Jodorowsky, Alejandro - Psicomagia

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LIBROS DEL TIEMPO
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ALEJANDRO JODOROWSKY
PSICOMAGIA
Ediciones Siruela
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1.ª edición: marzo de 2004
2.ª edición: marzo de 2004
3.ª edición: mayo de 2004
PREMIO NACIONAL A LA MEJOR
LABOR EDITORIAL CULTURAL 2003
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación
puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna
ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico,
de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
En cubierta: Alejandro Jodorowsky,
foto de © Chico de Luigi
Diseño gráfico: Gloria Gauger
© Alejandro Jodorowsky, 2004
© De la entrevista Lecciones para mutantes,
Javier Esteban Guinea, 2004
© Del apéndice, Martín Bakero, 2004
© Ediciones Siruela, S. A., 2004
Plaza de Manuel Becerra, 15. «El Pabellón»
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[email protected] www.siruela.com
Printed and made in Spain
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Índice
Prólogo
Alejandro Jodorowsky
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PSICOMAGIA
Psicomagia. Esbozos de una terapia pánica
Nota preliminar (Gilíes Farcet)
El acto poético
El acto teatral
El acto onírico
El acto mágico
El acto psicomágico
Algunos actos psicomágicos
Breve epistolario psicomágico
La imaginación al poder
12
17
27
43
50
80
90
95
111
Lecciones para mutantes
Nota preliminar (Javier Esteban)
Llaves del alma
La estela de la vida
Puente invisible
Visiones
El arte de sanar
Entender la vida
114
116
130
137
147
157
163
Curso acelerado de creatividad
Introducción
Ejercicios de imaginación
Técnicas de la imaginación
Aplicaciones terapéuticas
168
174
186
189
Apéndice. La psicomagia: poesía aplicada
al tratamiento de la locura
Martín Bakero
193
4
Prólogo
Habiendo vivido muchos años en la capital de México tuve oportunidad de
estudiar los métodos de aquellos a los que se les llama «brujos» o «curanderos».
Son legiones. Cada barrio tiene el suyo. En pleno corazón de la ciudad se alza el
gran mercado de Sonora, donde se venden exclusivamente productos mágicos:
velas de colores, peces disecados en forma de diablo, imágenes de santos,
plantas medicinales, jabones benditos, tarots, amuletos, esculturas en yeso de la
Virgen de Guadalupe convertida en esqueleto, etc. En algunas trastiendas
sumidas en la penumbra, mujeres con un triángulo pintado en la frente frotan
con manojos de hierbas y agua bendita a quienes van a consultarles, y les
practican «limpias» del cuerpo y del aura... Los médicos profesionales, hijos
fieles de la Universidad, desprecian estas prácticas. Según ellos la medicina es
una ciencia. Quisieran llegar a encontrar el remedio ideal, preciso, para cada
enfermedad, tratando de no diferenciarse los unos de los otros. Desean que la
medicina sea una, oficial, sin improvisaciones y aplicada a pacientes a los que se
les trata sólo como cuerpos. Ninguno se propone curar el alma. Por el contrario,
para los curanderos la medicina es un arte.
Le es más fácil al inconsciente comprender el lenguaje onírico que el lenguaje
racional. Desde cierto punto de vista, las enfermedades son sueños, mensajes
que revelan problemas no resueltos. Los curanderos, con una gran creatividad,
desarrollan técnicas personales, ceremonias, hechizos, extrañas medicinas tales
como lavativas de café con leche, infusiones de tornillos oxidados, compresas
de puré de papas, píldoras de excremento animal o huevos de polilla. Algunos
tienen más imaginación o talento que otros, pero todos, si se les consulta con fe,
son útiles. Hablan al ser primitivo, supersticioso, que cada ciudadano lleva
dentro.
Viendo operar a estos terapeutas populares, que a menudo hacen pasar por
milagros trucos dignos de un gran prestidigitador, concebí la noción de
«trampa sagrada». Para que lo extraordinario ocurra es necesario que el
enfermo, admitiendo la existencia del milagro, crea firmemente que se puede
curar. Para tener éxito, el brujo, en los primeros encuentros, se ve obligado a
emplear trucos que convencen a aquél de que la realidad material obedece al
espíritu. Una vez que la trampa sagrada embauca al consultante, éste
experimenta una transformación interior que le permite captar el mundo desde
la intuición más que desde la razón. Sólo entonces el verdadero milagro puede
acontecer.
Pero, me pregunté en aquella época, si se elimina la trampa sagrada, ¿se
puede con esta terapia artística sanar a personas sin fe? Por otra parte, aunque
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la mente racional guíe al individuo, ¿podemos decir que alguien carece de fe?
En todo momento el inconsciente sobrepasa los límites de nuestra razón, ya sea
por medio de sueños o de actos fallidos. Si es así, ¿no hay una manera de hacer
actuar al inconsciente, como un aliado, de forma voluntaria? Cierto incidente
que ocurrió en uno de mis cursos de psicogenealogía me indicó el camino: en el
momento en que yo describía las causas de la neurosis de fracaso, un alumno,
médico cirujano, cayó al suelo retorciéndose con espasmos de dolor. Parecía un
ataque de epilepsia. En medio del pánico general, sin que nadie supiese cómo
ayudarlo, me acerqué al afectado y sin saber por qué le quité, con bastante
trabajo, del dedo anular de su mano izquierda el anillo de casado.
Inmediatamente se calmó. Me di cuenta de que para el inconsciente los objetos
que nos acompañan y rodean forman parte de su lenguaje. Así como
poniéndole un anillo a una persona se la podía encadenar, quitándole ese anillo
se la podía aliviar... Otra experiencia me resultó muy reveladora: mi hijo Adán,
con seis meses de edad, padecía una fuerte bronquitis. Un médico amigo,
fitoterapeuta, le había recetado unas gotas de aceite esencial de plantas. Mi ex
mujer Valeria, madre de Adán, debía verterle en la boca treinta gotas tres veces
al día. Pronto se quejó de que el niño no mejoraba. Le dije: «Lo que pasa es que
tú no crees en el remedio. ¿En qué religión fuiste educada?». «¡Como toda
mexicana, en la católica!» «Entonces vamos a agregar fe a esas gotas. Cada vez
que se las des, reza un padrenuestro.» Valeria así lo hizo. Adán mejoró rápidamente.
Comencé entonces, con gran prudencia en mis lecturas de Tarot, cuando el
consultante se preguntaba cómo solucionar un problema, a recetar actos de lo
que llamé «psicomagia». ¿Por qué no «magia»?
Para que su primitiva terapia funcione, el curandero, apoyándose en el
espíritu supersticioso del paciente, debe mantener un misterio, presentarse
como propietario de poderes extrahumanos, obtenidos por una secreta
iniciación, contando para curar con aliados divinos e infernales. Los remedios
que da deben ingerirse sin conocer su composición y los actos recomendados
deben realizarse sin tratar de saber el porqué. En la Psicomagia, en lugar de una
creencia supersticiosa se necesita la comprensión del consultante. Él debe saber
el porqué de cada una de sus acciones. El psicomago, de curandero pasa a ser
consejero: gracias a sus recetas el paciente se convierte en su propio sanador.
Esta terapia no me llegó como una iluminación súbita sino que se
perfeccionó, paso a paso, en el transcurso de muchos años... Al comienzo
parecía tan extravagante, tan poco «científica», que sólo pude experimentarla
con amigos y familiares... De vez en cuando, en mis conferencias en París, hacía
referencia a ella... Cierta vez fui invitado al centro de estudios fundado por el
maestro espiritual Arnaud Desjardins. Este, que se había enterado de mis
búsquedas, me preguntó si podía solucionar un mal que padecía su suegra, un
eczema en la palma de las manos... Pensé que la señora, al mostrar sus manos
afectadas, hacía un gesto de petición, pues se sentía excluida de la pareja que
formaba su hija. Le pedí al Maestro que él y su esposa, delante de la enferma,
escupieran abundantemente sobre un montoncillo de arcilla verde para esparcir
luego la pasta resultante sobre el eczema. El mal desapareció rápidamente.
Gilles Farcet, un joven discípulo de Desjardins, aconsejado por su guía vino a
verme, con el pretexto de una entrevista, para conocer mis extrañas teorías. De
nuestro encuentro resultó un pequeño libro en forma de biografía, titulado La
trampa sagrada, que conquistó a un buen número de lectores. Gilles, entonces,
me propuso desarrollar más extensamente mis ideas al mismo tiempo que,
queriendo comprobar sus efectos, me solicitó un consejo de psicomagia para
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llegar a ser «un escritor profundamente espiritual». Le propuse que escribiera
un libro de entrevistas conmigo que se llamaría Psicomagia, y que se subtituló
Esbozos de una terapia pánica. Mi joven amigo dudó: no conociendo para nada el
tema, se sentía incapaz de plantearme preguntas interesantes. «Precisamente
por eso te receto este acto. El ave del espíritu debe liberarse de la jaula racional.
Para ello romperemos el orden lógico. En lugar de que tú me preguntes y yo te
responda, primero yo te responderé y luego tú me preguntarás... Es decir, el
efecto vendrá antes que la causa.» Así lo hicimos: Farcet se sentó frente a mí con
una grabadora y yo fui dando respuestas a preguntas inexistentes durante diez
horas seguidas. Por momentos, mi joven entrevistador se dormía aferrado a su
máquina. Gilles dividió luego ese material en fragmentos ordenados y los
encabezó con preguntas. Como se internaba en terrenos desconocidos (me había
dicho: «No sé si se pueden conciliar búsqueda artística y búsqueda
terapéutica»), las escribió en un tono objetivo declarando: «No soy uno de sus
fieles. No he escrito este libro como aprendiz sino como amigo. De ahí la sana
perplejidad que a veces opongo a sus palabras, la que por feliz efecto lo obliga a
precisar su pensamiento».
Cuando Marc de Smedt, el director de la colección «Espaces libres» en Albin
Michel, Francia, aceptó publicar el libro lo hizo con la condición de cambiarle el
título. «Nadie conoce la palabra psicomagia. Mejor llamarlo: Le théâtre de la
guérison, une thérapie panique».
El teatro de la sanación apareció en 1995. Provocó un gran interés. Recibí una
nutrida correspondencia pidiéndome actos psicomágicos. Para desarrollar esta
técnica, hasta ahora practicada en forma exclusivamente intuitiva, decidí
aceptar dos consultantes diarios, de lunes a viernes, en sesiones de una hora y
media. Después de establecer sus árboles genealógicos -hermanos, padres, tíos,
abuelos y bisabuelos-, les aconsejé actos psicomágicos que produjeron
resultados notables. Pude así descubrir cierto número de leyes que me
permitieron enseñar este arte a gran cantidad de alumnos, muchos de ellos ya
terapeutas establecidos. Concedí sesiones privadas durante dos años, al cabo de
los cuales comencé a escribir mi Danza de la realidad. Gilles Farcet realizó su
carrera de escritor espiritual y hoy en día, un noble padre de familia, conduce al
redil a muchos espíritus descarriados colaborando con Arnaud Desjardins en
tan ardua tarea.
Después de la publicación en España por Siruela de La danza de la realidad
(2001), amén de generosas entrevistas que Fernando Sánchez Dragó me hizo en
la televisión, la Psicomagia fue conocida por el gran público. No faltaron
entusiastas que temerariamente, sin haber tenido nunca una honesta actividad
artística ni terapéutica, quisieron practicarla dando, por incapacidad creativa,
consejos que eran ingenuas imitaciones de los míos.
En el año 2002 di en Madrid una conferencia para un público de unas
seiscientas personas en un aula universitaria. Hábilmente conducidos por mi
presentador, el joven profesor Javier Esteban, los alumnos me plantearon sus
problemas solicitando consejos de psicomagia para resolverlos. Al final del acto,
Javier me obsequió con un ejemplar de su libro Duermevela, en el que describe
sus sueños. («Voy a una tienda donde venden miles de aparejos de pesca
gigantescos. El anzuelo me llega por la rodilla. El hombre que me acompaña me
enseña a pescar pero me dice que no hace falta caña ni aparejo alguno. Los tiro
y atravesamos un bosque hasta llegar a un río. Los peces saltan a nuestras
manos.») Considero que sus escritos tienen un sentido sanador. Javier, a su vez,
expresa su adhesión a mis ideas y me pide una cita con el objeto de hacerme las
preguntas que se plantea la juventud, preguntas a las que no responde el actual
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sistema educativo. «Los alumnos han mutado, desgraciadamente los profesores
siguen manteniendo su arcaica manera de pensar», me dice. Viaja a París y me
interroga durante algunos días. «Piense sin límites, hable para los jóvenes
mutantes.» Así nacieron la segunda y la tercera parte de este libro.
En apéndice, el testimonio de Martín Bakero, poeta y doctor en
psicopatología, que asistió a un taller mío dado en Santiago de Chile y después
viajó a París para perfeccionar su comprensión de mi trabajo. Tiene el mérito de
haber aplicado la psicomagia a la curación de enfermos mentales. Gracias a él
puedo concebir la esperanza de que este arte de curar sea empleado un día
como complemento de la medicina oficial.
Alejandro Jodorowsky
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PSICOMAGIA
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Psicomagia. Esbozos de una terapia pánica
(conversaciones con Gilles Farcet)
10
T ítu lo o r i gi n al : P s yc ho ma g ie. Ap p ro c he s d 'u n e th érap ie p a niq u e, tr a d uc ció n d e
Cri s tó b a l S a nt a Cr uz.
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Nota preliminar
«No soy un borracho, pero tampoco soy un santo. Un hechicero no debería
ser un "santo"... Debería poder descender tan bajo como un piojo y elevarse tan
alto como un águila... Debes ser dios y diablo a la vez. Ser un buen hechicero
significa estar en medio de la tormenta y no guarecerse. Quiere decir
experimentar la vida en todas sus fases. Quiere decir hacer el loco de vez en
cuando. Eso también es sagrado.»
Corzo Cojo
(brujo siux de la tribu Lakota)
Un día, tras muchas veladas en su biblioteca intentando desvelar el sentido
profundo de la psicomagia, pregunté a Alejandro Jodorowsky si pensaba
prescribirme un acto. Él me respondió que el mero hecho de confeccionar este
libro en su compañía constituiría un acto suficientemente poderoso. ¿Porqué
no?
En realidad, Jodorowsky es en sí un acto psicomágico ambulante, un
personaje alta y definitivamente «pánico», cuyo trato introduce algunas fisuras
en el orden de nuestro universo, tan previsible en apariencia.
Dramaturgo que, con sus cómplices Arrabal y Topor, ha marcado la historia
del teatro con su tan bien denominado movimiento «pánico»; realizador de
películas de culto, como El Topo o La montaña sagrada, a las cuales los
norteamericanos -impagables- dedican tesis y sabios estudios; escritor, autor de
historietas para cómic que se permite el lujo de trabajar con nuestros mejores
dibujantes; padre atento de cinco niños con los cuales mantiene actualmente
una relación tornasolada, Jodorowsky es hoy el tarólogo sin normas cuyas
intuiciones han dejado a más de uno boquiabierto; es, además, el payaso convulsivo del Cabaret Místico1 que, en un momento en el que el público parisino
da la espalda a las conferencias, consigue abarrotar sus auditorios con el mejor
poder publicitario del boca a boca; mago internacional -interestelar, podríamos
decir, bajo la influencia de Moebius- al que han consultado estrellas de rock y
artistas del mundo entero...
Desde hace muchos años, y sin ninguna publicidad, Jodorowsky anima cada miércoles en
París una conferencia-happening donde aborda temas terapéuticos. La entrada es libre,
quinientos espectadores asisten cada semana. Al final de la sesión del Cabaret Místico, unos
voluntarios hacen una colecta, lo que permite pagar el alquiler de la sala. Tres días antes del
comienzo de la conferencia, y siempre gratuitamente, Jodorowsky lee el tarot a unas treinta
personas. Estas, una vez concluida la lectura, y a modo de pago, deben trazar con su índice la
palabra «gracias» sobre las manos de Alejandro.
1
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Este chileno de origen ruso, radicado durante muchos años en México y
ahora enraizado en Francia, es un personaje que los novelistas de hoy,
demasiado gélidos, no podrían crear, un ser que ha llevado la imaginación al
poder en todos los recovecos de su existencia multidimensional.
Su casa, sabia alianza de orden y desorden, de organización y caos, es un fiel
espejo de su huésped o, simplemente, de la vida. Constituye una experiencia en
sí visitar esta cantera sembrada de libros, vídeos, juguetes infantiles, etc. Allí
uno puede toparse con los dibujantes Moebius, Boucq o Besse, así como con un
gato o una mujer venida de no se sabe dónde y que parece estar cuidando por
un tiempo de la casa... Es un lugar de potencia poética, una concentración de
energías sobreabundantes y, sin embargo, dominadas.
Sobra decir que trabajar con un personaje pánico no es una sinecura. Y esto,
en primer lugar, porque Jodorowsky ignora los plannings, las agendas y otro
tipo de apremios temporales que rigen la vida de los terrenales. Cuando me
propuse poner en papel su aventura psicomágica, comprendí que tenía que
dedicarme exclusivamente a tal empresa. Con él no hay previsiones, plazos
fijados de antemano, citas debidamente anotadas: las cosas se hacen al instante.
Todo en él tiene la cualidad del fulgor. No es que sea incapaz de someterse a
una disciplina o plegarse a horarios, todo lo contrario; pero en fin, ahí hay un
misterio: ¿cómo este hombre que, una vez concluidas nuestras citas
psicomágicas, partía a realizar una película de nombre evocador -The Rainbow
Thief (El ladrón del arco iris, 1990)-puede dirigir un rodaje de gran presupuesto,
domar a monstruos sagrados como Peter O'Toole, Omar Sharif o Christopher
Lee, imponer su sensibilidad a productores tan materialistas como inquietos y,
por otra parte, no tomar nota de ninguno de sus compromisos futuros y aceptar
en septiembre una conferencia para marzo sin apuntar el día en una libreta,
razón por la cual, a medida que se acerca la fecha de su intervención, hay que
localizarlo, por miedo a que se haya olvidado de su compromiso y desaparezca
hacia cualquier punto del planeta?
Alejandro es un convencido del carácter convulso de la realidad, y de ahí ese
aspecto fascinante y agotador que le hace ser desmesurado en todas sus
manifestaciones. Cuando alguien le pone un público enfrente, rara vez resiste la
tentación de llevarlo hasta el límite. Rasgo muy sudamericano el de este ser
excepcional que, en privado, sabe mostrarse como la persona más dulce y
humilde y que de pronto puede, en un abrir y cerrar de ojos, transformarse en
una ópera barroca del mismo calibre que sus películas, donde lo grotesco
compite con lo grave, lo obsceno con lo sagrado. Jodorowsky se mantiene
siempre en el linde; baila sobre la sutil frontera que separa la creación de la
provocación gratuita, la innovación del salvaje atentado contra el buen gusto, la
audacia de la indecencia... Moebius, el genial dibujante de El Incal,
familiarizado con estos métodos tras quince años de colaboración, ve en ello «la
técnica empleada por Alejandro a fin de socavar la resistencia del universo...».
En cualquier caso, con Jodorowsky las cosas siempre acaban por arreglarse,
pese a los traumas infligidos en los nervios de los organizadores. Este hombre
no tiene parangón en la capacidad de hacer pivotar una situación que se
presentaba bajo los peores auspicios y dar la vuelta a la realidad como si de un
guante se tratara.
Mencionaré aquí una anécdota, que más adelante recordaremos [en pág. 53],
que ilustra bien esta capacidad de dar la vuelta a la realidad, operación para la
cual conviene estar preparado, si uno tiene la audacia de andar en compañía de
él.
Habíamos acordado hacer una actuación conjunta con motivo de una feria en
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la que todos los años se dan cita herbolarios biológicos, vendedores de bañeras
de burbujas, esotéricos de todo pelaje, poetas de la madre Naturaleza, editores y
médicos alternativos... ¿Fue un error táctico? El caso fue que, cuando llegué a
Vincennes en busca de mi héroe, lo hallé totalmente absorto en la elaboración
de un guión de historieta que se negaba a abandonar para ir «a la Mejorana»,
como decía él, a dar una charla...
Yo insistí, alegando que nos esperaban y que no podíamos faltar a nuestra
palabra, hasta que finalmente Jodorowsky aceptó a regañadientes subir a mi
coche, no sin repetirme durante todo el trayecto: «Esto yo no lo siento,
¿comprendes...? No me parece que tengamos algo que hacer en la Mejorana...».
Cuando llegamos al lugar en cuestión, encontramos lo peor: una sala abierta a
los cuatro vientos, sin micrófono ni sillas, y un centenar de personas que habían
venido a escuchar no a Jodorowsky, sino, a causa de un error de programación,
al doctor Woestlandt, simpático autor de best-sellers médico-esotéricos...
Mientras yo me sulfuraba, mi genial cómplice, tras captar con una ojeada la
magnitud de la catástrofe, me increpó en tono fatalista: «¿Lo ves? ¡Ya te lo decía
yo!», y se dio media vuelta marchándose sin más...
Mi compañera corrió detrás de él y le suplicó que hablara de todas formas.
Evidentemente sensible a las razones femeninas, Alejandro volvió sobre sus
pasos y me dijo: «Está bien, esa gente quiere escuchar al doctor Westphaler;
okay, ¿por qué no me presentas como si fuera él? Diles que soy el doctor
Wiesen-Wiesen y que les voy a hablar...».
Tal vez hoy yo hubiera aceptado de buena gana el desafío; pero por entonces
estaba todavía convencido de esa idea tradicional de que el doctor Woestlandt
es el doctor Woestlandt, Gilles es Gilles y Jodorowsky es Jodorowsky... Ese
concepto de lo real hacía imposible que me prestara a tamaña mascarada. En
esas condiciones, improvisé unas sencillas palabras para presentar a mi
peligroso amigo, el cual, plantándose ante su desconcertado público, comenzó a
hablar en tono conciliador: «Miren, yo no soy el doctor Westphallus; pero eso es
lo de menos, la persona no tiene importancia. Imaginen ustedes que soy el
doctor Wiesen-Wiesen y háganme preguntas. Poco importa la persona, yo les
contestaré como si fuera el doctor Wuf-Wuf...».
La gente, al comienzo, parecía atónita, pero muy rápidamente se entregó al
sortilegio y entró en el juego de Jodorowsky, que, ante mi mirada incrédula,
consiguió un rotundo éxito. A la hora del coloquio, invitó a sus improvisados
oyentes, con entonación cantarina, a que le contaran sus problemas y
aprovecharan así la suerte que el destino les había deparado: «Atención, hagan
sus preguntas porque ésta es la última vez que vengo a la Mejorana...».
Después de visitar el stand de las ediciones Dervy para comprar el libro del
doctor Woestlandt («hay que saber al menos quién es ese doctor Westphaler,
¿no?»), Alejandro entró en la cafetería, donde, en pocos segundos, se encontró
rodeado de admiradores, y continuó regalando consejos y observaciones
iluminadas, con una amabilidad extraordinaria.
Y así fue como una tarde que había empezado siendo un fiasco terminó en
apoteosis.
Habría que hablar aquí también de su increíble intuición: no es raro que
Alejandro, al ver por primera vez a una persona, le diga a bocajarro una verdad
que ella creía tener perfectamente oculta, dejando en su interlocutor la
tremenda impresión de estar frente a un mago omnisciente.
Un amigo -al que llamaremos Claude Salzmann- nunca podrá olvidar esa
noche, a la salida de una conferencia que ya en sí había sido épica, en que nos
sentamos en la terraza de un café de la Place Saint Sulpice y Alejandro, de golpe
pero con delicadeza, se empeñó en hacerle una de esas revelaciones: «Escucha,
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Salzmann, ¿puedo hablarte? Eres amigo de mi amigo, y por eso voy a
permitirme hablarte, ¿de acuerdo? Escucha, Salzmann, cuando te miro, veo a un
hombre de naturaleza dividida: tu labio superior es muy diferente a tu labio
inferior». (Miré a Claude y vi, por primera vez, ese rasgo notable de su
fisonomía.) «Tu labio superior, muy delgado, es el de un hombre serio,
espiritual, casi rígido, labio de asceta... Pero tu labio inferior, grueso, carnoso, es
el labio de un hombre sensual, amante del placer... Sí, en ti coexisten esas dos
naturalezas, Salzmann, y debes conciliarlas...» Aunque en sí parecía una obviedad, el comentario impresionó a mi amigo, quien precisamente en aquellos
días parecía concentrado como nunca en armonizar esas dos inclinaciones,
contradictorias para la lógica tradicional, pero complementarias para la
profunda.
¿A cuántas personas habré escuchado decir que Alejandro, apoyado en una
carta de su tarot o en su sola capacidad de observación, les había mostrado en
una palabra el conflicto al que se enfrentaban en ese momento, sacando a la luz
un misterioso secreto de su personalidad?
Un día lo visité con una amiga mía de la cual Alejandro nada sabía. Recuerdo
haber quedado totalmente sorprendido al observar cómo, sin que ella hubiese
preguntado aún, él concentraba en un par de frases, tras sacar ella las cartas, lo
esencial de la situación en que se encontraba. No es extraño, entonces, que
nuestro hombre suscite pasiones y devoción.
El rey Jodorowsky impera en su corte, rodeado de un enjambre de fieles para
los cuales el Cabaret Místico representa una verdadera misa. Algunos, incluso,
acuden desde hace años al oficio y siguen con devoción las más peregrinas
ocurrencias del maestro...
Creo que huelga precisar que yo no formo parte de esa grey. Lo nuestro es,
sobre todo, un diálogo entre amigos. De ahí esa sana perplejidad con que a
veces recibo sus comentarios, y que también debido a esa amistad tiene el buen
efecto de obligarle a precisar su pensamiento.
Porque su extraordinario brillo, que provoca siempre fascinación, puede
también llevar a la duda e incluso a la irritación: por exactas que sean, muchas
veces sus incisivas intuiciones pueden parecer apresuradas. Después de verlo
entregado a sus terapias-relámpago en el marco del Cabaret, donde se
enorgullece de liberar viejos nudos psicológicos en una sola noche, de un solo
golpe de árbol genealógico salpimentado con una punta de «psicomagia», el
espectador bien dispuesto, que a la vez conserva su buen sentido crítico, no
podrá sino oscilar entre la admiración y el escepticismo, la estupefacción y la
duda. Admiración y estupefacción, pues la actuación de este actor sin igual, su
poder para sostener y guiar la energía de quinientas personas en una sala y la
férrea pertinencia de sus observaciones cortan la respiración. Escepticismo y
duda, por otra parte, pues esas veladas llenas de risas y emoción, en las cuales
la miseria humana es colocada en escena con un enorme arrojo, donde
complejos y traumas son sacados a la luz y tratados por el «maestro» con una
sabia mezcla de perspicacia, exageración y benevolencia, son la primicia de un
nuevo género, el del reality-show analítico-espiritual. De allí uno sale convencido
e inquieto a la vez, preguntándose sobre el verdadero alcance y sobre los efectos
a largo plazo de ese revoltijo artístico-terapéutico.
Hay algo de sacamuelas y de curandero de feria en este visionario que se
autodenomina «tramposo sagrado». Pero, finalmente, esa faceta de «charlatán
trascendente», que es parte importante del personaje Jodorowsky, está puesta al
servicio de una rara energía compasiva. Podría decirse de Alejandro que es un
bodhisattva a la salsa sudamericana, una salsa con mucha pimienta...
No se es tramposo sagrado con sólo empeñarse en serlo; bajo la desmesura y
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la aparente desenvoltura de este artista que se aparta de todos los cánones, hay
mucho rigor -un rigor muy particular pero rigor al fin-, un potencial de
creatividad inagotable, una profunda visión poética y, estoy convencido, mucha
bondad.
Porque nuestro hombre tiene el corazón puro. Aun siendo rey, Jodorowsky
no abusa del poder casi absoluto que le otorgan muchos de sus súbditos. Su
Majestad es su propio bufón; nunca teme poner sus propias enseñanzas en tela
de juicio con una buena dosis de humor. Aunque no desecha el homenaje de
sus seguidores, tampoco muestra la menor intención de verse convertido en
ídolo. Desinteresado por excelencia -como he podido comprobar en tantas
ocasiones-, Jodorowsky sigue siendo, a mi modo de ver, crucialmente lúcido,
consciente, tanto de sus poderes como de sus limitaciones. Él ha tenido la suerte
de acercarse a verdaderos maestros -como el japonés Ejo Takata, que lo marcó
con el hierro candente del zazén- y, sin embargo, no por eso se limita a ser gurú
en el sentido estricto y noble de la palabra; él es más bien un genio benévolo e
inquietante con el que cada cual puede andar un trecho del camino.
-Crece un poco - dijo un día Jodorowsky a su veinteañera hija Eugenia.
A lo que ésta replicó:
-¡Y tú redúcete un poco!
Que el mismo Alejandro cite, no sin orgullo, esa aguda respuesta de su hija
dice mucho del personaje.
Servidor de la verdad, aunque a veces con cierto aire de farsante,
saltimbanqui descarado que no pide sino callar e inclinarse ante quien lo
supera, Jodorowsky pertenece, a todas luces, a la raza de los locos sabios. Si
bien el clown místico puede inspirar fascinación o aversión inmediatas -y a
veces también ambas cosas a la vez-, es mucho lo que se gana conociendo a este
hombre en toda su riqueza interior.
Aunque ha publicado varias novelas e infinidad de historietas, Jodorowsky
esperó la edad de la jubilación para escribir sobre lo que más le importa. Al hilo
de nuestras conversaciones, Alejandro me condujo por un viaje mágico con el
arte de un Castaneda que hubiera hecho teatro. A este viaje se nos invita ahora.
Este libro tiene tanto de autobiografía artístico-espiritual como de guía en una
nueva terapia. Ventana abierta a un mundo en el cual la poesía se encarna en
tumultos, en el que el teatro se vuelve sacrificio ritual y en el que una bruja real,
armada de un cuchillo de cocina, cura cánceres, cambia corazones y alimenta
los sueños de la noche, esta obra permanecerá, así lo espero, como la huella del
paso entre nosotros de un ser de una dimensión poco común.
Gilles Farcet
París, 1989-1993
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El acto poético
Supongo que el nacimiento de lo que usted llama psicomagia respondió a una
necesidad...
Efectivamente, así fue. Durante una época de mi vida, en el marco de mi
actividad como especialista en tarot, recibía al menos a dos personas al día para
leerles las cartas...
¿Les predecía el futuro?
¡En absoluto! Yo no creo en la posibilidad real de predecir el futuro, en la
medida en que, a partir del momento en que ves el futuro, lo modificas o lo
creas. Al predecir un acontecimiento, uno lo provoca: es lo que en psicología
social se denomina «realización automática de las predicciones». Aquí tengo un
texto de Anne Ancelin Schutzberger, profesora de la Universidad de Niza, que
evoca precisamente ese fenómeno: «Si se observa cuidadosamente el pasado de
un cierto número de enfermos graves de cáncer, se advierte que se trata,
muchas veces, de personas que durante su infancia hicieron una predicción
sobre sí mismas, que han desarrollado un "guión de vida" inconsciente (de ellos
mismos o de sus familias) relacionado con su vida y su muerte, a veces incluso
con indicación de fecha, momento, día y edad, y que luego se ven efectivamente
en esa situación de murientes. Por ejemplo a los 33 años -la edad de Jesucristoo a los 45 -edad en que murió su padre o su madre, o cuando su hijo cumplió 7
años -porque a esa edad esa persona quedó huérfana-. Son ejemplos de una
especie de realización automática de las predicciones personales o familiares».
Asimismo, como señala Rosenthal, si un profesor prevé que un mal estudiante
continuará igual, lo más seguro es que nada cambie. Por el contrario, cuando el
profesor estima que el niño es inteligente, aunque tímido, y prevé que a pesar
de ello hará progresos, el niño comienza a progresar... Es una constatación
sorprendente pero que ha sido verificada en varias ocasiones, suficiente para
inspirar la mayor desconfianza respecto de aquellos que, so pretexto de poseer
dones sobrenaturales, se permiten predecir acontecimientos que el inconsciente
del consultante traducirá en deseo personal, con el fin de someterse a las
órdenes del vidente. Como resultado de esto, el consultante asumirá la tarea de
realizar estas predicciones, con consecuencias muchas veces nefastas. Toda predicción es una toma de poder, mediante la cual el vidente se complace en
prefigurar destinos, torciendo así el curso natural de una vida...
17
Pero ¿por qué ese fenómeno ha de tener necesariamente consecuencias nefastas?
¿Qué piensa entonces de los videntes que predicen acontecimientos felices, prosperidad,
fertilidad u otros beneficios?
Igualmente ello implica poder y manipulación. Por lo demás, estoy
absolutamente convencido de que tras la etiqueta de «vidente profesional» se
esconden, con raras excepciones, individuos desequilibrados, deshonestos y
delirantes. En el fondo, sólo serían dignas de confianza las predicciones de un
verdadero santo... Eso explica por qué me niego a dedicarme a la videncia.
Volvamos a los orígenes de la psicomagia y a su actividad de tarólogo. ¿En qué
consistía entonces su práctica?
Yo consideraba el tarot como un test proyectivo que permitía ubicar las
necesidades de la persona y saber dónde residían sus problemas. Es bien sabido
que la mera actualización de una dificultad inconsciente o poco conocida
constituye ya un esbozo de solución. Al trabajar conmigo, las personas tomaban
conciencia de su identidad, de sus dificultades, de lo que las llevaba a actuar.
Yo les hacía pasearse a través de su árbol genealógico para mostrarles el origen
antiguo de algunos de sus malestares. Sin embargo, me di cuenta enseguida de
que no podía haber ninguna curación verdadera si no se llegaba a una acción
concreta. Para que la consulta tuviera un efecto terapéutico, tenía que
desembocar en una acción creativa llevada a cabo en el ámbito real. Para
lograrlo, tuve que indicar a quienes venían a verme uno o dos actos a realizar.
La persona y yo teníamos que, de común acuerdo y con plena conciencia, fijar
un programa de acción muy preciso. Así es como llegué a practicar la
psicomagia.
Usted practicó esta terapia durante una década y logró resultados totalmente
convincentes. ¿Cómo la inventó?
Algo así no se inventa; uno lo ve nacer a través de uno mismo. Pero este
nacimiento tiene raíces muy profundas.
Antes de entrar en detalles sobre la psicomagia, de examinar sus relaciones con el
psicoanálisis, de referir actos precisos o de sumergirnos en las cartas que le han escrito
sus consultantes, sería interesante remontarnos a las raíces.
La primera cosa que vino a ayudarme fue la poesía, mi contacto con poetas
en los años cincuenta... Tuve la suerte de nacer en Chile, aunque podría
perfectamente haber nacido en otro lugar. Si no hubiera sido por la guerra rusojaponesa, mis abuelos no habrían emigrado y yo habría nacido seguramente en
Rusia. Por otra parte, ¿por qué el barco en que se embarcaron los llevó hasta
Chile? Me gusta imaginar que escogemos por adelantado nuestro destino y que
nada de lo que nos sucede es fruto del azar. Ahora bien, si no hay azar, todo
tiene sentido. Para mí, es mi encuentro con la poesía lo que justifica mi
nacimiento en Chile.
Sin embargo, no puede decirse que Chile haya tenido la exclusividad de la poesía...
No, poetas hay en todas partes. Pero la vida poética, en cambio, es un bien
más escaso. ¿En cuántos países existe una atmósfera realmente poética? Sin
duda, la antigua China era una tierra de poesía. Pero pienso que, en los años
cincuenta, en Chile se vivía poéticamente como en ningún otro país del mundo.
18
¿Podría explicarlo?
La poesía lo impregnaba todo: la enseñanza, la política, la vida cultural... El
pueblo mismo vivía inmerso en la poesía. Eso era debido al temperamento
propio de los chilenos y más particularmente a la influencia de cinco de
nuestros poetas, que se transformaron para mí en una especie de arquetipos.
Fueron ellos quienes moldearon mi existencia en un comienzo. El más conocido
de ellos era nada menos que Pablo Neruda, un hombre políticamente muy
activo, exuberante, muy prolífico en su escritura y que, sobre todo, vivía como
un auténtico poeta.
¿Qué es vivir como un auténtico poeta?
En primer lugar no temer, atreverse a dar, tener la audacia de vivir con cierta
desmesura. Neruda construyó una casa en forma de castillo, congregando en
torno a él un pueblo entero, fue senador, y casi llegó a ser presidente de la
república... Entregó su vida al Partido Comunista, por idealismo, porque
deseaba realmente llevar a cabo una revolución social, construir un mundo más
justo... Y su poesía marcó a toda la juventud chilena. En Chile, ¡incluso los
borrachos en plena sesión alcohólica declamaban versos de Neruda! Su poesía
era recitada tanto en los colegios como en la calle. Todo el mundo quería ser
poeta, como él. ¡No hablo sólo de los estudiantes, sino de obreros e incluso
borrachos que hablaban en verso! Supo captar en sus textos todo el ambiente
loco del país.
Escucha este poema que me viene a la mente y que recitábamos a coro
cuando, en calidad de estudiantes universitarios, nos embriagábamos con el
vino patriótico de nuestra tierra chilena:
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.
Aparte de Neruda, que gozaba de fama mundial, otros cuatro poetas fueron
de una importancia capital. Vicente Huidobro provenía de un medio
acomodado, en todo caso menos humilde que el de Neruda. Su madre conocía
todos los salones literarios franceses y él recibió una educación artística muy
profunda, por lo que su poesía, de una gran belleza formal, impregnó de
elegancia a todo el país. Soñábamos todos con Europa, con la cultura...
Huidobro nos dio una gran lección de estética. A modo de ejemplo, te leeré este
fragmento de una conferencia dada por el poeta en Madrid, tres años antes de
la aparición del manifiesto surrealista:
Aparte de la significación gramatical del lenguaje, hay otra, una significación
mágica, que es la única que nos interesa... El poeta crea fuera del mundo que existe el
que debiera existir... El valor del lenguaje de la poesía está en razón directa de su
alejamiento del lenguaje que se habla... El lenguaje se convierte en un ceremonial de
conjuro y se presenta en la luminosidad de su desnudez inicial, ajena a todo vestuario
19
inicial convencional fijado de antemano... La poesía no es otra cosa que el último
horizonte, que es, a su vez, la arista en donde los extremos se tocan, en donde no hay
contradicción ni duda. Al llegar a ese lindero final, el encadenamiento habitual de los
fenómenos rompe su lógica, y al otro lado, en donde empiezan las tierras del poeta, la
cadena se rehace en una lógica nueva. El poeta os tiende la mano para conduciros más
allá del último horizonte, más arriba de la punta de la pirámide, en ese campo que se
extiende más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de la vida y de la muerte, más allá
del espacio y del tiempo, más allá de la razón y la fantasía, más allá del espíritu y la
materia... Hay en su garganta un incendio inextinguible.
Había también una mujer, Gabriela Mistral. Su apariencia era la de una dama
seca, austera, muy alejada de la poesía sensual. Ella enseñaba en las escuelas
populares, y esta pequeña institutriz llegó a transformarse para nosotros en un
símbolo de paz. Nos enseñó la exigencia moral respecto del dolor del mundo.
Gabriela Mistral era para los chilenos una especie de gurú, muy mística, una
figura de madre universal. Ella hablaba de Dios pero daba fe de un rigor tal...
Escucha estos fragmentos de su «Oración de la Maestra» (la maestra en cuestión
era, naturalmente, la institutriz):
¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra,
que Tú llevaste por la Tierra... Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el
desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la
mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren... Hazme
despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu
voluntad ardiente sobre mi vida... Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser
complicada o banal en mi lección cotidiana... Aligérame la mano en el castigo y
suavízamela más en la caricia.
El cuarto se llamaba Pablo de Rokha. Él también era un ser exuberante, una
especie de boxeador de la poesía a propósito del cual corrían los rumores más
locos. Se le atribuían atentados anarquistas, estafas... En realidad era un
dadaísta expresionista que aportó a Chile la provocación cultural. Era
turbulento, capaz de insultar, y en los círculos literarios tenía un aura terrible y
negra. Estas frases sueltas, que resuenan como salvas, deberían bastar para
darte una idea de su ardor furibundo:
Incendiad el poema, decapitad el poema... Escoged un material cualquiera, como se
escogen estrellas entre lombrices... Cuando Dios «aún era azul dentro del hombre... Tú,
tú estás justo en el centro de Dios, como el sexo, justo en el centro... El cadáver de Dios,
furioso, aúlla en mis entrañas... Voy a golpear la Eternidad con la culata de mi revólver.
Finalmente, el quinto se llamaba Nicanor Parra. Originario del pueblo, subió
los escalones universitarios, se hizo profesor en una gran escuela y encarnó la
figura del intelectual, del poeta inteligente. Nos dio a conocer a Wittgenstein, el
círculo de Viena, el diario íntimo de Kafka. Tenía una vida sexual muy
sudamericana...
¿Es decir?
Los sudamericanos se vuelven locos con las rubias. De vez en cuando, Parra
iba a Suecia y regresaba con una sueca. Nos fascinaba verlo junto a una rubia
despampanante... Luego, se divorciaba, volvía a Suecia y regresaba con una
nueva criatura. Aparte de su influencia intelectual, trajo el humor a la poesía
20
chilena; fue el primero en introducir un elemento cómico. Al crear la antipoesía,
desdramatizó esta forma de arte. Aquí tengo un fragmento de «Advertencia al
lector», de Parra:
Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte:
«¡Las risas de este libro son falsas!», argumentarán mis detractores
«Sus lágrimas, ¡artificiales!»
«En vez de suspirar, en estas páginas se bosteza»
«Se patalea como un niño de pecho»
«El autor se da a entender a estornudos»
Conforme: os invito a quemar vuestras naves,
Como los fenicios pretendo formarme mi propio alfabeto.
«¿A qué molestar al público entonces?», se preguntarán los amigos
lectores:
«Si el propio autor empieza por desprestigiar sus escritos,
¡Qué podrá esperarse de ellos!».
Cuidado, yo no desprestigio nada
O, mejor dicho, yo exalto mi punto de vista,
Me vanaglorio de mis limitaciones
Pongo por las nubes mis creaciones.
Los pájaros de Aristófanes
Enterraban en sus propias cabezas
Los cadáveres de sus padres.
(Cada pájaro era un verdadero cementerio volante)
A mi modo de ver
Ha llegado la hora de modernizar esta ceremonia
¡Y yo entierro mis plumas en la cabeza de los señores lectores!
Esas cinco personalidades marcaron mucho, entiendo, al joven que usted era
entonces...
Eran vivos, ¡vivos y peleadores! Eran los mejores enemigos del mundo,
pasaban los días peleando, intercambiándose insultos... Pablo de Rokha, por
ejemplo, publicó una carta abierta a Vicente Huidobro en la que exclamaba:
«Comienzo a estar harto de esta historia, mi pequeño Vicentito. Por lo demás,
no soy de esos cobardes que golpean a una gallina que cacarea porque dice
haber puesto un huevo en Europa». ¿Sabes lo que decía de Neruda? «Pablo
Neruda no es comunista, es nerudista -el último de los nerudistas, o el único,
probablemente...»
Estas personas se exponían, no tenían miedo de vivir su pasión. En cuanto a
nosotros, abrazábamos la causa de uno, luego la del otro... Estábamos inmersos
en la poesía desde la mañana hasta la noche, ella estaba realmente en el centro
de nuestras vidas. Estos cinco poetas formaban para nosotros un mandala
alquímico: Neruda era el agua, Parra el aire, De Rokha el fuego, Gabriela
Mistral la tierra y Huidobro, en el centro, la quintaesencia. Queríamos ir más
allá de nuestros predecesores, los cuales, por lo demás, ya habían anticipado
nuestras búsquedas.
¿Y eso cómo era?
Todos estos poetas realizaban actos. Huidobro decía: «Por qué cantáis la rosa,
¡oh poetas! Hacedla florecer en el poema»; Neruda sedujo a una mujer del
pueblo prometiéndole un maravilloso regalo y luego mostrándole un limón del
21
tamaño de una calabaza. Habían comenzado a salir de la literatura para
participar en los actos de la vida cotidiana con la postura estética y rebelde
propia de los poetas.
Sus amigos y usted quisieron entonces ir más lejos en esa dirección.
Tuve la suerte de tener la misma edad que el famoso poeta Enrique Lihn, hoy
fallecido. Un día, con él y otros compañeros, encontramos en un libro sobre el
futurismo italiano una frase iluminadora de Marinetti: «La poesía es un acto». A
partir de ese momento, decidimos prestarle más atención al acto poético que a
la escritura misma. Durante tres o cuatro años, nos dedicamos a realizar actos
poéticos. Pensábamos en ellos durante todo el día.
¿En qué consistían esos actos?
Por ejemplo, Lihn y yo decidimos un día caminar en línea recta, sin
desviarnos nunca. Caminábamos por una avenida y llegábamos frente a un
árbol. En vez de rodearlo, nos subíamos al árbol para proseguir nuestra
conversación; si un coche se cruzaba en nuestro camino, nos subíamos encima,
caminábamos sobre su techo... Frente a una casa, tocábamos el timbre,
entrábamos por la puerta y salíamos por donde pudiéramos, a veces por una
ventana. Lo importante era mantener la línea recta y no prestar ninguna
atención al obstáculo, hacer como si no existiera.
Esto debía de causarles más de un problema...
En absoluto, ¿por qué? Olvidas que Chile era un país poético. Recuerdo
haber tocado el timbre de una casa y haber explicado a la señora que éramos
poetas en plena acción y que, por lo tanto, teníamos que cruzar su casa en línea
recta. Ella lo entendió perfectamente y nos hizo salir por la puerta trasera. Esta
travesía de la ciudad en línea recta fue para nosotros una gran experiencia, en la
medida en que logramos sortear todos los obstáculos. Poco a poco, fuimos
derivando hacia actos más fuertes. Yo estudiaba en la facultad de Psicología. Un
día estaba realmente harto y decidí realizar un acto para expresar mi hartazgo.
Salí de la clase y fui tranquilamente a orinar frente a la puerta de la oficina del
rector. Por supuesto, corría el riesgo de ser expulsado definitivamente de la
universidad. Cosa mágica, nadie me vio. Hice mi acto y me retiré
increíblemente aliviado, en todos los sentidos de la palabra. Otro día, pusimos
una gran cantidad de monedas en un maletín agujereado y recorrimos con él el
centro de la ciudad: ¡era extraordinario ver a todo el mundo agachándose detrás
de nosotros, la calle repleta de cuerpos doblados! También decidimos crear
nuestra propia ciudad imaginaria junto a la ciudad real. Para eso tuvimos que
proceder a celebrar inauguraciones. Nos dirigíamos al pie de una estatua, de un
monumento célebre e iniciábamos una ceremonia de inauguración, de acuerdo
con nuestra fantasía. Es así como para nosotros la Biblioteca Nacional se transformó en una especie de café intelectual. Sin duda ése es el germen del Cabaret
Místico. Lo importante era nombrar las cosas: al atribuirles nombres diferentes,
nos parecía que las transformábamos.
También nos dedicábamos a actos muy inocentes y no menos poderosos,
como poner en la mano del revisor que venía a reclamarnos nuestro billete de
autobús una hermosa concha... El hombre se quedaba tan estupefacto que
seguía de largo sin decir nada.
22
Usted apenas tenía veinte años. ¿Con qué ojos miraba su familia todas esas
excentricidades?
Como sabes, provengo de una familia de inmigrantes que se pasaban ocho
horas al día dentro de una tienda. Cuando la poesía entró de esta forma en mi
vida, se quedaron con la boca abierta. Un día mis amigos y yo cogimos un
maniquí y lo vestimos con ropa de mi madre. Luego lo recostamos como un
cadáver, rodeado de candelabros, e iniciamos un velatorio en el salón familiar.
Como hacíamos teatro, disponíamos del atrezzo necesario, y la impresión era
sobrecogedora. ¡Cuando mi madre llegó, se vio siendo velada! Todos mis
amigos comenzaron a presentar sus condolencias... Fue naturalmente un
impacto enorme para mi familia. Otra vez, llenamos la cama de mis padres de
gusanos.
Pero eso es muy cruel, resultaba usted un hijo odioso...
Yo los amaba, pero quería, con toda la locura de mi juventud, hacer estallar
los límites. Estos actos los sacudían, los obligaban a abrirse. ¿Qué más podían
hacer ante lo imprevisto? La vida es así, ¿comprendes?: totalmente
impredecible. Crees que la jornada va a acontecer de tal o cual manera y, en
realidad, puedes ser atropellado por un camión en la esquina, encontrarte con
una antigua amante y llevarla al hotel a hacer el amor o caérsete el techo sobre
la cabeza mientras trabajas. El teléfono puede sonar para anunciarte la mejor o
la peor de las noticias. Nuestros actos de jóvenes poetas no hacían sino
evidenciar esto, a contracorriente del mundo rígido de mis padres. Abrir la
cama y encontrarse con un hervidero de gusanos es una situación que simboliza
con fuerza lo que nos sucede a todos, todos los días.
Mi padre practicaba la psicomagia sin saberlo: estaba convencido de que
cuantas más mercancías tuviera, más vendería. Había que dar a los clientes una
imagen de sobreabundancia. Hubo un tiempo en el que él tenía detrás de sí una
hilera de cajones supuestamente llenos de calcetines. Hacía sobresalir un
calcetín de uno de los cajones para dar la sensación de que estaban atiborrados,
cuando, en realidad, no había absolutamente nada dentro. Un día en que la
tienda estaba llena de clientes, uno de mis amigos, borracho, se puso a abrir
todos los cajones. Luego hizo un poema proclamando que mi padre era un
hombre excepcional, comparable a los grandes místicos: ¡al igual que ellos
vendía puro vacío!
Su padre debió de ponerse furioso...
En realidad, no. Cada vez que ocurría un acto así, mi familia sufría un gran
impacto, seguido de un silencio y de una gran perplejidad. Estaban
completamente sobrepasados, y eso resultaba tan extraordinario para ellos que
creían estar viviendo un sueño despiertos, algo fuera de los límites de su
existencia habitual. Todos estos actos estaban impregnados de una cualidad
onírica, impregnados de locura. Recuerdo que Lihn y yo nos fijábamos objetivos
extraños: cuando estábamos hartos de la universidad, partíamos a Valparaíso
en tren, decididos a no regresar hasta que una señora de edad nos invitara a
tomar una taza de té. Cumplido nuestro objetivo, regresábamos triunfantes a la
capital.
Un día, acompañado de otro amigo, fui a un buen restaurante, íbamos ambos
vestidos muy elegantemente y pedimos un bistec a la pimienta. Una vez
servidos, nos frotamos todo el cuerpo con la carne, mancillando nuestra
23
vestimenta. Y una vez concluida la operación, pedimos de nuevo lo mismo y
repetimos el acto. Lo hicimos cinco o seis veces seguidas hasta que todo el
restaurante fue presa del pánico. Un año más tarde volvimos al mismo
establecimiento, pero el maître nos salió al paso: «Si piensan repetir lo que
hicieron la otra vez, ni hablar, no permitiré que entren en el restaurante». El
acto lo había impactado tanto que era como si el tiempo se hubiera detenido.
Había transcurrido un año, pero para él era como si eso hubiera sucedido una
semana antes.
Sus palabras me hacen recordar un episodio de cuando yo tenía quince o dieciséis
años. Yo estaba en plena lectura de Dostoievski, y estos rusos exaltados que pasaban
instantáneamente del abatimiento a la exaltación, que se encendían por una causa, que
se revolcaban por el suelo, me fascinaban. Un día dije a mis amigos: ¿para qué seguir
avanzando? ¿Qué sucedería si todo el mundo decidiera detener el movimiento?:
¿adonde vamos? Y decidimos tumbarnos en el suelo, en medio de la calle, sin movernos.
Los peatones pasaban por encima de nosotros, algunos hacían comentarios. Si no me
equivoco, se trataba de un acto poético...
¡Por supuesto! Y estoy seguro de que nuestros lectores, si se ponen a pensar,
recordarán momentos similares de cuestionamiento de la realidad obligatoria.
Nosotros también nos acostamos una vez frente a un banco, sucios y
harapientos para dar la impresión a la gente de que una crisis económica es
siempre posible, que la miseria puede surgir en cualquier instante. Pero, una
vez más, todo esto sucedía en Chile, en ese país presa de una forma de locura
colectiva. Seguramente no podríamos haber llegado tan lejos en otro contexto.
La mayoría de los burócratas chilenos vivía correctamente hasta las seis de la
tarde. Una vez fuera de la oficina, se emborrachaban y cambiaban de
personalidad, casi de cuerpo. Abandonaban su personalidad burocrática para
asumir su identidad mágica. La fiesta estaba por todas partes, el país entero era
surrealista sin saberlo.
¿El temperamento chileno explicaría por sí solo esta atmósfera?
Las personas llamadas razonables, aquellas que creen en la solidez de este
mundo, no plantean actos locos. ¡Pero en Chile la tierra temblaba cada seis días!
El suelo mismo del país era, por decirlo así, convulsivo. Esto hacía que todo el
mundo estuviera sujeto a un temblor, físico y existencial. No habitábamos un
mundo macizo regido por un orden burgués supuestamente bien implantado,
sino una realidad temblorosa. ¡Nada permanecía fijo, todo temblaba!... (Risas.)
Todos vivían precariamente, tanto en el plano material como relacional. Nunca
se sabía cómo terminaría una fiesta: la pareja casada a las seis de la tarde podía
deshacerse a las seis de la mañana, los invitados podían tirar los muebles por la
ventana... Naturalmente, la angustia habitaba en el corazón de toda esa locura.
El país era pobre, las clases sociales muy diferenciadas...
Han transcurrido ya varias décadas... Con la distancia del tiempo, ¿cómo ve hoy esos
actos? Más allá de lo pintoresco, ¿qué le enseñaron?
La audacia, el humor, una aptitud para cuestionar los postulados mediocres
de la vida ordinaria y un amor por el acto gratuito. ¿Y cuál es la definición del
acto poético? Debe ser bello, estético y prescindir de toda justificación. Puede
también acarrear cierta violencia. El acto poético es una llamada a la realidad:
hay que enfrentar a la propia muerte, a lo imprevisto, a nuestra sombra, a los
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gusanos que hormiguean dentro de nosotros. Esta vida que nosotros
quisiéramos lógica es, en realidad, loca, chocante, maravillosa y cruel. Nuestro
comportamiento, que pretendemos lógico y consciente, es, de hecho, irracional,
loco, contradictorio. Si observáramos lúcidamente nuestra realidad,
constataríamos que es poética, ilógica, exuberante. En aquellos tiempos yo era,
sin duda, inmaduro, un joven descerebrado insolente; eso no quita que dicho
período me enseñara igualmente a percibir la enloquecida creatividad de la
existencia y a no identificarme con los límites dentro de los cuales la mayoría de
la gente se encierra hasta que no aguanta más y revienta.
La poesía no respeta un ordenamiento estereotipado del mundo...
¡No, la poesía es convulsiva, está ligada al temblor de la tierra! Ella denuncia
las apariencias, atraviesa con su espada la mentira y las convenciones. Recuerdo
que una vez fuimos a la facultad de Medicina y, con la complicidad de un
amigo, robamos el brazo de un cadáver. Lo escondimos dentro de la manga de
nuestro abrigo y jugamos a darle la mano a la gente, a tocarla con esta mano
muerta. Nadie se atrevía a comentar que estaba fría, sin vida, porque nadie
quería reconocer la cruda realidad de que ese miembro estaba muerto. Al
hablarte, me doy cuenta de que en cierta manera estoy confesándome. Sé que
todo esto puede parecer fantasioso. Para nosotros, se trataba ciertamente de un
juego, ¡pero también de un acto profundamente dramático! El acto creaba otra
realidad en el seno mismo de la realidad ordinaria. Nos permitía acceder a otro
nivel, y sigo convencido de que con actos nuevos se abre la puerta de una nueva
dimensión.
¿El acto concebido así no tiene un valor purificador y terapéutico?
¡Claro que sí! Si uno lo piensa, nuestra historia individual está constituida de
palabras y de actos. La mayor parte del tiempo la gente se contenta con
pequeños actos inocuos, hasta que un día «revienta» y, sin control alguno, se
pone furiosa, lo rompe todo, profiere insultos, se abandona a la violencia, llega
incluso al crimen... Si un criminal en potencia conociera el acto poético,
sublimaría su gesto homicida poniendo en escena un acto equivalente.
Pero eso podría llevar a ciertos extremos no exentos de peligro...
Efectivamente. La sociedad ha puesto barreras para que el miedo y su
expresión, la violencia, no surjan a cada instante. Por ello, cuando se realiza un
acto diferente de las acciones ordinarias y codificadas, es importante hacerlo
conscientemente, medir y aceptar de antemano las consecuencias. Realizar un
acto es un proceso consciente que apunta a introducir voluntariamente una
fisura en el orden de la muerte que perpetúa la sociedad, y no la manifestación
compulsiva de una rebelión ciega. Conviene no identificarse con el acto poético,
no dejarse llevar por las energías que éste libera. Bretón, por ejemplo, cayó en la
trampa cuando, llevado por su entusiasmo, declaró que el verdadero acto
poético consistiría en salir a la calle armado de un revólver y disparar sobre la
gente. Se arrepintió mucho, después. ¡Y eso que no hubo paso al acto! Pero esta
declaración era en sí el signo de un arrebato. El acto poético permite expresar
energías normalmente reprimidas o dormidas dentro de nosotros. El acto no
consciente es una puerta abierta al vandalismo, a la violencia. Cuando las
multitudes se enardecen, cuando las manifestaciones degeneran y la gente
comienza a incendiar automóviles o a lanzar piedras, se trata también de una
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liberación de energías reprimidas. No por ello esas manifestaciones ameritan el
calificativo de actos poéticos.
¿Eran conscientes de ello, usted y sus comparsas?
Terminamos siéndolo, después de observar algunos actos peligrosos
perpetrados por seres arrebatados... Mis amigos y yo nos sentimos sacudidos
por esas experiencias y eso nos hizo interrogarnos seriamente. Un haiku japonés
nos proporcionó una clave: el alumno le lleva al maestro su poema, en el cual
dice:
Una mariposa:
le quito las alas
¡y se vuelve pimiento!
La respuesta del maestro fue inmediata: «No, no; eso no es así, déjame
corregir tu poema»:
Un pimiento:
le pongo unas alas
¡y se vuelve mariposa!
La lección es clara: el acto poético debe siempre ser positivo, ir en el sentido
de la construcción y no de la destrucción...
Sin embargo, muchas veces es indispensable destruir para poder posteriormente
construir...
¡Sí, pero cuidado con la destrucción como fin en sí! El acto es acción y no
reacción vandálica.
En ese caso, ¿cómo calificaría algunos de los «actos» que ha comentado?
Muchos de ellos no eran, efectivamente, sino reacciones o, digamos, intentos
más o menos torpes en dirección a un acto digno de ese nombre. Eso hizo que
decidiese realizar un examen de conciencia. Comprendí claramente que, en vez
de vaciar todos los cajones de mi padre, deberíamos haber llegado en procesión
con un cargamento de calcetines y haberle llenado sus cajas para que su sueño
se hiciera realidad. ¡En lugar de poner gusanos en la cama de mis padres,
deberíamos haberla tapizado con monedas de chocolate envueltas en papel
dorado. En vez de simular el velatorio de mi madre, podríamos haber
representado una escena en la que ella se hubiera podido admirar en plena
gloria, como la virgen durante la asunción. El choque causado por el acto debe
ser positivo.
Tras esta toma de conciencia, ¿se sintieron ustedes culpables, experimentaron algún
arrepentimiento?
No, y sigo diciendo que la culpabilidad es inútil. El error está permitido,
siempre que se cometa una sola vez y dentro de una búsqueda sincera de
conocimiento. Ésa es la condición humana: el hombre busca el conocimiento, ¿y
qué es el hombre en busca de algo sino, por definición, un ser errático? El error
es parte integrante del camino. Abandonamos esas experiencias negativas, pero
sin arrepentimiento alguno. Nos habían abierto la puerta del verdadero acto
poético. Para hacer una tortilla hay que romper los huevos.
26
El acto teatral
Hemos evocado la dimensión metafísica del acto, pero volvamos a su aspecto artístico.
Si la poesía es ante todo acto, ¿qué lugar ocuparía la escritura? ¿Escribían usted y sus
amigos, o bien se contentaban con realizar actos?
Lihn siguió escribiendo y llegó a ser uno de los grandes poetas del país, tanto
que hoy ya nadie se acuerda de sus actos. Los chilenos se sorprenderían de
saber a qué juegos se entregaba en su juventud su poeta nacional. Por lo que a
mí concierne, abandoné la poesía propiamente dicha para dedicarme al teatro.
¿Cómo tuvo lugar esa transición?
El amor al acto me llevó a crear objetos. Entre otros, unos títeres de los que
pronto me enamoré. Ante todo, veía en el títere una figura esencialmente
metafísica. Me encantaba ver que un objeto que yo había fabricado con mis
propias manos se me escapaba. Desde el momento en que metía la mano en el
títere para animarlo, el personaje empezaba a vivir de una manera casi
autónoma. Yo asistía al desarrollo de una personalidad desconocida, como si el
muñeco se valiera de mi voz y de mis manos para tomar una identidad que ya
le era propia. Me parecía realizar un oficio de servidor más que de creador.
¡Finalmente, tenía la impresión de estar siendo dirigido, manipulado por el
muñeco! Esta relación tan profunda con los títeres hizo nacer en mí el deseo de
convertirme en uno de ellos, es decir en actor de teatro.
¿De verdad cree que un actor se parece a un títere? Me parece discutible...
En cualquier caso, ésa era mi idea del teatro y del oficio de cómico. No me
gustaba el teatro psicológico, dedicado a imitar la «realidad». Para mí, ese teatro
llamado realista era una expresión vulgar en la que, pretendiendo mostrar algo
de lo real, se recreaba la dimensión más aparente y también la más vacua y
tosca del mundo tal como es percibido normalmente. Lo que se llama en
general «realidad» no es sino una parte, un aspecto de un orden mucho más
amplio. Me parecía -y me parece aún- que el teatro autodenominado realista se
desentiende de la dimensión inconsciente, onírica y mágica de la realidad.
Porque, insisto, la realidad no es racional, por más que así lo queramos creer
para tranquilizarnos. En general, los comportamientos humanos están
motivados por fuerzas inconscientes, cualesquiera que puedan ser las
explicaciones racionales que les atribuyamos luego. El propio mundo no es
homogéneo, sino una amalgama de fuerzas misteriosas. No retener de la
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realidad más que la apariencia inmediata es traicionarla y sucumbir ante la
ilusión, aunque se disfrace de «realismo». Detestando como detestaba el teatro
realista, empecé a sentir repulsión hacia la noción de autor. No quería ver a
unos cómicos repetir un texto escrito previamente, prefería asistir a un acto
teatral que no tuviera nada que ver con la literatura. Me dije: «¿Por qué
apoyarse en un texto llamado teatral, en una obra? Todo puede interpretarse y
escenificarse. Yo podría poner en escena el periódico del día, montar un drama
maravilloso a partir de la primera plana de un diario». Así empecé a trabajar y a
experimentar una libertad creciente. Como no pretendía imitar la realidad,
podía moverme a mi antojo, hacer los ademanes más extravagantes, aullar...
Pronto, el escenario en sí se me apareció como una limitación. Quise sacar al
teatro del teatro. Por ejemplo, imaginé una obra dentro de un autobús. El
público esperaba en las paradas y subía al autobús que recorría la ciudad. De
repente había que apearse y entrar en un bar, una maternidad, un matadero; en
suma, entrar donde estuviera ocurriendo algo y reanudar la marcha... Las experiencias que realicé fueron después retomadas por otros. Cuando estaba
anunciado que mi espectáculo se desarrollaría en un teatro, a veces me llevaba a
los espectadores a los sótanos, a los aseos o a la azotea. Más adelante, se me
ocurrió la idea de que el teatro podía prescindir de los espectadores y no debía
comportar más que actores. Entonces organicé grandes fiestas en las que todo el
mundo podía interpretar. Finalmente, me pareció que interpretar un personaje
era inútil. El actor, pensé entonces, debe intentar interpretar su propio misterio,
exteriorizar lo que lleva dentro. Uno no va al teatro para escapar de sí, sino para
restablecer el contacto con el misterio que somos todos. El teatro me interesaba
menos como distracción que como instrumento de autoconocimiento. Por ello,
sustituí la «representación» clásica por lo que llamé «lo efímero pánico».
¿Qué es exactamente «lo efímero pánico»?
Llegados a este punto, debería referirme a un texto que publiqué en 1973 en
un libro concebido por Fernando Arrabal titulado Le Panique. En él formulé lo
esencial de mi proceso y de mis concepciones teatrales: «Para llegar a la euforia
pánica hay que, en primer lugar, liberarse del edificio teatro». Desde el punto
de vista arquitectónico, sea cual sea la forma que tengan, los teatros están
concebidos para actores y espectadores; obedecen a la ley primordial del juego,
que consiste en delimitar un espacio, es decir, aislar la escena de la realidad, y
por eso mismo imponen (principal factor antipánico) una concepción a priori de
las relaciones del actor y del espacio. Antes que nada, el actor debe servir al
arquitecto y después al autor. Los teatros imponen movimientos corporales,
aunque, en general, sea el gesto humano el que determina la arquitectura. Al
eliminar al espectador en la fiesta pánica, se elimina automáticamente la
«butaca» y la «interpretación» ante una mirada inmóvil. El lugar donde
acontece «lo efímero» es un espacio no delimitado, de tal manera que no se sabe
dónde comienza la escena y dónde comienza la realidad. La «compañía pánica»
escogerá el lugar que más le plazca: un terreno baldío, un bosque, una plaza
pública, un quirófano, una piscina, una casa en ruinas o bien un teatro
tradicional, pero empleando todo su volumen: manifestaciones eufóricas en el
patio de butacas, en los camerinos o en los baños, desbordándose a lo largo de
los pasillos, en el sótano, el tejado, etc. También puede hacerse un «efímero»
bajo el mar, en un avión, en un tren rápido, un cementerio, una maternidad, un
matadero, un asilo de ancianos, en una gruta prehistórica, en un bar de
homosexuales, un convento o durante un velatorio. Puesto que lo «efímero» es
una manifestación concreta, no se puede evocar en él problemas de espacio y de
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tiempo: el espacio tiene sus medidas reales y no puede simbolizar otro espacio:
es lo que es en el instante mismo. Algo similar sucede con el tiempo: no se
puede figurar la edad en él. El tiempo que pasa corresponde realmente a lo que
duran las acciones realizadas en ese momento. En ese tiempo real y ese espacio
objetivo se mueve el ex actor. El actor es un hombre que reparte su actividad
entre una «persona» y un «personaje». Antes del pánico, podían contarse de
una manera clara y precisa dos escuelas teatrales: en una, la persona-actor tenía
que fundirse totalmente en el «personaje», mentirse a sí mismo y a los demás,
con tal dominio que llegara a extraviar su «persona» para volverse otro, un
personaje con límites más concisos, fabricado a golpe de definiciones. En la
segunda escuela, se enseñaba a actuar de una manera ecléctica, de modo que el
actor, a la vez que persona, era simultáneamente personaje. En ningún
momento uno debía olvidar que estaba actuando, y la persona, durante la
representación, podía criticar a su personaje.
El ex actor, hombre pánico, no actúa en una representación y ha eliminado
totalmente el personaje. En lo «efímero», este hombre pánico intenta alcanzar a
la persona que está siendo.
Que dentro de una obra de teatro se esté representando otra, les encanta a los
dramaturgos. Sucede muchas veces que sobre una escena se monta otra escena
en la que otros actores actúan ante los primeros actores.
El pánico piensa que en la vida cotidiana todos los «augustos» caminan
disfrazados interpretando un personaje y que la misión del teatro es hacer que
el hombre deje de interpretar un personaje frente a otros personajes, que acabe
eliminándolo para acercarse poco a poco a la persona.
Es el camino inverso de las antiguas escuelas teatrales; en vez de ir de la
persona al personaje -como creían hacer dichas escuelas-, el pánico intenta
llegar desde el personaje que es (por la educación antipánica implantada por los
«augustos») a la persona que lleva encerrada dentro de sí mismo. Este «otro»
que despierta en la euforia pánica no es un fantoche hecho de definiciones y de
mentiras, sino un ser con limitaciones menores. La euforia de lo «efímero»
conduce a la totalidad, a la liberación de las fuerzas superiores, al estado de
gracia.
En resumen: el hombre pánico no se esconde detrás de sus personajes, sino
que intenta encontrar su modo de expresión real. En vez de ser un
exhibicionista mentiroso, es un poeta en estado de trance. (Entendemos por
poeta no al escritor de sobremesa, sino al atleta creador.)
¿Cómo concretó usted este programa-manifiesto?
Promoví en los espectadores-actores la práctica de un acto teatral radical que
consistía en interpretar su propio drama, en explorar su propio enigma íntimo.
Fue para mí el comienzo de un teatro sagrado y casi terapéutico. Luego me di
cuenta de que si había logrado, en mi actividad teatral, hacer estallar las formas,
el espacio, la relación actor-espectador, aún no había atacado al tiempo. Aún
estaba preso en la idea según la cual el espectáculo debe ser ensayado e
interpretado en múltiples ocasiones. En la época en que los happenings
comenzaban a surgir en los Estados Unidos, yo inventé, pues, en México, lo que
denominé «lo efímero pánico». Consistía en montar un espectáculo que sólo
podía verse una vez. Había que introducir en él cosas perecederas: humo,
frutas, gelatina, animales vivos... Se trataba de realizar actos que no podrían ser
repetidos jamás. En suma, yo quería que el teatro, en lugar de tender hacia lo
fijo, hacia la muerte, volviera a su especificidad misma: lo instantáneo, lo
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fugitivo, el momento único para siempre. En esa medida, el teatro está hecho a
imagen de la vida, en la cual, según la cita de Heráclito, uno no se baña jamás
en el mismo río. Concebir así el teatro era llevarlo al extremo, ir al paroxismo de
esta forma de arte. A través del happening redescubrí el acto teatral y su
potencial terapéutico.
¿Cómo lo llevaba a cabo? ¿Cuáles eran los ingredientes de esos happenings?
Bueno, yo elegía un lugar, podía ser cualquiera salvo un teatro: la escuela de
Bellas Artes, un psiquiátrico, un sanatorio, una escuela para personas con
síndrome de Down... Escogía lugares existentes y situaba en ellos la acción.
¿Le dejaban realmente instalar lo efímero pánico en semejantes lugares?
¡Sí, eso es lo maravilloso de México! La disciplina es inexistente, te permiten
hacer ese tipo de cosas. Un día montamos un gran ballet en un cementerio: fue
un acto fuerte, la danza de los vivos entre los muertos... Luego, una vez seleccionado el lugar, yo recurría a un grupo de personas deseosas de expresarse. En
ningún caso me dirigía a actores, sino a personas dispuestas a realizar un acto
público y gratuito. Ahí se reunían todas las condiciones para el advenimiento
de lo efímero...
Lo efímero, tal como usted lo practicaba, tenía, si no me equivoco, algo de grandioso:
tenía todos los ingredientes de una fiesta suntuosa. ¿Cómo conseguía los medios
necesarios para financiar tales acontecimientos?
Siempre encontré el dinero. Para mí un efímero pánico tenía que ser
precisamente una fiesta. Ahora bien, cuando uno hace una fiesta, no cobra a sus
invitados por las bebidas o los alimentos que consumen. Yo me las arreglaba
siempre: recibía dinero por derechos de autor, montaba piezas más clásicas,
muchas veces bajo otro nombre... ¡El hecho es que, al igual que Gurdjieff, nunca
tuve problemas financieros, lo que, viendo cómo funcioné siempre, es
realmente milagroso! Por lo demás, creo en el milagro, o más bien en la
existencia de una ley: si mis intenciones son puras y hago lo que debo hacer, el
dinero llegará, de una manera u otra. Tal vez nunca seré lo que se llama una
persona rica, pero dispondré siempre de los medios financieros que requiera
cada momento. Cuando había dinero en mis arcas, lo invertía en un happening.
Le preguntaba a algún conocido mío qué deseaba expresar y yo le proporcionaba los medios para hacerlo. Esta manera de abordar el happening tenía
ya, por lo tanto, un valor terapéutico. Era también una manera de continuar en
la línea de los actos poéticos de los que hemos hablado.
¿Qué enseñanzas extrajo de sus happenings?
Me di cuenta de que muchas personas llevan dentro un acto que las
condiciones ordinarias no les permiten realizar. Pero en cuanto a alguien se le
ofrece la posibilidad concreta de expresar públicamente y en circunstancias
favorables el acto que duerme en él, es muy raro que la persona dude. Si yo te
preguntara qué acto te gustaría realizar en público, estoy seguro de que se te
ocurriría inmediatamente una respuesta, y si yo reuniera las condiciones
propicias para la realización de ese gesto, tú estarías encantado de participar en
el juego.
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Bueno...
Voy a darte algunos ejemplos: en los años sesenta yo había fundado en
México un grupo Pánico, no con actores y otros artistas, sino con personas
entusiastas en búsqueda de una manera auténtica de expresarse, lejos de todo
conformismo. Habiendo conseguido el patio central de la escuela San Carlos,
propuse a mis amigos que imaginaran el acto que les gustaría realizar, y yo les
procuraría los medios para llevarlo a cabo. El célebre pintor Manuel Felguérez
se unió a la manifestación pánica y decidió ejecutar una gallina públicamente
con el fin de confeccionar un cuadro abstracto con las tripas y la sangre del
animal, mientras a su lado su esposa, vestida con un uniforme nazi, devoraba
una docena de tacos de pollo.
Qué muestra de buen gusto... Realmente exquisito. ¿Hay alguno más?
¡Cientos! Una joven muchacha quiso bailar desnuda al son de un ritmo
africano mientras un hombre barbudo le cubría el cuerpo de espuma de afeitar.
Otra quiso aparecer como una bailarina clásica, con tutú pero sin bragas, y
orinar mientras interpretaba la muerte del cisne. Un estudiante de arquitectura
utilizó un maniquí de escaparate y lo golpeó violentamente con un hacha en el
vientre y el sexo. Una vez destruido el maniquí, sacó de su interior varias ristras
de chorizo y cientos de bolas de cristal. Otro estudiante apareció vestido de
profesor de matemáticas con una gran bolsa llena de huevos. A medida que
recitaba sus fórmulas algebraicas, se partía un huevo tras otro en la frente. Otro
llegó con una tinaja de hierro blanco y varios litros de leche. De pie en la tinaja,
se puso a recitar un clásico poema del Día de la Madre mientras vaciaba las
botellas de leche sobre su cabeza. Una mujer de larga cabellera rubia, vestida
con medias negras decoradas con perlas en los tobillos, apareció caminando con
muletas y gritando a pleno pulmón: «¡Soy inocente! ¡Soy inocente!». Al mismo
tiempo, sacaba de entre sus senos trozos de carne cruda que lanzaba sobre el
público. Luego se sentó sobre una silla de niño y se hizo rapar completamente
la cabeza por un peluquero. Frente a ella había un coche lleno de cabezas de
muñecas de todos los tamaños, sin ojos ni pelo. Una vez rapada, la mujer
comenzó a lanzar las cabezas sobre el público chillando: «¡Soy yo! ¡Soy yo!». Un
muchacho vestido con esmoquin empujó hacia el centro del escenario una tina
de baño cubierta con una toalla. Por el peso, podía adivinarse que estaba llena
de líquido. Salió del escenario y regresó llevando en sus brazos a una mujer
joven vestida de novia. Sin soltarla, retiró la toalla: la tina estaba llena de
sangre. Sin dejar de sujetar a la novia, comenzó a acariciarle los senos, el pubis y
las piernas para acabar, cada vez más excitado, por sumergirla en la sangre. Se
puso inmediatamente a frotarla con una víbora viva mientras ella cantaba un
aria de ópera. Una mujer sumamente atractiva, con aires de vampiresa
hollywoodiense, con un vestido largo dorado que le moldeaba el cuerpo,
apareció sobre el escenario con un par de tijeras grandes en la mano. Varios
hombres morenos se arrastraban hacia ella, ofreciéndole cada uno un enorme
plátano que ella cortaba con sus tijeras riéndose a carcajadas...
