Cada persona genera más de 500 kilos de basura al año o

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residuos
Somos lo que
desechamos
Cada persona genera más de 500 kilos de basura al año o, lo que es
lo mismo, una ingente cantidad de recursos naturales desperdiciados.
Reducir, reusar y reciclar debiera ser el objetivo de todos,
como ya lo es de un buen número de ciudadanos y de activistas
que han emprendido el camino hacia los ‘cero residuos’.
A
T E X T O C A R L O S F R E S N E D A f oto s i saac h ern á nde z
nnie Leonard tiene
un vicio más bien
sucio, pero absolutamente confesable:
hurgar en los cubos
de la basura... “Es
una de mis actividades favoritas cuando
viajo. Me gusta ver lo que tira la gente:
no conozco una manera mejor de conocer una familia, una comunidad, un
país... Deberíamos mirar más en nuestros propios cubos, y darnos cuenta de
que muy poco de lo que tiramos es realmente desechable.”
Sigamos, pues, el consejo de la sagaz
directora y autora de La historia de las cosas
(que ahora nos llega en forma de libro,
editado por el Fondo de Cultura Económica) y hagamos un sano ejercicio de
autocrítica. O contratemos por un par de
horas a un auditor casero de basura como
los que ya existen en Estados Unidos.
Tengamos en cualquier caso el valor
de mirarnos al espejo de todo lo que
desechamos a diario: mondas de fruta
y verdura, restos de comida cocinada,
envases de plástico, servilletas de papel,
trapos sucios...
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integral
Nos esforzamos en reciclar, pero no es
suficiente. El cubo se llena sin remedio.
Unas veces por desidia, otras por comodidad. Probamos con la compostera,
pero es difícil mantener a raya los olores. Lo del papel y el vidrio lo tenemos
solucionado. Nos esforzamos en separar
todo lo que podemos, aunque la bolsa se
llena inevitablemente. Seis kilos de basura doméstica por una familia media de
cuatro personas. Unos 575 kilos al año
por cabeza si vivimos en España, 760 si
estamos en Estados Unidos...
“Y, aun así, hay una verdad fundamental que vale en todo el planeta”,
seguimos con Annie Leonard. “Lo que
llamamos desechos son sobre todo recursos. Así, revueltos, no sirven para
nada. Acabamos enterrándolos en un
vertedero o, lo que es peor, quemándolos en una incineradora. Si los separamos, podremos volver a usarlos como
papel, como metal, como vidrio, como
compost para fertilizar la tierra. Por eso
es tan importante conocer nuestra basura y meter la mano en ella para ver
cuánto podemos reutilizar. ¡Es una tarea
fascinante!”
A sus 46 años y con un documental de
apenas 20 minutos, Annie Leonard ha
golpeado las conciencias de millones de
ciudadanos en todo el planeta. La historia de las cosas es un auténtico viaje al
fondo de la Tierra (y a todo lo que los
humanos estamos haciendo con ella),
de la mano de esta infatigable activista y
comunicadora, que se ha pasado media
vida buceando en el cuarto trastero de la
sociedad de consumo.
“Soy ambivalente sobre el reciclaje.
Lo amo y lo odio... Si reciclamos, quiere decir que tiramos menos cosas y que
usamos menos cosas. Pero el problema
está cuando la gente piensa que reciclar
es la solución. Y no es así: reciclar es el
último recurso. Tenemos que respetar
el mantra por riguroso orden: reducir,
reusar, reciclar.”
Aunque ya de pequeña se preguntaba
por esa invisible conexión entre la desaparición del bosque y la expansión de
los centros comerciales en su Seattle natal, su verdadera iluminación ocurrió en
el vertedero de Fresh Kills, que durante
medio siglo digirió más de 11.000 toneladas diarias de basura en Nueva York.
Annie Leonard, autora
del documental La historia
de las cosas, en el Centro
Ecológico de Berkeley.
El micólogo Paul Stamets, junto
a sus veneradas setas, necesarias
para salud de los bosques,
en Fungi Perfecti, donde
las cultiva y estudia.
Eric Lombardi, de Eco-Cycle,
en Boulder (Colorado). A la
derecha, Elizabeth Royte,
autora de Garbage Land.
