Boris Becker y Wimbledon

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Introducción
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Introducción
«A Wimbledon, por favor,»
le dije al taxista, luego de salir de la aduana del aeropuerto
Heathrow de Londres.
El conductor me reconoció. «Sí señor», dijo asintiendo,
como diciendo ¿a dónde más podría ir Boris Becker sino a
Wimbledon? Pero no voy al All England Lawn Tennis Club.
Voy a mi casa. Sí, ahora vivo en Wimbledon con mi esposa Lilly
y mi hijo Amadeus.
Para algunos esto puede parecer el cumplimiento de un
sueño, el de un chico de un pequeño pueblo rural del sur de
Alemania que gana Wimbledon con solo 17 años y termina
viviendo a poca distancia del escenario de sus más grandes
triunfos. Pero no fue necesariamente así. Cuando terminé mi
carrera de tenista en 1999, me fui a vivir a Zúrich, luego de haber
vivido en Mónaco y Múnich. Aún vivía en Zúrich cuando conocí a
Lilly, que es holandesa pero que en ese momento vivía en Miami.
Cuando quedó embarazada de Amadeus tuvimos que decidir
dónde asentarnos, pero no teníamos claro el lugar. Por entonces,
una parte del año la tenía que pasar en Londres, ya que desde el
año 2002 venía trabajando como comentarista de la BBC como
parte del equipo de Wimbledon, por lo que Londres era una
elección obvia (hasta su alcalde se llama Boris) y decidimos
afincarnos en el barrio de Wimbledon, que conserva un toque
pueblerino, para formar nuestra familia.
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Arriba: Gané Wimbledon por primera vez en 1985, con 17 años.
Así, Wimbledon se convirtió en mi hogar, y lo siento como tal en
muchos de los sentidos de la palabra. Dos de mis cuatro hijos
nacieron en Londres, y en casa se habla inglés. Tengo mi
empresa en el centro de Londres y soy socio de mi club de tenis
local, que no es otro que el All England Lawn Tennis and
Croquet Club, aunque hoy en día no juego mucho. Soy socio
gracias a que he ganado su torneo, lo que me ha ahorrado
20 años de lista de espera. Más allá de eso, me gusta mucho
Wimbledon como ciudad y aunque las cosas pueden cambiar,
estaría feliz de pasar el resto de mi vida aquí.
Muchas cosas se han dicho sobre mí. Eso es inevitable, viene
con el oficio y es parte del trato que me ha permitido tener una
Derecha: El público se prepara para ver otro gran partido
en la Centre Court.
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Introducción
buena vida. Pero, puesto que demasiadas cosas que no son
verdad se han escrito por muchas personas, y porque Wimbledon
es tan especial para mí, creo que tengo derecho, si no la
obligación, de explicar desde mi perspectiva qué es Wimbledon,
qué ha significado y qué papel juega para mí en el futuro.
Este libro es, entonces, un homenaje a Wimbledon. No carece
de ciertas críticas, pero busca ser una reflexión con cariño acerca
de mi relación con Wimbledon y, tal vez, también un poco de la
relación de Wimbledon conmigo, y no es solo una coincidencia
que se publique justo 30 años después de mi primer triunfo en
este lugar cuando solo tenía 17 años, sino que escribo este libro
porque creo que ahora he cerrado el círculo.
Desde que soy el entrenador de Novak Djokovic, he regresado
a los vestuarios de Wimbledon. El lugar que ha sido mi casa
durante tantos años lejos de mi hogar. Cuando Novak se acercó a
mí a finales de 2013 muchas personas cuestionaron qué es lo que
yo podría ofrecerle a uno de los mejores jugadores del mundo.
Tienen derecho a cuestionar si soy el hombre indicado para el
puesto, pero algunos llegaron a cuestionar si sabía lo suficiente
de tenis, lo cual es un poco ridículo a la vez que insultante. El
hecho de que en la primera oportunidad como entrenador de
Novak en Wimbledon, él se alzara con el trofeo ha logrado
silenciar algunas dudas.
Izquierda: Me convertí en entrenador de Novak a fines de 2013.
Seis meses más tarde alzó el trofeo de individuales masculino en la
Centre Court.
