LA MOTIVACIÓN UNIDAD N° 3

Anuncio
UNIDAD N° 3
LA MOTIVACIÓN
Compilación y armado Sergio Pellizza
Dto. Apoyatura académica I.S.E.S
La psicología actual es dinámica, esto es, concede especial importancia al interjuego de factores subjetivos y procedentes del medio que promueven la actividad psicológica, interjuego en que consiste la motivación. (1)
Hemos considerado ya la motivación en cuanto desencadenante inicial de la conducta, a partir de la cual se desarrollan las demás fases, pero el mismo hecho de sentirse
motivado es ya un modo de conducirse y obedece a factores internos y externos.
El factor interno lo componen las diversas tendencias y necesidades del organismo, algunas de las cuales deben hallarse activadas en el momento de la motivación. La
situación es vivida como una suerte de tensión o de desasosiego, de tono afectivo muy
variado, aunque por lo común ingrato. El factor externo lo constituyen determinadas condiciones o determinados objetos que operan como estímulos, o sea, que excitando, activando las tendencias, modifican el organismo y lo ponen en estado de tensión.
Las tensiones experimentadas impulsan al sujeto, al modo de una fuerza, a la realización de ciertas operaciones —mentales o materiales— enderezadas a la consecución
de un objeto el, que una vez conseguido disuelve la tensión y marca el fin del ciclo de
conducta. Volvemos a repetirlo, pero para señalar ahora como causa y meta de la conducta se hallan íntimamente vinculadas: el organismo se moviliza en la motivación a fin
de llegar a un objeto.
Los estímulos —así como los objetos-metas— pueden ser tanto conscientes como
pre o inconscientes. En el primer caso se dirá que la conducta obedece a motivos, en los
otros, que obedece a móviles; éstos arraigan en capas más profundas de la personalidad
y son de índole más marcadamente afectiva e impulsiva; los primeros determinan en
cambio una persecución deliberada del objeto.
Como estímulo debe entenderse cualquier situación que actualice tendencias, proceso que depende en parte de la propia índole de éstas mismas, de modo que, paradójicamente, incluso la misma falta de estimulación externa puede funcionar como estímulo.
Es lo que sucede, por ejemplo, cuando espontáneamente brotan el hambre o la sed, por
un estado de carencia de los tejidos del organismo, o cuando durante un lapso más prolongado que el corriente se dejan de ejercer hábitos como el de fumar, el de practicar algún deporte, etc., o cuando la carencia de estimulación suscita la desagradable tensión
del tedio.
Pero el concepto común de estímulo supone algo distinto de la sola falta de ejercitación de una tendencia, por más que se tenga en cuenta que cada una de éstas posee
49
un ritmo propio. Así, el sentir hambre, o sed, puede ser consecuencia de la vista del alimento o de la bebida, como bien lo saben los que manejan técnicas publicitarias; que una
persona se sienta motivada para asistir a una fiesta puede tener como estímulo una invitación, o algún otro hecho que haya llegado a su conocimiento; la celebración de un concurso de pesca resulta un estímulo para algunos aficionados, que se sienten motivados
para participar e intentar ganar... En todos estos casos la iniciación de la conducta requiere una interrelación entre una circunstancia (el estímulo excitador, que puede ser un hecho exterior o una condición temporal del organismo) y tendencias más permanentes e
idiosincráticas. Con esto se vuelve a decir que la conducta es una variable dependiente
ligada a una variable independiente (la situación) y a una variable intermediaria (la personalidad).
En lo que respecta al objeto-meta, en el otro foco de la conducta implica siempre,
sea un objeto real o ideal o un mero estado lo que el organismo persigue, una valoración
positiva; es estimado como un “bien”. Sólo se valora lo que llena una necesidad, y por
eso el fenómeno de la motivación es indisociable de las jerarquías de valores. Las metas
son a veces lejanas y los estados de tensión duraderos, por eso, como lo señala Nuttin,
las motivaciones pueden existir y actuar “bajo la forma de proyectos o tareas que el hombre se impone”, y es común que cuanto más inasequible resulte el objeto-meta tanto mayor sea su carga de valor.
La sobre determinación de la conducta
Lo corriente es que sean varias las causas o motivos que concurren para la emergencia de una conducta; se trata de un proceso pluricausal o sobredeterminado; inversamente, un solo motivo o causa puede desatar conductas distintas, según la personalidad
o la situación. Como ejemplo de esto último sucede, aun tratándose de procesos de motivación similar, que se produzcan ciclos de conducta diferentes porque el objeto original es
sustituido por otro. Así, una persona elabora una fantasía cuando el objeto que haría cesar la tensión es inalcanzable en la realidad; o, en otros casos, endereza su conducta
hacia objetivos que son igualmente reales, pero equivalentes y no iguales: quien anhela
ascender en la escala social, o bien se asocia a un club, o cultiva amistades elegantes, o
pone una gran casa, etcétera.
También ocurre, por otra parte, que motivaciones diferentes den por resultado, sea
en una misma persona o en personas distintas conductas similares: se sonríe uno por
complacencia, por amabilidad, para ocultar la propia confusión, por disimulo, etcétera.
El interjuego de los distintos motivos a que obedece la conducta, su sobredeterminación, ha sido conceptualizado de diversas manera en la historia de la psicología. De
estas conceptualizaciones consideramos como las más adecuadas la que postula una
pluralidad multidireccional y la que postula un influjo mutuo entre los motivos.
50
Según el primer esquema, la conducta es la resultante de varias causas que operan simultáneamente en diversas direcciones —lo que significa que pueden ser también
conflictivas.
Es el caso, por ejemplo, de cuando se decide concurrir a una reunión, pero sólo
por muy poco tiempo, porque simultáneamente operan fuerzas que impulsan a no concurrir, como podría ser la perspectiva de encontrarse con gente que se prefiere evitar.
En cuanto al influjo mutuo entre las diversas motivaciones concurrentes, consiste
sobre todo en el acondicionamiento que ejercen en el sujeto las motivaciones que ya han
actuado con anterioridad, haciendo que la persona escoja los nuevos estímulos de una
manera peculiar, o sea dotándolos de una significación ligada con el “terreno”, por así
decir, en que están operando. La explicación freudiana de la etiología de la neurosis por
las series complementarias constituye, afirma J. Bleger, “el mejor esquema motivacional
de acción recíproca”. (2) Pero no sólo dentro de los marcos de la psicopatología es altamente aplicable, sino también para explicar la conducta normal e incluso las características estables de la personalidad.
Las series complementarias las forman respectivamente los factores constitucionales —congénito-hereditarios—, las experiencias infantiles y las causas desencadenantes.
Entre todas ellas se da una interacción recíproca, según los lineamientos siguientes: los
rasgos constitucionales influyen en la significación que revisten para el individuo las experiencias infantiles —por las cuales debemos entender sobre todo las relaciones interpersonales—, y la resultante de unas y otras es la disposición. Según sea, esta, a su vez,
asumirán diversas significaciones los factores desencadenantes, o sea, los sucesos accidentales que se presentan en la vida de un individuo, y a los que debe reaccionar. En última instancia, pues, las tensiones motivantes dependen, según este esquema de las series complementarias, tanto de condiciones internas como de circunstancias externas;
con él se clarifica sobre todo el interjuego dialéctico, mutuamente transformador, de los
diversos factores que intervienen en las conductas.
En el gráfico que reproducimos a continuación, Freud simboliza la interacción de
las series complementarias en la causación de las neurosis. entiende por constitución las
características heredadas de la sexualidad del individuo, y por disposición características
de índole igualmente sexual, porque la hace depender de la fijación de la libido, pero así
como las series complementarias permiten comprender en general el fenómeno de la motivación, y no sólo las motivaciones patológicas, también cabe dar una acepción más amplia, de orden biológico, temperamental y afectivo, a estos dos conceptos, en lugar de
una acepción exclusivamente sexual.
51
Se advierte a través de esta representación, que tomar en cuenta las “series complementarias” supone que, a diferencia de lo que se suele considerar como encuadre exclusivo de la escuela psicoanalítica, no se descuida el papel de los sucesos contemporáneos (los denominados accidentales, traumáticos o desencadenantes) en el proceso del
comportamiento. Freud afirma que “entre la intensidad y el efecto patógeno de los sucesos de la vida infantil e iguales características de los correspondientes a la vida adulta
existe una relación de complemento recíproco, (3) sin embargo, sabemos que en otras
conceptuaciones, como es el caso sobre todo de la teoría del campo de Kurt Lewin, se
hace más hincapié en las causas inmediatas de la conducta. Lewin recalca que “los hechos presentes sólo pueden ser afectados por situaciones presentes”. Y también la teoría
de la motivación elaborada por G. W. Allport, a la que nos referiremos enseguida, toma
más en consideración que Freud, si no las circunstancias que anteceden inmediatamente
a la conducta, al menos sucesos condicionantes de la vida del sujeto muy posteriores a
los de la infancia. “La motivación es siempre contemporánea”, sostiene Allport. (4)
La autonomía funcional de los motivos
De acuerdo con esta concepción, en la vida de las personas se producen cambios
en las motivaciones que originan los diversos cursos de comportamiento a medida que
los medios utilizados para obtener un objeto-meta primitivamente perseguido adquieren
de por sí, independientemente de su valor instrumental, un carácter también motivador. Y
este proceso, que se verifica de manera incesante, explica también la evolución de la
personalidad.
