Conócete a tí mismo como base fundamental de la

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REV. OBSTET. GINECOL. - HOSP. SANTIAGO ORIENTE DR. LUIS TISNÉ BROUSSE. 2009; VOL 4 (2): 163-172
ANTROPOLOGÍA TEOSÓFICA
Conócete a tí mismo como base fundamental
de la formación humana
Dr. José Lattus Olmos
La cita de esta frase: «Conócete a ti mismo», a menudo la
escuchamos, pero muchas veces perdemos de vista su
sentido exacto. A propósito de la confusión que reina con
respecto a estas palabras, pueden plantearse dos cuestiones: la primera concierne al origen de esta expresión, la
segunda a su sentido real y a su razón de ser. Algunos
creerán que ambas cuestiones son completamente distintas y que no tienen entre sí ninguna relación. Tras una
reflexión y un examen atento, claramente parece que sí
mantienen una estrecha conexión.
Si se les pregunta a quienes han estudiado la
filosofía griega quién fue el hombre que pronunció
primero esta sabia frase, la mayoría de ellos no
dudará en responder que fue Sócrates, aunque
algunos pretenden referirla a Platón y otros a
Pitágoras. De estos pareceres contradictorios y de
estas divergencias de opinión, estamos en nuestro
derecho de concluir que esta frase no tiene por
autor a ninguno de los filósofos mencionados, y
que no es en ellos donde habría que buscar su
origen.
Nos parece lícito formular esta advertencia, y que
parecerá justa cuando sepamos que dos de estos
filósofos Pitágoras* y Sócrates** no dejaron escrito
* Pitágoras es el primer matemático puro y también uno de los primeros astrónomos de quien se tiene información. Vivió entre los años 569 a 475
a.C., en Samos, y dedicó su vida al estudio de la ciencia, filosofía, matemáticas y música.
** Sócrates (¿470?- 399 a. C.). (Atenas, 470 a.C.-id., 399 a.C) Filósofo griego. Fue hijo de una comadrona, Fenareta, y de un escultor, Sofronisco, emparentado
con Arístides el Justo. Pocas cosas se conocen con certeza de la biografía de Sócrates, aparte de que participó como soldado de infantería en las batallas de
Samos (440), Potidea (432), Delio (424) y Anfípolis (422). Fue amigo de Aritias y de Alcibíades, al que salvó la vida en una de esas guerras. Sin tener interés
alguno en el dinero, ni en la fama, ni en el poder, Sócrates paseó a lo largo de las calles de Atenas en el siglo V a. C. Llevó ropas de lana áspera y
desgastada y descalzo, en cualquier época del año. Hablaba a quienquiera que escuchaba, hacía preguntas, criticó respuestas, y buscaba los agujeros en los
defectuosos argumentos de sus oponentes intelectuales. Se ha dado el nombre de Diálogos Socráticos a su estilo de conversación. Sócrates fue el filósofo
más sabio de su tiempo. Fue uno de los tres primeros grandes maestros de la Grecia antigua, con Platón y Aristóteles. Hoy es reconocido y considerado
como uno de los más grandes maestros morales del mundo. Su auto-control y poderosa paciencia eran inconmensurables. En apariencia era considerado de
baja estatura y con algo de gordura, con una nariz repulsiva y boca ancha. A pesar de su apariencia desaliñada los griegos de su época disfrutaron de estar
con él, hablar con él y se fascinaron por qué siempre tenía algo que decir. El genio joven y aristocrático militar Alcibíades dijo de él: «Su naturaleza es tan
bella, dorada, divina, atractiva y maravillosa dentro de él, que se debe obedecer todo que ordena, ciertamente como si su voz fuese igual a la de un dios».
Estudió escultura, la profesión de su padre, pero pronto abandonado este trabajo a «busca de la verdad» en su manera propia. Sus hábitos eran tan frugales y
su constitución tan robusto que requirió sólo las necesidades desnudas. Aunque Sócrates nunca tomó ninguna parte en la política de Atenas, ejecutaría
funciones cívicas cuando era llamado a ellas. Era un soldado valeroso. Durante la Guerra del Peloponeso en Potidaea salvó y preservó la vida de Alcibíades.
Sócrates anula escrupulosamente la noción poco profunda y banal de la «verdad aparente» por su propio razonamiento. Volvió su conciencia por la búsqueda de la verdad y el cumplimiento de la moral y disfrutaba de crear confusión al hacer preguntas simples. Buscó descubrir la naturaleza de la virtud y hallar
una regla para la vida. Los objetos favoritos de sus ataques eran los sofistas, quienes cobraban honorarios por su enseñanza. «Conócete a ti mismo» era el
lema que siempre mencionaba y reputaba que los había aprendido en el oráculo a Delphos. Era tan inteligente por sí mismo que vio la posibilidad del
aprendizaje autodidáctico en los qué fue muy bueno, en contraste a la no-aceptación de su apariencia exterior. Sócrates no escribió ningún libro. Se guardan
los detalles de su vida y su doctrina en «Memorabilia» del historiador Xenophon y en los diálogos del filósofo Platón. Fueron principalmente Platón y
Aristóteles los discípulos más inteligentes de Platón, quienes traspasaron a las generaciones subsiguientes de filósofos la influencia de Sócrates.
De cualquier modo, Sócrates no fue apreciado por la chusma de los atenienses y de sus jefes a los que sirven. Su genialidad con la que expuso los
fraudes pomposos y la corrupción le hizo de muchos enemigos. Por fin, tres de sus enemigos políticos le acusaron en el cargo de «abandono de los
dioses» y «corrupción de los jóvenes», por lo cual se le ha catalogado hasta de homosexual, eran cargos falsos, pero políticamente convenientes. Fue
sentenciado a morir por la bebida de cicuta de abeto. En su día final comentó a sus jueces esta simple frase, tal como se registró en «Apología» de
Platón:”La hora de la partida ha llegado, y vamos por nuestros propios caminos, yo a morir y ustedes a vivir. Que es mejor, solo Dios lo sabe.» 5
Ginecólogo-Obstetra. Profesor Asociado Facultad de Medicina,
Campus Oriente, Universidad de Chile. Servicio Obstetricia y
Ginecología Hospital Dr. Luis Tisné Brousse.
E mail: [email protected]
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alguno. Fue Platón* quien deja en sus escritos
apologías y otros datos de éstos sus maestros.
Verdaderamente, el origen de la expresión estudiada se remonta mucho más allá de los tres filósofos
mencionados. Mejor aún: es más antigua que la
historia de la filosofía, y supera también el dominio
de la filosofía. Fue acunada por los antiguos griegos
y desde entonces, a través de culturas y generaciones, se ha mantenido viva hasta la actualidad.