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Creo que ahora esos críticos ven que el tenis en general, y
Wimbledon en particular, son parte de mi ADN. Cuando has
puesto tanto corazón como jugador, siempre hay algo que
puedes ofrecer. A pesar de que han pasado más de 15 años
desde que dejé de jugar, aún me considero un jugador porque
aún tengo la mentalidad de jugador. Por eso me siento tan a
gusto nuevamente en el vestuario. Porque entiendo
perfectamente los retos a los que se enfrentan Novak y los
demás, ya que yo he tenido los mismos problemas. Parece que
mientras más hablo del tema, más surgen los paralelismos.
Ha sido tan importante en mi vida que siempre lo será.
Espero que este libro sirva no solo como un viaje acerca de
mi experiencia en Wimbledon, sino también como para ver
cuánto ha cambiado el tenis en los últimos 30 años. En algunos
aspectos es mejor hoy en día, pero en otros no. Yo tengo mis
propias opiniones y no las oculto. Pero a veces solo les dejaré
material para discutir en el bar del club después de un partido,
o para comentar con los amigos. Se pueden debatir muchas
cosas en el tenis sobre temas en los cuales hay varios caminos
posibles a tomar.
Tenía 17 años cuando gané Wimbledon, ahora tengo 47. En el
intermedio, el niño que jugaba con un instinto agresivo se ha
convertido en el hombre que debe cuidar a una familia
internacional. El chico descarado que desconocía el miedo se
ha convertido en la celebridad que siempre tiene que estar
cuidándose de quienes quieren conseguir un titular de Becker.
Wimbledon también ha evolucionado y ha pasado de ser un
torneo organizado al estilo «Papá lo sabe todo» de la década
de 1980, a ser un evento gestionado profesionalmente,
convirtiéndose en un espectáculo que logra mantener su
carácter distintivo pero que está constantemente
modernizándose. Estoy orgulloso de que gran parte de mi
crecimiento haya sucedido en Wimbledon y en ser parte de
su gloriosa historia.
Boris Becker,
Junio de 2015
Derecha: Mi vida ha estado siempre relacionada con el Grand Slam
más importante de todos: Wimbledon.
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Capítulo 1
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Primera vez sobre hierba,
primera vez en Wimbledon
«No puedes romper
ni un huevo con
ese servicio.»
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Vivimos en la era de los medios sociales. Todo lo que hacemos
aparece online, ya sea porque nosotros mismos lo hayamos
subido o porque otro lo hace. El tenis es un deporte muy
popular, así que atrae mucho interés por parte de la prensa
mundial. Además, los mejores tenistas ganan fortunas y hay
muchos tiburones dando vueltas buscando a la próxima estrella.
Así que si con 15 o 16 años ganas un par de partidos en un
torneo de Grand Slam, todo cambia desproporcionadamente y
lo más probable es que el jugador comience a creerse todo lo
que se dice de él, y eso afectará su rendimiento.
Menciono esto porque la gente, a menudo, me pregunta si
puede ganar Wimbledon un chico de 17 años, y mi respuesta es:
«Sí, por supuesto, pero es muy difícil que suceda». Algunos dicen
que el tenis actual es mucho más físico, y que, por eso, no se
puede ganar un torneo de Grand Slam hasta que tengas al
menos 20 años. Yo no lo comparto. Yo creo que un chico de
17 años está físicamente habilitado para ganarlo, pero ¿podrá
tener la madurez necesaria para soportar el circo mediático que
ello acarrea? Esa es la pregunta. Cuando yo tenía 17 años
estábamos más protegidos. Los medios se interesaban por mí, así
como se interesaron por Mats Wilander que ganó el Abierto de
Francia con 17 en 1982 o Michael Chang que lo ganó también
con 17 en 1989, pero no eran noticias tan importantes. Entonces
los grandes titulares se los llevaba un asesinato o un terremoto o
una revolución en algún lugar. Hoy en día cualquier cosa que le
Derecha: Fui el ganador más joven de un Grand Slam cuando gané
Wimbledon en 1985.
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Primera vez sobre hierba, primera vez en Wimbledon
Michael Chang (debajo a la derecha) le ganó a mi eterno rival Stefan
Edberg en la final del Abierto de Francia de 1989, batiendo mi record
como el ganador más joven de un Grand Slam, que yo le había
arrebatado a Mats Wilander (debajo).
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dé a los medios más rating o cuota de mercado justifica un titular
y, por eso, historias menores terminan siendo grandes titulares,
sin importar su verdadera relevancia.