Un ejemplo frecuentemente citado es el que ofrece el propio Allport al analizar “la
transformación de los motivos”, título de uno de los capítulos más importantes de su Psicología de la personalidad. “Un ex-marino siente atracción por el mar, un músico anhela
retornar su instrumento después de una ausencia forzosa, un habitante de la ciudad suspira por sus colinas nativas y un avaro continúa aumentando su inútil fortuna. Ahora bien,
el marino puede haber adquirido su amor por el mar incidentalmente en su lucha por ganarse la vida. El mar era un mero estímulo condicionado asociado con la satisfacción de
su “demanda nutritiva”. Pero ahora el ex-marino es quizás un rico banquero; el motivo
original ha quedado destruido y sin embargo el hambre de mar persiste invicta y aún crece en intensidad a medida que se aleja más del “segmento nutritivo”. El músico puede
haber sido aguijoneado en un comienzo por un rechazo o una broma sobre sus ejecuciones de baja calidad, pero ahora ya está seguro y más allá del poder de estos insultos; no
tiene necesidad de continuar, sin embargo ama su instrumento más que nada en el mundo”. (5)
Lo que se verificó fue una autonomización funcional de los recursos que servían
para la segunda fase de los ciclos de comportamiento (la elaboración de la conducta),
que han pasado a constituir la fase inicial, la motivación. O, para expresarlo en otros términos, el rodeo se transformó en meta.
Las situaciones condicionamientos pasados sólo históricamente permiten comprender las conductas actuales, pero funcionalmente han dejado de actuar. Como señala
asimismo Lewin, es en el “aquí y ahora”, en lo que se experimenta en el momento presente, donde deben buscarse los estímulos motivantes. Se trata sobre todo de una posición
polémica diferente a las escuelas que se centran en motivos básicos comunes para todos
y actuantes desde los mismos comienzos de la vida. Es el caso del psicoanálisis, cuando
pone un énfasis casi exclusivo en los factores constitucionales instintivos —las pulsiones
52
de vida y de muerte—, o el caso de la escuela adleriana, que interpreta como factor motivador determinante el afán de poderío, o el de la psicología hórmica de Mc Dougall, que
toma en cuenta propensiones innatas propias de toda la especie. Justamente Allport se
esfuerza en recalcar la enorme variedad individual de los factores motivantes, y su dependencia de las circunstancias particulares de la existencia de cada cual. Una psicología
dinámica que sólo tome en cuenta “la mente- en general” no explica en concreto por qué
se conduce de tal o de cual manera, en tal o cual momento de su vida, un individuo determinado. “Ni cuatro deseos, ni dieciocho propensiones, ni ninguna, o la totalidad de sus
combinaciones, incluidas sus extensiones y variaciones, parecen adecuadas para dar
razón de la infinita variedad de objetivos perseguidos por una variedad infinita de mortales. Y para colmo de paradoja, en ciertos casos esas pocas y simplificadas necesidades e
instintos, que serían la base común de toda motivación, resultan estar ausentes por completo”. (6)
Si bien impulsos originarios del tipo señalado por esas teorías constituyen la fuente
última de las motivaciones, afirma Allport, la situación se modifica en el curso de la vida, y
tan poco pueden explicar la conducta actual, como la semilla de la que brotó un árbol
puede explicar los procesos del árbol desarrollado. Se da una transformación de los motivos, fenómeno en que también repararon otros autores.
El mismo Allport reconoce como precursores de su teoría a William James, a William Stern, a Robert Woodworth y a C. E. Tolman. (7) Para el primero se verifica una
transformación de los motivos en hábitos, por efecto del aprendizaje; Sterm sostiene que
genomotivos, propios de la especie, devienen fenomotivos, motivos individuales; para
Tolman los “objetos-medios” llegan a “establecerse por sí mismos”, y según Woodworth,
“los mecanismos a los procesos neurológicos que permiten realizar respuestas consumatorias, y denomina impulsos a las direcciones que conducen a objetos-fines. Sostiene,
entonces, que procesos neurológicos puramente instrumentales empiezan a cobrar un
nivel psicológico, se tornan en impresiones que motivan ya por sí mismas.
Allport objeta contra esta última posición que no todos los “mecanismos” adquieren
poder impulsor —”no es posible afirmar que los mecanismos de hablar, el caminar o el
vestir provee su propio poder motivacional”—, sino únicamente los que todavía no están
constituidos de modo, cabal, esto es, las habilidades que estamos en vías de adquirir pero que aún no dominamos, porque “los motivos son siempre una especie de tensión en
busca de alguna forma de acabamiento; son una tensión sin resolver”. (8)
La teoría funcional de los motivos constituye un importante intento de explicar la
riqueza de las motivaciones humanas, cuya diversidad no es posible reducir a un limitado
repertorio de necesidades fundamentales, pero como lo observa J. C. Filloux, (9) tampoco
resulta admisible la especie de inercia psicológica que supone.
En efecto, aunque se deba conceder que “los motivos de la vida adulta... surgen de
sistemas antecedentes pero son funcionalmente independientes de estos”, sólo emergen
de las conductas adquiridas en conexión con tales sistemas antecedentes si ellas responden a una necesidad individual. Su mera repetición en cuanto instrumento para alcanzar otros fines no es suficiente para que luego impulsen a actuar ya por sí mismas. Las
necesidades individuales son, sin duda, necesidades presentes, irreductibles a las solas
tendencias básicas comunes a todos los hombres y existentes ya desde la iniciación de la
vida, pero no brotan de los azares de las circunstancias externas. Si los comportamientos
53
instrumentales ejercidos igualmente por diversas personas para lograr las mismas metas
adquieren para algunas poder motivante y para otras no, es porque responden en las
primeras a rasgos idiosincrásicos que se han constituido por la siempre operante dialéctica entre las predisposiciones innatas y el aprendizaje. “A la gente le gusta hacer lo que
puede hacer bien”, afirma Allport, y justamente con esto está admitiendo la existencia de
dotes individuales que no dependen tan solo de la ejercitación.
En suma, la aparición de intereses nuevos (así como la desaparición de muchos
de ellos) en la vida de las personas no es debida a una independización uniforme y casi
automática de recursos psicológicos que se transforman en metas, sino a un enriquecimiento evolutivo de la personalidad dentro de marcos en parte ya establecidos tanto por
las condiciones innatas como por el pasado individual.
Necesidades e instintos
El concepto de motivación es indisociable del de necesidad, al que tuvimos que
acudir ya repetidas veces. Henri Piéron define las necesidades como “la manifestación
natural de una sensibilidad interna que despierta una tendencia a realizar un acto o a
buscar una categoría de objetos”. Es una definición que podría parecer aplicable también
a la motivación, pero hay que tener presente que la necesidad tiene una duración prolongada —para algunas de ellas se trata de una duración que coincide con la vida—, y existe
de manera latente hasta que, en el fenómeno de la motivación, se actualiza, determinando un estado de tensión. Esta actualización de las necesidades es resultado en múltiples
ocasiones de la aparición de una situación de estímulo exterior, o, como también hemos
dicho, depende de un ritmo propio, sea éste innato o adquirido.
Por otra parte, vincular la motivación con las necesidades significa que se las vincula con la afectividad, porque la gratificación o la frustración de necesidades suscita estados de placer o de displacer, que alcanzan a veces al nivel de la emoción. Ante una
amenaza a la necesidad de seguridad se siente temor, ante la expectativa de satisfacer la
necesidad de compañía humana, se experimenta euforia, y así sucesivamente.
