en la altura total y, por otro lado, la aplicación de una geometría
dinámica y una distribución de los volúmenes no a partir de un eje vertical sino mediante una
serie de compensaciones de masas, que es lo que conocemos como figura en contrapposto.
Su teoría se encarnó en obras como el Doríforo (Portador de la lanza), una escultura de bronce
que conocemos por numerosas copias romanas en mármol, que ha sido considerada como un
auténtico canon, el ideal del héroe aristocrático a quien corresponde una armonía superior.
Sobre la base de sus proporciones, y de la actitud de los modelos, se ha podido atribuir a
Policleto un tipo de amazonas, de las que la mejor copia es la Amazona de Berlín, posiblemente
el modelo presentado al famoso concurso de Éfeso, en el que participaron Fidias, Crésilas,
Fradmon y Kidon, y que policleto habría ganado con esta versión femenina de su canon clásico.
La madurez de su estilo aparece con al creación del Diadumeno (Atleta ciñéndose las cintas),
conocido al igual que otras obras suyas a través de copias romanas de las que se conservan
más de treinta. En esta obra el autor acentuó su preocupación por el cuerpo de belleza perfecta
recurriendo a la mayor riqueza de movimientos y al equilibrio de una figura en aspa y aunque el
desnudo se muestra al modo del Doríforo, presenta ligeras variaciones que se han considerado
como un progreso hacia una escultura más colorista.
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Profundamente opuesta a Policleto, la obra de Fidias marca también y de forma muy profunda el
devenir de la escultura griega de la segunda mitad del siglo V a. de C. Fidias representa una
tradición ática más pura a través de una evolución que va de lo real sobrehumanizado a lo
humano en perfecta armonía dotando a sus composiciones de una serenidad y emoción
contenidas que trascienden a las propias figuras. Su actividad artística no se entiende sin la
presencia y estrecha colaboración con Pericles, que en el momento álgido de su poder, dedicó
buena parte de los tributos destinados a la protección militar de Atenas y de las otras polis que
formaban la Liga de Delos, al embellecimiento monumental y artístico de la ciudad.
Fidias nació en Atenas hacia el 490 a. de C. y murió poco antes del 430 a. de C. Aunque su
carrera es la de un arquitecto y escultor, se sabe, sin que se hayan conservado testimonios
artísticos, que su primera actividad la ejerció como pintor; y aunque también en su juventud haría
algunos importantes esculturas, su éxito proviene, mayormente, de su colaboración con Pericles
y del ambicioso programa que junto a él elaboró para la reconstrucción de la Acrópolis de Atenas
de la que fue nombrado capataz.
De sus trabajos hay que distinguir, por un lado, los proyectos escultóricos del Partenón,
centrados como ya se ha visto en las metopas, el friso y los dos frontones y, por otro lado, su
cualidad como el escultor de los dioses. En esta última faceta destacan sus numerosas
versiones de la diosa Atenea, desde la más temprana, realizada hacia el 470 a. de C., en mármol
y madera dorada para el templo de Platea, hasta la que se considera una de sus últimas
creaciones, la Atenea Lemnia, conocida como la mayor parte de su producción por copias
romanas en mármol. Entre medias realizó la Atenea Promachos, en bronce, colocada en el
centro de la Acrópolis de Atenas y que con más de diez metros de altura, según la tradición
podía ser vista desde el Cabo Sunión, a unos 75 kilómetros de la ciudad. En su lista hay que
incluir también la Atenea Parthenos, una escultura crisoelefantina (oro y marfil) destinada a la
cella del Partenón que conocemos a través de una réplica en mármol del siglo II a. de C.
conocida como Atenea Varvakeion.
Con anterioridad a su incorporación a los grandes proyectos escultóricos del Partenón estuvo
trabajando en la ciudad de Delfos donde realizó una serie de 13 estatuas en memoria de
Milcíades así como otras obras conocidas a través de copias romanas posteriores, tales como a
Deméter de Cherchell y la Kore Albani. Suya es también una Amazona procedente de aquel
famoso concurso celebrado en Éfeso y ganado por Policleto así como otras obras de las que
tenemos constancia por réplicas y versiones posteriores de muchos de sus seguidores.
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La culminación de su carrera se producirá, no en Atenas que hubo de abandonar hacia el 432 a.
de C. a raíz de un proceso contra él que todavía no ha sido aclarado del todo, sino en Olimpia
donde se refugió hasta su muerte. Para el Templo de Zeus de esta ciudad ejecutó la estatua
crisoelefantina de Zeus, de unos diez metros de altura, conocida por la descripción de
Pausanias, por algunas reproducciones monetarias y por réplicas posteriores. Con esta última
obra supo expresar el triunfo del pensamiento religioso y cívico de la sociedad griega de su
época, a través de una escultura monumental destinada a ocupar el centro de la cella del templo.
