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a
Por Rogelio Salmona
EL MAGAZÍN
se
pa
t
a
r
Foto © María Elvira Madriñán Saa
A
l inicio de la creación de un proyecto siempre
tengo un “principio de incertidumbre,” que inmediatamente se convierte en la incertidumbre de
un principio. Y es que no sé si lo que estoy proponiendo, a pesar de tener unas cuantas ideas que me
dan seguridad, lo voy a lograr. Es decir, no sé si se
va a consumar lo que propongo espacial y poéticamente. Pero ésto lo dice mejor y más claramente un
poema de Robert Frost:
Cuando construyo un muro
dos cosas me pregunto:
qué tanto quedó afuera
qué tanto quedó adentro.
Me asalta la incertidumbre del descubrimiento,
como a un navegante que sabe de qué puerto sale,
pero ignora a qué puerto va a llegar. El principio de
incertidumbre en un proyecto es que no se sabe si
ese alfabeto de emociones que guarda la memoria
a la hora de la verdad va a resultar.
Alfabeto de emociones que es suma de afectos
acumulados en viajes por espacios, lugares, arquitecturas concebidas por otros, en esta época y en
épocas muy distantes de la mía. ¿Cómo transmitir,
a través de un hecho arquitectónico concreto, esas
evocaciones, esos instantes capturados en una experiencia personal que los otros no conocen y que,
por lo tanto, no se tendrán en cuenta a la hora de
aproximarse a la obra? Es lo difícil: darle cuerpo a
esa afectividad y, sobre todo, que otros se conmuevan sin que necesiten tener noticias de la conmoción anterior.
En este trayecto, a medida que uno avanza se
vuelve más exigente. Cada vez quiere poner más
elementos enriquecedores de la espacialidad, por-
que ése es el proceso permanente del afinamiento
y del mejoramiento del “saber hacer.” Cada vez es
más puntual, más preciso, se aclara más el problema que se está resolviendo. Poco a poco la incertidumbre se deja permear por algún otro amago de
seguridad.
Sé lo difícil que es querer y hacer todo lo posible
por revelar el despertar de las formas, el nacimiento de las cosas, tanto un espacio y un lugar, un patio
resonante, “un aljibe del cielo”, como denominó
María Zambrano el patio, un tímpano del lugar, un
imbricamiento, un orden y un ritmo, una transparencia, un volumen o la creación de recorridos “al
son del agua, cuando el viento sopla,” según el poema de Antonio Machado.
Forman parte de un cuerpo que constantemente se renueva, pero que es el mismo, con sus sorpresas y encantamientos. Con sorpresas porque, sin
ellas, la arquitectura sería como una cara sin expresión.
He tratado de ser consecuente con esto que he
escrito y me aproximo a cada proyecto de acuerdo
a sus circunstancias, a esos planteamientos que sólo
son perceptibles en su lugar. Sin embargo, debo confesar que la mayoría de mis obras son incompletas,
les encuentro carencias, formas que no se lograron,
que no pude concluir como lo deseaba y tuve que
renunciar en la búsqueda de una perfección inalcanzable —afortunadamente— pues sería el fin de una
travesía. De cada proyecto me queda una frustración, consecuencia de la necesaria renuncia, siempre dolorosa, pero que estimula porque obliga a seguir buscando, a continuar la travesía interior hacia
la perfección en la obra siguiente. Crecen cada vez
más las frustraciones, pero también cada obra contiene elementos nuevos, diversos, casi logros que
son aciertos para las siguientes, y sirven como crítica de las anteriores.
Es la necesaria autocrítica que todo arquitecto debe
hacer para no caer en una autosatisfacción que le
impedirá ver con lucidez sus limitaciones, pero también sus aciertos. A veces la lucidez es más importante que la inteligencia, sobre todo cuando se trata de hacer, en una siempre difícil y paciente
búsqueda, una arquitectura al servicio de la sociedad, para el goce y la alegría de la gente, lo que es al
mismo tiempo su razón de ser.