Las necesidades pueden ser experimentadas como una especie de déficit que es
preciso colmar o como una tendencia a la autorrealización, al despliegue de las propias
posibilidades. Es el caso, respectivamente, de cuando se necesita tomar un alimento y de
cuando se necesita ejercitación física. Pertenezcan a uno u otro tipo, las necesidades
pueden ser tanto conscientes como inconsciente, y manifestarse en cualquiera de las
áreas de comportamiento. Dada su gran variedad hubo numerosas tentativas de clasificarlas en la historia de la psicología, pero, como señala S. Rosenzweig, según criterios
múltiples que impidieron elaborar una teoría unificada al respecto. de todas formas, bajo
diferentes terminologías casi todas las clasificaciones se basan fundamentalmente en la
triple condición del ser humano de ente biológico, psicosocial y persona individual. Estas
condiciones determinan necesidades distintas, entre las cuales se discierne una doble
ordenación jerárquica: según su grado de perentoriedad por una parte y, en sentido inverso a la primera, según su mayor o menor vinculación con los aspectos más específicamente humanos y personales del individuo.
Así, si las necesidades biológicas tienen la prioridad en lo que respecta al mismo
mantenimiento de la vida, y constituyen el requisito indispensable para que puedan aparecer incluso las demás, en cambio son las que más acercan la especie humana a los
54
demás seres vivos y las menos individualizadoras. Lo contrario ocurre con las necesidades de índole espiritual, cuyo no cumplimiento no implica ninguna amenaza vital, pero
que son las más elevadas de la escala en lo que toca a la condición de persona del ser
humano y a su posibilidad de desarrollar una personalidad propia.
Una clasificación de las necesidades que confirma claramente lo anterior es la que
ofrece Ashley Montagu, inspirándose en la expuesta por el antropólogo Bronislav Malinowski, en su obra La dirección del desarrollo humano. (10)
Montagu distingue entre necesidades básicas, derivadas y adquiridas.
Las primeras se subdividen en vitales y emocionales. Las necesidades vitales exigen ser
satisfechas para la supervivencia del individuo o del grupo; las necesidades emocionales
exigen ser satisfechas para la conservación de la normalidad psicológica.
Pero unas y otras aun las de índole más estrictamente biológica, resultan modificadas por la socialización, sea en los modo en que se las satisface, en el ritmo con que
se manifiestan en el sujeto, o en su grado de desarrollo. Así, en niños ladrones estudiados por Bowlby se manifestó la atrofia de diversas necesidades básicas emocionales a
causa de las circunstancias de su crianza (habían sido separados de sus madres desde
la infancia). Las necesidades derivadas surgen precisamente de la inserción de las necesidades básicas en los cuadros de una cultura.
“Dadas las potencialidades peculiares del hombre, realmente puede decirse que la
respuesta que da a estas necesidades (las básicas) es la base de toda cultura... Las necesidades orgánicas del hombre dan lugar a una secuencia de demandas imperativas a
las que hay que responder. La forma en que estas demandas son atendidas constituye la
cultura del grupo”. (11) Las necesidades derivadas de tales formas pueden estar dotadas
igualmente de un fuerte poder motivador.
Existen por último, necesidades que “surgen de la relación de la persona con respecto a las necesidades derivadas o socialmente emergentes”. Son las necesidades adquiridas. Así, si la necesidad de alojamiento es una necesidad derivada (fundada a su vez
en necesidades básicas de defensa y de abrigo), la de adornar la propia casa según el
gusto personal es una necesidad adquirida. Son características individuales, innatas o
producto del aprendizaje, y no las comunes a todo el género humano o a los hombres
que conviven en una misma cultura, las que originan estas necesidades.
La totalidad de ellas, pertenezcan a una u otra categoría, son las impulsoras en
última instancia de los diversos comportamientos observables en el hombre, y de sus satisfacción depende desde el mantenimiento de la propia vida hasta el del equilibrio psíquico. “La satisfacción de necesidades favorece la salud y el espíritu de la cooperación; la
frustración de las mismas favorece el desorden o enfermedad y la hostilidad, ya se trate
de necesidades básicas, derivadas o adquiridas”. (12)
55
Dos conclusiones cabe derivar de esta concepción de las necesidades humanas:
ante todo, la de que no sólo nos motiva la activación de aspectos innatos de nuestra personalidad, sino también los que se deben al aprendizaje, entendido, en sentido amplio,
como toda modificación estable de un organismo originada en la experiencia. La necesidad básica de alimentarse emana de un factor constitucional, innato, vinculado con la organización química de nuestro organismo, pero cuando se manifiesta como hambre o
apetito a ciertas horas, o a la vista de ciertos alimentos, lo que la hace surgir no es la mera disminución de la cantidad de azúcar en la sangre, sino un condicionamiento cultural. Y
aparte de los determinantes culturales influyen en el ritmo y riqueza de las necesidades
rasgos idiosincráticos, en parte también aprendidos, y nacen así las necesidades propias
de cada uno, muy especialmente las que señalan el sentido de la existencia personal.
La otra conclusión es la de que si la no frustración de las necesidades implica normalidad psíquica y a la vez cooperación social, es porque en la índole humana de por sí
rige una propensión hacia tales condiciones. El atroz cortejo de abusos y violencias de la
historia de la humanidad hace quizá parecer ingenua y optimista esta visión, pero es no
obstante el fundamento de las psicoterapias, que aplican precisamente conocimientos
psicológicos a la curación de los trastornos de conducta. Uno de los objetivos de la cura
es permitir que los individuos satisfagan sus tendencias sin sentimientos de culpa; es que
se sobreentiende que, a pesar de la potencia innegable de la agresividad, ésta es contrabalanceada por tendencias más radicales aún, en el hombre sano, a la convivencia armónica ¿Cuáles son las consecuencias, en cambio, de la no satisfacción de las necesidades durante un período más o menos prolongado?. Si se trata de las necesidades vitales, la extinción de la vida del individuo o del grupo; si de las emocionales, la perturbación
mental; si de las adquiridas, por fin sucede que la vida pierde sabor para la persona afectada y ésta se siente abrumada por un sentimiento general de frustración.
Otra clasificación jerárquica de las necesidades es la que diferencia entre su relativa fuerza impulsora en caso de que entren en conflicto mutuo. Las “inferiores” son las que
más imperiosamente requieren ser satisfechas y se imponen las otras, menos potentes,
son también de aparición más tardía en la evolución psicológica y de manifestación me-
56
nos frecuente, pero es su desarrollo lo que dota fundamentalmente de cualidades humanas al hombre.
La agrupación es como sigue:
NECESIDADES
fisiológicas
de seguridad
de pertenencia a grupos
de amor
de estima
de expresión de sí
auxiliares (saber, comprender, libertad)
Estudios experimentales sobre la potencia relativa de las necesidades fisiológicas
fueron hechas en animales, tomándose como índice la actividad que suscitan cuando son
obstaculizadas; esto es, la cantidad de tentativas que se realizan para alcanzar el objetivo
correspondiente a pesar de los obstáculos interpuestos.
Se contó por ejemplo las veces que unas ratas hambrientas o sedientas hollaban
un trecho de piso electrizado para alcanzar el alimento o la bebida y los intentos, en condiciones similares, de acercarse a la cría, o a la pareja sexual, etc. El impulso materno
reveló ser el más potente, seguido por el hambre y la sed, el impulso sexual, y el de exploración. Pero la observación del comportamiento objetivo no es el único método para
evaluar las necesidades que en un determinado momento predominan en el campo psicológico. Como lo observan Krech y Crutchfield, en el caso de que se trate de sujetos humanos también la introspección y las técnicas proyectivas; resultan instrumentos útiles
para ese fin.
Kurt Lewin, distingue además entre necesidades y cuasinecesidades. Estas últimas
surgen de las intenciones que mueven a la persona y cargan de valencias a ciertos objetos que de medios o instrumentos se transforman en metas (aunque metas subsidiarias).
Son tendencias que dirigen la acción y el pensamiento cada vez que alienta en el individuo una intención (o también algún interés, o cuando predomina en él alguna actitud), y
aunque no se las suele clasificar como necesidades, actúan igualmente como fuerzas
emanadas de sistemas energéticos sometidos a tensión. (Tal es el proceso que determina, según la conceptuación de Lewin el surgimiento de las necesidades genuinas, que
son las que brotan directamente de los impulsos).
Antes de pasar a considerar los instintos, dejaremos establecidas la relación entre
el concepto de necesidad y tendencia, ya mencionado antes.
