Una adelantada a su tiempo: María Moliner 4

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Una adelantada a su tiempo: María Moliner
JOSÉ LUIS ALIAGA JIMÉNEZ
El Campo de Cariñena puede presumir legítimamente de
contar con María Moliner Ruiz entre los naturales de la comarca. De esta admirable aragonesa, nacida en Paniza el
30 de marzo de 1900, se puede decir con rotundidad que
fue una mujer adelantada a su tiempo en no pocas facetas. Obtuvo una licenciatura universitaria en una época,
1921, en que la formación académica de las mujeres, si existía, solía limitarse a poco más que los fundamentos básicos para desenvolverse
en el rol de género femenino tradicional.
Repárese simplemente
en que, en 1920, el analfabetismo alcanzaba a casi el sesenta por ciento de las mujeres españolas.
Ejerció, hasta su jubilación, una profesión en un
terreno donde la presencia de las mujeres era reducidísima. Ello fue así desde 1922, tras ganar
una oposición de ámbito estatal para el Cuerpo
Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos: fue la sexta mujer que lo consiguió,
y la más joven desde la creación del Cuerpo Facultativo en 1858. Se comprometió intelectual y
activamente con diversos proyectos educativos y
culturales de la Segunda República española. A
todo ello se suma el aspecto más conocido de su
trayectoria: su condición de autora de uno de los
repertorios lexicográficos más originales y trascendentes de la lengua española: el Diccionario
de uso del español (1966-67).
María Moliner nació en el seno del matrimonio
formado por Matilde Ruiz Lanaja y Enrique Moliner Sanz, quien en ese momento ocupaba la
Paniza, localidad natal de María
Moliner (en la imagen, casa del siglo
XVI).
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plaza de médico titular de Paniza. En esta misma localidad también había nacido,
en 1897, el hermano mayor, Enrique. Sin embargo, la hermana pequeña de María,
Matilde, nació en 1904 en Madrid, adonde la familia se había trasladado en 1904
ya que Enrique Moliner se había enrolado como médico de la Marina. Hacia 1912,
Enrique Moliner viajó por segunda vez a Argentina como médico de barco y ya
no regresó a España. Este acontecimiento dio paso a una etapa difícil en la adolescencia y juventud de María Moliner, que colaboró decisivamente en el sostenimiento económico de la familia impartiendo clases particulares. En torno a 1918,
Matilde Ruiz regresó junto con sus tres hijos a Aragón, primero a Villarreal de Huerva y luego a Zaragoza.
Desde 1910 hasta 1918, María Moliner cursó el bachillerato, alternando la enseñanza
no oficial o libre con la presencial. Comenzó en Madrid, en el Instituto General y
Técnico Cardenal Cisneros y en 1915 trasladó su expediente al Instituto General
y Técnico de Zaragoza (actual Instituto Goya). Entre 1918 y 1921 cursó brillantemente en la Universidad de Zaragoza la carrera de Filosofía y Letras (Sección de
Historia). Y en 1922 se instaló en Simancas (Valladolid), cuyo archivo fue su primer destino profesional tras superar las oposiciones mencionadas al Cuerpo Facultativo. En 1924 se trasladó al Archivo de la Delegación de Hacienda en Murcia,
donde permaneció hasta 1929. Fue en esta ciudad donde conoció a Fernando
Ramón Ferrando, catedrático de Física de la Universidad de Murcia con el que contrajo matrimonio en 1925 y donde nacieron los dos hijos mayores, Enrique y Fernando. En 1929 ambos se trasladaron a Valencia donde María Moliner pasó a desarrollar su trabajo en el Archivo de la Delegación de Hacienda y Fernando Ramón
ocupó una cátedra en la Facultad de Ciencias. Aparte del nacimiento de otros dos
hijos, Carmen y Pedro, los datos biográficos disponibles apuntan a que la etapa
valenciana, hasta 1939, fue la época de plenitud vital y profesional de María Moliner.
