Sábado 1º de diciembre de 2012

Anuncio
CRÓNICAS FILOSATELITALES
Sábado 1º de diciembre
Este sábado nos reunimos los amigos de “AmigosdelsatIII”. Es un foro de
ferrodementes, aunque eso de “Amigosdelsat III” es medio críptico y yo mismo no sé si
acabo de entenderlo (o empiezo, siquiera). Lo de “III” es fácil: antes hubo dos; y lo de
“amigos” también. Lo que desconcierta es el puto “sat”, que viene, según averigüé,
nomás de “satélite”. Solo que los amigos de “Amigosdelsat” no tenemos mucho que ver
con la astronáutica. Pero bueno, lo importante es que somos amigos, y amigos del
ferrocarril… amigos no, amantes, apasionados, obsesivos, delirantes. Los trenes tienen
eso: cuando pican, pican hondo y para siempre. El amor por todo lo que se deslice sobre
rieles palia cualquier otra contradicción, lima cualquier arista, deja romos enconos e
inquinas… como todo amor, este amor nos hace mejores. Yo hace relativamente poco
que ando entre la ferrocofradía (attenti, los amigos de “Amigosdelsat” no somos todos
ferromodelistas –bien que los habemos en abundancia–: no nos enloquecen los
trencitos, sino los trenes. Como dice Pushkin de su Oneguin, que es novela pero en
verso, diávolskaja ráznitsa, o, en criollo, ¡pavada de diferencia!
La cosa fue en City Bell, en la quinta de Octavio Osores (¡OO, sí señó! ¡Trocha
trucha forever!), que queda (la quinta) como quien dice en el upite del planeta; pero
llegamos. Llegamos Vale, Xóchitl (Sóchil) y el infraescricto, que la purretada se
entusiasmó con la perspectiva de la piscina/alberca/pileta y la enana, además, con los
“chodhipánez”. Huelga señalar que el primer “¿Falta mucho?” resonó más o menos en
la esquina de Arenales y Uruguay, para pasar a convertirse en una suerte de leitmotif
Wagneriano o, mejor, la a veces, cómo no, algo monótona e incluso, para qué negarlo,
irritante célula minimalista de un Philip Glass. Pero, como decía, llegamos. Penúltimos,
pero llegamos. La ferromafia ya estaba en plena ebullición, así dividida: Héctor
Aguirre, Fede Bartenc (l´Amiraglio, en “Crónicas ferrofantasmagóricas”, el Gefe,
Octavio propiamente dicho, Alejandro López y Claudio Amodio, enyuntados. El
infraescricto, Octavio propiamente dicho, Héctor y varios más, portadores de parvulaje,
los demás en solitario. Héctor se había adueñado del rol de asador, y sudaba la debida
gota gorda puertas adentro, custodiando varias docenas de chorizos y morcillas y kilos
de carne. En la crónica te llamaré Vulcano, le advertí y cumplo. Yo exigí, como es de
ley, un vaso de vino y aproveché la sufrida presencia de dos o tres turiferarios del alias
de Hefesto para agenciarme de varios improvisados canapés de salamín y queso.
Saciados así dos de mis tres apetitos capitales (el tercero son los trencitos), me
dediqué, escriba que soy de lo que acontece al ser humano, a observar los ídem en tan
convivial (el DRAE dice que se dice “convival”, pero se va a la mierda) cónclave
congregados. Lo primero que advertí (cuarto pecado capital gratias) fue la calidad del
hembraje femenino, comenzando por lapelirrojadelGefe, conocida en su ambiente como
Natalia, la cual, amén de su opulenta cabellera, hacía gala del amor, la devoción y el
respeto que merece nuestro Líder Máximo, los cuales no cesaban de manifestare en
forma particularmente manual, de modo que nuestro Gran Conductor tenía que
interceptar o frustrar una caricia para llevarse un bocado de morcilla a la jeta. Conté,
además, otro par de niñas de mi edad y sumamente de pro, ladelClaudioAmodio, de
apelativo Marilú, y ladelAleLópez, llamada Luciana. LadelHéctor, por su parte, admitió
no haber leído mi susodichas “Crónicas ferrofantasmagóricas” y no estar, por ende, al
tanto, del ditirámbico panegírico laudatorio dedicado en ellas a su dorima, quien, según
la mitología, no solo que es progenie nada menos que de Júpiter/Zeus y Juno/Hera, sino