“Necesitamos leyes de ‘responsabilidad productiva’: el 80%
del impacto de un producto se decide en la fase de diseño”
“Cuando lo cerraron en el 2001, la
montaña de desechos era 25 veces más
alta que la estatua de la Libertad”, recuerda Annie. “Aquella visión impactante me dio mucho que pensar. ¿Quién
puede haber concebido este sistema tan
monstruoso? ¿Cómo permitimos que
esto siga ocurriendo? Yo misma no acababa de entenderlo: tardé veinte años en
hacer la conexión.”
Su experiencia en Bangladesh, India
y Haití fue vital para acabar de atar los
cabos sueltos del sistema. Annie Leonard
se remonta a los estragos de la extracción:
de la deforestaciones masivas en el Amazonas o en Indonesia a la decapitación de
las montañas Apalaches o las arenas de
alquitrán de Alberta. Como ocurre con
los desechos, el sistema tiene la virtud de
esconder las consecuencias de lo que consumimos desde el lugar de origen, casi
siempre remoto, casi siempre a expensas
de la explotación laboral, la corrupción
política y el deterioro ecológico.
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El segundo capítulo, la producción,
nos toca más de cerca... “Por mucho
que nos esforcemos en menguar el
cubo de la basura, la mayor cantidad
de desechos es la que produce la industria. Y ahí es donde la presión social
y la acción política son fundamentales.
Necesitamos leyes de responsabilidad
productiva en todo el planeta: el 80%
del impacto de un producto se decide
en la fase de diseño.”
La distribución es el tercer engranaje
del sistema, y Annie Leonard nos recuerda como Walmart, la mayor cadena de supermercados del mundo, tiene
un sistema informático de transporte y
localización de sus mercancías que rivaliza con el del mismísimo Pentágono:
“El movimiento de la relocalización ha
empezado con los alimentos, pero se
está extendiendo a otros campos, desde
la extracción de recursos a la energía,
como ocurre con el movimiento de Ciudades en Transición”.
Llegamos de esta manera al cuarto
piso de la pirámide, acaso el más importante, el que da sentido al sistema: el
consumo. “No me gusta que me llamen
anticonsumista”, puntualiza la autora de
La historia de las cosas, “pero sí quiero denunciar los efectos del hiperconsumismo, que se produce cuando tomamos
más recursos de los que necesitamos y
que el planeta puede sostener.”
“Con el 5% de la población, Estados
Unidos consume el 30% de los recursos
y es responsable del 30% de los residuos”,
certifica Leonard, que posa para las fotos
junto a las botellas de plástico compactadas por el Centro Ecológico de Berkeley,
su pueblo adoptivo... “No hace falta ser
un genio de las matemáticas para darse
cuenta de que harían falta de tres a cinco
planetas si los 6.800 millones de habitantes de la Tierra imitaran las pautas de
consumo del sueño americano”.
Conclusión: hace falta un nuevo paradigma (o un nuevo planeta), y en eso esta-
Arte en
el vertedero
En Río de Janeiro se llaman catado-
res, en El Cairo se les conoce como los
zaballeen. Su afán diario es el mismo: remover toneladas de basura y recuperar
lo que otros tiran. Mucho antes de que
las sociedades occidentales acuñaran
el reciclaje, estos sufridos expertos en
residuos (seguidores de la tradición de
nuestros traperos y recuperadores) han
ido marcando la senda ecológica.
Los 60.000 zaballeen hasta hace poco
reciclaban el 80% de la basura que pasaba por sus manos. Hasta que las autoridades municipales de El Cairo –con 18 millones de habitantes– decidieron repartir
la tarta de las 4.000 toneladas diarias de
residuos entre varias multinacionales y
bajar el listón del reciclaje al pírrico 20%.
El asedio de los gigantes de la ba-
mos: “La gente está cambiando su relación
con las cosas. Ya no hace falta poseerlas y
acumularlas, sino simplemente tener
acceso a ellas: compartiéndolas, reusándolas, intercambiándolas, prolongando
su uso para que no acaben en un vertedero... Y creando de paso comunidad.”
consumo colaborativo
A la chita callando, y aprovechando el
tirón hacia abajo de la crisis económica,
el hiperconsumismo está dejando paso
a la era del consumo colaborativo. O al
menos eso es lo que sostienen Rachel
Botsman y Roo Rogers, autores de
What’s Mine is Yours (Lo que es mío
es tuyo). “La obsesión por consumir y
gastar dejará paso al redescubrimiento de los bienes colectivos”, vaticinan
Bostman y Rogers. “Los retos económicos forzarán la creación de un sistema sostenible para servir las necesidades humanas, basado tanto en los
viejos principios del mercado como en
la conducta colaborativa.”