Pero la colaboración con las instituciones republicanas pasó factura al terminar la
guerra civil, que la familia de María Moliner padeció en Valencia. El régimen franquista represalió a Fernando Ramón, republicano próximo al socialismo, que llegó
a ser decano de la Facultad de Ciencias, con suspensión de empleo y sueldo y traslado forzoso a Murcia (1944-46). Posteriormente fue rehabilitado en la Universidad
de Salamanca, donde permaneció hasta su jubilación en 1962. A María Moliner, también republicana convencida, el desempeño de su labor de archivera y bibliotecaria en puestos de responsabilidad durante la Segunda República le supuso la pérdida de dieciocho puestos en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros y
Bibliotecarios. En 1946 pasó a dirigir la biblioteca de la Escuela Superior de Ingenieros Industriales de Madrid hasta que se jubiló en 1970. Hacia 1950 comenzó los
trabajos preliminares del repertorio que, al publicarse, recibió el título de Diccionario de uso del español y por el que ha obtenido reconocimiento internacional
entre hispanistas, escritores y hablantes de español en general. En 1972 fue presentada su candidatura para ocupar el sillón B en la Real Academia Española, puesto que finalmente no obtuvo aunque se tratase de una distinción que merecía sobradamente. En 1974 falleció Fernando Ramón Ferrando y poco después María
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Comarca de Campo de Cariñena
Moliner comenzó a perder facultades mentales al verse afectada
por una arteriosclerosis cerebral.
Finalmente, murió en Madrid el 22
de enero de 1981. Durante el año
2000 se celebraron los actos conmemorativos del centenario de su
nacimiento auspiciados por el Gobierno de Aragón, cuya inauguración tuvo lugar en Paniza, su localidad natal, el 30 de marzo de
2000, donde se le tributó un sentido homenaje.
María Moliner en sus años de juventud.
Son varias las actividades que
deben ser destacadas de la vida
profesional de María Moliner en Valencia, entre 1930 y 1939. Digna de reseñar es
su contribución, y la de su marido, a la puesta en marcha de la Escuela Cossío, una
institución de enseñanza impulsada por la intelectualidad valenciana del momento e inspirada en ideales educativos de la Institución Libre de Enseñanza tales como
el fomento de las facultades del ser humano, de la creatividad y libertad personales
y de la solidaridad con el resto de las personas. Aunque se ha señalado en ocasiones, no está acreditado que María Moliner estudiara en la Institución Libre de
Enseñanza durante su residencia en Madrid, antes de ingresar en la Universidad
de Zaragoza. En cambio, está documentado el paso por sus aulas de Matilde Moliner, la hermana menor de María. En la Escuela Cossío, María Moliner impartió algunas clases de gramática y de literatura, planificó y fomentó diversas actividades
extraescolares y participó en la gestión del centro como vocal del Consejo directivo y secretaria de la Asociación de Amigos. Huelga decir que la dictadura arrasó con este innovador proyecto que, además de las propiedades señaladas, presentaba la peculiaridad de ser una escuela mixta y de voluntad coeducativa, dicho
con una terminología de cuño actual.
En la vertiente más directamente ligada con su profesión, María Moliner participó
en la política bibliotecaria y de difusión cultural de la Segunda República. Cabe destacar, primero, su aportación a las Misiones Pedagógicas, esto es, al proyecto republicano para llevar la cultura a la población rural, en el que también colaboró
su hermana Matilde. El objetivo consistía en poner al alcance de las pequeñas localidades los bienes culturales de los que disfrutaban las ciudades: proyecciones
cinematográficas, representaciones teatrales, conferencias y, principalmente, bibliotecas y, con ellas, el fomento de la lectura. María Moliner formó parte de la Delegación valenciana del Patronato de Misiones Pedagógicas (desde 1931) y organizó un plan para coordinar las bibliotecas rurales creadas en la región valenciana.