Es con palabras como se explican los hechos arquitectónicos, pero me pregunto: ¿Qué palabras
pueden explicar la sutileza de la arquitectura, las
visiones simultáneas que amplían los límites de la
forma arquitectónica, los espacios de silencio, los
múltiples secretos de las formas, las infinitas transparencias, el misterio de la luz o la profundidad de
la penumbra, la revelación de un paisaje, el imbricamiento de entornos lejanos e inmediatos, de un
paisaje? ¿Qué palabras, además, pueden explicar las
sensaciones de un recorrido, la revelación de paisajes interiores, el misterio de estar adentro y afuera,
la comunión entre interior y exterior?
Umberto Eco dijo que “el arquitecto está condenado a ser, por la propia naturaleza de su oficio,
quizás la última figura del humanismo de la sociedad contemporánea.” En un mundo banalizado
como el de hoy —pero inevitablemente nuestro—
tan entregado al dinero y al lucro, hacer arquitectura al servicio del hombre es la manera de seguir siendo esa última figura de un humanismo para nuestra sociedad pero, además, hacerla para crear
nuevos esplendores de lugares posibles y de memorias retenidas, para no perder el hilo de la historia.
Sólo la arquitecturas puede llegar a estremecer
de emoción y aportarle a la ciudad esa obra de arte
colectiva, cuna del conocimiento, de la política, de
la comunicación, mejores condiciones de habitación
y de pertenencia.
Del principio de la incertidumbre
a la incertidumbre de un principio
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Con Salmona,
Bogotá empezó a despertar a la modernidad
Mirar atrás, pero hay que saber
retirar la mirada en el momento oportuno:
se trata de recrear y de transformar.
No de copiar.
R.S.
Por Juan Manuel Roca
Dibujos de Rogelio Salmona
como compartimento o encierro entre los cuatro
muros cardinales, es algo que constituye uno de los
fundamentos de la postura arquitectónica de
Rogelio Salmona.
Alguna vez manifestó que la arquitectura “debe
proponer espacios capaces de conmover, que se
aprehendan con la visión, pero también con el aroma y el tacto, con el silencio y el sonido, la luminosidad y la penumbra y la transparencia que se recorre y que nos regala la gracia de la sorpresa.”
Ese, me parece, es un elemento, o mejor, una faceta de asombro que se ha hecho una constante en
las obras de Salmona: la sorpresa. No la sorpresa por
la sorpresa ni la imagen por la imagen, pero sí la aparición de una línea, de una ventana, de un volumen,
de una luz inesperada, que más que obligarnos nos
invita a la reflexión, al repliegue de sensaciones que
anidan en el adentro.
Se trata de una arquitectura que aún en sus aspectos más abstractos no intenta sofocar las emociones ni escamotear la interpretación, como si se tratara de un músico, del espacio elegido. Es la suya una
manera de traducir los espacios, sus cargas históricas y emotivas, a un lenguaje propio que se articula
con ellos, algo así como un fecundo diálogo entre el
adentro y el afuera.
Rogelio Salmona sabe como pocos que un arquitecto puede construirnos un sueño, pero también edificarnos la pesadilla, así sea, para decirlo con Henry
Miller, una pesadilla con aire acondicionado. Por eso
tras del sueño, en el que somos a veces constructores
de nuestro propio desvarío, se preocupa porque haya
una reflexión, una suerte de aduana del pensamiento
donde se puede sopesar lo que en principio nace de un
rapto poético, de una intuición. La duda, dice Salmona,
“es siempre generadora de descubrimientos, gracias a
ella nos distanciamos del esquematismo ideológico.
Nos obliga a pensar, a descubrir y a mirar las cosas con
otros ojos, sin prejuicios.”
Aseveraciones como la anterior hacen pensar en
el carácter dubitativo de Salmona para desconfiar de
cierto poder omnímodo que se le entrega al arquitecto, al creador. Ya el viejo autor de Así hablaba
Zaratustra señalaba que “la arquitectura es una especie de oratoria del poder por medio de formas.”
Hay quienes ejercen esa idea, pero también hay
quienes la rechazan o, mejor aún, se muestran refractarios a ejercerla. Creo que Rogelio Salmona es
de los últimos, de los que moldean los espacios con
la única certeza de la duda, de un desdén a las formas autocráticas. Parece preocuparse siempre por
entregar espacios habitables que no tienen los linderos de la exclusión, ni los anuncios o señales propios del encierro que segrega.
