Como suele suceder en la mayoría de los jardines de infantes y que

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TÍTULO DE LA EXPERIENCIA: “LA BIBLIOTECA EN MOVIMIENTO”
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CATEGORÍA: BUENAS PRÁCTICAS EN EL AULA EN EL MARCO
DEL DISEÑO CURRICULAR
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SEUDÓNIMO DE LA INSTITUCIÓN: NUEVOS VIENTOS
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SEUDÓNIMO DE LA AUTORA: SCHEHEREZADE
Todos aquellos que nos dedicamos a la educación de los niños de jardín,
sabemos o deberíamos saber que los primeros años de vida de un niño hasta los 6 años
son una etapa fundamental en el desarrollo de sus capacidades motoras, cognitivas y
emocionales; por lo que los estímulos que reciban durante este período son decisivos en
la construcción de la persona.
Asimismo podemos afirmar que cada niño al ingresar al jardín entra con un
cúmulo diferente de experiencias vividas y que es responsabilidad de la escuela brindar
a todos las mismas oportunidades de aprendizaje y de conocimiento de los bienes
culturales.
Por otro lado muchas veces también sucede que aunque se tenga el
conocimiento cueste materializarlo.
Como suele suceder en la mayoría de los jardines de infantes y que
lamentablemente a esta institución no le fue ajena, los libros que valían la pena
escaseaban y también las buenas lecturas. Cada docente de sala leía año tras año
material que su biblioteca personal le ofrecía o se ingeniaba por conseguir algún libro de
otra colega, sin cuestionarse demasiado, en algunos casos; sobre las lecturas que se
planteaban, salvo si les eran ajenas a sus ideas preconcebidas de cómo tenían que ser los
libros para niños en cuanto a lo textual o visual. Del mismo modo en ocasiones, eran
los propios niños a los que se les solicitaba que trajeran algún material literario para
compartir, corriendo el riesgo que no todo sea de la calidad deseada y que por no
menospreciar lo aportado por el niño se terminara leyendo.
En lo que respecta a literatura como en otras cuestiones, dentro del ámbito
escolar también suelen haber ideologías encontradas entre colegas en cuanto a las
concepciones que se manejan de lectura, de lector y de literatura.
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Esto lo comprobaba cuando no con mala intención y sí por propios recorridos de
lectura, circulaban y se ofrecían textos ligados a cuestiones relacionadas con los valores,
que dejaren una enseñanza, que tuvieran finales cerrados o personajes y escenarios
cercanos a los niños, con ilustraciones de colores fuertes y de trazos claros que de
ninguna manera plantearan cuestionamientos o desestabilizaran al pequeño lector.
Escenas en la sala de maestros de mi jardín me daban la pauta de la situación en
la que nos encontrábamos. Las docentes con mayor formación literaria aceptaban
abiertamente libros de diferentes estéticas y miradas; mientras que en boca de otras
colegas se escuchaban expresiones como que los libros en blanco y negro eran “feos”,
que nunca leerían un libro que mostrara imágenes o nombrara alguna palabra
distanciada de lo políticamente correcto y que por el contrario comentaban y mostraban
los libros que leían a sus niños, en alguno de los casos alejados de lo literario. En varias
oportunidades fui testigo, escuché y traté de refutar y emitir mi opinión discrepante al
respecto; mientras pensaba de lo que se pierden y de lo mucho que pierden estos niños
que están atravesando este primer escalón que los podría conectar o desconectar con el
arte de la literatura.
Negar acercar a los niños determinadas estéticas o lecturas porque los prejuicios
de los adultos pisan fuerte, empobrecen la mirada del niño y los terminan convirtiendo
en lectores de un estilo semejante a esas adultas miradas lectoras. Asiento en este
aspecto con lo que dice John Berger sobre el modo de ver las cosas según lo que se sabe
o se cree; a mi entender concluyo que miradas nutridas tendrán la posibilidad de ver y
leer de otra manera el mundo.
Por otro lado, la sección de jardín no contaba con biblioteca propia y sólo
existían en las salas, pequeños estantes con algunos libros que poco tenían para brindar
o que no siempre estaban en las condiciones aptas para la lectura.
Esos libros
terminaban siendo ofrecidos para ocupar un hueco entre una actividad y otra; entonces
la escena de contacto con lo literario, de contacto con los libros por parte de los niños se
terminaba traduciendo en la menos deseada.
