CRÓNICAS FILOSATELITALES Sábado 1º de diciembre Este sábado nos reunimos los amigos de “AmigosdelsatIII”. Es un foro de ferrodementes, aunque eso de “Amigosdelsat III” es medio críptico y yo mismo no sé si acabo de entenderlo (o empiezo, siquiera). Lo de “III” es fácil: antes hubo dos; y lo de “amigos” también. Lo que desconcierta es el puto “sat”, que viene, según averigüé, nomás de “satélite”. Solo que los amigos de “Amigosdelsat” no tenemos mucho que ver con la astronáutica. Pero bueno, lo importante es que somos amigos, y amigos del ferrocarril… amigos no, amantes, apasionados, obsesivos, delirantes. Los trenes tienen eso: cuando pican, pican hondo y para siempre. El amor por todo lo que se deslice sobre rieles palia cualquier otra contradicción, lima cualquier arista, deja romos enconos e inquinas… como todo amor, este amor nos hace mejores. Yo hace relativamente poco que ando entre la ferrocofradía (attenti, los amigos de “Amigosdelsat” no somos todos ferromodelistas –bien que los habemos en abundancia–: no nos enloquecen los trencitos, sino los trenes. Como dice Pushkin de su Oneguin, que es novela pero en verso, diávolskaja ráznitsa, o, en criollo, ¡pavada de diferencia! La cosa fue en City Bell, en la quinta de Octavio Osores (¡OO, sí señó! ¡Trocha trucha forever!), que queda (la quinta) como quien dice en el upite del planeta; pero llegamos. Llegamos Vale, Xóchitl (Sóchil) y el infraescricto, que la purretada se entusiasmó con la perspectiva de la piscina/alberca/pileta y la enana, además, con los “chodhipánez”. Huelga señalar que el primer “¿Falta mucho?” resonó más o menos en la esquina de Arenales y Uruguay, para pasar a convertirse en una suerte de leitmotif Wagneriano o, mejor, la a veces, cómo no, algo monótona e incluso, para qué negarlo, irritante célula minimalista de un Philip Glass. Pero, como decía, llegamos. Penúltimos, pero llegamos. La ferromafia ya estaba en plena ebullición, así dividida: Héctor Aguirre, Fede Bartenc (l´Amiraglio, en “Crónicas ferrofantasmagóricas”, el Gefe, Octavio propiamente dicho, Alejandro López y Claudio Amodio, enyuntados. El infraescricto, Octavio propiamente dicho, Héctor y varios más, portadores de parvulaje, los demás en solitario. Héctor se había adueñado del rol de asador, y sudaba la debida gota gorda puertas adentro, custodiando varias docenas de chorizos y morcillas y kilos de carne. En la crónica te llamaré Vulcano, le advertí y cumplo. Yo exigí, como es de ley, un vaso de vino y aproveché la sufrida presencia de dos o tres turiferarios del alias de Hefesto para agenciarme de varios improvisados canapés de salamín y queso. Saciados así dos de mis tres apetitos capitales (el tercero son los trencitos), me dediqué, escriba que soy de lo que acontece al ser humano, a observar los ídem en tan convivial (el DRAE dice que se dice “convival”, pero se va a la mierda) cónclave congregados. Lo primero que advertí (cuarto pecado capital gratias) fue la calidad del hembraje femenino, comenzando por lapelirrojadelGefe, conocida en su ambiente como Natalia, la cual, amén de su opulenta cabellera, hacía gala del amor, la devoción y el respeto que merece nuestro Líder Máximo, los cuales no cesaban de manifestare en forma particularmente manual, de modo que nuestro Gran Conductor tenía que interceptar o frustrar una caricia para llevarse un bocado de morcilla a la jeta. Conté, además, otro par de niñas de mi edad y sumamente de pro, ladelClaudioAmodio, de apelativo Marilú, y ladelAleLópez, llamada Luciana. LadelHéctor, por su parte, admitió no haber leído mi susodichas “Crónicas ferrofantasmagóricas” y no estar, por ende, al tanto, del ditirámbico panegírico laudatorio dedicado en ellas a su dorima, quien, según la mitología, no solo que es progenie nada menos que de Júpiter/Zeus y Juno/Hera, sino que cónyuge de Venus/Afrodita, de modo que a leer, esta chica Mariahilfer, como le 2 dirían en Viena en vez de María del Socorro. Por si le