No se puede permanecer, me parece, indiferente
frente a la arquitectura de Rogelio Salmona. Ni dejar
de recordar el aforismo de un arquitecto que no sé qué
tanto esté en el afecto del nuestro, Mies van der Rohe:
“Solamente lo que tiene intensidad de vida puede tener intensidad de forma,” algo que me resulta evidente en la obra de Salmona. Las suyas son, antes de ser
ocupadas, formas habitadas en sí mismas, dispuestas
a recibir las alegrías y aún las tragedias de ese trozo de
barro sublevado que es el hombre.
En un pequeño texto escrito por Salmona en torno al quehacer de la arquitectura, señalaba la deuda
que tiene con los hechos cotidianos y en los
entronques que establece con el arte, cuyo epicentro
asume desde una mirada poética. Es clara su preocupación, valga la repetición, por un entorno poético.
E
s sabido que Rogelio Salmona tiene una eviden
te pasión por la historia de la arquitectura, pero
más aún por la andadura de las obras que se gestan
para interpretar los lugares, para descifrar los sitios
en los que habrá de levantar sus construcciones.
Es la suya, qué duda cabe, una acción poética de
ennoblecimiento de lo que ya existe, antes que una
abrupta imposición demoledora. Por ese motivo claro, cenital, que hay en las propuestas de Rogelio
Salmona, es por lo que su arquitectura adquiere un
vínculo social que no solamente tiene que ver con la
idea de un mejor estar, sino de un mejor sentir, con
un alto sentido estético que ayuda a darle coherencia a las formas de vivir y de pulsar lo cotidiano.
Si la ventana, antes de serlo fue una porción de
aire, una pequeña parcela de vacío; si el patio es una
forma de amputar la lejanía; si el sometimiento de
ese mismo vacío a formas impuestas recorta el infinito, la mirada de un arquitecto como Salmona se
desvela por encontrar un equilibrio entre lo precedente y lo actual, entre lo intangible de una atmósfera, de
un luz o de un fragmento de paisaje y las formas que
despliega para darle relevancia a ese entorno.
Que entre el hombre y la naturaleza medie esa
sobrenaturaleza que es la ciudad, como puente tendido entre un estadio y otro y no como aislamiento,
M ONSERRATE ,
DENTRO DEL PROYECTO INACABADO DEL
E JE A MBIENTAL
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Rogelio Salmona sabe,
como pocos,
que una arquitectura
puede construirnos un sueño
o edificarnos una pesadilla.
B IBLIOTECA P ÚBLICA V IRGILIO B ARCO [D ETALLE ]
Q
uien afirmó que la arquitectura es música
congelada supo que sólo si hay un ritmo, si hay
un despliegue de formas armónicas entre el habitar
y lo habitado, se produce un gran arte. Salmona es,
entre todos nuestros arquitectos, el más afincado en
la poesía, en una concepción artística que intenta englobar a cualquier ciudadano, no sólo a una clase a la
que parece estar asignado el privilegio de la belleza.
A él le debemos no solo edificios que son hitos
arquitectónicos en América Latina, sino muchos cambios que, corriendo al unísono con la historia pasada
y con el recuerdo, resultan nuevos, fundacionales.
La integración de parques y edificaciones sin que
sean espacios que se excluyen, como si pertenecieran a realidades diferentes e inconsultas; la exclusión de espacios claustrofóbicos que generan una especie de geopatía, de enfermedad del paisaje (las
cárceles, por ejemplo, son una enfermedad instalada en el paisaje), el respeto por una geografía determinada que adopta no como camisa de fuerza sino
como abrigo, una arquitectura en fin que no acude
solo a una visión cartesiana y realista sino, también,
al disfrute sensorial, sin nostalgias pasadistas ni olvido de lo mejor de la historia de la arquitectura, es
algo que Rogelio Salmona transforma sin barrenar
lo existente. Sin pasar sobre las huellas de la historia la piqueta del rabioso progresismo.