En ciertas oportunidades cuando he manifestado la importancia de crear una
biblioteca con libros que sería bueno leer y tener porque sus textos o imágenes, o ambos
nos planteaban un desafío, nos sorprendían, nos desconcertaban o nos dejaban
perplejos; la respuesta era: “Si, pero…”.
Un arreglo visible se anteponía como
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urgencia, sin comprender que también acrecentar la cultura, la sensibilidad de ese niño
se tenía que dar “ahora” y no podía esperar.
Como lo expone tan claramente la
especialista colombiana en literatura Yolanda Reyes: “…sus capacidades comunicativas
e interpretativas están definidas en gran medida por lo que se haya hecho o dejado de
hacer durante los primeros años, lo cual lleva a afirmar que el desarrollo infantil
temprano marca una diferencia dramática en asuntos de lectura…” (Reyes, 2008,
p.215).
Más allá de las discrepancias conceptuales y ante este panorama que se
presentaba como difícil de transitar, siempre tuve la ilusión que me permitiera pensar en
cambios que posibilitaran la unificación de criterios e ideologías en el jardín en cuanto a
lo literario. Posicionándome en la idea que expresa Graciela Montes sobre la escuela
como “la gran ocasión”, creí que era el lugar y la ocasión para allanar caminos lectores,
ocasión para que los niños sientan placer y gusto por la lectura, ocasión para avivar la
actitud de lectura, acercar textos y modificar la mirada; desde el accionar propiamente
dicho, las prácticas.
Convencida que este podría ser el puntapié inicial para que se produzcan
cambios que favorezcan el crecimiento de la cultura de los adultos y los niños de dónde
en este momento trabajo es que comencé a proyectar algunas ideas relacionadas con la
lectura.
Entonces surgía la pregunta de cómo hacer para naturalizar determinados textos,
que logren entrar en las salas, que se pierda el temor a leer o mostrar obras que forman
parte de la cultura, pero que por múltiples razones eran excluidas. La respuesta era
simple; leyéndolos. Así fue que con permiso, en ese momento de la coordinación del
nivel, comencé leyendo sólo en las salas de 5 años libros de mi biblioteca personal que
discrepaban del material presente en la escuela. Decidí dar el primer paso accionando
con los niños desde el murmullo que genera curiosidad e inquietud entre las maestras y
no desde la explosión del hacer que ensordece y busca lo mesiánico.
En cada lectura, la mirada y las palabras de los niños empezaron a reflejar sus
deseos de querer entrar en esos libros; de compartir con otros sus interpretaciones, de
observar minuciosamente, de buscar detalles, de buscar indicios, de levantar la cabeza
como dice Roland Barthes y tejer esa lectura con otras lecturas, de hipotetizar,
interpelar, cuestionar, reelaborar y reinterpretar, poner sus palabras en libros ausentes de
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texto desplegando su ingenio e imaginación. Así la comunidad de lectores se iba
formando.
Para que esto sucediera fue necesario por supuesto habilitar la palabra a los
niños generando pausas y silencios entre cada vuelta de página que permitiera a los
lectores entretejer el texto con las imágenes. Desde mi lugar de mediadora me propuse
brindar ese espacio de construcción colectiva de sentidos, tratando de no entorpecer lo
que se produjera; pero si con la convicción de tomar lo que les permitiera seguir
pensando o que les generara nuevas interpretaciones. Estas pequeñas escenas de lectura
en donde no sólo la selección de los libros fue ideada sino también la modalidad de
lectura interrumpida, que dista de lo tradicionalmente conocido, fue intencional; es que
se generó un movimiento en los niños, destinatarios directos y también en algunas
docentes. Recuerdo que una de ellas, me dijo no haber leído nunca de esa manera y se
había sorprendido el hecho de habilitar la palabra de los lectores a medida que se leía y
se mostraban las imágenes; contraponiéndolo con lo que ella solía concentrar al final de
la lectura.
El primer movimiento que a simple vista parecía ser insignificante, encendió la
chispa para que en algún punto dejara de serlo.
Durante el transcurso de las lecturas que se sucedían en las salas mencionadas,
también era inminente ir conformando una biblioteca o por lo menos tener un corpus de
libros pertenecientes al jardín que permitieran a las maestras contar con un material
acorde al estilo de lector que se pretendía y para que los niños a su vez pudieran entrar
en contacto y disfrutar de los mismos.