(nosce te ipsum). Esta inscripción, esculpida en
tiempos remotos en una de las paredes del templo
dedicado de Apolo por los siete sabios en el
frontispicio del templo de la ciudad de Delfos, es
clásica en el pensamiento griego. Parece que el
origen del adagio se remonta a escritos antiguos de
Heraclio, Esquilo, Heródoto y Píndaro; y surge como
una invitación a reconocerse mortal y no Dios.
Posteriormente fueron adoptadas por Sócrates, así
como por otros filósofos, como uno de los principios
de su enseñanza, a pesar de la diferencia que haya
podido existir entre estas diversas enseñanzas y los
fines perseguidos por sus autores. Es probable, por
lo demás, que anteriormente Pitágoras haya empleado esta expresión mucho antes que Sócrates. Con
ello, estos filósofos se proponían demostrar que su
enseñanza no era estrictamente personal, que provenía de un punto de partida más antiguo, de un punto
de vista más elevado que se confundía con la fuente
misma de la inspiración original, espontánea y
divina.
Constatamos que estos filósofos eran, por ello,
muy diferentes a los filósofos modernos, que desplegaron todos sus esfuerzos para expresar algo nuevo,
a fin de ofrecerlo como la expresión de su propio
pensamiento, de erigirse como los únicos autores de
sus opiniones, como si la verdad pudiera ser propiedad de alguien. Así Sócrates lo eleva a un nivel
filosófico como un examen moral de uno mismo
ante Dios. Platón lo orienta hacia la verdadera
sabiduría en un fantástico sistema de pensamiento.
Más adelante en la historia Erasmo dirá que es el
inicio del filosofar en cuanto lleva a la conciencia
humilde de “saber que no sabe nada”. También lo
encontramos en los escritos bíblicos (Cant 1,8. “si tú
no te conoces, seguirá el camino del rebaño”; Dt 15,9
“attende tibi” “estate atento a ti mismo”). San Agustín
hace célebre el aforismo elevándolo también a Dios
diciendo que el fin de la vida es “noverim te,
noverim me” “conocerte y conocerme”. En todos los
tiempos muchos pensadores han reflexionado sobre
esta inscripción con variados matices siguiendo el
ejemplo de Sócrates y Platón. La sabiduría de
occidente comienza, en su vertiente filosófica, con
este pensamiento, intentando alejarse de adivinanzas
y supersticiones.
Veamos ahora por qué los filósofos antiguos
quisieron vincular su enseñanza con esta expresión o
con alguna similar, y por qué se puede decir que esta
máxima es de un orden superior a toda filosofía. Para
responder a la segunda parte de esta cuestión,
diremos que la solución está contenida en el sentido
original y etimológico de la palabra «filosofía», que
habría sido empleada por primera vez por Pitágoras.
La palabra filosofía expresa propiamente el hecho de
amar a Sophia, a la sabiduría, la aspiración a ésta o la
disposición requerida para adquirirla. Esta palabra
siempre ha sido empleada para calificar una preparación a esa adquisición de la sabiduría, y especialmente los estudios que podían ayudar al philosophos,
o a aquél que experimentaba por ella alguna
tendencia, a convertirse en sophos, es decir, en sabio.
Así, como el medio no podría ser tomado por un
fin, el amor a la sabiduría no podría constituir la
sabiduría misma. Y debido a que la sabiduría es en sí
idéntica al verdadero conocimiento interior, se puede
decir que el conocimiento filosófico no es sino un
conocimiento superficial y exterior. No posee en sí
mismo, ni por sí mismo, un valor propio. Solamente
* Platón nació en el año 427 a.C., en el seno de una familia rica y aristocrática, en Atenas, Grecia. Conoció a Sócrates cuando tenía cerca de 20 años
y siguió su enseñanza. El trato que mantuvieron durante casi diez años influenció notablemente su carrera filosófica. Platón comenzó a escribir
poesía siendo todavía muy joven; sin embargo, fue dejada de lado por su intensa búsqueda de la sabiduría, guiado por Sócrates. A su muerte,
Platón no dudó en continuar su tarea, y para ello se unió a sus discípulos en Megara, dirigidos por Euclides. Viajó a Egipto y al sur de Italia. En
estos viajes, además, intentaba imponer su idea de «Estado perfecto», pero fracasó, generando además, una gran enemistad con los soberanos
Dionisio el Viejo y Dionisio el Joven. De vuelta en Atenas, entonces, fundó su escuela filosófica: La Academia, en donde vivó -prácticamente- el
resto de su vida. Desde allí, se dedicó a enseñar y a escribir la mayoría de las obras que quedaron en su legado. Platón es el primer pensador
griego de quien se ha conservado su obra íntegramente. Sus «Diálogos» -36 en total-, que le permitieron implementar el método pregunta-respuesta, suelen ser ordenados cronológicamente en tres grandes grupos: los diálogos socráticos, los diálogos de madurez y los diálogos de la vejez. A
pesar de ello, de algunos conocidos en la actualidad se duda de su autenticidad. El pensamiento de Platón surge en una época de crisis política
de Atenas (tras la guerra del Peloponeso y la derrota frente a Esparta). Afirma la existencia de la verdad universal y de dos mundos: el cognoscible (de las ideas) y el sensible (el de las cosas en sí mismas). Platón dedicó su vida entera al saber y dejó una huella eterna que condicionó el
camino de la filosofía, para siempre. Nadie, sea cual sea su competencia filosófica, está en situación de distinguir qué fue dicho por él o por su
maestro Sócrates. La mayor parte de la doctrina de este último no nos es conocida más que por mediación de Platón, y, por otra parte, se sabe
que es en la enseñanza de Pitágoras donde Platón recogió ciertos conocimientos de los que hace gala en sus diálogos. Con ello, vemos que es
extremadamente difícil delimitar lo que corresponde a cada uno de estos tres filósofos. Lo que se atribuye a Platón a menudo es también atribuido a Sócrates, y, entre las teorías consideradas, algunas son anteriores a ambos y provienen de la escuela Pitagórica o de él mismo.
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CONÓCETE
constituye un grado preliminar en la vía del conocimiento superior y verdadero, que es la sabiduría.
Quienes han estudiado a los filósofos antiguos,
pueden certificar que éstos tenían dos clases de
enseñanza, una exotérica y otra esotérica. Todo lo
que estaba escrito pertenecía solamente a la primera.
En cuanto a la segunda, nos es imposible conocer
exactamente su naturaleza, ya que por un lado
estaba reservada a unos pocos, y, por otro, tenía un
carácter secreto. Ambas cualidades no hubieran
tenido ninguna razón de ser si no hubiera habido allí
algo superior a la simple filosofía.
Puede al menos pensarse que esta enseñanza
esotérica estaba en estrecha y directa relación con la
sabiduría y que no apelaba tan sólo a la razón o a la
lógica, como es el caso para la filosofía, que por ello
ha sido llamada «el conocimiento racional». Los
filósofos de la Antigüedad admitían que el conocimiento racional, es decir, la filosofía, no era el más
alto grado del conocimiento, no era la sabiduría.
