MINISTERIO IGLESIA APOSTOLICA INT.

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Desnudarse para Vestirse.
Una constante preocupación del ser humano es la vestimenta. Desde que Dios expulso a nuestros
primeros padres del paraíso y los “vistió” con una piel de cordero, al que primeramente hubo de
sacrificar, la raza humana a cubierto su desnudez de forma sencilla, como lo hacen las tribus que
aún perviven en la Amazona, o de forma un poco aparatoria, como el “civilizado” hombre
occidental. El hombre y la mujer, de ordinario, se sienten avergonzados de ir descubiertos, sin
nada que tape sus vergüenzas.
Es natural el ocultarse cuando por cualquier circunstancia, nos vemos desnudos ante otros
semejantes. «…vístete de honra y de hermosura.» (Job 40:10)
En un solo lugar de la escritura se nos muestra que no se avergonzaban. A pesar de estar
desnudos. Fue cuando estaban en el Edén que Dios había creado para ellos. (Gén. 2:25). Pero al
mismo tiempo tenemos que entender que ellos estaban cubiertos de la gloria de Dios. (Rom. 3:
23) A partir de su pecado de desobediencia, ellos mismos trataron de cubrirse con hojas de
higuera. (Gén. 3:7), que posteriormente el creador cambio por las citadas pieles de cordero. (Gén.
3:21).
Lo que entonces fue una realidad, el estar cubierto, se fue convirtiendo, poco a poco, en una
manifestación más del carácter del hombre y la sencillez de la cubierta de Dios, se transformó en
uno de los principales ornamentos de la mujer y del varón.
Hasta tal punto ha llegado la sofisticación del vestido que, en la actualidad, es un importantísimo
mercado que mueve a miles de millones al año. El gran cumplimiento es sorprendente: «…. os
vestís, y no os calentáis». (Mal. 1:6) De hecho hay algunos de TV, que se emiten diariamente,
durante los cuales se muestran distintos pases de modelos durante todo el día, a lo largo de doce
o catorce horas, sin repetirse. Esto da una vislumbre de la cantidad de personas dedicadas a este
lucrativo negocio. (Pro. 31: 24-25)
A lo largo de la historia la moda ha sido muy cambiante, pero siempre ha habido moda. Parte de la
vanidad del hombre, y sobre todo de la mujer, ha sido satisfecha a través de la moda. Por eso,
aquello que fue diseñado por Dios como una simple cubierta que tapara a los ojos de los demás
nuestro cuerpo es, hoy en día, una prueba más de la decadencia del hombre que da una suma
importancia aquello que no lo tiene y resta categoría a las cosas que Dios señala como importante.
(Mt. 6:25-34). Lo mismo podríamos decir de la comida que, de un medio dado para la subsistencia,
hemos creado un imperio para los sentidos. (Pro. 23:3) « No codicies sus manjares delicados,
porque es pan engañoso».
Quiero que se me entienda bien, no estoy en contra de los gustos particulares de cada persona,
Dios nos ha dado ojos para ver y paladar, para disfrutar de los alimentos que ÉL puso para nuestro
deleite, pero nosotros hemos convertido estas dos necesidades básicas en un sofisticado placer
para nuestros sentidos, llegando a extremos insospechados para satisfacer nuestros refinados
gustos a cimas increíbles. (1° Cor. 10:23).
En ciertos restaurantes lujosos se llegan a pagar verdaderas fortunas por platos decorados con un
arte exquisito y que no tienen más de cuarto kilo de alimento. Fijaos bien y veréis como todo lo
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que tenga que ver con el placer de los sentidos el hombre lo ha llevado a las más altas cotas del
refinamiento. Cumpliéndose fielmente lo dicho por el Señor Jesucristo. (Mateo 24: 38-39).
Ahora bien, para vestirnos, es una evidencian que debemos previamente quitarnos la ropa que
llevamos puesta. Así pues, una vez desvestidos y antes de ponernos las nueve prendas, hay un
momento en el que estamos desnudos. Este cambio, normalmente lo realizamos en una
habitación cerrada, si es en nuestra casa, o en un vestidor, si es una tienda de ropa.
¿Por qué hacemos a sí?
Naturalmente por la vergüenza que a todos nos da él mostrarnos tal como somos a los ojos de los
demás y, salvo casos concretos principalmente en ambientes de prostitución, este principio es
válido para todos nosotros. (2° Cor. 4:2 « Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso». Así
que concluimos que, en condiciones normales, solemos cubrirnos ante el resto de los mortales.
Pero hoy todo esto se ha perdido «...pero el perverso no conoce la vergüenza» ( Sof. 3:5)
En la palabra se nos muestra un hombre que fue despojado de su vestimenta y expuesto a
vituperio; lo contemplaron en su absoluta desnudez y, ante los ojos de los injustos, el justo fue
manifestado. Las tinieblas “vieron” la luz y los imperfectos admiraron la perfección en su más alta
expresión. (Is. 53:2-9).
Estamos acostumbrados a ver cuadros con la figura del Señor Jesucristo cubriendo, por recato del
pintor sus partes más íntimas con un lienzo; una especie de sabanilla que oculta las partes
indecorosas de su cuerpo a nuestra vista pero la realidad fue muy otra. Él estuvo desnudo ante
civiles y religiosos de aquella época. El impecable expuesto ante los pecadores. Tan desnudo
estuvo que hasta la cubierta espiritual que el Padre le daba, al mantenerse en continua comunión
con Él, le fue quitada: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? (Sal. 22:1; Mt. 27:46; Mr. 15:34).