En este punto es dónde los buenos argumentos y por supuesto la persistencia,
dieron sus frutos y aunque esto significó seguramente repensar algunos gastos y
postergar un poco algunos arreglos, se consiguieron algunos recursos que permitieron ir
comprando libros. Sumado a esto, las compras de material donadas por los padres en
base a una lista dada y la participación de las maestras en una feria americana a fin de
recaudar fondos, hicieron que del mismo modo que quien mes a mes coloca un par de
ladrillos para construir su casa, la biblioteca del jardín se vaya edificando; por lo que en
la actualidad y luego de 3 años aproximadamente de estar en obra, de haber comenzado
con una caja en dónde entraban holgadamente algunos libros, hoy lleva unos 400 títulos
en un mobiliario dentro de la sala de maestros; que hace que los niños puedan y tengan
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la posibilidad de elegir qué leer y mirar. Libros sólo literarios que fueron buscados y
seleccionados, que implicaron sondeo de lo publicado y rastreo de novedades; que por
diferentes razones provoquen en los lectores desafío, asombro, incertidumbre,
pensamiento, desconcierto, preguntas, magia, emoción.
Es sabido que con una pila de libros no alcanza si no hay una intención fundada
por parte de las docentes de que esos libros se muevan de los estantes. Es por ello, que
nuevamente la acción fue el motor para avanzar en este terreno que se quiso conquistar.
Así comenzaron a realizarse mesas de libros primero en las salas de 4 y 5 años
con la idea de crear espacios de encuentro de los niños con la literatura. De esta manera
los libros salían del espacio de la biblioteca al encuentro de los niños en sus salas.
Para transportar los libros de la biblioteca utilizamos una caja especial para que
recorran cada sala una vez a la semana. Para que no haya superposiciones de horarios
ni fechas con las distintas salas, se arma un cronograma que permita organizar la tarea.
La cantidad de libros que se seleccionan son alrededor de un libro y medio por niño, lo
que equivaldría a la cantidad total de niños más la mitad para que puedan elegir con
libertad y sin condicionamientos. Parte de esta selección que se presenta son libros que
la docente fue leyendo a lo largo de las semanas incluyendo otros que aunque no se
leyeron la docente considere que puedan despertar el interés de los niños o porque deseé
ver la recepción de ellos frente a un material. Lo que sí conviene es privarse de colocar
aquellos que si se observan con anterioridad a ser leído puedan develar una sorpresa o
un final no esperado. En caso que se este trabajando sobre alguna temática también se
puede incluir material referente a ello, como humor gráfico o poesía por citar algunos
ejemplos. Los mismos se colocan sobre una o dos mesas con las tapas a la vista para
que los niños al circular por las mesas puedan tomar el que les interese. La idea es que
ese mismo corpus se mantenga durante un lapso de tiempo y luego se vayan cambiando.
Durante el desarrollo de esta actividad los niños eligen libremente lo que tienen ganas
de leer sin importar que cambien de libro o de libros a lo largo del transcurso de la
mesa. Para la puesta en marcha de esta propuesta lo importante es la postura del
mediador, en este caso, las docentes; que se encargan de observar a los niños para
conocer sus gustos, sus reacciones y sus acciones u ofrecer o intervenir mejor cuando
sea necesario. Rol que también abarca leer a aquellos niños que se lo solicitan, acercar
alguna lectura a aquellos niños que se muestran indecisos, estar atenta a los cuidados sin
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por ello centrar la atención en ese punto. Esta actividad no necesariamente es silenciosa
como muchas veces se pretende sino que todo lo contrario ya que es mucho más
productivo que hablen y se conecten con el otro si desean o se muevan con libertad y
busquen que libro compartir. A modo de cierre de las mesas las docentes reúnen al
grupo y conversan sobre las lecturas o elecciones que realizaron los niños, a su vez ella
realiza algún comentario si lo desea o concluye leyendo algún libro o poesía.
Volviendo a mi relato de como se fueron desarrollando las mesas; como primera
instancia y a lo largo de 2 meses aproximadamente en cada sala me encargué de
seleccionar el material y participar como mediadora en las mesas de libros mientras la
docente de sala acompañaba y observaba el desarrollo de la actividad. Más tarde, tal
como el andamiaje que las docentes realizamos con los niños, me fui corriendo de ese
primer rol para tomar el de la docente hasta que terminaron siendo ellas las encargadas
de sostener semana tras semana esta propuesta.