Si yo tuviese 17 años hoy en día, sería capaz de ganar
Wimbledon, pero se le hubiera exigido mucho más a mi
madurez. En la era de los teléfonos inteligentes, las redes
sociales e Internet, la capa protectora que tuve cuando gané el
título en 1985, no hubiera funcionado.
Mi representante Ion Ţiriac y mi entrenador Günther Bosch
me mantuvieron en una burbuja durante ese Wimbledon. Me
daba cuenta del cambio de actitud hacia mí en los vestuarios
pero estaba afortunadamente aislado de todo el ruido exterior.
Mientras iba avanzando en el cuadro, había más peticiones de
entrevistas. No era solo que un niño de 17 años hubiese llegado
a la segunda semana, sino que estaba ganando partidos que
debía haber perdido. Tuve dos victorias en partidos a cinco sets
que debí haber perdido, en uno inclusive tiré la toalla, pero ni el
árbitro ni mi oponente se dieron cuenta por lo que tuve la
oportunidad de cambiar de idea. Ţiriac mantuvo a raya la
mayoría de peticiones de entrevistas, lo que me permitió estar
enfocado. Mi familia inclusive me ocultó que mi abuelo había
fallecido la víspera del campeonato, porque lo quería
muchísimo y sabían que me afectaría. No puedes hacer eso hoy
en día.
Derecha: Mi historia de amor con Wimbledon comenzó en 1976
cuando vi a Björn Borg ganar el primero de sus cinco trofeos
de Wimbledon.
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Primera vez sobre hierba, primera vez en Wimbledon
Alguien te habría enviado un mensaje o se hubiera filtrado a
través de Facebook o Twitter.
Ese tipo de cosas son las que han cambiado en estos 30 años.
Cuando era adolescente, con mis amigos no sentíamos que
estuviésemos viviendo en tiempos prehistóricos. No tendríamos
correo electrónico, móviles, ni siquiera faxes, pero en todas las
casas había teléfono. También teníamos televisión, el invento
cultural que hacía pensar a nuestros padres que nos dejaría a
todos con los ojos cuadrados. Y fue gracias a la televisión que mi
relación de amor con Wimbledon comenzó. Comencé a jugar tenis
con tres años, y a los seis ya gané mi primer campeonato, por lo
que fui bastante precoz, pero en esos días no pasaban tenis en la
televisión alemana. Solo teníamos tres canales: dos nacionales y
uno regional. El fútbol tenía su espacio regular los sábados y a
mitad de semana, pero difícilmente se veía un partido de tenis en
televisión. Pero un día apareció un torneo que se retransmitía, la
final de Wimbledon. El primer partido que recuerdo fue cuando
tenía ocho años, cuando Bjorn Borg ganó el primero de sus cinco
títulos de Wimbledon. Eso fue en 1976 y ha sido la primera vez
que la palabra Wimbledon entró en mi conciencia.
Lo que más me fascinaba era que jugaban sobre hierba.
Algunas de las pistas en las que jugábamos eran verdes con
líneas blancas. Se trataba de las pistas (sintéticas) cubiertas del
TC Blau-Weiss Leimen (literalmente «Club de tenis azul y blanco).
Allí era donde jugábamos en los meses de invierno, mientras
Izquierda: Comencé a jugar tenis a los tres años y gané mi primer
torneo con seis.
que en los de verano jugábamos en pistas de tierra batida (polvo
de ladrillo). Mi padre era arquitecto; de hecho él había diseñado
el edificio del Blau-Weiss Leimen, así como el centro nacional de
entrenamiento cercano al club, en donde jugadores como Steffi
Graf y Anke Huber se entrenaron. ¿Y qué hacía la gente como él
con sus hijos los fines de semana? Iban al club de tenis, así que
aprendí a jugar. Mi hermana Sabine, que es cuatro años mayor
que yo, me dio mis primeras lecciones de tenis.
He regresado al TC Blau-Weiss unas cuantas veces desde
entonces. Está exactamente igual, y me parece bien, es un
pequeño club que sirve a su propósito. Lo considero una parte
importante de mi vida ya que me dio las bases para mantenerme
alejado de la ostentación y el glamur, así que me gusta que
permanezca intacto. Lo que encuentro triste es que el centro
nacional tampoco haya cambiado: aún están los mismos
entrenadores que hace 25 años. Eso muestra que la orientación
de la DTB, la federación alemana de tenis, es errónea. Estamos
desfasados, y el tenis profesional actual aún no ha llegado a
Alemania.