que cónyuge de Venus/Afrodita, de modo que a leer, esta chica Mariahilfer, como le
2
dirían en Viena en vez de María del Socorro. Por si le da fiaca, aquí está el fragmento
correspondiente:
ELOGIO DEL AGUIRRE
“Cuando llego a Donato Álvarez son las seis menos cuarto. Allí conozco a
Héctor. Tal como me lo ha anunciado, casi esférico, de andar dificultoso sobre
sus pies desparejos (el tendón del izquierdo más corto que el del derecho) y cuyo
caminar desacompasado me permito evocar por la historia que lo precede y lo
acompaña. Héctor tiene cincuenta pirulos trascendidos hace poco, pero ya es
abuelo (¡cómo hago yo para ser más joven que tantos tanto menos viejos!). Su
defecto de fábrica lo llevó (a fuer de esfuerzo de su portador, porque, en
realidad, muchas ganas de haberlo llevado se ve que no tenía) a aprender a
caminar tarde, Daba tres pasos y un porrazo -rima, acaso sin saber- lo cual tuvo
la ventaja de que aprendí a caerme. Hoy, los demás tropiezan y se rompen la
nariz. Yo nunca me hago más que algún raspón en la rodilla. En el auto
habíamos intercambiado tarjetas biográficas. Es especialista en comunicaciones
y labura en la Presidencia de la Nación. Como a tantos o a casi todos, la pasión
por los trenes le sale no sabe muy bien ni cómo ni de dónde, pero sospecha que
el padre tuvo algo que ver. Si las sinapsis no me fallan, he comentado que la
Argentina que recuerdo es un paraíso perdido, Ese es de Milton, ¿no?, indaga y
me desconcierta. Pienso en Nascimento y en Friedmann antes de atar cabos, Sí,
de Juancito Milton, corroboro soltando como quien no quiere la cosa el
diminutivo para que él sepa que sí sé de quién está hablando. ¿Cuántos
ferroaficionados especialistas en comunicaciones habrá en este país
incomprensible que hayan leído (que conozcan siquiera), “Paradise Lost”?
Luego, entre cadáveres de estaciones me enteraré de que es aficionado al tango y
al folclore, y al blues, Soy un tipo de ciudad, aclara, para justificar el
eclecticismo. También le gustan los clásicos, Los que le placen a todo el mundo:
Mozart, Beethoven, Chopin, algunas cosas de Schumann, pero lo moderno no.
Le cuento que Xóchitl es irrompible, Mi hijo también; cuando tenía tres años se
daba unos golpes tremendos y me pedía una curita; como la tenía que ir a buscar,
me decía, Ah bueno, entonces no; y seguía jugando. Yo le inculqué lo que
aprendí de mi viejo -interpone-: lo primero que tenés que hacer cada vez que te
caés es pararte, si no, los de atrás te pisan: primero te parás y después, en todo
caso, llorás. En ese momento no, pero ahora que me pongo a ordenar recuerdos,
se me cuela este que he contado tantas veces, del viejo pordiosero español, ex
actor dramático durante la República, que me citó (en el original primero) este
proverbio árabe: La verdadera grandeza del hombre no está en no caerse nunca,
sino en levantarse cada vez que se cae. ¿Cuántas veces por día le ha tocado a
Héctor ser grande? Me da vértigo pensarlo.
*****
Pero en el rubro arrumaco/roncería/soflama la palma de oro se la llevó ladelAmiraglio,
alias Cristina, que no le soltó el garfio en toda la jornada, de modo que a él le tocó
cortar el vacío con la mano derecha mientras ella se afanaba en pinchar los trocitos con
la izquierda, proprio proprio un mutante bicéfalo y, fuerza es decirlo, bisexual. Ustedes
hace poco que están de novios, ¿no?, indagué haciendo gala de mi agudo conocimiento
de la naturaleza humana. Estamos casados hace quince (¿o eran veinte?) años, replicó el
3
interfecto. Más siete (¿o eran once?) de novios, añadió, sin soltarle la manita, la
interfecta. Amarcord mi colega Juanito Rodríguez, quien, contemplando asombrado a
don Luis Caro y su mujer, Irene, casados desde tiempos inmemoriales, tomando café en
las Naciones Unidas tomaditos de la manito, me dijo, ¡Coño, chico; eso de estar dándole
la mano a la mujer de uno de hace cincuenta años es hasta obsceno!