Algunos autores, como C. E. Tolman, los consideran sinónimos. Mau dice Pradines
llama necesidades sólo a las tendencias elementales, y hace una distinción entre las tendencias en general. Hay las que son un “dinamismo mental indiferenciado”, como un mero “tender a” que es una “reacción espontánea a ciertas influencias”, y hay las que son
“tendencias hacia”. Las primeras constituyen una impulsión casi automática a realizar actos provocados por excitaciones, algunas veces directas, otras más difusas y Pradines las
considera, en última instancia, el “aspecto motor de todo estado psicológico”. “Tiendo a
retirar mi mano de un objeto brillante, tiendo a rascarme si experimento picazón... a devolver caricia por caricia y bofetada por bofetada, a reír y a llorar en compañía, a bostezar
57
ante el orador o ante el libro que me aburre, a ponerme en primer plano si soy audaz o a
intentar pasar inadvertido si soy tímido, a destacarme si soy ambicioso...”(13)
Distintas son las “tendencias hacia”, que impulsan hacia un objeto definido y exterior a la persona y no hacia un solo hacer o sentir. En este sentido la tendencia “expresa
el sentimiento en el ser vivo no de una carencia cualquiera, aunque sea de aquéllas que
un gesto puede remediar, sino de una laguna en cierto modo material, que únicamente un
objeto externo puede colmar insertándose en ella y que nos proporciona por adelantado,
como si fuese en hueco, el dibujo de ese objeto”, (14) de esas “partes errantes de nosotros mismos”.
A nuestro juicio, toda tendencia es una impulsión activa a llenar necesidades. Estas dibujan los requisitos indispensables para que el organismo se mantenga vivo o mantenga su bienestar, y en cuanto resultan activadas, sea por algún estímulo exterior o siguiendo un ritmo propio, surge la tendencia a la satisfacción. El hecho de que sea un objeto u otro el que consigue este efecto es secundario, ya que, como lo demuestra el estudio del comportamiento en todos sus niveles de complejidad, desde las conductas instintivas hasta las puramente espirituales, resulta muchas veces poco realistas calificarlas de
“partes errantes de nosotros mismos”, en virtud de su variedad y de su sustitubilidad.
Nos referiremos más adelante a las dos grandes tendencias o pulsiones que según
la teoría freudiana gobiernan en última instancia la vida psicológica en su totalidad. las
pulsaciones de vida y las pulsaciones de muerte, pero nos interesa dejar señalado ya este carácter de “causa última de toda actividad” que les adjudica Freud.
“Hemos aprendido que los instintos, (15) pueden cambiar de objeto (por desplazamiento), y también que son capaces de sustituirse los unos a los otros, pudiéndose transferir su energía respectiva de uno a otro. Este último fenómeno permanece aún imperfectamente explicado. Después de largas vacilaciones, de largas tergiversaciones, hemos
resuelto admitir la existencia de sólo dos instintos fundamentales, el Eros y el instinto de
destrucción (los instintos, opuestos el uno al otro, de conservación de sí y de conservación de la especie, lo mismo que aquellos otros, igualmente contrarios, de amor de sí y de
amor objetal entran también dentro del cuadro del Eros)”. (16)
Ateniéndonos a nuestra distinción entre necesidades y tendencias, las pulsiones
eróticas (o libido) y las agresivas (thanatos) constituirían las facetas dinámicas, impulsoras, de necesidades del organismo de extensión y de destrucción, igualmente fundamentales.
El complejo fenómeno de la motivación, génesis de la conducta, nos llevó así a
discriminar entre conceptos sumamente cercanos, correspondientes a los diversos procesos que comprende. Intentaremos recapitularlos.
¿Por qué se produce el fenómeno de la conducta, en cualquiera de las formas posibles, predominantemente simbólica o material, auto o aloplástica?. Porque el organismo
es impulsado por motivos. Pero los motivos poseen una doble faceta: están ligados con
necesidades del organismo, innatas o adquiridas, cuya satisfacción es la condición requerida para que sobreviva, para que no enferme o para que experimente bienestar; y con
estímulos externos o internos que provocan la experiencia de insatisfacción (tensión) y
simultáneamente la tendencia a alcanzar el objeto-meta que calmará la necesidad esti-
58
mulada. Esto es, la tendencia constituye la faz activa de la necesidad, y en el plano de lo
vivencial no son las necesidades carenciadas las que impulsan, sino las tendencias.
Algo más con respecto a los estímulos: aparte de que actualizan necesidades latentes al aparecer en el campo psicológico, también suscitan necesidades nuevas o dan
formas de satisfacción más precisas a las ya existentes. Es así como de necesidades
básicas surgen derivadas, y de necesidades derivadas surgen necesidades adquiridas,
en la terminología adoptada por Montagu; y también la autonomía funcional de los motivos interviene en estos procesos, aunque nunca de modo independiente de las características más o menos permanentes del organismo.
Entre las necesidades más imperiosas, imperiosas hasta el punto de que su frustración provoca la muerte del individuo o de la especie, se cuentan los denominados instintivos. Dentro de la clasificación de Montagu que reseñamos arriba, configuran necesidades básicas vitales.
Pero la existencia de instintos en el hombre es un tema debatido; la discrepancia
reside en parte en razones semánticas. Si se entiende por instinto una serie de actos prefijados o idénticos en todos sus pasos para la totalidad de los integrantes de una especie,
no los hay en el ser humano; pero si se los interpreta como una pulsión que a modo de
tendencia innata condiciona determinadas conductas de protección del individuo o de la
especie, hay que concluir lo contrario. Los instintos se manifiestan en actos variables y en
ningún caso éstos exigen una actitud deliberada, sino que surgen en forma espontánea
en ciertas situaciones o momentos. Dentro de las fases de la conducta, corresponden a la
elaboración en cuanto constituyen una manera de actuar, y a la motivación, puesto que
instigan a la acción. De todos modos lo definitorio reside en su índole no aprendida. Muchas tendencias que se creían instintivas resultaron ser no innatas sino aprendidas ante
investigaciones posteriores. Ocurrió con gran parte de las así calificadas por W. C.
McDougall.
Para éste, toda la conducta se fundamenta en los instintos, de ahí el que su escuela fuese llamada “hórmica”, ”hormé” significa energía, impulso, en griego y el equivalente latino
del término es “instinctus”. (17) El instinto es considerado como una propensión a ejecutar
determinados tipos de actos no aprendidos, y no como un rígido ciclo de comportamiento
mecánico o invariable; se define pues como una “tendencia a percibir con atención cierta
especie de estímulo o situación, pasando por un estado afectivo peculiar, y a actuar de
cierto modo con respecto a tales estímulos”. McDougall postula la existencia de diecisiete
instintos al menos, y se contarían entre ellos la propensión al juego, la curiosidad, la repulsión, la propensión gregaria, la propensión adquisitiva, de locomoción, etcétera.
Otros autores han interpretado el instinto desde un enfoque más plástico aún: dependería de una disposición neurológica condicionada para determinado tipo de funcionamiento, pero no inmodificable, porque los objetos con que se liga son variados. estas
disposiciones son llamadas “mecanismos desencadenadores innatos”, y sólo con el concurso de ciertos períodos de la vida, permiten el desarrollo de los actos instintivos. Tal es
la teoría de los etólogos N. Tinbergen y K. Lorenz, que arribaron a la concepción de los
mecanismos desencadenadores innatos a consecuencia de sus observaciones sobre el
imprinting, fenómeno a que nos referiremos en seguida. Tinbergen los define en los siguientes términos: son “mecanismos nerviosos organizados jerárquicamente, sensibles a
determinados impulsos que los despiertan, desencadenan y dirigen, y a los que se res-
59
ponde mediante movimientos coordinados que tienen por objeto la preservación del individuo o de la especie”
El fenómeno del “imprinting”
Durante los últimos años se ha ido acrecentando el interés por un tipo de comportamiento de características peculiares, que fueron observados en animales, especialmente en aves, pero que se consideran vigentes también en algunos períodos del desarrollo
humano. Se trata del fenómeno del imprinting que, según señalamos, trajo por de pronto
nuevas perspectivas en la interpretación de la conducta instintiva, se verifica que ésta en
animales o en el ser humano.
Las observaciones hechas fueron del siguiente género: si pocas horas después de
salidos del cascarón (de ocho a veintiocho horas, según las diversas especies, período
denominado “crítico”), los pollitos ven antes que ninguna otra cosa algún objeto que posea características tales como colores llamativos, o un tamaño no demasiado reducido, o
que se halle en movimiento; en suma, un objeto que se recorte netamente en el medio,
desarrollarán con respecto a ese objeto el mismo tipo de conductas instintivas que en
condiciones corrientes desarrollan ante la madre. Se ha visto así que los pollitos anden
constantemente detrás de un perro durante su período de crecimiento, o que sigan a los
propios etólogos que investigan sus reacciones. Por otra parte, no sólo reacciones filiales
fueron las observadas, sino que también se comprobó, por ejemplo, que periquitos adultos dirigían avances de tipo sexual a seres ajenos a su propia especie si, como suele suceder por azar, de había dado un imprinting con ellos durante el período neonato.