Si han seguido algo mi carrera les sonará el nombre «Leimen»,
que no es una metrópolis sino un pueblo semiindustrial que
mientras yo crecía tenía menos de 20.000 habitantes. La ciudad
más cercana es Heidelberg, a siete kilómetros o 20 minutos en
autobús. Iba allí con mis amigos los sábados por la noche, o con
mi madre si necesitaba ropa. Al ser tan pequeño, Leimen podría
no haber tenido siquiera una pista de tenis, o solo un pequeño
club con dos o tres pistas de arcilla que podías usar unos siete
meses al año hasta que llegaran las primeras heladas. Así que
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tener un club con pistas cubiertas al lado de casa fue toda una
suerte para mí.
Al ser un entusiasta del tenis, y siendo Wimbledon la única
competencia televisada, se convirtió en algo importante para mí
y creció mi fascinación por poder jugar en hierba.
Aunque solo fuera entrenar en una pista de césped, o jugar
un partido, se convirtió en una de mis metas. La única pista de
hierba que había en Alemania estaba en Grünwald, un suburbio
de Múnich, pero era privada, pertenecía a una familia y nadie
más podía jugar allí.
En retrospectiva, el trabajo que hice durante el invierno en las
pistas cubiertas sentaron las bases de mi posterior juego en
hierba. La superficie era una moqueta rugosa; en la cual se
jugaba con zapatillas con suela totalmente lisa, y era muy rápida.
En esa superficie tenías que jugar con un estilo muy similar al
que se jugaba por entonces en hierba. Tenías que sacar e ir a
buscar la volea, la devolución del servicio era muy importante, y
básicamente el primer golpe era el que valía. El bote de la
pelota era bastante bajo y los puntos no duraban mucho.
La hierba es más suave que la moqueta rugosa, pero el
movimiento y estilo de juego es muy similar, así que aunque no
tenía idea de cómo era jugar sobre hierba, lo que veía de los
partidos de Wimbledon era similar al tipo de tenis que
practicábamos en el club de Leimen.
Lo único que parecía que no se hacía en Wimbledon era
zambullirse, pero yo si lo hacía. Nadie me enseñó, simplemente
lo hacía. Tienes que hacerlo bien porque sobre moqueta te
puedes raspar las rodillas. Yo lo hacía inocentemente. Supongo
que la gente me veía y pensaba que tenía una actitud «nunca te
rindas», pero yo no era consciente de ello. Simplemente era una
reacción rápida e instintiva de mi parte, si no podía llegar
utilizando mis pies, instintivamente volaba a por la bola. No era
algo que pensara, aunque, por supuesto, cuando salía bien te
daba grandes satisfacciones. La rotación para levantarme luego
de la zambullida también es algo que fui desarrollando. Jugaba
bastante al fútbol y era un buen portero, así que sabía cómo
caer para no lastimarme y lo hacía de forma natural.
El que era entonces mi entrenador, Boris Breskvar, luego
introdujo colchonetas blandas para practicar la zambullida como
la hacía yo, pero nunca lo hizo mientras yo entrené con él.
Breskvar era una persona muy interesante, y algunas cosas de
él resuenan en mí ahora que entreno a Novak Djokovic. Él era
de Eslovenia, que por entonces formaba parte de Yugoslavia y
era un apasionado del tenis. Más tarde escribió un libro sobre la
forma en la que entrenaba, de la cual muchas asociaciones
nacionales de tenis podrían aprender hoy en día. Él estaba más
interesado en conseguir que el jugador tuviera la mentalidad
adecuada, antes que enfocarse en los golpes. Tenía pasión por
competir y ganar ya sea en tenis, fútbol o en cualquier otro
deporte. No se trataba de tener una derecha perfecta, sino de
concentrarse en lo físico y mental, y eso marcó la diferencia en
mi vida profesional. Él apostaba por jugar ocho horas diarias
solo para acostumbrarse a competir. La atmósfera en sus centros
Derecha: Lo único que parecía que no se hacía en Wimbledon era
zambullirse…
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Primera vez sobre hierba, primera vez en Wimbledon
de entrenamiento durante las tardes era genial. Había mucha
gente jugando y había mucha acción y ruido; no se trataba
únicamente de pegarle a la bola, había que hacerlo con ruido,
con pasión y todo el mundo amaba lo que hacía y quería volver
al día siguiente.
