Negación del autogobierno en materia de ejecución penal

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2005 -07-28
César Manzanos Bilbao - Doctor en Sociolog ía (*)
Negación del autogobierno en materia de ejecución penal
Recientemente, la actual Dirección General de Prisiones firmaba un «protocolo de intenciones» con el Ayuntamiento de
Donostia en el que se anunciaba la intención de cerrar y amortizar la actual prisión de Martutene, que cuenta con 280
plazas, reconociendo que esta prisión está obsoleta y no reúne las condiciones materiales necesarias para el respeto de
los derechos a un trato digno, a la intimidad o a la salud de las personas presas. No es la primera noticia que tenemos de
este propósito que parece arrancó cuando se planteó el plan de construcción de viviendas en Martutene y su reordenació
urbanística. Dicho de otro modo se reconoce la existencia de prisiones que violan los derechos reconocidos por la ley a
personas encarceladas, sólo cuando al negocio inmobiliario y a los intereses especulativos les interesa justificar un
cambio de ubicación de una cárcel que estorba y no vende en una zona residencial nueva. Además, se plantea la
posibilidad de sustituir una pequeña prisión por otra con nada más y nada menos que 1.008 celdas en la que puede
encarcelarse a casi 2.000 personas.
Pero la propuesta va más allá. El actual gobierno, en materia de infraestructuras penitenciarias, no ha hecho sino retomar
el viejo Plan de amortización y construcción de macro-cárceles que se paralizó a raíz de los escándalos de corrupción en
la concesión de obras públicas que tanto influyó en la derrota electoral del PSOE a mediados de los 90. En ese mismo
plan, ya se recogía la instalación de una nueva cárcel en la CAV y otra en Navarra.
En Zubieta se pretende edificar una macro-cárcel, y construir este mastodonte además del brutal impacto ecológico y
social que va a producir en la zona, va a traer consigo la imposibilidad definitiva de desarrollar, en el contexto del
desarrollo del autogobierno para Euskadi, un modelo de ejecución penal de orientación social en el que se ha venido
trabajando desde la administración pública vasca, junto a la red asociativa, durante los últimos veinte años con el fin de
preparar la transferencia pendiente en esta materia, en base a un modelo de justicia restaurativa y reinsertadora, y no
retributiva o vengadora, donde los centros de ejecución penal han de estar ubicados convenientemente, ser pequeños y
especializados según tipos de delito, edad, sexo o necesidades de prevención, asistencia y tratamiento, y han de
responder a la necesidad y orientación legislativa que plantea la necesidad de adecuar el tipo de plazas al mapa de cada
comunidad aut ónoma para hacer que todas las personas presas cumplan su condena en el lugar donde tienen su
residencia administrativa y su arraigo en el caso de ser extranjeras.
El Gobierno Vasco en concreto, y los agentes sociales, políticos y sindicales en general hemos de reaccionar frente a esta
nueva macro-casa de los horrores que se pretende construir, y que no generará más que violencia e inseguridad
ciudadana, abriendo un debate social y movilizándonos para convencer al Ayuntamiento de Donostia y a las fuerzas
políticas que lo componen del sinsentido y la incompatibilidad de una macro-cárcel con el desarrollo de una política de
prevención y lucha contra el delito democrática y respetuosa con los derechos de las personas penalizadas, de las
víctimas y de las necesidades de seguridad pública para el conjunto de la ciudadanía en general y de la vecindad de
Zubieta y alrededores en particular.
No olvidemos que se plantea más de lo mismo. Una macro -cárcel como la de Nanclares de la Oca que, inaugurada hace
sólo 25 años, se ha convertido en un vertedero de seres humanos donde muchos de ellos prefieren quitarse la vida a
sufrir unas condiciones de encarcelamiento en terribles condiciones de abandono e insoportabilidad.
Ahora, se justifica la construcción de 12 macrocárceles (4 en obras y 8 en proyecto) debido al hacinamiento que se ha
producido en las prisiones españolas, motivado por el recurso a la penalización, es decir, a incrementar las penas en casi
todos los tipos de delito, a introducir nuevos tipos penales, a dificultar el acceso a beneficios penitenciarios y a la libertad
condicional, como si castigar fuera la forma de solucionar los conflictos sociales y el mejor o único m étodo de prevención
y lucha contra el delito. Esto ha provocado entre otras cosas que las personas presas permanecen más tiempo en prisión
y por tanto éstas se hacinan a un ritmo de incremento anual de 5.000 personas m ás encarceladas cada año en el sistema
penitenciario español.
La pregunta que nos surge a partir de esta situación es obvia. ¿Si los delitos crecen desmesuradamente en nuestra
sociedad y el recurso a la cárcel ha venido demostr ándose ineficaz en la defensa de la seguridad ciudadana, por qu é el
empeño de huir hacia delante guiados por una cultura punitiva que considera que la inflación policial, penal y carcelaria,
es decir, más vigilancia y castigo, en definitiva m ás violencia, es la única forma o la forma más eficaz de «luchar contra el
delito»?
Las respuestas a esta pregunta las hemos de buscar en otras partes. Al igual que ocurre con la industria armamentista,
las cárceles las pagamos con dinero p úblico (casi 100 millones de euros por macro-cárcel con una media de 1.000 celdas
que habrían de ser individuales, según establece la propia legislación penitenciaria, pero que normalmente se construyen
para más de una persona por celda, lo cual ya sienta las bases para la masificación y sus nefastas consecuencias). Sin
embargo los beneficios de la construcción, mantenimiento y gestión de las macro-cárceles es privada. Son empresas
privadas las que las edifican y abastecen y son personas particulares las que las gestionan y administran (el 70% de lo
que nos cuesta mantener una plaza carcelaria se va en gastos de personal).
Dicho de otro modo, la industria carcelaria, o el negocio de las macro-cárceles consiste en hacer que de una persona
presa, de lo que pagamos por cada plaza carcelaria al año, viva mucha gente particular y muchas empresas privadas. No
hay más que hacer las cuentas: para 60.000 personas presas, más de 25.000 funcionarios de prisiones, más de 15.000
policías encargados exclusivamene de la vigilancia y traslado de presos, más de 10.000 personas contratadas en
empresas y entidades que prestan servicios auxiliares a las prisiones, pero y si sumamos lo que nos cuesta mantener la
maquinaria que procesa y penaliza (jueces, abogados, procuradores, administrativos del sistema de justicia criminal,
etcétera) comprenderemos el éxito de la cárcel, o mejor del negocio de las c árceles. No importa que no resocialicen, que
las condiciones de encarcelamiento maltraten a quienes han sido condenados por maltratar, lo importante es que haya
más tipos delictivos, más penas y a poder ser más largas y severas para que el complejo penitenciario crezca y con la
inversión pública se obtengan más beneficios particulares. Este es el modelo que hemos heredado del país más
«civilizado de la tierra». Que no nos pase nada. (*) César Manzanos es también representante de Salhaketa
© Baigorri Argitaletxea S.A
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