Con la aparición de la arquitectura de Salmona, y
de otros brillantes arquitectos colombianos y europeos
que conforman un acervo de la que es por lo demás
una de nuestras mayores expresiones artísticas, Bogotá, una ciudad donde el peso muerto de España y una
vocación de claustro fueron durante varios siglos dos
signos dominantes, empezó a despertar a la modernidad, a tener en verdad una vocación de urbe.
A RCHIVO G ENERAL
DE LA
N ACIÓN
La ciudad comenzó a abandonar un estado de hibernación propio de lo que José Luis Romero
(Latinoamérica: las ciudades y las ideas) describió
como “ciudades provincianas envueltas desde muy
temprano en la atmósfera campesina,”[…] “ciudades que apenas advirtieron la acentuación de esa
influencia después de la emancipación.” A nosotros
nos llegó primero la emancipación política pero
muy después la emancipación de la vida aldeana y
de sus rezagos virreinales.
Bogotá fue, hasta hace muy poco, una ciudad
desmañada, cuya secreta belleza recuerda la de la
saga de la mujer envuelta en piel de asno. Una belleza que un arquitecto como Rogelio Salmona ha
puesto de relieve en los espacios públicos, en los
edificios igualmente públicos, en las construcciones
privadas pero, sobre todo, en muchos rincones de
la ciudad que vuelve a recuperar su centro, su mirada abierta a los cerros tutelares.
Ni de corte populista ni tampoco de talante aristocrático, el quehacer de Rogelio Salmona y su denodada acción por ennoblecer nuestra capital, es
algo que resulta invaluable, un legado del que todavía parece que no nos damos cuenta a cabalidad.
Es, para decirlo con palabras prestadas a Gaston
Bachelard, una “poética del espacio” que logra
transformarnos en la misma medida en que esa
mirada transforma la ciudad, como si lo que habitamos también nos habitara y lo empezáramos a
hacer nuestro, en dos instancias aledañas. Se trata
de una puesta en marcha, arquitectónica y urbanística a la vez, jalonada por el talento de Rogelio
Salmona, desde una acción renovadora que hemos
visto en la andadura de los días y en el lento
apropiamiento de lo cotidiano.
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Toda arquitectura verdaderamente comprom
por haber sabido extraer del manantial de la vida
P OSGRADOS
DE
C IENCIAS H UMANAS , U NIVERSIDAD N ACIONAL
V ISTA
GENERAL DE LA
B IBLIOTECA V IRGILIO B ARCO
UN
C ONJUNTO
RESIDENCIAL
PLANO DE LA ENTRADA AL
A RCHIVO
GENERAL
T ORRES E L P ARQUE
F UNDACIÓN CRISTIANA DE LA
F OTO © P AOLO G ASPARINI
E STUDIANTE
VIVIENDA
EN EL EDIFICIO DE
P OSGRADOS
DE CIENCIAS HUMANAS
U NA
CONVERSACIÓN ENTRE
R OGELIO S ALMONA
EN LA PÁGINA I
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página m - v
rometida es siempre cómplice de su tiempo,
ida la profunda poesía de las formas construidas.
Rogelio Salmona
D ETALLE
DE
C ONJUNTO
RESIDENCIAL
DEL CONJUNTO RESIDENCIAL
S ALMONA
E L P OLO ,
N UEVA S ANTAFÉ ,
Y OTROS ARQUITECTOS
EN COLABORACIÓN CON
G UILLERMO B ERMÚDEZ
GENERAL DE LA NACIÓN
C ASA
S ALMONA Y G UILLERMO A NGULO , EN VERSIÓN INTEGRAL , SE PUBLICARÁ
I NTERNET DE NUESTRO PERIÓDICO : WWW . CIUDADVIVA . GOV. CO
A PÁGINA
A PARTIR DEL
8
DE ABRIL
EN
R IOFRÍO - F OTO © M ARÍA E LVIRA M ADRIÑÁN S AA
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Bogotá: La ciudad de Salmona mira a los cerros
con los ojos del hombre
Por Santiago Mutis Durán
Dibujos de Rogelio Salmona
Cultura es todo lo que se hace
contra el Estado
N. M. A. de Q. E., siglo xix
E
n sus recuerdos sobre la Universidad Nacional en
Bogotá, el novelista calamarí Álvaro Miranda,
dice (2006):
“Bogotá se tejía como urbe a partir del centralismo. La capital de la República se comportaba como
una glotona de todos los aspectos de la vida social,
lo que obligaba a que las familias que no vivían en
ella tuvieran que enviar a sus hijos a esa ciudad
paramuna que quería acaparar administración, economía y cultura”.