Creo que la pasión que tenía Breskvar es una de las razones
por la cual los ciudadanos de la ex Yugoslavia son tan buenos
deportistas. Hay una gran pasión por el deporte y una gran
comprensión del mismo en esa parte de Europa, que se extiende
a Bulgaria y Rumanía también. Físicamente son todos grandes
atletas y todos son grandes luchadores. Goran Ivanišević era un
luchador y Marin Čilić lo es. Y no creo que sea una coincidencia
que mi primer gran entrenador fuese un ex yugoslavo y que el
jugador que ahora entreno lo sea. Me siento cómodo con esa
mentalidad.
Lo más importante que hizo Breskvar por mí, fue remodelar
completamente mi servicio. Cuando tenía 10 u 11 años estaba muy
descontento con mi saque y un fin de semana me dijo: «¡No
romperás ni un huevo con ese servicio!», así que nos pasamos todo
el fin de semana modificándolo. El lunes ni siquiera podía sacar,
pero me dijo que siguiera trabajando los cambios. Más tarde pude
descubrir qué posición tenía que adoptar, qué forma del cuerpo y
qué ritmo, pero los primeros días, tenía demasiadas cosas en las
que pensar del movimiento como para pegarle bien a la bola. Fue
Izquierda: Mi entrenador Boris Breskvar me enseñó a aprender
desde cero el servicio. Fue tal vez el mejor consejo que he recibido
durante mi carrera.
toda esa preparación física y mental las que hicieron que luego
tuviera el movimiento especial de servicio por el cual se me
conocía, y que gente como Mansour Bahrami y Novak Djokovic
imitan cuando sirven. Tenía que pensar si estaba en el lugar
correcto y si mis pies y hombros estaban alineados. Tenía que
pensar muchas cosas hasta que se convirtió en algo natural para mí.
No hace falta que diga lo importante que fue ese fin de
semana de cambios para mi carrera profesional. Mi servicio era
la clave de mi juego y cuando funcionaba bien, el resto de mi
juego también lo hacía. A fines de 2014, en una conferencia de
prensa, al anunciar la formación de un nuevo consejo asesor de
cinco personas de la ATP, John McEnroe dijo que los tres
mejores servicios de la historia fueron el de Pete Sampras, el de
Goran Ivanišević y el mío. Creo que rompí unos cuantos huevos
con el saque que Boris Breskvar me enseñó.
Mi sueño de jugar sobre hierba se cumplió cuando tenía 14 años
y lo aproveché como un pato al agua. ¡Me encantó! Sí, la bola
botaba mal, probablemente mucho más entonces que ahora.
Decían que una de cada cinco bolas botaba en forma extraña.
Las pistas donde jugué estaban en tan mal estado que
probablemente fueran una de cada tres y en algunas pistas
nunca botaba dos veces de la misma forma. Pero la gente no
entiende que lo importante en la hierba es tu movimiento, esa
es la clave. Los que juegan bien en Wimbledon por supuesto
que tienen que servir y restar bien, pero sobre todo deben
moverse bien. Y desde la primera vez que la pisé, me sentí muy
cómodo en esa superficie.
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La primera vez que jugué sobre hierba fue en 1982, en un
torneo juvenil en Thames Ditton, un club privado del sudoeste de
Londres. Yo era el mejor juvenil de Alemania (en torneos bajo
techo ya era el campeón nacional masculino) así que viajé con
otros talentosos jugadores como Tore Meinecke, Christian
Schmidt, Eric Jelen y Charly Steeb, algunos de ellos llegaron a
tener una buena carrera profesional. No nos quedábamos en
hoteles sino en albergues de la juventud o en pensiones, pero
era bonito porque estábamos de gira como jugadores
profesionales. Tenía muchas ganas de jugar sobre hierba. Había
visto tantas finales de Wimbledon y había escuchado tantas
historias al respecto que estaba deseoso de descubrir qué se
sentía al jugar en esa superficie.