Recuerdo que en una de las salitas de 5 años, especialmente en los primeros
encuentros ocurría que algunos niños traían libros de sus casas para compartir en esas
mesas. En general, el material que traían era de princesas estereotipadas, de Barbies o
de Cars, nada más alejado de lo que se pretendía mostrar; sin embargo las poníamos en
las mesas y esperábamos a ver lo que ocurría. Al principio el niño dueño del libro
miraba su libro y otros también se sumaban a esa lectura y casi no lograban ver los otros
libros, los ofrecidos por nosotras. Sin censurar ni poner objeciones, nuestra actitud fue
la de ver y observar. Con el correr de los encuentros estos libros ya no eran tales
objetos de deseo como habían sido al inicio de las mesas y sí los de la biblioteca. De
hecho esos libros dejaron de ser traídos por voluntad de los niños y no por pedido
nuestro; por lo que parte del gusto de algunos creo se fue modificando o por lo menos
hubo una cierta apertura hacia otros libros.
Pasada la experiencia con los niños más grandes un año después comencé con
los niños de 2 y 3 años. En los primeros encuentros sólo realicé algunas lecturas,
cantábamos y una vez establecido el vínculo afectivo, les llevé los libros que
comenzaron a manipular y mirar. A medida que fue transcurriendo el tiempo era
increíble como las palabras de estos niños pequeños se iban escuchando cada vez más y
comenzaban a hacer pedidos de una lectura u otra. Los gustos de estos niños también se
iban haciendo visibles con el correr de las lecturas.
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De lo observado en todas estas situaciones en las mesas de libros, muchas
escenas de las buscadas y deseadas se fueron dando desde su puesta en marcha: niños
compartiendo lecturas, opinando, cuestionándose, dialogando ellos con el libro, y ellos
sobre los libros, conjeturando, observando hasta los mínimos detalles, encontrando
rasgos y puntos de encuentro entre libros de un mismo autor o ilustrador, creando sus
propias historias o leyendo alguno de ellos convencionalmente a un grupo de pares y
otros tratando de hacer el esfuerzo de leer aunque sea unas líneas. Se veían niños
eligiendo siempre algo distinto o el mismo libro, el esperado, o buscaban y reclamaban
alguno que no veían, pero querían; otros ansiosos buscaban ese último que se había
leído grupalmente.
A lo largo de estos 3 años, los niños nos han demostrado con sus palabras que la
mesa ocupa un lugar importante entre las propuestas del jardín ya que el día programado
nos expresan sus deseos diciendo: “Después de esto, viene la mesa, no?”; por lo que en
caso que por alguna razón se suspenda la misma, los reclamos se hacen presentes.
Al observar a estos niños disfrutar tanto de esta actividad, el año pasado al final
de las salitas de 5 años decidimos que las familias participen de una mesa con sus hijos.
En tal oportunidad vivenciamos un momento dónde se respiraba gozo, alegría y deseos
de dar a conocer los propios gustos. Nuevas experiencias lectoras entre niños y familias
se estaban inaugurando en algunos o se ampliaban y atesoraban en otros.
Había libros diferentes a los que teníamos 4 años atrás, aunque algunos cambios
se empezaron a plantear; a mi criterio no se podía explotar al máximo los recursos si
algunas docentes no contaban con herramientas o conocimientos verdaderos de la
literatura infantil en general.
Otro momento deseado y esperado había llegado:
comienzo del año lectivo, abril del 2012, día de jornada institucional; instante propicio
para hablar de literatura. En parte para aunar criterios, dar a conocer algunos libros
existentes, particularmente los libros-álbum desconocidos por algunas de las maestras,
hablar de sus características y establecer el rol del mediador; la charla se fue dando
amenamente y la posterior devolución fue positiva.
Aprovechando en este encuentro la energía de los inicios de año se planteó la
idea de crear en las salas algún proyecto específico relacionado con la literatura que sea
desarrollado en algún momento del año; sea de corta o larga duración, además de las
lecturas y las mesas de libros.
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De los proyectos que se gestaron en las salas no puedo dejar de nombrar uno que
planteó la docente de 5 años sobre distintas versiones y adaptaciones de Caperucita
Roja. La secuencia ideada por la maestra hizo que los niños trabajaran no sólo distintos
textos de este clásico sino también los puntos de vista de los personajes principales. De
lo observado puedo aseverar que los niños quedaron sumamente atraídos por lo
propuesto ya que pasado el tiempo de lectura se los escuchaba en el tren o en el patio
seguir hablando de literatura como verdaderos expertos de Caperucita.