*****
IN MEMORIAM JUANITO RODRÍGUEZ
Lo conocí en Nueva York allá por los albores de mi avatar de intérprete, en
1975. Juanito era puertorriqueño y hablaba con ríspidas erres. Ya arrastraba
dificultosamente los años apoyado en su par de muletas. Sabía que se había
hecho intérprete a pulmón, durante la Segunda Guerra Mundial, en la que llegó,
si no yerro, a coronel del ejército norteamericano. Nunca quise preguntarle qué
le había pasado: el misterio me lo develó sin proponérselo en una reunión en que
algún delegado desaforado llamaba a intervenir militarmente no recuerdo dónde,
Esta gente no sabe lo que es la guerra, chico. La guerra es lo peor que hay, ¿Te
tocó duro?, Menos que a otros. Hasta ahí, el velo apenas se descorría. Pero luego
pasamos a hablar de la Guerra Civil Española y entonces me narró que, Como yo
sabía español y ya no servía para el combate, en el verano de 1944 me mandaron
como jefe de una misión a España. Los españoles nos invitaron a una corrida de
toros a la que debía concurrir el Generalísimo. Cuando por fin apareció, toda la
arena su puso de pie, estiró el brazo y entró a gritar ¡Franco! ¡Franco! ¿Qué
hacemos?, me preguntaron los que estaban conmigo. Nos quedamos sentados. Al
rato se nos viene un guardia civil y nos pregunta con cara de pocos amigos ¿Y
vosotros no saludáis? Vea, yo perdí estas dos piernas combatiendo ese saludo, y
si las tuviera, tampoco me pondría de pie. Dondequiera estés, Juanito, ojalá te
llegue la cosquilla de esta entrañable y admirada evocación.
*****
L´AMIRAGLIO BARTENC
Para los desmemoriados y los desleídos, cito la descripción que me suscitó la mitad
masculina del mutante:
“La nave capitana, con el rotundo almirante Bartenc, uno de la mitad barbuda
del ferrocafiolaje -a quien le corresponderían por derecho un loro al hombro, un
parche sobre el ojo derecho, un garfio en sustitución de la mano izquierda y una
pata de palo a elección para corroborar su indiscutible perfil de bucanero-, al
timón, ostenta, pegados con cola en el parabrisas de su -¿hace falta decirlo?- Eco
Sport, a modo de herederos de sextante y astrolabio, dos (2) GPS, uno para
llegar y otro por si se pierde, De la época, de Ménem -chascarrilleo-: ¿Cuánto
cuesta ese GPS? ¡Ah, bueno, deme dos! El almirante se enfada. Es que a ningún
ferrófilo ha de mencionársele el nombre maldito”.
*****
4
Xóchitl y los demás infantes invadieron la alberca/pileta/piscina en un santiamén, pero
Vale se quedó sentada a la sombra, en escorzo, como para no estar con nadie, lánguida y
silenciosa, con aire de estar enamorada pero sin saber de quién. Nunca le quedaron tan
palmarios sus trece abriles… ¡y la cosa no tiene visos de mejorar! Al rato llegaron dos,
digámoslo con todas las letras, magníficas Lolitas de su edad (y, año más año menos,
también de la mía, para qué decir una cosa por otra). ¿Por qué no te hacés amiga de
estas chicas? Mñññgrñññg, musitó en una extraña jerigonza de alienígena. Y luego
tradujo, Me quiero ir, Como quieras, pero tu hermana y yo nos quedamos, Mñññgrñññg.
Dos minutos después chapaleaba de lo lindo con todos los demás, pero la posición de
principio había quedado perfectamente explícita y la dignidad del pavo dignamente
salvada. Yo cometí la imprudencia de acercarme más de la cuenta a la
pileta/piscina/alberca y el cardumen de párvulos me baño de arriba abajo. ¡Esto es
guerra!, exclamé y me metí en la alberca/pileta/piscina, donde fui blanco de un ataque
tan concertado como alevoso. En las fotos puede admirarse mi figura de Adonis menos
el ombligo, que perdí este año en un trance quirúrgico, erguido como una nereida
masculina en la Fuente de Lola Mora.
En otra aproximación al miniocéano, la gurisada suplicó que les dejara probar la
pipa, cosa que hice sin que ningún progenitor se diera por enterado, morfando como
trogloditas cual estaban que si se les hubiera ahogado un vástago no se habrían enterado
hasta después del postre. Mismo, por cierto, que consistió en unos como copitos de
merengue que duraron lo que un suspiro de ardilla (para escarnio de mi cinghialina, que
llegó tarde al festín y prorrumpió en sentido llanto) y un “paztel” que remedaba la
remera oficial con la cual, según la ponzoña extraoficial, ha hecho pingüe lucro nuestro
Duce, ingeniosamente organizado (el “paztel”): el cuerpo borracho, como corresponde,
y las mangas abstemias para el piberío. No sé quién se mandó copos y “paztel”, pero
¡grande! Aunque me estoy adelantando.