El desastre ateniense en la Guerra del Peloponeso en el año 404 a. de C. representa el final del
sueño hegemónico de Pericles y del ideal artístico de su tiempo. Aunque Atenas continúa siendo
el centro cultural por excelencia, otras regiones o ciudades renovarán su pasado artístico, siendo
ahora el momento del gran renacimiento cultural jónico donde se experimenta un fuerte
dinamismo creador gracias a la instalación en ellas de los artistas más importantes de este
momento.
Entre los nombres más destacados hay que mencionar a Praxíteles, a Escopas de Paros y a
Lisipo de Sicione, junto a los que aparecen otros escultores que produjeron también otras obras
muy conocidas.
Praxíteles era ateniense, y es quizá el artista más apreciado de la Antigüedad griega. Se
suponen que era hijo del escultor Cefisodoto el Viejo, considerado un puente entre las fórmulas
plásticas del siglo V a. de C. y el sentido renovado y diferentes de estas en el siglo IV a. de C.
Por su formación conocía muy bien los materiales escultóricos, preferentemente el mármol, con
el que ejecutó sus esculturas más importantes. Sus obras representan adolescentes graciosos y
bellos, con un grafismo extremo y una dulzura que tendrá un gran eco en la escultura helenística.
En sus trabajos se observa un paulatino abandono de la escultura religiosa en beneficio de la
escultura privada en la que se busca no tanto la belleza ideal como una más real y más tangible,
expresada en la recreación y el interés por los temas costumbristas, los sentimientos humanos y
los datos anecdóticos. Por otro, la belleza, la voluptuosidad y el equívoco juegan un papel
predominante en sus composiciones que, en general, respiran un aire de intelectualidad,
refinamiento y sensualidad.
De su producción cabría destacar el grupo de Hermes y Dionisio niño destinado a representar
un instante amable de una historia mítica. La distancia con la rigidez conceptual de las obras de
Policleto se hace aquí más que evidente, transformando el idealismo de aquellas en un
sentimiento de familiaridad y cercanía. Algo parecido encontramos en otra de sus obras, el
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Apolo Sauróctono (Matalagartos) donde se recrea en la representación de un hecho puramente
anecdótico que algunos han interpretado como una burla mítica del terrible dios que dio muerte a
la serpiente Pitón en Delfos. El triunfo de su particular concepción escultórica llegaría con la
Afrodita de Cnido, representada completamente desnuda tomando su baño, lo que en su
tiempo según algunos autores provocó un auténtico escándalo; no tanto por la desnudez de la
mujer sino por el hecho de que una diosa fuese representada como cualquier mortal.
Escopas de Paros fue un escultor caracterizado por la búsqueda de representaciones marcadas
por la idea de lo ardiente y lo atormentado, aunque, por otro lado, fue un fiel continuador de la
tradición del siglo anterior, sobre todo en lo que se refiere a las proporciones y a la armonía de
las composiciones. Entre sus obras destaca su participación, como ya se ha señalado, en la
decoración del Mausoleo de Halicarnaso, también en el Templo de Artemisa de Éfeso y,
además, se le atribuye la Cabeza de Meleagro y la Ménade danzante, en la que el rostro
elevado al cielo y el cuerpo en torsión violenta, anuncian ya el barroquismo propio del periodo
helenístico.
Lisipo de Sicione es el escultor que por su mayor juventud resume, más que ningún otro de los
de su tiempo, la deuda de su época con el clasicismo y, además, nos abre a lo que serán las
inquietudes y búsquedas artísticas del Helenismo. Admirador de Alejandro Magno, fue un artista
de palacio, casi el escultor oficial del príncipe macedonio. De hecho, a él debemos la creación
del retrato de Alejandro, descubriendo a través de sus rasgos físicos la identidad moral del
personaje. Creó así y para la posteridad el retrato del gobernante-héroe que reproducirá el
Helenismo y luego el arte occidental.
Sus temas preferidos son los de carácter atlético, a través de los cuales aportó la inquietud del
movimiento y un nuevo canon, más esbelto que el de Policleto. Entre sus obras más importantes
figuran el Hércules Epitrapezios conocido por una copia colosal de una estatuilla de bronce, el
Hércules Farnesio y el más conocido de todos, su Apoxiomenos (Atleta limpiándose con el
polvo de la estrígile), obra en bronce de hacia el 320 a. de C. que ha llegado hasta nosotros a
través de una copia romana encontrada en Roma en el siglo XIX. Como algunas otras de sus
producciones representa la acción en su pura potencialidad, no el reposo pleno que se pone de
manifiesto en algunas partes de los cuerpos de Policleto.