Practicamos un poco el día anterior a nuestros primeros
partidos e inmediatamente me enamoré de la hierba. Desde los
primeros pasos sobre la pista, parecía que era lo único que
hubiese hecho en toda mi vida. Nunca fui de deslizarme mucho
en ninguna superficie, me gustaba plantar firmemente los pies y
tener un buen punto de apoyo antes de golpear mis tiros, y eso
era muy bueno sobre hierba. Tenía piernas bastante musculosas,
podía agacharme y llegar bien abajo sin caerme. Ese es también
un secreto sobre hierba.
Gané mi partido de primera ronda y recuerdo lo excitado que
estaba por haber jugado por primera vez sobre hierba. Creo que
llegué a semifinales en ese torneo.
No era mi primera vez en Londres, ya había estado a los 10,
cuando el mejor jugador de la categoría de menos de 12 años
de Alemania (Udo Riglewski) y yo jugamos contra los mejores de
esa categoría de Gran Bretaña (Richard Whichello y Jason
Goodall). ¡No me preguntéis el resultado, a los ingleses no les
gusta que les recuerden las derrotas frente a Alemania! Ese fue
también mi primer vuelo en avión, de Frankfurt a Londres. No
recuerdo mucho de Londres porque estábamos alojados en un
hotel barato y pasábamos todo el tiempo jugando tenis, pero sí
recuerdo que sobrevolamos la ciudad y me sorprendió lo grande
que era, especialmente comparada con donde vivía.
La primera vez que atravesé las puertas de Wimbledon fue en
1983, cuando jugué el campeonato júnior. Tenía 15 años, nos
hospedábamos en una pensión en algún lugar de Londres. El
equipo alemán tenía un autobús y todos viajábamos juntos hasta
las pistas. Mientras atravesaba las puertas, me sorprendió lo
verde que era todo, y la gran cantidad de blanco. Caminé por el
césped de la Centre Court y toqué la hierba. Pensé en lo
tranquilo que parecía todo, había 100.000 personas alrededor
pero aun así parecía todo muy quieto. En esos tiempos no había
teléfonos móviles ni gadgets electrónicos, así que no era como
ahora, era un sentimiento sobrecogedor.
A pesar de tener 15 años, jugaba con los menores de 18
porque era suficientemente bueno para ello. Había un chico que
había dominado todo el año y resultó que me tocó cruzármelo
en el primer partido. Yo no estaba sembrado ni había jugado
muchos torneos (aún estaba en el colegio) y este chico, Stefan
Edberg, tenía 22 meses de edad más que yo. Había jugado
antes contra él pero nunca le había ganado (casi dos años es una
brecha muy importante cuando tienes 15 y 17) y él llegaba a
Wimbledon acabando de ganar el Abierto de Francia juvenil.
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Primera vez sobre hierba, primera vez en Wimbledon
Dos grandes campeones ex yugoslavos:
Goran Ivanišević (debajo, derecha) y Marin Čilić (debajo).
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Primera vez sobre hierba, primera vez en Wimbledon
A él tampoco le gustaba tener que enfrentarse conmigo, pero
6-4, 6-4 más tarde, yo estaba fuera del torneo y él siguió su
camino hasta ganarlo. Ganó los cuatro Grand Slam júniors de
ese año. La única vez que alguien lo consiguió, así que en
retrospectiva no fue una mala derrota. Al perder en primera
vuelta, estuve en Wimbledon solo dos días, pero estaba
determinado a ver un partido en la Centre Court así que un día
un grupo de jugadores del equipo alemán fuimos a ver el último
partido a la tarde. Mientras entraba, no podía resistir pensar lo
bonito que era, parecía entrar en una iglesia. Estaba
verdaderamente conectado a ese lugar, este era el lugar que
había albergado tantos grandes partidos, muchos de los cuales
había visto por televisión, y finalmente me encontraba allí. Me
quedé sin palabras. En directo parece un poco más pequeño de
lo que se ve por TV, los ángulos de la cámara lo hacen verse más
grande, pero es más sobrecogedor en vivo.
Mientras me iba de Wimbledon y de Londres pensé que había
conseguido algo bueno, había jugado en hierba, había jugado
en Wimbledon y había estado en la Centre Court. Aun cuando
no pudiera hacerlo nunca más, al menos lo había hecho una vez
en la vida.
Izquierda: Entrar a la Centre Court es como entrar en una iglesia.
Te conectas con el lugar.
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