da fiaca, aquí está el fragmento correspondiente: ELOGIO DEL AGUIRRE “Cuando llego a Donato Álvarez son las seis menos cuarto. Allí conozco a Héctor. Tal como me lo ha anunciado, casi esférico, de andar dificultoso sobre sus pies desparejos (el tendón del izquierdo más corto que el del derecho) y cuyo caminar desacompasado me permito evocar por la historia que lo precede y lo acompaña. Héctor tiene cincuenta pirulos trascendidos hace poco, pero ya es abuelo (¡cómo hago yo para ser más joven que tantos tanto menos viejos!). Su defecto de fábrica lo llevó (a fuer de esfuerzo de su portador, porque, en realidad, muchas ganas de haberlo llevado se ve que no tenía) a aprender a caminar tarde, Daba tres pasos y un porrazo -rima, acaso sin saber- lo cual tuvo la ventaja de que aprendí a caerme. Hoy, los demás tropiezan y se rompen la nariz. Yo nunca me hago más que algún raspón en la rodilla. En el auto habíamos intercambiado tarjetas biográficas. Es especialista en comunicaciones y labura en la Presidencia de la Nación. Como a tantos o a casi todos, la pasión por los trenes le sale no sabe muy bien ni cómo ni de dónde, pero sospecha que el padre tuvo algo que ver. Si las sinapsis no me fallan, he comentado que la Argentina que recuerdo es un paraíso perdido, Ese es de Milton, ¿no?, indaga y me desconcierta. Pienso en Nascimento y en Friedmann antes de atar cabos, Sí, de Juancito Milton, corroboro soltando como quien no quiere la cosa el diminutivo para que él sepa que sí sé de quién está hablando. ¿Cuántos ferroaficionados especialistas en comunicaciones habrá en este país incomprensible que hayan leído (que conozcan siquiera), “Paradise Lost”? Luego, entre cadáveres de estaciones me enteraré de que es aficionado al tango y al folclore, y al blues, Soy un tipo de ciudad, aclara, para justificar el eclecticismo. También le gustan los clásicos, Los que le placen a todo el mundo: Mozart, Beethoven, Chopin, algunas cosas de Schumann, pero lo moderno no. Le cuento que Xóchitl es irrompible, Mi hijo también; cuando tenía tres años se daba unos golpes tremendos y me pedía una curita; como la tenía que ir a buscar, me decía, Ah bueno, entonces no; y seguía jugando. Yo le inculqué lo que aprendí de mi viejo -interpone-: lo primero que tenés que hacer cada vez que te caés es pararte, si no, los de atrás te pisan: primero te parás y después, en todo caso, llorás. En ese momento no, pero ahora que me pongo a ordenar recuerdos, se me cuela este que he contado tantas veces, del viejo pordiosero español, ex actor dramático durante la República, que me citó (en el original primero) este proverbio árabe: La verdadera grandeza del hombre no está en no caerse nunca, sino en levantarse cada vez que se cae. ¿Cuántas veces por día le ha tocado a Héctor ser grande? Me da vértigo pensarlo. ***** Pero en el rubro arrumaco/roncería/soflama la palma de oro se la llevó ladelAmiraglio, alias Cristina, que no le soltó el garfio en toda la jornada, de modo que a él le tocó cortar el vacío con la mano derecha mientras ella se afanaba en pinchar los trocitos con la izquierda, proprio proprio un mutante bicéfalo y, fuerza es decirlo, bisexual. Ustedes hace poco que están de novios, ¿no?, indagué haciendo gala de mi agudo conocimiento de la naturaleza humana. Estamos casados hace quince (¿o eran veinte?) años, replicó el 3 interfecto. Más siete (¿o eran once?) de novios, añadió, sin soltarle la manita, la interfecta. Amarcord mi colega Juanito Rodríguez, quien, contemplando asombrado a don Luis Caro y su mujer, Irene, casados desde tiempos inmemoriales, tomando café en las Naciones Unidas tomaditos de la manito, me dijo, ¡Coño, chico; eso de estar dándole la mano a la mujer de uno de hace cincuenta años es hasta obsceno! ***** IN MEMORIAM JUANITO RODRÍGUEZ Lo conocí en Nueva York allá por los albores de mi avatar de intérprete, en 1975. Juanito era puertorriqueño y hablaba con ríspidas erres. Ya arrastraba dificultosamente