Presentó dicho plan en el Segundo Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía, celebrado conjuntamente en Madrid y Barcelona en 1935. También en
relación directa con su actividad en las Misiones Pedagógicas redactó unas InsLa huella de sus gentes
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trucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas (Valencia, 1937). Estas contienen las directrices básicas para la gestión de bibliotecas rurales y recogen la constante preocupación de María Moliner por la formación adecuada de los bibliotecarios –en 1935 ya había creado una biblioteca-escuela, que consideraba crucial
para el éxito del objetivo fundamental, la irradiación generalizada del interés por
la lectura y por la cultura en general.
Al iniciarse la Guerra Civil, María Moliner fue nombrada directora de la biblioteca
de la Universidad de Valencia. Pero abandonó el cargo a finales de 1937 para volcar sus esfuerzos al frente de la jefatura de la Oficina de Adquisición de Libros y
Cambio Internacional, creada en abril de 1937, cuando el gobierno republicano ya
había trasladado su sede a Valencia. Asimismo, desempeñó el cargo de vocal de
la Sección de Bibliotecas de Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico. Su intensa labor en la gestión de la política bibliotecaria se vio plasmada
en el diseño de un ambicioso y detallado Proyecto de bases de un plan de organización general de bibliotecas del Estado, puesto en marcha desde abril de 1937,
pero publicado en 1939.
María Moliner dijo en alguna ocasión que su único mérito había sido la confección
del Diccionario. Que no fue así en modo alguno se ha podido advertir en la apretada síntesis de su trayectoria anterior a 1940. Pero es cierto que las ilusiones, las
convicciones y el enorme esfuerzo invertido en la mejora del nivel cultural en España se vinieron abajo al término de la Guerra Civil con el desmantelamiento de
las instituciones republicanas y la represión que sobrevino. Una vez en Madrid, con
los hijos mayores y el tiempo libre que le dejaba el trabajo en la biblioteca de la
Escuela de Ingenieros –donde soportó el menosprecio sexista de alumnos e, incluso,
de profesores–, comenzó a proyectar la empresa del diccionario. Circulan variadas
conjeturas en clave psicológica que intentan dar cuenta de la motivación de María
Moliner para afrontar y llevar a buen puerto una obra de la magnitud y complejidad del Diccionario de uso del español. Se ha hablado del diccionario como el resultado de su
exilio interior o, también, como
fruto del aislamiento y refugio de
una persona que, con la guerra,
había perdido el horizonte que animaba sus anhelos profesionales.
Sin embargo, la autora se refirió a
todo ello en términos mucho
menos solemnes y enigmáticos atribuyendo la idea de redactar su conocido repertorio a la casualidad:
tenía tiempo, quería escribir y en
su camino se cruzó un diccionario
inglés que la inspiró. Por otro lado,
María Moliner trabajando en la elaboración del
Diccionario.
queda por conocer con precisión
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cuáles fueron las fuentes lingüísticas de
las que se nutrió dado que su formación
universitaria fue de orientación histórica
y no filológica o lingüística.
Pasaron dieciséis años aproximadamente desde que comenzó la tarea hasta que
pudo verse el primer volumen en 1966,
publicado por la editorial Gredos. El segundo apareció al año siguiente. La confección del diccionario está sembrada de
anécdotas más o menos verosímiles.
Entre las más conocidas se encuentra la
que identifica el preciso momento en
que todo comenzó: «Se levantó un día a
las cinco de la mañana, recortó una cuartilla en varias fichas y empezó a redactar los primeros artículos». Se dice tamMaría Moliner en la época en que la editorial
bién que, desde que comenzó, María
Gredos publica el primer tomo de su
diccionario (1966).
Moliner siempre aseguraba cuando le
preguntaban que le quedaban dos años
para concluir. En cambio, se puede afirmar con certeza que María Moliner fue consciente de la valía de la obra, dentro de la modestia que siempre la caracterizó. Aunque de los aplausos empezó a tener noticia al final de sus días. Y muchos de ellos
sonaron –siguen haciéndolo– cuando ya
no podía oírlos.