¿Acaso la sabiduría puede ser enseñada del
mismo modo que el conocimiento exterior, por la
palabra o mediante libros? Ello es realmente imposible, y trataremos de explicar la razón. Lo que
podemos afirmar desde ahora es que la preparación
filosófica no es suficiente, ni siquiera como preparación, pues no concierne más que a una facultad
limitada, que es la razón, mientras que la sabiduría
concierne a la realidad del ser íntegro, completo.
De modo que existe una preparación a la sabiduría
más elevada que la filosofía, que no se dirige a la razón,
sino al alma y al espíritu, y a la que podemos llamar
preparación interior; éste parece haber sido el carácter
de los más altos grados de la escuela Pitagórica y ha
ejercido su influencia a través de la escuela de Platón y
hasta el neo-platonismo de la escuela de Alejandría,
donde apareció de nuevo claramente, así como entre
los neo-pitagóricos de la misma época.
Si para esta preparación interior se empleaban
también palabras, éstas no podían ser ya tomadas
sino como símbolos destinados a fijar la contemplación interior.
Mediante esta preparación, el hombre es llevado
a ciertos estados que le permiten superar el conocimiento racional al que había llegado anteriormente,
y como todo esto está muy por encima de la razón,
está también muy por encima de la filosofía, puesto
que la palabra filosofía siempre es empleada de
hecho para designar algo que sólo pertenece a la
razón.
No obstante, es asombroso que los modernos
hayan llegado a considerar a la filosofía, así definida,
como si fuera completa en sí misma, y olvidan así lo
más elevado y superior.
A TI MISMO COMO BASE FUNDAMENTAL DE LA FORMACIÓN HUMANA
La enseñanza esotérica fue conocida en los países
de oriente antes de propagarse en Grecia, donde
recibió el nombre de «misterios». Los primeros filósofos, en particular Pitágoras, vincularon a ellos su
enseñanza, dejando en claro que no era sino una
expresión nueva de ideas antiguas.
Existían numerosas clases de misterios con orígenes diversos. Aquellos en los que se inspiraron
Pitágoras y Platón estaban en relación con el culto
de Apolo. Los «misterios» tuvieron siempre un
carácter reservado y secreto, significando etimológicamente la propia palabra «misterios» silencio total,
no pudiendo ser expresadas mediante palabras las
cosas a las cuales se referían, sino tan sólo enseñadas por una vía silenciosa. Pero los modernos, al
ignorar cualquier otro método distinto al que implica el uso de la palabra, al cual podemos llamar el
método de la enseñanza exotérica, han creído
erróneamente, a causa de ello, que no había aquí
ninguna enseñanza.
Podemos afirmar que esta enseñanza silenciosa
usaba figuras, símbolos, alegorías y otros medios que
tenían por objetivo conducir al hombre a estados
interiores, permitiéndole llegar gradualmente al conocimiento real o a la sabiduría, téngase presente esta
aseveración.
Tal era el objetivo esencial y final de todos los
«misterios» y de otras manifestaciones semejantes que
pueden encontrarse en diferentes lugares.
En cuanto a los «misterios» que estaban especialmente vinculados al culto de Apolo y al propio
Apolo, es preciso recordar que éste era el dios del
sol y de la luz, siendo ésta en su sentido espiritual la
fuente de donde brota todo conocimiento y de la
que derivan las ciencias y las artes.
Se dice que los ritos de Apolo llegaron del Norte
y esto se refiere a una tradición muy antigua, que se
encuentra en libros sagrados como el Vêda hindú y
el Avesta persa.
Este origen nórdico era incluso afirmado más
especialmente para Delfos, que pasaba por ser un
centro espiritual universal; y había en su templo una
piedra llamada «omphalos» que simbolizaba el ombligo del mundo.
Se piensa que la historia de Pitágoras, e incluso
su propio nombre, poseen una cierta relación con
los ritos de Apolo. Éste era llamado Pythios, y se dice
que Pytho era el nombre original de Delfos. La mujer
que recibía la inspiración de los Dioses en el templo
era llamada Pythia. El nombre de Pitágoras significa
entonces «guía de la Pythia», lo cual se aplica al
propio Apolo. Se cuenta además que es la Pythia
quien declaró que Sócrates era el más sabio de los
hombres. De lo que podemos deducir que parece
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entonces que Sócrates estuvo relacionado con el
centro espiritual de Delfos, al igual que Pitágoras.
Añadiremos que si bien todas las ciencias eran
atribuidas a Apolo, esto era incluso más especialmente en cuanto a la geometría y la medicina. En la
escuela pitagórica, la geometría y todas las ramas de
las matemáticas ocupaban el primer lugar en la
preparación al conocimiento superior. Con respecto
a este conocimiento, estas ciencias no eran dejadas
de lado, sino que, por el contrario, eran empleadas
como símbolos de la verdad espiritual. También
Platón consideraba a la geometría como una preparación indispensable a toda otra enseñanza, y había
inscrito sobre la puerta de su escuela estas palabras:
«Nadie entre aquí si no es geómetra». Se comprende
el sentido de estas palabras cuando se las refiere a
otra fórmula del mismo Platón: «Dios siempre geometriza», ya que, hablando de un Dios geómetra, Platón
aludía a Apolo.
No nos debe asombrar entonces que los filósofos
de la Antigüedad hayan empleado esta frase inscrita
en la entrada del templo de Delfos, puesto que
conocemos ahora los vínculos que los unían a los
ritos y al simbolismo de Apolo.
Después de todo esto, fácilmente podemos comprender el sentido real de la frase estudiada aquí y el
error de los modernos a este respecto. Este error
deriva de que ellos han considerado esta frase como
una simple sentencia de un filósofo, a quien atribuyen siempre un pensamiento comparable al suyo.
Pero, en realidad, el pensamiento antiguo difería
profundamente del pensamiento moderno. Así, muchos atribuyen a esta frase un sentido psicológico;
pero lo que ellos llaman psicología consiste tan sólo
en el estudio de los fenómenos mentales, que no son
sino modificaciones exteriores -y no la esencia- del
ser.
Otros aún ven en ella, sobre todo aquellos que la
atribuyen a Sócrates, un objetivo moral, la búsqueda
de una ley aplicable a la vida práctica. Todas estas
interpretaciones exteriores, sin ser siempre enteramente falsas, no justifican el carácter sagrado que
poseía en su origen, que implica un sentido mucho
más profundo que el que así se le quiere atribuir. En
primer lugar, significa que ninguna enseñanza exotérica es capaz de dar el conocimiento real, que el
hombre debe encontrar solamente en sí mismo,
pues, de hecho, ningún conocimiento puede ser
adquirido sino mediante una comprensión personal.