los años apoyado en su par de muletas. Sabía que se había hecho intérprete a pulmón, durante la Segunda Guerra Mundial, en la que llegó, si no yerro, a coronel del ejército norteamericano. Nunca quise preguntarle qué le había pasado: el misterio me lo develó sin proponérselo en una reunión en que algún delegado desaforado llamaba a intervenir militarmente no recuerdo dónde, Esta gente no sabe lo que es la guerra, chico. La guerra es lo peor que hay, ¿Te tocó duro?, Menos que a otros. Hasta ahí, el velo apenas se descorría. Pero luego pasamos a hablar de la Guerra Civil Española y entonces me narró que, Como yo sabía español y ya no servía para el combate, en el verano de 1944 me mandaron como jefe de una misión a España. Los españoles nos invitaron a una corrida de toros a la que debía concurrir el Generalísimo. Cuando por fin apareció, toda la arena su puso de pie, estiró el brazo y entró a gritar ¡Franco! ¡Franco! ¿Qué hacemos?, me preguntaron los que estaban conmigo. Nos quedamos sentados. Al rato se nos viene un guardia civil y nos pregunta con cara de pocos amigos ¿Y vosotros no saludáis? Vea, yo perdí estas dos piernas combatiendo ese saludo, y si las tuviera, tampoco me pondría de pie. Dondequiera estés, Juanito, ojalá te llegue la cosquilla de esta entrañable y admirada evocación. ***** L´AMIRAGLIO BARTENC Para los desmemoriados y los desleídos, cito la descripción que me suscitó la mitad masculina del mutante: “La nave capitana, con el rotundo almirante Bartenc, uno de la mitad barbuda del ferrocafiolaje -a quien le corresponderían por derecho un loro al hombro, un parche sobre el ojo derecho, un garfio en sustitución de la mano izquierda y una pata de palo a elección para corroborar su indiscutible perfil de bucanero-, al timón, ostenta, pegados con cola en el parabrisas de su -¿hace falta decirlo?- Eco Sport, a modo de herederos de sextante y astrolabio, dos (2) GPS, uno para llegar y otro por si se pierde, De la época, de Ménem -chascarrilleo-: ¿Cuánto cuesta ese GPS? ¡Ah, bueno, deme dos! El almirante se enfada. Es que a ningún ferrófilo ha de mencionársele el nombre maldito”. ***** 4 Xóchitl y los demás infantes invadieron la alberca/pileta/piscina en un santiamén, pero Vale se quedó sentada a la sombra, en escorzo, como para no estar con nadie, lánguida y silenciosa, con aire de estar enamorada pero sin saber de quién. Nunca le quedaron tan palmarios sus trece abriles… ¡y la cosa no tiene visos de mejorar! Al rato llegaron dos, digámoslo con todas las letras, magníficas Lolitas de su edad (y, año más año menos, también de la mía, para qué decir una cosa por otra). ¿Por qué no te hacés amiga de estas chicas? Mñññgrñññg, musitó en una extraña jerigonza de alienígena. Y luego tradujo, Me quiero ir, Como quieras, pero tu hermana y yo nos quedamos, Mñññgrñññg. Dos minutos después chapaleaba de lo lindo con todos los demás, pero la posición de principio había quedado perfectamente explícita y la dignidad del pavo dignamente salvada. Yo cometí la imprudencia de acercarme más de la cuenta a la pileta/piscina/alberca y el cardumen de párvulos me baño de arriba abajo. ¡Esto es guerra!, exclamé y me metí en la alberca/pileta/piscina, donde fui blanco de un ataque tan concertado como alevoso. En las fotos puede admirarse mi figura de Adonis menos el ombligo, que perdí este año en un trance quirúrgico, erguido como una nereida masculina en la Fuente de Lola Mora. En otra aproximación al miniocéano, la gurisada suplicó que les dejara probar la pipa, cosa que hice sin que ningún progenitor se diera por enterado, morfando como trogloditas cual estaban que si se les hubiera ahogado un vástago no se habrían enterado hasta después del postre. Mismo, por cierto, que consistió en unos como copitos de merengue que duraron lo que un suspiro de ardilla (para escarnio de mi cinghialina, que llegó tarde al festín y prorrumpió en sentido llanto) y un “paztel” que remedaba la remera