La interpretación de estos fenómenos no es unánime: algunos etólogos, entre ellos
e mismo Lorenz, acentúan más el aspecto innato (los “mecanismos desencadenadores”),
y el imprinting completa a su juicio procesos propios de una constitución hereditaria;
otros, en cambio, lo consideran producto de un condicionamiento. Así, Howard Moltz considera que el imprinting resulta de la copresencia de un estado de baja ansiedad (dominante durante el período crítico, en que las aves precoces dormitan y su capacidad de
atención y de movimiento es reducida) y un estímulo llamativo que por sus características
supera el umbral de escasa receptividad entonces reinante. Esta copresencia determina
que más adelante, cuando surge cualquier situación ansiógena, como la que le pueden
provocar al ave los nuevos aspectos del medio que va descubriendo a medida que aumenta su capacidad ambulatoria, aquélla busque como protección a ese objeto llamativo
que quedó “asociado” con un estado de baja ansiedad. (18)
Sea cual fuere la interpretación adecuada del fenómeno, que exige aún nuevas
investigaciones, es innegable que el imprinting hace replantear el problema de las necesidades instintivas, que revelan ser mucho más flexibles y dependientes de la experiencia
individual en la elección de objetos, de lo que se admitía en la teoría clásica.
Sólo en la conducta animal cabe hablar, por ahora, de imprinting: en los seres humanos los procesos que más se les acercan deben seguir siendo clasificados de hábitos
o de fijaciones en el sentido freudiano, en el estado actual de las investigaciones.
La homeostasis
60
Si la motivación resulta de necesidades que requieren ser satisfechas con la consecución de un objeto. ¿Cuál será la finalidad primordial de la conducta?, ¿”reducir” la
tensión psicológica creada por la activación de la necesidad cuando aparece el estímulo y
restablecer el equilibrio del organismo o más bien obtener el objeto-meta?. Lo primero,
contesta la teoría homeostática.
Se denomina homeostasis al proceso de autorregulación del organismo que le
permite mantener constante su “medio interno” (temperatura, composición química de los
tejidos y de los fluidos, presión arterial, presión osmótica) pese a las variaciones de las
condiciones del medio. Por ejemplo, la temperatura del cuerpo humano oscila alrededor
de los 37°, haga frío o calor. en el primer caso, la pérdida de calor se evita mediante la
constricción de los vasos capilares, la oclusión de las glándulas sudoríparas, etc; y procesos opuestos permiten que la temperatura se mantenga igualmente constante en condiciones térmicas diferentes. Otro caso de homeostasis es el mantenimiento del índice de
glucemia, o de la proporción de urea en la sangre, etc. En efecto, si un estado de agotamiento determina un gran consumo de glucosa, la glicogenia hepática la compensa, y si
por el contrario el nivel óptimo de glucemia es perturbado por un gran aumento de la
misma, el centro regulador de los carbohidratos suministra una mayor cantidad de azúcar,
Si una alimentación excesivamente carnívora produce uremia, el riñón elimina el exceso
de urea. También se mantiene constante la proporción de oxígeno en la sangre por procesos de autorregulación, etcétera.
La fijeza del medio interno es “la condición de la vida libre e independiente”, afirmó
Calude Bernard, primer investigador de estos fenómenos; permite, efectivamente, mantener la estructura de los organismos dentro de sus límites propios.
Más adelante, W. Cannon (1871-1945) estudió los “mecanismos homeostáticos”,
que posibilitan tal fijeza y que testimonian “la sabiduría del cuerpo”, título de su famosa
obra de 1932. (19)
Según la interpretación de este fisiólogo, también las emociones constituyen mecanismos homeostáticos. Las reacciones orgánicas que las caracterizan forman un todo
con la emoción vivida, y su finalidad es preparar al cuerpo para un alto consumo de energía, indispensable para que pueda enfrentar sin desorganizarse determinadas situaciones
críticas. La homeostasis supone una modificación adaptativa de toda la economía fisiológica. Así, fuera de los casos de un terror paralizante, la emoción del miedo supone una
movilización para la acción, el contraataque o la fuga: una activación de las suprarrenales
exija el metabolismo de los carbohidratos y aumenta así la cantidad de energía disponible
al subir la proporción de azúcar en la sangre y una mayor afluencia de sangre a los órganos involucrados en las acciones de respuesta a la amenaza. Se modifica la presión arterial, las funciones anabólicas, de acumulación, son inhibidas, para hacerse en cambio un
urgente consumo de recursos, etcétera.
Todo esto significa que a pesar del cambio ambiental el organismo lucha por mantener el grado máximo de integración compatible con las circunstancias; cambia lo necesario, se podría decir, para no tener que cambiar demasiado. También la emoción revela
que “cualquier perturbación de la constancia que dé como resultado tensión, desasosiego, actividad y conducta investigadora, y conduce al logro de un objetivo y a la quietud,
pone de manifiesto el funcionamiento de la homeostasis”. (20)
61
Y estos procesos actúan incluso cuando las condiciones desfavorables son duraderas; también en estos casos el organismo persigue espontáneamente su adaptación
estableciendo cambios o ajustes que aseguran el mantenimiento de su estructura básica.
Si para una persona no es posible modificar las condiciones externas convenciendo al
jefe de oficina que le adjudique un ascenso, modifica en parte las condiciones internas
para que la tensión psicológica no resulte desintegradora: descarga quizá su frustración
atribuyendo a un compañero intrigas insidiosas, o falta de visión o de buena voluntad al
jefe reacio, etc. En otra esfera de actividad: las tareas suspendidas dejan una carga tensional, situación que suele impulsar a su reanudación hasta que tal carga se elimine
(efecto Zeigarnik), y pasamos ya con estos ejemplos de la homeostasis en cuanto fenómeno fisiológico a la autorregulación psicológica a través de la conducta. (21) Aceptarla
en este plano significa concebir la conducta como reaccional: es la respuesta del organismo ante condiciones cambiantes (no siempre externas, sino también internas), de manera de poder readaptarse en las condiciones más económicas, es decir, con el menor
riesgo de autodestrucción o de desorganización.
Fuw CX. P. Richter quien, en 1924, extendió al plano psicológico la búsqueda activa y espontánea de su equilibrio por parte del organismo, aunque ya anteriormente había
sido postulado el principio de constancia (Fechner-Freud) o del nirvana (Bárbara Low),
según el cual la finalidad de la conducta reside en la eliminación de los montantes de excitación, de modo de mantener al nivel más bajo posible la tensión psicológica.
Autores de diversas corrientes coinciden en asignar extrema importancia a estos
principios; entre otros, R. Stagner (1951) y D. H. Mowrer (1959), y es indudable que la
reducción de la tensión hasta lograr un nivel adecuado, se consiga tal efecto por una vía
directa o a través de rodeos que implican a veces grandes aumentos transitorios (conductas de aplazamiento), es una dirección general del comportamiento, tanto humano como
animal.
Empero, no debe confundirse nivel adecuado con ausencia total de tensión, ni la
recuperación del equilibrio psicológico con el retorno a condiciones anteriores de equilibrio. La concepción estrictamente homeostática ha sido objeto de grandes críticas. Por
empezar, si fuese un determinante universal de la conducta, ¿cómo se explicarían todos
los casos, de tan frecuente observación, de búsqueda activa de situaciones nuevas que
rompen los equilibrios organismo-medio ya establecidos?. ¿Cómo entender la curiosidad,
el afán de aventura, la entrega a ideales de difícil realización?.
Por otra parte, en la evolución psicológica normal la regla general no es la reiteración de situaciones dadas, sino la progresión hacia formas de existencia nuevas, con
avances muchas veces a modo de espiral, en que el equilibrio se logra constantemente
en niveles más altos. “Por un lado el sujeto puede no tener por finalidad de su acción un
estado de equilibrio; por otra, los estados sucesivos de equilibrio del campo psicológico
no son idénticos; cambian constantemente y tienden con frecuencia a niveles cada vez
más elevados”, según afirman D. Krech y R. Crutchfield.
Es que si ese “para qué” de la conducta que constituye la reducción de las tensiones desempeña un papel fundamental, también lo desempeña su “hacia que”, o sea, los
distintos objetos-fines que se persiguen, porque sólo con ellos se logrará esa otra finalidad distinta de la meramente adaptativa y que es precisamente la que dota de su sello
peculiar a la conducta humana: la finalidad de desplegar las propias posibilidades y de
62
alcanzar no sólo el equilibrio del campo psicológico sino también la expansión de la personalidad. (22) Este es un logro que exige con frecuencia estados de tensión elevada.
En suma, la teoría homeostática explica sólo conductas elementales o las conductas propias de situaciones de enfermedad o de agotamiento; cuando se trata de sectores
amplios de la personalidad lo que mueve es el intento de lograr el objeto-fin, y la reducción de la tensión es una resultante indirecta, nunca el primer motor.