Sin esta comprensión, ninguna enseñanza puede
desembocar en un resultado eficaz, y la enseñanza
que no despierta en quien la recibe una resonancia
personal no puede procurar ninguna clase de conocimiento. Es la razón por lo que Platón dijera que
«todo lo que el hombre aprende está ya en él». Todas
las experiencias, todas las cosas exteriores que le
rodean no son más que una ocasión para ayudarle a
tomar conocimiento de lo que hay en sí mismo. Este
despertar es lo que se llama anamnesis, que significa
«reminiscencia».
Si esto es cierto para todo conocimiento, lo es
mucho más para un conocimiento más elevado y más
profundo, y, cuando el hombre avanza hacia este
conocimiento, todos los medios exteriores y sensibles
se hacen cada vez más insuficientes, hasta finalmente
perder toda utilidad. Si bien pueden ayudar a aproximarse a la sabiduría en algún grado, son impotentes
para adquirirla realmente, y se dice corrientemente en
la India que el verdadero gurú o maestro se encuentra
en el propio hombre y no en el mundo exterior,
aunque una ayuda exterior pueda ser útil al principio,
para preparar al hombre a encontrar en sí y por sí
mismo lo que no puede encontrar en otra parte, y
particularmente lo que está por encima del nivel de la
conciencia racional. Es necesario, para lograrlo, realizar ciertos estados que avanzan siempre más profundamente hacia el ser, hacia el centro, simbolizado por
el corazón y donde la conciencia del hombre debe ser
transferida para hacerle capaz de alcanzar el conocimiento real. Estos estados, que eran realizados en los
misterios antiguos, eran grados en la vía de esta
transposición de la mente al corazón. Había, hemos
dicho, una piedra en el templo de Delfos llamada
omphalos, que representaba el centro del ser humano, así como el centro del mundo, según la correspondencia que existe entre el macrocosmos y el
microcosmos, es decir, el hombre, de tal manera que
todo lo que está en uno está en relación directa con lo
que está en el otro. Respecto de esta aseveración
podemos hacer referencia a la siguiente: «Tú te crees
una nada, y sin embargo el mundo reside en ti”,
Avicena*. Él mismo cuenta que leyó cuarenta veces la
* Avicena Nació en el año 980 en Persia, cerca de Bujara, en el actual Uzbekistán. Era hijo de un alto funcionario. En Bujara estudió Medicina y
Filosofía. Fue médico de la corte y consejero en temas científicos. Murió en el año 1037. Su escrito más importante fue El libro de la curación,
obra enciclopédica de la que se tradujeron algunas partes al latín. De entre ellas, las que más influencia ejercieron en la edad media fueron la
Lógica, la Filosofía de la Naturaleza, la Psicología y la Metafísica.
166
CONÓCETE
Metafísica de Aristóteles* , llegando incluso a saberla
de memoria, pero que sólo pudo entenderla gracias a
un libro de Alfarabí, Diseño de la Metafísica, que
compró por casualidad.
Es curioso señalar la creencia extendida en la
Antigüedad según la cual el omphalos había caído
del cielo, y se tendrá una idea exacta del sentimiento
de los griegos con respecto a esta piedra diciendo
que tenía cierta similitud con el que experimentamos
con respecto a la piedra negra sagrada de la Kaabah.
El conocimiento de uno mismo es el principio de la
sabiduría, y por lo tanto el comienzo de la transformación o regeneración. Para comprenderse uno mismo,
tiene que existir la intención de comprender; y ahí es
donde se presenta nuestra dificultad. Porque, si bien la
mayoría de nosotros estamos descontentos, deseamos
producir un cambio súbito, y nuestro descontento se
canaliza hasta el mero logro de cierto resultado; estando
descontentos, o buscamos otro empleo o simplemente
sucumbimos ante el medio ambiente. De suerte que el
descontento, en vez de encendernos, de inducirnos a
poner en tela de juicio la vida y todo el proceso de la
existencia, se ve canalizado, con lo cual nos volvemos
mediocres y perdemos la energía y el empuje necesarios
para descubrir todo el significado de la existencia. Por
consiguiente, es importante descubrir esas cosas por
nosotros mismos, pues el conocimiento de uno mismo
no puede dárnoslo nadie ni habrá de hallarse en libro
alguno. Tenemos que descubrir, y para descubrir tiene
que haber intención, búsqueda, investigación. Mientras
esa intención de descubrir, de inquirir hondamente, sea
débil o no exista, la mera aserción, o un deseo casual de
investigar acerca de uno mismo, tienen muy escasa
significación.
La transformación del mundo se efectúa, pues,
por la transformación de uno mismo; porque el “yo”
es producto y parte del proceso total de la existencia
humana.
La similitud que existe entre el macrocosmos y el
microcosmos hace que cada uno de ellos sea la
imagen del otro, y la correspondencia entre los
elementos que los componen demuestra que el
hombre debe conocerse a sí mismo primero para
poder conocer después todas las cosas, pues, en
verdad, puede encontrarlo todo en él.
Es por esta razón que algunas ciencias -especialmente las que forman parte del conocimiento antiguo
y que son casi ignoradas por nuestros contemporá-
A TI MISMO COMO BASE FUNDAMENTAL DE LA FORMACIÓN HUMANA
neos- poseen un doble sentido. Por su apariencia
exterior, estas ciencias se refieren al macrocosmos y
pueden ser consideradas justamente desde este punto
de vista. Pero al mismo tiempo también poseen un
sentido más profundo, el que se refiere al propio
hombre y a la vía interior por la cual puede realizar el
conocimiento en sí mismo, realización que no es otra
que la de su propio ser. Aristóteles dijo: «el ser es todo
lo que conoce», de tal modo que, allí donde existe
conocimiento real -y no su apariencia o su sombra- el
conocimiento y el ser son una y la misma cosa.
La sombra, según Platón, es el conocimiento por
los sentidos e incluso el conocimiento racional que,
aunque más elevado, tiene su origen en los sentidos.
En cuanto al conocimiento real, está por encima del
nivel de la razón; y su realización, o la realización
del ser, es semejante a la formación del mundo,
según la correspondencia de la que hemos hablado.
Es ésta la razón de que algunas ciencias puedan
describirse bajo la apariencia de esta forma. Este doble
sentido estaba incluido en los antiguos misterios, del
mismo modo que en todas las enseñanzas que apuntan
al mismo fin entre los pueblos de oriente.
Parece que igualmente en occidente esta enseñanza existió durante toda la Edad Media, aunque hoy
haya desaparecido completamente, hasta el punto que
la mayoría de los occidentales no tiene idea alguna de
su naturaleza o siquiera de su existencia.
Por todo lo precedente, vemos que el conocimiento real no tiene como vía a la razón, sino al
espíritu y al ser al completo, pues no es otra cosa
que la realización de este ser en todos sus estados, lo
que constituye el fin del conocimiento y la obtención
de la sabiduría suprema.