Lo cual es cierto, y también injusto. Cierto en
cuanto se refiere al Gobierno, injusto en cuanto a la
ciudad. En Cien años de soledad, Gabriel García
Márquez, que había escrito, por supuesto, contra el
centralismo —lo cual también le impidió ver en su
texto contra Hernando Téllez no sólo a su antecesor
sino a uno de los mejores escritores colombianos—
consagra la siniestra fusión entre la ciudad de Bogotá
y el gobierno nacional, al narrar la matanza durante el carnaval en donde Remedios, La Bella, es consagrada reina, junto a su rival bogotana: “cuando
apareció por el camino de la ciénaga una comparsa
multitudinaria llevando en andas doradas a la mujer más fascinante que hubiera podido concebir la
imaginación.” Esta comparsa que acompañaba a la
“reina intrusa,” “forasteros disfrazados de beduinos”
que “escondían fusiles de reglamento,” fue la que desató la matanza. Eran agentes del gobierno, y venían
de ¡Bogotá!
“La Bogotá de
Rogelio Salmona
es una ciudad atenta a la
imponente belleza de sus
cerros, dispuesta al
encuentro, al ocio, y donde
el espacio es vivible.”
D OS
BOCETOS DE
S IENA , I TALIA
Bogotá ha pagado los errores del Estado y padecido
desde siempre un desastroso privilegio, que tal vez
ninguna otra ciudad colombiana hubiera podido
soportar: el enquistamiento, en su propio corazón
de ciudad, del vacío y las equivocaciones del Gobierno.
“Fernanda era una mujer perdida para el mundo. Había nacido y crecido a mil kilómetros del mar,
en una ciudad lúgubre por cuyas callejuelas de piedra traqueteaban todavía, en noches de espantos,
las carrozas de los virreyes. Treinta y dos campanarios tocaban a muerto a las seis de la tarde. En la casa
señorial embaldosada de losas sepulcrales jamás se
conoció el sol. El aire había muerto en los cipreses
del patio...”
El aire enrarecido de la Iglesia, el vaho nefasto de la
burocracia y del poder, y la gente enriquecida con su
manipulación, instalados todos en Bogotá, han impuesto su huella a la ciudad, a sus edificios, a sus
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E SQUEMA B IBLIOTECA P ÚBLICA V IRGILIO B ARCO
maneras de ser y de actuar, a su trazo, a sus lugares
públicos; pero en Bogotá también vive gente, algunas
incluso nacidas aquí, y para ellas trabaja Rogelio
Salmona. Aquí se escribió la primera geografía del
país que no dejaba a nadie por fuera (Ernesto Guhl);
aquí se oyó primero la mitología de los indios Kogi
(Gerardo Reichel–Dolmatoff ) que no conocían ni en
la costa; aquí se denunció el horror de las actividades
de la Casa Arana; aquí se supo primero la existencia
de los Huitoto y los Tikuna; aquí se hizo la maravillosa “pintura de negros” de Guillermo Wiedemann o de
“negritas,” como aclaraba mal Enrique Grau; desde
aquí quiso Enrique Pérez Arbeláez detener el fin del
río Magdalena y la empobrecedora erosión del país...
¡Desde “aquí,” no desde el gobierno!
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página m - vii
DEL
F IORE , F LORENCIA , I TALIA
Para mí, este “aquí” es lo que ha querido construir
Rogelio Salmona, hacer una ciudad para que en ella
pueda vivir la gente, una ciudad abierta, que no privatiza los lugares públicos, opuesta a los intereses de
los “pulpos constructores” y a sus demasiado altivos
o asfixiantes conjuntos (en)cerrados y a sus pomposos centros comerciales —donde la ciudad claudica—.
La Bogotá de Rogelio Salmona es una ciudad
atenta a la imponente belleza de sus cerros, dispuesta al encuentro, al ocio, y donde el espacio es vivible;
una ciudad disfrutable que posibilita ser y pensar.