Por otra parte, ni siquiera está demostrado que toda tensión psicológica posee un
tono afectivo penoso y es rehuía. Incluso en los animales se advierten comportamientos
que implican una búsqueda de estimulación. Harlow los demostró en chimpancés;
Woodworth en ratas que, colocadas en laberintos, desarrollaron conductas de exploración
en nada exigidas para la satisfacción de sus necesidades vitales. En lo que respecta a la
necesidad de estimulación en los seres humanos, si fuesen necesarias otras pruebas que
las que ofrece la observación de la vida corriente, están las suministradas por el experimento de 1954, sumamente conocido, que realizaron los psicólogos W. H. Bexton, W.
Heron y T. H. Scott con estudiantes de la Universidad de McGill, de Montreal, en el laboratorio de Hebb.
Los sujetos de la experiencia —veintidós estudiantes— fueron recluidos durante
dos o tres días en aposentos aislados de ruido y privados de prácticamente toda estimulación sensorial. Debían mantenerse totalmente inactivos, e incluso se les proveyó de
vestimentas especiales para disminuir la estimulación procedente de sus propios movimientos; usaban lentes especiales que sólo dejaban pasar una luz difusa.
Y bien, la carencia de excitación, contra lo que postula la teoría homeostática rígidamente considerada, fue agudamente sentida y trajo por resultado diversos trastornos
transitorios: en los procesos intelectuales, pues a los sujetos se les tornó imposible concentrarse en la solución de problemas simples que les fueron planteados poco después
de la experiencia; en la percepción sensorial, pues padecieron alucinaciones diversas,
similares a las que se experimentan en estados psicóticos; en la percepción del tiempo;
emocionales, ya que manifestaron estados de gran irritación, etc. ¿Acaso no es sentida la
reclusión solitaria como uno de los peores castigos carcelarios?.
Actividades humanas típicas son el resultado de una tendencia a la expansión de
energías que necesitan del desafío de un aumento de tensión: el afán de conocimiento, el
gusto por la novedad, el amor al riesgo y a la aventura... Todo ello suele ocupar un lugar
importante en el proyecto de vida personal.
Abraham Masslow distingue entre las necesidades deficitarias y las necesidades
de crecimiento o de ser. Sólo las primeras, que son experimentadas como una carencia,
sea material o afectiva, responden a su juicio a una finalidad homeostática; las demás
exigen por el contrario una autoformación y una autoexpresión para hallar su cumplimiento. (23) Tal es el caso del impulso a ayudar a los demás, de la entrega a actividades creativas, el caso incluso del comportamiento sexual, por más que la necesidad es aquí fisiológica, etc. Ninguna de estas clases de conducta resultan explicables por la finalidad de
restablecer el equilibrio psicológico, en tanto que parecen ajustarse al ya mencionado
concepto de autoactualización, introducido por Goldstein. Un especial tipo de experiencias, caracterizadas por un sentimiento de plenitud de autorrealización (“experiencias-
63
cumbre” las llamó Maslow), se dan con relativa frecuencia sólo cuando predominan las
necesidades de crecimiento.
También G. W. Allport encuentra insuficiente la concepción homeostática de la motivación, y formula sus críticas de manera muy neta en Desarrollo y Cambio: (24) “Fundamentalmente el modelo freudiano y el conductista son semejantes —afirma—, lo mismo que todas las demás teorías que sostienen que el aquietamiento, la complacencia o el
placer son las metas de la acción. En muchos aspectos este modelo de la motivación
humana es irrefutable. Es evidente que muchas de nuestras tendencias: el hambre de
oxígeno, de contacto sexual, (25) de alimento, representan demandas urgentes de reducción de tensiones. Pero al reflexionar sobre el tema aumenta la sospecha de que esto
representan demandas urgentes de reducción de tensiones. Pero al reflexionar sobre el
tema aumenta la sospecha de que esto representa sólo la mitad del problema. Porque
queremos variedad también, no sólo estabilidad... Sólo asumiendo riesgos y variaciones
tiene lugar el crecimiento. Y la asunción de nuevos riesgos y la variación están llenas de
tensiones nuevas, que no nos interesa evitar”.
Allport ilustra su posición con el ejemplo del explorador Amundsen, quien combatió
en sí mismo toda tentación a evitar situaciones penosas o la tentación de cualquier clase
de gratificación inmediata que pudiera obstaculizar la meta que se había fijado de conquistar el Polo Norte, propósito íntimamente vinculado con rasgos centrales de su personalidad. En nuestros días las hazañas astronáuticas nos proporcionan ejemplos más contundentes, si cabe, de esa aspiración a conquistar situaciones nuevas que es el otro polo
de las tendencias homeostáticas.
Sostiene incluso este autor que aquellos cursos de conducta que más estrechamente se vinculan con los intereses fundamentales del individuo tienden a un objeto—fin
que de antemano se conoce como inalcanzable, de modo que la satisfacción plena y el
consiguiente cese de la tensión resultan intrínsecamente imposibles. La incesante búsqueda de la verdad del científico, el anhelo de imponer sus ideales por parte del luchador
político, los ideales estéticos y de expresividad por parte del artista, son otros tantos
ejemplos de motivaciones de ese tipo. Más sencillamente aún: “un padre devoto jamás se
desinteresa por su hijo; el devoto de la democracia adopta una preocupación vitalicia que
aparecerá en todas sus relaciones humanas...”
Existe, afirma Allport, un núcleo en la personalidad que encierra lo más importante
para cada individuo considerado en su singularidad personal; es el proprium. “La personalidad incluye (estos) hábitos y capacidades, esquemas de referencia, cuestiones fácticas
y valores culturales que, rara vez o nunca, parecen íntimos e importantes. Pero la personalidad incluye lo que es íntimo e importante también: todas las regiones de nuestra vida
que consideramos como peculiarmente nuestras y que sugiero llamemos, por ahora, el
proprium. El proprium incluye todos los aspectos de la personalidad que determinan su
unidad interna”. (26) Para algunos psicólogos el concepto correspondiente es el de “si
mismo” o de “yo”, pero lo fundamental es que en lo que se refiere a las funciones y propiedades características de ese núcleo personal, la interpretación homeostática resulta
inoperante.
Y hay que tener en cuenta además otro punto de vista: al considerar que la finalidad primordial de la conducta es la reducción de tensiones, se carga el acento sobre el
polo “organismo” en ese diálogo con el medio exterior en que consiste la conducta, y se
descuida el hecho de que ésta obedece también a una búsqueda de objetos. Para J. Nut-
64
tin, la motivación es “el factor responsable del hecho de que la conducta no consista en
actividades y contactos con cualquier objeto, sino que ella busque realizar ciertos tipos de
relación con categorías de objetos que hemos calificado como privilegiados, ya que son
los únicos que pueden satisfacer al organismo y la personalidad, mientras que otras categorías de objeto no dan ninguna satisfacción, o incluso producen desagrado”. (27)
Cabe decir, junto con E. Hilgard, que “la más significativa nueva dirección en el
estudio de la motivación se aparta de las interpretaciones de reducción de la tensión hacia el énfasis sobre los aspectos positivos de la conducta relacionada con incentivos o
actividades preferidas”. (28) Y en cuanto al propio Cannon, cuya teoría servio de fundamento a las interpretaciones homeopáticas del comportamiento, consideró valiosa la regulación homeostática fisiológica sobre todo porque libera al hombre de la preocupación
absorbente por su cuerpo y le permite entregarse a “los preciosos aspectos no indispensables de la vida”, a apreciar la belleza, perseguir la verdad, amar; al adaptarse el cuerpo
automáticamente, son éstos los que “asumen y constituyen la mayor parte de la actividad
humana”.
Situaciones de conflicto
Ocuparse de la motivación significa a la vez tomar en cuenta los casos en que los
motivos chocan entre sí y el sujeto se debate en un conflicto. La incompatibilidad puede
suscitarse entre las propias necesidades activadas —por ejemplo entre la necesidad de
afecto y la de autoafirmación—, entre necesidades y principios o normas morales— que
también presupone un choque entre necesidades, pero necesidades de distinto plano—,
y entre necesidades y condiciones externas que se oponen a su satisfacción.
Las situaciones de conflicto más típicas son las dos últimas, en la forma de necesidad de descargar alguna pulsión instintiva que se contrapone a la de actuar según las
propias exigencias éticas o a la de plegarse a las exigencias de la realidad. No siempre
son conscientes estas incompatibilidades, sobre todo las que oponen la conciencia moral
a las pulsiones instintivas, y se traducen frecuentemente en disociaciones en las áreas de
la conducta. El ejemplo más sencillo: los actos fallidos.