Son ejemplos suficientes. Algunos verían en estas descripciones barrocas una
colección de fantasmas... Usted habla en primer lugar del valor terapéutico de esos actos;
¿pero acaso no corre uno el riesgo de caer lisa y llanamente en el exhibicionismo?
En México estaba prohibido realizar en público un acto que tuviera
connotaciones abiertamente sexuales. Como no quería tener problemas con la
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justicia, ejercía algún tipo de control y descartaba a aquellas personas cuyos
actos hubiesen podido ser vistos como atentados contra las buenas costumbres.
Asimismo, siempre procuré mantenerme alejado de las historias de drogas.
Pero, insisto, la censura sólo se ejercía en esos dos dominios: un chiflado se
empeñó un día en comerse sobre el escenario una paloma viva. Su acto produjo
un revuelo general, desmayos, artículos de protesta en los periódicos, pero no
pudieron mandarme a la cárcel, lo cual habría ocurrido si se hubiese tratado de
un escándalo sexual. Fuera del sexo, todo estaba permitido.
Habla usted de un límite impuesto desde el exterior por la ley del país. ¿Qué habría
hecho de no existir esas restricciones?
En Estados Unidos era frecuente, en el marco de los happenings, entregarse a
especies de orgías colectivas en las que los participantes procedían a acariciarse
mientras fumaban marihuana. Fui invitado en múltiples ocasiones a ese tipo de
festejos, en Nueva York o en otros lugares, pero siempre decliné la invitación
porque me di cuenta rápidamente de que esa vía era un callejón sin salida. Todo
eso finalmente se traducía en una forma solapada de pornografía. Ahora bien,
la pornografía no es constructiva sino destructiva: bajo la apariencia de libertad,
lo que en realidad nos propone es una nueva forma de esclavitud.
Volvamos a la historia del pimiento y de la mariposa... Si el acto es una acción y no
una reacción, ¿dónde se sitúa el límite entre el hecho de soltar los monstruos que
duermen en lo profundo de nosotros, con el consiguiente riesgo de que nos devoren, y la
realización consciente de un acto liberador?
Se trata de una frontera muy sutil y ahí radica precisamente el peligro de ese
tipo de prácticas. Pronto descubrí que se me acercaban personas para las cuales
la pornografía o el vandalismo constituían actos. No los alenté a seguir porque
la experiencia adquirida durante los actos poéticos me había enseñado a dirigir
sólo cosas positivas. Sin embargo, lo «positivo» es muy difícil, es decir, aquello
que va en el sentido de la vida y de su expansión; por lo «negativo» entiendo
aquello que va en el sentido de la muerte y de la destrucción cuando los «actos»
se llevan a escena. El acto en sí mismo implica conectarse con lo oscuro y
violento, inconfesable y reprimido que uno lleva dentro. Por positivo que sea,
todo acto arrastra consigo cierta «negatividad».
Lo importante es que esas energías destructivas, que de todas maneras
cuando permanecen estancadas nos carcomen por dentro, puedan ventilarse en
una expresión canalizada y transformadora. La alquimia del acto logrado
transmuta las tinieblas en luz.
¡Su responsabilidad es, cuando menos, aplastante! ¿No corre el riesgo de jugar al
aprendiz de brujo?
Ya no. No estoy a salvo de todo riesgo, porque el peligro es parte de la vida.
¡Si uno quiere permanecer doblado en su pequeño mundo sin cuestionar su
funcionamiento, no vale la pena intentar un acto que implique exponerse! Mejor
quedarse en casa mirando la televisión... Pero el trabajo que propongo
actualmente está fundado en una larga experiencia, experiencia que yo no tenía
en aquella época lejana de los happenings. Por lo demás, no me correspondía
hacer de terapeuta: era en primer lugar en mi calidad de artista, hombre de
teatro en busca de una expresión total, como yo exploraba esa forma de arte en
la que veía, por añadidura, efectos terapéuticos. Hay que resituar esas
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experiencias en su contexto. Dicho esto, admito haber cometido en ese
momento algunos fallos. Por ejemplo, la devoración pública de la paloma me
parece hoy un error de recorrido, un acto puramente destructor. ¡Pero yo no me
lo esperaba! No me imaginé que ese hombre pudiese realizar algo semejante,
nunca me declaró que ésa era su intención. Cuando lo vi llegar con ese animal
vivo, me impactó fuertemente y me sentí sobrepasado... Reconozco mi locura de
esa época. Pero uno se vuelve sabio sólo en la medida en que atraviesa su
propia locura.
¿Alguna vez sintió miedo de perder el control de una energía que usted había
generado? ¿Hubo momentos en los que lo efímero pánico se transformó en pánico puro y
simple?
(Risas.) Hubo instantes extremos, pero creo haber estado siempre
misteriosamente protegido. Me impresionó mucho ver a Jerry Lee Lewis
quemar su piano al final de sus conciertos; eso me llevó a prender fuego a un
piano y generar un movimiento de pánico en la sala. En otra ocasión, en el
Centro Americano de París, durante un efímero que hizo historia, tenía una
canasta llena de víboras que yo me disponía a lanzar sobre el público. ¿Puedes
imaginar el Apocalipsis al que habríamos asistido? Pero en el instante en que
iba a pasar al acto, una especie de sexto sentido me advirtió sobre el peligro.
Tuve súbitamente la visión de un pánico espantoso, ataques al corazón,
personas pisoteadas o aplastadas en la estampida hacia la salida... Podría haber
sido una verdadera catástrofe...
¿Podría darme un ejemplo de happening desmedido que tenga para usted un valor
iniciático?
En aquel entonces yo era joven y bastante apuesto. Tenía, por tanto, algunas
admiradoras. Cuatro de ellas quisieron poner en escena una extraña prestación:
en México se acostumbra beber tequila acompañado de una especie de jugo de
tomate picante llamado sangrita. Por ello, siempre hay dos botellas, una de
tequila y otra de sangrita. Las señoritas subieron al escenario a ofrecerme una
botella de tequila, pidiéndome que bebiera de ella. Una vez que lo hube hecho,
vino un médico y le extrajo un poco de sangre a cada una. Esa sangre fue
vertida en un vaso que me presentaron diciendo: «Ahora bebe la sangrita; bebe
la sangrita de tus discípulas»... Supuso para mí un verdadero impacto. Me
embarqué en un largo discurso sobre el pan, el vino, la cena, la última cena de
Cristo, a la vez que me decía que puesto que había sido lo suficientemente
osado como para organizar esos happenings, ahora tenía que enfrentarme a las
consecuencias de mis propios actos. ¡Cuando finalmente me decidí a beber la
sangre, estaba coagulada! En mi calidad de creador de lo efímero pánico, me era
imposible escabullirme: por lo tanto, no bebí, sino que me comí la sangre de mis
seguidoras...
Más allá del carácter desmedido o escandaloso de tales experiencias, éstas
tienen un valor iniciático. Te obligan a ir, aunque sea por un instante, más allá
de la atracción y de la repulsión, de los condicionamientos culturales, de los
criterios de belleza y de fealdad...
Estas mujeres me pusieron contra el muro, y tuve que abandonar los
discursos y la estética pura. Fue una enseñanza. Admito que todos esos actos no
eran siempre realizados a conciencia y que se trataba de un período
experimental, pero es introduciéndose en la jaula como se doma el tigre.
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Desde el punto de vista artístico, esas prácticas le valieron una reputación más bien
controvertida...
La polémica fue considerable. Recibía muchas cartas en las que el ditirambo
se codeaba con el insulto, incluso la amenaza. El mundo del teatro mexicano se
vio revolucionado. De México me vine a París, donde tuvo lugar ese
extraordinario happening del Centro Americano.
Tal vez podría hablarnos de ello, en la medida en que fue para usted una especie de
apoteosis, un acto convulsivo y purificador.
Sí, fue una fiesta grandiosa, una celebración donde las fuerzas de las tinieblas
salieron de la trampa para luchar a plena luz con las fuerzas luminosas, un
combate entre ángeles y bestias, un ritual saturado de sabiduría y de locura...
Ese espectáculo pánico había sido minuciosamente preparado. Yo había
adquirido cierta experiencia y ya no me movía a tientas: los riesgos eran
asumidos con pleno conocimiento de causa. Al montar este acontecimiento, yo
era consciente de estar encaminándome hacia una muerte, un rito de transición
del cual sólo podría salir destruido o transformado... Para mí no se trataba de
divertirme entregándome a una pequeña masturbación intelectual frente a un
público escogido. ¡Yo no tenía nada que ver con las elucubraciones
vanguardistas provenientes de cerebros desmedrados de algunos
pseudoartistas autosuficientes! Me preocupaba tan poco de ello entonces como
ahora del medio temeroso de la «espiritualidad», de la opinión de esas personas
constantemente asustadas que buscan refugio en un nirvana de pacotilla para
evitar tener que enfrentarse a las monstruosidades de la vida, la dimensión
pánica de lo cotidiano... No se trataba de montar un pequeño espectáculo
simpático cuya audacia fuera aplaudida por la crítica de moda, sino de
cuestionarme por completo. Quería exponerme, poner en juego la vida, la
muerte, la locura, la sabiduría, realizar una especie de sacrificio ritual.
¿Qué sucedió?
La primera parte estaba basada en unas creaciones de Topor, Arrabal y
Alain-Yves Leyaouanc. Topor me pasó cuatro dibujos que yo puse en escena
con la compañía de ballet de Graciela Martínez, con trajes de tela blanca sobre
los cuales el artista en persona dibujó, y personajes recortados en madera. El
público pudo así asistir al ballet de Topor, que transcurrió lentamente sobre un
fondo negro. Figuraba las etapas de la iniciación de una muchacha muy joven:
el primer par de medias, traído en una pequeña carretilla por una anciana sin
piernas, el primer par de zapatos, el primer sostén (dos personajes tipo Chaplin
se abalanzaban a patadas sobre un enorme seno hecho en yeso, levantando una
nube de polvo), el primer lápiz de labios, las primeras joyas...
Arrabal me entregó una comedia de cuatro páginas: la historia de una
princesa enamorada de un príncipe con cabeza de perro que acaba engañándolo
con un príncipe con cabeza de toro. Para esta escena, yo había llenado el
escenario de miles de pollitos que piaban produciendo un ruido infernal. La
princesa masturbaba un cuerno del toro hasta que salía un chorro de leche
condensada. Estas dos primeras partes constituían a mi entender el prólogo
cómico-poético del «Melodrama sacramental». Algunos de los poetas
norteamericanos más célebres de la generación beat, entre ellos Allen Ginsberg
y Lawrence Ferlinghetti, asistieron al acontecimiento. Este último se mostró tan
impresionado que me pidió para su City Lights Journal una descripción del
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melodrama sacramental, precedida de un breve prólogo explicativo. Voy a
leerte ese documento, publicado en San Francisco en 1966. Redactado al calor de
aquel evento, expresa mejor toda la locura y belleza de este efímero pánico de lo
que podrían hacerlo mis recuerdos actuales.
La finalidad del teatro: provocar accidentes.
El teatro debería fundarse sobre aquello que hasta ahora hemos denominado
«errores»: accidentes efímeros. Al aceptar su carácter efímero, el teatro descubrirá lo
que lo distingue de las otras artes y, por ende, se abrirá a su propia esencia. Las otras
artes dejan páginas escritas, grabaciones, telas, volúmenes: huellas objetivas que el
tiempo borra sólo muy lentamente. El teatro, por su parte, no debería durar ni siquiera
un solo día de la vida de un hombre. Apenas nacido, debería morir enseguida. Las
únicas huellas que dejará estarán grabadas al interior de los seres humanos y se
manifestarán en cambios psicológicos. Si la finalidad de las otras artes es crear obras, la
finalidad del teatro es directamente cambiar a los hombres: si el teatro no es una ciencia
de la vida, no puede ser un arte.
MELODRAMA SACRAMENTAL
Un efímero pánico presentado el 24 de mayo de 1965
en el Segundo Festival de Expresión Libre de París
Un espacio escénico del cual han sido retiradas todas las cuerdas, los decorados, etc.
En otras palabras, un escenario desprovisto de todas sus futilidades: muros desnudos.
Todo está pintado de blanco, incluso el suelo.
Un automóvil negro (en buen estado); los vidrios están rotos de manera que se
puedan guardar objetos dentro, utilizar ese espacio como vestuario, como lugar para
descansar, etc.
Dos cajas blancas sobre las que están dispuestos objetos blancos.
Un mesón de carnicería, una pequeña hacha.
Un frasco con aceite hirviendo sobre una cocinilla eléctrica.
Antes de levantar el telón, se quema gran cantidad de incienso.
Todas las mujeres tienen los senos desnudos.
Dos de ellas, tendidas en el suelo, están completamente pintadas de blanco.
Otra mujer, pintada de negro, está sobre el techo del automóvil negro. Junto a ella,
otra, pintada de rosado. Ambas tienen los pies inmersos en una pequeña tinaja de
plata.
Una mujer, con un vestido largo plateado y el cabello peinado en forma de media
luna, se apoya sobre dos muletas. Su rostro entero está enmascarado, incluso su nariz y
su boca. Dos agujeros en el vestido revelan sus pezones, otro revela su vello púbico.
Lleva consigo un gran par de tijeras de plata.
Otra mujer más, que usa una capucha de verdugo, grandes botas de cuero, un
cinturón grueso. Tiene un látigo en la mano. Sus senos están recubiertos con un chal
negro.
Grupo de rock'n'roll: seis muchachos con el pelo a la altura de los hombros.
Nadie debe haber ingerido drogas, excepto los músicos.
Una rampa une el escenario con el público. Los objetos y trajes utilizados durante el
espectáculo serán lanzados a los espectadores.
Apertura súbita y estruendosa del telón. La calma antes de la tempestad.
Aparezco, vestido con un traje de plástico negro brillante, pantalones altos como los
de un basurero, botas de caucho, guantes de cuero, lentes gruesos de plástico.
Sobre mi cabeza, un casco de moto, blanco, como un gran huevo.
Dos ocas blancas. Les corto la garganta. Estalla la música: cascada de guitarras
eléctricas.
Los pájaros deambulan, agónicos. Las plumas vuelan. La sangre salpica sobre las
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dos mujeres blancas. Trance. Bailo con ellas. Las golpeo con los cadáveres. Ruido de
muerte. Sangre.
(Había previsto degollar las aves sobre el mesón de carnicería. Pero en mi estado de
trance, llevado por una fuerza extraña, les arranqué el cuello con mis manos con la
misma facilidad con que le habría sacado el corcho a una botella.)
La mujer rosada, con los pies siempre en la tinaja, ondula las caderas mientras que la
negra, como una esclava, comienza a cubrir su cuerpo con miel.
Destruyo las ocas sobre el mesón de carnicería.
La mujer plateada abre y cierra violentamente sus tijeras. ¡Ah, ese ruido metálico!
Les pasa las tijeras a las dos mujeres blancas, que comienzan a recortar el plástico
negro.
Destruyen mi traje. Pierdo mis botas y mis guantes. Curiosamente poseídas también,
las dos mujeres terminan desgarrando mi traje con sus puras manos.
Mi cuerpo es entonces revestido con 20 libras de bistec, cosidas como camisa.
Aullando, las mujeres se abalanzan sobre la carne roja y la despedazan en trozos
pequeños. Le entregan los trozos a la mujer plateada. Con una enorme cuchara
plateada, ésta introduce calmadamente los bistecs en el aceite hirviendo. (La
proximidad de la cocinilla y de los cuerpos sudorosos de las mujeres produce golpes
eléctricos.)
Cada trozo de carne frito es puesto sobre un plato blanco; las mujeres ofrecen los
platos a la vista del público.
Yo sigo vestido con un pantalón de cuero negro. Un falo hecho con la misma materia
está colgado perpendicularmente al suelo. Tengo brazaletes de cuero en las muñecas y
en los tobillos: homenaje a Maciste, el Hércules del pueblo italiano. Concentración.
Karate-kata.
Recojo el hacha y recorto en tajadas mi falo de cuero sobre la mesa de carnicería.
La mujer negra, consciente de su esqueleto, danza, mueve sus huesos como un
títere, mientras que yo rompo los platos blancos a martillazos.
Las mujeres blancas danzan sin parar. Cuando se sienten cansadas, adoptan la
postura de zazen.
Acerco un cuadro de metal. Lentamente, levanto el chal negro que cubre los senos
del verdugo. Su piel no está pintada. Tiene unos pechos fuertes y sanos, un cuerpo
poderoso.
Me paso el cuadro alrededor del cuello, dándole la espalda al público.
La mujer me propina un latigazo. Trazo una línea roja sobre su seno derecho con un
lápiz labial.
Segundo latigazo. La línea comienza en su plexus solar y desciende hasta su vagina.
(El primer latigazo fue fuerte, pero no lo suficiente: necesitaba más. Buscaba un
estado psicológico que me era desconocido hasta ese entonces. Necesitaba sangrar para
trascenderme, para romper mi propia imagen. El segundo golpe me marcó
instantáneamente. Luego el verdugo perdió el control, porque muchas veces había
soñado con dar latigazos a un hombre. La tercera vez, completamente excitada, me dio
latigazos con todas sus fuerzas. La herida tardó dos semanas en curar.)
La mujer quiere seguir golpeándome; me empuja con todas sus fuerzas. Con el
aparato alrededor del cuello, doy vueltas y caigo al suelo. (Podría haberme roto las
vértebras cervicales, pero en el extraño estado emocional en que me encuentro, el
tiempo se vuelve lento, y, como si me encontrara dentro de una película a cámara lenta,
pude levantarme sin la menor herida.) Le pincho el seno para sosegarla. Calma.
La mujer negra me trae limones. ¡Ah, ese color amarillo!
Los dispongo en círculo en el suelo. Me arrodillo al centro.
Un peluquero profesional, casi paralizado por el miedo, se acerca para cortarme el
pelo.
La mujer cubierta de miel se baja del techo del automóvil. Bailo con ella.
Deseo sexual, con una fuerza onírica. Sus medias parecen resumir toda la hipocresía
social. Las saco sin preámbulo. Resbalan por sus muslos llenos de miel. Abejas. El
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impacto de su pubis negro. La sumisión de la mujer. Sus ojos semicerrados. Su
aceptación natural de la desnudez. Libertad. Pureza. Ella se arrodilla junto a mí. Sobre
su cuerpo, y partiendo desde el vientre, pego los cabellos que me cortan.
Quiero dar la impresión de que sus vellos púbicos crecen como un bosque e invaden
todo su cuerpo. Las manos del peluquero están paralizadas por la ansiedad. Es el
verdugo quien tiene que terminar de afeitar mi cabeza.
Dos modelos de Catherine Harley, ajenas a todo lo que está sucediendo y llenas de
pánico ante la idea de ensuciar sus vestidos de seda muy costosos (arrendados para la
ocasión), van y vienen, trayendo al escenario 250 grandes panes.
En ese momento, mi cerebro está en llamas. Saco de un frasco de plata cuatro
serpientes negras. En un principio, trato de pegármelas con tela adhesiva sobre mi
cabeza a modo de cabellos, pero cedo a la tentación de disponerlas sobre mi pecho cual
dos cruces vivas. Mi transpiración me lo impide.
Las serpientes ondulan alrededor de mis manos como agua viva. Bodas.
Persigo a la mujer rosada con las serpientes. Ella se esconde en el automóvil, como
una tortuga en su caparazón. Baila en su interior. Me sugiere un pez en un acuario.
Asusto a una de las dos modelos. Ella deja caer su pan y salta hacia atrás.
Un espectador ríe. Le lanzo el pan a la cara. (Durante una recepción, algunos días
después, esta mujer se me acercó y me dijo que al recibir ese pan en pleno rostro había
sentido la sensación de comulgar, como si yo le hubiera introducido una gigantesca
hostia a través del cráneo.)
De pronto, lucidez: veo al público sentado ahí en las butacas, personas paralizadas,
histéricas, excitadas, pero inmóviles, sin participación corporal, aterradas por el caos
que está a punto de devorarlos: tengo que lanzarles las serpientes o hacerlos explotar.
Me contengo. Rechazo el escándalo fácil de un pánico colectivo.
Calma. Violencia de la música. Los amplificadores a todo volumen.
Me visto con un pantalón, una camisa y unos zapatos naranja. El color de un budista
quemado vivo.
Salgo y vuelvo con una pesada cruz hecha con dos vigas de madera. Sobre la cruz,
un pollo crucificado cabeza abajo, el culo hacia arriba, con dos clavos en sus patas,
como un cristo decapitado. Lo he dejado pudrirse durante una semana. Sobre la cruz,
dos letreros del tránsito: abajo, un letrero con una flecha y la mención «Salida por
arriba»; encima del pollo, un letrero con la mención: «Prohibido salir». Le entrego la
cruz a la mujer plateada. Traigo otra. Dos letreros indicadores: siempre uno abajo que
indica hacia arriba; siempre uno arriba que prohibe salir.
Le paso la cruz a una de las mujeres de blanco. Traigo una tercera cruz. Se la entrego
a la otra mujer de blanco.
Las dos mujeres cabalgan sobre las cruces, transformándolas en gigantescos falos;
luchan entre ellas; una de ellas introduce la punta de la cruz a través de la ventana del
automóvil y simula los movimientos de un acto sexual con el automóvil.
Dispongo la tinaja frente a la cruz. El pollo crucificado es sacudido por encima de
las cabezas de los espectadores. Dejamos caer las cruces.
Escojo entre los músicos a aquel que tiene los cabellos más largos. Lo levanto. Está
más tieso que una momia. Lo visto con un traje de papa. Lo cubro de estola.
Las mujeres, de rodillas, abren la boca y sacan la lengua lo más lejos posible.
Aparece un nuevo personaje: una mujer vestida con un traje tubular, como una
lombriz de pie. A través de este traje, quiero sugerir la idea de una «forma papal» en
descomposición. Un papa transformado en camembert.
El músico, imitando los gestos de un sacerdote, abre una lata de frutas en almíbar.
Pone medio durazno amarillo dentro de la boca de cada una de las mujeres. Estas lo
tragan de un solo bocado.
¡Hostia bañada en almíbar!
Una mujer encinta hace su aparición. Estómago de cartón. El papa se percata de que
tiene una mano de yeso. Coge el hacha y la rompe en mil pedazos. Le abre el estómago
valiéndose de una piocha (tengo que controlarlo para evitar que la hiera realmente).
37
Pone las manos dentro de su estómago, del cual extrae ampolletas eléctricas. La
mujer grita como si estuviera pariendo. Se levanta, saca de su seno un bebé de caucho y
golpea con él al papa en pleno pecho. La muñeca cae al suelo. La mujer se retira. Recojo
el bebé. Abro su vientre con un escalpelo y extraigo de su interior un pez vivo en las
convulsiones de la agonía. Fin de la música. Solo de batería brutal.
El pez sigue retorciéndose; el baterista sacude unas botellas de champán hasta que
explotan.
Al ver cómo la espuma lo recubre todo, el papa tiene un ataque de epilepsia. El pez
muere. La batería se calla. Lanzo el animal por encima de la rampa; cae en medio del
público. Presencia de la muerte.
Todo el mundo sale del escenario, salvo yo.
Música judía. Himno atroz. Lentitud.
Dos manos blancas inmensas me lanzan una cabeza de vaca. Pesa ocho kilos. Su
blancura, su humedad; sus ojos, su lengua...
Mis brazos sienten su gelidez. Yo mismo me vuelvo gélido. Por un segundo, me
transformo en esa cabeza.
Siento mi cuerpo: un cadáver bajo la forma de una cabeza de vaca. Caigo de rodillas.
Quiero aullar. Me es imposible hacerlo porque la boca de la vaca está cerrada.
Introduzco mi índice en sus ojos. Mis dedos resbalan sobre las pupilas. No siento nada
aparte de mi dedo -satélite sensible girando alrededor de un planeta muerto-. Me
siento como la cabeza de la vaca: ciego. Deseo de ver.
Agujereo la lengua con un punzón; abro las mandíbulas. Tiro de la lengua. Dirijo la
cabeza, con la boca abierta, hacia el cielo, al mismo tiempo que yo alzo la mía, con la
boca abierta.
Un aullido sale, pero no de mí, sino del cadáver. Una vez más, veo al público.
Inmóvil, gélido, hecho de piel de vaca muerta. Todos somos el cadáver. Lanzo la
cabeza en medio de la sala. Esta se vuelve el centro de nuestro círculo.
Entra un rabino (las manos blancas inmensas eran las suyas).
Lleva puesto un abrigo negro, un sombrero negro, una barba blanca tipo Viejo
Pascuero. Camina como Frankenstein. Está de pie sobre una tinaja de plata. Extrae tres
botellas de leche de una maleta de cuero. Las vierte sobre su sombrero.
Froto mi mejilla contra la suya. Su rostro es blanco. Tomamos un baño de leche.
Bautizo.
Me coge por las orejas y me da un beso apasionado en la boca. Sus manos agarran
mis nalgas. El beso dura varios minutos. Temblamos, electrizados. Kaddish.
Con un lápiz negro, traza dos líneas desde los rincones de mi boca hasta mi mentón.
Mi mandíbula parece ahora la de una muñeca ventrílocua. Él está sentado sobre el
mesón de carnicería. Una de sus manos está apoyada sobre mi espalda como si él
quisiera pasar a través de ella, cortar la columna vertebral, introducir sus dedos dentro
de mi caja torácica y presionarme los pulmones para forzarlos a gritar o a rezar. Me
obliga a moverme. Me siento como una máquina, como un robot. Angustia. Tengo que
dejar de ser una máquina.
Deslizo mi mano entre sus piernas. Abro su bragueta. Introduzco mi mano y con
una fuerza inusitada extraigo una pata de chancho, semejante a la imagen que yo tenía
del falo de mi padre cuando yo tenía cinco años. Retiro mi otra mano empuñando un
par de testículos de toro. Abro los brazos en forma de cruz. El rabino aúlla como si
hubiera sido castrado. Parece muerto.
La música judía se vuelve más fuerte; cada vez se vuelve más melancólica.
Aparece un carnicero, vestido con un sombrero, un abrigo, tiene una barba negra, su
delantal cubierto de sangre.
Tiende al rabino y comienza la autopsia: introduce sus manos en el abrigo y saca un
enorme corazón de vaca. Olor de carne. Clavo el corazón en la cruz. Largo pedazo de
tripas. Lo clavo.
Sale el carnicero. Aterrado, levanto el sombrero del rabino. Saco un cerebro de vaca.
Lo reviento sobre mi cabeza.
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Cojo la cruz y la pongo cerca del rabino. Saco de la maleta una cinta larga de
plástico rojo y amarro al hombre a la cruz cubierta de tripas.
Levanto todo el armazón: madera, carne, ropas, cuerpo y lo dejo caer por la rampa
que baja hasta el público. (El peso total es de 125 kilos: pero, pese a la violencia del
golpe, el hombre no sintió nada ni sufrió el menor rasguño.)
Entran las mujeres blancas, negras, rosadas y plateada.
Se arrodillan.
Espera.
Entra un nuevo personaje: una mujer cubierta de satén negro cortado en triángulos.
Una especie de telaraña. Un bote de neumático de tres metros de largo va amarrado a
su traje y parece una enorme vulva. Plástico naranja inflado con aire. El fondo de la
balsa es de plástico blanco.
Símbolo: el himen.
Danza. Ella me hace señas. Cuando me acerco, ella me rechaza. Cuando me alejo,
ella me sigue. Se encarama sobre mí. La balsa me cubre completamente. Cojo el hacha.
Rompo el fondo blanco. Aullido. Rajo la tela y me refugio en la vagina. Permanezco
entre sus piernas, escondido en el satén negro. De un saco escondido junto a su vientre,
extraigo cuarenta tortugas vivas que lanzo al público.
Parecen surgir de la enorme vagina. Como piedras vivas, diríase.
Comienzo a nacer. Gritos de una mujer que da a luz. Caigo al suelo en medio del
vidrio de las ampolletas eléctricas, de los trozos de plato, de las plumas, de la sangre,
de los estallidos de los fuegos artificiales (mientras me rapaban la cabeza, encendí 36
fuegos, uno por cada año de mi vida), charcos de miel, trozos de durazno, limones,
pan, leche, carne, harapos, astillas de madera, clavos, sudor: renazco en este mundo.
Mis gritos asemejan los de un bebé o un anciano. El viejo rabino, mediante enormes
esfuerzos, ejecuta pequeños saltos a diestra y siniestra, amarrado a la cruz como un
cerdo agónico. Se libera de la cinta de plástico. El sale.
La mujer-madre empuja hacia mí a la mujer negra. La levanto. La llevo hacia el
centro del escenario, ella tiene los brazos abiertos en forma de cruz. Un cadáver-cruz: la
pintura negra sugiere una cremación: mi propia muerte.
Al darme la vida, la mujer ha lanzado la muerte en mis brazos. Manchado con el
maquillaje de mi pareja, comienzo a volverme completamente negro. Mi rostro parece
el de un quemado.
Las mujeres nos amarran el uno al otro con vendas. Estoy ligado a ella por la cintura,
los brazos, las piernas y el cuello. Este cadáver huesudo está incrustado en mí y yo
estoy incrustado en ella. Parecemos dos siameses: como si fuéramos una sola persona.
Lentamente, improvisamos una danza. Nos dejamos caer al suelo. Los movimientos no
son ni los suyos ni los míos, sino los de ambos al mismo tiempo. Podemos controlarlos.
Las mujeres blancas y rosadas nos salpican con jarabes de menta, de casis y limón.
El líquido viscoso, verde, rojo y amarillo nos recubre; mezclado con el polvo, forma
una especie de barro.
Magma.
El telón comienza a bajar lentamente. Nuestros dos cuerpos se agarran el uno del
otro, como dos columnas. Queremos levantarnos, caemos.
Se baja el telón.
(Todos los ingredientes empleados en el melodrama sacramental fueron lanzados al
público: trajes, hachas, recipientes, animales, pan, piezas de automóvil, etc. Los
asistentes se pelean como aves de rapiña las reliquias. No quedó nada.)
Me pregunto si lamento haberme perdido ese happening o si me felicito de haberme librado de
él...
¡Espera, ahí no acaba la cosa! Mientras el público se disputaba las tortugas
vivas, las vísceras, los bistecs, los cabellos, etcétera, volví a subir al escenario y
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me dirigí al público en los siguientes términos: «Generalmente uno paga caro su
butaca en el teatro para recibir poco a cambio. Hoy la entrada fue gratuita,
ustedes no pagaron nada pero recibieron mucho. Es medianoche. Para
presentarles la última parte del poema, necesito un par de horas de
preparación. Vayan a tomarse un café y vuelvan a las dos de la mañana».
Todo el mundo aplaudió y abandonó la sala. Dos horas más tarde, el teatro
estaba nuevamente lleno. Entonces comencé el ceremonial que me había
propuesto Alain-Yves Leyaouanc. Vestido con un traje de los años veinte,
rasuré el pubis de su joven esposa al son de una música sagrada. Sobre su
cuerpo, ella había pegado unos dominós. Era un acto muy emocionante, y el
espíritu con que era realizado generaba inmediatamente una atmósfera
religiosa. Había también una réplica del Pensador de Rodin en la cual hacíamos
agujeros con un martillo. Chorros de tinta china salían de la cabeza del
pensador, luego soltamos en la sala dos mil pajaritos. Al final del happening
estaba tan limpio de mí mismo que los pájaros venían a posarse sobre mi cabeza
sin que yo me percatara de ello.
¿Cuál era el sentido de esa manifestación pública?
Era como una ordenación, el sacrificio ritual de lo que durante tanto tiempo
había conformado mi vida. Este happening, a la vez que pasó a la historia, cerró
toda una etapa de mi vida. Salí agotado de él, exangüe, y pensé mucho en él.
Veía siempre merodear a mi alrededor el espectro de la destrucción tenebrosa y
sentía, más que nunca, que el teatro tenía que ir en el sentido de la luz. Sin
embargo, me decía a mí mismo: «No olvides nunca que la flor de loto surge del
cieno». Hay que explorar el fango, tocar la muerte y el barro para subir hacia los
cielos límpidos. Desde ese momento, mi preocupación consistió en promover
un teatro positivo, iluminador y liberador. Me di cuenta de que tenía que
cambiar hacia una forma totalmente distinta y comencé a practicar el teatroconsejo: si alguien -cualquier persona- deseaba hacer teatro, yo le comunicaba la
siguiente teoría: el teatro es una fuerza mágica, una experiencia personal e
intransmisible. No pertenece a los actores, sino a todo el mundo. Basta con una
decisión, un atisbo de resolución para que esa fuerza transforme la vida. Ya es
hora de que el ser humano rompa con los reflejos condicionados, los círculos
hipnóticos, las autoconcepciones erróneas. La literatura universal concede un
lugar importante al tema del «doble» que, poco a poco, expulsa a un hombre de
su propia vida, se apropia de sus lugares favoritos, de sus amistades, de su
familia, de su trabajo, hasta transformarlo en un paria e incluso a veces
asesinarlo, según algunas versiones de ese mito universal. En lo que a mí respecta, creo que somos el «doble» y no el original.
¿Quiere decir que nos identificamos con un personaje que no es sino una caricatura
de nuestra identidad profunda?
Exactamente. Nuestra autoconcepción...
En otras palabras: la idea que nos hacemos de nosotros mismos...
Sí, nuestro ego -poco importa el nombre que le demos a ese factor de
alienación- no es más que una copia pálida, una aproximación de nuestro ser
esencial. Nos identificamos con ese doble tan irrisorio como ilusorio. Y de
pronto aparece «el Original». El amo del lugar vuelve a tomar el sitio que le
corresponde. En ese momento, el yo limitado se siente perseguido, en peligro
40
de muerte, lo que es totalmente cierto. Porque el Original acabará por disolver
el doble. En cuanto humanos identificados con nuestro doble, tenemos que
comprender que el invasor no es sino uno mismo, nuestra naturaleza profunda.
Nada nos pertenece, todo es del Original. Nuestra única posibilidad es que
aparezca el Otro y nos elimine. No sufriremos de ese crimen, pero
participaremos en él. Se trata de un sacrificio sagrado en el cual uno se entrega
entero al amo, sin angustia...
¿En qué medida el teatro puede ayudar a una persona a volver al «Original»?, por
usar la expresión que usted utiliza.
Puesto que vivimos encerrados en lo que yo llamo «nuestra autoconcepción»,
la idea que tenemos de nosotros mismos, ¿por qué no adoptar un punto de vista
totalmente distinto? Por ejemplo, mañana tú serás Rimbaud. Te levantarás
siendo Rimbaud, te cepillarás los dientes, te vestirás como él, pensarás como él,
recorrerás la ciudad como él... Durante una semana, veinticuatro horas al día, y
para ningún espectador salvo tú mismo, serás el poeta, actuando como otra
persona con tus amigos y conocidos sin darles ninguna explicación. Lograrás
ser un autor-actor-espectador, produciéndote, no en un teatro, sino en la vida.
Si entiendo bien, le explicaba esa teoría a sus consultantes y luego les fijaba un
programa...
¡Efectivamente! Establecía un programa, un acto o una serie de actos para
realizar en la vida en un tiempo dado: cinco horas, doce horas, veinticuatro
horas... Un programa elaborado en función de su dificultad, destinado a romper
el personaje con el cual se habían identificado para ayudarlos a restablecer los
lazos con su naturaleza profunda. A un ateo, le hice adoptar durante semanas la
personalidad de un santo. A una madre indiferente, le asigné el deber de imitar
durante un siglo el amor maternal. A un juez, le di la tarea de disfrazarse de
vagabundo para ir a mendigar frente a la terraza de un restaurante. De sus
bolsillos, tenía que extraer puñados de ojos de cristal sacados de muñecas.
Creaba de este modo un personaje destinado a implantarse en la vida cotidiana
y a mejorarla. Es en ese estadio donde mi búsqueda teatral fue adquiriendo
poco a poco una dimensión terapéutica. De director me transformé en consejero
teatral, dándole instrucciones a las personas para tomar su lugar en cuanto
personaje en la comedia de la existencia.
Confieso cierto escepticismo en cuanto a los efectos de esa terapia teatral, aunque la
idea en sí sea muy interesante. ¿Cómo una madre indiferente podría decidir adoptar el
personaje de una madre amante y, sobre todo, conseguirlo a lo largo de toda su
existencia?
En primer lugar, no olvides que todos los consultantes sufrían de estar
sometidos a su doble. Si se me acercaban, era precisamente porque se sentían
mal en su función y presentían la naturaleza radicalmente distinta del Original
en ellos. El proceso se fundaba, pues, en un deseo real de cambiar. La madre
indiferente, por ejemplo, sufría de no poder transmitir mucho amor a su hijo.
Por lo demás, creo en las virtudes de la imitación, en el buen sentido de la
palabra. Un santo avanzará por la vía de la «imitación de Jesucristo». ¿Por qué
un ateo harto de su incredulidad no podría comenzar a imitar a un santo?
41
¿Por qué no?, efectivamente. Ahora bien, toda imitación de ese tipo -que equivale a lo
que se denomina una ascesis o práctica espiritual- realmente no es tan fácil de llevar a
cabo día a día...
De acuerdo. Pero si la madre fuera un poco menos indiferente gracias a este
proceso y el ateo diera un paso hacia la santidad, ¿acaso no sería algo de por sí
maravilloso?
42
El acto onírico
La interpretación de los sueños ocupa un lugar preponderante en el quehacer del
artista-chamán-director teatral-clown místico en la búsqueda de esa otra forma de locura
que es la sabiduría.
Sí, aunque la interpretación de los sueños es una práctica tan vieja como el
mundo. Con el tiempo, sólo han cambiado las formas de interpretación, desde
el sistema simplista que consiste en atribuir sistemáticamente un significado
simbólico concreto a tal o cual imagen hasta el concepto de Jung, según el cual
no se trata de explicar el sueño, sino de seguir viviéndolo, mediante el análisis,
en estado de vigilia, a fin de ver adonde nos conduce. La etapa siguiente,
situada más allá de toda interpretación, consiste en entrar en el sueño lúcido, en
el que sabes que estás soñando, conocimiento que te da la posibilidad de
trabajar sobre el contenido del sueño.
Es la práctica que se ha dado a conocer gracias a Carlos Castaneda...
Él la popularizó, pero no la inventó. En realidad, el primer libro consagrado
al sueño lúcido, que yo sepa, se publicó en Francia: Les rêves et les moyens de les
diriger, de Hervey de Saint-Denis. Ya en 1867, este autor acertaba en lo esencial
de la cuestión, como podrás apreciar en este fragmento que quiero leerte:
Ya que un sueño es como un reflejo de la vida real, los hechos que parecen ocurrir
en él siguen generalmente, incluso en su incoherencia, ciertas leyes cronológicas
coherentes con la secuencia normal de todo hecho verdadero. Quiero decir que si, por
ejemplo, sueño que me he roto el brazo, me parecerá que lo llevo en cabestrillo o haré
uso de él con precaución, o si sueño que se cierran los postigos de una habitación, me
parecerá que se ha interceptado la luz y que alrededor de mí se hace la oscuridad. Por
lo tanto, imaginé que, si en sueños hacía el ademán de ponerme la mano sobre los ojos,
obtendría, en primer lugar, una ilusión semejante a lo que me ocurriría
verdaderamente estando despierto si hacía el mismo ademán, es decir, que haría
desaparecer las imágenes de los objetos que me parecía ver delante de mí. Luego me
pregunté si, después de producir esta interrupción de la visión, no podría mi
imaginación evocar más fácilmente los nuevos objetos en los que yo tratara de fijar el
pensamiento. La experiencia demostró que el razonamiento era correcto. La colocación,
en el sueño, de una mano delante de mis ojos borró en ese momento la visión de un
campo que antes había tratado inútilmente de cambiar sólo mediante la fuerza de la
imaginación. Estuve sin ver nada durante un instante, exactamente como me habría
ocurrido en la vida real. Hice entonces un nuevo llamamiento enérgico al recuerdo de
la famosa irrupción de los monstruos y, como por arte de magia, este recuerdo,
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nítidamente colocado ahora en el foco de mi pensamiento, se dibujó de pronto claro,
brillante, tumultuoso, sin que, antes de despertarme, tuviera yo percepción de la
manera en que se había operado la transición... Si conseguimos establecer de modo
terminante que la voluntad puede conservar, durante el sueño, la fuerza suficiente para
dirigir la trayectoria de la mente a través del mundo de las ilusiones y las
reminiscencias (como durante el día dirige al cuerpo a través de los acontecimientos
del mundo real), podremos deducir que cierto hábito de ejercer esta facultad, unido al
de tomar conocimiento, en sueños, de su verdadero estado, llevarán poco a poco, al
que persista en el esfuerzo, a resultados concluyentes. No sólo reconocerá, en primer
lugar, la acción de su voluntad consciente en la dirección de los sueños lúcidos y
tranquilos, sino que pronto descubrirá la influencia de esta misma voluntad en los
sueños incoherentes y apasionados. Los sueños incoherentes se coordinarán
notablemente bajo esta influencia; y en los sueños apasionados, llenos de deseos
tumultuosos o pensamientos dolorosos, el resultado de este conocimiento y esta
libertad de espíritu adquiridos será la facultad de ahuyentar las imágenes
desagradables y favorecer las ilusiones felices. El temor a las visiones desagradables
disminuirá en la medida en que se aprecie su iniquidad, y el deseo de ver aparecer
imágenes gratas será más activo al reconocer la capacidad de evocarlas; el deseo será
pronto más fuerte que el temor y, puesto que la idea dominante es la que hace aparecer
las imágenes, el sueño agradable será el que prevalezca. Tal es, al menos, la manera en
que me explico, teóricamente, un fenómeno experimentado por mí de forma constante.
Apasionante, ¿verdad? No sé si Castaneda se inspiraría en este libro, o sus
descubrimientos coinciden con los del autor casualmente. Lo cierto es que este
texto de finales del siglo XIX muestra con claridad el método que luego
explicaría Carlos. Fue André Bretón quien me recomendó su lectura.
¿Comenzó a tener sueños lúcidos después de haberlo leído o ya le era familiar esa
experiencia?
Yo tuve la gran suerte de tener mi primer sueño lúcido a los diecisiete años.
En ese sueño yo estaba en un cine en el que se proyectaba una película de
dibujos animados, digna de Dalí. De pronto me vi sentado en el centro de la
sala y supe que estaba soñando. Miré hacia la salida, pero, como no era más que
un adolescente carente de toda cultura espiritual o psicoanalítica, pensé: «Si
cruzo esa puerta, entraré en otro mundo y moriré». ¡Y sentí pánico! Mi única
solución era despertarme, por lo que hice enormes esfuerzos por salir del sueño,
hasta el momento en que sentí que ascendía desde las profundidades hacia mi
cuerpo, que parecía estar situado en la superficie. Me reintegré a mi envoltura y
desperté. Así fue mi primera experiencia, y me pareció francamente aterradora.
A partir de entonces, empecé a familiarizarme con el sueño lúcido.
¿Cómo se puede estar seguro de que se está soñando? Al fin y al cabo yo también
podría decidir ahora, mientras hablamos, que estoy soñando...
Al comienzo yo hacía una comprobación. Me apoyaba con las dos manos en
el aire, como en una tabla invisible, y me impulsaba. Si ascendía era porque
estaba soñando. Luego hacía un looping, y me ponía a trabajar en mi sueño.
Puedo leerte un sueño lúcido que anoté en mi cuaderno amarillo en 1970 y que
fue especialmente importante para mí, ya que en él puse en práctica por
primera vez la técnica que he descrito:
Estoy solo en una casa desconocida. Todo me parece completamente real pero, sin
saber por qué ya que nada me lo indica, pienso: «Quizás esté soñando... Si estoy
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soñando, puedo volar...». Hago un esfuerzo, me apoyo en el aire con las palmas de las
manos, y me lanzo hacia arriba. Floto en la habitación. «¡Es un sueño!», me digo.
Decido aprovechar la oportunidad para perfeccionar mi vuelo, y no sólo verme volar
sino sentirme volar. Doy una vuelta de campana, subo y bajo. Quedo satisfecho. Decido
planear por toda la casa. Vuelo por un pasillo y llego a un salón oscuro. En un rincón
veo a dos niños de unos cinco años. Avanzo hacia ellos para verlos más nítidamente:
no son niños sino dos gnomos viejos, flacos y arrugados. Se ríen y se esconden. Son los
espíritus de la casa. Tienen un aire inquietante. Me evitan. Desaparecen entre las
sombras y se ríen de mí. No me atrevo a buscarlos. El sueño me absorbe, pierdo la
lucidez... Viajo en un autobús sin conductor ni pasajeros. Miro por la ventanilla y veo
un bosque petrificado. Me digo: «Probablemente es un sueño. Voy a comprobarlo».
Vuelo, salgo del autobús atravesando el cristal y planeo en el bosque. Otra vez pierdo
mi lucidez. Ahora me encuentro en un sótano, ante una ventana opaca. No tardo en
darme cuenta de que sueño, y me digo: «Seguro, esto es un sueño». Intento salir
volando por la ventana, pero no lo logro. Tengo la sensación de que las paredes tienen
varios metros de espesor. Pero debo atravesarlas. Siento que es imposible. Me obligo a
intentarlo. Atravieso la pared sin dificultad y salgo al espacio: afuera hay un cielo azul,
floto entre las nubes. Mientras me dejo llevar por una brisa suave, pienso: «Debo
aprovechar este sueño para ver a mi Dios interior...». De pronto, siento que me invade
un profundo cansancio que, evidentemente, antecede a un gran miedo. Me doy
explicaciones: «Es una prueba demasiado dura, aún no estoy preparado para ese
encuentro, lo dejaré para otro día». Y despierto. Por una parte me siento contento de
haber descubierto una técnica que me permite saber si sueño, pero, por otra, estoy
irritado a causa de mi debilidad y mi falta de valor. En mi cuaderno de sueños escribo
este comentario: «Creo que ha llegado el momento de ir más allá en el sueño lúcido.
Correr riesgos. Pero todavía tengo miedo de morir, no me atrevo... Pude haber entrado
en mi inconsciente hasta hallar al Dios interior; confiar en El... Debí perseguir a los
gnomos, hacerles frente, hablarles sin turbarme por sus mofas, establecer contacto real
con ellos, conocer sus secretos. Debí crear mundos, atravesar la muerte, llegar al centro
de mi ser, vencer monstruos y terrores... Deseo ser más valiente la próxima vez y
dominar mi miedo. También tengo que encontrar aliados y aceptarlos, no hacer
siempre todo el trabajo yo solo».
Supongo que su práctica del sueño lúcido habrá pasado por distintas fases...
Comencé dirigiendo un juego. Me decía: «Quiero ver pasar elefantes en
África». Y a los pocos segundos estaba en África, viendo pasar una manada de
elefantes. Podía cambiar de decorado, desear ir al Polo Sur y luego ver miles de
pingüinos... Esto me producía tanta felicidad que acababa por despertarme.
Después he experimentado todo tipo de vivencias sobre mí mismo. Una vez
quise saber qué era morir: me arrojé desde lo alto de un edificio y me estrellé
contra el suelo. Inmediatamente, me encontré vivo en otro cuerpo, entre la
multitud que miraba el cadáver del suicida. Así descubrí que el cerebro
desconoce la muerte. Otra vez decidí dejarme poseer por un dios mítico.
¿Tuvo un orgasmo femenino?
La experiencia de esta penetración fue más completa que la de una relación
sexual corriente. No olvides que yo trabajaba con imágenes oníricas que
sobrepasan los límites de la realidad. Para que entiendas mejor mi práctica te
puedo leer el sueño tal como lo anoté detalladamente en mi cuaderno, con fecha
9 de abril de 1978: «Estoy en un dormitorio, tendido en el suelo entre dos camas
gemelas. Tengo la espalda apoyada en la pared. Delante de mis pies aparece un
imbunche...».
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¿Un imbunche?
Sí, te lo explico: la tarde anterior al sueño yo había estado en un café con un
exiliado chileno al que pregunté sobre el folklore mapuche. Él me contó que,
según la leyenda, los brujos de Chiloé robaban niños y los mutilaban para que,
convertidos en monstruos, les sirvieran de ayudantes con el nombre de
«imbunches». Continúo: «... un enano ciego, desnudo, con piel de pollo
desplumado, pico de pájaro, muñones que hacen las veces de brazos, el torso
contrahecho y las piernas arqueadas: una especie de feto grande, tan horrible
como inquietante. Y entonces pienso: "Es un dios con el que tengo que entrar en
relación. Su fealdad debe engendrar algo en mi espíritu". Ahora sé que estoy
soñando y que tengo el poder de orientar mi sueño. Decido trabajar en ese
monstruo con el objeto de transformarlo en divinidad positiva. Y lo consigo. El
imbunche adquiere buena estatura, facciones regulares y se convierte en un ser
bellísimo, indescriptible, como una estatua viva. Salgo de entre las camas y me
tiendo boca arriba en el centro de la habitación. Sé que debo ser inseminado por
el dios. Busco mi feminidad y por eso levanto mis piernas. Un tubo
transparente, de unos cuarenta centímetros de largo, sale de entre las piernas
del dios. Decido entregarme sin resistencia para que él me introduzca el tubo
entre el sexo y el ano, ese lugar del perineo que el tantra llama chakra
muladhara. Sé que no tengo vagina, y no pretendo experimentar una
penetración anal. El dios se arrodilla entre mis piernas abiertas y empieza a
penetrarme. Su órgano sube por mi columna vertebral hasta que lo siento entrar
en mi cerebro. Mi conciencia estalla».
Impresionante...
Si llamas «orgasmo -femenino» a esta explosión cataclísmica, entonces sí,
Gilles, lo he experimentado, y fue una sensación maravillosa. Me sentí muy
emocionado dejándome poseer por este dios creado a partir de mi propia
monstruosidad. Después me dediqué a realizar deseos no alcanzados en el estado de vigilia, especialmente deseos sexuales, por supuesto. En sueños me
entregué a orgías fantásticas con mujeres semihumanas, semipanteras.
Permíteme leerte otra de las anotaciones que hice después de uno de estos
sueños. Aunque quisiera insistir en un punto: antes de lograr el sueño lúcido,
en el que yo controlaba las imágenes, tenía que vencer una serie de obstáculos
que aparecían como otras tantas pruebas de iniciación. Sólo una vez superados
merecería el derecho de ser dueño y señor de mis sueños. Este pasaje, extraído
de mi cuaderno, muestra bien este aspecto del proceso: «Estoy en un mundo
industrial, sin naturaleza, únicamente compuesto por inmuebles. Es una
frontera. No tengo documentos de identidad. Tres soldados me impiden el
paso. Salto la barrera y echo a correr, perseguido por los militares. Tras abrir las
puertas de un garaje, me encuentro frente a un pozo de miles de kilómetros de
profundidad. Al borde de este abismo, me doy cuenta de que estoy soñando.
Los perseguidores han dejado de existir. Decido arrojarme al fondo, sabiendo
ya que nada puede ocurrirme. Salto y caigo a gran velocidad. No siento miedo.
Siento el deseo de detener la caída. La caída cesa. En la pared aparece una
puerta. Entro, y ahora estoy en el pórtico de una catedral. Comprendo que
tengo el poder mágico de hacer surgir ante mis ojos lo que yo quiera. Entonces
siento el deseo de realizar una experiencia erótica. Creo tres mujeres-bestia,
mitad panteras mitad hembras humanas, que están en cuclillas o a cuatro patas.
Beso a una en la boca, y sus labios largos parecen ninfas de vulva. Pruebo a
introducirles mi dedo índice en el sexo, bajo la cola. Poseo a una mientras las
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otras me arañan de modo agradable y trato de llegar al orgasmo. Pero
inevitablemente dejo de estar lúcido, y el sueño me absorbe y, finalmente, se
transforma en pesadilla. Despierto con palpitaciones...».
¿Dónde reside en estas experiencias la dimensión iniciática?
En la particularidad de que, en el momento en que empezaba a hacer el amor
con esas mujeres animales, el deseo se apoderaba de mí, haciendo que perdiera
la lucidez y el sueño escapara a mi control. Olvidaba que estaba soñando. Me
pasaba lo mismo con la riqueza. Cuando me dejaba fascinar por el dinero, mi
sueño dejaba de ser lúcido. Cada vez que trataba de satisfacer mis pasiones
humanas, el guión me absorbía y perdía la lucidez. Fue un gran aprendizaje:
comprendí finalmente que, en la vida como en el sueño, para permanecer lúcido
es necesario distanciarse, no identificarse con la acción. Es un viejo principio
espiritual que el sueño lúcido me hizo recordar. El deseo y el miedo son las dos
caras de nuestra identificación, así lo afirman todas las tradiciones.
El sueño me enseñó también a actuar frente a mis temores. Hubo un tiempo
en el que frecuentemente tenía la misma pesadilla: estaba en un desierto y
desde el horizonte surgía, como una nube inmensa de negatividad, un ente
psíquico decidido a destruirme. Me despertaba gritando y empapado en
sudor... Un día me cansé y decidí ofrecerme en sacrificio al ente. En el apogeo
del sueño, en un estado de terror lúcido, me dije: «De acuerdo, voy a dejar de
querer despertarme. No tienes más que venir a destruirme». El ente se acercó y,
de repente, desapareció. Desperté unos segundos y volví a dormirme
plácidamente. Entonces comprendí que somos nosotros mismos quienes
alimentamos nuestros terrores. Aquello que nos atemoriza pierde toda su
fuerza en el momento en que dejamos de combatirlo. Es una de las enseñanzas
clásicas del sueño lúcido. Varias veces he logrado controlar el miedo al tránsito
final atravesando mi propia muerte.
¿Podría añadir otros ejemplos de ese proceso?
Sólo tengo que buscar en mi cuaderno... Por ejemplo: «Tengo unas ganas
enormes de orinar. Siento mi vejiga llena. En una bañera blanca, orino un
grueso chorro de sangre. Me digo: "El líquido es rojo porque hago demasiado
esfuerzo. No puedo parar de orinar; pero me relajo y, por mi voluntad,
transformo el rojo en amarillo". En ningún momento me dejo dominar por la
angustia. Poco a poco, transformo el color. Después, la pesadilla me domina
nuevamente y otra vez orino sangre. Retomo el control del sueño, sin perder la
serenidad, y el chorro adquiere definitivamente su color ámbar».
Otro sueño: «Me encuentro en un café, en una plaza pública, sentado en un
rincón entre otros clientes. De pronto, en medio de la terraza, un muchacho
barbudo, loco y agresivo, saca una pistola. Con una carcajada estremecedora,
apoya el arma en la sien de un camarada. Furioso, me levanto y le grito que
debería ser más delicado. Le recuerdo que, hace poco, su amigo ha intentado
suicidarse disparándose a la cabeza y que, por esa razón, su pesada broma
podría traumatizarlo. Me mira entonces y me apunta, murmurando en tono
sádico: "Muy bien, ¿y ahora qué?". Él espera que yo comience a temblar, pero no
siento miedo. Da una vuelta a mi alrededor pero yo no me inmuto. Sé que no
disparará y se lo digo: "Sé que no lo harás." "¿Y por qué no?", me pregunta.
"Porque soy muy pequeño para tus delirios de grandeza", le digo. Y
efectivamente, sé que este loco, ofuscado, absorto en su propio espíritu, no
podrá interesarse verdaderamente en mí lo bastante como para aniquilarme.
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Despierto feliz: lo que podría haber sido una pesadilla no me ha causado
miedo».
Otro sueño en el que domestico a mi monstruo: «Camino por un
descampado y llego a un agujero circular parecido a una inmensa boca de
alcantarillado. De él surge un monstruo gigantesco, espantoso, de unos veinte
metros de altura. Controlo rápidamente mi sentimiento de repugnancia porque
entiendo que esa criatura horrible es una parte de mí, una oscura energía de mi
espíritu. Decido no destruirla sino transformarla. Entonces, en ese mismo
instante, se cubre de plumas blancas, se hace luminosa, abre seis alas y se eleva.
Convertido en una bellísima entidad angélica, se ofrece a llevarme consigo al
Cosmos. Pero controlo igualmente esa tentación. El ángel es una energía
luminosa de mi espíritu que tengo que absorber. Hago que me cubra y lo aspiro
por todos los poros de la piel. Ahora soy yo el que, convertido en un ser pleno
de energía y luz, se eleva tranquilamente. Despierto, dichoso».
Ahora voy a leer un sueño muy poético en el que me veo entrando con los
ojos abiertos en el reino de los muertos: «Estoy en la antesala de la muerte.
Sentado en un banco, frente a mí, está el cantante Carlos Gardel, muerto hace
cuarenta años. Lo saludo diciendo: "Vamos, ten valor; decídete a morir...".
Entramos en otra sala en la que diviso una puerta por la que se va directamente
a la muerte. Un tétrico portero nos palpa a todos los presentes y decide quiénes
van a franquear o no la última puerta. Llegan antes que nosotros dos
adolescentes. Después de cachearlos, el portero los rechaza y ellos se van,
desolados por tener que seguir viviendo. Gardel es declarado muerto, ahora me
toca a mí. El portero me palpa y me declara difunto. Carlos Gardel vacila, tiene
miedo. Le digo: "¿Qué importa? ¡Mejor! ¡Ahora sabremos por fin qué hay detrás
de esa puerta!". Con decisión y firmeza, lo empujo para que entre conmigo en
esa otra dimensión. Al cruzar la puerta, el cantante desaparece en una explosión
de luz. Apenas he cruzado la frontera de la muerte, me encuentro en un paisaje
de colinas verdes. Estoy en compañía de personas muy agradables. Lanzo al
aire sobres de papel vacíos que caen llenos de golosinas y objetos preciosos.
Puedo hacer milagros, porque domino esta dimensión y sé que los sobres que
lance al aire caerán siempre llenos. Hago regalos a las personas que me rodean
y despierto muy feliz».
Y veamos un último sueño en el que, como en tantos otros, me encuentro una
vez más frente al monstruo: «Tengo que cruzar un sótano lóbrego con suelo de
tierra apisonada. Un desconocido me espera para dejarme entrar. Siento en la
penumbra la presencia de un animal. Sé que se trata de una pantera negra y que
el desconocido es su domador. Me indica con una seña que cruce en línea recta,
sin temor. Le obedezco, pero la pantera salta sobre mí, me lanza al suelo... y,
con las zarpas delanteras, me inmoviliza la cabeza. Me mordisquea el cráneo sin
herirme, como un gato que juega con su ratón. Veo la cara descompuesta del
domador, que al verme a merced de su fiera se siente impotente. Sin embargo,
no me abandono al miedo en ningún momento. Sin moverme, dejo que la
pantera me acaricie el pelo con sus fauces. Sé que tengo que entregarme,
fundirme con ella, aceptar la situación con amor; disolverme en la pantera.
Empiezo a vibrar de amor y me hago uno con ella. En ese instante, la pantera
desaparece. Me levanto, cruzo el sótano y sigo mi camino. Me despierto lleno
de gozo».
Si he comprendido bien, aplicó usted las enseñanzas recibidas en sueños a su vida
diurna y, posteriormente, las incorporó a la práctica de la psicomagia...
Absolutamente. He hecho un gran esfuerzo por mantenerme fiel día a día a
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lo que me era permitido comprender en sueños. Porque ¿de qué sirve recibir
enseñanzas si no las aplicas cuando te encuentras ante las dificultades
cotidianas? Una enseñanza no se hace operante, no adquiere toda su fuerza
transformadora, hasta el momento en que es aplicada.
¿Podría dar un ejemplo de aplicación a la vida diaria de un principio recibido en
sueños?
Bueno, como decía, el sueño lúcido me enseñó a enfrentarme al monstruo.
Está permitido huir mientras uno no sienta las fuerzas necesarias para hacerle
frente; pero hay un momento en que debes mirarlo a los ojos. Entonces
frecuentemente sucede que el monstruo así desafiado se convierte en aliado.
Nuestro miedo alimenta la animosidad del adversario, mientras que nuestra
voluntad de hacerle frente con amor lo desarma, es decir, le hace cambiar de
orientación. Cuando estaba en México rodando La montaña sagrada, se
produjeron rumores escandalosos: como rodábamos delante de una catedral, se
comenzó a decir que había celebrado misas negras allí mismo. También se
murmuraba que ridiculizaba al ejército y a la policía mexicanos... Un día se
presentaron dos policías diciéndome: «El ministro tal quiere verlo». Me llevaron
al despacho de ese ministro, el cual, poco más o menos, me dijo: «Escuche,
Jodorowsky, el presidente le conoce bien y admira su trabajo; tiene usted en él a
un amigo. Pero tenga cuidado: un gobierno puede ser un gran amigo, pero, si se
le contraría, puede convertirse en un enemigo temible... No haga aparecer
ningún uniforme en la película, suprima todos los símbolos religiosos y vivirá
tranquilo».
En México, estas palabras, en boca de un ministro, equivalían a una amenaza
de muerte. Aquella noche, al volver a casa, oí voces que gritaban en el jardín:
«Jodorowsky, ten cuidado o te despellejamos...». Había en México un grupo
paramilitar llamado Los Halcones que se encargaba de los trabajos sucios.
Comprendí que aquello podía acabar mal y, al día siguiente, llevé a toda mi
familia a Estados Unidos, decidido a terminar allí el rodaje. Sin embargo, me
oponía a que ese ministro siguiera siendo para mí un enemigo y que en mi
inconsciente permaneciera el recuerdo de una amenaza de muerte. Una vez
terminada la película, reuní todas las buenas críticas de La montaña sagrada
publicadas en Europa y Estados Unidos, regresé a México y pedí una audiencia
con el ministro, que para entonces resultó estar enojado conmigo porque me
había marchado con todo mi equipo. Y, tendiéndole los recortes de prensa, le
dije: «Mire lo que mi película hace por México; en todo el mundo se habla de
este país». Al ver que me había atrevido a meterme otra vez en la boca del lobo,
sonrió y me dio una palmada en la espalda: «Muy bien, Jodorowsky, eres
valiente, te felicito». ¡No sólo no me puso más dificultades, sino que hasta me
hizo regalos! Es una anécdota verídica que muestra en qué medida es saludable
a veces atreverse a desafiar al monstruo. El principio esencial es, en la medida
que puedas, no dejar nunca una cuenta pendiente con un enemigo. Porque si
quedan cosas larvadas, el odio se nutre de sí mismo, con peligro de proliferar.
Una bomba con la mecha muy larga puede tardar años en explotar; pero el día
en que se produce el descalabro los daños son cuantiosos. Por lo tanto, es mejor
desarmar la bomba, no dejar amenazas de muerte sueltas a nuestro alrededor o
en nuestro inconsciente. Pero no hay que matar al adversario: es mucho mejor
convertirlo en un aliado.
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Otro principio del sueño lúcido consiste en cambiar el contenido del sueño. ¿Cómo lo
ha aplicado en el curso de su existencia diurna?
Ya te he contado cómo me gustaba cambiar de escenario en sueños, pasar de
África a Estados Unidos, por ejemplo, transformar el entorno... También
aprendí que en mi vida diaria no tenía por qué dejarme atrapar en un marco. La
realidad cotidiana no es rígida, o no lo es más que en nuestra mente, en el
concepto que tenemos de ella. Si nos sentimos atados, cansados de movernos
siempre dentro del mismo entorno, ¡tenemos la facultad de cambiar! ¿Quién
dice que es imposible? El sueño lúcido me enseñó a moverme por el interior de
una realidad dúctil en la que siempre puede producirse cualquier mutación,
cualquier transformación. Ello no depende sino de mi intención: en el sueño
lúcido, el solo deseo de encontrarme en África, entre las manadas de elefantes,
era suficiente para transportarme hasta allí. En este otro modo de sueño que es
la «realidad», también es mi cerebro, la forma en que yo me represento el
mundo, lo que determina lo real. La «realidad» no existe por sí misma; instante
a instante, creamos nuestra realidad, alegre o funesta, monótona o apasionante.
¿Por ejemplo?
El otro día, al entrar en mi casa, observaste que lo había cambiado todo.
Estaba cansado de la vieja decoración. Compré muebles y dejé en la calle todo
lo que tenía y ya no quería ver más. Aquella evacuación se convirtió en una
especie de fiesta, la gente empezó a llevárselo todo... Días después, unos
vecinos me gritaron: «¡Ya sabemos quién es usted!». «Vaya -respondí-, ¿y cómo
lo saben? ¿Por mis historietas, por mis películas...?» «¡Por sus desperdicios!
Recuperamos cosas increíbles frente a su casa.» Es decir, no sólo cambié mi
decoración sino que, en cierta medida, transformé el ambiente del barrio.
De acuerdo, pero siempre es más fácil cambiar de muebles, si se dispone de dinero,
que trasladarse a África junto a los elefantes...
No; el principio fundamental es el mismo, ello tiene lugar dentro de la mente,
en nuestra concepción de la realidad. La realidad puede percibirse como una
pesadilla, y bien sabe Dios que, en el orden de las fatalidades, cualquier cosa
puede ocurrir. Pero es dentro de esa misma realidad donde uno puede agudizar
su lucidez y realizar actos que transforman el campo negativo en contexto
positivo.
Habrá quien piense que eso es un tema económico: si se tiene dinero, puedes tomar
un avión y en unas horas estar en África o visitando Nueva York.
¡Sí, pero hay que atraer la vida! Tu vida corresponde a la idea que te haces de
ella... Por ejemplo, yo nunca he sido millonario, ni siquiera muy rico, pero
siempre he aplicado a mi vida diurna el principio del sueño lúcido: ¿por qué no
transportarme a otro sitio? De modo que, cuando he experimentado una
verdadera necesidad, he atraído las circunstancias favorables para que mi
necesidad se realizara. Hace pocos días sentía el deseo de hacer una pequeña
escapada. Me habían invitado a un festival de cine de Chicago y allá me fui, en
secreto, tres días. Salí el viernes y regresé el domingo... Nadie se enteró. (Risas.)
Recuerdo que un día un amigo multimillonario me preguntó: «¿Qué haces
este fin de semana?». «Nada», contesté. «¿Quieres ir a Acapulco?» Y ¡ya está!, su
reactor privado nos llevó a Acapulco, a pasar el fin de semana.
50
Oyéndole parece
multimillonarios...
muy sencillo, pero no
todo
el
mundo tiene
amigos
Ya veo que quieres tirarme de la lengua, pero sabes tan bien como yo, por tu
propia experiencia, que cada cual crea su realidad... Yo tenía verdaderamente la
necesidad de irme a pasar el fin de semana al otro lado del mundo, estaba
íntimamente convencido de la maleabilidad de la vida y ésta me envió a un
multimillonario con avión privado, eso es todo.
En tu caso, por ejemplo: a ti lo que más te gustaba de la vida era conocer a
sabios y escuchar rock'n'roll. Deseabas vivamente conciliar estos dos aspectos
de tu existencia, aparentemente dispares. Y bueno, como no tenías una idea
rígida de la realidad, favoreciste las circunstancias más propicias y, finalmente,
las encontraste en Arizona cuando conociste a un verdadero sabio que, no
satisfecho con haber fundado un ashram, además lideraba un grupo de
rock'n'roll. Es muy probable que no haya otra persona en el planeta que
combine estas dos actividades. Hasta entonces, ese hombre era muy poco
conocido en Estados Unidos y desconocido por completo en Europa, pero a
pesar de eso la magia de la vida te lo envió. También, de adolescente, ibas a ver
todas mis películas y coleccionabas los artículos que hablaban de mí; y ahora
somos amigos y disfrutamos haciendo libros juntos. Con inocencia y
determinación, se pueden promover circunstancias estadísticamente poco
probables.
De acuerdo...
Te contaré otra historia: en 1957, antes de teorizar sobre todas estas cosas, un
día le pregunté a mi mujer:
-¿Adonde te gustaría ir de vacaciones?
-Me gustaría mucho ir a Grecia -respondió.
-Muy bien -le dije-. ¡Iremos a Grecia!
-Pero ¿cómo? No tenemos ni un céntimo...
-¡Iremos a Grecia!
En aquel momento, llamaron a la puerta de la buhardilla donde vivíamos.
Era un amigo que formaba parte de un grupo de música sudamericana muy
conocido en aquel entonces, Los Guaranís de Francisco Marín, y me dijo:
-Dentro de tres días nos vamos de gira a Grecia con un espectáculo folklórico,
y uno de nuestros bailarines se ha puesto enfermo. ¿Quieres sustituirlo?
-Pero no conozco los bailes...
-No importa, mi mujer te los enseñará.
Aprendí inmediatamente dos, Bailecito y Carnavalito, y nos fuimos a Grecia.
Después de vivir aquello, ¿cómo no considerar la realidad un sueño que vamos
creando sobre la marcha?
Estoy de acuerdo por lo que respecta al principio, pero me parece que sus anécdotas y
su planteamiento pueden prestarse a confusión. Después de todo, el mundo está lleno de
personas que no piden sino realizar sus sueños sin esforzarse demasiado... La
experiencia enseña que no basta con desear, hay que merecer.
Lo que acabas de señalar me parece muy importante. Pero estas cosas que
explico me han sucedido realmente, y puedo afirmar que mi vida está en
consonancia con mis sueños más fantásticos. Creo verdaderamente en la magia
de la vida. Ahora bien, para que esta magia sea efectiva, cada cual debe cultivar
en sí mismo cierta cantidad de virtudes que pueden parecer contradictorias en
51
principio: inocencia, autodominio, fe, valentía... Poner en movimiento esta
magia exige mucha audacia, también pureza y un profundo trabajo con uno
mismo. Tengo que insistir en que yo he consagrado mi existencia a
perfeccionarme, a conocerme, a hacerme accesible interiormente. Es
imprescindible no abandonar en ningún momento la disciplina, sin la cual este
enfoque de la realidad no sería más que una ilusión. ¡La vida no está ahí para
satisfacer los deseos del primer perezoso que se presente! La vida no te corresponde sino en la medida en que te entregas a ella y te esfuerzas en superar
tu egocentrismo.
¿Podría verse, entonces, este trabajo de ascesis como la aplicación de las enseñanzas
recibidas del sueño lúcido? Lo digo porque la ascesis requiere esfuerzo, frente al sueño
lúcido, en el que basta con formular un propósito para que éste se realice...
En realidad mantenerse consciente durante el sueño lúcido requiere un
esfuerzo muy considerable. Por otra parte, las emociones que se experimentan
durante el sueño son reales. Si estás aterrado, lo sientes de verdad,
experimentas terror; y es difícil hacerle frente. En el fondo, la gran enseñanza
del sueño lúcido está menos en el descubrimiento de la magia cotidiana que en
esta exigencia de lucidez, porque no hay que olvidar que sin lucidez nada es
posible. Como digo, desde el momento en que te dejas llevar por la experiencia
que estás viviendo, el sueño te absorbe y pierdes la lucidez, que es lo único que
sostiene la dimensión mágica. La magia que hemos evocado no opera sino
gracias al distanciamiento. Lo que permite el juego es la lucidez del testigo, por
el contrario, la identificación empequeñece la existencia, limita el campo de
posibilidades. En el sueño rigen las mismas leyes que en la vida cotidiana:
cuanto más te distancias, más puedes gozar de la existencia y sentirla como un
gran patio de recreo. Si no consigues distanciarte, la vida puede convertirse en
un callejón sin salida. Así pues, paradójicamente, el sueño me ha enseñado a
velar, a mantener el hilo de la existencia, una corriente de lucidez, incluso a
costa de grandes esfuerzos. ¡Porque bien sabe Dios lo maravillosa que puede ser
la vida a veces, sobre todo si te abres un poco a su magia! Sin embargo, al
mismo tiempo que te vas abriendo, aumenta la tentación de dejarte absorber, el
peligro de identificarte. Por otro lado, la lucidez se refuerza también con la
práctica.
Otra enseñanza del sueño lúcido a la que ya hemos aludido, otra faceta de la magia,
es el descubrimiento de la flexibilidad de la realidad. No sólo no se concibe la vida como
un proceso rígido, sino que uno mismo adquiere flexibilidad.
Así es. Intento no autodefinirme excesivamente, no encerrarme en una visión
estrecha de mí mismo. En el sueño puedo percibirme como un hombre de
sesenta años, pero también como un muchacho joven o un anciano, incluso
como una mujer, ¿por qué no? En el sueño se expresan diversas facetas de mi
ser. En la realidad, trato de dejar que estas facetas se expresen e intento
responder a las exigencias de la situación sin aferrarme a una idea preconcebida
de lo que soy o debería ser. Cuando viajo, mucha gente se interesa por mi
nacionalidad. Si en un avión alguien me dice: «¿Es usted italiano?», contesto:
«Sí». Si me toman por griego, francés, ruso, israelí, etcétera, siempre respondo
afirmativamente. Mi interlocutor, encantado de haber acertado, me trata
entonces como a un italiano, un ruso, un griego, un chileno, y esto no cambia
nada... ¿Recuerdas lo que nos sucedió hace poco en la Mejorana?, pues eso
constituye un buen ejemplo de esta actitud. Cuando llegamos, el público no me
esperaba a mí sino que había ido a escuchar al doctor Westphaler.
52
Bueno, al doctor Woestlandt...
»Ellos se sitúan cada uno debajo de una de mis axilas, a modo de muletas
humanas, para ayudarme a avanzar hacia una escalera de piedra negra de
veintidós peldaños que se levanta en el centro del patio, como un pedestal. "Ya
me siento capaz de afrontar solo a la Divinidad", les digo entonces a mis amigos. Y como sé que los dos son parte del sueño, los hago desaparecer de un
empujón y empiezo a subir la escalera. Otra vez soy presa del terror: quizá vea
surgir ante mí una imagen horrible... Los peldaños están mojados y tengo que
hacer enormes esfuerzos para no resbalar. De pronto, aparece frente a mí una
fotografía animada en la que un actor gigantesco hace muecas de payaso. Me
cuesta creerlo: "¿Una foto, un actor, la Divinidad...? ¡No es posible!". El actor
desaparece y en su lugar aparezco yo. Tengo sesenta años y aspecto de viejo
profesor de universidad. Llevo americana de cachemir y unas gafas en la punta
de la nariz. Pienso que esta imagen inmensa de mí mismo es una pantalla
necesaria, la proyección de ideales antiguos, que me permitirá vivir sin angustia
mi primer encuentro con la Divinidad. La foto se anima y empieza a hablarme
con simpatía. Me comunica un mensaje, una lección. Retengo poco, apenas
cinco o seis palabras: "El tesoro de la humanidad...". Me alegra mucho esta
pequeña experiencia, que me permite dar un primer paso en la búsqueda del
Dios interior, del guía, del maestro íntimo, del yo impersonal, poco importa el
nombre que se le dé; y, además, sin sentir miedo. Reúno todas mis fuerzas, me
apoyo en el aire y empiezo a flotar: con una embestida de carnero, atravieso la
pantalla y me lanzo al firmamento, inmensidad cuajada de estrellas. Otra vez
deseo contemplar mi Dios interior. Frente a mí aparecen dos pirámides
imbricadas, tan grandes como la de Keops, similares a una estrella de David en
relieve. Me digo que no debo conformarme con mirarlas -una es negra y la otra
blanca- sino que debo fundirme con ellas. Penetro en su centro y estallo como
un universo en llamas».