oficial con la cual, según la ponzoña extraoficial, ha hecho pingüe lucro nuestro Duce, ingeniosamente organizado (el “paztel”): el cuerpo borracho, como corresponde, y las mangas abstemias para el piberío. No sé quién se mandó copos y “paztel”, pero ¡grande! Aunque me estoy adelantando. De contrapartida de la prótesis femenina del Amiraglio fungió el combo termo/mate del Danny McRiley, que dejó traslucir así las gaélicas tradiciones de las que es leal pseudópodo: una pollerita que se hubiera puesto y todos nos habríamos imaginado que sorbía de una gaita. Entretanto fueron saliendo los “chodhipánez”, de los cuales mi porcinetta deglutió dos sin abandonar el líquido elemento. Bueno, pero asómate y que no caiga nada en el agua, contemporicé, espero que sin mayores consecuencias. Al rato aparecieron las viandas para los grandes, y ahí pudo apreciarse en toda su valía el sudoroso afán de Vulcano: la carne estaba deputamadre. Alguno habrá habido que se distrajera admirando la gimnasia manducatoria del Amiraglio mutante o del McRiley, con el termo firmemente afianzado en el sobaco, sorbiendo de la gaita por una comisura y devorando un chorizo por la otra. Yo, por mi parte, no pude sino interrumpir mi detenido estudio de la naturaleza humana, que reanudé presto con el último eructo. Concluida la manducación, se fueron componiendo, descomponiendo y recomponiendo los corrillos, con la cabeza de Daniel Campana asomando por encima de la turbamulta circundante cual la de Blanca Nieves por sobre la de los siete enanitos, y las siluetas (es un decir) tirando a rotundas de su tocayo Grene o de Marcelo Music, portador, como he señalado en mis “Crónicas ferrofantasmagóricas”, de la más perfecta imitación de la testa de Alberto Sordi, así como la no menos imponente de Leonardo Cuello como islas en un apretado mar de gentes. En una de las figuras de contradanza, hicimos rancho aparte quien teclea y el sueco Alberto Barreira, con el cual nos trenzamos en duelo criollo para ver quién la tenía más larga y a quién le olía mejor. No sé en cuanto al segundo certamen, pero el primero seguro que lo habría ganado yo de no ser que yo la tenía más torcida. Así y todo, amigos de Amigosdelsat cual éramos, no 5 permitimos que la rivalidad que en un cuento de Borges habría desembocado en los facones obstara a que las volutas de nuestros beneméritos cachimbos se hermanaran en el éter. Hacia las diecisiete de la tarde pretendí arrear mi purreterío, pero la jabaliciña plañó tan sentidamente que las dejé en remojo un rato más. Hacia las dieciocho, salida de la alberca/piscina/pileta, la quelonia entró a lloriquear de dolor porque tenía las rodillas y los nudillos de los deditos de los pieses a la miseria de tanto haberlos frotado contra la lona. El retorno fue a toda orquesta. Vale trataba de curarla como mejor podía, que no era mucho, y la gliptodontuela no cesaba de clamar, ¡Mamá! ¡Quiero a mi mamá! y demás variaciones del nuevo leitmotif wagneriano. Claro –protesté yo–; a la hora de joder e hinchar las pelotas, ¡Papi! ¡Papi!, pero cuando te duele, ¡Mamá!, y papi que se vaya a la mierda. Llegamos al cabo de una hora. La tiranosaura Regina se fue zollipando derechito al cuarto de ¡Mamá! (que en otras ocasiones también supo ser de papi). Mi Chapu desplegó entonces todo su arsenal de mimos, ungüentos de Pachamama, afeites y demás menjunjes. El dolor amainó, la orquesta lacrimal se llamó a silencio y poco después la micromacrotatú roncaba a pata relativamente suelta, con las rodillitas bermejas para arriba y los cachetes chapeados que daba gloria. Así concluyó la ferroperipecia. Bien pero bien argentina ella: amistad sin venenos, minamen al tono, buen trago, mejor morfi (o al revés), piberío alborozado y, como digno telón de fondo, un día genuinamente peronista (al decir de los meteorólogos de antaño, ¿recordates, gerontes?). Y uno, que para eso parece que anda de paso por este mundo, se viene a teclear estas pamplinas.