Deron Beal ha llevado todo eso a la
práctica con el mayor grupo de trueque
en el mundo, Freecycle: más de siete
millones de usuarios repartidos por 85
países y ramificados en 5.000 grupos de
intercambio locales. “Todos los días
reusamos el equivalente a 700 toneladas de materiales”, se jacta Deal. “Más
o menos la carga diaria que recibe una
vertedero de tamaño medio.”
Freecycle nació de la manera más insospechada en el 2003 como un simple
grupo de Yahoo, con una veintena de
miembros interesados en intercambiar
objetos gratuitamente. La primera posesión que cambió de manos on line fue
precisamente el colchón de soltero
de Deron Beal, que acabó haciéndose
sin desembolso alguno con el viejo sofá
que aún cumple su función en pleno desierto de Arizona.
Desde Tucson, y a la velocidad del
rayo, los freecicladores se fueron propagando hasta llegar al millón en apenas
un año. A este lado del Atlántico, calaron sobre todo en el Reino Unido.
En España existen ya una veintena
de grupos, desde Madrid (con 2.117
miembros) a Icod de los Vinos, en Santa Cruz de Tenerife (51 miembros). En
el grupo Barcelona (963 miembros) se
sura a barrios enteros como Mokattan,
donde se hacinan miles de zaballeen en
casuchas a medio construir y en un sórdido laberinto de desechos, da pie a uno
de los documentales más impactantes
de los últimos años: Garbage Dreams.
Adham, Nabil y Osama son los tres protagonistas adolescentes que sueñan con
traer a su barrio lo mejor de las técnicas
occidentales de reciclaje.
En la otra punta del globo, Tiao,
Zumbim, Suelem, Isis e Irma se ganan la
vida como catadores en Jardim Gramacho, el mayor vertedero del mundo. Unos
3.000 recuperadores cosechan allí hasta
200 toneladas de desechos reaprovechables, armados con guantes y cubos.
El artista brasileño Vik Muniz los retrató
in situ y los implicó en un singular proyecto de arte, fundiendo fotografía y basura.
Más de un millón de visitantes pasó por la
exposición en el Museo de Arte Moderno
de Río de Janeiro y contribuyó a la causa con 300.000 dólares, que han servido
para sacar de las favelas a los ilustres catadores. Otro documental, Wasteland,de
Lucy Walker, nos cuenta esta apasionante historia de arte en el vertedero que
nos hará reflexionar sobre la dimensión
humana de lo que desechamos.
Consumo colaborativo y ecológico,
también en muchas ciudades españolas
España no acaba de tomarse en serio
la gestión de sus desechos y, pese a los 25
años –ahora se cumplen– que hemos tenido
para aprender de Alemania, Francia y demás
socios de la UE, seguimos aún muy lejos del
resto de Europa o, incluso, de Norteamérica.
Según los últimos datos de la oficina estadística europea –Eurostat–­, España recicló
en 2008 el 14% de los residuos urbanos que
produjo y compostó un 20% de los desechos
orgánicos, muy por debajo de la media comunitaria –40%–, emparejándose más con
Malta, Polonia o Bulgaria que con sus vecinos del norte.
Cada año se genera en España
una media de 575 kilos de residuos
por persona, una cifra algo superior
a los 524 kilos calculados en el conjunto de la Unión. El 57% de esa cantidad va al vertedero, mientras que
en la UE sólo lo hace el 40%. Dicho
en otras palabras: España está en
la zona de los países que producen
mucha basura, reciclan poco y recuperan menos.
El concepto de consumo colaborativo es prácticamente desconocido en nuestro país, aunque sí existen iniciativas contrarias al usar y
tirar que en Norteamérica formarían
parte de esa corriente. Las más conocidas tal vez sean las que tienen
que ver con el transporte, y que han
proliferado en estos últimos años de crisis
económica para abaratar el uso del coche
privado. Es el caso del carpooling (Ver Correo
del Sol, página 8), que consiste en compartir
los gastos de gasolina entre personas que
realizan regularmente los mismos trayectos
gracias a una página web de suscripción,
generalmente, gratuita. Empresas como
Amovens o Viajamosjuntos.com se dedican
profesionalmente a esto y sus sistemas se
desarrollan hoy en numerosos municipios
de toda España –generalmente, la web del
ayuntamiento es el vehículo que pone en
contacto a las futuros carpoolers–.