Una ciudad que infunde libertad, gozosa y serena,
con su idea generosa, sabia y civilizada de salvar la
ciudad del desarraigo, de su propio tufo ministerial,
de las manifestaciones de poder y del interés económico que lidera su crecimiento (privado y de miseria) que despedaza la cultura para poder controlar
la vida cotidiana y conducirla al consumo histérico,
destruyendo el tiempo natural de las cosas.
Salmona ha hecho que una persona que camina,
piensa, observa, conversa o se pasea por la ciudad
—o descansa en un parque— no sea un “tipo sospechoso,” un “tipo raro” —como en la hermosa y terrible novela de anticipación de Ray Bradbury,
Fahrenheit 451, en donde la policía arresta a los paseantes, a quienes manejan lentamente, a los peligrosos lectores y a quienes no se someten a la televisión— sino un ser humano despierto, atento a los
demás, a sí mismo y a cuanto lo rodea. Para él la ciudad es el lugar en donde la vida debe suceder de manera plena, no un lugar vigilado, ajeno, ignorante del
paisaje, del clima, del tiempo de nuestra propia vida
y de las relaciones humanas, que nos conduce al
esquilmadero y a la ansiedad, al miedo, al aislamiento y la hostilidad, por no decir que nos prepara a la
violencia o a la guerra: “La ciudad es la realización
cultural más trascendental de un pueblo.” (R. S.) ¡Así
debe ser!
S ANTA M ARIA
E SQUEMA P OSGRADOS
DE
C IENCIAS H UMANAS , U NIVERSIDAD N ACIONAL
CODA:
Dice don Ricardo Silva, padre del
poeta de las Gotas amargas (antecesoras de las del Tuerto cartagenero),
en uno de sus sabrosos artículos de
costumbres, publicado por allá en
1860, cuando se refiere a “la antigua
casa bogotana”, que era “amplia, ventilada, có- moda, alegre y olorosa a
reseda y a alhucema,” y con patios llenos de plantas, flores, loros, gatos...:
“la cabeza descubierta en pleno patio
y bajo los rayos de un sol abrasador.”
(Esto lo recuerdo ahora para matizar
la frase de don Gabo sobre los patios
de ¡cipreses! bogotanos —¿o del Gobierno?— en donde, según él, no se
conocía el sol).
A propósito del “aire enrarecido
de la Iglesia,” y de los “treinta y dos
campanarios,” quiero citar un grafito
que vi el año pasado en los muros de
la ciudad de Bogotá, la única que parece haber protestado, en todo el
país, contra la intromisión de la Iglesia en la sexualidad femenina: “Alejen
sus rosarios de nuestros ovarios.”
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Salmona
C ASA
DE
H UÉSPEDES ,
EN
C ARTAGENA
Por Harold Alvarado Tenorio
C
onozco a Rogelio Salmona desde
los primeros años sesenta, cuando
llevaba casi un lustro viviendo de nuevo en Bogotá y asistiendo a los tés del
atardecer, en la cafetería El Cisne, en
compañía de Marta Traba o Guillermo
Angulo, Santiago García, Graciela Samper, Jorge Pinto, Carlos Perozzo, Fernando Botero, y la beldad masculina de
aquellos tiempos, el también arquitecto Fernando Martínez Sanabria, a
quien la lengua viperina de Jorge Child
—otro de los contertulios— llamaba El
Chuli. Otros habituales eran también el
pintor Alejandro Obregón y el ya conocido poeta,Mario Rivero, a quien el primero hizo un cisne como logotipo para
un comercio de emparedados que tenía entonces.
Eran mesas que se formaban alrededor de las cuatro o cinco de la tarde
y se prolongaban hasta casi las nueve
de las noches, cuando al grito de “la
fiesta es en casa de Graciela,” la pandilla levantaba la sesión y acometía el
consumo del amanecer, mientras al
conjuro del jazz que salía de una grabadora alemana o yanqui, alguna de las
Brigitte Bardot de los pobres de entonces, haría un desnudo magnánimo
aplaudido a rabiar por Santiago García,
maestro en las artes escénicas y muchas otras.