Éste es el sueño tal como lo anoté. Basándome en esta vivida experiencia,
escribí el guión de El Incal.
Entonces, la práctica del sueño lúcido consiste en montar un acto dentro del
contenido onírico. ¿Se puede ir más allá del sueño lúcido?
Sí. Es posible pasar a lo que yo llamo «el sueño terapéutico», dentro del cual
la lucidez es utilizada para curar una herida o consolar de una carencia que se
experimenta en el estado de vigilia. Citaré cuatro ejemplos sacados de mi
cuaderno:
Me encuentro en compañía de Teresa, mi abuela paterna, a la que, por
desavenencias familiares, no tuve ocasión de conocer. Es una mujercita algo gruesa y
con la frente ancha. En el sueño, me doy cuenta de que, en realidad, no nos conocemos,
que nunca nos hemos hablado, que no hemos paseado juntos ni una sola vez. Le digo:
«¿Cómo es posible que tú, mi abuela, nunca me hayas tenido en brazos?». Comprendo
que esto es una falta de delicadeza y rectifico: «Mejor dicho, ¿cómo es posible, abuela,
que yo, tu nieto, nunca te haya dado un beso?». Le propongo dárselo ahora y ella
acepta. Nos abrazamos y nos besamos. Despierto con un nítido recuerdo del sueño,
contento de haber encontrado este arquetipo familiar.
Estoy en mi dormitorio, tal como es en realidad, de pie frente a mi padre. Le digo:
«En toda mi vida, no me has besado como hace un padre. Hiciste que te temiera y nada
más. Pero ahora que soy mayor voy a darte un abrazo». Y, sin temor, lo abrazo, lo beso
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y lo mezo. Y al mecerlo siento la fortaleza sorprendente de su espalda. Y exclamo,
contento: «¡Tienes noventa años y aún eres tan fuerte!». Sigo meciéndolo, con audacia y
ternura, y le digo: «Como tú nunca te comunicaste conmigo por el tacto, yo también le
he negado todo contacto corporal a mi hijo Axel». Y aparece Axel, con la edad que
tiene hoy, 26 años. Lo abrazo y le pido que me meza, como acabo de mecer yo a mi
padre. Me despierto. Durante el día, charlo con Axel y le explico el sueño alegremente.
Le pido que me abrace y que me meza. Al comienzo, él está tímido, lo hace de mala
gana, pero poco a poco se conmueve y acabamos por establecer un contacto que nos
ofrece una sensación de bienestar y de paz para ambos. De esta forma, en sueños,
realicé algo que había faltado en mi relación con mi padre y, en la realidad, le permití a
mi hijo subsanar esa falta en su relación conmigo.
Tengo problemas económicos y sueño que van a contratarme como actor en una
compañía teatral. Me dirijo al empresario para hablar de mi sueldo. Le explico que
tiene que pagarme muy bien porque, conociéndome como me conozco, no me
contentaré con interpretar, sino que procuraré que el espectáculo en su conjunto
marche a la perfección. Supervisaré las luces, la música, el vestuario, el trabajo de mis
compañeros, etcétera. En suma, me ocuparé de todo. El empresario me comprende y
me fija un buen sueldo, el que merezco. Me despierto tranquilo y habiendo recuperado
la confianza en mí mismo. Sé que las dificultades económicas se resolverán.
Hace tres días que sufro de fuertes dolores de estómago, probablemente a causa de
una infección intestinal. Duermo mal y no quiero tomar antibióticos. Me acuesto y
sueño: estoy en mi cama, sufriendo los mismos dolores que tengo cuando estoy
despierto. Llega Pachita, la curandera. Se acuesta encima de mí y chupa el lado derecho
de mi cuello diciendo: «Voy a curarte, hermanito». Haciendo un esfuerzo supremo,
desliza su mano izquierda entre nuestros cuerpos y la apoya en mi vientre. Después, se
eleva en el aire sin separarse de mí. Levitamos un rato horizontalmente, y luego
bajamos a la cama. Ella se desvanece lentamente. Me despierto curado, sin sentir dolor
alguno. Me parece que, por decirlo de algún modo, he asumido a la curandera y por fin
puedo acceder a un médico interior, una especie de Divinidad. Recuerdo que en
México, antes de morir, Pachita hizo aparecer un anillo en la palma de su mano, lo
puso en mi anular izquierdo y me dijo: «Vendré a visitarte en sueños».
Como podrás imaginar, este tipo de sueños resulta tremendamente positivo.
Son sueños reparadores en todo el sentido de la palabra y en los que el
inconsciente canaliza su fuerza para curar.
Si es posible utilizar ese conocimiento adquirido en la práctica del sueño lúcido para
llegar al sueño terapéutico, ¿se podría llegar aún más lejos, alcanzar a través del sueño
una dimensión de sabiduría?
Es lo que yo llamo «el sueño humilde». Un día dejé de proponerme actos, a
fin de asistir al sueño en calidad de simple observador. En esos casos dejo que el
sueño se desarrolle, que siga su curso, pero sin ser absorbido por él,
permaneciendo lúcido. Soy espectador de mi sueño y me abstengo de toda
intervención. Es más, creo que últimamente he alcanzado un nivel aún más
sutil, que llamo «sueño sabio». El protagonista del sueño al que asisto en
calidad de espectador es un sabio. Pronuncia frases que yo anoto al despertar:
frases que, por lo demás, no tienen nada de original y podrían ser extraídas de
cualquier texto sagrado. Pero surgen desde lo más hondo del inconsciente, tal
como observo lúcidamente durante el sueño.
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¿Puede contar alguno de esos sueños sabios?
Sí, pero con reticencias...
¿Por qué? ¿Se trata quizá de pudor?
¡No, no se trata de eso! Temo, sencillamente, que no se me crea, (Jodorowsky
saca de su biblioteca un cuaderno enorme que parece un libro de oro.) En este otro
cuaderno anoto mis sueños más positivos. Puedo abrirlo y leer un ejemplo de
sueño sabio; pero ¿aceptarán nuestros lectores que un hombre pueda tener
sueños semejantes? Quizá debería antes dar mi palabra de honor...
¿Por qué no? Sería casi surrealista: «Declaro por mi honor haber soñado
sabiamente...».
¡De acuerdo, entonces certifico por mi honor haber tenido estos sueños! Cada
cual es libre de creerme o no.
¿Tan inauditos son esos sueños?
No; en realidad son muy simples. Lo que tienen de inaudito es precisamente
ese elemento que los hace sueños sabios. Todo está en el clima interior del
sueño. (Jodorowsky lee de su gran cuaderno.) «Me encuentro en una clase de artes
marciales. El maestro me dice: "Déjate caer en mis brazos relajado". Entonces me
viene el pensamiento: "Vaya, voy a conseguir una relajación total", y me dejo
caer sin reservas. El maestro me sostiene y me tiende en el suelo. Entonces
intenta hacerme una llave. Es tal mi abandono que no lo consigue. Entonces
dice a su ayudante: "Imposible luchar con él. Está como muerto, y contra un
muerto no se puede hacer nada"». Éste es un ejemplo de sueño sabio en el que
conseguí la relajación total.
Otro ejemplo: «Salgo a la calle con un traje muy estrecho que me da un
aspecto enclenque. Entonces pienso: "Es bueno que la gente me vea débil,
porque me sé y me siento muy fuerte por dentro"». O este otro sueño: «Asisto a
la clase de un profesor de filosofía que declara: "El secreto es ser con el
pensamiento". A lo que yo respondo: "Si no has aceptado que tienes que morir,
no has conseguido nada. Sólo la aceptación del sepulcro nos libra del
pensamiento de la muerte"».
Otros dos más: «Unos gitanos me llevan a su almacén, en el que guardan
toda clase de muebles. Quieren consultarme y me enseñan, en una caja de
cartón, una copa grande, parecida a la del as del tarot de Marsella. Piensan
utilizarla en sus experimentos de alquimia para descubrir el disolvente
universal, la sustancia capaz de disolver todas las demás materias. Yo les
pregunto sonriendo: "¿Saben cuál es el disolvente universal?". Al ver que no
conocen la respuesta, les digo: "Es la sangre de Cristo. Una gota de la sangre de
Cristo en el corazón disuelve todos los demás sentimientos. Después de eso sólo
queda el amor"». Y por último: «Un niño triste me dice: "Soy muy poca cosa. No
valgo nada. Dios no me ve, está ocupado en cosas más importantes". Yo le
contesto: "Imagina la superficie de una esfera compuesta por infinidad de
puntos. Ahora imagina el centro de esa esfera: es un solo punto que se
comunica con todos los demás"».
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Esperaba unos sueños más delirantes, una proliferación de símbolos mágicos, como en
sus películas o en sus historietas. Los sueños que relata son de una sobriedad inusual en
usted...
Bueno, mis historietas y mis películas corresponden más al sueño lúcido.
Como puedes apreciar, la mayoría de estos sueños son muy cortos. Lo especial
en ellos está en su impacto y en cómo me veo en ellos: en el sueño, soy sabio,
sereno y feliz, sensación que subsiste durante un tiempo al despertar.
Ahora me gustaría que diera ejemplos de «sueño humilde»...
Éste es otro tipo de sueño, en el que admiro el valor ajeno. Por ejemplo:
«Estoy en casa de amigos. En la casa hay una mujer de pueblo pero de porte
distinguido. No tiene más de 58 años. La considero muy educada, simpática y
humana. Al cabo de un momento me pregunta: "¿Sabes quién soy?". Contesto
negativamente. Me dice entonces: "Soy Cristina. Yo te cuidaba cuando eras
pequeño". Entonces descubro que estoy en presencia de mi primera niñera.
Digo a mis amigos: "¿Os dais cuenta? ¡Es la primera mujer a la que he amado en
mi vida!". Saber que aún vive y comprobar el grado de refinamiento que ha
conseguido me produce gran alegría. Cristina y yo nos besamos y luego ella se
va. Mis amigos me dicen entonces, en tono de admiración: "¡Tiene 80 años y, a
pesar de ello, qué joven se la ve!". Despierto lleno de alegría».
Otro más: «Una revuelta estudiantil me sorprende en plena calle. Los jóvenes
queman coches y hay policías por todas partes. Suenan ráfagas de metralleta y
yo me lanzo al suelo pero sin sentir miedo. Me detiene un policía y me lleva a la
comisaría. Allí me interrogan. Conservo la sangre fría. Tengo los bolsillos llenos
de panfletos antimilitaristas y de recortes de prensa con sucesos en los que
policías y militares hacen un papel ridículo. Explico que soy profesor de tarot y
me sueltan. Voy por la calle, tengo el traje hecho jirones y hasta he perdido los
zapatos. Me calzo una funda de gafas a modo de chancleta. Entro en un café a
preguntar por mi calle. Entre los clientes hay una mujer de pueblo gordita y con
cara bondadosa que me mira con lástima, como si fuera un vagabundo. Y
murmura: "Hay que ver cómo está ese pobre hombre, tenemos que hacer algo".
Me toma por mendigo. Me parece tan buena y me conmueve tanto su
compasión que decido no sacarla de su error y aceptar el papel que me
atribuye, a fin de no decepcionarla y permitirle ejercitar tan buenos
sentimientos. Abro mi maletín negro y busco un pequeño juego de tarot para
regalárselo. Entre los tarots hay frascos de píldoras. Son vitaminas, pero la
mujer está convencida de que transporto droga, lo que hace aumentar su
compasión. Sin saber nada de tarot, echa una carta, el Mago. "Malo", dice. "No
debería llevar esta carta. Mire, este hombre tiene una píldora entre los dedos..."
Ella cree que el círculo amarillo que el mago tiene entre los dedos es alguna
droga. Le doy las gracias por sus buenas intenciones, le prometo no volver a
drogarme y salgo del café. En ningún momento he sentido la tentación de
darme importancia. Al contrario, me he humillado gozoso».
¿Distingue aún más formas de sueños?
¡Por supuesto! Es posible lograr el «sueño generoso», en el que compartes
con el resto de la humanidad lo que has aprendido. Por ejemplo: «Me encuentro
en un espacio inmenso, sobrevolando una marcha por la paz a la que asisten
miles de manifestantes. Al percibir que estoy soñando, comienzo a girar en el
aire para llamar la atención. La gente, admirada, observa cómo levito. Entonces
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les pido que se den las manos y formen una cadena, a fin de volar conmigo. Al
tocarlos, los hago elevarse y trato de hacerlos volar por la fuerza de mi
pensamiento, pero ellos no se mueven. Tengo que tomarlos con ternura y no
soltarlos. Entonces, ellos vuelan hacia mí y empezamos a evolucionar por el aire
formando figuras, todos en cadena, hasta que despierto».
Aprender no solamente a dar sino también a recibir, aceptar el favor que
pueda hacernos el otro es también una forma de generosidad, como comprendí
en el siguiente sueño: «Estoy en París. Los periódicos tienen un problema con el
gobierno, que no les suministra la materia prima para imprimir. France-Soir
tiene que salir con la primera plana escrita a mano e impresa por un
procedimiento primitivo, a base de azúcar. Al lado del quiosco de revistas,
sentada a una mesa de madera, está Bernadette, la difunta madre de Brontis, mi
hijo mayor. Me siento frente a ella y la veo bella y feliz como pocas veces en la
vida. Ahora siento confianza, sé que puedo contar con ella. Dándome cuenta de
que estoy soñando, me digo: "Bernadette murió, pero en el sueño vive. No me
da miedo hablar con una muerta. Confío en ella. Es un arquetipo que puede
servirme porque ella conoce bien los asuntos políticos que yo ignoro por
completo, y siempre estará disponible cuando quiera consultarle sobre esto".
Bernadette comienza a explicarme por qué la situación es tan tensa y por qué el
presidente se equivoca al confiar en el ministro que acaba de nombrar. Después
me habla del futuro: "Vivimos con la idea de que el futuro no nos pertenece -me
dice-, que no es para nosotros... Y sin embargo, estamos ligados a él. En el
futuro seremos muy activos". Pienso que se refiere al futuro en general, a los
millones de años que aún ha de conocer el universo».
Después de este sueño, plenamente lúcido, me alegré de haberme
reconciliado con la madre de mi hijo, especialmente después de todos los
conflictos que vivimos. Bernadette se ha convertido en una aliada que se ofrece
a colaborar con lo mejor de sí misma en el perfeccionamiento de mi espíritu. Así
pues, gracias al sueño, acepté una nueva presencia suya en mi vida.
Sueño lúcido, sueño terapéutico, sueño sabio, sueño humilde, sueño generoso...
¿Qué es para usted lo último del sueño, el nec plus ultra onírico?
El sueño mágico, creativo. Durante todos estos años de exploración onírica
no he conocido más que uno, a saber: «Estoy en mi dormitorio. Apoyándome en
el aire con las palmas de las manos, alzo el vuelo. Entonces, decido sentir toda
la potencia de mi voz. Dejando que el canto brote de mí, emito con una fuerza
casi ilimitada unos sonidos que van mucho más allá de la ópera. No he de
esforzarme en emitir la voz, la invoco y viene. Solamente debo dejar que me
salga por la boca para descubrirla, viva y mágica... Profundamente emocionado,
siento que me abro a una dimensión de mí desconocida hasta ahora. Con plena
lucidez, abro los ojos y despierto. Siento mi corazón latir con fuerza. Sin
moverme, rememoro todos los detalles del sueño. De pronto, llega a mis oídos
un canto que no es cercano ni lejano. No es emitido por una voz humana, pero
no por ello deja de tener sonoridad humana, es como si todo un barrio de la
ciudad cantara. Me parece que el canto llega desde otra dimensión. Pienso que
todavía estoy medio dormido y tengo que observar más lúcidamente lo que
ocurre. El fenómeno se repite y me abandono a la escucha, a pesar de que el
carácter totalmente nuevo de la experiencia modifica mi ritmo cardíaco. Por un
lado, me siento víctima de una alucinación; por otro, me parece que se abre una
puertecita hacia lo que podríamos llamar el tercer oído, no el tercer ojo, el oído
de la "clariaudición". Me duermo profundamente y, en sueños, me veo en una
calle de Montmartre. Camino murmurando: "Era una voz divina, la voz de una
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diosa. No salía de una garganta, sino que era exhalada por la realidad misma.
Provenía de las calles, de las casas y del aire"».
Formidable. Pero ahora volvamos a ese sueño que se llama realidad. ¿Podemos, como
afirman algunos sabios, ver nuestra vida como un sueño del que habría que despertarse?
Yo diría más bien que de este sueño inconsciente que suele ser nuestra vida
hay que hacer un sueño lúcido. Hubo un tiempo en que, antes de dormir, tenía
la costumbre de pasar revista a todos los sucesos del día. Visualizaba la película
de mi jornada, primero de principio a fin y, después, a la inversa, según el
consejo de un viejo libro de magia. Esta práctica de la «marcha atrás» tenía el
efecto de permitir ubicarme a cierta distancia de los sucesos del día. Después de
haber analizado, juzgado y tomado partido en el primer examen, volvía a
repasar el día en sentido inverso y entonces me encontraba distanciado. La
realidad así captada presentaba las mismas características que un sueño lúcido.
¡Entonces me di cuenta de que, al igual que todo el mundo, en buena medida yo
soñaba mi vida! El acto de pasar revista a la jornada por la noche equivalía a la
práctica de rememorar mis sueños por la mañana.
El solo hecho de acordarme de un sueño es ya como organizarlo. Yo no veo el
sueño completo, sino aquello que he seleccionado de él. Análogamente, al
repasar las últimas veinticuatro horas, no tengo acceso a todos los actos del día,
sino a los que he retenido. Esta selección constituye ya una interpretación sobre
la cual baso luego mis juicios y apreciaciones. Para hacernos más conscientes,
podemos empezar por distinguir nuestra percepción subjetiva del día de
aquello que constituye su realidad objetiva. Cuando ya hemos dejado de
confundirlas, somos capaces de asistir como espectadores al desarrollo de la
jornada, sin dejarnos influir por juicios y apreciaciones. Desde esta actitud de
testigo se puede interpretar la vida como se interpreta un sueño. Por ejemplo:
un día Guy Mauchamp, un alumno mío, me pidió consejo; no sabía qué hacer
para que unos inquilinos jóvenes y desaprensivos desalojaran una casa que era
de su propiedad. Después de expresar mi extrañeza porque no hubiera acudido
a la policía, puesto que la ley estaba de su parte, le dije: «En cierto modo, esta
situación te conviene. Gracias a ella, expresas una vieja angustia. Te propongo
este planteamiento: considera esta situación como un sueño que hubieras tenido
y trata de interpretarla como interpretarías un sueño de la noche anterior.
¿Tienes un hermano menor?». Me contestó que sí, y entonces le pregunté si, de
niño, no se sentía postergado cuando ese nene captaba toda la atención de sus
padres, y él respondió que así era, efectivamente. Después le interrogué sobre
las relaciones que ahora mantenía con su hermano. Como yo imaginaba, Guy
me confesó que no mantenían buenas relaciones ni se veían nunca. Entonces le
expliqué que era él mismo quien propiciaba la invasión de los inquilinos, a fin
de exteriorizar la angustia que en su niñez le causaba la presencia de su
hermano. Añadí que, si quería que se resolviera la situación, era preciso que
perdonara a su hermano, que lo tratara bien e hicieran las paces. Le di un
consejo de psicomagia y, al cabo de una semana, recibí una postal de
Estrasburgo («Fuegos artificiales en la catedral, explosión de sagrada alegría»)
con el siguiente mensaje: «En respuesta a mi consulta, me prescribió un acto de
psicomagia y, para concluirlo, le doy el resultado. Tenía que ofrecer un ramo de
flores a mi hermano y almorzar con él, a fin de establecer una relación fraternal
y dejar a un lado el pasado en el que me sentía desplazado por su causa. El
objetivo era conseguir la marcha de los inquilinos ilegales de mi casa. Envié las
flores a mi hermano y hablé con él el viernes a mediodía. El viernes por la noche
los dos inquilinos se marchaban... ¡llevándose mis muebles! Pero, en fin, se
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fueron, y pude recuperar mi casa. Gracias». Interesante, ¿no? Llevarse los
muebles era como llevarse una parte de su pasado.
Es decir, usted indujo a ese joven a interpretar una situación real como si se tratara
de un sueño lleno de símbolos que descifrar...
Exactamente. Puesto que soñamos nuestra vida, vamos a interpretarla y
descubrir lo que trata de decirnos, los mensajes que quiere transmitirnos, hasta
transformarla en sueño lúcido. Una vez conseguida la lucidez, tendremos
libertad para actuar sobre la realidad, sabiendo que si sólo tratamos de
satisfacer nuestros deseos egoístas seremos arrastrados, perderemos la
ecuanimidad, el control y, por lo tanto, la posibilidad de hacer un acto
verdadero. Para lograr divertirnos actuando, tanto en el sueño nocturno como
en este sueño diurno que llamamos vida, hemos de estar cada vez menos
implicados.
Ese distanciamiento que no impide ni la acción ni la compasión, pero no autoriza ni
la codicia ni la sensiblería, se parece mucho a la sabiduría.
¡Desde luego! ¿De qué puede servirte vivir con tus sueños y hacer un
esfuerzo para conseguir la lucidez sino para encontrar la sabiduría? La realidad
es un sueño en el que debemos trabajar a fin de pasar progresivamente del
sueño inconsciente, carente de toda lucidez, y que puede ser una pesadilla, a lo
que yo llamo el sueño sabio.
¿Y el Despertar? Las tradiciones espirituales hablan de los que han despertado...
Despertar es dejar de soñar, desaparecer de ese universo onírico para
convertirse en aquel que lo sueña.
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El acto mágico
Para empezar, ¿qué es el acto mágico según Jodorowsky? ¿Cómo pasar del acto
onírico al acto mágico?
Bueno, como ya he dicho, fue en México donde adquirí cierto dominio del
acto onírico. Si Chile era un país poético, México es un país totalmente onírico
en el que el inconsciente no cesa de aflorar. Cualquier persona un poco sensible
percibirá allí esta dimensión, sentirá la presencia del sueño en la textura misma
de la realidad mexicana. Aunque también se puede vivir diez años allí sin
captar siquiera el México mágico. En la misma ciudad de México hay todo un
mundo de brujos al que a los extranjeros desinformados les cuesta mucho
entrar. Cuando la gente no se encuentra bien, o tiene dificultades en los
negocios, acude a una bruja que realiza una especie de limpieza purificadora.
Con ese fin, te frota todo el cuerpo con hierbas empapadas en agua bendita. Es
una práctica muy corriente, y no solamente entre gentes del pueblo. Intelectuales y políticos no dudan en entregarse a ella, puesto que la brujería forma parte
de la vida mexicana. Entre estos brujos pueden encontrarse, desde luego,
curanderos expertos en hongos alucinógenos y plantas medicinales. Los hay
que conocen hasta tres mil hierbas. Otros utilizan exclusivamente excrementos
de animales. Existen también criaturas extrañas que provocan fenómenos tan
peculiares que no se sabe si son magia o superchería. Por ejemplo, recuerdo a
una mujer de un pueblecito remoto que se presenta siempre apenas cubierta
con una camiseta, mostrando unas puntas de acero que brotan de todo su
cuerpo. También se practica la magia negra y hay muchos brujos que hacen
maleficios. Si quieres echar una maldición a tu enemigo, puedes recurrir a ellos.
He sido testigo de cosas curiosas. Por ejemplo, en una función, me burlé de una
mujer muy influyente a la que todos llamaban la Tigresa y que, según se
afirmaba, era amante del presidente. Los artistas de mi compañía no querían
salir a escena pues estaban convencidos de que la Tigresa había echado una
maldición contra el teatro. Entonces me fui a buscar al ayudante de una bruja
para que deshiciera el maleficio. Confieso que me reía al verle rociar todo el
teatro con agua bendita. Pero, después, mientras tomábamos café, el hombre
empezó a quejarse, porque le estaba saliendo un furúnculo inmenso en el ano.
Aquella erupción repentina adquirió tales proporciones que el hombre tuvo que
ir al hospital. Él no tenía la menor duda de que su cuerpo había absorbido el
maleficio lanzado contra el teatro.
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¿Puede haber sido una reacción psicosomática?
Es posible. Pero, de todos modos, a veces ocurren cosas extrañas... Un día, el
director de una escuela de Bellas Artes con el que acababa de firmar un contrato
me dijo: «Eres un ingenuo. Estás enamorado de México, todo te parece
maravilloso. Pero si te atreves a mirar en este cajón descubrirás otro aspecto del
país». Me acerqué al cajón, lo abrí e inmediatamente sentí un dolor de cabeza
atroz.
¿Qué contenía ese cajón infernal?
Horribles figuritas de cera, utilizadas por las brujas para torturar a distancia
a las víctimas indicadas por sus consultantes. Eran tan espantosas que sólo
verlas me produjo malestar. Si las expusieran en el Centro Pompidou o en el
Louvre, el público descubriría cuál puede ser el poder benéfico o maléfico de
una obra de arte. Un objeto tan cargado de energía afecta directamente al
organismo de quien lo contempla. Aunque en sí misma la experiencia fue
desagradable, tuvo la virtud de hacerme reflexionar. Me preguntaba dónde
estaría el artista bienhechor; el mago bueno cuyas obras estuvieran cargadas de
una fuerza positiva tan grande que llevara al éxtasis al espectador. Es un
principio del que me he servido después en psicomagia.
¿Podría citar un ejemplo?
Un día recibí la visita de una mujer que tenía un hijo homosexual. Aquella
mujer no había podido superar el hecho de que su hijo fuera diferente. Aunque
seguía manteniendo hacia él un gran cariño, al mismo tiempo sentía una
profunda vergüenza. El hijo quería ser pianista, pero, cada vez que se presentaba a un examen o daba un concierto, su madre sentía pánico de que
fracasara. El pobre muchacho lo notaba, y eso lo afectaba a tal punto que
finalmente fracasaba. Enseguida comprendí que la carrera de pianista
representaba para aquella mujer una actividad afeminada, de carácter
homosexual. Entonces le indiqué un ejercicio. Los brujos que hacen maleficios
confeccionan figuritas con la efigie de la víctima que después acribillan con
alfileres. Pedí a aquella madre que utilizara el mismo procedimiento. Fabricó
una figura a imagen de su hijo y le puso trocitos de uña, cabellos y retales de
ropa del muchacho, a fin de que el objeto estuviera realmente impregnado de su
energía. Siguiendo mis instrucciones, la mujer pegó un luis de oro debajo de
cada pie y vertió una gotita de oro sobre cada uno de los siete chakras o centros
vitales del cuerpo. Después roció la figura con agua bendita, la puso al lado de
un piano que tenía las teclas untadas de miel -símbolo de dulzura y suavidad-,
dejó en la habitación una vela encendida y rezó allí una hora cada día por el
éxito de su hijo. El concierto siguiente fue un éxito, y las relaciones entre madre
e hijo cambiaron positivamente.
¿Magia blanca?
¡No, psicomagia! Más adelante volveremos sobre los principios de la
psicomagia; si he dado ahora este ejemplo es para mostrar que me he inspirado
en las prácticas de magia negra tan comunes en México. Pero decidí invertir el
proceso: si se puede hacer el mal a distancia, ¿por qué no se ha de poder hacer
el bien?
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Sí, pero no basta con tener buenas intenciones ni con invertir los maleficios
populares. ¿Cómo es posible que semejantes prácticas resulten eficaces?
Madre e hijo están conectados psíquicamente. Si la madre da aunque tan sólo
sea un paso encaminado a adoptar otra actitud interior, y el acto en sí en cierto
modo denota el cambio, dicho acto cobra una solidez y una materialidad que de
otra forma no tendría; el hijo, por su parte, tiene que percibirlo necesariamente,
aunque en ese momento se encuentre muy lejos. Y tiene que reaccionar. Como
la madre no podía aceptar racionalmente la homosexualidad de su hijo ni
perdonársela, le di la posibilidad concreta de dar un paso en este sentido,
ajustándose a un ceremonial minuciosamente prefijado de antemano. Éste es un
lenguaje que el inconsciente comprende. En el análisis tradicional se trata de
descifrar e interpretar en lenguaje corriente los mensajes enviados por el
inconsciente. Yo actúo a la inversa: envío mensajes al inconsciente utilizando el
lenguaje simbólico que le es propio. En psicomagia, corresponde al inconsciente
descifrar la información transmitida por el consciente.
Si le he entendido bien, en psicomagia hay que aprender a hablar el lenguaje del
inconsciente para luego, conscientemente, enviarle mensajes.
Exactamente. Y si te diriges al inconsciente en su propio lenguaje, en
principio te responderá. Pero ya volveremos sobre esto. Por el momento, me
gustaría explicar cómo el acto mágico ha contribuido al advenimiento de la
psicomagia. Cuando, en México, descubrí el poder de la brujería maléfica,
naturalmente, me planteé la posibilidad de la brujería benéfica. Si unas fuerzas
semejantes pueden movilizarse al servicio del mal, ¿no podrían ser utilizadas al
servicio del bien? Me puse a buscar a un brujo bienhechor. Un amigo me habló
en esos días de la famosa Pachita, una anciana de 80 años a la que mucha gente
venía a ver desde lejos, con la esperanza de encontrar curación. Me sentía muy
inquieto ante la perspectiva de conocer a aquella bruja famosa, así que me
preparé para ello.
¿Por qué se sentía «inquieto»?
Estaba receloso. Al fin y al cabo, nada me garantizaba que aquella mujer no
fuera también maléfica. Porque en México hay brujos muy peligrosos que
pueden entrar subrepticiamente en el inconsciente de un paciente sensible y
echarle un maleficio de efecto retardado. Vas a verlos, al principio no sientes
nada raro, pero al cabo de tres o de seis meses, empiezas a agonizar... De modo
que me protegí bien antes de visitar a Pachita. Porque no era una bruja
cualquiera: en los días de consulta podía atraer fácilmente a tres mil visitantes.
Te diré que a veces había incluso que evacuarla en helicóptero... Por lo tanto,
convenía tomar precauciones...
¿Qué hizo usted? ¿Cómo se protege uno de la influencia de una bruja?
En cierta forma puede decirse que ése fue mi primer acto psicomágico. Al
principio sentí que lo más urgente era borrar mi identidad. Ir a su encuentro
con mi vieja identidad era exponerme a lo peor. Así pues, empecé por vestirme
y calzarme con prendas nuevas. Era importante que aquellas prendas no las
hubiera elegido yo, de modo que pedí a un amigo que me comprara toda la
ropa variada que quisiera, para extremar la despersonalización y que el
atuendo obtenido no reflejara el gusto de un individuo en particular. Calcetines,
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ropa interior, todo tenía que ser absolutamente nuevo. No me puse mi ropa
nueva hasta el momento de salir hacia la casa de Pachita. Además, yo mismo
me hice un documento de identidad falso: otro nombre, otra fecha de
nacimiento, otra foto... Compré una chuleta de cerdo, la envolví en papel de
plata y me la puse en el bolsillo a modo de recordatorio. Así, cada vez que
metiera la mano en el bolsillo, el contacto insólito de la carne me recordaría que
me hallaba ante una situación especial y que no debía dejarme atrapar de
ninguna manera. Cuando llegué al piso en el que Pachita operaba ese día, me
encontré en presencia de unas treinta personas, algunas de buena posición social. Debo decir que las circunstancias en las que iba a producirse mi encuentro
con Pachita eran un verdadero privilegio, lejos de las multitudes que se
agolpaban a su alrededor cuando operaba en un lugar público. Porque yo
formaba parte de la intelectualidad. Aunque Pachita no iba al cine, sabía que yo
era director y que había hecho una película de la que se había hablado mucho,
El Topo. Me acerqué finalmente y vi a una viejecita enjuta y con una nube en un
ojo. La frente abombada, la nariz ganchuda acababan de darle un aspecto de
monstruo. Apenas atravesé el umbral, ella me taladró con la mirada y me llamó:
«¡Muchacho, tú, muchacho!». Me pareció raro oír que me llamaran «muchacho»
teniendo yo más de 40 años. «¿De qué tienes miedo?», dijo. «¡Acércate a esta
pobre vieja!» Lentamente, fui hacia ella, estupefacto. Aquella mujer había
encontrado la palabra justa para dirigirse a mí pues yo no había madurado aún.
Aunque no era un niño, mi grado de madurez no era el que corresponde a un
hombre de mi edad. Interiormente seguía siendo un adolescente.
«¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres de esta pobre vieja?», me preguntó. «Eres
sanadora, ¿verdad?», le pregunté. «Me gustaría verte las manos.» Ante el
estupor de todos, que se preguntaban por qué me concedía aquella preferencia,
ella puso su mano en la mía. Y aquella mano de vieja tenía una suavidad, una
pureza... ¡Parecía la de una niña de 15 años! No podía creer a mis sentidos.
«¡Oh, tienes mano de muchacha, de muchacha bonita!» En ese momento, me
invadió una sensación difícil de describir. Frente a esa anciana deforme, creía
encontrarme ante la adolescente ideal que el hombre joven que aún habitaba
dentro mí había buscado siempre. Ella tenía la mano levantada, con la palma
hacia mí, y yo comprendía claramente que iba a recibir alguna cosa. Me sentía
desorientado, no sabía qué hacer. Un murmullo se elevó de entre los asistentes:
me decían que aceptara el don. Yo pensé rápidamente que el don de Pachita era
de naturaleza inefable, pero yo quería hacer un gesto que denotara que
aceptaba el regalo invisible. Así que hice ademán de tomar algo de su mano. Al
acercarme vi que algo brillaba entre su anular y su dedo corazón. Tomé el
objeto metálico, era un ojo dentro de un triángulo, precisamente el símbolo de
El Topo... Empecé a hacer deducciones de aquella experiencia inaudita: «Esta
mujer es una prestidigitadora extraordinaria. Al poner su mano sobre la mía yo
no había notado que escondiera ningún objeto. El golpe estaría preparado de
antemano, pero ¿cómo se las había ingeniado para hacer salir ese ojo de la
nada? ¿Y cómo sabía ella que ése era el símbolo de mi película?». Entonces le
pregunté si podía servirle de ayudante y ella aceptó inmediatamente. «Sí», me
dijo, «hoy me leerás tú la poesía que me hará entrar en trance». Empecé a
recitarle un poema consagrado a Cuauhtémoc, héroe mexicano divinizado. En
ese instante, aquella vieja arrugada emitió un grito tremendo, como un rugido
de león, y comenzó a hablar con voz de hombre: «¡Amigos, me alegro de estar
entre vosotros! ¡Traedme al primer enfermo!». Empezaron a desfilar los
pacientes, cada uno con un huevo en la mano. Después de frotarles con él todo
el cuerpo, la bruja lo rompía y examinaba yema y clara, para descubrir el mal...
63
Si no hallaba nada grave, recomendaba infusiones o, a veces, cosas más extrañas
como lavativas de café con leche. También aconsejaba comer huevos de termita
o aplicar cataplasmas de patata cocida y excrementos humanos. Cuando el
problema le parecía grave, proponía una «operación quirúrgica». Yo fui testigo
de estas intervenciones y vi cosas irrepetibles; comparadas con ellas, las
operaciones de los curanderos filipinos parecen manipulaciones anodinas.
¿Por ejemplo?
Podría relatar cientos de operaciones, pues seguí ejerciendo de ayudante
durante algún tiempo. Quería estar en primera fila, para estudiar lo que allí
sucedía, y fui testigo de cosas increíbles. Por ejemplo el ambiente: casi siempre,
Pachita operaba en su casa, una o dos veces por semana. El piso estaba impregnado de un olor pestilente, debido a que Pachita acogía a todos los
animales enfermos del barrio, que vivían con ella temporalmente y hacían sus
necesidades por todas partes. Era un suplicio esperarla oliendo caca de perro,
de gato, de loro... A pesar de todo, en cuanto ella entraba en la sala para operar,
el olor parecía esfumarse por efecto de su sola presencia. Sin duda, era su
prestancia increíble, su porte de reina, lo que nos hacía olvidar aquellos vapores
nauseabundos. Aquella viejecita tenía el aura de un gran lama reencarnado.
¿Qué cree que la hacía tan impresionante?
Muchas veces me he hecho esa misma pregunta. ¡Y es que Pachita
impresionaba tanto a sus seguidores como a los incrédulos! Lo cierto es que
disponía de una energía superior a la normal. Un día, la esposa del presidente
de la República de México la invitó a una recepción que se daba en el patio del
Palacio del Gobierno, en el que había numerosas jaulas con pájaros de distintas
especies. Cuando Pachita llegó, aquellos pájaros que dormitaban hasta entonces
despertaron y se pusieron a trinar como si saludaran al alba. Muchos testigos
confirmaron el incidente. Pero ella no sólo utilizaba su carisma, sabía crear a su
alrededor el ambiente adecuado para cautivar tanto al visitante como al
enfermo. Su casa estaba en penumbra, unas gruesas cortinas impedían que se
filtrara la luz, de modo que, al llegar de la calle, tenías la sensación de entrar en
un mundo de tinieblas. Varios ayudantes, todos convencidos de la existencia
real del Hermano, como llamaba Pachita al espíritu con el que al parecer
contactaba y que, según ella, realizaba las curaciones, conducían al recién
llegado por un itinerario que éste tenía que hacer a ciegas. Creo que aquellos
ayudantes desempeñaban un papel clave en el desarrollo de las «operaciones».
¿Quiere decir que ayudaban a la bruja a hacer juegos de manos?
Es posible que Pachita fuera una genial prestidigitadora. En realidad, eso
nunca se sabrá. Lo cierto es que los ayudantes, cualquiera que fuera el papel
que desempeñaran, no eran cómplices de una superchería; todos tenían una fe
enorme en la existencia del Hermano. A los ojos de aquellas buenas gentes, esto
era lo que importaba. Pachita no era sino una excelente sanadora, un «canal»,
como diríamos hoy en día, un instrumento de Dios. Ellos respetaban a la
anciana, pero cuando no estaba en trance no la veneraban. Para ellos, el ser
desencarnado era más real que la persona de carne y hueso a través de la cual
se manifestaba. Esta fe que envolvía a Pachita generaba una atmósfera mágica
que contribuía a convencer al enfermo de sus posibilidades de sanarse.
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¿Cómo se desarrollaba una consulta «normal» en casa de Pachita?
La gente, sentada en una sala en penumbra, esperaba su turno para entrar en
la habitación en la que operaba la bruja. Todos los ayudantes hablaban en voz
baja, como si estuvieran en un templo. A veces, uno de ellos salía de la «sala de
operaciones» escondiendo en las manos un paquete misterioso. Entraba en el
baño y, a través de la puerta semiabierta, se percibía el fulgor del objeto que se
quemaba en el fuego. El ayudante salía y nos advertía en un murmullo: «No
entren hasta que el daño se haya consumido. Es peligroso acercarse a él
mientras está activo. Podrían pillarlo...». ¿Qué era realmente ese «daño»? No lo
sabíamos, pero el mero hecho de tener que abstenerse de orinar mientras se
producía una de aquellas inmolaciones con fuego provocaba una impresión
extraña. Poco a poco, uno abandonaba la realidad habitual para dejarse
arrastrar hacia un mundo paralelo totalmente irracional. Después, de pronto,
salían de la sala de operaciones cuatro ayudantes portando un cuerpo inerte
envuelto en un lienzo ensangrentado y lo depositaban en el suelo, como si fuera
un cadáver. Porque, una vez terminada la operación y colocados los vendajes,
Pachita exigía del paciente inmovilidad absoluta durante media hora, so pena
de muerte instantánea. Los operados, temerosos de ser aniquilados por fuerzas
superiores, no hacían ni el menor gesto. Inmóviles, petrificados, parecían
realmente muertos. No es necesario agregar el efecto que ejercía esa
escenografía sobre el candidato. Cuando Pachita lo llamaba en voz baja,
utilizando siempre la misma fórmula, «Ahora te toca a ti, hijito de mi alma», el
paciente se echaba a temblar de pies a cabeza y regresaba a la infancia. Por eso
tal vez se puede decir que esta bruja no atendía a adultos sino a niños, porque
así los trataba, cualquiera que fuera su edad. Recuerdo haberla visto dar un
caramelo a un ministro mientras le preguntaba con su voz grave y cariñosa:
«¿Qué te duele, mi niño?». La gente se abandonaba a ella en cuerpo y alma, tomándola como antídoto de su terror.
Acaba de describir el ambiente, los preliminares, muy importantes, sin duda. Pero me
gustaría saber cómo se desarrollaba en general la operación misma... Como «ayudante»,
usted tuvo que ser un testigo privilegiado.
¡No sé hasta qué punto, porque al igual que todos estaba bajo el poder de la
magia del ambiente! Pachita hacía tenderse al paciente en un catre, siempre a la
luz de una vela, ya que, según ella, la luz eléctrica podía dañar los órganos
internos. Luego, señalaba el lugar del cuerpo que iba a «operar», lo rodeaba de
algodón y derramaba un litro de alcohol encima. El olor del producto se
extendía por la habitación, creando un ambiente de sala de operaciones. Ella
siempre estaba acompañada por dos ayudantes -con frecuencia, yo era uno de
ellos-y media docena de discípulos que tenían terminantemente prohibido
cruzar las piernas, los brazos o los dedos, para facilitar la libre circulación de la
energía. De pie, a su lado, yo mismo vi cómo hundía el dedo casi por completo
en el ojo de un ciego, o cómo «cambiaba el corazón» a un paciente, al que
parecía abrirle el pecho con las manos, haciendo correr la sangre... Pachita me
obligaba a meter la mano en la herida, yo palpaba la carne desgarrada y retiraba
ensangrentados los dedos. De un tarro de cristal que tenía al lado, le pasaba un
corazón llegado no se sabía de dónde -del depósito o del hospital-, que ella
procedía a «implantar» en el cuerpo del enfermo de forma mágica: nada más ser
colocado sobre el pecho, el corazón desaparecía bruscamente, como aspirado
por el cuerpo del paciente. Este fenómeno de «aspiración» era común a todos
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sus «implantes»: por ejemplo, Pachita tomaba un trozo de intestino, lo colocaba
sobre el «operado» y en ese mismo instante desaparecía en su interior. La vi
abrir una cabeza y meter las manos. Podías sentir el olor de los huesos
chamuscados, oías ruido de líquido... La operación no estaba exenta de violencia y constituía un espectáculo bastante crudo, a la mexicana, pero al mismo
tiempo Pachita mostraba una dulzura extraordinaria.
¿Qué papel desempeñaban los adeptos presentes?
La bruja contaba mucho con ellos. A veces, parecía que la operación se
complicaba, entonces Pachita y el propio enfermo pedían la ayuda activa de
todos los presentes.
¿Podría dar un ejemplo?
Recuerdo operaciones durante las cuales el Hermano exclamaba de pronto
por boca de Pachita: «El niño se enfría, pronto, calentad el aire o lo
perderemos...». Todos corríamos inmediatamente, histéricos, en busca de un
radiador eléctrico... Al conectarlo, ¡comprobábamos que habían cortado la
electricidad! «¡Hagan algo o el niño entrará en la agonía!», bramaba el Hermano
mientras el enfermo, al borde de la crisis cardíaca, viéndose sin duda con el
vientre abierto y las tripas al aire, gemía, helado de terror: «¡Hermanos, os lo
suplico, ayudadme!». Y todos arrimábamos la boca a su cuerpo y soplábamos
con todas nuestras fuerzas, angustiados, olvidándonos de nosotros mismos,
tratando desesperadamente de calentarlo con nuestro aliento. «Muy bien,
queridos hijos», decía de pronto la voz del Hermano, «ya sube la temperatura,
ya pasó el peligro, ahora puedo continuar».
¿Nunca se les murió alguien?
No. Que yo sepa, nadie murió debido a las intervenciones de Pachita, a pesar
de que muchas de ellas implicaban momentos críticos. En cierto modo, eso
parecía formar parte del proceso.
¿Quienes eran operados sufrían?
Yo diría que sí. La operación podía ser bastante dolorosa. Cuando murió
Pachita, el don pasó a su hijo Enrique, que empezó a operar como su madre.
Asistí a una de sus operaciones y observé que el Hermano hablaba con más
dulzura y que el cuchillo ya no hacía daño. Así lo hice observar a uno de los
ayudantes, que me respondió: «De encarnación en encarnación, el Hermano va
progresando. Últimamente ha aprendido a no hacer sufrir a los pacientes».
Dice que Pachita mostraba mucha dulzura, a pesar de su gran cuchillo. Usted fue
atendido por ella, ¿verdad?
Sí, me dolía el hígado y sentía curiosidad por experimentar en mí mismo la
operación. Pachita me dijo que tenía un tumor en el hígado y aceptó atenderme.
Yo me presté al juego, diciéndome que no podía matarme. Porque, con toda la
gente a la que había operado, si hubiera ocurrido un percance a alguno de sus
pacientes, ya haría tiempo que habría estado en la cárcel.
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¿No tenía miedo a sufrir, al dolor?
No, porque, para mí, aquello era teatro. Yo quería someterme a la operación
para ver qué ocurría, y así lo hice. Pero cuando me vi en la cama, frente a
Pachita, que tenía en la mano un gran cuchillo y estaba rodeada de fieles que
rezaban, empecé a sentir miedo. Me hubiera gustado marcharme pero ya era
tarde. Noté que me cortaba con sus tijeras...
¡Sentí el dolor que siente una persona a la que le cortan la carne con unas
tijeras! Corría la sangre y pensé que me moría. Después, me dio una cuchillada
en el vientre y tuve la sensación de que me abrían las tripas... En mi vida me
había sentido tan mal. Durante unos ocho minutos sufrí atrozmente y me quedé
blanco. Pachita me hizo una infusión y sentí cómo la sangre volvía a correrme
por el cuerpo. Después ella hizo como si me arrancara el hígado... Finalmente,
me pasó las manos por el vientre para cerrar la herida ¡y al momento
desapareció el dolor! Si fue prestidigitación, la ilusión era perfecta: no sólo los
presentes vieron correr la sangre y abrirse el vientre sino que el mismo paciente
sintió el dolor. Desde entonces, el hígado no ha vuelto a molestarme. Dejando
aparte la curación, aquélla fue una de las grandes experiencias de mi vida.
Aquella mujer era una montaña, tan impresionante como un mítico lama
tibetano. Nunca sentí tanto pánico, ni tanta gratitud, como en el momento en
que ella me dijo que estaba curado y que podía marcharme. En aquel instante,
vi en ella a la Madre universal. ¡Qué shock psicológico! Pachita era una gran
psicóloga, conocía el alma humana.
¿Llegó a sentir miedo con Pachita?
¡Oh, sí! Ella sabía muy bien cómo utilizar una terapia del terror. A este
respecto, me gustaría citar un testimonio redactado por Valérie Trumblay, mi ex
esposa, que fue ayudante de la curandera en ese mismo tiempo:
Después de sufrir un aborto —había perdido a la criatura por bailar demasiado
durante un ensayo teatral—, tenía dolores de ovarios. Los médicos no hallaban la causa
y veían en los síntomas los efectos psicosomáticos de un sentimiento de culpa. Fuera lo
que fuere, el dolor era real, insoportable, y hacía meses que duraba... Decidí consultar a
Pachita. Ella me tocó el vientre, sin hacerme desnudar siquiera, y me dijo: «Estabas
embarazada de gemelos. Aún llevas dentro un feto muerto. Tendré que operarte. Ven
el viernes por la tarde en ayunas con un paquete de algodón, una venda y un litro de
alcohol. Toma esta infusión durante los tres días que precedan a la operación». El
viernes, Pachita, en trance, me hizo asistir a una operación antes de intervenirme. El
Hermano abre un cuerpo, saca el corazón que palpita, mete otro que dice haber
comprado en un hospital, me hace tocar las vísceras, cierra la herida con una sola
imposición de la mano y ordena a los ayudantes que lleven al operado a la sala de
recuperación. «Ahora tú», me dice entonces la bruja. Yo me pongo a temblar de pies a
cabeza, me castañetean los dientes, sudo. Cuando la veo levantar el cuchillo
ensangrentado, me caigo al suelo y me quedo sentada, aterrada. Entonces el Hermano
me dijo severamente por boca de Pachita, que de repente adquirió una voz ronca de
hombre: «Cálmate y échate aquí, si no, no podré hacer nada y se te gangrenarán los
ovarios». Me levanté con la boca seca, con mucha dificultad, y me tendí en el catre.
Mientras un ayudante me bajaba la falda para descubrir el vientre, los otros se pusieron
a rezar bajo el retrato de Cuauhtémoc, el emperador venerado que, según ellos, no era
otro que el espíritu que poseía a la bruja. Ésta empapó en alcohol unos algodones y me
los puso sobre el vientre alrededor de la zona que se disponía a cortar. Después, muy
rápidamente, con un golpe frío de cirujano, me abrió el vientre. Sentí un vivo dolor, oí
ruidos de líquidos, percibí el olor de la sangre y me creí muerta. Los tres minutos de la
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operación me parecieron interminables; mi corazón latía a mil por hora, tenía las tripas
al aire y todo el cuerpo helado. Pero ella, o mejor dicho el Hermano, estaba
imperturbable: ni una palabra, ni un gesto inútil, una precisión impresionante. De
pronto sentí un dolor agudo, como si me arrancaran un trozo de víscera, y Pachita me
enseñó una cosa negra y viscosa parecida a un pequeño pulpo. «Esto es el feto, está
podrido.» El olor era insoportable. «Traedme una bolsa», ordenó. Los ayudantes
corrieron a la cocina y volvieron con una bolsa de plástico de supermercado. Pachita
hizo un paquete con cuidado, lo ató con una cinta roja y lo dio a su hijo diciendo: «Esta
noche lo tirarás al canal, a las aguas oscuras, dándole la espalda, y te irás sin volver la
cara. Las cosas malignas se prenden de la mirada...». Luego cerró la herida con sus
manos, y el dolor desapareció en un instante, al mismo tiempo que el miedo. Me vendó
el vientre y me ordenó que guardara reposo durante tres días y que tomara un agua
preparada especialmente para mí. Como yo era la última paciente del día, a esa hora
Pachita debía recuperar su propio cuerpo y hacer que el Hermano volviera a su reino.
Yo me puse a llorar, tan fuerte que mis sollozos parecían sobrepasar la pequeña
habitación. Mientras los ayudantes rezaban para que Pachita volviera a ser mujer,
escuché una vocecita que gritaba llorando en el pasillo: «Mamá, mamá...». Me parecía
que únicamente podía oírla yo, y exclamé: «Ahí fuera hay un niño que llama a su
madre». Me ordenaron severamente callar y dejar irse al vampiro. Después de un mes
pude caminar normalmente. Un dolor muy agudo me perforaba el vientre al menor
movimiento brusco. Pero el resultado de la operación fue tajante: nunca más volví a
padecer dolor de ovarios, después de tanto sufrir. Desde entonces, me convertí en una
incondicional de Pachita, y, en compañía de Alejandro, he asistido a muchas
operaciones. No podría afirmar categóricamente si lo que vi era real o ilusión, pero sin
embargo vi que esa mujer curaba a los que tenían fe en ella y, sobre todo, en el
Hermano. Pachita consagró su vida entera a los que sufrían. Si aquello era trampa,
tenía que ser una «trampa sagrada», como diría Alejandro.
Ahora me gustaría relatar un fracaso que, me parece, se debió a la falta de fe o a la
mala fe del paciente. Yo conocía a una mujer norteamericana, rica y divorciada, que
sufría manía persecutoria. Ella estaba convencida de que la muerte la perseguía, que
circulaba a través de ella utilizándola a modo de canal. Su asistenta se había ahogado
en la piscina, su madre había muerto en un accidente aéreo cuando iba a visitarla, un
amigo suyo se había suicidado, etcétera. La llevé a casa de Pachita, después de haber
avisado a ésta de que iba a presentarle a una posesa. La norteamericana llegó a casa de
la bruja en un estado de ánimo ambiguo. Yo intentaba persuadirla para que creyera,
pero ella se cerraba en la desconfianza de la mujer blanca que visita un poblado indio.
Entró en la sala de operaciones con aire de repugnancia y desprecio. Al verla entrar, el
Hermano encarnado en Pachita enrojeció y, echando espuma por la boca y blandiendo
el cuchillo con expresión asesina, se lanzó sobre ella, decidido a matarla. Entre los ocho
que estábamos allí presentes sujetamos a la bruja, que luchaba con una fuerza tan
grande que parecía casi imposible reducirla. Entonamos un encantamiento y, al cabo
de varios minutos de completo pánico y crisis de cólera rayana en la epilepsia, el
Hermano se calmó. Se puso a acariciar la cabeza de la norteamericana, que de pronto
estaba muy sumisa, como una niña amedrentada. «Ya lo ves, hijita», murmuraba el
Hermano por boca de Pachita, «estás poseída por un demonio criminal. Sin saberlo, tú
das la muerte. Tú deseas matar. No te engañes, sé sincera y date cuenta de que, por
miedo al mundo y por rencor, estás llena de una sed de destrucción. Si quieres
liberarte, debes seguir mis instrucciones al pie de la letra». El Hermano le ordenó que
fuera al mercado de hierbas medicinales y mágicas y comprara siete cintas de colores
diferentes y un trozo de coral. Durante veintiún días, al acostarse, debía envolverse el
cuerpo con las siete cintas y dormir cubierta como una momia, con el coral en el pecho,
como un medallón. Para mí, el mensaje estaba claro: debía dormir cada noche envuelta
en el arco iris, símbolo de la alianza con Dios, y purificada por la belleza humilde del
coral. Pero la paciente no lo veía así. Terminada la consulta, volvió a asumir su antigua
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personalidad y creó todos los obstáculos imaginables para no seguir las instrucciones
de ir al mercado. Primero se rompió un dedo del pie, después propuso comprar las
cintas en una tienda del centro, ya que el mercado le parecía un lugar sucio, lleno de
indios piojosos... Al cabo de dos o tres semanas, la convencí para que me acompañara
al mercado. Una vez allí, demostró una cicatería absurda, regateó en el precio del coral
y de las cintas hasta llegar a enojarse por unos cuantos céntimos. Finalmente dejamos
el mercado llevando el paquete en la mano, pero estuvo a punto de olvidarlo en el taxi
sin demostrar el más mínimo interés por recuperarlo. Ya hastiada, decidí cortar nuestro
vínculo y nunca más volví a verla, la dejé en su mundo sin fe ni amor, víctima de sí
misma... Años más tarde me enteré por la prensa de que había asesinado a su amante.
Tenía razón Pachita: aquella mujer era una asesina. El Hermano, al tratar de
abalanzarse sobre ella para matarla, actuaba como un espejo. Ella se aferraba a sus
sufrimientos, no quería cambiar, por lo que no pudo beneficiarse de la sabiduría
transmitida por Pachita, a la que fue a consultar únicamente porque yo se lo pedí, sin
tener fe verdadera en su poder. Con todo esto quiero decir que era necesario colaborar
con la hechicera. El Hermano no podía curar a quien no lo deseara profundamente y se
negara a colaborar.
Podía ocurrir que una persona tuviera fe pero no deseara recobrar la salud.
Recuerdo, por ejemplo, a una mujer llamada Henriette, paciente de un médico amigo
nuestro a la que no le daban más de dos años de vida. Henriette estaba enferma de
cáncer y ya le habían extirpado los dos pechos. A instancias de su médico, que era
partidario de intentarlo todo, me acompañó a México. Aunque muy deprimida, se
declaró dispuesta a dejarse operar por Pachita. Ésta le propuso purificarle la sangre
inyectándole dos litros de plasma procedentes de otra dimensión, materializados por el
Hermano. Llegó el día y, tras el consiguiente ceremonial, Henriette se encontró tendida
en la cama. El Hermano le clavó el cuchillo en el brazo y oímos caer la sangre en un
cubo metálico, era un chorro espeso y maloliente. Después, el Hermano introdujo en la
herida el extremo de un tubo de plástico de un metro de largo, levantando en el aire el
otro extremo para conectarlo con lo invisible. Pudimos oír el sonido de un líquido que
manaba suavemente desde un lugar incierto, y en ese momento el Hermano dijo:
«Recibe el plasma santo, hijita, no lo rechaces». Al día siguiente de la operación,
Henriette estaba triste. No creía en los efectos de la «transfusión» y se sentía abatida.
Intenté hacerla reaccionar, pero fue imposible. Estaba petulante como una niña, arisca
y egoísta. Me culpaba de querer sustraerla de su calvario. Dos días después, le salió en
el brazo un gran absceso purulento. Muy asustada, llamé a Enrique, el hijo de Pachita,
quien, después de consultar a su madre, me dijo: «Tu amiga tiene fe en la medicina,
pero la rechaza. Quiere deshacerse del plasma santo. Que esta noche haga sus
necesidades en un orinal y mañana por la mañana se aplique el excremento en el brazo,
para que explote el foco de la infección». Transmití el mensaje a Henriette, que se
encerró en su habitación. No sé si siguió el consejo o no, pero la verdad es que el
absceso reventó dejando un agujero muy grande, tan profundo que se veía el hueso.
Inmediatamente la llevé a casa de Pachita, que, convertida en el Hermano, dijo a la
enferma con su voz de hombre: «Te esperaba, hijita, voy a darte lo que deseas. Ven...».
La curandera la tomó de la mano como a una niña, la llevó a la cama y, sorprendentemente, se puso a tararear una vieja canción francesa, mientras balanceaba el cuchillo
ante los ojos muy abiertos de la enferma. Tuve la impresión de que la hipnotizaba.
Entonces le preguntó:
-Dime, ¿por qué quisiste que te cortaran los pechos?
A lo que Henriette, con su voz de niña, contestó:
-Para no ser madre.
-Y ahora, mi querida niña, ¿qué quieres que te corten?
-Los ganglios que se me hinchan en el cuello.
-¿Por qué?
-Para no tener que hablar con la gente.
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-¿Y después, hijita?
-Me cortarán los ganglios que se me hinchan debajo de los brazos.
-¿Por qué?
-Para no tener que trabajar.
-¿Y después?
-Me cortarán los que se me hinchan cerca del sexo, para que pueda estar sola
conmigo misma.
-¿Y después?
-Los ganglios de las piernas, para que no puedan obligarme a ir a ningún sitio.
-¿Y qué quieres después?
-Morirme...
-Muy bien, hijita, ahora ya conoces el camino que seguirá tu enfermedad. Elige: o
seguir ese camino o curarte.
Pachita le puso un emplasto en el brazo, y a los tres días la herida había cicatrizado.
Henriette decidió regresar a París, y murió dos semanas después. Cuando di la triste
noticia a Pachita, me respondió: «El Hermano no viene sólo a curar. También ayuda a
morir a quienes lo desean. El cáncer y las otras enfermedades graves se presentan como
guerreros, siguiendo un plan de conquista preciso. Cuando le muestras a un enfermo
que busca aniquilarse a sí mismo el camino que lleva su enfermedad, se apresura a
seguirlo. Por esta razón, la francesa, en lugar de estar dos años sufriendo, dejó de
luchar. Se rindió a su enfermedad y la ayudó a realizar su plan en dos semanas».
Aprendí la lección: antes yo creía que, para salvar a una persona, bastaba con hacerla
consciente de su impulso de autodestrucción. Este caso me hizo comprender que ese
descubrimiento también podía acelerar su muerte.
En efecto, el testimonio de Valérie es muy interesante, en concreto por lo que se
refiere a la relación entre la curación y la fe, y a la importancia del deseo de vivir. ¿Qué
opina usted? ¿Había que tener fe para curarse?
No necesariamente. Todo lo que cuenta Valérie es rigurosamente cierto, pero
no se puede extraer de ello un principio general. Sin duda, era preferible tener
fe, pero no era una condición sine qua non. Por otra parte, Pachita parecía saber
bien cómo convencer a los escépticos, tal como hizo cuando me puso en la
mano el emblema de mi película. Un día le llevé a Jean-Pierre Vignau, un
especialista de cine. Era un coloso, campeón de karate, no creía en estas cosas y
no pretendía dejarse embaucar por una vieja mexicana. Tenía una lesión en una
pierna y le aconsejé que fuera con mi mujer a casa de Pachita. Él se mostraba
reacio pero, como yo lo acusaba de tener miedo, finalmente aceptó, aunque
jurando que no se dejaría tomar el pelo.
¿Y cuál fue el resultado del enfrentamiento entre la anciana hechicera y este héroe de
película?
Resulta que Vignau quedó tan impresionado con la historia que él mismo la
cuenta en sus memorias Corps d'acier, publicadas en 1984 por Robert Laffont.
Leeré el pasaje. Este testimonio de un escéptico confirma lo que he dicho sobre
Pachita:
Durante aquella estancia en México, en casa de Alejandro, conocí a la persona más
insólita de toda mi existencia. La más insólita y, al mismo tiempo, la más real. Hacía
meses que yo padecía un desgarro en el muslo. Y no era pequeño sino un bulto como
de dos puños, con un orificio en el centro. En París, había estado semanas visitando
médicos y especialistas para que me lo arreglaran. Pero no había forma. Lisa y
llanamente me decían que dejara el karate, porque aquello no tenía remedio. Una
noche, Jodorowsky dijo a Valérie, su esposa, que tal vez podrían llevarme a visitar a
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Pachita, una vieja curandera de México. Aquí la llamaríamos bruja. Y una mañana
temprano salgo rumbo a casa de Pachita con Valérie, que lleva en la mano un huevo
crudo, imprescindible para el tratamiento.
Llegamos a una callecita no muy ancha. Un portalón de madera. Valérie llama. La
puerta se entreabre y se asoma un buen hombre al que mi amiga explica el motivo de
nuestra visita. El hombre nos deja entrar. El patio está lleno. Hombres, mujeres y niños
de todas las clases sociales, sobre todo pobres, indios, mestizos, mexicanos típicos con
capazos, comida y críos colgados a la espalda, gente que conversa, discute, vocifera. Al
fondo del patio, sobre un montón de leña, un aguilucho contempla la escena con
mirada penetrante y tranquila.
Esperamos. Pasados unos veinte minutos, se abre una puerta de la casa que rodea el
patio. Sale una viejita, una señora anciana. Se parece a muchas de las mujeres que están
en el patio. Es muy bajita, gruesa, encorvada, tiene una nube en un ojo, con el que
parece ver mejor que con el otro, ver lo que no ve con el bueno. Imposible calcular su
edad. Podrían ser cien años o cincuenta. Mira a los que estamos en el patio, elige a un
hombre, le tiende la mano. Tú... El hombre se levanta y la sigue a la casa. Después de
un rato, un buen rato, sale. Ella vuelve a mirar a los reunidos y me señala con el dedo.
Tú... Es a mí. Noto que adopto una actitud mental de apertura frente a esta persona
insólita. Me digo: «No conozco nada ni sé nada. Por lo tanto, me abro. De todos modos,
peor no va a quedar mi pierna».
Algo sorprendido por pasar antes que otros -Alejandro luego me explicó que Pachita
considera que los hombres deben pasar antes que las mujeres, porque soportan peor el
dolor y las mujeres pueden esperar-, fui tras ella, acompañado de Valérie, que le
explicaba mi caso en español.
De pronto, la viejita se vuelve hacia mí y me hace dos o tres movimientos de karate
muy rápidos, mirándome con su ojo blanco. En aquel momento, si me hubiesen
preguntado su edad, yo habría dicho veinte años. Luego, toma el huevo crudo que ha
traído Valérie, lo casca y me lo frota por todo el cuerpo: la cara, las mangas, la camisa,
el pantalón. A continuación, hace lo mismo con un líquido blanco que saca de una
botella enorme que tiene detrás. Estoy embadurnado de pies a cabeza. Me toca la
pierna, los bultos del desgarro. Luego se vuelve, se acerca a una especie de altarcito,
como un pequeño nacimiento, con figuritas y velas, y se pone a rezar en voz baja. Yo
escucho; no comprendo nada, pero escucho. La habitación está en penumbra,
iluminada por tres o cuatro velas. Una mesa en la que los pacientes se acuestan para ser
operados, dos o tres ayudantes que están allí para aprender o para que ella les
transmita su don. Y Pachita que reza. Luego deja de rezar, se vuelve hacia sus
ayudantes y les dicta una lista de productos, hierbas, plantas. Dan la lista para mí a
Valérie. Yo la miro.
-Y a todo esto, ¿cuánto tengo que darle?
-Dale lo que quieras, un peso, dos...
Metí la mano en mi bolsillo y saqué lo primero que encontré, un billete que
equivalía a no sé cuántos pesos, lo he olvidado, y volvimos a salir al patio. Nos fuimos
a uno de esos grandes mercados mexicanos en los que todo es color, griterío y
movimiento, y donde al ver la vitalidad de la gente uno piensa, al igual que en África,
que no sienten el calor. En aquel mercado un poco demencial, compramos lo que
necesitábamos. Cuando volvimos a casa de Alejandro, Valérie cocinó un potaje con
todo e hizo una cataplasma que me puso en el muslo. La llevé puesta durante tres
semanas. Con ella hacía mi vida normal e incluso entrenaba. Después de tres semanas,
me la quité. ¡Había desaparecido completamente! No sentí más dolor que el tirón al
quitar la cataplasma, que me arrancó el vello. El desgarro estaba curado. Y nunca más
he vuelto a sentirlo. Evidentemente, aquellos que no han vivido una situación similar
pueden cuestionar la veracidad de la minoría que sí lo ha hecho. Pero yo afirmo que
Pachita me había curado realmente.
Éste es el testimonio de Jean-Pierre. Interesante, ¿no te parece?
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¡Por supuesto! ¿Y qué puede deducirse de todo ello?
Yo nunca diría que las manipulaciones de Pachita fueran verdaderas
operaciones; pero tampoco diría lo contrario. Y finalmente, saqué la conclusión
de que eso no era importante. En realidad, lo que hace que estas cosas nos
intranquilicen es nuestra creencia en un mundo «objetivo», nuestra mentalidad
moderna autodenominada racional. Siempre pretendemos situarnos como
observadores distantes de un fenómeno supuestamente externo cuyos
mecanismos deben ser nítidamente delineados. En la mentalidad «chamánica»,
por el contrario, este problema ni se plantea. No hay ni sujeto observador ni
objeto observado, sólo está el mundo, sueño hormigueante de signos y
símbolos, campo de interacción en el que confluyen fuerzas e influencias
múltiples. En ese contexto, saber si las operaciones de Pachita son «reales» o no
resulta incongruente. ¿Qué realidad? Desde el momento en que entras en el
campo energético de la bruja, te integras en su realidad y ella a su vez entra en
la tuya, ambos evolucionan en una realidad donde las prácticas de curación son
operantes. ¡Y el hecho es que muchas personas se han curado realmente! Por
otro lado, ateniéndome al punto de vista llamado «objetivo», nunca pude
descubrir el «truco», a pesar de haber estado a su lado semana tras semana
durante horas... En cualquier caso, no se puede sino reconocer el genio de
Pachita. ¡Si lo suyo era teatro, qué gran actriz! ¡Si era ilusionismo, esta buena
mujer fue la ilusionista más grande de todos los tiempos! Y qué psicóloga...
¿Qué le enseñó? ¿Qué ha rescatado de todo ello para integrarlo luego en la práctica
de la psicomagia?
En primer lugar aprendí a tratar a las personas. Gracias a ella, comprendí que
todos -o casi todos- somos niños, a veces adolescentes. Lo primero que hacía
Pachita era tocar con sus manos a todo el que acudía a ella, con lo que establecía
una relación sensorial e infundía confianza a las personas. Se producía un
fenómeno extraño: desde el momento en que sentías en ti sus manos, se
transformaba para ti en una especie de madre universal y no podías resistirte.
Así me sucedió también a mí, a pesar de que, por entonces, yo rechazaba a los
maestros y me negaba a someterme. Sin embargo, al tocarla mi resistencia se
derretía como la nieve al sol. Pachita sabía encontrar en el adulto, incluso en el
más seguro, un niño dormido, ansioso de amor, y el contacto era más eficaz que
las palabras para establecer confianza y abrir su estado receptivo. Este contacto
también parecía permitirle hacer el diagnóstico. Recuerdo, por ejemplo, la
ocasión en que le llevé a un amigo francés. Hacía tiempo que sentía dolores, y
los médicos franceses habían necesitado seis meses para diagnosticarle un
pólipo en el intestino. Pachita le pasó las manos por el cuerpo e inmediatamente
detectó la presencia de un bulto en el intestino. ¡Mi amigo se quedó atónito!
Pero, aparte de manifestar estas facultades casi adivinatorias, aquella bruja
practicaba a veces lo que hoy me parecen actos psicomágicos maravillosos: un
día recibió a un hombre que estaba al borde del suicidio porque no soportaba la
idea de quedarse calvo a los 30 años. Había probado todos los tratamientos
posibles sin éxito. El Hermano le preguntó por boca de la anciana: «¿Crees en
mí?». El hombre respondió afirmativamente, y de hecho, tenía fe en Pachita. El
espíritu le dio entonces estas instrucciones: «Consigue un kilo de excrementos
de rata, orina encima y mézclalo bien hasta obtener una pasta que te aplicarás
en la cabeza. Este remedio te hará crecer el pelo». El hombre se quejó
suavemente pero Pachita insistió, diciendo que, si quería evitar la calvicie no
había más remedio. Él decidió entonces someterse a este insólito tratamiento.
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Tres meses más tarde volvió a visitarla y le dijo: «Es muy difícil encontrar
excrementos de rata, pero al fin localicé un laboratorio en el que crían ratas
blancas. Convencí a un empleado para que me guardara los excrementos.
Cuando reuní el kilo, oriné encima, hice la pasta y entonces me di cuenta de que
me daba lo mismo no tener pelo. Por lo tanto, no usé el ungüento y decidí
aceptar mi suerte».
Yo vi en aquello un acto de psicomagia elemental. Pachita le pidió un precio
que él no estaba dispuesto a pagar. Cuando se encontró ante la acción misma,
comprendió que podía perfectamente aceptar su destino. Ante la exigencia real,
prefirió seguir siendo calvo. Salió de su mundo imaginario para mirar de frente
al mundo real. Estas instrucciones, absurdas a primera vista, le dieron ocasión
de madurar, le hicieron pasar por todo un proceso al final del cual le fue posible
aceptarse tal como era. Así concibo yo la psicomagia. Muchas veces, Pachita
inducía a las personas a realizar un acto insólito que, a fin de cuentas, se
orientaba a reconciliarlos con un aspecto de ellos mismos. Recuerdo a una
persona para quien el dinero representaba un gran problema, una persona
incapaz de ganarse la vida. La vieja le impuso un extraño ceremonial: el
«paciente» debía orinar todas las noches en un orinal, hasta que estuviera lleno.
Después, tenía que dejar el orinal debajo de la cama y dormir treinta días
encima de su orina. Yo fui testigo de la consulta y, por supuesto, me pregunté
cuál sería su significado. Poco a poco fui encontrando su sentido: si una persona
que no sufre ninguna disminución física ni intelectual no consigue ganarse la
vida es porque no lo quiere. Una parte de sí misma se opone a ello y se
encuentra en conflicto con el dinero. Ahora bien, seguir las instrucciones de
Pachita podía implicar exponerse a un verdadero suplicio: no hace falta mucho
tiempo para que la orina conservada día tras día bajo la cama apeste. El
paciente que es obligado a dormir encima del orinal queda impregnado de sus
propios efluvios, descansa junto a la maceración de sus desperdicios. Por otra
parte, este ejercicio requiere un espíritu de sacrificio y desarrolla la fuerza de
voluntad. Porque es necesario tenerlos para soportar todas las noches el
encuentro con la propia orina...
Sin duda, pero ¿qué relación tiene eso con el dinero?
En primer lugar una relación simbólica: la orina es de color amarillo, como el
oro. Pero, al mismo tiempo, es un desecho... Producir desechos es una
necesidad fisiológica, y la necesidad de orinar o defecar es en sí misma
producto de otra necesidad, la de comer y beber. Ahora bien, para atender a
esas necesidades, hay que ganar dinero. El dinero, en la medida en que
representa energía, tiene que circular..., y aquella persona no se ganaba la vida
porque sentía repulsión por el dinero, que consideraba sucio, vil... En esa
persona, el concepto del dinero como energía estaba bloqueado. Lo necesitaba,
pero no quería verse activa en su manipulación. Una parte de ella se negaba a
intervenir en el movimiento que hace que el dinero entre y salga, se transforme
en alimentos... Le asqueaba reconocer el legítimo lugar del «oro» en esta red
que constituye toda existencia. Pachita le obligó a dominar ese miedo. Al
encontrarse cada noche solo con su orina estancada, el paciente tuvo la visión
de que el oro-excremento no es «sucio» si circula. Si uno se niega a verlo y lo
mete debajo de la cama, empiezan los problemas... El «oro» hedía porque esa
persona le había asignado un lugar vergonzoso. Finalmente, como te decía, el
solo hecho de practicar el ejercicio hasta el fin le obligó a ejercer su voluntad,
cualidad imprescindible para ganarse la vida normalmente.
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A propósito, ¿Pachita requería algún pago a sus pacientes?
No; no exigía honorarios, pero la gente le hacía donativos. Cuando operaba,
siempre tenía cerca de ella un cesto con una gran bolsa en donde los pacientes
ponían lo que querían. No se podía acusar a Pachita de estar al frente de un
business. Aunque, por supuesto, los que tenían dinero le pagaban bien; porque,
sin duda, era una experiencia impagable hacerse atender por esa mujer... Ella no
curaba para ganar dinero, ganaba dinero porque curaba.
Volvamos a su experiencia y a lo que supuso para usted ese encuentro con ella, en
cuanto a la psicomagia.
Su contribución a la psicomagia es tan simple como esencial: observándola,
descubrí que, cuando se simula una operación, el cuerpo humano reacciona
como si sufriera una verdadera intervención. Si yo te comunico que abriré tu
vientre para extirparte un trozo de hígado, si te obligo a tenderte en una mesa y
reproduzco exactamente todos los sonidos, todos los olores y las
manipulaciones, si sientes el cuchillo en la piel, si ves saltar la sangre, si tienes la
sensación de que mis manos te revuelven las entrañas y extraen algo de ellas,
estarás «operado». El cuerpo humano acepta directa e ingenuamente el lenguaje
simbólico, al modo de los niños. Pachita lo sabía y era una maestra suprema en
el arte de utilizar ese lenguaje de manera operativa, nunca mejor dicho.
Así pues, ¿Pachita era ante todo una especialista en comunicación simbólica?
Absolutamente. Además, observaba con mucha atención los objetos, las joyas
que llevabas. Recuerdo a una mujer con una pulsera ovalada, en la cual, en un
orificio también ovalado, estaba incrustado un reloj. Aquello tenía que ser, sin
duda, un regalo de su madre, y Pachita descubrió inmediatamente que esa
mujer no resolvería sus problemas hasta que se librara de la influencia de su
madre. Era evidente además que aquel orificio simbolizaba a la madre, en el
seno de la cual se mantenía aún la hija-reloj. Intuitivamente, Pachita descifró el
mensaje simbólico y recomendó todo un ritual para deshacerse del objeto. Para
ella nada era insignificante, el mundo era como un bosque de símbolos en
relación permanente. Estando en contacto con ella me abrí al lenguaje de los
objetos, al significado que encierran, por ejemplo, los regalos: todo obsequio
tiene un sentido, se inscribe en una dinámica de posesión y comunicación.