En realidad, lo que pertenece al alma, e incluso al
espíritu, representa solamente grados en la vía hacia la
esencia íntima que es el verdadero Sí, y que puede
hallarse tan sólo una vez que el ser ha alcanzado su
propio centro, cuando estando todas sus potencias
unidas y concentradas como en un solo punto, en el
cual todas las cosas se le aparecen, cuando estando
contenidas en este punto como en su primer y único
principio, puede entonces conocer todas las cosas
como en sí mismo y desde sí mismo, como la totalidad
de la existencia en la unidad de su propia esencia.
Es fácil ver cuán lejos está esto de la psicología
en el sentido moderno de la palabra, y que va
incluso mucho más lejos que un conocimiento más
* Aristóteles (384-322 a.C.), filósofo y científico griego, considerado, junto a Platón y Sócrates, como uno de los pensadores más destacados de la
antigua filosofía griega y posiblemente el más influyente en el conjunto de toda la filosofía occidental. Nació en Estagira (actual ciudad griega de
Stavro, entonces perteneciente a Macedonia), razón por la cual también fue conocido posteriormente por el apelativo de El Estagirita. Hijo de un
médico de la corte real, se trasladó a Atenas a los 17 años de edad para estudiar en la Academia de Platón. Permaneció en esta ciudad durante
aproximadamente 20 años, primero como estudiante y, más tarde, como maestro. Tras morir Platón (c. 347 a.C.), Aristóteles se trasladó a Assos,
ciudad de Asia Menor en la que gobernaba su amigo Hermias de Atarnea.
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verdadero y más profundo del alma, que no puede
ser sino el primer paso en esta vía.
También se dio en otras culturas antiguas: Israel,
los Veda y Avesta, Confucio, Lao-Tsé, los Tirthankara,
Buda, Homero, Eurípides, Sófocles, Platón y Aristóteles. La búsqueda filosófica no surge de preguntarse
¿quién es Dios? sino ¿quién es el hombre? De lo más
cercano a lo más alto y profundo. Nosotros vamos a
seguir el camino del hombre. En tiempos más
próximos Scheler y Heidegger hacen notar que
nunca hemos sabido tantas cosas sobre el hombre y
nunca hemos sabido menos del hombre que hoy.
El Cristianismo aporta una gran novedad sobre el
hombre con la noción de persona. Los griegos no tenían
esta noción, ni los latinos, ni se da en ninguna de las
culturas del ancho mundo en aquel momento histórico.
La persona además de su individualidad, de su autonomía y de su racionalidad, es algo más; Polo dice que es
“además” pues cuando descubrimos algo, siempre hay
algo más. Es un ser con dignidad por sí mismo, no por la
pertenencia a un clan, familia o pueblo. Tiene características sorprendentes: es mortal e inmortal; individual y
tan relacionada con los demás que la solidaridad es
necesaria para alcanzar su plenitud. La persona tiene una
grandeza tan impresionante, que se puede decir que está
divinizada, pues Dios habita en su interior, y, al mismo
tiempo, es muy cercana al mundo animal y vegetal.
Las diferencias corporales con algunos animales
son muy pequeñas –en cuanto al DNA por ejemplo- y,
sin embargo, sus actividades son infinitamente distintas de un modo evidente. Sufre y puede superar el
dolor. Su vida tiene un sentido, no sólo durar y
sobrevivir. Es libre y puede amar. Ama la belleza y la
genera. El hombre supera infinitamente al hombre,
decía Pascal, refiriéndose a ese algo tan superior a la
materia que le forma. Además está la riqueza de los
sentimientos. La persona humana desea naturalmente
a Alguien que le supera infinitamente. El progreso de
la tierra, o su destrucción, está en sus manos.
Individualmente puede alcanzar niveles altísimos de
perfección, o decaer en la degeneración. La perspectiva que debemos tomar para estudiar al hombre es
ésta: su persona y su personalidad.
En la actualidad, además de la crítica que se
pregunta ¿qué ha pasado?, se experimenta en los más
lúcidos una nostalgia que puede llevar al buen puerto
de situarse valientemente ante el misterio. Da más luz
una ventana entreabierta al amanecer, que la vela
medio extinguida en una habitación cerrada. Hay que
abrir las ventanas con ansia y con prudencia.
Blaise Pascal dice acertadamente: “¡Qué quimera
el hombre! ¡Qué novedad, que monstruo, qué caos,
que contradicción, qué prodigio! Juez de todas las
cosas y gusano infecto, depositario de la verdad,
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cloaca de incertidumbre y error, gloria y desecho del
universo”. Suscribimos esta idea de contraste, pues el
propósito de este trabajo es conocer al hombre en
sus contradicciones y es sus enormes posibilidades.
El premio Nóbel de literatura Imre Kertësz, con su
experiencia vivida del holocausto pagano-nazi dice:
“el instrumento de la destrucción se llama ideología:
lo grave es que la masa, que nunca participó de la
cultura, absorbe las ideologías como cultura”. La
ideología tiende al totalitarismo, casi con necesidad.
La realidad, con su amplitud y riqueza, lleva a la
libertad y al respeto, pues es Misterio.
La Ilustración, con todo su entusiasmo, fue entre
paréntesis de malas consecuencias como detecta el
postmodernismo, por ello estamos de acuerdo con
Bruno Forte cuando dice: “Entre el triunfo de la
identidad y la apología de la diferencia, resuelta en
el dominio omnicomprensivo de la nada, entre el
tiempo de la ideología y del nihilismo, la causa del
hombre exige que se busque un camino distinto
“entre los tiempos”, capaz de escaparse tanto de la
seducción alienante del pensamiento solar, como del
hechizo trágico de la victoria final sobre las tinieblas.
Es la tradición judeo-cristiana la que ofrece la
posibilidad de esta concepción del hombre, fruto del
encuentro entre la identidad y la diferencia; es la
antropología del Absoluto que entra en la historia,
permaneciendo Otro y soberano respecto de la misma, del Transcendente que viene a habitar y a
redimir el éxodo de la condición humana, de la
Gloria que se comunica a los días de los hombres,
abriéndolos al don de la vida eterna, de la alianza
de Dios con el hombre y del hombre con Dios”.
Un ejemplo de lo dicho son los epígonos triunfantes de este talante de los tiempos de la Ilustración. Por
su gran influencia citamos a tres que tienen una clave
con la cual abordan todas las cuestiones del hombre,
son Marx, Freud y Nietzsche Los tres prescinden de
Dios, y los tres apoyan su visión del hombre en algún
aspecto negativo, muy lejano al amor. Por eso se les
suele llamar “maestros de la sospecha”.