Sea cual fuere la índole de los conflictos, su papel en la vida de los seres humanos
es primordial. Según Mowrer y Kluckhohn constituyen el motor de toda conducta; concordamos, al menos, en que son el motor de todo cambio en las pautas de conducta establecidas: si no surgiesen obstáculos de uno u otro tipo en el camino que conduce a los
objetos-meta no se aprenderían nunca soluciones nuevas. “Las nuevas vías de reacción
nacen cuando las más antiguas se hallan bloqueadas —sostiene T. M. Newcomb—, tal
es el principio fundamental de la formación de la personalidad”. (29) pero siempre la motivación está ligada con la personalidad, las circunstancias que para un individuo constituyen un obstáculo pueden no serlo para otro, que por condiciones individuales o sociales
no las encuentra inconciliables con ninguna de sus posibilidades de acción o con sus requerimientos morales. Y también varía dentro del mismo individuo, en distintos momentos, su sensibilidad ante el abanico de necesidades y de condiciones externas en que
debe desarrollar sus modos de conducirse.
Si las tendencias que nos impulsan actuasen siempre conjuntamente y tuviesen en
todo tiempo la misma intensidad, los conflictos psicológicos resultarían irresolubles. Esto
65
es, el aspecto económico, para emplear el lenguaje del psicoanálisis, la potencia relativa
de los impulsos motivantes que integran el campo psicológico en un momento dado,
desempeñan un papel fundamental. Esta intensidad depende a veces de condiciones
intrínsecas: las necesidades básicas, como por ejemplo las de agua u oxígeno, son más
imperiosas que aquéllas cuya no satisfacción no amenaza la existencia. En caso de conflicto son por lo común las que prevalecen, y en general sólo su aquietamiento permite
que se manifiesten las otras: la necesidad de saber, la necesidad de desarrollar actividades creadoras, etc. No siempre es así, sin embargo; los problemas éticos casi no se plantearían si fuese automática e inevitable la obediencia en primer término a las necesidades
básicas; precisamente al hombre le es dado elegir entre diversos cursos de conducta y es
en la situaciones de conflicto donde de manera más dramática se muestra esta posibilidad.
En otras ocasiones la intensidad depende de condiciones extrínsecas: la competencia con otras personas, o una prolongada frustración, pueden intensificar algunas necesidades originariamente menos marcadas. Y el mismo efecto ejercen las estimulaciones muy repetidas o asociadas con estimulaciones más específicamente básicas, según
son empleadas por las técnicas de la propaganda.
Por todo esto es difícil que se prolonguen en la vida real los conflictos del tipo
“sano de Buridan”. Puesto ante un cubo de agua y otro de avena, el asno pereció de inanición porque el hambre y la sed lo motivaban en esos instantes con igual intensidad y no
pudo decidir sobre si primero bebía o comía. (30) Siempre termina por dibujarse más netamente una necesidad o un grupo de necesidades afines entre la diversidad de las que
en determinado momento nos solicitan.
No escapan al esquema necesidad contra necesidad los conflictos suscitados por
obstáculos procedentes de la realidad exterior. Si vivimos como obstáculos ciertas circunstancias, es porque chocan precisamente con necesidades, desde la de asegurar el
alimento hasta las necesidades de autoestima o de libertad, o con necesidades estrictamente individuales (“adquiridas”, en el lenguaje de Montagu). Ya lo expresó Sartre al argumentar contra las posiciones deterministas: “El coeficiente de adversidad de las cosas,
en particular, no puede ser un argumento contra nuestra libertad, puesto que es por nosotros, es decir, por habernos fijado con anterioridad un fin por lo que surge ese coeficiente
de adversidad”. (31)Las cosas son en sí neutras, sólo nuestras necesidades y los objetivos ligados a ellas las convierten en favorables o desfavorables.
La primera reacción en los casos de conflicto es inevitablemente una vivencia de
frustración. Es el resultado de la paralización más o menos transitoria, más o menos duradera del comportamiento, hasta que surge la decisión y la motivación vuelve a ser fluidamente seguida por la búsqueda de los medios que llevarán al objeto-fin. Claro que sólo
metafóricamente puede hablarse de una paralización de la conducta, puesto que la misma indecisión es un modo de conducirse.
Saúl Rosenzsweig resume en los siguientes términos lo que puede entenderse
como reacciones adecuadas a la frustración: “...las reacciones son adecuadas en tanto
que representen tendencias progresivas más bien que regresivas de la personalidad. Las
respuestas que tienden a atar al sujeto a su pasado o a interferir con reacciones en situaciones posteriores a causa de tal atadura son menos adecuadas que las que dejan al individuo libre para enfrentar nuevas situaciones cuando éstas se le presentan”. (32) Y la
capacidad de desarrollar reacciones “adecuadas” depende también del grado individual
66
de tolerancia a la frustración” (Rosenzaweing es autor de un “test de frustración” que
permite evaluar ese grado de tolerancia). “La tolerancia a la frustración puede definirse
como una capacidad individual para resistir la frustración sin fracaso de la adaptación psicobiológica, esto es, sin recurrir a modos inadecuados de respuesta”...”la noción esencial
es... la capacidad del individuo para aplazar la gratificación. Esta misma capacidad viene
implicada en el concepto de tolerancia a la frustración”. (33) Sus determinantes son desconocidos aún; Rosenzweig supone que pueden deberse tanto a diferencias innatas, o a
condiciones pasajeras de fatiga, como a condicionamientos del aprendizaje: si experiencias de frustración excesivas durante los primeros años de vida crean una escasa tolerancia a la misma, porque el niño es aún incapaz de reaccionar de modo adaptado y las
malas respuestas quedan fijadas, también la frustración insuficiente resulta desfavorable
para el futuro desarrollo, al no ofrecer oportunidades para aprender a resistir la falta de
gratificación inmediata de los impulsos.
El grado de frustración experimentado depende asimismo del tipo de conflicto. Se
debe a Kurt Lewin una clasificación de los mismos, según las alternativas que se planteen. Estas pueden ser de tres clases:
atracción-atracción
rechazo-rechazo
atracción-rechazo
El primer caso (caso “asno de Buridan”) suele ser de fácil resolución en el primer
momento, pero es frecuente que luego surjan frustraciones ulteriores. Alcanzado el objeto-fin puede parecer inferior al otro objeto posible, y esto origina reconsideraciones o
cambios de dirección en el actuar.
El segundo caso se da cuando se halla uno “entre Escila y Caribdis” o entre la espada y la pared”. La conducta sigue la dirección de la resultante entre las fuerzas operantes en el campo, lo que de una manera u otra implica salir del mismo, sea físicamente
(por ejemplo cuando un niño se oculta para no tener que obedecer o en caso contrario
ser castigado), o dedicándose a una tercera actividad ajena a las alternativas en cuestión,
o engañando a otras personas sobre la propia actitud, o sobre la situación existente, etcétera.
La máxima frustración, porque la resolución del conflicto resulta mucho más difícil,
se da en el tercer caso, en que es el mismo objeto o situación el que resulta a la vez atrayente y rechazante, configurándose una franca ambivalencia. Es lo que ocurre cuando el
niño, en la situación edípica, experimenta sentimientos contradictorios hacia su padre;
cuando uno es tentado por una empresa que suscita temor o que a la vez desaprueba
etc. Es frecuente que se acuda entonces al recurso de “escapar al campo”, para emplear
el lenguaje de Lewin, aunque suelen hacerse intentos de ingresar nuevamente en él.
Desde luego, la huida es a veces concreta, como cuando el niño se aleja del árbol al que
desearía trepar y a la vez no se atreve a hacerlo; o puede darse en el plano simbólico:
deja uno de pensar en el asunto... o lo intenta al menos. En el sentido psicoanalítico esto
constituye una defensa específica: “la negación”. También puede tratarse de superar la
ambivalencia a través de una disociación en las conducta: una muchacha desea y a la
vez no desea contraer matrimonio; concreta todos los pasos previos (área 3), pero es
atacada por una inexplicable enfermedad (área 2).
67
Pero es en la ambivalencia donde siempre radica, en el fondo, el verdadero conflicto, aunque se trate de los primeros casos. En la “atracción-atracción” porque el objeto
atractivo que se opone a la consecución de otro igualmente atractivo cobra por ello cierto
matiz rechazante; y en el “rechazo-rechazo” porque el objeto rechazante que permite evitar otro igualmente rechazante se torna así ligeramente atractivo.
Con todo, la ambivalencia es más difícil de superar en los casos de “atracciónrechazo”, porque suelen intervenir aquí sentimientos vinculados con la autoestima o con
imperativos éticos, lo que agudiza la experiencia de frustración. Y no hay que olvidar tampoco que la tipología de Lewin es una esquematización ideal, porque es común que en la
vida efectiva las personas se hallen envueltas simultáneamente en conflictos de diversas
cases.
Kurt Lewin representa con gráficos su concepción topológica de las tres clases de
conflicto psicológico.