El cordero fue desnudado de su piel para nosotros ser vestidos con ella. El justo fue considerado
como injusto para ser nosotros revestidos de su justicia. Al sumo obediente se le estimó como
rebelde para que su perfecta obediencia fuera aplicada para nuestra salvación.
Sí, Él estuvo desnudo ante todos, y nadie pudo hallar en Él defecto alguno. Era un cordero
perfecto, sin nada que ocultar. Él genuino de Dios. (Ex. 12:5; Jn. 1:29).
No sé si en esta vida llegaremos a tener un entendimiento pleno de lo que Él ha hecho por
nosotros. El que pudiéramos ver su desnudez natural, física, no tenía mayor trascendencia para su
alma tan pura, pero el verse delante de todos sin aquel que hasta entonces había sido su
verdadero vestido.
(Jn. 12:45), fue demoledor para Él. No es difícil entender ese angustioso clamor que salía de lo más
profundo de su espíritu: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.
Cuando en nuestra vida cotidiana el señor aparta, por un momento, su presencia de nosotros, nos
angustiamos a pesar de tener su promesa de que no nos abandonará nunca. (Is. 49:15-1 6).
¿Qué debió pues ser aquel instante?
Indudablemente es un misterio. Como tantas cosas del reino sólo se puede entender por
revelación. Las palabras y el entendimiento se quedan cortos. Sólo Dios lo puede revelar,
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personalmente, a cada una de sus ovejas. Retomando el hilo del inicio, volvemos al estudio de las
vestimentas. Después de este pequeño pensamiento sobre la sublime desnudez del maestro.
Llegamos tú y yo vestidos física y espiritualmente. Ambos vestidos nos han sido dados por el
supremo hacedor.
El primero cuando venimos a este mundo, al nacer de nuestra madre. Y el segundo, también dado
sin coste alguna por nuestra parte, al ser nacidos de nuevo para el Reino celestial. (Jn. 3:3).
Pudiera ser que en algún momento las circunstancias de la vida nos obligarán a mostrarnos, tal
cual somos, ante otros. Por ejemplo, durante la última cruel Guerra Mundial, los nazis desnudaban
a sus víctimas en más de una ocasión, para finalmente aniquilarlos en los hornos crematorios.
Durante el periodo militar, al menos hace tiempo, los reclutas marchaban desnudos, en fila india,
por las duchas colectivas.
También las mujeres en ciertos lugares deben, por falta de mayor privacidad lavarse desnudas en
grupos.
Resumiendo, que existen ciertos momentos y circunstancias que nos obligan a desnudarnos y
vernos, unos a otros, como “nuestra madre nos trajo al mundo”.
Pero hay otra desnudez mucho más angustiosa todavía, la cual a ninguno de nosotros nos gustaría
padecer, y es la desnudez del alma.
(Apoc. 3:18)
Aquella que nos muestra como somos.
La que enseña las partes más íntimas de nuestro ser. Aquella desnudez que enseña a otros
nuestros “lugares oscuros”. Lo que con más ahínco ocultaríamos, Dios permite que se exponga a
otros.
Si nos rendimos lo suficiente, Dios traerá a juicio estos dominios donde Él no reina.
Indudablemente será doloroso, pero el crecimiento que estos tratos pueden traer sobre nuestra
vida espiritual es inconmensurable.
Ahora bien deberíamos ser de aquellos que no tienen nada que ocultar.
Debiéramos de manifestar ante los demás tal cual. Pero, infelizmente, no podemos hacerlo.
Dios que nos conoce también, mejor que nosotros mismos, sabe que somos como los que rio
pudieron apedrear a la mujer adúltera, dado que, desde el mayor hasta el menor, todos tenían
algo que ocultar.
Pero la escritura nos muestra, al margen del Maestro, otras personas que se pudieron mostrar
públicamente tal y como eran sin temor a la afrenta.
Naturalmente hablamos de Pablo y Bernabé que el capítulo 14 de los hechos aparecen rasgándose
las vestiduras y exponiéndose, no solo a los ojos, más también a las iras de la multitud.
He aquí hombres que no temieron mostrarse ante los demás. ¿Y sabéis por qué? Por qué se
consideraban igual al resto de los mortales. Además de proclamar que en nada se diferenciaban
de los que les aclamaban como dioses. Si tú y yo nos sintiéramos como el resto, no habría razón
para tapar áreas oscuras. Si nos conociéramos como Dios nos conoce, sabríamos que las mismas
pasiones que luchan, y a veces vencen, en tu interior, son las que hay también en todos nuestros
hermanos. Sólo que tendríamos un corazón más blandido para juzgarnos unos a otros.
No nos engañemos como tú y yo somos, son los demás. Las mismas presiones y tentaciones que
te acontecen a ti, acontecen al resto. Limpiémonos, pues, de toda contaminación de alma y
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espíritu. (2º Cor. 7:1). Y no temamos ser expuestos ante esta humanidad. Seamos echados de la
grey, sin nada que esconder y si algún día hemos de ser juzgados por este mundo. (Eclesiastés 9:8)
“Adórnate ahora de majestad y de alteza, Y vístete de honra y de hermosura”. Job 40:10
Bendiciones en el nombre de Jesús. Su Hno. Desde el Cono Sur Josué Nayib. 25.06.2015
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