Karl Marx dice que la clave de toda la realidad es la
economía. La alineación económica explica todo lo
demás. Sigmund Freud hace lo mismo con la libido
sexual, y con ella pretende explicar todo. Nietzsche es
más complejo, pero también tiene una clave para explicar
todo, y es la voluntad de poder del hombre. Son tres
soluciones pesimistas. Si nos fijamos, es posible observar
que cada teoría refleja una de las tres heridas del alma
después del pecado de origen, como señala San Juan:
“todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la
carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida”,
es decir: sexo lujurioso, avaricia de dinero o riquezas, y
orgullo o ansia de poder, realidades parciales de lo que es
CONÓCETE
el hombre y, además, negativas. No saben encontrar lo
positivo, y eso es grave. Bien distinta es Edith Stein
cuando para conocer al ser humano comienza tratando
de comprender la espiritualidad. “Espiritualidad personal
quiere decir despertar y apertura. No sólo soy, y no sólo
vivo, sino que sé de mi ser y de mi vida. Y todo esto es una
y la misma cosa. La forma originaria del saber que
pertenece al ser y a la vida espiritual no es un saber a
posteriori, reflexivo, en el que la vida se convierte en objeto
del saber, sino que es como una luz por la que está
atravesada la vida espiritual como tal. La vida espiritual
es igualmente saber originario acerca de cosas distintas
de sí misma. El saber de sí mismo es apertura hacia
dentro, el saber de otras cosas es apertura hacia fuera”.
CONÓCETE
A TI MISMO
Todos tenemos la experiencia interior de haber
estado ofuscados por algo, y haber hecho o dicho
cosas con las cuales luego, no estamos de acuerdo o
no vemos del mismo modo. Algunos estados, como
la depresión o la angustia, nos llevan a interpretaciones de nuestra vida o de la vida en general que,
pasado el estado, son bien diferentes. Es como si se
tratase de dos personas distintas en la misma cabeza,
con dos lecturas del mundo. ¿Cuál es la verdadera, la
más objetiva? ¿La del día triste o la del día alegre? Es
posible que ninguna de las dos, tal vez una tercera
sea la que coincide con la realidad. Así que ser más
conscientes, más objetivos, y «estar despiertos» son
cosas que parecen ir en la misma dirección.
Con relación a nosotros mismos, no somos ni
totalmente objetivos ni totalmente subjetivos, y nuestro
grado de objetividad dependerá de la estructura psicológica de nuestra personalidad, así como de lo que estemos
viviendo y de qué aspecto de nosotros mismos se trate.
Los que dicen que nada sirve de la psicología
académica o universitaria, sin haber leído a sus grandes
exponentes y sin haber experimentado una terapia con
un psicoterapeuta, están hablando, por lo menos, de lo
que no conocen. Hay que decir que un verdadero
investigador no descartará nada sin haberlo investigado
primero, estamos en esa senda, indudablemente.
Por otro lado, los que dicen que todo lo que se
refiere a maestros, escuelas y técnicas milenarias es
pura charla, sin haber leído a sus máximos exponentes y sin haber experimentado algunas de las técnicas
propuestas, están actuando del mismo modo que los
del grupo anterior, con el agravante de que, en este
segundo caso se trata, en general, de personas con
formación científica, y nada tiene de científico descartar posibles conocimientos que no se han investigado.
Leer un escrito de Sigmund Freud o de Krishnamurti, para mencionar sólo un ejemplo de cada
A TI MISMO COMO BASE FUNDAMENTAL DE LA FORMACIÓN HUMANA
campo, puede aportarnos mucho sobre el conocimiento de nosotros mismos si lo leemos con la
mente abierta, libre de demasiados preconceptos, e
intentando no analizar un campo situándonos en la
perspectiva del otro, sino tratando de ponernos en el
mismo campo que es objeto de nuestra investigación.
Experimentar una técnica de meditación puede
aportar mucho a un psicólogo, así como al místico
experimentar una psicoterapia puede acercarlo más
a la realidad despejando la maraña de imaginación y
supersticiones.
Desde la perspectiva académica se dice también
que estas tradiciones no son ciencia, sino religión, y
que no poseen método. En relación a que estas
tradiciones no poseen método, lo más propio, de
conocerlas un poco más, sería decir «no poseen el
método que nosotros utilizamos». ¿Cuál método es
mejor? para responder a esta pregunta, debemos
investigar y sacar nuestras propias conclusiones.
Con respecto a que son religión y no ciencia, se
olvida el hecho de que antes de la división del
conocimiento humano en múltiples disciplinas, división
que no tiene más de 200 años, los conocimientos no
estaban separados como hoy los tenemos, sino que
estaban dentro de la filosofía, que no es otra cosa, según
la etimología del término y la definición de sus mentores
que «amor a la sabiduría», y el lugar que la filosofía
grecorromana ocupó en este «amor», lo ocupaban las
religiones en otras culturas. Cabe destacar también, que
la tendencia actual de la ciencia es ir haciendo un trabajo
cada vez más interdisciplinario, teniendo en cuenta de
que la atomización del conocimiento trajo graves consecuencias de perspectiva de los problemas, así que se está
retornando a una unión del conocimiento.
Por otra parte, ¿qué entendemos por ciencia sino el
estudio metodológico de un objeto dado para conocer
su verdad objetiva? ¿Y qué nos hace suponer que el
sufismo o el hinduismo no cumplen con estos requisitos?
¿Que sus investigadores del plano psicológico creían en
Dios? ¿Cuál sería, en tal caso, el problema? Muchos
científicos actuales y pasados que hicieron grandes
aportes a la ciencia también creían en Dios, como
Einstein, y eso es una cuestión personal que no debería
influir a la hora de evaluar sus investigaciones. No es
condición necesaria, para ser científico, el ser ateo.
Volviendo al tema central que nos ocupa: ¿es
posible el auto conocimiento? Aunque se trate de
utilizar a un psicólogo, a un líder espiritual, o a una
escuela, seguimos con un autoconocimiento asistido.
¿Podemos hacer algo por nosotros mismos, sin
necesidad de ninguna de estas asistencias externas?
Hasta aquí se desprende de lo dicho que cuando
hablamos de asistencia, hay una base de autoconocimiento que nos impulsó a buscarla, pero cuando
hablamos de autoconocimiento parece ser necesaria
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REV. OBSTET. GINECOL. - HOSP. SANTIAGO ORIENTE DR. LUIS TISNÉ BROUSSE. 2009; VOL 4 (2): 163-172
también una ayuda externa de algún tipo. Es decir, al
no poder hablar en forma absoluta de objetividad y
subjetividad por las razones que mencionamos, debemos hallarnos en algún grado de objetividad –o de
subjetividad, dependiendo de la perspectiva-, y según
sea ese grado en que estemos, necesitaremos más o
menos asistencia para los múltiples problemas que se
nos presenten en esta búsqueda de lo que realmente
somos. O lo que es lo mismo, se trata de ir creciendo
en objetividad para crecer en independencia.