De los otros escultores que vienen a cerrar este episodio podemos decir que los tres eran
atenienses y los tres, además, habían participado con Escopas en la decoración del Mausoleo
de Halicarnaso. El mayor era Timoteo cuya actividad está documentada hacia el 375 a. de C. A
él se le atribuye, entre otras obras, la escultura de Leda con el cisne. Otro era Leocares, autor
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del grupo conocido como Rapto de Ganímedes con el que consigue, a través de una
composición muy compacta, hacer una fusión entre las formas humanas, las animalísticas y los
elementos del paisaje. También se le atribuye el famoso Apolo del Belvedere, realizado en
bronce y conocido por diversas copias, entre las que destaca la descubierta a finales del siglo
XV, que fue colocada por Julio II en el Belvedere y que hoy se encuentra en los Museos
Vaticanos. El último de los tres fue Briaxis que habría producido divinidades olímpicas con una
concepción todavía muy clásica a pesar del momento en que se realizan sus trabajos.
Al lado de estos grandes maestros, conocemos muchos más nombres de artistas menores
recordados por las fuentes literarias, aunque resulta muy difícil precisar atribuciones de obras de
arte relacionadas con ellos. Eufránor, Silanion o Lisístrato son nombres más o menos conocidos
que se dedicarían con mayor o menor fortuna a imitar los modelos de los grandes maestros.
■ LAS NUEVAS FORMAS DE EXPRESIÓN PLÁSTICA DEL HELENISMO: LAS ESCUELAS
Durante el Helenismo asistimos a una época de confluencias y diversidad artística. Se dan cita
múltiples tendencias, coexisten las más variadas formas del gusto y se profundiza en los
caminos abiertos por los grandes artistas del siglo IV como Praxíteles (del que se recoge su
interés por la forma delicada, el gusto por el desnudo femenino y los tipos juveniles), Lisipo (al
que se acude por su nuevo canon escultórico y por el sentido del movimiento) y Escopas (del
que interesa su barroquismo dramático).
La historia de este periodo se caracteriza por el desplazamiento del centro del poder helénico y
de la actividad cultural de la Grecia continental a los grandes reinos orientales. No extraña, por
tanto, que sea en estos donde se produce la mayor efervescencia artística, de ahí que uno de los
resultados más evidentes será la aparición de grandes escuelas poniendo cada una de ellas el
acento en alguno de los rasgos que mejor contribuyen a definir lo que conocemos como el estilo
helenístico. Uno de los componentes de ese estilo es el sentido barroco de sus composiciones,
es decir, lo que conocemos como el pathos helenístico (concepto griego que expresa la intención
de representar las emociones, pasiones o alteraciones extremas de un ser).
Relacionado con esto se encuentra el interés que para los artistas helenísticos tuvo el retrato,
uno de los temas esenciales del arte de este periodo. La tradición retratista en el mundo griego
se remonta al siglo IV a. de C., y se expresaba a través de un tipo de retratos imaginarios
aunque no por ello menos realistas. Progresivamente se fueron afianzando los retratos
fisonómicos e individualizados, aunque de manera excepcional al principio, y reservados siempre
a ciertos personajes públicos. Es en este momento cuando los artistas se interesaron por la
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expresividad del retrato y la posibilidad que éste ofrecía para el estudio del carácter y de la
psicología individual de los personajes retratados. No obstante, habrá que esperar hasta la
época romana para que el retrato se generalice con la voluntad de mantener el recuerdo de los
vivos tras su fallecimiento.
Antioquía, Pérgamo, Alejandría, Rodas y Atenas serán los principales escenarios de la época
helenística y ellos representan, también, la materialización de las distintas fórmulas propias de la
escultura de este periodo. De estas ciudades las que tienen un mayor interés desde el punto de
vista de la escultura fueron Pérgamo, Rodas y Alejandría.
La Escuela de Pérgamo tiene su fundamento en la prosperidad económica de su reino gracias a
la agricultura y al comercio, que con el apoyo de sus principales gobernantes (Atalo I, Eumenes
II y Atalo II) hicieron de la ciudad un sólido centro cultural, la Atenas del mundo helenístico,
donde se concentraban las ciencias y las artes de gran influencia posterior sobre Roma. Al
margen del gran proyecto que representó la construcción del Altar de Pérgamo, el interés por lo
dramático como nota predominante de la escultura de esta ciudad lo podemos documentar
también en el Monumento a los Gálatas que fue mandado realizar por el Rey Atalo I después
de su victoria sobre ellos. Era un monumento público dispuesto en forma piramidal formado por
varios grupos de gálatas moribundos, en el centro de los cuales aparece el jefe con su mujer.