Otras propuestas que se llevaron a cabo fueron uno de leyendas en relación con
las regiones del país, la visita de una escritora al jardín, una sobre canciones de cuna y
otra de creación de rimas. Más allá que algunos fueron más elaborados e ideados y
otros tuvieron menor solvencia en cuanto a su fundamentación o desarrollo; el sólo
hecho de haber pensado y dado un lugar concreto a un proyecto de literatura fue un
paso ganado. Para ir avanzando en este terreno sé que con una sola experiencia no es
suficiente, por lo que con las futuras puestas en acción de otros proyectos tengo la
esperanza que progresivamente se vayan mejorando.
Entiendo también que los procesos para incorporar cambios en los esquemas de
trabajo instalados de cada docente son temporalmente diferentes, por lo que
necesariamente hay que dar tiempo. De la misma manera observo que hay oídos y
esquemas más porosos que otros y que en algunos hay que ocuparse más.
Simultáneamente con el desarrollo de las propuestas, se comenzó a realizar en
cada sala, el préstamo de un libro seleccionado. Tanto en los inicios como en la
actualidad, la biblioteca se encuentra en crecimiento y en general sólo cuenta con un
ejemplar por libro por lo que el préstamo a la totalidad de los niños aún no es factible de
realizar porque significaría menos variedad de libros para que las docentes puedan leer
en las salas o para que los niños puedan acceder en las mesas de libros. Por tal motivo,
el préstamo se limita a la elección de uno de ellos para que circule por todas las casas
como si fuera un libro viajero. Dicha elección según el caso lo realizan las docentes o
son los mismos niños por votación que deciden el título grupalmente; una misma lectura
que se comparte en cada familia.
Con el correr de las rondas de préstamo, la idea de una docente se sumó a lo que
se venía desarrollando, por lo que en este momento en las salas de 5, cada niño elige
entre una selección de tres libros. De esta manera mínimamente ampliamos la elección.
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Para el préstamo cada sala cuenta con una bolsa de tela para que ese libro sea
transportado con cuidado y no sufra mayores deterioros y también de alguna forma se
perciba la importancia que le damos al material. Por otro lado, para que quede asentado
el préstamo, en el cuaderno de comunicaciones los niños llevan una nota en el que se
indica la fecha de préstamo y de devolución, como una forma de un acuerdo entre las
partes.
Del mismo modo que otras propuestas de lectura, la aceptación de los niños fue
inmediata y el anhelo de poder compartirlo con la familia aún mayor.
Como el efecto que produce una piedra arrojada en el agua, la biblioteca desde su
inicio generó una onda expansiva que contagió el entusiasmo a muchos de los actores
que participan en la institución escolar. Abrió nuevas ventanas y maneras de mirar los
libros para niños tanto en las docentes como en los niños y sus padres e hizo que todos
pensáramos en alguna medida lo fantástico que es conectarse con la literatura.
Se vieron cambios cuando en las clases de expresión corporal la profesora decidió
tomar los personajes y escenarios de algunos de los libros para que los niños
enriquezcan sus movimientos y desarrollen los sentidos y la imaginación, cuando los
padres nos expresan que en las librerías son los niños los que eligen libros que alguna
vez ellos leyeron en el jardín; o son los mismos padres que dentro de una fiesta
institucional extra-escolar se interesan y buscan un espacio para producir recursos que
amplíen los materiales de la biblioteca.
En lo que respecta a este camino que vamos construyendo sé que hay tramos
que reforzar y también otros que a futuro me gustaría optimizar como tener bibliotecas
en cada sala y que las docentes se comprometan a que ese espacio no se convierta en
uno más, ampliar el material de lectura con libros informativos y de arte, contar con un
lugar propio que no sea el compartido con la sala de maestros, continuar generando
proyectos lectores; y seguir por este camino transitado sin perder el rumbo.
Hay movimientos que se manifiestan y que se observan, que me dan la pauta que
el esfuerzo vale la pena, que leer es importante porque nos conecta con nosotros, con
nuestras emociones y nuestra esencia; y que la escuela, si quiere formar seres sensibles,
amantes de la palabra, de la lectura, no puede cerrar las ventanas y mirar para otro lado.
Atestiguo que en la biblioteca de nuestro jardín hay movimiento.
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