Olvidar una cosa en casa de un amigo, por ejemplo, o en un sitio público no
tiene nada de gratuito. La brujería primitiva conoce el mecanismo de estas
interacciones y las domina más o menos. Pero se trata, desde luego, de un
conocimiento intuitivo, no intelectual ni científico. El brujo o chamán
probablemente sería incapaz de describir rigurosamente su propia práctica;
para ello tendría que situarse en el exterior, verse actuar y descifrar su
funcionamiento. Ahora bien, su poder está precisamente en el hecho de
mantener con el mundo una relación interna.
Él no es espectador de un mundo «objetivo» inanimado, sino parte integrante
de un universo subjetivo en el que todo está vivo. La misma Pachita entendía
las enfermedades como seres animados: el tumor era una criatura maléfica que
merecía ser quemada viva, y de pronto oías como trinos de pájaros. A veces
extirpaba del cuerpo enfermo una forma en movimiento que veías agitarse en la
penumbra como un títere. Ella materializaba la enfermedad, que así perdía su
poder como enemigo invisible -y por ello tanto más amenazador-, y la
encarnaba en una figura vagamente grotesca, que merecía recibir la muerte. Del
74
vientre de un homosexual vi cómo sacaba un falo negro que resoplaba como un
sapo...
Algo digno de uno de sus happenings... Lo que usted describe son realmente escenas
«pánicas».
¡Digno de Goya! No sé cómo lo hacía para llevarnos a ese mundo barroco...
¿Trance, alucinación colectiva, prestidigitación genial? De todos modos, si había
trampa, era una trampa sagrada. Quiero decir que sus actos mágicos resultaban
eficaces. Pachita aliviaba a la mayoría de los que iban a verla, por eso quise
observarla y aprender de ella...
Pero situándose en una lógica un poco diferente: a diferencia de un Castaneda, que
después de recibir el mensaje de don Juan se convierte él mismo en chamán, usted no
pretende ser brujo. Usted se contenta con asimilar ciertos principios universales para
transportarlos a una actuación no mágica, sino «psicomágica».
Es cierto, porque yo no provengo de una cultura «primitiva». En mi opinión,
salvo excepciones -no me pronuncio sobre el caso de Castaneda, a quien conocí
en México en aquella época-, no puedes convertirte en chamán o brujo si no has
nacido en un contexto primitivo. Con la mejor voluntad y la mayor amplitud de
criterio del mundo, no se libera uno tan fácilmente de todo su bagaje occidental
y racional.
Castaneda es un personaje inaprensible al que pocos pueden ufanarse de haber visto.
¿En qué circunstancias lo conoció?
En aquel entonces, en los años setenta, yo era muy conocido en ciertos
medios, gracias a mi película El Topo, que para muchos era una especie de
referencia en materia de cine mágico. Castaneda había visto El Topo dos veces, y
le había gustado. Yo me encontraba en México en un restaurante en el que
sirven unos filetes espléndidos y se bebe buen vino. Iba acompañado de una
actriz mexicana que reconoció en el local a una amiga que estaba con un señor.
Castaneda -que no era otro el señor-, al enterarse de quién era yo, envió a su
amiga a nuestra mesa. La mujer me preguntó si quería conocer a Castaneda.
«Desde luego», respondí. «¡Soy un gran admirador suyo!» Ella dijo que él
vendría a sentarse a mi mesa, pero yo insistí en ir a la suya.
Una coincidencia novelesca...
¡La vida es novelesca! Propuse a Castaneda ir a su casa, pero él quiso venir a
mi hotel. Éramos como dos chinos, rivalizando en cumplidos. Él no paraba de
darme la preferencia, y yo hacía otro tanto, por supuesto...
¿Y no dudó de si realmente estaba en presencia de Castaneda?
Ni un instante. Más adelante, en Estados Unidos se publicó un libro en el que
aparece un retrato suyo, un dibujo. Y es el retrato del hombre al que conocí.
¿Cuál fue su primera impresión?
En México, es fácil determinar la clase social a la que pertenece un hombre
sólo con verle el físico. Castaneda tiene aspecto de camarero.
75
¡Cómo!
Sí, tiene aspecto de hombre del pueblo; no es grueso, pero sí fornido, con el
pelo crespo y la nariz un poco achatada: un mexicano de las clases populares.
Pero, en cuanto abre la boca, se transforma en príncipe; detrás de cada palabra
suya se percibe una gran cultura.
¿Da impresión de sabiduría?
Más que de sabiduría, de simpatía. Enseguida nos hicimos amigos. Vestía con
sencillez y estaba despachando un buen filete, regado con Beaujolais... No se
parecía a don Juan sino al Castaneda que se manifiesta en los libros. Yo volvía a
encontrarme con su tono, con su voz, por así decirlo...
Según usted, ¿sus libros narran hechos reales o son ficción?
Me es difícil pronunciarme. Mi impresión es que se funda sobre una
experiencia real a partir de la cual elabora e introduce conceptos extraídos de la
literatura esotérica universal. En sus libros encuentras el zen, las Upanishads,
los tarots, el trabajo sobre los sueños... Una cosa es segura: que recorre realmente México para hacer sus investigaciones.
¿Cree en la existencia de don Juan?
No; creo que este personaje es un invento genial de Castaneda, que desde
luego ha conocido a varios brujos yaquis.
¿Cómo se desarrolló su conversación en la habitación del hotel?
En primer lugar, llamó para avisarme de que llegaría con cinco minutos de
adelanto. Me conmovió tanta delicadeza. Luego, cuando llegó, le dije: «No sé si
eres un loco, un genio, un granuja o si dices la verdad». Él me aseguró que no
decía más que la verdad, y a renglón seguido me contó una historia increíble,
de cómo don Juan, con una simple palmada en la espalda, lo había proyectado a
cuarenta kilómetros de distancia... porque se había dejado distraer por una
mujer que pasaba por allí... También me habló de la vida sexual de don Juan,
que era capaz de eyacular quince veces seguidas. Por otra parte, me parece que
al propio Castaneda le gustan mucho las mujeres. Me preguntó si no podríamos
hacer una película los dos juntos. Hollywood le había ofrecido mucho dinero,
pero él no quería que don Juan fuera Anthony Quinn... Entonces empezó a
tener diarrea, con mucho dolor en el vientre, algo que, me dijo, no le ocurría
nunca. También yo sentía fuertes dolores, en el hígado y en la pierna derecha.
Era extraño que nos vinieran aquellos dolores cuando empezábamos a
plantearnos un proyecto. El dolor hacía que nos arrastráramos por la
habitación. Llamé a un taxi y lo acompañé al hotel. Después, fui a hacerme
operar por Pachita. Había instado a Castaneda a que fuera a conocer a aquella
mujer excepcional, pero no compareció. Tuve que guardar cama durante tres
días. Una vez restablecido, lo llamé al hotel, pero ya se había marchado. No he
vuelto a verlo, la vida nos separó. Un guerrero no deja huella.
Es decir, que le parece a la vez un tramposo y una persona muy interesante...
Me contó sus historias de don Juan con tanta convicción... Yo estoy
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acostumbrado al teatro, a los actores, y no me pareció que mintiera. ¿Quizá esté
loco y sea un genio?
Según usted, ¿cuál ha sido la aportación de Castaneda?
Su aportación ha sido inmensa: él creó una fuente de conocimiento diferente,
la fuente sudamericana. Hizo revivir el concepto del guerrero espiritual...
Volvió a poner de actualidad el trabajo sobre el sueño despierto. Sin duda, ha
publicado demasiado, pero los editores norteamericanos hacen firmar contratos
por una decena de libros. Y siempre, a pesar de todo, tiene algo nuevo que
decir, sus libros revelan muchas cosas olvidadas. De manera que, verdad o
mentira, poco importa. Si es trampa, es una trampa sagrada...
En tanto que chileno de origen ruso con largos años de vida en México, ciertamente
no es usted el prototipo del occidental adorador de la diosa Razón...
Es verdad, soy un poco loco, como tú sabes... Pero mi locura, mi desmesura,
permanecen enraizadas en una cultura, pese a todo, moderna. Queriéndolo o
no, soy el producto de una sociedad materialista que pretende mantener con el
mundo una relación objetiva. Mis audacias más extremas se sitúan siempre
dentro de ese contexto del que no podemos salir. Tal vez lo expanden, hacen
salir a flote sus contradicciones y callejones sin salida, pero no los anulan. Para
ser brujo o chamán, hay que habitar un mundo chamánico. En lo que a mí
respecta no creo lo suficiente en la magia primitiva como para hacerme mago
yo mismo. Por eso si bien quise aprender de Pachita, nunca aspiré a recibir su
don para convertirme en sanador a mi vez. Es más, diría que siempre me resistí
a ello.
Será que no cree en la magia lo suficiente como para hacerse mago, pero cree en ella a
pesar de todo...
Lo cierto es que no puedo decir que sea verdad ni que sea mentira. Pero
enseguida comprendí que, si quería aprender de Pachita, tenía que adoptar una
actitud inequívoca y hacer como si no creyera en absoluto.
¿Por qué?
Si hubiera partido del principio de que todo aquello podía ser verdad, de que
la magia como tal podía ser una realidad, pronto habría llegado a un callejón
sin salida. Me habría esforzado en seguirla por su vereda mágica, en
convertirme yo mismo en mago para conseguir unos resultados sólo parciales o
mediocres, ya que, repito, uno no puede cambiar de piel y convertirse en
chamán porque se diga que todo esto podría ser verdad. De modo que me obligué
a hacer como si no pudiera ser más que falso. Por «falso» no quiero decir
inexistente -había que reconocer las curaciones y los fenómenos extraños que se
producían en torno a ella-, sino más bien que pueda ser explicado por un
conjunto de leyes psicofisiológicas. De este modo, me encontraba en disposición
de aprender de esta mujer algo que después yo podría utilizar en mi propio
contexto.
¿Como por ejemplo el qué?
La forma de manejar el lenguaje de los objetos y el vocabulario simbólico, a
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fin de producir ciertos efectos en la gente; en síntesis, el modo de dirigirse
directamente al inconsciente en su propio lenguaje, ya fuera a través de
palabras, de objetos o de actos. Eso aprendí de Pachita.
Pachita era excepcional, sin duda, pero se inscribía en una tradición...
Desde luego. Por ello, después de conocerla, descubrí el lugar que ocupa la
magia en todas las culturas primitivas. Leí centenares de libros sobre el tema,
para intentar extraer los elementos universales dignos de ser utilizados de
manera consciente en mi propia práctica. No voy a extenderme sobre eso, pero
daré algunos ejemplos. En todas las culturas se encuentra la idea del poder de la
palabra, la certeza de que el deseo expresado en la forma adecuada provoca su
realización. Pero con frecuencia el nombre de Dios o del espíritu se refuerza por
su asociación a una imagen. Los antiguos sabían intuitivamente que el
inconsciente no sólo es receptivo al lenguaje oral, sino también a las formas, a
las imágenes, a los objetos. Por otra parte, los egipcios concedían importancia
capital a la palabra escrita. Más que decir había que escribir. En psicomagia, yo
acostumbro pedir a la gente que escriba cartas, no tanto por lo que digan en
ellas cuanto porque el solo hecho de escribir y enviar la misiva posee efectos
terapéuticos. Otra práctica universal es la de la purificación, las abluciones
rituales.
En Babilonia, durante las ceremonias de curación, los exorcistas ordenaban al
paciente que se desnudara, que tirara todas sus ropas viejas, símbolos del yo
antiguo, y se pusiera vestiduras nuevas. Los egipcios consideraban la
purificación requisito preliminar para recitar las fórmulas mágicas, tal como
atestigua este texto antiguo, del que he olvidado su procedencia, pero que me
ha servido de inspiración: «Si un hombre pronuncia esta fórmula para uso
propio, debe untarse de óleos y ungüentos y tener en la mano el incensario
lleno; debe tener natrón de cierta calidad detrás de las orejas y una calidad
diferente de natrón en la boca; debe vestir dos prendas nuevas después de
haberse lavado en las aguas de la crecida, calzar sandalias blancas y haberse
pintado la imagen de la diosa Maat en la lengua con tinta fresca». También yo
pido a muchos de los que vienen a consultarme que tomen baños y procedan a
ciertos lavatorios, porque sé que este acto, ingenuo en apariencia, influirá
notablemente en su psicología, los situará en una disposición distinta. Si alguien
teme ir a hablar con su madre, le recomiendo que antes de la entrevista se
enjuague la boca siete veces y que se llene los bolsillos de lavanda. Bastarán
esos detalles para que aborde la entrevista de diferente manera. Los antiguos
atribuían también un papel benefactor a numerosos objetos simbólicos: los
textos mágicos se recitaban sobre un insecto, un animal pequeño o, incluso, un
collar. También se utilizaban bandas de lino, figuritas de cera, plumas,
cabellos... Después de encontrar en los textos antiguos referencias a estas
prácticas, me entregué a una reflexión acerca de las proyecciones que las
personas hacen sobre los objetos y me pregunté cómo usarlas de modo positivo.
Los magos grababan el nombre de sus enemigos en vasijas que luego rompían y
enterraban, destrucción y desaparición que debían acarrear las de tales
adversarios... En las suelas de las sandalias reales se pintaban las efigies de los
«malvados», para que el rey pisoteara a diario a los posibles invasores. En
psicomagia, yo recurro a los mismos principios «primitivos», pero con fines
exclusivamente positivos. Aconsejo a la gente que «cargue» un objeto, que
inscriba un nombre... En este mismo orden de cosas, los brujos hititas me
hicieron descubrir los conceptos de sustitución e identificación: en realidad, el
mago no destruye el mal, sino que se apodera de él descubriendo sus orígenes y
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lo extirpa del cuerpo o del espíritu de la víctima para devolverlo a los infiernos.
Según un antiguo texto, «se atará un objeto a la mano derecha y al pie derecho
del oferente, después se desatará y se atará a un ratón, mientras el oficiante
dice: 'Yo te he extirpado el mal y lo he atado a este ratón"; y entonces se liberará
al ratón». Así extirpaba Pachita el mal para instilarlo en una planta, un árbol o
un cactus, eso hacía que la planta muriera ante nuestros ojos. También se puede
sustituir a la víctima por un cordero o una cabra: es el viejo método del
sacrificio de sustitución, en el que el animal ocupa el lugar del enfermo: se
amarra el turbante de éste a la cabeza de la cabra, a la que se le corta el cuello
con un cuchillo que antes habrá tocado el cuello del enfermo. Según la magia
judía es posible engañar, burlar e inducir a error a las fuerzas del mal. Para ello
se disfraza a la persona en la que éstas se ensañan, se le cambia el nombre... Yo
mismo he tenido ocasión de comprobar los benéficos resultados que se obtienen
con la modificación del nombre, aunque sólo sea la ortografía. Aplico la misma
idea a una carta del tarot: la Torre («la Casa de Dios» /La Maison Dieu/ en
francés) en principio indica una catástrofe, pero ¿por qué no ver en ella «el
Alma y su Dios» /L'Âme et son Dieu/ (que suena igual en francés) y darle así una
carga positiva? Estos viejos rituales me han enseñado también a sugerir sepultar
algo en la tierra cuando se quiere purificarlo.
Estos no son sino ejemplos de principios universales del acto mágico que he
recuperado para utilizarlos en el acto psicomágico o, en otras palabras, en una
acción terapéutica.
79
El acto psicomágico
¿En el contexto mágico que rodea a una bruja como Pachita, la fe juega un papel
esencial?
Bueno, en vez de hablar de «fe» utilicemos la palabra «obediencia». Quiero
decir sencillamente que, aunque no se crea en el poder de la bruja, es
conveniente permanecer imparcial y darle todas las posibilidades de actuar.
Dicho de otra manera, tengas o no tengas fe, debes ser lo bastante honesto como
para seguir al pie de la letra las instrucciones recibidas. Si acudes a un médico y
al salir de su consulta no te molestas en comprar ni tomar los medicamentos
que te ha recetado, ¿cómo podrás pronunciarte después sobre la eficacia de su
tratamiento? Si Pachita recomienda un acto, la persona cree en él y lo cumple
sin tratar de comprender. Obedece, eso es todo, por misteriosa que pueda ser la
práctica recomendada. Como ya hemos indicado, todo esto forma parte de una
cultura radicalmente distinta de la nuestra. El director de una importante
revista mensual parisiense, afectado por un cáncer, me preguntó en aquellos
años si podía presentarle a Pachita. Lo llevé a su casa, ella lo operó y le dijo:
«Estás curado, pero cuidado: no se lo digas a nadie hasta que hayan
transcurrido seis meses». Él no obedeció. Apenas regresó a Francia, se hizo
examinar por una serie de médicos, con la esperanza de que le confirmaran el
veredicto de la bruja. Éstos le dijeron que no estaba curado, y murió tres meses
después. Por el contrario, un amigo francés, secretario de prensa de una gran
compañía cinematográfica, que había tenido varios infartos, a instancias mías
fue a ver a Pachita para que le «cambiara el corazón». Terminada la operación,
la bruja le pidió que esperara tres meses, y él así lo hizo. Al cabo de ese período,
se sometió a varios exámenes, y el electrocardiograma reveló una gran mejoría.
Han transcurrido años y él sigue vivo... También podría citarte el caso de la
asistente del cineasta François Reichenbach. A consecuencia de un accidente de
tráfico, parecía condenada a la parálisis. Pachita la operó y volvió a andar. Hace
un tiempo vino a verme para darme las gracias por haberle presentado a la
bruja. Aproveché la ocasión para pedirle que testificara en una conferencia que
yo daría en la Sorbona ante un auditorio de unas quinientas personas.
Permíteme que te lea parte de su testimonio, tal como fue grabado y transcrito:
-(Jodorowsky:) Así pues, voy a interrogarte. ¿Cómo te llamas?
-Claudie.
-¿De qué director francés eras asistente?
-Era asistente de Reichenbach.
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-¿Tuviste un accidente?
-Sí, en Belice. Tenía la columna vertebral hecha migas, nervios seccionados en la
espalda y nueve vértebras rotas. Estuve tres meses en coma. Cuando recobré el
conocimiento, me dijeron que estaba paralítica y que no podría volver a andar.
Entonces me llamó Reichenbach y me dijo: «Estoy con Alejandro Jodorowsky, te lo
paso». Para mí, en aquel entonces, Jodorowsky era una persona que había hecho una
película completamente delirante. Me pregunta: «¿Qué te pasa?», y yo le contesto:
«Estoy paralítica». «No es grave», me dice entonces. «Tienes que ir a México a ver a la
bruja Pachita.» Fui a operarme, a pesar de que no creía. No creía en su cuchillo, ni creía
en nada. Me hizo un daño de mil demonios. Aquello dolía mucho. Me abrió desde la
nuca hasta el cóccix. Yo le había dado cien francos de la época para que comprara
vértebras.
-(Alguien del público:) ¿Cómo?
-(Jodorowsky:) Sí, deben saber que Pachita compraba vértebras en el hospital o en el
depósito de cadáveres, no sé muy bien... A veces, aparecía con un corazón en un
frasco...
-¡Sí, así fue! Pero he de decirles algo: yo estaba segura de que un día me levantaría y
volvería a andar. No creía en Pachita y me parecía que Alejandro estaba loco, pero
estaba segura de que volvería a andar, y lo conseguí a través de ella. Pero ante todo
creía en mí misma.
-¡Cuenta tu operación!
-Bien, con el cuchillo me abrió de arriba abajo la columna vertebral. Lo sentí
perfectamente. Después, sentí como si golpeara con un martillo. Luego, me dio la
vuelta... Ah, no, antes me puso alcohol de noventa grados. Había un olor inmundo a
sangre caliente. El alcohol me escocía de un modo horrible. ¡La mordí! ¡Sí, la mordí! Me
pasó por delante un brazo y, desde luego, no desperdicié la ocasión. En aquel
momento estaba a punto de desmayarme. En realidad, no era tanto por el dolor como
por el olor a sangre, no lo soportaba. Me puso boca arriba. Yo me dije: «Pero ¿qué
hace?», y dejé de verle las manos. Ya no había manos. Estaban dentro de mi vientre, y
yo no sentía nada.
-Esto es lo que vio...
-Eso es lo que vi.
-¡Eso es! A veces, amigos, esto es como la transferencia. No sé si han visto ustedes
una emisión sobre aikido2: llega el maestro y, con el ki, parece invencible. No lo es
porque ante una persona que no sea discípulo suyo no puede hacer nada. Es necesario
que haya una transferencia. Es decir, que transferimos a ciertos arquetipos fuerzas que
llevamos dentro y, en virtud de esta transferencia, hacemos de esa persona un maestro,
un gurú, alguien que posee una fuerza inmensa. Alguien invencible. Ello se debe a
nuestra transferencia. Es completamente útil y necesario, pero se trata de una
transferencia. Con Pachita lo curioso era que todo el que iba a verla hacía esa
transferencia.
Interesante... Claudie no creía, pero se sometió plenamente, a diferencia del director
de la revista, que hizo lo que se le antojó.
Sí. Para que la práctica funcionara, ante todo había que prestarse al juego sin
tratar de comprender. No obstante, por lo que a mí respecta, me esforcé en
descubrir algunos de los mecanismos que actuaban en el proceso de curación, a
fin de poder reutilizarlos después. Recuerdo, por ejemplo, a un amigo que se
sentía muy débil. Pachita le dijo que no tomara más vitaminas. Le ordenó que
entrara en una carnicería, robara un trozo de carne y se lo comiera.
2
Arte marcial de origen japonés utilizado como defensa personal. Consiste en usar la
energía del atacante para así vencerlo. (N. del E.)
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Debía proceder a este ritual una vez a la semana. Por supuesto, el hombre recuperó toda su
energía y, a mi modo de ver, por una razón muy simple: cometer un robo semanal era para aquel
pobre hombre tímido un acto de una audacia inaudita. Tenía que movilizar todas sus energías.
Entonces descubrió que era más fuerte y decidido de lo que creía y, desde el momento en que
tuvo otra percepción de sí mismo, su vida cambió. Al menos, así es como yo me lo explico.
Entre captar algunos de los sutiles mecanismos psicológicos presentes en la brujería
practicada por Pachita y recomendar actos uno mismo, media una gran distancia.
¿Cómo salvó usted esa distancia? ¿Cómo pasó de una reflexión sobre el acto mágico a la
práctica de la psicomagia?
Como sabes, he estudiado a fondo el tarot y gozo de cierta reputación como
tarotista. Pero yo soy autor de historietas para cómic y director de teatro y de
cine, por lo que nunca he tratado de ganarme la vida con las cartas. Sin
embargo, en un momento determinado, quise profundizar en mi estudio del
tarot. Para ello tenía que comunicarme con los demás, practicar la lectura de las
cartas. Me fui entonces a una librería de la rué des Lombards que se llama
Arcane 22 y que está especializada en tarot. Como los dueños me respetaban,
les propuse que me acondicionaran un cuartito en la trastienda,
comprometiéndome, a cambio, a recibir a dos personas al día durante seis
meses, para echarles las cartas de forma profesional. Los dueños de la librería
pusieron un cartelito y empezaron a llegar consultantes. No voy a extenderme
aquí sobre mi concepto del tarot. Sólo diré que yo no leo el futuro, sino que me
conformo con el presente y centro la lectura en el conocimiento de uno mismo,
partiendo del principio de que es inútil conocer el futuro cuando se ignora
quién es uno aquí y ahora. En suma, aquellas sesiones suscitaron en mí ciertas
reflexiones. Cuanto más avanzaba, constataba con más fuerza que todos los
problemas desembocaban en el árbol genealógico.
¿Qué quiere decir con eso?
Acceder a las dificultades de una persona es acceder a su familia, penetrar en
la atmósfera psicológica de su medio familiar. Todos estamos marcados, por no
decir contaminados, por el universo psicomental de los nuestros. Así, muchas
personas asumen una personalidad que no es la suya, sino que proviene de uno
o de varios miembros de su entorno afectivo. Nacer en una familia es, por
decirlo así, estar poseído.
Esta posesión suele ser transmitida de generación en generación: el
embrujado se convierte en embrujador, proyectando sobre sus hijos lo que fue
proyectado sobre él... a no ser que una toma de conciencia logre romper el
círculo vicioso. Al cabo de una consulta de dos horas, muchos exclamaban:
«¡No había descubierto tantas cosas ni en dos años de psicoanálisis!». Esto me
dejaba muy satisfecho y convencido de que bastaba con ser consciente de una
situación problemática para resolverla. Sin embargo, no era verdad. Para
superar una dificultad no basta con identificarla claramente. Una toma de
conciencia que no es seguida de un acto resulta completamente estéril. Poco a
poco, fui dándome cuenta de eso y llegué a la conclusión de que tenía que
aconsejar a la gente. Pero me resistía a hacerlo. ¿Con qué derecho podía
entrometerme en la vida de los demás, ejercer una influencia en su
comportamiento? ¡Yo no quería convertirme a mi vez en embrujador! Era una
posición difícil, ya que las personas que venían a consultarme no pedían otra
82
cosa: habría tenido que convertirme en padre, madre, hijo, marido, esposa...
Pero no estaba dispuesto a convertirme en director espiritual de nadie, a
inmiscuirme en la existencia de los demás. Entonces se me ocurrió una idea:
para que las tomas de conciencia fueran eficaces, yo debía hacer actuar al otro,
inducirle a cometer un acto muy preciso, sin por ello asumir la tutela ni el papel
de guía respecto a la totalidad de la vida de esa persona. Así nació el acto
psicomágico, en el que se conjugan todas las influencias asimiladas en el
transcurso de los años y de las que hemos hablado en nuestras charlas.
¿Cómo procedía usted?
Ante todo, estudiaba a la persona, exigía que me lo contara absolutamente
todo. En lugar de tratar de adivinar por el tarot lo que pudiera ocultarme,
simplemente la sometía a un interrogatorio. Preguntaba a mi consultante por su
nacimiento, sus padres, sus abuelos, sus hermanos, su vida sexual, su relación
con el dinero, su vida sentimental, su vida intelectual, su salud...
En suma, una verdadera confesión.
¡Absolutamente! Y pronto fui depositario de unos secretos terribles: robos,
violaciones, incestos... Un hombre me confesó que, siendo niño, al finalizar el
año escolar, esperó encima de un muro a un profesor al que detestaba para
arrojarle una gran piedra sobre la cabeza. Quizá el profesor se murió, pero el
chico no se quedó allí para comprobarlo... Un día recibí a un padre de familia
belga, y enseguida noté que era homosexual. «Sí», me confiesa, «y tengo
relaciones sexuales con diez personas al día en las saunas, cada vez que vengo a
París. ¿Sabe cuál es mi problema? Que me gustaría hacerlo con catorce, como mi
amigo...». Empezaron a salir los trapos sucios. Recibía las confidencias más
oscuras y extravagantes. El incesto estaba a la orden del día: una mujer me
confesó que el padre de su hija no era otro que su propio padre; un chico
seducido por su madre me contó todos los detalles... Sadomasoquismo,
fijaciones homosexuales, obsesión por el placer solitario... ¡Por allí aparecía de
todo! La gente se desahogaba porque sentía confianza y me juzgaba capaz de
proponerles una terapia adaptada a su herencia social y cultural.
¿Por qué era importante para usted que fuera tan detallada la confesión?
Porque, antes de emprender cualquier cosa, es imprescindible conocer el
terreno. Aprendí ese principio de Miyamoto Musashi, el autor del Libro de los
cinco anillos. Antes del combate, dice, hay que ir al terreno muy temprano y
adquirir de él un perfecto conocimiento. También hay médicos que aplican este
método. La familiarización con el terreno psicoafectivo de la persona me
parecía un requisito previo para la recomendación de cualquier acto
psicomágico.
¿Y qué función cumple el tarot en todo esto ? Si una persona se confiesa, ya no es
necesario adivinar nada.
Las personas suelen hacer sólo medias confesiones. Se guardan lo mejor para
después, por decirlo así... El tarot me ayudaba a sacar a la luz secretos
inconfesables en un primer momento. De ese modo, disponiendo de todos los
elementos, estabas en condiciones de proponer un acto a la vez irracional y
racional: irracional en apariencia, pero racional en la medida en que la persona
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sabía por qué tenía que realizarlo. Por otra parte, todo acto psicomágico tiene
efectos perversos, es decir, incontrolados, que constituyen precisamente su
riqueza.
Explíquelo, por favor.
Daré un ejemplo: un día recibí la visita de una señora suiza cuyo padre había
muerto en Perú cuando ella tenía 8 años. Su madre hizo desaparecer todo rastro
de aquel hombre, quemando cartas y fotos, por lo que mi consultante seguía
siendo, en el plano emocional, una niña de 8 años. Con más de cuarenta de
vida, hablaba como una niña y tenía graves problemas. Le prescribí un acto:
debía ir a Perú, a los sitios en que había vivido su padre, y traerse algo, un
recuerdo, una prueba palpable de su existencia. Cuando regresara a Europa,
debía colocar el o los recuerdos en su habitación, encender una vela y después ir
a la casa de su madre y darle una bofetada. Es preciso decir que su madre la
maltrataba e insultaba. Como puedes ver, el cumplimiento de este acto exigía
un compromiso. La mujer se fue a Perú, encontró la pensión en que había
vivido su padre y, por una de esas sincronías que emanan de lo que yo llamo
«danza de la realidad», encontró cartas y fotos. El padre las había entregado a la
dueña de la pensión, confiando en que un día su hija iría a buscarlas. Varios
decenios después, mi paciente encontró unos recuerdos en virtud de los cuales
su progenitor, por así decirlo resucitaba. Al leer aquellas cartas y contemplar
aquellas fotografías, la mujer dejó de ver en su padre una especie de fantasma y
sintió por fin que había sido un ser de carne y hueso. Cuando regresó a su casa,
puso las cartas y las fotos en su habitación, encendió una vela y se fue a ver a su
madre, con intención de darle una buena bofetada. Madre e hija tenían una
relación muy difícil. Pero mi paciente se llevó una sorpresa al comprobar que su
madre -a la que había anunciado su visita- estaba esperándola y, por una vez, le
había preparado una comida. Asombrada al verla tan amable, se sintió muy
turbada por tener que abofetearla, ya que por una vez su madre no le daba
motivo para hacerlo. Pero el acto psicomágico constituye un contrato ineludible
que ella sabía que debía respetar. Durante el postre, mi paciente abofeteó a su
madre por sorpresa y sin razón aparente, temiendo una reacción violenta de la
madre, a quien siempre había temido. En cambio, ésta se limitó a preguntarle:
«¿Por qué lo has hecho?». Ante tanta ecuanimidad, la hija por fin encontró palabras para expresar todas las quejas que tenía de ella. Y ésta fue la
sorprendente respuesta de su madre: «Me has dado una bofetada... ¡Pues
deberías haberme dado otra más!». Por fin, entre las dos mujeres nació la
amistad.
Parece casi un milagro...
Podría darte pruebas de la veracidad de esta historia. La he contado para que
se vea que el acto sigue su propia lógica. No se puede prever cómo va a
desarrollarse ni cuáles serán sus efectos. Pero si está prescrito sobre la base de
un buen conocimiento del terreno, sus efectos, cualesquiera que sean, no
pueden ser sino positivos.
Así que pasó de leer el tarot a prescribir actos psicomágicos...
Enseguida tuve que hacer frente a una fuerte demanda: estaban mis
consultantes del tarot, los que habían seguido mis cursos de masaje, los que
asistían a mis conferencias semanales en el Cabaret Místico... Una multitud. Eso
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me impulsó a adoptar tres fórmulas de trabajo: una individual, otra en grupos
de treinta a cuarenta, y otra en el marco del Cabaret, donde somos unas
cuatrocientas o quinientas personas. De todos modos, el procedimiento esencial
no varía: alguien me expone una dificultad y yo le recomiendo un acto. Ahora
bien, la mayoría de los actos han sido prescritos en el curso de conversaciones
privadas.
Al recomendar un acto establece un contrato con la persona...
Sí, y este acuerdo mutuo tiene mucha importancia. En primer lugar, la
persona se compromete a realizar el acto tal y como yo se lo prescribo, sin
cambiar nada en absoluto. Siempre en esa línea, y para evitar deformaciones
debidas a fallos de la memoria, la persona debe tomar nota inmediatamente del
acto y del procedimiento a seguir. Una vez realizado el acto, debe enviarme una
carta en la que, en primer lugar, transcribe las instrucciones recibidas de mí; en
segundo lugar, me cuenta con todo detalle la forma en que las ha ejecutado y
las circunstancias e incidentes ocurridos durante el proceso; y en tercer lugar,
describe los resultados obtenidos. El envío de esta carta constituye mis únicos
honorarios por la prescripción del acto.
¿Eso significa que no percibe dinero en calidad de psicomago?
Siempre he querido dispensar los actos gratuitamente por lo menos desde el
punto de vista estrictamente financiero, ya que la escritura y el envío de la carta
son también una forma de retribución. Al realizar el esfuerzo de escribirme
extensamente, la persona paga un precio, que yo percibo.
¿Cómo reaccionan sus consultantes a estas particulares exigencias?
Hay tantas reacciones como consultantes, desde luego, pero es posible
distinguir ciertos tipos de actitud. Hay personas que tardan un año en enviarme
la carta; otras discuten, no quieren hacer exactamente lo que les digo y
regatean..., encuentran toda clase de excusas para no seguir las instrucciones al
pie de la letra. Ahora bien, cuando se cambia algo, por mínimo que sea, ya no se
respetan las condiciones indispensables para el logro del acto, y los efectos
pueden ser incluso negativos. Hay que decir que hablar de forma tan directa al
inconsciente supone ejercer en él una presión: uno trata de hacerle obedecer.
Ahora bien, sólo tenemos los problemas que queremos tener. Estamos
amarrados a nuestras dificultades. No tiene nada de asombroso, pues, que
algunos traten de tergiversar y sabotear el acto: en realidad, no quieren curarse.
Salir de nuestras dificultades implica modificar en profundidad nuestra
relación con nosotros mismos y con todo nuestro pasado. En estas condiciones,
¿quién está realmente dispuesto a cambiar? La gente quiere dejar de sufrir, pero
no está dispuesta a pagar el precio, o sea a cambiar, a no seguir definiéndose en
función de sus preciados sufrimientos. En mi calidad de consejero, cuanto
menos acepto el regateo más beneficio obtienen los demás. A ellos corresponde
aceptar o rechazar mis condiciones.
Que el sí sea sí, que el no sea no...
¡Exactamente!
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Es sabido que el psicoterapeuta se autoriza a sí mismo a tomar pacientes. ¿Qué
sucede con el psicomago? ¿Cómo puede autorizarse a sí mismo a prescribir actos que
atañen directamente al inconsciente?
Daré una respuesta irracional: en el momento en que prescribo el acto, si no
dudo, soy justo.
Sin duda usted actúa con justicia, pero ¿cómo puede estar seguro de ello? Al fin y al
cabo, es mucho lo que está en juego...
A ese respecto sólo cabe una pregunta: ¿quién prescribe el acto? He trabajado
tanto para dejar de identificarme con mi yo que, cuando dispenso un consejo
psicomágico, no soy yo el que habla sino mi inconsciente.
¡Todo el mundo es así! Unos y otros reaccionan como títeres, movidos por impulsos
inconscientes...
Cierto, pero el hombre que es movido por sus automatismos nunca deja de
identificarse consigo mismo. Yo no pretendo haber alcanzado la sabiduría,
porque no estoy «desidentificado» las veinticuatro horas del día; pero cuando
prescribo un acto, cuando desempeño mi papel de psicomago y me encuentro
en trance o en autohipnosis, o como quieras llamarlo, el que habla no es mi
pequeño yo. Siento que lo que hay que decir brota de las profundidades.
Considero que he trabajado en mí mismo lo suficiente como para ser capaz de
conseguir esta puntual disociación de mí mismo. Por supuesto, nos movemos
en un medio sutil y subjetivo que no tiene relación con el razonamiento sino con
la fe. Un santo sabe que hace el bien; en lo más profundo de sí, se sabe sincero y
animado de una fuerza positiva, aunque algunos lo critiquen y vean en él a un
ser con malos instintos. Cada vez que doy un consejo psicomágico, estoy
convencido de que se trata de la respuesta apropiada para el problema de esa
persona. Es sólo en una segunda fase cuando ya se lo expongo y explico de
manera racional. El consejo brota sin mediación de mi inconsciente, en conexión
directa con el inconsciente de aquel o aquella que me consulta.
Esta aptitud para hablar desde la profundidad no ha sido dada a todo el mundo.
¡En mi caso, es fruto del trabajo de toda una vida! He pasado buena parte de
mi existencia meditando y estudiando las enseñanzas tradicionales para
encontrar en mí, poco a poco, un espacio impersonal. No hablemos de santidad,
sino más bien de impersonalidad, de un estado situado más allá o más acá del
pequeño yo. Por lo tanto, el acto no lo prescribe Alejandro sino la no-persona
que hay en mí. Entonces me siento animado de un sentimiento totalmente
positivo y desinteresado: en mi calidad de «psicomago», no busco sino hacer el
bien. No pido dinero a mis pacientes, sino esfuerzo. Su voluntad de cambiar
constituye mi retribución, y por ello la psicomagia no se ha convertido en un
negocio. Créeme: es tan fuerte la demanda que me habría sido muy fácil vivir
holgadamente con mis consultas. La gente prefiere pagar, sacar el monedero,
antes que dar un poco de sí misma. Pero yo puedo mantener a mi familia con el
cine y las historietas de cómic, y prefiero que por mis servicios de psicomago no
se me retribuya en francos ni en dólares, sino de otro modo.
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¿No es gratificante esta actividad? Por lo menos, hace que se sienta reconocido.
¡No utilizo la psicomagia para obtener reconocimiento!
Entonces, ¿por qué ha querido que se publique un libro consagrado a esta disciplina?
Mi motivación es muy diferente: aunque escriba novelas y guiones de
películas e historietas, no me parece que deba redactar yo mismo un tratado de
psicomagia; por otra parte, sería una lástima que esta particular disciplina
desapareciera después de mi muerte, que no quedara huella. Además, me parece que ha llegado el momento de fijar las cosas por escrito y difundir esta
actividad. Son cada vez más las personas que hablan de Pachita, que escriben,
con más o menos talento y sensibilidad, libros y artículos relacionados con lo
que fue mi inspiración, esas energías con las que me encontré en contacto
directo. Y he sentido la necesidad de puntualizar, de explicar cómo llegué a la
psicomagia pasando por el acto poético, el acto teatral, el acto onírico y el acto
mágico -en primer lugar, para dar testimonio de cierto enfoque de la realidad
del que se deriva la práctica psicomágica y, en segundo lugar, para
proporcionar a las personas interesadas unas coordenadas, un texto que les
sirva de referencia. Al concebir este libro contigo no me mueve sino un espíritu
de servicio.
En suma, la psicomagia es un ejercicio puramente espiritual...
Así es. Me concentro en la acción, en el mero hecho de dar, de aliviar el dolor
prescribiendo un acto, no me preocupo de lo que pueda conseguir a título
personal. Por esta razón, la psicomagia no podría limitarse a parámetros
médicos o paramédicos. Reposa sobre todo en el desprendimiento del que la
practica.
¿Le será posible mantener siempre ese desprendimiento? Son muchos los terapeutas
que caen en la trampa: cuando ya logran vivir de su consultorio, la necesidad material
los induce a tomar más y más pacientes, sin mostrar siempre prueba de discernimiento...
Aunque la demanda me impulsara a hacer de la psicomagia una práctica
profesional, nunca me encontraría en una situación de dependencia económica
de ella, por la simple razón de que las historietas y el cine me permiten vivir
bien. ¡Además, no tengo la menor intención de abandonar la creación artística!
Desde el punto de vista material, el desprendimiento consiste en ejercer
sabiendo que uno puede dejarlo en cualquier momento sin por ello encontrarse
sin recursos.
¿Podría precisar qué entiende por «desprendimiento», no sólo desde el punto de vista
material, sino en la práctica de la psicomagia en sí?
Para estar en condiciones de ayudar a una persona, no hay que esperar nada
de ella y se tiene que entrar en todos los aspectos de su intimidad sin sentirse
uno involucrado ni desestabilizado. Un ejemplo: una participante en uno de mis
cursos de masaje no soportaba que nadie le tocara el pecho. En cuanto un
hombre, incluso aunque ella deseara mantener relaciones sexuales con él, hacía
ademán de rozarle los senos, se ponía a gritar. Esta situación la hacía sufrir
mucho, y ella ansiaba librarse de su pánico irracional. Le propuse que se
descubriera el pecho, y así lo hizo, mostrando unos hermosos senos que no
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tenían nada de monstruoso o insólito. Luego le pregunté si confiaba en mí y me
respondió que sí. Entonces le dije: «Me gustaría tocarte de un modo particular
que en nada se parece ni a las caricias de un hombre deseoso de gozar de tu
cuerpo ni al tacto de un médico que te examinara fríamente. Me gustaría tocarte
con mi espíritu. ¿Crees que podría tocarte, establecer contigo un contacto íntimo
que no tenga nada de sexual?». Me respondió que «quizá» y entonces puse mis
manos a tres metros de sus senos y le dije suavemente: «Mira mis manos. Voy a
acercarme lentamente, milímetro a milímetro. En cuanto te sientas agredida o
incómoda, di que me detenga y dejaré de avanzar».
Acerqué mis manos con mucha lentitud. Cuando estaba a diez centímetros
de sus senos me pidió que me detuviera. Obedecí y, al cabo de un largo rato,
pasé muy cerca de la zona dolorosa, despacio, muy despacio, y volví a
acercarme muy atento a su reacción. Ella, tranquilizada por la ternura de la
atención que le dedicaba, percibiendo que actuaba con toda delicadeza, no
emitió la menor protesta. Por fin, mis manos se posaron en sus senos, sin que
ella sintiera dolor alguno, lo que le produjo un vivo asombro. Esta anécdota es
un ejemplo de ese distanciamiento que, a mi modo de ver, es indispensable para
quien desee realmente ayudar a los demás. Pude tocar, palpar los senos de
aquella mujer situándome fuera de mi yo sexual, sin pensar ni un momento en
obtener placer. En realidad, la toqué con el espíritu. En aquel momento yo no
era un hombre, sino una entidad. Hay que ser capaz de tocar el cuerpo del otro,
de entrar en contacto con su espíritu, sin que esta proximidad despierte en
nosotros problemas aún no resueltos. He citado el caso de esta mujer hermosa,
pero tal vez debería precisar que he tocado a toda clase de gente, viejos, jóvenes,
guapos, feos, a veces deformes o enfermos... Lo importante es situarse en un
estado interior que excluya toda tentación de aprovecharse del otro, de abusar
del poder que uno tiene sobre él... Porque, a fin de cuentas, se trate de tarot, de
masajes o de psicomagia nada adquiere sentido sino por una fuerza única: la
energía desinteresada que a veces impulsa a un ser humano a acudir en ayuda
de otro ser humano. Se trata de una energía pura, simple y sutil. Desde el
momento en que interfiere la voluntad personal, el deseo o los temores, la
relación de ayuda pierde su justificación y se convierte en una mascarada. No
digo que en mí no puedan surgir estas manifestaciones del ego cuando actúo,
pero las reconozco inmediatamente por lo que son y las dejo pasar, como se
deja pasar a los sentimientos en la meditación zen, se desvanecen al instante y
en nada influyen en mi relación con la persona que me ha dado la oportunidad
de ayudarla. Soy consciente de la necesidad de una purificación interior, de esas
abluciones rituales preconizadas por muchas tradiciones y que no sólo atañen al
aseo corporal sino, ante todo, a la limpieza del corazón y del espíritu. Pero, por
otra parte, ¿de qué me sirve romperme la cabeza preguntándome si estaré ya lo
bastante purificado, lo bastante transparente? Recuerdo una historia zen acerca
de esto: durante un paseo por un paisaje nevado un discípulo dice «Maestro, los
tejados están blancos, ¿cuándo dejarán de estarlo?». El maestro tarda en
contestar. Se concentra en su hara y al fin le dice con voz grave: «¡Cuando los
tejados están blancos, están blancos. Cuando no están blancos, no están
blancos!». ¡Es genial! Lo importante es aceptarse uno mismo. Si mi condición
actual me produce malestar, es señal de que la rechazo. Entonces, más o menos
conscientemente, trato de ser distinto del que soy; en definitiva, no soy yo. Si
por el contrario acepto plenamente mi estado de este momento, estoy en paz.
No me lamento por creer que debería ser más santo, más bello, más puro de lo
que soy aquí y ahora. Cuando soy blanco, soy blanco; cuando soy oscuro, soy
oscuro, y punto. Ello no impide que trabaje en mí, que trate de ser un
instrumento mejor; esta aceptación de uno mismo no limita las aspiraciones
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sino que las sustenta. Porque sólo se puede avanzar a partir de lo que se es
realmente.
Lo que dice nos conduce a contemplar posibles riesgos de tergiversación; si he
entendido bien, sólo puede dispensar consejos psicomágicos una persona que haya
trabajado mucho sobre si misma. Incluso diría que este tratamiento es, esencialmente, de
usted y que por ser fruto de su trayectoria particular, difícilmente podría ser aplicado
por otros, aunque sí que podría servirles de inspiración; de hecho usted tiene seguidores
que pretenden emularlo. Sus veladas del Cabaret Místico atraen a toda clase de
personas, algunas de las cuales, creyéndose mucho más preparadas de lo que están,
utilizan sus palabras y sus enseñanzas por su cuenta...
Desgraciadamente, es verdad. Sólo citaré un caso: después de haberme oído
hablar de psicomagia, cierto individuo se sintió autorizado para ponerse a
practicarla inmediatamente. Organizó un cursillo y, con gran aplomo,
prescribió a todas las mujeres asistentes el mismo acto: ¡cada una debía comprar
unas tijeras grandes y enviarlas como regalo a su madre! ¡Catastrófico! Tiene
que haber tantos consejos como personas, además los actos no se pueden
prescribir «al por mayor». El supermercado psicomágico es una aberración.
Cada acto se prescribe «a medida», después de una atenta escucha y, como he
explicado, de un contacto espontáneo con el propio inconsciente, lo cual sólo es
posible merced a una disociación del yo, que a su vez es fruto de un largo
trabajo espiritual. Prescribir el mismo acto a todo un grupo, sin escuchar a la
persona y sin un amor verdadero, me parece pernicioso. Imagina la reacción de
las madres al recibir unas tijeras por correo... El efecto tuvo que ser negativo a la
fuerza. Yo prescribo un acto aparentemente agresivo sólo cuando tengo la
certeza de que las consecuencias serán positivas. Siempre se trata de actos esencialmente creativos. Por el contrario, este hombre ejerció una influencia
destructiva.
El mismo individuo pidió a sus víctimas que se identificaran con una
muñeca, que vertieran en ella todos sus dolores, toda su carga negativa y la
depositaran en la casa de él, en un saco. Después vino a verme una mujer muy
angustiada, presa de una psicosis, convencida de que ahora aquel hombre
detentaba un poder sobre ella... Además, ni siquiera podía devolverle la muñeca para tranquilizarla porque, una vez que se marcharon sus consultantes, lo
tiró todo a la basura. En resumen, se trataba de un comerciante que se dedicó a
ganar dinero explotando mi trabajo y la credulidad de un grupo de mujeres. Se
ha de denunciar públicamente a aquellos que se sirvan mal de mi nombre para
practicar con otros la psicomagia.
Esto es un gran escollo. Pero ¿cómo evitar esa clase de adulteraciones?
La solución consiste en formar a unas cuantas personas en las que yo tenga
verdadera confianza y a las que conozca desde hace tiempo, como ya hago en
mis cursos de masaje, tarot o psicogenealogía, a los que suelen acudir
psicólogos y psicoanalistas. Pero formar psicomagos es más delicado. Para
ejercer esta disciplina es preciso haber realizado un profundo trabajo espiritual,
haberse desprendido de las pasiones o, por lo menos, no ser ya presa de ellas...
Vuelvo a insistir en que esto es el trabajo de toda una vida.
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Algunos actos psicomágicos
Me gustaría que la última parte de nuestra conversación fuese más distendida y la
dediquemos a la descripción de algunos actos psicomágicos.
No tengo inconveniente, pero debo hacer una advertencia: describir un acto
psicomágico equivale a penetrar directamente en el lenguaje del inconsciente. Y
no es éste un proceso anodino. Es posible que tú u otras personas os sintáis
turbados al escucharlo o leerlo. No es que con estos actos yo trate de resolver
enigmas extraordinarios, me conformo con atender pequeños problemas
humanos, pues ¿qué hay más misterioso e irracional que los pequeños
problemas de unos y otros? Nuestras dificultades cotidianas ocultan abismos,
no son sino la punta de un enorme iceberg.
De acuerdo. Denos algunos ejemplos...
Por ejemplo, una bailarina amiga mía tuvo una hija con un hombre que tenía
el mismo nombre de pila que el padre de ella. Esto es ya muy significativo. Pero
es que, además, ¡la bailarina se llamaba igual que la madre de su amante!
Es como si cada uno buscara en el otro, respectivamente, a su padre y su madre...
Curioso, ¿no? En realidad, muchas veces la gente se enamora de un nombre o
de una profesión que les recuerda a los del padre o la madre. Siendo aún niña,
esta bailarina se quedó sola con su madre, totalmente apartada del padre. No
sólo tuvo que encontrar posteriormente a un hombre que se llamara como su
padre, sino que también se las ingenió para que éste la abandonara y
desapareciera, a fin de que su hija tuviera una infancia parecida a la de ella. Por
supuesto, todo esto no fue urdido conscientemente por ella; se trata de una
estrategia inconsciente y, no obstante, de lo más burda. Cuando empezó a darse
cuenta de los daños causados, vino a verme para pedirme que le prescribiera un
acto que le permitiera perdonar a su padre y vencer así su odio a los hombres.
Le rogué que me dijera en qué momento su padre había roto toda relación con
ella. «Poco después de mi primera regla», me respondió. Es frecuente que un
padre se aparte de su hija cuando ésta se hace mujer. Le parece haber perdido a
la niña que sentaba en sus rodillas y le duele tener que renunciar a cierta forma
de intimidad, de contacto. Después le pregunté dónde estaba enterrado su
padre, le propuse que fuera a su tumba y le dije: «Allí, lo más cerca posible del
cadáver, entierra un algodón empapado en tu sangre menstrual y un tarro de
miel».
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Sangre y miel...
Miel para instilar dulzura, para indicar que no se trata de un acto agresivo
sino de una aproximación amorosa, de un intento de comunicación. Es un
ejemplo de acto psicomágico muy sencillo que permite reactivar una relación
cortada brutalmente y, al mismo tiempo, proseguir una evolución emotiva
interrumpida traumáticamente. Aunque adulta, la mujer seguía en el estadio de
la adolescente que tuvo que afrontar sus primeras reglas y la separación de su
padre.
Otro ejemplo, por favor.
La joven Chantal se encontró a los 4 años interna en un colegio que dirigía la
hermana de la madre de su madre...
Es decir, su tía-abuela...
Exactamente, una tía-abuela que tiranizaba sádicamente a esta niña. En su
trabajo conmigo, Chantal descubrió todo el odio que sentía hacia aquella mujer.
No podía perdonarla, pero tampoco podía vengarse, puesto que su tirana ya
había dejado este mundo. Por lo tanto, le aconsejé que fuera a la tumba de
aquella mujer y, una vez allí, diera rienda suelta a su odio: que pateara la
tumba, que gritara, que orinara y defecara, pero con la condición de que
analizara minuciosamente las reacciones que provocaba la ejecución de su
venganza. Chantal siguió mi consejo y, después de desahogarse sobre la tumba,
sintió desde el fondo de sí misma el deseo de limpiarla y cubrirla de flores. Y,
poco a poco, tuvo que rendirse a la evidencia de que en realidad sentía amor
por su tía-abuela.
¿Y eso usted lo había adivinado?
Claro, era evidente que todo aquel odio no era sino la cara deformada de un
afecto no correspondido. Yo sabía que Chantal, una vez que hubiera expresado
su pulsión de odio, sentiría la necesidad de dejar que se manifestara el amor
que durante tanto tiempo había contenido por una mujer que, en aquel siniestro
internado, representaba su único vínculo familiar.
Otro ejemplo, por favor.
Una señora padecía un mareo constante. Un simple charco de agua bastaba
para hacerle sentir vértigo. Le aconsejé que pusiera los pies entre los muslos de
una mujer y restregara la planta contra la vulva.
¿Y cuál fue el resultado de este tratamiento de choque?
Este acto le provocó una crisis de llanto, seguida de una revelación
salvadora. Brevemente, el significado simbólico de sus vértigos era miedo a ser
engullida por su madre, pavor ante el sexo materno, etcétera.
¿Cómo se le ocurren semejantes ideas?
Se me ocurren, no olvides mi trayectoria como artista ni las diversas etapas
creativas de mi existencia, que me han formado y han desarrollado mi
imaginación.
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¿Alguna vez se ha encontrado con la mente en blanco frente a un paciente?
Hasta el momento, nunca. Siempre se me ha ocurrido una respuesta.
Supongo que mis consejos varían en calidad y en eficacia, pero esto no puedo
decirlo yo. Son las personas que vienen a consultarme quienes han de realizar el
acto y juzgar por sí mismas. En realidad, no me imagino a mí mismo mudo
frente a una persona. ¡Al fin y al cabo, se es mago o no se es! Si vienes a
consultarme, forzosamente tendré algo que decirte. Mis palabras siempre serán
bienintencionadas y no carecerán de eficacia. En cuanto a su grado de acierto,
eso es algo que no puedo precisar. Una cosa debe quedar clara: yo no me sitúo
en un terreno científico, sino en un plano artístico. La psicomagia no pretende
ser una ciencia, sino una forma de arte que posee virtudes terapéuticas, lo que
es totalmente diferente. Picasso realizó más de diez mil dibujos. Todos son más
o menos buenos, ninguno está totalmente desprovisto de valor; pero no todos
son obras maestras. Sin embargo, cada uno de ellos es Picasso, es decir,
producto del talento de un artista completo. «Yo no busco, yo encuentro», decía
precisamente Picasso. Encontrar es un hábito, una segunda naturaleza. Quien
no ha adquirido el hábito de encontrar no sabe lo que es ese chorro espontáneo
que brota de la profundidad, pero quien está conectado con su fuente creativa
la deja fluir, simplemente. ¿Es posible imaginar a un maestro zen que no
aceptara el desafío que encierra la pregunta de un discípulo? Esta seguridad no
proviene de la ciencia ni de la megalomanía, sino de la fe, de la evidencia.
Continuemos con nuevos ejemplos...
Un muchacho se lamenta de «vivir en las nubes», me explica que no consigue
«poner los pies en la realidad» ni «avanzar» en pos de la autonomía financiera.
Tomo sus palabras al pie de la letra y le propongo que consiga dos monedas de
oro y se las pegue a las suelas de los zapatos, de manera que esté todo el día
pisando oro. A partir de ese momento, él baja de las nubes, pone los pies en la
realidad y avanza... En este caso, incluso me sirvo de las palabras utilizadas por
el consultante. Para finalizar, me gustaría hablar de un acto que concierne a mi
hijo mayor, Brontis.
Le escucho.
Cuando Brontis tenía 7 años intervino en mi película El Topo. Es necesario
precisar que Bernadette, su madre, nunca vivió realmente conmigo. Cuando lo
concebimos, yo me creía estéril. Mi padre detestaba a su propio padre y jamás
firmaba «Jodorowsky». Como no tenía el menor deseo de reproducir este
apellido, había conseguido convencerme, de manera sutil, de que yo nunca
tendría hijos y que, por lo tanto, era el último Jodorowsky.
Un día, una actriz con la que yo trabajaba me dijo que estaba convencida de
mi fecundidad, a lo que respondí que en mi destino no estaba inscrita la
procreación. Finalmente, tuvimos relaciones sexuales y, algún tiempo después,
ella me anunció que estaba embarazada de mí. Como confiaba en ella, al saber
que la criatura era mía, experimenté una especie de revolución personal, tanto
interna como externa. La mujer con la que vivía se fue y me encontré solo frente
a esta responsabilidad para la que no estaba en absoluto preparado. Acepté la
llegada del niño -para mí estaba excluido el recurso del aborto-, pero me sentía
desconcertado, en una disposición de ánimo muy distinta de la de un padre.
Además, era pobre y no podía prestar ayuda económica a la madre y al niño,
hasta el extremo de que cuando nació Brontis no pude regalarle más que un oso
92
de peluche. Poco después, la actriz se fue a trabajar a Europa, llevándose al
niño. Transcurridos seis o siete años experimenté una profunda crisis de
conciencia y volví a ponerme en contacto con la madre de mi hijo para decirle
que ahora sí tenía una mejor situación económica y que, si lo deseaba, podía
enviarme a Brontis. El niño llegó con su oso de peluche y una foto de su madre.
Entonces decidí hacerlo participar en El Topo. La película empieza así: yo llego
tocando la flauta, acompañado del niño, y le digo solemnemente: «Ahora ya
tienes 7 años, eres un hombre. Entierra tu primer juguete y el retrato de tu
madre». El niño obedece, entierra el oso en la arena, mete la foto en el hoyo y
luego ambos nos alejamos.
Pasaron los años, y me daba cuenta de que Brontis y yo teníamos dificultades
de comunicación en el plano espiritual. Tuve que reconocer que había cometido
errores y traté de repararlos. Brontis había hablado varias veces del juguete que
yo le había pedido que enterrara cuando vino a vivir conmigo. Aquel oso había
sido su primer juguete, yo se lo había regalado cuando nació, antes de que nos
separáramos durante siete años. Cuando terminamos la película, no fuimos a
recuperar el oso. Comprendí que lo había separado brutalmente de su infancia
y de su madre: una vez que hubo enterrado el retrato al lado del juguete, no
volvió a hablar de Bernadette y dejó de escribirle. Después me confesó: «No
sufrí, porque imaginé que las hormigas irían a vivir dentro del oso, que él sería
su casa». De este modo se había consolado el niño... Un día, mucho después,
cuando Brontis tenía 24 años, imaginé un acto nuevo para reparar el anterior. El
día de su cumpleaños, me dije: enterraré un oso de peluche en el jardín de
nuestra casa, lo cubriré de arena y a su lado pondré una foto de la madre.
Después me pondré un sombrero negro, parecido al que llevaba en El Topo,
pediré a Brontis que se desvista y que venga al jardín -en la película, el niño
aparecía desnudo- para desenterrar el oso y la foto. Le diré: «Hoy cumples 7
años y tienes derecho a ser niño. Ven a desenterrar tu primer juguete y el retrato
de tu madre». Y decidí pasar a la acción, pero tropecé con algunos
imponderables: pensaba comprar un oso lo más parecido posible al otro, un
juguete duro, relleno de paja. Pero la industria había progresado y todos los
osos de peluche eran blandos. Por lo tanto, el viejo oso rígido se convirtió en un
oso suave y flexible. En cuanto a la foto, la que Brontis había enterrado a los 7
años era en blanco y negro; cuando busqué un retrato de su madre para realizar
el acto -Bernadette había muerto en un accidente de aviación-, sólo encontré
una en color, por lo que mi hijo, que había enterrado una foto gris, sacaría ahora
una imagen en color. En realidad, estas modificaciones debidas al «azar»
contribuyeron en gran medida al éxito del acto. Lo que me lleva a decir que los
imponderables, los elementos que no podemos controlar, también desempeñan
un papel importante en la psicomagia. Es preciso esforzarse en cumplir el acto
según las instrucciones recibidas y en las mejores condiciones y, en esta
disposición de ánimo, considerar los imprevistos y otros cambios ajenos a
nuestra voluntad como si formaran parte del proceso. En El Topo, yo protegía a
Brontis del sol abrasador del desierto con una sombrilla negra; pero el día en
que realizamos el acto ya aquí en Francia, estaba lloviendo, y tuve que
protegerlo con un paraguas negro. En realidad, él no sabía lo que yo iba a hacer,
pero, al verme imitar el trote de un caballo como si cabalgara con él a la grupa,
comprendió, se encaramó a mi espalda y fuimos, bajo la lluvia, al lugar en el
que yo había enterrado el oso. Curiosamente, me dijo: «No he traído paraguas.
Sabía que tú me esperarías y me cobijarías», como si presintiera lo que iba a
ocurrir. Desenterró el oso y la foto en color de su mamá, nos abrazamos y lloró
largamente, con la cabeza en mi hombro, lágrimas de gratitud, como un niño
lleno de ternura. Ese día decidió enviarme por correo un poema cada día, y
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desde entonces recibo diariamente un texto suyo. Guardo sus poesías en una
caja especial. Sobra decir que la comunicación entre nosotros ha mejorado
mucho y ahora mantenemos una hermosa relación.
Es una historia muy bella. En ese acto usted reprodujo voluntariamente una
situación ocurrida en la infancia...
Sí, pero haciéndola justa. Retomé los mismos elementos asociados a una
carga sentimental negativa y les insuflé una carga positiva. De este modo pagué
mi deuda psicológica.
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Breve epistolario psicomágico
Una vez que la persona ha realizado el acto, dice que la única remuneración que le
pide es que le envíen una carta relatándole los pasos de la ejecución. Me gustaría que
explicara algunos detalles acerca de ese correo psicomágico que se establece.
Exijo la carta, por dos motivos: ya que un acto psicomágico presenta todas las
características de un sueño, si no se anota de inmediato se olvida rápidamente.
Por otra parte, lo que se recibe debe compartirse. La mejor manera de retribuir a
un terapeuta es demostrarle cómo, gracias a su ayuda, uno ha recuperado la
salud. Saber dar las gracias es una señal de salud espiritual. Estas cartas son,
pues, parte integrante del acto psicomágico. Lo juzgan y lo completan, por
decirlo de algún modo.
Esto aumenta mi curiosidad. ¿Podría mostrarme alguna?
Sí, claro. Como no es posible mostrar un acto, nos serviremos de las cartas.
Para que se pueda entender bien el proceso, comentaré la primera carta frase
por frase. Después, cuando lea otras, dejaré que cada cual adivine las razones
que hay detrás de unos actos tan irracionales a primera vista.
¿Empezamos?
No hay que olvidar que en estas cartas no soy yo quien habla sino la persona
a quien he prescrito un acto, acto del que él o ella me da cuenta por este medio.
Ésta es la primera e iré comentándola sobre la marcha3:
Soy psicólogo y fui a verle porque no lograba trabajar en mi profesión. No ganaba ni
un céntimo. Usted me impuso el siguiente acto de psicomagia: tomar un tiesto en
forma de doble cuadrado... [Le dije que tomara un tiesto en forma de cuadrado doble,
como el de las cartas del tarot: doble cuadrado mágico, es decir, espíritu y cuerpo.
Tenía que trabajar con los dos.] ...de un color significativo. [¿Qué color? La persona
debía elegir un color que tuviera para ella una fuerza simbólica, a fin de que el objeto le
Los comentarios de Alejandro Jodorowsky están intercalados en el texto entre corchetes.
Para facilitar su lectura, se han hecho en las cartas pequeñas modificaciones gramaticales o de
estilo. La mayoría de los originales están en poder de Jodorowsky, pudiéndose comprobar su
autenticidad.
3
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sugiriese algo.] Dividirlo en dos partes y plantar trigo. [Aquí había un juego de
palabras: en francés hay un refrán que sugiere la idea de que cuando plantas trigo, te
crece trigo en el bolsillo, porque se llama blé, trigo, al dinero.] En uno de los lados, el
trigo debía ser plantado en cuatro hileras, dos hileras pares y dos impares. [Para mí,
hacer hileras pares e impares simboliza el reconocimiento del hombre y de la mujer
que todos llevamos dentro: en todos los ritos de iniciación, los números impares son
masculinos y los pares, femeninos. Prestar la misma atención al hombre y a la mujer es
reconocer a la pareja que hay dentro de nosotros.]
En el otro lado, el trigo sería plantado desordenadamente. [Por lo tanto, hay un lado
ordenado que simboliza la necesidad del intelecto de trabajar con método, y otro lado
en desorden, que indica la confianza dada al inconsciente. Esta disposición espacial
manifiesta que el orden perfecto sólo existe junto al desorden.]
El 7 de febrero, al volver a casa después de haber permanecido dos días fuera, me
doy cuenta de que el trigo germina. Pero el lado izquierdo de los dos cuadrados está casi
yermo, sólo con uno o dos brotes. [Sólo ha crecido el trigo en el lado derecho... ¡Qué misterio!
¿Por qué en el derecho sí y en el izquierdo no? Sabemos que, en nuestra sociedad patriarcal, el
lado izquierdo es el femenino: el lado pasivo del cuerpo está simbolizado por la izquierda. En la
India, la mano derecha es la mano de Dios y la izquierda, la de la tierra, la que se utiliza para
limpiarse el trasero, mientras que con la derecha se come. Y cuando uno escupe, siempre ha de
hacerlo hacia la izquierda, nunca hacia la derecha. En este caso, debemos comprender el
mensaje que se transmite a la mujer interior: ella niega su feminidad. Y la psicomagia, que
opera a través de la sincronía o, si se prefiere, de la poesía, se lo manifiesta a través de estos
cuadros de trigo: «Vigila tu feminidad, no descuides tu intuición, ¡atiende a tu mujer interior!».
Es como si el trigo le dijera: «No crezco porque tú no amas la tierra. Y no amas la tierra porque
no te amas a ti mismo en tu dimensión femenina».] Me dijo que pusiera arcilla en las zonas
estériles y que las regara con agua bendita por la noche... [Para mí, la arcilla es el cuerpo
humano. Se dice que Dios hizo a Adán tomando arcilla de los cuatro puntos cardinales, y con
esa arcilla procedente de los cuatro puntos de la tierra, hizo un hombre equilibrado. Estos cuatro
lados están también en nosotros: si el ser humano no ha establecido un equilibrio entre sus
necesidades corporales, sus deseos, sus emociones y su intelecto, no puede sentirse bien. En un
ser humano bien desarrollado, estas cuatro energías están en equilibrio. En cuanto al agua
bendita, se prescribe a fin de que el cuerpo esté bendito. Es lo primero que debe hacerse para
reanudar el contacto con la dimensión femenina en uno mismo: al pedir a esta mujer interior que
bendiga su cuerpo, la invito a que lo sacralice, a que deje de despreciarlo, a que vuelva a tomar
posesión de él], y que hiciera pequeños corazones de alambre y los pusiera en las cuatro
esquinas de la habitación; después me pidió que rezara a mis antepasados femeninos. Compro
arcilla verde. La pongo en los lados izquierdos y, por la noche, la riego con agua bendita, que
previamente había dejado en mi altar, cerca del Buda. También conseguí alambre para fabricar
los corazones. [Le impuse un trabajo, ya que para encontrar trabajo era necesario que aprendiera
a trabajar. De ahí esas pequeñas tareas que debía realizar y que le decían: «Aprende a amar el
trabajo o no trabajarás jamás».]
El 20 de febrero hago los corazones y los pongo según me ordenó usted. Pongo más arcilla,
agua bendita y rezo a las mujeres de mi árbol genealógico para que vengan en mi ayuda. El día
24 sigo poniendo arcilla, agua bendita y rezando. Aparece algún que otro brote, pero no como
en el lado derecho. [Aquí él expresa su diferenciación entre izquierdo y derecho. Establece una
competencia. Es como si dijera: «Una mujer no es como un hombre. Está disminuida, es
inferior». Y cuando observa: «No es como el lado derecho», hay que contestarle: «¡Claro que
no, puesto que es el lado izquierdo!».]
Hace un mes que no sucede nada... [En realidad ya ha sucedido todo.] Después de haber
puesto arcilla y agua bendita de vez en cuando, vi que había crecido trigo. [Resulta curioso: dice
que no pasa nada, pero en cambio ha crecido trigo.]
Los lados estériles están menos tupidos que los otros. [Siempre está la comparación... Pero
aunque no hubiera crecido más que una sola planta minúscula, en un puñado de tierra robada de
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un cementerio, en pleno invierno, con unos granos comprados en una tienda de productos
dietéticos, habría sido una maravilla. En su habitación crece trigo: ¡qué milagro!]
Tengo dos hileras de seis plantas y dos de cinco. [Eso suma 22... Recordemos que yo le dije
que usara un tiesto que fuera un cuadrado doble, a fin de que formara una carta del tarot. Y en
este cuadrado en forma de carta de tarot hay 22 plantas, tantas como arcanos mayores.
¡Milagro!]
Encontré trabajo el 2 de marzo y sigo trabajando. Gracias por su ayuda.
Consiguió su objetivo. Me gustaría conocer otra historia.
Ésta no voy a comentarla. Su autor, un escritor norteamericano llamado R.
M. Koster, atravesaba una etapa de sequía creativa y se encaminaba hacia el
alcoholismo. Su esposa conocía mi trabajo e intuyendo que yo podría ayudarle a
recuperar su creatividad le indujo a hacer el viaje desde Panamá, donde
residían, hasta París, para que yo le impusiera un acto de psicomagia. Debo
precisar que este hombre llevaba unos diez años sin escribir un libro. Te leo la
carta que me escribió después de liberarse del alcoholismo y empezar a escribir
de nuevo, ambas cosas tras haber realizado el acto.
Muy interesante el caso.
Koster escribe con un desenfado que no oculta la dimensión trágica de su
vivencia, como veremos ahora.
Situación en marzo de 1987: durante los años setenta escribí tres novelas, las tres
muy buenas, estaban ambientadas en un país centroamericano imaginario, metáfora
del Panamá. Sin que yo lo sospechara, estas novelas prefiguraban la historia de la
República de Panamá, porque, una vez que las hube escrito, Dios decidió plagiarme: lo
imaginado se convirtió en realidad. Un artista predice el futuro, porque a diferencia de
los demás conoce el presente. Mientras trabajaba en la tercera novela, perdí el valor,
angustiado por los militares. Decidí no escribir más sobre aquel país imaginario que se
llamaba Tiniebla y, en las últimas páginas, lo destruí con un terremoto. Terminé
aquella novela en septiembre de 1978 y no he vuelto a escribir desde entonces, he
perdido confianza en mis aptitudes literarias y me he aficionado a la bebida. Cuando
nos encontramos usted y yo, le dije: «Sin confianza no se puede trabajar. Escribir una
novela es como arrojarse desde lo alto de un edificio. Escribes sin saber adonde irás a
parar. Quizá te recojan los bomberos, quizá no. Pero, si buscas ante todo la seguridad,
tienes que bajar por la escalera. Ahí estás seguro, pero no escribes una novela. Cuando
uno pretende vivir la vida bajando por la escalera, no la vive. Llega un momento en el
que hay que lanzarse».
Usted me contestó: «Estás poseído por un viejo yo. Cuando escribías ese libro, quien
escribía era otro, los personajes que hablaban también eran otros. Pero esos personajes
existen en tu inconsciente, son parte de ti. ¿Y qué has hecho tú? Has roto con ellos, los
has asesinado. Por lo tanto, esos seres están enfadados contigo porque no llevaste tu
novela a donde debía llegar. En la creatividad, hay que obedecerse. Cuando se crea,
hay que entregarse, dejar que la creación crezca como un hongo. Hay que obedecer a lo
que crece en nosotros, y tú no lo hiciste, y así cortaste tu creatividad».
Acepté su análisis, porque siempre estuve convencido de que es el libro el que busca
al escritor, al igual que es la hembra la que busca al macho y no a la inversa. Me
recomendó:
1. Quemar mis cuatro proyectos posteriores a la tercera novela, los que no pude
terminar. La quema debía realizarse en la habitación en la cual trabajo.
2. Utilizar una bebida alcohólica para encender el fuego, con objeto de cortar mi
consumo excesivo de alcohol.
97
3. Como la habitación está en el primer piso y, puesto que yo había utilizado la
metáfora del escritor que se tira desde lo alto de un edificio, es decir, que se entrega por
completo a su libro, me sugirió que, una vez terminado el rito, saliera por la ventana en
lugar de bajar por la escalera.
Y precisó otros detalles que aparecerán a medida que describa mi acto. Reuní todo el
material necesario y lo metí en un cubo de hierro: los cuatro manuscritos inacabados,
un litro de vodka, el cordel verde para atar las hojas, un alfiler para pincharme en el
dedo y derramar una gota de sangre sobre cada manuscrito... Le prendí fuego.
Inmediatamente, una horrible humareda llenó la habitación. Cogí el cubo, a pesar de
que ya estaba caliente, y lo llevé al baño para no tiznar la habitación. Por otra parte, no
quería que alguien al ver el humo llamara a los bomberos. Cerré la puerta del baño,
puse el cubo en la taza y empecé a toser de asfixia. Salí rápidamente, cerré la puerta y,
durante los quince minutos siguientes, volví de vez en cuando para asegurarme de que
no se apagaba el fuego. Mientras tanto, empecé a preparar mi salida por la ventana. Al
igual que todas las ventanas de este país tropical, ésta tiene una persiana de láminas de
vidrio y una mosquitera. En primer lugar desatornillé la mosquitera, y después
desmonté parte de la persiana para poder pasar, operación delicada que exigió que
retirara la pieza metálica que sostiene el vidrio. Una vez quemado el montón de
manuscritos y abierta la puerta, me envolvió la humareda. No podía respirar y saqué el
cubo por la ventana, puesto que me estaba prohibido utilizar la escalera. Lo dejé en un
saliente que hay inmediatamente debajo de la ventana y corrí a cerrar la puerta del
baño para evitar que el humo se esparciera por la casa. Por alguna misteriosa razón,
encima de la tapa de la taza quedó una hoja. Salí por la ventana, crucé el tejado y bajé
al patio. Tiré a la basura lo que quedaba de los manuscritos. Cuando al día siguiente
entré en el baño, descubrí que todavía estaba lleno de humo y que las paredes, antes
blancas, se habían puesto negras. Cuando levanté el papel que había quedado en la
taza, vi que la parte que estaba debajo seguía blanca. Mandé limpiar el baño, pero aún
hoy, al cabo de seis meses, persiste el olor a humo y se observa la diferencia entre el
rectángulo blanco y el resto, que ahora es gris.
Resultados de la psicomagia:
1. Escribí un artículo sobre Panamá que fue publicado por Harpers´ Magazine en su
número de junio de 1988.
2. Busqué un agente literario. Este agente vendió en setenta mil dólares un proyecto
de libro escrito por mí a partir del material proporcionado por G. Sánchez-Borbón, un
exiliado.
3. Entre enero y abril de 1988, escribí las treinta y cinco mil soberbias palabras de
este libro.
Conclusiones: Hasta ahora, ningún libro de ficción ha tocado a mi puerta para
pedirme que lo escriba, pero estoy escribiendo con mucho éxito sobre los
acontecimientos panameños. Parece que a su magia le tiene sin cuidado el género y
sólo se guía por el tema.
Ya ves... Escribí una postal a Koster para felicitarlo, haciéndole observar que
no había quemado la hoja que había quedado en la tapa. También le decía que,
si quería escribir ficción, podía proponerle otro acto psicomágico. A lo que él
me contestó: «Por el momento, no deseo más actos, porque tengo mucho
trabajo. Me bullen en la cabeza muchas ideas: cine, etcétera. Uno sabe cuándo
está vacío. Ahora estoy lleno. Gracias».
Se tenga o no se tenga fe en la psicomagia, es cierto que usted expone hechos
comprobables, lo cual es impresionante. ¿Todos sus consultantes le contestan con cartas
tan prolijas como la de esta última persona?