La pregunta clave entonces sería: ¿cuál es nuestro
grado de objetividad, a partir de nuestra estructura
psicológica? Es difícil contestar a esta pregunta con
relación a nosotros mismos, y su respuesta necesitaría un
conocimiento del todo, que aún no poseemos, y que
difícilmente poseeremos. Crecer en objetividad, es romper el cordón umbilical y no significará cesar de oír o de
prestar atención a las mismas fuentes que nos ayudaron
en nuestros primeros pasos, sino tal vez a recrearlas,
conservando sus aspectos esenciales o a «beber de otras
fuentes», enriqueciéndonos con nuevos aportes y alejándonos del fanatismo al ver verdad, también, en otras
posturas. La respuesta final entonces a si podemos hacer
algo por nosotros mismos, sin asistencia externa, sería, a
veces sí, a veces no. Siempre podemos cometer un error,
y en esos casos, la asistencia es lo correcto, y siempre
podemos acertar, en esos casos, la asistencia no es
necesaria. Se trata entonces, de estar atentos y de no
despreciar nada que pueda ser útil.
Llegados a este punto, donde podemos decir que
es posible el autoconocimiento, es posible crecer en
objetividad, es lícito ser ayudado y a la vez actuar
por sí mismos, y entonces nos podemos preguntar:
¿cómo desarrollar la objetividad?
Si trasladamos esto al mundo psicológico, a las
ideas propias, los valores, etc., el caso puede aplicarse
de igual modo. Defender nuestros valores, por ejemplo, puede ser hasta loable, pero si nos identificamos
con ellos podemos caer en el fanatismo y volvernos
jueces de nuestros semejantes. La separación interior
puede ser en ambos casos la clave para evitar la
subjetividad, y separarse interiormente significa dejar
de colocar el sentimiento de «yo», la propia identidad,
en el objeto del cual deseamos separarnos.
Pero entonces, ¿qué somos nosotros mismos? ¿Cuál
es nuestra verdadera identidad? ¿Qué debemos considerar como Yo Real? Una ayuda para encontrar estas
respuestas, es plantear la pregunta de un modo
inverso: ¿qué no soy yo? Si nos preguntan: ¿Tú que
eres? Muchas veces respondemos soy médico, abogado, etc. Pero antes de ser de la profesión que somos
ahora, éramos la misma persona, es decir, teníamos la
misma identidad. Y aunque cambiemos a otra profesión no perderemos por ello nuestra identidad. Podemos afirmar entonces que «yo» no es la profesión.
170
Podemos, por algunas circunstancias especiales
de la vida, cambiar el nombre y apellido, ¿dejaremos
por esto de ser quienes somos? No, no somos
nuestro apellido ni nuestro nombre. Cuando teníamos doce años pensábamos de un modo, a los 20 de
otro, a los 35 de otro modo sobre muchas cosas.
Nuestros pensamientos cambian, pero la identidad
fue siempre la misma en el transcurso del tiempo.
Por tanto «yo» no soy mis modos de pensar.
Las emociones son como estados interiores,
ahora tengo ira, luego estoy tranquilo, ahora tristeza,
luego alegría; pero las identidad es siempre la
misma, seguimos hablando de la misma persona así
que «yo» no es mis emociones.
Lo importante es ver la posibilidad del autoconocimiento, y la posibilidad, para esto, de aumentar nuestro
grado de objetividad en relación a nosotros mismos. Así
que, el primer paso para ser más objetivos en la auto
observación, es cambiar nuestra perspectiva del yo. Al
dejar de ver pensamientos, cuerpo y emociones como
yo mismo, me separo interiormente y puedo ir, poco a
poco, observando con mayor objetividad mi mundo
interno. En la práctica, el logro de esta separación está
relacionado a la auto observación y la reflexión sobre la
transitoriedad de lo que no somos, e incluso la
posibilidad de cambiar conscientemente.
LA
BASE DE LA FORMACIÓN DEL SER HUMANO
Queremos en esta parte de nuestro trabajo, esclarecer el concepto utilizado y que se refiere a la
teosofía, conceptualmente “es la introducción al
conocimiento suprasensible del mundo y del destino
del hombre”. El conocerse a si mismo, implica el
simple hecho de que en todo ser humano subyace el
sentimiento y comprensión de la verdad. El sano
pensar y sentir permiten hacer propio todo verdadero conocimiento de los mundos superiores. ¿A qué
nos referimos con esta frase?, a que el hombre
designa como “divino” lo más alto hacia lo cual
puede elevar su mirada, y concibe su destino
supremo en cierta relación con ese algo divino.
Llamemos entonces “sabiduría divina” o teosofía
a la sabiduría que, traspasando los límites de lo
sensible, revela al hombre su esencia y, con ella su
destino. También podemos utilizar la expresión
“ciencia espiritual” con la que podemos designar el
estudio de los fenómenos espirituales en la vida
humana y el universo.
“Tan pronto como el hombre nota la presencia de
objetos en torno suyo, los considera en relación
consigo mismo, y con razón, puesto que todo su
destino depende si le gustan o le desagradan, de si le
atraen o le repelen, de si le son útiles o le perjudican”,
CONÓCETE
este pensamiento de Goethe dirige nuestra atención
hacia tres puntos diversos:
• Lo primero son los objetos cuya existencia nos es
revelada constantemente por nuestros sentidos y
que podemos tocar, oler, gustar, oír y ver.
• Lo segundo son las impresiones que estos objetos
originan en nosotros: agrado o desagrado, deseo
o aversión, según nos sean simpáticos y útiles, o
antipáticos y perjudiciales e inútiles.
• En tercer lugar están los conocimientos que adquirimos como ser cuasi divino para el universo, sobre
estos objetos, estos son los secretos del obrar y lo
que estos objetos nos revelan como símbolos.
Estos tres niveles se distinguen netamente en la
vida humana, y nos damos cuenta de que estamos
vinculados con el mundo en tres distintos aspectos:
• Primero que corresponden a lo que encontramos en
el mundo como dado y que aceptamos como hecho.
• Segundo que por esto convertimos al mundo en algo
nuestro, propio, algo que tiene un real significado.
• Y por último lo consideramos como una meta
hacia la cuál debemos aspirar incesantemente por
su perfecta armonía.
Si nos referimos a estos tres niveles y tres
aspectos que debe el hombre conocer para conocerse, es llegar a la concepción de lo que es el hombre:
cuerpo, alma y espíritu.
1. La entidad corporal: por medio de nuestros sentidos conocemos nuestro cuerpo, su estructura
armoniosa y fuerte, especialmente la del cerebro.
2. La entidad anímica constituye nuestro mundo interior
propio. El sentimiento de que “soy yo” y no otro, es
la impresión sensorial, la que nos causa placer o
pena y por venir de los más íntimo e interno se liga a
nuestra voluntad. El alma, como elemento propio, se
enfrenta con el mundo exterior, del que recibe
estímulos, por lo que la corporalidad se convierte en
su soporte y fundamento para lo anímico.
3. Por su parte la entidad espiritual, nos guía por
estos pensamientos para que podamos cumplir
con nuestra misión en el universo; reflexionamos
sobre nuestras percepciones y nuestros actos y
adquirimos conocimientos acerca de ellos, así
introducimos un nexo racional de nuestra relación con nuestra alma y con nuestro cuerpo.