R OGELIO S ALMONA
MIRANDO LA MAQUETA DEL
Salmona no había levantado sus memorables obras de arte y nadie pudo
imaginar que llegaría, en un país tan
triste como este, a ser el artista monumental que es hoy, el gran arquitecto
de la peor era de nuestra historia. Con
Salmona acontece como con Leonardo: los tiempos debieron ser peores
para que su obra tuviese un fundamento y una gloria. Porque Salmona
dio a la horrenda capital de la Colombia de la Violencia y el Frente Nacional
un nuevo cuerpo y una nueva ánima.
Gracias a él, nuestros nietos no sabrán
más —cuando al fin la muerte se detenga en nuestras calles y campos—
de esos despojos que fueron los barrios y las calles bogotanas desde la
colonia.
Hijo de emigrados europeos de origen sefardí y occitano, Rogelio Salmona nació en París (1929) pero es
bogotano puro porque, cuando tenía
tres años, su familia se traslado a la
capital de Colombia. Pasó la niñez en
el barrio Teusaquillo, uno de esos extraños lugares que recuerdan a Londres y donde los vecinos llevaban
prácticamente una vida de pueblo sin
salir del barrio, en una Bogotá que no
pasaba del medio millón de habitantes, donde el tendero era el mas importante de los vecinos, y el parque el
C OLEGIO
DE LA
U NIVERSIDAD L IBRE ,
HECHA POR
sitio donde todo se hacía y decidía. Las
casas de Palermo, levantadas en ladrillo con terminados de piedra y maderas, trabajadas por lúcidos artesanos y
maestros de obra, dejaron en Salmona, sin duda, su huella para siempre. Salmona hizo la primaria y el bachillerato en un colegio para los de su
clase: el Liceo Francés, y luego de hacer algunos cursos en la Nacional, con
el alemán Leopoldo Rother o el italiano Bruno Violi, arquitectos de muchos
de los edificios racionalistas de la Ciudad Universitaria, un buen día, durante una visita que el destino le tenía
prevista, llegó Le Corbusier a la casa
paterna de Salmona. El famoso arquitecto franco–francés le ofreció trabajo
al joven estudiante de arquitectura y,
a raíz de los sucesos del 9 de abril de
1948, luego del asesinato de Jorge
Eliécer Gaitán, Salmona pasó casi diez
años, dibujando, en el chantier de la rue
de Sèvres, donde Le petit Salmoná colaboró, junto al mexicano Teodoro
González, el indio Balkrihna Doshi y el
griego Xenakis, en proyectos como el
Plan Piloto para Bogotá, Notre Dame du
Aut y, en especial y sobre todo, Chandigarh, pero se dio también a la tarea,
durante esos años, de encontrarse con
su propio pasado, asistiendo, primero,
a los cursos de historia del arte que
M ANUEL O CAÑA - F OTO © G UILLERMO A NGULO
ofrecía Pierre Francastel en la Sorbona,
participando luego en los debates sobre
el estructuralismo, que fueron la moda
de esos días en la capital de Francia,
hasta que, tras un viaje donde deambuló por desiertos y los azules intensos
de la España del estraperlo y la pobreza de la tiranía franquista en los años
cincuenta, vio de cuerpo entero y con el
alma en vilo las maravillas de la cultura del al-andaluz en Sevilla, Granada,
Córdoba y Toledo, y desde allí descendió a los paraísos del Magreb, de donde saldría la inspiración para levantar la
obra que ahora nos ha dejado: un mundo a imagen y semejanza de su alma,
que es ya la nuestra.
Un mundo cuyos destellos y luminarias están en las llamadas Torres del
Parque (1970), la Biblioteca Virgilio Barco, la Casa de Huéspedes Ilustres de
Cartagena (1985), el Archivo General de
la Nación (1992), el Edificio de Posgrados
de la Facultad de Humanidades de la
Universidad Nacional (1999) o el Eje
ambiental de la Avenida Jiménez de
Quesada. Algunas de las siete maravillas
colombianas, que junto a las otras de
Eduardo Ramírez Villamizar, Luis Caballero y Gabriel García Márquez, darán
justo testimonio de la grandeza de nuestro arte, en un siglo de horror que acaba de terminar.
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