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En general, sí. Pero a veces me ocurre que, digamos por deformación
profesional, en el curso de una conversación amistosa propongo un acto sin que
me lo hayan pedido. En esos casos, prácticamente nunca recibo respuesta,
sencillamente porque, en general, el acto no se realiza. La persona no lo ha
solicitado, lo escucha con indiferencia, quizá entre divertida y curiosa, pero sin
darle importancia.
De nuevo subraya la importancia que tiene la motivación, decisiva en toda terapia. Lo
que importa es que la persona realmente desee cambiar...
Por supuesto. Si existe verdadero deseo y también confianza, todo es posible.
Voy a leer una carta muy larga que ejemplifica ese principio: un acto de lo más
simple puede adquirir una dimensión milagrosa si se realiza con fe:
Me llamo Jacqueline. Ya le conté que mi padre se suicidó cuando yo tenía 12 años tomando
cincuenta tabletas de optalidón. También le dije que, con tantos problemas de dinero arrastrados
desde hace años, muchas veces he adoptado actitudes suicidas. Me explicó que mi padre se
había suicidado de un modo suave (con tabletas) y que yo misma estaba suicidándome poco a
poco, que en eso imitaba a mi padre.
También le dije que mi madre había muerto tres semanas después que mi padre (padecía una
degeneración cerebral desde hacía años). Yo necesitaba expresar con un acto algo que me
asfixiaba desde hacía tiempo. Necesitaba una liberación y creo en los milagros.
Me propuso el siguiente acto: ir a una residencia de ancianos, comprar una docena de
hermosas naranjas (grandes), regalárselas a 12 personas y hablar 12 minutos con cada una de
ellas. Enseguida, llamarle para contarle lo experimentado. Puesto que mi padre había muerto un
sábado, me dijo que realizara el acto en sábado.
Traté de comprender qué me proponía. Pensé que la residencia me situaba en la edad de mi
padre (en un principio, no se me ocurrió asociar el acto a mi madre), que las naranjas eran
símbolo de fecundidad y que, al ir a ver a personas que tenían aproximadamente la misma edad
que mi padre, yo dejaría de rechazarlo. Si en esta ocasión le daba la vida, también yo misma me
autorizaría a vivir y dejaría de sentirme impulsada a reproducir su acto. Además, 12 naranjas, 12
personas, eso era para mí un símbolo del arcano del Ahorcado del tarot. Por lo tanto, tenía que ir
hasta un extremo de mi árbol, hasta un extremo de mi dolor, para lograr encontrar la alegría;
quizá fuera necesario que muriese de una vez para renacer y ocupar mi verdadero lugar. Los
días que precedieron al acto no fueron muy agradables; me encontraba mal, tenía palpitaciones
y sensación de angustia y ahogo. Busqué una residencia pública, porque pensé que tal vez sus
ocupantes fueran personas más necesitadas, peor provistas que los ancianos de una institución
privada. Tuve que desplazarme a una población situada a 43 kilómetros de la ciudad donde
resido, una población que tiene el mismo nombre que mi marido (!), donde se encuentra la
residencia geriátrica comarcal. Por consejo de un amigo, antes llamé por teléfono a la directora
y le expliqué que era psicóloga y que estaba haciendo un trabajo que trataba de la soledad de los
ancianos, para lo que necesitaba cambiar impresiones con una docena de personas. Nada más
llegar, descubrí que aquello era algo para lo que no me había preparado. Todas las personas
presentes parecían tener un comportamiento curioso, anormal. La mayoría padecía trastornos
mentales. Yo tenía razón en un punto, porque me reencontraba con un elemento de mi pasado
que me había hecho sufrir mucho: mi madre también «se había visto trastornada» varios años
antes de su muerte, algo que yo me había negado a reconocer siempre. Allí volví a enfrentarme
con algo muy doloroso. No había elegido aquel lugar por casualidad. A pesar del dolor, no
podía dar media vuelta, tenía que seguir adelante. El dolor me ahogaba, había tanto
desvalimiento en aquellas personas... Tenía la impresión de que estaban pidiéndome ayuda.
Sentí un gran amor por todos aquellos «viejos». Me resultaba difícil medir el tiempo que pasaba
con cada persona. Sé que hay que respetar escrupulosamente hasta el menor detalle de un acto
de psicomagia, para no «estropearlo». Usted me había indicado 12 minutos por persona; en mi
consultorio paso unas cinco horas con la persona que viene a verme y nunca miro un reloj; allí
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tenía que concentrarme (lo mismo que un ahorcado), pero era bueno, sin duda, incluso
imprescindible para mí. Esto me forzaba a situarme en un presente, a mantenerme vigilante, a
darme cuenta de que el amor que uno da es percibido por el otro, que los mensajes transmitidos
no tienen por qué ser más largos para ser más intensos.
Había personas sin dientes, por lo cual no podían comer la naranja y no querían aceptarla.
Les decía entonces que la regalaran a quien quisieran. A otras no les gustaban las naranjas y
también les decía que la regalasen. Esto debió de ocurrir cuatro o cinco veces. Hubo un
momento en que sentí mucho miedo porque un hombre que estaba completamente trastornado
se negó a tomar la naranja, incluso a regalarla. Como con aquel hombre había discutido, no
sabía si podía contarlo como una de las 12 personas (puesto que me sobraba su naranja), lo cual
complicaba mucho el acto y temía equivocarme. El hombre me siguió mientras yo hablaba con
otras personas y por fin pude convencerle de que se quedara con la naranja. De pronto, el
hombre se cayó. Tenía las piernas deformes y para andar se ayudaba con un aparato. Todo el
mundo miraba, pero nadie se movía. Como buenamente pude, le ayudé a incorporarse, pero se
negaba a quedarse sentado mientras yo iba en busca de una enfermera. Una vez erguido, se
empeñaba en avanzar. Había personas que decían que quería ir a su habitación, que estaba en
otro pabellón. Seguí sosteniéndolo mientras subía una escalera para ir a donde él quería. Yo me
mantenía detrás de él, para que no cayera hacia atrás y se desnucara. Quizá parezca raro, pero yo
no temía que su cuerpo me cayera encima y me hiciera rodar por las escaleras. Sentía en torno a
nosotros la fuerza de ese amor que nos envuelve a todos. Por fin, el hombre consiguió llegar a
donde quería.
Ya era mediodía, la hora del almuerzo, y todavía me quedaba una naranja, es decir, tenía que
hablar con otra persona. Otra vez tuve miedo de que mi acto no fuera válido. Debía
interrumpirlo durante una hora y luego volver para hablar con la última persona y regalarle la
fruta. ¿Y si la interrupción lo echaba todo a perder?
Salí, me encontré con mi marido que me esperaba y hablamos de todo ello. Había dedicado
12 minutos a cada persona y tenía la impresión de haber repartido felicidad, de haber
contribuido a aliviar sufrimientos. ¡Pero cuánto me habían dado también a mí aquellas once
personas! Quizá parezca curioso, tratándose de personas disminuidas psíquicamente, pero todas
me agradecieron que hubiese ido a verlas. Cada vez que decía «adiós» me contestaban con un
«gracias». Creo que aunque el intelecto pierda todo o parte de lo que se llama «sentido de la
realidad», el corazón percibe igualmente el amor que se le ofrece. Por lo menos, eso sentí en ese
lugar.
Al cabo de una hora, volví para ver a la duodécima persona con mi duodécima naranja. Era
un hombre al que le habían amputado una pierna y que estaba sentado en una silla de ruedas.
Después me marché, sabiendo que aquel acto me había hecho consciente de que hay lugares en
el mundo en los que habita un sufrimiento enorme que cada uno de nosotros podría contribuir a
aliviar. En aquel asilo me encontré frente a mi padre y mi madre. Al fin y al cabo, mis padres
murieron con tres semanas de intervalo cuando yo era todavía una niña y me sentí totalmente
abandonada; tras mi visita a la residencia, tenía la impresión de haberles dado vida a los dos.
Una vez realizado este acto, le llamé por teléfono a usted, tal como me había pedido, para
decirle lo que había sentido. Después de escucharme, me propuso que hiciera lo siguiente: «Ve
al sitio donde compraste las naranjas la primera vez, a mediodía -las 12, me puntualizó-, y
compra una naranja, la más hermosa». Le pregunté qué día debía hacerlo y usted me dijo que
qué día fui a la residencia. Era un sábado. Entonces me ordenó: «Hazlo un sábado. Siéntate a la
puerta de una iglesia y cómete la naranja lentamente, durante 12 minutos. Eso es todo».
El sábado, 14 de julio, fui al mercado. La víspera había preguntado si habría venta a pesar de
ser festivo. A las 12 en punto, elegí la naranja que me pareció más hermosa y la compré. Monté
en mi bicicleta y, acompañada de mi marido, busqué una iglesia a cuya puerta pudiera sentarme.
Había una iglesia, llamada Nuestra Señora de la Paz, en la que nunca había estado porque no me
atraía su arquitectura moderna. Está en las afueras y yo no tenía más que una preocupación: la
de que pudiera estar cerrada con llave, como suelen estar las iglesias cuando no hay oficios. De
modo que dejé la bicicleta y, ¡oh, milagro!, al empujar la puerta descubrí que no estaba cerrada.
En su interior la iglesia forma un cuarto de círculo, hay muchas vidrieras de colores -modernas,
desde luego, pero me sentía a gusto-. Era una iglesia cálida. Me senté a rezar y a dar gracias
100
antes de irme a comer la naranja. Entonces llegó el sacerdote, rezó y se puso a arreglar la
iglesia. Yo deseaba que se marchara porque no me atrevía a comerme la naranja en la puerta.
Cogí la bicicleta y, junto con mi marido, que me esperaba fuera, nos apartamos un poco. Al
salir, había dejado abierta la puerta. Tenía la sensación de que ese acto tenía que hacerse con la
puerta abierta; sentía que, si no, me estaría vedado el acceso a la felicidad.
Esperamos un poco y volvimos a la iglesia, donde vimos con alivio que ya no estaba el coche
del sacerdote. Pero volví a sentir miedo de que la puerta estuviera cerrada con llave. No sólo no
estaba cerrada con llave, sino que seguía abierta de par en par, tal como yo la había dejado. De
modo que, con gran alivio y mucha alegría, me senté delante de la puerta abierta. A las 13:12
horas empecé a pelar la naranja. Durante la semana, me decía que 12 minutos era demasiado
tiempo para comerse una naranja. Y es que yo no saboreo la comida, sino que la engullo.
A las 13:12 empezaba para mí una hermosa revolución, la forma de terminar con aquella
parte de mí misma para ir hacia una transformación total. Empecé degustando la primera cuarta
parte. Lo que sentí entonces nunca lo olvidaré. Ahora, mientras escribo estas líneas,
experimento la misma emoción. Iba comiendo aquella cuarta parte, despacio, a pequeños
bocados.
Estaba conmovida, tenía ganas de llorar, pero de alegría. Esta vez comprendía que hacía un
bien y, quizá por primera vez, me autorizaba a vivir. Era la vida lo que estaba saboreando, lo
que entraba por mí, se deslizaba dentro de mí. Sentía realmente que antes me había prohibido
algo muy importante. La vida, sin duda... Allí comprendí que la puerta de Dios siempre había
estado abierta para mí y que era yo quien la había cerrado. Me sentía en plena comunión con
Dios. Fue una emoción intensa. Después de degustar la primera cuarta parte, miré el reloj:
habían transcurrido cuatro minutos. El tiempo pasaba rápidamente, luego tuve que apurarme un
poco. La emoción seguía siendo fuerte. Después de experimentar cierto dolor, seguía comiendo
mi naranja con verdadero placer. Creo que hasta entonces no había descubierto el sabor de una
naranja. Fue una revelación. En realidad, fue como si comiera por primera vez. Me hubiera
gustado que el tiempo pasara más lento, para saborearla aún más. Pero el acto es el acto y, a las
13:24, terminé mi naranja. Entonces volví a entrar en la iglesia y me quedé unos minutos, sin
pensar en nada. En mí se había hecho el vacío, pero era un vacío agradable, indispensable, desde
luego, para que se asentara una fuerza nueva. Después me fui con mi marido, que me esperaba
en un banco, muy cerca, porque necesitaba su compañía aquel día.
Y me doy cuenta de que, al pedirme que le escriba, sigue ayudándome. ¿Cómo lo diría?
Cuando me comía la naranja, experimenté una sensación de aceptación de la vida en mí. Quizás
correspondía al momento en que fui concebida, porque al escribirle -he redactado la carta varias
veces—, he tenido la sensación de parirme a mí misma. Tengo el deseo de sanarme de mi
pasado y debo decirle que, por el momento, es mi hija, que tiene 12 años, quien me ayuda a
avanzar en esa dirección. Ella es lo que más quiero, y deseo que sea feliz, pero sé que no podrá
encontrar la felicidad si no le ofrezco una buena imagen de alguien que desea vivir.
Es una carta conmovedora en muchos sentidos, sobre todo como testimonio de la fe de
esa mujer en la psicomagia. El inconveniente que presenta la «dificultad de vivir» es que
se trata de un mal muy difuso. Después de la lectura de esta larga misiva, me alegro de
que esta persona pudiera sentirse renacer, pero me gustaría que encontrara una carta
más breve donde se expusiera la resolución gracias a la psicomagia de una dificultad
más concreta, más fácil de precisar.
Leeré la carta de Armelle, hija de una francesa y de un vietnamita. Muy
acomplejada entre los franceses, vivía mal su feminidad porque no aceptaba sus
rasgos orientales. Su padre, muy marcado por la guerra, rechazaba su país de
origen. Aconsejé a esta joven que fuera a ese país en busca de sus raíces.
Previamente, en Navidad, tenía que comerse un mango, guardar el hueso y
hacerlo germinar en un vaso de agua para después plantarlo en un tiesto treinta
y tres días. A continuación, tenía que llevarlo a Vietnam y plantarlo en un jardín
de la familia paterna. Lo siguiente es lo que me escribió una vez realizado el
acto:
101
Salí hacia Vietnam el 5 de agosto de 1986. El vuelo fue muy tranquilo, pero apenas
empezamos a sobrevolar Vietnam entramos en una zona de turbulencias que sacudía el
avión. Entonces me sentí enferma y mientras estábamos sobre Vietnam no hice más
que vomitar en el baño. Tenía la sensación de que una parte de mí rechazaba ese país
(quizá a causa de la aversión de mi padre hacia su propia raza).
Cuando aterrizamos, me parecía reconocer a mi padre en todos los niños con los que
me cruzaba (mi padre salió de Vietnam a los 14 años). Luego, curiosamente, me sentí
angustiada de tener la regla, experimentaba la misma sensación que en mis primeras
menstruaciones. Creo que entonces restablecí el contacto con mi feminidad. También
tuve ocasión de observar la feminidad de las vietnamitas, su naturalidad, su fragilidad,
su encanto.
Me sorprendió que no me tomaran por vietnamita, y entonces, por primera vez,
advertí con claridad mis raíces francesas.
El 13 de agosto llegué a la ciudad natal de mi padre. Estaba muy emocionada y lloré
durante casi toda la noche, sintiendo una inmensa soledad y una fuerte indignación
contra mi padre. Al día siguiente fui a ver la casa de mi bisabuela; fue maravilloso,
porque hacía años, un 14 de agosto, había muerto mi tatarabuela y ahora toda la
familia se había reunido allí para celebrar el culto a los antepasados. Quemamos
incienso delante de los altares de todos los antepasados. Sentí una viva emoción ante la
tumba de mi bisabuela, a la que por cierto no conocí. Después planté el mango en un
jardín, con ayuda de toda la familia.
Fue un momento extraordinario: cavar la tierra amarilla de Vietnam para plantar aquel
arbolito que tenía las raíces impregnadas de tierra negra de Francia... El contraste entre
las dos tierras era un símbolo maravilloso. Además, qué coincidencia, el jardín estaba
lleno de mangos.
Aquel viaje fue muy importante. Me permitió reconocer mi feminidad, analizar y
valorar la herencia de esta cultura, descubrir que había fundado mi complejo racial en
una quimera. Gracias.
¿Por qué tenía Armelle que comerse el mango en Navidad y luego enterrar el hueso
precisamente 33 días después?
Aquella muchacha no sólo tenía un complejo a causa de su doble origen, sino
que además se encontraba entre dos religiones. Por lo tanto, yo debía convencer
a su inconsciente de que aceptara como un don sus dos culturas, uniéndolas en
ella. Cristo nació en Navidad y murió a los 33 años para después resucitar. Y es
este ciclo lo que transportó Armelle a Vietnam en forma de planta.
¿Ha tenido ocasión de «curar» otros complejos raciales?
Sí, por supuesto. Un día me visitó un hombre que era hijo de padre africano
y madre francesa, y casi inmediatamente después recibí a una mujer que estaba
en la misma situación. No se conocían, vinieron a consultarme cada cual por su
lado. Ambos sentían una gran amargura a causa de su doble origen. Decidí
unirlos en un acto psicomágico que realizarían juntos. Me dije que a través de
aquel acto simultáneo, realizado por dos personas de distinto sexo, se
encararían el hombre y la mujer interiores, animus y anima. No tenían la piel ni
muy clara ni muy oscura. Les pedí que se maquillaran uno de negro y el otro de
blanco; que fueran en automóvil al Arco del Triunfo y bajaran a pie por los
Campos Elíseos; que regresaran al punto de partida; que volvieran al lugar en el
que se habían maquillado e intercambiaran los papeles; que el negro se
convirtiera en blanco y viceversa; y que finalmente hicieran el mismo recorrido.
Leeré la carta del muchacho, que se llamaba Sylvain:
102
Sábado por la mañana: ante mis ojos hay dos tubos de maquillaje. Uno tiene la
inscripción «carne», el otro, «negro». El cuarto de baño es pequeño y la muchacha que
está a mi derecha me incomoda. Le falta energía, flexibilidad, da la impresión de que
va a ponerse a llorar. Ha elegido maquillarse primero de mujer blanca. Por lo tanto, yo
me maquillo de negro. Tengo retortijones, hasta que me digo: «No pasa nada, esto no
es nada. Será divertido». En realidad, de divertido no tiene nada. Me acuerdo de lo que
me ha impulsado a aceptar bajar por los Campos Elíseos disfrazado de negro y,
después, de blanco. Me acuerdo de quince o veinte años de vida acomplejada por mi
sensación de inferioridad racial, mi confusión, mi aversión a mí mismo, mi
insatisfacción. Pienso en Laurence gritando de repugnancia en un pasillo del colegio,
hará veinte años por lo menos, al saber que yo estaba enamorado de ella. Miro mi
imagen en un espejo y me digo, finalmente, que me gusta la idea. El automóvil nos deja
en la parte alta de los Campos. Llevo peluca y gorra de rasta. Mi acompañante es
blanca y viste de negro. Avanzamos, al comienzo rápidamente, como con ganas de
echarnos a correr, pero enseguida aflojamos el paso. Yo llamo la atención. Nadie parece
fijarse en la mujer que va a mi lado. Muchos me miran sonriendo y me siento muy
pequeño, encogido dentro de mí. Oigo comentar a la gente: «Hey, rasta man!». Sonrío.
No siento el cuerpo, no siento el suelo que piso. Tengo la impresión de soñar, estoy
incómodo. Me dan ganas de arrancarme la peluca y borrar el color de mi piel, de gritar:
«¡Este no soy yo!». Entramos en una galería, hay poca luz y me calmo un poco. Cuando
salimos, me siento mejor. El resto del recorrido me parece más fácil y compruebo una
cosa: cualquiera que sea la imagen que la gente tenga de mí, no es más que una
imagen. Nadie puede verme tal como soy si yo no decido mostrarme. E incluso así,
¿quién sería capaz de verme realmente? Llegamos al final de nuestro primer recorrido.
Al regresar al coche, pienso nuevamente en esta idea de la imagen y me digo que sería
interesante jugar un poco con la mía. Ya estamos otra vez en el cuarto de baño. Me
froto la cara y el color negro se va, se escurre por el lavavo. Recuerdo que, durante toda
mi infancia, me hubiera gustado ver escurrirse así el color de mi piel.
Ahora me toca hacer de blanco. El maquillaje me parece más difícil. Me cuesta
trabajo imitar el aspecto de la piel blanca. Tengo una apariencia vulgar. La imagen que
me he dado esta vez es la de una especie de fan de heavy metal con gorra rock. El
maquillarme de blanco me hace sentir que cometo un sacrilegio. Es interesante, porque
antes no sentí eso. Bajamos otra vez por los Campos, ahora nadie parece fijarse en mí,
pero muchos miran a la muchacha que va a mi lado. Es muy negra y viste de blanco.
Durante todo el recorrido me pregunto si la gente se sentiría tan incómoda como me
siento yo en este momento, si supieran lo que estoy haciendo...
Sin embargo, a fin de cuentas, todo es muy impersonal. Nadie ve nada. La gente es
indiferente, cada cual va a lo suyo. Una vuelta por Virgin Megastore y fin del viaje. Me
siento muy liviano. Siento unas ganas locas de gastarme un dineral en ropa nueva. Es
como si concluyera un sueño.
Muy interesante, pero la carta no menciona los efectos posteriores del acto.
Tanto Sylvain como Nathalie, la muchacha, tuvieron reacciones muy
positivas. Algún tiempo después los dos encontraron pareja: Sylvain, una mujer
blanca, y Nathalie, un hombre de color. Que yo sepa, las dos parejas funcionan
bien.
Hasta aquí ha evocado complejos dolorosos, pero principalmente psicológicos: un
hombre incapaz de ganarse la vida, un escritor que no escribe, personas que no se habían
reconciliado con su origen racial. ¿Sería efectiva la psicomagia en personas que hubieran
sufrido un trauma externo concreto...? Pienso, por ejemplo, en un aborto, una experiencia traumática muy corriente, por desgracia.
103
Pues leeré una carta relacionada con ese problema. Brigitte se sentía culpable
por un aborto que había tenido en ausencia de Michel, su compañero. Estaba
deprimida y no se resignaba. La relación de la pareja estaba en crisis, se alejaban
cada vez más uno del otro. Le propuse un acto, pensando en que los dos juntos
pudieran hacer ese funeral y enterrar por fin al feto. Brigitte y Michel debían
fabricar entre los dos una caja de madera noble, que evidentemente simbolizaba
el ataúd, y tapizarla con una tela de la mejor calidad. Por otra parte, de común
acuerdo, debían elegir una fruta que simbolizaría el feto. Eligieron un mango.
Brigitte, desnuda, debía colocarse la fruta sobre el vientre, sujetándola con un
vendaje fuerte. Michel debía cortar las vendas con unas tijeras, como si fuera un
cirujano, y tomar el mango. Brigitte debía revivir todos los sentimientos que
había experimentado durante la operación y expresarlos en voz alta. Después
de poner el «feto» en la caja, debían enterrarlo en un lugar muy hermoso. A
continuación, Brigitte tenía que besar a Michel e introducirle en la boca, con la
lengua, dos canicas de mármol, una negra y la otra roja. Michel debía escupir en
primer lugar la canica negra. Éste era el acto prescrito. Y ésta es la carta de
Brigitte:
La búsqueda de los materiales se hizo con un poco de precipitación, como la que
hubo durante la hora que precedió a la interrupción voluntaria del embarazo. Elijo el
mismo día en que ésta se realizó, un sábado a las 18:15. El acto tiene lugar en el
quirófano, con las piernas levantadas, desnuda y con el mango encima del vientre, sujeto por una venda. Michel se acerca. Viste de blanco, igual que el cirujano. Procede
rápidamente y yo grito, doy alaridos, siento el desgarro en el vientre, lloro mucho, lo
odio, está mutilándome. Michel ha cortado las vendas y puesto el mango en la caja. De
pronto, siento una duda: ¿había que cortar también el mango con las tijeras? Michel
quiere hacerlo, pero se lo impido. Lloro mucho. Michel me dice: «De todos modos, el
mango no puede vivir una vez arrancado». Después se sienta a mi lado y me acaricia la
frente. Noto que me odia. Está a mil leguas de mí. Ahora hay que encontrar el lugar
donde enterrar la caja. Llegamos en moto a St. Germain-en-Laye con una lluvia
torrencial. Siento a la vez amargura y un gran alivio.
Finalmente, paramos en Marly le Roi, en el parque del castillo favorito de Luis XIV.
Un sitio magnífico. Lloro desconsoladamente. Michel me sostiene, pero sigue estando
distante. Hacemos el hoyo con las manos, donde nadie puede vernos. Casi ha
anochecido. Nos besamos. Meto a Michel las dos canicas en la boca. El escupe una, la
roja, que cae al suelo. Me pongo histérica. Michel reacciona, encuentra la canica roja y
me la da. Yo vuelvo a metérsela en la boca. Según está prescrito, él escupe primero la
canica negra, me besa y me devuelve la roja. Arrojo la negra al estanque del parque y
me siento muy aliviada. Con la roja, me haré un anillo, como usted me aconsejó. Se
reproducen reacciones psicosomáticas -rojez intensa en la mejilla izquierda- análogas a
las que se presentaron después de la intervención. Me siento muy liberada de
culpabilidad y con nuevas energías. Estoy tranquila y serena y acepto lo que pueda
llegar. Recupero la confianza en mí y en Michel. Elijo la vida, pase lo que pase. Mis
energías internas están como regeneradas, ya no siento pánico morboso.
¿Qué significado tiene el beso con las dos piedras de colores?
Utilizo los símbolos de la vida y de la muerte (rojo y negro), así como la
casualidad. Al darle un beso, manifestación de amor, Brigitte proporciona a
Michel la ocasión de dar la vida o la muerte. Si escupe primero la bola negra,
Michel manifiesta su deseo de matar al feto, de no ser padre. Él mismo recoge la
bola y, al metérsela de nuevo en la boca, busca otra oportunidad. Y esta vez
opta por escupir la bola roja, la vida, que deposita en la boca de su compañera.
De este modo manifiesta su aceptación de otro niño que pueda venir. Al arrojar
104
la bola negra a un estanque, Brigitte devuelve a su inconsciente sus impulsos de
muerte, recupera la confianza en Michel y se libera de sus temores y de su
culpa. Ahora por su cuerpo circula la vida, no la muerte. En lo sucesivo, su sexo
será centro de creación, no de destrucción.
Este acto ilustra la técnica consistente en «utilizar el lenguaje del inconsciente». Ése
es, si he comprendido bien, el resorte esencial de la psicomagia.
Sí, pero también doy consejos sencillos y lógicos que puede comprender
cualquier persona al instante.
¿Esos consejos, cómo operan?
Para que sean eficaces, tengo que aprovechar la oportunidad, o provocarla,
encontrar el momento propicio para dispensarlos. Es una cuestión de ajuste, por
así decirlo. El mismo consejo, dado en un mal momento, puede resultar
ineficaz. El proceso puede compararse al fútbol: si lanzas a la portería sin que
haya hueco suficiente, por preciso que sea el tiro, no pasará la barrera de la
defensa. Por el contrario, si aprovechas un momento de vacilación, una
debilidad del portero, la pelota entrará. Asimismo, cuando una persona baja un
poco la guardia, yo trato de meterle un gol psicológico. Hay que tener presente
que el que cae en un vicio se mantiene constantemente a la defensiva. El ego se
niega a ceder. Por lo tanto, tengo que aprovechar o provocar un momento de
distracción, a fin de hacer pasar una orden a través de las líneas de la defensa,
hasta el inconsciente. Para que el consultante haga suyo el consejo, hay que
perforar su yo obstinado y tocarlo en una zona de sí mismo mucho más
impersonal.
¿Tiene alguna carta que ilustre ese principio?
Aunque no sea una carta propiamente dicha, servirá este testimonio
redactado por el célebre dibujante Jean Giraud, alias Moebius.
Conocí a Alejandro a mediados de los años setenta. Trabajábamos en la película
Dune. Hacía dos meses que cada día me daba una sorpresa con su manera totalmente
surrealista de proponer, no ya la creación de una obra, sino también cualquier
pensamiento o situación. En esos días, uno de los problemas que más me agobiaba era
el del tabaco. ¿Cómo pasar largas horas con aquella apasionante persona sin puntuar
mis reflexiones con grandes bocanadas de humo azul? Imposible cualquier
transgresión: Alejandro, invocando supuestas crisis de asma mortal, había hecho del
cigarrillo un tabú en el plato, y yo tenía que aislarme, como un colegial culpable, en el
patio que colindaba con nuestro edificio.
Un día, conversando alegremente con varios compañeros del equipo de producción,
mientras tomábamos un refresco en la terraza de un café, interpelé a Alejandro en tono
festivo, pensando tal vez en ponerle en un aprieto, o quizá tan sólo por decir algo:
«Alejandro, tú que has tratado a tantos magos y que incluso te las das de mago -en
aquel entonces, yo tenía de la magia ideas confusas que aderezaba con ironía-, ¿no
podrías, con un encantamiento o sortilegio, ayudarme a dejar el tabaco?».
¿Qué esperaba? Una respuesta-pirueta que provocara la risa y consignara mi
pregunta a las brumas del olvido. Pero, para mi completo desconcierto, Alejandro, en
lugar de escabullirse, me contestó que sí, que conocía una magia poderosa, infalible,
que él me mostraría en aquel mismo momento, si yo quería. Pero antes tenía que estar
seguro de que mi propósito de dejar de fumar era real porque el hechizo era fuerte, y
tenía que hacerme a la idea de que, cuando la magia empezara a obrar, yo no volvería a
fumar ni una sola vez en toda mi vida.
105
Alrededor de la mesa se hizo el silencio, la atención estaba concentrada en lo que yo
acababa de promover. Alejandro me miraba con una hilaridad discreta y amistosa. Yo
pensaba en el humo amigo, compañero impalpable, siempre disponible, discreto, eficaz
y tranquilizador, en el chasquido alegre del encendedor, en el rasgueo del fósforo...
¿Estaba dispuesto a abandonar estos placeres, aparentemente indispensables? Pero
también pensaba en el gris de la ceniza que parece invadirlo todo, en la respiración
fatigosa, en la tos ronca y dolorosa de la mañana... Decidí dar el paso. Además, sentía
curiosidad. No sólo vería a Alejandro proponer un acto mágico, sino que yo sería el
objeto. Me incitaba otra cosa: los compañeros presentes esperaban mi decisión. ¿Iba a
defraudarlos privándolos de ver la magia en acción?
-De acuerdo, estoy preparado.
-¿Ahora?
-Ahora.
-Muy bien. Dame tu paquete de cigarrillos.
Saqué mi paquete de Gauloises, del que me había fumado la tercera parte. ¿Le
echaría un sortilegio, lo transformaría en calabaza? Después de murmurar extraños
encantamientos, Alejandro dijo muy serio:
-Mi magia es poderosa pero muy simple. Para dejar de fumar, basta con tomar la
decisión y tú ya lo has hecho. La clave está en acordarse de esa decisión, y aquí
interviene la magia. ¿Quién tiene un lápiz?
Le tendí el que tenía y contemplé, fascinado, los ademanes seguros con que mi
amigo retiraba la envoltura de celofán. Tomó el lápiz... Ahora vería qué signo
cabalístico, qué poderoso sortilegio transformaría mi paquete de cigarrillos empezado.
-Muy sencillo: en una cara escribo esta palabrita: «No», y en la otra, esta frasecita:
«Yo puedo».
Alejandro volvió a poner el paquete en la bolsa de celofán y me lo devolvió como si
fuera una bomba preparada para hacer explosión o nada menos que el Santo Grial
envuelto en el vellocino de oro. Me dijo que guardara el paquete media docena de
semanas, hasta que, liberado de todo deseo de fumar, se lo regalara a un necesitado
(que debió de preguntarse qué significaba aquello de «No» y «Yo puedo»).
Y desde entonces no he vuelto a sentir el menor deseo de encender un cigarrillo.
Bueno, en este caso se puede decir que lo que salva es la fe. Sin embargo...
A veces, un acto en apariencia absurdo puede ayudar a curar una
enfermedad, porque un acto «habla» al inconsciente, y éste toma los símbolos
por realidades. La enfermedad es síntoma de una carencia. Si el inconsciente
siente que esta falta se ha subsanado, deja de quejarse por medio de los
síntomas. Por ejemplo escucha la carta de esta mujer, Sonia Silver:
Fui a verle al Cabaret Místico el 30 de octubre de 1992 y le hice una pregunta: «Hace
dieciocho meses que siento un fuerte dolor en la nuca. ¿Este dolor puede ser efecto de
una regresión desde un punto de vista espiritual?». Había consultado a médicos,
acupuntores, masajistas, osteópatas, ensalmadores, curanderos y, desde luego, tomado
antiinflamatorios, cortisona, infiltraciones, etcétera. Nada había hecho efecto. La noche
del miércoles 30 de octubre, usted me indicó un acto psicomágico: debía sentarme en
las rodillas de mi marido y él tenía que cantarme en la nuca una nana. Pero lo que usted no sabía es que mi marido es cantante de ópera. Me cantó una canción de Schubert.
Estoy curada, ya no me duele y no me cansaría de darle las gracias...
¿Qué había pasado?
Muy sencillo: hice una ecuación entre la nuca, el pasado y el inconsciente.
Intuí que la relación de Sonia con su padre no había podido desarrollarse
106
adecuadamente. Al sentarla en sus rodillas, el marido, simbólicamente,
desempeñaría el papel del padre y ella volvería a su infancia. Por otra parte,
cantándole una nana a la altura del punto doloroso, realizaría un deseo de la
niñez que no había sido satisfecho, es decir, que el padre la durmiera y se
comunicara con ella en el plano afectivo.
Una síntesis impresionante... De todas formas, no sanó a Sonia de la carencia que
experimentaba a causa de su relación frustrada con su padre.
No, ni lo pretendía. Pero la psicomagia la curó de uno de los síntomas
engendrados por esa carencia. Ni más ni menos. Aunque alguna vez también he
conseguido aliviar directamente el sufrimiento causado por la ausencia del
padre, como se puede ver en la carta de este hombre llamado Patrick:
Desde niño, siempre había sentido cierto malestar en relación con mis padres. Tengo
45 años y, hace ocho, mi madre me reveló que era hijo ilegítimo. Ella no se lo había
dicho a nadie. A la muerte de su marido -el hombre al que yo había considerado mi
padre y que me educó- mi madre destruyó todas las fotos y se deshizo de todos los
recuerdos de mi progenitor, muerto cuando yo tenía 3 años y del que no me acuerdo en
absoluto. Experimenté una viva cólera al pensar que nunca vería su cara. Asistí a una
de las conferencias que usted pronunció acerca del árbol genealógico y le pregunté qué
se podía hacer cuando una persona no ha conocido a su padre ni tiene ninguna foto de
él. Usted me contestó que, si yo no había sido reconocido por mi padre, pero sabía
dónde estaba enterrado -esto sí me lo había dicho mi madre—, tenía que ir a su tumba
para declararme hijo suyo introduciendo una foto dentro de la sepultura. Así lo hice
después de ciertas vacilaciones.
Poco a poco mi rabia se fue atenuando. Acepté la idea de no ver nunca sus facciones.
Hace quince días mi madre, que estaba convencida de haber destruido hasta el último
recuerdo de aquel hombre, encontró una foto y me la dio. Este encuentro con mi padre
fue y sigue siendo una gran alegría para mí. Por primera vez en mi vida tengo
conocimiento de mi identidad. Ahora me siento reconciliado y lleno de amor hacia mis
dos padres y también hacia mi madre. Su consejo fue providencial. Gracias de todo
corazón.
Este ejemplo ilustra una de mis convicciones, a saber, que la realidad
funciona como un sueño. En el mismo instante en que Patrick pone su foto en la
sepultura de su padre, su inconsciente infunde realidad al símbolo y lo une a la
figura paterna. Entonces ésta puede surgir en el sueño que es la vida. No
habiendo podido impedir esta unión, es decir, la aparición de la verdad, la
madre colabora, encuentra la foto y da a su hijo la imagen que hará que él se
sienta completo. Para mí, todos los acontecimientos están íntimamente ligados
entre sí. Un acto bien realizado repercute sobre el conjunto de la realidad.
La madre colaboró en el acto inconscientemente.
Por eso es preciso que las personas implicadas en un acto estén informadas
de su objetivo, a fin de poder participar con fervor en su realización. Daré un
ejemplo de una colaboración consciente y bien lograda. A Gérard, un hombre a
quien su constante exigencia afectiva le provocaba un gran sufrimiento con
respecto a su mujer, le aconsejé que comprara dos cirios grandes y un ovillo de
lana roja para realizar un acto con ayuda de su madre. Esta es su carta:
El lunes de Pascua, después de desayunar juntos, mi madre y yo fuimos a Notre-
107
Dame a comprar los dos cirios. Había mucha gente. Después, la invité a almorzar en un
restaurante chino. Hablamos mucho, de Dios, de la vida, de la familia. Después
volvimos a casa. Poco antes de la medianoche, fuimos a su habitación (ella y mi padre
duermen en habitaciones separadas). Pusimos los cirios encendidos en la chimenea.
Estaban orientados en sentido norte-sur. Yo los tenía detrás, uno a la izquierda y el otro
a la derecha. Luego nos atamos firmemente el uno al otro con la lana roja. Nos atamos
todo el cuerpo: pies, piernas, tronco, brazos, manos, cabeza... Quedamos unidos de
modo que cuando uno se movía, el otro tenía que seguir su movimiento.
En ese instante reviví el vínculo que tuve con mi madre durante mi infancia y
adolescencia. En aquella época, me creía obligado a seguir todo lo que ella indicaba, a
ver las cosas como ella, a pensar como ella, a actuar como ella... Entonces sentí, a la
altura del vientre, un calor que desapareció al poco rato. Permanecimos así atados hasta la medianoche. Los dos estábamos muy tranquilos. A medianoche, empecé a cortar
la lana, primero por abajo, los pies, la infancia... Cada uno cortó la mitad de los nudos,
de las ataduras, pero ella quiso que yo cortara alguno más. Cuando pudimos
separarnos pensé: «Ahora, a partir de este instante, soy libre». Le di las gracias y un
beso. Nos quedamos hablando un buen rato, pero ella estaba cansada. Soplé los cirios,
tomé uno y me fui a mi casa. La última parte de mi acto consistía en hacerle un regalo
que antes tenía que soñar. Un día tuve una idea: el único regalo que podía compensar
la ruptura provocada por el acto era agradecerle todo lo que me había dado. El sábado
9 de mayo, a medianoche, le escribí con sangre: «Te doy las gracias por todo lo que me
has dado. Te quiero. Que Dios te bendiga». Después sellé la carta con la cera del cirio
de Notre-Dame que había encendido antes de escribir. Aquel acto transformó mi vida;
a partir de aquel momento, dejé de agobiar a mi esposa como había hecho hasta
entonces a causa de una exigencia afectiva que venía de mi infancia.
Ahora me gustaría mostrar otra carta que trata de un problema de
identificación con la madre. La escribe una pintora, víctima de fuertes crisis de
asma. Aquí me serví del elemento onírico que utiliza la artista en su propia
pintura. Además, esta carta también es interesante porque presenta el caso de
una persona que ya había recurrido a la psicomagia y se había sentido
aparentemente curada hasta sufrir una recaída, que requirió un nuevo acto. A
veces un acto puede hacer desaparecer una dificultad sin extirparla de raíz, y
entonces es conveniente prescribir un nuevo acto:
...Le pregunté por qué, después de visitar un osario de apestados en Nápoles, sufrí
una fuerte crisis de asma, al cabo de un año de no haber tenido recaídas. También le
pregunté por qué, desde el día de la inauguración de mi exposición sobre los
«ángeles», que tuvo lugar casualmente el 8 de junio, víspera del vigésimo aniversario
de la muerte de mi madre, había vuelto a tener crisis de asma frecuentes y había vuelto
a tomar diariamente medicamentos que había creído no necesitar más. Y es que,
después de enterrar, por consejo suyo, todos los medicamentos bajo la tumba de mi
madre, hacía exactamente un año, me consideraba definitivamente sanada. En verdad,
no había tenido ni una sola crisis, hasta aquel día en Nápoles. Me contestó que
probablemente no me autorizaba a mí misma a tener éxito en la profesión que amaba
porque mi madre había muerto después de una larga enfermedad sin haber podido
alcanzar su plenitud. Me aconsejó entonces que pintara un esqueleto y que encima
dibujara un ángel, cuya túnica opaca tapara los huesos. Me proponía que, en cierto
modo, sublimara en el ángel mi pena por mi madre. La idea me agradó. Seguí su
consejo y, a pesar de mi actual incapacidad para pintar, hice un esfuerzo y fui a mi
estudio para hacer el dibujo. Pinté el esqueleto, pero como no me gustaba dibujé otro
encima y luego hice el ángel blanco. Días después tuve una fuerte crisis de asma con
bronquitis que me costó mucho vencer. Estaba desesperada y tan fatigada que tuve que
ir a descansar a la montaña. Me sentía confusa y dudaba de todo y de todos. ¿Por qué
108
la psicomagia había fracasado esta vez, llegando incluso a provocar un resultado
inverso al que esperaba? Misterio... Me sentía desconcertada hasta que reflexioné y
recordé que, antes de dibujar el ángel, había hecho dos esqueletos, ¡dos esqueletos para
un solo ángel! Comprendí que, inconscientemente, me sentía aún fuertemente atrapada
por la pena, aquella pena que me hacía enfermar. A mi regreso, repetí la psicomagia.
Esta vez dibujé un esqueleto y, después, un ángel. Al día siguiente, reduje las dosis de
medicamentos a la mitad. Al otro día, los suprimí del todo. ¡Estaba curada!
Los actos de los que dan testimonio estas cartas ponen de manifiesto diferentes facetas
de la psicomagia. ¿Podría seleccionar una última carta en la que, gracias a su asombrosa
disciplina, haya neutralizado un mecanismo psicológico común? Pienso, por ejemplo, en
el miedo. Es un hecho reconocido que, en muchos casos, el miedo enmascara un deseo
reprimido. ¿Tiene en su archivo algún «caso» que revele y resuelva esta dinámica en sí
muy banal?
Tengo muchas cartas de este tipo, pero elijo ésta porque es la prototípica:
Una noche de mayo, regresando de una de sus conferencias, en el portal de mi casa
me atacó un hombre enmascarado que quería violarme. No lo consiguió, pero pasé
mucho miedo y seguramente trasladé mi espanto al lado derecho del cuerpo, que a la
mañana siguiente estaba como paralizado. Aquello me provocó una gran aversión
hacia los hombres, no soportaba su contacto y, a veces, no podía ni estar sentada a su
lado. El miedo se apoderó de mí y, si volvía tarde a casa, subía los seis pisos corriendo.
Yo, que nunca antes cerraba la puerta con llave, me aislé del mundo exterior
parapetándome detras de tres cerrojos. Pero el miedo no se quedaba al otro lado de la
puerta, sino que me acompañaba siempre... Usted me prescribió un acto: «Ve a Pigalle
y compórtate como una puta. Da una excusa para no irte con los hombres que se
acerquen». Una coraza de plomo no me hubiera parecido más pesada... Elegí un 17 de
julio porque el número 17 corresponde a la Estrella en el tarot y a Acuario, mi signo,
con lo que me ponía bajo su protección.
No conocía bien aquel barrio, de modo que fui primero a reconocer el terreno. Por
supuesto, me resultaba muy difícil interpretar ese papel, completamente nuevo para
mí. El 17 por la noche, a las 9, vestida con minifalda, una blusa muy ceñida, zapatos de
tacón y medias de malla, y muy maquillada me encaminé a Pigalle. Deseaba no
encontrarme con ningún vecino por el camino.
En un andén del metro, un hombre se acercó para preguntarme, primero, si tenía
fuego, después, la hora y, por último, por una estación del metro. Yo me sentía dentro
de la piel del personaje y observaba lo que pasaba en mí. En Pigalle me esperaba un
amigo y su presencia me tranquilizó.
Me senté en la terraza de un café elegido a propósito. Crucé las piernas con descaro
y encendí voluptuosamente un cigarrillo rubio, mientras observaba mi entorno.
Descubrí las miradas de los hombres, ávidas, despectivas, perversas, etcétera. Mientras
afrontaba aquellas miradas, notaba que en mí, en mi vientre, surgía una nueva fuerza.
Transcurrió una hora, se acercaron cinco o seis hombres que querían subir conmigo a
casa. Me negué, pretextando una enfermedad benigna. Algunos debieron de pensar
que tenía sida.
Después de cenar con mi amigo Hervé, volví a casa agotada, pero ya no tenía miedo
y desde entonces he podido relacionarme con los hombres y subir mis seis pisos sin
problemas. He dejado de esconderme y me siento en paz.
Este acto me ha permitido descubrir cómo en mí coexistían varios personajes,
manifestarlos, vivir mi miedo y superarlo. Experimenté una gran liberación y la
confianza de que en adelante podría avanzar, seguir mi camino. Sin este acto, qué duda
cabe, lo hubiera reprimido todo. Ahora siento que me he abierto.
El miércoles pasado, al volver de la conferencia, vi que un hombre me seguía.
109
Quería acostarse conmigo. Me vino a la memoria el acto y toda la fuerza que había
extraído de él. Discutí con ese hombre y pude ver el miedo en sus ojos. Tomé
conciencia de mi propia fuerza y él también la sintió. Salió del edificio y yo subí a mi
apartamento tranquila, confiada.
Mucho amor, alegría y armonía para usted y su familia.
¡Que esta bella carta cierre este breve epistolario psicomágico!
110
La imaginación al poder
¿No será la psicomagia demasiado simple y un tanto efímera? Un psicoanálisis
requiere años y hay terapias que se prolongan durante largos períodos...
Un laberinto no es sino una maraña de líneas rectas. Me pregunto si, a veces,
análisis y terapias no tenderán a introducir sinuosidades en las rectas...
Además, un acto tiene un carácter más concluyente que cualquier palabra. No
obstante, debo precisar una cosa: rara vez prescribo un acto a una persona sin
estudiar previamente lo que llamo su árbol genealógico: su familia, padres,
abuelos, hermanos, etcétera.
O sea que cada uno de los actos que hemos examinado no es a fin de cuentas sino un
episodio de un proceso más largo.
Sí, pero un episodio grave y decisivo. Si tengo un clavo en el zapato, todo mi
mundo, mi sensibilidad, se verán afectados. Antes de pretender ir más allá,
afinar mi visión, tengo que extraer el clavo. Del mismo modo, cuando sufrimos
un trauma, toda nuestra existencia se resiente. Importa, pues, remediar este
trauma.
Por otra parte, me parece que la psicomagia ayuda a resolver ciertos problemas
concretos y específicos. La veo más como una intervención puntual que como una
terapia, digamos, global...
Sólo hay una curación global: encontrar a Dios. No hay otra. Sólo el
descubrimiento de nuestro Dios interior puede curarnos para siempre. Lo
demás es andarse por las ramas. Una terapia no puede ser sino parcial.
¿Qué decir ya, a punto de dar término a estas conversaciones que hemos mantenido?
Es importante subrayar la importancia de la imaginación. En cierto modo,
aquí me he entregado a un ejercicio de autobiografía imaginaria. No en un
sentido de «ficticia», ya que todos los hechos consignados son ciertos, sino en el
hecho de que la historia profunda de mi vida es la de un esfuerzo constante
para expandir la imaginación, hacer retroceder sus límites, aprehenderla en su
potencial terapéutico y transfigurador. Si algo enseño es imaginación.
111
Alejandro Jodorowsky, profesor de imaginación.
Exactamente. Enseño a la gente a imaginar. Durante la mayor parte del
tiempo no tenemos idea de lo que puede ser la imaginación, no concebimos
siquiera la amplitud de sus registros. Porque, aparte de la imaginación
intelectual, existe la imaginación sentimental, la imaginación sexual, la
imaginación corporal, la imaginación económica, la imaginación mística, la
imaginación científica... La imaginación actúa en todos los terrenos, incluidos
los que consideramos «racionales». En todas partes tiene su lugar. Importa,
pues, desarrollarla para abordar la realidad, no a partir de una perspectiva
única, sino desde múltiples ángulos. Normalmente, visualizamos todo según el
estrecho paradigma de nuestras creencias y condicionamientos. De la realidad,
misteriosa, tan vasta e imprevisible, no percibimos más que lo que se filtra a
través de nuestro minúsculo punto de vista. La imaginación activa es la clave de
una visión amplia, permite enfocar la vida desde puntos de vista que no son los
nuestros, pensar y sentir a partir de diferentes ángulos. Ésa es la verdadera
libertad: ser capaz de salir de uno mismo, atravesar los límites de nuestro
pequeño mundo individual para abrirse al universo. Me gustaría que los lectores de nuestro libro aceptaran, por lo menos, la idea del poder terapéutico de la
imaginación, de la que la psicomagia, a fin de cuentas, no es más que una
modesta aplicación.
112
Lecciones para mutantes
(entrevistas con Javier Esteban)
113
Nota preliminar
Alejandro Jodorowsky aceptó que iniciáramos estas Lecciones para mutantes
sólo si resultaban útiles a los demás. Mi respuesta fue que si lo eran para mí,
hombre escéptico y un tanto averiado, podrían serlo para otros. Así decidimos
realizar este trabajo que complementa, diez años después de su aparición, su
mítica obra Psicomagia. Estas entrevistas son, por tanto, fruto de una experiencia
entre alguien dispuesto a compartir conocimientos y alguien que quiere
aprender. Más que constatar certezas, nuestras palabras hilan constantes dudas y
amables respuestas.
Por sus circunstancias personales y por su nivel de conciencia, Jodorowsky ha
abierto senderos y atajos en la búsqueda de la felicidad. Lejos de ser un gurú (no
le gusta esa figura), nuestro autor es un ser evolucionado de la especie que,
precisamente por ello, se ríe de sí mismo. Sus recorridos son aptos para toda una
generación efervescente de mutantes que hacen uso de fórmulas individuales de
conocimiento y autorrealización. Para sanar, para crecer, Alejandro nos muestra
que el hombre tiene a su alcance llaves como la meditación, el arte, los sueños,
ciertas sustancias sagradas, la magia, la alquimia, el lenguaje, el humor o el tarot.
A estas técnicas está dedicada la primera parte de Lecciones para mutantes.
A lo largo de su ajetreada existencia, Jodorowsky ha atravesado un formidable
periplo humano de miles de años en tan sólo unos pocos, ha visitado culturas y
conocido experiencias, formando al mismo tiempo parte de la vanguardia cultural
con sus aportaciones al cómic, el cine o la literatura. Este viaje por la memoria de
la humanidad es un continuo e imaginativo reto y un profundo ejercicio de
superación, donde antes que nada es necesario saber quiénes somos, olvidando
parte de lo aprendido, tal y como revela el autor en la segunda parte de estas lecciones.
Jodorowsky concibe las experiencias de ruptura y cambio de un modo
personal, desconfiando de toda Iglesia, «monigote» o comisionista del espíritu.
Desde la libertad y para la libertad, utiliza una síntesis de vivencias que resultan
terapéuticas y necesarias al último hombre: ese que ha dejado de luchar por la
pura supervivencia y busca su desarrollo interior. Al margen de cualquier
revelación o texto sagrado, de toda tradición dogmática o ideológica,
Jodorowsky entiende que la realidad debe ser percibida en primera persona y
realizada artísticamente. A esa formidable búsqueda, a ese loco tanteo, está
dedicada la tercera parte de esta entrevista.
Las ideas del autor sobre los distintos niveles de conciencia o tantas otras
cuestiones entroncan con la filosofía perenne en estado puro, pero lejos de los
estrechos marcos de las religiones tradicionales. Aunque hable de Dios,
114
Jodorowsky no es teísta ni ateo, espiritualista ni religioso, sino simplemente persona. Para él, la salud es el equivalente único de la moral, porque nuestra
realización no puede esperar el más allá, sino que debe llevarse a cabo en este
mundo, rompiendo los límites que lo impidan. Algunas de estas ideas atestiguan
el fenómeno llamado «religión a la carta» que viene extendiéndose por nuestras
sociedades en los últimos tiempos.
Alejandro es un visionario en la medida en que su nivel de conciencia se asoma
más allá de los límites de su tiempo. Un «iluminado» que detesta la posibilidad
de fundar una escuela, pero que dedica desde hace años su tiempo al extraño
empeño de la santidad civil. Sus intuiciones sobre la sociedad, la religión y el
destino de la humanidad han sido recogidas en la cuarta parte, en forma de
visiones que incluyen un ejercicio de futurología donde el lector encontrará
muchas de las ideas e impresiones del autor.
En estas entrevistas no podía dejarse de mencionar la actividad terapéutica,
que el autor considera fundamental y que realiza en diversos talleres por todo el
mundo. En el capítulo dedicado al arte de sanar, Alejandro repasa y aclara algunos
aspectos ya expuestos en su Psicomagia. La última parte de este trabajo es un canto
a la vida que refleja la actitud feliz y luminosa de nuestro personaje.
La transcripción de las palabras de Alejandro en ningún caso ha sido fácil, pero
sí respetuosa y en la medida de lo posible literal, aunque las limitaciones de la
escritura se han hecho evidentes al no poder recoger toda la riqueza de su
discurso oral. Confío en poder transmitir algunas de sus intuiciones a quienes
buscan respuestas y experiencias en el maravilloso viaje de la existencia. He huido
de la entrevista especializada en cualquiera de las técnicas que maneja el autor,
aunque aquí se hable de casi todas ellas. Así es, en conclusión, esta obra de impresiones: una guía para todos los que deseen transformarse y no un manual para
eruditos; un testigo de su manera de hacer y de vivir, una modesta enseñanza en
forma de diálogo en la que yo representaría a una nueva generación de
mutantes.
He de confesar que creo que en principio Alejandro aceptó realizar estas
entrevistas simplemente por ayudarme, aunque luego le gustara el resultado y lo
considerara útil para los demás. Fui a París con un cierto complejo de
entrometido. Durante aquellos días, me dedicó pacientemente una hora y media
diaria en su casa. Al final de cada entrevista, yo podía traducir mentalmente sus
respuestas en ejemplos que caían como cataratas de imágenes. El estado de ligera
alteración de conciencia daba paso a una agradable borrachera telepática.
Preguntas hilvanadas como cadenas de imágenes. Acabábamos hablando del halo
de los santos, sin motivo alguno. A la salida, el segundo día, me confesó: «No sé
si resultará útil todo esto porque no me acuerdo de nada de lo que te he dicho».
Jodorowsky tuvo la delicadeza de contestar en estado de trance a mis preguntas.
En esas horas de diván me sentí como un escultor golpeando un inmenso mármol
del que saldría una cara, un extraño retrato que a su vez sería un espejo para los
demás. «¿Cómo lo ves?», me repetía, como si lo estuviera pintando. Durante los
días en que pude asistir a su casa la dinámica fue variando. A menudo mis
preguntas reducían el nivel de su discurso, pero otras veces lo catapultaban.
Viajamos mucho juntos. La ebriedad a veces duraba horas. De todas las imágenes
que guardo de aquellos días una me visita de vez en cuando en forma de sueño:
somos pinceles que dibujan su propia vida, que se transforma a cada instante.
Javier Esteban
París-Barcelona, marzo-julio de 2003
115
Llaves del alma
I
Sueño y vigilia son dos caras de la realidad secretamente unidas. Entender los sueños
es un camino para conocernos y para cambiarnos, pero ¿hasta qué punto podemos
hacerlo teniendo en cuenta que son regalos que no pedimos?
Sí podemos. Yo he pasado a lo largo de mi vida por distintos procesos con
respecto al sueño. Venía de una familia neurótica, estaba angustiado, tenía unos
padres que se odiaban y ello me producía pesadillas terribles. Tuve que vencer
esas pesadillas enfrentándome a ellas, derrotando mi neurosis. Es cierto que
contaba con el don de hacer sueños lúcidos, de dirigirlos, desde muy joven. Al
principio, los sueños lúcidos se presentaban en forma de tentaciones: me
despertaba dentro del sueño y quería obtener fama, hacerme millonario, tener
experiencias sexuales. Al final, lo que sucedía es que me quedaba atrapado. En
el momento en que pedía cosas individuales, me sumía en el sueño y
consecuentemente perdía la lucidez. Volvía a meterme dentro de un sueño
ingobernable. Más tarde, en mis sueños comenzó a hacerse presente el deseo de
ser mago: jugaba con las imágenes, me volvía gurú, quería poder. De nuevo,
atrapado, perdía la lucidez.
Los sueños van cambiando y puedes hacer dentro de ellos distintas cosas,
como un demiurgo. Pero después te das cuenta de que si uno sueña es por algo
y que no es sano interferir en el desfile de imágenes.
Ha llegado, por fin, el momento en que soy simplemente un testigo de mis
sueños: los contemplo y descanso. Actualmente, no sé realmente si sueño o no,
porque en mis sueños el personaje soy yo tal y como soy en la vida real.
¿Mezcla la vigilia y el sueño?
No, no es eso. Me refiero a que, cuando sueñas, normalmente no eres tú,
tienes otras personalidades, eres capaz de hacer cosas que no haces en la vida
real. En mis sueños, sin embargo, yo ayudo a la gente: sigo dando clases, leo el
tarot, doy conferencias. En realidad, ya no hay diferencia entre lo que hago en
mis sueños y lo que hago despierto. Eso al margen de su lenguaje o contenido
simbólico. Anteanoche, iba en un avión en plena oscuridad y el avión entró en
la luz. Lo que tengo ahora son sueños felices, ya no tengo pesadillas. No tengo
miedo porque controlo esas situaciones. Duermo sin ninguna tensión. Se
aceptan los sueños tal y como vienen. En cierta manera -no digo que mi ego,
116
porque no me estoy refiriendo exactamente a mi personalidad- mi identidad se
ha solidificado. Se ha coagulado. Mi personalidad en el inconsciente es
exactamente igual que en la vida real.
¿Qué terapia recomienda para vencer las pesadillas?
Yo comencé por Freud y resultó muy divertido: para él los sueños son deseos
reprimidos, deseos frustrados, etcétera. Con Jung también disfruté: soñaba y
luego prolongaba los sueños en duermevelas, continuando la historia,
interrogando al sueño para ver qué me quería contar. Luego seguí con los
sueños despiertos, desarrollando la imaginación. Hay muchas terapias
magníficas. En los sueños lúcidos nos acercamos a lo que hacen las tribus de los
senoi, que trabajan con los sueños durante el día, realizándolos a través de una
especie de teatro. En otras escuelas los esculpen, hacen figuras, los pintan... De
este modo los introduces en tu vida real, ¿no?
Pero todo esto es sólo para cuando estamos enfermos. Cuando te curas ya no
necesitas hacer nada. Simplemente vives, simplemente sueñas. No hay
represión.
¿Los sueños nos enseñan la verdadera naturaleza de la vida?
La vida nos enseña la verdadera naturaleza de la vida. Y la verdadera
naturaleza de la vida es una mezcla de sueños y vida. ¡Porque toda la vida es
sueño! Esto ya lo dijo Calderón, que tenía un nivel de conciencia altísimo para
su época. Cuando vives el ahora, ese instante nos parece real, pero una hora
después pertenecerá a la memoria, y las imágenes de la memoria tienen
exactamente la misma calidad que las imágenes de un sueño.
Podríamos decir que vamos montados en un sueño y que todo esto, en la
medida en que vamos avanzando y viendo, se va infiltrando en el mundo de los
sueños y se va convirtiendo en sueño. Pero ¿qué ocurre con los sueños? Pues
todo lo contrario: soñamos y esos sueños se van introduciendo en nuestra vida
real. Los sueños se van haciendo realidad, como la realidad se va convirtiendo
en sueño. Todo lo que sueñas se acaba haciendo real.
Usted cuenta que podemos acceder a los difuntos que aparecen en los sueños y que
moran en un lugar de nuestra memoria, que pueden darnos consejos y ayudarnos...
Tenemos una mente colectiva, un inconsciente colectivo que está en algún
lugar. Debe de haber una región de los muertos que se encuentra en el
inconsciente colectivo. Lo que se ha llamado «infierno» en algunas culturas.
A través de los sueños, también ha llegado a ser consciente de la existencia de la
magia, ¿verdad?
En los sueños lúcidos puedo cambiar voluntariamente algunas cosas, pero
hasta cierto punto. No puedo cambiar todo sino una parte del sueño. Con la
magia sucede lo mismo: puedes producir cambios en la realidad pero no
puedes cambiar toda la realidad.
117
II
En la base de su terapia son fundamentales el arte y la poesía.
Creo que todo ser humano debe dedicarse a escribir poesía media hora al día,
sin preocuparse de si lo que escribe es bueno o malo, si va a tener éxito
comercial o no. La poesía ha de ser una constante en la vida para depurar el
ego... Cada día deberíamos realizar un acto gratuito, una cosa chiquita que sirva
a los demás, como dar una chocolatina a un niño, cosas simples. Yo he llegado a
cierta depravación en la búsqueda de la bondad. A veces deposito un billete en
el bolsillo de un mendigo que está dormido, para que crea que tiene suerte.
Invento milagros. Aunque no creas en los milagros puedes hacer pequeñas
obras para ayudar a los otros.
Esta habitación está repleta de cartas de agradecimiento en las que se me
pregunta qué deseo en compensación por la ayuda otorgada. Yo respondo que
nada, porque ayudo gratuitamente. Hago todo esto en función del tiempo del
que puedo disponer para los demás.
¿Qué usa para acompañarse cuando crea?
Desde hace treinta años trabajo siempre con música de fondo de arpas
célticas, que producen un efecto un poco hipnótico. Si no estoy muy inspirado,
perfumo las suelas de mis zapatos o dibujo con un pincelito empapado en miel
un eneagrama1 en la planta de mis pies. Y, en momentos de sequía creativa, me
tiño los testículos de rojo con pintura vegetal.
Dice que el arte cura. ¿De qué manera?
El arte cura porque tenemos que curarnos de no ser nosotros mismos y no
estar en el presente. Hay una frase hasídica que dice: «Si no eres tú, ¿quién? Si
no es aquí, ¿dónde? Si no es ahora, ¿cuándo?». Si eres capaz de solucionar el
cuándo, el aquí y el quién (el tú), estás siendo tú mismo, y ya has logrado
curarte.
¿Realizar arte es conocerse a sí mismo?
Sí, pero conocerse a sí mismo es conocer a la humanidad y al universo. Es
pasar de lo singular a lo plural.
¿Podría explicarlo?
Piensa que la necesidad de curación se produce por la falta de conciencia. La
enfermedad consiste en que hemos cortado las uniones con el mundo. La
enfermedad es falta de belleza, y la belleza es la unión. La enfermedad es falta
de conciencia, y la conciencia es unión con uno mismo y con el universo.
¿Qué artistas han logrado sanarse plenamente?
Lo más difícil del mundo es hacer un arte sublime. Poca gente lo ha
conseguido. Pero podría citar a René Daumal, que aprendió sánscrito, fue
1Símbolo.
Estrella con nueve puntas. (N. del E.)
118
alumno de Gurdjieff, se realizó. García Lorca es el caso contrario: no pudo ni
supo hacerlo. Cuando lees Poeta en Nueva York, te da pena.
Ha dicho que la literatura no sirve si no cura. ¿Y si sólo cura al autor? ¿Puede el arte
curar a unos y enfermar a otros?
Me recuerdas a esos artistas que dicen que este mundo no vale nada, que es
una porquería, que no llegamos a nada, que Dios está muerto y todas esas
cosas. La literatura mala es eso. Ir a mostrar el ombligo, decir cómo te tomaste el
café con leche por la mañana, en medio del disgusto general, cuando todo está
podrido a tu alrededor. Mientras el mundo está muriendo, yo me tomo mi café
con leche. O realizo mi pequeño acto sexual. Eso resulta anticuado. Hay que
atravesar la cortina neurótica. Yo, por ejemplo, confieso que no puedo leer a
Proust. Está demasiado enfermo para mí y me puede contagiar su neura. Si
cada día veo casos de neurosis, para qué voy a leer a otros enfermos. Hoy en día
Kafka anda suelto por todas partes. Voy a echar una carta y me encuentro con
Kafka en la oficina de correos. Un funcionario lleno de problemas.
¿Qué escritores y pintores salvaría? ¿Cuál sería su galería de arte curativo
predilecta?
¡Vaya pregunta! En ella se traduce el concepto del campeonato de boxeo que
se ha establecido en el arte, en el que podemos decir cuál es el mejor cuadro, el
mejor libro, la mejor música, etcétera. Pero yo no veo la vida así.
Veo, en el arte, estructuras. Por ejemplo: en el cine, más que la mejor película
yo preguntaría por géneros, por los mejores westerns o dramas. Yo tengo mi
casa llena de westerns, en mi biblioteca hay novelitas de Silver Kane y de otros
autores; y cómics, libros de filosofía oriental, de sufismo, Cábala, magia,
alquimia, psicoanálisis... Soy hombre de mi época, y en mi época está Internet.
Ya no se puede ni se debe hablar de la obra personal, tenemos masas enteras de
obras por secciones y no por autores. Internet ha revolucionado todo esto. Yo
tendría bibliotecas enteras. Mi ideal como humano sería un viejo sueño: todos
los libros de la historia de la humanidad, todos los cuadros de la historia, todas
las películas, músicas, esculturas, etcétera.
Y el arte que no sana, ¿también lo incluye?
Aunque no sane -que eso es otra cosa-, entretiene. Una persona sana puede
leer a Cioran o Houellebecq y reírse mucho. Aunque yo no produciría ese tipo
de literatura, porque está superada totalmente. Pero ahí está. Uno puede pasar
de Kafka a Castaneda y seguir formándose. De la misma manera que el hombre
va mutando de unos niveles de conciencia a otros, el arte va mutando de unos
niveles de conciencia a otros. Es colectivo y no individual. No puedo decir que
el mejor pintor sea Leonardo. Podré decir que él llego a otro nivel de conciencia,
pero como era un individuo pudo llegar solamente hasta cierto nivel. Si te fijas,
a sus máquinas les faltaba el motor porque carecían de energía. Esas máquinas
maravillosas no disponían de lo esencial, que es la energía; usaban una energía
muy primaria y escasa, a base de presión y agua. Leonardo no pudo resolver
ese problema. Sus límites los estableció la humanidad de entonces, cuya
naturaleza es colectiva, ¿comprendes? Si me hicieran la clásica pregunta de:
«¿Qué libro te llevarías a una isla desierta?», respondería que un ordenador con
Internet. Es evidente.
119
III
¿Cuál cree que es la verdadera finalidad del lenguaje? ¿Cómo interpretarlo y hacerlo
útil?
El lenguaje es ante todo una actividad del cuerpo, se corresponde con la
naturaleza del sistema nervioso. Desde mi punto de vista, debemos ser capaces
de producir un lenguaje bello y poético. Un lenguaje sano. Las enfermedades
mentales, como las enfermedades corporales, se reflejan en la manera de hablar.
Hay palabras dementes, enfermas, tuberculosas o cancerosas; palabras que no
son naturales sino violentas y criminales. La enfermedad y el lenguaje insano se
retroalimentan y resultan destructivos.
A través del lenguaje, además, nos transmitimos enfermedades y accedemos
a niveles de conciencia inferiores. Los niveles de conciencia del lenguaje
coinciden con los del ser humano. De la misma manera que el cuerpo humano
ha ido mutando, el habla también. Si estancamos nuestro lenguaje, usamos una
forma y un contenido que ya no nos corresponde. Si empleamos un vocabulario
enfermo que no es el nuestro, nos va minando poco a poco.
Ahí está el uso de lo malsonante, lo grotesco, el exabrupto...
Si te refieres a las palabrotas, te diré que las palabrotas son simpáticas
porciones revolucionarias que están destinadas a romper moldes familiares,
sociales y de todo tipo. Tenemos la impresión de que se tiene una gran libertad
al pronunciar una palabrota, sin embargo su uso reduce el nivel de conciencia.
La palabrota no es útil, o lo es sólo al comienzo, para liberarse. Al principio
resulta revolucionaria, pero no conduce a ninguna mutación. Es como el argot.
La gente va deformando el lenguaje a través del argot, que en principio puede
ser útil en la medida en que establece fuertes relaciones identitarias de grupo,
pero que baja de golpe el nivel de conciencia. El único lenguaje que nos sube de
nivel de conciencia es el lenguaje sublime: el del arte y la poesía.
Por lo que dice, recrear un nuevo lenguaje es necesario para dejar de ver el mundo de
una manera determinada. ¿Qué deberíamos cambiar de nuestro lenguaje para cambiar
nosotros?
Estoy trabajando en un libro de definiciones que se llama Intelectualmente
correcto. Todos pensamos mal, y por eso necesitamos cambiar unos conceptos
por otros. Yo he comenzado por cambiar las siguientes expresiones:
-Nunca por muy pocas veces.
-Siempre por a menudo.
-Ladrón por alguien que se apoderó de algo ajeno.
-Infinito por extensión desconocida.
-Eterno por fin impensable.
-Eres mi maestro por me enseñas a aprender de mí mismo.
-Quiero hacer por estoy haciendo cosas inútiles.
-Quiero ser por me desprecio.
-Dame por permite que yo tome.
-Imítame por no te respeto.
120
-Mi mujer por el ser con el que comparto mi vida.
-Mi obra por lo que he recibido.
-Así eres por así te percibo.
-Lo mío por lo que ahora tengo.
-Morir por cambiar de forma.
Estoy haciendo este libro escuchando a la gente hablar por el camino, voy
creando senderos en el lenguaje. También estoy aportando definiciones que
rompen con las que existen. Todas ellas se definen por su propia negación:
-Felicidad es estar cada día menos angustiado.
-Decisión es estar cada día menos confuso.
-Valentía es ser cada día menos cobarde.
-Inteligencia es ser cada vez menos tonto.
Así podemos comprender las cosas de otro modo. Considero que hay que
trabajar el lenguaje de esta manera porque, por simple falta de entendimiento,
avanzamos hacia una catástrofe. Estamos pensando mal. Así, debemos sustituir
en nuestro lenguaje:
-Comienzo por continuación de.
-Hermoso día por hoy me siento bien.
-Fracasar por cambiar de actividad. -Yo sé por yo creo.
-Soy culpable por soy responsable.
¿Cuál es el mecanismo por el que pueden las Bellas Artes aumentar nuestro nivel de
conciencia?
La explicación se encuentra en su propia definición: arte bello y creación
artística. La belleza es el límite máximo al que podemos acceder a través del
lenguaje. No podemos alcanzar la verdad, pero podemos aproximarnos a ella a
través de la belleza. En el lenguaje no hay verdad. La belleza es lo que los iniciados llaman «el resplandor de la verdad». Es lo máximo a lo que puede llegar
el ser humano.
¿La fealdad se correspondería, por el contrario, con el nivel más bajo de conciencia?
Al decir belleza hablamos de fealdad, al decir luz hablamos de oscuridad.
Son opuestos. Al citar a una, ya estamos hablando de la otra. Si tenemos que
definir la fealdad, te diría que muchas veces yo busqué un concepto antagónico
a la belleza... Con este sistema de opuestos hablaba de bueno y malo, de bello y
feo. Pasé por todo aquello y al final me quedé con dos conceptos-herramienta:
útil e inútil. Útil es todo aquello que nos ayuda a alcanzar niveles de conciencia
más elevados; inútil es todo aquello que nos rebaja el nivel de conciencia, lo que
repercute sobre el sistema nervioso provocando depresión y autodestrucción. El
ataque a nuestra propia salud conduce a la destrucción de los demás. Sin
embargo, el nivel de conciencia más alto conduce a la euforia de vivir y al deseo
de inmortalidad, eternidad e infinito. La inmortalidad se alcanza
probablemente -ya que la muerte es un fenómeno individual- de manera
colectiva: exaltando y defendiendo a la humanidad. La raza humana como
colectivo puede ser infinita. La muerte es individual, y saberlo ayuda a
entender el mundo. La negación de la muerte es la negación de lo individual.
121
IV
¿Es necesaria la ebriedad para soportar la vida?
Emborracharse produce una gran alegría emocional, pero el alcoholismo es
horrible. Puede ocurrir que bebamos de manera esporádica como escape o
diversión, pero no es necesario. Pienso que la gente inteligente tiene que abrir
las puertas de la percepción, pero no hace falta que lo haga como hizo Timothy
Leary, que convirtió su mundo en ebriedad, se hizo adicto y murió drogado, sin
ser él mismo.
Una cosa es romper con tus propios límites y otra, evadirte. No recomiendo a
nadie que se evada, no hago apología de esa ebriedad escapista. Ni siquiera
recomiendo la marihuana, porque es un prozac generoso, un calmante, pero no
es bueno estar sedado todo el día.
¿Y tomar hongos al menos una vez en la vida?
Eso es distinto. La experiencia que produce te acerca a la metafísica y a la
mística. Cuando se fuma marihuana por primera vez, también se abren los
sentidos: enseña a comer bien, a oler bien, a sentir bien la música. Pero basta
una o dos veces para aprender. Si no, acaba creando un ejército de necios
sensuales y perezosos que se sienten genios, así como el alcoholismo acaba
volviendo a la gente violenta, y esto de poco sirve.
¿Habría llegado usted a ser como es sin haber tomado sustancias alucinógenas?
Yo no he llegado a nada. ¿Adonde he llegado? (Se levanta y gira sobre sí
mismo.) No se llega. En mi caso, necesité tomarlas en un momento dado, hacia
los 40 años, cuando iba a hacer La montaña sagrada y tenía que interpretar a un
maestro. Necesitaba saber cómo era la mente de un sabio. Yo no tenía esa
mentalidad, y percibía mis límites. Entonces contraté a un gurú, Oscar Ichazo,
que fue uno de los creadores de la moda del eneagrama y el maestro de Claudio
Naranjo. Le pagué diecisiete mil dólares para que me diera un LSD y me guiara.
Era un ácido puro, un polvo que disolvió en zumo de naranja. Una hora más
tarde me dio un cigarro de marihuana. La primera toma duró ocho horas,
pasado un tiempo volvimos a tomar. Fueron dos sesiones en las que aprendí
mucho y rompí mis propios límites. Yo creo que estas experiencias no deben
hacerse por espíritu festivo, tampoco solo ni en compañía de gente que no haya
alcanzado un alto nivel de conciencia. Puede ocurrir que durante la toma veas a
esa gente como a demonios.
Ésta es la explicación de por qué tomé este tipo de drogas. La consecuencia es
que me abrió la mente y me sirvió para demostrarme hasta dónde podía llegar.
Gurdjieff decía que las drogas son para eso: tú estás en el sótano de un edificio
y la droga te hace subir a la terraza de golpe. Estás en el garaje y te hace saltar
cincuenta pisos. Ves todo el horizonte, toda la ciudad, y cuando vuelves, te das
cuenta de que para llegar de nuevo arriba tienes que trepar todos los pisos tú
solo, sin drogas.
Como en el mito de la caverna, pero pudiendo otear más allá.
Sí. Pero, en este caso, trepando con tu propio esfuerzo, sin LSD. Se trata de
llegar a ver sin drogas, y se puede hacer. De otro modo no sirve.
122
En Occidente, carecemos de un marco de referencia o de una cultura de usos para la
toma de estas sustancias. Por ejemplo, los hongos aquí se consumen de los modos más
brutales, en fiestas, sin referencia ni finalidad. A usted se los proporcionó María Sabina,
la chamanita...
Me los mandó a través de una persona llamada Francisco Fierro, que era su
asistente. Él sabía cuánto había que tomar, cómo vomitar, qué hacer durante la
toma y todo eso. Esa experiencia puede resultar un ritual muy sabio si
prescindimos de inyectarle dioses. Porque eres tú quien tiene que hacer el viaje,
sin dejarte teledirigir desde fuera ni que te impongan arquetipos; entre otras
cosas, porque tus arquetipos están dentro de ti y tu viaje es tuyo.