En esta misma línea se inscribe el de-
nominado carsharing, un sistema muy profesional que permite utilizar un coche sin ser
ninguno de los usuarios propietario del mismo; éstos pagan a una empresa por el uso
del coche, pero se olvidan de seguros, letras
mensuales y demás. Con esta misma filosofía
funciona el Bicing de Barcelona y otras expe-
riencias de alquiler de bicicletas para moverse por la ciudad sin preocupaciones.
Pero en cuanto a residuos físicos, los
Ekocenter y almacenes de Emaùs son el mejor ejemplo de cultura de la recuperación. Son
mercados estables donde se expone y se vende, con un fin social, toda clase de objetos en
perfecto uso y a bajo precio. En ocasiones, los
objetos son reparados, otras son reciclados,
pero la mayoría de las veces son, simplemente, objetos de segunda mano. Emaùs es una
de la treintena de entidades agrupadas en la
Asociación de Recuperadores de Economía
Social y Solidaria (AERESS), una plataforma
Las cooperativas y asociaciones de
trueque, que en la Argentina del corralito
permitieron sobrevivir con dignidad a seis
millones de personas, son otra forma de
plantar cara a la crisis económica y ambiental
optimizando el uso de las cosas. El trueque
vivió un gran auge a mediados de los años
90 y ha renacido gracias a internet y las redes sociales. Entre los cientos de iniciativas
de trueque a lo largo de toda España, puede
destacarse Adelita (www.adelitamadrid.org),
una red madrileña con tienda real en la céntrica calle Arenal. Recientemente, se han incorporado al proyecto nuevos socios y planea
crear una red de tiendas por todo
Madrid donde cualquier persona
podrá llevar objetos en buen estado para intercambiarlos por otros
de segunda mano sin gastar un
céntimo. Iniciativas como Freecycle
–una red internacional con grupos
en Madrid, Barcelona y otras ciudades– permiten también regalar
cosas en desuso para que no vayan
al vertedero cuando pueden ayudar
a otras personas.
Yendo más allá se ha creado
hacia la inserción laboral de personas marginadas o en riesgo de exclusión y que centra su
actividad en la recuperación, la reutilización y
el reciclado de materias desechadas. En su
web (www.aeress.org) se puede encontrar información de dónde y cómo llevar o adquirir
objetos de segunda mano.
Mención aparte, por su originalidad, merece Makea, una iniciativa de la Asociación
Cultural de Reutilización Creativa Makea,
de Barcelona, que pretende fomentar una
segunda –y hasta una tercera– vida de los
objetos que normalmente acaban en la
basura. Makea –que parodia los muebles
y utensilios de usar y tirar por antonomasia, los de Ikea– no funciona como rastrillo
virtual de objetos, sino que, a través de su
recetario y de sus acciones de divulgación
o demostración, pretenden avivar el ingenio
de la gente para procurarse una silla a partir
del tambor de una lavadora rota o un cabecero de cama con un palet de obra.
QueCambiamos.com, una web española que permite a sus usuarios
poner anuncios clasificados sobre
cualquier posesión que tengan y
deseen cambiar. Desde permutas
de vivienda a intercambio de casas
vacacionales o videojuegos que se ofrecen a
cambio de una bici. Algo parecido, pero con
una intención más social, lo hace el blog sindinero.org, Biotrueke.org (el mercado on line de
segunda mano de Bilbao) o lanochedelosninos.org (“una web para promover el intercambio de juguetes entre niñ@s madrileñ@s”).
Una forma excelente de reciclar nuestros
conocimientos y aptitudes para que generen
más beneficios a los demás son los bancos de
tiempo, una institución muy arraigada ya en
la cultura urbana de nuestro país. Se trata de
un trueque de servicios donde la moneda de
intercambio es el tiempo: una hora de trabajos de jardinería compra una hora de alguien
que nos enseñe a cocinar. Julio Gisbert, autor
del libro Vivir sin Empleo y del blog www.vivirsinempleo.org ha creado una lista en Google
Maps con los 163 bancos de tiempo que funcionan en España, todos, con sus direcciones,
teléfonos, emails y enlaces web.