Para llegar a una concepción justa de si mismo, el
hombre tiene que elucidar lo que en él significa el
pensar y llegar a comprender la naturaleza esencial
del ser humano, teniendo presente que el cuerpo es la
base de lo anímico y lo anímico es base para lo
espiritual.
A TI MISMO COMO BASE FUNDAMENTAL DE LA FORMACIÓN HUMANA
El alma entonces se encuentra entre dos necesidades, la del cuerpo y sus leyes gobernadas por la
necesidad natural, y dejándose determinar por las leyes
que le conducen a pensar correctamente, porque
reconoce libremente esta necesidad. Gracias al pensamiento, el hombre traspasa los límites de su vida
personal, logrando así trascender con su alma. Tiene
convicción absoluta de que las leyes del pensar están
de acuerdo con el orden del universo y en virtud de
esta concordancia entre el cuerpo y el alma se siente en
el mundo como en su propio hogar.
La clave de esta antropología teosófica es la noción
de persona en un sentido muy concreto, de ahí surge
todo lo demás: libertad, pensamiento, belleza, corporeidad, amistad, solidaridad, pensamiento libre, verdadero
amor, etc. No sirven las soluciones negativas, ni son
suficientes las quejas, son necesarias las soluciones
positivas reflejos de la verdad profunda. Este problema
antropológico, tan central para la cultura de hoy, sólo
puede encontrar una solución a la luz de eso que
podríamos definir una «meta-antropología». Es decir, de
la comprensión del ser humano como ser consciente y
libre, «homo viator», que es, y que al mismo tiempo, está
en devenir. La cultura de nuestro tiempo habla mucho
del hombre y sabe muchas cosas sobre él, pero con
frecuencia da la impresión de ignorar quién es verdaderamente. El hombre se conoce cuando va al fondo de sí
mismo y ahí encuentra a Dios, ¿Es la verdad tan ansiada?,
recordemos la anécdota que dice que ésta fue escondida
por los sabios en un intento por colocarla donde el
hombre no pudiera encontrarla, sino buscando en su
propio interior, en el intento de introspección. Por esta
senda marcharán muchos hombres en este espíritu
humanista de pensar.
Muchos también hemos escuchado la frase siguiente:
«El hombre es de tres maneras: la que él cree que es; la que
los demás creen que es; y la que él es verdaderamente». Así
que vemos aquí otra vez que no siempre coinciden con
la realidad los conceptos que tenemos de nosotros
mismos o de los demás. Nos encontramos, entonces, de
cara a la meta de conocernos a nosotros mismos, con este
verdadero problema por resolver: ¿Cuál es? alcanzar la
objetividad, ya que nos encontramos en un estado
subjetivo, dormidos por nuestros propios intereses.
No deberíamos tener miedo de llegar al fondo de
las cosas. No es lo importante corroborar lo que
pensamos, sino descubrir la verdad, para pensar
acorde a ella. Freud era un investigador admirable en
esto. Después de muchos años de investigación y de
sostener incluso públicamente una postura, no dudó
en recomenzar de cero y retractarse cuando nuevos
descubrimientos lo llevaron a otras conclusiones.
Las actitudes, las respuestas que damos, erróneas o
no, frente a la vida, son el producto de nuestra
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REV. OBSTET. GINECOL. - HOSP. SANTIAGO ORIENTE DR. LUIS TISNÉ BROUSSE. 2009; VOL 4 (2): 163-172
educación desde el hogar, pasando por la escuela, la
universidad, la vida, los medios de difusión, los otros,
etc. Uno puede reprogramar lo que ve incorrecto, y no
dejará de ser quien es, no perderá con ello su identidad.
Lo único que puede escapar a esta gran maquinaria
programada del inconsciente, es nuestra consciencia.
Pero creer que somos conscientes en forma absoluta,
también es un gran error. El mismo Freud decía que la
consciencia es apenas la punta del iceberg, y el resto,
sumergido, es el inconsciente que determina la actitud
de las personas.»La evolución del hombre es la evolución
de su consciencia, y la consciencia no puede evolucionar
inconscientemente». Conocerse es un arte y una ciencia,
y requiere el compromiso de todo nuestro ser, además
de ser una decisión que debe tomarse con la mayor
determinación y consciencia de que seamos capaces. Si
no nos juzgamos mal por las cosas equivocadas que
hacemos; si no sentimos culpa; si nos damos cuenta de
que nuestras actitudes son como programas automáticos
pero no son en realidad nosotros mismos; si vemos
nuestros estados como si miráramos en una película la
vida de un personaje, poco a poco nos iremos entrenando en una autoobservación cada vez más exacta de
nosotros mismos, y las «fotos» serán más reales y menos
distorsionadas por nuestros intereses internos. Así conoceremos nuestras propias emociones, las manejaremos y
lograremos el auto dominio emocional y la auto
motivación en las metas de largo plazo, reconoceremos
las emociones de los demás con esa capacidad empática
de conectarse con las emociones, necesidades y sentimientos de los otros, y por último destacar lo óptimo en
las relaciones interpersonales que serán saludables en un
manejo de real comunicación.
La idea del Bien y del Mal, y con ello nuestro
sentimiento de pecado o culpa, es uno de los pilares
que nos impulsan a la auto justificación, y a veces a
mentirnos a nosotros mismos. La autoobservación nos
traerá autoconocimiento, y éste último nos ayudará a
comprender las actitudes de los otros, y a no identificarnos tanto con lo que nos hacen o dicen. Comprender a
los otros nos ayudará a amarlos. Conoceremos entonces, métodos de estudio, predicción y control sobre
nosotros mismos así como el importante aspecto de
tener una noción de lo que debe ser nuestra conducta.
LECTURAS
RECOMENDADAS
1. VARAS J. Sócrates y Mayéutica. Rev. Obstet. Ginecol.
Hospital Dr. Luis Tisné Brousse. 2009; Vol 4 (1):7-8.
2. R. GUÉNON, Mélanges, Capítulo VI: Conócete a tí
mismo. Ed. Gallimard, Paris 1976.
3. MACINTYRE. Historia de la Ética. Ed. Paidos Studio.
1981. España.
172
Es nuestra convicción personal, por otra parte,
que detrás del oculto portal de nuestro ser auténtico,
se encuentra el descubrimiento del máximo tesoro,
es decir, el encuentro con el Ser que da sustento a
todo el Universo ¿La verdad?
4. PIERRE P. Grassé. El hombre, ese Dios en miniatura.
Ed. Orbis S.A. Hyspamerica. 1986. Chile.
5. PANAGHIOTIS CHRISTOU – KATHARINI PAPASTAMIS. Mitología
Griega. Ed. Bonechi. 2007. Italia.
6. ROBERT GRAVES. Los mitos griegos I, II. Alianza Editorial, Madrid 1989.
7. GAOS, JOSÉ. Antología filosófica: la filosofía griega.
Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes,
2000.
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