Muchos practican cultos sincréticos con la ayahuasca, como con otras drogas.
La ayahuasca no tiene por qué ser mezclada con santerías y cosas de este
tipo, como ninguna otra droga. La ayahuasca hay que tomarla tranquilamente,
sin ritos, y guiada por alguien que la conozca, como todas las drogas
psicodélicas.
Quiere decir que estas sustancias hay que tomarlas con alguien que las conozca, pero
que no proyecte una forma de cultura religiosa o su interés o historia personal sobre los
demás...
Efectivamente, con alguien que haya desarrollado su espíritu y que actúe
como guía, pero sin imponerte sus conceptos durante la experiencia. Que
cuando tengas angustia te muestre el camino de salida. Yo estaba con Óscar
Ichazo tomando y, de pronto, sonó el teléfono. Estaba en pleno viaje, y me dijo:
«Contesta». «Pero ¿cómo?», le pregunté. «Tú puedes estar en dos mundos»,
contestó. Cogí el teléfono, hablé normalmente y seguí con la toma. Ese es un
buen guía.
Pude, y cualquier persona puede estar en dos mundos: uno que se llama real
y el otro. Esa es una gran lección que sólo puede dar un maestro. Esto es sólo un
ejemplo de lo que podemos aprender en un viaje.
O sea que la sustancia le abrió al conocimiento...
Para mí fue un gran paso. Recomiendo hacerlo al menos una vez y de una
manera guiada. Yo observé que mi mujer, Marianne, tenía límites espirituales a
pesar de hablar seis idiomas, ser joven y universitaria, precisamente por haber
recibido una educación francesa racionalista. Quería seguir el camino del tarot y
le dije que no se podía quedar presa en esa cárcel de lo racional y que necesitaba
una experiencia psicodélica. Entonces la acompañé a Holanda. Arrendé un
cuarto cuya ventana daba al cielo y a las dos o tres de la mañana le hice comer
unos hongos para que el efecto llegara hasta la luz del amanecer. La guié. Le fui
marcando el camino y resultó ser una experiencia decisiva en su vida. Si yo
hubiera aprovechado que estaba en un viaje y la hubiera seducido, ella habría
perdido todo el beneficio de aquella experiencia.
Incluso la marihuana debería ser tomada como algo iniciático, como el
alcohol en las fiestas báquicas. El ágape forma parte de esa cultura que hemos
perdido.
123
¿Qué extraño mecanismo de la conciencia puede hacer que estas sustancias rompan
límites?
Estamos acostumbrados a vivir en un mundo lineal, en una arquitectura
cúbica y racional, y por eso estamos obligados en un momento dado a romper
las limitaciones. Muchas veces no podemos hacerlo, precisamente porque
estamos presos en la mente. Por eso tenemos que realizar una experiencia en
que nuestros mecanismos de percepción salten con el fin de conocer otros
mundos.
Los chamanes eran gente primitiva; pero ahora somos nosotros los que
queremos tomar hongos a nuestro aire, no con sus ritos. Yo no voy a tomar
nada con un chamán, a la antigua. ¿Para qué? ¿Para que tomando ayahuasca se
ponga a cantar a la Virgen María o a la serpiente? ¿Qué me importa todo eso?
Algunos seguidores de la terapia gestalt ponían discos de Wagner para tomar
ketamina. ¡No, por favor!
Cuando tomas sustancias debes estar en la naturaleza, esperando que llegue
la luz del día, con la menor interferencia posible. Basta con un maestro que te
diga por aquí y por allá. Y con una o dos tomas es suficiente para que el cerebro
se te abra bien para toda la vida.
En realidad no se trata de drogas. Una experiencia de hongos no es como
consumir drogas. Yo tenía un frasco con un polvo de hongo y decidí dárselo a
unos seres queridos porque pensé que era mejor dárselo yo a que se lo diera
cualquier imbécil con la excusa de montar una fiesta y hacer tonterías.
Imagino que estas sustancias son sagradas para usted.
Un momento, no caigamos en la trampa del concepto «sagrado». Todo puede
ser sagrado para un santo, hasta un excremento de perro. Y para un ciudadano
normal nada es «sagrado» sino quizás «útil». Hay que decir que estas
experiencias cambian de función y de resultado según los niveles de conciencia
que tenga quien las toma. Las sustancias psicodélicas fueron, en primer lugar,
tomadas por los chamanes, que tenían un nivel de conciencia superior a la tribu.
Mi tesis es que son recomendables sólo para gente que tenga un alto nivel de
conciencia. Hay gente con un nivel de conciencia casi animal que puede
perderse o acentuar su tendencia enfermiza con las sustancias. Hay que tener
mucho cuidado, no sólo a la hora de ver a quién se las das, sino para decidir con
quién las tomas. Tengo una frase que puede resumir esta situación: «No se
adonde voy, pero sé con quién voy». No se debe tomar este camino con
personas que son incapaces de absorber la vivencia, porque te intentarán
arrastrar y sacarte de tu viaje. Da drogas a los soldados y los convertirás en
asesinos. Da drogas a un santo y podrá hacer obras magníficas. Mucho cuidado
con esto. No pensemos, como pretendían algunos, que al echar LSD en las
fuentes de una ciudad vas a mejorar la sociedad. Eso sería un peligro público.
Por ejemplo, la ayahuasca ha caído en manos de gente con mentalidad
romántico-infantil y la ha convertido en religión. Grave error. Los grados de
conciencia bajos, de manera sistemática, malgastan estas energías. Pero está
claro que en un momento dado, cuando se accede a una formación social racional, como la que nos imparten, es necesario que la gente que tiene
responsabilidades tenga una experiencia para que sepa qué hay más allá de lo
racional.
124
Pero habrá gente que no las necesite...
Claro. En este momento yo no las necesito. Es como estar dentro de los
sueños, y yo ya lo estoy. ¿Qué gano con ver alucinaciones y cosas que ya
conozco? La experiencia es hermosa, de acuerdo, pero ¿qué voy a encontrar allí?
Es útil cuando sientes que tienes un límite y tomas para que te ayude a
superarlo. La persona con bajo nivel de conciencia se asusta si descubre que
tiene un límite, se enoja y llora al saberlo. La persona con un nivel más alto de
conciencia lo único que desea es que le digan dónde están sus límites para
poder vencerlos, y lo agradece profundamente porque podrá mejorar. La gente
con bajo nivel de conciencia anda buscando que alguien le confirme sus valores,
pero la gente con alto nivel de conciencia lo que busca es que alguien le marque
sus defectos para superarlos.
V
¿Podría explicarnos qué es realmente el tarot?
El tarot es una máquina metafísica. Un organismo de imágenes y formas muy
difícil de resumir, uno de los primeros lenguajes ópticos de la humanidad. El
tarot tiene 22 arcanos mayores. Si con el alfabeto español se puede escribir El
Quijote, imagínate lo que puedes hacer con 22 cartas, a las que hay que sumar
otros 56 arcanos menores.
El tarot responde a unas reglas de óptica proyectiva. Es como un espejo que
te permite desarrollarte en la medida en que vas viendo más y más de ti mismo.
Yo lo uso para los demás y también para mí, para asomarnos a este espejo y
poder comprendernos. Si, por ejemplo, le pregunto «¿Qué es rezar?», él me
responde. «¿Qué es el amor?», me lo explica. «¿Quién soy yo?», y ahí apareces.
El tarot nos enseña el inconsciente del consultante y, si puede ayudarle, le
ayuda. Sirve para sanar.
El tarot se puede usar para todo menos para leer el futuro.
Cuando la gente se interesa por el porvenir, y me pregunta por ejemplo
«¿Voy a encontrar un hombre?», les contesto: «Eso no te lo voy a decir porque
puedo influenciarte, lo que te voy a explicar es por qué hasta ahora no has
encontrado un hombre». «¿Voy a tener dinero?», quieren saber, y lo que les
enseño es por qué no tienen dinero. «No sé si vivir en Madrid, o Barcelona», me
plantea otro, y, bueno, lo importante es saber por qué no sabes decidirlo. Todo
lo reduzco a la actualidad.
En realidad yo no creo en el futuro, es una cosa que no quiero ni tocar porque
el cerebro tiene tendencia a obedecer predicciones. A la persona que tiene un
poquito de fe en ti, si le dices que se va a partir la pierna, se la parte.
A veces lo que ocurre es que esa gran máquina mágica que es el tarot, cuando
cae en manos de los pseudotarotistas, queda reducida a un instrumento para
leer el futuro. Lo convierten en un objeto. Es un crimen que se desconozca que
el tarot es una obra de arte sagrada.
Ha dicho que para poder leer el tarot hay que distanciarse del consultante, no
interferir en su vida para nada.
Sí y no. Para leer el tarot hay que identificarse totalmente con el consultante,
125
ahora bien sin interferir en sus asuntos. Hay que respetarle, sin pretender
influirlo o utilizarlo.
Yo siempre lo he leído de manera gratuita -excepto durante unos meses
cuando empezaba, porque tenía que ganarme la vida- no porque fuera
generoso, sino porque el tarot es algo útil para los demás. Si cobro lo desvirtúo
y, de esa manera, no lo puedo conocer a fondo. Hacer tarot es hacer el bien y es
hacer arte.
O sea que lo que hace con el tarot es «consultar al consultante».
Sí. Es como un contador Geiger. Te dice qué pasa, qué sucede, cómo va esa
persona. Se lo dice a ella misma. Y a veces responde cuando existe una duda o
una elección. El tarot aclara, muestra la voluntad del consultante y ayuda a
descubrir lo que hay en él.
¿Cómo podemos entender lo que nos dice el tarot?
Al principio tratando de desarrollar la telepatía, intenté adivinar. Luego me
dediqué simplemente a leerlo, lo que no me impide tratar de ver cómo es la
persona consultante, cómo están su salud, afectos, sexualidad o intelectualidad.
Acepto al consultante con sus límites, siento su voz, noto cómo huele su aliento
y, a veces, le toco. Capto todo lo que puedo antes de echarle las cartas: veo
cómo las mezcla, cómo se mueve, cómo actúa, cómo me habla.
VI
A lo largo de la historia de la humanidad, la metáfora de la transformación personal
ha tomado distintas formas. Una de ellas ha sido la magia. ¿Es posible la magia sin
superstición?
La magia no es la superstición, la magia es la naturaleza del mundo. El
mundo no es lógico ni racional, es mágico, y existe una estrecha unión de todos
los acontecimientos, por eso llamé a mi libro La danza de la realidad, porque todos
los acontecimientos están ligados, unidos; el tiempo no es lineal, los efectos
algunas veces se producen antes que las causas, hay misterios... El setenta por
ciento del mundo no podemos comprenderlo, como el chimpancé no
comprende el noventa por ciento del mundo. Nos queda mucho por aprender.
La realidad es milagrosa, es mágica. Obedece a principios que no son
científicos. La realidad no es científica.
Y cuando no entendemos esa naturaleza del mundo creamos supersticiones...
Exacto, y creemos en cosas que no son porque las necesitamos.
¿La magia trabaja sobre la realidad o sobre nuestra manera de ver el mundo?
En la magia, si eres consciente, podrás ver las metáforas, las analogías: para
que llueva, el chamán hace ruido con los dedos en la tierra. Si has evolucionado
te das cuenta de que esto, a un cierto nivel, funciona porque esa analogía es útil.
El inconsciente acepta las metáforas, y cuando tú conoces las leyes del
inconsciente te das cuenta de que la magia maneja esas leyes. La magia trabaja
sobre el inconsciente.
126
Hablo del inconsciente de la realidad, no de nuestro pequeño inconsciente.
Al ser misteriosa, la realidad muestra que existe un inconsciente personal, uno
familiar, uno de grupo, uno del planeta, uno del universo... Así es la realidad. El
mundo es tanto lo manifestado como lo no manifestado. El mundo es tanto lo
que es como lo que no es. El mundo es tanto la posibilidad que se nos aparece
como las infinitas posibilidades que se nos ocultan.
Uno es una conciencia inmortal, una exacta reproducción del universo. Tu
inconsciente es una partícula y al mismo tiempo la totalidad del cosmos. Y
digan lo que digan respecto a tu limitado cuerpo, eres la conciencia total. Te
cuenten lo que te cuenten de tu carne efímera, si llegas a integrarte en la
conciencia divina, eres inmortal. Sin embargo, para lograrlo hay que tener la
humildad de borrarse personalmente aceptando ser sólo un canal. Pero si te
presentas como un ser todopoderoso que lo sabe todo, serás un farsante. Por
más que yo trate de ser más de lo que soy, no soy más de lo que soy. Hay que
ser consciente de lo que somos. El poder más grande de tu vida es poder
ayudar, y el beneficio más grande que tiene el hombre es vivir en paz. Hay
misterios, pero uno no los domina. He conocido pequeños milagros telepáticos,
que cada día son un poco mayores. Pero no llego a las cosas que se cuentan en
las leyendas: «El maestro ve a una persona, y conoce su nombre y fecha de nacimiento». No llego a eso, pero llego a otras cosas. La telepatía existe, lo sé.
¿Cómo definirías la magia negra, frente a la magia blanca?
La magia negra es una magia enferma que intenta aprovecharse de la
naturaleza del mundo. Es una magia inútil porque se encamina hacia la
destrucción. Existe sólo en quien cree en ella. Abrirle la puerta puede ser muy
peligroso para uno.
¿Cómo se explica la existencia de una magia blanca y otra negra?
El espíritu tiene raíces profundas, ramas profundas. Te puedes fundir hasta
lo negativo infinitamente, en lo oscuro, o puedes elevarte hasta la luz. Es una
cuestión de elección. Pero de la magia negra no quiero hablar porque, como ya
he dicho, es una cosa enferma.
La técnica ¿no es la magia actual aplicada?
No sabemos qué es. Sabemos que funciona. Al igual que desconocemos qué
energía mueve al universo. Todavía lo ignoramos. Podemos intuir cómo
funciona el mundo y a eso lo llamamos de muchas maneras, incluso Dios. Lo
que no llegamos a entender lo denominamos magia, pero en realidad es una
utilización de lo mágico. Estamos hablando de un uso de la magia, pero no
sabemos exactamente qué es. No lo controlamos. No podemos todavía.
¿Cuáles son las leyes de la magia?
Son cuatro: querer, osar, poder y callar. Por «callar» entiendo «obedecer». La
fuerza en reposo es la mayor fuerza, por eso a veces cuento esa historia
iniciática que relata cómo el hombre más fuerte del Imperio chino hace su
demostración de fuerza sacando una mariposa de una cajita y diciendo: «Soy
tan fuerte que puedo tomar una mariposa por las alas sin dañarla». Eso es
callar.
El conocimiento hay que manifestarlo sólo cuando se nos pide, y si no hay
que callar. Una cosa es dar y otra obligar a recibir a los demás...
127
¿Y cómo interpreta «querer, osar, poder y callar»?
«Querer»: si tú no quieres, no avanzas. Hay quien no quiere curarse. Los
evangelios lo apuntan cuando Jesús pregunta al paralítico si quiere andar,
porque si uno no quiere, ni un dios te puede curar.
«Osar»: curarte es hacer frente a los cambios que la curación te va a producir.
El paralítico llevaba cuarenta años inválido, así que curarse para él significaba
no tener dinero porque no mendigaría más. Cuando estás enfermo, en realidad,
estás llamando la atención de los demás para que te cuiden, estás pidiendo
cariño. La enfermedad es una comedia de peticiones. El enfermo pide a gritos
que lo amen. Hay que osar ser curado, entrar en una nueva individualidad en
donde desconoces la dirección porque se produce un cambio y, en cierta
medida, una nueva personalidad.
«Poder»: significa que una vez que estás haciendo las cosas, entras en lucha y
no tienes que ser tu propio enemigo. Para poder hay que ser uno y no ser otro,
no luchar contra ti mismo porque ello te producirá una gran neurosis de
fracaso.
«Callar»: significa que cuando intentas transmitir lo que ganaste, lo pierdes
por exhibicionista. Éste es el problema que tienen algunos gurús: muestran su
santidad y la pierden en ese mismo acto. El verdadero maestro es invisible: no
tiene flores, ni collares, ni anillos, ni fotos, no tiene escuela ni discípulos. Para el
verdadero maestro toda la humanidad es su discípulo. De manera disimulada
desliza bienes y conocimientos que puedan elevar el nivel de conciencia del
otro. No necesita escuela ni ambiciona ser maestro. Es maestro porque obedece
a una voluntad universal que es superior a él.
¿Qué hace un alquimista?
Lo primero sería definir qué es un alquimista: el que busca la piedra filosofal,
el que cambia los metales viles en oro, el que busca un disolvente universal y,
por último, el elixir de la larga vida. La piedra filosofal: el alquimista quiere
desarrollar sus valores interiores hasta lo increíble, hacer crecer su ser y, gracias
a eso, a través de su nivel de conciencia, poderse elevar a otras dimensiones.
El elixir de la larga vida es una persona que acepta su vida y vive todo lo que
tiene que vivir sin autodestruirse.
El disolvente universal es una persona que ha desarrollado en su corazón el
amor divino. Amor es lo que disuelve todas las resistencias.
VII
¿Por qué nos curamos cuando reímos?
En cierta manera porque al reírnos nos desprendemos de lo que nos duele o
tortura. La risa nos crea una distancia con nuestros propios conflictos y libera
los nudos. Ayuda momentáneamente. Abre los diques y proporciona la
felicidad durante unos instantes. Es tan buena como el estornudo, que es rápido
y liberador.
Así funcionan también los chistes...
Pero no existe un solo tipo de chiste, sino muchas variedades. Hay chistes
128
agresivos, racistas o sexuales que son enfermos. La gente expresa gran cantidad
de enfermedades con este tipo de chistes que los libra de la angustia de estar
cargando con esas cosas. Pero existen ciertos chistes, que podríamos llamar
iniciáticos y que tienen un contenido metafísico, filosófico, humano: son chistes
profundos. Esta manera de hacer humor fue siempre utilizada en las escuelas
místicas: los sufíes contaban historias sobre el sabio idiota Mulla Nasrudin, algo
parecido hacían los roshis zen, y también hay toda una serie de chistes sobre
rabinos. En las escuelas iniciáticas el chiste es un elemento importante con tanto
valor como los textos sagrados. Es increíble pero es así. De la misma manera
tenemos que entender los cuentos, por ejemplo los de hadas, que también son
valiosos.
Aunque nuestra cultura los denigra.
Sí, porque nuestra cultura denigra todo lo que es profundo. Por ejemplo la
ceremonia del té. El té era un elemento esencial en las culturas orientales, en
especial en China y Japón, como el café en el sufismo. En cambio ahora lo
tomamos a todas horas, cuando en realidad se trata de productos sagrados, como lo es la marihuana. Cuando fui a Holanda y pregunté cómo tomaban los
hongos, me contestaron que los ponían en una pizza. La gente se los come sin
ningún sentido. Todo lo sagrado se ha perdido.
Hace poco vendieron en subasta pública las obras de arte que dejó en
herencia André Bretón, y lo curioso es que lo mejor que tuvo fueron sus
piedras. Bretón se dedicaba a recoger bellos guijarros que para él eran la obra de
arte más grande que existía. Lógicamente, no tienen ningún valor comercial. La
poesía tampoco se vende. Eso es lo maravilloso del verdadero arte, que no han
conseguido que sea industrial. El hombre, cuando llega a un nivel de conciencia
adecuado, siente lo sagrado en todo lo que le rodea y el mundo cobra así su
sentido. Las plantas, las piedras, el chiste: son sagrados; las cosas se van
sacralizando. Conocí a un chamán que curaba la afonía con una infusión de
excrementos de vaca.
¿Recuerda algún chiste en especial?
Cada día tengo uno predilecto. El de ayer era acerca de un hombre que gana
la lotería y le preguntan si está contento con los millones, y contesta: «No estoy
contento, porque compré dos billetes: con uno me tocaron los millones, pero
con el otro no me tocó nada». En lugar de ver la alegría de la vida, este hombre
se aferra a lo negativo de ella.
Hay que reírse de lo absurdo del mundo y no creerse nada..., pero ¿tampoco a
nosotros mismos ni a nuestras propias mutaciones?
Claro. Hay diferentes humores. El humor negro, que es distanciarse del
mundo. El humor normal, que es reírse del mundo. El humor pánico, que es
carcajearse y estar feliz de la vida. No hay que reírse de, como hace el humor
vulgar, sino reírse con, como hace el humor surrealista. O el humor pánico, que
es reírse, sencillamente: ser feliz en medio del caos y de la destrucción. Los
chinos accedieron a este descubrimiento inventando el juego de morir... Un
maestro murió con la cabeza en el suelo y con los pies en el aire, carcajeándose.
Eso es entender la existencia.
129
La estela de la vida
I
¿Cree que podemos escapar de nuestro origen o que estamos determinados por él?
Tenemos predestinaciones del pasado, sin duda, pero lo que hay que hacer es
tomar conciencia de ellas y no obedecerlas. Podemos elegir cada paso siguiente
de nuestra existencia. En eso consiste nuestra libertad, en no dejarse determinar
por el pasado ni repetirlo.
¿Es posible intuir, como sostienen algunas tradiciones, esas vivencias anteriores o
influencias que pesan sobre nuestra vida?
No puedo hablar de vidas anteriores, pero sí decir que antes de nacer era
algo -no sé qué- y que después de morir seré algo -tampoco sé qué-. Eso es todo
lo que puedo asegurar, el resto no lo conocemos. Ahora bien, aunque
imagináramos vidas pasadas, no sería posible asegurar que fuesen verdaderas,
no hay medio de probarlo.
Ciertas interpretaciones religiosas, para explicarnos el dolor, apuntan que quien nace
ciego está pagando por algo que cometió en otra vida, tal vez porque sacó los ojos a
alguien...
Bueno, ¡aceptémoslo! Pero esa persona a la que sacaron los ojos en otra vida
está pagando que en una vida aún más anterior también él sacó los ojos a
alguien que a su vez en otra encarnación fue verdugo, y así son todos culpables
y no hay víctimas, o son todos víctimas y no hay culpables.
De modo que usted no cree que debamos justificar las desigualdades de origen por
supuestas deudas kármicas.
Efectivamente, porque además de ser falso resultaría antiterapéutico. Las
cosas no se pueden justificar por un destino. Estamos marcados por la vida
familiar, educacional y sociocultural. Es algo que llevamos encima desde que
nacemos, pero eso no significa que tengamos que cumplir un destino. Uno ve el
mundo de manera diferente si habla inglés, español o francés. Somos seres
130
amaestrados por una cultura que formatea nuestro cerebro. Tenemos que luchar
contra esa imposición para ser nosotros mismos.
Leyendo sus obras se tiene la sensación de que estamos obligados a liberarnos del
estado condicionado en que nacemos...
No tenemos ninguna obligación. Sería bueno que nos liberáramos, pero no
estamos obligados.
Para desarrollarnos, ¿necesitamos desapegarnos de lo que nos viene dado?
¿Para desarrollarse en qué sentido?
Quiero decir espiritualmente.
Krishnamurti se desarrolló mucho espiritualmente, sin embargo algunos se
suicidaron a causa de sus teorías. No se trata sólo de desarrollarse
espiritualmente, hay que ver qué nos interesa. Yo no creo en la espiritualidad,
yo creo en la salud.
De acuerdo: para sanar, ¿es necesario que nos despojemos de nuestro origen?
Todo lo que traemos -somos como el gusano- tiene que retorcerse hasta
convertirse en una mariposa. No debemos despojarnos de nada. Lo que hemos
recibido es un tesoro. No es necesario castrarse o eliminar una parte. Hay que
fecundar y mutar lo que nos viene dado.
¿Acaso no puede alguien ser feliz en su familia o en su casta, en su mundo o con su
educación, y querer continuar con lo recibido?
Si lo es, que continúe así. Pero todo el mundo tiene una cruz. La mía es la
mía, la tuya es la tuya: yo sólo te puedo hacer consciente de tu cruz y, a partir
de ahí, te la quitas o no. Eso depende de ti.
¿Es posible que sin arreglar el mundo y la sociedad podamos estar bien con nosotros
mismos?
No podemos. O mejor dicho: seríamos islas de perfección en medio de la
imperfección.
¿No hemos mitificado la rebelión contra todo lo precedente como un rasgo de
individualismo absoluto?
Yo no utilizaría la palabra «rebelión» para hablar de esto. Si queremos que el
mundo cambie, prefiero hablar de «mutación». Si queremos transformar la
realidad, empecemos por nosotros mismos. No pidamos al mundo que nos
cambie ni luchemos contra la sociedad. Tenemos que ser nosotros mismos
quienes afirmemos nuestros propios valores.
La religión y las costumbres nos integran en un grupo que forma nuestra
personalidad. ¿Acaso son mejores otras tradiciones que la que nos ha correspondido?
¿Tiene sentido cambiar de religión?
131
No, no tiene sentido. Pasar de una tradición a otra no tiene verdaderos
efectos porque un dios es igual a otro. Es otra caricatura, otra limitación. Hay
que superar la limitación para lograr estar abiertos a la vida. El siglo tiene que
dejar de ser religioso para llegar a ser místico. Habrá un momento en que todos
los seres humanos del planeta posean el mismo sentimiento místico y dejen de
lado las religiones. No creo tampoco que haya una religión mejor que otra.
II
¿Cómo habría que tomarse el «qué dirán» de nosotros los demás?
Hay dos posturas: la de aquellos que tienen en cuenta el «qué dirán» y la de
aquellos que se preocupan por el «qué diré yo de mí mismo». Un bárbaro
psicológico puede vivir en el qué dirán, pero una persona que tiene un alto
nivel de conciencia diría: «Esto es lo que yo quiero de mí, precisamente porque
soy consciente».
Ahora bien, existen distintos niveles de conciencia. El primero es un nivel
animal que piensa: «Lo que tengo, lo tengo yo». Por la calle se puede ver gente
así: mercenarios, ladrones o asesinos. Por encima de ese nivel está el nivel
infantil, donde todo es un juego superficial; en ese estado no hay conciencia ni
de infinito ni de eternidad, ni de muerte ni de universo. Después hay otro nivel
de conciencia adolescente donde todas las soluciones del mundo están en la
pareja, en esa reducida célula del amor, y que es un nivel que la mayoría de las
revistas del corazón, las historias de la televisión o el cine desarrollan. Este nivel
sirve para encontrar la felicidad en la pareja y todo lo que conlleva. Pero si
vamos más lejos se puede acceder a un nivel adulto, y ahí aparece «el otro».
Aún así, existe el adulto egoísta y el adulto con conciencia social y planetaria. El
primero explota a los más débiles o a los menos inteligentes, crea industrias
nocivas o acapara el poder político. Es nefasto. El segundo comprende que el
otro es tanto como él, que se tiene que preocupar de las catástrofes sociales y
ecológicas, es decir del mundo en que vivimos todos. Conoce la
responsabilidad. Pero por encima de todos ellos existe un nivel de conciencia
cósmica donde el ser vive en el universo entero, espacio infinito, tiempo eterno,
permanente impermanencia... En ese nivel se encuentran esos grandes temas
como el «conócete a ti mismo». Y más allá todavía existe una conciencia divina
donde podríamos concebir qué es ese constructo que hemos llamado Dios.
¿Cree que es posible asomarse a ese nivel de conciencia divina?
Sí. Y llegar a la conclusión, para empezar, de que tenemos que dejar de
hablar en nombre de Dios... Tenemos que dejar de pensar que Dios nos va a
arreglar las cosas, y decir que si Dios construyó mal este universo, aquí estamos
nosotros para rehacerlo. Si hay un Dios, estamos para ayudarlo. Así nos
apoderaremos del mundo y de nosotros mismos, haremos lo que queremos con
plena conciencia y con plena responsabilidad. En este nivel de conciencia divina
se encuentra el arte verdadero.
Sin el desarrollo de la personalidad, ¿es posible acceder a altos grados de conciencia?
A veces, el desarrollo de conciencia coincide con el desarrollo de la
personalidad, pero no siempre. Cada caso es diferente. Una vez vino a verme
132
Vittorio Gassman. Sufría una fuerte depresión y era ya un artista célebre. Al
hacer su árbol genealógico vi que su madre deseaba que fuera actor y que él no
quería, lo que pagó con dolor. Enfermó y padeció depresiones. Era famoso, pero
aquélla no era su vocación. Aunque era un gran actor, eso no le servía de nada.
Le recomendé muchas cosas: le dije que fuera a la tumba de su madre, que matara a un gallo y llenara la tumba de sangre, que se untara el pene de sangre y
penetrara a su mujer con furia. Me dijo que si no fuera Vittorio Gassman lo
haría pero que, siendo lo que era, no podía. Dos años más tarde, murió. No
había contado esto antes, pero es un buen ejemplo para mostrar que uno puede
realizarse obedeciendo a los demás e incluso tener éxito, pero si no eres feliz de
nada te sirve.
¿Obedecemos predicciones ajenas permanentemente, sin ser nosotros mismos?
El cerebro tiene tendencia a guiarse por las predicciones, hay que tener
cuidado para no caer en eso.
Usted suele hablar de la capacidad de la gente para programar incluso su propia
muerte. Hay quien está convencido de que va a morir a cierta edad y lo cumple...
Así es. El cerebro se programa imitando a veces la edad de la muerte de
familiares o personajes célebres.
III
¿Somos niños disfrazados de adultos?
Somos viejos disfrazados de niños, antiquísimos, milenarios. En nuestra piel
hay millones de células con una compleja memoria.
Se dice que no debemos dejarnos llevar por la película de la vida..., pero eso no es tan
fácil.
Mucha gente se deja llevar, efectivamente, por lo que llamas la película de la
vida. La mayoría quiere ser como los demás y eso les conduce a una muerte en
vida. Hay que llegar a encontrar lo que nos distingue de los otros para llegar a
ser algo. En cuanto intentamos ser parecidos a los otros, nos convertimos en
zombies.
A menudo, en la juventud se anhela vivir la vida de otro, vivir a través de lo que
viven los demás...
Cuando yo comencé mis estudios de psicomagia conocí a distintos maestros.
Uno de ellos fue Óscar Ichazo, que un día me dijo: «Durante un tiempo me vas
a imitar porque te he dado conocimientos que tú no tenías: he marcado tu alma
virgen». El alma imita durante un tiempo a aquel que la ha despertado, pero eso
dura muy poco si se es consciente y mucho si se es ingenuo.
Para sentir una vida plena ¿cree necesaria una reconciliación con los padres?
Para mí fue enriquecedor conocer a Goyo Cárdenas, un criminal en serie que
mató a diecisiete mujeres y las enterró en su jardín. Estuvo durante diez años en
133
un manicomio y luego se hizo abogado y tuvo familia. Yo lo conocí en el
periódico El Heraldo, tomando café. Era un señor muy afable. Le pregunté cómo
había pasado por aquello y me dijo que ya estaba olvidado todo porque había
sido otra persona quien lo había hecho.
Era sincero, porque creo que se pueden vivir muchas vidas en una misma
vida, en una misma persona y en un mismo cerebro. Existe la redención. Él
pagó su culpa y se redimió. Los valores que luego mostró Goyo Cárdenas
estaban ya en él incluso cuando era un criminal. Era un ángel en una
personalidad desviada. Cuando la personalidad desviada se disolvió, apareció
su ángel. Yo creo que con la familia ocurre lo mismo: nos hacen daño, es como
una trampa, nos acortan la vida, nos fastidian psíquica y socioculturalmente,
nos proporcionan un limitado nivel de conciencia, nos sacan de nuestro ser
esencial, nos inculcan ideas que no son nuestras, y en el momento en que nos
encontramos en el mundo, todo aquello se desploma y tenemos que reconstruir
la vida. Perdonamos porque no hay nadie culpable. Generación tras generación,
cada una es víctima de la anterior. Llevamos muchos siglos siendo víctimas,
pero al final comprendes que no ha de haber ya más rencor.
Yo llegué a pensar que mis padres eran culpables por haberme hecho nacer.
Pensaba que haciéndome nacer me daban la muerte. Los culpaba de muchas
cosas, pero luego entendí la frase de Buda que dice: «La verdad es lo que es
útil». Entonces me puse a pensar y me dije: «Yo era algo antes de nacer y elegí a
mis padres porque los necesité como escuela. Los límites que ellos me dieron
son lo que me han hecho y yo soy lo que soy gracias a ellos». Hay frutos
maravillosos de árboles torcidos.
¿Cree que es necesario «matar al padre», como apuntó Freud?
El acto simbólico de la muerte del padre es absolutamente necesario, pero
hay que hacerlo de forma inteligente, con lucidez y sin rencor. Si percibes a tu
padre de una manera violenta, es que no lo estás matando: estás pidiendo que
te ame porque lo necesitas. Pero si llegas a poder verlo positivamente, sin su
pedestal y sin tenerle miedo, ya no estás rogando que te ame para poder
existir... Y es ahí cuando le matas, cuando le haces caer. Pero una vez derribado
hay que reconstruirlo y adjudicarle los valores, porque los padres tienen
valencias esenciales, aunque sean monstruos: nos dan la vida, dejan su huella
en ciertas partes de nuestro ser y se convertirán en el motor que nos permitirá
llegar a ser quienes somos de una forma consciente.
Con el padre hay que aplicar esa máxima de la magia operativa que dice:
«Disuelve y coagula». Para poder superarlo hay que disolverlo previamente.
Poner todas las cosas en su sitio y observarlo intelectual, física y sexualmente
para ver quién es. Y después hay que coagularlo, rehacerlo en tu interior como
tú quieres que sea. Hay que realizar un trabajo interior y, una vez que superas
todo esto, recuperar al padre absorbiendo sus valores.
¿La crueldad de ciertos niños o preadolescentes es una creación frustrada? ¿Son
culpables de lo que hacen?
No hay culpa. Lo que tú llamas crueldad es, en realidad, inconsciencia. Un
niño no es cruel a menos que esté enfermo. En su comportamiento reproduce el
psiquismo de la familia, como los perros. Es ignorante y copia un ambiente.
Hay padres que actúan como gurús. Cuando un niño es racista no es el niño
quien es racista, es el padre quien lo es. Si un niño mata a otro niño, los padres
son los criminales. El niño, en este caso, está poseído. No podemos hablar de
134
maldad infantil: los niños no son crueles, eso es una leyenda; son sólo
inconscientes e ignorantes, no saben. Reproducen conductas de adultos.
Ha escrito que las heridas de familia nunca cicatrizan del todo.
Cierto. Yo creo que el ser humano tiene conductas animales pero también
vegetales. El animal tiene células que cicatrizan y cierran sus heridas. Sin
embargo, si cortas una rama no vuelve a crecer: una herida vegetal es para
siempre y lo único que podemos hacer es cubrirla. Por eso encontramos árboles
con oquedades, que producen hongos que alimentan al tronco. Nuestro corazón
se comporta, en este sentido, como los vegetales. Si le haces una herida nunca
cicatriza, ahí permanece. Lo que podría suceder es que nuevas experiencias
vayan cubriendo de vida a esta herida.
Yo no me consuelo de la muerte de uno de mis hijos, han pasado ya muchos
años y me sigue doliendo. Pero tengo una vida feliz junto a ese recuerdo,
aunque no exista el consuelo. He tenido la fuerza de crear, junto al desconsuelo,
otros amores, otras obras, otras satisfacciones. Se puede vivir junto a las heridas.
¿Qué papel desempeñan en nuestra vida los amigos y otros compañeros de viaje?
Yo tuve dos amigos en la infancia que fui reproduciendo a lo largo de mi
vida, a través de otras personas y circunstancias. Los amigos son, en este
sentido, como la familia: están siempre ahí. Son un vínculo similar a la
pertenencia a una generación, son generacionales. Vamos todos juntos viajando
en el mismo avión, somos pasajeros del mismo tren. Son muy importantes
porque somos seres gregarios y no hombres lobo. Considero fundamental la
amistad y el encuentro con los otros. Para saber que una amistad es
enriquecedora hay que saber por qué la cultivamos. La amistad es crear algo
juntos.
¿La juventud está llena de prejuicios que se van limando con el tiempo?
Uno no va envejeciendo y dejando caer las etapas, al menos de acuerdo con
mi experiencia. El niño siempre queda, el adolescente queda, el joven queda, el
adulto queda... A medida que uno va creciendo se va convirtiendo en un grupo
de seres y las personalidades se van sumando, porque donde hay continuidad
no hay separación.
A lo largo de la vida no se fijan prejuicios, sino creencias. Yo me acuerdo de
que a los 30 años hice una cosa fundamental: cogí un cuaderno y me dije: «Voy
a escribir todas las ideas que tengo en la mente. ¿En qué creo?». Y lo escribí, lo
hice para sacármelas como piojos de encima. Y luego me dije: estas ideas no son
yo; las puedo utilizar y me pueden resultar útiles, pero no son yo.
El joven a veces cree que lo que piensa es él, como uno a veces piensa que su
coche o que sus zapatos son él. Pero las ideas son como las camisas. No son uno
mismo. En la juventud uno se puede equivocar, pero a medida que avanza el
tiempo las cosas se van disolviendo y va quedando lo importante, el ser
esencial.
Durante la primera juventud aparecen los primeros ídolos musicales o mediáticos.
¿Son necesarios o limitan nuestro desarrollo?
Son necesarios para algunos. Yo no tenía ídolos pero me hice muy amigo del
poeta Nicanor Parra, que era fundamental para nuestro grupo y mayor que
135
nosotros. A veces necesitamos maestros o guías, aunque en mi caso de ciertas
actitudes sólo me salvó el arte. Yo era artista y tenía que hacer mi nombre y mi
obra, y por tanto no podía entregarme al ciento por ciento a otras personas ni a
otras obras. Aun así, busqué maestros y visité a maestros.
No me refiero sólo a los llamados maestros espirituales sino a los mitos mediáticos, a
los que tantos jóvenes quieren parecerse.
Nunca llegué a eso, afortunadamente. Para cierta gente son necesarios
debido a que carecemos de mitologías, y el cerebro funciona con mitología
inconsciente. Por eso los actores de Hollywood han sustituido,
lamentablemente, a los dioses paganos. Los futbolistas o los cantantes forman
parte del mismo fenómeno. Tienen sus roles y en cierto momento pueden
servir, pero ni son necesarios ni tenemos obligación de poseerlos.
¿Cómo se debe enseñar a entender la vida a un joven o a un hijo?
Habría que preguntárselo a mi familia. A mi hijo Cristóbal le llevé con 8 años
a presenciar una operación de Pachita y le animé a que metiera el dedo en una
herida, a que viera cómo se hace un agujero en una cabeza, cómo se cambia un
pulmón... A esa misma edad hice que recibiera un masaje de un gurú. Cristóbal
se formó con grupos de chamanes, hice todo lo que podía hacer por él,
necesitaría todo el libro para contarlo. Eliminé la palabra «padre», para que no
existiera ese monolito. Nunca me llamó papá sino «Alejandro». Jamás le impuse
una ropa. Y así hice con todos mis hijos. Cuando pasábamos por una tienda de
juguetes y temblaban, les decía: «Entrad y comprad lo que queráis...». Solían
volver con pequeños juguetes pero, una vez, mi hijo Adán apareció con un
caballo de peluche de tamaño natural. Lo miró toda la tienda, pero yo le compré
el caballo. Les di una educación muy consciente, muy correcta. Pero siempre se
cometen errores, muchos errores. A uno le di tres latigazos y más tarde, cuando
cumplió 15 años, hice que me los devolviera. Se había orinado detrás del sofá y,
mientras le pegaba, le decía: «Éste es un castigo formal, pero no lo hago con
enojo». Nunca me lo perdonó: por eso, en una ceremonia familiar, me devolvió
los golpes.
136
Puente invisible
I
¿A qué podemos aspirar en esta vida?
A muchas cosas. Pero sobre todo a vivir largamente. Para eso necesitamos
trabajar en lo que nos gusta y, siempre que seamos seres pacíficos, hacer lo que
nos gusta. Debemos ser lo que somos y no lo que quieren que seamos. Amar lo
que amamos sin obligación, sin nudos neuróticos que no podamos desatar.
Desear lo que queramos y crear lo que seamos capaces de hacer.
Vivir con cierta prosperidad, sin derrochar. Pero una prosperidad para todos,
no una prosperidad basada en explotar al otro. Y, por supuesto, hay que lograr
ser inmortales, y para eso tenemos que vivir como si fuésemos inmortales,
pensando que tenemos mil años por delante para hacer lo que queramos, pero
sin olvidarnos de que en diez segundos podemos morir.
Para muchas escuelas el conocimiento pasa por el placer, la felicidad, lo prohibido;
para otras pasa por el ascetismo, el cilicio, la entrega y el sacrificio. ¿Van todas al mismo
sitio?
Todos son caminos para encontrarse a sí mismo. Ahora bien, todos estos
senderos hay que hacerlos con la mayor dignidad, porque somos mortales. No
somos eternos y nuestro estado actual se va a acabar. La vida nos vence en todo
momento. Aunque seamos titanes, somos vencidos. Sabiendo eso, uno puede
trabajar más tranquilo, con humildad. Se trata de llegar a la santidad,
proponérselo. La felicidad no consiste en tener cosas sino en sentir la alegría de
vivir, en recuperarla. Se puede perder en el vientre de la madre, porque
podemos ser fetos neuróticos cuando la madre nos quiere eliminar. En estos
casos, recuperar la felicidad de la vida resulta algo magnífico que permite nuestra unión con el universo en su totalidad, con el tiempo y con el espacio, con la
conciencia en su totalidad. Es un estado de trance eufórico constante dentro de
este cuerpo, posible porque somos un pequeño cofre que contiene una
inmensidad que, a su vez, está en la más pequeña de nuestras células.
A ese estado de euforia de vivir, ¿se puede llegar por muchos caminos?
Sí, pero no de cualquier manera. Yo comencé por el arte. Hice teatro de
vanguardia, poesía, escándalo, de todo. Después practiqué la meditación. Horas
137
meditando, tiempo, todo lo contrario de lo que había hecho; pero siempre
movido por una constante atención, por un constante deseo de curiosidad y de
conocer sin miedo. En eso consiste la audacia. Es el secreto de la vida.
Más allá de imaginar, de jugar con la mente para no estar presos en esta realidad, ¿el
objetivo es cambiarnos, más exactamente curarnos?
Es que tú hablas de la mente, pero desde que descubrí el tarot yo siempre
hablo como mínimo de cuatro centros del ser humano: intelectual, emocional,
sexual y corporal. No sólo la mente hace juegos y malabares, el centro
emocional, el centro sexual y el corporal también actúan. Hay que conocerse y
observar. Por ejemplo: el centro intelectual quiere ser, y llega a ser por el
silencio. El centro emocional quiere amar, y llega a amar por la indiferencia. El
centro sexual quiere crear, y llega a crear aprendiendo a fracasar. El centro
corporal quiere vivir, y llega a vivir aprendiendo a morir.
Si la vida que nos rodea y el mundo que habitamos son una construcción mental,
¿por qué no podemos salir de ella a voluntad, cuando lo necesitemos, para marcar
distancia y hacer un alto en el camino?
Sí que podemos salir de ella a voluntad, pero nos exige valentía y un
esfuerzo de nuestra parte. La meditación es una de las vías posibles.
¿Hasta qué punto nuestra libertad consiste en saber y asumir que nuestro destino ya
está escrito?
No puedo decir que el futuro esté escrito. Mis leyes me dicen que cuando me
preguntas por un futuro posible, ya estás mostrando tus límites, al pensar que
hay un solo futuro posible. Si yo abro mi mente a este tema, y acepto que hay
un futuro, debo reconocer que hay infinitos futuros posibles y que voy
eligiendo porque a cada momento se abre ante mí una posibilidad diferente.
Construyo mi futuro con mis pasos.
No ve entonces nuestro destino de un modo lineal ni espacial...
No, lo veo como un abanico o una estructura de posibles futuros. Es decir,
podemos construir nuestro destino, pero no crearnos un destino. Hay diez mil
caminos y todos dictaminados. Puedo ir por uno de los diez mil caminos, pero
no puedo inventar el diez mil uno.
¿En qué consiste entonces la libertad?
La libertad interior consiste en poder elegir libremente uno de los diez mil
caminos, a lo que hemos llamamos libre albedrío. Y si tienes un destino porque
proyectas el árbol genealógico en el futuro, entonces el futuro tiende a repetir el
pasado y es de eso de lo que tenemos que liberarnos. Tenemos que hacer
futuros distintos del pasado e ir buscando para llegar a ser uno mismo.
Sus ideas podrían definirse como mutacionistas. ¿Somos mutantes?
Todos lo somos. Hay muchas cosas que no comprendemos porque nuestro
cuerpo se está desarrollando. Hace poco conversé con un médico que me decía
que la glándula pineal era una glándula atrofiada. Le respondí que el ser
138
humano es un animal en evolución que no puede tener nada atrofiado en él. La
glándula pineal podría ser, por qué no, la semilla de un órgano que se va a
desarrollar y convertir en el cuarto cerebro. Cambió su visión científica a pocas
horas de una conferencia que iba a pronunciar en Los Ángeles. Lo que le
expliqué es que no hay nada atrofiado, que podría decirse exactamente lo
contrario, y me parecería más lógico. Estamos desarrollando algo nuevo desde
esa glándula, hay cosas que aún no comprendemos porque somos como
chimpancés...
¿Qué sentido tiene que no podamos entender algo que estamos destinados a
descubrir?
No podemos imaginar lo eterno. No podemos concebirlo, y si no podemos
comprender el universo, somos ignorantes y limitados. Tú me preguntas por el
sentido de todo esto, pero seguramente serán nuestros descendientes quienes
puedan comprenderlo. Nosotros estamos aquí para producir un descendiente
que usará el mismo cerebro que ya tenemos pero más desarrollado. Si el cerebro
reptiliano evolucionó hasta nuestros tres cerebros humanos, creo sinceramente
que estamos creando el cuarto cerebro, que no tiene por qué ser material.
En el Medievo lo intuyeron y lo pintaron en forma de halo porque así lo
veían, como un círculo dorado alrededor de la cabeza. ¿Qué explicación tiene
que pintaran un halo? ¿Por qué se inventaron el halo? Pues porque el halo es
real.
II
¿Qué consejo daría a un buscador de conocimiento, a alguien que se buscara a sí
mismo?
Yo empecé meditando. Pero antes busqué personas que tuvieran un nivel de
conciencia más elevado que el mío, aunque no fui para rendirles pleitesía ni con
vocación de discípulo. Me puse en contacto con gente que consideraba
interesante. El error que cometí fue hacerme amigo de algún maestro, porque
ya no aceptas ni el intercambio ni la enseñanza. Con la amistad se desequilibran
los niveles de conciencia entre dos personas. Pero conociendo a todas estas
personas mi nivel de conciencia aumentó y aprendí mucho, hasta que llegué a
donde consideré válido. Cuando llegas a un nivel que estimas importante, ya
puedes y debes entregarte a los demás para que aprendan contigo.
De todas sus experiencias de conocimiento: psicoanálisis, chamanismo, toma de
sustancias, meditación..., ¿con cuál se quedaría?
El ejercicio más rotundo al que me he dedicado durante años es a detener el
pensamiento. Conseguir que en mi cerebro no entre ni una sola palabra. Una
vez que lo consigo, me quito de la cabeza hasta el pensamiento que me dice que
fui capaz de detener las palabras. Eso ha sido lo más difícil.
También practicar meditación fue para mí muy importante, aunque mi
camino ha tenido más que ver con la creación artística.
¿Desaconseja las vías racionales como la filosofía o el estudio de la ciencia?
139
No lo desaconsejo, creo que todos esos caminos son también buenos. La
filosofía me hizo plantearme preguntas que luego tuve que resolver por medio
de otras disciplinas.
Los altos niveles de conciencia ¿se encuentran en las personas o en los grupos?
Es difícil pertenecer a un grupo porque los grupos constituidos crean
dependencias. Si habláramos con el sentido común que nos caracteriza,
deberíamos hablar del gran grupo de la humanidad, la humanidad entera.
Afortunadamente, hace tiempo que dejé de seleccionar gente, y todos los
miércoles me encuentro en el café con aquellos que quieren venir a que les lea el
tarot. A partir de una edad tienes que hacerte útil a los demás. Cuando has
vivido y la vida te ha dado una experiencia, sea buena o mala, llega un
momento en que debes transmitir lo que sabes.
En lugar de convertirte en un viejo tonto, debes ir cada vez más lejos. Ni
existe el envejecimiento ni existe la decadencia mental. La memoria puede tener
menos capacidad para encontrar una palabra, o quizá puedas sentir menos
deseo sexual, menos virulencia, pero el deseo no tiene por qué haber
desaparecido. Si a lo largo de tu vida has trabajado las emociones, cuando
maduras empiezas a conocer sentimientos sublimes, que no tuviste cuando eras
joven porque la naturaleza no te lo permitía. Hasta los 40 años tienes que encontrarte. La verdadera apertura de la conciencia no se puede hacer antes de esa
edad. A partir de ahí, empieza el camino.
Usted señala que la contemplación es la técnica que perfecciona todas las cosas. ¿Qué
entiende por contemplación?
En la meditación, te inmovilizas y dedicas tu atención a lo que sucede en tu
interior, como si estuvieras sentado al borde de un río viendo pasar las cosas. Y
la contemplación es lo mismo pero nadando en ese río. Es decir, estás viendo lo
que te sucede pero estás de pleno en la vida, actuando.
¿Qué significa «estar poseído por el espíritu del maestro»?
Nuestro cerebro, que es amplio e infinito, de la misma manera que produce
nuestra personalidad puede producir otras. Es decir, aprendemos a
construirnos una personalidad, los esquizofrénicos pueden tener treinta
personalidades, e incluso más. Cuando vas a ver a un maestro, ves otro ser
humano que tiene un nivel de conciencia más alto que el tuyo. ¿Qué ocurre?
Que persigues ese nivel de conciencia, tu cerebro lo persigue. Entonces tu
cerebro capta ese nivel y lo reproduce en tu persona, pero, como es la primera
vez que lo ves, lo identificas con su persona, con su ego, con su carácter... Y el
cerebro, en lugar de actuar como si tuviera tu forma, te da la forma del otro, te
hace sentir que tienes el cuerpo del otro, la personalidad del otro, la aparente
individualidad del otro.
Esto produce una imitación, y creo que a eso te refieres con la expresión
«estar poseído por el espíritu del maestro». No es que el maestro esté en ti sino
que hay una imitación de un nivel de conciencia que estás considerando
superior al tuyo.
¿Y el maestro que cree ser el elegido?
Bueno, es que en el camino de la mutación de conciencia hay trampas. Lo
140
expliqué en mi libro Los Evangelios para sanar. En realidad tú eres un camino. Tu
cerebro es un camino donde transitan todos los dioses. Si en el camino veo un
dios y me creo un dios, he caído en la trampa del gurú. En realidad, somos el
camino por donde pasan las cosas, no los transeúntes.
¿Qué son las pruebas iniciáticas?
En palabras de Castaneda, desafíos. Considéralas así. Observemos algunos
traumas: Una mujer es violada y eso le destroza la vida. Otra mujer es violada,
se baña, se limpia, llora, sufre, se repone, decide que nunca más va a hablar de
ello y continúa su vida. Lo mismo sucede en las guerras, algunas personas
quedan dañadas para siempre y otras, en cambio, se fortalecen. Hay que decir
que los traumas no producen la enfermedad, los traumas son los detonadores.
Hay una base de enfermedad dentro de nosotros que el trauma hace explotar. Y
en cuanto a las pruebas iniciáticas, consisten en lo siguiente: tienes un nivel de
conciencia y te encuentras delante de un acontecimiento. Tienes que reaccionar
de forma útil para ti y avanzar. La prueba es un desafío para que tú te
desarrolles.
El sacrificio ¿es una trampa masoquista?
Así es. Las religiones nos han confundido. En nuestra cultura, el cielo no
estaba en la tierra, no estaba a tu alcance. Tenías que ganarte el más allá
padeciendo en la vida, y la Iglesia, diciéndote que sufrieras, se hizo rica y
poderosa.
¿Por qué puede sentirse miedo cuando nos aproximamos a los arquetipos a través de
los sueños, la imaginación o las sustancias alucinógenas?
La multitud, la gente en general, sólo cambia de nivel de conciencia cuando
está en un serio problema, como por ejemplo ante una catástrofe ecológica o el
terrorismo. La multitud tiene miedo a los arquetipos porque los arquetipos son
contenidos de alta conciencia, y eso produce miedo a la gente que no desea
cambiar. Cada vez que nos enfrentamos a arquetipos, nos estamos enfrentando
a una disolución de la identidad.
III
¿Hemos construido una piel invisible a la que llamamos ego?
No, la piel no es el ego. Nos acostumbran a pensar que es así, pero no es
cierto. Miremos más lejos: imaginemos un león. Él llega hasta donde llega su
salto, ése es su territorio. Cuando ve que un animal entra en su territorio, salta.
También existen plantas cuya percepción alcanza mil kilómetros de distancia,
aves que logran con su vuelo distancias formidables, u organismos que se dejan
sentir muy lejos. ¿Y en el hombre? Pues a través de la telepatía el ser humano
puede dar la vuelta al mundo. El hombre no tiene límites.
Entonces, ¿qué sería el ego?
Muchas veces se ha hablado del ego sin entenderlo. En realidad, nosotros
141
tenemos nuestro ser esencial y otra parte adquirida que permite una
identificación o identidad. Esta última es el ego, una identidad adquirida que
está al servicio de la esencia. El ego puede degenerar en personalidades
desviadas, esquizofrénicas o paranoides debido a que en el ego es donde se
hacen notar los traumas y los golpes de la vida.
Usted reconoce que hace muchos años tenía un ego gigantesco. ¿Qué se puede hacer
en nuestro mundo sin el ego?
El ego es sordo. Sordo y ciego. El ego ha de ser domado. Es el núcleo de la
doctrina hinduista. El ego se tiene que plegar ante la esencia. En las actividades
sociales se desarrollan los más grandes egos, como en la universidad, donde
una persona habla y habla aunque nadie esté atento, y jamás escucha. Con ese
tipo de gente no hay diálogo, sino un largo monólogo. En la vida hay que entrar
en el diálogo y escuchar a los demás. El ego es necesario como la cáscara del
huevo que envuelve la esencia. Eso de «matar al ego» son locuras de los gurús,
que, por cierto, son grandes ególatras. Me estoy acordando de Osho, que, a
pesar de ser una persona inteligentísima, hacía poner su cara en las camisetas
de sus seguidores. En cada uno de sus libros había quince o veinte fotos de su
cuerpo. El ego puede llegar a convertirse en algo delirante. Este hombre se pasó
la vida luchando contra el ego y, sin embargo, no hacía sino fortalecerlo. Se
enfrentaba con el ego de los demás pero nunca con el suyo. Yo veo a los gurús
como payasos. Son necesarios, pero son grandes monigotes.
¿Somos esclavos de nuestros deseos?
Todo el tiempo estamos deseando cosas: más dinero, más objetos. El mundo
es puro deseo. Nos meten en la cabeza que no tenemos que envejecer, miles de
anuncios nos animan a agrandar los labios, arreglar los pechos, estirar el pene o
reafirmar nuestros glúteos. Deseamos y deseamos todo cuanto vemos en los
anuncios o en la calle. Cada vez que me conecto a Internet me encuentro con
cuatro proposiciones constantes: alargarme el falo, bajar de peso, comprar
prostitutas y ganar una fortuna sin trabajar... o aparecen bancos imaginarios
donde ganas millones. Ése es el grave problema de esta sociedad: está llena de
deseos de consumir y de aparentar, pero hay muy pocas ganas de ser.
¿Deberíamos entonces aprender, como tantas veces se nos ha dicho, a vencer el deseo?
Las escuelas orientales transmiten una sabiduría muy antigua que debería
ser revisada. Se han idealizado mucho las enseñanzas de Buda, y hay que tener
cuidado. La leyenda de Buda, si se mira bien, se nos muestra bastante
lamentable: un joven rico que abandona a su esposa y a su hijo para estar tranquilo, alguien que teme las cosas más naturales del mundo como la muerte, la
vejez, la enfermedad y la pobreza... Pero, claro, en su doctrina se supone que la
liberación del deseo nos otorga la salvación, que consiste en no renacer, sólo
porque cree en el renacimiento o en la peregrinación del alma, lo que es mucho
suponer y podría no ser cierto.
Si yo no creo en la reencarnación, Buda se me cae. Para él hay que escapar de
esta vida para no volver a reencarnarse, y eso es un error. No hay que escapar
de nada. Hay que vivir la vida. Yo no sé si existe la reencarnación, no podemos
saberlo. No podemos establecer doctrinas comunicando cosas en las que debo
creer, como decir que vamos a parar la rueda de la reencarnación, el karma,
142
etcétera. Son creencias sospechosas. No las uso de ninguna manera. Bien
miradas, son tóxicas para cualquiera.
IV
Me gustaría preguntarle por la muerte...
¿La muerte qué es? Solamente un cambio, una mutación. No tememos a la
muerte, sino al cambio que supone.
¿Dónde aprendió eso?
(Risas.) La muerte es una palabra, y empecé a aprenderlo con el tarot. La
muerte es el arcano XIII y no tiene nombre. Está situado en mitad de la baraja.
Yo me he dado cuenta de que una vez tuve 15 años y desaparecí. Luego tuve 30,
después 40, y seguí desapareciendo. En este momento tengo 74, soy otro pero
sigo contento. Cuando tenga 90 estaré alegre, cuando tenga 100 seguiré
contento, cuando tenga 300 estaré estupendo, cuando tenga un millón de años
seré una fiesta.
¿Cree que queda algo de nosotros cuando morimos?
Le preguntaron a un maestro zen: «¿Qué hay después de la muerte?». Y él
dijo: «No lo sé, todavía no me he muerto». Yo estoy aquí. Pero sé que lo que soy
avanza.
El Carro de la carta del tarot está hundido en la tierra. ¿Hacia dónde se
dirige? La tierra se mueve y lo desplaza. Nosotros avanzamos con el universo.
¿Qué me importa el después? Nunca me importó cómo sería a los 80 años, o a
los 100, o a los 1.000 o a los 60.000. Lo que me importa es saber quién soy ahora,
no adonde voy...
Cuando empiezas poco a poco a desprenderte de tu identidad, a ser un
humano genérico, dejas de verte en una edad determinada. Luego dejas de
identificarte con el tiempo en general. Después ya no te reconoces originario de
una patria o hablante de una lengua determinada. No te ves en tu nombre, no te
confundes con las cosas que posees, vas cesando en la identificación.
¿Pero dónde sostenernos en esa visión de uno mismo?
Te agarras a lo que eres. A la alegría de la vida. Eres cada vez más feliz y no
necesitas el traje rígido del carácter o de la personalidad. Te haces fluido, como
el agua. Lao Tse dice: «Hay que ser como el agua que toma la forma del vaso
que la contiene». Vas por la vida tomando formas y eso es magnífico. Hay un
momento en que lo aceptas y te dices «Esto que soy yo desaparece». Y una vez
que eres consciente, todo el tiempo estás ahí. Sientes en tus talones un abismo
de vacuidad total, y vas avanzando como una luz. Y esa luz que eres sabes que
se la va a tragar el abismo. Existe la esperanza de que te disuelvas con un goce
infinito en el océano cósmico, y eres tú, pero siempre que aceptes ceder tu
conciencia. El último don que tú das es tu conciencia.
Cuando lleguemos a la muerte, lo mejor que podemos ofrecer es una perfecta
y luminosa conciencia, una conciencia clara que hay que saber crear, porque si
no, como decía Gurdjieff, mueres como un perro, sin ofrendar la conciencia ni
construir un alma.
143
Se dice que la potencia está encerrada entre las paredes del cráneo... Pero ¿dónde
situaría usted nuestra conciencia?
Fuera del cuerpo. El cuerpo es como el hueso de un melocotón, sin embargo
la conciencia no tiene límites y está en constante expansión.
Usted sugiere que en un esfuerzo de imaginación podemos liberarnos de lo aparente,
de la misma forma que oyendo música o jugando con la memoria nos podríamos
trasladar a otro lugar. Sin embargo, no basta con que juguemos con un puñado de
imágenes... hay que cambiar para mejorar, cambiar al sujeto que imagina, ¿no?
Hay un tipo de imaginación que es casi industrial: son los delirios. No hay
que confundir la imaginación con el delirio constante. Puedo imaginarme
cualquier cosa todo el tiempo sin profundizar en nada: cuentos y cuentos y
cuentos sin ahondar en su sentido... O podemos, como Kafka, sumergirnos hasta cierto nivel y estancarnos. Nunca accedió a la felicidad. Se plantó en la
neurosis.
El esfuerzo es siempre necesario, pero ¿por qué se nos exige este esfuerzo permanente
que es la existencia?
En la vida hay que estar siempre atento, no en tensión. Noto que cuando
dices «esfuerzo» lo sientes como algo desagradable, pero yo no creo que haya
que hacer cosas que detestamos sino cosas que nos gustan. Cuando yo hablo de
«esfuerzo» hablo de esfuerzo agradable: pintar, danzar, vivir, son esfuerzos
totalmente placenteros. Debemos hacer lo que nos agrada en la vida y
esforzarnos en ello.
¿La vida es una prueba?
No. La vida es una escuela iniciática. O como decía Castaneda: un desafío.
Para el guerrero, esto es lo importante.
¿Sirve de algo teorizar sobre la vida?
Quien hace teoría de la vida es porque no la conoce. Pero el que la conoce,
debe comunicar sus experiencias, enseñar lo que ha vivido.
Volvamos una vez más a la vieja y obstinada pregunta de ¿por qué existe lo que
existe?
Me llamó desde el hospital una mujer que estaba muy enferma de cáncer, y
me preguntó: «¿Cuál es la finalidad de la vida?». Pensé y le respondí lo que ella
esperaba: «La vida no tiene sentido». Entonces suspiró y dijo: «Eso es lo que
esperaba oír». Al día siguiente, murió. Le contesté aquello para consolarla,
porque esa mujer no tenía remedio. Aunque yo creo que la vida sí tiene sentido,
un sentido que no tenemos por qué conocer. Es un misterio. Esa idea de que
todas las cosas tienen una finalidad es muy mental. Por supuesto que tenemos
un fin, pero no lo conocemos. Si no fuera así, yo no estaría aquí. Tenemos una
finalidad como humanidad en el universo. Tenemos un destino y, sin embargo,
no tenemos por qué conocerlo racionalmente. Y esto hay que aceptarlo de la
manera más sana posible. Convertir nuestro planeta en un jardín. Enriquecerlo
y enriquecernos.
144
¿En qué consiste eso de ser uno mismo? ¿Acaso podemos llegar a saber quiénes
somos?
El conócete a ti mismo significa, en realidad, que tú eres el universo. Yo no
tengo límites porque estoy unido al universo como un organismo: el tiempo es
mi vida, lo que sucede es mi vida y es la vida. Si me conozco a mí mismo soy el
actor y el espectador. Lo conocido y el conocedor al mismo tiempo. Hasta cierto
punto puedo pasar de actor a espectador, pero hay un momento supremo en
que el actor y el espectador se funden. Eso ya no es conocimiento. Es conciencia
pura, estado.
¿Qué significa realizarse a través de lo transpersonal? ¿No se ha abusado de esta
palabra?
No es palabrería, es simplemente un constructo útil. Lo que entendemos por
personal se corresponde con la actitud de encerrarte en tu propia psicología y
analizar todo a través de ti mismo. Lo transpersonal significa aceptar que existe
el otro, tenerlo en cuenta para percibir el mundo y entender las cosas.
En este sentido, lo transpersonal trasciende los límites. Tendríamos, por ese
camino, que llegar al pensamiento andrógino. Si tú fueras una persona común
pensarías primero como español, luego como hombre y, después, como
terráqueo. El ideal es pensar sin nacionalidad, sin definición sexual y sin estar
deformado por el sistema solar.
¿Podemos llegar a pensar que un día nos realizaremos?
Eso es una trampa, porque nadie se realiza plenamente. ¿Qué es realizarse?
Se va avanzando como se puede. Por ejemplo, hoy he estado escribiendo todo el
día Los Technopadres, una serie en forma de cómic que me encanta. Soy feliz
porque me gusta la escena que inventé. Estoy eufórico porque estoy creando.
Aunque sea una historia para niños o para jóvenes, me fascina. Y cada mañana
escribo un poema de cuatro o cinco líneas, no tengo tiempo para más. Son
pequeñas cosas que hago y que me gustan:
Cuarto abandonado
casa sin dueño
el vacío acecha
bajo mis palabras.
Como un ciego
que encontrara
un tesoro en la basura
dejo transcurrir el invierno.
No me agradezcas.
Lo que te he dado
me ha sido dado
sólo para ti.
No quiero que me ames,
quiero que ames:
los incendios no tienen dueño.
145
Al escucharlo, tengo la impresión de que nuestra felicidad consiste en mirar el mundo
de una determinada manera.
No es una cuestión de percepción. Consiste en ser uno mismo. Cuando
avanzas te percibes en tu totalidad. No se trata de delimitar la realidad. Si
decimos: «Yo quisiera conocer», estamos proyectando la ilusión de tener un yo,
que además conoce. Y no se trata de eso. Desde la Antigüedad clásica respetamos mucho la expresión «Conócete a ti mismo», pero en realidad es bastante
confusa. La gente piensa que es algo parecido a que salgas a encontrarte. En
realidad cuando decimos «conócete a ti mismo», ese «ti mismo» es el universo.
El universo se conoce a sí mismo. «Conóceme», dice el universo. En la voz de
Dios, conócete a ti mismo significa... conóceme. Cuidado: no pienses «Tú eres
yo, yo soy tú». En verdad, «Tú no eres yo, pero yo soy tú».
Los grandes maestros sostienen que tenemos que aprender a morir en paz. Pero para
eso ¿hace falta todo este viaje?
Sí, claro. La vida es aprender a morir con tranquilidad, «jugar a morir»
decían los chinos. Pero morir es entrar en un proceso, como cuando lentamente
de la niñez se pasa a la pubertad: el vello, las hormonas... Lo vives como un
cambio. Tú avanzas en la vida y empieza a aparecer la vejez, que es otro
período. El pelo se va poniendo blanco, los dientes amarillos. Si luchas contra la
vejez, envejeces con angustia. Si luchas contra la pubertad, te traumatizas. En
un momento dado todos entramos en el proceso de la muerte, que se puede y
debe vivir exactamente como los otros cambios precedentes.
La muerte no es más que un estado. ¡Nadie está muerto! ¡Nadie muere!
Todos nosotros entraremos en el proceso de la muerte, y lo maravilloso es que
lo aceptemos con la tranquilidad con la que entramos en la pubertad o en la
madurez.
146
Visiones
I
¿Qué piensa de los intermediarios del espíritu? De aquellos que se han organizado
para enseñarnos los misterios de la vida.
Últimamente he dividido el mundo -a pesar de que estas decisiones son
arbitrarias- en seres y monigotes. La palabra «monigote», que se me ha
adherido al lenguaje, me sirve para designar todos los constructos mentales.
Hay, por supuesto, monigotes útiles y monigotes inútiles. Y la utilidad de los
mismos varía según pasa el tiempo o cambian nuestras circunstancias
particulares. En cierto momento, un monigote inútil puede ser útil.
El monigote útil es aquel que nos conduce a las mutaciones necesarias. Los
monjes, por el hecho de vivir en celibato, no son dignos de fe. Si todo el mundo
fuera sacerdote, se acabaría la raza humana. En este sentido, no son buenos. No
es posible llevar a Dios consigo ni comunicarlo a otros desde una vida que va
contra la naturaleza humana.
Cuando estos monjes se organizan en sectas, surgen otros problemas.
Supongo que tratan de monopolizar lo que llaman verdad...
Las sectas podrían ser útiles, el problema es, efectivamente, que su realidad
consiste en apropiarse de Dios. La propiedad privada de Dios. Luego declaran
que quien no pertenece a la secta es infiel, digno de destrucción. Son
separadoras. No unen. Yo creo que en el futuro los templos serán polivalentes.
Existirán catedrales donde se celebren todos los cultos, con libre acceso y
compatibilidad absoluta. Posteriormente se eliminarán los nombres de los
dioses, que serán entidades anónimas. Si pones un nombre a Dios te estás
apropiando de él.
La religión, igual que una Constitución, debe ser revisada, porque en la
medida en que el hombre va mutando, la religión tiene que cambiar. La secta
procede con prohibiciones. Aquello que el hombre no conoce lo llama Dios: es
una forma de superstición. En la medida en que el cerebro evoluciona, las
creencias ciegas y los tabúes se van desmoronando.
¿Cómo afecta esto a lo que usted llama salud...?
Tenemos que ser muy conscientes de que debajo de cada enfermedad hay
una prohibición. Una prohibición que viene de una superstición.
147
Por tanto, no recomienda ninguna Iglesia...
No, pero tampoco esos templos de los maestros zen, ya sean españoles,
americanos o mexicanos. Son monigotes que imitan tradiciones, lenguajes y
comidas japonesas.
Pero las sectas poseen técnicas y conocimientos interesantes.
Claro. Pero para adquirir esas técnicas y conocimientos no hace falta tanto
circo. Cuando Ejo Takata me hizo llegar un bastón zen, se lo devolví diciéndole:
«No soy un maestro zen, no me des esto. Nunca voy a ser un maestro ni voy a
andar dando palos a nadie, me haces un gran honor, pero no lo quiero. Mi vía
es otra».
¿Qué sentido tiene que la humanidad haya producido seres como Jesús o Buda?
Cuando dices Jesús y Buda estás hablando de seres que para mí son
imaginarios. Es como si me dices Don Quijote o Hamlet. Lo mismo. Pero que
sean imaginarios no me importa. Lo que me importa es la calidad de su
mensaje, que es maravillosa.
En cierta manera están ahí, casi pueden ser tocados.
Están ahí, míticos, pero ahora hablamos de seres humanos. No sabemos si
algunos seres humanos han recibido la revelación. Nunca sabremos si el santo
es un loco o si tiene alucinaciones.
Y de las apariciones o revelaciones, ¿qué opina?
Ver apariciones de la Virgen no me interesa. No me prueba nada. Ver a una
muchachita transparente que me sonríe subida a un árbol es para mí lo mismo
que ver a un gorila subido a un árbol. Es tan curioso como eso: no te sirve para
nada.
¿Y qué explicación da a esos fenómenos?
Se producen porque la gente anhela que existan, se trata de una alucinación
colectiva. Jung decía que los platillos volantes son un producto del inconsciente
colectivo. Son sueños colectivos.
¿Por qué tenemos la sensación de que las religiones son trampas para el espíritu?
Las religiones se convierten en trampas desde el momento en que son límites.
La divinidad no tiene nombre ni nacionalidad, y es para todos. La religión viene
a establecer parcelas en la realidad mística y, al final, sientes los límites de cada
religión y éstas se convierten en trampas. Por otro lado, los libros sagrados
llevan siglos siendo interpretados de forma aberrante por monjes para quienes
la mujer es el demonio, y acaban infectando los textos santos con sus
interpretaciones desviadas; luego, esto pasa a las escuelas, la política, la
sociedad... y acaba creando agobio. La religión, que debería ser la panacea universal, se convierte en el veneno universal: todas las religiones.
148
Usted estudió la Cábala, que además de tener una interpretación religiosa es un
lenguaje.
Sí, un lenguaje que produce muchos locos: en hebreo cada letra tiene un
valor numérico, y cada palabra que lees es, y suma, una determinada cifra.
Entonces haces combinaciones y dices: «El número 87 es luna (levana, en
hebreo) pero también la palabra carroña (nevela) suma 87, luego luna y carroña
serían lo mismo». Es un sistema delirante; la Cabala te lleva al delirio. Nosotros
somos adultos. No necesitamos creer en cuentos de hadas. No podemos decir
que un libro fue escrito por Dios. No podemos decir que la Biblia, el libro
sagrado, sea la palabra divina. Podemos decir que es una novela, una obra de
arte. Y los lenguajes son obras de arte. Pero todos, no sólo el hebreo o el
sánscrito. Puedo jugar con todos los lenguajes de igual manera.
¿Qué relación ha tenido con el sufismo?
En el sufismo, cuando lo conoces, descubres grandes bellezas. Es como la
crema del Islam. Es un profundo misticismo, pero están presos del Corán.
Aunque Shams-de-Tabriz o Rumi eran almas muy libres...
Yo me decidí a sanar, al ser consciente de que las enfermedades vienen con
los libros. Detrás de cada enfermedad hay un libro, sea el Corán, los evangelios,
el Antiguo Testamento, los sutras budistas... Todos los libros, si son
interpretados desde el fanatismo, producen enfermedades. Hay que
reinterpretar todos estos textos, hay que tomarlos como lo que son: obras de
arte. La Biblia, por ejemplo, es una novela maravillosa.
Todas las creencias establecen metáforas para explicar la existencia, pero la
explicación de lo que nos ocurre sigue siendo un misterio. Esta incomprensión, a veces,
nos lleva a planteamientos delirantes... ¿Cree que Dios es un ludópata?
Es un juego intelectual interesante hablar de Dios y pensar que es un ser que
juega, que tiene atributos, que se aburre, y que vence el aburrimiento tirando
los dados. Cuando Maimónides escribió su libro Guía de los perplejos necesitó
tres tomos para tratar de definir a Dios y llegar a la conclusión de que Dios es
aquello de lo que nada se puede decir. Dios es el impensable, el innombrable. Y
yo añado que es el inamable, porque: ¿cómo vas a amar lo que no conoces? Me
gusta la idea de que juega, pero yo creo que no es él quien juega. Es el ser
humano quien juega: es la humanidad la que juega. Johan Huizinga escribió un
libro llamado Homo ludens que es un análisis del hombre como ser que juega. El
hombre es un ser que juega y construye las ilusiones a su semejanza. El hombre
ha imaginado un Dios que juega...
¿En qué tiene fe?
Cuando a Ramakrishna le preguntaron si creía en Dios, él respondió que no.
«¿Cómo es posible que un místico tan grande no crea en Dios?», le dijeron. «No
creo porque le conozco», respondió. Yo no creo en el concepto «fe», creo en el
conocimiento.
149
¿Conoce?
Hay cosas que conozco, sí. El tonto no sabe pero cree que sabe. El sabio no
sabe pero sabe que no sabe. Cuando el tonto sabe no sabe que sabe. Cuando el
sabio sabe, sabe que sabe.
¿Qué significa para usted el concepto «santo civil»? ¿Quién lo sería?
Yo soy una persona que me he propuesto hacer el bien, simplemente. No es
que lo haya logrado, pero me lo he propuesto. Además de ganarme la vida o
tener hijos y mujer, como podemos hacer todos, me he propuesto hacer el bien
en la medida en que estoy en la sociedad civil. El santo civil sería quien imita la
santidad desde estas posiciones. Nadie es en realidad santo, sino que imita la
santidad. El santo sería el ser humano perfecto, pero el ser humano actual aún
está en proceso de evolución. Por eso está obligado sólo a imitar la santidad.
¿Cómo podemos imitar la santidad?
Por intuición. El santo escucha lo que debe hacer. Y esto nos viene del
interior, de lo que llamamos Dios interior. Hay una percepción en nosotros,
algo que nos dice: «¿Qué es lo mejor en esta situación? ¿Cómo ayudar al
prójimo?».