La Escuela de Alejandría se desarrolla sobre la ciudad fundada por Dinócrates a instancias de
Alejandro Magno y transformada muy pronto en el mayor de los centros artísticos e intelectuales
del mundo helenístico. La escultura destacó por los trabajos en bronce, mármol, estuco y
terracota, fieles al estilo y a la tradición de Praxíteles. Entre los elementos temáticos, la vida
cotidiana y la caricatura eran con frecuencia motivos de inspiración, aunque también lo eran los
paisajes y elementos de tema nilótico, es decir, directamente inspirados en la vida del gran río de
Egipto. Precisamente una de las obras más importantes de este periodo es la Alegoría del Nilo.
La Escuela de Rodas viene definida por el carácter patético de algunas de sus representaciones
y por su tendencia al monumentalismo. De esto último lo más conocido es su famoso Coloso,
una gigantesca estatua del dios Helios, erigido en el siglo III a. de C. por el escultor Cares de
Lindos, discípulo de Lisipo. El dramatismo, sin embargo, adquiere su plena consagración en otra
obra de esta escuela, el famoso grupo de Laoconte y sus hijos. En él se representa la
desesperación de tres personajes en una composición diagonal en la que el realismo es
superado con una acentuación de los sentimientos casi sobrehumanos. Sus autores fueron
Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas y representa uno de los momentos más dramáticos
narrados por Virgilio en su Eneida: la flota griega se había hecho a la mar durante una fría
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noche, después de una década de asedio infructuoso contra Troya. En su marcha habían dejado
en la playa tan sólo un gigantesco caballo de madera como exvoto a la diosa Atenea para
suplicar su ayuda en el viaje de regreso. Cuando los troyanos, entusiasmados, empezaron a
trasladar el caballo a la ciudad como trofeo de guerra, el sacerdote Laoconte les advirtió que
podría ser una trampa del astuto Ulises que, según Virgilio, les dijo Timeo danos et dona farentes
(temo a los helenos, sobre todo cuando hacen regalos). Para que Laoconte no burlase al
destino, Atenea envió dos serpientes marinas que lo devoraron junto con sus hijos al pie del
altar. Lo que ocurrió después todo el mundo lo sabe: del Caballo salieron los soldados griegos
que en poco tiempo se hicieron con el control de la ciudad destruyéndola por completo.
Lo que aquí se capta es precisamente ese momento en el que Laoconte y sus hijos son
atacados por las dos serpientes marinas. Se representa, por tanto, el dolor físico pero, sobre
todo, el dolor interno y moral que supone ver morir a sus hijos.
El grupo fue encontrado en 1506 en las ruinas del Palacio de Tito en Roma causando una
expectación extraordinaria y un notable influjo en el arte de aquel momento. Al grupo le faltaban
los brazos derechos del padre y del hijo menor, lo que conocemos por los dibujos de un par de
pintores de la época. Al ser descubierto, se convocó un concurso para su reproducción en cera,
que ganó Jacopo Sansovino, de la que surgió la copia en bronce que había encargado el
Cardenal Grimaldi. Igualmente se hizo una copia en mármol que incluía la integración de las
partes que faltaban, realizada por Baccio Bandinelli y que se conserva en la Galería de los
Oficios de Florencia. Pero muy pronto se planteó también la restauración o reintegración del
original, operación compleja de interpretación del grupo escultórico, para la cual Miguel Ángel
recomendó a Montorsoli, quien, sin embargo, realizó la integración del brazo de Laoconte en
terracota para diferenciarla del original, hasta que éste y el de su hijo fueron reintegrados en
mármol por Agostino Cornacchini a principios del siglo XVIII. En su estado actual, sin embargo,
se exhibe sin esos añadidos posteriores. En 1905, el arqueólogo Ludwig Pollack logró identificar
en un anticuario romano el brazo de mármol original de Laoconte, lo que permite la
reconstrucción del grupo escultórico original.
De esta escuela procede también otra de las grandes obras del helenismo, la Victoria de
Samotracia que se conserva en el Museo del Louvre.
Durante el último periodo de la época helenística, a partir de la segunda mitad del siglo II a. de
C., Atenas encuentra de nuevo una expresión propia con la voluntad de hacer resurgir su
anterior gloria. Para ello el arte ateniense volvió a utilizar los registros propios del siglo IV a. de
C., dentro del marco de una producción llamada Escuela neoática, que perduró hasta la Roma
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de Augusto. Desde un punto de vista estilístico y teórico, el neoaticismo emerge en el seno del
arte helenístico en oposición a las escuelas de Pérgamo y Alejandría, ofreciendo, en cambio,
modelos de un gusto ecléctico caracterizado por una reelaboración de las formas clásicas. En su
conformación se observa poco interés por el estilo severo y mayor preferencia por la escuela de
Fidias. Otros en cambio prefieren mirar incluso hacia el arcaico aunque dándole una vitalidad
ornamental que difiere de su contenido original. La Afrodita de Cirene o los relieves de la
Crátera Borghese son un excelente ejemplo de esta corriente.
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