De contrapartida de la prótesis femenina del Amiraglio fungió el combo
termo/mate del Danny McRiley, que dejó traslucir así las gaélicas tradiciones de las que
es leal pseudópodo: una pollerita que se hubiera puesto y todos nos habríamos
imaginado que sorbía de una gaita. Entretanto fueron saliendo los “chodhipánez”, de los
cuales mi porcinetta deglutió dos sin abandonar el líquido elemento. Bueno, pero
asómate y que no caiga nada en el agua, contemporicé, espero que sin mayores
consecuencias. Al rato aparecieron las viandas para los grandes, y ahí pudo apreciarse
en toda su valía el sudoroso afán de Vulcano: la carne estaba deputamadre. Alguno
habrá habido que se distrajera admirando la gimnasia manducatoria del Amiraglio
mutante o del McRiley, con el termo firmemente afianzado en el sobaco, sorbiendo de
la gaita por una comisura y devorando un chorizo por la otra. Yo, por mi parte, no pude
sino interrumpir mi detenido estudio de la naturaleza humana, que reanudé presto con el
último eructo.
Concluida la manducación, se fueron componiendo, descomponiendo y
recomponiendo los corrillos, con la cabeza de Daniel Campana asomando por encima
de la turbamulta circundante cual la de Blanca Nieves por sobre la de los siete enanitos,
y las siluetas (es un decir) tirando a rotundas de su tocayo Grene o de Marcelo Music,
portador, como he señalado en mis “Crónicas ferrofantasmagóricas”, de la más perfecta
imitación de la testa de Alberto Sordi, así como la no menos imponente de Leonardo
Cuello como islas en un apretado mar de gentes. En una de las figuras de contradanza,
hicimos rancho aparte quien teclea y el sueco Alberto Barreira, con el cual nos
trenzamos en duelo criollo para ver quién la tenía más larga y a quién le olía mejor. No
sé en cuanto al segundo certamen, pero el primero seguro que lo habría ganado yo de no
ser que yo la tenía más torcida. Así y todo, amigos de Amigosdelsat cual éramos, no
5
permitimos que la rivalidad que en un cuento de Borges habría desembocado en los
facones obstara a que las volutas de nuestros beneméritos cachimbos se hermanaran en
el éter.
Hacia las diecisiete de la tarde pretendí arrear mi purreterío, pero la jabaliciña
plañó tan sentidamente que las dejé en remojo un rato más. Hacia las dieciocho, salida
de la alberca/piscina/pileta, la quelonia entró a lloriquear de dolor porque tenía las
rodillas y los nudillos de los deditos de los pieses a la miseria de tanto haberlos frotado
contra la lona. El retorno fue a toda orquesta. Vale trataba de curarla como mejor podía,
que no era mucho, y la gliptodontuela no cesaba de clamar, ¡Mamá! ¡Quiero a mi
mamá! y demás variaciones del nuevo leitmotif wagneriano. Claro –protesté yo–; a la
hora de joder e hinchar las pelotas, ¡Papi! ¡Papi!, pero cuando te duele, ¡Mamá!, y papi
que se vaya a la mierda. Llegamos al cabo de una hora. La tiranosaura Regina se fue
zollipando derechito al cuarto de ¡Mamá! (que en otras ocasiones también supo ser de
papi). Mi Chapu desplegó entonces todo su arsenal de mimos, ungüentos de
Pachamama, afeites y demás menjunjes. El dolor amainó, la orquesta lacrimal se llamó
a silencio y poco después la micromacrotatú roncaba a pata relativamente suelta, con las
rodillitas bermejas para arriba y los cachetes chapeados que daba gloria.
Así concluyó la ferroperipecia. Bien pero bien argentina ella: amistad sin
venenos, minamen al tono, buen trago, mejor morfi (o al revés), piberío alborozado y,
como digno telón de fondo, un día genuinamente peronista (al decir de los meteorólogos
de antaño, ¿recordates, gerontes?).
Y uno, que para eso parece que anda de paso por este mundo, se viene a teclear
estas pamplinas.
Descargar