R afael C arrasc o
“Tenemos la ardua
tarea de rediseñar
el mundo, pero las
soluciones están a
nuestro alcance”,
advierte Ausubel
Deron Beal, de Freecycle.
Recogida de residuos
orgánicos en el mercado de
Granjeros de Union Square,
en Nueva York.
Christine Datz-Romero,
del Lower East
Side Ecology Center.
Freecycle es el mayor grupo de trueque del mundo: “Todos los
días reusamos el equivalente a 700 toneladas de materiales”
ofrecían estos días un cochecito de bebé,
un somier, una bici estática o cuatro sillas de oficinas de Ikea; se buscaban entre
tanto un kimono de aikido, una máquina de coser, un banjo y varios teléfonos
móviles con cargadores.
“La gente intercambia sobre todo
muebles y objetos domésticos, pero cada
vez hay más aparatos electrónicos, con
lo que también contribuimos a paliar el
problema del e-waste”, señala Beal. “Y
hay usuarios de todas las edades, desde
el anciano de 92 años que coleccionaba
piezas de bicicleta para luego fabricarlas
él mismo, al niño que decidió crear un
orfanato para hámsters abandonados”.
“La basura de unos es el tesoro de otros.”
El viejo lema cobra una nueva dimensión
en la era de internet. Freecycle tiene además la virtud de crear lazos materiales entre la comunidad virtual: “La sensación de
desprenderte de algo que puede serle útil
a otra persona es algo muy gratificante y
casi olvidado en esta sociedad de usar y
tirar que hemos creado. Y para los niños
es un juego con el que aprender a reusar,
compartir y apreciar el valor de las cosas”.
El siguiente paso de Freecycle es extender sus redes por los países en desarrollo haciendo accesible el contacto
y el listado de los grupos locales por
teléfono móvil. “El trueque es un valor
universal que subsiste en prácticamente
todas las culturas”, apunta Deron Beal.
“La tecnología puede no sólo contribuir
a reforzar los lazos sociales, sino mitigar
el deterioro del medio ambiente.”
cero Residuos
En Boulder (Colorado), a los pies de las
Montañas Rocosas, los propios vecinos
pasaron a la acción contra el derroche de
los recursos y pusieron en marcha en 1976
uno de los programas pioneros de reciclaje en Estados Unidos: Eco-Cycle.
Eric Lombardi, visionario de los desechos, tomó el mando de este centro innovador en el que trabajan 60 personas
capaces de procesar hasta 40.000 toneladas de residuos al año.
El último apéndice del centro es el departamento de materiales difíciles de reciclar (de zapatillas deportivas a viejos aparatos de vídeo y faxes), con el objetivo de
ampliar cada vez más el espectro. Aunque
la auténtica meta de Lombardi es la de
residuos cero: reaprovechamiento total.
“Llegar a residuos cero no es una utopía,
sino un imperativo en la era del cambio
climático”, sostiene Lombardi. “Los vertederos urbanos producen grandes cantidades de metano, que es un gas invernadero 72 veces más potente que el CO2.
Una gran ciudad como San Francisco se
ha propuesto esa meta para el 2020, pero
el objetivo es mucho más asequible para
ciudades pequeñas como Boulder.”
Lombardi ha diseñado su Parque de
Residuos Cero con capacidad para reciclar o reaprovechar todos los desechos
generados en una ciudad de 300.000 habitantes, incluida una planta de compostaje para los residuos orgánicos, un centro
para el reuso, otro para la recuperación de
nutrientes tecnológicos, otro para reciclables
integral
31
“La visita al vertedero
debería ser obligatoria
en la escuela, porque la
basura no desaparece
mágicamente”
de arroz, pan o pasta o los posos del café,
que también son compostables.
“Si todo esto lo sacara un camión fuera
de la ciudad, estaría llevándose sobre todo
agua y nutrientes para la tierra”, apunta
Christine. “¡Qué cosa más absurda! Quemar gasolina, recorrer cientos de millas,
para transportar agua pesada a un lugar
lejano. Por eso es tan importante dar una
solución local al tema de los residuos”.
alimentar a los gusanos
difíciles y una última instalación para procesar los residuos finales.