68
Para sintetizar lo dicho hasta aquí sobre conflicto y frustración: sea por características del medio externo, social o físico, o por circunstancias propias del sujeto, biológicas y
psíquicas, es frecuente que las tendencias no logren alcanzar su fin, y la experiencia vivida es de frustración. Pero todos estos casos constituyen situaciones de conflicto, porque
aunque los obstáculos para el cumplimiento de la tendencia sean externos, su misma
condición de “obstáculos” indica que contrarían también alguna necesidad del sujeto, de
modo que hay en el fondo una contraposición de necesidades. Por último, la ambivalencia es la característica constante de todo conflicto; éstos siempre significan internamente
una disociación interna entre aceptación y rechazo.
Adaptación y ajuste
Al aumento de la tensión y modificación del campo psicológico que implican las
vivencias de frustración se reacciona con ciclos de conducta que a grandes rasgos pueden clasificarse en adaptativos o de ajuste. Según el autor recientemente mencionado,
Rosenzsweig, la diferencia entre unos y otros se reduce a estereotipia o novedad; esto
es, en la repetición mecánica de respuestas anteriores o la libertad para hallar soluciones
distintas.
También cabe establecer la diferenciación con un criterio algo distinto. Aunque la
conducta tiende siempre a gratificar al individuo, de manera directa o indirecta, a veces tal
gratificación queda asegurada de manera sólida, porque la conducta asumida torna poco
probable la repetición del mismo conflicto en iguales términos, mientras que en otras ocasiones se atiende tan sólo al alivio inmediato de la tensión, para superar rápidamente la
frustración, pero la situación de fondo permanece y volverá a suscitar conflictos y situaciones penosas. En el primer caso la conducta ha sido adaptativa; en el segundo, de mero ajuste.
En verdad el concepto de adaptación es amplio y no significa tan sólo lo contrario
del ajuste, ya que incluso las soluciones precarias constituyen una adaptación, en el sentido de que son modos de preservar el equilibrio psicológico en determinadas circunstancias. Sin embargo, sólo son conductas adaptativas, en sentido propio, las que restituyen
el equilibrio psicológico de la manera más provechosa para el individuo, representando
casi siempre un aprendizaje de soluciones nuevas.
Entre las más típicas conductas de ajuste se encuentran la agresión (Miller y
Dollard formularon una muy citada aunque discutida “ley psicológica: frustraciónagresión); las actitudes y reacciones de sumisión y dependencia; el aumento de la susceptibilidad, trastornos fisiológicos de corta o de larga duración (enfermedades psicosomáticas estos últimos), estereotipias en el comportamiento, retraimiento, desánimo, y todas las conductas inconscientes que han recibido ya la clásica denominación de mecanismos de defensa.
Estos comportamientos, cuyo estudio detenido fue emprendido primeramente por
Anna Freud, (34) permiten que de una manera desplazada o disfrazada se dé salida a
impulsos no satisfechos sin que se torne manifiesto para la propia persona el conflicto en
que entran con sus propias normas morales o con las exigencias de la realidad natural o
social. Lagache se expresa en los siguientes términos con respecto a los mecanismos de
69
defensa y a las situaciones que inducen a apelar a ellos: “La forma típica del conflicto en
el ser humano es la concurrencia entre la realización de sus posibilidades (por ejemplo
necesidades sexuales, expresión agresiva de sí mismo) y la necesidad de seguridad, que
incita al organismo a evitar toda acción susceptible de llevar a un “castigo” real o a un estado emocional penoso, cuyo prototipo es la angustia. La angustia, respuesta arcaica
puesta secundariamente al servicio de la preservación del organismo, interviene funcionalmente como una señal de alarma, y se transforma en pánico si las operaciones defensivas que pone en movimiento llegan a fracasar. La angustia y las emociones de la misma serie, como la culpabilidad, la vergüenza, el desagrado, intervienen así en la conducta
conflictual como “motivo de defensa”.
Por la conducta de defensa se sustituye el logro del objeto-fin en el medio por una
modificación del organismo que, si tiene éxito, tiende a perpetuarse en virtud de la ley del
efecto. Porque constituye, si no una adaptación, por lo menos un ajuste; es decir, la máxima reducción de tensión compatible con la importancia relativa de las fuerzas presentes
en el campo psicológico. Las operaciones defensivas realizan así una integración disociativa.
GLOSARIO
-1- Esto es, la intervención de la causalidad en el plano de la conducta. Pero acaso sea conveniente diferenciar entre causas y motivo, como lo hace Buytendijk en La motivación (J. Nuttin, H. Piéron, F. Buytendijk,
Buenos Aires, Poteo, 1965, p.18), citado a Merleau Ponty. Para éste, la causa es un “determinante exterior”
y los motivos “antecedentes que obran por su sentido”, son pues experimentados “humanamente”, asumidos
en su significación por el sujeto a quien impulsan.
-2- Op. cit., p. 151.
-3- Ibíd. Bastardilla por la autora.
-4- Psicología de personalidad, Buenos Aires, paidós, 1961, p. 211.
-5- Ibíd., p. 213.
-6- Ibíd. p.210
-7- Allport no cita a Wilhem Wundt, quien formuló un principio universal de “heterogénesis de los fines”, según el cual la finalidad de los seres se va modificando a medida que éstos sufren transformaciones en el
curso de la evolución.
-8- Ibíd., p. 221.
-9- Ver La personnalité. París, PUF, 1957,p.52. (Hay traducción española, Buenos Aires, Eudeba 1960)
-10- Madrid, Ed.Tecno, 1961.
-11- Op. cit., p. 121.
-12-Ibíd., p. 138.
-13- Op. cit., p. 154.
-14- Ibíd, p.159.
-15- Entiéndase aquí tendencias o pulsiones.
70
-16- Esquema del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1966, p. 16.
-17- Cfr. An Outline of Psychology, Londres, Methuen, 1923.
-18-Véase, Psychological Bulletin, 1960. Vol. 57, N° 4.
-19- The Wisdom of the Body, Nueva York, Norton, 1932. Hay traducción española: La sabiduría del cuerpo.
Méjico, Estela, 1941.
-20- W. Sluckin, La cibernética, Buenos Aires, Galatea, Nueva Visión, 1957, p. 94.
-21- También en el reino de la mecánica opera la homeostasis. En las máquinas de vapor, para elegir el
ejemplo más simple, las válvulas de escape funcionan de manera de asegurar una determinada intensidad
de presión. La cibernética analiza los mensajes de los mecanismos de comando que rigen tanto el organismo biológico, en el plano neurofisiológico en especial, como las máquinas. Son efectivamente procesos de
comunicación los que posibilitan la homeostasis. En el caso por ejemplo de un aumento de glucemia, es un
mensaje al centro regulador de los carbohidratos lo que restablece el equilibrio, el niño aprende a caminar
merced a mensajes que ligan el sistema muscular con otros sistemas orgánicos, etc. “Cualquiera que sean
las diferencias que pueden existir entre el ser humano y la máquina, dice Sluckin en su obra ya citada, presentan similitud por cuanto puede considerarse a ambos como sistemas mecánicos autorregulados”. (p.
186)
-22- El neurólogo gestaltista kurt Goldstein explica por un “impulso de autoactualización” algunos casos de
recuperación de individuos afectados por lesiones cerebrales. En el plano psicológico, es un impulso similar
el que explica la lucha activa contra circunstancias adversas en que consiste el sentido de numerosos cursos de conducta.
-23- Véase Motivation and personality, New York, Harper, 1954 (hay traducción española) y Toward a Psychology of Berig, P.inceton, Van Nostrand, 1962, cap.III.
-24- Buenos aires, paidós. 1963.
-25-Hay divergencias entre Allport y Maslow con respecto a las conductas sexuales que no son de tipo homeostático para el segundo, sino que obedecen a tendencias de expansión del organismo.
-26- Op. cit. p. 49.
-27- La motivación, op. cit., p. 136.
-28- Teorías del aprendizaje, Méjico, F.C.E. 1961, p. 474.
-29- Citado por J. Filloux, op. cit, p.134.
-30- Buridan fue un escolástico del siglo XIV, y alcanzó gran difusión su pintoresca ilustración del dilema que
plantean las motivaciones de intensidad pareja y que operan simultáneamente. En tales casos quedaría
suspendida la facultad de obrar con libre arbitrio, según la interpretación de Buridan.
-31- Op. cit., p. 562.
-32- Al Outline of Frustration Theory, en J. McV. Hunt, Personality and Behavior Disorders, Nueva York, Reonald Press, 1944, tomo I, p. 383.
-33- Ibíd., p. 385.
-34- Véase El yo y los mecanismo de defensa, Buenos Aires, Paidós, 1965.
71
Descargar