Para el santo civil no existe el sacrificio; como todo el mundo, elude el
sacrificio masoquista de los santos y realiza una vida normal, integrado en la
sociedad. Pero, además, es consciente del mundo, es consciente de que sus actos
tienen que ser sanadores para los demás y para él mismo.
La santidad no es algo que pertenezca a las religiones, ni significa represión
sexual. La santidad consiste en tener una conciencia cósmica y divina. Cuando
yo hablé de santidad civil me tomaron por loco, pero ahora se está practicando.
Era necesario hablar de santidad civil, y lo hice. Como también digo que el arte
para ser arte debe curar. Y muchos han comenzado a practicarlo. Cuando
descubres una idea y la comentas, a veces se extiende por todas partes. Cuando
abre una flor es primavera en todo el mundo.
II
¿Hacer política es necesario para el desarrollo de nuestra conciencia?
Los políticos tienen una función social, son nuestros empleados, somos
nosotros quienes les pagamos. Hay que darse cuenta de que un presidente sería
nuestro encargado; los policías, nuestros dependientes, como los cajeros del
banco o los camareros. Los políticos son nuestros servidores, no nuestros amos.
Pero uno puede tener una pasión política...
Yo nunca la tuve, odié siempre la política. Jamás me mezclé con esa gente
porque, para mí, la política tendría que ser metafísica, mística y arte. Yo
recomiendo que se acabe con la política, que ahora es el cáncer de la sociedad
porque ya no significa nada. Actualmente, un presidente no pinta gran cosa,
encarna un viejo símbolo, pero detrás de él están las multinacionales, los
petroleros, etcétera. Podríamos vivir muy bien sin ellos, sin monigotes y sin
150
cargos representativos. La gente está aprendiendo, porque los ve representados
como guiñoles o imitados por humoristas en la televisión, y ya no se deja
confundir.
Al mismo tiempo, usted dice que hay que cambiar el mundo...
Hay que cambiarlo, pero no desde la política. Cuando yo estaba en
Latinoamérica, escritores muy célebres me decían que me pronunciara, que
tomara partido por la izquierda porque de lo contrario, me advertían, nunca
tendría éxito literario. También me decían que si no me situaba en la izquierda
me considerarían de la derecha. «¡Pronúnciate y tendrás éxito literario! ¡Es lo
que hemos hecho los demás! Si no, nos tendrás como enemigos», me aclararon.
No me puse de su lado porque considero que el arte no es política, es la política
la que debe convertirse en arte, pero no el artista en político.
¿Cuál sería la utopía para la época actual?
Para empezar, querría que todas las funciones humanas las realizara una
pareja, comenzando por la escuela. Es monstruoso que los hijos salgan de la
pareja y vayan a ser educados por profesores, sólo un hombre o sólo una mujer,
que es la negación de la pareja. Las clases deberían darlas parejas de ambos
sexos, y los niños ser educados por un hombre y una mujer, de la misma forma
que debería haber un Papa y una Papisa, un presidente y una presidenta, no
necesariamente marido y mujer. Es lo que haría como primera medida política
para la vida social: todas las actividades humanas tendrían que realizarse en
parejas complementarias.
Vivimos alienados por un mundo que está a merced de la técnica, el mercado y el
dinero. ¿Esto se debe al capitalismo o el problema está dentro de nosotros?
Si lo observas atentamente, lo que define al hombre o a los valores no es la
cantidad, sino la calidad. La humanidad siempre ha sido calificada por sus
valencias. Otra cosa es la gran masa, que es la que en el fondo dirige el mundo,
porque los políticos necesitan de sus votos y tienen que engañarla para
legitimarse. Nuestra labor es otra, es crear gente consciente. Todo lo que deseo
para mí, lo deseo para los otros. Trabajar la conciencia, para después repartirla.
Que la humanidad no se hunda en la catástrofe, porque entonces dominará la
cantidad, y la masa tiene un nivel de conciencia escaso. Hay que elevar el nivel
de conciencia: la multitud no representa al ser humano. En esta sociedad
enferma surgen personas como anticuerpos llamados a expandir la conciencia,
pero ése es un trabajo que se debe hacer desde la escuela, desde la calle, desde
el arte, desde cada palabra. Por eso hablo del arte para curar, y no de política.
Tampoco sirven de nada los entretenimientos que adormecen; bueno, quizá
para soportar la vida, ¿no es cierto? Yo me divierto, me entretengo con las
películas americanas como un enanito, que sirven para embotar el cerebro, pero
todo ese pseudoarte no cambia la sociedad. Aunque, realmente, la sociedad no
debe cambiar, debe mutar... Y, poco a poco, va mutando. Si tomaras a cualquier
ser mediocre de hoy y lo trasladaras a la Edad Media, sería un genio. Vamos
cambiando, vamos mutando, pero la masa lo hace mucho más lentamente. La
sociedad es como el cuerpo de una gallina: las patas de la gallina son duras e
insensibles, el ojo es muy vivo, y hay seres que encarnan las células del ojo y
otros que encarnan las células de las patas, del ala o de su cloaca.
Aunque no todos los seres humanos tienen la misma función, la conciencia
151
colectiva es totalmente necesaria. Hay, como ya dije, diversos grados de
conciencia, y eso es lo más importante: la mutación del grado de conciencia. Si
tuviéramos otro nivel de conciencia la humanidad sería maravillosa. El
problema es que el hombre de la calle tiene un nivel de conciencia animal,
infantil y romántico, que le hace seguir apoyando a quien no le favorece, sea la
clase política, el ejército...
Desde la escuela y la televisión se hace una alabanza constante a las guerras y
al poder. Nuestra historia es la historia de las batallas y de las imposiciones. La
vergüenza de la humanidad. El ejército y la policía son elementos represivos
que parecen imprescindibles, pero que bien podrían no existir. Yo propuse en
Chile que el ejército cambiara su uniforme por un tutú y aprendiera antes que
nada a bailar ballet clásico, y que después estudiara arreglos florales y
jardinería para fertilizar nuestro desierto chileno y convertirlo así en un jardín.
III
El futuro es algo que ya está pasando entre nosotros. ¿Cómo ve el futuro de la
especie, de esa humanidad de la que habla?
Estoy cansado de pesimismo, la raza humana siempre cambia cuando está en
peligro de muerte. Cuando empiece a morir gente por las calles, acabaremos
con la polución y otras barbaridades. Reaccionaremos por necesidad.
¿Nunca es tarde?
Nunca es tarde. Al mismo tiempo que se perfeccionan los teléfonos móviles,
los coches, la genética, las armas, también se desarrollan otras muchas cosas que
son buenas para la humanidad. El descubrimiento de la energía atómica
implicó hallazgos beneficiosos para la medicina y la ciencia. El camino que ha
tomado la genética nos parece ahora monstruoso, pero es necesario porque
estamos entrando en la vida. La clonación hay que descubrirla si queremos
evolucionar y abandonar nuestro origen primate. En la alquimia una de las
ideas de fuerza era el homúnculo: crear un ser humano. Tenemos que ser
capaces de hacerlo. La idea de la depuración de la raza arruinó el deseo de que
el hombre avance genéticamente, pero tendremos que conseguir un cuerpo
diferente ya que éste no responde a nuestros deseos espirituales.
Pero con la desaparición de culturas y especies, la destrucción de la Amazonia... el
mundo no volverá a ser como fue.
Pero podemos recrearlo con la genética. Gracias a la genética vamos a
recuperar los animales que hemos exterminado. No hay que ponerse en contra
de la ciencia. Para mí el avance científico es muy positivo. Como en la
naturaleza: cuanto más progresamos en el mal, más lo hacemos en el bien.
¿Por qué se tiene ese miedo al futuro?
Mira, un animal tiene miedo porque se lo pueden comer en cualquier
momento. Para que esta sociedad funcione y no cunda el anarquismo, tiene que
funcionar el miedo. Hay varios terrores: el terror económico (muy actual), el
terror sexual (sida), el terror a la conciencia (cuando una sociedad empieza a
152
pensar en la pena de muerte), el terror emocional (la guerra de sexos), etcétera.
El terror es algo complejo: hace construir defensas y mantiene la sociedad sin
cambios.
¿Cómo imagina el mundo dentro de algunos años? ¿Qué mutaciones le parecen
posibles?
Yo creo que en el futuro se va a cambiar nuestro motor energético, nuestra
energía. Los cambios de una sociedad son cambios de energía. ¡Estamos
obligados a volar todos! Pero no a volar como las aves, sino a descubrir la
fuerza antigravitatoria. No podemos concebir un futuro sin vencer la gravedad.
Todo va a cambiar. Una ciudad es un lugar con raíces, y se van a acabar las
ciudades. Viviremos en caparazones volantes. El cielo se poblará, y el suelo
estará libre de calles, caminos, no usaremos gasolina... Vamos a volar sobre un
jardín maravilloso poblado por todo tipo de animales. Vamos a vivir en
libertad. Va a cambiar el espíritu, va a cambiar todo.
¿Cree que nos dirigimos hacia un mundo sin límites materiales, hacia una
espiritualización?
Sí, y será un cambio paulatino. No habrá muebles, trabajaremos con
materiales inteligentes que se deshacen y recobran la forma, robots portátiles,
ropa curativa, que nos podrá decir nuestra temperatura y nuestro estado en
cada momento, tendremos casas pensantes que funcionarán solas. Todo eso ya
está desarrollado, pero se va a perfeccionar. Los combustibles fósiles se
acabarán: ya existen automóviles que funcionan con hidrógeno, gas, aire
comprimido. La polución terminará. El dinero evolucionará hacia algo
inmaterial. Si tenemos una nueva energía gratis, todos vamos a disfrutar del
ocio y de una vida larga. Desarrollaremos las artes, la belleza. Hablaremos
cantando quizá, como poetas. La telepatía, poquito a poquito, irá
estableciéndose como lenguaje. Habrá un medio de comunicación instantáneo y
universal. La pareja mejorará mucho y se hará consciente. No podrá ocurrir
que, como ahora, unos coman y otros no, por tanto desaparecerá el hambre. El
hombre común tendrá que hacer evolucionar su nivel. Somos gorilas, primates.
Estamos en formación todavía, pero vamos a volar.
Aunque habrá muchas peleas y resistencias nacionalistas por conservar las
pequeñas cosas llegará un momento en que todo eso acabe porque será inútil.
¿Cómo terminará? Gracias a los niños. Esos hijos de los nacionalismos estarán
en un futuro comunicados con todo el mundo. Poco a poco, todas las
nacionalidades se van a entremezclar. Los lenguajes se van a entremezclar. Nos
espera un futuro maravilloso, tras pasar por enormes plagas necesarias para
que no invadamos el planeta y no acabemos con las otras especies. Siempre
habrá enfermedades para equilibrar la población. Pero nos curaremos con la
mente.
¿Están condenadas a desaparecer casi todas las especies que nos han acompañado en
la evolución?
No. Las recrearemos. De una piel de tigre colgada en la pared sacaremos
tigres.
Pero ¿serán reales o virtuales?
Reales.
153
¿Qué opinión le merecen los experimentos genéticos?
La genética es sagrada. No hay que oponerse a ella.
¿Cree entonces que un día podremos llegar a crear belleza, como el ala de una
mariposa o una flor?
Claro, podemos coger un hueso o algo orgánico para recrear al animal: en
una célula está todo.
Recrear, pero no crear...
Bueno, se podrán mezclar animales y especies...
Por lo tanto, ¿la manipulación genética le parece una necesidad?
Me parece imprescindible. La conciencia nos ha sido entregada para que
experimentemos.
¿Y la clonación?
Es absolutamente imprescindible y hay que experimentar a fondo. Durante
una época no se avanzó a causa de prejuicios religiosos, y ahora no se avanza a
causa de prejuicios científicos, económicos, políticos... ¡Tenemos que continuar!
Hay quien piensa que la clonación puede vulnerar derechos fundamentales de la
persona.
¿Por qué, si la persona quiere?
Hablo desde el punto de vista del que nace clonado. Se podrían crear cien copias de
un humano y destinarlas a trasplantes de órganos o a la esclavitud.
Goethe escribió Werther y se suicidaron dos mil jóvenes, y hubo quien dijo:
«¿Por qué tenía que escribirlo? No se deben escribir esas cosas». Así surge la
censura, derivando de suposiciones de este tipo. Pero, siguiendo el mismo
razonamiento, también deberíamos quemar la Biblia, porque ha producido más
muertes que la bomba atómica. O todos los textos budistas, porque hay quien se
quema a lo bonzo. Todo tiene un peligro, siempre. Pero porque exista ese
peligro no vamos a impedir que las cosas sigan su curso. Al igual que existe el
peligro de crear ejércitos de zombies, también existe la posibilidad de hacer una
nueva humanidad superdotada, con larga vida: una mutación de la humanidad
hacia algo infinitamente mejor de lo que somos ahora. Ése es el camino.
No obstante, si analizamos la historia, cuando se ha intentado mejorar la especie se
han producido fenómenos tan graves como por ejemplo el nazismo.
Pero en ese caso eran intentos de selección racial con fines de dominio. No
era genética, no se trabajaba sobre el feto ni sobre la célula, ni nada por el estilo.
Eran sueños de la época, movidos por el deseo de una raza superior que
dominara a las otras razas. Pero de lo que yo hablo es de una humanidad
superior, no de una raza superior. De ahí que sea admitida la genética. ¿Ves
cómo hay barreras que nos impiden llegar a la verdad? Nos quedamos clavados
154
en la idea de que la genética tiene el riesgo de traer un nuevo führer. Cambiemos
el concepto: creemos una humanidad superior, y entonces aceptaremos la
genética.
¿Cree que en un futuro habrá un mundo virtual, como se está dibujando en Internet?
No. La raíz de lo virtual es lo real. Por esto, siempre, el mundo virtual se
disolverá en el real.
¿Cree que las religiones, tal y como las entendemos, serán cosa del pasado?
Claro, un fenómeno histórico, un fósil. Habrá místicos, pero las viejas
creencias serán ya fósiles. Cuando veo películas con sacerdotes, me río mucho:
los curas son como un verdadero carnaval, los rabinos son como un desfile de
locos, los tibetanos, los Hare Krishna, todos disfrazados como travestíes. Un
religioso no necesita llevar uniforme.
¿Habrá nuevas Iglesias?
Iglesias no sé, pero habrá grandes salones de baile. Todos esos lugares se
reconvertirán en lugares de fiesta.
¿Cómo cree que se desarrollará el arte?
Lo estamos viendo ya. Con los nuevos medios nace el arte polivalente. Es
decir, ahora estamos acostumbrados a leer un poema, a admirar una escultura o
una pintura, a acudir a una función de teatro... En una maquinita lo tendrás
todo: literatura, música, voces, imágenes, tendrás una tercera dimensión... El
arte total.
¿Cómo evolucionará nuestro sentido del tiempo?
Como viviremos mucho más, cuando tengamos tres mil años de vida será un
placer estar viejo, porque estar viejo es estar en medio del cosmos y del
universo. Vamos a sentir el universo. Es un regalo divino que nos da la vida.
Estar vivo es un regalo inimaginable. Tenemos que ir trabajando para mejorar
esta maravilla.
En el universo de sus cómics está muy presente la vida extraterrestre. ¿A qué se
debe?
Está presente porque existe. Como lo están también los problemas
metafísicos, la política, como lo está todo. ¿Por qué en un cómic no va a poder
estar todo? Lo peor que hay son los géneros: el teatro cómico, el teatro
dramático, el melodrama... No creo en eso.
No hay un planeta ni un sistema planetario: hay un cosmos, un universo que
está presente en cada segundo.
¿Cree que puede haber una civilización más avanzada en algún lugar del universo?
Claro, es completamente creíble. ¿Por qué vamos a pensar que somos los
únicos seres que existen? La solución del fenómeno de la conciencia tenemos
que buscarla en todo el universo concebido como unidad. Y así como hay
155
conocimiento y vida en un lugar, podría haberlo en otro. Podría ser una forma
de vida diferente a la nuestra, incluso incomprensible.
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El arte de sanar
El organismo, según usted, es un sumidero de problemas no resueltos.
Claro, porque cuando tú no quieres hacerte consciente de lo que tienes, el
cuerpo lo transforma en enfermedad. Todo secreto tiende a aparecer de la
misma manera que tiende a manifestarse lo oculto. La naturaleza quiere que
estés sano y que te realices, y cuando te reprimes, reprimes algo de ti que acaba
saliendo por algún lado.
¿De dónde vienen las adicciones que flagelan nuestras sociedades?
De carencias de la infancia, que las personas intentan compensar de ese
modo. El alcoholismo se produce generalmente por falta de leche materna. Y la
adicción a la heroína suele deberse a la falta de ser, a la ausencia de
reconocimiento, para así lograr llenar el vacío de no ser amado.
¿La locura existe o es un invento de la policía, como diría Topor?
Sí existe. Necesitamos sueño y realidad. Hay un momento en que se borra la
individualidad, y entonces el cerebro funciona sin control, y llegamos a la
locura. El cerebro es un universo en constante expansión y movimiento. Vamos
en una cárcel racional que navega dentro de un loco.
¿Cuál cree que es la enfermedad más extendida?
El sufrimiento emocional. La civilización nos predispone a ello.
Usted ha asistido a muchas operaciones en las que los chamanes curan a la gente.
¿Qué hay de realidad y qué hay de montaje en las curaciones de los primitivos?
Es lo que yo llamo «trampa sagrada». El chamán realiza actos teatrales, imita
poderes, e imitando poderes produce el efecto, porque abre las puertas de esa
cosa misteriosa que somos nosotros.
Dudó siempre de lo que veía en ese tipo de rituales, pero luego le dio otro sentido, más
bien metafórico, que integraría más adelante en sus terapias.
Yo partía de no creer en nada. No es que dudara, es que no quería creer en
aquello. El paso positivo que di ante aquellas prácticas fue eliminar el creer y el
157
no creer, me quité estas dos actitudes de encima. Los científicos no creen, pero
creen en no creer. Es un error. Hay que prescindir de prejuicios ante estos actos,
experimentar tranquilamente y ver los resultados.
La manera de actuar del chamán es, en cualquier caso, metafórica.
Claro, porque el inconsciente procede con metáforas. Si, por ejemplo, a
alguien que te ha hecho mucho daño le das una bola pintada de negro y le dices
«Toma, éste es tu cáncer y no el mío, quédatelo», eso es una metáfora.
Pero el enfermo, más o menos, suele resistirse a ser curado.
No es que se resista más o menos, es que se resiste siempre, por una razón
muy sencilla: la enfermedad, en sí misma, ya es una resistencia. Una resistencia
al mensaje del inconsciente. Se está produciendo una prohibición y, en la
medida en que te resistes a ella, creas una enfermedad.
Cuando leo el tarot lucho como si estuviera en un combate de artes
marciales. Una pelea de karate con el consultante, que se resiste a ser ayudado.
El tarot es un arte marcial que trata de darte vida, pero el consultante combate y
se resiste.
Luchas con las defensas que pertenecen a cada nivel de conciencia. Pasar de
un nivel de conciencia a otro es una batalla. La gente se defiende de ser curada
porque ha sido marcada por una preparación genética, sociocultural y familiar
que le otorga una identidad. La gente enferma está pidiendo algo, quiere que la
amen. Para poder ayudarla tienes que luchar para que acepte que nunca va a
obtener lo que no le dieron en la infancia.
Paradójicamente, y al mismo tiempo, el enfermo pide la curación.
En realidad, el enfermo pide la curación para que se le vaya el dolor, no la
enfermedad. Está pidiendo una aspirina metafísica. Quiere que desaparezca el
síntoma, pero se resiste a querer ver la esencia que produce esa enfermedad. No
la quiere ver porque perder la identidad es lo que más tememos.
¿Es como el miedo a la muerte?
No. Es mucho más que el miedo a la muerte. El cerebro no concibe el miedo a
la muerte, pero sí el miedo a perder la identidad, que es su equivalente. La
persona que pierde la memoria se puede decir que es un muerto vivo, que tiene
que recomenzar una nueva vida.
Sin decorado primitivo de fondo ni superstición, ¿qué queda de las ceremonias de
curación realizadas por los chamanes?
No es sólo una cuestión de decorado primitivo. No somos primitivos.
Cuando estuve en la India, con motivo del rodaje de mi película Tusk (1978),
busqué un maestro. Me encontré con uno que salía del hotel y que estaba
gordísimo, se había enriquecido y había engordado, se había occidentalizado de
una manera grotesca. Otro día vi un desfile de sadhus, los hombres santos de la
India, protestando porque el precio de la marihuana había subido: estaban
todos drogados. Las mujeres vendían sus saris de seda y los compraban de
nailon. Etcétera. Estos pueblos primitivos quieren venir aquí, eso explica la
invasión de chamanes de todo tipo que arriban a nuestras ciudades. Todos los
158
que vienen a salvar el mundo quieren entrar en la civilización, y lo que les atrae
es, sobre todo, el dinero. Eso es lo que les llama la atención de Occidente. Es
ridículo que nosotros, que hemos salido de la mentalidad primitiva, que hemos
llegado a la mentalidad racional, volvamos a buscar secretos en lo primitivo. No
podemos volver atrás. Debemos tomar ese conocimiento, aplicarlo a nuestra
mente racional e ir más lejos todavía.
Pero hay quien se va a la selva en busca de ritos, chamanes y referencias que aquí
hemos olvidado...
La moda del neochamanismo es ridícula. Es bueno visitar otros pueblos para
aprender técnicas que hemos perdido, pero no para imitarlos o reproducir sus
supersticiones, sus dioses o sus ritos, que no nos sirven. Es absurdo. Nosotros
no seremos nunca pieles rojas ni indios del Amazonas aunque nos lo
propongamos. El libro de Antonin Artaud Los tarahumaras es lamentable, en
cuanto que habla de ese pueblo con mirada de turista. Se tiende a idealizar a los
antiguos. No eran mejores que nosotros, aunque el pueblo y el folklore siempre
hayan conservado restos de un conocimiento difunto que, por otra parte, no
podemos emplear. La actitud tradicionalista no es útil para nosotros.
¿En qué consiste la psicomagia?
La psicomagia consiste en dar consejos para solucionar problemas, aplicando
de forma no supersticiosa las técnicas de la magia. Los elementos con los que se
cuenta son toda clase de actos simbólicos que puedan ser propuestos a una
persona.
Lo primero de lo que tenemos que ser conscientes es de que cuando una
persona tiene un problema hay que introducirla en su problema, para que sea
consciente de él. Hay que llevarla al límite de su problema, no apartarla
enseguida de él, sino enfrentarla a sus miedos. Una vez superados éstos, la angustia desaparece y la persona puede remontar. Si uno tiene miedo de algo, hay
que enfrentarle a ese miedo. Esto no es algo original: hay que poner a la persona
frente a su angustia. A partir de ahí, hay métodos concretos para ayudarla. En
el caso de que una persona haya sufrido toda su vida, lo único que puede
hacerse es dejarla morir y que renazca de nuevo. Esto se hace metafóricamente,
por ejemplo cambiándole el nombre y haciéndole una tarjeta de visita nueva.
La psicomagia depende de soluciones creativas muy simples en las que yo no
tengo ningún límite. Son cosas no agresivas, cosas benignas, jamás destructivas.
Por ejemplo, si enterramos algo debemos plantar algo. La creatividad no debe
verse desde el lado del mal o como una posibilidad de hacer mal, ¿comprendes?
Porque la creatividad desde el mal se convierte en destructibilidad. Y la
destructibilidad no es interesante.
¿La psicomagia puede aplicársela uno mismo o hace falta un maestro?
Por supuesto que puede aplicársela uno mismo. Yo lo hago continuamente.
Tengo fetiches propios y sagrados, y también cómicos. Me he creado un
altarcito, reflejos condicionados.
¿Qué características tiene que tener un hombre para curar a otro?
No se cura a otro, se ayuda a otro a curarse. El que quiere curar a otro es un
vanidoso. Ni siquiera el otro se cura. Dios lo cura. Yo creo que el motor de todo
159
esto es la bondad. Cuando una persona desarrolla en sí el sentimiento de la
bondad, advierte los sentimientos del otro y hace lo que puede para sacarlo del
mal. Hay que ponerse en el lugar del otro y hacer lo posible para que el otro
descubra cómo curarse. Para eso es necesario que el otro ascienda de nivel de
conciencia y desplace su visión de las cosas. Todos nosotros percibimos la vida
desde un punto de vista, más o menos variable, a una cierta altura. Cuando
cambiamos ese punto de vista nuestra vida cambia.
¿El terapeuta debe dejar la moral de lado para curar?
Debe ser amoral, pero no inmoral. La inmoralidad revela una enfermedad.
Ser amoral para el terapeuta significa no juzgar. Como un médico: si un asesino
tiene una herida, el cirujano le ayuda y le cose la herida. De la misma manera
debe actuar el terapeuta. Tiene que dejar de lado los prejuicios, y más aún un
terapeuta psicológico.
Un cierto desinterés personal y distancia ¿son imprescindibles para curar?
Habría que precisar qué entendemos por «desinterés». Está bien no querer
nada de la persona, pero eso significa también cierto cinismo e indiferencia. El
terapeuta tiene interés en curar a la persona, y precisamente ese interés hace
que sea desinteresado. Hablo de los terapeutas que no buscan ganar dinero ni
timar a la gente, como hacen ciertos adivinos. Hay otro tipo de interés, que se
manifiesta cuando el psicoterapeuta tiene complejo frente al consultante y
quiere convertirse en un soporte para los enfermos, reforzar su ego o explotar
su interés narcisista. Otras veces se dan intereses políticos o sociales. Conocí a
una psicoanalista que destruía sistemáticamente las parejas que se le acercaban
porque odiaba al hombre. También está el interés de ser amado. O el más
simple: intentar hacerse amigo del paciente, pero esto hay que dejarlo de lado
para poder curar.
Usted suele decir que curar es todo menos un juego surrealista... pero en sus recetas
de psicomagia hay mucho de juego y hasta de humor.
Hay algo de humor, pero lo que ocurre es que en el momento que hacemos
algo que nunca hemos hecho, ya estamos en el camino de la curación. Hay que
romper las rutinas. Como hablamos del lenguaje del inconsciente o de los
sueños, estos actos pueden resultar extraños en apariencia. Es el camino
contrario al seguido por Freud con el psicoanálisis y los sueños. El psicoanálisis
anota los sueños y los interpreta a la luz de la razón, va de lo inconsciente a lo
racional. Yo voy al revés: tomo lo racional y lo vuelco al lenguaje de los sueños,
introduciendo los sueños en el lenguaje de la realidad. Los actos psicomágicos
equivalen a construir sueños en la realidad. Si estas cosas no suceden, hay que
hacer que sucedan. La realidad busca la liberación onírica, y hay que hacer que
pase algo para que alguien se cure. Todo lo que sale de lo racional hace reír o
espanta. Risa o espanto son sólo reacciones para salirse de lo común.
La verdad es que la psicomagia se ha hecho popular. ¿Cómo se lo toma?
Encuentro por la calle muchos actos de psicomagia que no he dado yo.
(Risas.) Es cierto que se está utilizando mucho. Al principio fui muy discreto.
Estuve durante años dando consejos y anotándolos. Luego vino Gilles Farcet, e
hicimos el libro Psicomagia, que él tardó cuatro años en preparar, mientras yo
160
seguía trabajando. Cuando el libro salió en Francia tuvo un gran éxito y se
tradujo al castellano y al italiano. La gente se puso a buscarme, y entonces pude
hacer experimentos. Durante un año recibí, cada día, a dos personas en mi casa
para tratar de elaborar las leyes de la psicomagia, pensé que era parte de mi
creatividad y que, antes de que yo muriese, tenía que poder enseñársela a mi
hijo Cristóbal, a mi mujer Marianne y luego a unos cuantos terapeutas.
Continúo formando gente, pero el proceso es muy lento. Se necesitan, al menos,
cuatro o cinco años de experiencia y mucha actividad artística.
La diferencia fundamental de esta terapia con el psicoanálisis es que éste fue
creado por gente que procedía de la universidad y de la ciencia, mientras que
yo he creado una técnica que viene del arte. Yo digo que un científico no puede
ser terapeuta. La curación es obra de artistas y poetas. Si no, no puedes curar.
Trabaja con el cuerpo a fondo, pero teniendo en cuenta la existencia de un cuerpo
fantasma, sobre el cual usted ha investigado mucho.
Yo empecé a estudiar las religiones, el tantra, el yoga, la alquimia, el zen, la
medicina china, la Cábala. Me di cuenta de que cada cultura crea una biología
imaginaria que funciona. Por ejemplo, estudié que el chakra muladhara, que
está entre el sexo y el ano, es como una flor de cuatro pétalos que tiene en el
centro un elefante con la trompa izada. En un primer momento pensé:
«Verdaderamente no siento que tenga ninguna flor entre el pene y el ano». Pero
cuando fui a la India decidí montar en elefante, para ver qué era eso. Y entonces
supe por qué decían eso de aquel chakra: cuando montas en elefante sientes la
fuerza de la naturaleza. El elefante avanza como un giroscopio, no se inclina ni
a la derecha ni a la izquierda, va como una barca en un mar calmo. Es como una
fuerza monumental de la tierra que la sientes entre las piernas. Entonces me di
cuenta de que esas flores y ese elefante son metafóricos, hay que comprenderlo
en su sentido cultural; son localizaciones que se ubican en el cuerpo, pero son
imaginarias.
A mucha gente le digo que si quiere aprender masaje do-in, no presione con
el pulgar el cuerpo buscando míticos meridianos. Yo le enseño en una hora a
empujar con el pulgar todo el cuerpo de la persona, y los pacientes sanan.
Chakras y meridianos son biologías imaginarias. El cuerpo es un todo. Me
interesé por la biología imaginaria porque comprobé que, cuando imaginas tu
cuerpo, lo estás creando. Castaneda tiene una biología imaginaria fuerte, con el
punto de ensamblaje y todo eso, que viene del esoterismo europeo, el aura y
demás. También estudié los cuerpos mutilados, los llamados «miembros
fantasma».
¿Qué consejos daría para perder los miedos que padecemos?
Cada caso es distinto, pero siempre he dicho que hay que manifestarlos de
una forma psicomágica. Hay que descubrir qué te da miedo y hacerlo. Si una
persona teme morir, le hago pasar por un funeral, la entierro simbólicamente. A
quien teme ser pobre le envío a otra ciudad a mendigar durante un día. Les
hago colocarse en el límite de lo que temen. Enfrentarse a ello.
Georg Groddeck dijo algo que me gustó mucho: «Tienes miedo a lo que
deseas». Si una persona tiene miedo a ser homosexual, le mando vestido de
travestí a un bar de homosexuales. Para vencer al miedo, hay que dejarlo entrar
en tu vida de forma concreta.
161
¿La medicina del futuro contemplará asignaturas como la psicomagia, el teatro o el
psicochamanismo?
La medicina del futuro tendrá que integrar todo esto, aunque ya está
haciéndolo. Yo tengo muchos alumnos del doctor Hamer, que han creado la
biopsicogenealogía, que para mí es un delirio, pero que poco a poco se hace
evidente.
Y mi amigo Jean-Claude Lapraz, médico fitoterapeuta, me envió durante dos
años a sus pacientes para que yo viera si existían problemas psicológicos. Entre
los dos llegamos a un principio de acuerdo que decía: «No presupongamos que
todas las enfermedades son psicológicas, pero vamos a observar qué hay de
psicológico en las enfermedades». Estudiamos los sucesos psíquicos en su
relación con los corporales y, al mismo tiempo, los dos hacíamos nuestro
trabajo.
Los médicos de hoy en día... ¿ejercen un poco de psicochamanes?
¡Pero si para la gran mayoría de ellos tú eres un número y no tienes nada que
decir! Hay que reformar radicalmente el estado de la medicina: desde los
hospitales hasta los hábitos. Enfermeras, médicos, no saben tratar al enfermo,
piensan que al enfermo hay que tratarlo de forma cruel e impersonal, y eso no
funciona. Ellos curan máquinas.
Lo fundamental en la curación es que la persona se exprese y hable. Notas,
cuando curas a alguien, que se produce un cambio en la persona que ha sido
escuchada. Para curar tienes que saber quién es el paciente y en qué terreno se
desarrolló su enfermedad y su carácter. Para saber quién es, es imprescindible
desarrollar su árbol genealógico por lo menos hasta los bisabuelos. Pero nada
de esto se aplica hoy en la medicina convencional.
¿Qué opina sobre el suicidio?
Si tienes una enfermedad grave, incurable, el suicidio es una opción posible.
La gente tiene derecho a terminar con su vida. La vida no es prolongar una
agonía. La medicina actual prolonga el dolor, y eso es terrible.
¿Cómo ve la forma en que nuestra sociedad afronta la muerte?
Es una monstruosidad cómo se nace y cómo se muere. Así no se debería
venir al mundo, habría que recuperar el nacer y morir en el hogar.
162
Entender la vida
La vida entera ¿no es acaso un milagro?
Es rica. Si tú observas atentamente un prado, te das cuenta de que cada
planta es de un verde diferente, cada mariquita es distinta de otra. Muchos
conocemos la anécdota de ese hombre que fotografió los copos de nieve y
descubrió que cada uno era diferente: miles de millones de copos, cada cual con
su forma. Es decir, todo es variedad, diferencia. Pero, al mismo tiempo, todo
está comunicado, estamos unidos por secretos hilos. La vida es una creación
milagrosa. Toda la realidad es una pura unión de hilos mentales, emocionales...
Hay que andar de puntillas, ligeramente, sobre el mundo sin padecer la realidad...
Los pasos son importantes. Todo el ser se refleja en la planta de los pies,
adonde llegan todas tus terminaciones. Los pasos nos definen. Los seres
amados, los perros y los gatos, por ejemplo, conocen nuestros pasos. Pero hay
gente que vive muy encerrada en su mente y se despreocupa de sus pasos,
como si la tierra fuera realmente sucia y pudiera mancharle los pies.
Cuando me fui de Chile yo tenía 23 años, a mi vuelta tenía 63. Las calles
estaban llenas de recuerdos, de emotividad; allí estaba toda mi adolescencia,
llena de poesía. Andaba sobre las aceras acariciándolas con las suelas de los
zapatos. Los actos hacia los otros deben ser tan delicados como los pasos que
damos en un terreno que es parte nuestra.
¿Qué significa «no padecer» la realidad?
La persona que no controla su territorio no controla su existencia. Si uno no
es consciente se deja llevar, no sólo exteriormente sino también con los
pensamientos que le asaltan. Es muy vulnerable a deseos y sentimientos. Por
ejemplo, vives tranquilo con tu mujer y, ¡catástrofe!, de repente pierdes el
control porque te has enamorado de otra. No hay que sufrir la realidad, hay que
navegar sobre ella, superar vientos y tempestades. En medio de los golpes del
mar y los signos, hay que avanzar tranquilamente y mirar hacia el puerto a
donde vas.
En Nueva York, cuando estaba montando mi película La montaña sagrada,
tuve problemas de todo tipo y empapaba con mi sudor seis o siete camisetas
cada noche. Fui a ver a un sabio chino que me habían recomendado. Era poeta,
gran maestro de tai-chi y médico. Nada más verme, me dijo: «¿Cuál es su
163
finalidad en la vida?». Yo me quedé traspuesto, sin respuesta. Él prosiguió: «Si
usted no me cuenta cuál es su finalidad en la vida, yo no le puedo curar».
Entonces entendí que si un barco atraviesa la vida sin finalidad no llega a
ningún puerto. Lo que permite que la vida no nos devore es tener una finalidad.
Cuanto más alta sea, más lejos nos llevará.
Como místico no tengo más que una finalidad: conocer a Dios. No el Dios del
que se habla por todas partes, sino de esa cosa increíble que mueve el universo.
Más allá todavía: disolverme tranquilamente en él. Ésa es mi finalidad y, para
ello, no hace falta ser un gurú, ni un iluminado ni otro monigote por el estilo.
¿Debemos actuar en la vida como en un gran sueño?
Como en un sueño lúcido, no como en una pesadilla. Y cuanto más lúcido es
un sueño menos sueño es. Pasar el río es pasar la vida. Plena felicidad a pesar
del pleno sufrimiento. A mí las guerras no me gustan. He pasado por muchas:
empecé con la mundial... No soy de los que creen que el ser humano deba
angustiarse.
Pero el hecho es que vivimos llenos de angustia...
Recuerda que María y Zacarías ven un ángel y que, por dos veces, el ángel
les dice que no teman. Estaba escribiendo Los Evangelios para sanar y me vino
esta escena a la cabeza. Yo creo que el ángel les quita el miedo. El primer paso
para entrar en la conciencia divina y cósmica es perder el miedo. ¿Por qué?
Porque la esencia de los animales es tener miedo, y ello nos limita. Nuestro
cuerpo tiene miedo a ser comido. Esto es lo primero y más básico. Películas
como Alien o Tiburón se dirigen a ese fondo primitivo: ser devorado o no tener
que comer.
El miedo, por otra parte, es útil. Si los niños no aprendieran que no tienen
que quemarse, morirían todos. El miedo preserva la vida, sin él no vivimos,
pero en cambio el pánico es otra cosa. La angustia es el miedo a lo desconocido.
Cuando no sabes de qué tienes miedo, entonces se produce angustia. Lo
esencial no es tanto librarse del miedo como no dejarse dominar por el pánico.
Dice que el amor crece en la medida en que la crítica decrece. ¿Cómo debemos actuar
frente a los defectos de los demás?
El enemigo del amor es la crítica al otro. Si alguien te critica es porque no te
ama. Hay que aceptar al otro tal como es. Ahora bien, criticar es una cosa y el
juicio objetivo es otra. Enjuiciar es malo, pero saber qué le sucede a los demás es
bueno. Hay que decir al otro: «Yo no te critico porque te quiero, pero veo tus
límites y me gustaría hacerte consciente de ellos para que tú hagas lo que
quieras». Eso no es crítica.
Suele decir que «Lo que das te lo das, lo que no das te lo quitas»...
Y eso quiere decir que lo que haces al mundo te lo haces a ti mismo, y lo que
no le das al mundo te lo quitas. Si yo guardo el conocimiento, me lo quito. Yo
tuve un maestro, un alquimista, que tenía 110 años y se ahorcó con un alambre
en su cuarto. Tenía un conocimiento enciclopédico y monumental pero lo daba
en pequeñas frases... ¿Para qué le sirvió acumular tanto conocimiento? ¡Se
suicidó!
El conocimiento se recibe y se da. Cuando das el conocimiento te enriqueces.
164
Si no das amor te lo estás quitando a ti mismo. Si yo comienzo a ayudar a la
gente, si empiezo a sanar a la gente, me empiezo a curar, ¿comprendes? Para ser
terapeuta hay que estar enfermo. Lo primero que hay que hacer para curarse
uno mismo es curar a la gente. El mundo eres tú y soy yo. El mundo no es
nuestro, es lo que somos. Yo no quiero andar con los pies sucios. ¿Por qué tengo
que andar por terrenos contaminados o entre árboles que se están muriendo?
Esto que padecemos nos lo estamos haciendo a nosotros mismos: si
envenenamos la atmósfera atacamos nuestros pulmones. Si ingiero tóxicos
como nicotina o alcohol estoy contaminando mi sangre, pero como la sangre es
de todos -mi sangre no es mía- estoy envenenando a la humanidad.
Tengo otra frase más: «No quiero nada para mí que no sea para los otros».
Ha escrito que para transformarse hay que dar y no pedir, que es muy distinto.
Para transformarse hay que dar, pero para transformarse también hay que
aprender. Uno se cierra y no admite el amor del otro, el cariño ni la ayuda del
otro. El verdadero salto es aprender a recibir, que es tan difícil como aprender a
dar. Y también hay que aprender a pedir lo que uno necesita: justicia es darse a
sí mismo lo que uno merece. Por eso en los evangelios se dice: «Llamad y se os
abrirá». Si yo pido una larga vida es porque tengo derecho a pedirla. Si yo pido
que se utilice otra energía diferente a la del petróleo es porque tengo derecho a
pedirlo, como que se limpien los ríos o que cesen las guerras o que las fortunas
no se acumulen en unos países mientras otros pasan miserias. Tengo derecho a
pedir que circulen las fortunas por todo el planeta. Tenemos que aprender a
pedir lo que es justo, y a no pedir lo que no es necesario pedir.
¿Y la gente que no pide...?
Un santo que no pide nada es un santo que vive encerrado en sí mismo y que
deja pasar el mundo... Es una decisión individual, pero es necesario tener a
quién transmitir tus conocimientos. Hace un momento te mencioné a mi
maestro alquimista, que poseía una sabiduría increíble y que me revelaba los
secretos con cuentagotas. Había sido prestidigitador, un hombre famoso...
Había puesto todo su dinero en el banco y, por un error económico de la
inflación, lo perdió y no sabía de qué vivir. Y, entonces, se colgó de un alambre.
Se ahorcó por no haber compartido con los demás. Yo tuve una crisis profunda
cuando lo supe y me interrogué por el final de aquel hombre. Aprendí algo: la
sabiduría que no das, la pierdes. A la muerte de ese hombre, con la reacción que
me produjo, comencé con mi Cabaret Místico, lugar donde podía enseñar a los
demás todo lo que yo aprendía a lo largo de la semana. A veces me robaban
ideas, pero eso no importa. Hay gente que dice que hizo cosas que yo inventé.
Me da igual.
Una vez, este mismo maestro centenario y con cuerpo de adolescente, me
contó que había estudiado artes marciales. «Yo también», le contesté.
Estábamos en Notre Dame, y me dijo: «Atácame». Yo me puse en posición de
combate y él movió su mano izquierda de una forma tan increíblemente bella
que mientras la miraba fascinado me dio una gran bofetada: «La belleza es el
arma más peligrosa», me advirtió. Yo tardé mucho tiempo en comprenderlo.
Utilizó una práctica secreta china que consiste en dibujar con la mano una
culebra que distrae al enemigo. Y así es la belleza. El arma más terrible.
El arma más poderosa del ser humano es la imaginación. ¿De dónde viene la
imaginación?
165
La imaginación es un juego de construcción que tenemos. Por diversos
caminos vamos adquiriendo materiales: palabras, emociones, deseos,
necesidades, sensaciones, percepciones. Todos estos materiales los organizamos
con nuestra conciencia racional, de la manera en que hemos aprendido. Aunque
seamos primitivos en el proceso de identidad y en conocer nuestras propias
posibilidades, los organizamos. En el cerebro, todas estas piezas se acumulan y
se pueden mezclar y ordenar con formas diferentes, como en el juguete Lego.
En este proceso no contamos solamente con lo que nos viene dado de fuera,
adquirido, sino con lo que se encuentra, misteriosamente, en nuestro cerebro; lo
que llamamos inconsciente. La imaginación es crear con estos materiales.
Cuando lees, estás imaginando mucho más de lo que estás leyendo. La
imaginación es un lenguaje más rico que el limitado lenguaje oral... La imaginación supera los límites racionales. Existe una imaginación visual, táctil,
olfativa, bucal, auditiva, emocional, sexual o intelectual. Una imaginación
emocional que desarrolla tus sentimientos hasta lo sublime o el crimen. Una
imaginación sexual, como la del marqués de Sade; una imaginación material,
como la que tenía Marx, que veía el mundo a través de la economía. Yo, a la
imaginación, la llamo creatividad. La base de la vida. Si padecemos es por falta
de imaginación, por falta de creatividad.
Después de todo, ¿tenemos algo que perdonar a la vida?
(Sonriendo.) Tu pregunta es simpática, porque hace de la vida un objeto y de
ti un sujeto que está fuera de ella y que, además, la juzga. ¡Nosotros no somos
monigotes fuera de la vida! Para perdonar a la vida tendríamos primero que
perdonarnos a nosotros mismos. Y nosotros tendríamos que ser culpables de
algo y no lo somos. No hay culpa. Ni siquiera existe un criminal que sea
culpable él solo: todo crimen individual es producto de la familia, la sociedad y
la historia.
Yo hablaba en términos de resentimiento hacia la vida.
Hay que perder los resentimientos: es el gran trabajo de resolver la rabia y
los rencores. Estamos llenos de rencores y frustraciones por amor no obtenido.
La enfermedad es falta de amor.
¿Y contra la falta de amor?
La creatividad.
¿Podemos aprender a ser creativos?
Por supuesto, inmediatamente te daré un curso.
166
Curso acelerado de creatividad
167
Introducción
Cuando hablo de creatividad me estoy refiriendo a un cambio total en
nosotros mismos. Si nunca he querido reflexionar en voz alta sobre este asunto
es porque lo que se va a escuchar es muy extraño. Sin creatividad, el mundo
marcha muy mal. Estoy seguro de que la mayor parte de las enfermedades
provienen de la falta de creatividad y de que los problemas sociales que
tenemos en el mundo se deben a esta carencia. La creatividad mal comprendida
provoca la guerra y los crímenes.
Para trabajar con la creatividad hay que ser críticos con uno mismo y con
todo lo que representamos. Cuando miro a una persona, puedo ver en qué
estado se encuentra su cuerpo. También puedo ver sus tensiones mentales,
cómo su espíritu está replegado. En otros, percibo las dudas que tienen sobre sí
mismos o bien oteo la educación recibida como una pesada costra, ya que los
han educado desde la racionalidad. Otros bailan todo el tiempo con las cosas
del pasado. Cuando miro, no lo hago con una mirada crítica sino con una
mirada creativa. Si leo el tarot a alguien veo a la persona íntegramente, porque
prescindo de mis límites para ello. Esto es sólo un ejemplo de creatividad.
Quiero explicar qué es la creatividad en su conjunto y por qué la creatividad
es tan rara. La creatividad es tan extraña que con ella se puede llegar a ser
Cristo, Buda, la Virgen o Atenea. La creatividad está relacionada con la religión
y también con los mitos. A mí me ha salvado la vida. Por eso voy a introducir
este curso contando cosas de mi pasado.
Os diré que nací en un barrio obrero, que mi padre tenía una tienda y era
comerciante. Lo cuento en un libro que se llama La danza de la realidad. Vine a
parar a un mundo muy limitado y pensé que la creatividad era la única llave
que tenía. Lo cierto es que me gustaba estudiar, era un buen estudiante, pero
me aburría un poco. Como mis tíos, a los que detestaba, eran universitarios,
abandoné la universidad. Entonces me dije a mí mismo: «La única llave que
puede salvar mi vida es la imaginación».
Pero ¿cómo se desarrolla la imaginación? En mi caso no resultó difícil. Yo
había aprendido a leer a los 5 años y pasaba gran parte de mi tiempo entre
libros: cuentos de hadas, historias de todo tipo... Desarrollé la imaginación a
través de la lectura. El imaginario formado a través de los libros es siempre un
imaginario intelectual, pues pasa por las palabras. Pero la imaginación es
mucho más que eso. La creatividad desborda las palabras.
Uno de los grandes enemigos para crear es la moral. Hay que ser amoral para
desarrollar la imaginación. La moral nos aprisiona el imaginario. Hay que ser
valientes y prescindir de esa muleta.
168
Historia del imaginario
El ser humano, desde el punto de vista histórico, comenzó por vivir
encerrado en lo que era, en sí mismo. Después se dio cuenta de que podía dejar
entrar dentro de sí elementos que no estaban en él, sino fuera de su cuerpo.
¡Nos pusieron en la naturaleza, y resulta que la naturaleza somos nosotros! Al
principio, sin embargo, el mundo nos resultaba ajeno.
Por ejemplo, supongamos que soy un salvaje: sé que el mundo no soy yo,
pero me doy cuenta de que hay árboles, vegetación, flores, musgo... Por medio
de la brujería, un día incorporo el árbol a mi persona. Creo un tótem vegetal.
Estoy unido al árbol, al tótem. Cuando se planta un árbol, ese árbol soy yo;
cuando se corta su tronco, yo muero. Cuando muero, depositan en mi boca
semillas, y de ella crece otro árbol maravilloso. De mi cadáver surge un árbol,
luego soy una semilla. Incorporando los árboles, comienzo a labrar la tierra,
porque me identifico con las plantas. Lo que está en la base de mi imaginación
es el mundo vegetal, y esto se ha transmitido hasta hoy puesto que los
fitoterapeutas utilizan las plantas para curar. Hay que entrar en el espíritu de
las plantas, pero a la inversa, abriendo una puerta para que el espíritu de las
plantas penetre en mí. Hasta que el espíritu de las plantas no haya penetrado en
mí, no seré creativo.
Allí donde se termina el espíritu de las plantas está el Om Mani Padme Hum,
o el diamante en el loto. Aquí se concentra toda la religión tibetana. Del pantano
sale un loto en el que crece Buda- Toda la religión egipcia o budista se asienta
en la incorporación de una planta. Porque ésta se abre al sol, expande su
perfume, se hace dios. Yo soy una planta que crece del lodo, que crece de mi
inconsciente; crezco de la conciencia, del conocimiento, y de mí sale el Ser de
Luz. Todo esto tiene un remoto origen. La planta que incorporé en mí ha abierto
mis puertas. Hay un koan zen que dice: «Puerta abierta al norte, puerta abierta
al sur, puerta abierta al este, puerta abierta al oeste»- Es la respuesta a lo que es
el Buda. No se comprende lo que eso quiere decir, pero al menos se comprende
que algo se abre. La persona que no está iniciada en la creatividad se dedica a
buscar, pero le va a costar mucho abrirse. Para ser creativo, hay que soltarse. Y
así se entra en el zen, porque la divisa esencial del zen es soltar amarras,
liberarse.
Cuando la humanidad prosigue su avance, el hombre deja entrar al animal
en él. Absorbe al animal: los insectos, las ranas, los tigres, los leones, los
leopardos, las arañas... o sea, el tótem animal- Del tótem animal nacerán todos
los dioses: Apolo es una rana, por ejemplo. En muchas culturas se lucen
máscaras animales, de leopardos en México, de cocodrilos en África, e incluso el
zodíaco está simbolizado por figuras de animal y aún hoy en día perdura la
incorporación del tótem animal a nuestra vida cotidiana: utilizamos expresiones
como «ser un rapaz» o «hacer la guerra como depredadores». Hemos
incorporado al animal en nosotros.
Así es como al principio el ser humano produjo su creatividad. De cada cosa
que incorpora, hace un dios. Con cada dimensión incorporada, crece nuestro
ser. Después de incorporar al animal, el hombre se hace cazador; puede criar
vacas, corderos... Si incorpora un tigre, puede cazar un tigre; si introduce un
elefante, puede domar un elefante. De ahí procede el dios Ganesha en la India,
con su cabeza de elefante. Para la cultura india la araña es Maya, la que teje el
universo; y este universo es un sueño, un sueño tejido en forma de telaraña. En
el tarot podemos ver que el arcano 8 es la Justicia, y la Justicia es una
descendiente de la araña. Todo ocho desciende de la araña: las ocho patas, el
169
símbolo de infinito y otras referencias.
Pero hay que ir más lejos. El hombre contempla los movimientos de la luna,
los movimientos del sol; mirando las estrellas incorpora los ritmos del cosmos.
De ahí nacen la ley, la realeza; toda la organización de la sociedad nace de la
incorporación del ritmo cósmico. Por ejemplo, había un rey que en noches de
luna llena hacía regalos a su pueblo y cuando la luna desaparecía era depuesto.
Seguían la conducta de la luna. Se piensa por ciclos. La inclusión de los astros
en la organización social persiste todavía. Somos regidos por un presidente, que
simboliza el Sol, y por la mujer del presidente, que simboliza la Luna. El Papa
es un símbolo solar; la Papisa es un símbolo lunar. La asimilación de los ritmos
cósmicos es importante para nosotros. La iluminación se hace con referencia a
esos ciclos. Se dice: «Voy a iluminarme, voy a convertirme en sol». Y brillamos
como el sol. Es decir, que nuestro fin supremo es convertirnos en Sol (AmonRa), porque la luna refleja la luz del sol. Lo que significa que el yo tiene que ser
como la luna, así de humilde, para reflejar en su totalidad la luz del sol. Cuando
al sol se le dio una significación masculina, nuestra sociedad empezó a
degenerar. En Alemania hay vestigios de una antigua civilización en la que la
luna era masculina y el sol femenino. Son restos de una sociedad matriarcal en
la que convertirse en sol significaba convertirse en mujer. Hoy significaría
convertirse en hombre, inconscientemente hablando. Todo esto no quiere decir
que debamos entender el sol como una representación papal o de otro tipo. En
el fondo el sol es una especie de andrógino esencial.
Ya en el Siglo de las Luces, el hombre decide ser intelectual, puramente
intelectual. Y la mecánica comienza a producir los aparatos: los motores a gas,
los mecanismos o las máquinas que funcionan con energía manual, como los
relojes. Y el hombre incorpora las máquinas. ¡Se imita la conducta de las
máquinas! Ha llegado el pensamiento racional. Incluso aún hoy se tienen trazas
de ese racionalismo del Siglo de las Luces. Cuando voy con un francés al cine,
dice: «Pero eso no es lógico, no es posible». Si vamos a ver El resplandor, la
película de Kubrick, cuando el protagonista se encierra y de pronto sale con un
hacha, decimos: «Eso no es posible, no es lógico, ¿quién le ha abierto la
puerta?». Como no nos parece posible, no parece aceptable. ¡Todo lo que no es
lógico no nos vale! Esto que pongo como ejemplo trasluce la introducción de la
máquina en nuestro imaginario, porque las máquinas son absoluta y totalmente
lógicas. Tienen una finalidad muy clara, luego el hombre tiene que tener una
finalidad nítida. El budismo, por el contrario, busca la iluminación sin finalidad.
Estamos marcados por el racionalismo. Ser racional es bueno, pero ser
solamente racional es una lepra, es una peste, una enfermedad. Cuando la
sexualidad tomó el camino de la racionalidad a través de la religión, por
ejemplo, se produjo una catástrofe. Se creó una moral racional que se ha
extendido a toda la sociedad, y que es profundamente destructiva. Al
incorporar la racionalidad al sexo se crea un problema, que nos ha conducido
más tarde, precisamente, a romper la racionalidad.
Como reacción a esa enfermedad aparecieron Freud y los surrealistas. El
surrealismo fue muy importante porque comenzamos a identificarnos con los
sueños, recuperamos el reino de los sueños, en tanto que es una parte de
nosotros. Antes, en Grecia, el sueño era de los dioses, no era para los humanos.
Pero al incorporar el sueño, yo soy eso que sueño.
Todavía un paso más. Ahora, en el siglo XXI, tenemos ordenadores. Ello
supone un cambio total de nuestra mentalidad, porque en diez años hemos
asumido todos los sistemas de la informática. Ahora una casa se puede mirar
170
desde todos los lados. Sabes, con tu imaginario, que puedes entrar por la
ventana, visitar un apartamento y salir. Podemos mirar a una persona con la
mente, ir por todas sus venas y todo su cuerpo para llegar al lugar elegido.
Quiero decir que se comienza a tener una actitud de ordenador. Ésa es la
mutación que estamos sufriendo en estos momentos. Procesamos los datos de
manera diferente. ¿Qué vendrá después? Bueno, he hecho un breve recorrido
histórico del imaginario.
Lo que quiero explicar es que, si miro mis zapatos, que son de una época
racional, veo lo vegetal, zapatos como raíces. Veo lo animal, zapatos como
cuero, la materia de la que están hechos. Y también puedo vislumbrar adonde
me llevan, los zapatos como objeto, y eso es racional. ¡Surrealista: veo que toda
mi infancia está ahí dentro! Y en la época actual, los zapatos pueden ser rojos,
pueden ser verdes, amarillos; puedo cambiarles el color, puedo cambiar la
forma; hay diez millones de zapatos que puedo tener en los pies enseguida. Soy
libre para salir de mi prisión mental.
Desde nuestra celda
Comienzo esta parte del curso con la palabra «prisión». Espero que esto sea
una clave para vosotros. Para mí esta reflexión ha sido muy importante. Es la
realidad en la que vivo. He aquí la historia: yo he nacido en un cuerpo limitado,
me siento impotente. Todos tenemos cuatro elementos: el intelecto, lo
emocional, lo sexual y lo corporal. Vivimos en las ideas, las emociones, los
deseos y las necesidades. Estos cuatro elementos están representados en los
mandalas tibetanos, indios, hindúes, en la carta del tarot El Mundo, etc. Es una
división en cuatro partes, con el quinto elemento en el centro. Éste es el
verdadero recorrido a través de toda la historia del arte de la humanidad. En
cada una de estas cuatro partes tenemos como guardianes a los dragones. Cada
torre está firmemente protegida. Recordemos la imagen de los leones que
guardan la puerta de un templo, o las gárgolas de Notre-Dame. Tenemos en el
interior de nosotros unos guardianes excelentes, que nos mantienen limitados y
muy vigilados. Mi intelecto está cerrado con llave, guardado; mis emociones,
encofradas; mi sexualidad y mis necesidades, custodiadas. Todo está protegido,
y precisamente esos carceleros que nosotros hemos creado son los que nos
impiden ser creativos. Por eso lo que estoy diciendo es un poco revolucionario,
porque para ser creativos hay que vencer a los guardianes y tirar las puertas,
aunque no se les vea e incluso aunque no se les identifique. Son como la bruja
mala que había que vencer en los cuentos de hadas; son el ogro, el miedo... Son
nuestros custodios. Hemos sido formados por la historia de la humanidad, por
el desarrollo del planeta, por la sociedad, por el país, por la familia. Todo eso
vive en nosotros. Nuestros vigilantes son prehistóricos. Poco a poco se han
hecho fuertes, se han encastillado. Nosotros necesitamos atacar a esos
guardianes, librarnos de ellos, el problema es que cuando se los ataca, nos
sentimos amenazados, desprotegidos, asoma el miedo.
El último límite que hay que vencer para ser creativo es el de los
excrementos. Somos un cuerpo que expulsa materia en descomposición. La
orina, la saliva, el esperma, las menstruaciones... Estamos hablando sólo del
cuerpo. Una persona que tiene profundos guardianes en sus excreciones no
puede ser creativa. En la medicina ayurvédica hay una escuela que utiliza la
orina con fines medicinales. En México encontré un sanador que curaba con
toda clase de excrementos de animales, y según él cada excremento tenía una
capacidad medicinal diferente.
En la creatividad psicomágica, a veces, cuando las personas están
171
bloqueadas, les hago pintar un cuadro con sus excrementos. Ese bloqueo suele
tener su origen en la infancia, en casos de familias muy exigentes con la
limpieza y que prohibían a los niños ensuciarse o comer con los dedos. Les
prohibían ser libres.
Sed creativos
Si alguien quiere ser creativo, debe tratar de practicar el siguiente ejercicio:
uno se debe colocar sobre una superficie absorbente, beber un litro o dos de
agua, y después debe tratar de orinar haciendo un dibujo y que el agua deje una
traza. Sea como sea, debemos tener en cuenta que para ser creativo el niño sucio
debe existir en nosotros. En la excreción no puede haber límites. Fui muy amigo
de la pintora surrealista Leonora Carrington, que había sido compañera de Max
Ernst. La conocí en México. Me contó que había sido también amante de Buñuel
pero que, de repente, la abandonó. Entonces ella, el día que tenía la
menstruación, puso sus manos en la sangre, y las imprimió por todo su
apartamento. Fue su reacción creativa, un acto de psicomagia en el que se
utiliza la menstruación como un elemento de transformación. Yo he dado
muchos actos de psicomagia como ése. En la magia amorosa la sangre
menstrual es muy utilizada. Las excreciones, en general, son usadas para toda
clase de encantamientos. La magia muchas veces funciona a base de
excreciones: las babas del sapo, de la serpiente, de las arañas... Todo lo que nos
parece personal, como la excreción, es utilizado creativamente.
Si se quiere ser generador no se debe tener ningún límite sexual, como
ocurrió con el primer gran pionero de esto, el marqués de Sade. Por eso el
surrealismo le adoptó: porque imaginó todo tipo de relaciones sexuales. Al leer
Los 120 días de Sodoma, Sade se revela como un científico que investigaba todas
las posibilidades del sexo sin límites. Puede ir de la antropofagia al crimen
sádico, al incesto, llegar a todo. Para poder despertar la creatividad, hay que
tener una imaginación sexual libre de toda moral, libre de toda imagen
religiosa. Hay que liberarse. Un artista tiene necesidad de imaginar las más
grandes aberraciones. Tenemos necesidad de desarrollar en nuestra mente
todas las posibilidades.
Cuando alguien tiene imaginación, pero está desequilibrado, puede asesinar
a millones de judíos, como ocurrió con Hitler, o hacer que explote una bomba
atómica. En ambos casos, se desarrolló el lado oscuro que habita en nosotros.
Uno de los más grandes guardianes que nos vigilan es el superego, que
moldeado por nuestros padres, permanentemente nos dice: «Eso se hace, eso no
se hace, eso está prohibido». Al superego hay que incorporarlo, dominarlo,
pulverizarlo.
Un ser creativo tampoco tiene límites emocionales. Esto quiere decir que
tenemos que ser conscientes de que uno puede matar, traicionar, ser goloso,
vanidoso, avaro, colérico... Emocionalmente puedo y debo imaginar todo en mí.
Puedo ser un santo, puedo ser quizá el mayor benefactor de la humanidad, y al
mismo tiempo puedo ser un tipo que envenena las aguas para eliminar la vida.
En mi imaginario emocional debo romper todos los límites, vencerlos.
Veamos ahora aspectos que se refieren a la creatividad y a lo mental. La
primera cosa que debo vencer es el imperio de las palabras. Si estoy ahogado en
las palabras no puedo ser creativo. Esto es lo que yo he hecho en mi interior: he
visualizado todas las degeneraciones del mundo. Yo no soy un depravado, pero
en el momento en que debo crear algo, tengo todos los elementos a mi
172
disposición. Cuando veo a una persona, prescindo, como sabéis, de los límites.
Por tanto, la persona puede decirme lo que le pasa: a mí no me va a sorprender.
Una de las grandes barreras en la creatividad terapéutica es la sorpresa. Un
terapeuta no puede sorprenderse, debe estar preparado para escucharlo todo,
nada le sorprenderá jamás porque él lo ha imaginado todo. Ahora bien, la
extrañeza maravillosa es algo muy distinto a la sorpresa.
Decía que las palabras son la primera barrera -la más esencial- en la que
estamos presos. Y eso sucede porque, generalmente, en nuestra civilización se
relaciona a la persona con todo lo que dice: «Yo soy lo que digo». Esta idea aún
persiste, a pesar de que con el surrealismo, Freud, Lacan y otros, se rompió la
idea de que se es lo que se dice. Y, sin embargo, pasamos todo el día
contándonos cosas. La amistad «imbécil» es encontrarse para decir cosas, no
para hacer cosas. Nos decimos cosas cacareando como en un gallinero. Nos
educamos hablando, no haciendo cosas. Por eso el refrán «Del dicho al hecho
hay mucho trecho». Nos pasamos la vida diciendo «Tú me has dicho eso»,
«Retira inmediatamente lo que has dicho». Es muy infantil, es el infantilismo de
una educación verbal, donde sólo las palabras significan algo. Y la creatividad
en este estado es nula. Un mundo donde solamente hay palabras es un universo
donde no hay creatividad. Las palabras resultan histéricas cuando son tomadas
como un lenguaje donde el objetivo son las mismas palabras. La creatividad se
da fuera de las palabras. Cuando el poeta trabaja esencialmente con palabras,
entonces éstas explotan. Son dispersadas, rotas.
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Ejercicios de imaginación
Lo anterior ha sido una pequeña introducción más o menos teórica sobre la
imaginación. Pero ¿qué hacer con todos estos materiales? ¿Estamos dispuestos a
deshacernos de viejas ideas? Ésta es la base sobre la que hay que trabajar.
Lo primero que hay que hacer para ser creativos es lo siguiente: vivimos en
un límite espacial. El intelecto está comprimido por la cabeza, y cuando se
cierran los ojos, se está en la oscuridad. Cerrar los ojos es como estar en una
prisión. Cada vez que cierro los ojos, entro en una mazmorra. Esta impresión
del espacio viene del concepto de propiedad privada. La sociedad ha creado la
propiedad privada, el derecho al espacio que me pertenece, pero no más.
Estamos habituados a no ocupar demasiado espacio, a la estrechez. En la
educación familiar nos asignan un sitio en la mesa. En la escuela tengo mi
banco, no puedo salir de mi sitio. Nos han educado en él. «¿Quién eres tú para
decirme eso?»: las personas que se expresan así lo hacen porque no tienen
espacio. Consideran que no somos nada. Tenemos, pues, aparentemente, un
espacio ridículo. No somos grandes. Cuando se comienza con estos ejercicios,
no somos todavía grandes. Lo que tenemos que hacer es decirnos: «Esa negrura
que veo es la negrura del universo, de forma que, cada vez que cierro los ojos,
entro en el espacio cósmico». ¡Hay que partir de esta idea! ¡Hay que crearlo! Yo
me sentía limitado mentalmente, y me dije: «¿Cómo puedo ser más inteligente o
más perceptivo?». Entonces cerré los ojos y me imaginé una luz, y puse la luz lo
más lejos posible en ese universo infinito que no podía alcanzar. Comencé por
un universo rectangular. Es decir, me proyecté hacia delante. Avancé y avancé.
Cada vez más lejos, perdido en el espacio. Después fui hacia la derecha, cada
vez más, hasta el infinito. Y a la izquierda, cada vez más lejos, hasta no se sabe
dónde. Y después hacia atrás, hacia la lejanía. Me sitúe en un universo que tenía
un delante y un detrás, una derecha y una izquierda. Y después fui hacia arriba,
cada vez más alto, lo más alto posible, y después hacia abajo, cada vez más bajo,
hasta el profundo abismo. Eso quiere decir que el espacio hacia delante es
infinito, hacia atrás es infinito, a la derecha es infinito, a la izquierda es infinito,
hacia arriba es infinito y hacia abajo es infinito. Me gusta mucho el infinito, no
le tengo miedo mentalmente. Y ahora se puede hacer este ejercicio: descruzad
los pies, poneos derechos, os podéis guiar por una luz o simplemente pensar
que vais hacia delante. Hay que hacerlo. Incluso si uno no se siente capaz de
hacerlo, hay que tratar de conseguirlo. Vamos a cerrar los ojos y a comenzar de
nuevo.
Creced
Otro ejercicio: imaginad que me miráis. Miradme. Hay una mirada
matemática: a la derecha, a la izquierda, arriba, abajo. Pero también hay otro
modo de mirar. Me concentro en el centro de mí mismo y, poco a poco, crezco.
Todo mi ser crece como una esfera. Para hacerlo bien tenéis que estar
completamente derechos. Veréis que ésa es la postura de la meditación. Crezco
como una esfera, avanzo por todo el planeta y, después, por todo el universo.
Yo crezco, lleno el universo. Siento que soy una esfera que ocupa todo el
universo. Eso es un gurú. Yo os recibo en mi esfera, ¿queréis que os abrace? Yo
os abrazo y es el universo completo el que os abraza. He ocupado todo
174
elespacio posible hasta el infinito. Os puedo decir que si podéis hacer esto,
llegaréis a ser Maestros. Aunque ser un Maestro completo es mucho más.
Ahora lo lejano viene a mí, la derecha viene a mí, la izquierda viene a mí, lo
de abajo viene a mí, lo de arriba viene a mí. La esfera viene a mí. Cuando hago
este ejercicio, yo soy yo y cada uno es cada uno. En él están todas las disciplinas
orientales resumidas. Yo ocupo todo el universo, después el universo viene a
mí. Eso es todo. No se necesita meditar durante veinte años. Basta con hacer
este ejercicio, con practicarlo hasta conseguir hacerlo bien. Hay que sentarse
erguido y pensar en toda la amplitud que has imaginado, para recoger toda esa
amplitud en ti. Cuando estoy así, soy invencible. No se me puede abatir. Soy un
buda de piedra. No se me puede derribar porque he recogido todo el espacio en
mí. Y tengo la posibilidad de ir hasta el infinito. Vais a ir lo más lejos posible, y
después lo recogéis todo. Vais a resultar completamente creativos.
El ser que yo percibo no es exactamente el ser que yo soy, porque tengo una
sensación de mí. Mis padres me dijeron que yo era feo; por tanto, me percibo
como me han percibido. Y a veces me percibo según la mirada de los otros.
Pero, en realidad, tengo una sensación de mí. ¡Y la sensación de mí mismo
cambia! Cuando estoy deprimido, toda mi sensación corporal está falseada por
la depresión que tengo. Pero puedo percibirme de diferentes maneras, no estoy
obligado a percibirme siempre de la misma manera. Puedo cambiar mi
percepción de mí. Ahí está toda la magia chamánica.
Expandios
Ahora daremos un paseo por el chamanismo. Lo anterior procedía del
budismo. Crezco como todo el universo, y después me recojo en mí. Yo soy la
montaña, ¿pero qué montaña? ¿Qué soy yo?
Ahora vamos a trabajar con la sensación. Imaginad que me miráis. Miradme
un poco. Yo soy grande, sin límites, estoy en el espacio. Después todo ese
espacio está completamente en mí. Gran comprensión, gran compasión. Yo soy
la realidad. Toda esa fuerza -porque crear espacio es crear fuerza- entra en
vosotros. Como dicen en La guerra de las galaxias: «Que la fuerza te acompañe».
Voy a crear la fuerza, la fuerza está en mí. Y cuando la fuerza está dentro de
uno es como una espada. Es posible sacarla a través de mis diez dedos. Estoy
concentrado en mí, mis dedos se proyectan al infinito. Mis dedos son de una
potencia incalculable. Y fortalezco mi corazón. En este cuerpo concentrado
tengo un corazón que crece hasta el infinito. Ya no tengo necesidad de crecer
como una esfera. Una parte de mí puede crecer. Me recojo en mí mismo y mi
corazón llena el mundo. Y ahora que tengo una base sólida, mi corazón vuelve a
mí. Y así, mi sexualidad puede llenar el mundo, mi mente puede llenar el
mundo, mi fuerza puede llenar el mundo. Eso quiere decir que puedo hacer de
la sensación de mi cuerpo lo que quiera, ¿entendido? Lo que tú quieras.
Esto yo lo he aplicado, por ejemplo, al masaje iniciático. Si se puede abrir un
corazón, ¿por qué no abrirlo con la mano? Entonces hago concentrar el cuerpo,
y después se comienza a abrir. Y la gente empieza a llorar. Porque han vivido
en un espacio limitado.
175
Iluminaos
Como puede verse, la sensación se puede cambiar. La idea de vivir en una
prisión es superable. Por eso mismo puedo tomar lo que quiera de mí, y puedo
alejar de mí todo lo que es pesado. Y todo lo que no está claro, yo no lo admito.
Ahora proyectad una parte de vosotros. Hay que proyectar solamente un trozo
del cuerpo y alejar de nosotros las pulgas depresivas. Cuando sintamos que no
podemos más, haremos como los boxeadores: «¡No estoy vencido!». Como un
perro, expulso de mí las pulgas, expulso todo lo que me frena y haré lo que
tenga que hacer, así de simple. Puesto que son los guardianes quienes nos
fastidian, debemos expulsarlos. Y seguimos. Hay que crecer como una esfera,
volver a nuestro estado, y después, cuando se siente uno sólido -porque este
estado da una sensación de gran solidez-, darle salida a cualquier parte del
cuerpo. ¡Sin límites! Tu cuerpo, tu corazón, tus intestinos, lo que quieras.
Fortalece lo que tú quieras.
Ahora vais a iluminaros al instante, vais a sentir ser un buda, vais a saber lo
que es. Eso os servirá. No hay que deprimirse pensando que lo estáis haciendo
mal. Se empieza por hacerlo y se hace lo que se puede. Tomo en una mano la
fuerza, la energía, y comienzo a acumular toda la energía del universo. Es el
universo completo el que viene a mí... La energía va a llegar, y mi energía va a
llegar... ¡Ya está! Eso es la fuerza. Es dejarse ir. Una vez que haces este ejercicio,
puedes acumular la fuerza en tus manos y comunicarla a quien quieras, a tu
obra, a ti mismo. Hay que imaginar que se tiene, hay que imaginarla aquí,
crearla aquí. Masculino, femenino, derecha, izquierda, colaborar juntos, padre,
madre, las dos manos... ¡como una plegaria! ¡Dios mío, ayúdame! Estoy así,
rezando, y cuando estoy así la energía cósmica viene realmente, se expande. Yo
la creo. Soy creador de mi energía. En eso consiste la creatividad.
A veces hay en nosotros un niño que ha sido castigado. Un niño que está
atormentado porque le han puesto en un rincón. Le han fastidiado y se ha
puesto a la defensiva. Ese niño rechaza todo. Y ese niño, del que se ha abusado,
abusa de ti, abusa del adulto, abusa de tu fuerza, no te deja ser tú mismo. ¡Y ya
basta! Dejemos a un lado sus caprichos. Ahora mismo le hacemos crecer. Al
niño víctima se le hace crecer, ya está bien de fastidiar. Salgo de mí y me lleno
de fuerza. Soy capaz de llenarme de fuerza. Toda la energía que llamamos
espacio viene a mí.
Sed ingrávidos
Otro ejercicio: la persona no creativa obedece a la fuerza de gravedad.
Sentimos la gravedad en nosotros. La Tierra nos dice todo el tiempo: «Tú eres
tierra, vas a terminar en mí». En todo momento sentimos que debemos caer.
Todo conduce a que nos desvanezcamos, a que nos deprimamos y, poco a poco,
caigamos. No podemos imaginar que haya otra fuerza que pueda vencer el
peso. Es así. Si yo tengo una sensación de mi peso, me sentiré pesado. Pero si
comienzo a expulsar el peso de mí, si saco todo el peso de mí, me sentiré ligero.
Puedo dominar esa sensación. Soy creativo cuando hago lo que yo quiero con
ella. ¡Puedo sentirme muy pesado o puedo ser ingrávido! De la misma manera
que mi cuerpo es oscuro en el interior pero puede estar lleno de luminosidad.
Eso es estar iluminado. Un ser iluminado sentirá que su cuerpo no tiene peso.
Tiene justo el peso necesario que él quiere, tiene la luz que él quiere: está todo
controlado. Ya no estoy prisionero de ninguna cosa, de ninguna sensación.
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Puedo tener un peso de millones de kilos o de ninguno. Yo controlo esa
sensación de oscuridad y de luz, controlo la sensación de calor y de frío. Esto
nos lleva al yoga del Himalaya, y no hace falta ir allí ni ser un yogui. Sólo
tenemos que hacerlo. Recordemos el kung-fu chino, donde los combates tienen
lugar en el aire. Lo podemos hacer nosotros, sentirnos así de ligeros. Esto tiene
que ver también con la iluminación. Cuando estamos iluminados significa que
la sombra se ha ido. Y cuando se va hacia la luz, se puede llegar a la sombra. No
se está prisionero de la luz. Si llegamos a la ligereza, podemos volver al peso; no
hay que estar prisionero tampoco de la ligereza.
Trabajemos. Una vez adquirida esa sensación, acumulad la fuerza y llenad el
cuerpo de fuerza. En ese momento se es potente. Es lo que hacen los gurús, con
todo tipo de trucos de prestidigitación. Simbólicamente se traduce así: «Yo
puedo daros sin cesar la energía». Cuando hacen esto, hay una fuerza infinita.
El gurú ha trabajado con todo eso, y toma el lado imaginario, que es ilimitado.
Y la gente cree que se ha producido un milagro, pero ese milagro podemos
hacerlo cada uno de nosotros. Consiste, simplemente, en trabajar con la
sensación que tenemos de nosotros mismos. Puedo cambiar en todo momento
lo que percibo de mí mismo. Puedo ser grande, puedo ser pequeño. Es la
sensación de mí lo que varía, eso es todo. Puedo dar y puedo también tomar.