“Se trata de una alternativa sensata
a las incineradoras y a los vertederos”,
asegura Lombardi. “No podemos seguir
llamando basura a lo que no lo es. Hay
que separarla en tres cubos: reciclables,
compostables y residuos. Todas las tecnologías que propongo en mi parque de
residuos cero son simples, de baja tecnología y están suficientemente probadas.
Y lo que es mejor, es una opción tan ecológica como rentable”.
“Si no hacemos pronto la conexión
entre nuestra economía y nuestro medio
ambiente (que produce todos los recursos para fabricar nuestros productos), el
planeta se encargará de hacerlo por nosotros”, vaticina Elizabeth Royte, autora
de Garbage Land. Desde que cerró Fresh
Kills, el megavertedero que despertó la
conciencia ecológica de Annie Leonard,
Nueva York exporta toda su basura diaria,
a un altísimo precio...
“Todos deberíamos hacer el esfuerzo por visualizar el impacto de lo que
desechamos”, sugiere Elizabeth Royte.
“La visita al vertedero tendría que ser
obligatoria en las escuelas para que los
niños aprendan pronto la lección: la basura no desaparece mágicamente, sino
que se acumula o se quema, que es aún
peor. Hay que verla y olerla para hacer
la conexión.”
Royte decidió no sólo investigar su
propia basura, sino seguirle la pista con
vocación de periodista de investigación
32
integral
o detective. El MIT de Massachusetts,
por cierto, ha puesto en marcha un
proyecto, bautizado como Trash Tack,
para seguir electrónicamente la pista a
la basura y conocer el auténtico impacto
de todo los que desechamos.
“Nada hay tan personal y local como
nuestra propia basura, y sin embargo
nada tiene posiblemente un mayor impacto global”, asegura Royte, que se pregunta qué pensarán los arqueólogos en
trescientos años cuando descubran la insospechada vuelta al mundo no sólo de las
materias primas, también de los residuos.
Royte se siente deudora del arqueólogo
de la basura, William Rathje, que en 1973
lanzó el Garbage Project, con la intención de reconstruir la vida y milagros de
los habitantes de Tucson a partir de lo
encontrado en sus cubos... “Hurgar en
nuestra propia basura es la última experiencia zen de nuestra sociedad”, escribía
Rathje. “No sólo puedes verla, olerla y
registrarla, sino que puedes llegar a una
intimidad táctil con ella. De una manera
o de otra, todo el mundo debería rebuscar
en las inmundicias.”
Christine Datz-Romero, nacida en
Alemania y afincada en Nueva York, no
tiene ningún reparo en tocar la basura
ajena, sobre todo si es orgánica. Cuatro
veces a la semana, la furgoneta del Lower
East Side Ecology Center (LESEC) despliega su carga de cubos en el mercado
de Granjeros de Union Square, a donde
los vecinos del Bajo Manhattan llegan
con sus mondas de verduras, sus restos
Los dos centros de recogida del LESEC
(el otro está en la calle siete) procesan
todos los años 200 toneladas de basura
orgánica. Los jardines comunitarios y las
universidades se han apuntado al compostaje, pero el Ayuntamiento de Nueva
York no acaba de subirse al carro, aunque más del 25% de los desechos diarios
son pefectamente compostables. En San
Francisco, la ciudad que presume de reciclar o reaprovechar el 75% de sus residuos, la recogida selectiva la realiza el
propio camión de la basura.
“En Nueva York, con la altísima densidad y la gente viviendo en apartamentos pequeños y de gran altura, es difícil
compostar en casa”, reconoce Christine
Datz-Romero. “La solución debería ser
buscar barrio a barrio. Pero haría falta un
esfuerzo mucho mayor: nosotros llegamos de momento a 1.500 familias. Nos
financiamos básicamente con donaciones
y con el dinero que conseguimos con las
bolsas de tierra abonada.”
“Alimenta a los gusanos”... El reclamo es irresistible en el puesto de Union
Square, donde más de 500 personas vierten cada sábado sus desechos. Para Christine, el compost es principio y fin: “Nada
representa mejor el ciclo de la vida en la
tierra. Las hojas caen, se degradan en la
tierra, la abonan para la primavera. Con
el alimento pasa lo mismo: si sabemos
ponerlo de vuelta a la tierra, garantizará
el crecimiento de la próxima cosecha. Estamos usando los recursos y poniéndolos
en su lugar para que el ciclo continúe. En
la naturaleza no existe lo que nosotros
llamamos desperdicios”. n
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