El carácter excepcional del Diccionario
de uso del español se percibe desde la
primera página. La presentación contiene una elaborada síntesis de la teoría y
técnica lexicográficas que sustentan la
obra. Fue el primer diccionario moderno
del español que incorporó este apartado
con la minuciosidad que en la actualidad
los especialistas reclaman como ineludible certificado de garantía. En esta presentación se refiere la autora, asimismo,
a los destinatarios del repertorio, con el
que pretendió «guiar en el uso del español tanto a los que lo tienen como idioma propio como a aquellos que lo
aprenden y han llegado en el conocimiento de él a ese punto en que el diccionario bilingüe puede y debe ser substituido por un diccionario en el propio
Diccionario de uso del español (editorial
Gredos, 2 volúmenes).
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idioma que se aprende». El Diccionario resultó innovador en muchos otros aspectos:
combinó la ordenación alfabética de las entradas y las agrupaciones de éstas por
relación de parentesco etimológico; distinguió tipográficamente entre el léxico usual
y no usual; adaptó el lenguaje de las definiciones al español contemporáneo actualizando las del diccionario académico, que tomó como punto de referencia; proporcionó numerosos ejemplos de uso de las voces –el repertorio de la Academia
carecía de ellos; multiplicó el potencial informativo del diccionario mediante una
red de catálogos de sinónimos y palabras afines que permiten un aprovechamiento
integral de la obra; proporcionó esmeradas informaciones gramaticales... Pero resulta imposible glosar en pocas líneas los atributos que sitúan al Diccionario de
uso del español entre los textos de referencia para cualquier hispanohablante. Eso
sí, se trata de un repertorio lexicográfico que ofrece tanto como exige. Técnica e
informativamente es más complejo que la mayoría. Por ello se requiere mayor pericia de la habitual para manejarlo y sacar
provecho de él adecuadamente.
¿Y cómo ponderar adecuadamente el mérito de María Moliner
como lexicógrafa? Piénsese, simplemente, en la sobriedad del escenario y de los medios de los
que se rodeó: el salón comedor
de la casa madrileña, una mesa
cuadrada, unas pocas obras de
consulta, papeletas, alguna ayuda
circunstancial para ordenarlas,
una Olivetti y una pluma Mont
Blanc. Y, ciertamente, un talento y
capacidad de trabajo tan asombrosos como la creación que
alumbraron.
El Diccionario de uso del español
conoció veinte reimpresiones y
casi doscientos mil ejemplares
vendidos hasta 1996, fecha en que fue lanzada la versión en cederrón. Y en 1998
se puso a la venta la segunda edición en papel y algo después en formato electrónico. Las novedades de esta revisión, proyectadas, al parecer, por la propia autora, han sido acogidas con cierta polémica. Dejando de lado la necesaria actualización del caudal léxico descrito, en 1998 se ha prescindido de alguno de los
elementos más característicos de la obra o éstos se han visto desplazados de su lugar
originario obteniendo un resultado, cuando menos, discutible.
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Bibliografía
«Homenaje a María Moliner», Trébede, 36 (2000), pp. 15-77.
María Moliner, en el centenario de su nacimiento (publicación electrónica del Centro Virtual Cervantes: http://cvc.cervantes.es/actcult/mmoliner/).
«María Moliner: Paniza (Zaragoza), 1900-Madrid, 1981», Heraldo de Aragón, 26 de marzo de 2000 (suplemento de 17 páginas dedicado a María Moliner).
Textos leídos con motivo de la inauguración del centenario de María Moliner (Paniza, 30 de marzo de
2000), en María Antonia MARTÍN ZORRAQUINO y José Luis ALIAGA JIMÉNEZ (eds.), La lexicografía
hispánica ante el siglo XXI. Balance y perspectivas, Gobierno de Aragón-Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2003, pp. 249-282.
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