Coger la energía del mundo y tomarla de mí. Todo eso es el trabajo de ir hacia
el infinito y volver.
El juego del tiempo y el espacio
No tenemos límite en el tiempo. Los sufíes dicen: «Ante Dios hay que vivir
como si tuviéramos un minuto, ante los hombres como si tuviésemos mil años».
Eso quiere decir que un segundo es eterno, que lo importante es desarrollarlo.
En la India vive una mujer que abraza a todo el mundo que acude a ella, y
esas personas reciben una iluminación increíble. Eso mismo se puede lograr si
os sentáis y os concentráis en el espacio. Creáis la fuerza, una fuerza infinita.
Fortalecéis vuestro corazón. Después dejad entrar en vosotros el infinito y la
eternidad. El que abraza soy yo, pero hay millones y millones de seres en mi
espíritu; millones de mundos, millones de actividades en mis brazos. Y todo el
tiempo futuro viene: me coloco en el infinito y me coloco en la eternidad. A
partir de ese momento, nuestra prisión explota.
Cuando uno va a buscar a un gurú, va a buscar lo que uno mismo podría
hacer: quieres que otro haga por ti lo que deberías hacer tú mismo, porque
piensas que no lo puedes hacer solo. Pero el gurú no ha recibido ese don del
cielo, él lo ha hecho, lo ha creado. Él ha trabajado para conseguirlo, consíguelo
tú.
No podemos quedarnos con el niñito caprichoso que dice: «Me han hecho
daño, me han golpeado, por eso no hago nada. No tengo nada dentro, no soy
creativo». ¡Ya basta! Hagamos crecer al niño que tengo dentro. Ese ser es un ser
milenario; yo soy milenario. Antes de mí había todo eso, y después de mí hay
mucho más. He aquí a todos los seres humanos separados. Pero soy capaz de
realizar la unión. Cuando yo me muevo, todos los seres humanos se mueven. Es
como un collar: este hilo representa la sensación del espacio y del tiempo. Y
todos se mueven, eso es lo importante. En lugar de pedirle al otro que me
mueva, he de moverme por mí mismo. Esto soy yo, esto es el tiempo, esto es el
espacio. Es un collar sagrado. Estoy unido. Esto es lo que se llama un punto de
tracción. Desde ese punto, todo se mueve. Yo puedo considerarme como un
177
punto de fuerza. Lo que hago, todo el mundo lo hace. Es decir, es importante
que yo lo haga para que todo el mundo lo haga. Cuando hacemos este ejercicio,
lo hacemos en medio de la eternidad, en medio del infinito, somos el punto de
tracción de la humanidad. De la humanidad pasada y de la humanidad
venidera. Todos los muertos nos siguen, todos los no nacidos nos siguen.
Parecerá muy extraño todo esto, pero en realidad ¡es el pensamiento de Buda!
Es lo que Buda ha sentido, simplemente. Es así como está hecho nuestro
cerebro. Cuando se abre el cerebro, de una forma natural, se llega a esto.
No son palabras, son ejercicios para la creatividad. No hay que ser cobarde ni
tener miedo de entrar verdaderamente en lo que es el ser humano. Somos seres
con todas estas capacidades, pero nos han limitado. Estamos en este momento,
aquí y ahora. Yo. ¡Pero no es así! Es el Todo el que está aquí y ahora. En mí está
toda la humanidad, arrastro a todos los hombres que han sido y serán. Vivo en
medio de todo el espacio. Es entonces cuando podemos comprender este mudra
donde la palma de nuestra mano mira al frente: «Yo estoy aquí, y paro el
mundo». Un artista debe pensar así, y hacer su obra planteándose estos
problemas.
Bendecid el mundo
Otro ejercicio: yo estoy en la eternidad, sintiéndome en medio del futuro
infinito y del pasado infinito. Abro mis manos y cierro mis manos. Hago una
bendición. Es decir, estoy en la eternidad y bendigo al mundo. Eso es todo.
Tenéis que hacerlo así porque un creador es absolutamente paranoico. Se cree
Dios. Y no hay que tener miedo de tomarse por dios o por diosa. Yo os bendigo:
tengo mucho para dar, soy fuerte, tengo todo lo que hace falta para bendecir el
mundo. ¡Basta de complejos de inferioridad! Con todo esto ya tenéis todos los
medios que suelen desplegar los fundadores de sectas. A continuación te lavan
el cerebro para que admires en ellos un poder superior que tú no imaginas tener
en ti, pero tú puedes tenerlo también. Para eso hay que limpiar toda la
oscuridad, porque estamos llenos de telarañas. Para eso hay que empujar al
niño que está en nuestro interior, hay que lavarlo bien, limpiarlo, hacerlo crecer.
Porque tenemos un guardián, la mente, que nos hace reaccionar siempre igual.
Pero haciendo este ejercicio, uno se convierte en creador. Nadie puede hacerte
nada, salvo matarte, y ni siquiera eso, porque hay una vida eterna. Es decir, eres
ya invencible. Y todo lo que existe lo puedes tener. Si existe el talento, yo puedo
tener talento. Mirad ahora cómo elevo mis manos al infinito, van al infinito: yo
tomo la vida. De la misma forma que puedo dar la energía, puedo tomarla.
Toda la creatividad, yo puedo tenerla. Todo el dinero del mundo, yo puedo
tenerlo. Todo lo que el otro tiene. ¿La belleza? Yo puedo tener la belleza. ¿La
energía? Yo puedo tener la energía. Todo eso es para mí. Puedo tomar y puedo
dar. Es fácil de imaginar. Es como un juego.
Pero tomar nos resulta también difícil, porque tenemos límites para recibir.
Cuando nos dicen «¿Quién eres tú para tener eso?, ¿por qué tú?», como me
dijeron mis padres cuando partí de Chile para estudiar con el mimo Marcel
Marceau; en mi caso la respuesta fue: «¿Por qué no?». Y lo hice. Llamé a su
puerta y trabajé con él. Pero desafié la prohibición. «¿Por qué tú?» «¿Y por qué
no?» «¿Por qué vas a hacer tú lo que yo no he hecho?» «Porque yo quiero y yo
puedo.» Eso es desafiar la prohibición. Y punto. Si te sientes bella, lo serás. ¡Lo
serás! ¡Seras fascinante! ¡Puedes fascinar a la gente! Pero tú no te concibes como
un ser fascinante. Vienes aquí para aprender a ser fascinante, porque puedes
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serlo. La gente te ve como tú te ves, simplemente. Si yo me considero inferior,
los demás me verán o me creerán inferior. Pero si me veo como un dios o una
diosa, ¡así es como me verán los demás! No todo el mundo, pero sí muchos,
justo los necesarios.
Por ejemplo, observemos a algunos músicos famosos. Todo el mundo cree
que son geniales, porque ellos han sentido previamente que eran genios. Luego,
con el tiempo, el mito se acaba porque los demás se van dando cuenta de que
no eran así. Puede funcionar durante un cierto tiempo, pero después hay que
hacer un trabajo espiritual para sostener este «sentirse bello». Porque si en el
interior de uno cesa esta sensación y no la hemos incorporado verdaderamente,
todo se deshace. Por lo tanto, hay que continuar con paciencia, constancia,
perseverancia. Si no se persevera, no se es creador. La creación es, ante todo,
voluntad. Nuestra acción creativa es una acumulación de fuerza y de paciencia.
Disolved el yo
Ya hemos creado el espacio. El espacio es el aquí, el tiempo es el ahora. En el
aquí y en el ahora está el yo. Hace falta atacar este yo. Hemos visto la prisión
del tiempo, la prisión del espacio en la que vivimos prisioneros del yo. Y aquí
está la parte más difícil: hacer saltar el yo, eso es lo más duro de todo. Porque
estamos tan identificados con este yo que nos defendemos y nos aferramos a él,
no queremos cambiar. Somos tercos, somos recalcitrantes, somos imposibles,
somos un monstruo. Pura y simplemente somos un monstruo y no lo soltamos.
Decimos: «Así soy yo».
Los romanos, los griegos, decían que el yo estaba en el vientre, que de ahí
nacían las ideas y que, después, se refugiaban en el cerebro. Otras civilizaciones
han puesto el yo en el pecho o en la nariz, no se sabe bien dónde ubicarlo.
¿Dónde está el yo? Tenemos un yo y es muy difícil soltarlo. Entramos en el
trabajo chamánico: la disolución del yo. Actualmente lo observamos en la
moderna técnica digital denominada morphing, con la cual podemos animar y
convertir una imagen en otra. Es decir, hay que trabajar para aceptar los
diferentes cambios del yo, lo cual es muy difícil. Los actores hacen eso cuando
van a interpretar un personaje, pero no van muy lejos porque el actor es
siempre el yo y el personaje que interpreta. Pero aquí se trata de ver qué
podemos hacer para enriquecer el yo. Y es muy fácil. Pero nadie te lo dice. Si
abro la personalidad del todo, todo hablará a través de mí. Yo me convierto en
ti, me convierto en el otro. Pero ¿cómo? ¿De qué manera? Te dejo entrar en mí y
te expreso. En ese momento me convierto absolutamente en un creador, porque
todo habla a través de mí.
Voy a poner un ejemplo. Ahí está Cristóbal, mi hijo, sentado en una silla de
madera. Me convierto en él: «Estoy aquí sentado como un receptor de luz,
sabiendo que en el tiempo infinito, eterno ante mí, voy a brillar; que la luz se va
a hacer; que estoy conectado con todo...». La creatividad consiste en absorber al
otro y expresarlo en sí. Y no solamente al otro, también las cosas. Me convierto
en silla: «Estoy contenta porque me gusta que haya un ser sentado sobre mí.
Cumplo mi papel, porque lo mantengo derecho, no dejo que se fatigue; gracias
a mí está aquí. Además, mi madera no está muerta. No hay una sola polilla en
mí. Me conservo bien, me mantengo fuerte, aunque sea antigua. Voy a durar
mucho. Quizás voy a durar más que él. Habrá desaparecido y yo estaré todavía
aquí. No hay que rechazarme. Yo lo sostengo. Con mis cuatro patas yo soy la
base material sobre la que él se puede sentar».
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Cuando empecé a estudiar pantomima, la primera cosa que nos enseñaron
fue que, para hacer gestos, no hay que hacer gestos. El principio de la
pantomima es permanecer neutro. Después se harán todos los gestos que se
quieran. Por lo mismo, la base de la imaginación es no tener imaginación, es
llegar a romper todo lo imaginario. A partir de ahí, se puede hacer lo que se
quiera. Si no se rompe lo imaginario, se estará siempre con los parásitos.
Durante todo el tiempo hay cosas que se mueven en nuestro imaginario. Hace
falta romper el diálogo interior, el lenguaje interior, ordenar el caos emocional,
la invasión de los deseos, el cuerpo indisciplinado. Hay que poder llegar a
dominar todo eso.
Sed un punto
Se puede hacer un ejercicio que es muy sencillo: la cosa más simple en que se
puede pensar es un punto, ¿no? Supongamos que tenemos un pincel o un lápiz
y que vamos a dibujar un punto. Tendremos que crear verdaderamente el
punto con todo el espíritu, con todo lo emocional, como si abriéramos un punto
en el espacio. Hagamos el punto. Si es posible crear el punto, haremos después
muchas cosas con él. Pero hay que poner verdaderamente toda la concentración
en crear un punto. Es la primera cosa que se hace en los movimientos de kárate.
Los karatekas son personas capaces de crear un punto, un punto de
concentración mental y emocional. Creemos un punto intensamente, como si en
ese punto estuviera toda la energía del universo. Un punto de energía total.
Todo debe estar ahí. Hay que poner mucha fuerza para crear el punto. Hay que
hacerlo con todo nuestro ser. Toda nuestra concentración en un punto, un
punto, un punto... ¡Eso es todo! Bien, ¿podemos hacer un buen punto, un punto
perfecto, un punto concentrado? Bravo, es un buen esfuerzo. Ahora,
observemos. Yo tengo el punto aquí en la frente. Toda mi mente es un punto.
Estoy concentrado en un solo punto. Tengo un punto emocional, tengo el punto
aquí en mi pecho, y en el sexo, por todas partes. Puedo mover el punto, puedo
ponerlo en mi boca, aquí, allá, en mis ojos... ¡Mi voluntad es un punto! ¡Eso es
todo! Haced este ejercicio. Trabajad con el punto. Concentraos en la energía del
punto, introducid el punto en vuestro cuerpo. Es como el ejercicio del espacio.
Aquí todas las direcciones se concentran en un punto. Todos los pensamientos,
todos los sentimientos, todos los deseos. Cuando se aprende a hacer el punto, se
pueden realizar ya todos los movimientos que se quieran. Sea cual sea la
disciplina que se desee practicar, danza, teatro, kárate, artes marciales, todo se
pone en su lugar. Porque no es más que eso: hago un gesto, y mi intención va
allí. Haga lo que haga. Todo está concentrado, toda mi atención va allí, toda mi
concentración es clara, precisa. El kárate, en el fondo, consiste en crear un punto
concreto donde se pueda golpear, y así se puede llegar a romper una mesa. Pero
en desarrollar el punto se tarda años.
Bellas Artes
Ahora cantaremos, pero de forma imaginaria, sin voz. Cantaremos la canción
más maravillosa. ¡Cantad la más maravillosa canción sin sonido! Imaginad que
cantáis con una voz maravillosa. Adelante. Esto es la creatividad. Tenéis que
cantar como los pájaros. Así se aprende. Con concentración, con fuerza,
hacedlo, esto no es un teatro... Podéis moveros, avanzar, no estéis quietos.
180
Cantad, poned toda la intensidad de un gran cantante. Poned todo vuestro
talento a cantar. ¿Os gusta, verdad? Es genial, podéis cantar todo lo que queráis
en el más completo silencio, con la boca cerrada.
Ya hemos cantado. Ahora vamos a crear. Haced lo que podáis, yo no puedo
daros lo que vosotros no hacéis. Si cantáis, hacedlo a fondo, será un gran
progreso para todos, porque para el inconsciente vosotros cantáis. Vuestro
inconsciente os va a considerar cantantes si hacéis como que sabéis cantar. El
mensaje pasa hasta él, y estará satisfecho. Ya sabéis cantar, ¿entendéis? Ahora,
en mi imaginación, puedo tocar el piano. Podéis utilizar otros instrumentos,
pero son más difíciles. Comencemos con el piano, con el que se usan las dos
manos, y luego podéis pasar al instrumento que queráis. Os relajáis, tocáis
apasionadamente el piano invisible y tratáis de imaginar lo que estáis
interpretando. Lo que queráis, pero tocad el piano. Este ejercicio es maravilloso.
Y cuando estéis cansados del piano, pasáis a otro instrumento. Y llegaréis a lo
mejor de vosotros. ¡Llegad a lo sublime con la música!
(Pequeño paréntesis. Hasta ahora era un juego de niños. Los niños juegan
así. Pero ahora va a ser vuestra profesión. Hace falta llegar a lo sublime de
vosotros mismos. No como una diversión. Hay que tocar, pero sintiendo
solamente lo mejor de vuestra alma. Que lo mejor de vosotros toque. Hacéis
una música de una inmensa espiritualidad. Tocad eso. Os pido la mayor belleza
espiritual, lo sublime. Sois los más bellos, podéis seducir a la humanidad entera
con vuestra música. No hay que infravalorarse, al contrario, hay que valorarse.
Eso llega solo. Empiezas, y después eso llega. El concierto podría durar todo el
día. Sería bueno que hicierais estos ejercicios hasta dominarlos. Poco a poco, con
la práctica, se van despertando nuestras capacidades creativas, hasta alcanzar lo
sublime.)
Tened talento
Ahora voy a proponer un ejercicio muy simple que va a estimular vuestro
talento. ¿No tenéis talento? Pues vais a tenerlo enseguida. No hay que dudar de
uno. Tengo el talento cuando tengo la potencia. Y tengo la potencia cuando
tengo el derecho de vida o de muerte sobre los otros. A partir de ese momento
tengo la potencia. Dios es todopoderoso porque puede matar cuando quiere. Y
porque puede crearme cuando él quiere. Y si estoy vivo es porque él me
perdona. Luego la capacidad de matar, de perdonar, va a crear el talento. Es
simple. Me imagino que soy una cobra, que tengo veneno y que delante de mí
hay un mono. Estoy delante del mono, concentrado, completamente
ensimismado, me muevo, lo miro, lo hipnotizo, y el mono hace lo que yo
quiero. Es una actitud de talento. Os digo la verdad. Yo provoco que vosotros
me miréis. Yo provoco que vosotros estéis aquí. Yo os he creado. Hace falta que
os convirtáis en cobra. En vez de ser la víctima siempre, la ratita que está
hipnotizada, pasamos al otro lado. Somos nosotros quienes hipnotizamos a la
gente, ¿de acuerdo? Para eso hay que relajarse y después crear el punto, hacerlo
subir, y después nos balanceamos porque estamos listos para saltar, pero no
saltamos. Hacemos como que saltamos, pero no saltamos. Es así como se
hipnotiza al mono. Tampoco le mordemos. Sólo se le hipnotiza. Tenéis que
desarrollar esa capacidad de mirar hipnotizando. No es seducir, es muy
diferente a seducir. Con mi concentración mental, tengo al otro. Trabajad eso.
181
Eso es el talento. No estamos asistiendo a una reunión de cobras, sino a una
cofradía de sabios que son como cobras, que se respetan unos a otros porque
saben que su conocimiento es mortal. Ahora probad a rebasar vuestra cabeza al
expulsar la fuerza. Probad a sobrepasar el interior de vuestra cabeza: imaginad
que vuestros ojos están treinta centímetros más altos que el cráneo y, sintiendo
que sois una cobra, pensad que tenemos bajo el ombligo, dos o tres dedos más
abajo, un punto de concentración y que hay una fuerza que sale de ahí hacia el
exterior, que puede entrar en los otros. En el vientre. Eso es la carta del tarot el
Emperador. Él está sentado así, y la fuerza está ahí.
Dibujad
Ahora haremos un ejercicio de creatividad aplicada. Como tenemos todas las
herramientas mentales necesarias, la concentración, la fuerza, todo lo que
hemos estudiado en este curso, vais a imaginar que tenéis una tela, del tamaño
que queráis. Tenéis un pincel que puede cambiar de color según vuestro deseo.
Y vais a hacer un cuadro, un cuadro imaginario. Podéis dibujar, podéis hacer
grandes manchas, podéis cambiar los colores, como más os guste. Después,
sentaos por grupos y, haciendo gestos, describid el cuadro que se ha pintado,
¿de acuerdo? ¡Empecemos! Mientras pintáis podéis poner una música
imaginaria para que os guíe. Si queréis ser creativos, ¡creatividad! Y si alguien
tiene potencial creativo, que continúe, que siga hasta que aparezca alguna cosa.
Para el inconsciente es como si se hubiera hecho un cuadro, ¿sabéis? Para el
inconsciente, lo que se ha hecho en lo imaginario es como si se realizara
realmente. En el sistema nervioso, cuando se imagina alguna cosa, se activan las
mismas conexiones. Lo que pasa es que la gente normal no se propone hacer
cosas semejantes, porque ellos no lo creen. En realidad, si se quiere ser creativo
sólo hace falta hacerlo. Si yo pinto diez o veinte cuadros como éste, imaginarios,
después podré hacer un cuadro real, estaré preparado para pintar. ¿Lo veis?
Esculpid
Y ahora, para terminar con esta serie de ejercicios, hay que hacer una
escultura. La escultura se hace en el espacio. Podéis utilizar cualquier material,
mármol, oro, bronce, lo que queráis. Y creáis un personaje al que, si queréis
sobrepasar, podéis convertir en abstracto. Pensad qué escultura queréis hacer.
Sois escultores. Vamos a poder manipular el espacio creativamente. Es
importante porque, si no se hace, habrá una dimensión que no se habrá
desarrollado. Hay que moverse alrededor del objeto, la escultura nos obliga a
abandonar la mirada fija, nos permite desarrollar nuestro espíritu girando en
torno al objeto creado. Una vez finalizada la describiremos, porque también son
importantes los comentarios. Antes de empezar a esculpir, pensad bien en la
materia que vais a escoger, debe ser una materia que os guste. Y también la
podéis colorear...
Cread moda
En este ejercicio, crearemos vestidos. Podéis hacer el traje individualmente o
bien en grupo. Si lo hacéis en grupo, cada uno debe hacer tres vestidos para los
182
otros. Mirad bien a la otra persona y observad qué vestimenta podría
ensalzarla. No es una crítica. Hay que atreverse y dotar de fuerza a la forma de
vestir, como en un carnaval. Cread vestidos imaginarios. Y veréis que, del
mismo modo que podéis pintar y esculpir o hacer música, podéis crear moda.
Basta con ser osados. Si después de este ejercicio os encargan que hagáis un
desfile, ¡lo podréis hacer! Se trata de ver cómo es el otro. Puedes cambiar los
vestidos, hacer una operación estética, puedes llenar, quitar, eres dueño del
aspecto del otro. Eres su dueño. Empecemos.
El arco iris
Vamos a avanzar en la creatividad con un ejercicio que es fundamental. Lo
que voy a hacer es contar de 9 a 0 para que concentréis la atención. Hay que
escuchar bien. Para estar concentrados el mejor método, el más simple, es
imaginar los colores del arco iris: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y
violeta. A medida que voy contando, me voy sumergiendo en el rojo, y después
veo que el rojo se va convirtiendo en el anaranjado, que el anaranjado se
convierte en amarillo, que el amarillo se vuelve verde, que el verde se vuelve
azul, azul oscuro, violeta. Esto es sólo para ocupar la mente y no pensar con
palabras. Sentid la llegada del color. Nueve... ocho... cada vez más
concentrados. Siete... más concentrados. Seis... más profundo, más profundo.
Cinco... más profundo, más profundo. Cuatro... más profundo... Tres... más
profundo, la escucha, la concentración, la receptividad. Dos... más profundo...
Ahora vamos a utilizar el inconsciente, uno... vamos a utilizar el inconsciente...
Tu espacio
En el interior de ti tienes el espacio, el territorio que amas. Hay un territorio
que es tuyo. Puede estar al pie de la montaña, en el campo, junto al océano,
puede ser de tierra fértil, de arena; de lo que tú quieras. Deja que te llegue tu
terreno, imagina tu sitio ideal para ti. ¿Lo ves?, ¿qué hay?, ¿hay sombras? ¿qué
perfume tiene?, ¿hay pequeños insectos?, ¿otros animales? Lo que haya, deja
que llegue. Y en ese territorio tuyo, paséate feliz, feliz: porque al fin tienes un
territorio del tamaño que quieres. Pequeño, grande, cada uno tiene el suyo. Es
fundamental que el inconsciente te dé tu terreno. La tierra que te pertenece. El
trozo de planeta que te pertenece. El paisaje en el que vivir. No escojas el paisaje
de otros. No escojas el de tus padres, escoge el tuyo propio. Toma la alegría de
tu terreno y allí observa cómo surge la casa, el habitáculo que es el tuyo. Es tu
casa ideal, donde quieres vivir, desarrollarte, acompañado o no, toda tu vida.
¿Cuál es la casa que quieres? ¿De qué tamaño?, ¿de qué material? ¿Cómo es?
Piensa cuál es tu espacio ideal. Sin límites. Cuando esa casa ideal te haya
llegado, rodéala, mírala bien, entra en ella y créale todo: los baños, las camas, la
cocina, los vasos, las cucharas..., todos los objetos de tu casa ideal los vas a
crear, y todas sus habitaciones. ¡Paséate y crea tu casa por fin! ¡Para que sepas lo
que quieres verdaderamente, sin límites! No hay límites de dinero, no hay
ninguna prohibición, no tienes que ser pequeño, ni mediocre. Escoge en tu
creatividad lo que quieres realmente, para que después lo puedas realizar en la
vida real. Tómate tu tiempo... Descubre cuáles son las actividades que deseas
hacer en esa casa..., los materiales..., eres el Gran Arquitecto. Tu propio
arquitecto. Tu propio creador... Tómate todo tu tiempo porque es fundamental
para ti saber cuál es tu territorio. Tu casa es tu ego, es tu yo verdadero. Piensa
183
también en cómo vas a estar vestido en esa casa. Qué vestimenta te corresponde. Cómo deseas presentarte. En la cocina, sueña todo lo que deseas
comer. Cuál es tu alimento ideal. Y concéntrate en la compañía ideal. Con quién
deseas estar. Si quieres estar con alguien o no. Puede haber una sala de tarot,
una sala de cine, música, libros, animales, lo que tú desees. Sin límites. Imaginad, en esta casa ideal, vuestra cama.
Y esta parte del ejercicio también es fundamental, esencial, que la hagáis bien.
Estás en la cama, acostado, pero tu vida se ha acabado. Estás muerto. Y de tu
cadáver sale el ser nuevo que renace. ¿Cómo quieres renacer? Estás acostado,
un ser, un cuerpo que ha terminado, y te levantas con un cuerpo nuevo. ¿Con
qué físico?, ¿de qué sexo?, ¿de qué edad?, ¿cuál sería tu yo ideal? Hay que
imaginarse un yo ideal. El yo que tenemos no es nuestro yo ideal. Tenemos uno
ideal aunque esté lejos todavía. Daos permiso para imaginarlo. Todos estos
ejercicios son para eliminar la falta de confianza, para enriqueceros. Si tienes tu
terreno, si tienes tu casa, si tienes tu ser ideal, te has enriquecido.
Ahora, critícate como lo haría una persona de tu familia. Tu madre, tu padre,
tu hermano. Habla en su nombre. Ponte en el lugar de alguien que se te oponga.
Porque si hasta ahora no habías imaginado nada de esto, es debido a que en ti
hay fuerzas que se oponen a que tú lo imagines. ¿Cuáles son estas fuerzas?
Encárnalas. Por ejemplo, habla como hablaría tu madre. O tu padre. Y critica.
Toda la nueva medicina habla del territorio, diciendo que una pérdida del
territorio crea las enfermedades. Porque el cerebro, dicen, actúa como un
animal que necesita su territorio. Aunque no creo que eso sea absolutamente
cierto, sí creo que el territorio es una parte muy importante. Por tanto, cuando
sabemos qué territorio nos corresponde, damos un gran paso hacia la
creatividad. Y la casa es el desarrollo de nuestro yo individual. Y si yo invento
la casa que quiero para mí, me permito existir yo mismo. Fuera de los padres.
Por eso, discutir con los padres, o crearos un cuerpo nuevo, es una toma de
libertad creativa que hacéis. La creatividad viene de una libertad interior, de
una valorización interior. Sé que lo tengo todo en mi interior, por lo tanto
puedo ponerme en acción. La imaginación trabaja con principios muy simples.
Liberaos del lenguaje
Éste será un breve ejercicio de liberación del lenguaje. Estamos
acostumbrados a hablar siempre como un ser normal. Tenemos miedo a la
locura. Sin embargo, los ríos que descienden por los techos cubiertos de
palomas serán siempre blancos y oscuros, para abrirse hacia el túnel de todas
las delicias... ¿habéis comprendido? ¿No? ¿Sí? Así es como deberíamos hablar,
debéis permitiros hablar un lenguaje completamente disparatado al tratar de
explicar un sentimiento. Hay que crear una conversación, comunicarse con un
lenguaje que sea verbal, que no sea conceptual. ¿Preparados? Puedes elevar
cualquier Sansón, impidiendo a Dalila cortarle el cisne y manifestar sobre la
mesa tres o cuatro cuentos que serán deliciosamente azucarados, ¿de acuerdo?
Y lo que se ha hecho con las palabras, se puede hacer inventando las palabras,
fía fa nara ké. Costrigun tost batché quelaramanda droie pretcho ¡apande
ketaka kiugala patchu! Erabutchi Kara mí. Eso libera un poco. Hacedlo
vosotros. Liberad el lenguaje. Cuando entréis en esto, os va a gustar. Al
principio os vais a sentir cortados, porque la más grande prisión es el lenguaje
articulado, el lenguaje lógico. Es un ejercicio surrealista. Pero rompe el lenguaje
184
normal para permitir una libertad creativa. Y quizá salgan cosas de mal gusto,
no importa. Cosas idiotas, cosas infantiles. Pero saldrán también cosas bellas, de
golpe. Probad a hacerlo, y después pasaremos a las técnicas de la imaginación.
185
Técnicas de la imaginación
La imaginación tiene principios muy simples. Algunos creadores los han
utilizado hasta el agotamiento. La base de la imaginación tiene cuatro
elementos, que son como los elementos matemáticos: disminución, ampliación,
división y multiplicación. Éstos son los cuatro elementos de la imaginación.
Primero están la disminución y la ampliación. Después la división, a
continuación la multiplicación. Y luego, la mezcla. Y con esas cinco cosas,
tendréis una imaginación de locos. Es muy simple. En la disminución hay que
reducirlo todo, en el imaginario, hasta que todo se haga pequeño. Por ejemplo,
ves pasar a alguien con un paquete, y en ese paquete puede llevar todo su
pueblo natal, o la ciudad donde ha nacido. Tenéis una enorme imaginación
porque habéis disminuido algo. Podéis disminuir cualquier cosa. En mi bolsillo
izquierdo puedo llevar a mi mamá, en mi bolsillo derecho tengo a mi papá. Los
hago discutir y luego los miro. Eso ocurre en la película Cariño, he encogido a los
niños, que recrea este juego.
Uno disminuye, disminuye y tiene que pelear con las arañas. Éstos son, para
mí, elementos fáciles de la imaginación. ¡Y son muy utilizados! Pero también
tenemos los gigantes: eso sería la ampliación. Puedes aumentar una calabaza. El
ejemplo típico sería la calabaza que crece y crece y alcanza el tamaño del
planeta, convirtiéndose ella misma en planeta. Y luego es tan grande que ocupa
una galaxia. Dentro de la calabaza, hay toda una historia, nace toda una
humanidad. Esto es agrandar cualquier cosa. Es simple. Haces crecer lo que sea,
haces arte. En arquitectura, tomas tres cajas de cerillas, las aumentas y haces un
edificio. Es así como proceden los arquitectos. Esto es hacer crecer.
La imaginación tiene la posibilidad de hacer crecer o disminuir. La
imaginación japonesa ha creado los pequeños árboles enanos, o bonsáis, los
jíbaros reducen las cabezas, y el cine hace crecer un mono, por ejemplo, como
King Kong o Godzilla, o la bomba atómica, que es la amplificación de una
pequeña bomba. En mi caso, tengo un cómic que se llama Megalex, sobre una
ciudad que ocupa todo el planeta, si bien yo no fui el primero en hacer esto.
También es posible la ampliación de la fuerza (Superman). Todos los
superhéroes aumentan algo: por ejemplo Flash Gordon es el más rápido. Está el
personaje que lo atraviesa todo con la mirada, o aquel que lo escucha todo. Eso
se encuentra en los cuentos de hadas. O la persona que tiene una voz tan fuerte
que hace caer los edificios. Existe el hombre que puede poseer a trescientas
mujeres en una noche, etc.
Imaginad esto: por la calle pasa un caballo, y piensas que hay una invasión,
que todo está lleno de caballos, que se están multiplicando, que es una nueva
186
peste. Ahora hay tantos caballos que tenemos que huir porque estamos
invadidos. Y en este punto podemos añadir un elemento: la mezcla. Los
caballos se convierten en carnívoros, y hay que escapar porque están devorando
a los humanos. Esto es la imaginación. Es decir, que la imaginación ha utilizado
la mezcla. (Pero estábamos hablando aún de la disminución y la ampliación.)
Una persona se vuelve tan débil, tan débil, que hay que amarrarla con hilos,
como a las marionetas: es un presidente y tiene que hacer su discurso así. Otro
ejemplo: una persona pierde el poder y sus huesos se vuelven líquidos, como
agua. Podemos imaginarlo.
Hay un cuento en el que una niña tiene los cabellos tan largos que su
enamorado puede subir por sus trenzas. Eso sería ampliación de la cabellera.
Aumentar, disminuir.
(Muchas obras de Ionesco son de una gran simplicidad. En una de ellas hay
una mujer que sirve una taza de té, y después otra, y otra, miles de tazas de té.
En otra, hay champiñones que crecen, y después toda la casa está llena de ellos.
En otra, hay un muerto que crece y crece, y ocupa toda la escena. Y en Las sillas
hay una silla, otra silla, toda la escena llena de sillas. Esto quiere decir que el
autor no tenía demasiada imaginación, porque utilizaba simplemente el truco
de hacer crecer las cosas. En todas sus obras hay algo que se multiplica. ¡Eso se
convierte en una norma!)
Otro elemento de la imaginación es la situación en la que algo comienza a
faltar. Los alimentos faltan, el agua falta. Dune es un planeta donde no hay
agua. Se hace toda una obra sobre un planeta que no tiene agua. Se ha separado
un elemento. Y separando un elemento de la naturaleza, se hace un mundo
imaginario. Os estoy mostrando los procedimientos de la imaginación, fórmulas
que luego podréis aplicar en cualquier momento a vuestro mundo o para poder
crear. Aumento, disminución. Se puede hacer.
Una llamada telefónica, diez llamadas telefónicas, en todo el planeta los
teléfonos se ponen a sonar, los edificios se caen y hay una hecatombe. Por
multiplicación. Por aumento. Después, llega la división: hay una mano que
anda sola, te salta al cuello... y te estrangula. Y se escapa como si fuera una
araña. Esto es la división. O vas caminando por la calle y ves dos piernas que
andan sin el cuerpo. En un estudio de Jung sobre los cuentos de los pieles rojas
se habla de un héroe que quiere poseer a la hija del jefe. Entonces envía su falo
por el agua y el falo solo posee a la chica, dejándola encinta. De esta manera
consigue casarse con ella.
Multiplicación. Algunos dioses hindúes tienen múltiples brazos. Y en cada
mano, un ojo. Multiplicación de brazos. Ganesha tiene cuatro brazos. Hay
también un dios griego con tres cabezas. En la Odisea, el cíclope tiene un solo
ojo, en la frente. Eso es disminución. En el caso del tercer ojo, hay un ojo de
más. Eso sería multiplicación.
Y después, con estos cuatro elementos, se produce la mezcla. La Esfinge de
Egipto. Tiene una cabeza humana, un cuerpo de león, alas de águila, una cola
de vaca. Se ha hecho un monstruo. Hay numerosos ejemplos en los cuadros de
El Bosco, que utilizaba mucho las mezclas de elementos. Un centauro es una
mezcla de hombre y animal. Se toma un elemento de uno, un elemento de otro,
y se juntan. Así se crean los monstruos. Un ángel es una mezcla de un ser
humano y un pájaro con sus alas.
Yo, durante mucho tiempo, he desarrollado estas mezclas. Me imaginaba, por
ejemplo, integrar una cabeza de elefante en un cuerpo que es una nube, y cuatro
escaleras como patas. Esta posibilidad de mezclar los elementos es una
posibilidad artística interesante, que el imaginario utiliza. Son técnicas que
tenemos a nuestra disposición. Fijaos en que todo el tiempo estamos viendo
187
aplicaciones de estas técnicas, en el arte, en la publicidad. Si domináis esta
técnica, podríais trabajar en cualquier agencia de publicidad.
Y hay otra forma de imaginación, que es el imaginario del tiempo. El viaje en
el tiempo. En ese viaje, puedo ir hacia el pasado. Pero el problema es que, si se
modifica el pasado, se modifica el presente de donde he partido. Esto se llama
paradoja temporal, y ha sido extensamente desarrollado en la ciencia ficción. Es
uno de sus grandes temas. Si yo voy al pasado y mato a mi madre, entonces yo
no hubiera podido nacer porque ella no me habría parido. El viaje en el tiempo
es motivo central en muchas películas. Películas populares, como la serie de
Regreso al futuro. Por tanto, el imaginario trata de jugar con el tiempo. Pero esto
tiene una base edípica muy fuerte porque, si voy al pasado, puedo seducir a mi
madre y hacer de ella mi novia, y en ese caso podría engendrarme a mí mismo
con mi madre. O puedo seducir a mi padre en el pasado. Ésta es la base del
viaje en el tiempo. Interferir en el pasado significa interferir con nuestros
padres.
Después está la escatología, que es el imaginario del fin del mundo. De qué
forma el mundo se termina. Por el fuego, por el agua, por la peste, por el paso a
otra dimensión. Hay una gran parte del imaginario que trata del fin del mundo.
Esto no os lo recomiendo, aunque yo lo hago intensamente: imagino diversos
modos de morir. Me he imaginado morir ahogado, suicidado, precipitado
desde un edificio, cortado en dos. Me he proyectado mucho en el suicidio, en la
muerte, para liberarme un poco de mí mismo. Os repito que no os lo
recomiendo. Si os angustiáis, no lo hagáis. Es duro. Sobre todo imaginar la
muerte de los seres amados. Es fuerte, porque siempre existe la amenaza de que
un ser amado desaparezca, y también tememos la posibilidad de dejar de existir
nosotros.
Yo, para eliminar eso, he imaginado mucho. Me he convertido en la nada,
que es lo que pasa cuando se entra en la oscuridad. Me he puesto a imaginar el
negro, negro profundo, que disuelve mi yo en la vacuidad. Y después, la
emergencia hacia la existencia y la luz.
188
Aplicaciones terapéuticas
Vamos a trabajar con la sensación. Piensa en cómo te sientes, qué sensación
tienes de ti, pues vivimos sensaciones que a veces son un poco angustiosas. Por
eso, os mostraré cómo trabajar esa sensación de angustia. ¿Alguien tiene una
sensación así?
«Siento como si tuviera un muro en el pecho.» Escucha bien, esto es
imaginario. ¿Cómo es ese muro: de piedra, de metal, de cemento? Concéntrate,
trata de decirme cómo es. ¿De ladrillos rojos? De acuerdo. ¿De qué tamaño es, te
rodea como un tubo, dónde lo pones? Imagina ahora esos ladrillos rojos.
Imagina que son ladrillos que están a tu disposición. Es un material que es tuyo,
puedes hacer lo que quieras con ese material. En primer lugar, te defiende: un
muro puede defender. ¿De qué te defiende? Busca la sensación. No hay que
pensar, hay que ver qué sensación se tiene. Este muro es completamente útil.
Ahora medita sobre los ladrillos rojos. Son bonitos. Piensa que son bonitos.
Inyecta belleza a los ladrillos. Cada vez más belleza en ese muro, ¿vale? Es tuyo,
te pertenece. Puedes hacer lo que quieras con él. Construye con él cualquier
cosa. Haces un espacio. Construyes un lugar. Pero imagínalo. Imagina cómo es
ese lugar, con esos ladrillos. Ves un lugar acogedor, puedes entrar dentro.
Luego has creado una puerta. He ahí la solución: no hay que eliminar el muro,
hay que abrir una puerta. Y ahora, imagina el muro en ti, con una pequeña
puerta por la que puedes salir y entrar. Es una parte de ti que preserva tu
individualidad. Este muro preserva tu individualidad porque todavía es débil,
por el momento, ¿de acuerdo? Ahora fortifica tu individualidad. Los ladrillos
rojos van a darte la fuerza. Si te haces fuerte perderás el miedo. Nadie podrá
invadirte, ¿comprendes? Hay que tomar el imaginario e incorporarlo. Trabajar
la sensación. Porque las sensaciones que se nos presentan son como símbolos,
podemos trabajar directamente con ellas.
Una persona me ha dicho que siente que tiene excrementos en el corazón y
he contestado que el excremento es un abono, que piense que añade tierra y que
cualquier cosa puede crecer. Si la persona hace crecer algo ahí la sensación
cambia.
«Siento algo en los hombros, algo que me aplasta.» Bien, siente lo que te
aplasta. Déjalo venir. No te defiendas, ¿de acuerdo? Cambia la sensación.
Piensa que eso viene del interior hacia el exterior. Modifícate. Eso surge de tu
interior, ¿sabes lo que es? Son alas que están creciendo. Entonces, déjalas crecer.
¡Empuja! Empuja tus alas que van a permitirte ir a donde tú quieras. Crea tus
alas y mueve tus alas. Ve donde gustes. Hacia tu terreno, hacia tu territorio,
hacia ti mismo. Hacia tu realización. Es así como se trabaja una sensación.
189
«Siento como una bola de plomo en la zona del plexo solar.» Maravilloso.
Imagina que tu cuerpo es el horno, el athanor alquímico. Imagina: en otra
encarnación eras un alquimista. La bola de plomo es la materia primera que va
a convertirse en oro. Entonces, deja que eso descienda para que llegue al fuego
del vientre. El vientre es el fuego de la Gran Obra. Trabaja, deja que la bola
descienda, en lugar de defenderte déjala que se caliente al fuego de tu
sexualidad, ¿de acuerdo? Poco a poco, ve haciéndola subir hacia donde estaba,
y a medida que vaya subiendo la haces cambiar de color, hasta que se convierta
en dorada, y llegue al centro del pecho. Y luego, la dejas brillar, proyectar sus
rayos hacia todos los lados. Hazla subir. Y así haces el oro. ¿Qué harás con el
oro?: monedas, dinero. Es la aceptación del dinero en tu pecho. La negación del
dinero se convierte en una bola. ¿Tienes problemas de dinero? ¿Sí? Pues ahora
vas a tener que fabricar tu dinero. Si al hacer subir esa bola, ese peso, te sientes
demasiado materialista, haz que se convierta en amor el dinero. Ama la propia
creatividad que te da ese dinero. Con la creatividad, la sensación de angustia se
irá.
«Tengo picor en la cabeza, espinas que se me clavan.» No nos vamos a
preguntar qué son esas espinas. Simplemente vas a aceptar la sensación, pero
sin preguntarte el porqué ni qué significan, porque podrían ser los
pensamientos críticos que te han lanzado cuando eras niño, cosas así. Vas a
pensar que eso sale de tu cabeza, no que entra en tu cabeza. Pero hace falta que
verdaderamente trabajes con esa sensación. Y lo que sale de tu cabeza se va a
convertir en rosas, porque las rosas tienen espinas. Y cuando te imagines que
tienes rosas en tu cabeza, imagina que los insectos vienen a polinizar. Y con el
polen, van a polinizar otras plantas por el mundo. De esta manera, tu malestar
se convierte en un don para el mundo. Y después podrás escribir poemas,
podrás hacer lo que quieras.
Todos tenemos que acabar con ese juego de «Mira lo que me has hecho» o
«Tú no me quieres». Es una falta de creatividad. No debemos regodearnos en la
sensación de no ser amados. Precisamente, si tengo esa sensación de no ser
amado, hay que cambiar esa sensación y sentirse amado. ¿Y qué se puede
hacer? Pues, para empezar, dejar de pedir. Si yo dejo de pedir, estoy en la
situación de dar y entonces diremos: «Tú no me quieres, pero yo te adoro». Y en
lugar de pasar la vida enfadándonos y fastidiando al otro y sufriendo, diré
«Basta», y se acabó el problema. Yo te amo. No voy a vivir como una víctima
toda mi vida. No. Yo te amo y eso basta. Si tú no me amas es tu problema, no el
mío. Ahí está la curación. Cuando se es creativo, ya no se está centrado en la
petición de algo, al contrario, lo fabricamos nosotros mismos. Debemos poner
amor allí donde no hay amor, y lo encontraremos. Porque, si utilizas al otro
como un espejo de tu falta de capacidad para amar, es porque has ido a buscar a
alguien que no te ama y eso es porque tú no puedes amar. Eres incapaz de
amar, y tu problema de no amar lo depositas en el otro, lo proyectas como un
espejo. Ama. Y si tú amas, el otro te va a amar, porque vas a proyectarle tu
amor.
Comencemos por amar las cosas: el arte, la gente, nuestras obras, todo.
Dediquémonos a crear y a amar. Porque la otra actitud me conduce a no hacer
nada, a estar todo el tiempo parado. La creatividad, por el contrario, conduce a
que hagas lo que debes hacer. Y lo que haces, lo proyectas. Y si lo proyectas, lo
recibes. Todo lo que le das al mundo, el mundo te lo da. Todo lo que no le das al
mundo, el mundo no te lo da. Hay que liberarse, gracias a la creatividad, de la
190
petición. Cuando nos decimos «Yo quiero tener talento», debemos decir
«¡Tengo talento!». ¿Por qué querría tener talento, si lo tengo? Yo quiero tener
éxito. ¡Pero si tengo éxito! Todo lo que quiero, lo tengo. Entonces, dejo de pedir,
y me pongo a hacer mi obra. ¡Eso es todo! Si quiero tocar música, la toco. Si
quiero cantar, canto. Si quiero escribir, escribo. Si quiero ganar dinero, lo gano.
Y punto.
Porque a nuestro lado siempre está la prisión que nos impide realizarnos.
Papá, mamá, ¿verdad? Es la maldita prohibición que nos ha dicho: sé víctima,
vive como una víctima y hazte una víctima. Fastidia al otro. Pero eso ya sería
tema para otro curso menos acelerado.
191
Apéndice.
La psicomagia: poesía aplicada
al tratamiento de la locura
Martín Bakero, psicoterapeuta
y doctor en psicopatología
de la Universidad París-VII
192
Como los métodos de contención de la psicosis se han mostrado
radicalmente represivos, deshumanizantes, insatisfactorios en sus resultados
clínicos y han provocado efectos secundarios importantes, una de las preguntas
que nos formulamos como terapeutas de las psicosis es qué tratamiento
emplear para que la persona no sea afectada por los tratamientos
electroquímicos aplicados en ciertos casos agudos y crónicos. ¿Cómo restaurar
los lazos entre el sujeto y la realidad, bloqueados en la psicosis, sin que el sujeto
pierda la memoria, la psicomotricidad, o la imaginación?
Como en los antiguos lugares de adivinación de Delfos o de Dandará, y
asemejándose a los tratamientos que se practicaban en los templos de Asclepio,
el sanitarium de Georg Groddeck o los tratamientos de Alejandro de Tralles, la
psicomagia supedita la razón a la imaginación: la solución viene dictada por el
síntoma de la locura, y es en esa dirección en la que la cura desplegará sus
velas; sobre todo si tenemos en cuenta que en griego «síntoma» significa
coincidencia (symptoma). En vez de reprimir o tratar de eliminar los síntomas
alucinatorios o persecutorios, la psicomagia encuentra en la metáfora delirante
una vía de curación del inconsciente, y a través de actos poéticos la lleva a la
realización simbólica. En este dominio, los sueños suelen ser muy importantes.
Por ejemplo, en la Antigüedad, Asclepio dejaba una carta cada vez que
aparecía, y esta carta se constituía en la clave de lectura de la enfermedad, que
permitiría curarla. Empédocles podía, a través de metáforas mágicas, detener
los vientos, causar o parar la lluvia; también él curaba a través de actos que hoy
podrían ser calificados de chamánicos.
Ya que el síntoma en la enfermedad es un ensayo de curación, el delirio en la
psicosis es un intento para restablecer los lazos con la realidad. La psicomagia
creada por Jodorowsky extrae sus métodos de antiguas y eficaces formas de
curación vinculadas con la magia, de innovadoras y modernas teorías
psicológicas del inconsciente, y utiliza las más variadas técnicas del arte de
vanguardia calificadas como efímeros, happenings, instalaciones, performances,
etc., artes cuyos orígenes se remontan a siglos atrás: Diógenes paseándose
desnudo con una lámpara por Atenas, Sócrates entrando de espaldas a un banquete para que no se advirtiera que llegaba tarde, Empédocles caminando con
sandalias de oro, los monjes taoístas durmiendo con la cabeza hacia el suelo
para acumular esperma en la mente y poder volar, los sacerdotes de Babilonia
salpicando a los fieles con el agua contenida en un jarro con forma de seno de la
divina Isis. Todos, desarrollos libres de la imaginación para poder habitar el
mundo en forma poética, es decir, que logran unir la razón con la imaginación y
la intuición.
Hablamos de magia porque las leyes de la magia son las mismas que rigen el
inconsciente: la metonimia y la metáfora. La primera ley es la de contigüidad,
en la cual la parte se identifica con el todo; la segunda es la de similitud, en la
cual lo parecido actúa sobre lo similar. Al crear un acto psicológico, estamos
ocupando el lenguaje del inconsciente. Magia, psicoanálisis y poesía.
193
Numerosas tentativas en el tratamiento de la locura pueden demostrarnos
que la psicomagia -sin que hubiera sido aún nombrada como tal- había
comenzado a ejercer sus beneficios hace ya miles de años. Y es que la historia se
escribe a veces de una manera retroactiva; así, sólo después de la invención por
Freud del psicoanálisis, nosotros podemos encontrar a sus precursores, tales
como Nietzsche, Sócrates o algunos filósofos estoicos, si bien esta lectura
comparativa sólo es posible a partir de la creación freudiana de tal técnica.
Jodorowsky, al inventar la psicomagia, da un nombre y funda una técnica que
ha conocido muchos logros terapéuticos a lo largo de los siglos, pero que antes
de él no podíamos distinguir, al no tener ésta un hilo conductor que la
caracterizara. La psicomagia viene a recobrar un dominio perdido: la
colaboración estrecha entre la terapia y el arte.
Los alienistas no han cesado de buscar los posibles vasos comunicantes entre
las artes y la terapia para establecer un método de tratamiento. Es así como en
los primeros centros terapéuticos de la psicosis, conocidos en Bagdad en el siglo
V, se asociaban la música y otras artes a la sanación. También en la Biblia
existen numerosos ejemplos de curaciones a través de métodos que hoy pueden
calificarse de actos de psicomagia: David curó a Saúl de un estado delirante
tocando su arpa, Jesús hizo que un ciego recuperara la vista untándole los ojos
con saliva y arcilla.
Melampo, terapeuta griego, curaba la locura de las mujeres dionisiacas de
Argos por medio de gritos rituales, danzas catárticas y otros actos que han
quedado registrados en la historia. Marcel Mauss cuenta también la curación de
Ificlo por Melampo: Fílaco, padre de Ificlo, deja descuidadamente junto a su hijo
un cuchillo ensangrentado mientras castra a un carnero. Ificlo huye asustado y
deviene estéril a causa de ello. Melampo lo cura haciéndole lamer durante diez
días el óxido del cuchillo encontrado en el árbol donde Fílaco lo había clavado
al ver huir a su hijo. Aquí vemos cómo el síntoma se había producido por la
identificación de Ificlo con el carnero castrado. Melampo es capaz de curarlo
haciéndole incorporar el elemento temido y transformándolo en aliado. Placitus
Sextus, médico latino del siglo IV, sostenía que un buen tratamiento para la
fiebre era preparar una pócima disolviendo una astilla de una puerta por la que
acabara de pasar un eunuco. Marcelo Empírico, para extirpar los abscesos del
ojo derecho, los tocaba con tres dedos de la mano izquierda mientras tosía repitiendo tres veces: «Las mulas no traen criaturas al mundo, ni la piedra produce
lana; que tampoco esta enfermedad culmine, pero si lo hace, que se marchite».
Otra prescripción oftalmológica característica de su libro De medicamentis
empiricis afirma: hay que pintar de blanco una araña de patas muy largas y
machacarla en aceite. Esta pócima quita los puntos blancos de los ojos si se la
usa con asiduidad, debiendo prepararse una buena cantidad con bastante aceite
para que no se acabe antes de terminar la cura.
Varios ejemplos en la Antigüedad dan testimonio de operaciones mágicas
basadas en la identificación, en la simpatía entre los objetos: una gota de sangre
sobre una fórmula mágica cierra una herida; un dibujo que represente a un
perro con las cuatro patas y el hocico encadenados sanará la rabia. También hay
operaciones mágicas colectivas, antecedentes de lo que Jodorowsky denomina
hoy «psicomagia social». Es el caso por ejemplo de los amuletos públicos que
existían en Egipto. Para inmunizarse de las picaduras de las serpientes o de los
escorpiones, se erigía en un lugar público una estatua de una divinidad cubierta
de inscripciones mágicas, se le agregaba un chorro de agua desde la cabeza a los
pies y luego se bebía ese líquido recogido al pie de la estatua.
Numerosos son los casos de curación de locos, a través de actos, llevados a
cabo por Alejandro de Tralles, eminente médico bizantino. Curó una vez a un
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delirante que pensaba que no tenía cabeza haciéndolo llevar sobre ésta un
sombrero de plomo, y a un hombre que no podía orinar porque pensaba que si
lo hacía el mundo entero se inundaría, diciéndole que había un gran incendio
en las tierras que hoy ocupa Europa, y que sólo se podría extinguir si él orinaba.
A una paciente que pensaba que tenía una serpiente dentro de su estómago que
no la dejaba alimentarse le pidió que invocara a la serpiente, dándole un
vomitivo. Mientras ella vomitaba, él, rápidamente, lanzó una culebra que hizo
creer a la mujer que el reptil había salido de su vientre.
También la sabiduría popular cuenta con remedios para tratar cierto tipo de
complicaciones. De estos procedimientos subsiste, por ejemplo, en muchos
países, el hacer pasar a un niño que tenga una fractura por la grieta de un árbol
expresamente hendido, y ésta después se ha de unir y curar.
La psicomagia aporta una ayuda fundamental y un método radical en la
psicoterapia de la psicosis. Ella favorece que el sujeto vuelva a interesarse por el
mundo y recree una relación esencial con su entorno, gracias a la irrupción
fulgurante de la poesía, diálogo perdido tras la crisis inicial psicótica, ya que la
locura implica la ausencia de creación. Los actos simbólicos provocan que el
sujeto desbloquee sus mecanismos de defensa psicóticos y los ponga al servicio
de la belleza. Un acto psicológico, acompañado de un cuadro psicoterapéutico
adecuado, puede facilitar que el sujeto salga de su bloqueo afectivo, y de su
actividad psíquica autoerótica, para volver a dirigir su interés hacia los otros.
En algunos casos de autismo, donde jamás ha habido comunicación con los
demás, ciertos actos realizados por las familias de los implicados pueden lograr
que el sujeto enfermo comience a salir de su encierro y acceda al lenguaje, el
cual le estaba prohibido por algún secreto familiar que puede remontarse hasta
a tres generaciones. En los siguientes casos clínicos que hemos seleccionado,
podremos apreciar cómo los actos psicomágicos han podido canalizar las
angustias más primitivas, desbloquear las inhibiciones más profundas y
contener los síntomas psicóticos más agresivos y desestructurantes. A veces
podemos decir que la psicomagia ha actuado con una fuerza atómica que
sobrepasa la cura de electrochoques o de coma insulínico. Son los primeros
casos de una herramienta terapéutica fundamental, en los cuales la sola palabra
no es suficiente. El acto psicomágico prepara el camino a la palabra,
reintroduciendo la poesía en la existencia del sujeto, como un rayo de
imaginación que penetra en las tinieblas de la descomposición mental.
1. Una persona se queja de que no puede dormir desde hace meses, ya que
piensa que su almohada está habitada por cucarachas que le comen sus
pensamientos. Ante tal temor no puede apoyar la cabeza en la almohada ni
conciliar el sueño, lo que le produce una insoportable angustia de
desintegración psíquica. Le proponemos que compre verdaderas cucarachas y
que las ponga sobre su almohada durante una noche. A la noche siguiente debe
reemplazar por cucarachas de plástico las reales. A la tercera noche debe apoyar
su cabeza en una almohada en cuya funda estén impresas imágenes de
cucarachas. Al cuarto día debe volver a dormir con su almohada normal...
Después de una semana de indagaciones y venciendo las resistencias que tenía,
lleva a cabo el acto prescrito, y desde entonces cesan sus temores y puede
conciliar el sueño.
En este acto, yendo en el sentido inverso del síntoma, hemos hecho aparecer
los bichos temidos, sacándolos de lo imaginario para hacerlos reales. Luego,
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poco a poco, hicimos que las cucarachas fueran desapareciendo, retornándolas
de lo real a lo imaginario, al igual que los temores del consultante.
2. Un adolescente de 14 años fue hospitalizado en un servicio de psiquiatría.
Se le diagnosticó esquizofrenia catatónica paranoide. Su delirio consistía en no
querer crecer, y se arrancaba el vello que le estaba saliendo mientras
permanecía frente al espejo haciendo extrañas contorsiones y muecas con su
cuerpo. Se arrancaba los pelos del bigote, la barba, las axilas, el pubis, no sin
gran dolor y sangre de sus heridas. El equipo de profesionales decidió aplicar
un tratamiento con neurolépticos (antipsicóticos), y probó más tarde el
electroshock cuando éstos se mostraron ineficaces. El nuevo tratamiento sólo
logró «embrutecer» al paciente y hacerle perder algunas facultades cognitivas.
El delirio manifestaba ser más fuerte que los tratamientos de la psiquiatría
clásica. El adolescente participaba en un taller de poesía. Continuamente se le
prestaban libros que desde luego perdía sin acordarse apenas de cuál había sido
la impresión de su lectura, en gran parte debido al electroshock que por
entonces se le suministraba dos o tres veces por semana. Como era el menor del
pabellón, todos (psiquiatras, psicólogos, enfermeros, internos) se preocupaban
mucho de su trastorno. Un día le hicimos llegar el libro de Osear Wilde El
retrato de Dorian Gray, cuya trama trata de un individuo que no quiere envejecer.
Unos días después de haber leído el libro, se pide a la familia que le compre
tela, pinturas y todos los implementos necesarios para que el joven pinte su
autorretrato. Al terminar el retrato, debía escribir al pie: «Aquí está mi retrato
que no envejecerá... Ahora yo puedo crecer tranquilo». Al mes siguiente fue
dado de alta, y si bien continúa con controles mensuales en el hospital, pudo
volver al colegio, que había abandonado un año antes de su hospitalización.
Actualmente sigue pintando, y ha terminado sus estudios.
En este caso vemos cómo el sujeto, a través del acto psicológico, se identifica
con el personaje que no envejece, logrando a través de esta ficción poética
volver a habitar el mundo.
3. Un guarda de un taller de reparación de automóviles, al acercarse a los 50
años, comenzó a sufrir una angustia considerable, un total abatimiento psíquico
y físico que lo anulaba como sujeto, y otros síntomas propios de una potencial
psicosis en vías de actualizarse. La única actividad que parecía a veces
interesarle era jugar con unos alambres haciendo figuritas. Hablando con él, nos
dimos cuenta de que había practicado ese juego desde muy pequeño. Como
toda la gente a su alrededor consideraba absurda esa actividad en un hombre
ya adulto y padre de familia, le habían prohibido tal ocupación. Le propusimos
que la retomara e ignorase las críticas de los demás, ya que era la única labor
que lo mantenía interesado y ligado a la vida, sin la cual seguramente se habría
suicidado o habría sucumbido a una crisis psicótica. Le indicamos que
diariamente inventara una nueva figura de alambre. En un primer momento
debería regalarlas. La producción de estos «pequeños juguetes imposibles»,
como él los llamaba, aumentó exponencialmente, y comenzó a repartirlos entre
la gente que visitaba el taller donde trabajaba. Sus angustias fueron disminuyendo al cabo de los meses. En vista de la evolución, le propusimos que
como pago por las pequeñas figuritas «imposibles» -cuya descripción
presentaba como desafío a la gente-, comenzara a pedir el alambre que
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necesitaba para seguir creando. Entró así en una nueva relación simbólica con el
mundo, relación que, en un momento anterior, él y los demás habían creído
perdida irremediablemente. Hoy, es un hombre alegre y muy sociable. Gran
parte de su angustia ha desaparecido.
El proceso activo de creación reactiva en este caso el deseo en el sujeto, quien,
siguiendo nuestra indicación, comienza a vender las figuritas de alambre,
convirtiéndose en un artesano muy cotizado en su medio. Logra así superar las
prohibiciones de su círculo familiar, y realiza un deseo infantil, que se
transforma en el puente entre los otros y su mundo interior. Frente a la angustia
de perder para siempre la unión con el mundo, ese puente pudo reconstruirse,
gracias a esta actividad artesanal inducida por nuestras indicaciones
psicomágicas.
4. Una joven de 16 años había perdido la audición y los exámenes médicos
practicados no revelaban ninguna lesión. Sus padres nos consultan
desesperados sin saber qué hacer por su hija. Asombrados, oímos que el padre
es pianista y la madre cantante de ópera. Nos damos cuenta de que su hija
había optado por la sordera, al sentirse marginada de la música que sus padres
adoran. Se aproximaba el cumpleaños número 17 de su hija, y su familia no
sabía qué hacer para esta fecha. Ante la inquietud de los padres, les planteamos
un acto: debían acudir a un artesano que les enseñase a fabricar pendientes.
Luego, durante 16 días, realizarían dos aros con forma de clave de sol. El día del
cumpleaños de su hija (17 días después de comenzar a hacer los aros, que
equivalían a los 17 años de vida de la muchacha) debían regalarle los
pendientes colocando la madre uno de ellos en la oreja izquierda y el padre otro
en la derecha. Así lo hicieron, y su hija recibió feliz y contenta los presentes, y
nos vino a visitar portando los aros cual dos talismanes. Lentamente ha ido
recuperando la audición. Incluso ha comenzado a comprar discos de música... y
los escucha, a veces junto a sus padres.
En este caso vemos la negación de unos padres a que su hija acceda al
mundo de la música (reservado sólo para ellos, como profesionales). Habían
privado a su hija de participar de su deseo y de identificarse con la sublimación
de los padres: esta prohibición genealógica hizo que su cuerpo respondiera con
una sordera. Al aceptar los padres el hecho de que su hija (so) portara la música
en sus oídos, ella pudo recobrar la audición.
5. Una paciente cree ser perseguida por el espíritu de su ex amante. Sufre una
crisis, y en su delirio comienza a elaborar una especie de pequeños libros
hechos con pelos de su pubis, naipes, fotos, uñas, sangre y otros elementos
corporales. Su familia se siente obligada a llamar a una ambulancia ante lo
extraño de tal situación, y ella misma relata este episodio con una sensación de
extrañeza total, calificando ese momento de «completamente delirante». Tuvo
que ser hospitalizada unos días. Como ese fantasma comenzaba a reincidir, le
advertimos que la crisis podría reaparecer si no tomábamos medidas
psicomágicas.
Le proponemos repetir el momento del delirio -prescripción del síntoma
antes de que se produzca, para así controlarlo-, que reprodujera la elaboración
de los libros y todos los rituales delirantes que había vivido, una vez al día
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durante 10 días (el tiempo que había durado su último ataque), pero esta vez
tenía que filmarlo y enviarlo a la persona que ella creía que la perseguía.
Desde que lo hizo no ha vuelto a tener esos temores paranoides, y se ha
dedicado, cada vez que algo la inquietaba, a hacer filmes en escenarios que
reflejan sus temores. Ella ha pasado de ser «víctima» de sus temores a
representarlos en escena, haciéndose así activa y responsable de su propio
devenir.
6. Otro caso en el que utilizamos la visión y su prolongación técnica, la
cámara, fue el de una consultante que padecía psicosis histérica. Ella afirmaba
mantener contacto con espíritus del pasado que le confiaban secretos de la
humanidad, que no la dejaban vivir tranquila y que la dejaban embarazada con
sus voces. En su árbol genealógico aparecían muchos sujetos que habían
querido ser cineastas y que habían fracasado en tal iniciativa. Esta persona
trabajaba como diseñadora de moda, pero era una labor que le aburría
enormemente. Lo que a ella le interesaba inconscientemente era la posibilidad
de hacer filmes, de situarse en una posición creadora en torno a la imagen en
movimiento. Poco después su estado se agravó y comenzó a sufrir pánico,
desvanecimientos, pérdidas de consciencia, parálisis y otros accidentes que
podrían haber sido fatales. Ante la imposibilidad de continuar el proceso
terapéutico a través de la palabra, le dijimos que si no venía a la próxima sesión
con una película realizada, la hospitalizaríamos y le haríamos tomar muchos
medicamentos.
A la sesión siguiente ella acudió con una hermosa película acerca de un árbol
en un jardín, donde mostraba cómo la gente se acercaba y entraba en contacto
con ese árbol que podríamos interpretar como una metáfora de su propio
estado psicológico. Desde ese día, puede filmar todos los mensajes que ella cree
recibir del pasado, y recientemente ha ganado un premio en un concurso de
cine experimental.
7. Un hombre de 28 años vivía desde hacía diez años en hospitales
psiquiátricos. Su diagnóstico era de esquizofrenia paranoide y, su síntoma
principal, que escuchaba voces. A los médicos que lo trataban no les interesaba
el contenido de las voces; se contentaban con administrarle medicamentos para
que las voces desaparecieran, cosa que nunca se logró. Sin embargo la angustia
de desintegración, los manierismos esquizoides y la manía persecutoria
aumentaban. Lo conocimos en ese entonces, cuando nadie en el sector de la
psiquiatría sabía qué hacer con él. Organizamos un taller de voz para él y otros
esquizofrénicos que sufrían escuchando voces. Nuestra idea era que pasaran, de
meros sujetos pasivos «sufrientes» de la psicosis, a ser activos, actores
inspirados de sus propios miedos. Esta persona escuchaba constantemente las
voces de los personajes de dibujos animados que había visto en su niñez. Le
propusimos que una vez al día, durante un año, se vistiera con las ropas de
cuando era niño, e imitase ante un micrófono las voces de sus personajes
persecutorios.
Para él no se trataba de imitar, sino verdaderamente de encarnar a estos
personajes. A veces se entregaba a la repetición de esas voces que lo
amenazaban con mucho dolor y dificultad. Poco a poco fue identificando a los
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distintos personajes que hablaban en su cabeza y, a medida que comenzaba a
nombrarlos, la experiencia se hacía más alegre y gozosa. A los ocho meses el
hospital decidió darle el alta, pero en cada revisión nos recitaba las voces de
aquellos personajes, expresando una alegría y libertad sin límites. Hasta el
momento no ha necesitado volver a ser hospitalizado, está casado y trabaja; su
principal distracción es grabar las voces que él «escuchaba cuando era niño» y
mostrárselas a sus amigos.
8. Una mujer presiente que pronto va a morir, que la persiguen por la calle
para envenenarla o estrangularla. Nos cuenta que su hermana, que se llamaba
como ella, había muerto estrangulada cuando aún era bebé mientras su madre
ofrecía una fiesta a sus amigos. Viendo en ese acontecimiento el origen de sus
temores, le proponemos el siguiente acto: debe vestirse de bebé y ofrecer una
fiesta a la que deben acudir sus padres, al igual que en la fiesta donde murió su
hermana. Cuando todos los invitados estén presentes, debe leer el acta de su
propia defunción, decirles a sus padres que le quiten el collar que llevará puesto
esa noche (ella siempre usa collares muy apretados en torno al cuello), y
lanzarlo a las llamas de la chimenea. Luego debe bañarse con agua bendita -su
familia era muy católica- y reaparecer en la fiesta vestida con otra ropa, leer su
acta de nacimiento con un nuevo nombre, y bailar en la fiesta junto a sus
invitados.
Al realizar este acto la persona no solamente se liberó de sus miedos, sino
que esa misma noche encontró -con su nueva personalidad- al que es ahora su
marido.
9. Una persona que no podía tener relaciones sexuales desde hacía años
pensaba que «extrañas voces como agujas» penetraban los poros de su piel. No
podía tomar el metro ni ningún transporte público por miedo a que las «ondas
cerebrales» de la gente la penetraran, provocándole un dolor agudo. Después
de un tiempo de tratamiento sin que los síntomas mejoraran, muere su padre. A
los pocos meses ella se acuerda de que su madre, quien hasta ese día ejercía un
poder total sobre su hija, le había dicho cuando era niña que ella podría
penetrarla «con una aguja» para desflorarla. La paciente queda en un estado
semiletárgico después de la aparición de tal recuerdo. Cuando recupera la
consciencia, le prescribimos el siguiente acto: debe fabricar durante la siguiente
luna llena un objeto de arte en el que se vean distintos tipos de vaginas penetradas por agujas. Luego debe regalárselo a su madre, y nunca más volver a
verla. Para nuestra sorpresa y su bienestar, ella realizó el acto inmediatamente,
porque se acercaba la luna llena (que simboliza a la madre). Diseñó objetos que
representaban múltiples vaginas, de niñas y adultas, penetradas por agujas de
todos los tamaños y formas. Agujas que también podían ser voces o miradas. Se
lo dio a su madre al día siguiente y nunca más ha vuelto a verla. Desde
entonces no ha vuelto a tener problemas para utilizar los transportes públicos ni
para tener relaciones sexuales y ha conocido el orgasmo.
10. Un joven viene a consultarnos porque le transpiran y le tiemblan las
manos, lo que no le permite estrechar la mano de la gente, dificultándole
enormemente la vida, lo cual le ha llevado a intentar suicidarse. Me cuenta que
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sus padres lo obligaron de niño a usar guantes, incluso en verano, como castigo
a un robo que había cometido. Le decimos que le robe un guante a su padre y
otro a su madre, que los utilice durante un mes en verano y estreche la mano a
toda la gente con los guantes puestos; también le indicamos que después los
queme, haga una crema con las cenizas y se unte las manos con ella todas las
mañanas durante un año. Así lo hizo, y desde entonces no ha vuelto a tener
tales problemas.
11. Una paciente dice estar «poseída por una imagen negra, una sombra» que
la persigue. Nos cuenta que la relación con su madre es desastrosa, pues desde
su infancia le ha oído decir que es horrible y que está loca. Su padre siempre
estuvo ausente. En su adolescencia tuvo que ser hospitalizada a causa de
manías persecutorias o de crisis psicóticas en las que creía ser la Virgen María o
estar poseída por espíritus. Los psicofármacos y los tratamientos psiquiátricos
clásicos sólo habían logrado que desaparecieran los trastornos de personalidad,
pero dieron lugar a esa especie de sombra negra que la perseguía, imagen que
su madre le había inculcado desde que era niña.
Ella nos cuenta que su madre se viste siempre con un abrigo negro. Para
liberarla de su influjo, le decimos que se dé un masaje por todo el cuerpo con
una foto de su madre, que luego se vista con sus ropas, sobre todo el abrigo
negro, y que pasee toda la mañana por donde su madre lo hace regularmente.
Al mediodía (momento en que el sol, símbolo paternal, está en su apogeo) debe
quemar esas ropas, hacer un paquete con las cenizas y lanzarlas al Sena sin
mirar hacia atrás. Luego, ha de ir a comer su pastel preferido y hacerse unas
fotos, en las que podrá comprobar que no había ninguna sombra siguiéndola.
Desde ese momento no necesitó tomar más medicamentos, pues desapareció
la angustia que tenía. Semanas después dejó la casa de su madre para ingresar
en un convento, desde donde me escribe regularmente para decirme que se
encuentra muy feliz. Había olvidado decirme que el pastel que se comió
después de tirar las cenizas de la imagen de su madre era un pastel que llaman
«religiosa», en francés.
12. Un niño de 8 años que acude a un centro de hospitalización diurna para
infantes con conflictos de tipo psicótico, se queja porque siente una enorme
angustia ligada a su cuerpo, en especial ganas de arrancarse los ojos o clavarse
un cuchillo, pero sobre todo porque tiene una pesadilla recurrente que no lo
deja dormir, en la que se le aparece un monstruo que lo quiere devorar. La
única manera que él ha encontrado para calmarse es acostarse en la cama de su
madre, pero eso perturba las relaciones familiares.
A través de las entrevistas con el niño y sus padres, nos enteramos de que
éste había sido víctima de abusos sexuales por parte de un medio-hermano
mientras se encontraban en la casa de la madre del niño, ya que sus padres
están divorciados. Él se había sentido muy desprotegido por ella, ya que había
sufrido los abusos en repetidas ocasiones estando la madre en casa, aunque ella
no se había percatado.
Durante un largo tiempo, a este hermanastro se le prohibió permanecer en el
municipio donde vivía nuestro consultante. Las angustias volvieron durante
una visita ilegal que aquél hizo a su familia, encubierto por el padre.
Comprendimos que el trauma vivido volvía a florecer, y sobre todo el
sentimiento de desamparo en relación a sus padres.
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Como el niño en cuestión, durante el tratamiento, comenzaba a manifestar un
gran interés por la botánica y la germinación de plantas en general, le
propusimos el siguiente acto a sus padres y a él: debía pedir al padre que le
regalara una semilla de una planta que diera frutos y que la madre preparara la
tierra que sembrar en un macetero. El niño debía confeccionar con plastilina el
monstruo que lo perseguía en sueños. Luego, la madre debía acompañar al niño
mientras éste enterraba el monstruo insultándolo y colocar sobre él la planta.
Inmediatamente después del acto las angustias desaparecieron y el niño ha
ido desarrollando una gran capacidad cognitiva, destacando su excelencia en
todas las ramas, especialmente en ciencias naturales. Ha recuperado la
confianza y ya no necesita dormir con su madre. El uso de la plastilina le ha
permitido modelar y dar cuerpo a las imágenes que lo aterrorizaban, y eso ha
apaciguado su angustia. La transmisión de la capacidad de reproducción, por
parte del padre, al hacerle entrega de la semilla (los frutos representan los ojos),
y el hecho de enterrar el monstruo perseguidor -una representación del
hermanastro que abusó-, han hecho que la cólera contenida se transforme en
una corriente creativa, despertando la curiosidad intelectual y la capacidad de
creación en nuestro consultante.
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Encontré a Alejandro Jodorowsky en el año 1996, durante un taller sobre
psicomagia y psicogenealogía que él impartía en Chile para psiquiatras y
psicólogos. Yo lo seguía y admiraba desde hacía tiempo por su fascinante
carrera como creador y artista de vanguardia. En ese tiempo yo tenía dudas en
torno a optar por ser poeta o terapeuta, ya que los dos eran caminos vitales para
mí. Buscaba un camino que pudiera conciliar las dos vías. Jodorowsky había ido
desde el arte a la terapia con toda la capacidad de invención que eso implica.
Cuando llegó mi turno en el taller, le planteé mi dilema y me dijo: «Tú ya estás
iniciado, ahora necesitas que alguien te confirme». Inmediatamente escribió en
mi pecho con su dedo lo que para mí se convirtió en un tatuaje indeleble: «Poeta
y psicoterapeuta». Desde ese momento me di cuenta de que podía seguir los
dos caminos sin necesidad de renunciar a ninguno de mis deseos, como había
hecho mi padre dejando la música para dedicarse completamente a la
ingeniería. Si los dos caminos eran importantes para mí, podía seguir ambos y
que se retroalimentaran entre sí.
Luego me sugirió: «Ya has leído muchos libros, ahora tienes que ir a buscar
las fuentes vivas...». Entonces le prometí ir a trabajar con él. «Pero antes publica
tu libro de poesía», me dijo. Publiqué mi libro Vía Láctea, que fue editado un día
antes de mi partida a Francia. Llegué con él a París, y se lo dejé a Alejandro en
su casa. Unos días después llamé a su secretaría, quien me puso en contacto
directamente con él: «¿Dónde estás?», me preguntó. «Aquí en la tierra», le
contesté. Me leyó el tarot unos días después en un café donde él comenzaba su
nueva temporada. Sacó tres cartas: el Carro, la Torre [o Maison Dieu] y el
Juicio... Yo tenía en mis manos el libro Arcano 17 de André Bretón.
Desde entonces fuimos estableciendo poco a poco una relación de confianza,
de enseñanza y de amistad. Él me ha mostrado infinitas cosas, entre otras el
tarot y la psicomagia; yo he aportado humildemente mi pasión por la poesía y
la terapia de la locura. Poco a poco he ido aplicando las leyes de la psicomagia a
la terapia de los locos. Un camino que comienza y que empieza a rendir sus
primeros frutos.
Martín Bakero
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